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Caputo, C,, Qué Es La Modernidad

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material de cátedra

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

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SOCIEDAD,
CULTURA Y
PODER
REFLEXIONES SOBRE
TEORÍA SOCIAL

Marcelo Raffin
director

Dan Adaszko, Laura Alés, Cecilia Caputo, Gabriela Flaster, Omar


Darío Heffes, Adrián Melo, Karina Mouzo, Alejandra Pagotto,
Graciela Pozzi, Marcelo Raffin, Silvia Severini, Claudia Teodori

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

La emancipación de la razón : una aproximación a la teoría del Estado / Oscar García


... [et.al.] ;
coordinado por Oscar García. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Eudeba,
2013.
172 p. ; 23x16 cm. - (Material de cátedra)

ISBN 978-950-23-2175-2

1. Política. 2. Enseñanza Universitaria I. García, Oscar II. García, Oscar, coord.


CDD 320.711

Eudeba
Universidad de Buenos Aires

1º edición: abril de 2016

© 2016, Editorial Universitaria de Buenos Aires


Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires
Tel: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar

Diseño: Alessandrini & Salzman

Impreso en la Argentina
Hecho el depósito que establece la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en


un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio,
electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo del editor.

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Índice general

Prólogo.......................................................................................... 7
Marcelo Raffin

Primera Parte. Modernidad, capitalismo y subjetividad................11

Capítulo I. ¿Qué es la modernidad?........................................... 13


Cecilia Caputo
Capítulo II. Tiempo de cine: la historia entre imágenes............ 37
Gabriela Flaster
Capítulo III. Fetichismo y neoliberalismo: subjetividad y
capitalismo tardío ...................................................................... 71
Omar Darío Heffes

Segunda Parte. La producción del pensamiento sociológico........89

Capítulo IV. Sociología y producción de conocimiento


científico...................................................................................... 91
Dan Adaszko
Capítulo V. Sociología, complejidad y transdisciplina..............121
Claudia Teodori
Capítulo VI. Los primeros tiempos de la Sociología
en Argentina.............................................................................. 133
Silvia Severini

Tercera Parte. Variaciones sobre la teoría del poder


y la dominación........................................................................... 147

Capítulo VII. Marx, la literatura, las historias.......................... 149


Adrián Melo

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Capítulo VIII. Biopoder. Algunas consideraciones


acerca de la relación saber, poder y vida.................................. 167
Graciela Pozzi
Capítulo IX. Saber-poder en Michel Foucault.......................... 185
Laura Alés
Capítulo X. ¿Qué son las sociedades de control?..................... 197
María Alejandra Pagotto

Cuarta Parte. Lo simbólico y lo imaginario en las


relaciones humanas.................................................................... 219

Capítulo XI. Introducción a la teoría de Pierre Bourdieu........ 221


Marcelo Raffin
Capítulo XII. La teoría de los campos de Bourdieu: una
aproximación a partir del estudio del arte y el periodismo.....233
Karina Mouzo

Sobre los autores.......................................................................245

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Prólogo

Este libro reúne una serie de estudios que pretenden dar cuenta
de algunas problemáticas y ejes temáticos fundamentales que cruzan los
distintos saberes sobre lo social y que se reproducen recurrentemente en
cada uno de ellos, procurando brindar las herramientas básicas del análisis
de la teoría social, que permitan comprender, leer y reflexionar sobre la
situación personal, el mundo contemporáneo y las disciplinas y los saberes
relativos a la sociedad, a partir de una visión global, integradora y crítica
de las ciencias sociales. En parte, son estos la idea general y el objetivo
básico que orientan la propuesta de docencia e investigación de la materia
Sociología del Departamento de Ciencias Sociales del Ciclo Básico Común
de la Universidad de Buenos Aires, a mi cargo.
De esta obra, han participado profesores e investigadores de esta
universidad, que, desde distintas perspectivas, tradiciones y adscripciones,
o, en ocasiones, desde su hibridación, han llevado adelante los estudios que
la integran, volcando su formación, experiencia y trayectoria, pero sobre
todo, el trabajo que, en particular, desarrollan en este ámbito. El conjunto
de contribuciones aquí reunidas se estructuran en torno de cuatro ejes que,
en buena medida, retoman el objetivo general de brindar una visión global,
integradora y crítica de las ciencias sociales, recién mencionado.
Así, la Primera Parte, “Modernidad, capitalismo y subjetividad”, se
plantea la problemática de nuestra contemporaneidad tanto en las coorde-
nadas del tiempo como del espacio, en términos de una conceptualización
epocal (que abarca las dimensiones de lo subjetivo, lo intersubjetivo y lo
colectivo) como de la idea de “mundo” (a nivel local, regional y planetario).
Es por ello que este primer eje hace hincapié en los problemas fundamen-
tales de la “modernidad”, en tanto noción (cara a las ciencias sociales y
las humanidades) que pretende designar el tiempo y el espacio en el que
vivimos y sus implicancias, así como su puesta en cuestión, en especial,
respecto de sus límites diacrónicos y sincrónicos: cuándo hacer comenzar

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la modernidad, que dimensiones o variables tener en cuenta, cuál es su


borde externo (la célebre querella en torno de la cuestión de la “post” mo-
dernidad) y si es susceptible de ser pensada en términos abarcadores de
todas las formas sociales contemporáneas o solo de algunas de ellas y qué
relaciones se establecen entre esas formas sociales, lo que necesariamente
convoca el problema ya “histórico” sobre cómo pensar la historia, y que más
cercanamente ha producido el debate sobre del proceso de la globalización
contemporánea. Otra forma de designar esta misma noción, aunque con
connotaciones específicas y en algunos casos diferentes, es la de “capitalis-
mo” como marco y proceso que lleva a la producción de la formas sociales,
culturales, políticas, y claramente, económicas, pero también subjetivas de
nuestro tiempo-mundo actual. La ciencia social se ha ocupado tradicional-
mente de estas problemáticas a punto tal que, en un sentido fundacional
fuerte, en su variante de la Sociología (pero también de la Antropología), ha
surgido como reacción y respuesta a las transformaciones fundamentales
que trajo aparejada la consagración del modelo social capitalista burgués
junto a la serie de relaciones y redefiniciones del orden y el espacio sociales
que produjo. De esta clave de lectura en las coordenadas del continente de
lo “humano” en el tiempo y el espacio contemporáneos, entendidos a través
de las nociones fundamentales de la “modernidad”, el “capitalismo” y la
“subjetividad”, se ocupan las tres contribuciones que integran esta primera
parte: “¿Qué es la modernidad?” de Cecilia Caputo, “Tiempo de cine: la his-
toria entre imágenes” de Gabriela Flaster y “Fetichismo y neoliberalismo:
subjetividad y capitalismo tardío”, de Omar Darío Heffes, en las que cada
autora y autor han tocado y profundizado distintos aspectos del problema
de la historia y la contemporaneidad en las claves enunciadas. En este
sentido, cabe destacar que esta primera parte permite inscribir el resto de
los ejes, en el marco de una visión acerca de nuestra ubicación en relación
con el pasado, el presente y el futuro.
La Segunda Parte, “La producción del pensamiento sociológico”,
analiza el surgimiento, la consolidación y el estatuto científico de la teoría
social probablemente por antonomasia, la Sociología, que se ha impuesto,
en el decurso de los dos últimos siglos, como el modelo de ciencia sobre
aquello que denominamos sociedad. Al mismo tiempo que sostiene su ads-
cripción al campo científico, esta parte pretende impulsar una actitud y una
mirada críticas respecto de los límites y alcances de este tipo de saber (y en

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Marcelo Raffin

un doble sentido, no solo “social” sino, además específicamente, “científico”)


así como una trama rigurosa pero también, flexible, cambiante y porosa
de todo saber que se precie de cientificidad. Los trabajos que integran este
eje, “Sociología y producción de conocimiento científico” de Dan Adaszko,
“Sociología, complejidad y transdisciplina” de Claudia Teodori y “Los pri-
meros tiempos de la Sociología en Argentina” de Silvia Severini, dan cuenta
de estas perspectivas y, en el último caso, de la fundación del campo y los
primeros desarrollos de la Sociología a nivel local.
La Tercera Parte “Variaciones sobre la teoría del poder y la domina-
ción”, se aboca a un examen del problema del poder, eje estructurante de
las sociedades, así como de sus derivas de la dominación y el control social.
Los trabajos que integran esta parte son “Marx, la literatura, las historias”
de Adrián Melo, “Biopoder. Algunas consideraciones acerca de la relación
saber, poder y vida” de Graciela Pozzi, “Saber-poder en Michel Foucault”
de Laura Alés y “¿Qué son las sociedades de control?” de Alejandra Pagotto.
En ellos se convocan las contribuciones fundamentales de Karl Marx y de
Michel Foucault, se evoca la reinterpretación de Max Weber y la relectura
de Gilles Deleuze, así como problemáticas anexas como la estructuración
social, la cuestión del actor y la acción socio-política (en sentido individual
y colectivo), los movimientos sociales, el cambio y el orden, la crisis, la
producción y la reproducción sociales y las variadas interpretaciones de la
problemática de la modernidad, el capitalismo, la sociedad y la subjetividad
y de sus derivaciones.
Finalmente, el Cuarta Parte “Lo simbólico y lo imaginario en las
relaciones humanas”, se ocupa en particular, tal como el título lo indica,
del análisis de ciertos tópicos propios de la dimensión simbólica e imagi-
naria de las relaciones humanas, poniendo énfasis en variables tales como
el imaginario y las representaciones sociales, nuevamente, la producción
de la subjetividad y la producción y la reproducción sociales, la otredad y
la constitución de la identidad individual y colectiva, la construcción de la
“realidad”, las imágenes, los mitos y las ficciones, la ideología, la cultura,
la relación individuo-sociedad (la parte y el todo), a partir de campos de-
terminados como el cine, la literatura, el género, el arte o el periodismo.
Los estudios que integran esta parte son “Introducción a la teoría de Pierre
Bourdieu” de Marcelo Raffin y “La teoría de los campos de Bourdieu: una
aproximación a partir del estudio del arte y el periodismo” de Karina Mouzo,

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que apelan, en particular, a las contribuciones, insoslayables hoy en día,


de Pierre Bourdieu.
Este libro constituye, asimismo, una invitación a la reflexión y el
debate. Esperamos que las ideas que en él proponemos, contribuyan a un
mejor conocimiento y comprensión de nuestro mundo, de nosotros mismos
y de nuestras posibilidades en él, y que las voces que resuenen en otras
voces, ayuden a pensar mejor, a mirar mejor y a actuar mejor.

Marcelo Raffin

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Primera Parte

Modernidad, capitalismo
y subjetividad

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Capítulo I
¿Qué es la modernidad?
Cecilia Caputo

Este artículo tiene por objetivo ofrecer una introducción a la com-


prensión de la época moderna para aquellos que no están familiarizados
con el tema. La necesidad de este trabajo se debe a que los estudios sobre
la modernidad son muchos y, a la vez, cada uno ilumina un aspecto de la
cuestión, pero no siempre resulta sencillo encontrar alguno que ofrezca una
mirada global sobre el tema.

La época

El concepto de época puede entenderse en dos sentidos complemen-


tarios a los que vamos a llamar cronológico y filosófico. El primero define
una época por un comienzo y un fin en términos temporales; en cambio
para el filosófico prevalece la mentalidad imperante.1

1. Para dar un ejemplo que ilumine esta distinción pensemos en William de Baskerville,
el personaje principal del film El nombre de la rosa, cuya trama está situada en la Italia
medieval, quien –al investigar el misterio de una serie de crímenes que se dan en la abadía que
visita– hace gala de una forma de pensar moderna. Es decir que, aunque vive en el medioevo,
piensa guiándose por criterios racionales y no dogmáticos como lo hace la mayoría de sus
contemporáneos. Por lo tanto, si tuviéramos que decir a qué época pertenece, deberíamos decir
que al medioevo; pero si tenemos en cuenta su mentalidad –el sentido filosófico de época–
deberíamos decir que a la modernidad. Podríamos ver esta diferencia como un problema o
podríamos considerar que, al contrario, enriquece nuestra comprensión de lo que es una época.

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Época en sentido “histórico o cronológico”

Por “época” solemos referirnos a un lapso histórico que transcurre


entre ciertos acontecimientos considerados de particular
significación: la caída de un imperio, una revolución, el inicio de
una empresa colonizadora o la aparición de un nuevo sistema de
producción. El fin del imperio romano, la caída de Constantinopla,
los inicios del capitalismo, por ejemplo, han sido señalados como
lindes entre épocas. Pero esos son signos externos, elegidos de un
modo arbitrario, para indicar transformaciones lentas y difusas
cuya maduración toma mucho tiempo. La caída del imperio
romano simboliza, en realidad, el fin de la concepción armónica
del mundo heredada de Grecia y el inicio del mundo mágico y
religioso, bárbaro y cristiano. La toma de Constantinopla es una
fecha elegida al azar para marcar los comienzos de una nueva
manera de ver el mundo y de actuar sobre él, que despunta en
el Renacimiento y va desplazando poco a poco la concepción
medieval del universo, hasta constituir lo que llamamos
“modernidad” (Villoro, 1993).

En este marco, el autor –como muchos otros– considera como fecha


de inicio de la modernidad el año de 1453, la caída del Imperio Romano de
Oriente; nosotros vamos a hacer nuestra la afirmación de Tzvetan Todorov
según la cual:

El descubrimiento de América es lo que anuncia y funda nuestra


identidad presente; aun si toda fecha que permite separar dos
épocas es arbitraria, no hay ninguna que convenga más para
marcar el comienzo de la era moderna que el año de 1492, en que
Colón atraviesa el océano Atlántico. Todos somos descendientes
directos de Colón, con él comienza nuestra genealogía (Todorov:
2003, 15).

La conquista abre la modernidad por varias razones indiscutibles:


dio un impulso a la transformación de la economía feudal en el capitalismo,

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Cecilia Caputo

implicó una ampliación de los horizontes vitales europeos planteándole


conflictos inéditos por el enfrentamiento con nuevas culturas2 y, para
América, significó la destrucción de las formas de vida imperantes hasta
el momento. Sin embargo la afirmación de Todorov va más allá de estas
razones y es ciertamente discutible porque nos dice que todos los individuos
modernos somos descendientes directos de Colón. ¿Por qué? Es necesario
tener bien presente que la conquista de América redujo la población de
América de 80 a 10 millones en menos de un siglo. “Si alguna vez se ha
aplicado con precisión a un caso la palabra genocidio, es a este” (2003:144).
Es entonces este genocidio el que abre la modernidad y funda la identidad
moderna, no solo por las consecuencias particulares que tuvo para América
sino para todos los individuos modernos. “Colón ha descubierto a América,
pero no a los americanos” (2003:57). La hipótesis que defiende Todorov
es que la modernidad es la época en la cual el encuentro con el otro no se
ha producido, “el otro todavía está por descubrir” (2003:257). Veamos el
argumento que sostiene dicha hipótesis. La postura de los europeos no
ha sido solamente la de considerar al otro como alguien diferente y por lo
tanto susceptible de ser catalogado como superior o inferior: en este caso
no dudaron de la inferioridad; sino que también se han esforzado por hacer
desaparecer su alteridad exterior por el camino del asimilacionismo, es
decir: extendiendo sus valores y su modo de vida al mundo entero. “Ambas
posturas descansan en el egocentrismo: en la identificación de los propios
valores con los valores en general, del propio yo con el universo” (2003:50).
Y así es que se niega la existencia del otro, porque no se lo considera como
un igual –en tanto ser humano–, pero diferente –por su cultura–; se lo
considera como ser humano solo si es igual al modelo y si no, lo catalogo
como inferior porque no hay duda de la superioridad europea y así, en el
peor de los casos: se lo destruye y, en el mejor: se pierde la posibilidad de
descubrirlo. Las consecuencias de esta falta las seguimos sintiendo hasta
hoy en día: el egocentrismo y el individualismo son las características de
esta modernidad líquida en la que estamos sumergidos (Bauman, 2003:12).

2. Es verdad que no es la primera cultura extraña a la europea con la que se enfrentaron.


Pero, por ejemplo, problemas como saber si los nativos americanos tenían alma o no tenían
alma nunca se habían planteado antes al encontrarse con mahometanos, turcos u orientales.

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La cuestión de la importancia de la conquista de América en la com-


prensión de la modernidad ha sido también analizada por Enrique Dusell,
quien sostiene que la afirmación del sujeto y su razón como punto de apo-
yo de la modernidad, tal como lo sostuvo Descartes con su famoso cogito
ergo sum (pienso entonces existo) fue posible porque fue antecedida en un
siglo por el ego conquiro (yo conquisto) de los españoles. Es decir que el
pensamiento moderno solo pudo sostenerse en tanto hubo detrás de él una
voluntad de poder que se impuso y lo hizo posible. Dusell también afirma
que solamente podemos superar las contradicciones de la modernidad si
asumimos esta cara oculta que sigue presente en el rostro de los oprimidos:
los indios, los negros, las mujeres, etc. y logramos incorporarlos como otros
en pie de igualdad.
Pero la conquista de América no es el único acontecimiento central de
la modernidad. Para comprenderla debemos tener presente también otros
acontecimientos históricos relevantes que mencionaremos a continuación
ubicándolos dentro de lo que podríamos considerar, con Berman (1988:1-
26), los tres períodos en los que podríamos dividir la época moderna.
El primero es aquel que va desde fines del siglo XV o comienzos del
siglo XVI hasta la revolución francesa (1789), el cual se caracteriza porque
las personas todavía no tienen conciencia de estar viviendo en un mundo
nuevo:

• La invención de la imprenta alrededor de 1450 que tuvo como


consecuencia el inicio de un proceso de ‘socialización’ del saber
(con lo que esto implica también a nivel social y político).
• La Reforma religiosa llevada a cabo por Lutero (una de cuyas
ideas fundamentales es la libre interpretación de las Escrituras
posibilitada por el acceso a ellas a que dio lugar la imprenta), mo-
vimiento que fue respondido por la Contrarreforma (una de cuyas
medidas fue, en 1542, la institucionalización de la Inquisición).
• El Renacimiento y el Humanismo, movimiento artístico e inte-
lectual respectivamente surgidos ambos en la Italia de los siglos
XV y XVI, que mostraron una nueva concepción del hombre.
• Los fundamentos de la revolución científica del siglo XVII, cuya
consecuencia central es, por un lado, el abandono de la concepción

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Cecilia Caputo

geocéntrica del universo por la concepción heliocéntrica y, por


el otro, el proceso científico-filosófico-cultural, que acompaña la
instauración de la concepción científica del mundo, sobre la que
volveremos con más detalle.
El segundo período abarca desde fines del siglo XVIII hasta fines del
siglo XIX y se caracteriza porque los individuos ya tienen conciencia de
estar viviendo en una nueva época. Es el período que Hobsbawm llama el
“siglo XIX largo” ya que incluye el decenio final del siglo XVIII y el primer
decenio del siglo XX. Algunos de los acontecimientos más relevantes son:

• La consolidación del capitalismo gracias al éxito de la revolución


industrial y la aparición del mercado mundial con sus consecuen-
cias: imperialismo y colonialismo.
• El Iluminismo o Ilustración, movimiento intelectual del siglo
XVIII que, de alguna manera, sirvió de fundamento a las revo-
luciones burguesas y cuyo lema es, tal como lo expusiera Kant:
Atrévete a pensar.
• El nacimiento de la ciudad moderna, cuyo exponente es la trans-
formación de París que lleva a cabo Haussmann en torno a 1860 al
construir los bulevares que caracterizarán a toda ciudad moderna.

El último período corresponde al siglo XX, al que Hobsbawm de-


nomina “siglo XX corto” porque comienza con la primera guerra mundial
(1914) y termina en los años 90 con la caída del bloque socialista. Según
Berman se caracteriza porque las personas y sus principales exponentes
intelectuales perdieron conexión con las raíces de la modernidad y a esto
se debe la crisis de la cual aún no hemos salido. Algunos de los aconteci-
mientos centrales son:

• La globalización: el mundo se ha convertido en una única unidad


operativa. Vivimos en una aldea global, eso quiere decir que lo
que pasa en un rincón del planeta tiene grandes posibilidades
de incidir en otro aunque se encuentre a miles de kilómetros de
distancia.

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• Adelantos espectaculares en el campo científico, artístico y cul-


tural, solo a título de ejemplo podemos mencionar la teoría de la
relatividad, las vanguardias de principios de siglo y los derechos
humanos.

Podríamos no solamente clasificar, como lo hicimos, estos aconte-


cimientos según un criterio cronológico sino por su pertenencia a lo que
Berman (1988:2) llama “modernización” y “modernismo”. El primero
hace referencia a los procesos sociales que caracterizan a la modernidad y
el segundo a las ideas, los valores y las visiones que encontramos en ella.
De esta manera, consideramos a la globalización como un aspecto de la
modernización, mientras que los cambios artísticos tienen que ver con el
modernismo.
La limitación de esta concepción cronológica de época es que puede
reducirse a la descripción de los acontecimientos centrales sin preocuparse
por entender la mentalidad imperante en el conjunto de dicho período y
que es, en definitiva, lo que hace que se considere a una época determinada
como una unidad. Veamos entonces el segundo sentido de época.

Época en sentido “filosófico”

Un cambio de época es, ante todo, una transformación en la


manera en que los hombres ven el mundo y se sitúan en él.
Las creencias colectivas predominantes en una época son muy
variadas, pero todas se levantan sobre el supuesto de ciertas
creencias y actitudes básicas, que son condiciones de las demás
y que, por ende, no se ponen en cuestión. Se trata de creencias
ontológicas acerca de lo que se considera razonable admitir como
existente en el mundo, de supuestos epistémicos, acerca de lo
que debe valer como razón para justificar cualquier proposición,
de adhesiones valorativas sobre lo que debe considerarse como
altamente valioso. Las concepciones religiosas, filosóficas, políticas
o artísticas más diversas se contraponen en una misma época, pero
esa contraposición no sería posible sin el supuesto de un consenso
sobre lo que puede aceptarse como razones y valores válidos. De
lo contrario, toda argumentación sería imposible. Ese acuerdo

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Cecilia Caputo

está implícito en cualquier controversia y permanece inexpreso


a través de las diversas expresiones de ideas contrapuestas. Las
creencias básicas, comunes a una época, determinan la manera
como, en un lapso histórico, el mundo se configura ante el
hombre; constituyen pues lo que podríamos llamar una “figura
del mundo”. “Figura” y no “concepción” o “dibujo”, porque es
solo un esquema, un marco restringido de conceptos y actitudes
comunes que delimita las diversas concepciones de una época.
Una figura del mundo es el supuesto colectivo de las creencias y
actitudes de una época. Una época dura lo que dura su figura del
mundo (Villoro, 1993).

Vamos a proponer algunos ejemplos que iluminen estas distinciones:


creencias ontológicas, supuestos epistémicos y adhesiones valorativas.
En cuanto a la primera, los individuos modernos somos más propensos a
creer en la existencia de los virus que en la de las brujas, como se creía en la
época medieval. ¿Qué queremos decir con esto? Que si bien probablemente
ninguno de nosotros vio un virus (solo visibles en un microscopio electró-
nico) ni una bruja, estamos mucho más dispuestos a aceptar la existencia
del primero y no de la segunda porque somos modernos, y la modernidad
es –como lo afirmó el sociólogo alemán Max Weber– la época del desen-
cantamiento del mundo.3
Un supuesto epistémico hace referencia a lo que se considera una
razón o argumento válido. Siguiendo la línea del ejemplo anterior, los mo-
dernos vamos a suponer que la causa de una gripe es un virus antes que
suponer que se debe a una posesión de fuerzas demoníacas. Y las adhesiones

3. “La intelectualización y racionalización crecientes no significan, pues, un creciente


conocimiento general de las condiciones generales de nuestra vida. Su significado es muy
distinto; significan que se sabe o se cree que en cualquier momento en que se quiera se puede
llegar a saber que, por tanto, no existen en torno a nuestra vida poderes ocultos o imprevisibles,
sino que, por el contrario, todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión. Pero
esto significa el desencantamiento del mundo. A la inversa del salvaje, el cual aún cree que
tales poderes existen, nosotros no tenemos que valernos de medios que obren efectos mágicos
para controlar a los espíritus. O incitarlos a la piedad. Esto es algo que se puede lograr por
medio de la técnica y la previsión. He ahí, en esencia, el significado de la intelectualización”
(Weber, 1919).

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valorativas hacen referencia a aquello que consideramos valioso. Para los


individuos modernos el valor de la vida humana es más incuestionable que
el de la salvación del alma humana, si lo comparamos nuevamente con el
medioevo.
Es interesante tener en cuenta que esto no significa que no podamos
encontrar ahora, en el presente, gente que siga creyendo en los demonios,
en las brujas y en la importancia de la salvación del alma. Esto es así porque
las mentalidades no desaparecen, solo se imponen o prevalecen unas sobre
las otras. Agreguemos además que tampoco podemos dar por sentado que
un cambio de mentalidad implique un avance en el sentido de una mejor
comprensión del mundo. Sin embargo, dada la fe que la modernidad de-
posita en el progreso de la humanidad, sí está dispuesta a afirmar que ella
implica una evolución respeto a las épocas pasadas. La modernidad es la
primera época que se autocomprende a sí misma, que mira al pasado como
una preparación para su advenimiento y que se concibe como universal.
El pasado sobre el que la modernidad se construye a sí misma es un arco
que va desde la antigüedad grecorromana que finaliza en el siglo V con la
caída del Imperio Romano de Occidente pasa luego por los diez siglos que
comprende la edad media hasta llegar a la época de las luces. Es recién a
partir del siglo XVIII que se construye la idea de historia universal, apa-
reciendo así –por primera vez– la conciencia histórica. La idea de historia
universal esconde dentro de sí el ideal de hombre, que no es otro que el
hombre europeo (Vattimo, 1990:74). La historia universal es el relato por
el cual el hombre europeo se cuenta a sí mismo el camino por el cual ha
evolucionado desde su pasado primitivo hacia el presente luminoso con
vistas hacia un futuro de emancipación. La confianza en el progreso de la
humanidad es un supuesto incuestionable para la mentalidad moderna.

Racionalidad y subjetivación

Los dos términos claves que se encuentran a la base del pensamiento


de la época moderna son el sujeto y la razón.

Sujeto

En el pensamiento antiguo, tanto griego como romano, el


hombre tiene un puesto determinado en un orden que abarca a la

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totalidad de los entes. Es un ente entre otros. Solo a partir del todo
podemos determinar el lugar que le corresponde y, por lo tanto,
su naturaleza. El pensamiento moderno ejecuta una inversión en
ese punto de vista: ya no considera al hombre desde el mundo sino
el mundo desde el hombre. El hombre es sujeto ante el que todo
puede ser objeto. No es solo un ente entre los entes, con un puesto
asignado en el todo, sino un centro de actos que pueden dirigirse
a todo.4 (...) La naturaleza del hombre no puede ser del mismo
orden que la de las cosas no humanas. Todas las cosas tienen
una naturaleza establecida y obedecen a leyes fijas; el hombre,
en cambio, puede elegir para sí su propio puesto en el cosmos: su
naturaleza es libertad. Esta idea apunta ya en el famoso Discurso
sobre la dignidad del hombre de Pico della Mirandola.5 Desde
entonces el hombre es visto como un sujeto autónomo, abierto al
mundo, para transformarlo según sus proyectos y su trabajo. Más
tarde se presentará como autor de su propia historia, constructor
de su sociedad, legislador de su propia ley moral. En suma, desde
Pico hasta Sartre, pasando por Descartes o por Kant, el hombre
ya no es solo una criatura de la naturaleza, sujeta a sus leyes;
es también un sujeto que tiene al mundo como correlato de su
conocimiento y de su acción. Naturaleza y sociedad las transforma
con su acción; en la diversidad del mundo establece la unidad de la
razón: nombra todas las cosas, las relaciona entre sí, las recrea. El
hombre es la fuente de sentido de todas las cosas (Villoro, 1993).

Villoro se refiere al paso del teocentrismo medieval al antropocen-


trismo moderno. El mundo medieval gira en torno a la idea de Dios, el

4. Heidegger resumió el pensamiento moderno en estos términos: “…lo importante es que la


esencia del hombre se transforma desde el momento en que el hombre se convierte en sujeto
(…), esto significa que se convierte en aquel ente sobre el que se fundamenta todo ente en lo
tocante a su modo de ser y su verdad. El hombre se convierte en centro de referencia de lo
ente como tal” (Heidegger, 2000:73).
5. Esta centralidad conferida al hombre se puede observar en el Discurso del humanista
cuando nos enteramos que Dios –habiendo creado todas las criaturas celestes y terrestres– se
da cuenta que no le queda ninguna característica para darle al hombre; así que decide darle
al hombre la libertad para que elija ser lo que quiera ser.

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mundo moderno no va a deshacerse de Dios pero sí va a empezar a despla-


zar la fuente última de sentido hacia el hombre mismo. El pensamiento de
Descartes, considerado el primer filósofo moderno, es un buen ejemplo de
esto. La piedra angular de su filosofía es el famoso cogito ergo sum: pienso,
existo. La única razón por la que podemos estar seguros, ciertos, de nuestra
existencia es porque pensamos. Todo puede ser un sueño,6 pero de lo que
no podemos dudar es de ser seres pensantes. De esta manera, el filósofo
francés erige al yo como lo único de lo que no podemos dudar y punto de
partida de todo conocimiento.
Esta conversión del hombre en sujeto tuvo sus consecuencias.
Derivó, en primer lugar, en la transformación del mundo en objeto; y así
fue posible considerar a la naturaleza como un conjunto de objetos puestos
al servicio del hombre. Pero en segundo lugar, tuvo como consecuencia la
conversión del hombre mismo en objeto. El hombre no solo se convirtió
en objeto cuando el capitalismo lo redujo a ser fuerza de trabajo, un engra-
naje más dentro del conjunto de las fuerzas productivas, sino que también
se convirtió en objeto de conocimiento cuando nacieron las ciencias del
hombre en el siglo XIX.7

Razón

El segundo concepto clave es el de razón. La modernidad formula


un proyecto de racionalización del universo. Se trata de una razón
totalizadora, porque dirigida a todo; única, porque se ejerce por
igual en todos los órdenes del ser; universal, porque es compartida
por todos los sujetos (Villoro, 1993).

Esto no quiere decir, de ninguna manera, que los hombres hayan


comenzado a usar su razón o a ser racionales en la modernidad. Podemos
afirmar que el advenimiento del pensamiento racional lo encontramos en la
Grecia antigua, más precisamente en el siglo VI a.C., con el surgimiento del
pensamiento filosófico, cuya novedad es apartarse del pensamiento mítico o

6. Cf. Matrix, el famoso film que los hermanos Wachowsi presentaron en 1999.
7. Va a ser Michel Foucault quien señale esta correlación a la largo de su obra.

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mágico.8 La gran diferencia entre la razón pre-moderna y la moderna es que


esta última se vuelve totalizadora, lo cual significa que no solo los sujetos
son racionales sino que el mundo mismo lo es. Veamos una ilustración de
este supuesto en la obra de teatro que Bertold Brecht escribió sobre la vida
de Galileo Galilei:

Barberini: (...) Ustedes los astrónomos piensan en círculos o


elipses y en velocidades proporcionadas, es decir, en movimientos
simples adecuados a sus cerebros. ¿Qué pasaría si a Dios se le
hubiese ocurrido dar este movimiento a sus astros? (Dibuja
en el aire, con el dedo, una trayectoria muy complicada con
velocidades irregulares) ¿Qué sería entonces de sus cálculos?

Galilei: Amigo mío, si Dios hubiese construido un mundo así,


entonces habría construido nuestros cerebros de la misma
manera, de modo que reconocerían inmediatamente a esos
movimientos como si fueran los más simples. Yo creo en la razón
(Brecht, 1964:150).

Esto quiere decir que la modernidad supone una homogeneidad entre


el sujeto y el objeto: ambos están construidos con el mismo criterio racional.
Para la visión medieval, el mundo era un lugar poblado de misterios y, por
tanto, heterogéneo en relación al hombre.

En el Renacimiento, en algunas ideas de Leonardo da Vinci se


anuncia ya esta idea. En el siglo XVII se convierte en el proyecto
de una ciencia universal, capaz de expresarse en ideas claras y de
formularse en lenguaje matemático. Todo debe estar sujeto a las
condiciones marcadas por la razón. En la Ilustración se vuelve
el ideal del dominio universal de la razón. En los siglos XIX y
XX se concreta en el avance triunfal de la ciencia y la técnica,
transformadoras de la morada humana. Volver el mundo racional
no es solo explicarlo y comprenderlo, es también transformarlo.

