Libro - Subjetividades
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ISBN: 978-607-8693-05-4
PRESENTACIÓN 7
CAPÍTULO I. CUERPECITOS 11
REFERENCIAS 153
COMITÉ CIENTÍFICO EX PROFESO 159
PRESENTACIÓN
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Hugo César Moreno Hernández
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
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CAPÍTULO I. CUERPECITOS
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Hugo César Moreno Hernández
más que a fuerzas puestas en relación por el azar. La voluntad de poder comprende al
azar en su centro, sólo ella es capaz de afirmar todo el azar (Deleuze, 2002, pp. 77-78).
La voluntad de poder hace diferencia en la relación. Una voluntad de poder, con sus
fuerzas en relación, en tensión, domina o es dominada, es decir, se enlaza con otra como
dominante o dominada. Ahí, el lazo social se crea a partir de una conexión. El lazo es
móvil, cambiante, en tensión permanente, lo que le permite mutar según se relacionen
las fuerzas pero sin trazar u organizar un derrotero único, un camino dirigido. En ese
sentido, el lazo social plástico no genera jerarquías sociales, acaso la superioridad de las
fuerzas activas, que activan y crean y es en la creación que devienen otras. Esto siempre
implicando al azar. El azar es dibujo de explosión. El sujeto así relacionado, así atado,
es un sujeto explosivo, como la vida en sentido nietzscheano. No converge dentro de sí,
sino fuera de sí en una relación de fuerzas, en una relación voluntariosa donde el poder,
en el sentido spinoziano, es tanto para afectar como ser afectado.
El lazo social, pensado desde la voluntad de poder, brinda la imagen de una sociedad,
hasta cierto punto, “organizada” a partir de las cualidades y cantidades de fuerza, pero
relacionada por la voluntad de poder: las fuerzas reactivas o dominadas se colocan en
dicha posición por voluntad, como ejercicio de su voluntad de poder. Según su cualidad,
activa o reactiva, las fuerzas se colocarán en posición y su acción, afirmativa o negativa.
Así pues, el des(orden) explosivo del lazo social fincado por la relación de fuerzas
activas (una voluntad de poder afirmativa, placentera y que llega hasta el final de lo que
puede), supone un estadio casi mítico del lazo social. Un invento genealógico, pensar
lo humano como relación de dominaciones, relaciones de poder donde se goza, abierta
y afirmativamente, con el ejercicio de poder, pero que también observa una relación
directa entre las fuerzas activas y reactivas, con la posibilidad de hallar, en la relación,
el elemento que desea ser dominado. Ahí está la tensión en esa forma del lazo social.
No se consolida la verticalidad de la relación, aunque tampoco sucede la horizontalidad.
El eje es móvil, ni vertical, ni horizontal, sino una serie de giros transversales donde los
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Desde entonces, la fuerza reactiva es: 1.º fuerza utilitaria, de adaptación y de limitación
parcial; 2.º fuerza que separa la fuerza activa de lo que ésta puede, que niega la fuerza
activa (triunfo de los débiles o de los esclavos); 3.º fuerza separada de lo que puede, que
se niega a sí misma o se vuelve contra sí misma (reino de los débiles o de los esclavos).
Y, paralelamente, la fuerza activa es: l.º fuerza plástica, dominarte y subyugante; 2.º
fuerza que va hasta el final de lo que puede; 3.º fuerza que afirma su diferencia, que
hace de su diferencia un objeto de placer y de afirmación. Las fuerzas sólo estarán
determinadas concreta y completamente si se tienen en cuenta estas tres parejas de
caracteres a la vez. (Deleuze, 2002, p. 89)
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vivir según su talante. Lo que habría que entender, y según la explicación de Foucault
en Vigilar y Castigar (2001), es que esta capacidad de matar y dejar vivir no era una
presencia, sino una ubicación realizada por el sujeto (súbdito) con respecto a quién le
debe o no la vida. El juego interesante está, por tanto, en la deuda ¿por qué el súbdito le
debe la vida al soberano? Porque éste evitó su asesinato a la vez que evitó se convirtiera
en un asesino, se ató a él al despojarse del derecho natural de matar, que no es ley, ni
norma, no está en la jurisprudencia, sino en la naturaleza maldita de lo humano, esa
naturaleza que debe apropiarse de lo exterior para reconocer un interior y así ligarse a
los otros sujetos mediante el Sujeto Soberano al cual todos están atados por sujeción,
por sometimiento a, en sentido negativo, la vida. Es el movimiento inmunitario descrito
por Esposito, es decir, la huida de la muerte campeando lo común: la igualdad, todos son
iguales en la medida en que cualquiera, cualsea, puede asesinar y ser asesinado. Miedo
a la muerte.
Están unidos por el deseo común de dañarse uno a otro, puesto que apuntan a la misma
meta, el poder. Pero, como el poder sólo puede medirse en relación con la impotencia
ajena, todos convergen en el perjuicio reciproco […] Se encuentran en el combate, se
relacionan en la violencia, se enfrentan a través de la muerte. (Esposito, 2007, p. 63)
No es casualidad que Hobbes vea en la guerra –no necesariamente librada, pero siempre
latente- la «condición» misma, el «tiempo» del género humano, respecto del cual la
paz no es sino una excepción, un paréntesis, «un contratiempo». Esto quiere decir que
la relación que une a los hombres no es la de amigo y enemigo, ni de enemigo y amigo,
sino de enemigo y enemigo, dado que cada amistad temporaria es un instrumento para
la gestión del único vínculo social posible, es decir, el de enemistad. (Esposito, 2007,
p. 64)
Entonces habrá que separarse de lo que se puede, es decir, de matar, de poder matar, no
de querer matar, sino de realizarlo. Si bien, las voluntades son impelidas a matar porque
las otras están igualmente voluntariosas para hacerlo, en el miedo se origina el freno, la
separación con lo que se puede. Pero no hay garantías. Es preciso surja una voluntad por
encima de todas, impuesta por todas, capaz de separar, de desunir para asegurar la vida
y disminuir el miedo, pues el miedo nunca se elimina, se organiza, se usa, se administra.
En el estado de naturaleza nadie tiene la fuerza para separarse, para desligarse del otro.
La tensión une y “si la relación entre los hombres es de por sí destructiva, la única salida
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Sólo disociándose pueden los individuos evitar un contacto mortal. Este es el más
extremo significado «etimológico» que se debe atribuir al absolutismo hobbesiano: un
principio de liberación de todo lo que está aún «ligado», de cualquier vínculo distinto
de la disociación misma. (Esposito, 2007, p. 65)
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Vinculo de «no relación». Así debe entenderse la prohibición –que Hobbes considera
irrenunciable para el funcionamiento de su modelo- de cualquier asociación dentro del
Estado: no sólo amenazaría su poder soberano, sino que constituiría su negación lógica,
desde el momento que la soberanía coincide con la disociación […] el Estado es la des-
socialización del vínculo comunitario […] el Leviatán no solamente «se asemeja a una
creación a partir de la nada», sino que también crea la nada. Súbditos –de semejante
soberano- son precisamente aquellos que no tienen nada en común, desde que todo ha
sido dividido entre lo «mío» y lo «tuyo»: una partición en la que nada se comparte.
(Esposito, 2007, p. 66)
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CAPÍTULO II. EL GRAN SOBERANO
Es hasta que aparece la teoría política de Hobbes que el contractualismo toma papel
central en la explicación sobre la creación del Estado. Hobbes rechaza la concepción
aristotélica donde se supone una naturalidad en su conformación. La cadena naturalizante
de lo humano, del zoon politikón, mediante la consecuencia familia-aldea-Ciudad. No
es, en Hobbes, la virtud natural lo que constituye al Estado. Éste se edifica mediante
una reconstrucción histórica sobre cómo la humanidad va pasando de formas primitivas
hasta llegar a la “sociedad perfecta” que es el Estado.
En principio, Hobbes lo identifica como una creación humana, como un invento,
no como un resultado natural. “Gracias al arte se crea ese gran Leviatán que llamamos
república o Estado que no es sino un hombre artificial, aunque de mayor estatura y
robustez que el natural para cuya protección y defensa fue instituido; y en el cual la
soberanía es un alma artificial que da vida y movimiento al cuerpo entero...” (Hobbes,
2003, p. 3). Esa “alma artificial” es la nada de que habla Esposito. La nada que se llena
con diminutas naderías asustadas. En comunidad, en igualdad natural asesina, criminal.
La intención filosófica de Hobbes es la de sustentar la filosofía moral y/o política
sobre una base científica para así contribuir a la disolución, por un lado, de la miríada
de absurdos que plagaban el pensamiento filosófico de su época, por otro, su propósito
político central, no ya como pensador, sino como personaje con capacidades de
incidencia en la vida política de la Inglaterra del momento (como su propia obra cumbre
lo consigna) es el de contribuir para el establecimiento de la paz cívica. Es la paz, como
bien consigna Foucault en Defender la Sociedad, lo que interesa a Hobbes. La guerra,
como ya se señaló antes, es una latencia, carácter intrínseco de lo humano maldito, su
naturaleza, la cual debe ser erradicada para su salvación. Lo humano se salvaría de sí
en la medida de su negación. Es un no poder estar juntos si se pretende sobrevivir, si
se quiere vivir. Separación de lo que se puede: matar. División en cuanto propiedad, en
cuanto discernimiento de lo “mío”, lo “tuyo”, es decir, de lo impropio. “Esa división,
precisamente, es la que «inmuniza» contra el riesgo de muerte que contiene la comunidad,
de acuerdo con la oposición contrastiva entre immunitas y communitas que organiza
todo el proyecto moderno” (Esposito, 2007, p. 67). Para esto, Hobbes adopta el modelo
de la ciencia demostrativa para explicar la conformación del Estado. Toma como punto
de partida axiomas, verdades incuestionables, para desarrollar teoremas. La importancia
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No sólo, entonces, no coincide el contrato con el don, ni deriva de este, sino que
es la más directa negación del don: el paso del plano comunitario de la gratitud –
que según Hobbes, el hombre «moderno» no puede sostener- al de una ley que se ha
sustraído a toda forma de munus. Una ley destructora de ese cum al que el munus está
semánticamente orientado en la figura de la communitas. El intercambio soberano
entre protección y obediencia responde a esta potencia disolvente: conservar a los
individuos mediante la aniquilación de todo vínculo entre ellos. (Ibíd., p. 68)
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Pero ¿por qué necesita el Estado de esas prerrogativas que le confieren el total poder?
¿Por qué el Estado debe ser la totalidad del poder, sin posibilidad de transmitirlo o
dividirlo? Para brindar seguridad, para evitar recaídas al estado de naturaleza y, por
ende, en el estado de guerra, el poder del soberano debe ser absoluto. El estado debe
ser invariable en su núcleo, el poder debe ser ejercido por uno sobre todos, de manera
que se regulen las pasiones humanas. Sin embargo, más allá de la teoría, Hobbes trata
de establecer una lógica sobre la legitimidad del poder, es decir, trata de descubrir los
peligros en los que se caerá si se cuestionan los fundamentos del Estado, del poder
soberano. El Leviatán es un libro que tiene como objetivo describir de manera científica,
sin “absurdos” filosóficos, la necesidad del orden político establecido. Por otro lado,
intenta ser una especie de “manual” o “catecismo” cívico, ahí radica el afán formativo
de la obra, pues el interés de Hobbes era convertirla en una herramienta educativa.
Responde a una necesidad de “hacer ver” los males de la disidencia política.
La teoría hobbesiana del Leviatán, ese enorme ser artificial en donde existe el
poder soberano, inamovible, no tiene el fin de ofrecer la historia sobre los orígenes
“materiales” del Estado, por el contrario, busca establecer una base para fundamentar
su autoridad, su legitimidad. El recurso hipotético del estado de naturaleza responde,
más que a una retrospectiva, a una previsión sobre la omnipresente amenaza que pende
sobre las “cabezas” de las sociedades humanas. El estado de naturaleza es la visión
futura del peligro de la disidencia, por eso es al mismo tiempo estado de guerra. Los
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seres humanos han convivido y lo siguen haciendo, en muy variadas formas de órdenes
políticos, si se quiere entender, de Estados. Por eso Hobbes no nos muestra ejemplos
sobre la humanidad viviendo en estado de naturaleza, primero porque es una hipótesis
y segundo porque, al ser una hipótesis, más que un pasado es un futuro. Entonces,
visto así, el estado de naturaleza se convierte en una situación de peligro constante si
no se contienen los detractores del poder soberano. La amenaza de retornar al estado
de naturaleza debido al colapso del orden político establecido, es el resultado de lo que
Hobbes observa como mal supremo: la desobediencia a los mandatos del soberano.
De tal manera que el Estado debe ser inamovible, incuestionable. Si no sucede así, el
peligro es constante. La teoría hobbesiana es, pues, una teoría que busca legitimar al
Estado impertérrito y denostar la búsqueda del cambio político. Pero más allá de ese
hecho patente, ilustrado por Foucault vívidamente (2002, pp. 95-97), la teoría política
de Hobbes es también un desarrollo que va dándole forma a los dispositivos de poder,
técnicos y de saber, que condensarán en el Estado moderno. Como ya se citó, al mismo
Foucault, la teoría de la soberanía se trata de la relación entre un sujeto con el sujeto, la
sujeción a un poder soberano. En la forma de cesión de soberanía hay una sujeción clara,
transparente que no oculta sus relaciones de poder, éstas aparecen descarnadas con el
propósito de ilustrar el peligro de un tiempo que no sucedió, que avisa con suceder y
está inscrito en el desorden.
Las tecnologías del poder y su economía se “racionalizarán” (para pensar aquí en
Weber), pero el paso de la teoría de la soberanía es fundamental en dos sentidos: primero,
con relación a la separación-disociación de los individuos para constituirlos en sujetos
atados al soberano. Un movimiento reactivo, donde se operan reterritorializaciones
sobre el cuerpo ya vacío de territorialidades, quizá, comunitarias. Otra vez, como
explica Foucault, la teoría de la soberanía, el contrato, busca eliminar el origen bélico
de las conformaciones estatales (Ibíd.), la relaciones entre vencedores y vencidos,
conquistadores y conquistados, de tal manera que la sujeción al poder soberano se
observe como aparición del lazo social. Para esto, para el surgimiento de la sociedad, se
puso en las aras de lo humano autocreado, a la comunidad salvaje y asesina, donde la
enemistad es el único lazo o el lazo propiamente dicho y debe disolverse para asegurar
la autoconservación de la especie:
…de hecho, «común» califica ahora al enemigo que la ataca y al poder que la mantiene
unida contra él. Pero ese poder –que se funda justamente en la imposibilidad de
suprimir al enemigo- puede mantenerla unida sólo si la divide, esto es, la suprime como
comunidad. Así la comunidad del sacrificio se subvierte, o intensifica, en el sacrificio de
la comunidad. Lo que la comunidad sacrifica –a su autoconservación- no es otra cosa
que ella misma. Ella se sacrifica no sólo en el sacrificio de cada uno de sus enemigos,
sino también en el de cada uno de sus miembros, dado que cada uno de estos halla en
el fondo de sus ser la figura originaria del primer enemigo. A este origen –al miedo que
provoca- responde el sacrificio: reactivándolo infinitamente en un círculo del que aún no
hemos salido del todo. (Esposito, 2007, p. 75)
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CAPÍTULO III. CUERPECITOS CIUDADANOS
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Si el adhesivo que los asocia es sólo el miedo común, el resultado no podrá ser sino una
servidumbre común, es decir, lo diametralmente opuesto a la comunidad. Esta última
es, precisamente, lo que se sacrifica en el altar de la autoconservación individual.
Los individuos hobbesianos pueden salvar su vida sólo condenando a muerte su bien
común. «Inmunizándose» contra este. Todas las referencias a ese bien –Libertad,
Justicia, Igualdad- que escanden la obra rousseauniana, tienen a esta polémica como
objeto, pronuncian esta condena, lamentan esta ausencia: la comunidad humana falta
a sí misma, no hace sino delinquere, en el doble sentido del término. Y sin embargo es
aquello que más nos hace falta desde el momento en que nuestra existencia y ella son
una misma cosa. No existe más que en relación con la existencia de otros. (Esposito,
2007, p. 96)
Así pues, el Estado, como garante de la desigualdad, desactiva el conflicto a partir del
derecho, crea las otredades, legaliza el encuentro de los flujos liberados: capital-dinero
y fuerza de trabajo, estableciendo un lazo social disociante. Evita la semejanza pero lo
hace en función de sobrevivencia, es decir, busca la permanencia del lanzamiento de lo
humano alejándolo de aquello constitutivo de sí. Para Hobbes y Rousseau la cuestión se
monta sobre una falta, sobre algo que debe ser eliminado, para Hobbes, y algo que debe
ser remontado, adquirido o readquirido, buscado y negado, convertido en origen mítico
y en meta existencial, colocado sobre la nada, un umbral y esto como ordenador de algún
tipo de conducta política “…la comunidad es a la vez imposible y necesaria. Necesaria
e imposible. No sólo se da siempre de una manera imperfecta, sin alcanzar nunca su
cumplimiento, sino que es comunidad tan solo de la falta, en el sentido específico
de que aquello que nos acomuna –que nos constituye en cuanto seres-en-común– es
precisamente esa falta, esa incompletud, esa deuda”. (Esposito, 2007, p. 102). Para
Hobbes la búsqueda política se encuentra en esa negación saludable, en la cancelación
de su consecución y en el repudio del origen. Esto es la comunidad, lo común, el vivir en
común, cargar con lo común, establecer un lazo social que une, que comunica a través
de lo común, lo compartido, la carga compartida, el munus, la promesa de cargar con lo
exasperante, incluso si no hay futuro. El lazo social de la deuda o la deuda como munus,
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el don que acomuna, iguala y exhala la comunidad a diferencia de la culpa como in-
munus coagulante de lo social.
En cuanto a Locke, la comunidad no es ni falta ni origen ni futuro, la comunidad es
política y el lazo social está en la soberanía de la vida como propiedad o la propiedad de
la vida con sus apropiaciones materiales y el libre uso de éstas en una completitud vital
desde donde se constituye el lazo social. Como vimos, a diferencia de Rousseau, Locke
ve en la propiedad (privada y privativa, por tanto privatizadora en un sentido deleuziano)
el origen del lazo social, es decir, más propiamente dicho, del Estado, pero Estado como
comunidad política, la separación de lo común para constituir una comunidad: “la
propiedad es el presupuesto, no el resultado, de la organización social” (Esposito, 2006,
p. 106). De esta manera lo propio se convierte en motor de lo común en el lenguaje
de la filosofía moderna liberal. Se naturaliza la propiedad privada interiorizándola
(subjetivizandola con el dispositivo economía política) como constitutiva del sujeto, pero
del sujeto político, es decir, del ciudadano, del sujeto de derechos políticos para hacer
inteligible el lazo social a partir de la relación propiedad-impropiedad. La sociedad gira
con ese eje “Ya apuntalada sólidamente por la pertenencia del cuerpo propio, la lógica
propietaria puede expandirse en ondas cada vez más amplias hasta cubrir por entero la
extensión del espacio común” (Ibíd., p. 106).
La propiedad, es decir, la disolución de lo común impulsa lo social y, en el lenguaje
lockeano, la constitución de una comunidad política. Entiéndase, pues, por comunidad
política la aparición de instituciones que permiten lo común de lo propio, la comunidad
de los propietarios, la libertad de tener y salvaguardar la propiedad. En un estado de
naturaleza la propiedad existe en forma de extensión corporal a través del trabajo, pero
no hay institución que proteja la propiedad. Bajo este entendido, la vida del individuo
se extiende hasta la propiedad y si ésta es atacada el individuo puede ejercer su derecho
natural de autoconservación matando al atacante, que no necesariamente atenta contra
el cuerpo orgánico, sino contra su extensión, la propiedad. Hay una confusión entre
cuerpo biótico y cuerpo extendido (propiedad) “por una parte, el sujeto domina la cosa
en el sentido específico de que la pone bajo su dominio. Pero, por la otra, la cosa domina
a su vez al sujeto en la medida de que constituye el objetivo necesario de su tensión
apropiativa” (Ibíd., p. 107). Es parecido a la novela de Asimov ya comentada (1980), los
solarianos hacen comunidad política sólo a partir de la propiedad –tierra y tecnología-
siendo ésta la única posibilidad de vínculo. La separación los “une” y la cercanía los
mata. Para persistir –sobrevivir– necesitan evitar el contacto. Tal separación es el pilar
de su sociedad, una separación en la propiedad o una comunión en la propiedad. Ahí
está el juego lockeano, en la comunidad de propietarios distinta de la comunidad de los
no propietarios. Asimov imagina una “verdadera” comunidad política de propietarios
posible gracias a la tecnología (robots y telecomunicaciones, principalmente), Locke
observa lo fáctico de la privatización, es decir, la necesaria separación, aún más profunda,
entre propietarios y no propietarios, definiendo a los primeros como comunidad y a los
segundos como amenaza a la vida de los primeros, pues la exterioridad material, como
vimos, es parte vital del sujeto (es la subjetivación de la propiedad) lo que implica la
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autodeterminación respecto a los otros y al propio gobierno. Por su parte, éste, para
permitir dicha autodeterminación, puede, y de hecho lo hace, cancelar libertades con
la anuencia del propio ciudadano soberano quien, en un afán por permanecer sí mismo
se contraria y se determina con los supuestos legales para aparentar autodeterminación.
Se prohíbe antes de que le prohíban. Para no “dañarse”, en primera instancia, y para
no “dañar”, el ciudadano sigue y obedece la limitación de libertades para ser “libre”.
Es decir, hay un doble amarre, desde la ley, con su fuerza de ley, como exterior y su
interiorización, la fuerza de ley inscrita en el sujeto. La escrita, sin lectura, y la inscrita,
sin imagen, pero sensible. Se limita la libertad para acceder a ella.
El contractualismo en clave liberal disecciona el cuerpo soberano y transmite la
soberanía a los átomos del cuerpo para hacerla más efectiva en cuanto a los ejercicios de
poder, de orden, sobre todo, y de seguridad como principio de comunidad política. Se
separa para preservar, para evitar el mal, la enfermedad comunitaria que afecta al cuerpo
soberano. Al pasar la soberanía a cada uno de los constituyentes (válidos) el Soberano
queda disuelto y el gobierno toma su fuerza (de ley) de las necesidades individuales de
cada ciudadano que es tanto elemento político, como económico. Es en la dimensión
económica que se comprende la necesidad del ciudadano soberano (esto siempre será
una tautología), pues éste siempre es sujeto de derechos y de intereses, es decir, agente
político y económico desde la visión liberal.
La soberanía se desparrama y empapa a los individuos y los convierte, en la misma
operación, en públicos y privados (sujetos de derechos e intereses), los transforma de
súbditos obedientes en obedientes ciudadanos. La operación está en que el súbdito,
ligado al soberano, obedece porque éste está conformado por él, es él. El ciudadano es
sí mismo, es soberano, no el Soberano. Así, se limita la libertad para esclavizarse en sí
mismo.
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ésta. La soberanía como autodeterminación individual choca con las “amenazas” tanto
internas como externas del ciudadano y la formación política (el Estado-Nación). Ante
el temor la soberanía se cede al dictador más a la mano, ya sea carismático o sabio. Es
en la pugna de los derechos y los intereses que esto toma sentido. Como apunta Esposito
siguiendo a Tocqueville con aquello de que “«la igualdad pone a los hombres codo a
codo, sin un lazo en común que los una», muestra que capta a fondo, esto es, desde el
origen, la deriva inmunitaria de la política moderna. En el momento en que –temerosos
de no saber defender los intereses particulares que, de modo excluyente, lo mueven– el
individuo democrático termina por ponerse «en manos del primer amo que se presente»,
está iniciando el itinerario que, no mucho después, llevará a la biopolítica a acercarse
a su opuesto tanatopolítico: el rebaño, oportunamente domesticado, ya está preparado
para reconocer a su voluntarioso pastor” (Ibíd., p. 122). La falacia de la soberanía en
cada ciudadano como autodeterminación, en el supuesto de la representación política se
desbanda y retorna a una forma soberana sin nombre de rey, sólo con forma de Estado
y acta patriótica. La soberanía transferida al pueblo-comunidad forma ciudadanía.
