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Virgen Del Valle

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EDICIÓN DEL " MONITOR REPUBLICANO.

"

K^0,\-£.'»

VIRGEN DEL VALLE


rou

BAMON VALLE

l a misma dicha dej&rta *e lerto


il no ruériuno» do» paro gozarla.
BTROH.

MÉXICO
IMP. D B V. O. TORRBS Á GAUCIO » H M. OABOfA
Oafl* de San Juan oV. Utran número 8

1875
05-27028
Son bellos los crepúsculos de primavera, cuando
el valle se cubre de flores y el cielo se borda de nu-
bes. Los aleteos de las aves, las aguas que corren
y juegan, los árboles meciéndose al paso de la bri-
sa, todo denuncia á una naturaleza exhuberante de
vida.
Es la estación y es la hora de los suefios.
Jacinto sofiaba.
La imaginación de veinticinco alios es una auro-
ra de fuego que nos lleva, que nos arrastra ¿á
dónde t á cualquier parte donde se pueda gozar.
Jacinto veia las flores que lo rodeaban, sentia las
brisas tibias que acariciaban su frente, y jercibia
los mezclados perfumes de las rosa» silvestres, pe-
ro no pensaba, ni en las ñores, ni en las brisas, ni
en. los perfumes sofiaba, gosaha fe ese btea-
4 VIKQEN DEL VALLE,

estar que en el sentimiento produce la vaguedad


de las ideas.
4 En qué pensaba el joven!
Si pensar es fijarse en una idea, seguirla y des-
envolverla, Jacinto no pensaba. Entregado por
completo & sus sensaciones, cada una le producía
una idea distinta, y de todas estas ideas formaba
un conjunto, que si no era rigurosamente lógico,
producia ese apacible estado del alma eu que solo
se sabe que se vive porque se goza.
Maquinalmente seguia el giro de las mil maripo-
sas que revoloteaban por todos lados, vivas y lige-
ras, como si quisieran de una vez apurar todos los
placeres, previendo sin duda que seria bien corta
su existencia.
Jacinto no las envidiaba precisamente; deseaba,
es cierto, ser mariposa, pero no de las que vuelan
al rededor de las flores de la tierra; hubiera queri-
do ser mariposa de esas otras flores que se llaman
nubes, y lanzarse, desde las blancas y vaporosas
que dejan entrever el azul del cielo, á las rojas,y
encendidas, ó á las doradas, que parece dejan e&-
capar chispas de desmenuzado topacio.
Pero al sentirse vagando por la inmensidad, no
se sentia solo; en media de aquel infinito gozaba de
la »okdaâd&do$, como dice Alfonso Karn
POR RAMON VALLE. S

¡2! Hé aquí un número que pudiera servir de


emblema para la felicidad humana.
Menos de dos, no hay nadn, y ma* de dos, hay
menos todavía. Si yo no quisiera ser sol, seria por-
que no hay mas que él.
Jacinto, llevado en un carro de fuego, recorría
las inmensas llanuras del cielo, bogando en un mar
de luz y de colores, aspirando por todos los senti-
dos el infinito y gozando de las caricias de los ra-
yos de luz, como en la tierra se goza cen las de las
ráfagas de la brisa.
Pero la mas bella de sus sensaciones era produ-
cida por una carita de mujer, reproducida mil ve-
ces y por todas partes, como si se la viera á través
de uno de esos prismas de varias.faces que multi-
plican un objeto hasta lo infinito. Se veia por don-
de quiera rodeado de- esa dulce carita qoe llevaba
alas, como los pintores suelen retratar á los serafi-
nes; se embelesaba al fuego de dos ojos negros,
que hablaban con luz mejor de lo que pudieran los
labio» con palabras, y más todavía al suave encan-
to de una sonrisa, que no era otra cosa sino el pla-
cer que rebosaba, placer que se comunicaba como
llama y q Ue ge difundía por toda el alma como una
eterna chispa eléctrica.
Y Jacinto jamas habia podido ver aquello* ojos
6 VIltGBN DEL VALUE,

ni aquella sonrisa, sin que también sus ojos ardie-


ran, sin que también sus labios sonrieran á Vunia-
son de los que contemplaba.
—Eh, Jacinto, 4 te has dormidof
Un vivo sacudimiento en t$do su cuerpo indicó
cuan penoso habia sido al joven el ser arrebatado
á .sus visiones.
-TT:NO; pero sin embargo, no te perdono quft me
hajaa despertado.
—He llegado á tocarte antea que rae vieses.
El que así hablaba era un joven como de vein-
tiocho afips, de cabello menos .negro que el de su
amigo, de tez mas morena y de ojos mucho menos
vivos. Su cabello caía sobre 6us sienes, mientras el
de Jacinto se replegaba sobre si mismo, rizándose
como las guias de las yedras.
El recien llegado traía al hombro una escopeta,
y sus grandes botas de cuero que le llegaban al
muslo, su elegante bolsa de fina cabritilla envuelta
en una red de seda, y sobre todo, algunas aves que
pendían del cinturon, confirmaban la idea> que des-
de luego despertaba, de que era un casador.
Jacinto llevaba los mismos arreos, y su escopeta
reposaba tranquilamente á su Jado.
—¿Has sido afortunado en k calai
-r-Así, así, . e w e siempre, [contesta mostrando
POR ftÀXlON VALÍiÉ. 7

cou cierto orgullo las víctimas inocentes dé su pa-


sión favorita; ¿y tul
—Yo, respondió Jacinto, no- he errado un solo
tiro.
—Caso raro.
—No tanto, porque ninguno he disparado.
—¡Ah!
—Me senté bajo estos árboles apenas nos sepa-
ramos, y 6Í no hubieras vuelto, aun no me hubiera
levantado.
—jBuen compañero de casta!
—Mejor de lo que crées. Si pretendo ayudarte,
no hubiera acertado un solo «tiro, y mis disparos te
espantan là casa.
—Siempre tienes algun sofisma que te disculpe.
—Mas que sofismas, tengo hambre.
—¡ Hambre un enamorado, y qoe está próximo
á ver ausentarse el ángel de sus ensueños!
•—¡Oh, no me lo recaerdesJ Pero, Octavio, yo
tengo esperanza de que ese viage no se realice.
—I Y qué va á hacer á México la Íamüiat
—Te repito.que no creo todavía que eso tenga
efecto.
—Mejor, y como yo tengo- mayores motivos que
tú para tener hambre, bueno- será quitárnftgla de
encima.
8 VIRGEN DEL VALLE,

Y los dos amigos se prepararon á disponer un


almuerzo, el mejor que era posible, con la caza que
producen las montañas que rodean & Pátzouaro.

¿Dónde estaba Jacinto, que np entraba cuida-


dosamente y sin hacer ruido, al pequeño, pero im-
ponente templo de la Saludf
¿Cómo no se llegaba á la sombra de uno de los
antiguos altares, para ver despacio á la joven que
se arrodillaba ante la poética imagen de la Virgen
María T
El templo estaba oscuro, y las luces que ardian
delante del altar apenas producian una indecisa cla-
ridad, que servia solo pam ver las tinieblas del re-
dedor.
En el círculo que proyectaba la luz, como en
medio de una aureoln, estaba una mujer.
¡Qué espectáculo tan hermoso es ver á una vir-
gen de la tierra arrodillada ante la Virgen del cielol
La fé^le la primera y Ja bondad, de la segunda)
«on algo que se ve, que se palpa, y sentimos laja-
POR RAMON VALLE. 9

fluencia de la misteriosa comunicación que, entre


ellas existe, como sentimos calor al aproximarnos
4 una hoguera.
En aquellos momentos, el rostro de la joven ex-
presaba un sentimiento que podría traducirse así:
El cielo después de la tempestad.
Cuando ha calmado el viento que hacia poco al-
borotaba la laguna, y ésta ha recobrado la calma de
todas las mañanas, se conoce que por ahí ha pasa-
do una borrasca, en el movimiento interior que aun
levanta la superficie del agua, como el cansancio le-
vanta el seno turgente de la beldad.
En ese movimiento, que por un instante aseme-
ja el lago á aquel otro gran lago que se llama el
mar; en las aves acuáticas que pasan desflorando
las lÍDÍas, dando especiales gritos; en ese cierto no
sé qué que por todas partes se advierte; se nota que
aquella \aguna, ahora tan calmada, acaba de sufrir
una terrible sacudida.
Así en el rostro tranquilo de la joven, se conocía,
sin embargo, que acababa de serenarse. También ha-
bía habido tempestad en aquel corazón.
Ya no existia; las miradas fijas en la dulce ima-
gen de la Reina de los ángeles, eran apacibles y dul-
ces, y el fuego que ardia en el pecho se elevaba tran-
quilo como la llama de la lámpara.
10 VIRGEN DEL VALLE,

Dice no sé quien, que la oración dá hermosura al


alma; el que hubiera visto á aquella joven, hubiera
dicho que también la comunica al cuerpo.
Así, hermosa y arrobada en la contemplación del
infinito, se encontraba de rodillas, y con los ojos fi-
jos en el altar; un peinado sencillo sombreaba sa
frente casta y blanca como la de mi querubín, y les
labios entreabiertos parecían querer dar paso á una
sonrisa. . . . no, era una plegaria.
Aquel rostro era el mismo que, por todas partea
reproducido, rodeaba al joven cazador en medio de
sus ensueños, algun tiempo antes.
La joven era la hija de Don Antonio del Valle,
nacida casualmente en una barca, sobre las ondas
del lago de Pátzcuaro. Al volver á la ciudad, pre-
guntó el cura qué nombre llevaria la niña:
— María Virgen, respondieron los padrinos.
En esa época, tenia diez y siete afies Virgen del
Talle.

III

¿Porqué habia llorado! 4Por qué safriat


Retrasemos el tiempo y echemos una ojeada so-
bre 1« cata de D. Antonio.
POR RAMOX VALLE. 11

Hemos dicho que Virgen tenia diez y siete años,


inútil seria decir que amaba.
Ser joven y no amar, seria ser luz en tinieblas.
Ser joven es ser amante. El amor es la respira-
ción del alma. El alma que comienza á rivir engen-
dra necesariamente el amor, así como necesariamen-
te engendra el pensamiento.
¿Comprendes, lector amigo, cómo es posible que
baya materialistas Î
Sin duda esos seres desgraciados no ban amado
nunca; sin duda también, no hanfijadonunca la aten-
ción en el amor.
Amar á quien no fuera mas que materia, seria un
absurdo que solo cabria en el cerebro de un demen-
te, y esto en el caso de que un demente fuera capaz
de tener amor.
Jna estrella agrada, una flor embelesa, y sin em-
bargo, no se aman ni á las estrellas ni á las flores.
jPara^qué habría sido el inútil deseo de Pigma-
lion, de Yer animada à su estatua con el fuego del
cielo 1

Don Antonio era un rico comerciante, estableci-


do hacia muchos afios en Pátzcuaro, y entre tercios
de astear y de cacao había pasado la mayor parte
IS VIRGEN DEL VALLE,

de su rida. En cuanto á la madre de Virgen, no te-


nia otra notabilidad, que serlo.
Abreviemos : Virgen amaba á Jacinto, y en cuan-
to á éste, un poco poeta y algo loco, sentia por ella
una de esas pasiones qae solo los que son algo poetas
y un poco locos, son capaces de abrigar.
Extraña signi6cacion se ba querido dar á esta pa-
labra: loco.
Ya no conviene á los habitantes de San Hipólito,
y si acaso la Academia española, al hacer la nueva
edición de su diccionario, se pone á definirla, tra-
bajo tendría en escribir el artículo relativo.
Si yo tuviera influencia en aquel respetable cuer
po, es seguro que este trabajo seria encomendado á
D. Ramon Cumpoamor.
Cierto es que entonces no quedarían muy bien li-
brados los que no son locos; masen cambio, se da-
ria una reparación tardía pero merecida, al loco Dio-
genes, 4 su compañero Sau lo, al de igual clase Cris-
tobal Colon ; al loco Biron, á Espronceda, y en fin,
al loco Jacinto,
Campoamor, que en honor de la verdad y suyo,
DO es cuerdo, desenvolvería á pedir de boca el si-
guiente concepto que escribió en uno de sus peores
ratos de locura:
POR RAMON VALLE. l»

Para el mundo que sin fé


Premuno mucho y ve poco,
En necio el que poco vé
Y el que vé más, es un loco.

Jacinto sin duda veía más que el mundo.


Don Antonio conocia las relacones que existían
entre su hija y el joven, y si no se oponía á ellas,
era tal vez por verlas protegidas por la madre dft
Virgen.
Es oportuno hacer notar un fenómeoS. £1 hom-
bre en general, se olvida pronto de que ha sido jo-
ven, j no comprende ya, ó finge no compreuder en
otros, lo que él mismo en otro tiempo ha sentido»
No sucede lo mismo con la mujer, ella conserva cui-
dadosamente en su corazón, todas las bellas impre-
siones que durante su vida ha ido recibiendo, como»
guarda también con cuidado las flores que una ma-
no cruel ha arrancado de su tallo.
Y al fin laBfloresse secan, pero los recuerdos no»
se borran nunca.
Y cuando ve reproducirse en sus hijos uno" á uno-
todos los sentimientos que en su juventud ha expe-
rimentado, no solo los contempla con el tatemo amor
que otros dios, sino que con cada uno de ellos, va
sintiendo que reviven, ó mejor que despiertan. Vuel-
u VIRGEN DEL VALLE,

ve á experimentarlos todos, vuelve á ser joven con


la juventud de sus hijos.
Para el hombre de cierta edad el amor es una
quitqpra, como para el que ha perdido la dentadu-
ra, la caria, 4e azúcar es,uQ manjar impertinente. La
m e
/y F P o r e^ contrario, jamás deja apagar eo su pe-
cho eljSajjrado fuego de los sentimientos generosos
si.vma.flez ha sido encendido. Bien sabían lo que ha-
cían los antiguos al no hacer vestales á los hombres.
Dofla Magdalena comprendió el amor de Virgen,
conoció que si ella era hija.de sue entraînas, su amor
era hjj,? ,del que ella habiá tenido á su padre ; son-
rió, al verlo como un retrato dé su cariño, así cómo
había, sonreído hacia diez y siete afios al encontrar
en su nina las facciones del tiempo de su hermo-
sura,
Don Antonio era demasiado amante de la paz, do-
méstica para oponerse á aquella terrible alianza de
las mujeres de su familia. Por lo demás, simulaba
ignorarlo todo. Esto era tanto mas fácil, cuanto que
aquelles amores se ocultaban en el mas profundo
misterio ; ni Don Mauro, íntimo amigo de la casa
habia llegado 4 conocerlos.
POU RAMON VALLE. 15

