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4304-Texto Del Artículo-4390-1-10-20110527

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El régimen de la guerra

en la conquista de América

Héctoir José T,xNzit

LA GUERRA IUSTA
Al momento del descubrimiento americano, existe en España una idea cris-
tiana de la guerra, que proviene del pensamiento de San Agustín y Santo ib-
mas. Partiendo de estos conceptos, las controversias sobre la licitud de la gue-
rra que se le hacía al natural de las Indias, permitirán un notable desarrollo.
Destacamos tres corrientes de teorizantes que tratarán de otros temas:
los que dejan de lado las cuestiones del Nuevo Mundo y o>frecen una doíc-
trina que sigue a los autoires clásicos y ejemplois curoipeos; bis que oponen
la figura del gobernante cristiano frente al gobernante político de Ma-
quiavelo y que deben refutar los postulados bélicos del florentino y expli-
car que la paz es el fin supremo de la guerra: por último, están los que es-
tudian la cuestión en torno a los novedosos acontecimientos americanos.
Entre los autores del primer grupo, se destaca Diego de Covarrubias y
Leyva. poir su claridad, erudición y la gravitación doctrinaria que tiene en
la España de mediados del siglo xvi. Se lo liene como discípulo de Eran-
císcoí de Vito>ria, aunque, curiosamente, no lo cita; a Martín de Azpilcueta
le llama «distinguido maestro».
Pero este autor noí se detiene en los ejemplos del Nuevo Mundo, si bien
es evidente que Covarrubias noí pudo ser ajenoí a las disputas que por en-
tonces alteraron los ambientes universitarios y palaciegos.
La guerra justa debe ser declarada por un príncipe independiente y su-
perior. Habrá justa causa para la guerra cuandoí se defienda la Nación co>n-

* Doccn íe e ¿n ves! gador dei M uso» Naval de la Nación, Ii nenes A res <Argentina).

;VII/.Ii.’IRJA kr,isfuidú (,,hur,i ,i4iIitc,,- u.’’ O Fd¡t. (omplutense. Madrid. 994


154 Hécior José Tan rl

tra la opresión de algún tirano; o cuando se intenta para vengar una «muy
grande injuria»; O) cuando se trate de reprimir una rebelión injustificada
de los súbditos; o cuandoí se declare «para recoibrar cosas que el enemigo
tiene en su poder por violencia» y también cuando se emprende contra un
país que niega el paso por sus dominios si estos moivimientos no causan
da ño>.
Estos razonamientos tienen por fuentes básicas, las cartas de San Agus-
tín, las ~<Etimologías» de San Isidoro de Sevilla, la «Suma Teológica» de
Santo Toimás y el comentario del Cardenal Cayetano a esta obra. Pero Coi-
varrubias, además, tiene presente a sus cointemporáneos, coimo el domini-
coí Domingo de Soto. autor de uno de los más celebrados tratados de «lns-
tilia et lure», y al francisco Aiftinso de Castroí.
Si bien no aplica sus ejeniplos al tema americano, piensa en él, como.
ptír ejemplo, cuando toca «la guerra contra los infieles». cuyos argu-
mentos serán toimadois por sus seguidores en la probieniática del Nuevoí
Mundo.
Una religión falsa no puede justificar una guerra, y los infieles, a pesar
de «no querer abrazar la fe de Cristo. no pierden el dominio de los bienes
y provincias que poseen por derecho humano». Tampocoí justifica la gue-
rra fundada en que los infieles cometan crímenes contra la naturaleza; y
aún va más lejos, pues soistiene que no es justa guerra la que se declare a
los idólatras, mientras su culto no afecte a la religión cristiana y no se opoin-
ga a la difusión del Evangelio.
Justifica la guerra contra el infiel cuando o>cupen y retengan territorios
que en oítro tiempo fueron de gobernantes cristianos; o cuando se deba de-
fenderse de sus ataques: o cuando rechacen la obediencia y sumisión al go>-
bernanie cristiano; oí cuando impidan la predicación del Evangelio.
Si bien, conio anticipamois. esta doctrina no tuvoí en cuenta ci caso ame-
rícano, fueron inspiradas en las lecciones de Francisco de Vitoria que lo tu-
yo níuy presente; por lo demás, la importancia doctrinaria de Covarrubias
obligará a que sus ideas tengan relación con los sucesos del Nuevo Mundoí.
Muchos son los autores españoles que rechazan la odio>sa predilección
de Maquiavelo poir las armas conio medio para ganar cl poder. En España
predoniina el sentimiento de humanidad y de equidad que debe oírientar la
guerra, comoí lo manifiesta Pedro de Ribadeneyra en el «Tratado de la re-
ligión y virtudes que debe tener el Príncipe Cristiano» (Madrid. 1595). Otros
se refieren al oírigen y naturaleza de las guerras, que si bien justifican con
textos de San Lucas. también las limitan, como ocurre co>n el cardenal je-
suita Roberto Belarmino. o con el agustino) Juan Márquez, autor del ~<Go-
bern a doir Cristiantí» (Salamanca, 1 612), o con el coirtesa no Francisco de
Quevedo. Este últinío resume el pensamiento español sobre las guerras y
escribe que «de las acciones humanas ninguna es tan peligrosa, ni de tanto
daño, ni asistida de tan perniciosas pasiones, envidia, venganza, coidicia. so-
berbia. io>cura, rabia. ignoirancía».
El régimen de la guerra en la conquista de América •155