Esto permite postular la llamada autodeterminación de los pueblos. La pared donde
esto se estrella es, precisamente, el ejercicio de la soberanía y la manera en cómo los
ciudadanos, domesticados y animalizados como ovejas, se desprenden de la soberanía.
Esto es un proceso de fagocitosis institucional cuyo principal nutriente es la soberanía
ciudadana. Por un lado los ciudadanos la ofrecen con gusto, por otro el Estado la extrae.
De cualquier modo, se da un proceso de desciudadanización. Pasar a una tanatología
supone la conversión de los ciudadanos en carne cruda, mediante la extracción de
soberanía. La eliminación de la soberanía como mortero de la organización social.
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con un cuerpo colectivo humano “orientado” a ser dominado por la voluntad de poder
dominante guerrera. Los primeros dominan, incluso gobiernan a los segundos y así se
constituye un Estado, una organización política que “libera” a través del libre fluir y
conectar de las fuerzas activas y reactivas (ver Nietzsche, 2002, p. 111). El espacio
físico, la plataforma donde el cuerpo inventa esqueleto y la estructura política se eleva,
la posibilidad del edificio, de la altura y la estrategia, en fin, el medio ambiente de las
instituciones desmarcadas del mito, la escritura y la constitución política, la pared y la
avenida: la ciudad es epifenómeno del encuentro-enfrentamiento, de la conexión fluida
de voluntades de poder que encadenan eslabones como argamasa del cuerpo del Estado.
La ciudad como poiesis de la civilización y su extensión histórica.
Patxi Lanceros nos coloca en ese lugar (casi) segundo para lanzarnos movidos por
los rieles de lo racional en el carro de la sociedad y la cultura hasta el (casi) final del
camino armado por la cadena nietzscheana, es decir, la democracia. La ciudad, espacio
cívico, público donde el sujeto inicia el recorrido para envolverse y separarse. Pero, en
el sentido de los encuentros, de lo arqueológico-genealógico, en ese irse acumulando
las capas de escombros civilizatorios, la cadena nietzscheana presenta el eslabón moral-
cultural judío como parte integral del proceso, como elemento propio de la apropiación
del sujeto por sí mismo: “El segundo de los conceptos mencionados, la tierra prometida,
constituye el flujo dinámico, el aporte mesiánico, que cruza el espacio político (de la
pólis) sin dejarlo incólume, sino fecundándolo y dibujando una trayectoria” (Ibíd.).
Lugar, sí, pero lugar de trascendencia, el más allá receptor, el motivo de un más acá
iracundo con su dolor y su muerte. El elemento salvífico que potencia a la ciudad hacia
los confines del espacio terrenal para traspasar, primero, los límites de la ciudad, gestar
la idea del reino. Progresar hacia el más allá prometido, la tierra prometida que, en
el mundo judío, no se desprende de las implicaciones espaciales. El eslabón cristiano
potenciará al espacio con el tiempo, con el pasado silo de lanzamiento al futuro, a la
promesa desamparada por el espacio, por la tierra, desterritorialización en un sentido
teórico, teológico y soteriológico: salvar al espacio en el tiempo del progreso, elevar
los edificios hasta el cielo y más allá. Desarticulación de lo físico en las articulaciones
metafísicas filosóficas, cada vez más filosóficas que metafísicas. Arrancar a Dios del
tiempo y el espacio. Es con el cristianismo que es posible iluminar con la pura mirada
humana el camino progresivo, la filosofía de la historia.
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enmarañada en las redes de una historia que imprime a los acontecimientos el sello
de la razón y el sentido; una historia que puede ser interpretada como resultado de un
proceso de secularización en virtud del cual se va eclipsando la vinculación necesaria
(o meramente obligatoria) a la divinidad trascendente a la vez que se conserva el
trascendental esquema soteriológico. En este nuevo lugar, y en este nuevo tiempo,
se multiplican las «teologías seculares»: progreso tecnológico, evolución racional,
materialismo histórico… (Lanceros, 2006, pp. 72-73)
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con relación a Dios, el sujeto se interioriza con mayor potencia, con esa potencia
hacia dentro, “curándolo” de las ilimitaciones de la vida, de los excesos de la vida y
centrándolo en la universalidad de la historia: “La teología […] al darse como reflexión
formal que, a partir del cristianismo, desde luego, funda una fe que tiene en sí misma
una vocación universal, fundaba al mismo tiempo el principio de un sujeto cognoscente
en general, sujeto cognoscente que encontraba en Dios, a la vez, su modelo, su punto de
cumplimiento absoluto, su más alto grado de perfección y simultáneamente su Creador
y, por consiguiente, su modelo” (Foucault, 2002a, p. 40). Ahora bien, hay un elemento
eje de esa interiorización del sujeto: el ascetismo. Éste es el mecanismo singular, es
decir, si se quiere, individual como trabajo de interiorización. El trabajo del sujeto sobre
sí mismo, la búsqueda de sí, el encontrarse y atraparse. Es un proceso, no una cualidad
humana o, dicho de otra forma, es el proceso que permite la aparición de las cualidades
humanas necesarias para la ocurrencia del sujeto esférico. Como proceso no es evolutivo,
sino genealógico, es la presencia de las fuerzas, su enfrentamiento y encadenamiento,
la relación de vencidos y vencedores, la dominación, el triunfo y la derrota. Y bajo
este léxico, es la concatenación de estrategia y tácticas, el movimiento de dispositivos,
tecnologías y economías de poder punzando en los escenarios-eslabones y dejando su
estandarte en cada engarce. De tal manera que, como afirma Nietzsche, la “humanidad”
se ha convertido en una especie ascética: “Leída desde una lejana constelación, tal vez la
escritura mayúscula de nuestra existencia terrena induciría a concluir que la tierra es el
astro auténticamente ascético, un rincón lleno de criaturas descontentas, presuntuosas y
repugnantes, totalmente incapaces de liberarse de un profundo hastío de sí mismas, de la
tierra, de toda vida, y que causan todo el daño que pueden, por el placer de causar daño:
–probablemente su único placer” (Nietzsche, 2002, p. 152). Pero, como proceso, para
llegar a la afirmación anterior, es decir, para caracterizar a la humanidad como especie
ascética, capaz de tornar el tiempo y el espacio (el valor y el sentido) en directores del
ascetismo, éste debe sufrir la operación de interiorización.
Como se vio, la cadena inicia con el mundo antiguo, con su filosofía, es decir,
con su verdad. El mundo griego conecta con el romano y el judío “infecta” con el
cristianismo la cadena en apariencia independiente. Son procesos históricos que chocan.
La consecución de los pasos no es, acaso no sea necesario aclararlo, la tersa marcha
hacia la tierra prometida, ni como espacio ni como tiempo, ni siquiera es tensa marcha,
sino lucha, relación de fuerzas, construcción de cuerpos. El ascetismo también, como
operador de subjetivación, se va modelando desde la antigüedad para amarrar en el
cristianismo la forma de un sujeto subjetivo.
43
Hugo César Moreno Hernández
1
En la Hermenéutica del Sujeto, Foucault explica la manera en que opera la ascesis pagana, como un
“procedimiento de subjetivación del discurso de verdad: esto es lo que encontraremos expresado sin
cesar en los textos de Séneca cuando dice, acerca del saber, acerca del lenguaje del filósofo, acerca de la
lectura, acerca de la escritura, de las notas que se toman, etcétera, que se tratan de hacer propias (facere
suum) las cosas que sabemos, hacer propios los discursos que escuchamos, hacer propios los discursos
que reconocemos como verdaderos o que la tradición filosófica transmite como tales” (Foucault; 2002a:
317). “Al prestar la atención que corresponde a lo que escucha, presta atención a lo que escucha acerca
de la significación, del pragma. Y también presta atención a sí misma para que esta cosa verdadera se
vuelva poco a poco, por su escucha y su memoria, el discurso que pronuncia para sí. Ése es el primer punto
de esta subjetivación del discurso de verdad que es el objetivo final y constante de la ascesis filosófica”
(Foucault; 2002a: 336) “…una técnica y una ética del silencio, una técnica y una ética de la escucha, una
técnica, también, y una ética de la lectura y la escritura, que son otros tantos ejercicios de subjetivación
del discurso de verdad” (Foucault: 2002a: 354). Hay ahí una serie de procedimiento pedagógicos donde
lo que interviene principalmente es la elección, la sustancia ética está en los aphrodisia, en una estética,
una ética para ser bello.
2
Así lo consigna Nietzsche: “Denegar la fe a su yo, negarse a sí mismo su «realidad» –¡qué triunfo!-,
triunfo no ya meramente sobre los sentidos, sobre la apariencia visual, sino una especie muy superior
de triunfo, una violentación y una crueldad contra la razón: semejante voluptuosidad llega a su cumbre
cuando el autodesprecio ascético, el auescarnio ascético de la razón, decreta lo siguiente: «existe un
reino de la verdad y del ser, pero ¡justo la razón está excluida de él!» (Nietzsche, 2002, pp. 153-154).
44
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
…el pastorado produce una innovación absoluta al introducir una estructura, una técnica, a la
vez de poder, investigación y examen de sí y de los otros mediante la cual una verdad, verdad
secreta, verdad de interioridad, verdad oculta del alma, será el elemento a través del cual se
ejercerán el poder del pastor y la obediencia, se asegurará la relación de obediencia integral
y pasará, justamente, la economía de los méritos y los deméritos. Esas nuevas relaciones de
los méritos y los deméritos, de la obediencia absoluta, de la producción de verdades ocultas
constituyen a mi entender la esencia, la originalidad y la especificidad del cristianismo, [y] no
la salvación, la ley o la verdad. (Foucault, 2006, p. 218)
45
Hugo César Moreno Hernández
es colocarse dentro, dentro del rebaño y dentro de sí. “Segundo, es una individualización
que no se llevará a cabo por la designación, la marcación de un lugar jerárquico del
individuo. Y tampoco por la afirmación de un dominio de sí mismo, sino por toda una
red de servidumbres que implica la servidumbre general que todo el mundo tiene con
respecto a todo el mundo, y al mismo tiempo la exclusión del yo, la exclusión del ego,
la exclusión del egoísmo como forma central, nuclear del individuo. Se trata, entonces,
de una individualización por sujeción” (Ibíd., pp. 218-219). Súbdito de los súbditos,
igualdad en el pecado, diferencia en la salvación.
El sujeto no se sujeta a otro, a la otredad. Obedece para salvarse, para liberar su
alma del pecado original. Se deja dirigir, se somete, pero a sí mismo con relación a los
otros súbditos. El pastor no es rey, es quien domina el juego, quien cancela el azar. De
esta manera se va modelando el sujeto moderno obediente, dócil y calculante. Se deja
gobernar porque, de hecho, se autogobierna y sabe orientarse según el báculo de su pastor
que, en un momento dado, ya no tendrá cuerpo humano, sino in-forma de institución,
pura dirección. “Tercero y último, es una individualización que no se alcanzará por
la relación con una verdad reconocida [sino], al contrario, por la producción de una
verdad interior, secreta y oculta” (Ibíd., p. 219), exclusiva, excluyente, pero universal.
Conocida por todos, pues es universal, pero escondida para todos, pues es indiscernible
del sujeto que la ampara. Sólo enunciada ante la autoridad: del director de almas, del
confesor, al médico, al abogado, al analista.
El alma es única e indivisible, individual. “Identificación analítica, sujeción,
subjetivación: esto caracteriza los procedimientos de individualización que serán
efectivamente puestos en práctica por el pastorado cristiano y sus instituciones. La
historia del pastorado implica por lo tanto toda la historia de los procedimientos de
individualización humana en Occidente” (Ibíd.). El sujeto moderno, subjetivo, esférico,
dócil y calculante, racional, el sujeto de derecho y el sujeto de interés que tensan su
forma en la casi disolución mantenida gracias a la transfiguración esférica, todo lo
envuelve y endurece, la pelota en el campo de juegos de la modernidad donde cada
quien decide según su verdad interior que es universal, para seguir con el juego de la
tensión aparatosa resuelta en la angustia, en el malestar en la cultura. “Digamos además
que es la historia del sujeto […] El pastorado, entonces, es de esa forma un preludio a
la gubernamentalidad. Y lo es también en virtud de la constitución tan específica de un
sujeto cuyos méritos se identifican de manera analítica, un sujeto atado a redes continuas
de obediencia, un sujeto subjetivado por la extracción de verdad que se le impone.
Pues bien, creo que esa constitución típica del sujeto occidental moderno hace que el
pastorado sea sin duda uno de los momentos decisivos de la historia del poder en las
sociedades occidentales” (Ibíd.).
En la cadena nietzscheana esto es central, pues supera el escollo hobbesiano de
la soberanía absoluta y liga con la soberanía traslapada al pueblo, es decir, a todos
los firmantes del pacto. Por supuesto, el pacto, en Nietzsche, funciona únicamente
como valoración y perspectiva, como sentido, como verdad accesoria para inteligir
las relaciones de gobierno-obediencia, es una aspirina conceptual que aleja la mirada
46
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
de los campos de batalla, del humo, el fuego y la sangre, oculta los restos humeantes
con la verdad del pacto para hacer del carácter guerrero una mentira, un pecado (es
la transvaloración de los valores nobles). El pastor, como ya se apuntó, no es rey, no
gobierna, dirige, mide y asigna un lugar según los méritos y deméritos de sus ovejas,
se preocupa por todas y cada una de ellas, al punto de pretender salvar a las insalvables
descuidando al resto, pero sin dejar de lado la claridad de la salvación imposible, cuando
una oveja es demasiado reacia a ser salvada. Entonces la sacrifica o se sacrifica en pos
del resto.
Es un juego de gubernamentalidad en el sentido de no ejercicio de soberanía, sino
de permitir la soberanía de cada elemento del rebaño. Es decir, en la medida en que cada
uno sabe su verdad (universal y particularizada, cabe decir, interiorizada), ser capaz de
gobernarse, de obedecer porque se obedece. El pastorado no es el gobierno, no es la
forma del gobierno moderno secular, con su economía y su tecnología de poder, pero
es lo que permite su desarrollo. Es la distinción entre ciudad terrena y ciudad divina, su
separación ontológica. Son diferentes y pueden coexistir siempre y cuando la inferior no
pretenda imponerse a la superior. Rey y pastor separados. Iglesia y Estado cohabitando,
legitimándose, pero sin mezclarse. No hay yuxtaposición, no hay intercambiabilidad.
Cada esfera en su lugar. De ahí la deriva funcionalista con su máximo desarrollo
sistémico. La modernidad es secularización en términos de ordenación y composición
coherente. El sujeto así iniciado debe ser, también, intercambiable y único. Esférico
para entrar donde deba hacerlo. Subjetivo para observarlo según criterios de saber y
así dejarlo gobernarse y poder gobernarlo. Calculante para operar los intercambios
económicos y mover el mercado.
En la cadena nietzscheana no aparece el capitalismo como tal sino en la forma
de democracia. Ahí está la forma de poder burguesa. La superación del pastorado,
la disolución del pastor para que surja el enjambre. El movimiento sobre un sentido
exclusivo, sin la necesidad de un director, pues cada individuo se torna en su propio
pastor. Es decir, interiorización del pastor. “Lo que aporta el empirismo inglés –digamos
lo que aparece a grandes rasgos con Locke- sin duda por primera vez en la filosofía
occidental, es un sujeto que no se define tanto por su libertad, por la oposición del
alma y el cuerpo, por la presencia de un foco o núcleo de concupiscencia más o menos
marcado por la caída o el pecado, sino como sujeto de elecciones individuales a la vez
irreductibles e intrasmisibles” (Foucault, 2007, p. 311). ¿Quizá insacrificables? Sí, en
forma de no transferir la violencia hacia el afuera, sino comprimirla en el interior. Otro
movimiento de inserción, más subjetivación.
Subjetivación de la violencia a través de una cancelación de la venganza o
una expropiación de ésta por parte del derecho como racionalización de la ley. El
derecho como dispositivo, institución, sin rey, funcionando sobre los sujetos esféricos,
imposibilitados para vengarse y también sin víctima que sacrificar, quedando la
mismidad como holocausto. “La víctima sacrificial ha de atraer sobre sí la violencia
dirigida en un principio al conjunto de la comunidad de forma tal que se desvíe su curso
natural; esto es, de modo que la situación de quien padece la violencia quede separada
47
Hugo César Moreno Hernández
de la de todos aquellos que la provocan” (Esposito, 2005, p. 58), ya sin sacrificio, o sin
víctimas para el sacrificio, el sujeto de elecciones individuales se sacrifica a sí mismo,
pero sin espectáculo, sin ritual. Lo hace en el diván o en la angustia, la fría melancolía
de la soledad frente a la elección individual (racional, calculante) en el universo de
posibilidades “interesantes”, tanto en el juego de una oferta que despierte interés, como
en el juego de los intereses particulares, definidos ante la distinción de lo apropiado, en
el juego del costo y el beneficio.
La relación política es, asimismo, subjetivada mediante las cualidades del sujeto racional-
calculante a través del interés. Con la teoría política del ciudadano como soberano
o con el principio de la soberanía inalienable al pueblo, al ciudadano, es posible, así
como pasa con el trabajo y la propiedad, subjetivar el contrato social, interiorizarlo.
Con el derecho la expropiación de la venganza con su recubrimiento de racionalidad
instrumental caracterizada por Weber, es, por una parte, alejada del sujeto, pero por la
otra, como operación de interiorización de la soberanía (en clave de autodeterminación)
incrustada en el interior del sujeto.
El sujeto se convierte en la víctima sacrificial, en la forma cristiana, como el
pecador que debe ser salvado, en la forma del sujeto de derecho, como la imposibilidad
de llevarla a cabo, tragándosela, haciéndose la guerra interna, y como sujeto de interés
artífice soberano de tal expropiación. Es un movimiento inmunitario, donde con el fin
de no ser víctima, ni sacrificial ni criminal, se limita, se retrotrae, se interioriza. Es decir,
con la forma de sujeto de interés se logra observar parte del proceso de subjetivación de
la relación política moderna como elección racional, como cálculo racional, elecciones
individuales a la vez irreductibles e intrasmisibles, soberanas.
Siguiendo a Blackstone, Foucault implica al sujeto emanado del contrato con el
sujeto de interés, identifica la amalgama entre un sujeto atemorizado y otro interesado,
dos formas de razonar el contrato que resultan contradictorias, pues “cada individuo
tiene sus intereses, pero resulta que en el estado de naturaleza y antes del contrato esos
intereses están bajo amenaza. Por lo tanto, para salvaguardar por lo menos algunos
de ellos, los individuos están obligados a sacrificar algunos otros” (Ibíd., p. 314). El
sacrificio es un cálculo racional, no la búsqueda de eliminación de la violencia o su
disminución a través de un tercero.
Lo importante es que el interés particular se sostenga y tenga formas de
aseguramiento. Es una visión totalmente racionalista, desactiva la pasión como principal
móvil hacia el pacto. Es la razón el motor, el impulso, la imagen de un sujeto racional
48
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
capaz de calcular qué intereses deben ser puestos como primordiales. “Se sacrificará
lo inmediato en beneficio de lo importante, y a la larga se diferirá. En suma, el interés
se muestra aquí como un principio contractual empírico. Y la voluntad jurídica que se
forma entonces, el sujeto de derecho que se constituye a través del contrato, es en el
fondo el sujeto del interés, pero de un interés en cierto modo depurado. Calculador,
racionalizado, etc.” (Ibíd.). El sujeto pacta por interés, toma una decisión calculando a
partir de sí, sólo de sí, lo que es interesante.
Se pretende, entonces, un sujeto tan racional que verá lo interesante, pues “el
contrato se respeta porque una vez que los individuos, sujetos de interés, reconocen que es
interesante suscribirlo, la obligación del contrato constituye una suerte de trascendencia
con respecto a la cual el sujeto está de alguna manera sometido y obligado, de modo que,
convertido en sujeto de derecho, va a obedecerlo” (Ibíd.), por puro interés, por cálculos,
distinciones precisas entre costo y beneficio, incluso, bajo el léxico de Bentham, cálculos
tendientes a maximizar el placer y minimizar el dolor. A pesar de ese lenguaje, el juego
es totalmente subjetivo, totalmente interiorizado. El pensamiento liberal-economista
(desde la economía política) es fundamental para constituir un sujeto subjetivo. “Es
decir que si se respeta el contrato, no es porque hay contrato sino porque hay interés en
que lo haya. Esto es: la aparición y el surgimiento del contrato no sustituyen al sujeto
de interés por un sujeto de derecho. En un cálculo interesado, el primero ha constituido
una forma, un elemento que va a seguir presentando hasta el final cierto interés. Y si ya
no presenta ningún interés, nada puede obligarme a continuar obedeciendo el contrato
[…] el sujeto de interés sigue existiendo. Desborda de manera permanente al sujeto de
derecho” (Ibíd., p. 315). El juego entre sujeto de derecho y sujeto de interés, entre el
desborde de uno y la desaparición del otro, como si fueran absolutamente contrarios, es
decir, como si no se lograran confundir o interceptar y mezclar, impone la potencia de
uno (el sujeto de interés) sobre la inoperancia económica del otro (el sujeto de derecho),
sin embargo, bajo la figura del contrato que, en el sentido de una signatura impelida por
el temor obliga a la negación, se firma como decisión calculada, el pacto es interior, no
exterior.
Es afirmación de un interior con respecto al exterior amenazante sobre los intereses
individuales. Por eso con Locke la propiedad es motivo, ya sea como extensión vital o
como desconexión temporal hacia el futuro (en forma de propiedad-dinero). El sujeto
de derecho “renuncia” al ejercicio de su derecho natural para ser investido por derechos
políticos, “es decir que el sujeto de derecho es por definición un sujeto que acepta la
negatividad, acepta la renuncia a sí mismo, acepta, de alguna manera, escindirse y ser
en cierto nivel poseedor de una serie de derechos naturales e inmediatos, y en otro nivel,
acepta el principio de renunciar a ellos y se constituye por eso como otro sujeto de
derecho superpuesto al primero” (Ibíd., p. 316). Con la operación económica-racional,
el sujeto de derecho no es más que un movimiento del sujeto para solidificar estructuras
sociales tendientes a proteger sus intereses, la negación de unos intereses siempre es por
un cálculo.
49
Hugo César Moreno Hernández
…con el funcionamiento del sujeto de interés tal como lo describen los economistas,
tenemos una mecánica muy diferente de esa dialéctica del sujeto de derecho, pues es
una mecánica egoísta, una mecánica que multiplica de inmediato, una mecánica sin
ninguna trascendencia y una mecánica en que la voluntad de cada uno va a coincidir
de manera espontánea y como si fuera involuntaria con la voluntad y el interés de
los demás. Estamos muy lejos de la dialéctica de la renuncia, la trascendencia y el
vínculo voluntario que encontramos en la teoría jurídica del contrato. El mercado y el
contrato funcionan exactamente al revés uno de otro y hay, de hecho, dos estructuras
heterogéneas entre sí. (Ibíd., p. 317)
Ahora bien, ese movimiento liberal, dentro de la cadena nietzscheana, está en el eslabón
cristiano y su reforma protestante. Es la separación de una racionalidad teológica a
una racionalidad humana –exclusivamente humana-, separada de los ordenamientos
divinos o naturales para concentrarse en lo exclusivamente mundano, en lo económico.