IV

Don Mauro era muy rico, lo que HO se oponía á


que fuera muy gordo, y ninguna de ambas cualida-
des era un obstáculo á que ya contara cuarenta y
cinco primavera^.
Pero si hay algo engañoso, es Ja edad. Así cpmo
&. juagar por su ancho pantalon de coleta y su hol-
gada chaqueta de lienzo, nunca pudiera adivinarse
su riqueza; así también, ateniéndose á su venerable
calva, á las respetables arrugas de su ancha cara y
al color un poco subido de la punta de su nariz, no
habia quien le hiciera la injuria de atribuirle menos
de cincuenta años.
Los intereses comerciales habian estrechado las
relaciones entre D. Mauro y D. Antonio, pero am-
bos caminaron con fortuna bien contraria. Mientras
el primero iba viento en popa, el segundo se encon-
traba mas mal cada dia.
Ken es cierto que Don Antonio ae contentaba
con sembrar su caña, fabricar su azúcar é importar-
la al interior; al paso que Don Mauro, menos bona-
chón j aw, avisado, había emprendido una indu*-
1« VIUGEtí DKL VAILLE,

tria que no se agua ni se emborrasca como las mi-


nas ; que no teme el mal temporal como la agricul-
tura ; ni se le dá un bledo de las revoluciones, como
el conaercio. . . . y no es c6to lodo; ceta iixluutria,
siendo la mas productiva do todas, ni siquiera paga
contribuciones.
¡ Qué bobo era Nicolás Flamcl, eo secaree los se-
sos buscando la piedra filosofal en otra parte que en
la usura! algo do inmoralülo hay en ello, pero, \ qué"
diablo 1 Don Mauro iba todos los dias a misa. TCste
era su sistema de compensación que habia encon-
trado muy cómodo.
Por lo demás, el buen hombre se consideraba di-
choso con haber sido defendido por cierto gran fi-
lósofo que en algun modo puede ser tenido por
usurero, pues dá á sus lectores el uno por cien-
to, es decir, que propone una gran verdad, por ca-
da cien errores que defiende.
Don Antonio no tenia el talento del agio y 6C con-
tentaba con tener sentido común, j La culpa era su-
ya! y todos los dias veia ir despareciéndose la for-
tuna que en años mejores habia logrado levantar.
La revolución habia arruinado los ingenios de Mi-
choaeán y mas de un propietario habia tenido quo
cruzarse de brazos delante do sus tierras inútiles y
de su» aparatos que ya lo iban siendo también»
POR RAMON VALLE. 17

De aquí nace una observación que recomendamos


por nueva: Las gucrraB civiles son perjudiciales.

Virgen.tenia loa ojos negros. ¿Te gustan, queri-


do lector, los ojos negros?
¡Qué grain e« la luz tranquila que en su rayo se
desprende, luz que brota y que se enciende al fue-
go de una pupila! Rayo que la luna pura envia des-
de su ocaso, lucero que se abre paso por entre una
nube oscura. Los ojos azules ¡ob! tú, lector,
muy bien lo sabe», serán mas lindos, mas suaves....
pero mas hermosos, nó.
Cuando en ellos la ternura, llenos de emoción
leemos, solo entonces conocemos la dicha de la
ventura. El amor los hace bellos, si se inflaman en
BU ardor, y no es mas bello el amor que el amor
mirado en ellos. En ellos quiso hacer ver la Belle-
za lisongera, hasta dónde posible era que llegara su
poder.
¿Quién no obedece sumiso cuando esos ojos im-
peran! y al hacer ouanto ellos quieran, se goza del
18 ¡VIKGEN DEh.VJi.hLY.,

Paraíso. Su luz ardiente fascina, y embriaga, y en-


loquece; y en ella ver nos parece algo de la luz di-
vina. jOh! cuánto gozo en verdad, si en mí su luz
se detiene, que envuelta en sus rayos viene toda la
felicidad.
Esta felicidad bebia todop los dias Jacinto en los
ojos de su amada, y esa noche, después de la cace-
ría en que lo hemos encontrado, iba, al despedirse
de ella, n as, feliz que nunca.
Virgen quedó al lado de su madre, saboreando
también por su parte todas esas dichas pequeñas
que va, engendrando una conversación en VQZ baja,
y que forman la verdadera dicha en la tierra. Las
dos estaban en silencio hacia ya largo tiempo, cuan-
do entcó D. Antonio á la sala y fué á sentarse al
lado de su esposa. Venia abatido, y en su frente se
notaba ese surco que deja un tenaz pensamiento
que hn atormentado durante largas horas.
—Padre, dijo la joven acercándose á él y besán-
dole una mano, más con carillo que con respeto; ol-
vida tus aborrecibles negocio», y no pienseí sino en
la dicha que puede» disfrutar al lado de tu familia.
Viendo que el anciano continuaba en su silencio,
prosiguió:
—Si yo fuera té, rae contentaría con el amor de
mi hija, j como em dicb* nadie podria arrebatar-
I'OK RAMON VALLE. 19

mcla, no daria entrada en rai corazón á pesar nin-


guno.
—Virgen, ¿qué sabes tú de penas? Para tí el
mundo debe ser una felicidad continua
—Lo será, dijo Magdalena tomando parte en la
conversación; el amor la hará dichosa.
—i El amor! balbutió el anciano haciendo un
brusco movimiento de cabeza, como si quisiera ale-
jar violentamente un pensamiento atormentador.
—Sí, él, continuó la madre; ya es tiempo de que
lo sepas— .
—Lo sé, y por cierto que no por mi hija, ni por
tí, Magdalena.
—Tu reconvención es injusta, Antonio. Si yo
había callado hasta ahora, era porque deseaba con-
vencerme de que se trataba de una cosa formal....
—Basta, que aunque tardía, agradezco la confe-
sión.
—lY qué dices á ella?
—Debo en estas circunstancias ser franco desde
el primer momento Jacinto Jacinto es un
joven excelente pobre, pero eso nunca ha sido
un defecto; y además, su tio ee rico, y aunque no
lo deseo, es probable que no lo olvide en su testa-
mento yf v a m o a ya no puedo fingir; pues
sí, yo lo amo y quiero que sea mi hijo.
so VJBGEN DEL VALLE,

Virgen se arrojó llorando de alegría en los bra-


zos de su padre.
Pocos días después salía la familia para México.

VI

En alguna parte he leido una observación que no


puede dejar de confesarse, que muy pocos conocen
por experiencia, y que rarísimos niegan: para cono-
cerla basta tener sentido común; para experimen-
tarla es necesario tener una alma privilegiada; pa-
ra negarla es necesario BO saber lo que es amor.
Hela aquí:
La ausencia, para el amor, es como el viento,
que apaga el fuego pequefto y avivs/el grande.
La pasión de Virgen y Jacinto se había avivado.
Aquellos tres meses fueron para ellos largos co-
mo siglos, y á Jacinto le Qié imposible seguir á su
amada á la capital.
No podia moverse; era esclavo porque era pobre.
Se ha comparado frecuentemente la ausencia con
la muerte, y sin dÍRC.utir la semejanza, sí es fuerza
convenir en que por lo menos es su hermana me-
nor.
POR RAMON VALLE. 91

Por muy seguros que ambos se hallen de que es-


tá correspondido su cariño, hay momentos crueles
en que no se pueden cerrar las puertas á la duda.
Estos momentos pasan, es cierto; pero si pasan, es
porque han venido.
El gran goce del amor es gozar con quien se
ama; el gran consuelo de la vida es sufrir con él, si
sufra Cuando entre dos llevan el pesar, el pesar es
mas ligero; cuando entre dos llevan la dicha, la di-
cha se duplica: es decir, en el amor, el placer y el
dolor se encuentran en proporción inversa.
La ausencia impide esta comunión de sentimien-
tos; durante ella, recibimos al placer con desconfian-
za, temiendo que en aquel momento súfrala perso-
na amada, y si llega la pena, que llega siempre con
frecuencia, no tenemos quien diga á nuestro oido
una palabra de consuelo.
¡Con qué ansia esporo Jacinto la llegada de la
familia desde quo supo que estuba próxima!
Le parecía que aquel instante no hubia do llegar
nunca;- ni imaginarse podia, á pesar de BU certeza,
que estuviera tan cercano.
La misma noche en que llegaron á Pátzcuaro, se
vistió con inusitado esmero; se armó tie un valor
que en otros tiempos no necesitaba, y temblando á,
pesar de él, se dirigió á la casa de Virgen.
22 VIRGEN DEL VALLE,

Las sefloras se hallaban muy fatigadas, y no fué


recibido esa noche,
Jacinto volvió al otro dia, y al otro, y al siguien-
te, y siempre fué despedido con diversos pretextos.
Fácil es de concebir su ansiedad.
En vano Octavio procuraba consolarlo; Octavio
no sabia hacerlo: y no era por falta de cariño,' púe»
Octavio, ¡caso raro! era amigo de Jacinto; íbamos á
decir verdadero amigo, pero hubiera sido una aber-
ración. Ser amigo es ser un buen amigo, es ser ami-
go verdadero; de otro modo, es no ser amigo.
Cierto es que se ha abusado mucho de esa pala-
bra, pero aun no se ha inventada otra con que sus-
tituirla.
¡Y Octavio nada podia contra la tristeza del jo-
ven, ni le era dado siquiera disipar por algunas ho-
ras su fastidio!
¿Por quéf Confieso que no lo sé; este es un fe-
nómeno que pasa en la vida real, y que yo no me
he explicado. Octavio tenia talento, amaba á Ja-
cinto, era á eu vez amado de él, y al verlo triste,
no podia consolarlo. Esto era un hecho; solo pen-
sando en esto he podido comprender aquel axioma
que se nos enseña en la cátedra de retórica: "No
todo lo verdadero es verosímil." To añadiría á él
este otro; "Hay impoiiWea que te realiíaa."
POR RAMON VALLE. 28

Jacinto, sin embargo, sabia que su amigo sentía


tanto como él, ó más que él, sus penas; esto era ya
algo.
El joven amante se decidió por último á escribir
á Virgen, pero realizar este pensamiento era mas
difícil de lo que á primera vista parecia.
¿Cómo escribirle! ¿Qué decirle? ¿Manifestar te-
mor y desconfianza? ¿Dudar de ella? Esto seria
ofenderla; seria confesarse Jacinto lo que no que-
ría ni imaginarse; yenaquellas circunstancias, ¿có-
mo no dudar? ¿cómo no temer?
Al fin, después de quemar muchos borradores,
escribió una carta, que no toivió á leer por no ar-
repentirse dé. haberla escrito, y la mandó.
Hecho esto quedó mas tranquilo, y no solo mas
tranquilo, sino contento.
Todas las dudas, todos los temores se disiparon
como por encanto.
—Necio de mí, se decia. Yo no comprendo la
conducta de Virgen, pero no comprenderla yo, no
significa que me sea infiel. Pronto recibiré su res-
puesta, la que todo me lo explicará; tan cierto es-
toy de ello, que la espero con curiosidad, mas no
con impaciencia.
La respuesta no llegó.
34 VIRGEN DEL VALLE,

Jacinto insistió, y el mismo silencio, ¡y estaba


seguro de que ella había recibido sus cartas!
—Octavi», si fuera posiblo que alguna vez Vir-
gen me olvidara, crèvera que j a había llegado ese
dia.

VII

Jacinto á Virgen.

£1 alma estaba bailada en esplendores y en luz;


Una nube se interpuso ante los rayos del «oL
Las nubes son importunas; el sol que acaricia
con cuidado las mas delicadas flores, airado contra
su importunidad, las deshace.
La tristeza viene al corazón, pero este la recha-
za; no hay lugar para ella, cuando todo está ocupa-
do por el amor. Todo: apenas ha quedado un lugar-
cito para la esperanza.
Si el corazón lucha solo, sucumbe; si lo acompa-
ña el carifio, nada tiene que temer.
Por eso ha dicho Dios: "jAy del que esté solo!"
Virgen, tú puedes mandar la alegría á mi mora-
da; enviada por tí, seria muy bien recibida.
POR RAMON VALLE. 35

¿Por qué la detienes!


Las ares tienen sus cantos y los poetas su lira;
yo tengo cariño, no tengo más.
Creo en tí, pero tu silencio ha engendrado la
duda.
jLa duda! ¿Sabes lo que para el alma quiere es-
to decir?
Quiere decir una atmósfera que martiriza, un
ambiente que atormenta.
Sol de la vida, ¿cuándo vuelres á bañarme coa
tus rayos?

Tendí la vista, y la aurora espléndida vertía á-


torrentes armonía y luz.
El cielo se vestía de esplendores y los árboles se
regocijaban.
Las nubes se ponian sus mejores vestidos para
recibir á la madre de la luz.
El ambiente, como quien viene anunciando una
buena nueva, venia cargado de perfumes.
Entoné un cántico á la alegría. Era el festín d&
la naturaleza, abierto para mí.
l í V qflé el sol ocultó sus rayos y la aurora cu-
brió su fa»?
8
20 VIRGEN DEL VALLE,

Sol de la vida, ¿cuándo vuelves á iuundarme con


tu luz y tu calor!

La catarata se arroja de las rocas con estrépito,


como quien se apresura á gozar de la vida.
El rio corre mausamente, y el lago agita sus on-
das al suave hálito de la brisa.
Las flores se columpian en sus tallos; su vida es
la hermosura.
La misma luz se vuelve al cielo, y al siguiente
día, sonriendo, vuelve á vestir á las nubes y á mez-
clarse al agua de los arroyos.
Todo vive, jque bendita sea la vida!
La vida de las almas es el amor.
Sol de la vida, ¿cuándo vuelves á bailarme con
tu dulce calorl

El frió del sepulcro debe entristecer á loa muer-


tos.
El solibaja á la tierra, penetra la bóveda del fir-
mamento, pero jamas ha entrado á las tumbas.
Desgraciados los muertos, porque no aman.
POU RAMON VALLE. 2T

Sol de la vida, ¿por que has alejado tus rayos de


mi corazón?

Si Jacinto hubiera vuelto á leer lo-escrito, no lo


hubiera enviado.
Hay que convenir en que aquella carta no tenia
sentido coman.

VIII

Hay en los idiomas algunas frases en las cuales


la idea contradice á las palabras, y el final del an-
terior párrafo es Una prueba de ello.
Lo que es muy común es no tener buen sentido.
Yo propondría reformar el idioma, y sustituir 4 1*
frase "sentido común," esta otra mas exacta, '/sen-
tido raro.

Adiôion.

