Hij 9
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Salí al patio de afuera, para tomar aire y meditar un poco. Sami me había dejado
confundido. O, mejor dicho, alarmado. Muy alarmado. Desde hacía rato tenía el
presentimiento de que algo no andaba bien con las actitudes de mis hijastras. En menos de
veinticuatro horas nuestra relación había evolucionado demasiado. Incluso Valentina, que era
con la que peor me llevaba, terminó por aceptar compartir momentos como el pijama party
conmigo. Y ya había tenido un acercamiento físico con dos de ellas. Todo era demasiado bueno
para ser cierto. Y ahora lo que había sucedido con Sami terminaba de convencerme de que, en
efecto, las cosas no eran tan buenas como yo creía que eran.
Había estado tan eufórico, sediento de lujuria como si fuera un adolescente en su viaje
de egresados, que no me había puesto a analizar lo suficiente la situación. Me había dejado
engañar por la juventud de mis hijastras. Ellas eran muy chicas, y como mujeres hermosas que
eran, podían darse el gusto de ser exageradamente volátiles en su actitud. Si bien mi instinto
me había hecho actuar con cierto recelo en muchas oportunidades, nunca había pensado
seriamente en que realmente estaba siendo un títere de esas mocosas malcriadas.
Para empezar, ni Agos ni Valu se habían decidido a acostarse conmigo. Y quien quiera
que fuera la que me había practicado la mamada, seguía escondida en el anonimato que le
había dado la oscuridad. Ahora todo parecía tratarse de un cruel juego de esas pendejas.
Incluso Sami estaba involucrada, aunque ella había tenido la deferencia de tirarme pistas en
más de una ocasión. ¿Tantas eran sus ganas de que me fuera de sus vidas? Si la cosa era así, ya
no tenía nada que hacer en esa casa. Ya no solo Mariel me había corneado, sino que ahora
quedaría como un acosador, o en el mejor de los casos, como un infiel.
Las pendejas habían movido muy bien sus fichas. Primero habían esperado al
momento justo, en donde se vieran obligadas a pasar un tiempo conmigo. Ese fin de semana
en donde Mariel estaba ausente era, por sí mismo, ideal. Pero las condiciones meteorológicas
habían contribuido a que todo saliera a la perfección para esas mocosas. Estábamos obligados
no solo a permanecer bajo el mismo techo durante toda la tarde, sino que, como no
contábamos con la distracción de la televisión e internet, nos veíamos obligados a pasar el
tiempo juntos. Luego se ocuparon de hacerme saber de la infidelidad de Mariel, cosa que
bajaba mis defensas muchísimo más que en una situación normal. Ya de por sí era difícil vivir
con tres pendejas que te calentaban la pava en todo momento, pero si encima sabías que tu
pareja te acababa de ser infiel, y a eso sumarle que probablemente en ese mismo momento
también lo estaría siendo, cualquier límite ético que me había autoimpuesto se habría roto.
Una brisa fría se metió por adentro de mi remera, y un escalofrío recorrió mi cuerpo,
no tanto producto del frescor sino del temor a haber cometido el peor de mis errores.
De repente me asaltó una pregunta: ¿De verdad Mariel me había sido infiel?
Era cierto que las pruebas eran contundentes, pero ahora ya no estaba seguro de
nada. ¿Y si eso también formaba parte del plan de mis hijastras? Traté de recordar qué era lo
que tenía en contra de Mariel: Una foto con una conversación muy comprometedora, que, si
bien no era explícita, no dejaba mucha duda de su significado. Era una fotografía del celular de
mi mujer, de eso no había dudas. Si eso era una trampa, significaba que alguien le había escrito
desde un celular desconocido. Luego esa misma persona, o un cómplice, habría agarrado el
celular de Mariel, después agendó el número para que pareciera que se trataba de un contacto
ya existente, y finalmente se apoderó del celular para fingir la respuesta de mi mujer.
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Mis odiosas hijastras Gabriel B
Pero todo eso se me hacía muy tirado de los pelos. Era un plan muy arriesgado, que
requería de bastante tiempo, y Mariel no era de dejar por ahí su teléfono por mucho tiempo.