Ese movimiento es claramente observado por Weber. Él introduce la perspectiva de
la verdad y su valor, es decir, asume el carácter perspectivista de la verdad –en clara
sintonía con Nietzsche, aunque con un proyecto totalmente diferente–, pues “entiende
que la estimación de la verdad como aspiración constituye a la ciencia; en otras palabras,
el valor de la verdad organiza la forma de conocimiento histórica y culturalmente propia
del mundo moderno. De esta manera, el valor de la verdad tiene toda la relatividad que
tiene la imagen moderna del mundo y determinar su alcance no es una simpleza en
el pensamiento de Weber, pues, como se ha señalado mucho, la epistemología parece
desbordada por la gran interpretación weberiana de la historia como un proceso de
desencantamiento de las imágenes del mundo” (Farinetti, 2006, p. 6). Es precisamente
este asunto, el desencantamiento del mundo, lo que permite desentrañar la manera
en que el cristianismo se torna en elemento fundante del sujeto racional-calculante,
el sujeto económico, a partir del revisar la historia de Occidente según unos valores
únicos y exclusivos, distintos y, en apariencia, contradictorios con las valoraciones
de Oriente. Diferencias observables según las complejas estructuras que se dan en el
mundo occidental y permiten el desarrollo del capitalismo anclado en la racionalidad
instrumental, más allá del simple lucro, es decir, trascendiendo la idea de la acumulación
por la acumulación, desestructurando la forma de ésta para alargarla en el tiempo y
liberarla del espacio.
Así, el factor mutagénico del cristianismo, posible gracias a la propia sustancia
de éste y posibilitador de la constitución de un sujeto racional económico, es el
protestantismo. En sí mismo es un eslabón de la cadena nietzscheana, pues opera la
50
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
pérdida mística del mundo, termina por extraer magia al mundo, encanto. El desencanto
del mundo como resultado de la racionalización de la vida. La explicación del mundo
puramente racional, sin exclusas para nivelar las aguas de la existencia. En la Ética
protestante y el espíritu del capitalismo, Weber se pregunta sobre el tipo de valoraciones
exclusivas de occidente que posibilitan un tipo de capitalismo totalmente racional, capaz
de abstraer de lo fáctico-objetual a la riqueza y someterlo a los cálculos racionales. Es
en las motivaciones religiosas protestantes, sobre todo las calvinistas, donde ocurre la
secularización del mundo, su racionalización. Con esa racionalización se opera otra
subjetivación, ya empapada con las consideraciones cristianas: la ascesis. Una ascesis
que no busca la verdad, ser la verdad o decir la verdad, sino que acepta la verdad absoluta
de un Dios inaccesible. Los ritos no lo rozan, los rezos no lo conmueven3.
El elemento profundamente cristiano y nihilista de la predestinación, pues es
asunto divino e inconmovible que afirma el futuro de la salvación en el más allá, hace de
la ascesis una cuestión de vida cotidiana, “lo propio de la Reforma estuvo en convertir
a cada cristiano en un monje por toda su vida” (Weber, 2001, p. 159), en un sacerdote
ascético. Cada individuo se reservaba a la ascesis con el fin exclusivo de ser, es decir, no
de acceder o hacer, sino de considerarse un elegido, un predestinado. Sin búsqueda, sin
magia, la pura obediente aceptación de ser elegido.
Dicha ascesis, ya sea activa o racional, secular o cotidiana, guarda la cuestión del
ensimismamiento con miras a la conexión con un exterior casi mentiroso, aunque no
a niveles budistas, sí a un nivel de relación con el mundo desencantado, del que no se
sacará nada, pero debe ser vivido como tal, aceptado como tal. El punto es la aceptación
obediente de lo dado: ser elegido y actuar en consecuencia, pues “lo propio y específico
de la Reforma, en contraste con la concepción católica, es el haber acentuado el matiz
ético y aumentado la prima religiosa concedida al trabajo en el mundo, racionalizado
en «profesión»” (Ibíd., p. 100). Una mundalización de lo divino, una colonización del
ascetismo, antes destinado exclusivamente al pastor, ahora como elemento constitutivo
del sujeto, del propio sujeto, sujeto apropiado de sí, desencantado, sin accesos místicos
para inteligir el mundo.
La cualificación del sujeto para operar sobre el mundo separado de lo divino,
inexorablemente alejado de él, pero trabajando para él y por él como pura actividad
ascética, desprendimiento, negación del mundo, el cierre nihilista en clave religiosa y la
apertura para la secularización. “El ascetismo puritano (como todo ascetismo «racional»)
trabaja por capacitar a los hombres en la afirmación de sus «motivos constantes»
(singularmente los que aquél les inculcaba) frente a los «afectos»; aspiraba, por tanto,
a educarlo como «personalidad» (en este sentido psicológico-formal de la palabra)”
3
Este radical abandono (no llevado a sus últimas consecuencias por el luteranismo) de la posibilidad
de una salvación eclesiástico-sacramental, era el factor decisivo frente al catolicismo. Con él halló
acabamiento el proceso de «desencantamiento del mundo que comenzó con las antiguas profecías judías
y que, apoyado en el pensamiento científico heleno, rechazó como superstición y desafuero la busca de
medios mágicos para la salvación. El puritano auténtico rechazaba incluso toda huella de ceremonial
religioso en la tumba, y enterraba a los suyos calladamente, sólo por evitar toda apariencia de superstición,
de confianza en la supuesta acción salvadora de cuanto tuviese carácter mágico-sacramental (Weber;
2001: 128-129).
51
Hugo César Moreno Hernández
(Ibíd., p. 157). El pasaje del ascetismo activo como medio espiritual, a la modelación
de un sujeto racional, cualificado para realizar cálculos en términos económicos de
costo-beneficio y convertir la acumulación de riqueza como un fin racional, es casi
automático y gracias a la estructura propia del cristianismo, con ese factor de separación
entre mundo divino y mundo terrenal, el sentido divino desencantado torna en sentido
del mundo racionalizado, esa racionalidad instrumental observada por Weber y criticada
por Adorno y Horkheimer, la razón como dominación, una especie de cofradía infame
donde “razón y religión prohíben el principio de la magia” (Adorno y Horkheimer, 1944,
p. 61) y determinan la estructura del mundo, buscando esmerilar las aristas peligrosas,
penetrando en las simas más oscuras con el puro afán de conocer, entender y modificar
la naturaleza con metas, al final, económicas, de dominación, pues “en el fondo también
esta racionalidad pertenece al dominio, no a la razón” (Horkheimer, 1973, p. 160).
De la salvación por predestinación y la profesión como forma ética de relacionarse
con un mundo desencantado, la ascesis mundana permite la alienación de vida humana,
según las relaciones de un modelo económico que precisa de sujetos libres, sanos, fuertes
y éticos con respecto al trabajo, pero desactivados en términos de acción política. El
sujeto esférico es eminentemente apolítico en cuanto no ofrece resistencias, en cuanto
sus aristas han sido limadas y no rasgan el envoltorio, los límites, no transgreden pues
el sujeto mismo se convierte en su propio límite y, por tanto, en lo único posible por
transgredir.
De esta manera, desde la perspectiva weberiana como desde la observación de la
Teoría Crítica “la racionalización del mundo produce un mundo irracional: la ‘jaula de
hierro’, donde el sentido se agota. Lo que el puritano quería ser nosotros estamos forzados
a hacerlo. La metáfora de la ‘jaula de hierro’ donde se encerrarían las relaciones sociales
en un mundo racionalizado es la más potente a la hora de transmitir lo que significa la
pérdida de sentido, y su entonación nietzscheana es innegable” (Farinetti, 2006, p. 10).
La irracionalidad de la razón instrumental, el encierro del sujeto en su propia jaula que
apenas es un barrote de la jaula de la sociedad.
Para esto, y siguiendo los eslabones de la cadena nietzscheana, el protestantismo,
como sustancia ética y reacomodo del modo de sujeción, es decir, el transporte de la
sujeción hacia el propio sujeto, el sujeto sujetándose, fue preciso ese cambio ascético,
esa ética que encierra al sujeto en el entramado del sujeto de derechos (como político) y
el sujeto de interés (como económico), sujeto politizado económicamente, entrado en un
juego de autosujeción-autoalienación de una política anclada en los juegos económicos,
carácter fundamental del capitalismo:
Weber es el autor que por primera vez llevó el acontecimiento histórico crucial de
la modernidad capitalista, emblema y culminación del racionalismo occidental, a
una dimensión ética de la acción económica, irreductible al paradigma utilitarista
de racionalidad. Por esta vía, esclareció que si la racionalidad capitalista hubiera
coincidido con una pura y simple maximización del beneficio, nunca habría podido
dar lugar a la extraordinaria dinámica de cambio social que se despliega aún hoy ante
nuestra mirada. De ahí el nexo que Weber instituye entre el capitalismo moderno,
la moral activista de la ascesis intramundana y el dominio de una racionalidad con
arreglo a fines, capaz de ir más allá de un ciego “anhelo de ganancias” y de modelar un
52
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
53
CAPÍTULO IV. VIOLENCIA CONTRA LO COMÚN
La metáfora del cuerpo impone una orientación organizativa de los colectivos humanos.
Los supone funcionalmente integrados, funcionalmente diferenciados y, por ende,
jerárquicamente organizados. La teoría funcionalista, que alcanza compleja sofisticación
con Durkheim, superando, teóricamente, las elucubraciones filosóficas de Platón en
La República, se concatena con la visión científica evolucionista y con el holismo
metodológico que “desnaturaliza” lo humano, es decir, asume una naturaleza humana no
natural, no exclusivamente biológica. El cuerpo social evoluciona, esto es, se complejiza.
La teoría de la solidaridad recurre a la complejidad del organismo, la imagen del ente
biológico unicelular se parece a la referencia de una solidaridad mecánica, también en
términos de su reproducción. Ausencia de cerebro y, por tanto, movimientos erráticos
y simples. La constitución de órganos multicelulares funcionalmente integrados ofrece
la visión de un organismo donde el cerebro, al cual Durkheim equipara con la idea de
Estado4, tiene primacía frente a los otros órganos, pero no individualidad, sino sinergia
cuasi-biológica. Así, a grandes saltos, se logran asir las implicaciones políticas de un
acercamiento tal. Pues el cuerpo del Estado o el Estado-cuerpo, lleva a una implicación
biológica, donde, al igual que cualquier organismo vivo, debe ser protegido de los
agentes extraños que le violentan, le enferman, le matan. El funcionalismo siempre lleva
una clave profiláctica, su diagnóstico es para “curar”, para evitar el “mal”. El principio
es la salud del todo. La potencia irresistible de la sociedad frente al individuo, tal y como
se logra ver en la teoría hobbesiana, es para asegurar la supervivencia, la mantención
del organismo, incluso a pesar de una célula “…toda forma posible de vida «justa» o
«común» posible es sacrificada a la mera supervivencia de su contenido biológico tan
sólo” (Esposito, 2005, p. 20). Durkheim con el principio de fuerza, en el sentido de
conciencia colectiva, como lo aborda en Las formas elementales de la vida religiosa,
expresa un determinismo totalmente social (contrario a la base material económica del
análisis marxista), la supremacía absoluta de la sociedad frente al individuo, “Es la
4
La dificultad se resuelve fácilmente si se nota que, donde quiera que un poder director se establece, su
principal función es hacer respetar las creencias, las tradiciones, las prácticas colectivas, es decir, defender
la conciencia común contra todos los enemigos de dentro y de fuera. Se convierte así en símbolo, en
expresión viviente, a los ojos de todos. De este modo la vida que en ella existe se le comunica, como las
afinidades de ideas se comunican a las palabras que las representan, y he aquí cómo adquiere un carácter
excepcional. No es ya una función más o menos, es la encarnación del tipo colectivo (Durkheim; 2002:
93-94).
55
Hugo César Moreno Hernández
sociedad la que habla por boca de aquellos que la afirman en presencia nuestra: es ella
la que oímos oyéndoles y la voz de todos tiene un acento que no podría tener la de uno
solo. La violencia misma con la cual reacciona la sociedad, por medio de la censura o
la represión material, contra las tentativas de disidencia, manifestando con el escándalo
el ardor de la convicción común, contribuye a reforzar su imperio” (Durkheim, 2000, p.
220). Cada individuo está predeterminado por la sociedad para ejercer una función, la
misma desigualdad es funcional y responde a las necesidades de todo el conjunto social.
56
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
suprimir la violencia –en ese caso, se extinguiría la comunidad, inseparable de ella– sino
a asumirla en formas y dosis no letales” (Esposito, 2005, p. 58). El cuerpo indistinguible
de su entorno no es cuerpo social, es, quizá, vida humana sin potencia social. Para SER
social debe encadenarse con separaciones curativas, vacunarse, hacerse inmune a su
relación coagulante disolviéndola, uniéndose según la diferencia, limitando su unidad,
tajos y más tajos, heridas en lo profundo de una amalgama insociable.
Sólo cuando los hombres se inmunizan del contagio de una relación sin límites, pueden
dar vida a una sociedad política definida por la separación entre los bienes de cada uno
de ellos. Pero el establecimiento de lo propio maraca el fin de lo común. A partir de
entonces, la historia del hombre se desenvuelve en la dialéctica irresuelta entre los dos
polos contrapuestos de caos y orden, identidad y diferencia, comunidad e inmunidad:
cada vez que prevalece la «libertad popular» –en la Roma republicana como en la
Europa moderna- regresan algunos rasgos de la comunidad extralegal, con todas las
potencialidades, pero también los riesgos, incluidos en ella. De allí la necesidad de un
freno –religioso, jurídico, social- capaz de contener con un impulso inmunizante en
contra del impulso disolutivo de la communitas. (Esposito, 2005, pp. 65-66)
Hobbes afirma que lo legal e ilegal aparece en el momento en que hay sociedad, es decir,
cuerpo político. Espada y báculo unidos con el fin de posibilitar las relaciones sociales
integradas en la supervivencia, en la protección de la vida individual disociándola. El
derecho es, así, el elemento que inmuniza a lo humano contra la comunidad y permite
establecer lazo social, limitando lo común, permitiendo lo propio “…el derecho se
relaciona con la comunidad por su reverso: para mantenerla con vida, la arranca de su
significado más intenso. Protegiéndola del riesgo de la expropiación –que ella lleva en
su interior como su vocación más intrínseca–, la vacía de su núcleo de sentido. Se podría
decir que el derecho conserva la comunidad mediante su destitución […] esforzándose
por hacerla más propia, el derecho la hace necesariamente menos común” (Ibíd., p. 37),
la hace cuerpo y para hacerlo necesita de anticuerpos (antígenos capaces de evitar la
indiferencia de los cuerpecitos, los organiza) a fin de evitar la enfermedad, el mal que
está dentro y se convierte en afuera cuando lo social es realizado “partiendo”, desligando
con un lazo social amparado por la ley, con la fuerza de lo propio, con el lazo de nada
en común, pues “sólo hay derecho de la parte; nunca del todo: el todo, como también
la nada, pertenece a la justicia” (Ibíd., p. 40). Si asumimos un lazo constituido a través
de la deuda, de una mismidad que se hace indiscernible de su otredad a partir de la
promesa de pagar la deuda y ésta se encuentra siempre en condiciones de ser pagada,
la comunicación de las otredades se da por hecho en la relación de la carga, pues tanto
deudor como acreedor se convierten indiscernibles uno del otro a través de dicha deuda.
Además, si la deuda como lazo soporta la diferencia a través de su lejanía respecto a
ambos sujetos, es decir, es exterior, objetiva, las otredades se sujetan por la comunión
del don, del deber, del deberse y entrometerse desubjetivando la relación.
La sustancia del lazo es la de sujeción, se sujetan al otro, se deben, pero no se poseen,
no son propios, no se limitan, sino que se ilimitan en la propiedad. La deuda desactiva el
contrato de compra-venta con el deber de pagar, de saldar la deuda, de ilimitarla no en
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«Yo sufro: alguien tiene que ser culpable de esto» ––así piensa toda oveja enfermiza.
Pero su pastor, el sacerdote ascético, le dice: «¡Está bien, oveja mía!, alguien tiene que
ser culpable de esto: pero tú misma eres ese alguien, tú misma eres la única culpable
de esto, ––¡tú misma eres la única culpable de ti!...» Esto es bastante audaz, bastante
falso: pero con ello se ha conseguido al menos una cosa, con ello la dirección del
resentimiento, como hemos dicho, queda cambiada. (Nietzsche, 2002, p. 165)
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origen de las enfermedades sociales. La vida es culpable del malestar de lo vivo, la culpa
interiorizada la vacuna del viviente que padece su condición.
Lo que se determina de este modo no es sólo la anticipación, sino la inversión lógica
entre culpa y condena: la culpa no es el motivo, sino el resultado de la condena. La vida
no es condenada por, sino a, la culpa. Y así estamos frente a la función que el derecho
hereda del mundo demónico que lo precede y lo determina en sus procedimientos
violentos: la de condenar la vida a una perpetua culpabilidad. No se la juzgará por
ser culpable, sino que se la hará culpable para que pueda ser juzgada (y condenada).
Liberada de la voluntad y de la elección, la culpa coincide con el destino. (Esposito,
2005, p. 50)
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Bajo esta perspectiva lo social no precisa, en estricto sentido, inmunizarse de los males
ajenos-internos perfilados por la comunidad. Si ni siquiera la sangre comunica y ni el
sacrificio protege, entonces sólo hay comunicación y distinciones estructurales entre los
sistemas, lo cual permite un terso desarrollo hacia cualquier lugar, esto es, quizá, hacia
la nada. El asunto es, y para retomar a Hobbes, que el peligro no está en el pasado, sino
en el futuro, en la regurgitación del munus en la sociedad. Es decir, en la enfermedad y
la muerte del todo social. Por tanto, es menester tener los laboratorios listos para trabajar
sobre las muestras de lo a-social, anti-social, a-normal y patológico de lo social. Es
decir, esa nada hacia la cual se dirige el progreso secularizado, ilimitado por el límite
creado por el aborto de Dios: su propia muerte que deviene en el límite del sujeto y el
terror a transgredir el envoltorio esférico.
Si bien el sujeto subjetivo es entorno y, por tanto, nada en lo social, de esa nada
habrá que inmunizar a la sociedad, como si se tratara de curarla de sí. “En definitiva, para
rehuir el riesgo extremo de la aniquilación, la vida debe tomar en su propio interior un
fragmento de esa nada que la amenaza desde el exterior. Incorporar de modo preventivo
y parcial algo de lo que la niega” (Ibíd., p. 83). En lenguaje luhmanniano, reentradas
acaecidas desde el sujeto. Limar las asperezas, apenas pequeñas espinas, para evitar los
desgarros. Dejar las heridas abiertas, pero sin el libre fluir de la sangre, sin chorrear, pues
la comunicación supone inundación de sociedad que ahoga y envuelve, cual líquido
amniótico a los sujetos subjetivos, dejándolos dentro de sí, culpables y benditos en la
asepsia de su esfera o, dicho de otra manera, enfermos de interioridad, inválidos de
exterioridad. Empaquetados en sus límites, paredes celulares, comunicados sin relación,
sin sujeción al otro, sujetados a sí: sujetos subjetivos.
Cada cuerpecito se convierte en una célula del cuerpo social, del cuerpo político,
del cuerpo del Estado. Y como todo cuerpo, éste se enferma y tiene a sus médicos, sus
anticuerpos y sus vacunas cuando la interioridad de su exterior se vuelve demasiado
insidiosa. Máquina, organismo, cuerpo, da igual. El asunto está en la intimidad y
suplementariedad existente entre la imagen de cuerpo social y el individuo. “Se
puede incluso afirmar que justamente el progresivo afianzamiento de la metafísica
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Nadie capta mejor que Hobbes la precariedad mortal del cuerpo político, debida ya no
al deterioro natural de todas las formas de gobierno previsto en el tradicional modelo
de Polibio, sino al potencial destructivo latente en su organismo. Sin embargo, esta
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
misma circunstancia –que la muerte no sea natural, sino más bien inducida, y, por
ende, evitable o, cuando menos, diferible- hace indispensable para él una estrategia
inmunitaria de contención. (Ibíd., p. 163)
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CAPÍTULO V. EL CUERPO DE OCCIDENTE
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como meta, sino como final o, incluso, como la meta de lo “verdaderamente humano,
universalmente humano” ¿a dónde vamos?
Para Richard Rorty, esta necesidad de fundamentos, de planteamientos que dan
sentido universal a la idea de humanidad en orfandad divina, se trasladan a la cuestión
política, a la serie de ordenamientos que permiten la convivencia con un mínimo de
orden, ya no exhalado desde el cielo, sino desde lo meramente terrenal, es testamento
de la Ilustración racional (y, en este sentido, científica). Los mandatos superiores,
supraterrenales (digamos, sólo para ilustrar, “metafísicos”), no fueron más dictados por
la deidad, pero ¿cómo, entonces, se penetraría en la necesidad humana de la creencia de
un sendero iluminado por algún farol común a todo el género? Se secularizó, pero no se
dejó de pensar en proyectos superiores, más allá de un presenteísmo un tanto mundano.
Se derrumban de los altares las viejas divinidades y se montan, ahí mismo, pero con otro
nombre, con acepciones secularísimas, los “fundamentos esenciales” que otorgarán el
aval a los proyectos imaginados, en palabras de Rorty, “una visión sinóptica luminosa,
autojustificadora y autosuficiente” (Rorty, 1998, p. 47).
La democracia occidental “inventa” esperanzas y creencias, alimentadas por
principios filosóficos (aquí, otra vez, me atrevo a insertarnos, casi con calzador,
asumiéndonos, a NOSOTROS, como representantes de la democracia occidental,
pues, según sesudos análisis, en esas estamos y a esas van, aunque sea a la fuerza,
las formaciones políticas o, para ironizar, las “comunidades políticas”, la humanidad
universalizada, que, a pesar de las observaciones de Marramao (2006), prefiguran más
una universalización a través de la democracia desactivada-republicana (Rancière, 2006)
que la consolidación de pluriversos, sin embargo, en esa noción, de por sí estimulante,
se puede rastrear la posibilidad o facticidad de los contrapoderes no políticos).
Esperanzas y creencias fundamentadas y justificadas de tal manera que se universalizan
y se utilizan como un stock de argumentos válidos y valiosísimos susceptibles de ser
utilizados como armamento intelectual y construir sobre los edificios derruidos, el alto
ideal liberal-democrático-occidental, pues nosotros “tenemos un precioso y casi divino
ingrediente, la racionalidad2, de la que nuestros primos brutos carecen5” (Rorty, 1998,
p. 82) (quizá ahí estemos NOSOTROS, pues, en un derroche de aceptación de nuestro
estatus democrático, tal parece que la idea de neutralidad frente a conflictos bélicos
que en nada nos concierne, no se corresponde con nuestro acceso, por la puerta grande,
a la democracia y es menester derogar la ley para Conservar la Neutralidad del País;
instrumento jurídico que NOS impone la neutralidad como principio de relaciones
internacionales, de manera que, acudir al llamado de occidente para desperdigar la
democracia del otro lado del mundo ya no NOS será negado por leyes inoperantes frente
al nuevo orden de las cosas ¡Dale, occidente!).