Mucho tiempo después de escrito el pArrafo an-


terior, he sabido que un amigo mió ha tenido una
idea muy aemejante á la que en él se contiene; pe-
ro no he-creíd© deber, por eso, iuprimiria.
*8 ¡7IBGEH DEL VALLE,

IX
Virgen á Jacinto.
Todo ha concluido entre nosotros. ¿Sorprende á
usted esta resolución? Voy á explicársela, con ob-
jeto de evitar que me pregunte la causa de ella,
pretendiendo disculparse.
No, Jacinto, uëted no tiene la menor culpa; BC
ha portado usted siempre como conviene á un ca-
ballero, y yo se lo agradezco.
Pero yo no puedo amar á usted. Bien sabe us-
ted que no podemos mandar á nuestro corazón: si
así fuere, yo le ordenaria amarlo; créame.
Es usted todavía joven; procure olvidar. Pron-
to, estoy segura, encontrará vd. un verdadero cari-
fio que lo indemnice del que se ba apagado en el
corazón de
VÍBGKN.
*
* •
Jacinto halló esta carta tan inverosímil, que no
la entendió. La guardó cuidadosamente, dicién-
dose:
—Esperaré á que Octavio me la explique.
POR BAMOH VAIAE. M

X
Jacinto acababa de dejar la cama, donde habia
estado postrado durante mucbos días.
La enfermedad fué terrible; pero con razón M>
da á la Muerte el nombre de cruel—. Jacinto np
murió.
Octavio babia velado continuamente junto i su
lecho; se diría nue su naturaleza se habia acostum-
brado á no necesitar del sueflo.
Jacinto estaba pálido y estenuado, y sin embar-
go, Octavio se hallaba tan estenuado y tan pálido,
que junto á él, el enfermo parecía no haberlo ea
tado.
—Octavio, he tenido fiebre, p o es verdad!
—Sí, Jacinto, pero ya el peligro pasó.
—¿He delirado?
—Sf, continuamente.
—¡Oh felicidad! He delirado muchísimo, ¿no ea
ciertol
Octavio lo comprendió, y no halló qué respon-
¿•rie.
—iQaé horrible enfermedad! continuo el jóv*«
80 VIRGEN DEL VALLE,

los mayores dolores no pueden compararse á sus


tormentos. ¿Sabes, Octavio? era una pesadilla pro-
longada. No te enojes conmigo, porque no tengo la
culpa si supieras. . . . pero, ¡ya se ve! estaba
loco Deliraba con que Virgen no me amaba
y a . . . . no me regañes; te repito que no era culpa
mía: ¿quién tiene la culpa de sus suefios?
—Jacinto, amigo mío, cálmate y no hables; lo
ha recomendado el médico. Eso podria dañarte.
—¿Dañarme la alegría? ¿Dañarme estar bue-
no?. . . . ¡Oh, no, Octavio, no! Lo que me daña-
ría, y mucho, seria volver á estar enfermo, volver
A ese horrible delirio Dime, ¿la has visto? ha
preguntado por mí? Por qué no me lo habías di-
cho? Yo te hubiera entendido aun en la mayor
fuerza de la fiebre, y eso me hubiera hecho mucho
bien.
—Basta, Jacinto, por ahora necesitas reposo.
—¿Ha enviado hoy á preguntar por mi salud?....
Todavía no? ¡Oh! lo que es hoy, yo mismo le
contestaré ¡Qué gusto va á recibir cuando lo
sepa! Oye, Octavio, hay gente» que no debie-
ran enfermarse nunca Pero ¿nada me di-
cea!—
—Te digo que eres un imprudente; te repito
que te dafla hablar, y que neoesitai repow.
POR RAMON VALLE. 31

—¡Reposo! callar! Lo que yo necesito es hablar


de ella No la he visto hace ya ¿cuanto-
tiempo he estado enfermo?
—Vas á hacerme incomodar. Yo he respondido
al medico de tu silencio.
—¡Los médicos! ¿qué saben los médicos! Dime
francamente, ¿no crees que esta alegría me haga
más bien que todas sus pócimas!
—¡Jacinto!
—Estar alegre es estar bueno. Y Magdalena,
¿también se habrá interesado por mí? ¡Qué
horrible es estar enfermo! Prometo no volver á
enfermarme ¿Lloras! ¿Qué es esto! Qué, ¿to-
davía me creen en peligro? Si así es, me callaré,
reposaré ¡Oh, sí, quiero estar bueno! quiero
cuanto antes estar bueno

* »

Permítaseme una cita en francés, aunque no sea,


porque Balzac es quien habla:
"Pour moi, qui ai bien creusse la ris, il si existe çptu*
»evl sentiment reel, l'amitié d'homme à homme."

La amistad entre nombre y mujer se convierte


fácilmente en amor, ó mas bien dicho, no hay ca-
xi ño entre ellos que no sea el amor, mas -ó menos
S3 VIRGEN DEL VALLE,

disfrazado, y ya sabemos, por Alejandro Dumas hi-


jo, cuál es el desenlace del amor mas puro.
Y en efecto, ¿qué pensamiento se encierra en el
«mort á qué tiende? ¿El amor no es acaso la im-
presión en nuestros corazones de la orden del Crea-
dor: "Creced y multiplicaos"?
Pero la amistad es, por esencia, pura. Yo refor-
maría el pensamiento deBalrac, diciendo: "No hay
mas que un sentimiento real, la amistad de hombre
a- hdnibre, y la amistad de ángel á ángel.

XI
Hay habitaciones que á primera vista parecen
alegres, ó bien que desde luego inspiran no 6é qué
tristeza, y en esto se nota un fenómeno bastante
común. Las que alguna vez nos comunicaban cier-
to bienestar, cierta alegría no disimulada, cambian
de repente de tal modo, que sin adivinar la causa,
las hallamos tristes, nos encontramos mal en ellas.
Y allí, sin embargo, nada ha cambiado.
Yo he llegado á creer qne la situación moral de
log habitantes se refleja en las paredes, en los te-
- hos, en la luz que manda el sol,
POU liAMON VALLE. 38

La casa de Virgen, tan alegre de ordinario antes


de la partida, parecía sombría y triste, y sin embar-
co, Magdalena era la única persona que no ee ma-
nifestaba contenta.
Don Antonio habia olvidado su antiguó abati-
miento; Don Mauro no cabia en sf de felicidad, y
Virgen sonreía á todos, procurando-volvere su ma-
dre el contento, antee habitual.
Pero aquella casa, desde que no recibía á Jacin-
to, estaba trÍBte; se diría que le faltaba aquel' calor
que irradiaba del corazón de los dos jóvenes, aque-
lla vida que parecía impregnar el aire con su fluido,
como la atmósfera de las selvas parece iriipregnada,
no solo de los perfumes terrestres, sino también de
las armonías de las aves y de los misteriosos soni-
dos de la soledad.
Y no era poique el amor faltara en aquella cas>a,
porque Virgen estaba enamorada.
En la 8ala estaban reunidos el padre, la madre y
la hija: ésta, contra su costumbre estaba cuidado-
samente ataviada.
Pero, hija mia, decia Magdalena, ¿realmente
e amas? Yo abrigo la misma duda que tu padre.
"'» 1° a . m o, y no s¿ por qué e6to te sorprenda.
¿No es un hombre honrado, rico, no me tiene cft-
84 VIRGEN DEL VALLE,

riftut ¿Tú también, madre, me crees capaz de no


dejarme seducir sino por las ventajas exteriores?
—Yo no dudo ya, Magdalena. No só por qua
Don Mauro no pudiera inspirar amor.
—„Pero olvidar tan repentinamente aquella pa-
sión? continuó la pobre señora, baciendo es-
fuerzos para no llorar.
—Pero, mujer, eres mas ñifla que tu hija. ¿Qui<ín
hace caso de las primeras impresiones?
—Creí que amaba á Jacinto; juzgué* que aquella
pasión seria eterna, dijo Virgen con su angelical
sonrisa, bajando los ojos y con un repentino rubor
que linó nuevamente sus megillas.
—¿Todavía no lo crees, Magdalena?
—Sí, sí lo creo respondió.
Pero después de un momento de silencio, ex-
clamó:
—Pero jsi no puede ser!
—Lograrás hacerme incomodar.
—¡Incomodarte! No. Solamente quo sofla-
ba con pasar tranquilamente mi vejez al lado de mi
hija y de Jacinto. ¿Qué quieres? ya me habiu acos-
tumbrado á verlo como un nuevo hijo que me bubia
dado Dios.
- P u e s lo que yo lie sofiado siempre, replicó D.
Antonio, es que Virgen sea duefla de sus accione»
POR RAMON VÀLLK. SS

y que ella misma elija el coposo que ha de hacerla


feliz. ¿Por qué quieres obligarla á que tome el que
tá elijfiHÎ Este asunto, Magdalena, es un asunto do
corazón, y siempre he creído que los podres no de-
bían tomar en él otro participio que el del cousejo.
Y vamos, ¿cuál es lo malo que en Don Mauro en-
cuentras!
— N o . . . . nada yo no digo... ..pero es un
usurero, anadió con voz casi imperceptible.
—¡Usurero! vaya un» preocupación I El usurero
es un comerciante como todos los demás, que en
vez de expecular con otra mercancía, expeoulacon
la mercancía monedo. ¿No me cuesta la azúcar ocho
y la doy á doce? Pues él reoibe á ocho el dinero y
lo vende en doce, ¿qué diferencia hay!
Virgen sufrió horriblemente durante estas dis-
eusiones; pero, por fortuna suyn, D. Antonio, des-
pués de exponer su brillante argumento, notando
el mal efecto que producía en su mujer, se levantó
y se retiró á su cuarto, donde permaneció entrega-
do á cuestiones de economia política.
Magdalena, así que se vio sola con su hija, se le
acercó, y tomando sus dos manos entro las suyas
entrelazadas, y contemplándola fijamente entro lus
rebeldes lágrimas,
—¿Pero es cierto! le dijo.
¡JO VIRGEN DEL VALLE,

—Sí, madre mía, sí. ¿A qué viene esa duda?


—Pero, si yo no puedo creerlol Mira, Virgen,
yo amé á tu padre como íú amas á Jacinto. . . .
—Como lo amaba, querrás decir.
—¡Pero es posible!
Virgen tomó un aspecto serio.
—Madre, dijo, si te opones á mi enlace con D.
Mauro, á pesar de mi* dedeos no ee verificará nun-
ca; jamas te causaré, sabiéndolo, la menor pena.
¿No quieres que sea su esposa? Hoy mismo que-
darán rotos nuestros compromisos.
—Me es necesario creer lo imposible va-
mos, no, no me opongo— . haz lo que mejor te
plazca jPios te haga feliz!

Virgen tornó violentamente su abrigo, y se diri-


gió al templo de la Salud, donde la hemos encon-
trado.

XII

—¡Usurero! repetia Don Antonio; ¿qué entien-


den las mujeres de esot Nadie debería hablar de
lo que DO entendiera....
PÒR HÁMON VALtJE. 37

Entre paréntesis, Dun Antonio pretendía redu-


cir ul mutismo á la gran mayoría de los vivientes.
—¡Usurero! Y vamos á ver, ¿qué cosa es un
U6ureru?
Como si lucra una contestación, á su pregunta,
apareció en la puerta un viejecito delgado, pero no
esbelto; el color de au tez era amarillento, y las ma-
nos largas y arrugadas. El rostro anguloso hacia
recordar al águila, cómo la hace recordar el perico;
inclinaba el cuerpo hacia adelante, y al andar sé
movia su cabeza ¿compás de sus pasos.
Vestia un pantalon del antiguo lienzo llamado
perpetuela, el cual en otro tiempo habia sido ne-
gro, pero en el que se notaban los estragos de los
áfiofl, cosa no muy difícil, pues los géneros también
tienen sus canas, y las de la perpetuela son canas
verdes. Su chaleco era demasiado largo, y el saco,
color de chocolate claro, demasiado ancho.
Tenia los ojos chicos y un tanto cuanto alegres,
y una eterna sonrisa dilataba sus labios, dando á su
conversación un colorido particular.
—¿Se puede entrarl
—Adelante, amigo Don Mauro, iqué* pregunta!
está usted en *u casa.
—Por favor de usted, mi amigo; permítame to-
mar asiento.
18 VIRGEN DEL VALLE,

—Me alegro ver á usted por acá tan temprano,


poro lo extraño, pues no ce su costumbre.
—Negocios graves, mi amigo, negocios graves.
Cuestiones financieras.
Don Antonio palideció horriblemente, y querien-
do disimular, tosió diferentes veces.
•—He meditado mucho la proposición de usted,
*ni amigo
—IY bient dijo Don Antonio con visible
ansiedad.
—Poco á poco, mi amigo; usted ha contraído
«nicha» deudas, muchas y quiere usted que yo
le preste el dinero para cubrirlas, cuyo dinero figu-
rará como capital para la formación do una compa-
flía de comercio. Hace seis meses me propuso us-
ted e«e plan, y yo he dudado, he vacilado y
riii embargo, de entonces acá, ha contraído Hated
«nás deudas que nunca Ah, ah, ab, anadió
riéndose, ¿cree usted haberme envuelto en sus rc-
desí Soy muy zorro para eso.
Don Antonio había vuelto á toser varias veces
durante esta relación, pero alfinalde ella se irguió
en su sillon; creyó hal>er recibido un insulto, y so-
lo la cólera y la angustia le impidieron responder.
—No, mi amigo, prosiguió Don Mauro, yo no
«ne dejo engallar. ¿Qué dijo usted! ''Este pobre
POR RAMON VALLE. 89

hombro va á creer que estoy arruinado, va á creer


que debo mucho y que no puedo pagarle— sien-
do mi hijo político, no puede dejarme en tel situa-
ción; me da el dinero, y he" aquí formada la com-
pañía "
Don Antonio ao comprendía bien los discursos
do su interlocutor.
— E s t á usted descubierto, continuó éste con su
eterna sonrisa; na tiene usted escapatoria. Estaba
usted empefiado en que BU yerno habia de ser co-
merciante como usted, y viendo mi repugnancia por
osa profesión, inventó usted eso medio para obligar-
me á serlo ¿lo negará usted! Vamos, hombre,
parece que lo que se ha descubiorto es una conspi-
ración contra el gobierno, seguu el aire azorado que
manifiesta Sirva esta lección para ensenarle
que no es fácil engañarme, y por lo demás, al dia
siguiente de n i boda, tendrá usted el dinero. Quie-
re usted hacerme comerciante! Sea.
Don Antonio habia sufrido horriblemente: las di-
versas emociones que habia experimentado, habían
descompuesto todas sus facciones. Quien lo hubie-
ra visto repentinamente en aquel momento, uo lo
hubiera conocido. Poco á poco se repuío.
—Heme aquí comerciante al pormenor, prosi-
guió Don Mauro, mas alegre que nunca, ^Quién
40 VIIWÏEN I>EL VALLE,

me lo hubiera dicho? Vamos, mi amigo, que nun-


ca lo hubiera creído. lia sido profesión por la que
he tenido siempre un odio cordial.
—No tiene usted, Don Mauro, no tiene usted
razón
—No ha de lograr usted contagiarme. Abrazaré
esa clase de comercio por complacer á, usted, por
lograr ser el esposo de Virgen la ambición su-
prema de mi vida pero jamas por convenci-
miento. Yo me contento con mi pequeño ingenio
de Apamudícuaro, que me da el azúcar suficiente
para pasar la vida sin fatigas.
—No deben ser los productos tan pequeños co-
mo usted 6e empeña en manifestar.
—'Pequeños, mi amigo, demasiado pequeños.
Gracias á que he sido económico y.siempre solo,
no me encuentro en la miseria,
—Pero no es posible creerlo así, y usted mismo
da una prueba en su contra, ofreciéndome una can-
tidad bastante respetable.
—¡Ay, mi amigo! vea usted lo que son las apa-
riencias! El diner» que hoy puedo ofrecerle, formó
la herencia que recibí de mi padre, y la cual no ha-
bia querido tocar.
—Pero lo ha tenido usted improductivo durante
tantos años!
POR RAMON VALLR. 41