No obstante, no era algo imposible de ejecutar. Mucho más si el plan no era ejecutado por una
sola persona, sino por dos, o por tres…
Traté de hacer memoria sobre lo que decía el chat de mi mujer con el supuesto
amante. El tal Apaib le recriminaba que por qué no le contestaba los mensajes. Ella le decía
algo así como que él ya sabía que era casada. Pero había algo más, algo mucho más
contundente y desgarrador. Maldije el hecho de no poder acceder a mi celular para releerlo,
aunque sabía que eso solo serviría para torturarme más. ¿Qué era eso otro que se habían
dicho? Ah, sí. Apaib le preguntaba si se había arrepentido, y ella le decía que no. Y ahí era
donde le recordaba que era casada. ¡Mierda! La conversación había sido demasiado realista. Si
eso era parte del engaño, lo habían hecho magistralmente. Si alguien quisiera fingir una
infidelidad, lo primero que pondría en esas falsas conversaciones sería algo mucho más
explícito, algo como: “qué rico polvo nos echamos el otro día mientras el cornudo de tu marido
Adrián estaba trabajando”. Bueno, quizás estaba exagerando, pero la cuestión es que la
conversación que me había llegado al celular había sido muy incriminatoria, pero, sobre todo,
muy verosímil.
En todo caso, si mi mujer no me había engañado ¿debería estar feliz o triste? Una de
las razones por la que di rienda suelta a mi lascivia era porque había dado por hecho que ese
chat era real. Eso me había permitido tener esos acercamientos con las chicas, cosa que me
llenó de júbilo. Pero ahora podría ser que lo que estaba haciendo era destruir mi relación con
una hermosa e inteligente mujer. No me encontraría con otra como ella ni en mil años. El
alivio que podía llegar a experimentar si su traición no había existido, dejaba inmediatamente
lugar a la desesperación por haberle sido, de una manera u otra, infiel con dos de sus hijas.
Estaba furioso. Me habían hecho tocar el cielo con las manos, y ahora resultaba que
solo estaban jugando conmigo. Aunque, de todas formas, había cosas que no terminaba de
comprender. Si todo era una farsa, ¿Por qué llegar al punto de practicarme una felación? Eso
no me cerraba por ninguna parte. Una cosa eran unos manoseos por aquí y por allá. Mujeres
tan llamativas como ellas probablemente estaban acostumbradas a encontrarse en una
situación como esa con cierta periodicidad, sobre todo cuando salían a bailar y el alcohol se
apoderaba de los pendejos de su edad. Pero ir hasta mi cuarto a hacerme un pete…
Estaba muy aturdido. Se me ocurrió salir a la calle para despejar un poco la cabeza. También
podría aprovechar para llevar mi celular a alguno de los comercios del barrio y pedirles que me
lo cargaran, por al menos media hora. Una vez que pudiera encenderlo, llamaría a Mariel, e iría
directo al grano: ¿Me había engañado o no? Había postergado ese momento por mucho
tiempo, y las condiciones de ese fin de semana habían contribuido con ello. Pero ya era hora
de tomar la iniciativa.
Si la infidelidad no era cierta, estaba en serios problemas. Quedaría como un imbécil
ante la mujer que me había tendido la mano cuando más lo necesitaba. Una mujer hermosa
que no había imaginado que se fijaría en mí. Ella en cambio se enteraría de que yo había
intentado hacer algo no con una, sino con dos de sus hijas. Si se lo proponían hasta podrían
denunciarme por abuso sexual.
Me dirigí a mi habitación para buscar el celular, pero en ese momento el impulso le
ganó a mi cabeza fría, por lo que deseché, de momento, la idea de cargar el celular. Ahí arriba
tenía a dos de mis hijastras. Ellas sabían mucho más de lo que decían, y tendrían que darme
alguna respuesta.
Fui hasta la habitación de Sami. Ella había sido la que me había alertado (y no solo una
vez) de lo que estaba sucediendo. Si alguien me podría sacar de la oscuridad en la que estaba
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Mis odiosas hijastras Gabriel B
sumergido era ella. Pero cuando entré a la habitación me encontré con que estaba roncando.
Me acerqué, para despertarla. Se había vuelto a poner ese gracioso pijama de una sola pieza.
Ese mismo que hacía poco menos de una hora no había dudado en quitarse ante mi
estupefacta mirada. Tenía la capucha puesta. Por lo visto, la prenda era tan abrigada, que
mientras dormía tuvo que correr la frazada a un lado, ya que habría de sentir calor.
Más allá del fuerte ronquido, se veía dormida plácidamente. No podía evitar sentir
ternura mientras la observaba. Ternura y gratitud. Por primera vez Sami se colocaba, ya no en
una esfera diferente a sus hermanas, sino muy por encima de ellas. Pero antes de despertarla
y rogarle respuestas, decidí asegurarme que su hermana siguiera encerrada. Lo cierto era que
me pareció lo mejor que Valentina no supiera que yo estaba complotando con Sami, y si
estaba mucho tiempo ahí corría el riesgo de que la troglodita nos interrumpiera e hiciera sus
deducciones.
