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1-Leg Romant - Prerraf - Parnas

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M. Machado. Wagner.

Un reloj, que no sé dónde está, da la una


–corazón de la noche–, hora solemne y vaga
en que la luz penúltima de la tierra se apaga,
para dejar la luz última, que es la Luna.

Es la hora del príncipe que marcha peregrino


a sacar del encanto la encantada princesa,
mientras forjan escudo mágico a la alta empresa
el gnomo de los sueños y el hada del Destino.

El silencio y la sombra se abrazan; han cesado


el cantar de la fuente y el suspirar del viento.
tiene en redor la luna de ensueños un anillo.

Las ondinas y náyades despiertan. Ha llegado


el momento precioso en que el héroe del cuento
mata al dragón que guarda la puerta del castillo.
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Venus de Dante Gabriel Rosseti

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Caupolicán
Es algo formidable que vio la vieja raza;
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región;
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
" ¡El Toqui, el Toqui! ", clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo "Basta",
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán
Venus
En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el oscuro cielo Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,
o que, llevada en hombros, la profunda Extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
"¡Oh reina rubia!—díjele—, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar"
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

De invierno
En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.
El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Alençón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.
Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño
como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos, mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.
Catulle Mendés

Puede ajustarse al pecho coraza férrea y dura;


Puede regir la lanza, la rienda del corcel;
Sus músculos de atleta soportan la armadura...
Pero él busca en las bocas rosadas leche y miel.
Artista, hijo de Capua, que adora la hermosura,
La carne femenina prefiere su pincel,
Y en el recinto oculto de tibia alcoba oscura,
Agrega mirto y rosas a su triunfal laurel.
Canta de los oarystis el delicioso instante,
Los besos y el delirio de la mujer amante;
Y en sus palabras tiene perfume, alma, color.
Su ave es la venusina, la tímida paloma.
Vencido hubiera en Grecia, vencido hubiera en Roma.
En todos los combates del arte o del amor.

Walt Whitman

En su país de hierro vive el gran viejo,


Bello como un patriarca, sereno y santo.
Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo
Algo que impera y vence con noble encanto.
Su alma del infinito parece espejo;
Son sus cansados hombros dignos del manto;
Y con arpa labrada de un roble añejo,
Como un profeta nuevo canta su canto.
Sacerdote que alienta soplo divino,
Anuncia, en el futuro, tiempo mejor.
Dice al águila: «¡Vuela!»; «¡Boga!», al marino,
Y «¡Trabaja!», al robusto trabajador.
¡Así va ese poeta por su camino,
Con su soberbio rostro de emperador
Rubén Darío, Azul, 1890.

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