No es difícil conocer que Don Antonio fingia


creer â- Don Mauro, estando perfectamente con-
vencido de que su relación era una solemne menti-
ra. Muy bien conocía cuál era la especulación que
habia enriquecido á su futuro yerno, y por otra par-
te, todo su anbelo era desviar la conversación de su
punto de partidn.
—Improductivo, mi amigo; inútil, completamen-
te inútil.
—Ya no la será de hoy en adelante.
—Pues será debido á usted, mi «migo, y a s a
ingenioso empello.
Las diversas sensaciones que Don Antonio habia
sufrido, sucedidndose en su alma la vergüenza, el
corage al creerse insultado, el gozo al conocer el
verdadero sentido de las palabras de su interlocu-
tor, la esperanza tan próxima de reparar un mal
que habia creído irreparable, todo esto lo habia
aturdido como si hubiera recibido un fuerte golpe
en la cabeza.
Estaba displicente y violento por quedarse solo.
Por fortuna suyo, Don Mauro no permaneció
largo tiempo, pues habiéndole manifestado que el
objeto principal de aquella entrevista era fijar el
dia de su enlace, y oyendo que Don Antonio le
contestó que neeeaitaba consultar á Virgen y & su
43 VIRGEN DEL VALLE,

madre, se despidió, encargando á su amigo influye-


ra con toda su autoridad para abreviar aquel desea-
do momento.
Don Antonio se dejó caer en su sillon y perma-
neció algun tiempo con la cabeza apoyada en sus
manos; en su cerebro se sucedían con vertiginosa
rapidez los mas encontrados pensamientos, y esta-
ba agobiado por.la reacción de la iuerza que se ha-
bía hecho por manifestarse sereno. Al fin alzó la
frente, y hablando en voz alta, sin darse cuenta de
ello, exclamó:
Debí habérselo dicho lodo; dejar que se engalle,
es lo mismo que si yo lo engaflaaa £1 lo sabrá,
él lo sabrá

XIII
Puro está el ambiente y la brisa recorre las ori-
llas del lago murmurando en voz baja. Laa flores
ge mecen coquetas y descuidadas y exhalan con
prodigalidad sus perfumes, como quien sabe que
siempre tiene que dar.
El lago está dormido y apenns alienta, como un
nifio cuya respiración apenas se percibe; ligeras bar-
POR RAMON VALLE.
a

688 lo surcan de todos lados y las islas se levantan


«obre las aguas cu rao hermosos ramilletes de ver-
dura.
Los pelícanos de grandes alas atraviesan el es-
pacio, y la6 garzas rosadaB se mecen tranquilamen-
te sobre los tulares.
jQaé bellas son las márgenes de los lagos!
Parece que allí la naturaleza aparta 6u misterio-
so velo, anhelante por mostrar al hombre todos sus
encantos; parece que envia á los placeres á rodear
al que viene á admirar sus maravillas.
No es creíble que recostado .«obre aquella yerba
acabada de nacer, arrullado por aquellas brisas hú-
medas de alas mojada*, y rodeado de aquella at-
mósfera de perfumee, se pueda dar cabida al sufri-
miento.

Recostado sobre la yerba, aspirando loa aromas


de la manaría y bañado por la suave luí de un sol
acabado de nacer, estaba un joven.
IY sufrial
En vano su amigo lo habia traido en medio de
a<|uel cuadro encantador; la naturaleza para di esta-
TOMoa, y un dolor incesante baflabasu alma.
I Se puede comprender el tormento del que per-
8
VIJKOEN DEL VALLE,
u

diera la respiración y fuera de su atmósfera satnral,


quedara, sin embargo vivo?
¿Y se podrá, comprender el dolor del que ama con
todo eu ser, que de ese amor vive, y pierde tal amor?
Afortunadamente el universo no ha sido entrega-
do al acaso y no es un ciego destino el que lo.rige.
Siempre que existe ese amor, es correspondido.
No ha sido oreado un ser para amar de ese triodo,
gin que no haya producido al sé*r que debo pagarlo.
Raras, muy raras veces se ha concedido tal amor
al corazón humano, y aunque hay muchos que creen
sentirlo, se equivocan. Creen que su amores ya muy
grande, perúes ¡ desgraciados I porque en su peque-
nez no son capaces de comprender que pueda exis-
tir otro amor mas grande todavía.
El que ha sido tan feliz que siente dentro de su
alma ese amor inmenso, nunca se engafia creyendo
que lo tiene, pero muchos que no lo poseen abrigan
la falsa creencia de poseerlo, así como el niño, (pie
medio dormido descansa en su cuna, cuando es aca-
riciado por su madre, jamás equivoca con otrns sus
caricias, pero acariciado á veces por extrafia-perso-
na, juzga en su error qae son las de su madre.
Hay seres que están predestinados á saboroar en
•ete mundo las delicias del cielo, y á estos es á quie-
mea se ha dado el amor tal como él es; su llama con
POR RAMON VAL¿E. 4ft

todo BO ardor; su ardor con todo au fuego;*u fuego


con toda su inmensidad.
Este amor siempre es correspondido.
¡Se concibe perjura á Isabel Marsilla, ó DO cor-
respondido el amor de AbeJardoï i Se concibe á Pa-
blo sin Virginia!
General mente el que ama, no tiene AMOR, tiene
solo parte del amor. Solo BéYes privilegiadísimos lo
poseen TODO KNTKBO, y^ste eá él que no puede de-
jar de ser correspondido..
Amor quiere decir amor de doe, y es sinónimo de
correspondencia.
Amor y amor mutuo no se diferencian en signi-
ficado.
Tener amor y no ser amado, e« tener solamente
parte del amor.
Amar, es amar al que ama, como encender es in-
flamar al que arde.
.Cómo existiria la llama si no fuera abrasando al
objeto que ella enciende»
1 Amor! pero amor es union, -¿ puede concebirse
1* uniou sin urioí
El amor hace que el amante está en el amado, j
el artwdb en tí amante"; «i este efecto no lo causa,
no hay amor.
4ft VlttQB^ DKL VALLE,

Amor sin union, seria amor sin amado, ó sin


amante.
Será carillo, simpatía, ó cualquier otra cosa, me-
nos amor.
Si la persona que amamos no es la. mitad de
nuestra alma, no es nada. Si fio somos nosotros
viviendo en ella y ella habitando en nosotros, no
existe en nosotros el amor.
Para concluir, ana observation: si un gran amor
no fuera correspondido, resultaria un absurdo, por-
que si el que es así amado no corresponde á ese
amor, e* indigno de él, no puede inspirarlo.
Esto seria haber efecto sin çnusa.
i
Por eso el amor lleva en sí su correspondencia.
Si es posible .que atia se pierda, e6 el aruor que
se divide, el amor que se muere.
El amor quo se muere!.* . . Jacinto se moría.
¡Qué dolor para aquel que vive, y cuyo tormen-
to es la falta d« vidai
Antes, su alma respiraba en el amor, como en
su atmósfera; herido su amor, respira ahora en una
atmósfera de dolores.
Su espíritu se hallaba como si en lugar de so
querp* se \& hahierp d«do un ;puerpp.dp;vivísimas
llamas.
POR RAMON YÀI^lü. *?

Sa amor, su amor era él mismo, j se le habia ar-


rancado este amor.
Era arrastrado á donde no era posibLe ir; era d«
(«nido dondo'no era posible que estuviera.
¡Llorar! ¿Y qué es llorar para este tormentol
Octavio sí lloraba.
Totnaba la ardiente mano de su amigo, y hnbie
ra dado toda la ventura de que era capaz por ahor-
rarle un solo momento de sufrir.
¿Pero qué puede hacerl ¿Qué hace la madre de
lante de un cadávert -.
¡Imposible! ¡Cuanto horror es medir el abis
mo que en esta idea se encierra!
En vano pretendía distraerlo de su continuo pen-
samiento. Lo llevaba al lago, sabiendo de antema-
no q»e la distracción era imposible; volvían á la
ciudad, y en todas partes Jacinto no tenia roas que
una idea, pero era una idea de bronce, inflexible y
eterna.
Una noche, la pasó Jacinto un poco mas repo-
sado que de costumbre; Octavio nunca la habia pa-
sado mas agitado.
—Imbécil, se deoia;, ¿de qué sirve mi,«mistad,
« en BU mayor desgracia le es inátilt Qné, ¿algu-
na *ez ella será impotente!..,. Pero, ¡qué hacer,
Dios mió, quehacer!
48 YIEGEN DEL VALLE,

Acusándole y llegando casi á la desesperación,


rió que las primeras luces de la mañana penetra-
ban por los balcones.
—Pero es preciso hacer algo, se dijo arrojándo-
le del inútil lecho; pero es preciso hacer algo.

XIV

La exclaustración ha venido á cns< fiarnos quo


los conventos de monjas teman no sd qué apacible
y tranquila hermosura, tanto mas notable, cuanto
que contrastaba con el ruido y alboroto exterior.
Aquellos corredores tan blancos, aquel suelo do
un colorado tan vivo, aquellas bóvedas, en las que
parecia que la luz se reclinaba con delicia, aquellas
maectitas siempre verdes, cuando no siempre (Ion-
das, y aquellas aves que parecían enscflar â, sus
dueños que se puede cantar alegremente, sin em-
bargo de no gozar de libertad, todo respiraba cier-
to perfume desconocido, algo como una aspiración
al infinito, como una protesta contra la materia,
que nos impide volar por los espacios celestes.
Es encantador todo lo que tieue relación cop -ese
aéc hechicero que se lbuna la mujer; aár rodeado
POR RAMON VALLB. 4»

siempre de misterios cuyo, oscuridad es precisamen-


te quien lo hace incomprensible.
La mujer que rie, nos hace felices; la que llora,
nos lastima; la que ora, nos hace caer de rodillas.
Uiia-Bola parte de los conventos era.triste y som?
bría: esta parte era el locutorio, como si quisieran
velar todo çl interior á los ojos de los profanos.
En el locutorio del convento de PtUzcuaro esta-
ba Doña Magdalena. Acababa de despedirse de las
monjas, que hacia muy poGO tiempo, al ser ocupada,
la ciudad por los franceses, habían vuelto á la clau-
sura.
Octavio buscaba la ocasión de hablar á la madre
de Virgen, y entró al convento, aprovechando la
que se le presentaba.
—¿Me conoce usted, señora!
—No tengo ese honor, y me extraña
—Deseo hablar con usted sin testigos, y por eso
me tomo la libertad
—Caballero, permítame usted que le manifieste
lo inconveniente de sus palabras, y que le suplique
me deje retirar.
—No, señora, por Dios, por el cariño de sa hi-
jo, cuya felicidad en alto grado me interesa. Usted
es su madre, y lo sé, una buena madre, y ella ua
oculta á usted ninguno de sus sentimientos; usted
50 VIRGEN DEL VALLE,

ha visto á Jacinto como si fuera su propio hijo, y


yo, que soy su amigo, yo que soy su hermano, no
puedo ver indiferente que se destruya la felicidad
de uno y otro.
Aquel torrente de palabras no dio tiempo á Mag-
dalena á volver de su sorpresa; ella, por otra parte,
por un vivo presentimiento, por ese instinto innato
en la mujer, y más cuando es madre, deseaba en-
trar en explicaciones con aquel hombre que le abor-
daba tan bruscamente; pero los respetos sociales la
contuvieron, y más sabiendo lo que Octavio igno-
raba, que la madre priora se encontraba tras de las
rejas; y con una actitud de enojo, si bien templado
por la política, se despidió del joven.
Este se quedó metitabundo, inmóvil, en el lugar
en que la había dejado Magdalena, y se dijo:
—Mal medio hemos escogido ca la humanidad
para comunicarnos: la palabra! Si los corazones
fueran trasparentes, nos hubiéramos entendido.

XV

En un aposento del piso bajo de una antigua ca-


sa, apqsento donde era necesario encender luz po-
POR RAMON VALLE. 81

co después del medio dia; frente á un gran -escri-


torio de madera negra adornado con chapas de
bronce, las que por su antigüedad sobrepujaban el
color de la madera; con lá pluma entre los dedos j
la vista fija en un inmenso "Libro major," estaba
nn joven.
Era el escritorio de Don Mauro, j el que escri-
bía, su dependiente, Octavio.
Pero no escribía, meditaba.
L>e vez en cuando, maquinalmente mojaba la
pluma en el tintero y volvía á suspenderla sobre el
papel, Tsin que llegara á trazar ninguna letra:
Esto es hecho, se decía; el poder es impoten-
te, la fuerza es débil, la amistad inútil.
¿Cómo saber lo que piensa Virgen? ¿La sacrifi-
can'} Si csasí, ¿quién la sacrifica? Su madre la ado-
ra y quiere á Jacinto; su padre es incapaz de una
energía salvaje que seria necesaria ¿qué suce-
de, pues? ¿quién me descifrará este arcano?
Ahí hay misterio, pero ¿cuál es la clave?. - . . Si
la amistad no adivina, ¿para qué sirve la amistad?
Y volvía á mojar la pluma, y llevaba á los labios
«1 extremo opuesto, y con los dedos de la mano iz-
quierda golpeada sobre el papel, con movimientos
de impaciencia.
—Magdalena no quiere hablar- de secreto* ínti-
59 VIBGEN DEL VALLE,

moa conmigo, porque soy un extraño T Pero,


¡cómo lie de ser un extraño!.... Y Virgen, ¿có-
mo hablarla! Verla sin testigos, eB imposible; le
he escrito que me conceda una entrevista, y me
devolvió la Carta sin abrirla. Debe estar enojada
con Jacinto; pero ¿por qué? lo habrán calumniado?
quiént con qué objeto?.. - , ¡Hay para volverse lo-
col Sí, y este va á ser el resultado.
Un mozo, portador de varias cartas, interrumpid
el soliloquio del joven; Octavio las tomó, y con
marcadas señales de impaciencia las arrojó sobre
otras muchas que SÍR abrir descansaban en la ga-
veta-
Decididamente, Octavio se había hecho un de-
pendiente pésimo.
Los libros estaban atrasados en muchas sema-
nas, la correspondencia sin contestar, el pleito in-
terrumpido por íalta de datos, que el abogado pe-
dia en vano.
Y no era que el joven se negara á trabajar, no
eran actos voluntarios los que ejecutaba. Con toda
resolución se sentaba al escritorio, abrin el libro y
enristraba la pluma; pero al momento de comen-
zar, una divagación poderosa, superior á sus fuer-
xas, se apoderaba de él.
En etfe momento, no wbia que habían traído
POR RAMO& VALLE. 58