Recordé que cuando, mientras hablaba con la más pequeña de la casa en la cocina,
Agos y Valen habían aparecido, con una actitud recelosa, y la habían instado a que se fuera.
Imaginé que la pobre Sami se había rebelado ante el perverso plan de sus hermanas mayores,
y, aunque no podía oponérseles directamente, me había tirado varias pistas para evitar mi
caída. El hecho de estar tanto tiempo junto a mí, evitando así que estuviera con las otras, era
una de las tantas cosas que había hecho.
Salí de la habitación, sigiloso. En ese momento podría hacerle el amor ahí mismo a esa
hermosa rubiecita. Pero no era hora de dejarme llevar por mis impulsos. Ya me había ido muy
mal con eso.
Fui hasta la habitación de Valen, dispuesto a mover el picaporte, asumiendo que me
encontraría con la puerta todavía cerrada. Pero al empujar la puerta, esta se abrió. Esto me
tomó por sorpresa. Hacía un rato me había dejado, totalmente al palo, y se había encerrado
para evitar que yo entrara. ¿Y ahora había cambiado de parecer? Estaba claro que era una
trampa, pero aun así quería aprovechar para tantear el terreno.
Empujé la puerta y entré, sabiendo que me estaba metiendo en un nido de víboras.
Estaba todo oscuro. Intenté aguzar el oído, para saber si ella también dormía. Pero no
escuché nada que me lo indicara. De hecho, ni siquiera estaba seguro de que se encontraba
adentro. Me pregunté si esa absoluta oscuridad me depararía nuevamente un ultraje. De
hecho, en el fondo, deseaba que una mano invisible fuera a acariciar mi verga, como había
pasado el día anterior. Aunque claro, esta vez no la dejaría escapar.
Pero no pasaba nada.
Como conocía la disposición de los muebles en el cuarto, avancé. Fui tanteando la
cama, hasta que toqué los pies de Valentina. ¿De verdad se había dormido? Supongo que, al
igual que Sami, se había despertado solo porque le había dado hambre, y ahora quería seguir
durmiendo. La noche anterior se habían quedado muchas horas despiertas después de la
medianoche, y el día frío y nublado invitaba a permanecer acostado hasta el mediodía. Pero se
iba a tener que despertar y darme respuestas.
Agarré una silla que estaba contra la pared. Parecía tener alguna prenda encima. La
coloqué en el respaldo, y acerqué la silla al lado de la cama. En ese momento, sumidos en un
profundo silencio, me percaté de la respiración de Valentina. No sonaba tan profunda como la
de alguien que estaba durmiendo. La persistente sensación de que la mocosa estaba despierta
me asaltó nuevamente.
—¿Estás despierta? Tenemos que aclarar algunas cosas —dije.
Pero la muy perra no dio señales de haberme escuchado. Extendí la mano, apoyándola
en su hombro, para luego sacudírselo.
—¡Basta! —dijo ella, con voz soñolienta.
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Mis odiosas hijastras Gabriel B
Sentí cómo giraba su cuerpo, para quedar mirando en dirección opuesta a donde yo
estaba. Inmediatamente después de eso empecé a escuchar cómo respiraba, largando el aire
por la nariz, haciendo el sonido típico de alguien que estaba durmiendo profundamente. Pero
el hecho de que lo hiciera ahora, me terminó de convencer de que en realidad estaba
despierta. ¿Acaso esperaba que creyera que había pronunciado esa palabra entre sueños?
—Hacete la dormida todo lo que quieras —dije—. Pero necesito saber ¿De verdad
Mariel me engañó?
Ella no respondió. Estuve a punto de sacudirla nuevamente del hombro, pero esta vez
con mucha más violencia, pero me di cuenta de que sería en vano. También me percaté de que
si seguía haciéndole preguntas solo lograría que ella tuviera más información de mí, así que
dejé de lado cuestionamientos como si ella había sido la que me envió la foto y la que me
palpó la verga. Lo cierto es que, si la cosa era como yo estaba temiendo, y Agos estuviera
complotada con ella, poco importaba quién había hecho qué cosa. Todo había sucedido para
que yo perdiera la cabeza e hiciera alguna estupidez. ¿Sería que me habían grabado en algún
momento? Lo dudaba. Lo cierto es que con las palabras de las dos bastaba para condenarme
ante Mariel.
Aclaré mi garganta. Pero la verdad era que no sabía qué decir. ¿Tendría que pedirle
disculpas? La actitud que había tenido en el supermercado ya había rozado el acoso, y ahora,
lo de perseguirla hasta su cuarto podía tomarse muy a mal para las chicas de esta generación.