LA GUERRA CONTRA EL INDIO AMERICANO

Esta elaboración doctrinaria supoine un ideario nacional desarrollado


a partir del concepto teológico medieval sobre la justicia de la guerra, y se
actualizará con los nuevos planteos que propone el descubrimiento de un
Nuevo Mundo y la condición jurídica de sus habitantes.
El primero que objetó la guerra que se le hacia a los indígenas ameri-
canos parece haber sido el fraile dominico Antonio Montesino, en los ser-
mones dichos en Santo Domingo en diciembre de 1511. Según escribió el
R Las (‘asas en su «Historia de las Indias» (libro lii, cap. IV), el fraile pre-
guntaba con ardor a los españoles: ¿Con qué autoridad habéis hecho tan
detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pa-
cíficas. donde tan infinitas deiia~, con muertes y extragos nunca oldois, ha-
béis coinsriniido?».
Esta prédica llegó hasta la coirte del rey Fernando, y según el historia-
dor Antonio de Herrera, el rey, «sin dilación alguna», mandó formar una
junta de especialistas para tratar las acusaciones del dominico.
De lo que este consejo informe, saldrán las leyes de Burgos de 1512 y
también los primeros escritois que analizarán la guerra que los españoles ha-
cían a los nativos. El jurista Juan López de Palacios Rubios y el catedrátic>
de Salamanca, fraile dominico Matías de Paz, dejaron escritas sus opinio-
nes, que debieron coincidir con las que expusieron en la junta, de la cual am-
bos fo>rmaron parte. Palacioís Rubios reconocía la libertad natural de los in-
dios y el derecho a defender sus bienes («Libeilus de insulis occeanis quas
vuígnus Indias apeílat», cap. II). El fraile criticó en su trabajo ~<Dedoníiríis
reguni Hispania supor indos», la guerra emprendida por los españoles.
Poir entonces se redacta el Requerimiento que debía bacérsele a los in-
dios antes de combatirlos o esclavizarlos. Parece haber sido redactado por
Palacios Rubios. La doctrina política que desarrollaba, cada vez tenía me-
nos relevancia. El texto partía de la existencia del Emperador o del Papa
como señores del orbe, con facultades para otorgar las nuevas tierras des-
cubiertas a los reyes españoles; el documento exhortaba a los nativos a acep-
tar a bis reyes hispanos ya recibir la palabra de Dios.
El doicumento pretendía calmar la conciencia de monarcas, capitanes y
soldados que actuaban en el Nuevo Mundo. Su lectura justificaba la gue-
rra. Sc hizo obligatoria para los conquistadores por real provisión del 17
de noviembre de 1526. Pero no podía conformar a la realidad que se vivía
en las Indias ni a las modernas concepcioínes sobre los limites del poder de
bis gobernantes que desarrollaría el P. Vitoria.
Por su parte el P Las Casas predicaba sin cansancio sobre la injusticia
de la guerra, a veces exagerando, pero para lograr algo de lo mucho que re-
clamaba. Todos sus escritos están dirigidos a probar la natural «manse-
dumbre» de los indios de América y la injusticia y falta de causa de la gue-
rra que se íes hacía. Este Iue el tema de la gran disputa que tuvo en
156 Héo:tou/ose Tan zi

