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0cantar Del Mio Cid

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"Cantar del Mio Cid"

1) Contexto histórico, político y social

Hacia el siglo III comienza la decadencia progresiva de Roma y se ubica el inicio de la


Edad Media. Se considera Edad Media al período comprendido entre los siglos V (Caída
del Imperio Romano de Occidente) hasta el comienzo de los tiempos modernos, con el
Renacimiento (siglo XV).
En la Edad Media, las cortes estaban formadas por la familia real y comitiva integrada por
el clero y la nobleza. El lugar de residencia por excelencia eran los castillos, que con el
tiempo fueron perdiendo su significado puramente militar para convertirse en una
residencia palaciega.
Los cortesanos no sólo se diferenciaban de los plebeyos por telas lujosas y joyas que lucían
sino también por su lenguaje, sus gustos culinarios y sus costumbres. Se les suponía
adornados de virtudes tales como espíritu de servicio, lealtad, valor y coraje. Mientras que
sus defectos eran el orgullo y la soberbia.
La Edad Media se caracterizó por se un período donde se produjo una brusca ruptura en el
desarrollo cultural de Europa: no hubo realmente una verdadera maquinaria de gobierno, lo
cual propició la formación del régimen feudal. La única institución europea de carácter
universal fue la iglesia que convirtió a la sociedad en una comunidad espiritual de creyentes
cristianos, exiliados del Reino de Dios, que aguardaba en un mundo hostil el día de la
Salvación.

2) La Literatura Medieval: Los juglares.

La oralidad era un rasgo distintivo de la sociedad medieval. El sistema de los textos


concebidos para ser dichos (los cantares de gesta, los romances, géneros específicos de ese
período) entra en tensión con la paulatina consolidación de la estructura con la
diferenciación progresiva y el desarrollo posterior de las lenguas nacionales, van surgiendo
las literaturas de la lengua nativa. La oralidad domina la literatura y las relaciones sociales.
Recién a mediados del siglo XII comienza a generalizarse la escritura en la administración
pública. La transmisión oral supone la atribución de un poder vívido a la palabra de un
individuo que actúa (canta, recita o lee) ante un auditorio. Los textos se construían para ser
transmitidos en una situación cara a cara y esto les otorgaba ciertas particularidades en sus
procedimientos, que se manifiestan como los inicios de la oralidad.
Entre finales del siglo XI y principios del XIV, la literatura se practica apoyada en el
antiguo concepto griego de composición vocal. Los trovadores, pertenecientes a la región
de Provenza, son los primeros que hacen una literatura en lengua no latina. Emplean nuevas
formas, melodías y ritmos de la música popular. La tradición trovadoresca entronca la
caballeresca: nobles y reyes concebían el canto como una manifestación más de ese ideal.
Desarrollaban su arte en la corte y celebraban torneos o competiciones musicales, con
temas referidos al amor, la caballería, la religión, la guerra y la política. Contrataban
músico itinerantes, los juglares, para que interpretaran sus obras. Hacia el siglo XIII, los
clérigos recluidos en los monasterios comenzaron a producir poesía de tema religioso,
amoroso o legendario con propósitos moralizantes.
La edad media es el contexto más propicio para la épica –la cual construye un ideal de
patria en cuyos valores se reconoce la comunidad toda-, porque en ese periodo es cuando
comienzan a aparecer las lenguas vernáculas, es decir, los primeros rasgos de una cierta
idea de nacionalidad.
Además del épico, otro género propio del periodo es la poesía trovadoresca francesa. Se
originó en las cortes de los castillos, donde las señoras ocupaban una posición cada vez más
destacada y prestigiosa, a causa de la influencia al culto de la Virgen María, que modificó
en este aspecto la concepción de la mujer.
La veneración a la dama fue el tema principal de la poesía trovadoresca. El amor cortés
suponía una idealización de la dama, a quien el caballero rendía culto permanentemente, y
cuya perfección trataba de igualar para merecer ser correspondido.
Uno de los grandes autores medievales fue Dante, quien se preocupó por una cuestión
característica de la época: el uso del italiano, lengua vernácula, en lugar del latín, como
lengua de cultura.
Esto señala el rasgo central del periodo: la consolidación de la literatura está ligada al
problema de las lenguas nacionales y a la progresiva toma de conciencia de una escritura
considerada, semejante a la del artesano, zapatero, o panadero.