E invadir su habitación no me dejaba muy bien parado que digamos. Pero aunque estaba
consciente de eso, la indignación opacó cualquier otro sentimiento. La pendeja esa me había
provocado. ¿Quién en su sano juicio no intentaría cogerse a una adolescente hermosa que
apoyaba sus enormes tetas en tu cuerpo?
—Te debés creer muy inteligente ¿No? —dije, rabioso—. Ahora podés decirle a tu
mami que intenté cogerte. Agos te va a apoyar y Mariel me va a echar de la casa. Te salió todo
redondito. Te felicito. Arruinaste la relación de tu mamá con alguien que la quería de verdad.
Valu no daba señales de moverse siquiera.
—¿Vas a seguir jugando a la bella durmiente? —pregunté, fastidiado—. Te gusta jugar
¿eh? Te gusta jugar en la oscuridad. Cuando le cuentes a tu mami de mis manos inquietas, no
te olvides de contarle las cosas que me hiciste vos.
Ninguna respuesta. Solo se oía su respiración y, a lo lejos, los ruidos de los autos que
circulaban por la calle. Se me ocurrían muchas cosas para decirle, pero aunque sabía que esas
palabras llevarían verdad, no me resultaba conveniente pronunciarlas. ¿De qué serviría echarle
en cara que ella había sido quien me había provocado? De todas formas yo no había dudado
de intentar besarla mientras metía mano en su carnoso orto. Lo cierto es que sentía que me
venía provocando desde que la conocí aquella vez, en la que estaba ataviada con ese uniforme
escolar de falda exageradamente corta. Me provocaba a mí y a cada hombre que se cruzaba en
su camino. Eso lo tenía en claro. Pero ¿de qué me serviría dejar en evidencia ese hecho? Ella
misma me había dicho que tenía consciencia de que podía seducir a cualquier hombre,
estuviera casado o viudo. A cualquier hombre, incluyendo a la pareja de su madre. Pero eso no
quitaba que yo había obrado mal. Instado por la lujuria y el despecho, ni siquiera me había
detenido a pensar en las consecuencias de lo que estaba haciendo. O, mejor dicho, las
consecuencias me importaban un carajo.
¿Cuán perversa había que ser para seducir a tu padrastro? Y Agos también lo había
hecho. Hasta me había hecho una paja en el pijama party. ¿Qué había pasado con esas
adolescentes cuando eran chicas? Una influencia maligna parecía cernirse sobre ellas. Y si
encima de todo Mariel no me había sido infiel...
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Mis odiosas hijastras Gabriel B
—Pendeja de mierda —solté, sin poder contenerme—. Nunca tuviste un padre que te
pusiera límites ¿cierto? Nunca tuviste una negativa de un hombre ¿No? Pero ¿sabés qué? Estás
condenada a ser vista como un objeto sexual. Ahora te hacés la fría, la chica liberal que solo
quiere chongos que la cojan bien —agregué, recordando lo que ella misma me había dicho esa
mañana—. Pero en algún momento te vas a enamorar, y ningún hombre se toma en serio a
una chica como vos. Podés acostarte con todos los tipos que quieras, sí, pero nunca vas a
lograr que se enamoren de vos.
Había hablado envenenado por el sentimiento de venganza. Mi manera de pensar no
era esa, pero quería herirla y que por fin diera la cara. Pero seguía haciéndose la dormida.
Aunque le había dicho todas esas cosas denigrantes, seguía con su jueguito.
—¿De verdad vas a seguir con esto? —dije, poniéndome de pie—. Entonces seguí así,
seguí fingiendo que dormís.
Agarré de un extremo el cubrecama con el que se abrigaba, y lo corrí a un lado, para
luego quitarme las zapatillas y subirme a la cama. Volví a acomodar el cubrecama. Ahora
quedamos como si estuviéramos durmiendo juntos.
—Ya que tanto te gusta jugar en la oscuridad, juguemos un rato —dije.
Apoyé una mano en su cadera, y la fui subiendo hasta su hombro, para saber en qué
posición se encontraba ahora. Seguía igual que antes. De costado, dándome la espalda. Había
esperado que con ese contacto se sobresaltara, pero no atinó a hacer nada.
Me arrimé a ella. Me di cuenta de que sus brazos estaban desnudos. Estaría
durmiendo con una remera como único abrigo, imaginé. Me pregunté qué llevaba abajo.
Deslicé mi mano hasta sus piernas. Enseguida percibí su piel, cosa que empezó a excitarme.