Valladolid entre ‘SSO y 1551 con Juan Ginés de Sepúlveda, durante la cual
el fraile no titubeó en utilizar la frase agresiva y el ejemplo aumentado pa-
ra apoyar su postura.
Sepúlveda dio a luz un trabajo titulado «Democrates alter» ti «Dialo-
gus de justis beili causis adversus indos», donde desarrolla cuatroí causas
que justifican la guerra en Indias: el estado de barbarie de los nativos, que
deben sonieterse a «los que son más prudentes, poderoisos y perfectos»; la
necesidad de desterrar «las torpezas nefandas y el portentoso criníen de
devorar carne humana» que practicaban; salvar de las injurias a muchos
inocentes que estos bárbaros inmolaban todos los años; propagar la reli-
gión cristiana que nadie podía impedir. Sepúlveda no> aprobaba la guerra
indiscriminada. alevosa o cruel.
Las Casas rechazaba las opiniones dcl humanista y llevó la cuestión más
allá del proiblema mismo de la guerra, para considerar la condición dcl in-
dioí, la po>sibilidad de esclavizarlos y el reparto en encoimiendas. Conside-
raba a bis indios verdaderos seres humanos, capaces de recibir la predica-
ción, aspecto que si bien puede sorprendernos actualmente, por entonces
era níateria (le disputas.
Su intensa prédica fue encontrado el apoyo de la Iglesia y del moinar-
ca español. El Papa Paulo III, en mayoí y junioí de 1537, prohibió la escla-
vitud del indio y en la bula dei 2 de junio los declaró capaces de recibir la
fe catoilica.
Las leyes y oírdenanzas para la gobernación de Indias, dictadas en Bar-
celo>na en 1542v Valladolid en 15413< ordenaban que los indios fueran tra-
tados bien y «c(>moi personas libres y vasallois nuestrois» y «que de aquí en
adelante por ninguna causa de guerra. ni titra alguna aunque sea so título
de rebelión, ni poir rescate, ni de otra manera no se pueda hacer esclavo in-
dio alguno». También se prohibieron las encomiendas y repartimientos de-
biendo incorpoirarse a la Corona las que existían y quedaban vacantes. Sin
embargoí. estas últimas proívisioínes debieron ser derogadas por otras dic-
tadas en Malinas, en o>ctubre de 1546, debido a la violenta opoisición que
encontraron en las provincias de México y Perú.
Las Casas tuvo adeptos y detractores. Peroí introdujoí las bases funda-
mentales para definir la condición del indígena y la naturaleza de la gue-
rra que los españoles po>dían llevar a cabo en el Nuevo Mundo.
Otros doíctri jia rioís tuvieron taní bién en cuenta la proibí emática amen—
cana para orientar sus ideas en toríío al derecho de guerra. Sobresale el Fis-
cal del Coinsejo de Castilla, Gregorio López. quien coimentó coin sabiduría
las leves de i>artidas, editadas en Salamanca en 1555 (gloisa 3, Partida lía.,
tít. XXIII, ley 2). En primer lugar repasa las doctrinas sobre la guerra; re-
cuerda que hubo autoires que justificaron la desposesión de los bienes a los
infieles, pero recoinoce que Santoí ‘ibm ns y el Carden al Cayetano rechaza-
han la guerra hecha para inípoiner el cristianismo; López. como Coívarru-
bias y el 1>. Vitoria. se inclina por esta oípinión.
El régimen de la guerra en. la con quisto de A onérica 157