8. Si tenemos en cuenta los estudios recientes sobre filosofía no occidental podemos poner
en cuestión esta afirmación (Tola y Dragonetti, 2008).

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La razón está ligada a la acción técnica tanto en la naturaleza


como en la sociedad. La suprema dignidad del hombre, pensaban
los renacentistas, consiste en su capacidad de recrear el mundo
en torno para construir una “segunda naturaleza”, a su imagen y
semejanza; esto lo logra por el arte y por la técnica. Transformar
es el signo de dominar. La razón, una y universal, se entiende
ante todo ligada a la capacidad de dominio. Es un instrumento
para establecer sobre la Tierra, al fin, el regnum hominis de que
hablaba Francis Bacon (Villoro, 1993).

Veamos entonces cómo fue el nacimiento de esta ciencia moderna


capaz de transformar, gracias a su alianza con la técnica, al mundo y ponerlo
al servicio del hombre.

La ciencia moderna

El conjunto de la naturaleza era, para los hombres de fines de la


Edad Media, un mundo cerrado: cerrado, porque el universo tenía límites
más allá de los cuales no había nada, y cuyo centro era la Tierra (Koyré,
1992:11); mundo, en el sentido de cosmos. El término griego cosmos
significa lo contrario de caos, o sea, orden y también armonía y belleza.
Y el mundo medieval –o, mejor, la astronomía medieval que se apoyaba
en la metafísica aristotélica– era efectivamente ordenado y armónico: a
diferencia de lo que se observa en el mundo sublunar (o sea, en la Tierra),
los cielos son incorruptibles, inmutables, eternos –más aún, los planetas
están fijos en esferas concéntricas que se mueven en círculos (además de
ser la figura perfecta, el movimiento circular es el tipo de movimiento más
semejante al reposo)– y, por si eso no alcanzara, hasta se pensaba que las
esferas producían un sonido armonioso, una música, al girar. Como se ve,
este era un orden jerárquico y armónico... que empieza a desmoronarse
en el Renacimiento. Reale caracteriza al Renacimiento como una época de
renovación, retorno a los orígenes y ruptura (1999:38), marcado por el res-
cate de la cultura clásica que el Humanismo había iniciado: renovación del
pensamiento y, lo que es más importante, conciencia de estar inaugurando
un pensamiento nuevo; retorno a los orígenes ya sea en la Grecia clásica,
ya sea en el cristianismo primitivo (como es el caso de Lutero o Erasmo),

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ruptura con el pasado inmediato. Esta actitud, por su parte, muestra un


rasgo profundamente moderno que ya hemos mencionado: la conciencia
histórica. Tener conciencia histórica significa, recordemos, un posiciona-
miento en el tiempo: reconocer el pasado como el camino que hubo de
recorrerse para llegar a este presente que nosotros haremos futuro.
Tanto la ruptura con el pasado inmediato y el sentimiento de origina-
lidad del presente, pues, implican conflicto. Como señala Koyré, “después
de haber destruido la física, la metafísica y la ontología aristotélicas, el
Renacimiento se encontró sin física y sin ontología, es decir, sin posibilidad
de decidir con anticipación si algo es posible o no” y la consecuencia de esto
es que “no hay ningún criterio que permita decidir si la información que
se recibe de tal o cual ‘hecho’ es verdadera o no” (2000:42). Desde ya, esta
situación es de una profunda angustia, a partir de la cual o bien se intenta
buscar un nuevo fundamento para construir un nuevo orden, o bien los
hombres se resignan a bucear en la incerteza y la locura –pero siempre en
tensión entre ambos extremos. Una lucha íntima, una tensión nunca del
todo resuelta subyace, en efecto, en toda la modernidad. En este marco, el
pensamiento intenta construir un orden: el orden de la razón.
Con respecto a la construcción científica del orden de la naturaleza,
diremos que si bien ésta se construye sobre la base de la razón en el siglo
XVII, la primera ontología que la modernidad se dio a sí misma, según
Koyré, fue la magia. La magia concibe, en general, a todas las cosas que
constituyen la naturaleza en una interconexión íntima y al hombre como un
microcosmos. De dicha interconexión se desprende una influencia mutua; y
de la situación privilegiada del hombre como reuniendo en sí mismo todos
los elementos naturales, la posibilidad de gobernar las fuerzas e influencias
naturales para su provecho. La astrología, por ejemplo, supone esto y, de
hecho, tiene una fuerte presencia en la época, al punto que representantes
de la revolución científica, como J. Kepler o el mismo Galileo, hacían ho-
róscopos por encargo. De la magia a la filosofía de la naturaleza, y de allí a
la ciencia, he ahí el camino de la ciencia moderna.
De la concepción científica moderna del orden del universo, seña-
laremos sus rasgos principales. En general, los que se suelen subrayar son
los tres que siguen: el carácter matemático, el carácter experimental y, en
relación con esto último, el uso de instrumentos. El carácter matemático
es el más importante, sobre todo por sus consecuencias. Se puede explicar

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recurriendo a la distinción que Galileo propone entre las propiedades


subjetivas y las propiedades objetivas de las cosas. Las primeras son pro-
piedades cualitativas, que resultan del contacto de los objetos con nuestros
sentidos, tales como frío, calor, color, dulzor, etc. Estas son muy variables
de persona en persona (lo que para uno es caliente, para otro puede ser
tibio, por ejemplo) e imprecisas. En consecuencia, con ellas no es posible
construir un conocimiento científico. En cambio, las segundas, son las
propiedades matemáticas, cuantificables, las únicas sobre las que se puede
constituir un conocimiento científico. El nuevo orden del mundo es, pues,
un orden racional. La racionalidad de la naturaleza, a su vez, es homogé-
nea. La posibilidad de cuantificar tanto el espacio como el tiempo implica
una homogeneidad opuesta a la jerarquía heterogénea de la concepción
aristotélica (la diferencia entre el mundo sublunar y el supralunar). Para la
concepción matemática del mundo, un centímetro del espacio es idéntico a
otro, una porción de tiempo es idéntica a otra y, si hay leyes que explican un
fenómeno en un lugar y tiempo determinados, explicarán el mismo tipo de
fenómeno en cualquier tiempo y lugar. Dicho en otras palabras, la natura-
leza es uniforme. Lewis Mumford subraya la relevancia del reloj mecánico
como máquina modelo de la modernidad. Por un lado, en el reloj se ve
claramente la cuantificación del tiempo y la intercambiabilidad de espacio
y tiempo (el tiempo se mide según el espacio recorrido por la aguja) a la que
Descartes dio expresión matemática en los “ejes cartesianos”; asimismo, el
reloj como máquina sirvió como imagen del universo, concebido como un
mecanismo perfecto. Recordemos que el reloj mecánico hace su aparición
en las Iglesias de Europa en el siglo XIV. Su difusión se dará de la mano de
la revolución industrial a partir del siglo XVIII, pero recién se masificará
hacia fines del siglo XIX, en el marco de la mecanización del trabajo en las
fábricas, con la aparición del reloj de pulsera. El reloj será piedra angular
en el proceso de consolidación de la sociedad capitalista industrial. De este
momento es la famosa frase “El tiempo es dinero” acuñada por Benjamin
Franklin (Raffin, 2006:26).
En lo que hace al carácter experimental de la ciencia moderna, recor-
demos que, desde el Renacimiento, el naturalismo impuso la idea de que,
si hemos de conocer la naturaleza, entonces debemos interrogarla a ella

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misma y no a los libros considerados portadores de la verdad sobre ella.9


Pero esta experiencia no puede ser la de la percepción cotidiana, de ahí que
se diferencia la mera experiencia de la experimentación. Por ejemplo, la
experiencia nos dice que el Sol del mediodía cabría en las manos, o que la
Tierra está perfectamente inmóvil; en cambio, la razón y la experimentación
demuestran otra cosa. En este sentido, Francis Bacon subrayó la impor-
tancia de liberar a la percepción y al pensamiento de todos los prejuicios o
“ídolos” (como él los llamaba) que obstaculizan el conocimiento científico.
Esta diferencia es de suma importancia, sobre todo porque, a su vez, la ex-
perimentación guarda con la teoría una relación que la experiencia cotidiana
no tiene: por un lado, la teoría sugiere la interpretación de lo que se observa
en la experimentación; por el otro, la teoría subyace a los instrumentos que
se utilizan en la experimentación, por eso Galileo construía él mismo los
telescopios con los que observaba el cielo.10

El proyecto de racionalización en lo social

Ideal de la modernidad ha sido la racionalización, no solo de


la Naturaleza sino también de la sociedad. Solo la modernidad
intentó la construcción de una sociedad política con base en
reglas puramente racionales. Solo ella concibió la sociedad como
resultado de un acto racional y libre de los individuos o bien
como efecto de causas sometidas a leyes necesarias. La ciudad
ideal debe ser construida por la razón. También en este campo
impera la idea de la razón como instrumento para lograr los fines
humanos. La explicación racional del origen de la sociedad política
y la construcción racional de la utopía son dos caras de la misma
concepción de la sociedad como un orden sujeto a reglas que el
hombre puede conocer y dominar (Villoro, 1993).

9. Esta idea de consultar los libros de Aristóteles o de la Revelación, por su parte, tiene su
lógica interna: para conocer la obra de un creador, qué mejor fuente que la verdad sobre la
obra que el mismo creador reveló, teniendo en cuenta también la debilidad de los instrumentos
con que el hombre cuenta para conocer por su propia cuenta.
10. Agradezco la colaboración de Andrea Pac para este apartado.

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Las utopías renacentistas, especialmente la Utopía de Tomás Moro,


muestran cómo la capacidad racional del hombre puede construir una
sociedad ideal donde reine la paz y la justicia. Pero también podemos en-
contrar la presencia de la idea de razón debajo de dos conceptos centrales
del pensamiento político moderno: pacto social y revolución. Jean-Jacques
Rousseau, pensador paradigmático del primer período de la modernidad y
Karl Marx del segundo (Berman, 1989:3-9) nos pueden ayudar en esta tarea.
El pacto o contrato social (Rousseau, 1769) es el acto de asociación por el
cual los hombres deciden unirse para formar una sociedad civil dejando
atrás el estado de naturaleza. De esta manera renuncian a la libertad natu-
ral y a la posibilidad de hacer justicia por mano propia y ganan la libertad
civil, la justicia y la moralidad. De esta manera, se invierte la visión clásica
del origen de la sociedad: ya no es la comunidad la que crea al hombre (tal
como lo plantea Aristóteles en su Política)11 sino el hombre el que, con su
razón, crea la sociedad. Solo un pensador perteneciente a la cosmovisión
moderna podía engendrar esta idea por la cual el hombre se erige en un
sujeto que, con la sola ayuda de la razón, puede crear el orden social como
modo de salvaguardar su vida y sus bienes. De la misma manera, Marx
es profundamente moderno al afirmar que la revolución es la llave por
la cual los hombres pueden, a través de una decisión racional, cambiar el
orden establecido con el fin de alcanzar una sociedad libre de la opresión
y la injusticia.
En ambos conceptos –pacto social y revolución– encontramos al
hombre como sujeto racional dominando el orden social, por eso podemos
afirmar que la modernidad lleva a cabo también un proyecto de racionali-
zación de la sociedad.
La posibilidad de este proyecto viene dada por el proceso de secula-
rización que inició la modernidad. Ya hemos mencionado este concepto de
la mano de Weber, quien la describe como la desaparición de la magia del

11. “La razón por la cual el hombre es más que la abeja o cualquier animal gregario, un animal social
es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal
que tiene la palabra.(...) La ciudad es por naturaleza anterior a la casa y a cada uno de nosotros, porque
el todo es necesariamente anterior a la parte; (...) Es evidente, pues, que la ciudad es por naturaleza y
anterior al individuo, porque si el individuo no se basta a sí mismo será semejante a las demás partes en
relación con el todo, y el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia,
no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios” (Aristóteles, 1997:43).

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mundo. La mirada religiosa va a dejar de estar presente en todos los aspectos


del mundo y del hombre y, paulatinamente, va a circunscribirse a su propio
ámbito: el espiritual. Este proceso se va a dar en diversos ámbitos, como el
del conocimiento y de las ciencias en general, entre otros. Observemos por
un momento el caso del arte.
En las obras de arte del período medieval, la temática es exclusiva-
mente religiosa; en cambio en el Renacimiento empiezan a aparecer otros
motivos además del religioso, por ejemplo: personajes importantes de la
antigüedad grecolatina constituyen el tema de “La escuela de Atenas”, el
cuadro de Rafael. Si nos adentramos aún más en la modernidad, nos en-
contramos con el surgimiento del arte moderno, que ya no va a buscar la
representación fiel de la realidad sino la expresión del artista. Movimientos
como el impresionismo, el expresionismo, el cubismo, el surrealismo, el
dadaísmo, entre otros, nos muestran cómo el arte se ha independizado de
toda atadura –no solo de la religiosa–, idea que se plasmó en la afirmación:
“el arte por el arte”. De esta manera, la modernidad inaugura una separa-
ción entre las esferas del conocimiento, el arte y la moralidad.12 Cada una
va a regirse por su propia lógica y ya no se va a dar por sentado que existe
una convergencia entre la verdad, la belleza y el bien. Incluso estos valores
van a ponerse en cuestión, pero ahí ya estamos dentro de la crisis de la
modernidad.

Crisis de la modernidad

Revisemos los puntos centrales del proyecto de la modernidad an-


tes de abordar su crisis. “El concepto profano de época moderna expresa
la convicción de que el futuro ha empezado ya: significa la época que vive
orientada hacia el futuro, que se ha abierto a lo nuevo” (Habermas, 1989:16).
De esta manera, la modernidad es la época que confía en el progreso de
la humanidad, lo que va unido a la idea de la historia universal como un
proceso unitario, lineal y racional. La historia es considerada como un

12. “Con las ciencias experimentales modernas, con las artes convertidas en autónomas, y con las teorías
de la moral y el derecho fundadas en principios, se desarrollaron aquí esferas culturales de valor que
posibilitaron procesos de aprendizaje de acuerdo en cada caso con la diferente legalidad interna de los
problemas teóricos, estéticos y práctico-morales” (Habermas, 1989:11).

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progresivo proceso de emancipación (Vattimo, 1990:74). La humanidad,


entendida como una, se despliega en la historia desde su pasado primitivo
hacia un futuro brillante. Que la humanidad sea “una” significa que se ha
elegido a un grupo humano concreto para representarla y que se ha dejado
de lado a otros grupos que no representan el avance de la humanidad. Y,
¿quiénes han sido los que han realizado los más grandes aportes al avance
civilizatorio sino los europeos? Ahora bien, como ya hemos mencionado,
esos aportes culturales han venido acompañados de un afán de poderío
que se manifestó principalmente en la expansión imperialista. Cuando
los pueblos colonizados comenzaron a rebelarse, es que asistimos al inicio
de la crisis de la modernidad. Se ponen en cuestión los ideales modernos:
quizá no sea ya lícito hablar de la historia universal como aquel relato que
nos cuenta las vicisitudes por las que ha pasado el hombre para llegar a
este presente de esplendor. Porque constatamos que no podemos pensar
que el hombre moderno es el hombre, que los hombres que conservan una
forma de vida ancestral no son hombres atrasados sino solamente hombres
que eligen una forma de vida diferente a la vida moderna. Al caer la idea
de una historia universal, cae también el supuesto de que la historia es un
proceso racional. Que la historia es racional implica, no solamente, que es
un proceso que se puede explicar racionalmente sino que se despliega se-
gún una racionalidad interna hacia ese futuro promisorio. Evidentemente
en este siglo XXI transitamos por un mundo donde la idea de un futuro
mejor ya no es, de ninguna manera, evidente; más bien su contrario es lo
que está a la orden del día.
La rebelión de los pueblos colonizados no es el único acontecimiento
ligado a la crisis de la modernidad. También el proyecto de racionalización
del universo ha entrado en crisis cuando constatamos que la conversión del
mundo en una morada digna para el hombre ha devenido en el agotamiento
de los recursos naturales, en la contaminación del planeta, en la elimina-
ción de un gran número de especies animales y vegetales; consecuencias
indeseadas pero quizá necesarias, que atentan contra el mismo proyecto.
En cuanto a la racionalización de la sociedad, la idea de revolución
ya no cuenta con la fuerza que tuvo durante el siglo XX; más bien creemos
que la época de las revoluciones ya pasó. Y, como afirma Bauman (2003:11),
incluso si quisiéramos hacer una revolución, no sabríamos qué edificio
tomar porque el poder ya no se encuentra en un lugar determinado.

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Si consideramos los conceptos regentes de la modernidad, también


la subjetividad y la racionalidad han entrado en crisis, tanto cada una por
separado como la relación entre ellas. En cuanto a la relación entre ellas,
escuchemos a Touraine:

El drama de nuestra modernidad estriba en que se desarrolló


pugnando contra la mitad de sí misma, expulsando el sujeto
en nombre de la ciencia, rechazando toda contribución del
cristianismo, que vive todavía en Descartes y el siglo siguiente,
destruyendo, en nombre de la razón y de la nación, la herencia
del dualismo cristiano y de las teorías del derecho natural que
hicieron nacer las declaraciones de los derechos del hombre y el
ciudadano en ambos lados del Atlántico.

De manera que se continúa llamando modernidad a lo que


constituye la destrucción de una parte esencial de ella. Cuando
solo hay modernidad por la creciente interacción del sujeto y la
razón, de la conciencia y la ciencia, nos han querido imponer
la idea de que había que renunciar al concepto de sujeto para
hacer triunfar la ciencia, que había que ahogar el sentimiento y
la imaginación para liberar la razón y que era necesario aplastar
las categorías sociales identificadas con las pasiones, mujeres,
niños, trabajadores y pueblos colonizados, bajo el yugo de la élite
capitalista identificada con la racionalidad (1999:207).

La crítica de Touraine apunta a la excesiva racionalidad de la mentali-


dad moderna, que ha terminado por ahogar al sujeto y su libertad, negando
aquellos aspectos no racionales que son tan humanos como la misma razón:
el sentimiento y la imaginación, la pasión; pero también, la conexión con
lo espiritual (que Touraine identifica con el cristianismo), que va más allá
de la adhesión a una religión en particular. Crisis entonces del encuentro
entre razón y sujeto. Analicemos ahora a cada uno de ellos en sí mismo.
Si tuviéramos que caracterizar al sujeto moderno diríamos que es un
sujeto racional que guía sus acciones en función de sus intereses propios
y que se ha independizado, conquistando así su libertad subjetiva. Logra
su independencia al abandonar su adscripción a la comunidad a la que

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pertenece, es decir: ya no va a estar determinado por el lugar que dicha


comunidad le asigne sino que va a elegir su propio camino. Se lo suele
identificar con el sujeto cartesiano, que, como vimos, se erige en el punto de
partida de todo conocimiento válido. Este modelo comienza a resquebrajarse
cuando Nietzsche, en pleno siglo XIX y Freud, a principios del siglo XX,
introducen el concepto de inconsciente. Freud lo considera determinante
del aparato psíquico y demuestra que solemos actuar movidos no por nues-
tra conciencia en busca de intereses propios, sino gobernados por motivos
inconscientes que escapan a nuestra consciencia y que, muchas veces, van
en contra de dichos intereses. En definitiva, los estudios de Freud afirman
que no nos conocemos a nosotros mismos y que, por lo tanto, no somos
sujetos enteros sino divididos: una parte, la consciencia, es racional; pero
la otra, el inconsciente, no lo es. Algunos afirman entonces que el sujeto
moderno ha desaparecido y nos encontramos ahora en presencia de un
sujeto posmoderno, descentrado; incluso hay quienes afirman que más bien
debemos considerar la muerte del sujeto (Foucault, 1988:375).
La crisis de la razón encuentra en la crítica que le hace Horkheimer
su punto de partida. Esta razón moderna, afirma nuestro autor, terminó
revelándose meramente como razón instrumental, es decir: se convirtió
en una razón que solo se usa como instrumento para un fin, que queda
fuera del ámbito de la razón. El ejemplo más mentado es el holocausto
judío perpetrado por los nazis, dado que echaron mano de la racionalidad
técnica para llevar a cabo su plan; pero su objetivo escapa a todo examen
racional. Podríamos ampliar con creces las críticas que ha recibido la razón
moderna, pero recordemos que este trabajo apunta a desarrollar la moder-
nidad y no su crisis. Si nos hemos detenido en ella es porque no es posible
entender la modernidad sin tener presente que la modernidad incluye su
crisis como parte de ella.

El fin de la modernidad

La cuestión de si la modernidad sigue vigente o aún no ha concluido


es una discusión abierta. Los que defienden su final, lo van a ubicar a partir
de mediados del siglo XX con la segunda guerra mundial, en particular en
relación al genocidio nazi y a la bomba atómica que destruyó Hiroshima y
Nagasaki. Estos dos acontecimientos entran en flagrante contradicción con
los principios de la modernidad que la humanidad parecía defender. Por

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Cecilia Caputo

eso es que algunos pensadores van a decir que el proyecto de la modernidad


está agotado y que hemos entrado en una nueva época: la posmodernidad.
Otros no van a tomar una posición tan definida pero sí van a pensar cuál
es el vínculo entre la modernidad y estos acontecimientos que podríamos
calificar de antimodernos. Por último, están los que afirman que el proyecto
moderno sigue vigente, que es cuestión de ajustarlo. Ejemplo de la primera
posición es Vattimo, quien afirma que en la época posmoderna “se abre
camino un ideal de emancipación a cuya base misma están, más bien, la
oscilación, la pluralidad, y en definitiva, la erosión del propio principio de
realidad” (1990:82) Ejemplo de la segunda es Bauman, quien afirma que:

Sospechamos que, aunque nos neguemos a admitirlo, el


Holocausto podría haber descubierto un rostro oculto de
la sociedad moderna [… Por eso] propongo que tratemos el
Holocausto como una prueba rara, aunque significativa y fiable,
de las posibilidades ocultas de la sociedad moderna (1997:9-15).

Ejemplo de la tercera es Habermas, quien considera a la modernidad


como un proyecto inacabado y no superado (1989). No es nuestra intención
profundizar en los argumentos de cada uno para defender su posición, solo
diremos que todos ellos tienen buenas razones para sostener lo que afirman.
Los defensores de la posmodernidad van a hacer hincapié en la caída de
algunos de los pilares de la época, como la fe en el progreso de la humani-
dad y en la guía de la razón. Los defensores del proyecto moderno siguen
apostando a la razón y a la ciencia como modo de conocernos a nosotros
mismos y al mundo. Quizá esto muestre que tanto la modernidad como la
posmodernidad pueden ser entendidas como épocas contradictorias en
sí mismas. Es necesario tener presente que no hay acuerdo en cuánto a
qué mentamos cuando hablamos de posmodernidad. Para sus defensores,
decíamos, es una nueva época con características positivas que la distin-
guen claramente de la modernidad. En cambio para los defensores de la
modernidad, la posmodernidad no es más que la crisis de la modernidad,
por eso es negativa y es necesario superarla si queremos salir airosos de
la crisis actual.

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Capítulo II
Tiempo de cine: la historia entre imágenes
Gabriela Flaster

“Fue el cine el que enseñó al mundo a mirar las cosas de otra


forma… ¡El cubismo es incomprensible! Fueron la fotografía y
el cine los que transformaron la mirada. ¡’Lo que el viento se
llevó’ es una producción más revolucionaria que el ‘Guernica’!
Ese cuadro es una obra maestra, pero Lo que el viento se llevó
transformó verdaderamente nuestra manera de ver el mundo
(…). El cine lo ha hecho para todos”.

Eric Hobsbawm (2004:56-57).

“Lo que admiro en el cine en general y en las Historia(s) del


Cine1 es el sentido lírico de la imagen. Sólo el cine puede aún
convencernos de la belleza de una revolución, captar algo
profundo de los grandes asaltos de la historia”.

Francois Furet (2000:151).

Una propuesta diferente

¿Cómo lograr que los acontecimientos, aún los más cercanos, no se


conviertan en ajenos y distantes? ¿Cómo aproximarnos a la comprensión
de los procesos sociohistóricos? Un camino posible lo ofrece el mundo

1. Francois Furet, historiador francés (1927-1997), se refiere a la obra del cineasta francés
Jean-Luc Godard, Historia (s) del Cine creada en 1997.

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académico representado por un conjunto de disciplinas tales como la his-


toria, la sociología, la filosofía, la economía, la antropología, entre otras.
Sin embargo, también existen otros modos, otros discursos que permiten
establecer puentes con los hechos: los relatos ficcionales. Los productos
culturales son construcciones que pretenden imaginar, dar forma y repre-
sentar las diferentes realidades que caracterizan la vida de los individuos.
En este caso proponemos trabajar con aquella representación que utiliza la
imagen como medio de expresión y comunicación: el cine. Las imágenes son
herramientas de gran utilidad para los cientistas sociales y los filósofos, sien-
do el universo fílmico una clave para captar la complejidad de la sociedad.
He aquí una propuesta diferente. Las siguientes líneas se fundan en
un enfoque teórico-metodológico que pretende transitar el siglo XX de la
mano del prestigioso historiador inglés Eric Hobsbawm y del denominado
séptimo arte.
En su afamado texto Vista panorámica del siglo XX –bitácora de
este viaje– el cual constituye la introducción de la extensa obra Historia
del siglo XX 1914-1991, el académico británico subraya:

Mi vida coincide con la mayor parte de la época que se estudia en


este libro y durante la mayor parte de ella, desde mis primeros
años de adolescencia hasta el presente, he tenido conciencia de
los asuntos públicos, es decir, he acumulado puntos de vista
y prejuicios en mi condición de contemporáneo más que de
estudioso (Hobsbawm, 1995:7).

A Hobsbawm le gustaba llamarse, kibbitzer.2 Su biografía se extendió


a lo largo de 95 años3 en los cuales logró consolidar un vínculo entre la for-
mación académica y el compromiso político en un movimiento acompasado.

2. Hobsbwm alude a sus raíces familiares al utilizar esta palabra ídish, que significa observador
partícipe. El ídish era hablado por las comunidades judías del centro de Europa. Luego de los
Estados Unidos, Europa (sobre todo antes de la segunda guerra mundial) e Israel, es Argentina
el país que más ha contribuído con la formación académica y popular del ídish.
3. Nació en Alejandría en 1917 y falleció en Londres en 2012.

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Gabriela Flaster

El oficio del historiador

¿Cómo aborda la historia Hobsbawm? El consagrado académico


sostiene que para comprender el pasado no alcanza con conocer los hechos
ocurridos, los personajes que los protagonizaron o las fechas en que se
desarrollaron. De modo que se distancia de la historia heroica y gloriosa
con el propósito de hacer foco en las relaciones entre los hechos intentando
comprender cómo cambia la sociedad y descifrando por lo tanto, las causas
de dichas transformaciones. De esta manera comienza su texto Vista pa-
norámica del siglo XX, eligiendo una fecha simbólica para establecer un
puente entre dos hechos históricos en un intento por resaltar aquello que
no pudo detectarse: el vínculo entre dos episodios.
El análisis del siglo XX que formula Hobsbawm forma parte de una
obra más general, centrada en el interés por la evolución del capitalismo.
Para pensar este siglo Hobsbawm repasa el siglo XIX largo4 protagonizado
por el ideario liberal. Escenario que dará nacimiento a la Sociología y en el
cual el imaginario positivista5 supo conquistar legitimidad. Es el siglo de
la civilización occidental, de las esperanzas en los campos de la medicina,
los inventos tecnológicos, las comunicaciones, el urbanismo. El espíritu del
progreso impregnó las conciencias de los hombres del siglo XIX. Otro de
los rasgos dominantes de este escenario decimonónico lo definió la fórmula
alcanzada entre las naciones europeas en el plano de los conflictos: la paz
armada.6 El imperialismo sumó nuevas colonias a la cartografía y a los
contornos del mercado del siglo XIX. Prosperidad, optimismo, confianza
recorrieron esta centuria. Sin embargo, todos estos sueños se verán ame-
nazados cuando asome el siglo XX corto cuyo recorrido está marcado por
catástrofes y reconstrucciones.
Para el abordaje analítico del siglo XX corto, el historiador organizará
su mirada a través de tres períodos: etapa de las catástrofes (1914-1945),

4. Eric Hobsbawm define al siglo XIX como largo extendiéndose desde 1789 hasta 1914.
5. Concepción del siglo XIX que tiene su origen en Claude-Henri Saint Simon y cobra
significación con Auguste Comte. Positivo significa lo preciso y constructivo frente a lo absoluto,
a la esencia. Se trata de una de las corrientes que estructuran el nacimiento de la Sociología.
6. Denominación utilizada en el marco de la etapa imperialista para hacer referencia a los
acuerdos establecidos entre los Estados imperialistas del siglo XIX con el objetivo de evitar
el conflicto.

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etapa dorada (1947-1973) y la etapa del derrumbamiento (1973-1991),


pretendiendo evidenciar con ello, la estructura de la evolución histórica
del capitalismo:

…una estructura que repercute también en el resto de ámbitos –


políticos, ideológicos, culturales, etc.–. Una época de expansión, de
crecimiento y de transformación llega a sus límites y genera, como
dice Marx, contradicciones y crisis, que se resuelven mediante una
reestructuración de los sistemas, y así sucesivamente. Pienso que
se estableció un cierto ritmo, al menos en el mundo capitalista,
desde finales del siglo SVIII, un ritmo de alternancia con períodos
de unos treinta años. La curva no es arbitraria, en mi opinión
confiere cierta unidad a la estructura de mis libros, escritos en
tiempos muy diferentes, pero sobre la base de un mismo análisis
(Hobsbawm, 2004:48-49).

La linterna mágica

Hagamos un poco de historia para examinar los cruces propuestos.


Nos ubicamos en la modernidad capitalista del siglo XIX largo. El universo
de las representaciones visuales comienza a tener movimiento. Irrumpen
dispositivos que por medio de sus mecanismos hipnóticos seducen al público
para siempre. Entre el inventario de hechizos más influyentes encontramos
cual trabalenguas: el taumátrofo,7 el zoótropo8 y el fenaquistiscopio.9 Estos
experimentos de comienzos del siglo XIX ejercieron influjo en el nacimiento
del cine. Más tarde llegará el encantamiento de la fotografía y en las pos-
trimerías del mismo, asomará un adelanto tecnológico que gravitará en los
siglos posteriores: el cinematógrafo. Su aparición estuvo en sintonía con

7. Constaba de un disco en cuyas caras estaba pintada a mano una imagen (la primera mitad
en una cara, y la segunda en la otra). Al girar el disco, las dos mitades se fundían para formar
una única imagen.
8. Consistía en un juguete muy conocido en el siglo XIX. Una tira de papel con imágenes
que podían ser vistas por varias personas al mismo tiempo. También conocido como rueda
de la vida.
9. Eran discos que representaban dispositivos de imágenes móviles.

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Gabriela Flaster

el devenir del capitalismo: la segunda revolución industrial. Explosión de


descubrimientos y respuestas a las exigencias de la sociedad del progreso
técnico siendo la química fotográfica y la electricidad, piezas claves en esta
curiosidad experimental.
Nuevo y viejo continentes se destacaron como epicentros de la nove-
dad. Si bien los hallazgos de Thomas Edison en EE.UU. y de Louis y Auguste
Lumière en Francia marcaron el inicio de la imagen en movimiento, se cree
que no es posible asignarle una paternidad al cine. Se trataría de una obra de
aportes colectivos como muchas de las invenciones. Lo cierto es que Edison
no percibió el enorme potencial comercial que tenía la proyección a gran
escala de modo que, los hermanos Lumière en Francia se le anticiparon al
realizar la primera proyección pública de la historia de la cinematografía.
Culminando el año 1895 llegó el gran día en el que –en el sótano de un
local emplazado en uno de los bulevares parisinos descriptos por Charles
Baudelaire– los hermanos Lumière presentaron el extraordinario evento:
la primera sesión cinematográfica abierta al público en la que se exhibieron
entre otras películas: La sortie de l’usine Lumière a Lyon, donde se puede
observar la salida de los trabajadores de la fábrica de los Lumière o la farsa
Le jardinier.
Pero no es solo entretenimiento. El cine invita a la reflexión permi-
tiendo contar el horror, las tensiones, los conflictos y las alegrías a través
de un torrente de imágenes. El séptimo arte nos puede ofrecer múltiples
miradas sobre lo social acercándonos diferentes universos sociales. El cru-
ce entre imagen y realidad puede apreciarse entre los primeros cineastas,
quienes estuvieron interesados en reconstruir sucesos tales como el Affaire
Dreyfus10 o las batallas coloniales.
Durante el presente recorrido abordaremos algunas de las temáti-
cas más sobresalientes que singularizaron el siglo XX corto: genocidios,
violencia, mundo bipolar, mundialización, ciudadanía, crisis económicas,
rol del Estado, movilidad social, memoria histórica y algunos de los con-
trastes, paradojas e ironías más notorios que ha ofrecido esta centuria.