las carta*, ignoraba que la* habia tomado, no tenia


conciencia de haberlas arrojado, en la gaveta. Si
acaso Don Mauro le hubiera preguntado ai habia
venido el cartero, sin vacilar, y wn creer que decia
una mentira, hubiera afirmado que no.
Luego que se quedó solo, cerró el libro que te-
ma dejante, lo puso con cuidado en su lugar, tomó
otro, lo abrió, y volvió 4 quedarse pensativo so-
bre 61
Otra vez fué interrumpido por la llegada de un
nuevo personaje.
Era un hombro de 40 á 50 años, de patillas ne-
gras y cabello entrecano; su vestido era todo de ga-
mifco, y un sombrero, inmensamente ancho, habia
pasado de su cabeza á su mano, que lo hacia girar
corno ana rueda de molino: era el mayordomo de
una hacienda de Don Mauro.
—Buenos dias, señor amo.
Con estas palabras, que se vio obligado á repe-
tir con todo y pleonasmo, llamó la atención del jo-
ven.
Y a propósito de tal frase, tal vez hago mal en
trascribirla en su originalidad nativa Hay, es cier-
to, algunos escritoreg que pretenden fundar la lite-
ratura nacional valiéudoae del lenguaje ordinario de
la gente* del puebloi pero y» creo que «Iterar el «en-
54 VIROEN DEL TALLE,

tirio gramatical de lai palabra*, más que introducir


la literatura nacional, ea hacerla pedázes.
La novela, lo mismo que la comedia, repelen es-
te medio, que siempre ea de mal efecto, aunque
muy en boga entre los dramaturgos espa&oles.
Cansados estamos todos de ver sobre la escena á
nn andaluz ó á un gallego, que con frecuencia de-
jan al público sin saber lo que el autor quiso decir,
á pesar de que el actor baee esfuerzos lastimosos
por imitar á aquellos provincianos.
iQué* se pretende con esto! Imitar al natural á
los personajes que se representant
Los autores de tales dislates se disculpan dicien-
do: "Así hablan los andaluces, así se expresan los
gallegos, y así deben hablar y expresarse en el tea-
tro."
Si tal aserción fuera cierta, cuando la acción pa-
sara en Inglaterra, los actores no deberían hablar
en castellano, y el Edipo no podria representarse
sino en griejjp para mayor claridad.
jPor qué si hacemos hablar á Don Sancho de
Navarra en el castizo español moderno, no hacer
hablar á un andaluz en castellano correcto!
Se dirá que la costumbre que aquí se critica 6e
se usa únicamente cuando todos los personajes
habida «o. buen español y sajo uno, ó dos;de eues,
POR RAMON VALLE. 55

un andaluz, un ranchero, un negro, se introducen


en el diálogo, y para no faltar á la verdad histó-
rica. Tampoco esta razón es admisible. La empe-
ratriz Doña Isabel, jamás permitió que le habla-
ran en otro idioma que en el suyo, y ella misma
jamás habló el español, en la corte de Madrid, ¿y
cuando se quiera poner en escena la familia de Car-
los V, se deberá interrumpir el diálogo castelleno
con las palabras portuguesas de la emperatriz, ó con
las que á ella le dirijan?
— Buenos (lias, Ignacio, contestó Octavio rol vien-
do de su abstraimiento. ¿Por qué vienes á Pátzcuaro
sin orden de dejar la hacienda?
—Sefior, temí una desgracia, pues no he recibi-
do contestación á ninguna de mis cartas; ademas esa
contestación era urgente, y he venido por ella. Car-
riedo el gek imperialista, exije la multa, y el gene-
ral Regules el préstamo; tres dias faltan de plazo
para la primera, y con trabajo he conseguido ocho
dias para pagar el segundo.
—¿Pero qué multa? ¿que préstamo?-
— ¡Cómo! ¿no recuerda vd.,£eñor? ¿ó no se han
recibido mis cartas? Las tropas republicanas pasa-
ron por Apandícuaro y por no haber denunciado este
hecho al gefe de Zamora, ha multado al ingenio
—¡Ah! sí, dijo Octavio, recoidando, comp en
w VIRGEN DEL VALLE,

sueños, haber recibido cartas del mayordomo, que


sin abrir había guardado., Espera.
Y haciendo'un esfuerzo de voluntad para conse-
guir tener áfeiícfóh, M á 1« 0»™ta, la abrió y bus-
có, guiándose por la letra de los sob res, las cartas
del" buen'Don Ignacio.
Eran tres,' y las ley<5.
E l g e n è r a l "Régules había pasado, hacia diez ó
doce dias, á inmediaciones de Apamlícuuro, y ha-
bía ocupado a San Simon, propiedad de un (raucos,
protegido, por lo mismo, por el ejército expedicio-
nario, tocando a. las puertas mismas de Zamora.
Cuando Carriedo salió de esta plaza, Regules se
había retirado por los mismos puntos que habiau
hecho su anterior camino; los imperialistas siguie-
ron en su persecución, pero el, por un nurviiniento
extratégico, hizo un rodeo, y se colocó á la reta-
g u a r d i a ^ los que crcian ir tras envolviendo al in-
geuio de Don Mauro.
Carriedo, cuyo corage aumentaba con tantas mar-
chas inútiles, habia impuesto una fuerte mulla á
Apamlícuaro/por no haber avisado el paso de los
republicanos, pue8 sabido es que los franceses c a -
tigaban¿ los que no eran denunciante* ó que no se
querían hacer BUS cómplices.
Ï U habiendo sido satisfecha la multa al tena-
PORIKAMON VALLE. m

miento del plazo, el gefe zamorano la había tripli-


cado.
Apenas recibida la orden de^ulta, habían llega-
do los juaristas á la hacienda y habían pedido un
préstamo forzoso. Las cartas, pues, decían lo mis-
mo que ya Don Ignacio habia en resumen hecho
saber al joven.
Octavio Be puso rojo de colora y vergüenza al
ver que por BU culpa, aunque involuntaria, se ha-
bían seguido graves males á la casa de Don Mau-
ro, que habia puesto en él ilimitada confianza.
Decidió desde luego confesarse culpable, y re-
parar, en cuanto fuera posible, los daños ocasiona-
dos Despidió al mayordomo prometiendo despa-
charlo al dia siguiente con el dinero é Instruccio-
nes y se puso A trabajar con su antigua energía.
Dos horas hacia que revolvía libros, arreglaba
papeles y ponia en ótden los asuntos atrasados,
con una actividad febril, cuando entró Don Mauro,
que hacia algunos dias tampoco so cuidaba de ne-
gocios, ocupado solo en sus agradables proyectos.
98 VIRGEN DEL VALLE,

XVI

Uno de los mayores beneficios que pueden de-


berse á los padres, uno de los mayores motivos de
gratitud que pueden tener los hijos, consiste en He
var durante la vida un nombre que no sea repug-
nante ó ridículo.
En materia de nombres, nuestro idioma es por
demás prosaico, y con frecuencia nos encontramos
con algun Serapion, ó Marcos, ó Bárbaro, que nos
hacen antipático al que lo lleva.
Mayor mal es este para las mujeres, y será un
héroe el que se atreva á casarse con una Rupcrta,
con una Marcota ó con una Pantaleona.
El nombre es algo de nuestra personalidad; no
solo es una cosa nuestra, sino que somos nosotros.
Que se llamen "marcos" á las chambranas de las
puertas ó á las tablas desvencijadas que encajonan
un mal pintado paisaje, ó que se aplique el mismo
nombre al compás de los zapateros, sea en hora
buena-, ipero obligar á un individuo á que con su
nombre le tomen medida para sus zapatos!!!
¿Se ooncibe á una joven diciendo: "Yo te amo,
POR RAMON VALLE.

Marcos," ó "Yo te adoro, Pipino," ó bien, "Tú


eres mi vida, GrodeIevo"f
Posible es; pero ¿es posible?
El primer nombre le recordaría los últimos bo-
tines que le apretaban, y el segundo no podría rae
nos que traerle á la memoria-la ensalada.
Un amigo mió conoció á una mujer, bella por
cierto y en extremo simpática, que teaia anoçde
esos nombres inverosímiles, y en la noche tuvo una
comble pesadilla.... SOfió que lo ahogaba, sentía
que algo tenia atravesado en la garganta, y
era que no podia pasar aquel nombre.
Don Mauro no debia estar muy agradecido á su
padrino.
Entró al escritorio, y en « r o s t r o rebosaba la
alegria interior, alegría que se aumentó al ver ásu
dependiente tan activamente entregado al trabajo,
4 pesar de haberse él desentendido completamente
oe los negocios.
Ya sabemos que Don Mauro tenia una absoluta
connanzaen Octavio, y que firmaba las cartas y
documentos que le presentaba,-sin leerlos siquiera,
faciéndose solamente dar cuenta verbal, con un ex-
tracto, de los negocios, üua larga experiencia le
había m o j a d o q u e aquella Confianza en su facto-
tum era muy merecida.
00 VIRQEN DEL VALLE,

Este, al verlo entrar, se levantó, resuelto á con-


fesárselo todo.
—Malas noticias, señor. Este fué" su saludo.
—No me hables de ellas, Octavio; déjalas para
otro dia. Por ahora quiero estar contento, muy
contento. Te prohibo que me digas nada que no
sea agradable.
—Pero, 6pflpr, es que
—Nada, nada; arregla ese mal negocio como
puedas, que lo harás bien, y ya me lo harás saber
mas (arde. ¿Stíbes que soy muy dichoso!
Aunque Don Mauro trataba á su dependiente
con afectuosa familiaridad, jamás habia hablado con
di sino de negocios; el joven, que lo tenia bien co-
nocido, no pudo por lo mismo dejar de sorprender-
se con aquella especie de confidencia. Por lo de-
mas, se alegró de su fortuna, que le dilataba por
algun tiempo la dolorosa confesión que iba á ha-
cer, y tanto más, cuanto que no lo haria sino cuan-
do hubiera puesto el remedio á los nuiles ocasio-
nados.
Don Ma«ro se dirigió á su gigantesca mesa, to-
mó una pluma de ave, pues jamas habia podido
acostumbrarse á la de acero, sacó una pequeña na-
vaja de 6U cartera, y con el cuidado de quien se
entrega á una ocupación importante y difícil, se
POR RAMON VALLE. W

puso á cortar muy despacio la pluma. En seguid»


buscó un papel inútil para probarla, y satisfecho^
sin duda, de su obra, comenzó á escribir.
Octavio volvió á su trabajo.

XVII
—Buenos dias, dijo en la puerta la conocida YO»
de Don Antonio.
Buenos dias, mi amigo, entre usted.
Y se apresuró á ofrecerle asiento.
A la vista del padre de Virgen, dio un vuelco e¿
corazón de Octavio.
—Estaba ocupándome de nuestro negocio, m i
amigo.
—Debo á usted una explicación, seller DOR
Mauro.
—¿Una explicación?
—Sí; no me creería un hombre honrado si no I<*
hiciera.
A estas palabras, Octavio se levantó, disponién-
dose á salir de la estancia.
Puedes quedarte, le dijo Don Mauro; ya que-
está aquí rai wnigo, aprovecho la ocasión de decir-
7
G3 VIRGEN DEL VALLE,

te que dentro de pocos días serás el tenedor de li-


bras de una nueva casa de comercio. Mi amigo
Don Antonio y yo formamos compañía.
—Sí, quédese usted, lepitió Don Antonio; con-
sidero á usted como de la familia de mi socio
de mi yerno, y para usted no debe haber secretos.
Tal vez Octavio se hur iera quedado, aunque lo
despidieran: aquellas palabras del padre de Virgen
lo hicieron palidecer; vaciló, y hubiera cuido si no
se apoya en el escritorio.
—Sí, es de mi familia, y por lo mismo, pronto
será de la suya; s', pronto pero ¿cuándo, mi
amigo?
—Venia á traer la contestación á esa pregunta:
así Magdalena como Virgen y yo, hemos fijado el
plazo de un mes; ¿qué dice usted!
Don Mauro di<5 un salto en la silla, rebosábale
la alegría por todos los poros del cuerpo.
Octavio se creia presa de un horrible delirio.
—Pero antes, señor, deseara explicarme con
usted.
—Diga cuanto guste, mi amigo, diga cuanto
guste, repitió Don Mauro sin fijarse en el tono so-
lemne con que Don Antonio habin hablado.
—Yo hice mal en na haber desengañado á us-
ted el otro dia. Usted, señor Don Mauro, ise ha
POU RAMON VALLE. 6a

empeñado on creer que no estoy.quebrado, y .


lo estoy, señor, arruinado completamente.
Dijo estas palabras con una especie de resolu-
ción salvaje.
—¿Pero e» verdad! ¿no fué un engaflo para obli-
garme á entrar en la compafiiaî
—Va usted á formarla con un comerciante que-
brado, ¿quiere usted?
—Usted es up hombre honrado, mi amigo, y si
la desgracia pudo hasta hoy perseguirlo, usted sa-
brá vencerla con trabajo y constancia. Al cabo to-
do el mundo ignora su penosa situación, y seria in-
útil suplicarle que no la haga pública.
—Vamos t ver, prosiguió interrumpléudQSe:
¿cuánto debe u&ted?
—Unos ochenta mil pesos.
Y al hablar así, el comerciante estaba rojo eomo
la grana.
—Pues bien, mi amigo, bien sé que el interés
no es su móvil, pero el honor de usted es ya el ho-
nor mió; no permitiré que sea manchado el nom-
bre de mi esposa. Daré á UBted, no solo la ¡canti-
dad en q&e habíamos convenido para formar la
cowpaftíç, ««o que, además de ella, prestaré á us-
ted la 8ui«a necesaria para cubrir su*' {interiores
M VIRGEN DEL VALLE,

deudas. Ya ve usted que hizo mal en no ser fran-


co conmigo desde el principio.
—¡Usted es mi salvador! exclamó el comercian-
te en un trasporte de alegría que no pudo disimu-
lar. Usted salva el nombre de mi padre y el de mi
hija
—El de mis hijos también, dijo sonriendo y
correspondiendo al abrazo de su socio.