El jurista entendía que los habitantes de América eran «hombres ra-


cionales» y que la guerra no podía hacérseles ~<conarmas y terror». Pero
justificaba la guerra cuando los infieles se resistían a la prédica de la pala-
bra de Dios: o cuando injuriaban o perseguían a los que predicaban: o cuan-
do se defendía a inocentes del sacrificio que practicaban; algunos pueblois.
Pero el análisis más completo del derecho de España para conquistar
militarmente el Nuevo Mundo aparece en las lecciones del fraile domini-
co Franciscoí de Vitoria, ~<Deindis prior» y «De indis posterior, sive de ju-
re beili hispanorum in barbaros». explicadas en la Universidad de Sala-
manca por 1539.
Reconoce que los bárbaros, antes de la llegada de los españoles, eran
dueños de sus tierras y tenían la posesión pacífica de ellas. Explica que ni
el Papa. ni el Emperadoir ni gobernante alguno, poidía atribuirse el domi-
nio políticoí del orbe. De resultas de ello ningún poder podía disponer de
esas tierras, y, aunque los indios no reconocieran la jurisdicción espiritual
del Papa ni la fe que se íes predicaba, noí se justificaba «hacerles la guerra
ni despoijarlois de sus bienes».
Pero bis habitantes del Nuevo Mundoí no pueden impedir el comercio
entre bis pucblo>s, o la predicación del Evangelio>, ni pueden pretender vol-
ver a la idolatría a los que se hubiesen convertido, pues ello justificaría la
guerra. Pero siempre deben existir exhortaciones pacíficas previas y las ac-
ciones que se emprenden deben ser moderadas y proporcionadas con las in-
jurias. También justificaba la guerra cuando se trataba de proiteger la vida
humana contra los sacrificios que impoinian los bárbaros. oí cuando algunas
tribus reclamaban ayuda de los españoles para coníbatir como aliados.
Vitoria aporta modernas concepciones sobre el derecho internacional
de la guerra. pero taníbién estudia io>s tremendos problemas que ocasio-
naba la empresa española en América. comoí lo eran bis justos títulos del
doiminio invocadoí por los reyes de Castilla. La influencia de su pensa-
miento> fue excepcional. Los tratados del jesuita Franciscoí Suárez en el te-
ma, pese al imponente dominio que demuestra sobre estas cuestiones, no
van más lejos que Vitoria, a quien sigue con admiración. El dominico> fue
la fuente más actualizada que tuvo Hugo Grocio en la elaboración de su
obra, y con ello se podrá advertir que Vitoria terminó inspirando al ra-
cionaiismoí europeo.

LA LEGISLACION

La doctrina que se enseñaba en las aulas, los escritos que se difundían


y las disputas y experiencia sobre la acción indiana, se fueron volcando en
la legislación. Cuando en 1573 Felipe II aprueba las Ordenanzas de nuevos
descubrimientois y poblaciones, la palabra «conquista» es desechada como
sistema para entrar en las tierras de Indias:
158 héctor José Tanzi

«Los descubrimientos no se den con título y nombre de conquistas.


