Manuel Belgrano
Manuel Belgrano
Manuel Belgrano
Belgrano fue
una de las tantas personas que, en los albores de la Patria, lucharon incansablemente para ponerle fin al
dominio español y alcanzar la libertad en estas tierras.
Los cincuenta años que vivió le bastaron para transformarse en una de las figuras más importantes de
la historia argentina. Nuestro país tiene una inmensa deuda con él: además de su lucha por el triunfo de la
Revolución de Mayo y, posteriormente, por la independencia, fue un hombre que difundió valores de
honradez, compromiso, sacrificio, compasión y solidaridad, que rechazó premios y honores, y que siempre
luchó por el bien común. A lo largo de su vida siempre supo sobreponerse a condiciones adversas, y dejar
de lado el interés personal en beneficio del interés general.
Belgrano ambicionaba para sí una vida ligada al pensamiento y a las acciones cívicas, pero las
circunstancias de la época lo obligaron a convertirse en un militar y empuñar las armas. Sin dudarlo,
asumió el sacrificio que la revolución le reclamaba con un gran compromiso. A pesar de su falta de
formación y su inexperiencia en batalla, siempre condujo a sus hombres con firmeza y protagonizó
numerosos actos de valentía.
Desde joven, Belgrano demostró curiosidad y atracción por los temas más diversos. Formado como
abogado, también estudió economía y desarrolló una
intensa labor como periodista. Además, mostró un gran
interés por el desarrollo del comercio, de las actividades
agrícolas, de las manufacturas y, sobre todo, por la educa-
ción. Era un gran lector: en una época caracterizada por el
surgimiento y la difusión de nuevos conocimientos y nuevas
ideas leía con avidez los libros más novedosos. De hecho,
fue uno de los principales responsables de la difusión en
estas tierras de las nuevas ideas que surgían en Europa y
que tanto influyeron en los revolucionarios de Mayo.
Afortunadamente, también fue un prolífico escritor; gracias
a ello conocemos buena parte de su pensamiento.
Belgrano poseía una intachable integridad y firmes
convicciones patrióticas, y trabajó incansable y
desinteresadamente por el progreso del país. Nunca se
negó a enfrentar situaciones difíciles. Debió transitar el
final de su vida acosado por las enfermedades y las
dificultades económicas, y decepcionado por la ingratitud
de muchos. El legado de Belgrano para todos los argentinos
es inconmensurable y merece ser recordado.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en Buenos Aires el
3 de junio de 1770. Su padre fue Domingo Belgrano Peri, un comerciante
originario del norte de Italia, quien se instaló en Buenos Aires hacia 1751. Allí
se dedicó a diversos negocios, como el comercio de cueros, con mucho éxito.
En 1757, Domingo Belgrano se casó con María Josefa González Casero,
una joven nacida en Santiago del Estero en el seno de una tradicional familia
criolla. El matrimonio se instaló en una vivienda ubicada en la calle Santo
Domingo (la actual avenida Belgrano). En ella nacieron sus dieciséis hijos, de
los cuales Manuel fue el octavo.
Manuel recibió sus primeras enseñanzas en la Escuela de Dios y, a los 14
años, ingresó en el Real Colegio de San Carlos. Dos años después, su padre
decidió que él y uno de sus hermanos continuaran su formación en España.
Cursó estudios de Leyes en las universidades de Salamanca y Valladolid.
Durante su estancia en Europa, también recorrió Italia y Francia.
Enterado de que la Corona española planeaba crear en Buenos Aires el Real
Consulado de Comercio, en octubre de 1793 Belgrano le solicitó al rey su
nombramiento como funcionario de esa institución. Sus deseos se vieron
cumplidos y, en mayo de 1794, regresó a Buenos Aires para asumir como
secretario del Consulado
Una vez instalado en la capital virreinal, Belgrano se dedicó de lleno a la organización del Consulado. A
pesar de los problemas de salud que ya comenzaban a aquejarlo y la muerte de su padre, su enorme
fuerza de voluntad y su entusiasmo le permitieron desplegar una intensa actividad que abarcó numerosos
temas.
El Consulado de Comercio tenía numerosas funciones. Entre otras, debía ocuparse del fomento de la
agricultura y el comercio, de las actividades manufactureras, de la navegación y el comercio marítimo.
También actuaba como tribunal en los casos de los juicios entablados entre comerciantes.
Belgrano estaba convencido de que el único camino seguro para alcanzar el progreso era el impulso de la
educación, y de que solo las personas educadas podían intervenir activamente en la vida de la comunidad y
hacer valer sus derechos.
Atribuía muchos de los males que aquejaban al país a la ignorancia y la falta de establecimientos
educativos. Por eso, propuso que se establecieran escuelas primarias en las ciudades y en el campo. En
ellas, la enseñanza debía ser gratuita para quienes no poseyeran recursos suficientes. También reclamó que
los jueces obligaran a los padres a enviar a sus hijos a la escuela.