3) Análisis de la estructura del Mio Cid


El Cantar del Cid o Poema de Mio Cid es el primer documento conservado de la literatura
española. Es un poema épico escrito, según Menéndez Pidal, hacia el año 1140, y, según
otros autores más modernos, hacia 1200, es decir, bastante tiempo después de la muerte del
Cid y cuando su imagen estaba ya muy mitificada.
Aunque se desconoce su autor, Menéndez Pidal sostuvo la existencia de dos juglares
autores: uno más próximo a los hechos, con una visión realista de los mismos, y otro que
reformó el poema posteriormente añadiéndole los pocos episodios fantásticos que aparecen
en él.
Consta de 3.730 versos divididos en tres partes denominadas cantares: Cantar del destierro
del Cid, Cantar de las bodas de las hijas del Cid y Cantar de la afrenta de Corpes.
Los 3.730 versos se distribuyen en series asonantadas monorrimas de metro largo divididos
en dos hemistiquios por una cesura. La medida es variable y dominan los de catorce sílabas,
pero abundan los de nueve, diez, quince y veinte sílabas.
Predomina la narración. Hay poco dialogo para dar realismo a la narración. Uso del estilo
directo. Lenguaje sobrio, llano y precioso. Realismo. Alto valor histórico. Gran fidelidad
geográfica.
El género al que pertenece es la Épica, y el subgénero literario, los cantares de gesta

El autor, anónimo, nos presenta un Cid humano de carne y hueso, portador de los siguientes
valores:

• Capaz de hazañas extraordinarias, aunque éstas nunca se salen de las fuerzas humanas.
• El Cid está siempre dentro de lo real.
• Lealtad al soberano.
• Hondo espíritu religioso.
• Justicia en los vencidos.
• Aprecio a los suyos.

4) Resumen del argumento.

El Cantar de Mio Cid narra los hechos finales de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid
Campeador. Es la más antigua muestra conservada de la épica castellana y en ella suelen
distinguirse tres partes: el Cantar del destierro, el Cantar de las bodas y el Cantar de Corpes.

