Virgen Del Valle
Virgen Del Valle
Virgen Del Valle
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BAMON VALLE
MÉXICO
IMP. D B V. O. TORRBS Á GAUCIO » H M. OABOfA
Oafl* de San Juan oV. Utran número 8
1875
05-27028
Son bellos los crepúsculos de primavera, cuando
el valle se cubre de flores y el cielo se borda de nu-
bes. Los aleteos de las aves, las aguas que corren
y juegan, los árboles meciéndose al paso de la bri-
sa, todo denuncia á una naturaleza exhuberante de
vida.
Es la estación y es la hora de los suefios.
Jacinto sofiaba.
La imaginación de veinticinco alios es una auro-
ra de fuego que nos lleva, que nos arrastra ¿á
dónde t á cualquier parte donde se pueda gozar.
Jacinto veia las flores que lo rodeaban, sentia las
brisas tibias que acariciaban su frente, y jercibia
los mezclados perfumes de las rosa» silvestres, pe-
ro no pensaba, ni en las ñores, ni en las brisas, ni
en. los perfumes sofiaba, gosaha fe ese btea-
4 VIKQEN DEL VALLE,
III
IV
VI
VII
Jacinto á Virgen.
VIII
Adiôion.
IX
Virgen á Jacinto.
Todo ha concluido entre nosotros. ¿Sorprende á
usted esta resolución? Voy á explicársela, con ob-
jeto de evitar que me pregunte la causa de ella,
pretendiendo disculparse.
No, Jacinto, uëted no tiene la menor culpa; BC
ha portado usted siempre como conviene á un ca-
ballero, y yo se lo agradezco.
Pero yo no puedo amar á usted. Bien sabe us-
ted que no podemos mandar á nuestro corazón: si
así fuere, yo le ordenaria amarlo; créame.
Es usted todavía joven; procure olvidar. Pron-
to, estoy segura, encontrará vd. un verdadero cari-
fio que lo indemnice del que se ba apagado en el
corazón de
VÍBGKN.
*
* •
Jacinto halló esta carta tan inverosímil, que no
la entendió. La guardó cuidadosamente, dicién-
dose:
—Esperaré á que Octavio me la explique.
POR BAMOH VAIAE. M
X
Jacinto acababa de dejar la cama, donde habia
estado postrado durante mucbos días.
La enfermedad fué terrible; pero con razón M>
da á la Muerte el nombre de cruel—. Jacinto np
murió.
Octavio babia velado continuamente junto i su
lecho; se diría nue su naturaleza se habia acostum-
brado á no necesitar del sueflo.
Jacinto estaba pálido y estenuado, y sin embar-
go, Octavio se hallaba tan estenuado y tan pálido,
que junto á él, el enfermo parecía no haberlo ea
tado.
—Octavio, he tenido fiebre, p o es verdad!
—Sí, Jacinto, pero ya el peligro pasó.
—¿He delirado?
—Sf, continuamente.
—¡Oh felicidad! He delirado muchísimo, ¿no ea
ciertol
Octavio lo comprendió, y no halló qué respon-
¿•rie.
—iQaé horrible enfermedad! continuo el jóv*«
80 VIRGEN DEL VALLE,
* »
XI
Hay habitaciones que á primera vista parecen
alegres, ó bien que desde luego inspiran no 6é qué
tristeza, y en esto se nota un fenómeno bastante
común. Las que alguna vez nos comunicaban cier-
to bienestar, cierta alegría no disimulada, cambian
de repente de tal modo, que sin adivinar la causa,
las hallamos tristes, nos encontramos mal en ellas.
Y allí, sin embargo, nada ha cambiado.
Yo he llegado á creer qne la situación moral de
log habitantes se refleja en las paredes, en los te-
- hos, en la luz que manda el sol,
POU liAMON VALLE. 38
XII
XIII
Puro está el ambiente y la brisa recorre las ori-
llas del lago murmurando en voz baja. Laa flores
ge mecen coquetas y descuidadas y exhalan con
prodigalidad sus perfumes, como quien sabe que
siempre tiene que dar.
El lago está dormido y apenns alienta, como un
nifio cuya respiración apenas se percibe; ligeras bar-
POR RAMON VALLE.
a
XIV
XV
XVI
XVII
—Buenos dias, dijo en la puerta la conocida YO»
de Don Antonio.