Para Belgrano, la misión principal de la educación era preparar a las personas para el trabajo. Por eso,
además de la enseñanza elemental, debía ofrecerse la posibilidad de aprender diferentes oficios.
Desde el Consulado, Belgrano propuso la creación de escuelas técnicas de agricultura, de hilado de lana, de
comercio, de dibujo y de náutica. De todas ellas, solo fueron creadas las dos últimas.
Belgrano también se ocupó de la educación de las mujeres, una actitud de avanzada en una época en la
que el tema no merecía la atención de casi nadie. Así, propuso la educación de las niñas en escuelas
gratuitas, en las que se les enseñara a leer y escribir. Además, estaba convencido de que había que enseñar-
les algunas manualidades, como bordar y coser, que les permitieran ganarse la vida de forma provechosa.
Entre las numerosas y diversas actividades que Belgrano desempeñó a lo largo de su vida, el periodismo
ocupó un lugar muy destacado. En ese entonces, el surgimiento de nuevos conocimientos e ideas y la
necesidad de difundirlos favoreció el desarrollo de la prensa en muchos países. El fenómeno también se
produjo en Buenos Aires, que contaba con una imprenta comprada por el virrey Vértiz en 1780. Así, en los
primeros años del siglo XIX, en la capital virreinal aparecieron algunos periódicos, como el Telégrafo Mer-
cantil, el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, el Correo de Comercio y, luego de la
Revolución de Mayo de 1810, la Gazeta de Buenos-Ayres.
Apenas llegado de España, Belgrano se desempeñó como colaborador del Correo Mercantil de España y
sus Indias, que brindaba información sobre las colonias españolas en América. Posteriormente, también
escribió numerosos artículos para el Telégrafo Mercantil y el Semanario de Agricultura. A comienzos de
1810, el virrey Cisneros le propuso a Belgrano la dirección de un nuevo periódico: el Correo de Comercio.
Años después, cuando se desempeñaba como general en el Norte, Belgrano volvió a ejercer su vocación de
periodista: en 1818 creó un periódico que llamó Diario Militar del Ejército Auxiliador del Perú, que
distribuía entre los soldados y los pobladores de las zonas que atravesaba.
En junio de 1806, tropas inglesas comandadas por el general
William Beresford desembarcaron en las cercanías de Buenos Aires
y emprendieron la marcha hacia la ciudad. Por entonces, Belgrano
integraba las milicias urbanas que debían encargarse de la defensa
de la ciudad. En ese momento, Buenos Aires no contaba con fuerzas
suficientes para repeler a los invasores. Entonces, siguiendo los
planes existentes, el virrey Sobremonte partió hacia Córdoba con el
tesoro del virreinato. Ante este panorama, Beresford y sus hombres
ocuparon la capital virreinal sin mayores problemas.
Belgrano intentó convencer a los demás integrantes del
Consulado de poner a salvo los archivos del organismo y marchar
junto con el virrey. Sin embargo, su pedido no tuvo éxito: tal como
lo hizo el resto de las autoridades españolas, juraron fidelidad al rey
de Inglaterra.
Indignado y decidido a no hacer lo mismo, Belgrano se marchó a
la Banda Oriental.
Finalmente, luego de 46 días de ocupación, los ingleses fueron
expulsados por una fuerza proveniente de Montevido, organizada por
el militar Santiago de Liniers, y las milicias de vecinos porteñas.
Ante el temor de una nueva invasión, Liniers dispuso la
reorganización de las milicias. Belgrano se incorporó al Regimiento
de Patricios. Al poco tiempo, fue nombrado sargento mayor. La
desorganización de la defensa en 1806 le había mostrado, según sus
propias palabras, que “no era lo mismo vestir el uniforme militar que
ser un militar”. Por eso, dedicó algún tiempo a la instrucción
castrense.
En junio de 1807, los ingleses volvieron, esta vez con una fuerza
mucho mayor que la de un año antes. Sin embargo, tras encarnizados
combates en las calles de Buenos Aires, las milicias organizadas por
Liniers lograron la rendición de los invasores. Belgrano participó en
la defensa de la ciudad como integrante de los Patricios.
En 1808, el ejército francés invadió España y el rey Fernando VII fue apresado. Ante el cautiverio del monarca,
su hermana, la infanta Carlota Joaquina, reclamó sus derechos sobre los territorios americanos. Un grupo de
criollos, entre los que se hallaba Belgrano, idearon un proyecto que consistía en coronar a Carlota. Sin embargo,
no lograron el apoyo necesario y la idea no prosperó.
En 1809, Baltasar Hidalgo de Cisneros llegó a Buenos Aires para reemplazar al virrey Liniers. Belgrano se
oponía a la designación del nuevo virrey e intentó, sin éxito, convencer a Liniers de que no entregara el mando.