CANTAR DEL DESTIERRO

El Cid, que servía al rey Alfonso VI, fue atacado por el conde García Ordóñez, un gran
amigo del rey. El Cid no pudo dejar sin vengarse el ataque y venció al conde, insultando su
honor: le mesó la barba (le arrancó pelos de la barba). García Ordóñez se puso furioso y le
habló mal del Cid al rey. El rey desterró al Cid.
En este primer cantar se narra cómo el Cid marcha al destierro. Sale de Vivar y pasa por
Burgos, donde su sobrino Martín Antolínez consigue un préstamo de los judíos Raquel y
Vidas, por la entrega de dos arcas en las que creen que Rodrigo Díaz guarda sus tesoros,
pero que sólo contienen arena.
El Cid pasa por San Pedro de Cardeña para despedirse de su mujer, doña Jimena, y a sus
hijas, doña Elvira y doña Sol. Ya llega el momento de salir de su tierra. El Cid les habla a
sus hombres.
El Cid y sus hombres entran el reino moro de Toledo, un rey tributario del rey Alfonso. El
Cid va rumbo a Castejón mientras Álvar Fáñez y otros hombres pasan por Guadalajara. El
Cid llega a Castejón.
Álvar Fáñez vuelve de Guadalajara con la riqueza que ganó (ovejas, caballos, etc.). El Cid
comparte el tesoro con sus hombres. El Cid decide abandonar Castejón porque no quiere
ser atacado por el rey Alfonso (y Alfonso es amigo del rey de Toledo donde queda la
ciudad). Para mostrar su generosidad, el Cid libera a 200 moros que había cautivado.
El Cid decide ir a atacar Alcocer. El rey de Valencia, que controla Alcocer, manda un
ejército de 3.000 hombres para reconquistar la ciudad. Los moros cercan al Cid y le quitan
el agua. Los hombres del Cid quieren ir a la batalla, pero el Cid quiere consultar con sus
hombres.
Se preparan para el ataque y, al amanecer, el Cid manda que todos salgan a la batalla. El
Cid entrega su enseña (su bandera) a Pero Bermúdez para que la lleve.
Los hombres del Cid vencen a los moros y los persiguen hasta Calatayud. Los hombres del
Cid ganan mucho tesoro de la conquista y envían parte de su riqueza al rey Alfonso. El rey
acepta el regalo y proclama que los que quieran podrán juntarse con el Cid. Pero todavía
mantiene en efecto el destierro del Cid. El Cid continúa sus hazañas en Zaragoza y termina
por dominar el reino de Zaragoza. Hacia el final del cantar, el Cid decide ir a tierras bajo la
protección de Barcelona, pero el Conde de Barcelona se siente insultado y ataca al Cid. El
Cid vence al Conde y gana la espada, "Colada."
CANTAR DE LAS BODAS

El héroe se dirige a Valencia, a la que conquista. Todos sus hombres ya son muy ricos.
Como símbolo de su honor, el Cid dejó crecer su barba. El éxito del Cid causó que García
Ordóñez se pusiera envidioso y que los Infantes de Carrión se pusieran codiciosos. Éstos
pensaron casarse con las hijas del Cid.
El Cid envía un nuevo regalo al rey de Castilla y solicita que su mujer y sus hijas (doña
Elvira y doña Sol) puedan reunirse con él. Jimena y las hijas se reunieron con el Cid en
Valencia. Hubo más batallas y al Cid le gustó que su familia pudiera verle luchar. Puesto
que el Cid había ganado tanto, el Rey Alfonso perdonó al Cid y propuso el matrimonio
entre sus hijas y los Infantes. Al Cid no le gustó la idea pero aceptó con tal que el Rey se
tomara la responsabilidad por estos casamientos.
El cantar termina con los preparativos de las bodas.