10. El caso Dreyfus refleja el aire de época al promediar el siglo XIX francés: el antisemitismo.
Nos situamos en 1894, Alfred Dreyfus, oficial del ejército francés de origen judío es acusado de
espionaje alemán. Es degradado y enviado de por vida a la Isla del Diablo. Tiempo más tarde
se devela la autoría de quien efectivamente, entregó los documentos militares a los alemanes.

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Los invitamos a tener una “cita con el cine” con el objetivo de comprender
estos ejes conceptuales. Para ello les ofrecemos un repertorio de títulos que
animan a problematizar algunos de los sucesos emblemáticos del siglo XX.
La función ya está por comenzar. Veamos entonces, cómo este mundo
visual se convierte en un vehículo posible para el análisis de las ciencias
sociales. Quienes decidan acompañarnos en el recorrido del siguiente texto
encontrarán que los filmes seleccionados no son los títulos más difundidos
a la hora de ilustrar procesos históricos. De eso se trata, de alejarnos de
las formas canónicas de pensar la historia; es decir, de no hacernos eco de
aquellas películas que se han convertido en referencia obligada –la mayoría
de ellas de circulación comercial– para abordar los sucesos históricos. Por
el contrario, exploraremos en la cinemateca para encontrar otras perspec-
tivas y producciones que también representan las escenas de la historia a
examinar.
Y finalmente, ¿por qué el cine? Porque según Hobsbawm, junto
con el jazz, representan las dos manifestaciones artísticas de vanguardia
a principios del siglo XX y porque no en vano, le dedica una sección en su
análisis sobre el siglo XX. Y porque además, es una de las creaciones más
inspiradoras para imaginar, pensar y aprehender historias ejemplares e
historias mínimas.

Vista cinematográfica del siglo XX


Época de las catástrofes

I. Tiempos violentos

¿Qué cambió en 1914? Hagamos un alto en el nombre Balcanes, foco


del estallido de este conflicto. Las calles de Sarajevo, fueron el epicentro
señalado por Hobsbawm al inicio de su texto para hacer referencia a uno
de los episodios que marcaron los albores del siglo XX. Balcanes también
será el escenario de otro acontecimiento que cerrará el siglo XX corto. La
primera guerra mundial y la guerra de los Balcanes comparten una geografía
en común, además de la tragedia.

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Gabriela Flaster

Este siglo se inició con un enfrentamiento de alcance global teniendo


como marco inicial la zona balcánica.11 El comienzo de la era de las catás-
trofes con la gran guerra (1914-1918) malogró la época de la paz armada
distintiva del largo siglo XIX. En la primera guerra mundial participaron to-
das las grandes potencias y la mayoría de los estados europeos.12 Asimismo,
diversos países de ultramar enviaron tropas a luchar fuera de su región
asignándole también, otra particularidad a este conflicto: la participación
de grandes potencias y la incorporación de otras latitudes a la contienda.13
En este sentido, la entrada de los Estados Unidos en la guerra le asignó la
envergadura de conflicto mundial como así también reflejó la evidencia de
un nuevo motor en la economía: la industria de la guerra.
Una vez estallada la primera guerra mundial se comprendió que el
cine representaba un contundente instrumento de propaganda. Sin em-
bargo, las condiciones bélicas descriptas impidieron la filmación en directo
como se deseaba. Finalizada la gran guerra, Hollywood se convirtió en la
meca filmográfica del mundo generando sus propios cineastas, recibiendo a
directores de la costa oriental de los EE.UU. como así también, a emigrados
que huían de la guerra y la persecución en el viejo continente. Hollywood
alcanzó su máxima celebridad durante el frenesí del cine mudo.14 Si bien
esta industria cinematográfica se vincula con las grandes producciones y con
las recurrentes tramas que privilegian el triunfo del bien y de la civilización,
es también una plataforma para iniciativas radicales a través del empleo
de metáforas antibelicistas y anticapitalistas. En la década del cincuenta,
el director de cine norteamericano Stanley Kubrick experimentó con la
temática de la primera guerra mundial retratando la perturbadora vida
de los soldados en combate y su pretendida gesta heroica. Algunos títulos
para registrar son: Miedo y deseo (1953) y Senderos de Gloria (1957). Es
posible identificar en esta mirada el alegato antibelicista pronunciado por el
realizador Kubrick, quien desnuda las arbitrariedades que los altos mandos

11. Península al sureste de Europa que adquiere dicho nombre por la cordillera de los Balcanes.
Se encuentra rodeada por los mares: Adriático, Jónico, Egeo, Mármara y Negro.
12. Excepto España, los Países Bajos, Noruega, Suecia, Finlandia y Suiza.
13. Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Turquía, etc.
14. Integran el Templo de los Dioses: Rodolfo Valentino, Mary Pickford, Lillian Gish, Búster
Keaton, Douglas Fairbanks y Theda Bara.

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ejercieron sobre sus subordinados como así también, la maquinaria belicista


que devoró sin distinción, vidas amigas y enemigas.

II. Pasajeros de una pesadilla

Hay una escena urbana local15 que conmemora el genocidio armenio


ocurrido entre 1915 y 1923, fecha en la que en la ciudad de Constantinopla
entre otras, se inició la persecución a intelectuales armenios. El gobierno del
Imperio Otomano, dirigido por los jóvenes turcos16 provocó el desarraigo de
los armenios a través de su deportación forzosa por el desierto, la tortura,
las violaciones y la destrucción del patrimonio cultural armenio cristalizado
en monumentos, inscripciones y en la lengua. Matanza ejemplar que sólo
treinta años después conoció el nombre de genocidio.17 Entre el negacio-
nismo y ocultamiento turco y el posterior desplazamiento ocasionado por
la envergadura del genocidio nazi, este acontecimiento ocupó un lugar
marginal constituyéndose en un exterminio velado. Algo similar ocurrió
en el mundo de las cámaras: el séptimo arte nunca habló mucho de este
episodio. Por dicho motivo compartiremos el título de una película, que si
bien recibió diversas críticas por su estructura narrativa, no deja de cons-
tituir una propuesta decente para ilustrar el clima de época. Nos referimos
a El padre (2014), última cinta del director turco-alemán Fatih Akin, quien
nos tiene acostumbrados a personajes y ambientes opresivos a lo largo de
su filmografía pero de la mano de la sutileza de sus imágenes.

III. Un fantasma recorre Europa

Si bien Hobsbawm caracteriza al primer período de la centuria como


la era de las catástrofes –signada por los dos conflictos mundiales–, un

15. Caravanas de autos desfilan los 24 de abril con especial resonancia en el barrio de Palermo
de la Ciudad de Buenos Aires, conmemorando la masacre turca.
16. Grupo de turcos universitarios militarizados, miembros del partido Comité de Unión y
Progreso. Genocidio armenio: masacre turca a los armenios, aproximadamente 1.200.000
muertos.
17. El término “genocidio” fue inventado por el abogado polaco Raphael Lemkin en 1944,
quien desde Estados Unidos, llevó adelante una campaña para condenar a los autores de actos
destinados a destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, social o religioso. En
1948 se creó la Convención Internacional sobre Genocidio.

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Gabriela Flaster

año antes de finalizar la primera guerra mundial, otro episodio cargado


de utopías marcó también, el curso del siglo XX: la revolución de octubre
en 1917 y con ella, la convicción de un proyecto alternativo al capitalismo.
Según Hobsbawm:

…fue la revolución rusa –o, más exactamente, la revolución


bolchevique– de octubre de 1917 la que lanzó esa señal al mundo,
convirtiéndose así en un acontecimiento tan crucial para la
historia de este siglo como lo fuera la revolución francesa de 1789
para el devenir del siglo XIX (1995:63).

Vladimir Ilich Lenin, líder de la revolución rusa de 1917, entendió que


el cine era un vehículo de comunicación potente que podía ejercer influencia.
De este modo entró en escena el cine con ruedas, el agit-tren llevando el
cine hasta los más remotos rincones de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS). Estos trenes iban equipados con imprentas, bibliotecas y
filmotecas y en ellos viajaban actores, cineastas, guionistas y escenógrafos.
El tiempo del cine llegó a la URSS en el marco de su industrialización y de
la difusión de las ideas socialistas que fueron diseminándose desde el Mar
Báltico atravesando los Montes Urales, los Montes Cárpatos, el Cáucaso,
la llanura de Siberia Occidental, el Mar Caspio, el Mar Negro, el Mar de
Aral hasta la región más oriental de la experiencia revolucionaria. El tren
de la estrella roja proyectaba películas educativas y documentales de corta
duración. Luego irán asomando las películas narrativas de propaganda
revolucionaria. Durante la década del 20 inició su andadura el cine ruso
realista inspirado en las urgencias de la revolución.
El filme Octubre (Sergei Eisenstein, 1927) se convirtió en película
de culto. Se trata de una de las películas claves del cine mudo en la que se
evidencia la maestría de su director en la construcción de secuencias con
rápidos movimientos y montajes ultrarrápidos. Octubre es una reconstruc-
ción de los acontecimientos ocurridos desde febrero hasta octubre de 1917.
En esta película se puede apreciar el recurso de una metáfora muy eficaz
para expresar el nacimiento de la utopía revolucionaria. El pueblo rodea
con sogas la estatua del zar Alejandro III –aparentemente indestructible–
para luego derribarla. Sin duda, la cristalización de dicho acto emancipa-
torio constituye una de las imágenes más significativas en la historia de la
filmografía.

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Al tiempo que la URSS emprendió el camino de la industrialización


y de la Nueva Política Económica (NEP),18 el capitalismo se sumergió en
una crisis económica mundial sin precedentes. En la década del 20 brilló el
cine mudo junto con el espíritu festivo de los años locos o la Belle Epoque.
Sin embargo, los felices veinte se desvanecieron con el Crac del 29.

IV. Maldita miseria

He aquí otra lectura radical proveniente de la meca del cine. De la


mano del divulgado film Tiempos Modernos (Charles Chaplin, 1936), su
director nos exhibe una radiografía de la sociedad capitalista de principios
del siglo XX. A través de esta sátira el cineasta delinea las formas que adop-
ta el funcionamiento del capitalismo mediante la referencia a la crisis del
30 y su gravitación en el mundo del trabajo. A través de numerosos gags19
Chaplin nos hace reír al tiempo que nos hace reflexionar sobre las conse-
cuencias ocasionadas a la clase trabajadora por la nueva organización del
trabajo que Marx denominó La gran Industria o Maquinismo. El realizador
pretende reflejar la introducción de la racionalización del trabajo a través
del taylorismo.20
Siguiendo la articulación entre memoria e historia enunciada por el
historiador británico, su vida en Alemania entre los años 1931 y 1933 –sien-
do un adolescente–, representó una de esas imágenes fundacionales para
Hobsbawm ya que en dicha época se configurará su compromiso político y
profesional. Es ahí donde descubre lo que lo unirá a la historia para siempre.

V. Vivir mata

Alcanzamos ya, el ascenso del nazismo y el ocaso del tiempo del


“Adios a las armas”. Durante este período se desarrolla la guerra de exter-
minio sobre poblaciones, ciudades y personas. Entre las paradojas de este
siglo Hobsbawm subraya un episodio capital: la inédita alianza estratégica

18. Política económica de tipo mixto, oscilante entre el control estatal y la iniciativa privada.
19. Efecto cómico rápido, predominantemente visual.
20. Organización científica del trabajo. Doctrina ideada por el ingeniero estadounidense
Frederick Taylor, que se basa en descomponer el trabajo en tareas simples, cronometrarlas y
exigir al trabajador el cumplimiento de las mismas en un intervalo de tiempo predeterminado.

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Gabriela Flaster

capitalismo liberal-comunismo contra el fascismo fundamentalmente en


las década del treinta y del cuarenta. “Enemigos públicos” que se presentan
como aliados en una contienda encarnando según afirma el historiador
británico, un proceso paradójico.
Innumerables imágenes cinematográficas frecuentaron el conflicto
bélico y la Shoá21 desde un primer plano y otras, como telón de fondo.
Algunas de ellas filmadas próximas al período que pretenden recrear y
otras, tiempo después. Unas inspiradas en hechos reales y otras imaginan-
do historias cotidianas marcadas por estos acontecimientos combinando
realidad y ficción.
Nos encontramos frente a una etapa prolífica para la industria del
cine. Es posible reunir un largo catálogo de títulos que retratan hechos de
dicho período. Al momento de escribir estas páginas continúan asomando
nuevas entradas a este capítulo de la historia exigiéndonos la delicada tarea
de seleccionar algunos de ellos para esta ocasión.
Apartándonos de los temas sobre los que se vuelve, incluso, con elo-
giosos trabajos elegimos detenernos en otros retratos sobre este contexto,
otras experiencias además de las referidas particularmente al Holocausto
judío o a una iconografía apoyada en el sufrimiento del pueblo judío.
En la siguiente programación encontrarán un corpus de películas en
las que se tematizan el ascenso y auge del nazismo, el colaboracionismo
de ciertos Estados, la resistencia, la inocencia de los niños en el marco de
la guerra y el enfrentamiento ideológico entre hermanas: El niño con el
piyama a rayas (Mark Herman, 2008), Hermanas gemelas o Reencuentro
–según la traducción– (Ben Sombogaart, 2003), El gran dictador (Charles
Chaplin, 1940),22 Casablanca (Michael Curtiz, 1942), El puente sobre el
río Kwai (David Lean, 1957), Cabaret (Bob Fosse, 1972), Fugitive pieces
(Jeremy Podeswa, 2007), y de los últimos largometrajes alusivos, Lejaim
(Uwe Janson, 2014) y Laberinto de mentiras (Giulio Ricciarelli, 2014),

21. Término hebreo que significa catástrofe. Fue utilizado para referirse al Holocausto judío.
Holocausto es una palabra de uso común cuya etimología significa sacrificio. Hablar del
exterminio de los judíos como holocausto es controvertido.
22. Entretelones de la película: Chaplin decía haberse vengado de Hitler en El gran dictador
porque Hitler le había robado su bigote.

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que aborda el encubrimiento de importantes instituciones alemanas de los


crímenes perpretados por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.
Puede resultar llamativa la ausencia de la mención de los campos de
concentración en el texto de Hobsbawm. Dicha omisión está en sintonía
con las reflexiones de Primo Levi23 al inicio de su texto. Parafraseando
a este sobreviviente de Auschwitz, los hechos superan las palabras, son
inexpresables. En este sentido Hobsbawm considera que “es cierto que el
historiador está obligado a registrar el hecho, pero los hechos, en este caso,
están suficientemente registrados” (Hobsbawm, 2004:42).
La persecución y genocidio de los judíos coexistió con la hostilidad ha-
cia otros sectores también, perseguidos. Consideramos interesante aproxi-
marnos al acontecimiento a través de un filme que no tiene al campo como
único escenario pero da cuenta del mismo de un modo diferente. Se trata
de la película El noveno día (2004) del director alemán Volker Schlondorff.
Este largometraje está basado en una novela autobiográfica, escrita por un
sacerdote católico, sobreviviente de un campo de exterminio nazi. El pro-
tagonista de la película, el padre Henri Kremer, oriundo de Luxemburgo,
es detenido en la frontera por sus actividades antialemanas: colaboró con
la resistencia en París y en Luxemburgo. Lo llevan prisionero al campo de
concentración Dachau24 por su abierta oposición a la ocupación alemana y
por la escritura de un ensayo rechazando las leyes raciales que condenan a
los judíos. Pertenece a una familia influyente y respetada de Luxemburgo.
Sin embargo, estos aspectos –como también su condición de sacerdote–
no lo eximen del traslado a un campo de concentración. Al igual que otros
eclesiásticos de diferentes nacionalidades, el padre Kremer se encuentra en
el pabellón destinado a los sacerdotes en el campo de Dachau.
La trama de la película combina escenas que retratan el trabajo en la
fábrica de municiones y la cotidianeidad en el campo junto con imágenes

23. Escritor y miembro de la resistencia antifascista italiana, fue arrestado por la milicia fascista
que lo entregó al ejército de ocupación alemán al identificarse como judío. Fue deportado a
Auschwitz en 1944 y liberado con la llegada del Ejército Rojo.
24. Ubicado en el sudeste de Alemania, muy cerca de la ciudad de Munich, en Baviera, en
el límite con Austria. Fue el primer campo de concentración regular creado por los nazis en
1933. El área del campo estaba constituído por treinta y dos barracas, de las cuales una era
destinada para el clero disidente al régimen nazi. Los prisioneros de Dachau fueron utilizados
para realizar trabajos forzados.

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Gabriela Flaster

de la vida en la ciudad de Luxemburgo. El adentro y el afuera del lager25 se


entrecruzan permanentemente a lo largo del filme.
En algunos de sus pasajes, el protagonista es objeto de improperios:
“un sacerdote con ínfulas”, “cura de mierda”. El punto de inflexión se re-
vela de la mano de uno de los infames mecanismos instrumentados por el
régimen nazi. Se le otorga al padre Kremer un certificado de liberación que
luego será traducido como “certificado de licencia por nueve días”. Una vez
en Luxemburgo se descubrirá el misterio de tal licencia y la misión que le
encomiendan durante los nueve días de su estadía en la ciudad.
En el repertorio de la cinemateca relativa a la segunda guerra mun-
dial aparecen películas situadas después de la segunda guerra mundial
iluminando nuevos conflictos que también marcan el devenir del siglo XX.
Una arista interesante es la aproximación a la vida llevada adelante por los
perpetradores luego de finalizada la guerra, su inserción en la vida social,
sus vínculos interpersonales. Se trata de una línea de análisis sustancial
para considerar el rol de los Estados, la impunidad y la vida cotidiana.
Para ello sugerimos, el film La caja de música o Mucho más que un
crimen (1990) –dependiendo de su traducción– del cineasta grecofrancés
Konstantinos Gavras, llamado Costa-Gavras. La siguiente historia trans-
curre en Illinois, Estados Unidos, en la década del ochenta. Laszlo, un
inmigrante de origen húngaro radicado en Estados Unidos desde fines de
1945 –quien tiene una vida apacible y una afectuosa familia– despierta un
día con la noticia de que es acusado de haber cometido crímenes de guerra
durante el nazismo. El gobierno húngaro solicita su extradición.
El guion recrea un episodio de la historia del siglo XX en clave de
drama familiar sumergiéndose en el terreno de las emociones logrando así,
una atmósfera intimista. Su hija Ann, reconocida abogada, se ocupa de la
defensa de su padre convencida de la inocencia del mismo. A partir de aquí
Ann inicia un peregrinaje hilvanando retazos de la historia de su padre y
por lo tanto, la suya propia. La búsqueda de pruebas se desenvuelve en el
marco de la intriga mediante la construcción de desgarradores diálogos
entre padre e hija y el entramado de diversos argumentos. En un doble
movimiento, su hija lo va interpelando –como abogada al tiempo que como
hija– y las piezas del rompecabezas se van uniendo.

25. Término alemán utilizado para referirse al campo de concentración.

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Como ya nos tiene acostumbrados, Costa-Gavras investiga, se asesora


y se sumerge en el laberinto de la mente humana y en aquellas historias más
atroces. De este modo ofrece una mirada absolutamente apartada de los
relatos cinematográficos habituales. En este sentido es notable la referen-
cia del fiscal -durante el juicio- a los señalamientos de la filósofa alemana
Hannah Arendt26 cuando afirma que “no estamos hablando de banalidad
del mal ni de un burócrata anónimo en un oficina dando órdenes”.
Ann desea indagar más. No conforme con las explicaciones que su
padre esgrime sobre determinadas situaciones, Ann resuelve continuar sus
averiguaciones encontrándose con lo inevitable: las pruebas irrefutables
sobre la responsabilidad de su padre en los cargos de violación a judías y
matanza a inocentes. Dichas pruebas consisten en un conjunto de fotogra-
fías resguardadas sigilosamente en una cajita de música. Ante el desengaño
profundo y el desvanecimiento de sus ilusiones, Ann se derrumba y el drama
familiar alcanza el paroxismo.
Costa-Gavras aborda en la década del noventa con maestría un
aspecto insuficientemente tratado en el cine: las redes de evasión y ocul-
tamiento de los criminales nazis permitiendo que muchos de ellos vivan
como ancianos respetables.27
Esto nos recuerda otro caso y a otra imperdible producción cine-
matográfica: Hannah Arendt (Margarethe von Trotta, 2012). En 1961, el
jerarca nazi Adolf Eichmann28 fue capturado en Argentina donde se había

26. Filósofa alemana de origen judío (1906-1975). Se doctoró en filosofía en la Universidad de


Heidelberg. Emigró a los Estados Unidos donde ejerció la docencia en varias universidades.
Fue directora de investigaciones para la Conferencia sobre las Relaciones Judías y de la
Reconstrucción Cultural Judía. Entre sus temas de análisis figuró la reflexión sobre los
totalitarismos. Según Arendt, Adolf Eichmann no era un monstruo sino una persona incapaz de
ver en sus víctimas a seres humanos iguales que él. Así elaboró la noción de banalidad del mal.
27. Varios son los Estados que simbolizan esta connivencia: Estados Unidos, Paraguay,
Argentina.
28. En 1954, Simon Wiesenthal –el cazador de nazis– consiguió localizar en Buenos Aires
al criminal nazi Adolf Eichmann y lo informó al Centro de Investigación del Holocausto Yad
Vashem, en Israel, cuyas autoridades eran inicialmente muy escépticas al respecto, pero
finalmente el prófugo fue capturado. Eichmann, el hombre que planificó la deportación y
muerte en masa de millones de judíos en Europa, fue detenido en 1960 en Argentina, trasladado
clandestinamente a Israel y finalmente sentenciado a muerte en 1961 tras la celebración de
un juicio trasmitido por televisión. Adolf Eichmann se encargó de dirigir la solución final.
Mandó a campos de concentración a millones de gitanos, homosexuales, judíos, incapacitados

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refugiado luego de la segunda guerra mundial. Acompañado de una falsa


historia y de falsos documentos dio inicio a su nueva vida en nuestro país. El
Mossad29 lo interceptó y fue trasladado a la ciudad de Jerusalén donde fue
enjuiciado. La filósofa judío-alemana, sobreviviente de un campo y emigrada
a Estados Unidos, se encargó de la cobertura del juicio para el New Yorker
despertando polémicas y encendidas molestias por sus declaraciones sobre
el perpetrador Eichmann. El posterior transcurso de su vida en Estados
Unidos se verá afectado por las controvertidas reflexiones30 formuladas en
su reconocido libro, Eichmann en Jerusalen (2010).
El proceso a Eichmann representó un giro instalando la memoria del
Holocausto en el espacio público ya que por primera vez, los sobrevivientes
pudieron hablar de su experiencia, contar lo que habían vivido y ser escu-
chados por la opinión pública internacional. Se trató de un juicio televisado.
De modo tal que la opinión pública internacional tomó conciencia de lo que
representó el Holocausto en el medio de la guerra.
Por último, detengámonos en otra apuesta por narrar el universo de
la segunda guerra mundial. La siguiente película fue a contrapelo del modo
en que usualmente se representó la memoria del Holocausto. En este caso
nos encontramos con la problemática de los lugares de memoria y sobre
las generaciones posteriores en torno de la guerra. En Llegaron los turistas
(Robert Thalheim, 2007), coproducción alemana-polaca, la trama transcu-
rre en el pueblo de Auschwitz, en Polonia, durante 2006. La película narra
la historia de Sven, un joven berlinés quien llega al pueblo –ecos de la forma
en que otrora se llegaba a Auschwitz– para cumplir tareas del servicio civil31
en el ex-campo de concentración de Auschwitz convertido actualmente en
museo. Durante un año cuidará a un sobreviviente polaco de dicho campo,
el señor Stanislaw Krzeminsky de 80 años –quien no le ofrece una cálida
acogida–, como así también oficiará de guía a los visitantes jóvenes.

y comunistas. Cuando la guerra ya se veía perdida, huyó de Alemania y terminó anclando en


Buenos Aires, Argentina, donde fue secuestrado por el Mossad, en 1960. Se le juzgó en Israel,
y se le condenó a muerte. Fue ahorcado en 1961.
29. Servicio secreto israelí.
30. Se hizo mención con anterioridad en nota 26.
31. En Alemania los jóvenes pueden elegir entre el servicio militar y el servicio civil.

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Asimismo, la llegada de este joven alemán al pueblo perturbará a


algunos jóvenes polacos vecinos del lugar dándole una bienvenida hostil
al recién llegado, recibimiento cargado de incomodidad y de recuerdos
por la experiencia ominosa cristalizada por otra generación de alemanes.
Se advierten ásperos intercambios y cuentas pendientes entre quienes han
sido víctimas y quien podría encarnar al sucesor de su victimario:

—¿Y qué haces?

—Trabajo en el albergue juvenil del museo Auschwitz, en el


servicio civil.

—¿El servicio civil en Auschwitz? ¡Muchachos!, el ejército alemán


está otra vez en Auschwitz (risas).

Resulta inadmisible para los nativos que el joven alemán no mantenga


algún vínculo con los perpetradores nazis. Su nacionalidad se convierte en
suficiente advertencia para responsabilizarlo de los crímenes cometidos
contra el pueblo polaco durante la segunda guerra mundial. Compartir un
origen, una cultura, una religión, la pertenencia a una institución, tener
un lazo sanguíneo con aquellos responsables de atrocidades marca a la
descendencia condenándola en forma directa por una historia de la que no
es protagonista. Las heridas están presentes. La mirada del director pone
la atención en las tensiones entre los nativos, herederos de la tragedia y
el joven alemán amenazante, portador de la atrocidad por el mero hecho
de compartir un lugar de procedencia con quienes fueron los principales
responsables de una de las experiencias más horrorosas del siglo XX.
Entre otras referencias hostiles de los oriundos del lugar hacia el
joven extranjero el señor Krzeminsky señala, “Un alemán en mi cuarto”,
“un chofer alemán, ¡los tiempos cambian!”.
Durante su trabajo en el museo de Auschwitz conoce a Ania, una
joven nacida en ese pueblo, quien trabaja como guía turística allí y con
quien entabla una relación amorosa. Resultan interesantes los diálogos
entre ambos jóvenes sobre sus horizontes de expectativas y sobre las razones
por las cuales ambos se encuentran en ese lugar.
Asimismo, Sven es protagonista de un camino de concientización
personal por medio del conocimiento en profundidad de la experiencia

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vivida en el lager. De este modo, prestará especial atención en lo que sucede


en las visitas guiadas a partir de las preguntas que los jóvenes visitantes
formulan y a la forma en que se organizan los encuentros.
La memoria no solo es temporalidad, sino que también es materia-
lidad, o sea espacialidad. Los campos de exterminio, los lugares de depor-
tación se convirtieron en memoriales, en sitios de conmemoración. En la
película Llegaron los turistas, se introduce otro interrogante con respecto
al alcance de la lógica de la mercantilización en dicho sitio. Esto genera una
polémica en relación con que el museo de Auschwitz sea gestionado –en
parte– por capitales privados. La llegada de capitales alemanes a la zona
para revitalizar una vieja industria química trae aparejado contradicciones
y adhesiones. Entre las escenas relativas a esta otra relación encontramos
que los pasantes de la fábrica –jóvenes alemanes– escuchan el relato del
sobreviviente de Auschwitz, no saben qué preguntar pero de todos modos
se los presiona para que lo hagan ya que “hay que preguntar”. Por otro
lado, la dirección de la empresa adquirida por los alemanes ofrece instalar
un monumento conmemorativo Auschwitz III, subcampo del complejo, y
destinado al trabajo esclavo.

Edad dorada

I. La quimera del oro

La denominación etapa dorada del capitalismo obedece al hallazgo


de una fórmula que permite un doble movimiento entre el crecimiento de
las grandes economías al tiempo que procura alcanzar el bienestar de la po-
blación. Quiere decir que esta nueva etapa del capitalismo no sólo responde
a un continuo crecimiento de los índices de la economía norteamericana y
a la recuperación de las economías europeas y japonesa, sino también, a la
elevación del nivel de vida de la población. Tras la segunda guerra mundial,
se vivió en occidente un crecimiento ostensible de la mano de la edad de
oro keynesiana. Entre la década del cincuenta y del sesenta, dichas políticas
funcionaron muybién con repercusiones en el incremento de los ingresos,
salarios y protección social sin reducir el crecimiento y sin generar una in-
flación incontrolable. Se acentuó la tendencia intervencionista que se había

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iniciado en la década del treinta y que lentamente, moldó los contornos del
Estado de Bienestar. De acuerdo a Zygmunt Bauman:

El concepto de Estado benefactor encierra la idea de que, entre las


obligaciones del Estado, está la de garantizar a toda la población
una situación de ‘bienestar’; y esto implica algo más que la simple
supervivencia: es una supervivencia con dignidad, entendida tal
como la concibe cada sociedad en su propia época (1999:73).

Pese a su participación tardía durante la primera guerra mundial, –y


activa durante la segunda guerra mundial–, Estados Unidos se vio indemne
frente a los dos conflictos. Ya en 1914 fue la principal economía industrial
pero no así, la economía dominante. Al finalizar la segunda guerra mundial
su situación se fortaleció debilitándose de manera relativa o absoluta la de
sus competidores. La economía norteamericana conoció así una situación de
predominio mundial durante todo el siglo XX corto poniendo en cuestión,
la hegemonía europea.

II. Así se templó el acero

En una bella ciudad a orillas del Mar Negro, el encuentro de tres


dirigentes políticos de renombre –Churchill, Roosevelt y Stalin– configuró
lo que luego se dio en llamar, Guerra Fría.32 De modo que Yalta se convirtió
en el lugar histórico donde se consagró la división del mundo en 1945: el
mundo bipolar.
Así se estructuró una dinámica de confrontación política, ideológica
y militar que mantuvo despejado de conflictos bélicos el escenario euro-
peo manifestando sus enfrentamientos en las zonas periféricas de ambos
bloques.
El enfrentamiento capitalismo-socialismo no se hizo esperar. La
polarización del mundo en dos bloques marcó este período y el siguiente:

32. El nombre procede de un aparente congelamiento del conflicto entre los principales
protagonistas: EE. UU. y la URSS. Las potencias interpuestas evitaron los enfrentamientos
directos hasta que terminó –en parte– la carrera armamentística y Gorbachov llamó a retirada
(1985).

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tensiones en el marco de la carrera armamentista y espacial. Se configura-


ron las alianzas de carácter estratégico militar: Organización del Atlántico
Norte (O.T.A.N, 1949)33 y el Pacto de Varsovia, (1955).34
Durante la etapa dorada, las intervenciones no se detuvieron en el
marco de la guerra fría ya que Estados Unidos fue a Corea en la década
del cincuenta y a Vietnam en la década del sesenta y setenta a “defender la
democracia” en contra del avance del comunismo. En la década del sesenta,
Bahía de los Cochinos en Cuba, también fue escenario de la invasión nor-
teamericana. Mientras tanto, en gran parte de su propio territorio Estados
Unidos mantuvo un sistema de segregación racial en el que decenas de
luchadores por los derechos civiles fueron perseguidos y asesinados por
intentar empadronar a los afroamericanos para que votaran. La figura
de Martin Luther King –asesinado en 1968– simbolizó, entre otros, esta
disputa por la dignidad.
Entre las diversas producciones fílmicas sobre la Guerra de Vietnam
recomendamos el filme Nacido para matar (Stanley Kubrick, 1987). Se trata
de una perspectiva norteamericana que decide sumergirse en la profundidad
del universo de quien avasalla, conquista y extermina. De un modo nada
convencional, en la primera parte de la película Kubrick nos adentra en
la instrucción implacable a la que son sometidos un grupo de reclutas en
Parish Island, centro de entrenamiento de la marina norteamericana, con
el objetivo de matar. La misión de quien los entrena es endurecer el cuerpo
y el alma de los novatos. La segunda parte del film retrata la lucha en el
campo de batalla durante la guerra en Vietnam. En ese contexto los jóvenes
se irán convirtiendo en soldados. La originalidad de Kubrick consiste en
capturar un Vietnam no visto en las películas anteriores, donde la selva y
la oscuridad no dominan el escenario.