pues habiéndose de hacer con tanta paz y caridad como deseamos, no
queremos que el nombre de ocasión ni color para que se pueda hacer
luerza ni agravio a los indios» (ordenanza XXIV).
La Recopilación de Indias dc 1680 recoge este mismo texto, pero aún
es más precisa al reclamar el uso de los términos «pacificación y población»
(IV, 1. 6).
De cualquier manera, la expresión «pacificación» en lugar de «conquis-
ta», ya aparece en asientos y capitulaciones extendidas antes de dietadas las
leyes de 1542-1543. corno en la que firmó Diego de Ordás en 1530 para la
«pacificación, conquista e poiblación» de las tierras del Marañón, o en la de
Pedro de Mendoza de 1534, para la «conquista, pacificación y población»
del Río de la Plata. En la capitulación firmada con Francisco de Orellana
para el descubrimiento y población de la Nueva Andalucía de 1544. se le
obliga a oíbservar buen tratamiento con los naturales y se le recomienda noí
hacer «guerra a los dichos indios, ni para ello sede causa ni la haya si no fue-
re defendiéndo>os con aquella moideración que el caso lo requiere».
Las leyes recopiladas en 1680 prohibían hacer la guerra a los indios ni
siquiera <‘para que reciban la santa fe católica» (IV. IV.8): los naturales de-
bían ser atraídos «con suavidad y paz. sin guerra, robos, ni muertes» y si la
lucha se hacía inevitable, previamente se debían hacer «los requerimien-
tois necesarios una. dos tres veces» (III, IV. 8 y 9); siempre debían utilizar-
se «los medios suaves y pacíficoís a los riguroistís y jurídicos».
Sin embargo, existió licencia para llevar la guerra a los indios caribes y
hacerlos esclavos a los que se cautivasen, debido a su belicosidad y en la
costumbre que tenían de comer carne humana, medida que, como otras,
permitió abusos pues la captura de esclavos se extendió a tribus a las que
se las tildó del mismtí vicio que a los caribes.
Las expediciones españolas en América se acometían con muy corto
número de hombres. El capitán Bernardo de Vargas Maehuca, explicaba
que 50 soldados «es número tan bastante en esta milicia como en la de
Italia. 200». Si bien la experiencia militar del conquistadoir en general no
era intensa, hacia uso de mejor armamento para «enfrentarse a...» gran-
des masas humanas. Además, los caballos y los perros fueron aliados va-
0i5(i5.
Las capitulaciones firmadas entre el jefe de la empresa descubridora o
su representante y la Corona, constituían los documentos legales esencia-
les. Pero río se refieren a la organizacioin militar. Esta falta justificó que al-
gunos jefes dictaran noirmas especiales, como las que dio Colón en 1494 en
la isla Isabela a Mosén Pedro Margarite, que enviaba a reconoicer la isla de
Cuba, o las Ordenanzas militares y civiles que dictó Cortés en Tlaxcala el
22 de diciembre de 1520 antes de iniciar el cerco de México.
Convenida la empresa. su titular estaba autorizado para efectuar el re-
clutamiento, para lo cual gozaba de facilidades. Pcroí ci esfuerzo económi-
FI régimen de tu guerra en la conquista de América 159

co era grande. La participación de la Corona en estos emprendimientos fue


escasa. El armamento de los buques y el alistamiento del personal dejaba
exhaustas las arcas de los conquistadores y con grandes deudas con los fi-
nancistas. Sólo lograban recuperarse si la aventura llegaba a buen fin y las
tierras reportaban beneficios.
El jefe de la expedición también debía sustentar y armar a la gente, pe-
ro podía contratar gente que participara a su propia costa y con sus armas,
recibiendo una parte más importante del botín.
El conquistador y sus capitanes, como jefes militares, representaban la
autoridad real en lajornada. intimaban a los indígenasyjuzgaban abs sol-
dados: decidían sobre las características de la expedición generalmente me-
diante consejos de guerra que tenían con los capitanes de mayor prestigio.
La coidicia debe unirse al sentimiento y búsqueda de gloria en estas em-
presas. 1 lernando de Soto militó en la conquista de Castilla del Oro y de Ni-
caragua, estaba en el Perú cuando la prisión del Inca donde se enriqueció al
punto que retornó a España con gran fortuna; sin embargo, volvió a las In-
dias para perder la vida. Hernán Cortés gastó en la expedición a México to-
do cuanto tenía, tanto en naves coimo en el alistamiento de la gente que le
acompañó. según cuenta en la carta primera. Diego de Almagro fracasó en
una expedición a Chile; pese a ello, según cuenta López de (Sámara, «perdoí-
nó más de cien mil ducados, rompiendo las obligaciones y conocimientos a los
que fueron con el al Chili». Pedro de Valdivia gozaba de buena renta prove-
niente de la encomienda del valle de la Canela, en Charcas; su ambición de
gloria le llevó a endeudarse con préstamos que pidió con dificultad para em-
prender la población de Chile. Alvar Núñez Cabeza de Vaca estuvo en la en-
trada de La Florida en 1527. vivió en prisión entre los indioís y logró fugarse
recorriendo extensos territorios desconocidos, como relata en los Naufragios;
regresó a España después de 10 años de penurias: pese a ello capituló para ir
al Río de la Plata. comprometiendo su fortuna en esta jornada.
Se ha coinsiderado a las fuerzas militares de Indias como milicia real,
pues el adelantado actuaba en nombre del Rey y utilizaba sus pendones, a
pesar que la gente era pagada en forma particular.
Se ha buscado sus antecedentes en los institutos militares medievales,
pero las milicias indianas se formaban y regulaban de acuerdo con las pe-
culiares características que ofrecía el Nuevoi Mundo; además, el soldado
conquistador podía trarísformarse en poblador. La realidad indica que las
normas militares de las Indias en el siglo xvi tienen autonomía y requieren
estudios especiales.