CANTAR DE CORPES

Los Infantes se han casado con las hijas del Cid y viven con sus hombres. Un día, un león
que tenían se escapó de su jaula. El Cid duerme. Se produce un alboroto y el Cid se
despierta y finalmente lo mete en la jaula. Los infantes de Carrión son objeto de burla.
El rey de Marruecos ataca Valencia. Los hombres del Cid salen victoriosos, y el Cid gana
otra espada, Tizona (o Tizón). Pero los Infantes de Carrión otra vez prueban su cobardía. Se
sienten humillados y conciben un plan para vengarse del Cid y de sus hombres. Piden
permiso al Cid para llevar a sus mujeres a Carrión. El Cid se lo permite, pero también les
pide que pasen por tierras del rey Abengalbón para pedirle protección durante su viaje. Los
Infantes, codiciosos de la riqueza del moro, conspiran para matarlo. Afortunadamente se
descubre su plan y Abengalbón los deja. Llegan los Infantes al robledo de Corpes.
Mandan adelantarse a todos, y se quedan ellos solos con sus esposas; las desnudan y
maltratan, y las dejan abandonadas. Féliz Muñoz vuelve y las descubre y las lleva a San
Esteban de Gormaz. La noticia de tal abuso llega al rey y al Cid.
Álvar Fáñez y muchos hombres del Cid van a recoger a doña Elvira y doña Sol. La reunión
es emocionante. Todos vuelven a Valencia. El Cid recibe un mensaje diciéndole que están
cerca.
El Cid le pide justicia al rey. Puesto que el rey se tomó la responsabilidad por los
casamientos de las hijas del Cid, el rey comparte la deshonra de las acciones de los
Infantes. El rey reúne a todos en Toledo para resolver la situación. Los Infantes no quieren
ir, pero no pueden desobedecer al rey. Además de los de la familia de los Infantes, también
vienen jueces que decidirán el caso. Todos están menos el Cid; él los hace esperar su
llegada, quedando al otro lado del río Tajo en San Servando. Por fin el Cid, acompañado de
todos sus hombres fieles, decide entrar en Toledo. Pero no tienen mucha confianza: debajo
de su ropa elegante llevan sus armas y escudos. Sigue una larga descripción del Cid,
notando especialmente que lleva su barba recogido por un cordón para que nadie se la
toque. Llegan a la puerta de la ciudad.
El rey comienza el proceso, subrayando que habrá justicia. El Cid presenta tres demandas.
Los de Carrión hablan entre sí, decidiendo finalmente cumplir la demanda. Se le dan ambas
espadas al Cid. El Cid está muy alegre y, como expresión de su gratitud, le da Tizona a
Pero Bermúdez y Colada a Martín Antolínez.
Otra vez se decide la demanda a favor del Cid, pero los Infantes no tienen el dinero porque
ya lo han gastado. En vez de dinero, le ofrecen al Cid animales y otros bienes, y le piden
prestado el resto.
El Cid acusa a los Infantes de infamia y cobardía. Se levanta el conde García Ordóñez y él
y el Cid se lanzan palabras hostiles.
Se recuerdan las varias instancias de cobardía mostrada por los Infantes, incluso el episodio
del león. Pero Bermúdez termina por retar al Infante.
El Poema termina con la máxima gloria del Cid. Sus hijas serán reinas y el honor del Cid es
ya legendario. Los retos se cumplen tres a tres en tierras de Carrión. Naturalmente, los
hombres del Cid vencen a los de Carrión. El Cid y los suyos regresan a Valencia donde
termina la acción.

5) Análisis de la obra: “Cantar del Mío Cid” (CMC)

Siempre han existido héroes y siempre existirán. Los héroes o superhombres están
relacionados íntimamente con los pueblos que los crean o les dan vida porque reflejan sus
valores y virtudes, sus prejuicios y temores, incluso aquello que quieren ser.
El Cid, el que en buena hora nació, es mucho más que el héroe de una nación. Se diferencia
bastante de los héroes corrientes tanto en la mesura como en su edad. El Cantar de Mio Cid
no cuenta las correrías de un joven que se hace hombre; la historia comienza con un
hombre ya grande con una vida hecha. Pero ésa no es la única diferencia. No es un seductor
nato, como la mayoría de los héroes, no conoce a su amada durante sus aventuras ni la gana
como prenda. Ya está casado con Jimena y sorprende descubrirlo como hombre de familia
y fiel vasallo, aún después de un destierro injusto. Es fuerte, valiente, astuto, pero lo
característico de Rodrigo Díaz de Vivar es ser un héroe maduro. Madurez que demuestra
durante una serie de pruebas que debe superar desde el destierro y que, finalmente, lo
consagrará como el héroe por excelencia.
El Cid supera cinco pruebas, que no son explícitas, como en otras historias en las que el
caballero debe superar determinados obstáculos para llegar a su amada o elegir el cofre
correcto. Aquí las pruebas están destinadas al carácter del hombre y la última de ellas es la
más difícil. Por supuesto, el Cid la supera fácilmente. Es un hombre noble y sólo los
hombres nobles salen ilesos de la prueba que les da sentido a todas las demás, la prueba de
la madurez: la renuncia.
I. El destierro
El poema comienza con el destierro del Cid como consecuencia de las insidias con que su
enemigo, el conde García Ordoñez, lo ha enfrentado con el rey. Ya desde los primeros
versos del CMC, la perspectiva del héroe no es nada favorable. La situación inicial no es
otra cosa que un mundo trastocado, un mundo al revés. El héroe, tratado como un
malhechor, es obligado a dejar lo que más ama: su tierra, su querida Castilla, y a alejarse de
su familia, su casa, sus bienes. El Cid no entra en escena victorioso y triunfante, sino con
sus desgracias y miserias: el destierro injusto impuesto por el rey don Alfonso.
A partir de ese momento comienza una larga lucha por recuperar lo suyo. El destierro hará
de él un aventurero pero con un fuerte sentido de las obligaciones sociales: sigue fiel a su
señor, combate contra los moros —enemigos del reino— y reafirma así su condición de
vasallo y héroe.
El Cid parte pobre, acompañado por unos pocos, sólo sesenta lanzas, para ganarse la vida
entre los pequeños estados árabes de Aragón. No sabe si conseguirá alguna vez el perdón
de su rey.
A medida que su fama aumenta, más hombres lo acompañan, lo abandonan todo y se unen
a su ejército. Su mesnada o banda feudal aumenta cuando gente de Castilla se les une. El
Cid hace todas sus campañas en calidad de vasallo del rey Alfonso, y a él ofrece sus
victorias; sólo le pide que le permita reunirse de nuevo con su mujer e hijas.