III. Persecución obsesiva

Hobsbawm no esquiva la reflexión sobre la experiencia soviética. En


este sentido formula un análisis sobre la tiranía estalinista dominante en
la URSS y extendida a otras regiones del mundo socialista. Algo empieza

33. Constituida por Estados Unidos, Canadá y países de Europa Occidental.


34. URSS y países de Europa del Este.

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a opacar la idea de una sociedad más libertaria en la URSS provocando


rupturas y desvinculaciones con el régimen ya sea en el interior del terri-
torio como en grupos alineados en otros confines. Entre los aspectos más
sobresalientes de este período se advierte la creciente burocratización del
régimen político engendrada por la centralización estatal y el divorcio de un
conjunto de principios inspiradores de la gesta revolucionaria de octubre.
El informe Krushev,35 en 1956, revela los horrores y errores cometidos
por Stalin. El culto a la personalidad ejercido por Stalin y la implementa-
ción de los gulags36 constituyen dos de los rasgos más condenables del
régimen soviético.
El abordaje de esta temática se efectivizó desde diferentes géneros
y estéticas que van desde los filmes bélicos, policiales, de suspenso incur-
sionando también, en el drama.
La película Underground (Emir Kusturika, 1995) ilustra el influjo
stalinista al tiempo que representa una alegoría de la historia de la ex
Yugoslavia. El relato comienza en 1941 con la invasión a Yugoslavia por las
tropas alemanas. A la derrota de los nazis le sigue la constitución en país
socialista bajo la figura de Tito y su posterior implosión y desintegración
con la guerra de los Balcanes. El director diseña de un modo ingenioso
una sátira tragicómica del sistema político durante la ocupación nazi y la
experiencia socialista yugoeslava con acento stalinista. A través de una in-
ventiva delirante cargada tanto de risas y melodías alegres como de horrores
y desesperación, retrata a nazis, aliados, comunistas, y nacionalistas. El
realizador es capaz de convertir en humor negro los aspectos más dolorosos.
Otra historia cautivadora por sus cruces históricos es Un amor en
Praga (Roger Simon, 1998). En este caso el tono es otro ya que no se trata
de una sátira sino de una historia de amor atravesada por los dolores y la
tragedia de los acontecimientos históricos.
Una escena en un campo de refugiados en Eslovenia, ex Yugoslavia,
abre y cierra esta película. El contexto está planteado: la década del noventa.
Sin embargo la película está ambientada en la soñada Praga. El encuentro
amoroso entre un hombre de origen checo y una mujer norteamericana

35. Nikita Krushev, secretario de general del Partido Comunista de la Unión Soviética luego
de la muerte de Stalin en 1953.
36. Campos de trabajo y muerte durante la década del treinta en la URSS.

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permite dar cuenta de las arbitrariedades políticas durante el transcurso


del siglo XX en esta región de Europa como también de los silencios y
ocultamientos en el seno de los vínculos familiares.
Nuevamente estamos frente a una historia de un europeo emigrado
a los Estados Unidos con una falsa identidad y con una biografía fingida.
Lauren, la protagonista del filme, visita la ciudad de Praga con motivo de la
organización de un congreso de Psicología Social. Su estadía se verá marca-
da por acontecimientos inesperados: el encuentro con el amor y las raíces
familiares serán los pivotes del libreto. Lauren emprende la búsqueda de la
historia de su ascendencia checa esperando encontrar a algún pariente con
quien reunirse. Su abuelo emigró a los Estados Unidos luego de la segunda
guerra mundial. En la visita al salón de archivos descubre que con el nombre
que ella proporcionó -el de su abuelo- figura una persona fallecida en 1943,
en Auschwitz. Tenía 7 años.
En este recorrido aparecen puntos de encuentro con la familia de Jiri,
su enamorado checo. Él es un destacado escritor, disidente en los tiempos
del socialismo en Checoslovaquia, quien manifiesta en varios pasajes del
filme la persecución sufrida durante el régimen comunista, sus largos
años en prisión y su adhesión a los acontecimientos del Mayo Francés y
la Primavera de Praga.37 Vemos en este filme el modo en que el director
coloca entre sus ejes narrativos la denuncia a una experiencia política. En
varios segmentos dedica su atención a desnudar el clima de época durante
el régimen comunista checo.
El drama encuentra su punto álgido cuando el padre de Jiri, so-
breviviente de los campos de Terezin y de Auschwitz, reconoce al abuelo
de Lauren en una foto que ella comparte. Lentamente la protagonista se
enfrenta con la verdadera historia de su abuelo, quien adoptó el nombre
de un niño judío asesinado en un campo de exterminio para ingresar en los
Estados Unidos y empezar así una nueva vida en un país que no preguntó

37. Acciones implementadas bajo un programa reformista en el terreno social, de la política,


economía y la cultura. Esta experiencia pretendía instalar un “socialismo de rostro humano”
distanciándose del influjo soviético. La Primavera de Praga fue un movimiento de liberalización
política que buscó modificar los aspectos totalitarios y burocráticos del régimen socialista
checo. Contó con una amplia participación estudiantil. Dicho proceso que se fechó entre el
5 de enero de 1968 y el 20 de agosto del mismo año, culminó con la invasión soviética a la
ciudad de Praga.

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demasiado. Notamos aquí, otra representación sobre la complicidad de los


Estados. En las retinas del padre de Jiri se aloja con nitidez las imágenes del
abuelo de Lauren, arquitecto alemán contratado por los nazis para diseñar
el campo de Terezin como así también, mentor de un método particular
de exterminio.
La relación entre Lauren y Jiri no parece ser un romance fugaz ya que
el deseo de estar juntos sobrevive a las historias de sufrimientos mutuos.
Jiri comparte con Lauren –con cierto arrepentimiento frente al momento
devastador atravesado por su amada– lo que su padre le relató:

en 1941 los nazis deciden construir una pequeña población en las


afueras de Praga, un supuesto ghetto judío. Lo llamaron Terezin.38
Hitler dijo que era su regalo para los judíos para prepararlos para
su vida en Palestina. Al principio creyeron esto y pagaron mucho
dinero para ingresar ya que los nazis vendían los derechos de
admisión.

A partir de este momento Lauren deberá convivir con la insoportable


idea de que su abuelo fue un criminal de guerra: “ya no sé qué creer, ¿cómo
pude no saber esto?”. Más adelante agrega, “mi abuelo ayudó a matar a
tus hermanas”. La siguiente escena es una de las más conmovedoras de
la película:

—Desearía no haber visto la fotografía pero lo hice. Soy un viejo y


sólo puedo decir la verdad. Tu abuelo era un monstruo. No puedo
perdonar lo que hizo ese hombre. ¿Qué quieres de mí?

—¿Puede perdonarme a mí?

—No hiciste nada vos.

—Soy su nieta. ¿Puede tenerme como miembro de su familia?

38. Terezin es el nombre checo de la ciudad, los alemanes la llamaban Theresienstad.

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Gabriela Flaster

En ese instante se establece un acercamiento inesperado y aliviador


entre ambos al estrecharse afectuosamente sus manos. El gesto del padre
de Jiri expresa empatía y la convicción de que se puede discriminar las
circunstancias y responsabilidades y no condenar a quien si bien, tiene un
vínculo con el perpetrador, nada tiene que ver con esa tragedia. Un giro del
director que no hemos visto en la película Llegaron los turistas.
Otro título que da cuenta de estos regímenes autoritarios del mundo
socialista es la película alemana La vida de los otros (Florian Henckel von
Donnersmarck, 2006). Esta historia se desarrolla en Berlín Oriental durante
los últimos años de la existencia de la República Democrática Alemana
(RDA) con el propósito de reflejar el control ejercido por la policía secreta
Stasi sobre los círculos intelectuales. Un oficial recibe órdenes de espiar a
una pareja integrada por un reconocido escritor y una popular actriz. Pero
la película no se limita a denunciar un hecho real como el control ideológico.
La trama también se sumerge en el retrato de quién vigila ya que se verá
también interpelado, atravesado por el mundo de los libros que supervisa;
expresando ahí, su rasgo más sensible.
La filmografía alemana revisa su historia ofreciendo también,
Bárbara (Christian Petzold, 2012) que retrata el estado de cosas de la
República Democrática Alemana. La trama da cuenta de la vigilancia esta-
tal y los temores de época. Situada en los ochenta en la Alemania del Este,
su protagonista, Bárbara, es una médica, quien es confinada a un hospital
de provincia tras haber solicitado el traslado a la República Federal de
Alemania. El director propone una lectura diferente. Petzold se inclina
por descifrar el universo de las relaciones humanas en situaciones límites
alejándose de un esquema maniqueo que proponga a Alemania del Este
como la representación de la opresión y a Alemania Occidental como la
cuna de la libertad.

IV. Joven y alocada

Los sueños de la felicidad colectiva parecieron cobrar forma. En la


región del Caribe un gesto liberador adquirió envergadura: la revolución
cubana en 1959.

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

En la siguiente década una oleada de movilizaciones se extendió por


diferentes latitudes encontrando a 1968 como escenario del Mayo Francés,39
la Primavera de Praga y Tlatelolco40 en México.
En el marco de un repertorio de consignas en las paredes y de la
práctica de las barricadas, la revuelta estudiantil de París –Mayo Francés–
puso en evidencia la crisis de una izquierda europea y su correlato, en las
experiencias revolucionarias de América Latina. La década del sesenta
gravitó en el mundo a través del inconformismo y la indignación por las
arbitrariedades en el ámbito académico, por las arbitrariedades de la guerra
como así también, por las arbitrariedades del sistema capitalista.
En el filme Après mai (Olivier Assayas, 2012) –Después de mayo–
se recrea el impulso que introduce la experiencia del Mayo Francés. Un
adolescente se encuentra en la encrucijada entre la participación en las
revueltas estudiantiles de la década del setenta y el descubrimiento de sus
dotes creativos. De este modo el protagonista, Gilles, se debate entre el
compromiso político y el espíritu creativo.
El director plantea una época muy concreta de la historia de Francia
en la que traza el devenir de la juventud –a partir del Mayo Francés– en
torno de su participación política y su vocación artística.
A mediados de la década del setenta la situación de los jóvenes de
Europa y EE.UU. (pensando estos dos polos como ejes de influencia hacia
el resto del mundo capitalista), y particularmente de Inglaterra, estuvo
marcada por una fuerte crisis económica y financiera. Esto se manifestó
en la carestía, la inflación, el desempleo para miles de jóvenes de la clase
trabajadora y la clase media de la época. Crecieron los barrios pobres mien-
tras que las instituciones tradicionales de cohesión social, como la familia,
la Iglesia y el sistema educativo, entraron en crisis.
Estos jóvenes tenían mayores niveles de educación que sus padres,
habían accedido a toda una serie de bienes y consumos impensables para
la generación precedente y sin embargo, no pudieron insertarse en el mer-
cado laboral y necesariamente vivían entre la incertidumbre y el subsidio

39. Paris: epicentro de un levantamiento estudiantil de ámbito continental. Si bien distó


mucho de ser una revolución marcó el fin de la época del general De Gaulle en Francia con
repercusiones en otras latitudes.
40. Masacre del ejército mexicano contra universitarios alzados en huelga y protesta.

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Gabriela Flaster

de desempleo. Jóvenes que comenzaron a cuestionar ciertos patrones do-


minantes de género y de organización social y política. La opción por un
Estado de tipo Benefactor y de políticas keynesianas, como modelo social
y económico adoptado por muchos de los estados europeos luego del Plan
Marshall,41 parecía estar llegando a su fin. Fueron los sectores más conser-
vadores quienes alentaron las políticas de ajuste fiscal y del libre mercado
en un contexto de creciente dependencia económica y aumento del gasto
público.42

Época del derrumbe: las décadas de crisis

I. De un mundo bipolar a un mundo global

A partir de la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y el


desmembramiento de la URSS en 1991 dejamos atrás el enfrentamiento
Este-Oeste que marcó el período de la guerra fría.
La referencia a la globalización invade todos los ámbitos de la so-
ciedad, está en boca de todos, parafraseando a Joachim Hirsch (1997).
Ante el fin de la competencia entre los sistemas capitalista-comunista, el
mundo aparece como unificado. Con el objetivo de profundizar el alcance
del término globalización, Hirsch señala:

Es una vasta estrategia política o, más precisamente, una estrategia


de la lucha de clases. Esta estrategia se impuso esencialmente por
el capital internacionalizado, en coordinación con los gobiernos

41. Programa de recuperación europea impulsado por Estados Unidos con el apoyo de Canadá.
Se inició a través de la provisión de alimentos, vestimenta, reconstrucción de viviendas a
través de las fuerzas armadas norteamericanas y luego desde la ONU. De todos modos, la
reconstrucción cayó sobre Estados Unidos ya que los flamantes organismos no se encontraban
en condiciones de dar suficientes respuestas.
42. La crisis del petróleo de 1973 comenzó el 23 de agosto de 1973, a raíz de la decisión de
la Organización de Países Árabes Exportadores de no exportar más petróleo a los países
que habían apoyado a Israel durante la guerra del Yom Kippur, cuarta guerra árabe-israelí.
entre Israel –aliada de Estados Unidos en Oriente– y las fuerzas armadas de Egipto y Siria,
equipadas por la URSS. El aumento del precio unido a la gran dependencia que tiene el
mundo industrializado del petróleo, provocó un fuerte efecto inflacionista y una reducción
de la actividad económica de los países afectados.

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

neoliberales (…). La política económica de liberalización y


desregulación tiene como meta crear las condiciones políticas
institucionales adecuadas para una profunda transformación en
la correlación de clases, tanto nacional como internacional; he
aquí la condición para la reorganización técnica de la producción
capitalista (1997:17).

En síntesis, se entiende por globalización en un sentido estricto


–distanciándonos del lenguaje coloquial– al proceso de integración eco-
nómico y comunicacional a nivel internacional con características propias,
y acotado a un período concreto que se inicia cuando asoma la década del
ochenta. El concepto de globalización nace en la esfera de la economía en
torno de una tesis económica basada en la unificación de la demanda y la
estandarización de la oferta.
El siglo XX da lugar a un proceso por el cual los bienes ya no se pro-
ducen íntegramente en un territorio. Los bienes se han emancipado. De este
modo vamos olvidando dónde surgieron grandes marcas como Benetton,
Body Shop, Gap, etc. En este sentido Hobsbawm se pregunta si “¿un Ford
es un automóvil estadounidense si se construye ensamblando componentes
japoneses y europeos con piezas producidas en Detroit?” (2000:85).
Entre los filmes que permiten descifrar el fenómeno de la globali-
zación encontramos: Ouvrières du monde, (Marie-France Collard, 2000),
Obreras del mundo intenta dar cuenta del fenómeno de desterritorialización
de la producción poniendo de relieve el impacto de las nuevas formas de
producción en la vida de las trabajadoras.
La primera escena de la película Los edukadores (Hans Weingartner,
2005) evoca el fenómeno de la globalización en clave de denuncia revelando
el proceso de fabricación de las grandes marcas de zapatillas. A lo largo
de este filme se construye una mirada sobre esos jóvenes con pasión para
cambiar el mundo e interesados en repudiar la sociedad de la abundancia.
Junto con el concepto de globalización aparece otro concepto, el
de mundialización. Este término surge a partir de la convicción de que el
Estado Nacional es una institución acabada, desprovista de las capacidades
indispensables para responder a la ofensiva de los grandes centros econó-
micos y financieros. La globalización económica requiere de una política

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organizada a escala mundial. Una suerte de megaestado desde donde se


pueda establecer un límite a las exigencias del poder económico.
Ahora bien, esta estrategia globalizadora tiene un fundamento; es
decir, se inscribe en el marco del neoliberalismo.

II. Buenos muchachos

Ronald Reagan y Margaret Thatcher adquirieron protagonismo


en esta historia.43 Dichos mandatarios simbolizaron la nueva etapa de la
configuración del capitalismo: el neoliberalismo a partir de la década del
ochenta.44
El gurú de Thatcher fue Friedrich von Hayek, mentor de Milton
Friedman, ambos representantes del neoliberalismo. A partir de dicho mo-
mento se predicó un Estado mínimo, de corto alcance mientras que el mer-
cado no conocía límites. Se asistió al avance frenético de las privatizaciones
provocando altos índices de desempleo y reducción de gastos. Por ejemplo,
el histórico andamiaje de servicios sociales ingleses se desmanteló paula-
tinamente como reflejo de la desestructuración del Estado de Bienestar.
El cine también se ocupó de reflejarlo y en especial, el cine inglés.
Uno de los nombres representativos de esta corriente cinematográfica es
sin duda, Ken Loach. Director inglés aficionado a las cuestiones sociales y
sobre todo, interesado en incursionar en la cotidianeidad de esos hombres
y mujeres trabajadores, que sobrellevan con coraje y también debilidad,
sus vidas a pesar de la adversidad neoconservadora.
Son numerosas las películas que nos permiten recrear el universo
de los trabajadores ingleses de la década del 80. A través de su filmografía,
Ken Loach cincela un paisaje en el que no encontramos historias de héroes
aunque sí, historias heroicas habitadas por viviendas y trabajos precarios y
padres preocupados por responder a las necesidades y deseos de sus hijos.

43. Cabe aclarar que la primera versión neoliberal se puso a prueba en el contexto latinoamericano,
durante la dictadura de Augusto Pinochet, a partir de la década del setenta en Chile.
44. Corriente ideológica que surgió a mediados de los cincuenta, en pleno auge de los Estados
de Bienestar. Se trata de una vertiente de una doctrina económica –el liberalismo– que tiende
a profundizar los aspectos conservadores graficados a través de la imagen del “derrame de la
“copa”. El departamento de Economía de la Universidad de Chicago declaró la guerra al New
Deal como estrategia para salir de la gran depresión. Milton Friedman es uno de sus portavoces.

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

Agendemos entonces algunas de las alternativas cinematográficas de


este realizador que ayudan a comprender el fenómeno del thatcherismo:
Riff Raff (1990), Lloviendo piedras (1993). Asimismo, podemos recurrir a
otros directores también ingleses, que se ocuparon de iluminar estas zonas
de la vida social y sobre todo, la situación desfavorable del sector minero
–sindicato más poderoso en el Reino Unido que logró organizar la huelga
de mineros más grande desde 1926– en épocas de privatizaciones. En tono
de comedia, The Full Monty (Peter Cattaneo, 1997) relata la historia de un
grupo de obreros metalúrgicos desempleados pero ocurrentes. Sin dema-
siados atractivos personales y cansados de dirigirse a la oficina de empleo
infructuosamente, deciden convertirse en strippers para sobrellevar las
circunstancias desfavorables.
Continuando con el mundo de los mineros ingleses no podemos
prescindir del film Tocando el viento (Mark Herman, 1996). Es el relato
de una comunidad minera del norte de Inglaterra con una gran tradición
musical que se enfrenta al posible cierre de la mina y por consiguiente, a la
desaparición de su banda de vientos. El realizador recurre a otros modos
de acción colectiva y lucha obrera para desafiar el avance neoliberal que no
duda en barrer con el Estado de Bienestar.

III. Contra la pared

Otra mutación está en puertas. El 9 de noviembre de 1989 cayó el


Muro de Berlín.45 Se inició el proceso de unificación de Alemania.
En la película La mirada de Ulises (Theo Anguelópulos, 1995) encon-
tramos una metáfora sobre el fin de las utopías. El cineasta griego logra crear
una escena en la que sintetiza el derrumbe del socialismo exhibiendo una
estatua de Lenin destruida y cargada en un barco que atraviesa el Danubio.
Este movimiento representa casi una conmemoración, una ceremonia a
modo de funeral. El pueblo se reúne en la ribera del Danubio -manantial
inspirador de valses- donde se arrodilla y se persigna, frente al recorrido
del barco que carga una inmensa estatua de Lenin.

45. Construido por la República Democrática Alemana (RDA) en 1961 en el marco del
enfrentamiento Este-Oeste.

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Gabriela Flaster

La siguiente película probablemente sea el caso de un “hit filmográ-


fico”. De todos modos, representa una buena opción para pensar el inicio
del derrumbe del socialismo real. Good bye Lenin (Wolfgang Becker, 2003)
ilustra el desmoronamiento del socialismo alemán. Con un estilo entre sa-
tírico y melodramático, el director narra una historia dentro de otra. Una
historia familiar en el marco del fin del socialismo.

IV. Final de partida

Estamos llegando al final del recorrido propuesto por Eric Hobsbawm.


El siglo XX está por concluir con el desmembramiento de la URSS en 1991.
A partir de 1989 el mapa Europeo parece despedazarse dando lugar a de-
cenas de nuevos estados. En este paisaje finisecular se advierten nuevos
cambios de fronteras aunque las mismas no resulten claras para todos. Se
desintegran algunas naciones al tiempo que emergen nuevos territorios que
también conocerán, sus enfrentamientos y disputas. La década del noventa
simboliza la desintegración del socialismo real.
A continuación nos ocuparemos del conflicto de los Balcanes como
parte de las reflexiones para el final de la centuria. Así como el siglo XX dio
sus primeros –pero firmes– pasos con enfrentamientos y genocidios, su
culminación está en sintonía con los inicios: la guerra de los Balcanes. Este
conflicto dinamitó los cimientos del Estado Federal Yugoslavo. Una serie de
declaraciones de independencias en Eslovenia, Croacia y Macedonia frente a
la emergencia de un dirigente –Milosevic– que exacerbaba el nacionalismo
serbio, desataron lo que constituirá una de las guerras prolongadas de la
década del noventa extendiéndose hasta el nuevo milenio.
Se trata de un tema que aún sigue seduciendo a directores de cine
especialmente de origen balcánico. Una especie de permanente reflexión
y búsqueda recorren las diversas películas que integran el repertorio de la
filmografía que revitaliza el interés sobre el conflicto en esa región. En gran
parte de las propuestas fílmicas se deja entrever el latido de la tragedia que
atraviesa la vida de croatas, serbios, eslovenos, kosovares, bosnios y monte-
negrinos. Lo irreconciliable y caprichoso de los nacionalismos ex yugoslavos.
El cine se hizo cargo de los itinerarios del estallido del conflicto en
el que ardieron los Balcanes. Comencemos con el filme Antes de la lluvia
(Milcho Manchevski, 1994). Anatomía de la Macedonia independiente. El
director propone una estructura narrativa que desafía los ordenamientos

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

convencionales a través de una secuencia temporal no lineal. Es una apuesta


por narrar de otro modo. Quien protagoniza esta película es Alexander,
un fotógrafo de guerra que trabaja para una agencia en Londres. Cansado
de cubrir la guerra de Bosnia toma la decisión de regresar a su Macedonia
natal donde se reencontrará con los fantasmas de su pasado. Se trata de un
pasado vinculado con su tarea de fotógrafo en Bosnia. El tormento que lo
acompaña deriva de la creencia en ser el causante del asesinato de un pri-
sionero al decirle a un miliciano que no había presenciado nada interesante
que pudiera fotografiar. Estos remordimientos reaparecerán por ejemplo,
en algunas de sus palabras, “mi cámara mató a ese hombre”. El protagonista
se siente verdugo –en relación a las consecuencias morales que se derivan
de pretender registrarlo todo– al tiempo que víctima. Este dilema ético
atraviesa toda la película. Por ejemplo, Alexander decide destruir las fotos
que tomó durante la ejecución. Asimismo, el director muestra las tensiones
étnicas y religiosas surgidas en Macedonia, única república ex yugoslava
que se salvó de la guerra. Enfrentamientos entre macedonios y albaneses
recorren esta región alrededor de una historia entre jóvenes que se aman,
aunque sus procedencias se conviertan en razón suficiente para impedir
que sus destinos se crucen.
Como cierre de la presente programación ofrecemos un abanico de
posibilidades para sumergirse en la hondura del conflicto de los Balcanes
a través del abordaje de temas como la deserción al ejército en plena gue-
rra, las sistemáticas violaciones a mujeres, el regreso luego del conflicto
de quienes intentaron probar suerte en territorios más seguros: Sarajevo,
mi amor (Jasmila Zbanic, 2006), Cirkus Columbia (Danis Tanovic, 2012),
Sueño de una noche de invierno (Goran Paskaljevic, 2004).

Un lugar en el mundo

Al finalizar el siglo XX corto, los conflictos subsisten ya no entre


grandes potencias o en Europa como epicentro. Por ejemplo, la década del
ochenta conoce conflictos en otros continentes como el anglo-argentino,
en 1982, la guerra entre Irán e Irak (1980-1988) y la invasión de Israel al
Líbano en 1982.
Nos encontramos frente a un siglo que ha matado a más gente que
ningún otro y que al mismo tiempo, aloja a más gente viva y que vive mejor

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Gabriela Flaster

que sus antecesores, por lo menos en ciertos lugares del planeta.46 En su


conjunto, la población mundial se ha triplicado en relación al siglo XIX. Al
mismo tiempo se pone de manifiesto un nuevo fenómeno para el que aún
la sociedad, no está a la altura de las circunstancias: el envejecimiento de
la población.
Entre las expectativas alcanzadas durante el siglo XX corto adverti-
mos: la masificación y democratización, la transformación en la inserción
social de las mujeres, la creciente autonomía de los jóvenes, la ampliación
del concepto de ciudadanía, entre otras transformaciones relevantes.
La llegada del siglo XX encuentra a las mujeres con ciertos permisos
desconocidos hasta ese momento. Parte del universo femenino abandona la
reclusión y el modelo patriarcal –en el que se las preparaba para ser madres y
maestras–, para finalmente ingresar al mundo académico. La emancipación
de las mujeres ya está en marcha pero en buena parte del siglo XX impera
el estereotipo de mujer asociado a madre-esposa. En la década del sesenta
se advierte una ruptura con dicho modelo pero de todos modos, el antiguo
estereotipo convive con el de la mujer profesional. Si bien es ostensible el
protagonismo social de las mujeres, las decisiones continúan en poder de
los varones en multiplicidad de ámbitos de la sociedad.
Los jóvenes se convierten en sujetos políticos cuya participación, fue
oscilando entre períodos de mayor y menor intervención en la vida política
en consonancia con las circunstancias históricas. Los jóvenes celebran,
protestan y reclaman durante el siglo XX.
La historia del siglo XX está marcada por conquistas sociales y cien-
tíficas al tiempo que los dramas sociales alcanzan niveles incomparables.
La injusticia y la desigualdad persisten en amplias regiones del planeta al
finalizar el siglo XX. En este sentido Hobsbawm advierte sobre la tendencia
a la precarización del trabajo como resultado de la lógica ultraneoliberal.
Asimismo pone la atención en el aumento de los refugiados. El Muro de
Berlín se desplomó pero las paredes contra la inmigración ilegal se forta­
lecen desvaneciéndose todo gesto de hospitalidad. Probablemente hoy el
destacado historiador inglés haría públicas sus reflexiones sobre la pro-
blemática de los refugiados sirios y las respuestas de los estados europeos.

46. El historiador señala que eso es relativo respecto a África, América Latina y la ex URSS.

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El recorrido a través del siglo XX combina lo duro, lo bello y lo dra-


mático de la existencia humana. Hobsbawm aclara algunas cuestiones al
respecto:

Por eso titulé en inglés mi libro sobre el ‘siglo corto’ The Age
of Extremes. Desde cualquier punto de vista ha sido un siglo
extraordinario. No sólo por sus catástrofes. En realidad, cuando
llega a su término, el mundo, con algunas excepciones, está mucho
mejor que antes. No se puede rechazar in toto el siglo XX, porque
hoy en día los hijos de este siglo disfrutan de mejores condiciones
materiales y espirituales que las que tuvieron sus padres y sus
abuelos. El problema es lo que nos depara el futuro. Esta es mi
preocupación (2000:218).

El hombre de fin de siglo XX se encuentra abrumado y desconcertado.


Hoy, transitando el siglo XXI, habitamos un mundo cada vez más complejo
y por lo tanto, con mayores desafíos. Parafraseando a Bauman, vivir en
tiempos de globalización supone el reto de la ética; es decir la capacidad
humana de poder convivir solidariamente y experimentar una vida social
integrada que arrincone las miradas agonistas.
Walter Benjamín nos recuerda que sin esperanza no podemos vivir
y que hay esperanza a través de los desesperados. Tomamos prestadas las
palabras del filósofo alemán a modo de faro en la encrucijada del camino.

Bibliografía

Arendt, Hannah: Eichmann en Jerusalén, Barcelona, Debolsillo, 2010


Bauman, Zygmunt: Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Barcelona,
Gedisa, 2000.
Furet, Francois: “Carta (s) a Godard”, en Les cahiers du cinéma,
“Coincidencias y divergencias”, Nº 547, noviembre 2000, pp. 151-155.
Hirsh, Joam: “¿Qué es la globalización?”, en Cuadernos del Sur, Mayo
1997, pp. 9-20.
Hobsbawm, Eric: El optimismo de la voluntad. Conversación con Antoine
Spire, Barcelona, Ediciones Paidós, 2004.

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Gabriela Flaster

—Entrevista sobre el siglo XXI, Barcelona, Editorial Crítica, 2000.


—Historia del siglo XX, Barcelona, Crítica, 1995.
Holloway, John: “La rosa roja de Nissan”, en Cuadernos del Sur, N° 7,
abril 1988, pp. 113-145.
Lacolla, Enrique: El cine en su época. Una historia política del filme,
Córdoba, Comunicarte, 2008.
Museum of the moving imagen: Donde el cine cobra vida, Guía informa-
tiva, Londres, British film institute, 1999.
Petras, James: Globaloney. El lenguaje imperial, los intelectuales y la iz-
quierda, Buenos Aires, Editorial antídoto, 2000.

Filmografía

Antes de la lluvia (Milcho Manchevski, 1994).


Après mai (Olivier Assayas, 2012).
Bárbara (Christian Petzold, 2012).
Cabaret (Bob Fosse, 1972).
Casablanca (Michael Curtiz, 1942).
Cirkus Columbia (Danis Tanovic, 2012).
El gran dictador (Charles Chaplin, 1940).
El niño con el piyama a rayas (Mark Herman, 2008).
El noveno día (Volker Schlondorff, 2004).
El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1957).
El padre (Fatih Akin, 2014)
Fugitive pieces (Jeremy Podeswa, 2007).
Good bye Lenin (Wolfgang Becker, 2003).
Hannah Arendt (Margarethe von Trotta, 2012).
Hermanas gemelas o Reencuentro (Ben Sombogaart, 2003).
Laberinto de mentiras (Giulio Ricciarelli, 2014)
La caja de música o Mucho más que un crimen (Costa-Gavras, 1990).
La mirada de Ulises (Theo Anguelópulos, 1995).
La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006).
Lejaim( Uwe Janson, 2014)
Llegaron los turistas (Robert Thalheim, 2007).
Lloviendo piedras (Ken Loach, 1993).

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

Los edukadores (Hans Weingartner, 2005).


Miedo y deseo (Stanley Kubrick 1953).
Nacido para matar (Stanley Kubrick, 1987).
Octubre (Sergei Eisenstein, 1927).
Ouvrières du monde, (Marie-France Collard, 2000).
Riff Raff (Ken Loach, 1990).
Sarajevo, mi amor (Jasmila Zbanic, 2006).
Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957).
Sueño de una noche de invierno (Goran Paskaljevic, 2004).
The Full Monty (Peter Cattaneo, 1997).
Tiempos Modernos (Charles Chaplin, 1936).
Tocando el viento (Mark Herman, 1996).
Un amor en Praga (Roger Simon, 1998).
Underground (Emir Kusturika, 1995).

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Capítulo III
Fetichismo y neoliberalismo: subjetividad
y capitalismo tardío

Omar Darío Heffes

Introducción

A partir de las transformaciones de los últimos cincuenta años se


puede comprender la aparición de una nueva subjetividad que implica una
variación en la forma en la que esas subjetividades individuales son condu-
cidas, o para decirlo en términos de Michel Foucault, existe un cambio en
la forma en que se ejerce el gobierno. Un ejemplo claro de ello es la flexi-
bilización laboral que implicó un cambio en la asignación del costo de los
trabajadores dado que pasó de ser un gasto sostenido por el empresariado
a ser un gasto que debe ser contemplado por el propio trabajador, es decir,
el costo laboral es colocado dentro de la esfera del propio trabajador y lo
reabsorbe puesto que, gracias a esa idea de flexibilización laboral, debe pro-
ducirse a sí mismo. Para ello, es necesario, que el trabajador sea concebido
como su propio empresario, que dirige su propia empresa, que invierta en
sí mismo, en su educación, en su formación que nunca acaba; en definitiva,
que invierta en su capital humano, y, de esta manera, se produzca porque
produce su propia satisfacción que consume al consumir su capital humano.
De esta forma se posibilita, a partir de la crisis de la década de 1970, la conso-
lidación de una subjetividad basada en la flexibilización del trabajo, basada
en condiciones laborales que desde el punto de vista del neoliberalismo
implicaban un desafío para los individuos dado que “el producto que están
dispuestos a promocionar y poner en venta en el mercado no es otra cosa
que ellos mismos. Ellos son, simultáneamente, los promotores del producto

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

y el producto que promueven” (Bauman, 2007:17). Por consiguiente, esta


producción de sí como un producto implica un concreto gobierno de sí
mismo, cambiando la forma de conceptualizar las relaciones mercantiles
en la sociedad, dado que ya no importa el homo œconomicus como socio
del intercambio en el sentido en que lo podía comprender el liberalismo
clásico de Smith o Ricardo, vale decir, un homo œconomicus como uno
de los polos necesarios para que se produzca el mercado. A partir de estas
nuevas conceptualizaciones, el problema de la interacción social no puede
verse ya como una simple división entre productores y consumidores. Es
por eso que trataremos de desarrollar a lo largo del presente la forma en que
se puede pensar el intercambio y la interacción social, a través de ciertas
categorías utilizadas por Michel Foucault y que provienen de la economía.