EL SOLDADO DE LA CONQUISTA
Sí bien se enrolaba para una empresa determinada, dividía su actividad
como militar y poblador, según dijimos. Pero la condición de hombre de ar-
160 Héctor José Tanzi

mas no se perdía. pues las leyes establecían que los vecinos estuviesen siem-
pre preparado>s para «la defensa, resistencia y castigo de los que trataren
de infestarlos» coin armas y caballos, según las posibilidades de cada uno.
Lois que recibían encomiendas debían tener «caballo, lanza, espada, y las
oítras armas ofensivas y defensivas que al goibernador de la tierra parecie-
ren ser necesarias (en Vi, IX, 4 y 8).
Las Ordenanzas de 1573 determinaban que los descubridores fuesen
hombres «aprobados en cristianidad, buena conciencia, celosos de la hon-
ra de l)ios, y servicio nuestro, amadores de la paz, y deseosos de la con-
versión de los indios, de forma que haya entera satisfacción de que no les
harán perjuicio en sus personas, ni bienes» (ordenanza XXVII, Recop., IX’,
1, 2). Pero estas normas, humanamente inspiradas, perdían vigencia en el
medio que les toicaba aplicarse por falta de control directoí y por la ausen-
cía de escrúpulos en los soldados.
La indiscipliíía y los excesos no faltaron. La crueldad contra el indio y
entre los mismos españoles, cuando las guerras los enfrentaban, fue gran-
de. Muchas injusticias debieron pasarse poir alto «por no matar hombres
donde valía unoí más que en otras partes mil», se decía en una carta anóni-
ma dc 1571. López de Gómara cuenta que un español de Balboa, que en-
toinces exploiraba el golfo de Uraba, se vengó de un jefe nativo que lo había
herido en una escaraniuza, cortándole «un brazo después de preso, sin que
nadie lo pudiese estorbar». Fama de cruel tuvo el maestro de campo Eran-
cisco de Carvajal, perteneciente a la milicia de Gonzalo) Pizarro. Diestro en
las cosas de la guerra por haber sido so>ldado en Italia. y codicioso y usur-
pado>r de haciendas ajenas. Agustín de Zárate en su «Historia del Perú»
cuenta que «mató mucha gente por causas muy livianas, y algunos sin nin-
guna culpa, salvo por parecerlo que coinvenía así para conservación de la
disciplina militar». Ruy Diaz de Guzmán en «La Argentina», relata que en
septiembre da 1537 cuandoí Juan de Salazar llegó a la recién fundada Bee-
nos Aires. se encontró con que Pedroí de Mendoiza había partido a España
~<yque el teniente que había dejado, estaba malquisto con los soldados por
ser de condición áspera. y muy riguros(i, tantoí que por una lechuga cortó a
unoí las oírejas. y a oítroí afrentó por un rábano, trataíído a los deniás con la
misma crueldad». Los actos de salvajismo podían llegar a extremos inaudi-
tos; vencido el Virrey Blanco Núñez Vela, llegó Gonzalo Pizarro a Lima con
su gente de armas y muchois vieron desde las ventanas de sus casas la en-
trada y el paso del ejército, y ocurrió que «en casa de un vecino miraba un
indio y un soidadoí areabuceroí de la gente de Pizarroí asertó con cl arcabuz
al indio> diciendo «que le acierto». y, disparando. dio) coin el indio muertoi en
tierra. Así diz que andan tan encarnizados en matar a hombres que noí heen
deferencia delIos a bestias» cuenta una Relación de 1571.
La soiberbia en bis soidadois, la severidad de los capitanes y los ínte re-
ses coniunes en el resultado económicc> de la empresa, fueron causa de nu-
merosas sublevacioínes. Fue necesarioí imponer una rígida disciplina, juntoí
1;! ngun en de la go «Ira en la con go istu <lo’ An 1 ético 16 1