Los regalos del Cid al rey Alfonso

El Cid envía tres embajadas al rey Alfonso y cada una gana un poco más de terreno hacia la
reconciliación de señor y vasallo. El corazón del rey se conmueve poco a poco hasta que se
da cuenta de su mala actitud para con su fiel Rodrigo. El Cid reconoce el destierro como
una obra de sus enemigos; no ve maldad en su señor, acepta con dolor que se ha
equivocado, pero porque es un buen señor (a pesar de todo), y él, buen vasallo, sigue fiel a
él. Aquí aparece el valor germánico de la lealtad al jefe.
Estas embajadas obtienen resultados parciales. En la primera, quien recibe el perdón real es
Minaya, quien además recupera sus tierras y honores y el permiso para ir y volver cuantas
veces quiera. El Cid recibe indirectamente el perdón a través de su brazo derecho, su mejor
y más caro amigo. En la segunda, el rey asombrado se santigua frente a los regalos y las
hazañas del Cid. Permite, por pedido de Minaya, que esposa e hijas de aquél puedan salir
del monasterio en que habían quedado para encontrarse con el Campeador. En esta ocasión,
recibe el perdón a través de su familia. En la tercera y última embajada, la absolución se
hace efectiva. Vemos, por lo tanto, una evolución del perdón real desde las personas que
rodean al Cid hasta llegar a él mismo: amigo, familia, Cid.

• Primera embajada: El Cid emprende acciones bélicas contra los moros. Del rico botín que
obtiene en Alcocer se deriva el primer acto de acatamiento para con el rey, a quien le envía
el don de treinta caballos.
• Segunda embajada : Después de tres años de duro batallar con los infieles, el Cid
conquista Valencia, la más rica de las ciudades sobre el Mediterráneo. Envía entonces una
segunda embajada a Alfonso VI, con nuevos y valiosos regalos.
• Tercera embajada: Alfonso, al recibir esta tercera embajada, decide perdonarlo y lo
convoca a orillas del Tajo, donde sucede el solemne perdón real. Éste es el fruto de un lento
proceso, que ha durado años.

Salir de Castilla significa para el Cid valerse por sí mismo sin la protección de su señor.
Demuestra ampliamente que puede vivir sin servir a un señor, pero en ningún momento se
le ocurre ser infiel. Alfonso VI, al desterrar al Cid, ha roto los lazos de vasallaje, que
implican protección y fidelidad mutuas. Menéndez Pidal dice al respecto:

“[el Cid] no combate al rey que lo desterró, sino que se impone un absoluto respeto a su
señor natural, es decir, renuncia a los derechos personales que las leyes concedían al
desterrado, renuncia a la hazaña heroica de rebeldía, en obsequio a las instituciones sociales
y políticas que rigen el reino de donde sale despedido.”