Pero aun así, no estaba seguro de si llevaba algún short, o acaso…
Recordé que en el pijama party llevaba una tanguita, y que, a pesar de que hacía frío,
no había atinado a ponerse algo encima, por lo que no sería extraño que durmiera solo con esa
prenda abajo.
—Si te seguís haciendo la tonta, no me voy a ir de acá —dije.
Deslicé la yema de los dedos en esa suave y firme piel, hasta encontrarme con sus
carnosos muslos. Imaginaba que tarde o temprano pondría el grito en el cielo por haberme
metido en su cama y ahora estar manoseándola. Pero no me importaba. Ya estaba jugado. Qué
le hacía una mancha más al tigre.
—Así que no pensás decirme nada. Pero a tu mami si se lo vas a decir ¿Eh? —le susurré
al oído, sintiendo el perfume de su cabello, que olía muy rico considerando que se trataba de
ella.
Dejé que mi mano siguiera su camino en ascenso, hasta que se encontró con el
poderoso culo de mi hijastra. Lo acaricié con suavidad, haciendo movimientos circulares en
esas enormes esferas que eran sus glúteos.
—Bien. Si querés seguir con esto, no tengo problemas. Voy a seguir manoseándote.
Total, vos estás dormida y no te das cuenta de nada ¿No? —dije, esperando, esta vez sí, a que
se dignara a reconocer que estaba fingiendo, para luego finalmente exigirle explicaciones.
Pero seguía empecinada en continuar con su papel, lo que me hizo indignarme más.
Así que esta vez ejercí más presión en sus carnes. Hundí los dedos en ese goloso orto, y luego
le di un pellizco.
Nada.
Mientras hacía esto, sentí la tela de su ropa íntima. Me di cuenta de que si estaba
usando la misma tanga de anoche, no debería sentirla en esa parte que estaba manoseando.
Así que de pura curiosidad, fui frotando su trasero para percibir la forma de su prenda. Era
mucho más grande que una braga, pero más pequeño que un short. Imaginé que se trataba de
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Mis odiosas hijastras Gabriel B
un culote. Un culote con encaje, comprobé instantes después, pues en sus bordes podía sentir
el cambio en la textura de la tela.
Bastó para llegar a esta conclusión para que terminara de perder lo que me quedaba
de cordura. Utilizando mi dedo índice, froté sobre la tela, percibiendo la forma de su glúteo
izquierdo. El dedo parecía ser un pequeño individuo subiendo por un enorme cerro. Una vez
que llegó a su punto máximo, siguió avanzando a través de ese camino esférico. De repente el
dedo, aun siguiendo el camino por donde lo llevaba la tela que cubría las partes íntimas de mi
hijastra, pareció ser succionado por un agujero negro. Sentí ahora la tela bien pegada en la
raya que separaba sus nalgas. La extremidad pareció apresada entre ambos cachetes. Froté ahí
mismo, y me pareció sentir el agujero del culo.
Estaba demasiado caliente, claro está. No por primera vez pensé que, habiéndolo
perdido todo, ya no había motivos para andarme con rodeos. Pero el temor que me invadió
desde que Sami me clavó sus fríos ojos azules, me hicieron detenerme. Las cosas siempre
podían ir peor de lo que imaginaba. Hasta ahora no me había cogido a nadie, y si ahora lo
hacía, le daba una excusa perfecta para que me acusara de violación.
No obstante, si bien podía mantener mi verga adentro del pantalón (por ahora), no
podía dejar de disfrutar con mis manos la enorme carnosidad de mi hijastra.
—Terminemos con esto —dije, sin dejar de magrear su trasero—. Decime qué es lo
que querés de mí. ¿Para qué hacés todo esto? ¿Querés que me vaya? Entonces me voy. Pero
decímelo de frente —insistí, hablándole al oído—. SI no hablás, voy a seguir. Voy a tomar tu
silencio como un asentimiento.
Pero la muy perra no emitió palabra. La abracé por detrás. Ahora parecíamos una
pareja haciendo “cucharita”. Apoyé mi verga, dura como el hierro, en su culo.
—Te cambiaste de bombacha ¿eh? —le dije—. Imaginé que eras una roñosa que no se
cambiaba de ropa interior a diario. Igual, me imagino que esa tanguita debe tener mucho olor
a pis ¿cierto? —mis manos subieron hacia el destino predecible. Empujé mi pelvis y le clavé la
verga de manera muy parecida a como había hecho con Agos el día anterior—. Olor a pis, y a
flujos. Todo mezclado. ¿Te masturbaste anoche? —apreté una de sus tetas, sin hacer mucha
presión, apenas para sentir su suavidad. Era blanda. Me las imaginé cayendo sobre mi cara
para que las devorara.