con un procedimiento rápido y despiadado. No faltaro>n casos en que el pro>-


ceso tuvo pc>r fin ocultar las intenciones fal aces de los juzgadores, comoi
o,currió con el juicioi y la muerte de Balboa. que le impuso) el gobernadoir
Pedrarias Dávila.
Las traiciones y rebeliones también fueron juzgadas coin severidad. La
coínj ura del soíl da do Antoin ioi Vil 1 afa ñe, pian cada contra Cortés fue desba-
ratada. juzgada y resuelta cii una misma noche; la gravedad del caso, cuen-
ta Antonio Soil is. no daba «ti empoi de aguardar la madura i nq u isición de los
(érm i n 0)5 cid icial es... ViiI afa ñe... con fesó luego el dcii toi; coííí que se Íueron
estrechando bis términois según el estiioí militar, y se pro>nunció contra el
seiíte nci a cíe ni nerte. la cual se ej ecutó aquella misma noiche». 1am bién Ma-
gallanes fue enérgico> en deshacer un comploít para asesinarlo>, tramado es-
ta ndoí la flota en la bah la de San Julián; uno tle lts traidores fue descuart i —

zado. otro> apuña 1 adoí; o>t ros doís, en (re e líos un sace rdoíte, aba ndo>nadoís en
tierra patagónica. Nuño> dc Guzmán, invernaba luego de larga marcha en
región de los chichi mocas en la Nueva España, cuan do intentó amoíti n ár—
sele la gente, pero mandó aho>rcar a uncí de bis principales y el rumoir se soí-
se go.
Antonio de Herrera refiere que para impedir abusoís, el rey debió man-
dar que las sentencias de penas de muerte o mutilación de miembros, no se
cumpliesen hasta consuitarloi, so pena cíe pérdida de oficios y de la mitad
de los bienes de bis jueces que dispusiesen tales penas.
El en vio de sacerdotes, y la obligación que te u ían los coínq uistadoíres cíe
raerlois y tic aconsej arse con ci bis, mitigó la violencia de las guerras con-
Ira el iíídioí. Las guerras de Arauco en Chile. largas y sangrientas. fueron
impugnadas po>r el doiminico (iii González de San Nicolás, quien predica-
ba que los soldados y capitanes que la hacían irían clin fi erno>. Todavía a fi —

nes dc 1569 bis padres Íranciscano>s de Santiago exhortaban a no «hacer la


guerra a estos indios por los malos trataníientos que hasta aquí se les han
hecho y que la que se les hace es injusta» según recordaba Alonsoi de Gón-
goira Marmolejo>.
Las a ul oriclades i ncl i anas intentaban j ttsti ficar y docunie ntar lo>s moit -

vos de las guerras que se emprendían. En abril de 1574 cl virrey del Perú,
Fra nci seo> de Fol edo>, con vocó una junta en Ch uq tíisaca para que se cxiii —

clic ra sobre la justicia de la guerra q tic se le hacía a los i n ci ioís chi riguanois.
en ci Piicomayo> y que oíbstacuiizaban el canlinol del Paraguay. Los dictá-
me n es cíe los ni i cmb ros cíe la Aucí icrícia fue ron lavora libes: toda acción bé—
1 ica contra cst os ¡ ndioís era «lícita y ni uy necesaria». so>st uvieroin, pues se
rataba cíe gente cruel, i nclómi ta y que co>mía earn e human a. 1 nel usoí tín a
real orden del 20 dc mayo de 1584 autc>rizó la guerra «a sangre y fuego»>
co>ntra estois indios,
E u este ííri ííie r perío.ido, cuando la represión era solicitada pc>r las mts—
mas t ri Ii us co>n t ra o>t ras. el derecho> cíe guerra se t uvoí por justo. De esta ma-
iiera 1 os espa ño>l es. que n ornia 1 ¡rente eran de escaso u úmero>, iograron un
162 Héctor losé Tanzi