El inculpado podía combatir, incluso, contra su rey. El Cid renuncia a este derecho. Desde
el comienzo vemos la evolución que se opera en el personaje:

Estado inicial Estado final


Parte pobre. Vuelve rico.
Parte como simple infanzón. Vuelve señor de Valencia.
Parte con sesenta caballeros Vuelve con todo un
y algunos peones más. ejército.
Parte con el honor manchado. Recupera su honor.

Sin embargo, sólo nosotros como lectores advertimos esta evolución tan radical en el CMC,
desde un principio con un orden turbado hasta un final con un orden restablecido. Debemos
recordar que el CMC estaba hecho para ser recitado y no leído. Nosotros abordamos el
texto desde otra perspectiva puesto que podemos volver una y otra vez sobre el mismo
episodio que nos gusta o sobre el que no entendemos. Sin embargo, el destinatario original
del CMC no contaba con estas ventajas, su perspectiva era diferente. El juglar recitaba la
historia y el oyente sólo podía dedicar toda su atención a lo que escuchaba. No había
repetición, no había vuelta de página, no había intimidad con el texto. Sí había una frescura
y vitalidad que ahora nos cuesta descubrir.
Podemos leer la historia sin saber quién era el Cid, en cuyo caso veremos una directriz del
caos al orden. Pero, para los oyentes había una historia y una prehistoria del personaje, que
ya era un héroe antes de comenzado el relato. Un siglo después de la existencia del
verdadero Cid, los hombres y mujeres que integraban el auditorio del juglar tenían
conocimiento de la vida del Cid previa al destierro, y advertían con toda su intensidad el
dramatismo del principio del CMC. Ellos ya sabían que el desterrado de Castilla tenía en su
haber innumerables hazañas y victorias, y que años atrás había vencido a aquel mismo rey
Alfonso que ahora lo expulsaba de los límites de sus reinos, pero el lector moderno puede o
no saberlo, en cuyo caso verá el destierro injusto de un buen hombre y su gran
metamorfosis desde que deja Castilla hasta el final de la historia.
Sea quien fuere el hombre que se enfrenta al CMC, produzca el destierro mayor o menor
impacto al hombre medieval o al moderno, el valor de éste es el mismo. Es una mancha al
honor del Cid, es una injusticia, que nuestro Campeador sabe revertir y derrotar con
valentía.

II. La pobreza

En la segunda prueba, el Cid debe demostrar su astucia para salir de apuros. Sin dinero al
comienzo del destierro, el Campeador debe aplicar un ardid para subsistir y para ello acude
al consejo de Martín Antolínez.
El Cid se propone excitar la codicia de los prestamistas burgaleses, Raquel y Vidas, a causa
de su pobreza y logra obtener un préstamo. Pero el Cid, creyente y temeroso de Dios, sabe
que está obrando mal a costa de otros. Para él, hacer uso de su astucia es sólo un último
recurso para subsistir, por eso quiere que lleven ese supuesto haber de noche, para evitar un
escándalo. De esta acción pueden ser testigos el Criador y sus santos sin que se
escandalicen, porque, a diferencia de los cristianos, entienden la situación de apuro del Cid
y cómo la necesidad justifica la trampa a la que recurre. La mala treta surge dolorosamente
en el ánimo del héroe como único recurso posible en el desamparo y pobreza que padece.
Más tarde Minaya, en nombre del Cid, les promete a los judíos buen pago de la deuda.