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Rorty distingue tres sentidos de racionalidad: racionalidad1 que sería la habilidad superior de
una especie con respecto a otra: seres humanos frente a primates o seres humanos con mayor nivel
tecnológico frente a seres humanos con menor avance tecnológico, arcabuces versus flechas, sería lo
fáctico, sin intervención del elemento ético o neutralmente ética. La racionalidad2 tiene que ver con
la autopercepción, la autodistinción con lo otro, algo como el yo y el no-yo hegeliano. Por último, la
racionalidad3 se refiere a la capacidad de no responder agresivamente a la diferencia, algo cercano a la
tolerancia (Rorty; 1998: 81-82).
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Ahora bien, ironizar no sólo significa perfilar una burla un tanto cuanto elegante,
sino hacer supurar lo pútrido que molesta pero no se nota gracias al maquillaje, tampoco
se trata, solamente, de burlarse de las esperanzas y creencias que, sin duda, movilizan la
acción política y social de los occidentales (y motivan, igualmente, el tipo de acciones de
los no occidentales), y nos proporcionan ventajas innegables, pues la crítica no es ciega
y no niega lo benéfico de existir en un marco democrático liberal, cualquier cosa que
signifique “benéfico” cuando se está alejado de metarrelatos esencialistas, quizá desde la
pragmática se refiera a aquello que es útil para algo, tal como reflexiona Rafael del Águila
cuando recuerda su experiencia sobre la religiosidad indígena: “no discuten si tal o cual
creencia es verdadera o falsa, sino si tal o cual creencia es beneficiosa para la salud, para
la vida, para la felicidad de cada uno” (en Rorty, 1998, p. 10). Así, “Lo que intenta Rorty
es reformular las esperanzas liberales, pero liberadas de racionalismos y universalismos;
de esa forma considera que debe llegarse a concebir que los seres humanos, finitos y
contingentes, no pueden encontrar significado a sus vidas y organizaciones, más allá de
otros seres e inspiraciones igualmente finitos y contingentes” (Vázquez, 2006, p. 25). La
cuestión está en olvidar ciertos lenguajes, ciertos relatos que nos inventan “derechos y
deberes” que no nos corresponden. “Rorty nos ofrece la imagen del ironista, que queda
caracterizado por ser alguien que tiene dudas radicales y continua sobre el vocabulario
final que utiliza” (Contreras, 2003).
Por un lado, de esta manera es que se ha desarrollado la historia, quiero decir,
ha sido bajo el influjo de ideales universalistas que unos se han impuesto a otros y,
de esta manera, se ha provocado una explosión de lo que se denomina occidente (otra
vez la idea de un “NOSOTROS OCCIDENTALES”, y por mucho occidentalizados a
la fuerza gracias al avance colonialista europeo, pues si América, incluyendo América
Latina, está de ese lado del mapa mundial, fue, precisamente, por la expansión europea,
sin duda, otro tema sería lo que pasó con África y parte de Asia o Australia, lo que,
considero, nos occidentaliza es la forma de gobierno asumida, la democracia liberal),
una explosión literal, pues ha sido desde los arcabuces hasta los mísiles inteligentes que
la expansión ha ocurrido.
Nuestras sociedades occidentales son pluralistas, es decir, para Rorty, en ellas
se razona con una racionalidad3, es decir, con tolerancia, con “la capacidad de no
desconcertarse por la existencia de diferencias y no responder agresivamente a ellas
[…] va unida a una confianza en la persuasión más que en la fuerza, a una inclinación
a discutir las cosas antes que a luchar, quemar o desterrar” (Rorty, 1998, pp. 81-82),
luego entonces, los diferentes espacios sociales (entendamos grupos o agregaciones
“ideológicas”), la mayoría de las veces en extremo disímbolos, pueden discutir, con
los mismos argumentos esencialistas-metafísicos-seculares, sobre el cómo deben o no
entenderse los derechos y deberes ciudadanos (políticos) y humanos (todo lo que se
pueda incluir ahí), o sobre cuáles son los cauces adecuados de la desobediencia civil (en
eso el México post-autoritarismo-priista ha dado muestras interesantes, que van desde
el plantón monumental perredista pasando por los llamados de la alta jerarquía católica
a la desobediencia civil, hasta las movilizaciones físicas y cibernéticas realizadas por
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Hugo César Moreno Hernández
los jóvenes universitarios; esto nos acerca más a ese NOSOTROS rortyano), en tal
sentido, derecha e izquierda debaten asiéndose al mismo eje filosófico, como puede ser
el hegeliano, de donde manan el marxismo y las tesis de Fukuyama.
Con los mismos argumentos universalistas, se levanta la voz para “decidir” cuál
es la forma más adecuada para definir el espacio donde se deben ejercer las libertades
individuales y cómo diseñar los proyectos que, de una vez por todas, realicen la justicia
social. En otras palabras, al interior de occidente, la racionalidad3, el grado más alto de
racionalidad, se desenvuelve, más o menos, tersamente. En la democracia occidental
es donde la pluralidad permite la oportunidad de la crítica, a veces mordaz, sobre los
principios que la fundamentan. Hay una capacidad falibilista, una capacidad de instalarse
entre el escepticismo y el dogmatismo.
Si bien el capitalismo ha permitido niveles de explotación profundísimos, también,
y es en ese marco en el que se instala, ha posibilitado niveles de libertad nunca antes
alcanzados, posibilidad de autoobservaciones críticas a un nosotros cada vez más
inclusivo (aun cuando esta capacidad inclusiva, en la medida en que incluye, excluye
cada vez con mayor rigor). El meta-relato de occidente se ha ido conformando mediante
la crítica, por tanto, la crítica a la razón es parte de la comprensión de un NOSOTROS.
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
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Hugo César Moreno Hernández
Y dejar pasar los conflictos de valores, es decir, las diversas valoraciones sobre el mundo
y el sentido o sobre el sentido del mundo por el tamiz del encuentro, del enfrentamiento o,
como piensa Nancy (2007), de la comunidad enfrentada-confrontada, abierta en el herir,
herida en el abrir y al abrir, tasajear. El problema de esto, la clave de occidentalización
y la edulcoración política de la globalización económica está, precisamente, en la
pregunta ¿qué pasa, entonces, con las diásporas económicas? En otras palabras, cómo
se crea ese espacio público simbólico donde el móvil, la desterritorialización y las
reterritorializaciones-recodificaciones (pues el “peligro” intuido por ese fantasma ya
referido con el nombre de Huntingtong, están en que la desterritorialización económica
no descodifica del todo, desterritorializa, pero no arranca de tajo los códigos acarreados
por la diáspora, eso está en Marramao cuando, con buena visión, observa que la amenaza
global-glocal no está en la destrucción de identidades, sino en su proliferación) se dan
por una coacción económica, por la atracción económica de los polos de desarrollo
productivo, es decir, por los Estados metrópoli, para utilizar un lenguaje casi muerto,
pero que repercute, inmisericorde, en el orden-des(orden) de la globalidad o globalismo.
Por eso aquello de edulcoración política del drama de lo glocal, pero que, sin duda, no
se aparta de lo político, salvo que en otro orden. Pensar lo político o la política desde
lo impolítico, desde el contrapoder, esto es, desmarcándose de las esencialidades del
lenguaje político de la modernidad, del Léxico Único, ya estrangulado, como el propio
Marramao lo observa, por el tiempo de globalidad, globalización o mundialización que,
en cierto sentido, según su argumentación, se dirige a una occidentalización, un pasaje
a Occidente, desdibujando o, incluso como principio, despojándose de la tentación
de universalizar. O como responde Derrida a Mustapha Chérif “aquello que usted
denomina ‘el universalismo de la democracia’, concepto muy difícil de cernir, supone
que la democracia sea pensada de otro modo que como un modelo de régimen político
fijo” (Chérif, 2007, p. 39), o fijado en occidente.
Pensando en lo político, incluso la idea de Pueblo (el Pueblo estadounidense, el
Pueblo mexicano) aparece como una parodia que oculta al término pueblo. Tal como lo
explica Giorgio Agamben:
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Un mismo término designa, pues, tanto al sujeto político constitutivo como a la clase
que, de hecho si no de derecho, está excluida de la política…designan, lo mismo
en la lengua común que en el léxico político, tanto al conjunto de los ciudadanos
en su condición de cuerpo político unitario como a los pertenecientes a las clases
inferiores […] por una parte el conjunto Pueblo como cuerpo político integral, por
otra, el subconjunto pueblo como multiplicidad fragmentaria de cuerpos menesterosos
y excluidos; en el primer caso una inclusión que pretende no dejar nada fuera, en el
segundo una exclusión que se sabe sin esperanzas; en un extremo, el Estado total de
los ciudadanos integrados y soberanos, en el otro la reserva de los miserables, de los
oprimidos, de los vencidos. (Agamben, 2001, pp. 31-32)
Al utilizar la voz Pueblo como parte del conjunto de palabras del Léxico Único, es decir,
como una fuente de autoridad o como un valor universal, la propuesta etnocéntrica
rortyana se enfrenta a la circularidad lexicográfica de occidente. Si bien la propuesta
etnocéntrica de Rorty no invita a domeñar a los otros desde un nosotros superior, sino,
por el contrario, a practicar la racionalidad3 que enarbola, las apariencias sobre las
que se funda la propia idea de etnocentrismo la envuelven en la vorágine de críticas a
occidente desde el propio occidente. La igualdad como instrumento jurídico-filosófico
y, también, como valor universal, se entromete y hace actuar al movimiento circular del
Léxico Último: si desde la asunción sin ambages de un NOSOTROS (etnocentrismo) nos
proponemos el diálogo a unos Otros “lo suficientemente similar(es) a nosotros como para
encontrarle sentido a una negociación de las diferencias que nos permita lograr vivir en
paz y sentirnos todos vinculados al acuerdo así obtenido” (Rorty, 1996, p. 121), entonces
qué pasa con aquellos otros que no encontramos tan iguales a nosotros. Me parece que
Rorty estaría de acuerdo en pensar que, en la práctica, el acercamiento con los otros
opera como factor de desigualdad con unos otros más distantes. El etnocentrismo genera
desigualdad y exclusión en la medida en que se descubren existencias radicalmente
distintas. Quizá ahí es donde entonces es imposible el acercamiento mediante la
persuasión. En un momento dado la disyuntiva entre Ellos y Nosotros implicará algo
más que racionalidad3. La otredad lastimará y entonces la decisión por a quién ser leal
definirá el cómo aglutinarse. Ahí, el etnocentrismo pragmático de Rorty opera como
detonador de lealtades, pues no se puede ser leal a otro que no conozco ni alcanzo a
comprender sus deseos y creencias “así, concluiríamos a nuestro pesar, tenemos que
dejar de intentar que amplíe su identidad moral y comenzar a tratar de construir un
modus vivendi que podría incluir la amenaza o incluso el uso de la fuerza” (Rorty, 1998,
p. 122).
Otro problema es la generación de desigualdades, de deseos y creencias, para
no abundar más, al interior del propio occidente. Desigualdades y exclusión ocurridas
tanto por lo económico como por lo político como motores del movimiento masivo de
migrantes. Desigualdad al interior al diferenciarse lo económico mediante el alargamiento
de la economía global, la cual enclaustra a unos y libera a otros, delimitando el espacio
social de aquello que podemos entender como NOSOTROS. Nosotros somos locales o
somos globales, la cuestión es si somos los mismos, esto es lo que antes llame el drama
de lo glocal. Según Bauman:
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Hugo César Moreno Hernández
Ser local en un mundo globalizado es una señal de penuria y degradación social. Las
desventajas de la existencia localizada se ven acentuadas por el hecho de que los
espacios públicos se hallan fuera de su alcance, con lo cual las localidades pierden su
capacidad de generar y negociar valor […] En la actualidad, los centros de producción
de significados y valores son extraterritoriales, están emancipados de las restricciones
locales; no obstante, esto no se aplica a la condición humana que esos valores y
significados deben ilustrar y desempeñar. (Bauman, 1999, p. 9)
Algunas frases marxistas aún tienen un punto y pueden ser todavía usadas con
provecho: frases como «el ejército de reserva industrial» o «el Estado como comité
ejecutivo de la burguesía». Pero deberíamos extraer estas frases de la gran teoría en
la que se inscriben. Deberíamos reconocer que hay que revivirlas únicamente en el
contexto de sugerencias concretas sobre cómo reducir el desempleo estructural o sobre
cómo los empobrecidos podrían obtener un puesto en aquel comité ejecutivo. (Rorty,
1998, p. 59)
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
La teoría regional, aterrizada o nacida a ras de suelo, es, en cierto sentido, una forma de
esa filosofía pragmática que no pretende absolutos, hay, pues, un hilo conector entre Rorty
y Foucault, cuando el primero admite que cada cultura es “una serie de contingencias,
accidentes, una historia del surgimiento y muerte de diversos juegos de lenguaje y formas
de vida. Nuestro lenguaje y nuestra cultura no son sino una contingencia, resultado de
miles de pequeñas mutaciones que hallaron un casillero (mientras que muchísimas otras
no hallaron ninguno)” (Contreras, 2003), y el segundo refiere a la historia como una
serie de segmentos encimados, siendo el mejor método para entender el desarrollo de
las sociedades la indagación a las prácticas, es decir, el trabajo del teórico-arqueológico
sobre las ruinas y no sobre los monumentos del pensamiento, los manuales y no las
grandes obras. Pues contrastando las prácticas y lenguajes particulares es como se puede
acceder a la realización de una teoría local y útil para los locales, incluso, quizá, para la
construcción de una esfera pública simbólica, móvil, desterritorializada pero para operar
las reterritorializaciónes de los “glocales”, ya situados un paso adelante en el tiempo,
es decir, en el momento de la globalidad-globalización y el proceso de dislocación del
Estado-Nación.
Para Rorty no podemos arrancarnos, así como así, el conjunto de sentencias
morales que activan aquello que podemos considerar nuestros valores, pues desde
nuestra historia se nos han arraigado las instituciones y tradiciones que nos dan sustancia
social. De ahí, de ese trabajo a ras de suelo es que Rorty extrae la idea de un “saludable
etnocentrismo”. Este etnocentrismo apuesta a la consolidación de lo que él llama “una
cultura postfilosófica”, donde se abandonen las verdades absolutas y se apele a una
filosofía capaz de “localizarse” permitiendo el diálogo real como forma de alcanzar un
mejor nivel de solidaridad en lo que Marramao denomina esfera pública en lugar de
Estado-Nación o sociedad civil transnacional. Es un ir y venir, un llenar y vaciar los
territorios movilizados, desterritorializados por la economía globalizante. Significa no
agonizar en el mar de la apolítica económica o de la política economizada, sino hacer
otra política, una impolítica en el sentido de Roberto Esposito (2006, 2012), es decir, la
política en los límites de la política para alejarnos del centro endurecido del occidente
universal, con una filosofía capaz de colmar la brecha entre política y pensamiento,
entre acción política y razón. Es el factor donde, en el cruce, en el entretanto, en el
entre de la desarticulación del Estado-Nación se puede hacer política, poniendo en juego
75
Hugo César Moreno Hernández
Pero creo que la retórica que los occidentales usamos para tratar de hacer a todo el
mundo más similar a nosotros mejoraría si fuéramos más francamente etnocéntricos
y menos pretendidamente universalistas. Sería mejor decir: así es como somos en
occidente como resultado de dejar de tener esclavos, de educar a las mujeres, de separar
Iglesia y Estado, etc. (Rorty, 1998, p. 123)
O, como establece Marramao, sobre la esfera pública que propone “el espacio simbólico
–no tan sólo plural, sino también disonante y cacofónico- de una efectiva confrontación
(no edulcorada) entre universales de valor existencialmente vividos y filtrados por las
experiencias de los distintos «sujetos»” (Marramao, 2006, p. 81). Bajo este esquema,
pensar desde un NOSOTROS sustentado en una Autoridad última (ya sea Dios o
Razón), dificulta el diálogo (si no es que lo cancela definitivamente) con los otros.
Encerrarnos en la razón y, sobre todo, en el entendido de que ésta es la que nos justifica
la intervención desmedida para “salvar” a unos otros es, más que hipócrita, una falacia
que puede provocar un disparo por la culata. El etnocéntrismo pragmático de Rorty,
ese decirle al otro que nosotros estamos un poco mejor que él e invitarlo a practicar
lo mismo nada más porque esto supone cierta mejoría, es mucho mejor que obligarlo
porque nosotros somos los abanderados de esa autoridad última. La propuesta es abrir
nuestro lenguaje y despojarlo de la ficción normativa, de ese encuadre fijo, que supone
verdad y enfrentarnos-confrontarnos, abrirnos, herirnos para dejarnos ver. Presentar en
una esfera pública simbólica el peso de los valores de occidente. Sin dejar de lado que
esto es una apuesta política y sin olvidar que esa búsqueda por occidentalizar, por abrir el
pasaje a Occidente tiene, también, el ácido hedor de lo económico, es decir, sin olvidar
la voluntad de dominar y sin dejar de lado el motivo del intercambio, de la globalización
económica, lo que podría volcarse en un atemperamiento del dolor causado por la cada
vez mayor inoperancia de lo político anclado en el Estado-Nación, pero naufrago en
el vaivén de los capitales volátiles y viajeros y la imposibilidad de las ciudadanías
globales o mundiales. El terror de lo glocal, muy a pesar de Marramao (Ibíd., pp. 37-
46), está inscrito en la entelequia formada por la supremacía de lo económico frente
a lo político, muy en el sentido del sistema mundo descrito por Wallerstein (2005),
pero aumentado por la incompatibilidad entre capital(es) y ciudadanía(s). Vaya, las
diásporas económicas son lo móvil, mucho más que las políticas y lo glocal tiene más
que ver con la imposibilidad de una occidentalización móvil, es decir, con lo imposible
de desterritorializar y reterritorializar sobre la tierra prometida. Ahí está la amenaza de
la globalidad, más que de la globalización, sí en el exacerbado resurgir de “identidades”.
Pero mucho más en la tiranía de la economía sobre lo político, del capital sobre los
derechos políticos.
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Para Rorty es el miedo lo que impulsa a la búsqueda de una verdad universal. Desde
el miedo la tradición filosófica occidental se define y se obliga a buscar en la verdad
absoluta un consuelo.
Mi idea de que el deseo de objetividad es en parte una forma disfrazada del temor a la
muerte de nuestra comunidad reproduce la acusación de Nietzsche de que la tradición
filosófica que arranca en Platón es un intento de evitar enfrentarnos a la contingencia,
por escapar al tiempo y el azar. (Rorty, 1996, p. 54)
Eso es, una teoría es exactamente como una caja de herramientas. Ninguna relación
con el significante... Es preciso que sirva, que funcione. Y no para uno mismo. Si no
hay personas para utilizarla, comenzando por el teórico mismo, que deja entonces de
ser teórico, es que no vale nada, o que el momento no llegó aún […] Por esto la noción
de reforma es tan estúpida como hipócrita. O bien la reforma es realizada por personas
que se pretenden representativas y que hacen profesión de hablar por los otros, en su
nombre, y entonces es un remodelamiento del poder, una distribución del poder qué va
acompañada de una represión acentuada; o bien es una reforma, reclamada, exigida,
por aquellos a quienes concierne y entonces deja de ser una reforma, es una acción
revolucionaria que, desde el fondo de su carácter parcial está determinada a poner
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Hugo César Moreno Hernández
en entredicho la totalidad del poder y de su jerarquía. (Foucault, 1992, pp. 85-86, las
cursivas son mías)
Pues bien, esta utópica sociedad rortyana tendrá en los poetas y los revolucionarios a sus
hombres de vanguardia, alejados de la verdad absoluta, de esencialismos universales,
de Dios y la Razón, para acercarse a la realidad inmediata y desde abajo construir las
verdades que operen directa y eficazmente.
Esta ética no “bajada” de las alturas divinas o racionales, no deja de tener un
cierto aroma a injusticia, pues cuando el hambre tiene asidos por el estómago a millones
de personas, en occidente es común apelar, entonces, a la necesidad de una justicia
ampliada a todo el orbe, a todos aquellos OTROS totalmente desconocidos. Sucede que,
si nos atenemos a una ética no sustentada por verdades últimas, entonces el rostro de la
humanidad se deja ver tal cual, pues:
No nos resulta natural sacar la comida de la boca de nuestros hijos para alimentar
a un extraño y a sus hijos. Se interroga acerca de la pertinencia de palabras como
obligación y moralidad, cuando se trata de privar a nuestros hijos de algo que quieren
para enviar dinero a las víctimas de una hambruna en un país que nunca hemos vistos,
a personas que podríamos considerar repelentes, que no querríamos que se casaran
con nuestros hijos, a personas cuyo único reclamo a que le prestemos atención es que
se nos ha dicho que están hambrientas. (Rorty) insiste, no hay nada en lo profundo de
nosotros, no hay una naturaleza humana común, no hay ninguna solidaridad humana
constitutiva, que pueda usarse como punto de referencia moral. (Contreras, 2003)
La cara sucia de la utopía está del lado de los débiles. Aquellos que mueren de hambre o
de enfermedades ya erradicas en occidente, aquellos que son ametrallados por las armas
fabricadas en occidente, aquellos que sueñan el sueño de occidente y la única manera
de alcanzarlo es desplazándose como los nuevos esclavos del siglo XXI. Sucede que si
no hay una verdad última que nos obligué a buscar algo como la igualdad social para
todos (para nosotros y para los otros), entonces estamos en sintonía con Nietzsche, pues
para ser pragmatistas, tendríamos que abandonar la idea de una humanidad hermanada y
asumir, con Nietzsche, que esta idea “sólo se le ocurrió a los débiles, a la gente desplazada
por los guerreros valientes, fuertes y felices que Nietzsche transforma en ídolos” (Ibíd.).
Entonces ¿dónde estamos? ¿Cuál es el valor de la utopía rortyana? Pues ésta se
encuentra en la creencia de que la mayor esperanza de un mundo mejor, en todos los
sentidos, es la adopción de todos de formas de gobierno democrático-liberales. Esto
se logra, recuérdese, enarbolando un etnocentrismo “amigable”, y desechando los
universalismos, sin la asunción de una cultura común que homogeneice a todos, sino,
como propone Rorty, imaginar una especie de bazar en donde se presentan todas las
posibilidades culturales, sin suponer la existencia de creencias comunes o valores
compartidos. Un bazar construido utilizando una racionalidad3 (tolerancia constructiva,
no restrictiva)
Pero, se nos atraviesa otro grave problema, cómo curar las heridas del pasado,
cómo activar la capacidad de olvido cuando hoy pareciera que los OTROS nos lanzan a
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
la cara occidental (esos otros que no sólo están del otro lado del mapa, sino que viven,
existen en el mismo espacio que nosotros) todos los agravios de que han sido víctimas.
Además de las nuevas formas de agraviar. Formas totalmente actuales, formas de la
globalización y sus nuevas tecnologías, formas de exclusión tan poderosa e intangible
que la hacen incomprensible para los “nuevos débiles”, que son los de siempre, como
lo refiere Bauman:
Para algunos –la elite móvil, la elite de la movilidad– esto entraña literalmente despojarse
de lo físico, la nueva ingravidez del poder […] Gracias a la nueva “incorporeidad”
del poder sobre todo en su forma financiera, sus dueños se vuelven extraterritoriales,
aunque sus cuerpos permanezcan in situ […] Esta vivencia del poder sin territorio –la
combinación, tan misteriosa como sobrecogedora, de lo etéreo con lo omnipotente,
la ausencia de cuerpo físico y el poder de formar la realidad– queda registrada en el
conocido elogio de la “nueva libertad” corporizada en el “ciberespacio” sustentado en
la electrónica. (Bauman, 1999, p. 28)
Se podría decir que con las nuevas tecnologías, la defensa de estos nuevos débiles
(que en realidad son los de siempre y se les unen otros ensanchando la brecha), se
presenta también la posibilidad de una movilización que escape al claustro geográfico,
abriéndose, desde lo local al mundo para conectarse con otros colectivos con quienes
comparten agravios similares. Y esto más como una política de la visibilidad que tienda
a las reformas revolucionarias (muy en el sentido deleuziano, referido más arriba) y no a
la confrontación violenta. Pero para esto es menester hacer caso al llamado rortyano del
etnocentrismo franco (de honesto y frontal, capaz de enfrentar y confrontar sus valores
a los otros valores) para persuadir a esos otros de que alcanzarían notoriedad sólo en el
caso de que adopten ciertos rasgos occidentales, para desde ahí iniciar su lucha política.