XVIII
Magdalena, sentada cerca del balcon entreabier-
to, bordaba.
El aposentd*estaba á media luz; el silencio de la
casa correspondía al de la calle, y solo de cuando
en cuando un zenzontle elevaba algunas armonio-
sas notas, que inspiraban, no la dulce alegría que
cuando libres comunican á la selva, sino la melan-
colía que hace nacer el canto de un prisionero.
La madre de Virgen se ocupaba con lentitud de
su bordado; tomaba finísimos gusanos de oro, pre-
parados de antemano, y uniéndolos en un hilo pen-
diente del lienzo, iba acomodándelos uno por uno.
La pobre aefiora duplicaba en ese trabajo BU tris-
POR RAMON VALLE. 66

tcza, porque aquel gorro griego que cuidadosamen-


te adornaha, lo habia comenzado para hacer un re-
galo á Jacinto. Ahora se proponía concluirlo y
guardarlo como un recuerdo de mejores días.
Casi una hora hacia que estaba silenciosa en-
tregada á aquella ocupación; sus movimientos eran
pausados y monótonos, siempre IOB mismos; se cree-
ría que eran los movimientos de una máquina.
Y casi maquinalmente eran, en efecto, sus ope-
raciones, pues Magdalena pensaba en bien distin-
tas cosas de lo que hacia.
Pensaba en aquel joven, que diciéndose herma-
no de Jacinto, la habia sorprendido en el locutorio
de la Salud.
Tenia un vivo presentimiento de que aquel des-
conocido podía hacer mucho en favor de 6U fami-
lia y de ella misma. ¿Qué? Lo ignoraba. Por lo
demás, no era fácil volver á encontrarse con él.
Para los que no conozcan á Pátzcuaro, es nece-
sario advertir que en él no hay sociedad. Sus fa-
milias, aunque siempre en buen» armón fi, están
en completo aislamiento, y solo se encuentran en
los templos.
El teatro les es desconocido, y muchos alios se
pasan para que se reúnan algunas con motivo de
un paseo 4 la laguna, y mis todavía para que ten-
60 VIRGEN DEL VALLE,

ga lugar cl verdadero aconlcc'mitnt > de una ter-


tulia.
No hay en la ciudad siquiera un lugar determi-
nado para paseo, ni diaa destinados á él, á pesar
de contar con primorosos alrededores, y para con-
cluir la pintura, basta saber que aun los balcones
son inútiles, á no ser para la perspectiva, pues ja-
mas las jóvehes tienen el atrevimiento de ocupar-
los, y cuando más, se 6ÍeHtan en sillas bajas, de-
trás de la vidriera, para no ver pasar á nadie pol-
la calle, continuamente solitaria.
De repente suspendió Magdalena su labor y le-
vantó la cabeza, y era que habia escuchado la voz
de su hija, que cantando alegremente, salía de su
alcoba, dirigiéndose á la sala, donde se encontraba
la señora.
La voz de Virgen no estaba educada, y cantaba
como un zenzontle, por instinto; pero como era
ave, cantaba bien.
Era una voz dulce, no vicia/la por la gimnástica
del arte, y cuyas armonías naturales no decian na-
da al compás del geómetra, pero sí mucho al alma
y al corazón tal vez del que no lo fuera.
jQuó grato es oir el canto que dulce al aire «e
eleva, vibrando en alegres notas, cuando la canto*
ra eg bella! Se gosa, porque esas notas el alma to-
POR RAMON VALLE. 67

<la reflejan, y al escucharlas se siente su hermosu-


ra y su pureza. Lenguaje de los espíritus son log
cantos en la tierra; 8 e comprende lo que dicen,
aunque explicarse no puedan.
Es grato oir del zenzontle las armoniosas caden-
cias, y el murmurio de las aguas ó de las brisas in-
quieta*; son gratas sus melodías, ¡pero alma no tie-
nen ellas! Les falta algo que nos digan, que no»
digan y que sientan.
En sus hermosos sonidos nuestra alma nada in-
terpreta, 4 no ser que á aquella música le ponga-
mos nuestra lettu, creyendo así que nos dicen lo
que les decimos á ellas. Pero el canto que se ex-
hala de un alma sensible y tierna, nQs dice lo que
lo inspira, lo que siente, lo que suena: nos pinta
sus pasamientos, nos comunica su idea, sentimos
lo que ella siente y pensamos lo que piensa.
La alegría de Virgen se traslucía en notas pu-
ras, suaves, juveniles, por decirlo así, y revelaban
todo un misterio de dicha y de felicidad. Era una
alegría comunicativa, y sin embargo, Magdalena
wntió que se agrupaban lagrimas á sus ojos. Las
enjugó v:olentamôote, j 6ngiendo volver coo Cai-
ro* * e* \ ordado, «pero á m niia, que no tardó
eB presenta*!*
—Piro, m i 4 ^ 'o ¿fy paludo el brazo por su
68 VIRGEN DEL VALLE,

cuello é inclinando la cabeza hasta tocar la de Mag-


dalena, le he estado esperando en vano, y me obli-
gas á venirte á buscar.
—¡Ahí sí se me olvidó
Vaya un olvido. ¡Si vieras qué hermosas telas,
qué preciosos vestidos, qué ricos aderezos! Se co-
noce que Don Mauro estaba prevenido muy de an-
temano, pues apenas hace ocho dias le comunicó
mi padre nuestra resolución. Pero [qué tie-
nes!
—Estoy preocupada, y con razón: jcómo quie-
res que una madre asista impasible á los prepara-
tivos de la boda de su hija?
—Impasible, no; contenta, s?.
—Virgen, algun dia serás madre, y verás que
no es alegría lo que ese título nos prepara. Ahora
mismo, pensando en que vas á separarte de mí
¡Separarnosl ¿y por qué! No, no hay que pen-
•ar en ello; viviremos juntos, y esa será mi resolu-
ción irrevocable.
¡Imposivle! murmuró Magdalena.
.Mu veces, antes, no me lo habias dicho!
La pobre señora murmuró otro ¡imposible! en-
trecortado por un suspiro. El proyecto á que Vir-
gen se reíeria habia tenido lugar cuando se imagi-
naba que su nuevo hijo seria Jaciato,
POR RAMON VALLE.

—Pues sí, señora, prosiguió Virgen con volubi-


lidad; me habías prometido que viviríamos juntos:
y jqué bello porvenir me imaginaba! Mira, una ca-
sa muy aseada, muy bonita
—Basta; tú no entiendes lo que dices: eso es
ahora imposible; cree á mi experiencia.
Magdalena evitaba cuidadosamente nombrar al
joven, en quien, sin embargo, continuamente pen-
saba.
jAhoral ¿qué quiere decir ahora! La misma
experiencia tenias cuando tal proyectábamos. Por
que ese cambio? Será porque mi esposo no será
Jacinto?
Virgen pronunció este nombre con perfecta tran-
quilidad, y sostuvo la investigadora mirada de su
madre, que se fijaba tenazmente en sus ojos.
—No hay remedio, dijo hablando consigo mis-
ma sin saber lo que hacia, aquello concluyó.
—Completamente, respondió ía niña, que la ha-
bía oído, y con una sonrisa que parecía burlarse
de los pensamientos de su madre.
Esta, buscando un pretexto, se retiró violenta-
mente y lloró.
, Pero, ¡qué necia soy! se decía; no debo afli-
girme. jPawjcè que soy una nina! Y sin embar-
go no puedo „
70 VIRGEN DEL VALLE,

XIX
Si su madre hubiera visto á Jacinto, no lo hu-
biera conocido.
La palidez de su rostro le daba el aspecto de un
cadáver, sus ojos, que parecían haber crecido, no
se fijaban en ninguna parte, y vagaban, como si con-
tinuamente acabaran de despertar de un profundo
sueño y aun no se hubieran fijado sus ideas.
Siempre distraído, no concluía las frases comen-
zadas, y aunque no tenia conciencia de estar pen-
sando en nada, hacia ademanes como si estuviera
profundamente preocupado por un pensamiento que
no quería dejar escapar.
Ocho dias hacia que no salía de su aposento. Oc-
tavio, que antes lo obligaba á dar grandes paseos,
ya no venia sino de tarde en tarde, y por breves
momentos, prete6tando grandes ocupaciones en el
escritorio. Al verlo salir tai de prisa, Jacinto que-
daba sumergido en una profunda tristeza, y al ver-
6ej[8olo murmuraba en voz alta:
L-jTambién él!
Eiv estos dias había entrado Octavio en una agi-
tación febril. Trabajaba hasta la fatiga y aun fati-
POR RAMON VALLE. 71

gado no descansaba, como si tuviera miedo de sus


propios pensamientos. Se acostaba muy tarde, co-
mo de ordinario, pero contra su tradicional costum-
bre se levantaba muy temprano. Se diria que era
un criminal que quería ahogar sus remordimientos.
Pretendía distraer á Jacinto hablando de grandes
empresas irrealizables, 6 de cálculos abrumadores;
pero evitaba nombrar á Virgen ó á Don Mauro. Ni
le había siquiera indicado el grave acontecimiento
que se preparaba, el secreto que habia llegado ásu6
oídos, del próximo matrimouio, siendo así que es-
taba ya muy cercano su verificativo.
Jacinto lo oia con resignación, sin fijarse casi en
lo que le decia, y en las largas ausencias de su ami-
go se reclinaba en nn sillon, junto ú la mesa, apo-
yaba en esta el brazo, y así pasaba horas enteras,
sin conciencia siquiera de su vida.
Ko tenia ni la energía necesaria para desear la
muerte; vegetaba en el sufrimiento, ya rio lloraba;
alguBa vez, sí, sentia deslizarse por sus megillos una
furtiva lágrima que no so apresuraba á enjugar.
Los grandes tormentos, los tormêntoB agudos, tie-
nen algun lenitivo en sí mismos, y su misma violen-
cia es BU consuelo; pero su tormento era lento, mo-
nótono, «, fueria era latente, ataoaba éin rigor, pe-
ro con crueldad.
72 VIRGEN DEL VALLE,

*
* *

Hacia ya tiempo que el sol habia aparecido en el


horizonte, y habia encontrado al joven en el misino
sillon,.y junto á la misma mesa; no se habia acos-
tado.
Cualquiera al verlo, diria que meditaba, pero nin-
guna idea ocupaba á su alma en aquel momento.
Al pronto, maquinalmente y moriéndose como
una estatua que anduviera, se levantó y fué hacia
la ventana. Mucho tiempo hacia no la habia abier-
to. Se quedó un momento inmóvil y á poco tiem-
po, estendiendo el brazo y señalando un punto in-
visible, exclamó:
— ¡ Allí!
Detrás de aquellas torres, mas allá de aquellos
tejados, se hallaba el bosque, su lugar favorito, don-
de lo encontramos por vez primera.
Desde que Virgen habia vuelto de México y ha-
bían comenzado para él las desgracias, no habia que-
rido volver allá.
Pero esa mañana se sintió tan solo, que haciendo
un supremo esfuerzo de voluntad, salió de la habi-
tación, y se dirigió violentamente á aquel lugar.
Andaba tan de prisa, que al llegar estaba jadean-
te, rendido de fatiga.
POU RAMON VALLE.. 73

Llegó á aquellos conocidos sitios y se dejó caer


bajo aquellos árboles, en aquel mismo lugar donde
tantas venturas había sollado.
Son bellos los crepúsculos de la mañana cuando
el valle cká cubierto de flores y el cielo bordado de
nubes.
Jacinto reposaba bajo un sombrío bosque illo y se
entregaba por completo á las ideas de su situación.
Jacinto veia las flores que loTodeaban, sentíalas
brisas acariciando su frente y petvibia los mezcla-
dos perfumes de las rosas silvestres, pero no pen-
saba ni en las flores, ni en las brisas, ni en los per-
fumes sufrís.
Sufría ese malestar indefinible de quien no tiene
esperanza; ese malestar en que solo se sabe que se
vive, porque se sufre.
El sol, por burlarse del joven, se ostentaba en to-
do su esplendor, y todos los murmullos del bosque
parecía que venian á mofarse de él.
Tódo vivia á su alrededor, y él solo no tenia quien
compartiera su vida.
¡ Aislamientol Esta palabra, dicha, no parece tant
terrible^ pero sentida, eael infinito de* descoMuelo.
¡Dos'l este número padiera servir de emblema 4
la felicidad humana. Menos de áo»¿ no hay nada.
El violento ejercicio que había hecho, «eguidude
a
74 VIRQEN DEL VALLE,

aquel absoluto descanso, le volvió el uso de sus fa-


cultades.
Vinieron á su memoria uno por uno los días de
su esperanza; aquellas alegres cacerías con Octavio,
al volver de las cuales ya Virgen impaciente lo es-
peraba; aquellos sueflos para el porvenir, en esos
mismos lugares forjados; toda su anterior vida tan
bella por el porvenir que prometia.
Agobiado por sus recuerdos, dejó caer la cabeza
entre sus manos lloraba. [Cuánto tiempo había
pasado sin que hubiera podido hacerlo!
Después de algun tiempo levantó la frente, vio
uno por uno los objetos que lo rodeaban, y se dijo,
en medio de un profundo suspiro :
—¡Que* mal he hecho en venir aquí!

XX

Casi à la misma hora en que salía Jacinto de su


casa, llegaba, Octavio á la de Don Mauro.
EL joven Tenia agitada y visiblemente conmovi-
do; traía el rostro desencajado,:los ojos saliendo de
las òrbites, y su mirada era la de un febricitante.
No venia solo; Don Ignacio, el mayocdona© de¡
POR RAMON VALLE. 75

Apanindícuaro intentaba en vano seguir su paso apre-


surado, y el pobre viejo estaba también visiblemen-
te consternado.
Llegaron á la casa y entraron.
—Don Ignacio, espéreme vd. en el escritorio;
aquí tiene vd. la llave.
Este la tomó, y el joven subió con toda violencia
las escaleras.
Llegó á lo alto, y se detuvo ante un pesado por-
tón que le cerró el paso. Llamó con impaciencia y
fuertes golpes, y una antigua criada, única servidum-
bre de Don Mauro, acudió á abrirle, y él, sin hacer
caso del saludo de la viejecita, que mas bien pare-
cía; rogafiov se introdujo á las habitaciones.
Don Mauro envuelto en una ancha bata, se ha-
llaba muellemente sentado en un sillon, frente ¿ un»
mesa, y lomando muy despacio su nada frugal dé*
say uno.
— ¿Qué te trae por acá tan temprano f preguntó
perezosamente y volviendo á mojar el pan en el su-
culento canacas} siéntate.
— Seflor un asunto urgente.... ¡No «¿por
dónde comenzar!
— tPtra vez vuelves con tus malas noticiase Te
he prohibido que» me. hablaras de ellas, y de ningún
negocio, basta después de mi.matrimonio.
76 VIRGEN DEL VALLE,

— Yp quisiera callar, pero hay cosas....