III. El equipo

Para todo caballero que se precie de tal, las armas y el caballo son lo más valioso. A veces
espada y caballo son tan importantes que sus nombres alcanzan igual fama que el caballero
mismo.
El Cid sale de Burgos armado pero sin un equipo que le sea propio, sin que sea digno del
Cid. El equipo de un caballero debe tener un valor afectivo, ya sea porque lo heredó de su
señor, de su padre, de un amigo, o porque lo ganó en batalla. En el caso del Cid, forman su
equipo la Tizona, la Colada y Babieca pero, contrariamente a las costumbres vasalláticas, el
equipo de guerra de Rodrigo Díaz de Vivar no se lo da su señor sino que es producto de su
valentía en batalla.
Se da la personalización de la espada puesto que éstas tienen su nombre propio, recurso que
las transforma en dos personajes más. La primera que gana es Colada.
Ambas espadas tienen un significado oculto que se refiere a la situación del Cid, la interna
y la externa. La situación interna es todo aquello que sufre el Cid por causa de otros; la
externa es todo aquello que el Cid causa en los demás.

• Tizona: En el CMC se la nombra como Tizón, cuyo significado es mancha, borrón en la


fama o reputación. Representa la situación interna del Campeador porque dos veces
manchan su fama u honor: el destierro injusto cometido por el rey, la afrenta de Corpes
cometida por los infantes de Carrión.
• Colada: También se la llama Coládal. Significa pagar de una vez las malas acciones
hechas en distintas ocasiones por quien no quiso enmendarse jamás. Representa la situación
externa del Campeador. Los infantes de Carrión no quisieron enmendarse y recibieron
como castigo una doble humillación: la del león, momento en el que demuestran su
cobardía, y luego en el juicio (durante el cual pierden ambas espadas, pierden las riquezas,
regalo del Cid, y pierden a sus esposas) son vencidos por Pedro Bermúdez y Martín
Antolínez.

No hay caballero sin caballo. En guerras y batallas, hombre y caballo son uno solo. Sólo
Babieca es digno del Cid, es un caballo extraordinario que todos quisieran tener y, como a
las espadas, el Cid obtiene a Babieca como parte del botín. En este caso, se lo gana al rey
de Sevilla.

IV. La fiera

La cuarta prueba en el esquema del héroe es enfrentar a la fiera. En el CMC, la fiera se trata
de un animal salvaje, un león que ha escapado de su jaula. No se entiende demasiado qué
hace un león allí en Valencia y parece un episodio sin importancia, pero será
importantísimo para los infantes de Carrión y para su posterior venganza de las hijas del
Cid. Es el primer episodio del Cantar Tercero y desencadena todas las acciones del último
cantar. El Cid duerme y la fiera se libera; todos temen y llaman a su señor. El temor
desmedido de los infantes provoca risa y hace de ésta una escena tragicómica. Trágica por
sus consecuencias, cómica por la ridiculización de los infantes.
La figura del Cid se hace más poderosa aquí. El Cid duerme y el mundo se desmorona, se
hace peligroso, temible. Sólo basta que él despierte para que domine el desorden. Hay casi
un poder sobrenatural en él cuando el león le teme y cuando con docilidad se deja llevar
hasta su jaula. Se da una inversión del mundo una vez más: la bestia no es temida por el
Cid, el Cid es temido por la bestia.
Por otra parte, si vemos el león como un símbolo, podemos ver en él un símbolo de poder y
realeza. El verdadero personaje que representa el poder en el CMC es el rey Alfonso. Su
poder se demuestra desde el primer Cantar cuando Rodrigo es desterrado. En esta cuarta
prueba, el león se libera y todos le temen y luego se vuelve dócil ante el Cid. Lo mismo
ocurre cuando al principio del CMC el poder del rey se libera y afecta a todos de tal manera
que le temen. Y más tarde la docilidad del león se ve cuando el rey, finalmente, cede ante la
valentía y la verdadera amistad del Cid.
V. La renuncia