Me di cuenta de que lo que tenía puesto no era una remera, sino un top que
seguramente hacía juego con el culote.
—¿Así vas a dormir todas las noches? —dije, presionando más su seno—. Deberías
estar más abrigada. O quizás te pusiste eso para esperarme. En el fondo querés mi verga
¿cierto?
Llevé mi otra mano a su rostro. Me di cuenta de que el cabello lo cubría. Lo corrí para
atrás. Arrimé mis labios a su oído, y le susurré.
—Pendeja puta. Eso es lo que sos. Una pendeja calientapijas y puta.
Besé su cuello. Si las palabras no la hacían reaccionar, el tacto haría lo suyo. Y en
efecto, así fue. En un gesto instintivo, Valu se encogió. Su hombro se levantó y su cabeza se
inclinó. Pero enseguida se acomodó. Ahora cambió de posición. Como esta vez estaba pegado
a ella, fue fácil darme cuenta de la pose que había elegido.
Ahora tenía a mi hijastra boca abajo. La cabeza hundida en la almohada. Con la misma
necedad que la caracterizaba, continuaba aferrada a esa absurdo acting en donde simulaba no
darse cuenta de lo que estaba pasando. Esto me hacía pensar que había sido ella la que, en dos
ocasiones diferentes, había abusado de mí en plena oscuridad, ya que su actitud de ahora
parecía coincidir con lo sucedido el sábado. Y si eso fuera así, yo solo me estaba cobrando su
atrevimiento.
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Entonces hice algo que en ese contexto podría parecer raro. A pesar de la furia y la
lujuria que me dominaban, acaricié la cabeza de Valu con ternura infinita. Mis dedos se
frotaron en la cabellera castaña de la más odiosa de mis hijastras, y fue bajando lentamente,
hasta encontrarse con su espalda desnuda, y su cintura. Dejé la mano un rato en esa parte,
donde ya comenzaba a intuirse el tremendo elevamiento que hacía su cuerpo más abajo. Froté
con la punta del dedo la piel desnuda.
—¿Querés que te coja? ¿Eso querés? —pregunté. Y como era de esperar, la única
respuesta que recibí fue un rotundo silencio—. ¿Sabés qué creo? Que en el fondo lo querés.
Puede que suene demasiado soberbio, pero creo que incluso cuando te vi con ese uniforme
pornográfico deseabas que te coja. Eras apenas una nena, pero querías que te coja. Bueno,
ahora ya no lo sos. Sos una pendeja, pero ya estás grande. Disculpá si sueno muy arrogante.
Pero vos también sabías que te deseaba en ese momento ¿No? —mis dedos bajaron
lentamente, y se hundieron nuevamente en sus glúteos—. ¿Qué habrás pensado cuando me
viste de la mano de tu mamá? Pendeja calentona. De seguro fantaseabas con que dejaba el
cuarto de Mariel en medio de la noche y venía al tuyo a culearte ¿no?
Esa era mi fantasía, claro está. Pero en ese momento no me pareció descabellado
pensar que la compartíamos. De todas formas, ni siquiera con traer el recuerdo de su madre
Valentina daba el brazo a torcer. Que se joda, pensé.
Arrimé mi rostro a donde estaba su culo. Le di un beso en la nalga. A pesar de que
medio cachete parecía estar desnudo, agarré la tela del culote y la tiré hacia arriba, de manera
que la prenda ahora la protegía apenas como si fuera una braga común y corriente. Le di otro
beso. Luego usé mi lengua, la cual se deslizó por ese orto moldeado por los dioses, dejando
una capa de saliva a su paso.
—De todas formas lo voy a hacer —advertí—. Sé que estás despierta. Y vos sabés que
yo lo sé. Así que dejá de hacerte la tonta y hacete cargo de lo que está pasando. ¿Me
calentaste la pija para que pisara el palito y así tener la excusa perfecta para que Mariel me
eche? Muy bien, te felicito. El plan te salió a la perfección. Apenas vuelva la luz podés llamar a
tu mamá y decirle todo lo que pasó. Decile que entré a tu cuarto mientras dormías y te comí el
culo a besos. Porque sí, eso es lo que voy a hacerte —dije, empezando a tironear de su ropa
interior para que su trasero quedara ahora completamente desnudo—. Pero no te olvides de
decirle también todo lo que vos hiciste. Decile que me abordaste en la cocina. Que me dijiste
que ella me había metido los cuernos. Decile que dejaste que te metiera mano por donde
quisiera. Y decile que no chistaste cuando empecé a frotar la lengua en la raya de tu culo.