— Sean las que sean, no me hables de ellas.
— Es que una contra-guerrilla ha incendiado á
Apanindícuaro.
Don Mauro paltó en el sillon, como impulsado por
un resorte y al caer de nuevo, se hallaba con la bo-
ca abierta, los brazos levantados horizontalmcnte, y
volviendo los ojos á todos lados.
— j Apanindícuaro incendiado 1
—Por haber hecho allí resistencia el general Ré-
gules. Los imperiales, después de tomarlas posicio-
nes, entraron á saco, quemando después el ingenio.
El pobre ex-propietario pasaba del color rojo al
blanco mate y temblaba como un azogado.
Octavio también temblaba, poseído de la fiebre.
Hubo un grave momento de silencio, y durante
él, puede asegurarse que Octavio era quien más sa-
fria.
— jEs decir que estoy arruinado! exclamó Don
Mauro levantándose violentamente de la silla y que-
dándose apoyado en la mesa, como si le faltara fuer-
za para separarse de tal apoyo.
—Tal vez no enteramente, eefior, pues aunque
es cierto que el pleito se ha perdido....
—¡Perdido el pleito! ¿qué dices!
POR RAMON VALLE. 77

— Como vd. me había prohibido que le hablara


de negocios.. ..
Don Mauro tomó al dependiente de un brazo y
lo apretaba convulsivamente. Casi no podia hablar,
pues tenia los dientes nerviosamente apretados, y
apenas con una voz cavernosa pudo exclamar:
—Y tú, ¿por qué" me obedeciste!
Con los ojos sanguinolentos fijos en el joven, pa-
recía querer devorarlo.
—Hay una esperanza añadió Octavio impasible;
en Apanindíeuaro debe haber tesoros enterrados.
— ¿Cómo lo sabesf ¿Quién te lo ha'dichot vo-
ciferó Don Mauro con mayor furor que nunca.
— Desde tiempo inmemorial deben allí existir,
pues al caer el ingenio, la chusma ha hallado una
gran cantidad de oro y plata. Eso se ha perdido, pe-
ro debe haber otras.
A estas palabras el anciano habia soltado el bra-
zo del dependiente, y una estatua de mármol no hu-
biera estado ni más inmóvil pi más blanca.
— ¡Desgraciado! gritó por fin con una voz ron-
ca y destemplada: j desgraciado de mil jEra mi te-
soro! ¡ Eso era mió ! j El fruto de mis afanes y da
toda mi vida ! j Toda, toda mi fortüiiji !
Diciendo esto¡í¿bl6 violentamente fü cuerpo, de-
jando caer la cabeza sobre una silla, la cual tocaba
78 VIRGEN DEL VALLE,

con la cara, que sehabia cubierto COD ambas manos,


y sollozaba, y lloraba, y decia palabras incoherentes.
Si no hubiera causado lástima, hubiera hecho reir
la figura del pobre viejo; apoyando los pies en el
suelo, con las piernas rectas y la otra mitad del cuer-
po formando escuadra y revolcando la cabeza sobre
el brocatel de la silla.
Octavio tenia las manos crispadas, la boca con-
traída y las miradas de tin loco. Sufría un tormento
que ni en el infierno puede tener nombre.
El joven estaba en pié, inmóvil, y con la vista
fija, el viejo haciendo las mas lastimeras contorsio-
nes y ensordeciendo, con roncos ahullidos la estan-
cia.
Otro personaje vino á aumentar el cuadro. Don
Ignacio entró y se acomodó en el asiento mas próxi-
mo á la puerta; cruzó los dedos de ambas manos, y
contemplaba la escena con los ojos mas compungi-
dos que podia.

XXI
Era cerca de, medio dia cuando Don. Mauro, Oc-
tavio y el mayordomo se eioontraban en el escri-
torio.
POR RAMON VALLE. ;•

El primero, sin haber salido del estado de agi-


tación en que se encontraba, pretendía saber por-
menores de la desgracia que sobre él habia caido.
En su semblante se conocía la turbación de su es-
píritu; lus venas de ambos lados de la frente se ha-
bían abultado, y se las veia latir; su respiración aho-
gada y entrecortada su voz. Un médico lo hubiera
creído amenazado de apoplegía fulminante.
Se había instruido de la catástrofe de Apanin-
dícuaro y de que en su contra se había sentencia-
do el pleito en última instancia, condenándolo en
las costas.
Don Mauro no quería que sus informantes guar-
daran silencio, y con palabras y ademanes los ex-
citaba á que continuaran.
Don Ignacio, dando á su voz «1 timbre ma» la-
mentable de que fué capaz, decia:
—Yo lo supe está mañana, pues hace ocho diás
estoy en Pátzcuaro, donde me ha detenido el se-
ñorito, pero hoy, muy temprano, llegaron Jostf
María y Nicola*, y me dieron la notícia. Todo
Perdido, sefior, todo perdido.
En el mismo instante, afiadió Octavio, era yo
despertado p©r Petronilo, que venia huyendo co-
mo los otros, y me dio la fatal noticia.
80 VIRGEN DEL VALLE,

—jYa basta! gritó mas bien que dijo Don Mau-


ro; retírense, déjenme solo.
Octavio salió.
—¿Y qué hace usted ahí? dijo al mayordomo;
|no ha oído que le he mandado salir?
—Señor, este papel.
—¿Qué papel? dijo.
Y se lo arrebató con violencia.
Era una comunicación de Carriedo, en la que so
prevenia que si para un dia señalado (y la fecha de
ese diá era el de la víspera del en que esto pasaba)
no estaban satisfechos, en Zamora, los 500 pesos
de malta, se duplicaria esta cantidad, poniendo en
prisión al dueño de Apanindícuaro, mientras no se
cubría esta última suma.
Este postrer ¿olpç, que debía acabar de abatir
al desgraciado anciano, produjo en él una especie
de reacción. Leyó atentamente el papel, y con voz
clara y pausada, exclamó:
—-Hoy, ni los mil pesos tengo. B#gan conmigo
lo que quieran.
POR RAMON VALLE. 81

XXII
Las amigas íntimas de Virgen habian acudido á
ver las hermosas telas y los aderezos enviados por
Don Mauro, pues hacia dias que era público el
proyecto de matrimonio.
Las mesas estaban cargadas de adornos, y los
vestidos extendidos sobre las sillas; las jóvenes
charlaban alegremente y hacian mil comentarios
sobre cada objeto, y habian obligado á D. Anto-
nio á envolver y desenvolver los lienzos y á dar su
opinion sobre modas y vestidos, en lo que él no era
muy erudito, pero se prestaba de buena voluntad,
por ver la alegría de su hija, que aumentaba á ca-
da instante con las equivocaciones del buen señor.
Por lo demás, su rostro manifestaba un vivísimo
contento, y no solo las ninas, sino él mismo pare-
cía haber vuelto á la primera edad.
Solo Magdalena estaba visiblemente contraria-
da, formando la sombra de aquel cuadro dé ani-
mación y alegría;
iY nò «abes,,Ameba, decía Virgen, tfie nog
vanioe*lí¿xw.of
Y yo no sé, anadia Don Atftomo, yo no sé pa-
82 VIRGEN DEL VALLE,

ra qué trajo la carretela desde allá, para volver á


llevársela.
—Si no es carretela, papá.
—;Cómo no? una hermosa carretela abierta.
—Se llama Vitoria, papá.
—Sea lo que sea, replicaba sin darse por venci-
do; ¡qué hermosa estará mi hija recorriendo los pa-
seos de la capital! mira, para la primera tarde
escoge este vestido.
—¿En qué piensas! Ni ese trage es á propósito
para en la tarde, ni ese peinado para ir en car-
ruaje.
Y se reian á mas no poder, y el mismo Don An-
tonio las aeompafiaba de buena gana.
Indefinidamente hubieran continuado en esas
hermosas pequeneces familiares, peFO la campana
de la Salud vino à interrumpirla conversación.
Se trataba de usa fiesta favorita de las ninas, y
de la que, por lo mismo, no- podían dispensarse.
Las amigas de Virgen se despidieron de ella,
manifarttado ardiente» deseo» por su felicidad; eat-
to erren voz alta, puea interiormente toda» a^teUn
del novio envidiando su riqueza.
Víngen q^edó «ola, pues en au* preparativo» te-
nia disculpa suficiente para no asistir al teaopjo, j
se encerró en su cuqrto.
POR RAMON VALLE. 88

Sacó un primoroso cajoncito de su costurero, y


convenciéndose de nuevo deque estaba sola y pues-
ta la aldaba de la puerta, lo abrió.
iQué joven no tiene ese pequeño mueble, archi-
vo de sus mas gratos recuerdos?
Una caja de sándalo, incrustada de concha y oro,
era el tesoro de Virgen.
Tomó una pequeña llavecita que pendia de su
cuello, y abrió el estuche.
Lo primero quo se descubrió eran unas cartas,
en cuyo sobre se dejaba ver la letra de Jacinto, se-
mejante á.uua litografía hecaa de prisa.
Virgen tomó un braserillo de plata, de los que
nuestros padrea acostumbraban poner en las raesaB
centrales para uso de los fumadores, el que estaba
sin duda preparado de antemano, y sentándose, lo
colocó sobre una mesa cercana, poniendo el estu-
che sobre sua rodillas. Después fué tomando una
por una las carta» y arrojándolas al fuego.
Lanía» parecía tener coucienciai deque estaba
cumpliendo una misión sagrada: parecía una sacer-
dotisa ofreciendo el boUwauatcv
8« levantó uo; huma negro y espeso, 1 así q*e
est»»» cowtuaUl*. fe primare, carta, ,io»¿ Ja ««fun-
da* J dwfHíefjQtw, y otra, harta qne noqnedó nior
gano.
84 VIRGEN DEL VALLE,

Entoiicea aparecieron varias flores marchitadas,


unos listones y otros pequeños objetos, prendas de
mejores (lias, y sin vacilar, pero sin apresurarse,
las arrojó también al brasero.
En el fondo del estuche estaba el retrato de Ja-
cinto. Virgen lo tomó y lo arrojó también en me-
dio de las brasas, pero repentinamente dio un grito.
—rjAh, no!
Y lo sacó del fuego, abrasándose las manos.
Se enjugó los ojos, de los que habian brotado si-
lenciosas lágrimas durante la operación; fué á la
puerta, puso un ojo en la cerradura de la llave pa-
ra cerciorarse de que nadie la veia, y sin embargo,
extendió un lienzo sobre el marco, para evitar mi-
radas indiscretas, que de ningún modo podia te-
mer, y cuantío se convenció de que estaba absolu-
tamente sola y de que nadie podia ser testigo de
sus acciones, se acercó á un tocador y arrojó el re-
trato en el agua. A poco tiempo, una hoja delgada
y fina que lo contenia, se desprendió del carton á
que habia sido unida.
Entonces quitó de su cuello un escapulario.
Ya se sabe lo que es un escapulario; se compo-
ne de dos listones, que por ambos lados rematan
en dos pequçfios cuadrito* de lienzo, á lo* cuales-
están cosidos.
POR RAMON VALLE. 85

Virgen oontempló la santa imagen que en lito-


grafía estaba sobre uno de ellos, y la besó, como
pidiéndole perdón por la acción que iba á cometer;
después, con sumo cuidado descosió el liston que
formaba un marco al rededor, y separó dos lience-
sitos, uno de los cuales contenia la imagen, y el
otro las armas de Aragon, bordadas en rojo.
Iba á colocar el retrato entre ambos lienzos pa-
ra unirlos en seguida, pero vaciló.
—jNo será una infidelidad la que hagol
Quedó pen8atÍTa durante algunos instantes; des-
pués, respirando fuertemente, se dijo:
—Al contrario; infidelidad fuera no hacerlo.
Y volviendo á coser el Kston, quedó el escapu-
lario como antes estaba, sin que pudiera nadie sos-
pechar que contenia un papel adentro.
Se lo puso al cuello, se lavó los ojos para borrar
las señales del llanto, y volvió á la saín.

XI1II
Magdalena y Don Antonio habían puesto en or-
den loa trage»; hablan guardado lo» aderezos, cada
uno es ua eatache; habiaa ©nruelto los listones,^
8
86 yiRGEN DEL VALLE,

en fin, habiau arreglado aquel caos que las ñiflas


dejaron al salir.
Cuando Virgen entró, ya no tuvo que ayudarles;
se sentó junto á su costurero, tejiendo una de esas
-pequeñas obras en las que tanto talento emplean
las jóvenes.
Magdalena se sentó á su lado, y comenzó el ser-
mon de circunstancias, el sermon que las madres
raras veces dejan de predicar á sus hijas en tale6
casos.
Don Antonio se fingió distraído, mientras daba
cuerda y arreglaba el gran reloj dé la sala.
La joven no apartaba los ojos de su labor; là ma-
dre á cada paso se veia embarazada para terminar
alguna frase comenzada, y Don Antonio habia aca-
bado por descomponer el reloj.
Este cuadro permaneció así por largo rato, y no
•c deshizo sino por la llegada de Don Mauro.
Su excitación habia pasado; pero en la palidez
de sus megillas, en 6us labios contraidos por un
•continuo esfuerzo iuterior, y en loa velados ojos del
anciano se dejaba ver que sufria horriblemente.
Don Antonio salió 4 reeibirlo con goao, pero és-
te ge heló al contemplar el ademan de su amiga
Bin taludarle, lo detuvo coa una sella, é incÜDÁa-
POR RAMON VALLE. 87

dose en silencio ante las sefloras, fué á ocupar un


sillon, no muy lejos de ellas.
Magdalena vino á colocarse á su lado, y en fren-
te de ellos ocupó un asiento Don Antonio.
Virgen no abandonó el suyo ni interrumpió su
labor.
—Tengo que decir á usted grandes cosaíj mi
amigo .
—Sí, es natural; en estas circunstancias
—Muy graves, y es inútil buscar rodeos: estoy
arruinado.
A estas palabras, Virgen dejó caer la primorosa
cinta que iba tegiendo, y el gancho y el hilo, y
se quedó mirando fijamente á Don Mauro.
Don Antonio se levantó como impulsado por un
resorte, y permaneció inmóvil, de pjé\
Solamente Magdalena fio se alteró.
—{Arruinado!
—Completamente, mi amigo. El pleito perdido,
el ingenio incendiado, mi tesoro, mi caudal, roba-
do. Deseo que me preste usted mil pqgos para evi-
tar ir á la cárcel.
—iPero todo eso es cierto?
Don Mauro refirió brevemente las desgracias de
q«e había sido victima; apenas pudo con voz apa-
88 VIRGEN DEL VALLE,

gada terminar su relación, y próximo estuvo á des-


mayarse.
—¡Madre mía! exclamó Virgen arrojándose en
los brazos de Magdalena: Dios no ha aceptado mi
sacrificio y ¡cuánto rae costaba fingir!.. . . .
¡Quería salvar á mi padre, aun á costa de mi
amor!

HBLICTFCA NACWMIL
EPILOGO.