Sin embargo, no hay que perder de vista que esto no significa el acceso inmediato a
mejores niveles de vida, sólo la extensión de lazos de lealtad que, en un momento dado,
permitirían asumir al otro como parte de un nosotros con quien podría ser leal. (Cfr.
Rorty, 1998, pp. 105-124). O, en otros términos, en una búsqueda de una democracia
universal, como responde Derrida a Chérif (2007), la instauración de una hospitalidad
ilimitada (una apertura sin límites hacia el otro, el otro extraño, desterrado, movilizado,
desterritorializado, globalizado-occidentalizado con la fuerza económica) mediante
una legislación mundializada pero siempre local, porque “la ley incondicional de la
hospitalidad necesita de las leyes, las requiere. Esta exigencia es constitutiva” (Derrida,
2008, p. 83), necesaria para cambiar la economía apolítica, para sortear las debilidades
del Estado frente a la vorágine de los mercados desterritorializados y operadores de
dramas glocales.
Para Derrida, la hospitalidad ilimitada sería una solución a la utopía rortyana
en forma de mundialización política: derechos y obligaciones para ciudadanos no
restringidos al territorio, a la ficción nacer-nación y a la interiorización política de la
soberanía mediante la ficción de la ciudadanía atrapada por las fronteras. “No tengo
nada contra del Estado –dice Derrida–, no tengo nada en contra de la ciudadanía, pero
me atrevo a soñar con una democracia que no esté simplemente ligada al Estado-nación
79
Hugo César Moreno Hernández
y a la ciudadanía” (Chérif, 2007, p. 40), el sueño sólo puede salir de los vapores oníricos
si hay fuerza de ley, si la hospitalidad se impone, de otra manera “correría el riesgo de ser
abstracta, utópica, ilusoria, y por lo tanto transformarse en su contrario. Para ser lo que
es, la ley necesita así de las leyes que sin embargo la niegan, en todo caso la amenazan,
a veces la corrompen o la pervierten” (Derrida, 2008, p. 83). El problema es que no hay
ley de hospitalidad ilimitada que se vislumbre para que occidente se disemine por el
mundo. Sin ley, sin fuerza de ley, sólo queda la utopía.
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
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Hugo César Moreno Hernández
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
al hombre del animal es la racionalidad ética, esto invita a buscar la verdad, lo que no
sucedería si lo humano fuera resultado de la racionalidad utilitarista, pues no se necesita
la Verdad de las cosas para manipularlas, no se necesita la Verdad para sobrevivir.
Esta Verdad no es absoluta en un sentido físico, sino en el sentido Humano, es decir,
como creación, invento que inventa y reinventa a la humanidad. La Verdad se acerca
a la justicia, es decir, con el descubrimiento-invento de la Verdad se descubre-inventa
una justicia humana, que se especifica en el imperativo de que cada ser humano es un
fin en sí mismo, nunca un medio, un instrumento, una herramienta. Cada ser humano
es soberano, pues tiene la facultad de autodeterminarse. Cuando un Estado extrae
soberanía de sus ciudadanos, les esclaviza, los cosifica y los convierte en instrumentos.
La Verdad-Justicia se corporiza en la ley y toman fuerza en un Estado que se hace
cuerpo. Si bien una cultura se mide por sus preceptos, cuando éstos se relativizan y sólo
adquieren estatus de formalismo, se sustituyen los contenidos por los procedimientos y
se despoja a la justicia de posibilidad de progreso, es decir, desaparece la búsqueda de
su superación y se puede legitimar lo peor, validado mediante el voto (idea marxista del
Estado como centro del poder político, donde llegar a él es imponer los intereses propios
como intereses generales). Es necesaria que una racionalidad ética universal, donde
se define que todo ser humano tiene dignidad infinita, esté por encima de la simple
aceptación de normas (trascendencia del Estado como entidad abstracta para que tome
cuerpo en cada uno de sus ciudadanos).
Según Luhmann la ventaja de la modernidad es la diferenciación sistémica, dónde
los sistemas sociales son eminentemente inmorales, pues son las expectativas cognitivas
(que aprenden) las que priman sobre las expectativas morales (que no aprenden, sino
que esperan una determinada acción). En ese sentido, la racionalidad se reduce al
instrumentalismo y el peligro es la conversión de unos seres humanos en instrumento
de otros. Luhmann, al observar la diferenciación sistémica, insiste en que los sistemas
económico, político, científico, etc., están separados, operando cada cual por su lado. Sin
embargo, esto no sucede, pues todo lo humano se entrecruza (las relaciones empresariales
donde se conjugan visiones morales del mundo con la necesidad del lucro) y opera una
moralidad que evita el colapso del sistema (pues no se necesita el vigilante del vigilante,
hay una autodisciplina, un policía interno, una moral). Así pues, la Verdad-Justicia debe
definir a la ley, llenarla con ética y no vaciarla con simples ordenamientos sin sustento, a
fin de que cada gobierno sea soberano y no explotador de soberanía. En otros términos,
un Estado Soberano, como ya se dijo antes, precisa tanto de un gobierno soberano que
no reste soberanía a sus ciudadanos y se ampare en ésta para ser independiente, para ser
un Estado Libre, un Estado Cuerpo, fin y no medio.
Ahora bien, el mundo-circundante-entorno es una nebulosa desordenada, cual
imagen de Van Gogh, lo cual nos lleva a la pregunta fundante sobre aquello que
funda, en el orden-desorden de esta disertación, al ser humano. La pregunta ¿Qué es
la sociedad? Puede bien ser respondida por la frase, a veces vacía o vaciada por el
desorden-circundante, “Orden social”. La pregunta por el cómo se establece el “orden
social” es idéntica a la anterior. Cómo es posible que se establezca un lazo social que teja
83
Hugo César Moreno Hernández
un cuerpo social. Ahí está la respuesta contractualista. Pero, cómo confiar en que el otro
tan atravesado por sus pasiones respetará el yugo sobre éstas. La confianza es entonces
algo que puede servirnos de pegamento, incluso de principio de un enlazamiento. En
todo caso, en qué se confía. Se confía en compartir un Mismo Imperativo Ético, lo que
reduce incertidumbre, lo que desnuda al cuerpo y minimiza la doble contingencia (de ahí
que Luhmann llegue a pensar que lo social es un acto milagroso, ocurrido por el mero
azar). Así pues, el invento de aquello ético que hace cuerpo es argumento válido para
desechar las posibles implicaciones de la genética humana, pues no es en la animalidad
de donde surge lo humano, sino de la historicidad de algo que se hace, poco a poco, paso
a paso, humano.
Cuando se adjunta a la Verdad la Justicia se le hace obligatoria pues es Verdad
porque es justa. Por supuesto, estos son laberintos que nos llevan al mismo lugar: el
ser-estar del ser humano, además de su padecer para llegar a ser o, para precisar, sobre
dicho padecer.
Recapitulemos: Estado-Sociedad-Ciudadano son fases de un desarrollo humano. Se
alcanzan, se puede llegar, pero eso no implica que se pueda desviar el camino. Esa triada,
para constituirse soberana y productora de soberanía (no explotadora de ésta) precisa de
una forma de gobierno que permita un pleno ejercicio de la ciudadanía para reforzar al
Estado. Si giramos el cuello en el universo de la historia en la búsqueda de un sistema
tal, sin duda, hay uno que nos hará guiños y flirteos con sus mil rostros: la democracia,
que, como todo lo humano, no es invariable y, por tanto, siempre es perfectible y, como
dice Derrida, siempre está por venir precisamente porque en su autocriticabilidad está
su capacidad para automejorarse, pero también su tendencia autoinmunitaria (Derrida,
2005) o. lo que podríamos decir con Esposito (2012), su irracionalidad al colapsarse
en su venida fáctica, es decir, en su acontecer absoluto según la tendencia hacia el
mito de la ciudad de dioses rousseauniana. Así pues, a pesar de los lastres, las formas
democráticas permiten la horizontalidad de nuestra triada. La democracia es un lugar
en el recorrido y aún llegando a ella puede uno desviarse. Entonces, es preciso definir
democracia para no deslumbrarse con alguna de sus múltiples miradas luminosas. Es
preciso demostrar primero que ésta es obligatoria. En tal sentido, las formas de gobierno
deben ser valoradas no en función de un cierto gradualismo (malo, menos malo, mejor),
sino de acreditar la superioridad de una forma de gobierno, en este caso, la democracia.
Así, si la desigualdad es lo tangible, entonces la idea de igualdad está centrada
en algo no natural, no dado, sino en algo que debe ser creado por la acción humana,
para llegar a esto, es necesario acreditar la superioridad de aquella forma de gobierno
capaz de lograrlo: La democracia. “la razón por la que ese sistema se debe adoptarse
es que todas las personas son sujetos y no objetos: cualquier otro sistema las trataría
como objetos” (Miranda, 1996, p. 165). Hay verdad absoluta y no todas las formas de
gobierno la aceptan.
Pero la democracia, como invento humano, puede sufrir mutaciones que la
conviertan un procedimiento tramposo de una realidad que destruye la soberanía del
Pueblo o, para decirlo mejor, la extrae del pueblo para hipertrofiar al Estado. No confiando
84
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Observamos así, de una parte, la decadencia que el espíritu del pueblo se prepara.
La manifestación de la muerte tiene distintas formas; la ruina arranca de dentro, los
apetitos se desatan, lo particular busca su satisfacción y el espíritu sustancial no medra
y por tanto perece. Los intereses particulares se apropian las fuerzas y facultades que
antes estaban consagradas al conjunto. Así lo negativo, como descomposición interior,
parece particularizarse. Suele unirse a esto un poder externo, que quita al pueblo la
posesión de la soberanía y es causa de que cese de ser pueblo. Mas este poder externo
pertenece solo al fenómeno; ninguna fuerza puede prevalecer contra el espíritu del
pueblo ni destruirlo, si no está ya exánime y muerto por sí mismo. (Hegel, 1980, pp.
135-136)
85
CAPÍTULO VI. EL CUERPO GLOBAL
El Estado debe ser capaz de regular y dirigir la economía en su propio seno, y con
respecto al exterior, implantar un sistema aduanal y normas precisas que controlen la
entrada y salida de bienes. Tanto desde perspectiva puramente económica, como desde
una orientación inmunitaria, fronteras que permitan la mantención del cuerpo con salud
cabal.
La idea hobbesiana en que los Estados se encuentran en estado de naturaleza entre
sí, fundamenta la fortaleza de las fronteras, la limitación de los confines con la meta de
endurecer el cuerpo estatal con una salud a prueba de exterioridad. El movimiento de
la soberanía funciona como elemento inmunitario al transferirla de un Soberano a los
ciudadanos soberanos y los engranajes burocráticos se constituyen en una suerte de
sistema de irrigación sanguínea que renueva constantemente los elementos visibles de la
organización, de manera que los cargos gubernamentales y las rutinas sean permanentes
y racionales incluso en su manera de reformarse.
El Estado como cuerpo político enfrentado a otros cuerpos políticos asume
identidad territorial y humana (ciudadanía) en cuanto logra aislarse en términos
asépticos de las contaminaciones exteriores. Sin embargo, en condiciones de nutrición,
de pura economía, con los juegos de escasez y abundancia, libre empresa y colonización
económica, los flujos económicos entran y salen, el mercado se convierte en medio de
comunicación interestatal y se engarza con la vida a través del principio nutrimental de
la escasez. Los Estados modernos entran a un estado de guerra deslucido políticamente
por el mercado, como ya lo avisaban Marx y Engels, con claridad en el Manifiesto del
Partido Comunista, cuando declaran: “La gran industria ha creado el mercado mundial”
(Marx y Engels, s/f, p. 34), esto es, en conceptos de Wallerstein (2001), la consolidación
de un sistema mundo anclado en lo económico en detrimento de lo político, lo que
permite sustentar un sistema sin centro, inundado, donde lo político rígido da paso a lo
fluido económico, con capacidades descodificantes y desterritorializantes muchos más
profundas, pues no le es necesario recodificar y reterritorializar sobre un cuerpo déspota,
sino dejarlo todo a la deriva del océano-mercado.
Empapada de economía, la soberanía, ya sea como autodeterminación de los
Estados o los ciudadanos, ya sea como posición y organización política enclaustrada en
las fronteras, tiende a desactivarse: por una parte, los ciudadanos se constituyen en otra
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Hugo César Moreno Hernández
cosa que no es elemento político: pueden ser consumidores o clientes, que compran o
pagan con el voto, las elecciones se convierten en mercado electoral. Las distinciones
sociales pasan de expresarse en términos productivos a usar concepciones mercantilistas,
como expone Bauman: globales versus locales, cosmopolitas monoculturales versus
glocales, vagabundos contra turistas. No hay ciudadanos del mundo, y no porque no
haya mundo, sino porque el mundo es un globo y el estatus se define según se puedan
mover los elementos sobre él.
Un nuevo giro liberal ilustrado por el prefijo “neo” supone una relación interestatal
que se desmarca de lo político para orientarse por lo económico. La ciencia, principio de
la tecnología productiva, se revuelca entre sufijos y prefijos para transformarse en una
mala palabra: tecnociencia, que significa, también, el chorreo económico sobre la ciencia
para tornarla en aparato de mercado. Así, neoliberalismo y tecnociencia (la inversión
aplicada por el flujo económico), hacen de la creación del mercado mundial el eje por el
cual giran los Estados y, entre tanto giro, la “despolitización” del cuerpo político en clave
de soberanía. La globalización, como situación histórica, es metáfora que descuartiza a
los cuerpos políticos, a los estados, ya no “organizados” según relación de soberanías
(estado de guerra) sino alterados por relaciones de mercado (competencia), donde los
Leviatanes se desprenden de sus cuerpecitos o los cuerpecitos se desarraigan de sus
Leviatanes, para que los Titanes Empresariales caminen majestuosos, como recupera
Marramao:
El siglo XXI marcará el advenimiento de “una nueva era de Titanes”, en la que el globo
se verá sometido a una inaudita aceleración ante el impulso de una técnica orientada
de modo exclusivo a la exactitud y a la funcionalidad, que cada vez más relegará
a los márgenes todas las formas de saber humanista, considerado como ineficaz y
“superfluo”. (Marramao, 2006, p. 22)
Hay una impotencia de los Estados para ser soberanos. Hay una inaccesibilidad de los
ciudadanos para ser soberanos, sobre todo ante la indiferencia de las fronteras empapadas
de mercado con referencia a los ciudadanos endurecidos de política. El Estado se va
convirtiendo, con la economía neoliberal, en un protector de contratos, en un garante de
intercambios comerciales y, cada vez menos, en un garante de los derechos políticos,
pues éstos no pueden, a menos que sea en mercados negros, constituirse en mercancías.
Se puede vender la fuerza de trabajo, no el derecho de ciudadanía.
Aunque el derecho de los ejercicios de los derechos democráticos se consideren
necesarios para integrar el “concierto internacional” habitante de la “aldea global”. La
relación entre Estados y éstos y sus ciudadanos se convierte en asunto de soberanía en
cuanto su no ejercicio, en cuanto a la colonización económica. Se exigen unos rasgos,
unos ropajes escandalosos, con lentejuelas deslumbrantes, que se noten relucientes
como aparato vacío a fin de fingir soberanía y regalarla a otro Estado que, a su vez, finge
soberanía y la regala a un no-Estado, una entidad económica.
Debido al arrastre de la visión de unos que hacen ver a otros, que o no ven o no
quieren ver, se ha vendido, a muy alto precio, la idea de que la solución está al final
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6.1 Globalismo
Hay una égida sobre esta visión, una ideología que somete y “legítima”. “Instituciones”
supranacionales que devienen de un Estado, todo resumido como punta de lanza en
el llamado Consenso de Washington, seudónimo del neoliberalismo. Estrategias
económicas que intentan “obligar al desarrollo imponiéndole a los estados sureños
recetas “infalibles” (lo cual, en honor a la verdad, así es, pues son estrategias diseñadas
para su beneficio): privatizaciones, liberalización y estabilidad macroeconómica. Todo
esto sustentado en el culto al nuevo demiurgo que da rostro (inhumano) al capitalismo
(no estamos alejados de la tierra si nos encontramos, casi por accidente, con los rasgos
religiosos del capitalismo, como ya lo veía Walter Benjamin2) donde los evangelios son
un conjunto de políticas emanadas de los mercados libres de restricciones. Liberalismo
como prédica y extracción de soberanía al gobierno: reducir al mínimo el rol del gobierno.
Los mercados son los soberanos.
Un Estado Soberano, capaz de autodeterminarse, precisa de que tanto su pueblo,
su gobierno y su territorio sean soberanos. La ideología del globalismo enmarcada por
el llamado Consenso de Washington ha mostrado su fracaso, pero en el sentido de la
prédica, quizá no en los objetivos oscuramente trazados. Pero se va deshaciendo la
niebla:
Si existe un consenso en la actualidad sobre cuáles son las estrategias con más
probabilidades de promover el desarrollo de los países más pobres del mundo, es el
siguiente: sólo hay consenso respecto de que el Consenso de Washington no brindó la
respuesta. Sus recetas no eran necesarias ni suficientes para un crecimiento exitoso, si
bien cada una de sus políticas tuvo sentido para determinados países en determinados
momentos (Stiglitz, s/f, p. 1).
91
Hugo César Moreno Hernández
soberanía el gobierno necesita proteger la propia con respecto al exterior. Los mercados
no responden a necesidades no mercantiles y, en tal sentido, atropellan aquello que no
les es necesario.
Así, el mercado no fracasa, no puede fracasar pues su búsqueda es consolidarse
por encima de cualquier restricción. Si algo lo restringe, tiene una enorme capacidad
mutagénica y una volatilidad atroz como para abandonar la localidad innecesaria. Los
Estados sí fracasan al tratar de corregir las “fallas” del mercado cuando a éste se le
regala la soberanía. “Lo que está en juego, entonces, no es únicamente el tamaño del
Estado, sino su rol, es decir las actividades que debe emprender, y el equilibrio entre el
Estado y el mercado” (Ibíd., p. 4).
Los mercados no crean desarrollo, se desenvuelven en él, no generan resultados
sociales o políticos, sino que se regodean en la falta de éstos, pues no precisan de
ambientes controlados políticamente, pues hasta del peor de los desordenes saben
sacar ganancias (la ilegalidad no les provoca asco). En tal sentido, los gobiernos deben
proceder con activas políticas industriales, con políticas de Estado que se sobrepongan
a los desmanes coyunturales.
Pero la ideología del Consenso de Washington respondió a las fallas predicando
más reformas, penetrando en la soberanía del Estado hasta inseminar a las instituciones
políticas de los gobiernos. Se respondió con el eufemismo de mejorar al Estado,
aduciendo que “muchos de los estados en los que no se estaba dando el desarrollo
no padecían de demasiado gobierno sino de demasiado poco gobierno -los estados
fallidos-” (Ibíd., p. 12).
Entonces vino la siguiente estocada. Se exigió democracia como signo de capacidad
de desarrollo. La democracia se convirtió en requisito para acceder a los flujos de
capital en forma de préstamos y créditos. Pero dicha democracia no era cualquiera.
Fue una democracia que suponía la reducción de ciudadanía al acotarla al territorio
soberano de cada Estado que sería bombardeado por mercancías exteriores, demoliendo
los mercados internos, pues nunca se dijo que el Mercado, al ser global, no tendría
consideraciones para los mercados locales. Pero un mercado necesita consumidores.
Así, las reformas democráticas impregnaron el diseño de programas de seguridad social,
sin atender al hecho de que la historia de la mayoría de los Estados “invitados” a seguir
el modelo, ilegitimaría al interior aquello con tufo a órdenes de los nuevos (viejos) amos
coloniales3. “Cuando las reformas fracasaron en el cumplimiento de lo prometido, tal
como sucedió en un país tras otro, los gobiernos volvieron a perder credibilidad. Así, las
3
El Estado mexicano pierde soberanía. Esto se nota, como un indicador, con la pérdida de población.
La emigración a Estados Unidos extrae soberanía y niega ciudadanía a los mexicanos. En los sesenta
emigraban 28,000 mexicanos anualmente a los Estados Unidos. Con el TLCAN el desangrado llegó a
360,000 personas por año hasta el 2000. En este siglo se calcula en 575,000 por año. Algo así como tres
millones de mexicanos se fueron entre 2000 y 2005 ¿resultado de la democracia? México fue el país que
más población perdió a nivel mundial en estos años.
Además, el Estado mexicano está sentado en un barril de pólvora con olor a óleo. El petróleo es el
sustento pero PEMEX no es prioridad. Y el petróleo se malbarata a precios record pues no se genera
valor agregado con él.
92
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
debilidades de las instituciones públicas fueron causadas en parte por las instituciones
de Washington” (Ibíd., p. 13).
Hay, entonces, una fricción incendiaria cuando observamos las relaciones
interestatales a partir del concepto de soberanía. Dicha fricción tiene que ver sólo
con la soberanía, pues ésta se desmorona frente a la debilidad de los Estados y la
fortaleza de los mercados. Quizá, soberanía ya no sea un concepto adecuado para
comprender la situación del mundo. Sobre todo a partir de los fenómenos acaecidos
por la globalización. Globalización también es un concepto o referencia problemática,
pues tiene que ver con el mundo en cuanto totalidad abarcable, pero con una geografía
delimitada políticamente y desbordada económicamente. Entre globalización del mundo
y mundialización existe la fricción semántica determinada por sus contenidos íntimos.
Mundialización y globalización se separan antinómicamente. La primera, como asume
Marramao: “Resultará inevitable, para quien adopte el primer término, la referencia
al concepto de mundus, o sea –como ha observado recientemente Jaqcues Derrida- «a
aquel valor de mundo cargado con una densa historia semántica, en particular cristiana»”
(Marramao, 2006, p. 15), es decir, la mundialización, con referencia a Agustín, tiene que
ver con la expansión mundial de la verdad y, por tanto, la adquisición de la ciudadanía
divina. Secularizado esto, y en consonancia con la cadena nietzscheana ya abordada, la
mundialización remite a la ciudadanía del mundo, más allá de la asunción de una misma
verdad, la asunción de una constitución mundial que ampare la ciudadanía, es decir,
que garantice los derechos políticos extendidos a la consideración de lo humano, para
que derechos humanos sean derechos políticos. Secularizado, pero cristiano, el término
mundialización es político, de dominación política y no evita la alusión a la integración.
Asumir un carácter humano, la mundialización puede convertirse, como argumento de
liberación, en instrumento de dominación y eliminación de lo no humano. Vaya, existe
el peligro de aducir a la naturaleza humana que remitirá a la segregación y exterminio.
Por otro lado “quien, en cambio, adopte el segundo estará obligado a la remisión
al simbolismo de globo, de la esfera, a la idea de la totalización, de la finitud planetaria
de los procesos en curso” (Ibíd., pp. 15-16), sin tanta alharaca, la dominación de lo
accesible. Con la tecnociencia los límites se han desvanecido y el mundo-globo puede
ser abrazado por su enormidad y su pequeñez, por su globalidad como mundo y por su
singularidad como individuo. Dominación pura y llana definida por la competencia.