apoyo que íes permitió entrar en reinos tan poblados como los de México
y Perú. Otros pueblos indígenas fueron famosos por su valor y fidelidad a
los conquistadores, como los araucas de las Antillas. No faltaron los que
llegaban al español para pedirle apoíyo. Cuando Alonso de Alvarado, por
encargo de Francisco Pizarro>, llega a gobernar y pacificar las provincias oc-
cidentales del Perú, llamadas de los Chiachapoíyas, se encontró que bis in-
dios pacificados le pedían que dominara a oítros pueblos belicosos que los
atacaban y robaban. Este fue también el medio que usó Cortés para lograr
numerosas alianzas con los nativos. En la tercera carta de relación, cuenta
que los indios de Cuyoacán. «Vasallos de vuestra majestad, recibían daño
de los naturales de una provincia que se dice Guaxacaque, que íes facían
guerra porque eran nuestros amigos». Ruy Díaz de (iuzmán relata que por
1556 «llegaron a la ciudad de Asunción ciertos caciques principales de la
proivincia de Guairá a pedir al general Domingo> de Irala les diese soicoirro
contra sus enmigos los Tupíes de la costa del Brasil. que con continuos asal-
tos los molestaban y hacían muy graves daños y robos con favor y ayuda de
los portugueses de aquella costa, obligándole a ello el manifestarse vasa-
llo>s de SM. y que coinio tales debían ser amparados y favo>recidos».

LAS GUERRAS CIVILES

También fueron crueles los enfrentamientos entre españoles. que no


faltaron en el primer siglo de la conquista. Según el historiador Herrera, la
primer batalla entre españoles fue con gente de Colón y lo>s amotinadois al
mando de Francisko de Parras. Ningún suceso superó las guerras que aso-
laron ab Perú entre los Almagros, Pizarrois y leales. La batalla de Salinas
puso fin al primer momento de esta guerra civil entre Pizarro y Almagro>,
con la victoria del primero. Diego Almagro fue procesado y muerto.
La muerte por traición fue frecuente y así llegó la venganza de bis Al-
magro>. que dieron muerte a Pizarroí el Viejo en su morada de Lima.
Lois Almagro «se enfrentaron» a las fuerzas del nuevoí gobernador del
Perú, licenciado Vaca de Castro, enviado para pacificar la tierra; pero fue-
ron derrotados en la cruel batalla de Chupas «después... de la cual, el Ii-
cendiado mandó ahorcar, degollar o destorrar a los principales culpables.
Cuenta Cieza de León que degolló a tantos presos en el misnioí campo de
batalla, que llenó un foso de cuerpois.
Pero> no siempre el éxito coironó a bis representantes de la metrópoli.
El primer virrey del Perú. Blasco Núñez de Vela, que traía instrucciones
para aplicar las leyes dictadas entre 1542 y 1543. fue derroitado por (Son-
zabo Pizarro en Quitoí. mientras que su maestro Carvajal perseguía a las tro-
pas de Diego Centeno que en Cuzco se había levantado en favor del virrey.
Luego> fue enviado Pedro 1-a (Jasca para terminar con esta nueva rebelión,
quien venció a Jos partidarios de Pizarro en el valle de Naquixaguana. Adjuí
FI régimen tic la guerra en la conquiMa de América 163

también, después de la batalla, se hicieron procesos a Pizarro, a quien se le


coirtó la cabeza, a Carvajal que fue descuartizado y a varios capitanes que
fueron ahoircados.
En estas luchas ambos bandos invocaban bá representación real y gri-
taban su fidelidad al rey. Se buscaron argumentos para justificar la guerra
y la posición que asumía cada bando. En 1563 se dispuso que los gober-
nantes españoles en América debían utilizar buenos términos para atraer
a los rebeldes a la obediencia, pero en caso de no tener éxito podían «ha-
cer la guerra en forma que íes paresciere. y castigar como convenga» (Re-
cop.. lii. IV. 6).
Estas guerras «implicaban» enormes gastos y, cuando terminaban, era
necesario repartir a los soldados para evitar su mantenimiento y los fre-
cuentes actois de bandidaje que realizaban las gentes inactivas. La Gasea,
por ejemplo, debió emplear gran habilidad para ubicar los soldados de su
enorme ejército y mantener en paz y sosiego la región. Una de las formas
mas adecuadas fue realizar repartos de tierras, establecer encomiendas o
emprender nuevos descubrimientos con la gente de la guerra. Vaca de Cas-
tro y La Gasca enviaron muchos soldados a poblar el Tucumán. Gonzalo
Pizarro, «después» de vencer a Núñez de Vela, despidió a mucha gente en-
viándola a Quito con Benalcázar y a Chile con Valdivia.

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