Buenos dias, mi amigo, entre usted.
Y se apresuró á ofrecerle asiento.
A la vista del padre de Virgen, dio un vuelco e¿
corazón de Octavio.
—Estaba ocupándome de nuestro negocio, m i
amigo.
—Debo á usted una explicación, seller DOR
Mauro.
—¿Una explicación?
—Sí; no me creería un hombre honrado si no I<*
hiciera.
A estas palabras, Octavio se levantó, disponién-
dose á salir de la estancia.
Puedes quedarte, le dijo Don Mauro; ya que-
está aquí rai wnigo, aprovecho la ocasión de decir-
7
G3 VIRGEN DEL VALLE,
XVIII
Magdalena, sentada cerca del balcon entreabier-
to, bordaba.
El aposentd*estaba á media luz; el silencio de la
casa correspondía al de la calle, y solo de cuando
en cuando un zenzontle elevaba algunas armonio-
sas notas, que inspiraban, no la dulce alegría que
cuando libres comunican á la selva, sino la melan-
colía que hace nacer el canto de un prisionero.
La madre de Virgen se ocupaba con lentitud de
su bordado; tomaba finísimos gusanos de oro, pre-
parados de antemano, y uniéndolos en un hilo pen-
diente del lienzo, iba acomodándelos uno por uno.
La pobre aefiora duplicaba en ese trabajo BU tris-
POR RAMON VALLE. 66
XIX
Si su madre hubiera visto á Jacinto, no lo hu-
biera conocido.
La palidez de su rostro le daba el aspecto de un
cadáver, sus ojos, que parecían haber crecido, no
se fijaban en ninguna parte, y vagaban, como si con-
tinuamente acabaran de despertar de un profundo
sueño y aun no se hubieran fijado sus ideas.
Siempre distraído, no concluía las frases comen-
zadas, y aunque no tenia conciencia de estar pen-
sando en nada, hacia ademanes como si estuviera
profundamente preocupado por un pensamiento que
no quería dejar escapar.
Ocho dias hacia que no salía de su aposento. Oc-
tavio, que antes lo obligaba á dar grandes paseos,
ya no venia sino de tarde en tarde, y por breves
momentos, prete6tando grandes ocupaciones en el
escritorio. Al verlo salir tai de prisa, Jacinto que-
daba sumergido en una profunda tristeza, y al ver-
6ej[8olo murmuraba en voz alta:
L-jTambién él!
Eiv estos dias había entrado Octavio en una agi-
tación febril. Trabajaba hasta la fatiga y aun fati-
POR RAMON VALLE. 71
*
* *
XX
XXI
Era cerca de, medio dia cuando Don. Mauro, Oc-
tavio y el mayordomo se eioontraban en el escri-
torio.
POR RAMON VALLE. ;•
XXII
Las amigas íntimas de Virgen habian acudido á
ver las hermosas telas y los aderezos enviados por
Don Mauro, pues hacia dias que era público el
proyecto de matrimonio.
Las mesas estaban cargadas de adornos, y los
vestidos extendidos sobre las sillas; las jóvenes
charlaban alegremente y hacian mil comentarios
sobre cada objeto, y habian obligado á D. Anto-
nio á envolver y desenvolver los lienzos y á dar su
opinion sobre modas y vestidos, en lo que él no era
muy erudito, pero se prestaba de buena voluntad,
por ver la alegría de su hija, que aumentaba á ca-
da instante con las equivocaciones del buen señor.
Por lo demás, su rostro manifestaba un vivísimo
contento, y no solo las ninas, sino él mismo pare-
cía haber vuelto á la primera edad.
Solo Magdalena estaba visiblemente contraria-
da, formando la sombra de aquel cuadro dé ani-
mación y alegría;
iY nò «abes,,Ameba, decía Virgen, tfie nog
vanioe*lí¿xw.of
Y yo no sé, anadia Don Atftomo, yo no sé pa-
82 VIRGEN DEL VALLE,
XI1II
Magdalena y Don Antonio habían puesto en or-
den loa trage»; hablan guardado lo» aderezos, cada
uno es ua eatache; habiaa ©nruelto los listones,^
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86 yiRGEN DEL VALLE,
HBLICTFCA NACWMIL
EPILOGO.
II
III
COLECCIÓN GENERAL
G 808.8 MIS.1
BIBLIOTECA NACIONAL