Si nos atenemos al desenvolvimiento de la cadena nietzscheana y seguimos la
clave de mundialización, es decir, el recorrido dialéctico que llevará al fin de la historia,
ya sea como re-animalización o como constitución del Gran Espíritu, un poco parecido
a aquel cuento de Asimov, La última pregunta, donde la respuesta a la interrogante
“¿Cómo puede disminuirse masivamente la cantidad neta de entropía del universo?”,
es decir, como detener el inexorable paso hacia el fin, la muerte infinita, debe esperar
hasta el desvanecimiento del Hombre Uno (“El Hombre, mentalmente, era uno solo,
y estaba conformado por un trillón de trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su
lugar, cada uno descansando, tranquilo e incorruptible, cada uno cuidado por autómatas
perfectos, igualmente incorruptibles, mientras las mentes de todos los cuerpos se
93
Hugo César Moreno Hernández
fusionaban libremente entre sí, sin distinción”), para recurrir al origen, para abrazar el
fin con el principio, pero ya sin Hombre, un retorno (“Pero no había ningún Hombre a
quien AC pudiera dar una respuesta a la última pregunta. No había materia. La respuesta
-por demostración- se ocuparía de eso también. Durante otro intervalo sin tiempo, AC
pensó en la mejor forma de hacerlo. Cuidadosamente, AC organizó el programa. La
conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un universo y pensó en lo
que en ese momento era el caos. Paso a paso, había que hacerlo. Y AC dijo: ¡HÁGASE
LA LUZ! Y la luz se hizo...”), un reiniciar el sistema operativo, alcanzar el fin para
iniciar. Aun secularizada, la mundialización como proceso político se observa como la
despolitización de la vida, como una utopía donde las fuerzas dejan de luchar. El asunto
nihilista es que el fin de la lucha es la entropía, la muerte sin fin, el fin de la vida
La mundialización entendida como pensamiento finito del fin del mundo se traduce
así, en último análisis, como una despedida de la lógica de la Sinngebung –de un
otorgamiento-de-sentido proyectado al futuro, connatural al concepto de Weltgeschichte
(en la doble vertiente “progresista” y “apocalíptica” del progreso indefinido kantiano
y de la interrupción escatológica), y en todo y por todo interna a la “metafísica del
significado” –y como la individualización del carácter “ontológicamente mundano y
mundial” del mundo en la culminación de un sentido coincidente heideggerianamente
con el ser-a: con la “apertura” de la relación, del envío, de la comunidad “inactiva” y
desnaturalizada de la donación. (Marramao, 2006, pp. 18-19)
94
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Las líneas demarcadas por el libre traslado de productos y dineros virtuales jalan con
inclemencia flujos humanos que se desterritorializan para reterritorializar recodificando,
descoyuntando los códigos políticos modernos, desciudadanizados por el doble amarre
de los peligros puramente financieros y por los peligros puramente nutrimentales, más
allá del estómago lleno, sino del espíritu hábil para buscar llenarse, configurándose
lo local a partir de lo global con fauces de lobo. Pero ¿y qué? Si todo ha sido, en el
recorrido de la humanidad, una domesticación de lo salvaje para dejarlo ser salvaje en
ciertos límites. Los Estado-Nación, los estados-cuerpo se desarticulan, se desangran,
como dije antes, de soberanía y de soberanos. Se desangran, dejan escapar sus células,
su sentido, para infectar las fronteras. Los muros no son vacunas, quizá invitaciones,
filtros biológicos que dejan pasar lo “mejor” y asesinan a los débiles. Soberanías vacías,
ciudadanías sin estado. Ni territorio, ni pueblo, ni soberanía: cuerpecitos llenos de
vitalidad, cuerpecitos sin política, politizando desde lo impolítico: la no ciudadanía,
el no-Estado, como categorías de la despolitización insertas en lo político, es decir,
internar pero límites (Esposito, 2008, p. 2012).
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él. Sus respuestas cada vez más en calve inmunitaria dejan entrever un cansancio. Su
desangramiento deja entrever una nueva dimensión de lo político que le es inaccesible.
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
manera, lo político existe fuera de él. Aun cuando Schmitt, “preferiría” un Estado como
centro de lo político. Al admitir lo político como previo a lo estatal y afirmar que la
distinción fundamental de lo político es la de amigo-enemigo, entonces permite asir la
forma relacional de lo político, es decir, la consideración de una otredad amenazante.
Ahora bien, identificar a un enemigo político no significa enemistarse con aquel otro
que no soy yo en el sentido individual. El enemigo político es siempre otro colectivo,
es decir otredad, amenazante de una mismidad: “Enemigo es sólo un conjunto de
hombres que siquiera eventualmente, de acuerdo con una posibilidad real se opone
combativamente a otro conjunto análogo. Sólo es enemigo el enemigo público, pues
todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en términos más precisos
a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público” (Ibíd., p. 58). La enemistad, al
tener cualidad relacional, implica constante movilización y, por ende, la vitalidad de lo
político: siempre “inventando” enemigos, siempre sintiendo amenazas. Así pues, para
Schmitt, la ausencia de un enemigo significaría el fin de lo político (Derrida, 1998, p.
103).
Desde aquí se puede empezar a pensar en la disolución de la mismidad al carecer
de una otredad que le dé sentido. Ausencia de enemigo es igual a vacío: no paz ni
disolución de la violencia. No, ausencia de enemigo, de otredad, remite a la violencia
descarnada, universal, sin distingos ejercida desde todos lados y por todos (algo quizá
parecido a un estado de naturaleza a lo Hobbes o a un estado de guerra permanente a
lo Locke). La cuestión está en pensar al enemigo como otredad y así como operador de
la identificación de la amenaza y la organización defensiva u ofensora. Reconocer la
otredad determina la mismidad, propicia la consolidación de una identidad política.
Así, la crítica de Schmitt se dirige al liberalismo tendiente al individualismo,
cancelando la conformación de identidades colectivas. Su preocupación se instaló en la
posibilidad de la desaparición de lo político. No es que Schmitt prohijara ideas de corte
“humanista” (en el sentido de un humanismo liberador), sin embargo, su análisis permite
echar un vistazo crítico a las democracias liberales, en donde los límites del Estado y
la sociedad (lo político y no político) se desdibujaron. Para él, el liberalismo busca
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Hugo César Moreno Hernández
Pienso que no hay que referirse al gran modelo de la lengua y de los signos, sino al de
la guerra y la batalla. La historicidad que nos arrastra y nos determina es belicosa; no
es habladora. Relación de poder, no relación de sentido. La historia no tiene “sentido”,
lo que no quiere decir que sea absurda e incoherente. Al contrario es inteligible y debe
ser poder analizada hasta su más mínimo detalle: pero a partir de la inteligibilidad de
las luchas, de las estrategias y de las tácticas. (Foucault, 1992, p. 197)
Recordaría así el tipo o la silueta del concepto clásico de la decisión: ésta debe
interrumpir, marca un comienzo absoluto. Significa, pues, lo otro en mí, que decide
y desgarra. La decisión pasiva, condición del acontecimiento, es siempre en mí,
estructuralmente, otra decisión, una decisión desgarradora como decisión de otro. Del
otro absoluto en mí, del otro como absoluto que decide desde mí. (Ibíd., p. 87)
Es decir, desde el otro se decide la acción política, la organización del grupo y necesidad
de pertrecharse para la defensa o la ofensa. Se precisa, entonces, del otro-enemigo para
integrar al grupo. Sin amenaza, el grupo no buscaría la consolidación de bases de unión,
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
El Estado presupone lo político, dice Schmitt, de esta manera deja ver que lo político
es distinto del Estado. Sin embargo, lo político, visto desde su principio básico amigo/
enemigo, al determinar otredad y mismidad como distinción que agrupa y delimita
(ellos y nosotros), define, así, fronteras políticas (límites que definen quiénes son ellos,
quiénes somos nosotros) que dibujan fronteras territoriales, poblacionales, étnicas o
raciales contenidas en una forma estatal. De tal suerte que el amigo o el enemigo están
sujetos a la atribución de ciudadano. Es decir: ser ciudadano de tal o cual nación o
no serlo. No ser ciudadano, estar despojado de la ciudadanía cuando se atraviesan las
fronteras establecidas (Ibíd., p. 141).
El ciudadano nace como mismidad y es otredad en cuanto es expulsado (sean
cuales fueren las circunstancias) de una nación. Al moverse sólo mueve su vida (vida
nuda o desnuda, según Agamben) y deja la ciudadanía en el terreno abandonado (regido
por el mandato del nacimiento). Lo político se establece así como la posibilidad de
determinar una mismidad (siempre con relación a una otredad) inventada a partir de los
límites que distinguen. Como invención “La ficción implícita en este punto es que el
nacimiento se hace inmediatamente nación, de un modo que impide que pueda existir
separación alguna entre los dos momentos. Así pues los derechos se atribuyen al hombre
sólo en la medida en que éste es el presupuesto, que disipa inmediatamente, (y que, por
lo tanto, no debe nunca surgir a la luz como tal) del ciudadano” (Agamben, 2001, p. 26).
Desde el momento de nacer se suponen derechos (que después serán derechos políticos,
derechos del ciudadano). Agamben nos habla de derechos atribuibles al hombre como
prioridad, antes que al ser ciudadano. Se consideraría que el hombre, por su simple
existencia, llevaría consigo a cualquier parte que fuera (incluso al traspasar las fronteras
políticas [aquellas que distinguen mismidad y otredad]) todos sus “derechos”. Pero los
derechos políticos, derechos de ciudadanía, se pierden con el tránsito (pensando aquí,
más estrictamente, en la ilegalidad del tránsito). Sin embargo, como expone Agamben:
“La paradoja está aquí en que precisamente la figura –el refugiado– que habría debido
encarnar por excelencia los derechos del hombre, marca por el contrario la crisis radical
de este concepto” (Ibíd., p. 24).
El Estado actual, presionado por el avance de lo económico como motor por
antonomasia de lo social y como definitorio de lo político (incluso en lo que concierne
a la decisión sobre la distinción amigo-enemigo), se desdibuja como ordenador
del orden social. La “despolitización” del Estado (reducido al nivel de regulador de
la competencia económica) implica la no intervención en materia de decisiones
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Hugo César Moreno Hernández
El Estado no decide la guerra contra un enemigo político pues el nuevo enemigo se crea
desde el cuerpo despojado de derechos de ciudadanía o como elemento generador de
terror (guerra al terrorismo, no a una Unidad Política o Nación, cuando ésta aparece es en
función de esa otredad artificial, no anclada en fronteras políticas). Aquí, la posibilidad
de la otredad, o su existencia fáctica es distinguida desde lo biopolítico, es decir, la vida
biológica desprotegida de la Unidad Política, no es un cuerpo político con identidad
propia (mismidad) cuestionando con rudeza a otra unidad política, sino individualidades
biológicas con capacidades económicas utilizables o no, o con capacidades destructivas,
pero amparados en una mínima conjunción de individualidades que deben ser eliminadas
en una guerra sin guerra, es decir, mediante la operación de estrategias preventivas
(pensando en el territorio de la mismidad que se define por una otredad inasible: el
terrorismo.) para matar sin el espectáculo de la sangre: “Matar sin efusión de sangre, con
4
“…bio-política, es decir, la creciente implicación de la vida natural del hombre en los mecanismos y
los cálculos del poder” (Agamben, 2003, p. 151).
5
La biopolitica nacionalsocialista (y, con ella, buena parte de la política moderna, incluso fuera del III
Reich) no es comprensible a no ser que se advierta que implica la desaparición de la distinción entre
esos dos términos: la policía se hace ahora política y el cuidado de la vida coincide con la lucha contra
el enemigo (ibíd., p. 186).
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
la ayuda de nuevas técnicas, es quizá acceder ya a un mundo sin guerra y sin política, a
la inhumanidad de una guerra sin guerra” (Derrida, 1998, p. 153).
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CAPÍTULO VII. CUERPO SOCIAL: BIOPOLÍTICA
En resumen, puede decirse que la disciplina fabrica a partir de los cuerpos que controla
cuatro tipos de individualidad, o más bien una individualidad que está dotada de
cuatro características: es celular (por el juego de la distribución espacial), es orgánica
(por el cifrado de las actividades), es genética (por la acumulación del tiempo), es
combinatoria (por la composición de fuerzas). Y para ello utiliza cuatro grandes
técnicas: construye cuadros; prescribe maniobras; impone ejercicios; en fin, para
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Más acá, por lo tanto, de ese gran poder absoluto, dramático, sombrío, que era el poder
de la soberanía, y que consistía en poder hacer morir, he aquí que, con la tecnología del
biopoder, la tecnología del poder sobre la población como tal, sobre el hombre como
ser viviente, aparece ahora un poder continuo, sabio, que es el poder de hacer vivir.
La soberanía hacía morir y dejaba vivir. Y resulta que ahora aparece un poder que yo
llamaría de regularización y que consiste, al contrario, en hacer vivir y dejar morir.
(Ibíd., p. 223)
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
términos de ente biótico, de carne, como algo exclusivamente nutrimental, va más allá
de esto, pues se constituye en engrane y lubricante, en energía y producto. Está integrado
prodigiosamente en el proceso productivo, pues, recordemos esto, es el fluido que debe
encontrarse con otros fluidos, lo que hace andar a la máquina capitalista, lo que permite
emerger al sistema de sociedad capitalista, cuya chispa es la libertad, la posibilidad de
separar la fuerza de trabajo de su dueño para ser vendida. Sin libertad, estaríamos ante
un proceso de compra puramente biológica. El asunto biopolítico atraviesa eso. Si bien
“La «libertad» del trabajador de disponer de su fuerza vital y ponerla a la venta en el
mercado, lleva consigo, de manera simultánea, pero oculta, el poner a disposición de otro,
el capital, su propia existencia” (Ibíd., p. 128), ésta, en estricto sentido, no le pertenece
al capitalista, es parte del capital, pero no el capital. Vaya, sí hay una extracción de flujo
vital, pero no una integración biológica del trabajador en el movimiento capitalista. La
libertad es el elemento de des-biologización del trabajador, a partir de la ficción de los
derechos ciudadanos o humanos.
El desarrollo del capitalismo, con respecto a la manera en que se apropia de la
energía vital de los trabajadores pasa, primero, con esa extracción de vitalidad, donde
va todo el sujeto, es decir, desde sus habilidades laborales hasta sociales, a la búsqueda
de expropiarle a la energía vital su riqueza “accesoria” para despojar al trabajador de
habilidades. Otra expropiación que Marx identifica como subsunción real. Bajo esta
mirada, el capital, como biocapital, supone una biopolítica ya adiestrada para tomar a
los sujetos en sus puras atribuciones biológicas. Sin embargo, en términos de relaciones
de producción, hace falta un movimiento que profundice la subsunción. Si bien, como
afirma Jaime Osorio “Todos los trabajadores, se constituyen en atributos del capital,
diferenciándose simplemente en la forma en cómo éste los consumirá y agotará. A
unos, por los tormentos del trabajo, a otros, por los tormentos de la miseria. A todos
por convertir sus vidas en vida desnuda, aquella a la que el capital puede dar muerte
de manera impune” (Ibíd., p. 138-139), el asunto es, me parece, mucho más radical y
pasa más por la situación política, sin olvidar que política y economía no son esferas
separadas, pero sí, en el capitalismo, diferenciadas en cuanto a la supremacía de lo
económico frente a lo político. Al referir a lo político, me quiero centrar en los derechos
políticos, los que brindan ciudadanía y orientan la consideración hacia el Estado-
nación. Los derechos políticos des-biologizan, es decir, visten a la vida biológicamente
entendida. Lo biopolítico, al ir hacia la especie-hombre, cuanto más profundo quiere
penetrar, desactiva la particularidad del sujeto para someterlo a la homogeneidad de la
población. Lo despolitiza para politizar lo impolítico (el límite interno o consustancial
de lo político), para llegar, si se quiere, hasta el genoma humano. Le quita atributos
civiles para politizar atributos biológicos.
En términos del proceso de producción capitalista, el asunto de la extracción de
energía vital, cuando el trabajador se convierte en un flujo de energía vital sin poner
en juego energías creativas, se va convirtiendo en un asunto cada vez menos central.
Es decir, después de la expropiación que hace el capital de la sabiduría inscrita en el
trabajador para trasladarla al trabajo muerto (la maquinización de la producción, las
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Hugo César Moreno Hernández
Así, al iniciar el siglo XXI y sentir otros alientos del sujeto, atenazado hoy por
la globalización, entendida ésta en su dimensión productivista-mercantilista, nos
enfrentamos a nuevos requerimientos, es decir, hay un cambio en la necesidad
capitalista. Ya no es tan necesario un cuerpo sano y fuerte lo bastante sabio como para
trabajar adecuadamente, pues los “avances” tecnológicos, ya desde el siglo XIX, fueron
relegando la sabiduría rudimentaria del ex-artesano a un puro mecanicismo corporal.
Hoy el mundo del trabajo se ha polarizado tan profundamente que se necesitan dos
tipos de sujetos: por un lado el sabio-programador y por el otro el sabio-operador, lo
que precisa de muy pocos cuerpos dejando un amplio margen para aquellos que no
necesitan saber, ya sea porque están en la distribución de la producción (sector servicios
tanto formal como informal) o están en los márgenes del desempleo, en el inframundo
de la sujeción, en el olvido, pues ya no es necesario que entren a las filas del “ejército de
reserva” imaginado por Marx.
La llamada “etapa actual del capitalismo” supone un desgaste de las tecnologías
de poder disciplinaria y panóptica y un impulso de las tecnologías biopolíticas. Esto
porque, si atendemos la visión de Bauman(1999, 2007) en cuanto a que hoy se buscan
cuerpos-consumidores y no cuerpos-dóciles, el sujeto sano y fuerte no basta para mover
la maquinaria capitalista, sigue siendo parte fundamental, pero en menor medida, pues
no todos entran al circuito, siguiendo con Bauman, de los turistas globales. La gran
mayoría se queda atrapada en el circuito de los vagabundos-locales, es decir, en el
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
margen. Entonces, la existencia marginal debe ser controlada. Ahí entran las tecnologías
biopolíticas, rostros fieros del poder político, que van más allá de la gestión biológica
de los Estados, más allá de que “la vida natural empieza a ser incluida […] en los
mecanismos y los cálculos del poder estatal y la política se transforma en bio-política”
(Agamben, 2003, p. 11). Es decir, la biopolítica se profundiza mediante las formas del
Estado de Excepción y el modelo de Campo (de concentración y/o exterminio), operando
la generación de vida nuda o desnuda.
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Hugo César Moreno Hernández
Ahora bien, si, como dice Bauman, la modernidad dio cabida a la “rareza” nazi, e, incluso,
asumimos dicha rareza como accidente o aceleración, la posmodernidad es el momento
donde estos lugares suceden sin ser accidentes, sin ser situaciones desmesuradas, pues
son la tecnología del poder por antonomasia. Son el topos que nos retuerce y reforma.
La tensión entre el topos modernidad y el movimiento posmodernidad se ubica en el
lugar donde la biopolítica particulariza y crea nuda vida, donde la ley pierde fuerza
mística y gana potencia tecnopolítica (y no tecnología de poder, sino saber-poder inscrito
en la tecnociencia y la racionalidad instrumental) para ejercitar estados de excepción
particularizados.
Si bien “La politización de la nuda vida como tal, constituye el acontecimiento decisivo
de la modernidad” (Agamben, 2003, p. 13), es decir, si el descubrimiento (no como
“desvelamiento”, sino como “descobijamiento”) de la vida humana mediante la
aparición biológica de ésta, es imprescindible para comprender la modernidad, su uso
excesivo como la tecnología de poder en primer nivel es el gesto fundamental de la
posmodernidad.
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
O, para decirlo con crudeza, se toma al sujeto y se le desujeta con la biología en la mano,
con la definición biótica de la especie, con la raza como diana, con la identificación
estrecha entre nación, nacimiento y ciudadanía. Tienes al ser y lo conviertes en ente.
Lo despojas. Lo conviertes en carne y luego en polvo. Tomas la vida humana y la
desnudas “nuda vida […] la vida a quien cualquiera puede dar muerte pero que es a la
vez insacrificable del homo sacer”. Materia impresentable.
La definición de biopolítica pasa, necesariamente, por ese desprendimiento de la
metafísica del hombre, su profundo descentramiento en el sentido, en el origen y el fin
de la vida humana. El hombre ya no como forma de vida enriquecida, mística y política,
saturada de sentidos excedentes. La forma de vida se asume como simple vida, pura
vida, organicidad biológica. Hay una animalización del hombre, un desencantamiento
del sentido, del valor y de las valoraciones, pues, como afirma Esposito “si se desea
permanecer dentro del léxico griego y, en especial, aristotélico, más que al término
bíos, entendido como «vida calificada» o «forma de vida», la biopolítica remite, si
acaso, a la dimensión de la zoé, esto es, la vida en su simple mantenimiento biológico;
o por lo menos a la línea de unión a lo largo de la cual el bíos se asoma hacia la zoé,
naturalizándose él también” (Esposito, 2006, p. 25). La “naturalización” de la vida
humana pasa, en la tecnología biopolítica, indefectiblemente, por la serie saber-poder-
saber, por la cientifización de la existencia humana. La tecnociencia es el umbral
que atraviesa el poder-saber para constituir a los cuerpos en elementos centrales de
la producción, tanto económica como político-social. En términos de subsunción real,
primero con la disciplina, con la individualización y sus dimensiones acordes al sistema
de sociedad capitalista. De esta manera se subsume lo humano al proceso de producción
como fuerza de trabajo. Pero aún como trabajo vivo, como forma de vida, es decir, como
bíos donde la zoé es apenas base material. Con la consideración de lo humano como
una herramienta, su extrema cosificación, movimiento magistral de la racionalidad
instrumental, cancelación de la ética kantiana, la vida humana, la materia biológica,
su forma de existencia, su pura animalidad, el cuerpo torna en elemento central de la
subsunción total, pues su inclusión al proceso productivo como herramienta le despoja
de la asunción de la vida como forma, como cultura, forma de ser, particularidad con el
fin de asir la vida como regularidad, de transformar la mente en química, de pensar los
lazos sociales como zoología y el mundo humano como una biología, el mundo de vida
se torna en existencia biológica. En esta serie opera el dispositivo científico, a través del
discurso universitario descrito por Lacan, pues la expropiación del trabajo por parte del
capital se opera a través del saber científico supeditado a la aplicación tecnológica, a la
extracción de energía vital de los cuerpos humanos (energía vital humana que integra no
sólo el factor nutrimental, tipo mercancía, sino la propia forma de vida, los mundos de
vida) para insertarla en los procesos productivos sin fuerza de trabajo, movilizados por
un saber superespecializado. La subsunción total es eso, la expropiación de la fuerza de
trabajo al trabajador, el fin del trabajador (productivo). Triunfo de la regularización, por
el lado de la producción, pero también campo de batalla de la regularización poblacional,
de la animalización de lo humano vía el saber y sus efectos de poder. La biopolítica es
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Hugo César Moreno Hernández
En el momento en que, por una parte, se derrumban las distinciones modernas entre
público y privado, Estado y sociedad, local y global, y, por la otra, se agotan todas
las otras fuentes de legitimación, la vida misma se sitúa en el centro de cualquier
procedimiento político: ya no es concebible otra política que una política de la vida, en
el sentido objetivo y subjetivo del término […]«biopolítica» y «biopoder», empleados
indistintamente en otras circunstancias; por el primero se entiende una política en
nombre de la vida y por el segundo, una vida sometida al mando de la política. (Ibíd.,
p. 26)
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
decisión política sobre lo vivo y no sobre las formas de vida o los mundos de vida,
en el ejercicio del poder que no supone relación, sino pura dominación en términos
de acción negatriz transformadora (en términos hegelianos), es decir, asumir la vida
humana como una materia susceptible de transformar, como naturaleza, un paso más
de la subsunción total del capitalismo, la expropiación técnica de la vida. Con la
tecnociencia la biopolítica supera el umbral del cuerpo. Penetra físicamente al sujeto,
objetivando los cuerpos los penetra profundamente, tecnificándolos y decidiendo
políticas en ese sentido. La medicina, como organismo público, como herramienta
para la regularización poblacional, es uno de los ejes tecno científicos de la política,
sobre todo cuando interfiere con lo político-legal, cuando sirve de eje de racionalidad
burocrática, cuando desnuda la vida humana y la torna elemento biológico, “el ingreso,
y más tarde la sutil obra de colonización, del saber médico en el ámbito que antes era
competencia del derecho determina un auténtico pasaje a un régimen ya no basado en la
abstracción de las relaciones jurídicas, sino en tomar a cargo la vida en el cuerpo mismo
de quienes son sus portadores” (Ibíd., p. 47). La biopolítica, como parte del proceso de
subjetivación, se tensa con sus modelos de objetivación, en la tensión derechos políticos
y derechos humanos, entre la conservación del ciudadano y la segregación-eliminación
de los no-ciudadanos, la nuda vida, al ser tecnología de poder propia del capitalismo,
también asume formas inéditas en el capitalismo de consumo. Ahí, la distinción entre
biopolítica y biopoder pierde potencia, pues lo biopolítico integra a su forma positiva,
esa de fomentar la vida, es decir, una política de la vida, la forma negativa del biopoder,
el poder sobre la vida, donde la eliminación, la eutanasia, la eugenesia, el genocidio y
demás formas de asesinato impune se convierten en formas de ejercer gobierno:
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Hugo César Moreno Hernández
vida queda apresada en tal fractura en la forma de la excepción, es decir de algo que sólo
es incluido por medio de una exclusión” (Agamben, 2003, p. 21).