Al pié de una montafia se extiende el pueblo de


X
jQué tríate es el aspecte que presentan sas ca-
lles rectas, sus casas de madera, sus tejados ceni-
cientos y sus alrededores sembrados de pinos!
Ruido ninguno interrumpe la monotonía y la
tristeza: el mismo viento parece que pasa de prisa,
para llegar cuanto antes á mejores regiones.
No lejos del pueblo, bajo una sombría bóveda de
pinares y sobre la amarillenta alfombra que forman
las hojas desprendidas, está sentado un hombre.
iQué aspecto tan extraño! Es un joven de cabe-
llos blanco».
O mas bien, con más propiedad, es un anciano
de veintiséis aflos.
00 VIRGKN DKL VALLE,

Su tez marchita, sus ojos hundidos, sus megillas


sin vida, su cabeza constantemente inclinada sobre
el pecho, revelan al hombre que sufre: el remordi-
miento se trasparenta en su rostro y en sus acti-
tudes.
¡ Es un criminal!
Ootavio se acusaba constantemente de haber abu-
sado de la confianza de su protector, por hacerle
crecer que estaba arruinado. El pleito se había sen-
tenciado á su favor y él le habia hecho creer que se
habia perdido; el ingenio de Apanindícuaro se ha-
llaba floreciente, y é\ habia afirmado su destrucción ;
Octavio sabia que Don Mauro ocultaba allí un teso-
ro y habia inventado una fábula; por fin tenia ase-
gurada 6u fortuna, y el dependiente le habia hecho
convencerse de su ruina. Se habia valido como de
instrumentos ciegos, de dos girvientes del úigenio,
que nada comprendieron del embrollo, sino que ga-
naban una buena propina, y el mismo Don Ignacio
fué perfectamente engañado. De todos los males que
el propietario creyó tener sobre sí, uno se lo no era
imaginario, la multa impuesta por loe imperiales.
Octavio sufrió horriblemente al poner su plan en
ejecución, pero habia sospechado el sacrificio de Vir-
gen, ó mas bien lo habia adivinado don esa intuición
de la que Bolo 1O« grandes carillos po^ea el «eçreto,
POR RAMON VALLE. 91

y habia logrado salvar á Jacinto y á su amada


pero sin descanso lo devoraba el remordimiento.
En su concepto, él ya no era UH hombre honra-
do y se creia indigno de la amistad que tanto le de-
bia.
| Y PÍ á lo menos Jacinto hubiera sabido su sa-
crificio, y todo lo que le babia costado obrar mal !
pero aquel secreto habia quedado entre Don Mauro
y él
Era un gran criminal, en su opinion, que no te-
nia siquiera el consuelo de los grandes criminales:
el arrepentimiento.
No; él no se arrepentía de lo que habia hecho y
mil veces colocado en las mismas circunstancias, hu-
biera obrado del mismo modo mil veces.
Solo, aislado, habia pasado un ano en aquel mi-
serable pueblo, y esa soledad, y ose aislamiento na
solo eran efectos morales de su situación interior,
eran también, y esto era lo peor, necesario resul-
tado de su posición, pues en Cheran casi nadie en-
tiende el español, y Oetavio no comprendía el ta-
rasco.
Y aunque lo hubiera comprendida, iqué sociedad
le •frecian aquellos desgraciado» seres á quienes se
ka acostumbrado á eonsiderorae cerno dotados de
M VIRGEN DEL VALLE,

El corazón necesita cultivo, como las plantas más


delicadas, y el espíritu, sin él, languidece y pierde
sus más nobles cualidades, y el cultivo del espíritu
y del corazón lo dá solamente la sociedad.
De mi misma opinion han sido algunos filósofos,
que han definido al bombre: un ser social; pero es-
ta definición no es completa, pues falta u n a . . . co-
mo diria un lógico; y el lógico que lo dijera tendría
en decirlo razón, pues la sociabilidad del hombre en-
vuelve la idea de sociabilidad con la mujer.
Pues bien, en Cberan no bay mujeres.
Entiéndase bien el sentido de esta palabra.
Las mujeres que.no han entrado á la civilización,
carecen de los atractivos que en otras condicionea
son el atractivo de su sexo.
Según Dumont-Durville, las mujeres de Áfri-
ca nada tienen de agradable, y las indias de Cho-
ran se hallan tan cerca del estado primitivo, como
los habitantes de la Polinesia: todas se parecen en-
tre sí; se diria que son retratos unas de- otras.
Su vestido, por lo demás, es peor aún que el que
el citado viajero nos describe en las mujeres de Ma-
nado. Usan solamente un lienzo azul que les dava-
lías vueltas alrededor do la cintura, sostenido pot
ana tosca banda roja, de color subido, y completa
el vestido una pieza que no se sabe si quiere sew»-
POR RAMON VALLE. 08

misa ó blusa, de grosero género blanco; las más aco-


modadas, traen una especie de schal azul doblado
es la cabeza, con las puntasflotantesen la espalda.
El mirar de todas es hurafio, su carácter áspero y
desconfiado para los que no son de su raza. No se
trata de culparlas ni menos de denigrarlas, pero res-
póndeme lector, y sobre todo tú, lector joven : ¿qui-
sieras vivir ahí?....
Por lo que á mí toca, sé decir,- que hallándome
en la Sierra de Michoacán, tentado estuve de asen-
tir á la opinioa de M. de que distinguía el
sexo femenino en hembras,raujereBy sefloraa.
Es injuriosa en alto grado para la humanidad tal
clasificación, pero à ser cierta, el pobre Octavio no
encontraba* á su alrededor mas que hembras.
El dia que lo encontramos, repasaba como todos
los dias sus recuerdos, y sin que ello notara, abun-
dante llanto rodaba por sus mejillas.
Después de algun tiempo, y cuando ya el sol se
habia ocultado en e l horizonte, levantó la cabeza, se
pasó la mano .por los ojos, los levantó al cielo, y con
una triste sonrisa, se dijo en voz alta :
— A l o menos tí. es feliz.
8« létantó,' y con un paso mar apresurado que de
costumbre se volvió al pueblo, regocijado por aquel
04 VIRGEN DEL VALLE,

pensamiento que el buen Dios le había enviado en


medio de su aflixion.

II

Para imaginarse lo que es Uruapan, basta recor-


dar aquellas pinturas que en nuestra infancia nos
hacian del Paraíso y la idea que entonces teníamos
del Edcn.
Los árboles no esperan acabar de despojarse de
sus frutos para producir las nuevasflores;aun no se
sufren las molestias de Tierra Caliente y ya se goza
de sus ventajas.
Los naranjos, de frutos mas dulces, que la miel;
los chirimoyos, cuyo azahar produce el mejor de los
aromas; los cafetos, de hojas tan brillantes cómo el
raso; las copadas tzirandas, abrumadas por los nidos;
el gigantesco mamey, y los plátanos de mil agrada-
bles variedades; todos los frutales, en fin, y todas las
flore», se reúnen allí como en el canastillo de boda
de la primavera.
El Cupatitáo, "ño de cristal,'' corre jugaado y
mormurando bajo las sombras de 1« platanares ó
del perfumado floripondio. El sol debe gocar alilu-
minar cuadro tan bello.
POR KAMOX VAL·LK. 95

A la orilla del rio hay una casita de agradable as-


pecto; sin duda que sus moradores deben amar á la
naturaleza y gozar de la dulce paz del corazón, pues
el jardincito revela alegría y bienestar; las aguas
corren jugando, las flores perfuman, los pájaros can-
tan.
Por una ventana que dá á este jardin, se descu-
bre el aposento principal de la casa, los muebles eon
modestos, el suelo sin altombra ostenta los ladrillos
rojos y limpios, las puertas carecen de cortinas, pe-
ro el lujo que no hay, deja ver claramente, en cada
pormenor algun incidente de los goces domésticos.
Una mesa cargada de papeles revela al hombre
que trabaja; una máquina de coser y una canastilla
de labor, denuncian la presencia de una mujer que
se consagra á la felicidad de su casa.
En aquel aposento hay más, hay una cuna.
¡Ahí hay una madre!
Junto á la mesa de trabajo y escribiendo violen-
tamente, estaba Jacinto.
Se diria que habia rejuvenecido- la dicha suave
y tranquila que gozaba, habia impreso en su rostro
cierto sello de bondad y de juventud, y 6us ojos re-
flejaban la serenidad de su alma
Fué interrumpido por Virgen, que entraba con
un nifio en los brazos.
96 VIRGEN DEL VALLE,

Se acercó al joven padre, le arrancó con dulce


violencia la pluma de la mano, y lo obligó á estar
atento, mientras le referia una nueva gracia que
habia descubierto en el angelito.
Jacinto, impaciente al principio, acabó por im-
primir un beso en la frente de Antonio.
El nifio se sonrió, y es que el beso de un padre
debe ser una bendición de Dios, y que los nifios
deben saber lo que pasa en el.cielo.
Virgen lo colocó sobre las rodillas de Jacinto,
mientras ella arreglaba un lío de ropa de infante
que traia debajo del brazo.
—Pero ¿piensas no dejarme escribir hoy, como
ayerl
—No me lo digas á raí; esa reconvención dirí-
jesela á Antonio.
—Es que necesito concluir ahora.
•—Pues mándalo 4 jugar al jardin.
Esta salida original, tratándose de un nifio de
trea meses, hizo que Jacinto prorumpiera en una
sonora carcajada, hilaridad en que lo acompafió su
esposa.
—Pues ahora no tengo quien me ayude, conti-
nuó ésta sin dejar el trabajo emprendido; mi padre
no está a q u í — .
POR RAMON VALLE. 97

—¡Ah! y se rae olvidaba; aquí hay una carta


suya.
—¡Y DO me lo habías dicho!
—Aquí está. Se ha vendido bien el maíz en Ta-
retan, y se nos concede un plazo para el pago del
arrendamiento de las tierras.
—¡Qué bueno c8 Dios!
41 sabes? nuestro padre parece mas contento
de labrador en pequeño, que de comerciante por
mayor.
Sí, se aviene más con su carácter. 4Y m te
dice cuándo vendrai
is o, pero yo lo espero pronto. ¡Si vieras có-
mo extraño su presencia! pero ¡ya se ve!
¿quién no está contento al lado de Don Autonio?
¿Acabaste? Turna al niño y llévatelo, pues tengo
qué* hacer.
—¿Pues no te hallas tan contento al lado de don
Antonio?
¡Alma mia! dijo besando á aquel pequeño don.
¡Y cuánto me alegro, Virgen, de haber aceedido á
ponerle el nombre de tu podre!
—Yo quería que llevara el t u y o . . . .
—Sí, me acuerdo de tu decidida, oposición & que
le-UwoáiHuno*: Octavio.
—Ya ves si tuve razón. T ú me decías que Qo-
10
08 VIRGEN DEL, VALLE,

tavio era un amigo que te quería tanto me


pintabas de tal modo su cariño y ya ves, ni
siquiera se acuerda de nosotros.
—¡Qué quieres! Ya veo que su carácter es un
poco variable, inconstante pero el presente no
borra el pasado. ¡Era mi verdadero amigo!
—¡Amigo verdadero, y cambia! Eso es ana con-
tradicción.
—TA varías, luego no eres la verdad, exclamó
sentenciosamente Jacinto.
—Al principio lo esperabas constantemente, pro-
siguió Virgen, que no habiendo leido á Bossuet, no
podia apreciar la alusión; yo siempre te decia què
no había de venir.
—Trabajóme costó convencerme de ello
no podia Creerlo
—No querías creerlo.
En este momento un perrito de raza inglesa
pur-sang entró á la sala, haciendo mil caricias á
ambos esposos.
—¡El July! exclamaron los dos; [quién lo trajot
¿habrá venido nuestro padret
—Buenas tardes, hijos mios, les respondió Don
Antonio entrando en ese momento.
Jacinto y Virgen se levantaron á abraíar al an-
ciano.
POR RAMON VALLE. 9»

—¿Cómo no oímos llegar la carretela?


—Me bajé en la calle inmediata, pues me acom-
pañaba el señor cura, y el carruaje fué á dejarlo á
su casa: Jacinto, te traigo buenas noticias.
Ya me las habia anunciado usted en su carta.
¡Ah! y ahora que dices carta, aquí está esta.
—¡DeTaretanî
—No sé, yo no la traje; un mozo qua llamaba á
la puerta me la entregó cuando yo entraba.
La tomó JaciHto, y no sin trabajo podo abrirla,
pues el July brincaba.continuamente sobre sus ro-
dillas.

III

Un perro que se manifiesta contento, an tiesto


de flores bien cuidado y un gato familiar con todaa
las personas de la casa, indican que los dueños, tie-
nen buen corazón.
Quien ama á las flores ó á los animales, amará
má* á les hombres.
Atàar á4aa flores y cariño á los animales,- indi-
ca» caridad,- arinque Wen pudieran éttatttí como
una excepción á las solterona», pero hay que con-
100 VIRGEN DEL VALLE,

venir en que si no son caritativas, motivos les so-


bran para ello.
Kl July, en cuyos ojos se leia la inteligencia po-
sible, era el favorito de Don Antonio. El buen vie-
jo habia vuelto á la niñez, y el animalito era su cons-
tante compañero.
Pocos (lias después de llegar á Urunpan se lo ha-
bían regalado, y como habia nacido en el mea de Ju-
lio, le puso este nombre que recordaba la fecha de
su establecimiento en aquel eden, donde todos eran
tan telices; pero Virgen no hubiera permitido que
llevara el nombre de un santo del calendario, y por
esto le llamaban cu idioma extranjero.
Aquella dichosa época comenzada hacia un año,
parecía prolongarse indefinidamente, y cd bienestar
material iba todos los dias en aumento.
Dios habia bendecido los trabajos de los nuevos
labradores y el porvenir les sonreía.
Una sola pena se abrigaba en el corazón de Ja-
cinto, y consistia en haber perdido, 6cgun creia, aque-
lla amistad de sus primeros años, y que él habia so-
nado eterna.
La ausencia y las ningunas noticias de Octavio,
parecían haber enfriado su cariño, pero se conmo-
vió knmckmeote al leerla carta que Don Antonio le
habia entçeçaijo. Era d e á l
POR RAMON VALLE. ió:

Esto bastaba para producirle fuertes emociones,


pero su coutenido las avivó de manera que al catar
leyendo vacilaba como un ebrio, y al fin tuvo que
sentarse.
•Octavio le decia que al dia; siguiente al de la fer
cha llegaria á Uruapam, esta fecha era la del dia an-
terior. El que Ja traía de Cberan se habia. detenido
mochas horas en una población intermedia, demu-
do que Octavio no tardaria en llegar.
Otra gravé noticia conmovía al joven, Aquella en-
trevista, decía «u amigo, seria BU eterna.despedida.
Marchaba para Europa, de donde no pensaba voir
ver.
Todas las memorias de los pasados afios acudie-
ron en tropel á la imaginación de Jacinto. Aque-
llos dolores y aquellos placeres que compartieron ;
su juventud, que corrió unida; todos los dias de su
anterior existencia, en fin, vinieron, encendidos, À
asaltarlo.

Ya era muy entrada la noche cuando Octavio lle-


gó á la casa de Virgen y Jacinto. Delante de ella,
que no lo conocía siquiera, y en presencia de Don
Antonio, la entrevista tuvo que ser glacial.
En ella no mediaron sino aquellos ofrecimiento*
103 VIRGEN DEL VALLE,

vulgares y aquellas.frases sin real significación, que


entre extraños en tales easos se acostumbran.
Octavio no quiso detenerse, pues le era preciso
llegar á Pátzcuaro antes de la madrugada para to-
mar la diligencia, llegar á Morelia y seguir inme-
diatamente para México sin perder un dia, para es-
tar en Veracruz antes de la sslida de] paquete.
Abrazó á su amigo, saludó ¿ Virgen y al anciano,
y salió.
Al pasar por el jardin, el July grufió á su paso y
lo fué siguiendo hasta la puerta, ladrando y en ade-
man hostil.
Octavio era un extraflo en aquella caBa, á la que
habia llevado la felicidad.

COLECCIÓN GENERAL
G 808.8 MIS.1

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