De la sociedad del intercambio a la sociedad de la


autoproducción

Para los desarrollos de Adam Smith aparece como imprescindible la


división del trabajo, pero esta idea está acompañada de la simpatía y de la
mano invisible. La idea de la simpatía tiene que ver con el desarrollo de la
teoría moral smithiana que planteaba la posibilidad de ponerse en el lugar
del otro y contemplaba el lazo social a partir de una reacción voluntaria
que estaba basada en sentir lo que sentiría el otro, pero por el otro lado
podemos encontrar la mano invisible que permite la dirección del mercado.
Esta mano invisible es la posibilidad de que las relaciones mercantiles y
productivas sean guiadas y posibiliten el lazo social. De esta manera ocurre
una entronización del como si ya que, en ambos casos, lo que ocurre es que
se abre una instancia basada en la representación, o para decirlo de otra
manera, es la posibilidad de la representación para concebir las relaciones
comerciales; como si que morigera la brutalidad de las relaciones mercan-
tiles cuyo sostén se encuentra, según Smith, en el egoísmo.
Por el contrario para el neoliberalismo, vale decir con los cambios
de la última etapa del capitalismo que se denomina capitalismo tardío, en
realidad se rompe esta necesidad de dos polos del intercambio, dado que
si de lo que se trata es de la construcción de un productor, de un productor
que no necesite por sí mismo el encuentro con un otro, con un consumidor,
no aparece como necesario la construcción de una subjetividad que esté
basada en el intercambio, sino la subjetividad de un empresario, de un buen

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Omar Darío Heffes

administrador, de un buen gestor, y todo esto significa claramente ser un


buen consumidor, pero, además, y esta es la nota principal y característica,
es la existencia de un buen productor. En esta combinación está el toque
distintivo de la sociedad actual, toque distintivo que está desarrollado en
el pensamiento neoliberal. Es así que Bauman comete un error cuando
sostiene que la particularidad de esta sociedad es el hábito del consumo,
principalmente esto es problemático por la implicación de la relación
entre necesidades y satisfacción. Para este pensador, esta relación ha sido
revertida, dado que “la promesa y la esperanza de satisfacción preceden a
la necesidad y son siempre mayores que la necesidad preexistente, aunque
no tanto que impidan desear los productos ofrecidos por aquella promesa”
(Bauman, 2005:46). Esto significa que a los consumidores no se les debe
dar descanso porque es necesario exponerlos siempre a nuevas tentaciones
y mantenerlos en un estado de ebullición continua, y esto se complementa
con la existencia de “consumidores que buscan activamente la seducción”
(Bauman, 2005:47).
La construcción de la idea del consumidor, según Bauman, está atada
al problema del trabajo. Es por eso que relata la idea de la pérdida de una
identidad a lo largo de toda la vida, identidad que caracterizaba una socie-
dad en donde el trabajo es el regulador. En la sociedad de consumidores,
por el contrario,

…los empleos permanentes, seguros y garantizados son la


excepción. (…) El nuevo lema es flexibilidad, y esta noción cada
vez más generalizada implica un juego de contratos y despidos con
muy pocas reglas pero con el poder de cambiarlas unilateralmente
mientras la misma partida se sigue jugando (Bauman, 2005:49).

Es ahí, en donde se plantea el paso del trabajador al consumidor, y


ese paso no permite comprender porque el trabajador se hace productor
de sí, o al menos se puede comprender en forma incompleta. A pesar de
esto, el trabajador debe hacerse cargo de su costo laboral, pero si esto es
simplemente una sociedad de consumidores, el trabajador no es la figura
central, pasando a ser el consumidor la unidad mínima que permite com-
prender el movimiento del mercado, pero el consumidor es alguien que no
produce nada, o si produce lo hace desde su consumo, por consiguiente, el

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

ciclo queda incompleto. En cierto sentido, entonces, se podría sostener que


esta es la forma ideológica de la reproducción o mantenimiento del modo
de producción, ya que parece insuficiente pensar una crítica al capitalismo
a partir de la necesidad, y se prorroga una crítica que se encontraba ya en
el siglo XIX y que no comprende la particularidad de lo que sucede a partir
de fines del siglo XX.
Ahora bien, el problema del capitalismo de fines del siglo XX y a
principios del siglo XXI no está centrado en el consumo per se, sino, y muy
por el contrario, la cuestión está basada, más que nada, en que todos deben
actuar como productores individualizados, pero no porque sea un problema
de egoísmo que se apodera de los corazones de los hombres, sino porque la
forma concreta en que se puede asumir el costo de producción (sea de uno
mismo o de un producto) es a través de la actuación de un agente económico
individual. El agente económico debe sanear sus cuentas primero consigo
mismo, y debe por consiguiente cerrar el ciclo de producción y consumo
en sí mismo. Producir satisfacción, consumir satisfacción conforma un
proceso que aparece atado y es inescindible. Si no es así, recurrir a la pro-
blemática del consumidor implica el relato de una dominación tradicional
a través de la utilización de métodos en apariencias más sofisticados y poco
convencionales; el consumidor funciona, entonces, como una marioneta
libre que reproduce todo el tiempo deseos y es corrida por los productos y
las promesas que se le ofrecen.
En este marco de ideas, el problema de la otrora sociedad mercantil
y su representación, se puede pensar a partir de ciertos desarrollos de
Marx que había sostenido en los Manuscritos de 1844 que la producción
del trabajador, la objetivación del trabajador, se realiza por la enajenación
del objeto, por la pérdida de ese objeto que ha producido:

…el trabajador se convierte en un esclavo de su objeto (…) en


cuanto este recibe el objeto de su trabajo, o sea trabajo (…) [y] en
cuanto el objeto recibe medios de subsistencia. (…) El colmo de
esta esclavitud es que el sujeto físico ya solo se [puede] mantener
como trabajador y trabajador no significa más que un mero sujeto
físico (Marx, 1992:94-95).

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Por otro lado, en el análisis de El Capital, Marx sostiene que las


mercancías “son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y
de resabios teológicos”, que, sin embargo, cuando son pensados como un
valor de uso no expresan estos misterios, ya que una mesa de madera por
más que tenga esta forma sigue siendo de madera, pero

…en cuanto empieza a comportarse como mercancía, la mesa


se convierte en un objeto físicamente metafísico. No solo se
incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone
de cabeza frente a todas las demás mercancías, y de su cabeza
de madera empiezan a salir antojos, mucho más peregrinos y
extraños que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio
impulso (Marx, 1991:36-37).

El carácter social del trabajo es proyectado por el perfil misterioso


de la mercancía, lo que implica una forma fantasmagórica de una relación
entre objetos materiales que es una relación establecida entre los hombres.
Para Marx, hay que recurrir “a las regiones nebulosas del mundo de la re-
ligión, donde los productos de la mente humana semejan seres dotados de
vida propia, de existencia independiente, y relacionados entre sí y con los
hombres” (Marx, 1991:38). Esto es lo que se denomina fetichismo por el
cual se presentan los productos del trabajo en su forma mercancía que es
inseparable del modo de producción capitalista. El problema del fetichismo
se pliega con el problema de la alienación porque el trabajador aparece
objetivado dado que se halla desposeído de los objetos necesarios, no solo
para su vida sino también para su trabajo. Dado que

[l]a extrañación del trabajador en su producto significa que su


trabajo se convierte en un objeto, en una existencia externa, más
aún, extraña, independiente, ajena, en un poder autónomo frente
a él, que la vida que el trabajador han transmitido al objeto se le
enfrenta hostil y ajena (Marx, 1992: 94).

Esta forma de comprender la alienación, al igual que el fetichismo,


repite lo que sucede con la religión dado que cuanto más pone el hombre

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en Dios, menos conserva para sí mismo, es decir Dios se convierte, al igual


que el producto, en una potencia hostil y ajena.
Marx toma esta caracterización de Ludwig Feuerbach que fue un
hegeliano de izquierda y que se dedicó a la crítica de la religión. Para
Feuerbach, “[l]a religión es la desunión del hombre consigo mismo: porque
ella considera a Dios como un ser opuesto a él” (Feuerbach, 2006:49). Dios
es la esencia del hombre y el poder que ejerce sobre él es el poder de su pro-
pia esencia, pero la religión es la conciencia primaria e indirecta que tiene
el hombre de sí mismo. Feuerbach concibe a la religión como una realidad
especular, “es el espejamiento del ser humano en sí mismo” (2006:79). Este
espejo es la alienación del hombre, es un espejo que invierte la verdad que
“tiene un nombre: ‘el Hombre’” (Althusser, 2003:86). Marx recupera en sus
desarrollos esta forma de comprender la existencia religiosa, asociando en
forma directa con la alienación y el fetichismo de la mercancía. Estos dos
conceptos funcionan en forma especular dado que invierten la verdad del
hombre, invierten el verdadero criterio antropológico, que para Marx está
dado por el trabajo. La inversión impide que el obrero se sienta libre en el
trabajo donde debería sentirse un hombre, y que solo se sienta libre en su
casa en donde debería sentirse esclavo sin gozar de esa libertad. De esta
manera, el trabajo se convierte en el creador de una potencia extraña que
domina al hombre y lo coloca en un espacio invertido de representación, en
un espacio especular. Esta forma de construir es una capacidad fantasmática
que se comporta en un como si (cf. Agamben, 2002:42), en otros términos,
en un claro ámbito representativo que se convierte en la posibilidad de su
propia realización, o para decirlo en otros términos, la mercancía funciona
como si fuera un sujeto y el hombre como si fuera un objeto. La mediación
del como si hace posible la realidad representativa de la producción que hace
del trabajo una relación social, que en una inversión plantea el ocultamiento
propio del modo de producción. La mercancía, entonces, se presenta como
un espectáculo que es el envés del artificio del intercambio. En definitiva,
el como si, en el modo de producción capitalista, es la articulación posible
entre trabajo y mercancía, pero, a su vez, es la articulación entre productor y
consumidor, entre oferta y demanda. Esta forma de presentar la mercancía
es colocada como un espectáculo estético que puede ser simbolizado por
ciertos eventos comerciales e industriales como la Exposición Universal de

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Londres en 18511 y la de París de 1855,2 que fueron ferias internacionales


en donde diferentes países3 expusieron sus productos no solo industriales,
o relacionados con la agricultura, sino también los artísticos, y que, según
Agamben, es la demostración de la manera en que converge “sobre la
mercancía el tipo de interés tradicionalmente reservado a la obra de arte”
(Agamben, 2002:70).4
Congruente con ese pensamiento se puede recordar el análisis de
Walter Benjamin que al hablar sobre la obra de arte retoma los conceptos
de estructura y superestructura marxiana, intentando explicar los cambios
en esta última por los cambios que se dieron en la estructura económica,
es por eso que “[s]u dialéctica no es menos perceptible en la superestruc-
tura que en la economía” (Benjamin, 2002:26). Las tesis que pretende
desarrollar Benjamin sobre el arte tendrán valor combativo dado que
quiere oponerse a conceptos tales como creación o genialidad, usuales en
la crítica del arte pero que son incontrolables en su uso y conducen a una
elaboración fáctica para el fascismo y, por consiguiente, el arte se convier-
te en un terreno fértil para la comprensión y combate de ese fenómeno
que asola Europa, a partir de la década de 1920 y que desembocará en la
Segunda Guerra Mundial y la Shoá. De esta manera, y, concretamente en
la conclusión de dicho análisis, sostiene que “[l]a proletarización creciente
del hombre actual y alienamiento también creciente de las masas son dos
caras de uno y el mismo suceso” (Benjamin, 2002:66). Es decir, alienación
y trabajo capitalista van en una misma dirección y se presentan como una
única realidad con dos caras, pero responden a la misma lógica que implica

1. La exposición de 1851, The Great Exhibition World’sfair, es la primer feria internacional,


continuadora de una serie de ferias nacionales iniciadas en Inglaterra y organizadas por la
Society of Arts desde los años 1756-1757 (cf. Unger, 2007:432). Sobre la exposición cf. Babbage
(1851) y cf. Royal Commission (1851).
2. La Exposition Universelle des produits de l’Agriculture, de l’Industrie et des Beaux-Arts de
Paris 1855 fue motivo de diversos escritos tanto oficiales como no oficiales. Así, por ejemplo,
un relato pormenorizado de la Exposición Universal se puede consultar el libro de Henri
Tresca, ingeniero mecánico francés que dirige un libro que describe en detalle el evento (cf.
Tresca, 1855).
3. Por ejemplo, la Confederación Argentina participó como expositor en la Exposición Universal
de 1855 (Tresca, 1855:58).
4. En el texto de la Comisión Imperial sostienen que “los perfeccionamientos de la industria
están estrechamente ligados a los de las bellas artes” (Commission impériale, 1855:vii).

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la creación de un espectáculo, vía la aparición del fascismo, que conlleva


la destrucción de la humanidad a través, de “[s]u autoalienación [que] ha
alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce
estético de primer orden” (Benjamin, 2002:68). O, también en términos de
Benjamin, “la humanidad será presa de una ansiedad mítica en tanto y en
cuanto la fantasmagoría ocupe un lugar en ella” (Benjamin, 2002:197). Esta
fantasmagoría es un mecanismo que posibilita la constante proletarización,
la realidad concreta del trabajo y su alienación pero solo en un como si, solo
en un mecanismo espectacular que no cesa5.
Según Althusser, la categoría de fetichismo depende de un sistema
conceptual de la oposición persona/cosa, “que son dos categorías fundamen-
tales del derecho y la ideología jurídica (…). [Marx permaneció] prisionero
de (…) [esas] categorías” (Althusser, 2003:151). Esta es una de las razones
por la cual la realidad espectacular de la mercancía conlleva la creación de
una potencia extraña que objetualiza al trabajador (cf. Debord: 2002:31), y
la creación de una esfera representativa que es necesaria para que sea po-
sible la alienación, sin embargo con el desarrollo del neoliberalismo, por lo
menos conceptualmente, esa esfera desaparece y conlleva que el trabajador
se produzca a sí mismo para convertirse en una empresa de la cual es su
empresario. De esta manera, no se presenta, dentro del neoliberalismo, el
problema de la mercancía como una imposibilidad ceñida a un problema
jurídico.
Sin embargo, Agamben desarrolla la problemática de la mercancía,
y la del capitalismo, sosteniendo que está ceñida a un desarrollo jurídico,
ya que argumenta que la cuestión se dirime en el uso que acompaña a un
abuso. Esta relación lleva directamente a la definición de propiedad del de-
recho romano, “ius utendi et abutendi, ‘derecho de uso y abuso’” (Agamben,
2006:35). Esta correspondencia entre uso y abuso, en la modernidad está
marcada por una imposibilidad, imposibilidad del uso e imposibilidad del
abuso, y ambos se tornan imposibles en el acto del consumo. Se usa en el

5. Recuérdese que estos análisis tienen su continuidad en el pensamiento de Guy Debord,


cineasta francés, que a través de distintos textos ha proclamado la existencia de una sociedad
de tipo espectacular en donde la mercancía deviene espectáculo como último grado de la
alienación (cf. Debord, 2002).

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consumo pero no es un uso verdaderamente posible ya que implica algo que


no se puede tener jamás, que no se puede poseer jamás:

El uso es, así, siempre relación con un inapropiable (…) [y s]i


hoy los consumidores en las sociedades de masas son infelices,
no es solo porque consumen objetos que incorporan su propia
imposibilidad de ser usados, sino también –y sobre todo– porque
creen ejercer su derecho de propiedad sobre ellos, porque se han
vuelto incapaces de profanarlos (Agamben, 2005:109).

Profanar es traer al uso humano, de no ser así se produce una mu-


seificación del mundo que, para Agamben, conlleva que la analogía entre
capitalismo y religión se vuelva evidente. Se debe recordarla relación estre-
cha que existe entre religión y ley, esto implica que esta museificación deba
ser entendida como un mecanismo jurídico-religioso que está fundado en
la producción de una separación que impide, supuestamente, el uso en el
ámbito humano. Ahora bien, el capitalismo parece no estar determinado
por mecanismos jurídicos-religiosos y si perduraron, durante parte de su
desarrollo, algunos de estos mecanismos, esto no quiere decir que esa sea
la cifra propia del capitalismo.
Pero, por su parte, Agamben encuentra la posibilidad de esta profa-
nación en una frase de la Primera Epístola a los Corintios, en donde Pablo
sostiene: “los que usan el mundo como no abusantes” (1 Corintios, 7, 31,
subrayado mío). Agamben resalta la aparición de la idea del como no (hos
me) que implica una revocación, una suspensión concreta del derecho de
propiedad y de la ley, en última instancia, la posibilidad definitiva del uso
sin necesidad de la apropiación, “no hacer nunca de ella una propiedad,
sino solo un objeto de uso” (Agamben, 2006:35). De este modo, si bien es
un inapropiable, es posible el uso porque se desactiva la ley, se vuelve ino-
perante, a través del mecanismo jurídico del estado de excepción, ya que el
objetivo real y definitivo del estado de excepción es la suspensión definitiva
de la ley y su virtual desactivación (cf. Heffes, 2008).6

6. Esta mirada se desprende de lo desarrollado por Walter Benjamin en su Tesis VIII de


Sobre el concepto de historia, en donde plantea la necesidad de oponer un verdadero estado

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Sin embargo, lo que esta crítica oblitera es que en el neoliberalismo,


al quebrarse directamente cualquier faz representativa o espectacular, lo
que aparece como posible es un movimiento sur place que conlleva, casi
necesariamente que el círculo se cierre sobre sí mismo. Esto es así porque
el trabajador deja de ser el productor de una potencia independiente. El
trabajador o el trabajo se producen a sí mismos porque el homo œconomi-
cus está en el centro del desarrollo del capitalismo, y más aún porque es
su propia producción y su propio consumo. Esto es, la problematización
que nos plantea el neoliberalismo no nos habla de un espectáculo en donde
todo sea un como si, sino, y muy por el contrario, de un como no, ya que no
existe posibilidad de que el sujeto/empresa salga de sí mismo y, por consi-
guiente, encuentre/necesite a otro. No es que el intercambio desaparezca,
o que el intercambio no tenga importancia, sino que se debilita la conexión
con el otro. Por el contrario, para Smith el intercambio funcionaba como
consecuencia de esa subjetividad; en cambio para los neoliberales el inter-
cambio funciona en ese movimiento sobre sí mismo, en un movimiento que
lo desactiva y que le quita su potencialidad de imagen representativa que
funcionaba como el mecanismo constituyente de las relaciones sociales; en
otros términos, para el liberalismo clásico, la posibilidad de la unión entre la
oferta y la demanda, la posibilidad del surgimiento de una verdad propia del
mercado se daba en tanto y en cuanto el intercambio era posible, en tanto y
en cuanto, el intercambio era un mecanismo de una división representativa
que posibilitaba el encuentro de esas dos partes del proceso; en definitiva,
una puesta en escena que nos hablaba también de un espejo invertido de
oferta y demanda. Pero para el neoliberalismo, por el contrario, el meca-
nismo que hace posible al mercado es simplemente el agente económico,
y aunque el individuo siempre fue importante, en realidad la subjetividad
neoliberal se reconstruye por sí misma, disminuyendo la centralidad del
intercambio como mecanismo regulador principal, dado que, en última
instancia, la unión entre producción y consumo se dan en un único y solo

de excepción al estado de excepción en el cual vivimos y que se ha vuelto regla tal y como nos
muestra la tradición de los oprimidos (cf. Benjamin, 2002:115). La interpretación agambeniana
retoma esta oposición y lo plantea en su lectura sobre Pablo, entendiendo sus explicaciones
como parte de la desactivación necesaria de la ley por la fe que conlleva el tiempo mesiánico
en el que vivimos (cf. Agamben, 2006).

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movimiento, único y solo movimiento que aparece en el individuo. Por


consiguiente, si se intercambia se realiza como no intercambiando.
Agamben sostiene que se puede crear un nuevo uso “solamente des-
activando un viejo uso, volviéndolo inoperante” (Agamben, 2005:112). Esta
construcción de inoperosidad del uso puede ser entendida con “[e]l gato que
juega con el ovillo como si fuera un ratón (…). [El uso del ovillo] consiste
en liberar un comportamiento de su inscripción genética en una esfera
determinada” (Agamben, 2005:111). Este juego, según Agamben, produce
una liberación y la actividad deviene un medio puro, “una praxis que, aun
manteniendo tenazmente su naturaleza de medio, se ha emancipado de
su relación con un fin, (…) [un] medio sin fin” (Agamben, 2005:112). Tal
y como se ha desarrollado en los capítulos anteriores, el imperativo cate-
górico kantiano, describe la relación entre medios y fines para posibilitar
que se reconozca en el otro y en uno mismo, no solo la mediación para el
objetivo propio sino también que ambas partes de esta transacción sean
una finalidad. La desactivación del imperativo categórico, a partir de la
ruptura de la relación medio-fin, conlleva una variación en la configura-
ción del intercambio. En este punto, la condición por la cual es posible que
los consumidores sean infelices, no es porque haya una imposibilidad de
apropiarse o de usar, sino porque la realización es solo un puro medio, un
constante medio sin fin, una eterna carrera continua que nunca termina.
Cuando Deleuze hace referencia a la sociedad de control, la sociedad en
donde se instituye la empresa, uno de los datos que aparece como relevante
es la imposibilidad de la finalización, dado, por ejemplo, por esa necesidad
de la formación permanente que conlleva un control continuo. Dicho de
otro modo, la imposibilidad de una finalidad marca incluso la diferencia
entre la disciplina, tematizada por Foucault, y el control, desarrollado
por Deleuze, dado que en la sociedad disciplinaria, la estructuración de
distintas instituciones de secuestro funcionaban en una coordinación de
medios y fines; por el contrario, la sociedad de control conlleva necesa-
riamente la ruptura de esta relación, la ruptura y discordancia fatal entre
medios y fines. Si el agente económico es un puro medio, puro medio que
en sí mismo resume un constante ejercicio que no termina, que no puede
terminar y que lleva tras de sí una imposibilidad de ser considerado como
una finalidad, esta es la posibilidad que cierren en sí mismo la conexión
entre consumo y producción. La insatisfacción constante del capitalismo

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no está dada por una imposibilidad en el adueñarse, sino, más que nada,
por la estructuración de una subjetividad que crea y recrea necesidades y
satisfacciones para poder mejorar, para poder mantenerse en la carrera
del mercado, o, en otros términos, el individuo, al invertir, en su propio
capital humano conlleva que esa inversión no se acabe nunca, no culmine
de ninguna manera.
Según afirma Agamben, el problema del capitalismo es la imposibi-
lidad de la profanación y que, además, reproduce un “incesante proceso de
separación, que inviste cada cosa, cada lugar, cada actividad humana para
dividirla de sí misma y que es completamente indiferente a la cesura sacro/
profano, divino/humano” (2005:106-107). Es por eso que retoma la noción
de fetichismo y sostiene que “en la mercancía la separación es inherente a
la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de cambio
y se transforma en un fetiche inaprensible” (2005:107). Este fetiche, en la
última etapa del capitalismo, es la exhibición de la cosa en su separación en
la esfera de lo sagrado, y es, en este sentido, que espectáculo y consumo son
dos caras de una única imposibilidad de usar. Por el contrario, Althusser
sostiene, al hablar del fetichismo, que Marx queda atrapado en el modelo
religioso y jurídico, y “opone las relaciones entre los hombres a las relaciones
entre las cosas” (Althusser, 2003:151). Esto se debe a la distinción jurídica
entre personas y cosas que le posibilita a Marx percatarse de la apariencia
y que las relaciones sociales aparezcan como relaciones entre las cosas. El
fetichismo, para Marx, está formado por las ilusiones de los economistas,
fetichismo que es inherente al mundo mercantil que implica la escisión que
“sirve de base a todos los intérpretes ‘humanistas’, es decir ‘religiosos’, del
pensamiento de Marx” (Althusser, 2003:149). En síntesis, el problema del
fetichismo está relacionado con una mirada jurídico-religiosa que está ba-
sada en la separación como modulador del espectáculo y la representación.
Sin embargo, en Foucault, se puede encontrar en más de un momento
una crítica a la representación y al espectáculo. Es así que durante la clase
del 14 de febrero de 1979, argumenta que:

Adam Smith, Marx, Solzhenitsyn, laissez-faire, sociedad


mercantil y del espectáculo, universo concentracionario y gulag:
he aquí, a grandes rasgos las tres matrices analíticas y críticas con
las que suele abordarse el problema del neoliberalismo, lo cual,

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en la práctica, no permite hacer nada en absoluto con él, como


no sea prorrogar una y otra vez el mismo tipo de crítica desde
hace doscientos años, cien años, diez años (Foucault, 2007:156).

Foucault sigue argumentando:

…el neoliberalismo es, justamente, otra cosa. (…) Y lo que


querría tratar de aprehender es ese algo en su singularidad
(…). Esa transferencia de los efectos políticos de un análisis
histórico bajo la forma de una simple repetición es sin duda lo
que hay que evitar a cualquier precio, y por eso insisto en ese
problema del neoliberalismo para intentar desembarazarlo de
las críticas que se plantearon a partir de matrices históricas lisa
y llanamente traspuestas. El neoliberalismo no es Adam Smith;
el neoliberalismo no es la sociedad mercantil; el neoliberalismo
no es el gulag en la escala insidiosa del capitalismo (2007:157).

El alejamiento, entonces, de la problemática del espectáculo, conlleva


necesariamente un cambio, no solo en la forma de comprensión de la mo-
dernidad, sino también una manera distinta de planteamiento de las cues-
tiones a través de un estudio de las prácticas. Es por eso que para Foucault,
adquiere relevancia la tarea de la problematización que pretende realizar
en contra de cualquier tipo de armado o negación de la representación.
Entonces, Foucault trabaja por fuera del espectáculo y la representación,
ya que estos, además, no están relacionado con la sociedad disciplinaria, y
aún cuando existan encabalgamientos en los mecanismos de poder, esto no
implica que la importancia de la problematización deba estar en el espec-
táculo, sino, por el contrario, esta es una crítica a la representación7 y una
reflexión sobre las prácticas discursivas y no discursivas que hacen entrar
algo en el juego de lo verdadero y lo falso y lo constituye como objeto para

7. Por el contrario, Debord sostiene: “Toda la vida de las sociedades en las cuales reinan
las condiciones modernas de producción se anuncia como una inmensa acumulación de
espectáculos. Todo lo que era directamente vivido se ha desviado en una representación”
(2002:13).

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el pensamiento. Por consiguiente “[l]a historia del pensamiento, pues, se


interesa en objetos, en reglas de acción o en modos de relación consigo
mismo en la medida en que los problematiza” (Revel, 2008:71).
Foucault encara, entonces, el estudio del neoliberalismo y facilita una
serie de herramientas que posibilitan comprender su por qué, su diferencia
y su implicancia en la producción utópica de un modelo de sociedad nuevo,
un modelo de sociedad que se desprende en su utopía del anterior porque
es diferente de lo que había pretendido Smith y que había criticado Marx,
en donde la representación podía encontrarse como un problema de crea-
ción o de cambio. Por ello, perdurar con la crítica sobre la representación,
es decir, en estos términos, explicar la sociedad a partir del espectáculo,
implica seguir criticando una sociedad que no existe más, una sociedad que
era la utopía liberal del siglo XVIII.
La problemática de la representación, y esto es claro en Marx, está
relacionada con la idea de un espejo que plantea una inversión de la realidad
que la enmascara. Ahora bien, tal y como sostiene Umberto Eco, usualmente
se afirma que “la imagen especular es ‘invertida’, o simétrica, o –como se dice
normalmente– de simetría inversa[, pero] (…) [e]l espejo refleja la derecha
exactamente donde está la derecha y la izquierda donde está la izquierda”
(Eco, 1988:15), y, además, se percibe la imagen virtual, es decir el reflejo
del espejo, como si estuviera adentro del espejo cuando es evidente que el
espejo no tiene un adentro. Si esto es así, en definitiva, el espejo no separa,
no está basado en la separación, no oculta, ni enmascara; es más, el espejo
no actúa como si fuera otra realidad. Por todo esto, el pensamiento sobre la
inversión especular, es un relato de un observador ingenuo “que lo llevaría
[a pensar que] (…) él, el observador, fuera quien está dentro del espejo (Je
est un autre!)” (Eco, 1988). El neoliberalismo implica necesariamente,
no la ruptura del espejo, sino la independencia del espejo, independencia
que “no tiene nada que ver con ningún tipo de realidad, [sino que] es ya su
propio y puro simulacro” (Baudrillard, 2008:18).

Conclusiones

En definitiva, el espectáculo significa un mecanismo de “alienación


del espectador en beneficio del objeto contemplado (que es el resultado de
su propia actividad consciente) (…): cuanto más contempla, menos vive;

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Omar Darío Heffes

cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesi-


dad menos comprende su propia existencia y su propio deseo” (Debord,
2002:31). Para Agamben, la crítica del espectáculo sería, entonces, una
forma de realizar una crítica concreta a la sociedad actual, replicando la
idea de Benjamin sobre el problema de la fantasmagoría como una especie
de umbral como “aquello que no está ni muerto ni vivo, de aquello que
más que muerto y más que vivo es solo superviviente” (Derrida, 2002:70)
y se inscribe con leves cambios en la tradición iniciada por Feuerbach y
continuada por Marx a partir de la alienación y el fetichismo, y que puede
ser resumida a grandes rasgos con la idea del como si. El como si instituye
la apariencia, es la perpetuación de la relación medios-fines, es decir, es la
institución, según Agamben citando a Benjamin, de un estado de excep-
ción que deviene regla. La respuesta al espectáculo, a este problema de la
representación que supuestamente se encarna a partir del surgimiento y
consolidación del capitalismo, está dada por la suspensión de esa lógica
por intermedio de la lógica del como no. Pero esta respuesta es solo posi-
ble si se concibe a partir de un andamiaje conceptual con particularidades
jurídico-religiosas. Una demostración cabal de esta cuestión, no solo está
en la crítica que le realiza Althusser a Marx sobre el origen de la idea del
fetichismo y su implicancia sobre los posteriores desarrollos de la teoría
marxiana, sino que, además, se encuentra claramente en la necesidad que
plantea Benjamin sobre la oposición al estado de excepción que ha devenido
en regla de un verdadero estado de excepción que, prima facie, implica
una suspensión de la ley o su desactivación. En Benjamin, la idea religiosa
también ilumina el problema del materialismo histórico que “[p]odrá ha-
bérselas sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología”
(Benjamin, 2002:107). Debord también se refiere a una problemática de
separación que copia el mecanismo sagrado ya que “[l]a separación es el
alfa y omega (…). El espectáculo (…) [e]s su propio producto, es él mismo
quien ha impuesto sus reglas: es un pseudosagrado” (Debord, 2002:27).
Por último, y de la misma manera, Agamben, siguiendo los desarrollos de
Benjamin, manifiesta que “la religión capitalista realiza la pura forma de
la separación, sin que haya nada que separar” (Agamben, 2005:107). En
su crítica, tanto Debord como Agamben, se percatan sobre el problema de
la dialéctica inmóvil que propone el capitalismo y la modernidad, pero los
problemas surgen cuando el movimiento sur place es propiciado como una

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desactivación, ya sea de la forma religiosa, o ya sea de la forma jurídica. Este


es justamente un grave impedimento que imposibilitará la comprensión
del surgimiento del neoliberalismo, como ese conjunto de prácticas que
tienen en una subjetividad particular su modulación que ya no reside en
un poder soberano que tiene su particularidad, en términos de Agamben,
supuestamente creando el cuerpo biopolítico, sino que la utopía neoliberal
implicaría una construcción o armado de un individuo gubernamentalizable,
es decir, dócil a su propia construcción.
En pocas palabras una educación para una buena actuación como
agente en el mercado y para cumplir con la solución de un problema eco-
nómico, es decir, para posibilitar el planteamiento de la utilización de re-
cursos limitados para fines alternativos y plantear una maximización de la
satisfacción. En síntesis, la figura del consumidor no es más que la réplica
de los desarrollos de la figura de trabajador que implicaron una creación
por sí del propio trabajador. En el caso del consumidor esta idea se repite.
Esta protección al consumidor no es porque la sociedad instituida sea una
sociedad mercantil, o mejor dicho una sociedad de consumo, sino que es
una sociedad de productores, una sociedad de empresa, y el consumidor
se presenta, justamente, como el último eslabón de la producción para
impulsarlo, en definitiva, para su transformación en agente económico,
para su cambio en pos de constructor de la verdad del mercado en tanto
homo œconomicus.