Como si esto último hubiera sido una promesa, lamí entre el medio de las dos nalgas,
sintiendo ambos glúteos, a la vez que percibía el espacio que los separaba. Luego lamí con
mayor fruición. Ahora la lengua se hundió hasta los lugares más oscuros de mi espectacular
hijastra. Después de todo no era ninguna roñosa. El culo estaba impecable, como si se lo
acabara de lavar, y la muy puta lo tenía bien depilado, lo que hacía que la experiencia fuera
aún más placentera.
Apoyé una mano en cada nalga, y las pellizqué con violencia a la vez que mi cara se
enterraba entre ella para continuar con el exquisito beso negro que por fin le estaba dando.
Ahora era yo el que me había sumido en silencio, poseído por el enloquecedor sabor de su
anillo de cuero y del tacto de esos turgentes glúteos. Me pareció notar que Valu se retorcía por
momentos, al recibir tanto estímulo, pero estaba tan embriagado con su ojete que de todas
formas mis sentidos no funcionaban al cien por cien en ese momento.
—¿Sabés lo que te hizo falta a vos? —le dije, interrumpiéndome por un momento—.
Un padre que te pusiera en tu lugar. Un padre que te enseñara a que no es buena idea andar
con esas polleritas cortas cuando sos apenas una colegiala. Que te enseñe a no calentar la pija
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de todos los hombres a los que te cruzás, y a hacerte valer por algo más que este hermoso orto
y esas despampanantes tetas que tenés. ¿Sabés qué creo? Que más de una vez te hizo falta
unas buenas nalgadas. Pero nunca es tarde para corregirse.
Liberé sus nalgas por un instante, solo para después azotar uno de sus glúteos con mi
mano bien abierta. Fue una nalgada muy débil. No quería que Sami se despertara por los
ruidos que estábamos haciendo. Pero la tentación era muy grande. Solté otra palmada sobre
ese enorme orto, esta vez más fuerte. Ya era imposible sostener la farsa, pero Valu recibió las
nalgadas, impertérrita. Pendeja de mierda, no se iba a hacer cargo de que lo que estaba
pasando era el deseo de ambos. Eso me molestaba mucho.
Sin embargo, no podía estar por mucho tiempo sin degustar el culazo de la hija de mi
mujer. Era un culo que me había convertido en un idiota desde la primera vez que lo vi. Un
culo prohibido, primero por la corta edad de su portadora, y luego por la consanguineidad que
la unía con mi pareja. Un culo que no podía dejar de seguir con la mirada, a pesar de que
nunca fui de los tipos babosos que se dan vuelta a observar el trasero de cada mujer
medianamente atractiva que pasa a su lado. Era un culo hipnótico. Un culo que succionaba
despiadadamente cada prenda que la pendeja usaba. Un culo por el que muchos hombres
perderían con gusto a sus familias, sus trabajos, y sus cabezas.
Y ahí estaba yo, frotando cada vez con más vehemencia ese ano que parecía palpitar
cuando yo pasaba mi lengua por él.
Pero de repente me percaté de que estaba tan concentrado en su ojete, que parecía
haberme olvidado de todo lo demás. Con cierto desasosiego, solté uno de los glúteos, y metí
esa mano entre las piernas de Valentina. No tardé en encontrarme con su sexo. Extendí un
dedo, y la penetré con él.
Estaba completamente empapada.
Tal descubrimiento me dejó tan estupefacto, que dejé de lado la placentera tarea de
comerme el orto de mi hijastra.
—Estás caliente ¿Eh? —dije, enterrando el dedo casi por completo.
Y en ese momento, por primera vez desde que había entrado en su habitación,
Valentina reaccionó ante mis estímulos de tal manera que no quedaban dudas de que no
estaba dormida. Fue un gemido. Un débil gemido cuando la última falange de mi dedo se
enterró hasta el fondo de ese agujero resbaladizo. El sonido fue música para mis oídos. Así que
volví a enterrárselo una y otra vez. Valu largaba gemidos cada vez más potentes, y sentía en el
colchón el leve movimiento que hacía su cuerpo cuando gozaba.
Había llegado el momento. Simplemente me tenía que quitar la ropa. Pero yo me la iba
a coger. Sentía que mi entrepierna palpitaba.
Me bajé de la cama. En cuestión de segundos me despojé de todo lo que llevaba
puesto debajo de la cintura. Mi verga estaba tan dura que por un momento me sentí como
cuando tenía dieciocho años, con esas erecciones que no se bajaban con nada.