En un afán de localización tendríamos que asumir algún encadenamiento de
acontecimientos históricos en donde la vida nuda apareciera como el objetivo central de
la biopolítica. Es decir, más allá del ciudadano.
Ese encadenamiento de acontecimientos se nos aparece como el “accidente” del
fascismo y el nazismo, donde se adjudica la nación-nacimiento como la única posibilidad
para brindar cobijo y se incluye excluyendo la nación bajo el argumento de un nacimiento
impensable, inhumano. Se desnuda de humanidad para incluirlos y poner en operación
el gran aparato del campo de concentración, donde el exterminio no es tal cosa, sino sólo
un acto, un gesto, una mueca de disgusto, nada importante, pues ahí sólo hay vida, ahí se
incluye aquello que la nación excluye desde el nacimiento. El campo de concentración
es la estrategia, el exterminio es la técnica, la prueba irrefutable de que una biopolítica
funciona excepcionalmente:
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Porque la vida es un hecho natural y no una forma de sentido, mucho menos una
valoración sobre el mundo ni sobre la vida misma. Si bien el estado de excepción supone
una forma donde la ley se rompe, donde lo político deja de operar, un espacio vacío
de derecho, donde no se otorgan ni se ejercen, la biopolítica opera la integración de lo
impolítico en la decisión política con un andamiaje científico individualizando desde
el nacimiento, en clave disciplinaria, y regularizando la forma de la vida digna de ser
vivida, de la vida científicamente vivible.
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Hugo César Moreno Hernández
tampoco son súbditos, que está fuera del estatuto legal-natural de la ciudadanía, fuera
de la población, sin nacimiento. El racismo alcanza formas autoinmunitarias cuando
tiende a extraer soberanía de sus propios ciudadanos. El racismo, como dispositivo
de interiorización de soberanía en la biopolítica, se funde en la versión soberana de
la ciudadanía y, entonces, lo no-ciudadano (como cosa) puede ser erradicado por
cualquiera, por la denuncia o cualquier otro mecanismo que permita la marcha de la
máquina racional-burocrática (como paso en la sociedad nazi), de esta manera el saber-
poder de la ciencia biológica se emparienta con el poder-saber jurídico para decidir,
políticamente, socialmente y económicamente con todas la variables medidas, sobre
el valor “verdadero” de una vida, sobre cuál es la vida normal y, por ende, la anormal,
“la normativización absoluta de la vida. Es lícito afirmar que en él, por primera vez, se
superponen completamente los dos vectores semánticos de la inmunidad –el biológico
y el jurídico-, según el doble registro de la biologización del nómos y la juridización
del bíos” (Esposito, 2006, p. 222), la articulación en el derecho de una orientación
hacia lo humano formalizado (devaluado) en clave zoé, permite la operación de un
estado de excepción que excede la imagen de la emergencia para consolidarse como
forma de relación política entre un Estado y una población, armando dispositivos sabios
(científica y jurídicamente), instituciones de salud social, de ingeniería social. El punto
es que la biopolítica se entiende, y se diferencia de la teoría de la soberanía, en la medida
que se imbrica la razón en el gobierno, en que las formas de gobierno se racionalizan en
el sentido científico y tecnológico, es decir, la biopolítica es una tecnociencia humana,
donde “el poder médico y el poder político-jurídico parecen rebasarse mutuamente de
manera alternada, hasta alcanzar inevitablemente, al final, una superposición integral: la
reivindicación de la primacía de la vida provoca su absoluta subordinación a la política”
(Ibíd., p. 224). La biopolítica es una tecnociencia humana del poder, con sus economías,
estrategias y tácticas que permiten la irrupción de la politización de lo impolítico (la
vida, pude decirse, pero más profundo, la carne, el ADN, los órganos, la tecnificación
de la carne) y la despolitización de lo político (la forma de vida, el mundo de vida, los
valores, los sentidos, los derechos) con la indiferenciación de esferas que, en apariencia,
coexisten bien delimitadas, pero en la práctica política de la modernidad (en pos de una
mayor racionalidad) se colonizan mutuamente. La “gran locura” nazi no es más que el
exabrupto de la racionalidad moderna, como explica Esposito:
Contra la convicción común de que los nazis se limitaban a destruir la ley, ha de afirmarse
que la extendieron hasta incluir en ella aun aquello que manifiestamente la excedía.
Mientras aseguraban que la hacían derivar de la esfera de la biología, entregaban al
mando de la norma el ámbito de la vida por entero. El campo de concentración no es,
por cierto, el lugar de la ley, pero tampoco es el de la mera arbitrariedad, sino más bien el
espacio antinómico donde el arbitrio se torna legal y la ley arbitraria. En su constitución
material, refleja la forma más extrema de la negación inmunitaria. No sólo porque
superpone de maneras definitiva los procedimientos de segregación, esterilización y
eutanasia, sino porque, además, anticipa todo cuanto podría exceder a su resultado
mortífero. Destinado a encerrar a autores de crímenes todavía no cometidos y, por
consiguiente, no juzgables sobre la base de los ordenamientos vigentes, se configura
como una «detención preventiva». (Esposito, 2006, p. 225)
116
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Pero hay algo por encima, una elaboración del nomos que permite al topos emparentar
sigilosamente en la consecución de una operación imposible: la inclusión-excluyente.
El oxímoron se realiza con “la excepción ¨ [que] es […] una exclusión inclusiva”
(Agamben, 2003, p. 35). Volvemos a la cuestión sobre cómo incluir aquello que no
cabe (y no cabe porque hay algo, una vestimenta mística o metafísica, una fuerza de
ley, como lo fórmula Derrida, que no permite su eliminación, pues deja el asunto en un
homicidio, en un asesinato de Estado, cosa contraria al espíritu humano de dicho artificio
humano, un despropósito inaceptable, la imposibilidad de la biopolítica, desmarcada de
la acción soberana de decisión sobre la muerte) en esto que es la nación, en esto que es
el nacimiento-ciudadanía. En otras palabras ¿cómo te despojo de ciudadanía? Para esto
se requiere la atracción hacia el nomos (el padre-ley, el Estado) aquello que no es suyo,
aquello que está en la dimensión contraria: el estado de excepción.
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El nomos sin topos, estado de excepción, máquina de cuerpos sin vida humana. Territorio
de la nuda vida. Situación sin situación. Cuerpo sin mismidad, sin otredad, cosificación
brutal. Cientificismo extremo. Vida sin nomos, pura vida ¡Viva la biología! El saber poder
fabricando cobayas humanas, conejillos de indias, condenados a muerte, excluidos de
la vida buena-(social) “Precisamente porque al estar privados de casi todos los derechos
y expectativas que suelen atribuirse a la existencia humana aunque biológicamente
todavía se mantuvieran vivos, se situaban en una zona límite entre la vida y la muerte,
lo interior y lo exterior, en la que no eran más que nuda vida” (Agamben, 2003, p. 201).
Estas palabras las expresa Agamben para ejemplificar de manera vívida la situación
extrema de aquel que ha sido despojado de la buena vida, la vida social o, para decirlo
con precisión, la vida humana. El condenado a muerte, como el homo sacer romano ha
sido despojado del cobijo del derecho a existir (o, simplemente, vivir) en la sociedad,
pues, su situación ha sido designada por una acción, un crimen, entonces, la ley le sitúa
en el estado de excepción individual (creado exclusivamente para él), donde el Estado
no se vengará, sino que, simplemente, lo matará. En tal sentido, aunque sus funciones
biológicas son aceptables, sus cualidades humanas han sido suspendidas y, por tanto,
puede ser usado por el saber, convertido en un objetivo de investigación científica,
sometido a tratamientos peligrosos de los cuales, seguramente, no sobrevivirá. Pero no
importa, sólo se le matará.
¿Qué magia hace el sistema jurídico? Ninguna, no es magia, aunque sí una expresión
de la ficción ciudadana. Ésta pude disolverse con un gesto, el legislador toma la pluma y
redacta un artículo y ¡pum! Ahí está la posibilidad de incluir a quienes, por excluidos, se
pretende eliminar, por tanto “…los judíos no fueron exterminados en el transcurso de un
delirante y gigantesco holocausto, sino, literalmente, tal como Hitler había anunciado,
«como piojos», es decir como nuda vida. La dimensión en que el exterminio tuvo lugar
no es la religión ni el derecho, sino la biopolítica” (Agamben, 2003, p. 147).
Así, el “accidente” moderno de los totalitarismos se convirtió en enseñanza
biopolítica para los gestos de la posmodernidad. Sencillamente se crea un conducto de
extracción de la ficción de soberanía del pueblo hacia el centro de un poder soberano,
difuso, sí, pero topológicamente accesible, donde topos y nomos se confunden en un
cuerpo de cuerpos, en un proyector de decisiones tremendas, porque “cuando ambos
tienden a coincidir en una sola persona, cuando el estado de excepción, en el que se unen
y se confunden, se convierte en la regla, el sistema jurídico-político se transforma en una
máquina letal” (Agamben, 2004, p. 125), pero, ojo, nunca asesina, pues ahí, en ese topos
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
sin nomos que pretende ser nomos, ni el asco, ni la culpa ni la vergüenza operan como
límites ¿quién ha sentido asco por aplastar un piojo?
El drama es que no hay drama, sino una pura gesticulación. El derecho no se esfuma,
los derechos fundamentales de cualquier sujeto, aquello que le hace humano, sus
derechos humanos, también van con él, pero, sencillamente, se suspenden frente al gesto
biopolítico, pues el estado de excepción en el que se introduce le otorga su cápsula
campo y sucede ese momento indiscernible pero fríamente sensible en que el sujeto
se reduce a pura vida, a nuda vida. El sujeto se despoja de sujeción (de otredad) y se
convierte en argumento, en cifra, en monigote listo para ser manipulado sin tapujos:
“El campo, al haber sido despojados sus moradores de cualquier condición política y
reducidos íntegramente a nuda vida, es también el más absoluto espacio biopolítico que
se haya realizado nunca, en el que el poder no tiene frente a él más que la pura vida sin
mediación” (Agamben, 2003, p. 217).
Animalidad redescubierta mediante la tecnología del campo, con la economía
del estado de excepción. La nuda vida es la operación contraria a una maquina
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Hugo César Moreno Hernández
Bajo la imagen Auschwitz se elaboran los nuevos mapas biopolíticos, las estancias
mortuorias de la nuda vida, empaquetadas en los campos individualizados. Auschwitz
redivivo es sólo la fábula del campo de la muerte. Auschwitz es el paradigma, la
plataforma de lanzamiento del topos experimental donde se descubren y ejercitan los
límites de lo humano, encumbrados en el límite-cuerpo-biológico. Por ejemplo, el
sistema biopolítico de identificación biológica-ciudadana (fichaje, para decirlo claro,
pero corto de miras, pues el aspecto biológico de tal gesto supone la integración de
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
Cómo pensar al voto sin el ciudadano. Esa es una díada indisociable, una necesidad
política de tipo nutrimental para pensar la política desde una palestra democrática. Lejos
de la vieja reflexión filosófica de Carl Schmitt, donde la guerra es el punto crucial en que
aparece lo realmente político, vale decir lo políticamente concreto.
La política pasa, forzosamente, por el visor de la contienda democrática. Obsérvese
que hablamos de contienda, lo que refiere a lucha, a enfrentamiento, a una especie de
guerra saturada de legislación que debe ser cumplida si se pretende alcanzar cierto grado
de legitimidad. Sobre todo como procedimiento, como técnica jurídica, como ley, si,
como dice Esposito:
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Hugo César Moreno Hernández
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
política de unos pocos sobre grandes extensiones populares que al ser ciudadanizadas
son parte del Pueblo.
La política, como espacio esencial de la lucha por el poder, está sustentada en estas
ficciones. Ficciones que dan forma y sustancia a la modernidad. Ficciones que no se
“invalidan” en la posmodernidad, sino que, muy al contrario, fungen como la mascarada
de lo “realmente” táctico de la política devenida en biopolítica: “…una tendencia
anómica que desemboca en el estado de excepción o en la idea del soberano como ley
viviente, en que una fuerza-de- ley privada de norma actúa como pura inclusión de la
vida” (Agamben, 2004, p. 107).
La ficción fundamentada del derecho proveedor de ciudadanía retuerce el gesto
y se convierte en una máquina extractora de ciudadanía. De manera mística-legal crea
espacios vacíos de ley, pura fuerza, un puro exprimir el cuerpo para eliminar cualquier
cualidad ciudadana, teniendo como elemento central la vida, así “La policía se hace ahora
política y el cuidado de la vida coincide con la lucha contra el enemigo” (Agamben,
2003, p. 186).
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CAPÍTULO VIII. CAMBIO SOCIAL Y RESISTENCIAS
El Leviatán se orienta hacia la consolidación de una paz tensada por la guerra y es en ésta
que la paz se articula políticamente, pues “aun después de la constitución del Estado,
la guerra amenaza y está presente” (Foucault, 2002, p. 87). En el estado de guerra lo
que falta es, precisamente, la sustancia de la guerra, la efusión de sangre, el humo y los
cadáveres, lo que sobra es su presencia perpetua, no como acto, sino como lazo, como
la insustancialidad de ella misma perpetuada en su potencia. Así pues, en Hobbes, el
origen del Estado no está signado por la guerra, sino empapado por la permanencia de
ésta, por el temor a ésta.
En el fondo, el discurso de Hobbes implica cierto “no” a la guerra: en rigor de verdad,
no es ella la que engendra los Estados, no es ella la que se transcribe en las relaciones de
soberanía o la que prolonga con el poder civil –y en sus desigualdades- las disimetrías
anteriores de una relación de fuerza que presuntamente se manifiestan en la existencia
misma de la batalla. (Ibíd., p. 94)
Este decir “no” a la guerra como momento fundacional del Estado y la sociedad civil
implica, por un lado, la prefiguración de un origen social idílico humanizante a través
de la aceptación tajante de un sistema de ordenamientos jurídicos incuestionables, por
otro, elimina, con su teoría sobre la soberanía, cualquier posibilidad de cambio político
o revolucionario. El discurso está dirigido hacia la legitimación del orden político
establecido. Denigra cualquier intención de cambiar al Estado. El Leviatán es, ante todo,
inamovible.
...se significa claramente que los mandatos de quien tiene derecho a mandar, no deben
ser censurados ni discutidos por sus súbditos.
...el poder soberano, ya radique en un hombre, como en la monarquía, o en una
asamblea de hombres, como los gobiernos populares y aristocráticos, es tan grande,
como los hombres son capaces de hacerlo. (Hobbes, 2003, p. 169)
El poder soberano es absoluto, sin posibilidad de ser cuestionado. Los pactantes le ceden
sus derechos a una soberanía. Ésta legisla y ejecuta las leyes. Quien tiene la soberanía está
fuera del Estado. Las leyes que promulga no le afectan, pues esto vendría en detrimento
del carácter absoluto de su poder. El soberano está en estado de naturaleza. Es el único
libre de cualquier ley. Sólo otro soberano es su igual. Toda libertad está sujeta a la ley
que esgrima el soberano. Todo derecho radica en el soberano y él lo transfiere a los
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
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Hugo César Moreno Hernández
hacen para salir del estado de guerra perpetuo que es el estado de naturaleza y obtener
así una seguridad sobre la vida propia. El hombre tiene un derecho que es inalienable,
intransferible, que ni siquiera se cede al soberano. Este derecho es el derecho que todo
hombre tiene sobre su propia vida. Nadie está obligado a prescindir de él. El soberano
puede condenar a muerte, ésta es una de sus atribuciones, pero “nadie está obligado por
sus propias palabras a darse muerte o a matar a otro hombre” (Ibíd., p. 178). La ley de
naturaleza faculta a todos los individuos para buscar mantenerse con vida. No hacerlo
significa violar la más fundamental de las leyes naturales interpretadas por la razón
humana. Este mismo mandato es el que “obliga” a los seres humano para reunirse y
pactar sobre sus derechos, cediéndolos, creando un poder supremo al cual todos deben
brindarle obediencia. Dicha obediencia es a favor de la vida propia. Obedecer la ley sin
titubeos es cuestión de seguridad para mantener la vida.
El soberano, como se mencionó antes, es el único que se encuentra en estado de
naturaleza, pues es el legislador y el legislador no puede estar sujeto a sus leyes, de ser
así, esto supondría una limitante. Un poder soberano limitado no es un poder soberano,
por consecuencia.
El soberano, quien detenta el poder supremo, debe brindar una legislación y una
aplicación de ésta que asegure la vida de sus súbditos. Este es el motivo del pacto. Pero
para poder asegurar la aplicación de la ley y su obediencia es preciso que el soberano
tenga en la misma mano las herramientas para infundir el miedo, pues, para Hobbes,
esta pasión es la más poderosa arma para la conducta de los hombres, “...las leyes no
tienen poder para protegerlos sin no existe una espada en las manos de un hombre o de
varios para hacer que esas leyes se cumplan” (Ibíd., p. 173).
Sin embargo, miedo en solitario no significa garantía para la obediencia. El miedo
como única herramienta para establecer la obediencia es un elemento que, si bien por
un lado puede ser duradero, en un momento dado provocará descontentos que harán
“parecer” la situación de relación de poder entre soberano y súbditos una relación de
conflicto, un estado de guerra, pues las afrentas a personalidades particulares repetida
varías veces podrá interpretarse, por parte de los ofendidos, una afrenta al conjunto
social.
De ahí que el miedo deba ser acompañado por la esperanza. La esperanza como
un catalizador del futuro, como un pilar que asiente más firmemente el edificio político
en el cual reside el poder soberano. Miedo y esperanza son compatibles y se necesitan
mutuamente, pues la esperanza es perspectiva hacia un “mejor” futuro y el miedo es la
incertidumbre sobre éste. Con estos elementos se apuntala el Estado, se hace firme su
estructura y se prepara para acontecimientos contingentes. El Estado no cambia porque
la soberanía no cambia. Pero quien detenta la soberanía debe ser previsor con los puntos
flacos del dominio político a su cargo.
Sin olvidar que el pacto para la cesión de los derechos naturales para crear un
poder supremo no significa la total eliminación de la libertad de los hombres, podemos
buscar elementos que brinden un pequeño resquicio para mirar un momento en que
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
De aquí surgen dos consideraciones importantes: en primer lugar las “cosas que el
Súbdito” puede no hacer, es decir, lo que permite la desobediencia sin “injusticia” y, en
segundo lugar “el fin de la institución de la soberanía”. El súbdito tiene el derecho de
conservar su vida a toda costa, esto le permite desobedecer al soberano en el caso de
condena a muerte. Por consiguiente, el súbdito no está obligado a declarar en su contra.
Nadie puede, justamente, obligar a otro a darse muerte, ni siquiera el soberano. Hobbes
identifica la posibilidad de que varios hombres tengan que enfrentarse al soberano para
defender su vida. Aun cuando la afrenta por la que se les condena a muerte sea justa,
ellos tienen la libertad de buscar, por todos los medios posibles, mantener su vida. La
asociación de los resistentes al poder soberano es, en palabras de Hobbes, justa.
...en el caso de que un gran número de hombres hayan resistido injustamente al poder
soberano, o cometido algún crimen capital por el cual cada uno de ellos espera la
muerte, ¿no tendrán la libertad de reunirse y de asistirse y defenderse uno a otro?
Ciertamente la tienen porque no hacen sino defender sus vidas a lo cual el culpable
tiene tanto derecho como el inocente. (Ibíd., p. 179)
Así pues, tenemos por un lado que el soberano no comete injusticia y tiene un poder
absoluto. La posibilidad de resistírsele se ve totalmente limitada por el lado de la
causa justa, pues cualquier sedición es injusta al cuestionar el pacto en donde se ceden
los derechos naturales. Todos los hombres que pertenecen al Estado han cedido sus
derechos, cuestionar el poder soberano es cuestionarse a sí mismos. Sin embargo, todo
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Hugo César Moreno Hernández
hombre tiene la libertad de proteger su propia vida. La sedición puede ser considerada
un crimen capital cuya pena es la muerte. Los sediciosos son culpables y el veredicto es
la muerte, pero todos los sediciosos tienen el derecho de mantenerse vivos. Si la unión
de ellos significa una mejor manera de proteger la vida, entonces es legítimo y justo la
conformación de un grupo que se oponga al poder supremo.
Esta oposición la considera Hobbes sólo como una forma de cumplir con el mandato
natural de proteger la propia vida, no como una forma de oposición que implique la
búsqueda del cambio político o revolucionario. Los hombres sediciosos sólo pueden
enfrentarse al soberano para salvar la vida. Pero si salvar la vida significa derrocar al
poder establecido y provocar así un cambio profundo en el Estado, entonces tenemos
la posibilidad de un movimiento con tintes políticos, en el entendido de que siguen su
libertad y derecho fundamental.
Este párrafo de El Leviatán bien puede servir para justificar un movimiento político.
Muy seguramente Hobbes no lo imaginó como eso, sino más bien como una advertencia
al soberano. Dándole a entender que es, en cierto modo, justo que los súbditos se
organicen como oposición beligerante contra su poder e instituciones. El punto es que
El Leviatán es una lectura que Hobbes imaginó no sólo para los gobernantes, sino como
un aparato de formación ideológico-política, una lectura contraria al poder establecido
podría “justificar” un movimiento sedicioso contra el poder establecido pretextando la
salvaguarda de la propia vida. Por otro lado, si el fin de la institución de la soberanía es
la de asegurar y mantener la paz de los súbditos entre sí mismos, y defenderlos contra un
enemigo común externo ¿Qué pasa cuando un grupo con ideas políticas contrarias logra
hacer ver que el soberano no ha conseguido asegurar dicha paz y certidumbre? Sedición
como asociación de perseguidos, que buscan, ante todo, proteger su vida y “mala”
administración hacen pensar en la posibilidad del cambio político en El Leviatán. Son
puntos, en cierto grado, que pueden hacer trastabillar la esencia política del aparato
conceptual hobbesiano, pues ahí se quiebra o se puede quebrar la teoría legitimista del
poder absoluto, incuestionable, del Estado inamovible.