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Segunda Parte

La producción del pensamiento


sociológico

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Capítulo IV
Sociología y producción de
conocimiento científico

Dan Adaszko

¿Qué es la sociología?

La idea original de este capítulo surgió al constatar que, tras varios


años de docencia en sociología, muchos alumnos finalizaban la asignatura
sin lograr sintetizar en sus cabezas qué es y en qué consiste concretamente
dicha disciplina científica. Esto motivó el interés del autor, quien le asigna
mucha importancia al género de la divulgación científica, por escribir un
artículo de este carácter, que pudiera intentar dar respuesta, al menos en
parte, a ese interrogante. Tras constatar, después de tres años, que el resul-
tado fue muy positivo y valorado por los estudiantes, se ha decidido realizar
algunas correcciones y modificaciones al texto original, transformándolo
en el capítulo que aquí se presenta.
La sociología es una ciencia que nació en Europa Occidental en
la segunda mitad del siglo XIX y se consolidó hacia principios del XX. A
partir de ese momento, aquella se instaló en las principales universidades
y centros de investigación del globo como una de las disciplinas “madres”
dentro de las ciencias sociales, junto a la economía, la ciencia política y
la antropología. Todas ellas nutren de teorías, interpretaciones sobre la
realidad y datos de investigaciones empíricas a muchas otras disciplinas,
sean estas científicas o no.
Así, el conocimiento que la sociología produce acerca de lo social
es utilizado por ella misma o por otras disciplinas. Ejemplo de ello es que
el trabajo social, el derecho, la historia, la economía, las ciencias de la

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comunicación, el periodismo, la administración de empresas, la pedagogía,


etc., se nutren de sus producciones a efectos de complementar o sustentar
sus propias teorías. La medicina y la salud pública se enriquecen de sus
ideas a efectos de comprender, por ejemplo, las relaciones de poder que se
establecen entre médicos y pacientes, para entender los procesos de salud
y enfermedad a nivel poblacional o para explicar por qué las enfermeda-
des no se distribuyen de igual modo entre ricos y pobres. La política, para
interpretar los procesos sociales ligados a ella. La publicidad, el marketing
y la investigación de mercado, para comprender por qué la gente se rige
de acuerdo a determinados patrones de consumo. Estos son algunos po-
cos ejemplos, entre muchísimos otros, acerca de la utilización de la teoría
sociológica.
¿Pero qué es la sociología? En resumidas cuentas es una disciplina
que indaga e intenta explicar científicamente distintos fenómenos y proble-
máticas de la realidad social dentro de una misma totalidad, a diferencia
de otras ciencias que abordan lo social de manera fragmentada. Como
ejemplo, son temas habituales de su interés, las relaciones sociales inter e
intra grupales; la conformación y el lugar de las instituciones; las distintas
modalidades en que se manifiestan los conflictos sociales; la estratifica-
ción y la organización en clases; los procesos de transformación política;
la objetivación de las relaciones sociales como el derecho y el Estado; la
reproducción de la cultura, los mecanismos de socialización; los sistemas
de legalidad y legitimidad dentro de una sociedad; entre tantos otros temas.
Algunas preguntas acerca de estos son: por qué surgieron y cuáles fueron
las condiciones de posibilidad para ello, de qué modos se han desarrollado,
a la vez que la forma en que desaparecen y son reemplazados por otros.
Hace un siglo, el célebre sociólogo francés Émile Durkheim llamaría
a este conjunto de fenómenos colectivos “hechos sociales” y diría que son el
objeto de estudio propio de la sociología, que lo distingue de otras ciencias
como la psicología, la economía o la historia. Los hechos, fenómenos o pro-
cesos que estudia la ciencia de la que trata este capítulo son producidos por
una sociedad como un colectivo y no por sus individuos en forma aislada.1

1. Si bien a primera vista esta definición de sociología es extremadamente abarcativa, a medida


que el alumno vaya ingresando en el tema podrá ir recortando y delimitando el campo de
conocimiento al que nos estamos refiriendo.

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Dan Adaszko

Fuera del propio campo científico y de las universidades, durante el


siglo XX lo que el sociólogo norteamericano Right Mills denominó “imagi-
nación sociológica” inspiró a intelectuales, periodistas, escritores, cineastas
dramaturgos y políticos de todo el mundo. Y es que esta ciencia no tiene
bordes claramente definidos sino que se trata de un conjunto de teorías y
conocimiento en continuo cambio y expansión.
Por último, cabe remarcar que –a diferencia de lo que mucha gente
no familiarizada con la teoría social cree–, en el presente no puede identifi-
carse al pensamiento sociológico con ninguna corriente ideológica o política
en particular. Esta ciencia –al igual que la economía, la ciencia política, u
otras– ha producido conocimiento acerca de la sociedad que fue utilizado
tanto por el pensamiento progresista, revolucionario o conservador.

¿Cómo surgió esta ciencia?

Esta disciplina no tuvo una evolución distinta a la de la mayoría de


las ciencias modernas. Podría pensarse en tres etapas, estando caracte-
rizada la primera por la delimitación del objeto y el método, la segunda
por el desarrollo de grandes paradigmas y teorías, a la vez que por una
sofisticación metodológica, y una tercera etapa de apertura e integración
interdisciplinaria con otras ciencias y formas de conocimiento.
En efecto, en principio y conforme al pensamiento positivista impe-
rante en el siglo XIX, estuvo atravesada por el interés por fijar los límites
y diferencias con respecto a otros campos de conocimiento; se delimitó un
objeto de estudio propio y se definieron métodos de investigación y vali-
dación de sus enunciados.
Dentro de esta primera etapa (segunda mitad del siglo XIX y pri-
meros años del XX) no hubo una única corriente o paradigma dominante.
En Francia se desplegó una sociología positivista que intentó aplicarle al
pensamiento acerca de la sociedad métodos semejantes a los de las cien-
cias naturales y exactas (en especial la biología y la física), asignándole al
sociólogo un rol análogo al del médico, pero en este caso para la sociedad.
En el Reino Unido esta inclinación a copiar el modelo de las ciencias
naturales fue aún más significativa, plasmándose en el fuerte impacto que
tuvo la teoría de Darwin en el pensamiento de la época y en la fuerza que

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mostraban el empirismo y el método experimental a partir de los avances


de las ciencias naturales.2
Las primeras sociologías francesa e inglesa fueron profundamente
conservadoras: pretendían encontrar leyes que explicaran los mecanismos
de control y ordenamiento social a efectos de evitar los graves problemas
que se estaban suscitando en Europa a los ojos de la burguesía de aquel
entonces. La crisis y el orden eran las contracaras de una misma moneda.
Lo que hoy conocemos como sociedad moderna era una gran revolución
cultural, económica y política y estaba modificando todos los cimientos de la
sociedad. En terminología sociológica diríamos que se estaba concluyendo
el pasaje de la comunidad pre moderna a la sociedad moderna.
Por el contrario, durante el mismo período en Alemania se rechazó el
positivismo, a la par que emergieron dos nuevos paradigmas de pensamien-
to sobre la sociedad. Por un lado la sociología comprensiva, fundamentada
en el individualismo metodológico y que desistiría de cualquier analogía
entre lo biológico y lo socio-cultural, a la vez que de toda pretensión de
abordar lo social a través de una teoría totalizadora. Pondría asimismo
un mayor énfasis en la comprensión del sentido de la acción social de los
sujetos: ¿por qué y con qué intensiones actuamos socialmente?
Unas décadas antes, en las mismas latitudes Marx daría origen al
materialismo histórico, un paradigma por completo diferente y que se
constituiría en el punto de partida de las corrientes marxistas.
Muchos autores han agrupado a las distintas líneas de pensamiento
sociológico en dos grandes conjuntos: las llamadas “teorías del orden” y las
“teorías del conflicto”, dependiendo en cuál de los dos términos pusieran
el acento para explicar el desarrollo y cambio de una sociedad. Bajo esta
mirada, el positivismo clásico se encontraría dentro de las primeras, mien-
tras que el materialismo histórico sería un claro ejemplo de las segundas.
No obstante esto, al modo de ver de muchos sociólogos –entre los que
se encuentra el autor de este capítulo–, esta clasificación es sumamente
reduccionista y más que ordenar, por lo general lleva a perder la riqueza y
heterogeneidad de la producción sociológica.
Durante la primera etapa de la sociología se produjo una gran
cantidad de material epistemológico y metodológico a partir del que se

2. Ver Portantiero, (1988) “Introducción a la sociología clásica”, en La sociología clásica.

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Dan Adaszko

pretendió diferenciar a esta ciencia de otros campos de conocimiento. Un


interrogante que guio a este período –más allá de las diferencias en cada
país– fue: ¿cómo indagar, explicar y comprender aquel tema (la sociedad)
que hasta ese momento había sido el objeto de la reflexión exclusiva de la
filosofía, la teología y el derecho pero, esta vez, con métodos científicos?
¿Pero cuál es el motivo por el que en aquellos tiempos imperara tanta
obsesión por construir un campo de conocimiento que llevara la impronta
científica (que tuviera la etiqueta de “ciencia”), si hasta los siglos XVIII y
parte del XIX solo se entendía por tal a aquellas disciplinas que se ocupaban
de los fenómenos ligados a la naturaleza y que tenían por objeto explicarlos y
descubrir leyes inherentes a los mismos? ¿Por qué la sociedad decimonónica
incorporó a la sociedad como objeto de estudio de las ciencias?
Durante la Modernidad la ciencia y la razón se consolidaron como
las “verdaderas” y “legítimas” formas de conocer y explicar la realidad,
desplazando a un segundo plano a cualquier otro modo de aproximación
(como por ejemplo, la fe, la religión, los mitos, las leyendas, los saberes
populares, la teología, la filosofía, el arte, entre otros).
En la primera modernidad la creencia en la ciencia llegó a convertirse
en una verdadera fe, con toda la connotación religiosa que esto implica. Esta
creencia irrestricta y sin reparos en la ciencia implicó tanto consecuencias
positivas, por los avances que posibilitó, como negativas, ya que, como se
demostró posteriormente, los métodos científicos solo pueden explicar y dar
cuenta de una pequeña porción de la realidad, a la vez que también pueden
ser utilizados para fines no benignos para la humanidad.
No puede decirse que la ciencia sea un producto netamente moderno,
pero sí afirmar en forma categórica que lo que se impuso a partir de los
siglos XVI y XVII fueron los métodos empíricos y experimentales y que la
“ciencia” fue homologada a ellos. Los términos “empírico” y “experimental”
no son sinónimos y, por lo general, las ciencias sociales no pueden trabajar
con los segundos aunque sí con los primeros.
La “veneración” por la ciencia a partir de esos siglos no fue fortuita
sino que se basó en los impresionantes avances en el campo de la física y
la astronomía de la mano de pioneros como Copérnico, Galileo, Kepler o
Newton; en la aparición dentro de la matemática del cálculo infinitesimal
por parte de Leibnitz y Newton –lo que revolucionó el pensamiento de su
tiempo (desde la industria hasta la filosofía)–; y los avances en la biología,

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la química y la medicina. Lo que se imponía en estos era la racionalidad


instrumental en la aplicación del método científico.
Estamos en condiciones de aseverar, sin lugar a dudas, que la física
fue la disciplina madre y modelo de las ciencias modernas, teniendo este
atributo consecuencias positivas y negativas para aquellas otras disciplinas
que durante la Modernidad buscaran el estatus de “ciencia”. Por un lado,
dejó una huella imborrable al fijar como meta fundamental de la indaga-
ción científica la explicación de todos los aspectos de la realidad a través de
métodos racionales y mediante el descubrimiento de leyes universales no
basadas en fundamentos teológicos. El ser humano podría descubrir todo
por medio de su intelecto. Pero por otro, con sus métodos de investigación y
su forma restringida de entender el concepto de “racionalidad”, condicionó
fuertemente al resto de las disciplinas que también procuraron explicar la
realidad de un modo no religioso.
Fue por estas razones que quien durante los siglos XIX y XX quisiera
legitimar y hacer socialmente aceptable nuevas formas de pensar la realidad
–como fue el caso de las ciencias sociales– debería colocarle a su disciplina
y al conocimiento que esta produjera el rótulo de “ciencia” y construirla a
imagen y semejanza de aquellas que ya estaban con-sagradas.3
Se hace necesario tomar en consideración que ninguna de las ciencias
-sociales, naturales o exactas- acuña una autonomía completa con respecto a
lo que suceda en la realidad social que la circunda. La economía se desarrolló
tratando de dar respuestas a los problemas de la producción, distribución y
circulación originados en el ingreso del Capitalismo en su etapa industrial,
así como dando respuesta al interrogante sobre qué es lo que le da su valor
a las mercancías. La antropología se formó acompañando al colonialismo
británico en África, Asia y Oceanía. La sociología, como respuesta conserva-
dora a los conflictos entre las clases sociales en la Europa de mediados del
siglo XIX. La astronomía moderna acompañó la llegada de los europeos al

3. Esta obsesión por asemejarse a las otras ciencias fue uno de los tantos motivos que
produjeron un cisma dentro de las ciencias económicas y la irrupción de las teorías neoclásicas
a fines del siglo XIX. Es posible postular, sin lugar a dudas, que la economía del siglo XX en
adelante ha tenido, más que ninguna otra ciencia social, una obstinación por parecerse a
una ciencia natural, tratando de encontrar leyes universales del funcionamiento económico;
obstinación que la ha hecho oscilar de frustración en frustración –ya que la mayoría de las
veces ha fallado en sus predicciones.

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Dan Adaszko

nuevo mundo. La matemática, al desarrollo del sistema financiero y como


apoyatura de la astronomía y la física. Esta última experimentó un gran
avance acompañando a la revolución industrial (aunque la precede y no se
limita en absoluto a ella), y de la mano de la experimentación de una infini-
dad de inventores que pretendían hacerse ricos patentando sus productos.4
La química moderna emergió, entre otras circunstancias, de la obsesión de
los alquimistas medievales por inventar oro. La ciencia política se desarrolló
a la par de la unificación de los Estados nacionales, de la consolidación de
las monarquías absolutas y de la comparación de los distintos regímenes
políticos que afloraban a ambos lados del Océano Atlántico. La demografía
intentó dar una explicación acerca de los problemas derivados del creci-
miento poblacional que surgieron a partir de la “transición demográfica”.
La biología fue motorizada por el descubrimiento de nuevas especies tras
la conquista de territorios coloniales. Las ciencias de la administración
surgieron acompañando el salto productivo en las fábricas de finales del
siglo XIX; entre otros tantos ejemplos.
En resumidas cuentas, la ciencia es una expresión y producto de lo
que sucede en una sociedad y no se desarrolla autónomamente a esta. Los
espacios de autonomía en lo que respecta a la invención, la creatividad y la
imaginación del científico, si bien existen, están acotados a las condiciones
de posibilidad de una época.
La segunda etapa en el desarrollo de la sociología se llevó adelante a lo
largo del siglo XX y consistió en: a) la profundización y asentamiento de los
paradigmas y de las corrientes de pensamiento que ya estaban circulando;
b) la aparición de nuevas teorías c) el avance en el desarrollo metodológico;
y d) la especialización temática dentro de la propia ciencia. Esto último
significó que ya no existiera una única sociología sino múltiples áreas de
competencia sobre los que los profesionales de esta ciencia intervienen:
trabajo, urbanismo y medio ambiente, derecho, industria, salud, cultura,
política, economía, demografía, etc.
Finalmente, la tercera etapa que la sociología atraviesa en el presente
está caracterizada por una integración a otros saberes y conocimientos. Las
limitaciones disciplinares quedaron así dentro de los estudios de grado de

4 Durante el siglo XX los grandes avances de la física se produjeron a la sazón de la industria


bélica.

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

los sociólogos, pero el posgrado y el ejercicio profesional se abrió claramente


a la interdisciplina.
Todos los estudios de la sociología, desde que naciera hasta la ac-
tualidad, y más allá de las especializaciones referidas, tienen por objeto
comprender y dar respuestas a dos preguntas fundamentales: ¿cómo es la
sociedad en la que vivimos? y ¿por qué es de ese modo?

Los bordes de las ciencias

A decir verdad, las ciencias tal como las conocemos hoy y como están
organizadas en las universidades son relativamente recientes y en muchos
casos comienzan a desaparecer y entremezclarse. Gran parte de las nuevas
carreras universitarias no se corresponden con las disciplinas científicas
clásicas, sino con áreas temáticas muy diversas.
Hasta los siglos XVIII y XIX el conocimiento acerca de un tema o
problema no estaba encerrado dentro de una disciplina concreta con una
etiqueta como sociología, economía, ciencias políticas, psicología, biología,
física, etc. Durante la etapa en que se fueron constituyendo las nuevas co-
rrientes de pensamiento e investigación en la Modernidad, el conocimiento
tenía un carácter transversal y no un límite concreto. La mayor parte de la
gente ilustrada de aquellos tiempos contaba con sólidos conocimientos en
filosofía, derecho, teología, ciencias, matemática y arte.
Por ejemplo, muchos de los primeros astrónomos, físicos y químicos
modernos eran sacerdotes.5 La formación de base de uno de los fundadores
de la Economía Política moderna, Adam Smith, no era la economía sino la
filosofía, actividad que ejerció como profesor de moral en la universidad.
El creador de la corriente alemana de sociología, Max Weber, era abogado.
Los primeros astrónomos no tenían una formación sólida en la materia
sino que eran, básicamente, grandes experimentadores. Leibnitz, uno de
los creadores (junto a Newton) del cálculo diferencial e integral (lo que
se estudia en el presente en análisis matemático) tenía como formación
básica la filosofía y el derecho y no la matemática. Francis Bacon, quien
propusiera y defendiera el método inductivo para la investigación científica
también era un filósofo. Uno de los grandes filósofos modernos, Emanuel

5. Todas las primeras universidades europeas pertenecían a la Iglesia.

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Dan Adaszko

Kant, respondió desde esa disciplina a algunas preguntas y postulados que


Newton formulara previamente desde la física y la astronomía. Descartes,
uno de los autores paradigmáticos de la filosofía racionalista moderna era
un destacado matemático que fortaleció los vínculos entre el álgebra y la
geometría. Bayes, el creador de una de las ramas centrales del cálculo de
probabilidad en la estadística, era un sacerdote que, en verdad, estaba
intentando demostrar la existencia de Dios. Karl Marx tuvo su formación
básica en derecho y filosofía y recién en su exilio en Inglaterra se especializó
en economía.
Como estos ejemplos hay infinidad que demuestran que en un prin-
cipio los campos de conocimiento no tenían barreras sólidas, ni títulos uni-
versitarios. La delimitación de espacios académicos con objetos de estudio
y métodos propios fue, de algún modo, un “capricho” del positivismo del
siglo XIX. En rigor, la delimitación de campos científicos separados con
carreras universitarias y métodos propios, hoy en día se vuelve cada vez más
obsoleta y en muchos casos se transforma en un límite para la construcción
de nuevos conocimientos.

¿Cuáles son algunos de los rasgos que distinguen a las ciencias


sociales de las naturales y de las exactas?

En primer lugar, a diferencia de las naturales y las exactas, en nin-


guna de las ciencias sociales –con excepción de la economía donde existe
una hegemonía de las teorías neoclásicas– hay un paradigma o corriente
dominante, sino que coexiste una diversidad de ellos, los que discuten y se
disputan la “verdadera” interpretación de lo que sucede en la realidad social.
A modo de ejemplo, podemos citar que en la física actual hay una teo-
ría dominante acerca de la relación entre el tiempo y el espacio compartida
por la mayoría de los científicos que se desempeñan en esa disciplina. En
la química, el camino que transitan los distintos científicos e instituciones
de investigación son similares y se va modificando al ritmo de los nuevos
descubrimientos. Si surge una nueva teoría, se discute y se disputa el lugar
de la “verdad” con la teoría que ya estaba asentada, en los canales institu-
cionalizados para esa disputa –revistas especializadas, congresos, etc.–.
Si la nueva teoría se impone, la anterior cae. El conocimiento va siguiendo
una dinámica de desarrollo lineal en la que se suceden distintas etapas que

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van superando a las previas en cuanto a hipótesis, teorías y métodos, pero


siempre puede identificarse algún paradigma que domina y oscurece al resto.
Esta dinámica no se da del mismo modo en las ciencias sociales, sino
que en estas los paradigmas o corrientes coexisten en forma simultánea. Así
como en la economía no hay una explicación unívoca y dominante acerca
del por qué se producen fenómenos como el desempleo, el crecimiento
económico o la inflación de precios, tampoco en la sociología prevalece una
visión dominante y hegemónica acerca del por qué se producen los conflic-
tos sociales, qué criterios utilizar para la estratificación social, cómo son
los procesos de comunicación institucional, cómo y por qué se desintegró
la sociedad feudal y se desarrolló el sistema capitalista, etc. En términos
de Bourdieu, el campo en las ciencias exactas y naturales es mucho más
homogéneo y hegemónico que el de las ciencias sociales.
Otro aspecto que las diferencia sustancialmente es que en estas
últimas no es posible utilizar métodos experimentales, lo que fue un rasgo
distintivo y central en las ciencias naturales durante la Modernidad. Un
experimento es un proceso observado y controlado sistemáticamente, en el
que a un cierto elemento o conjunto de ellos se les aplica un tratamiento, o
se lo somete a una serie de estímulos o factores, evaluando con posterioridad
si aquel sufrió modificaciones y de qué naturaleza. Los cambios y diferen-
cias se miden con distintas técnicas y pruebas –por ejemplo estadísticas– a
partir de las cuales se aceptan, reformulan o rechazan hipótesis. De un
modo formal podemos definir a un experimento como un procedimiento
mediante el cual se confirman o refutan hipótesis acerca de un fenómeno,
por medio de la manipulación o alteración de factores que se presumen
pueden estar relacionados entre sí de acuerdo a alguna teoría. Existe una
gran variedad de diseños experimentales y de criterios para clasificarlos de
acuerdo a la disciplina científica en la que se desarrollen y a los propósitos
de la investigación en la que se enmarquen.
Ejemplos de experimentos son: aplicar distintos reactivos a idénticas
células e indagar si posteriormente se verifican reacciones diversas; utilizar
distintos tratamientos de calor para comparar el efecto sobre algún metal
determinado; darles un tratamiento farmacológico a un grupo de pacientes
con una cierta enfermedad y a otros no, a efectos de evaluar qué diferencias
experimentó cada uno de los dos grupos (a esto se lo llama protocolo de
investigación clínica); arrojar una moneda y calcular la probabilidad de que

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caiga de cada lado; comparar la precisión de dos máquinas que fabrican


una cierta pieza bajo determinadas condiciones, etc.
En todos los casos los métodos experimentales son: (a) empíricos
porque se basan en observaciones; (b) utilizan la medición para describir
y comparar resultados; (c) pueden identificarse y aislarse claramente fac-
tores a ser aplicados durante el tratamiento; (d) tienen -o buscan tener- un
control total sobre el procedimiento; (e) pueden ser replicables por otros
investigadores siguiendo la metodología utilizada; y (f) si se aplica exacta-
mente el mismo procedimiento, se debería arribar a idénticos resultados.
La aplicación de un método de esta naturaleza implica la estandarización
de procedimientos y por ello la replicabilidad del experimento.
Como puede preverse, en lo social, económico, político y cultural no
es factible la experimentación tal como fue planteado para las otras cien-
cias. No solo se trata de que experimentar en estos campos pueda llegar a
ser inmoral y colisionar con la ética profesional, sino que no hay modo de
controlar el experimento o saber con precisión en qué medida un factor
afecta o modifica la situación original. De los cinco puntos mencionados
previamente, únicamente pueden cumplirse el (a) –aunque no todo enun-
ciado de las ciencias sociales se basa necesariamente en la observación
empírica–, en ciertos casos el (b), el (e) y el (f), pero nunca el (c) ni el (d).
Si a un grupo de alumnos se les aplica cierto programa educativo y
a otros no, aunque hayan llegado a resultados heterogéneos, es muy difícil
afirmar con certeza que esas diferencias se deban al programa aplicado y
no a otros motivos. Tampoco se puede saber si el grupo que tuvo mejores
resultados no hubiera arribado al mismo lugar sin aplicársele tratamien-
to alguno. Si en una economía se efectúa una emisión de moneda y esto
produce inflación, nada quita que esta última pudiera haber sucedido sin
esa emisión monetaria (en muchos casos, existen emisiones que no pro-
ducen inflación). Si una persona que tiene un determinado conflicto se ve
en la necesidad de encarar una psicoterapia, es probable que evolucione
o altere su situación de algún modo; sin embargo, no hay forma de saber
cómo hubiera evolucionado sin esa psicoterapia e, incluso, podría suceder
que arribe al mismo punto de llegada sin hacer ningún tratamiento. A
veinte consumidores se les puede aplicar un mismo estímulo -como ser un
incentivo monetario para comprar un producto- y, sin embargo, pueden
reaccionar de veinte maneras diferentes (o no).

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Esto se debe fundamentalmente a tres razones estrechamente vincu-


ladas. En lo social los procesos no siguen una dinámica mecánica y previsible
ni una relación lineal unívoca causa-efecto, como en muchos fenómenos
físicos, químicos o biológicos, en donde un proceso puede expresarse siem-
pre con la misma ecuación.
Una segunda razón es que no existen dos seres humanos idénticos,
un presupuesto fuerte que sí se aplica a los elementos con los que se ex-
perimenta en las ciencias naturales y exactas. Pueden ser casi idénticas y
reaccionar del mismo modo dos células, dos moléculas, dos objetos en caída
libre, dos ratones de laboratorio, pero no dos personas, dos mentalidades,
dos organizaciones sociales o dos culturas.
La tercera razón, ya no de orden estática sino dinámica, es que como
lo social y lo cultural están en continuo cambio -y nuestras personalidades
también lo están-, que en el presente se pueda formular una relación entre
factores mediante alguna ecuación, un esquema conceptual, etc., no implica
que dentro de algún tiempo este pueda seguir siendo utilizado. Este es otro
de los motivos que conducen a la imposibilidad de la replicabilidad de las
condiciones experimentales en el campo de las ciencias sociales. Aunque
se reitere un procedimiento, el escenario social o los sujetos involucrados
en el experimento ya habrán cambiado.
En esta línea, mientras que las ciencias naturales y exactas realizan
sus análisis en base a lo que se denomina datos experimentales, las ciencias
sociales lo hacen sobre datos observacionales. Los primeros son el fruto
de experimentos y los segundos, de una recolección sistemática de infor-
mación de distintas fuentes, primarias y secundarias, pero sin que haya
intermediado un experimento.
Es por estas razones que estamos lejos de poder decir que en las
ciencias sociales sea factible formular leyes. A lo sumo se pueden identificar
regularidades y tendencias. Esto no quiere decir que no puedan efectuarse
comparaciones, agrupamientos, homologaciones, mediciones y cálculos,
pero el cientista social debe ser siempre cauteloso acerca de las limitaciones
del caso.
Los fenómenos sociales son multicausales y multidimensionales y
de ningún modo determinísticos: esto es, cada cosa que sucede en nuestra
sociedad –el conflicto entre grupos, la formación de las instituciones, los
procesos económicos, las modas, el delito, las relaciones de dominación de

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género, la violencia entre jóvenes, las manifestaciones culturales, las formas


en que nos organizamos políticamente, la lucha sindical, la manipulación
mediática, las tendencias en el consumo, la dominación de clase, entre
otros tantos temas que estudia la sociología–, no es el producto de una
única causa o de unas pocas, sino de la interacción de una gran diversidad
de ellas, muchas de las cuales no solo no podemos incluir en un único aná-
lisis –porque este sería interminable–, sino porque inclusive pueden ser
incalculables o directamente no las conocemos.
Por otro lado, en lo social no todo es medible. Pensemos en un simple
ejemplo: el conflicto étnico y/o religioso entre grupos no puede ser expli-
cado por métodos asimilables a los de las ciencias naturales. El odio racial
no es algo que podamos medir. Tampoco el amor hacia alguien ni la fe en
algo. En todo caso podemos definir una serie de indicadores observables
que den cuenta de una parte de esos aspectos y que sí podamos mensurar,
pero aquellos de ningún modo dan cuenta de la profundidad de cada uno
de los fenómenos en estudio.
Se puede medir cuántos accidentes de tránsito hay en un mes pero no
por qué la gente, a pesar de tener información, sigue adoptando conductas
irresponsables. Es factible mensurar la frecuencia de aparición de una con-
ducta pero no por qué ella se produce. La relación de poder que hay entre
docentes y alumnos en un curso puede ser explicada o comprendida, pero
no medida. Se puede medir la intención de voto por un político, pero no
aquellos aspectos afectivos e irracionales que hacen que una persona crea
en él. En síntesis, medir no es explicar ni es comprender.
A lo largo del siglo XX, las ciencias sociales se vieron en la necesidad
de valerse de toda una serie de métodos de investigación y validación alter-
nativos, que les permitieran explicar, en tanto ciencias, las especificidades
de sus propios objetos de estudio, algo que no era factible hacer desde los
métodos clásicos.6

6. No se ingresará aquí en el debate entre la lógica deductiva y la inductiva dentro del


conocimiento científico, ya que en este punto también se separan las ciencias naturales de
las exactas.

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Sobre la explicación y la predicción en el campo de las ciencias


sociales7

Si las ciencias naturales tienen como finalidad última explicar y pre-


decir, las ciencias sociales se proponen explicar y comprender.8 El lugar de
la predicción queda sumamente acotado a un reducido espacio vinculado
con la aplicación en lo social de la teoría de la probabilidad y es más bien
un instrumento heurístico que una meta en sí misma. Esto puede ser in-
terpretado de mejor modo a través del siguiente ejemplo.
Una herramienta frecuentemente utilizada en algunas ciencias na-
turales y exactas son modelos estadísticos predictivos llamados ecuaciones
de regresión. Estos son, simplificando, funciones que intentan predecir el
valor que tomará una variable que llamamos explicada, dependiente o de
respuesta (VR), a partir de los valores que adopten otras n-variables que
denominamos explicativas, predictoras o regresoras (VP) que cumplen con
determinados supuestos. Para el caso en que el modelo de regresión sea
lineal y para n-variables predictoras, su ecuación toma la forma:

y = β 0 + β1 x1 + β 2 x 2 + ... + β n x n + ε

donde y es el valor a predecir o variable de respuesta (VR), β 0 es la


ordenada al origen (o constante, como sucede en cualquier ecuación lineal),
β1 es la pendiente (geométricamente) o coeficiente (algebraicamente) de
la primera variable x1 , y ε es el error estadístico (que se comporta como
una variable aleatoria distribuida normalmente) que tendrá cada valor pre-
dicho por el modelo con respecto al que se dará en la realidad. A partir de
los datos observados se estiman los coeficientes β por medio de mínimos
cuadrados y se construye la ecuación predictora.9

7. A cualquier alumno familiarizado con conceptos básicos como la ecuación de una recta
debería resultarle sumamente sencillo entender este apartado, aun cuando carezca de
conocimientos de estadística.
8. Si bien explicar y comprender son dos conceptos diferentes, no se desarrollará este tema
en el presente artículo.
9. La regresión lineal es la aplicación en el campo de la estadística de lo que en el álgebra
lineal se conoce como método de mínimos cuadrados. Si bien en la universidad se enseña a
resolver sistemas de ecuaciones lineales del tipo Ax=b, quienes habitualmente trabajan con

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Así, por ejemplo, bajo ciertas condiciones climáticas (VP) se puede


prever cómo se presentará el tiempo al día siguiente (VR); a partir de ciertos
estímulos, de qué manera reaccionará una molécula; cuánto tiempo tardará
en germinar una semilla si en el presente el suelo tiene determinadas carac-
terísticas, entre otros ejemplos. Aplicados al campo de las ciencias naturales
y exactas estos modelos son sumamente eficientes y el componente de error
aleatorio ε puede reducirse significativamente.
Estos modelos son también utilizados por algunas ciencias sociales.
Sin embargo, cuando nos vamos alejando de lo natural y nos adentramos
en lo social, estas ecuaciones se vuelven más imprecisas, aumenta signifi-
cativamente el error ε y, con ello, el objetivo predictivo se diluye.
Como ejemplo, si en el campo de la economía se quiere predecir el
valor del tipo de cambio nominal peso/dólar dentro de un año (VR) para
el caso de que al día de hoy se den ciertas condiciones (VP), la cantidad de
sumandos que conformarán esta función –por la complejidad de lo social
que hace que exista una enorme cantidad de aspectos que influyen sobre la
variable de respuesta, así como la volatilidad e inestabilidad que caracterizan
a cada una de esas variables predictoras–, hace que el modelo difícilmente
pueda llegar a predecir con exactitud lo que sucederá dentro de un año con
el tipo de cambio. Incluso incorporando márgenes de error, estos son tan
grandes que por lo general los modelos fracasan en su finalidad predictiva.
Otro ejemplo es que ninguna encuesta de intención de voto hecha a
más de un mes de los comicios puede predecir con cierta precisión el por-
centaje de votos que obtendrá cada candidato. Cuanto más nos alejemos de
la fecha de las elecciones, mayor será el error en la estimación.

grandes matrices de datos saben que ese sistema casi nunca tiene solución, y en el caso de los
fenómenos sociales no es arriesgado decir que nunca la tienen, ya que la dependencia lineal
perfecta ( x1 v 1 + x 2 v 2 +  + x n v n = 0 ) no existe en lo social. Por ello es necesario
recurrir a otros métodos que permitan obtener soluciones aproximadas, como por ejemplo
el de mínimos cuadrados o el de máxima verosimilitud.