Última prueba del héroe y final del camino. Como vimos en la primera parte, el Cid se hace
a sí mismo desde el destierro, modifica su status social y se hace señor de Valencia. Pero
luego de llegar tan alto, el héroe debe estar dispuesto a renunciar a mucho de lo que logró
—si no a todo—, tal vez a las cosas que más quiere. Para el héroe maduro, la renuncia es
una reacción natural, ya es parte suya. Si no lo hace, llenará su alma la desmesura y para el
héroe inmaduro puede resultar la ruina.
En el CMC, Rodrigo renuncia a algunos de sus derechos (a su parte del botín, a la venganza
privada) y a sus pertenencias más queridas (espadas y caballo). Estos dos tipos de renuncias
terminan por consagrarlo como héroe maduro.
Renuncias a derechos:

• Al botín

Renuncias del Cid Perdón del rey Alfonso


1/5 del botín para Minaya. Minaya.
Dinero para la familia. La familia del Cid.
Parte del botín para el obispo. El Cid.

• A la venganza privada

La mancha al honor infligida al Cid por los infantes de Carrión podría haber sido vengada
por mano propia. Sin embargo él decide no hacerlo, rechaza la venganza de sangre y
resuelve la situación mediante una corte: es un héroe pacífico. Confía en la ayuda de Dios y
en que la justicia se hará cargo de los traidores.
Menéndez Pidal afirma que "al confiar así su venganza a la corte regia, el Cid poemático
renuncia al mayor brillo de su personalidad, que resultaría de una acción directa contra sus
enemigos". El poema desecha la venganza privada y le da lugar a la justicia pública, a una
reparación legal, un duelo judicial en el que el Cid tampoco interviene, pero que le
devuelve el honor.

• Renuncias a pertenencias de valor afectivo

El equipo del Cid tiene un valor afectivo que lo une a él. Entrega dos veces sus espadas
preciadas y una vez a Babieca. Espadas y caballo pasan a manos queridas por él: yernos y
amigos, en el caso de las espadas, y el mismo rey, en el caso de Babieca. Más tarde sufrirá
por haberles dado a los infantes de Carrión espadas tan valiosas.

• A las espadas: La entrega de las espadas a los infantes de Carrión es muy importante para
el Cid. En el mismo discurso los llama "hijos", en cuyo caso la ofensa posterior será mucho
más grave. Tan importantes son que entre lo que reclama en el juicio lo primero que
recupera son las espadas.
La segunda vez que renuncia a las espadas es durante ese mismo juicio. Le entrega Tizón a
don Pedro, y Colada, a Martín Antolínez. Ambas sirven a sus vasallos para vengar el honor
de su señor y, según propias palabras del Cid, cada espada "mejora en señor".

• A Babieca: Única renuncia a su caballo, sólo podía ser en favor del rey, pero éste rechaza
a Babieca, poniendo en relieve que Babieca está hecho para el Cid y sólo él puede
montarlo. De su equipo, el Cid sólo conserva a Babieca.

6) Conclusión.
El punto 5, analizamos un esquema compuesto por cinco pruebas (destierro, pobreza,
equipo, fiera, renuncia), que podríamos definir como un ciclo. Cada desafío apunta a una
virtud o un aspecto del carácter del Cid: el destierro, a la fortaleza y obediencia; la pobreza,
a la astucia; el equipo, a la bravura en batalla; la fiera, a su casi poder sobrehumano, la
renuncia, a su mesura.
El héroe avanza a medida que supera las pruebas pero al llegar al final, a la cumbre, debe
ser capaz de devolverle al mundo lo que éste le dio. Si puede hacerlo, nada le será quitado.
El cosmos del Cid, el universo del Cid está formado por un sistema de dar y recibir. Por
eso, a mayor renuncia, mayor recompensa. Y el Cid tuvo esa recompensa: se convierte en
señor de Valencia, casa a sus hijas con buenos hombres, afianza su amistad con el rey y con
los amigos de siempre que lo acompañaron en su destierro. Al final de la historia, ese
cosmos que tan adverso parecía al principio, le sonríe.

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