Feldman D. Cap.5 La Evaluacion
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Capítulo V
La evaluación
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to tiene algún derecho para decidir cosas que los jóvenes deberán adquirir para su
vida. Éste no es sólo un problema de las escuelas. Toda sociedad conocida estable-
ció conocimientos, destrezas y disposiciones que los jóvenes debían adquirir du-
rante su preparación para, luego, formar parte del mundo adulto. Nuestra socie-
dad realiza esta preparación principalmente en el sistema escolar. La expresión de
nuestras intenciones educativas tiene un sencillo correlato. Si esto es lo que pre-
tendemos ¿en qué medida lo estamos logrando? ¿deberíamos tener algún medio al
alcance para saber si las importantes intenciones educativas de las escuelas son
realizadas? Si se considera que estas intenciones educativas están directamente
ligadas con el desarrollo del mundo en que vivimos y que no resultan accidentales,
sino centrales para su existencia y mejora, parece casi inevitable dar una respuesta
positiva. Este es un primer motivo: las acciones de enseñanza tienen tal importan-
cia social que el hecho de evaluar está vinculado a la importancia otorgada. Pero
no es el único.
En la sala de clases todo profesor planifica ciertas realizaciones: resolver una
tarea, analizar un problema, organizar información, diseñar un proyecto, compro-
bar una hipótesis, debatir un conflicto, establecer relación entre dos series de he-
chos, comparar casos para buscar elementos comunes, conocer una teoría, inven-
tar un concepto, obtener datos de libros o material informativo, organizar un gru-
po pequeño, realizar obras en diferentes lenguajes. La lista puede continuar. En
cualquier concepción no directa de la enseñanza42 se aceptará que estas activida-
des y producciones permiten que los alumnos «aprendan algo». Tanto desde el
punto de vista del profesor como desde el del alumno, es necesario tener algún
conocimiento acerca del éxito o la pertinencia de las actividades emprendidas. O
sea, poder evaluar el resultado de la tarea realizada. En el caso del profesor, para
organizar su intervención, planificar los cambios y modular la ayuda que preste. En
el caso de los alumnos, porque el conocimiento acerca de la pertinencia y la direc-
ción de los propios esfuerzos es un elemento de enorme importancia para mante-
ner la tarea en marcha y realizar las adecuaciones necesarias. En el caso del siste-
ma, para asegurar el cumplimiento de requisitos que permiten el paso de los alum-
nos en los distintos niveles.
Según lo anterior la evaluación forma parte integrante de la acción porque la
consideración del resultado de las acciones es el elemento que permite darles di-
rección y, si se permite el término, eficacia. Entre los pedagogos la idea de eficacia
quedó muy relacionada con algunas tendencias pedagógicas vinculadas a lo que
se conoce como «tecnología instruccional o, directamente, tecnicismo. Sin embar-
go, los seres humanos procuran y necesitan conducir con eficacia sus acciones para
poder resolver los problemas que enfrentan de una manera adecuada y con una
inversión razonable de recursos, energía y tiempo. Gran parte de las vidas huma-
nas consisten en producir o alcanzar ciertas metas. Por eso es necesario juzgar la
capacidad de las acciones emprendidas de alcanzar las metas propuestas y, así,
poder dirigir, modificar o mantener los esfuerzos. Los seres humanos son
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cia y el vestibular, en el Brasil, que median el paso entre el nivel medio y la universi-
dad en esos países).
43 La cursiva es mía.
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ción. Perrenoud, 1999a: 103.) Tampoco cree que se deba asociar con un tipo espe-
cial de intervención pedagógica. «Se puede ayudar de muchas maneras a los alum-
nos y lo que se debe procurar es una ampliación de las intervenciones.»
Por último queda una importante pregunta: ¿La evaluación constituye una acti-
vidad de tipo diferente o un énfasis distinto en el continuo de la actividad? Segura-
mente, la respuesta varía según sea la función que se enfatice. Por ejemplo, desde
el punto de vista de la función formativa, la evaluación es un momento de la activi-
dad escolar que se distingue más por la dramatización de la situación que por las
tareas realizadas (Perrenoud, 1999ª: 41). Probablemente, las funciones sumativas
o certificativa requieran momentos diferenciados. No es una cuestión de solemni-
dad. Hace, entre otras cosas, a la mayor transparencia del proceso cuando se po-
nen en juego decisiones de orden social.
De lo anterior puede concluirse que la evaluación cumple, simultáneamente, di-
versas funciones. Por un lado, cumple una importante función con relación al apren-
dizaje. La mayoría de las teorías que hoy se aceptan piensan en el aprendizaje como
una serie de aproximaciones sucesivas y de realizaciones más o menos exitosas. Es
difícil encontrar quien sostenga una posición binaria, tipo «todo o nada», con rela-
ción al aprendizaje. Más bien, se tiende a aceptar que el aprendizaje implica (en
cualquier tipo de camino que se elija) un conjunto de esfuerzos que acercan al
aprendiz al dominio de cierto conocimiento o de ciertas capacidades. En cualquier
proceso de este tipo, el conocimiento del avance de los propios esfuerzos tiene
gran importancia. La evaluación que es, en gran medida, un proceso de informa-
ción y establecimiento de posiciones con relación a un sistema de criterios o de
parámetros, puede ofrecer el conocimiento necesario para adecuar los esfuerzos
y redireccionar la tarea.
