El Niño Triclinio...
El Niño Triclinio...
El Niño Triclinio...
El niño Triclinio vivía con su papá, su mamá y cuatro hermanas. No tenía amigos
en la escuela porque sus compañeros de clase se burlaban de él por llamarse Triclinio.
Con sus hermanas no jugaba porque ellas eran mayores y tenían novio. Triclinio se
divertía solo. En las tardes subía al tejado de la casa y se acostaba boca arriba a ver volar
zopilotes en el cielo azul. En las noches de luna trepaba por el mezquite que había en el
corral y desde allí veía cómo una familia de cacomixtles cazaba gallinas en los corrales
de junto. A veces cogía una concha marina que un pariente había traído de Veracruz y
que servía para atrancar una puerta, se la ponía contra la oreja y oía el ruido del mar.
Como Triclinio era el más chico de la familia y el único hijo hombre, estaba
encargado de acompañar a sus hermanas cuando salían con sus novios. Las cuatro
hermanas, los cuatro novios y Triclinio siempre salían juntos. Cuando iban al cine
ocupaban una fila entera de butacas, cuando iban a la Alameda se sentaban en la banca
más grande, cuando entraban en la nevería había que juntar tres mesas y cuando salían a
dar la vuelta en la Plaza de Armas ocupaban todo el ancho de la banqueta.
Los novios de las hermanas eran muy generosos con Triclinio. Le regalaban
palomitas en el cine, caramelos en la Alameda, helados de tres sabores en la nevería y
dulces de cajeta en la Plaza de Armas.
Los papás estaban muy contentos con sus hijas, las hijas con sus novios, los
novios con ellas y Triclinio con lo que le regalaban los novios de sus hermanas. Es decir,
todos eran felices.
En abril poco antes de que empezaran las fiestas del pueblo, llegó un telegrama.
El papá, la mamá, las hijas, los novios y Triclinio, se juntaron en el comedor para saber
lo que decía. El papá rompió el sobre, sacó el telegrama y leyó:
Los padres, las hijas, los novios y Triclinio fueron a la terminal a recibir a la Bella
Dorotea.
La Bella Dorotea venía vestida color salmón, era blanca como la leche, tenía ojos
de azabache, y dientes de perlas. Pero lo mejor era el cabello: rubio platino y arreglado
en forma de panal de abejas.
–¡Es como una reina! –exclamaron a coro los novios de las hermanas de Triclinio.
Todo cambió en la casa a partir de ese momento. Cuando la familia iba al cine se
sentaban en dos filas, en una los cuatro novios con Bella, en otra las cuatro hermanas de
Triclinio. En la
La Bella Dorotea, con su cabello rubio platino no sólo conquisto a los novios de
las hermanas de Triclinio, sino a todos los hombres del pueblo. Por las calles, la seguían,
cada noche le llevaban dos o tres gallos y en las esquinas se peleaban a navajazos por
ella. Tanto éxito tuvo la Bella que lanzó su candidatura para reina de las fiestas y todos
decían que iba a ganar de seguro.
La noche de luna llena, Triclinio subió al mezquite para ver a los cacomixtles.
Estaba esperando que empezara la cacería cuando se encendió la luz de una ventana que
quedaba a la altura de la rama en que él estaba trepado. A través de la ventana vio a la
Bella Dorotea que acababa de llegar de un baile.
Triclinio vio como la Bella Dorotea soltó el peinado en forma de panal de abejas,
y cómo una vez suelto, el pelo color platino cayó como una cascada que llegaba hasta
las corvas de la Bella. Un momento después vio cómo la Bella se quitó la cabellera y
después de cepillarla la colgó de un perchero. No era suya, era postiza. ¡La Bella
Dorotea era completamente calva!
Triclinio bajó del árbol y entró en la casa en busca de alguien a quien contarle lo
que acababa de ver. No había nadie despierto. Su papá, su mamá y sus hermanas
roncaban. Triclinio no podía más con el secreto. Necesitaba compartirlo.