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Las líneas recién expuestas no quieren decir que estas técnicas no


tengan cierta utilidad, pero las restricciones son muchas y esto está re-
lacionado con: a) el ajuste de modelos dentro de las ciencias sociales es
bastante más complicado que en las naturales y exactas; b) en la mayoría
de los casos, los fenómenos sociales no son susceptibles de modelación por
lo que estos métodos son inaplicables; c) los modelos estadísticos presupo-
nen relaciones mecánicas entre los elementos intervinientes, algo que no
sucede en lo social; d) en la estadística aplicada a las ciencias sociales se
utilizan con mucha frecuencia (o deberían utilizarse) los llamados métodos
no paramétricos;10 e) muchas veces los métodos predictivos aplicados a las
ciencias sociales terminan siendo profecías auto cumplidas.11
Pero el principal problema no es el expuesto en el párrafo preceden-
te, sino que la pregunta que debe formularse el lector es: ¿estos modelos
explican o simplemente describen? Es aquí donde ingresamos en otro eje
temático central de este capítulo a tener en cuenta: en el campo científico
es fundamental poder diferenciar entre la descripción, la explicación y la
predicción.
Describir un fenómeno es ubicarlo en espacio y tiempo, haciendo
visibles sus características y particularidades así como sus rasgos sobresa-
lientes. Empero, no toda descripción es explicativa mientras no avance en
dirección a dar respuesta al por qué sucede ese fenómeno que estamos des-
cribiendo. Así, explicar implica construir una cadena causal que nos permita
comprender ese por qué. De un modo simplificado, cuando describimos

10. No exigen que un fenómeno se ajuste exactamente a una distribución de probabilidad


teórica.
11. Si todos los actores sociales creen que va a pasar algo, es probable que operen de modo tal
que su accionar colectivo termine produciendo eso que se creía que iba a suceder. Dos ejemplos
bien conocidos son la generación de inflación por expectativas y la quiebra de bancos. Si a toda
la sociedad se le comunica que una vez finalizado el año la inflación habrá sido del 50%, sea
esto verdadero o no, todos intentarán indexar sus ingresos al menos en ese porcentaje, por lo
que ellos mismos terminarán produciendo la inflación. El segundo ejemplo es el siguiente: si
empieza a correr el rumor de que cierto banco va a quebrar, todos los depositantes van a ir a
retirar su dinero, y como ningún banco tiene suficiente liquidez para responder a todos sus
pasivos al mismo tiempo (por todo lo que implica la generación de dinero bancario), lo más
probable es que el banco quiebre aunque originalmente haya estado en una buena posición.

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algo estamos dando respuesta a las preguntas “qué ocurre” y “qué caracte-
rísticas visibles y mensurables tiene ese fenómeno”, mientras que cuando
explicamos estamos respondiendo al interrogante “por qué ocurre”.
Un ejemplo simple nos permitirá comprender esta afirmación de
un modo más acabado. La descripción del deceso de una persona puede
acotarse a la afirmación de que el corazón de aquella cesó de latir y el resto
de sus órganos vitales dejaron de funcionar. Sin embargo la explicación del
motivo de ese suceso podría ser tan diversa como: a) esa persona sufría
una cardiopatía por una deformación coronaria previa y al esforzarse más
de lo debido, su corazón finalmente colapsó; o b) Dios quiso llevarlo a su
lado y por lo tanto detuvo su corazón. Son dos explicaciones por completo
diferentes para una misma descripción. Durante la edad media, la alta
mortalidad infantil era explicada en términos divinos, mientras que en el
presente se recurre a factores sanitarios y biológicos.
Cuando hablamos de predicción estamos refiriéndonos a prever con
cierto grado de certidumbre que en el futuro un determinado escenario o
variable se comportará de un modo que presuponemos. No estamos expli-
cando por qué lo hará sino, simplemente, prediciendo lo que sucederá. Una
ecuación de regresión puede predecir pero no explicar, a menos que nos
introduzcamos término a término en ella, algo que no se deduce de por sí,
sino que depende del sentido que, literalmente, construya el investigador
y de la teoría en la que se sustente.
Presentamos aquí un ejemplo con una única variable predictora –con
lo que el modelo antes presentado pasa a llamarse de regresión lineal sim-
ple–. Si se utilizan los datos del Censo Nacional Educativo a alumnos que
finalizaron el secundario en el año 2000, pueden extraerse los siguientes
datos acerca del desempeño de las escuelas.

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Gráfico 1. Nivel de rendimiento de cada escuela en lengua según su


performance en matemática. Año 2000. Gráfico de dispersión12

100

90

80
Rendimiento en matemáticas

70

60

50

40

30 R² = 0.7497
30 40 50 60 70 80 90

Rendimiento en lengua

Fuente: elaboración propia en base a Operativo Nacional Censal (Ministerio de Educación y


Cultura de la Nación) a alumnos de 5 y 6 año de escuelas medias.

Según este gráfico de dispersión, se verifica una alta correlación entre


el desempeño general de las escuelas en ambas asignaturas: las instituciones
que tienen bajo rendimiento en una de ellas, tienden a presentar pobres
resultados en la otra, y viceversa. Esto se corrobora con el coeficiente de
correlación de Pearson -que va de 0 (no correlación) a 1 (correlación per-
fecta)-, el que, como se muestra en la siguiente tabla, obtiene para esta
prueba el valor 0,886 (muy alto), y el R2 que representa la proporción de
variabilidad de una variable que puede ser explicada por la de la otra, 0,750
(también muy alto).

12. Para este estudio no se utilizaron el total de escuelas, sino 1527.

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Tabla 1. Coeficientes de fuerza de la asociación

Error
R cuadrado
Modelo R R cuadrado típ. de la
corregida estimación

1 ,866(a) ,750 ,749 5,69371

a Variables predictoras: (Constante), Rendimiento en lengua

Tabla 2. Coeficientes del modelo de regresión (a)

Coeficientes no Coeficientes
estandarizados estandarizados
Modelo t Sig.

B Error típ. Beta

(Constante) 5,050 ,886 5,698 ,000


1
Rendimiento
,955 ,014 ,866 67,154 ,000
en lengua

a Variable dependiente: Rendimiento en matemáticas

La primera columna de la Tabla 2 muestra los datos para la ecuación


de regresión: la constante es 5,050 y la pendiente de la recta, 0,955. Una
función lineal que prediga el puntaje del rendimiento de una escuela en
matemática a partir de su performance en lengua (por ejemplo 56,0 puntos
en esta última) y sin contar con el error aleatorio ε estaría dada por:

y = 5,050 + 0,955 ⋅ 56 ,0 = 58 .53

Sin embargo, vamos a señalar una serie de advertencias y considera-


ciones a ser tenidas en cuenta. Como se muestra en el Gráfico 1, gran parte
de los puntos no caen en la línea recta. ¿Por qué sucede esto? En primer
lugar porque, justamente, esa recta es una invención intencional y necesaria
que se origina en el hecho de que los puntos no se ordenan linealmente (el
sistema Ax=b no tiene solución). En segundo término, ninguna relación

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entre variables en el campo de lo social es lineal. En la matemática el término


“lineal” es sinónimo de proporcional. En lo sociocultural esto simplemen-
te no existe. Todos estos modelos fueron pensados originariamente para
procesos que siguen un movimiento y una lógica mecánica, mientras que
ningún fenómeno de orden social se comporta de acuerdo a esa dinámica.13
Cuando se intenta avanzar en el por qué de la relación que se pre-
senta evidente en el Gráfico 1, es decir, se pretende explicar o dar sentido
a los datos, no hay absolutamente nada en ellos que permita hacer este
movimiento, lo que queda a total criterio del equipo de investigación, que
operará con hipótesis como las que siguen:

• los alumnos de estas escuelas realmente tienen un rendimiento


similar en ambas asignaturas.
• existe una correlación entre las habilidades psicológicas requeri-
das para una y otra materia.
• las escuelas con buenos profesores en matemática también con-
tratan buenos docentes en lengua.
• los profesores de lengua son buenos y los de matemática no, pero
estos últimos tienden a subirles las notas a sus alumnos.
• las escuelas se ven en la necesidad de homogeneizar los resultados
en distintas asignaturas, independientemente de lo que le suceda
realmente al alumnado.
• hay una política deliberada de las escuelas en cuanto a la forma
de calificar a sus alumnos, o subiéndoles o bajándoles las notas.
• muchas escuelas falseen estadísticas para posicionarse mejor ante
las autoridades ministeriales y así obtener más becas.

13. En términos de álgebra lineal, en lo social los sistemas de ecuaciones matriciales nunca
tienen solución; jamás un vector de datos correspondiente a una variable es producto de
combinaciones lineales entre otras variables, lo que equivale a decir que la variable dependiente
nunca caen dentro del espacio columna de la matriz de variables independientes.

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La ecuación nos permitió predecir con cierto grado de certeza el pun-


taje de una escuela en una asignatura conociendo de antemano el resultado
en otra, pero no nos dice absolutamente nada de por qué sucede esto.
No obstante esta observación, en determinados casos estas herra-
mientas son buenas guías para pensar algunos aspectos de lo social y han
dado resultados sumamente fructíferos, siempre que el investigador sea
consciente de sus limitaciones. Estos métodos son solo herramientas, con
lo que el profesional no debe incurrir en la falacia de creer que la realidad
funciona de ese modo. Los modelos de este tipo pueden ser tan ricos,
flexibles y complejos que quienes los utilizan a menudo se ven tentados
a olvidarse de los reparos que estamos señalando y comienzan a operar
con ellos con independencia de una teoría sólida y de la propia realidad.
No tomar estas observaciones en cuenta puede llevar a que se extraigan
conclusiones absolutamente erróneas. A esto se lo llama empirismo ciego.
El dato empírico y los modelos deben servir y ser guiados por una
teoría sustantiva; si no lo hacen, se terminan transformando en meros ac-
tos de numerología como sucede con algunos modelos econométricos que
jamás se cumplen en la realidad, ni por aproximación. En el campo de la
economía esta confusión ha provocado verdaderos estragos.
Aquí exponemos un último ejemplo: en la Tabla 3 se muestra la
distribución porcentual entre dos variables en 4971 adolescentes escolari-
zados: su nivel de participación en agresiones leves en el contexto escolar,
según el nivel de autoritarismo de los docentes de esas escuelas. La Tabla
4 corrobora estadísticamente la asociación.

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Tabla 3. Nivel de participación en agresiones leves según el grado de


autoritarismo de los docentes (en porcentaje)

Grado de autoritarismo por parte


de los docente Total

Bajo Intermedio Alto

Baja 30,60% 17,10% 11,20% 14,4%


Nivel de
participación
Intermedia 36,00% 41,70% 37,50% 38,9%
como víctimas en
agresiones leves
Alta 33,50% 41,20% 51,30% 46,7%

Total 100,0% 100,00% 100,00% 100,00%

Fuente: elaboración propia en base a Encuesta Nacional sobre Violencia y Convivencia en


Escuelas Medias. Instituto de Investigaciones Gino Germani, UBA

Tabla 4. Pruebas de chi-cuadrado de independencia estadística

Sig.
Valor gl asintótica
(bilateral)

Chi-cuadrado de Pearson 116,783(a) 4 ,000

Razón de verosimilitud 106,731 4 ,000

Asociación lineal por lineal 101,060 1 ,000

N de casos válidos 4656

De la Tabla 3 se desprende que conforme se modifican los datos de


una variable, también lo hacen los de la otra: a medida que desciende el
nivel de autoritarismo por parte de los docentes, se incrementa el grupo de

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alumnos que menos participación tiene en episodios de violencia, a la vez


que disminuye el grupo opuesto. Lo propio sucede a la inversa: a mayor
autoritarismo por parte de los docentes, se incrementa el grupo más vio-
lento y se reduce el que tiene menor participación en este tipo de hechos.
Como ejemplo, mientras que los alumnos menos violentos representaban
solo el 11,2% en aquellas instituciones en donde había un alto grado de
autoritarismo docente, se triplicaban (al 30,6%) en las escuelas con una
mejor relación entre docentes y estudiantes.
Como puede apreciarse, de los datos no hay forma de saber por qué
sucede esto. Cuando decimos que conforme aumenta el nivel de una varia-
ble, también lo hace el de la otra, estamos describiendo, pero no explicando.
Esta variación conjunta podría ser explicada por razones muy heterogéneas,
muchas de ellas contradictorias entre sí. Ejemplo de ello es la hipótesis según
la cual los alumnos responden violentamente ante actitudes autoritarias de
los docentes, mientras que una hipótesis opuesta podría ser que el docente
es quien responde autoritariamente ante la hostilidad de los estudiantes.
Ambas hipótesis no solo son distintas entre sí, sino que conllevan a inter-
pretaciones y conclusiones completamente diferentes, aunque se trate de
una misma tabla de datos.
¿Cómo se resuelve esto? Por medio de la teoría social y de métodos
no numéricos –como entrevistas en profundidad o grupos focales, donde
los actores involucrados nos dan indicios acerca de los sentidos que para
ellos tienen estas situaciones.14

Ciencia y sentido

Llegamos a un punto nodal de este capítulo: los seres humanos im-


primimos intencionalidades, sentidos y significados a todo lo que hacemos
y a la realidad que nos circunda, seamos conscientes de ello o no. En el
campo de la naturaleza, las cosas se conectan mecánicamente; en cambio,

14. Se hace necesario aclarar que en este capítulo se presentaron básicamente ejemplos
de investigaciones empíricas de índole cuantitativa, aunque, en rigor de verdad, en las
ciencias sociales latinoamericanas (excepto en la economía donde sucede todo lo contrario)
hegemonizan los métodos cualitativos. Tal vez el sesgo de este artículo se deba a que el autor
del mismo se especializa en métodos cuantitativos y en la aplicación de la estadística a la
investigación social.

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los seres humanos no solo interactuamos y producimos esto que hemos


llamado sociedad, sino que esas interacciones tienen intenciones, sentidos
y significan algo para nosotros.
La luz y el sonido se han propagado del mismo modo en cualquier mo-
mento y lugar del universo, siguiendo siempre las mismas leyes mecánicas.
Una piedra cae siempre por la misma ley gravitatoria. Por el contrario, una
acción humana no tiene un único sentido sino múltiples y pueden existir
tantos como seres humanos haya sobre la faz de la Tierra. El mismo hecho
puede cambiar de sentido a lo largo de la historia y de las sociedades, como
lo hemos indicado con el ejemplo de la muerte. Para una persona abortar
puede significar asesinar a un ser humano en creación, mientras que para
otra puede implicar salvar una vida materna.
Los seres humanos vivimos dándole sentido a la realidad que nos
rodea, y si no podemos hacerlo, nos vemos en la necesidad de construir
o inventar ese sentido. Desde una mirada pos moderna, la existencia o
la experiencia de estar vivos no tiene en sí sentido alguno. Simplemente
somos seres biológicos sumamente complejos con autoconciencia que
viven una determinada cantidad de décadas. Todo lo que sucede entre los
dos actos involuntarios de nacer y de morir consiste en inventar sentidos
y motivos que nos expliquen por qué estamos aquí, cuáles son las razones
que llevan a que nos sucedan ciertas cosas y qué motiva qué actuemos de
determinadas maneras. Adicionalmente, si es posible, necesitamos creernos
esas invenciones. En cada época predominarán explicaciones/sentidos de
naturaleza religiosa o teológica, científica, del sentido común o de la sabi-
duría popular, entre otras.
Sin embargo no hay que confundir el sentido en términos amplios
y existenciales con la intencionalidad de las acciones. En este último caso,
la heterogeneidad que estas pueden tener para un mismo acto se pueden
apreciar en lo siguiente. Para un joven salir a bailar puede significar la
posibilidad de probar su capacidad de seducción, mientras que para otros
ir a divertirse, o a buscar pelea, escapar de la soledad, tomarse revancha
de alguien, encontrarse con otros, una posibilidad semanal de salirse de
la rutina, encontrarse en una situación donde le sea posible exceder los
límites impuestos en otros espacios, no estar controlado por los padres, o
una combinación de parte o de todos esos motivos.

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Dan Adaszko

A principios del siglo XX, Max Weber resumiría estas ideas dicien-
do que el objeto de la Sociología es explicar el sentido de la acción social.
No obstante esto, una parte sustancial de las acciones humanas no tienen
motivaciones concientes y racionales, con lo que comprender el sentido de
la acción social se complejiza aún más.

¿Cuál es la relación entre ciencia social y verdad?

La diferencia que existe entre un médico recién recibido y un alumno


cursando su último cuatrimestre en la carrera de medicina es simplemen-
te un papel al que llamamos “título”, que habilita al primero a ejercer la
práctica médica mientras que al segundo no, aun cuando el primero haya
aprobado todas sus asignaturas con 4 (cuatro) y el que está finalizando sus
estudios lo haya hecho con 10 (diez).
Nuestras sociedades modernas creen en la ciencia y consumen
conocimiento científico y productos de aquella, sean conscientes de ello o
no. Si en la actualidad una persona tiene un problema de salud es mucho
más probable que recurra a un médico que a un curandero. Sin embargo,
el paciente se pone en manos del profesional sin saber en absoluto cuál es
el conocimiento con que aquel cuenta; simplemente cree en él.
Cuando una persona tiene ciertos conflictos, ya no concurre a un
párroco de una Iglesia a confesarse, sino a un psicólogo, a quien le relata sus
secretos, angustias y miedos. Sin embargo, no le pide la lista de asignaturas
aprobadas durante su carrera ni la bibliografía estudiada; simplemente
confía en él. Y es que, tal vez, un paciente no acuda a un psicólogo por mo-
tivaciones tan distintas a las que antaño hubiera esgrimido para recurrir a
un cura, una pitonisa o una bruja.
El público en general escucha a economistas, politólogos y sociólogos
hablando por los medios de comunicación acerca de lo que acontece en
nuestra sociedad; no sabe nada acerca de la formación profesional de cada
uno de ellos pero les cree. El alumno universitario no le pide al docente el
currículum ni el promedio de su carrera para ver cuán idóneo es; simple-
mente cree que quien está al frente del curso sabe de lo que está hablando.
La mayor parte de la humanidad no estudia ni estudiará nunca en
una universidad y, sin embargo, una importante porción de lo que nos
rodea hoy en día está avalado de un modo u otro por dicha institución: los
productos farmacéuticos que consumimos, los artículos de limpieza que

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utilizamos, los alimentos que ingerimos, las encuestas políticas, los indica-
dores económicos, los estudios de laboratorio, entre tantos otros ejemplos.
Es así que la ciencia (en sentido genérico) es tomada como la forma
de conocimiento que produce y enuncia “verdades” ¿Pero puede acaso la
ciencia explicarlo todo?15
Quienes nos desempeñamos en el campo de las ciencias sociales de-
bemos convivir con la idea de que nunca podremos explicar o comprender
todo lo que produce o modifica lo que hay en nuestra sociedad. Apenas es-
bozamos algunas ideas o teorías sobre lo que creemos entender. Intentamos
aproximarnos a algo que podríamos llamar “la verdad” pero sabiendo que
jamás llegaremos a ella, porque la teoría que hoy es tomada como cierta,
dentro de algunos años caerá y será reemplazada por otra que, a su debido
tiempo, también será refutada. A esto se agrega que en las ciencias socia-
les, esta refutación y discusión entre teorías no se produce sucesivamente
–diacrónicamente– sino simultáneamente. Nunca debemos olvidar, para
cualquier ciencia, que la teoría es solo eso, una teoría que nunca coincide
con la realidad y si lo hiciera, no hay modo de saberlo.
A los alumnos de la universidad les resulta muy difícil darse cuenta
que los manuales y libros que incorporan a lo largo de sus carreras no
contienen verdades sino teorías. Lo mismo sucede con este texto que es-
tán leyendo. Esto se debe a que, por lo general, los mismos profesores les
transmiten los enunciados como verdades y, en no pocas oportunidades,
estos docentes tampoco pueden distinguir entre teoría y verdad.
La ciencia trabaja con tipologías, modelos y conceptos teóricos que
intentan explicar o comprender pero, como señalara hace más de cien años
el sociólogo Max Weber, nunca deben ser confundidas con la realidad en
sí misma. “La verdad” es construida culturalmente por cada sociedad en
cada momento y es producto de relaciones de fuerza que logran imponer
un enunciado como verdadero por sobre otros –algo que fue en extenso
trabajado por Michel Foucault–.
Para los griegos “la verdad” consistía en que el mundo era plano y
que alrededor de él giraban a distintas velocidades una serie de cintas o
discos transparentes, algunos con estrellas, otros con planetas, otro era

15. Ver Dri (1995).

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exclusivo para el sol y otro para la luna. Vivían conforme a esas creencias
que amalgamaban mitología, religión, arte y ciencia.
Durante siglos el año no tenía 365 días; la tierra era plana; el tiempo
no se medía con relojes; las pestes y epidemias eran un designio divino;
la inmensa mayoría de la gente no conocía la lectoescritura; el mundo se
encontraba encantado por duendes, gnomos y todo tipo de seres fantásticos;
los bosques estaban encantados; bañarse debilitaba el alma; el cuerpo era
un simple cubículo que albergaba a aquella a lo sumo veinte o treinta años.
¿Cómo nos mirarán dentro de algunos siglos? ¿Qué pensarán de
nuestras ciencias, universidades, manuales y tecnologías? ¿Alguien podría
asegurar que dentro de dos cientos años no surja y se imponga otra forma de
conocer y conectarse con la realidad y que la ciencia sea relegada al pasado
como una forma anacrónica de conocimiento?

¿Qué distingue hoy en día a la sociología de otras ciencias


sociales?

Podemos retornar en este punto al núcleo central de este capítulo a


efectos de cerrar el círculo: la sociología. En el presente esta ha ingresado
en la tercera etapa descripta, a la que podríamos llamar de “conocimiento
interdisciplinario”, donde las barreras que existieron durante poco más de
un siglo se van desvaneciendo.
Muchos utilizan el término genérico “teoría social” para referirse al
conjunto de conocimientos producidos por las distintas ciencias sociales
y que están al alcance de quienes trabajan en las temáticas de esta índole.
Para abordar un tema o problema social no basta con conocer o haberse
formado en una disciplina específica; se hace imprescindible enriquecerse
estudiando e incorporando otros conocimientos.
Como ejemplo, si se pretende dar respuesta a la epidemia del SIDA,
no resulta suficiente ser médico: es necesario contar con conocimientos
sobre política sanitaria, planificación estratégica, teoría social que pueda
explicar por qué los pobres se infectan más que los ricos; herramientas de
las disciplinas “psi” para poder entablar un vínculo fructífero con el sujeto
infectado y comprender por qué se expuso a ciertas situaciones; profesio-
nales de la comunicación que saben más que nadie que comunicar no es
sinónimo de informar; especialistas en jurisprudencia ya que las personas
infectadas generalmente tienen sus derechos vulnerados. Lo central no es

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la ciencia sino el problema que se quiere abordar. Mientras que la primera


es solo una herramienta, lo fundamental es lo segundo.
Por todo ello, en la actualidad se trabaja en equipos interdisciplina-
rios. Ya no es una persona la que investiga o interviene sobre un problema
desde una disciplina particular, sino un conjunto de profesionales que se
enriquecen mutuamente desde distintas formaciones. Esto sucede tanto
en el ámbito de la investigación académica, en el Estado o en la empresa
privada.
A su vez, como se indicó, dentro de la sociología conviven distintos
paradigmas y diferentes formas de producir conocimiento. Una parte de los
sociólogos se dedica a trabajos de índole eminentemente teórica, mientras
que otra se inclina por la investigación empírica (con metodologías cuali-
tativas, cuantitativas o una combinación de ambas).
Simultáneamente con la interdisciplina, la sociología se ha híper
especializado como tantas otras ciencias. El nivel de conocimiento, la can-
tidad de información recabada, así como la enorme diversidad y riqueza
de teorías producidas, han llevado a que los sociólogos se especialicen en
temas específicos, lo que se debe a que es imposible abarcarlo todo, como
fuera la pretensión de “los padres fundadores”.
Algunos temas de especialización son la educación, los partidos po-
líticos, la demografía, el sistema penal, el consumo de drogas, las culturas
juveniles, los medios de comunicación, la salud poblacional, los mecanismos
de construcción de poder, los fenómenos migratorios, la discriminación, la
opinión pública, los conflictos sindicales, el urbanismo, la historia social,
la pobreza, entre tantos otros.16
Paralelamente se produce el fenómeno antes mencionado acerca de
que cada sociólogo elige el abordaje metodológico que más cree conveniente
y trabaja desde el paradigma teórico que considera más adecuado.
No obstante la especialización y las diferencias en cuanto a temas,
marcos teóricos y abordajes metodológicos, existen dos denominadores
comunes a la mayoría de los sociólogos. En primer lugar, tienen una mirada
global y macro sobre la sociedad y comparten la idea originaria de la socio-
logía según la cual, más allá de que existan individuos con mentalidades
singulares, la sociedad funciona como un todo; un sistema híper complejo

16. Los temas recién enumerados no son excluyentes entre sí.

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que constituye y condiciona a los sujetos individuales que forman parte de


él. Desde antes de nacer entramos en el campo de las instituciones y con
ello, en la sociedad; viviremos y moriremos en ella.
La segunda idea madre que subyace al colectivo sociológico es que
nada de lo que somos como sociedad y cultura es natural, sino que todo ha
sido construido colectivamente y tarde o temprano está condenado a dejar
de existir y ser reemplazado por algo diferente. Todo lo que hay en nuestra
sociedad (valores, creencias, conocimiento, arte, modas, clases sociales,
instituciones, mentalidades, etc.) es el producto de relaciones de fuerza
entre grupos sociales; relaciones que de haberse entablado de otro modo,
hubieran producido una sociedad diferente. El objetivo de la sociología es,
en definitiva, intentar comprenderla y explicarla.

Bibliografía

Berger, Peter y Luckmann, Thomas: La construcción social de la realidad,


Buenos Aires, Amorrortu, 1968.
Bunge, Mario: La Ciencia. Su método y su filosofía, Buenos Aires,
Ediciones Siglo Veinte, 1981.
Dri, Rubén: Los modos del saber y su periodización, Buenos Aires, Biblos,
1995.
García Ferrando, Manuel: Socioestadística, Madrid, Alianza, 1985
Marí, Enrique: Epistemologías comparadas, Buenos Aires, Punto Sur,
1990.
Popper, Karl: La lógica de la investigación científica, Madrid, Tecnos,
1973.
Portantiero, Juan Carlos: La sociología clásica, Buenos Aires, CEAL,
1988.
Weber, Max: Ensayos sobre Metodología Sociológica, Buenos Aires,
Amorrortu, 1993.

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Capítulo V
Sociología, complejidad y transdisciplina
Claudia Teodori

“Pero es en los problemas mas simples o mas simplificados


donde tal vez se reconozca mejor esa ecuación entre la duración
pura y el progreso; es allí donde se comprenderá mejor la
necesidad de asentar en la cuenta del tiempo, su valor esencial
de renovación. El tiempo solo dura inventando”

Bachelard (1987:76).

La sociología y sus “patrones”

Las transformaciones operadas en la organización del trabajo y la


producción en la sociedad occidental, trajeron aparejados profundos cam-
bios a nivel político social y cultural. Sin embargo, a la Europa del siglo
XVII y mediados del XVIII no se le había presentado aún la necesidad de
tematizar la realidad social a partir de un abordaje científico. Es decir, hasta
ese momento no se había tomado a la sociedad en términos de investiga-
ción, predicción, manipulación y control del conocimiento. La eficacia de
la dominación estaba asegurada mediante el poder militar y político y su
legitimación provenía de la filosofía y la religión (Palma, 2001).
Serían los sucesos desencadenados con las revoluciones burguesas
hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX, los que se constituirían en
el principal estímulo para la aparición de las ciencias sociales.
Para ese entonces, el campo de las ciencias naturales, desde la re-
volución científica inaugurada por la teoría del Heliocentrismo de Nicolás

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Copérnico1 en 1543 y continuada, entre otros, por Isaac Newton en 1687,


gozaba ya de un vasto desarrollo.
En ese contexto, los modelos para el desarrollo del conocimiento
científico de los siglos posteriores serían proporcionados por la biología y
la física. Precisamente esta situación impulsó a que las ciencias sociales,
creadas a imagen y semejanza de las ciencias naturales, tendieran a confor-
mar auténticos bastiones disciplinarios. Al delimitar con rígidas fronteras
sus propias parcelas del conocimiento, buscaron “hacerse” de sus propios
objetos de estudio.
La preocupación por detentar objetos de estudio únicos y exclusivos,
puede hallarse en Durkheim, quien resume los principios generales de su
método sociológico como independiente de toda filosofía, objetivo y exclu-
sivamente sociológico. Sobre este último punto aclara que:

…la sociología no es el anexo de ninguna otra ciencia; es a su vez


una ciencia diferenciada y autónoma (…). Sin duda cuando una
ciencia está próxima a nacer, para crearla tenemos la obligación de
referirla a los únicos modelos existentes –es decir, a las ciencias ya
formadas–. (…) Sin embargo no puede afirmarse que una ciencia
esta definitivamente constituida sino cuando ha logrado crearse
una personalidad independiente. Pues su existencia se justifica
solo si su sustancia es un orden de hechos que las restantes
ciencias no estudian (Durkheim, 1987:154).

Para comprender en profundidad el contexto de este fenómeno, no


resulta suficiente establecer nexos lógicos entre conceptos y metodologías
empleadas, sino que se torna necesario describir el paradigma2 dentro del

1. La revolución copernicana, desafiará a la cosmovisión aristotélica (dominante entre el Siglo


XII y el siglo XVI) planteando el heliocentrismo cuyo impacto contribuirá al reacomodamiento
del hombre respecto al mundo que lo rodea y a Dios. El hombre ya no podrá concebirse como
el centro de la creación.
Otro hito fundamental para Occidente, lo constituye la conquista de América que enfrenta
por primera vez a Europa con lo desconocido, lo nuevo, “lo otro”.
2. Entendemos por paradigma al conjunto de elementos científicos y extra científicos a saber:
creencias, ideología, valores religiosos, etc., que conforman una determinada cosmovisión.

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cual, cada uno de estos aspectos, cobra sentido. Explicitar, a la vez, algunos
de los supuestos subyacentes que operan sobre la percepción del mundo y
circunscriben una realidad que se presenta como “única”.

En busca de un mundo ordenado

La ciencia moderna, que desplazó la explicación teológica del univer-


so, sentando sus bases sobre la primacía de la razón instrumental, produjo
un “desencantamiento” del mundo. Tal como se refleja en la reconstrucción
de un diálogo citado por Najmanovich (2008) entre Napoleón y Simón de
Laplace ocurrido en 1805, en ocasión de que este último presentara su obra
Mecánica Celeste.

