SOS
SOS
SOS
—¡No desesperes, amigo! ¡Ya voy a alcanzar lo alto del risco para lanzarte el cabo!
Ese fin de semana, todo hacía presagiar dos jornadas de mágicos ascensos a la cumbre Fischer.
Los escaladores sabían cada movimiento y así no perder el ritmo del grupo. Pero la naturaleza
suele sorprender al más experto. Las rocas quiebran en el momento menos esperado. Aquel
día no fue la excepción. El equipo de rescate no demoró en asistir.
—¡Dime tu nombre! ¡No pierdas estabilidad! ¡El viento puede golpear con furia!
—¡Soy Héctor! ¡Estoy sobre la senda angosta! ¡No tengo muchos puntos de agarre!
—¡Sobre tu posición, hay material frágil por caer! ¡Deberás moverte hacia tu derecha! —lo
prevenía ante lo inevitable.
El rescatista designado a liderar la operación solía ser de los mejores en el oficio. Nunca pudo
olvidar aquella trágica noche de Navidad, hace diez años. El amigo cayó al vacío mientras lo
sujetaba de la mano al subirlo a la escotilla del carguero. Fue largo el tiempo de terapia. De esa
manera, pudo superar el traumático suceso.
—¡Si lo haces bien, podrás cenar con tus compañeros de andanzas! —le daba optimismo,
conociendo lo difícil de la maniobra.
—¡Mi esposa e hijo deben estar muy preocupados! ¡Si salgo de ésta, la cena será en familia!
Un dron sobrevoló la posición, pudiendo comprobar que todo el entorno rocoso estaba muy
comprometido. Ningún helicóptero podía operar en el sitio, en esa situación. El rescatador
debía tomar arriesgadas decisiones. Determinó desprenderse de la línea de agarre, soltando
los mosquetones del arnés. Ató la cuerda a la cintura, trepando por el acantilado. Las manos
encalladas no sentían el esfuerzo.
Con cada paso, caían trozos de la vereda transitada. El viento comenzaba a soplar, intentando
tirarlo. Al mirar el lugar donde poner cada pie, al apoyarlo, cerraba los ojos. No solía ser
creyente, pero imploraba, en silencio, ayuda. Varias veces trepó aquella montaña, ahora, ella
lo quería lanzar al precipicio.
Mientras tanto, por encima de su ubicación, Lorens aprontaba, firme, la base, anclando varias
estacas de hierro alrededor.
—¡Desde aquí no puedo verte! ¡Lanzaré las dos sogas con poleas de arrastre! ¡Dime cuando
logres alcanzarlas!
Ya no respondía a las directivas del socorrista. El lento y tortuoso recorrido requería de toda la
concentración posible. La angostura al frente resultó ser más amplia al resto del camino; eso
hacía más fácil la movilidad.
—¡Ya enganché las líneas al equipo! ¡Dime, ¿cuál es tu nombre?! —le preguntó al salvador, sin
saber aún la situación a enfrentar.
—¡Lorens Mortimer!
—¡¿Eres el rescatista que intentó auxiliar a Larry Wilson?! ¡Fue la noticia muy divulgada por los
medios!
—¡Ese mismo! ¡Pero no temas! ¡No pasará contigo! —lo dijo sin intención de atemorizar a la
víctima.
—¡Mi profesión es la psicología! ¡He tratado a varias personas con antecedentes similares y
han superado sus miedos!... No eres la excepción.
»¡Ya están sujetas las cuerdas al anclaje! ¡El malacate te elevará hasta la parada horizontal!
¡Desde allí, te subiré a mi posición!
Ambos estaban dispuestos a continuar con el plan, sin recordar los malos trances. La charla los
hacía más afines para no pensar en lo arriesgado del procedimiento.
Una muda e improvisada plegaria, de los dos, los unió más. Preferían el silencio, mientras la
soga comenzaba a traccionar en ascenso. Los trozos del muro caían por cada centímetro
recorrido. La primera etapa tardó una eternidad. El terapeuta pudo pisar la amplia plataforma
granítica.
Era momento de dar el último paso hacia la salida. Los pitones estaban dispuestos en línea,
cada dos metros. La piolet sería de gran ayuda, si no lastimaba las grietas. No tenía otra
opción.
—Guiaré las poleas y así poder facilitar la subida. Te ayudaré como contrapeso.
—¡Venga, lo prometido!
—Ahora, la cuerda nos llevará al camino de descenso. Muévete hacia adelante; te seguiré
atrás.
Al desprenderse del último mosquetón, el coloso pétreo desmoronó por completo la cornisa.
El salto de Héctor lo posicionó en la parte más sólida. El socorrista, colgando del borde, no
tenía lugar donde asirse. La mano del rescatado se asomó para agarrarlo.
—¡No estás en condiciones! ¡Sube! ¡Alcanza la vereda! ¡Ya llegó mi hora! ¡Larry me está
llamando! ¡Hoy coronaremos las nubes!