De tal manera que se encuentra, aunque oculta o muy guarnecida por la totalidad
de la argumentación, una leve posibilidad para el cambio político en Hobbes. De la
libertad para la asociación de “condenados” hay implícita la posibilidad de la asociación
de disidentes, de ideas revolucionarias para el orden político establecido. La intención
de Hobbes no es, por supuesto, brindar una posibilidad para la revolución política.
Pero la rigidez de su argumentación teórica no le permitió eliminar totalmente dicha
posibilidad. Su fidelidad al método utilizado en el Leviatán dejó abierta, aunque en una
muy pequeña grieta, la posibilidad para el cambio político. Por otro lado, la estructuración
contractualista utilizada por Hobbes, nos hace ver que ante la posibilidad de un estado
de enfrentamiento entre un grupo disidente y el poder soberano se estaría llegando a
un estado de guerra. Es claro que el carácter prospectivo de la hipótesis “estado de
naturaleza” tiende a describir, de algún modo, los terribles sucesos ocasionados por
la disidencia y la oposición a la soberanía. “El modelo [Hobbesiano] está constituido
sobre la base de dos elementos fundamentales: el estado (o sociedad) de naturaleza y
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debe ser defendido, por lo que originalmente se constituyó la sociedad civil. De tal
manera que quienes se ven ofendidos por la “mala” administración gubernamental, son,
precisamente los propietarios, quienes ven la posibilidad de ver afectada su propiedad.
Locke define como pueblo a la parte de una población que, mediante el trabajo, la
inventiva, etc. consiguió generar una propiedad que requiere de un Estado que le brinde
seguridad sobre ella. Es cuando a quienes se les confió el poder legislativo y ejecutivo
(hacer leyes y castigar a quien las infrinja) no hacen lo mandado y, por el contrario, sus
acciones no resguardan la propiedad de la comunidad y ésta se ve en peligro (peligro de
pérdida) cuando el pueblo (ese pueblo reducido a los propietarios) hacen ejercicio de su
derecho a la resistencia y destituyen al gobierno que no cumplió con lo confiado.
De alguna manera se puede encontrar ahí, en los propietarios, lo que Locke llama
pueblo. Una clase con poder económico pero sin capacidad plena para acceder al poder
político (tal y como él la veía en su tiempo). De ahí que pugne por un derecho a la
resistencia y no por un derecho a la revolución. No hay un derecho para derrocar al
gobierno, sino para evitar el regreso al estado de guerra, donde no hay respeto a la
propiedad. No hay un derecho para transformar el pacto o volver a pactar. Lo importante
y lo que busca, no es la trasformación del orden político, sino su redireccionamiento,
en el momento en que se desvía el actuar del gobierno, en otras palabras, cuando la
protección de la propiedad no es el principal motivo de la existencia del gobierno. Así,
el derecho a la resistencia no guarda ninguna relación con el derecho a la revolución.
Esto es debido a la “claridad” de la ley de naturaleza fundamental, donde nada otorga el
derecho de hacer peligrar, por cualquier motivo, la conservación de la sociedad civil. El
derecho a la resistencia a un gobierno rebelde (pues quien se rebela contra la sociedad
es el gobierno que no cumple con su mandato y no la comunidad que se da a la tarea de
recomponer la esencia del gobierno) cumple con la ley natural al ser su principal motivo
evitar un estado de guerra.
Sin embargo, en la sociedad existe la posibilidad de la formación de facciones, de
intereses que contrarían al gobierno establecido por el pacto. Aquí yace la contradicción
sobre la mayoría y lo que lleva a pensar que Locke identifica únicamente como pueblo a
los propietarios. Estos grupos facciosos, muy numerosos, integrados por no propietarios
son mayoría. Su número supera por mucho a los propietarios. Su fuerza puede ser
insostenible en un ambiente de conflicto abierto. Sus motivaciones son la transformación
de un orden político en el cual no tienen punto de inclusión. Su falta de propiedad
los convierte en un peligro. El derecho de resistencia puede parecer un aliciente para
reinterpretarlo como un derecho a la revolución popular, justificando levantamientos
violentos que sometan a la sociedad civil a la degeneración en estado de guerra. Pero:
Locke rechaza la idea de que él haya ofrecido nuevas bases para la revolución. Ha
argumentado que no existe ningún derecho legal ni constitucional que permita hacer
algo que ponga en peligro la conservación de la sociedad y el gobierno mientras este
último exista. Ha negado el derecho a oponer resistencia a la autoridad donde es posible
apelar a la ley: “la fuerza únicamente debe oponerse a la fuerza injusta o ilegal”. Este
derecho a resistir no es un derecho político, se trata de un derecho natural que no se
puede ejercer en tanto opere un gobierno debidamente constituido. (Goldwin, 2001,
p. 480)
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CAPÍTULO IX. CONTRAPODER
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debilitan mutuamente. Por un lado la fuerza política del sujeto es disminuida al grado
de aceptación (sumisión, obediencia, una relación de dominación donde el dominante
se desdibuja, creando apariencia de voluntad de obedecer como voluntad de poder). Por
el otro, esta disminución repercute en una maximización de la fuerza económica del
sujeto. El movimiento contrario genera la posibilidad de un contrapoder. Los sujetos son
clasificados gracias al trabajo de las disciplinas (sobre todo aquellas institucionalizadas
que tienen la función de “marcar” a los individuos con algún elemento “diferenciador”,
como puede ser la escuela con la provisión de Títulos académicos que legitiman un
quehacer). Cada sujeto cae dentro de un espacio de la cuadrícula. Ese es, precisamente,
el proceso de individualización.
La sociedad disciplinaria cumplió fielmente para la sociedad moderna. Es posible
caracterizar a la sociedad moderna y, al hacerlo, comprender cabalmente el papel central
de las disciplinas, si la entendemos como el momento de un capitalismo anclado en la
producción, es decir, en el capital irremediablemente ligado al trabajo, reforzada dicha
relación con la violencia simbólica de la ética del trabajo y la consecución del desarrollo
para el futuro según un trazado rígido (Bauman, 2004). En las sociedades contemporáneas,
complejas y nebulosas, la homogeneización deviene de la clasificación, pero ésta ya no
se articula estrechamente con la producción, es decir, ya no se busca el cuerpo dócil,
sano y fuerte para el trabajo, débil para resistirse a la dominación. En la posmodernidad
(o modernidad tardía, líquida, cansada, etcétera) cada espacio de la cuadrícula es un
espacio analítico que permite ubicar a cada cual en su lugar clasificatorio. De manera
tal que el ejercicio de vigilar y castigar se hace posible. Las disciplinas, como técnicas
económico-políticas, detallan en extremo y producen “individuos individualizados” o
sujetos esféricos como forma de (auto)dominación en un sentido de asociación, es decir,
como inmunización contra la comunidad, evitando que los sujetos ejecuten líneas de
comunicación intersubjetivas, directas y explosivas. Las disciplinas han mutado junto
con el modo de producción que las hizo posible, siguen operando, pero ya no en el
sentido de frenar la aparición de contrapoderes antiburguesía o anticapitalismo, sino
en la consolidación de un sistema de sociedad sin comunidad. En este sentido, me
parece útil pensar en Luhmann (1998) y su afirmación de que los hombres (pensemos
en sujetos) están fuera de la sociedad, sólo comunican y son estas comunicaciones
las que hacen sistema. Este exilio es ostensible en la sociedad capitalista de consumo
actual, donde las disciplinas no ordenan la cuadricula para la producción sino para el
consumo, ya no un sujeto saludable, sino un consumidor adaptable, flexible y veleidoso,
líquido, para usar la sugestión de Bauman. En esa flexibilidad se interioriza para operar
decisiones cambiantes según un talante en apariencia exclusivo, pero orientado por el
sistema de sociedad, si se quiere, por las comunicaciones que recibe, sin posibilidad
de ligarse, de explotar, escapar y enredarse con una subjetividad otra. Mi subjetividad
comunica, quizá otra subjetividad reciba la comunicación enviada y la consuma, pero
toda comunicación está fuera de mí, es el sistema quien la distribuye, es Facebook,
donde las comunicaciones son vistas por todos los usuarios, pueden ser interceptadas,
Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
comentadas, rebatidas, pero no existe el face to face, sino el face a través de un libro
electrónico que no necesariamente establece una narrativa.
Los sujetos esféricos trazan líneas subjetivas, los hilos-sin-sujetos, al ser codificados
y codificadores son parte integral de la red, pero no están en la red, es decir, están atrapados
por la red por la que sólo circulan sus comunicaciones. El sistema de sociedad es pues el
contendor de sujetos esféricos separados pero asociados mediante sus comunicaciones.
Más allá del orden y la dominación de la sociedad cuadriculada, con sus micropoderes
penetrando profundo, las sociedades contemporáneas prefiguran sujetos disciplinados
para el mercado, con una microfísica del poder quizá más sutil, más rizomática (aunque
sea como simulación) que responde a las pretendidas inconsistencias de una sociedad
sin rigideces, sin seguridades ni certezas. Esta nueva microfísica del poder responde a la
plasticidad provocada por la mutación del sistema de sociedad, usando y comercializando
el riesgo y el peligro y, con eso, inmunizándose de contrapoder.
El reflujo del poder debe empezar a adquirir acidez en el propio cuerpo del despoderoso
para poder constituirse en tormenta, en explosión coyuntural al interior de las líneas de
transmisión del flujo del poder y producir el contraflujo, ya no redireccionamiento del
flujo como reflujo cargado con la interiorización de la forma de la relación de fuerzas.
Contraflujo, línea de fuga con su máquina de guerra, del micropoder al contrapoder,
ya no recreación sino creación, trastrocamiento del orden de las relaciones de fuerza,
movimiento que busque el cambio de posición en la relación, movimiento que haga
perder la vertical, lucha por una horizontalidad que, casi invariablemente, reconvertirá
la vertical pero volteada, sólo cuando el contrapoder venza. (Moreno, 2011, p. 117)
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
de estrellas pop, la malla para el cabello, pierde la función sanitaria del trabajo para
recodificarse en las calles, accesorio parecido a la diadema, pero en la calle representa
una posición marginada que se opone y resiste. En el show musical es desactivado. El
gangsta rap, a fuerza de narrar violencia y regalarla a los periodistas de espectáculos,
pierde potencia para ser contrapoder. El reggaetón convertido en insulsa letra de campaña
contra la violencia en la escuela y la mujer, desactivando su fuerza inmoral1. Estrategia
de reterritorialización de flujos desterritorializado (negros, latinos, pobres, jóvenes,
homosexuales, mujeres, etc.).
En el mismo juego, desterritorialización-reterritorialización, se produce el flujo
ácido, pues el flujo más desterritorializado, acidifica con mayor dureza sus relaciones
y en ese estado de exclusión-superinclusión, encuentra el sino de sus relaciones
sociales y se explica, precisamente, el movimiento de superinclusión, a través de
sobrecodificaciones y punta de lanza para reterritorializaciones, es decir, estrategias de
colonización, resemantización, no invadiendo los lenguajes, sino desactivándolos con
un uso inofensivo, dejándose invadir.
El problema no es el de una distinción entre lengua mayor y lengua menor, sino el
de un devenir. La cuestión no es reterritorializarse en un dialecto o en un patois,
sino desterritorializar la lengua mayor. Los negros americanos no oponen el black al
english, sino que hacen con el americano, que es su propia lengua, un black-english.
Las lenguas menores no existen en sí mismas: sólo existen con relación a una lengua
mayor, también son investisements de esa lengua para que devenga menor […] Uno es
bilingüe o multilingüe en su propia lengua. Conquistar la lengua mayor para trazar en
ella lenguas menores todavía desconocidas. Utilizar la lengua menor para hacer huir
la lengua mayor. (Deleuze y Guattari, 2008, p. 107)
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Subjetividades, cuerpos sociales, cuerpos políticos y resistencias
creatividad indica una línea de fuga que se conecta sin restricciones, que invita a
conectarse, pues solicita la “ayuda”, el “diálogo” con otros excluidos (sobreincluidos)
que conecten sus líneas de fuga y sean capaces de crear una máquina de guerra. En este
paraíso del capital, con el trabajo vivo desterrado de la producción, la producción ya ni
siquiera paga la creatividad.
Para Negri y Hardt existe una fuerza viva en los trabajadores contemporáneos. El trabajo
vivo de la posmodernidad se constituye en redes de cooperación sobre actividades cada
vez más inmateriales, materializado el trabajo en productos que cumplen funciones
más allá de su objetivo operativo: diseño-arte-producto-mercado-consumidor, es una
cadena en la que el fin utilitario del producto se diluye, así como la relación producción-
trabajo a fuerza de automatizaciones, digitalizaciones, etc. El asunto central para el
análisis de las relaciones de poder en el capitalismo de consumo, pasa, inexorablemente,
por la expropiación del capital de este trabajo vivo inmaterial que, si bien no articula
directamente el capital a través de sus instituciones (pensando estrictamente en el Estado)
sí lo subsume, convirtiéndolo en motor de segmentación social. La expropiación de la
creatividad es parte de dicha subsunción. Se extrae creatividad a través de recodificaciones
y reterritorializaciones. También, a través de liberaciones y simulacros de libertad. Con
ficciones de (auto)control, ya no de vigilancia. De Certeau Al respecto, es elocuente
Las ideologías revolucionarias compensan el déficit de la voluntad o la privación del
poder. La religión-ficción, la revolución-ficción, el eros-ficción, o la droga-ficción
instalan en la ficción el objeto que muestran y, como en un espejo, no devuelven más
que una imagen invertida del bienestar en el cual multiplican los soles en el paisaje
urbano […] Una ciudad que es un verdadero «museo imaginario» forma el contrapunto
de la ciudad del trabajo. (Certeau, 2004, pp. 37-38)
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A pesar de que la relación entre el capital y el trabajo ya no implica llenar las fábricas,
sino los centros comerciales, sigue operando lo que Bauman llama “ética del trabajo” en
un mundo “sin trabajo” (productivo, proletario), amparando una política de simulación
y reforzando la vocación policiaca de los gobiernos y sus estrategias de criminalización,
según el delineamiento del sujeto esférico, aquel culpable de sí mismo, es decir, el pobre
lo es debido a su flojera, falta de imaginación y voluntad, crímenes contra la sociedad.
Pero las oportunidades deben ser reconocidas como lo que son, y aprovechadas, y
para ello hace falta tener capacidad: algo de inteligencia, alguna voluntad y cierto
esfuerzo en el momento oportuno. Obviamente, a los pobres les faltan las tres cosas
[…] en su origen, la ética del trabajo fue el medio más efectivo para llenar las fábricas,
hambrientas de mano de obra. Ahora, cuando esa mano de obra pasó a ser un obstáculo
para aumentar la productividad, aquella ética todavía puede cumplir un papel. Esta vez
sirve para lavar las manos y la conciencia de quienes permanecen dentro de los límites
aceptables de la sociedad. (Bauman, 2003, pp. 112-113)
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De esta manera, la multitud conformada por el trabajo vivo identificado por Hardt y Negri,
está más cerca de participar funcionalmente en el sistema de sociedad del capitalismo de
consumo en la medida que padecen los ejercicios de subsunción total, pues son formas
tecnificadas de educación de mano de obra superespecializada, creativos, sí, pero a
expensas de una gestión del capital que extrae su creatividad y la usa para la producción,
para la expansión de los mercados, dejando a la mano de obra pauperizada aterida en
la pobreza irremediable, ya sea con empleos de subsistencia o al amparo de actividades
que refuerzan los argumentos morales y legales de la gestión política policial. Para que
de ahí surja un contrapoder constituyente, es precisa una acomunación, construcción de
comunidades divergentes a la sociedad. En el estrato social más inferior (“infraclase” para
dejar activo todo su sentido ético-estético de segregación), se coagulan contrapoderes,
no necesariamente constituyentes, según la posibilidad de lograr el cambio social, sino
ácidos, corrosivos, según su capacidad para erosionar y lastimar al sistema, en cuanto
son contraflujos, siendo la subsistencia la resistencia y la huida-migración, y siendo la
conexión de un gran número de líneas de fuga la posibilidad de un contrapoder.
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CAPÍTULO X. ACIDEZ DEL CONTRAPODER
La contrajusticia o la forma de justicia imaginada por los dominados, fluye en los circuitos
discursivos de concepto de justicia, regresa a la fuerza de que emanó para “fortalecerla”,
es el efecto del ejercicio de la violencia simbólica. La justicia sirve para criminalizar
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y esto significa marginar y sobreincluir con mayor eficiencia. Unos rasgos, como los
dados a la llamada infraclase, definen un sujeto inasible, ya sea por la sociedad, en la
medida que no puede articularse en la economía, ya sea por la política, en la medida que
carece de valor al no entrar al circuito electoral. Es un criminal más que un delincuente,
pues ahí la cuestión moral es lo que le separa del resto del cuerpo social: es por su culpa
la situación que vive. Es en esa vivencia, pues, que la noción de contrapoder ácido
funciona mejor que la de contrapoder constituyente en lo que se refiere a la existencia
de “resistencias” que escapen al poder.
Un contrapoder es, en cierta medida, un contraconocimiento racional, respuestas
de conocimiento no racional (en el sentido de la racionalidad científica moderna) o en el
sentido de la contraposición de una verdad distinta, una contraverdad. El contrapoder es
desterritorialización y descodificación realizadas “por los de abajo”, no impuestas por
los discursos universitarios, en la medida que sus oídos son sordos para ese transmisor.
De esta forma, no pueden ser reterritorializados y recodificados como extracción de
creatividad, sino sólo como objetivos biopolíticos de la actividad policiaca.
Las clases populares siempre están ejerciendo un contrapoder que pone en
jaque ciertas normas jurídicas puntales del Estado o puntales del sistema económico.
El claro ejemplo de la informalidad económica, ya no sólo el narcotráfico. Surgen
de una microfísica para visibilizarse y no sólo en situaciones coyunturales, sino por
el crecimiento desmedido, pues una estrategia triunfante desde abajo (entendiendo
por triunfante, duradera y eficaz en la consecución de objetivos claros) tiende a ser
replicada. Otra vez, el caso de la informalidad económica, donde, ante un entramado
político-económico que “descuida” a los sectores más desprotegidos y fabrica más y
más mediante el desempleo y la polarización de ingresos, la estrategia es transmitida
con la velocidad de la necesidad.
El contragolpe del Poder siempre está listo, pues un contrapoder, al igual que un poder,
genera una respectiva resistencia, que en el caso del contrapoder, para diferenciarlo y
evitar confusiones, se designa como “contragolpe”, respuesta a lo esperado pero que
surge de forma inesperada, con atavíos no previstos. Él responde, pues siempre prevé a
las resistencias, las ataca desde sí mismas, ya sea contrapunteando a los sujetos según
su estatus social, criminalizándolos o enfermándolos, ya sea con respecto al Derecho o
a la ciencia médica, pero siempre dentro del marco de la verdad, de lo que es verdad,
es decir, según lo decida un saber-poder. (Moreno, 2011, p. 157)
Las resistencias se van “acumulando” hasta que logran revolucionar algún punto frágil
(frágil por no estar “bien resguardado” o porque desde el principio ha sido un punto
de quiebre). Estas resistencias sólo se acumulan cuando fijan su atención en el punto
frágil, en el hilo delgado de la red, en el dispositivo descuidado del aparato del poder.
Es preciso pues que las resistencias se concentren, se conviertan en un contrapoder para
lograr un acto revolucionario, es decir, atacar y destruir, aunque sea un frágil punto
del entramado. Ahí está la forma multitud, forma guerrilla que ataca para retirarse de
inmediato y atacar en otro punto, debilitando poco a poco.
Aquí podríamos equiparar contrapoder con acción revolucionaria. Por un lado,
esa supuesta acumulación de resistencias, que se organice y se fije objetivos claros,
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objetivos de ataque y objetivos de futuro, esto es, de destruir y cómo destruir unas
relaciones de poder constituyen una forma de contrapoder. Sí, la acción revolucionaria,
la lucha revolucionaria, frontal y guerrera, es una faceta de contrapoder, la más acabada
y, por ende, la menos probable de encontrar en la sociedad posmoderna, debido a las
subjetividades esféricas, a la propia dinámica Cyborg del trabajador superespecializado.
Sin embargo, la acción revolucionaria no es la única forma que asume el contrapoder,
pues éste, al venir desde lo bajo, al constituirse de resistencias y tácticas vitales
presenta una multiplicidad de rostros que le hacen irreconocible como tal cuando logra
constituirse. Por otro lado la enorme diversidad de donde viene su “fuerza” dificulta su
constitución, quedando en una perenne táctica vital, permaneciendo como micropoder,
sin la capacidad de enfrentar al poder, sin conseguir conformar un contrapoder.
En principio, las tácticas vitales y los micropoderes son situaciones engarzadas en
las relaciones de poder. Es decir, no les cuestionan, se le enfrentan, utilizan los mismos
elementos, los mismos dispositivos, amarran con las mismas cuerdas, son las cadenas
flojas, arrastradas, no proyectadas. Aun cuando haya violencia, la potencia es débil,
es una violencia sin golpes. Es utilizada por débiles y fuertes, pero con los débiles
asume un matiz diferente, se puede decir, una fuerza distinta, fuerza al fin, poder al fin,
pero en otro plano de las relaciones, en otra dirección. Se aprende, se descubre en la
cotidianidad de las relaciones de poder. El detentador está escondido y quien carece de
poder se hace presente a sí mismo, el despoderoso se descubre como tal, vive como tal.
Es en esa sapiencia que urde sus tácticas, desde lo que pareciera más nimio hasta lo más
monstruoso, lo que afirma la anormalidad, lo que va contra la moral, la ley, la salud o
la vida pública, el biopoder. Se experimenta con las relaciones de fuerza, se lucha y, a
veces, se gana, triunfo un tanto fútil, pero es reafirmación, desencadenamiento, se aflojan
las amarras y surgen los monstruos. La fuerza de la debilidad surge de la experiencia
del poder, de conocer el poder, de sentir el poder, de padecer la ausencia de poder. Esta
experiencia vital, vivir la vida de otra manera, la mayoría de las veces porque no hay
otra, se convierte en crítica viva al poder, vida frente al poder, vida como poder, querer
vivir, seguir viviendo o vivir de otra forma, de la forma anormal, monstruosa.
La forma positiva del poder, descrita por Foucault, aquella capacidad de motivar,
movilizar, seducir e invitar a la acción o inacción, a la voluntad, no está claramente
inscrita en sentido de bipolaridad, no describe el polo negativo de la relación: La
resistencia. El trabajo productivo del poder es disminuir la actividad creadora de la
resistencia o, en su caso, asimilarla. Trabajo pedagógico (Bourdieu, 1977) o constitución
del complejo de Edipo (Deleuze y Guattari, 1998), pero al fin, es una interiorización
que desactiva la explosividad de las resistencias: las enferma o criminaliza, las hace
inmorales o anormales, las convierte en objetivos del saber-poder.
Se cercan los territorios, se hacen caminos y la fuga de los cuadrantes de racionalidad,
la transgresión de la norma, la violación de la ley, la contrajusticia, la contra-ley, toda
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aislamiento estallan.
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REFERENCIAS
Libros
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Comité Científico ex profeso
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La edición de esta obra estuvo a cargo de Alejandro Ángel
López Abriz en los forros y Rafael Cruz Sánchez
en interiores.