La evaluación también permite regular el sistema de enseñanza: tanto por la
información sobre el avance de los alumnos, como por dar información sobre el
propio proceso de enseñanza y su adecuación a los propósitos fijados. Como parte
de un sistema formativo la evaluación relaciona y articula las características de los
alumnos y las del sistema de enseñanza. En algunos casos asegura que las caracte-
rísticas de los alumnos correspondan a las exigencias del sistema de enseñanza.
Esto lo hace tanto con evaluaciones de tipo pronóstico (como las que se utilizan en
entrevistas de admisión o de orientación) como en evaluaciones finales tendien-
tes a la certificación de conocimientos o capacidades de los alumnos. En otros ca-
sos, la evaluación asegura que la enseñanza corresponde a las características de
los alumnos. Mediante evaluación en proceso se adaptan las actividades, el tipo de
tareas o su ritmo para adecuarlas al aprendizaje de grupos particulares de alum-
nos. Por supuesto, estas dos funciones pueden combinarse en un mismo curso.
Por último, es importante señalar que todo proceso de evaluación del aprendi-
zaje apunta, simultáneamente, en varios sentidos. Esto es así, porque al evaluar el
aprendizaje se ponen en cuestión otras dimensiones. En primer lugar, la enseñan-
za y el desempeño del profesor. Como ya se vio en el Capítulo II, según el enfoque
al que se recurra varía el grado de responsabilidad que se le adjudica a la enseñan-
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za sobre los resultados de aprendizaje de los alumnos. Pero en cualquier caso siem-
pre se acepta que tiene una importancia considerable. De modo que evaluar el
aprendizaje también es una manera de evaluar la propia tarea. Puede decirse que
al evaluar el aprendizaje se analiza también el desempeño del docente como ense-
ñante, el propio plan de trabajo e inclusive las prácticas de evaluación.
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45 Puede verse el trabajo completo de Jean-Marie De Ketele, Observar para educar, en particular el
punto 4 del capítulo 3: «Los principales tipos de ítems» (1984: 52-80).
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46 El enfoque de objetivos llevó a la propuesta de la pedagogía dominante, a partir de los años cincuenta,
que procuraba la individualización para el avance de cada alumno y se basaba en la combinación de
varios elementos. Primero, una adecuada planificación, sistemática y jerarquizada, de los objetivos de
aprendizaje. Segundo, la graduación del nivel de dificultad, provista principalmente por material
instruccional. Por último, una adecuación del ritmo de trabajo y del tiempo disponible a las capacidades
individuales. Se suponía que, de esta manera, la mayoría de los alumnos estaría en condiciones de
alcanzar un nivel aceptable de cumplimiento de los objetivos.
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6. La calificación
La calificación es una decisión muy frecuente que se toma mediante evaluación
escolar. También es una de las decisiones de más importancia en la vida de profe-
sores y de alumnos. Todos coincidirán en que la calificación es la expresión de una
valoración del desempeño de un alumno. Pero ¿qué expresa exactamente? Contra
la extendida y temprana pretensión de considerar la calificación como una medi-
da, hoy es difícil aceptar que las prácticas de evaluación escolar constituyen actos
de medición47. La calificación, a diferencia de una medida, no expresa una dimen-
sión sino un conjunto variable de dimensiones. Un examen, en ese sentido puede
ser evaluado, pero no «(...) en el sentido de medirlo, sino de apreciarlo en referencia
con una escala de valor. (...) La calificación sería un medio para resumir apreciaciones
de naturaleza diferente a fin de comunicarlas a un alumno» (Amiguens y Zerbato-
Poudou, 1999: 163).
La calificación es una síntesis de la diversidad de dimensiones que componen un
producto o una actuación. Pero no es demasiado informativa acerca de cómo se
compuso. Es justamente esa composición la que expresa las reales capacidades
supuestamente evaluadas. En el peor de los casos, la calificación expresa una im-
presión general, poco apoyada en información fiable y en análisis sistemático. En
el mejor, la calificación expresa la asignación de un valor promedio en un conjunto
posible y, en ese sentido, ofrece solo una parte incompleta del análisis que la eva-
luación representa.
La calificación, entonces, es una expresión limitada de un rendimiento educati-
vo. Sin embargo resulta necesaria, dentro de sus límites. Fundamentalmente, en
relación con la función certificadora de la evaluación. Y esta función mantiene su
vigencia en todos los niveles del sistema de educación escolarizada. La evaluación
educativa y sus resultados no son hechos privados. Forman parte de prácticas pú-
blicas que implican acreditación y comunicación: a los estudiantes, a los padres, a
la comunidad, a autoridades o a instituciones con los cuáles los estudiantes
interactuarán en el futuro.