Cuando Cisneros asumió el cargo, Belgrano temió ser arrestado por desleal y decidió marcharse por un tiempo a
la Banda Oriental. Al poco tiempo, cuando sus amigos
lo convencieron de que no corría peligro, regresó a
Buenos Aires. En enero de 1810, el propio Cisneros le
encargó la publicación de un nuevo periódico: el
Correo de Comercio. Luego de aceptar la propuesta,
renunció a su cargo en el Consulado.
Por entonces, Belgrano y otros criollos, como Juan
José Castelli, Antonio Beruti y Juan José Paso,
mantenían reuniones secretas en las que discutían qué
camino seguir frente a la caótica situación en España.
A comienzos de mayo de 1810 llegó a Buenos Aires la
noticia de la caída de la Junta de Sevilla en manos de
los franceses. La noticia tuvo un profundo impacto en
la ciudad: muchos comenzaron a preguntarse si el
virrey debía seguir en su cargo cuando la autoridad
que lo había nombrado ya no existía. Y si no era él,
¿quién debía gobernar? Por esos días, Belgrano se
hallaba fuera de la ciudad, pero volvió rápidamente.
Según sus palabras, “me mandaron llamar mis amigos
de Buenos Aires diciéndome que había llegado la hora de trabajar por la patria para alcanzar la libertad y la
independencia deseada”.
El 19 de mayo, Belgrano y Cornelio Saavedra se presentaron ante las autoridades del Cabildo y exigieron la
reunión de un cabildo abierto que discutiera si el virrey debía permanecer o no en su cargo y eligiera una junta
de gobierno. Luego de negarse terminantemente, Cisneros debió ceder y convocó a la reunión para el día 22.
Durante las discusiones, Belgrano no hizo uso de la palabra, pero a la hora de votar fue uno de los que se inclinó
por la destitución del virrey y el encargo al Cabildo de la designación de un nuevo gobierno. Cuando el 25 de
mayo el Cabildo designó a la Primera Junta, Belgrano fue elegido como uno de sus vocales.
Luego de asumir el poder, la Primera Junta debió enfrentar un gran desafío: lograr que su autoridad fuera
aceptada en todo el territorio que hasta entonces había conformado el
virreinato del Río de la Plata. Así fue como, luego de informarles sobre
los hechos sucedidos en Buenos Aires en mayo de 1810, invitó a las
ciudades del Interior a enviar representantes a Buenos Aires para
discutir los pasos a seguir. Algunas, como Santa Fe, adhirieron
rápidamente a la revolución. Pero la autoridad de la Junta no fue
aceptada en todos lados. Otras zonas, como Córdoba, el Alto Perú, la
Banda Oriental y el Paraguay, la rechazaron y manifestaron su lealtad a
la Corona española. Para someter a esas regiones, que ponían en riesgo
el triunfo de la revolución, la Junta decidió enviar expediciones
armadas.
En septiembre de 1810, la Junta envió a Belgrano a la Banda Oriental
para que pusiera a la región bajo su autoridad. Sin embargo, llegó
entonces a Buenos Aires la información de que tropas realistas
provenientes del Paraguay se habían internado en el territorio de
Misiones. Ante esa situación, la Junta decidió que Belgrano marchara
hacia allá.
Cuando llegó a Santo Tomé, Belgrano pasó revista a sus tropas. El
estado de estas era calamitoso: eran escasas, indisciplinadas y tenían
poco armamento. Según Belgrano “[…] los soldados son todos bisoños
[…]; asimismo las carabinas en la mayor parte son malísimas […], pues
según me aseguran estos jefes a los tres o cuatro tiros quedan inútiles”.
El 1º de octubre, Belgrano entró en Santa Fe. La llegada del general
porteño alteró la calma habitual de la ciudad. La población se volcó a
las calles y le brindó un caluroso recibimiento. Durante su estancia en
Santa Fe, Belgrano desplegó una intensa actividad para poner su ejército en
condiciones antes de emprender la marcha al Paraguay. Los santafesinos
respondieron con generosidad: hombres, armas, ganado, caballos, carretas y
hasta pequeñas embarcaciones engrosaron las tropas.
El creador de la bandera tuvo una visión realmente igualitaria para la época. En la librada en la provincia
incorporó a 120 mujeres a las tropas. Además, unos días antes de que se declarara la independencia, llegó con
otra propuesta de gobierno que generó nuevos interrogantes, como también causó adhesiones y rechazos.
Belgrano tuvo una estrecha relación con Tucumán. Y en estas tierras, también aportó su visión sobre la
necesidad de lograr la igualdad en diversos aspectos en términos concretos. En ese sentido, supo pensar a la
mujer de una forma poco común a su época. De hecho, en la batalla que se libró en la provincia, 120 de ellas
estuvieron codo a codo en las tropas.