Me metí a la cama de nuevo. La agarré de la cabellera y tironeé de ella. No lo hice con
mucha violencia, pero sí la obligue a que su torso se levantara un poco. Me acerqué y, con
cierto apremio de revancha, le susurré al oído.
—Si querés que te coja me lo vas a tener que pedir —dije.
Ahora enterré dos dedos en su cavidad. Pero no le iba a dar aún mi verga. No se la iba
a dar hasta que me rogara por ella. No se lo merecía.
—Decilo pendeja. Reconocé que querés que lo haga. Admití que deseas que te coja.
La respiración de Valentina se tornaba entrecortada, y me pareció oír una risa que se
reprimió casi al instante.
—Estás tan caliente como yo —insistí—. ¡Basta de juegos!
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Mis odiosas hijastras Gabriel B
Quería que la muy puta confesara que si le estábamos siendo infieles a Mariel, era
cosa de los dos, y no solo mía. Ni que decir tiene que su traición era mucho más deleznable
que la mía. Insistí una, dos, tres veces más. Hasta que me di cuenta de que no iba a dar marcha
atrás con lo que se había propuesto.
Entonces lo decidí. No me la iba a coger. Una niñata histérica y manipuladora como
ella no se merecía mi verga. Y sin embargo, mi miembro necesitaba expulsar toda la leche que
se me había acumulado, desde ese inusual fin de semana y, sobre todo, desde el momento en
el que me metí en la cama de Valu.
—Está bien. Si no querés, no te la voy a dar —le dije, provocándola.
Me arrodillé sobre la cama, y empecé a masturbarme. Me di cuenta de que aunque
hubiera decidido penetrarla, era muy probable que no duraría más de dos o tres minutos
adentro de la amplia vagina de Valentina. Con solo sentir la presión y la viscosidad de su sexo
bastaría para propiciar mi orgasmo. Y la inminente eyaculación que percibía mientras frotaba
mi verga frenéticamente me confirmaron que, más que estar listo para comenzar, ya era hora
de acabar.
Tres potentes chorros de semen saltaron hasta Valentina. Si bien no la veía, imaginaba
que la mayor parte del líquido viscoso había caído sobre su trasero.
Me bajé de la cama. Me puse el pantalón. Busqué la zapatilla en el piso, y me la calcé.
Me dirigí hacia la persiana. Ya estaba harto de tanta oscuridad. La subí. La débil claridad
inundó la habitación. Una claridad suficiente como para poder ver por fin a la chica que estaba
en la cama.
Ese fin de semana había sido tan surrealista, que por un segundo temí que no se
tratara de Valentina. Una sorpresa más en esos días plagados de sorpresas. Pero, como es
natural, el cuerpo de Valu era inconfundible, incluso en la oscuridad. Con el tacto bastaba para
reconocer esas curvas tan pronunciadas.
Estaba todavía boca abajo. El semen había caído, como lo había supuesto, en sus
nalgas. Pero parte de él había dado en la piel desnuda, y otro tanto en el culote negro. Ahora
sabía su color. Era un conjunto de top y culote con encaje color negro. Tenía la cabeza hundida
en la almohada, pero por fin la levantó.
Me miró, parecía algo triste. Me acerqué a ella. La agarré de la barbilla, con ternura.
—No creas todo lo que te dije —expliqué, aunque no estaba seguro de por qué sentí la
necesidad de hacerlo. Quizás el desahogo físico había atenuado el enojo que sentía cuando
entré a su dormitorio—. Solo lo dije para provocarte. Quería que dijeras algo. Que
reconocieras que estabas conmigo en esto. Pero en fin, supongo que ahora le podés contar a
tu mamá que entré a tu cuarto a cogerte sin que me invitaras a hacerlo. Y técnicamente sería
cierto. Pero ambos sabemos cómo fueron las cosas de verdad ¿Cierto?
Su negativa de responderme ya no solo no me sorprendía, sino que ni siquiera me
molestaba. Me dispuse a retirarme de ahí.
—Idiota —susurró ella en la oscuridad.
—¿Qué? —pregunté yo.
—Esto no fue idea mía. Ni de Agos —explicó Valu.
—No me vengas con tus pendejadas. Ya no te creo nada. Además, ¿Ahora me vas a
decir que la mente maestra detrás de todo esto fue Sami?
Ella sonrió con ironía.
—No captás nada ¿No?
—¿Y qué es lo que tengo que captar?
—Fue mamá. Todo fue idea de mamá.
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Continuará
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