Con independencia de la discusión sobre su carácter, puede concordarse en que
la calificación expresa valores que se distribuyen según algún tipo de escala. No es
lo mismo un «aprobado-desaprobado», que una escala conceptual, por letras o
numérica. Todo sistema de calificación recurre a un tipo de escala. Es importante
conocer sus fundamentos, porque las escalas permiten, o impiden, distinto tipo de
operaciones entre sus valores. Por ejemplo, la habitual realización de promedios
que forma parte de los requerimientos administrativos que, en ocasiones, fuerza
las escalas en las que están expresadas las calificaciones (el bien +, por citar un
caso). También dejan en evidencia que, cuando se utilizan escalas ordinales numé-
ricas, el promedio no puede ser interpretado de manera literal: un «4» no quiere
47 Sobre el tema puede verse en Amiguens y Zerbato-Poudou (1999) el capítulo VII: «Medir, calificar,
evaluar ¿es lo mismo?».
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decir que el alumno sepa la mitad de «8». Sobre sistemas de calificación el lector
interesado encontrará trabajos muy informados48.
48 Respecto de este tema, puede consultarse, por ejemplo, el claro y completo trabajo de Alicia Camilloni
«Sistemas de calificación y regímenes de promoción», En Camilloni, A., Celman, S., Litwin, E. y Palou de
Maté, M., La evaluación de los aprendizajes en el debate didáctico contemporáneo, Buenos Aires, Paidós,
1998.
49 Su interesante texto «Las apreciaciones personales del profesor» no fue publicado y circuló como
mimeo.
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ticas, influidas por algún tipo de creencia o juicio previo, que actúan sobre el tipo
de información priorizada y sobre la valoración que cada profesor realiza de esa
información. Por ejemplo, el «efecto de halo» consiste en evaluar un aspecto en
función de la impresión personal general sobre el individuo. A la inversa, «la hipó-
tesis de la personalidad implícita» se basa en algún rasgo que se generaliza a los
demás desempeños. También se verifica como causa de distorsión en las aprecia-
ciones la primacía de la primera o de la última impresión y, lo que se dio en llamar,
«la ecuación personal del profesor», que sintetiza una tendencia valorativa gene-
ral personal que impulsa a ser riguroso o benevolente.
La función que tenga una práctica evaluativa también modifica los modos de valo-
rar. Lo jerarquizado cambia. Como señalan Amigues y Zerbato-Poudou: «El trabajo
del maestro que evalúa tareas en su clase no corresponde al del mismo maestro que las
califica después de un examen» (1999: 216). Es muy probable que en un examen con
propósitos de certificación se pondere más el nivel. En las calificaciones otorgadas
en el curso de la clase es posible que el esfuerzo o el avance de un alumno sean muy
tenidos en cuenta con independencia del nivel alcanzado en ese momento.
Hasta ahora se mencionaron sesgos introducidos en la apreciación del evaluador
como efecto de diferentes factores: serie de corrección, tendencia a la normaliza-
ción, propósitos, creencias. ¿Puede eliminarse su influencia? Probablemente, no,
salvo que se utilice únicamente instrumentos objetivos. Por lo que ya se vio tal
homogeneidad parece desaconsejable habida cuenta de la diversidad de propósi-
tos de las prácticas evaluativas. ¿Entonces? ¿Hay que asumir que, inevitablemente,
distintos sesgos perturbarán la capacidad de apreciar los resultados de los alum-
nos? Quizás influirán, pero pueden ser controlados de varias maneras. La primera
es, simplemente, conocerlos. Por lo tanto, hacerlos pasibles de reflexión cuando
se analizan las propias prácticas. También pueden utilizarse recursos técnicos. El
primero, y más importante quizás, es la clarificación de los criterios. También pue-
den controlarse los efectos de orden y contraste modificando el orden en el que se
corrige y se revisa. Por ejemplo, cuando uno trata de constatar si dos pruebas de
«6» o tres de «8» son más o menos equivalentes entre sí. Se puede corregir una
pregunta de cada prueba en un orden y, luego, otra en otro orden. Claro, se nece-
sita realizar al final una lectura completa de cada examen para tener una imagen
de conjunto. La recurrencia a pautas de corrección o cuadros de corrección, ayuda
a revisar cada prueba con un esquema relativamente equivalente y a sistematizar
también la información proveniente del análisis. La elaboración de estas pautas se
basa en una desagregación de los elementos principales que debería contener la
respuesta o de los criterios a los que debería atenerse. Y siempre está el recurso de
la lectura y el comentario por más de un evaluador. Se trata de un mecanismo
difícil de utilizar en las condiciones normales de desempeño docente; sin embar-
go, es uno de los recursos más importantes para el esclarecimiento de pautas. Per-
mite una progresiva mejora en las apreciaciones y un incremento de las variables
consideradas, aunque solo sea por la convergencia de distintas miradas. En mu-
chas ocasiones, alcanza con el comentario y el debate sobre algunos casos bien
elegidos. La discusión sobre esos casos suele sistematizar elementos de importan-
cia y valor para el resto del trabajo y de otros procesos de evaluación.
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