El emperador lo increpó:

—Me dicen, M. Laplace, que a lo largo de este voluminoso libro


sobre el sistema del Universo no mencionáis una sola vez al
Creador.

A lo que Laplace respondió:

—No he necesitado de esa hipótesis (…) (Najmanovich, 2008:37).

La respuesta de Laplace se vincularía a otra situación ocurrida 100


años antes. Newton, frente a la imposibilidad de explicar ciertos aspectos
de su teoría sobre la gravedad, en última instancia, debió recurrir a Dios
para fundamentarla.
La anécdota continuaría con el comentario del matemático Lagrange
que exclamó:

—¡Ah, pero es una bella hipótesis, eso explica muchas cosas!

A lo que Laplace replicó:

—Aunque esa Hipótesis pueda explicar todo, no permite predecir


nada.

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En el movimiento de secularización que queda aquí reflejado, el “bello


y armónico” mundo occidental ya ha perdido la magia y la espiritualidad
y se ha trasformado en un mundo “desencantado”, guiado exclusivamente
por la razón.
El universo de conocimiento que pretendió establecerse de una vez
para siempre, dependía ahora de leyes precisas e inmutables que daban a
la participación humana un lugar absolutamente secundario.
En ese momento se rompieron viejas alianzas: la del hombre con la
naturaleza, la del cuerpo con el alma,3 la del ámbito público con el privado,
y también se produjo un quiebre en la estrecha relación que mantenía el co-
nocimiento científico con la filosofía y con el arte. La sociedad se matematizó
comenzando a privilegiar todo aquello que pudiera ser calculable, mensu-
rable. La ciencia objetiva, dedicada al conocimiento objetivo universal, se
separaría así de la cultura humanista4 dedicada al alma y sus expresiones.
En este proceso el hombre moderno sufrió una suerte de “castración
cognitiva” (Najmanovich, 1995) ya que abandonó la pretensión de compren-
der el significado y la verdadera importancia de las cosas.

…la ciencia clásica había desintegrado el cosmos, había


desintegrado la vida diciendo que la vida no existía, que hay
moléculas, comportamientos, genes, pero ¿la vida? ¿Qué es eso?
¡No la conozco! La ciencia clásica ha desintegrado la sociedad
(…) (Morín, 1994:424).

Se produjo, además, una gran división. Finalmente se separó al sujeto


que conoce (de constitución autónoma) del objeto de conocimiento. El yo
cartesiano, punto de llegada y punto de partida, encuentra así su verdad en
la certidumbre de la autoconciencia: es el Sujeto en sí, por sí y para sí. La

3. Hasta entonces, el universo (aristotélico) era concebido como un todo orgánico en el cual
los fenómenos materiales y espirituales eran interdependientes y el hombre era una criatura
mas entre otras, integrado armónicamente con la naturaleza (Najmanovich, 1995).
4. En ese contexto, Morín (1994), rescata la obra de los grandes novelistas que lograron mostrar
la inmensa diversidad y complejidad del ser humano acallado por ese sujeto estructurado a
partir de Descartes, entre ellos Shakespeare que expresa: “Estamos hechos de la materia de
los sueños”.

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existencia de este sujeto autoconciente que detenta la certeza y el pienso,


tiene como complemento obligatorio la experiencia de la ciencia moderna
que matematiza el conocimiento y declara al mundo como racional y por-
tador de leyes. Llegar a dominar esas leyes, será la clave para alcanzar la
armonía y el tan ansiado progreso moderno.
Desde entonces el orden aparece sobrevalorado en detrimento de
una lógica relacional entre sujetos (Matus, 1996) y se sostiene la creencia
de que existen relaciones de causalidad simple o lineal entre factores, in-
tervenciones y resultados. Entre estos supuestos positivistas, ya no habrá
lugar para el azar.

La “nueva” perspectiva epistemológica y el caos

A lo largo de los últimos dos siglos, se han alzado distintas voces


(desde Nietzsche a Einstein pasando por Marx y Freud) que, cuestionan-
do las ideas de la modernidad, pusieron en tela de juicio a ese sujeto de la
razón. Sin embargo, estas voces solo serían realmente escuchadas en las
últimas décadas del siglo XX, mucho tiempo después del holocausto cuando
ya, para la humanidad, resultara insostenible mantener su confianza en el
progreso moderno.
Apoyado en los nuevos desarrollos surgidos en el ámbito de las cien-
cias “duras”, se produce un cambio de paradigma que se nutre del inter-
cambio entre distintos campos de conocimiento. En particular, para Morín
(1994), en las últimas décadas del siglo XX, se puede pensar efectivamente
en un cambio de paradigma que se observa en tres planos: el de las ciencias
físicas, el de las ciencias del hombre y el de la política.
Esta epistemología “posmoderna o tardo moderna”, reconoce la
complejidad de los fenómenos que abordan las ciencias sociales en general y
observa por ejemplo, como la física cuántica y la termodinámica, incorporan
nuevos elementos que poco antes eran considerados patrimonio exclusivo
de las ciencias sociales. Los complejos procesos de legitimación de la pro-
ducción de conocimientos hacen que, en la actualidad, estos desarrollos
sean atribuidos casi con exclusividad, a científicos como Ilya Prigogine
o Stephen Hawking desconociendo que algunos de estos postulados, ya
estaban presentes en El inquieto universo de Max Born (1936) o en La
evolución de la física de Einstein (1938) donde se señala que:

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…la física cuántica posee leyes que rigen multitudes y no


individuos. No describe propiedades sino probabilidades, no
tenemos leyes que revelan el futuro de los sistemas, sino leyes
que expresan las variaciones en el tiempo de las probabilidades
y que se refieren a conjuntos o agregaciones de un gran número
de individuos (Einstein, 1938:239).

Así, se integran al campo de las ciencias de la naturaleza, el principio


de indeterminación, la noción de que no hay una única trayectoria posible
para determinados fenómenos físicos sino que intervienen el azar y la ne-
cesidad; el doble carácter de las unidades subatómicas por el cual se las
puede caracterizar como partículas o como ondas; la noción de probabili-
dad similar a la que rige la dinámica poblacional; la flecha del tiempo en el
campo especifico de la biología; la introducción del concepto de historia en
física y la noción de irreversibilidad en los sistemas alejados del equilibrio.
A partir de las producciones de Prigogine (1994) y otros investigado-
res, los avances en el campo de la termodinámica, confluirán en una Ciencia
del Caos que abordará sistemas abiertos alejados del equilibrio como lo
son algunos fenómenos atmosféricos, las sociedades o los seres humanos.
En rechazo a la doctrina de la causalidad como principio estructu-
rante de la ciencia, la idea de caos, remite al desorden en tanto que aborda,
sistemas regidos por relaciones no lineales. Morín (1994), señala que en
nuestros días se puede verificar el derrumbe de ese mundo-maquina-perfec-
to moderno, que solo concebía al desorden como una ilusión. El desorden o
el caos como productor del universo conocido, es explicado por el Big Bang,
que constituye el suceso irreversible por excelencia, de él no hay retorno.
Por su parte, la no linealidad remite por un lado a que la relación entre
eventos no siempre responde a la lógica causa efecto; que existen circuitos
de feed back. También se utiliza la noción de no linealidad para dar cuenta
de la presencia de estímulos débiles en sistemas dinámicos complejos (que
conocemos como “efecto mariposa”).5

5. Acuñado en el campo de la meteorología, se representa en el batir de alas de una mariposa


por ejemplo en Australia, que “puede, por una serie de causas y efectos puestos en movimiento,
provocar un tornado en Buenos Aires (...)” (Morín, 1994:422).

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Sistemas, en lugar de objetos cerrados y monótonos, constituyen el


centro de disciplinas como la cosmología, la ecología y también la física.
Para Morín (1994) el entorno, entendido como ecosistema a partir de sus
múltiples interacciones, está inscripto en el hombre (en tanto sujeto mo-
derno). De allí que sostenga que: “no solo la parte está en el todo, sino que
el todo esta en la parte” (Morín, 1994:423).

¿Qué propone la perspectiva de la complejidad?

Este paradigma alternativo busca, por un lado, borrar las viejas


divisiones disciplinarias que no hacen más que fragmentar y encapsular al
conocimiento. Propone situar el eje en el fenómeno y a partir de allí efec-
tuar el recorte y seleccionar la dimensión analítica apropiada partiendo del
problema (de conocimiento) y no de la disciplina. Tarea nada fácil si consi-
deramos que hemos aprendido a pensar desde compartimentos separados,
aislando el objeto de conocimiento del contexto y del propio observador.
Inmenso desafío que se enfrenta con una tendencia permanente a operar
simplificaciones o reducciones que siempre serán sinónimo de ocultamiento
de grandes problemas.
Por otro lado, trabajar con el desorden implica abandonar la pre-
tensión de verdades totalizantes y el ingreso a un escenario de constante
incertidumbre. Este desorden, lejos de ser negativo, se traduce en libertad
ya que es un elemento necesario para la creación. Esta característica solo es
patrimonio de las “máquinas vivas”, las artificiales no toleran el desorden
(Morín, 1994).
Otro aspecto central es el lugar que ocupa el Sujeto observador. A
diferencia de la ciencia clásica, en la que se lo presenta como un elemen-
to contingente y neutral, en el nuevo paradigma el sujeto pasa a ser un
protagonista activo. Este sujeto interpreta o explica la realidad desde sus
percepciones, desde su propio espacio situacional. Por lo tanto, se hará
imposible separar el mundo que conocemos, de nuestras propias estruc-
turas de conocimiento. El conocimiento mismo, será concebido como una
traducción y reconstrucción del mundo desde las propias percepciones.6

6. Se requerirá buscar meta-puntos de vista y reconocerles su carácter local, parcial.

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La sociología como disciplina y una realidad indisciplinada

¿Cómo se inscribe la sociología contemporánea en esta perspectiva


epistemológica?

Si se analiza el recorte del propio objeto de la sociología, se vuelve


a la histórica tensión individuo - sociedad. Ciertamente, se podría asociar
la sociología a lo colectivo dejando la dimensión individual a la psicología
pero, si seguimos a Bourdieu (1990), no podemos ignorar que la sociedad
tiene dos formas de existencia: las instituciones y las disposiciones ad-
quiridas, aquellas formas duraderas del ser que se encarnan en cuerpos
(habitus).7 Lo colectivo está depositado en cada individuo, por lo tanto el
cuerpo socializado (individuo), lejos de oponerse a la sociedad, es una de
sus formas de existencia.
Una de las características de un “objeto complejo” es que puede ser
abordado en sus múltiples estados de existencia debido a que opera en dife-
rentes niveles de la realidad. Así, la sociología, tomando como algo dado las
dimensiones biológica y psicológica, asumirá la compleja tarea de establecer
cómo las utiliza y cómo las transfigura el mundo social (Bourdieu, 1990).
Otra de las particularidades de los “objetos complejos”, es la de ser
blanco de diversas miradas y fuente de múltiples discursos que exceden los
recortes disciplinarios de la ciencia.

¿Cuál es la postura de la sociología contemporánea frente a ello?

La búsqueda a ultranza de la cientificidad de la sociología y el temor


a que se la considere dispersa y conflictiva, ha llevado a los sociólogos con-
temporáneos a tratar de imponer su definición “parcial” como hegemónica

7. Al igual que habitus, otras nociones (algunas tributarios del campo “psi”) que pueden
inscribirse en la categoría de intermediario como significaciones imaginarias sociales (C.
Castoriadis), Instituciones y apuntalamiento (R. Kaes), operan en la interface de los fenómenos
individual y colectivo ya que articulan dos polos en permanente tensión: el psíquico y el social.
La idea de sujeto social, pretende dar cuenta de la existencia de una sociedad externa y una
interna, permitiendo ubicar al individuo y sus producciones mentales, como producto de su
socialización en un segmento social determinado. Así lo individual, emerge como una estructura
estructurada, que posee un potencial estructurante.

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Claudia Teodori

y a tramar una falsa unidad de la disciplina.8 Al respecto Bourdieu nos


propone una explicación:

Las ciencias sociales deben un gran número de sus características


y sus dificultades al hecho que también ellas, comenzaron después
que las otras, de modo que por ejemplo, pueden utilizar consciente
o inconscientemente el modelo de las ciencias avanzadas para
simular la cientificidad (1993:47).

Lejos de la monarquía disciplinaria que pretendió la sociología (y


también otras disciplinas) en sus orígenes, el autor sostiene que:

La sociología, en su estado actual, es una ciencia de gran ambición,


y las maneras de practicarla son extremadamente diversas. Se
puede hacer coexistir bajo el nombre de sociólogo a personas
que hacen análisis estadísticos, otras que elaboran modelos
matemáticos, otras que describen situaciones concretas, etc.
(Bourdieu, 1993:44).

Esta diversidad de abordajes, más acorde con la noción de com-


plejidad, se traduce en fronteras disciplinarias “borrosas” o porosas que
brindan mayor oportunidad para el trabajo inter y transdisciplinario. El
trabajo interdisciplinario constituye una forma particular de labor cientí-
fica que implica relaciones entre disciplinas cuando estas son interpeladas
por la naturaleza misma de los problemas que se resisten a un tratamiento
monodisciplinario.
El término transdisciplina contiene un desafío mas comprometedor,
ya que pareciera implicar el retorno a una mirada unificada (Samaja, 2004) y
supone la integración de disciplinas a través de un marco conceptual común.
La práctica científica se enfrenta permanentemente a la novedad ya
que se encuentra:

8. Bourdieu atribuye esta situación al discurso sociológico hegemónico de los años 1950 y 1960.

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…produciendo y reconociendo objetos nuevos, radicalmente


nuevos. No solo nuevas formas para referenciar los mismos
objetos viejos, sino, de hecho, realmente emergentes (Almeida
Filho, 2006:125).

De allí que, para abordar/construir los nuevos problemas observa-


bles se requieran operaciones transdisciplinarias, que rescaten a su vez, la
noción de integralidad del conocimiento, que implica entender su carácter
relativo y contextual para alejarse de la pretensión de conocimiento absoluto
(tan cara a la ciencia moderna) (Almeida Filho, 2006).

Puentes a cruzar

Que el nuevo paradigma se caracterice por la incorporación de


elementos provenientes de las ciencias sociales a las ciencias “duras”, re-
presenta un reconocimiento a las luchas históricas de las ciencias sociales
por obtener su legitimidad y una suerte de “resarcimiento” que les permite,
entre otras cosas, abandonar la obsesión por detentar un objeto único y
exclusivo y desarrollar abordajes metodológicos más dúctiles y superadores.
Puede observarse que el sujeto “entró al campo” y con él, la propia
condición social, las motivaciones e intereses de los cientistas sociales y por
sobretodo, la reflexión acerca de su rol. En este marco, el proceso de “obje-
tivar al sujeto objetivante” o hacer “sociología de la sociología” (Bourdieu,
1993), debe profundizarse y tornarse permanente y sistemático.

Cuando se quiere huir del mundo tal y como es, uno puede ser
músico, puede ser filósofo, puede ser matemático. Pero ¿cómo huir
de él siendo sociólogo? (…) Para lograr ver y hablar del mundo
tal cual es, hay que aceptar estar siempre en lo complicado, lo
confuso, lo impuro, lo vago, etc., e ir así contra la idea común del
rigor intelectual (Bourdieu, 2008:380).

Si enfrentar una realidad indisciplinada (Stolkiner, 1987), carac-


terizada por la falta de certezas, requiere abrir el diálogo entre distintos

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Claudia Teodori

saberes; será necesaria la formación de nuevos sujetos de la ciencia: ya no


solo en carácter de expertos en “su” disciplina, sino como sujetos capaces
de construir síntesis, trazar puentes y operar movimientos, tanto interdis-
ciplinarios como ínter paradigmas.

Bibliografía

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Capítulo VI
Los primeros tiempos de la Sociología
en Argentina

Silvia Severini

El choque con la Ilustración en el origen de la sociología

Una centuria después del ímpetu optimista y revolucionario del siglo


XVIII, los países europeos, y particularmente Francia, vivían una tumultuo-
sa etapa que no había sido prevista por los artífices de la modernidad. Las
inocultables crisis de la producción capitalista y la ruptura de los viejos y
funcionales vínculos sociales, habían desnudado antagonismos y malestares
generalizados. Desde fines del siglo XVIII se escuchaban, según algunos
autores en Inglaterra en primer lugar, voces cuestionadoras de la llamada
Edad de la Razón. Comenzaba a ser percibida con claridad la compenetra-
ción entre la Ilustración y el capitalismo, porque la puesta en práctica de
los postulados de la primera mostraba cada vez más la creciente influencia
de la actividad económica en el gobierno de los asuntos de todos.
Las voces discrepantes fueron conformando un movimiento, el ro-
manticismo, que se propagó por gran parte de los países europeos durante
las primeras décadas del siglo XIX. “Lo romántico”, sustancia del romanti-
cismo y actitud del espíritu que puede manifestarse en diferentes momentos
históricos, apunta a la apreciación de los sentimientos, de las creencias,
de lo que no es racional en la vida humana. Lo romántico señala lo que la
modernidad esconde cuando, por el contrario, promueve vínculos sociales
permeados por el relativismo y por el principio de utilidad económica. En
definitiva, el romanticismo expresó de algún modo un desasosiego que
no difería en mucho del que describiría Max Weber un siglo más tarde al

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reflexionar sobre el “desencanto del mundo” producido por el proceso racio-


nalizador de la modernidad (Safranski, 2009:174).1
En la Europa pos revolucionaria la reacción romántica fue un mo-
vimiento vigoroso que coexistía con el ideario de la Ilustración. En este
romanticismo, conservador muchas veces y contestatario otras tantas,
pueden encontrarse las raíces primeras de aquel pensamiento sociológico
decimonónico que hubiera sido impensable en la precedente etapa revolucio-
naria. La visión romántica fortificó la crítica a los principios del liberalismo
triunfante en 1789 y abrió el camino hacia una idea sobre lo social que era
claramente discordante con la de la modernidad. No obstante eso, a veces
también se entiende que el positivismo, tan emparentado con el surgimiento
de la sociología, constituyó un conjunto de tendencias que surgieron en parte
como reacción a la filosofía romántica especulativa. Vale la observación para
mostrar la compleja interacción de los sistemas de pensamiento que estaban
en juego (Ferrater Mora, 1971).
La sociología nació cuasi positivista. Fue el producto del influjo de
corrientes intelectuales distintas y contradictorias entre sí. Baste nombrar
las más importantes: el tradicionalismo, que le legó, por un lado, su visión
orgánica de la sociedad y la consiguiente valoración de la cuestión de la in-
tegración y el orden social. Por otro lado, el pensamiento moderno, liberal
y racionalista, del cual heredó la idea de la importancia social de la ciencia
y del progreso. Aunque respecto a esta última influencia hay que adver-
tir que el predicamento del pensamiento moderno no fue suficiente para
borrar o atenuar la fuerza del anticontractualismo y el antiindividualismo
que acompañó a la sociología en los primeros tiempos. Contractualismo e
individualismo constituyen núcleos de sentido de la modernidad que difícil-
mente puedan ser disociados uno del otro. Son conceptos que remiten a una
sociedad originada y construida como un agregado de partes, en donde el
beneficio común supuestamente se consigue cuando los individuos persiguen
el propio (Portantiero y De Ípola, 1987:6 y ss.) (Forte, 1998:61y ss.). En esta

1. Safranski explica que la revolución de 1789 fue un gran estímulo para la vida intelectual
alemana de la época. La revolución fue vista como un suceso excepcional de la historia
universal, como el momento fundante de la sociedad basada en el contrato social descripta
por Jean Jacques Rousseau. Pero la decepción que luego despertó el devenir del proceso
revolucionario, hizo que el idealismo alemán inicial fuera canalizado por muchos hacia “lo
romántico” (2009:30 y ss).

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Silvia Severini

concepción, acuñada por Adam Smith en el siglo XVIII, subyace la idea de


que sociedad y mercado son equivalentes, equivalencia que ni antes ni ahora
podría aceptar una ciencia de la sociedad.

Revolución en Latinoamérica: emancipación y agitación


social
Mientras en las sociedades europeas se sucedían las primeras crisis pos
revolucionarias, en nuestra parte del mundo estaban en marcha profundas
transformaciones económicas y sociales. La región sudamericana, incorpora-
da a los procesos europeos con la conquista de América en el siglo XV, ya en
el período colonial había recibido el impacto de la expansión capitalista y el
enorme influjo ejercido por la revolución francesa. Tanto es así que la huella
de los principios revolucionarios del siglo XVIII europeo seguía presente en
el siglo XIX americano, mientras estallaban a lo largo y a lo ancho de todo
el continente los movimientos por la independencia. Lograda la emancipa-
ción y una vez finalizado el período posterior de guerras internas, cada zona
latinoamericana comenzó a definir su proyecto de inserción en el ámbito
internacional. En nuestro país, la nueva etapa se abrió luego de la batalla de
Caseros que, a pesar de no haber saldado todas las cuestiones pendientes,
definió la lucha entre unitarios y federales. Había llegado el momento de
construir el estado nacional.
A pesar de la importancia que tuvieron, los principios de la Ilustración
no fueron los únicos que nutrieron el pensamiento latinoamericano en general
y de nuestro país en particular. Por el contrario, precozmente llegaron a esta
tierra ideas provenientes de los más diversos cuerpos teóricos, enriqueciendo
las discusiones de intelectuales que se formaban con ellas y con sus propios
intercambios con la cultura europea de la época. Así, puede verificarse desde
la influencia del romanticismo, notable –entre otras– en la llamada gene-
ración de 1837 (Alberdi, Echeverría, Sarmiento), hasta la de las corrientes
socialistas y anarquistas posteriores, pasando, sin duda, por el liberalismo
y el conservadorismo católico que signaron especialmente a las élites de los
años ochenta (Julio A. Roca, Miguel Cané, Eduardo Wilde). Claro está que
también llegó el positivismo, que al igual que en Europa se convertiría en
el antecedente del surgimiento de la sociología como disciplina autónoma.
La influencia del positivismo en la región no fue uniforme, tuvo un
efecto dispar dependiendo en parte del país receptor. Todo parece indicar

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que fue Brasil la nación americana sobre la que el corpus positivista y


comteano tuvo el mayor ascendiente. Pocas décadas después de la decla-
ración de la independencia brasileña en 1822, una emergente élite miraba
hacia fuera de sus fronteras en búsqueda de modelos para el progreso y la
modernización. Se diferenciaba con ello de los sectores tradicionalistas,
ligados al latifundio y reacios a la renovación que se difundía en Europa y
a la cual el positivismo estaba ligado. Al interés modernizador de la nueva
dirigencia se sumaba el de intelectuales de sectores medios, egresados de
las Facultades de Derecho y de escuelas técnicas y militares, con vocación
democrática y voluntad de participación política. El positivismo comteano
había llegado temprano a Brasil. Como dato comprobado, ya en 1832 había
cursantes brasileños entre los alumnos que asistían a las clases impartidas
por Auguste Comte en la Escuela Politécnica de París. Seguramente ellos
fueron pioneros en la difusión de las ideas del maestro en territorio brasileño
(Costa Cruz, 1967). En la segunda mitad del siglo XIX, el positivismo ya se
extendía como un reguero. En tanto acompañaba el progreso material y el
ascenso de las nuevas clases sociales, invadía todas las ramas del saber y
afianzaba al mismo tiempo a sectores de la nueva burguesía como parte de
una intelectualidad insoslayable para pensar el futuro. La intensidad del
proceso dio lugar a lo que se conoció como el “movimiento positivista en
el Brasil”, que tuvo uno de sus momentos culminantes con la fundación de
la “Igreja e Apostolado Positivista de Brasil”. En 1889 la proclamación de
la república estuvo guiada por la aspiración –tan positivista– de construir
simultáneamente el orden y el progreso. La consigna, inscripta en la ban-
dera, es la marca de nacimiento de la república en el Brasil.
En la Argentina, la historia fue otra. La influencia positivista tuvo
importancia, pero sin llegar a mostrar la pujanza y la capacidad de difusión
social que llegó a tener en Brasil. Inclusive, hay discordancia entre autores
respecto a la intensidad y a la época de su predominio. Algunos, como el
filósofo argentino Hugo Biagini, sostienen que la presencia de la filosofía
positivista no fue temprana ni prolongada. Biagini pone en cuestión la idea
de la inequívoca preeminencia del positivismo en el siglo XIX. Observa
que no convencen las interpretaciones sobre un positivismo de carácter
autóctono en la generación del 37 ni las que sostienen su primacía en la del
80 (Biagini, 1981:24). Claro está que estas reservas no implican ignorar los
aportes del positivismo al desarrollo cultural de la nación. En ese sentido,

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Silvia Severini

Biagini rescata entre los méritos del positivismo de la época el haber con-
tribuido a fundar una ciencia más rigurosa, preocupada por el análisis de
los datos de la experiencia y por evitar la incidencia del subjetivismo y la
especulación (Biagini, 1981).
Partiendo de esta idea acerca de la influencia algo tardía del positi-
vismo en Argentina, tal vez sea atinado echar una breve mirada al contexto
social y económico del período que abarca desde las últimas décadas del
siglo XIX hasta las primeras del XX, lapso en el que precisamente se asistió
a una gran producción intelectual, con influencia positivista, por parte de
la llamada generación de los años noventa. A principios del siglo XX, entre
1901 y 1910, se registró el punto más alto del flujo inmigratorio que había
comenzado en la segunda mitad del siglo anterior y que era la contracara
de la Europa convulsionada por las crisis capitalistas expulsoras de mano
de obra (Germani, 1966:179). La masividad de la inmigración llegada a
esta tierra, deseada y alentada por representantes de las élites nativas, se
agregaba a las transformaciones que ya estaban en marcha. La presencia
de los inmigrantes profundizaba el fenómeno de la emergencia de nuevas
clases sociales, alteraba la nueva organización económica orientada hacia la
inserción en el mercado internacional y, en definitiva, aceleraba el proceso
de modernización. Pero esa modernidad traía consecuencias no buscadas
por los mismos que la estimulaban, porque se abría paso una sociedad
compleja y alborotada, poco conocida, impactada además por la crisis
financiera de los años noventa y por diversas y variadas insatisfacciones.
Si por el lado de los trabajadores se extendía el malestar provocado por
condiciones de trabajo que no eran buenas, por el otro estaban las élites
tradicionales que desconfiaban de tantas mudanzas, especialmente de la
participación creciente de las masas en la vida social y política. Añoraban
la solidez de los estadios anteriores y parecían querer recuperar de algún
modo las aspiraciones incumplidas de aquel romanticismo rioplatense de
la generación de 1837 que, infructuosamente, había pretendido fundar una
cultura nacional (Terán, 2000:223). Frente a la seguridad de antaño, los
cambios de la Argentina de entre 1870 y 1914 eran muy fuertes. Según la
descripción de Francis Korn:

Se multiplicaron la población, los idiomas, las instituciones, las


formas de las viviendas, los hospitales, los teatros, los deportes,

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los clubes, la vecindad (en tamaño y calidad). La vida cotidiana


transcurrió en los ámbitos más disímiles, con tantas opciones para
las costumbres, la vista, el oído y el pensamiento como una buena
parte del mundo de la época podía ofrecer. En la multiplicación
también crecieron y se diversificaron los problemas, conflictos
y desilusiones, y se inauguraron las huelgas (1895 en Buenos
Aires fue al año en que todo gremio que se preciase de tal decidió
por primera vez ese camino: se declararon en huelga los sastres
militares, las lavanderas, los albañiles, los panaderos, los yeseros,
los constructores de carruajes, los tipógrafos, los fideeros, las
obreras costureras, los herreros, los marmoleros y hasta los
actores de una compañía española para que no se los obligara
a cantar la letra completa del Himno Nacional Argentino en la
función del 9 de julio) (Korn, 2004:45).

A seguir, la autora agrega:

Pero aún con los conflictos, las huelgas y las desilusiones, se


puede convenir en que el balance general del período, y dada la
dimensión del crecimiento, muestra un país que se convirtió en
el escenario de uno de los procesos sociales más satisfactorios
dentro de su desmesurada y multiforme especie (Korn, 2004:45).

Si el segundo censo nacional de 1895 ya registraba en la ciudad de


Buenos Aires un 52% de residentes extranjeros, sobre un total de 663.854
habitantes, los relevamientos de los censos nacionales de entre 1914 y 1947
ya exponían indicios elocuentes del proceso de modernización en marcha en
la época: descenso de la tasa de natalidad y de la de mortalidad, crecimiento
del personal ocupado por establecimiento industrial y en la producción de
servicios, fuerte descenso de la cantidad de analfabetos y también descen-
so del porcentaje de población rural a nivel nacional (Korn, 2004:169).
Por último, hay que mencionar también que la protesta social, propia de
un proceso de cambio como el que se estaba viviendo, generó la reacción
de la dirigencia que tomó medidas represivas tales como la censura a la

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Silvia Severini

prensa obrera, el encarcelamiento y la expulsión del país de activistas, etc.


(Suriano, 2007:73 y ss.)

La sociología nativa: Ernesto Quesada y Juan Agustín Garcia

La llamada generación de 1890 se distanció desde sus inicios del


nacionalismo conservador de la generación de 1880. Los intelectuales de
los noventa acompañaron sin dudar el proceso modernizador y reformista
que se abría en la época de la construcción de la nación, aún a sabiendas
de las dificultades que se avecinaban principalmente en el terreno de lo
social. Tuvieron la convicción de que la tarea que se imponía era conciliar
progreso con orden social. Si en la Europa del siglo XIX las luchas sociales
habían llevado a volver la mirada hacia las sociedades precapitalistas en
busca del “orden perdido”, aquí, en nuestra región, la mirada retrospectiva
despertaba poco interés porque mostraba en todo caso el orden propio de
las sociedades coloniales que se querían superar. Más atención merecía el
presente y el futuro cercano, ya que la independencia había inaugurado rea-
lidades inéditas a nivel social y nacional. Estas cuestiones, indisolublemente
unidas, eran junto con la modernización los grandes problemas de la época.
Las discusiones sobre estos y otros temas se desarrollaban en di-
versos ámbitos de la vida intelectual argentina. Pero a principios del siglo
XX, la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) se había convertido
en un espacio privilegiado para el debate sobre ”lo social”, sobre la so-
ciología, y sobre el pensamiento de aquellos autores europeos que mayor
ascendiente tenían en los países latinoamericanos. Quienes participaban
en la vida académica, tanto a nivel universitario como secundario, eran en
general graduados de la Facultad de Derecho de la UBA con inquietudes
que sobrepasaban largamente las incumbencias de sus profesiones y que no
ocultaban sus objetivos políticos ni el interés por intervenir en los asuntos
de la nación. Antonio Dellepiane, Juan Agustín García, Ernesto Quesada,
fueron algunos de los integrantes del grupo universitario que estaba con-
formado en su mayoría por egresados en 1882. También había graduados
de la Facultad de Medicina y de la de Ciencias Exactas, como José María
Ramos Mejía, Emilio Mitre y otros (Santomauro, 1981). No fueron pocos
los autores europeos que eran leídos ávidamente para luego ser debatidos
con vehemencia. El positivismo del francés Auguste Comte (1798-1857) y el
evolucionismo del inglés Herbert Spencer (1820-1903) formaron parte de

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las escuelas que mayor influencia ejercieron en el campo de la sociología,


se buscaba en ellas posibles respuestas a los problemas autóctonos. En
suma, puede decirse que a fines de nuestro siglo XIX ya estaban dadas las
condiciones para sistematizar la reflexión sobre lo social y para pensar en
una disciplina autónoma.
Uno de los primeros sociólogos argentinos fue Ernesto Quesada.
Comenta Eduardo Rinesi que su figura ha sido sistemáticamente ensom-
brecida o directamente omitida en la historia del pensamiento nacional y
que recién en estos últimos años ha comenzado a ser recuperada (Rinesi,
2010). La afirmación puede extenderse sin temor de error a gran parte de
la intelectualidad argentina que participó de alguna manera en la fundación
de la sociología nativa. Aquí nos referiremos brevemente a dos de estos
pensadores, Ernesto Quesada (1858-1934) y Juan Agustín García (1862-
1923), por el protagonismo que tuvieron en los ambientes intelectuales de
su época y por el interés que todavía despiertan en la nuestra sus trabajos
en el campo de la sociología. La referencia será breve y por eso mismo ar-
bitraria, porque se tendrán en cuenta algunos pocos aspectos de entre los
tantos que podrían ser considerados.2
La primera cátedra de Sociología del país fue creada en la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA en 1898 bajo el nombre de Ciencia Social, hasta
que dos años después cambiaría el nombre por el de Sociología. En 1899
fue nombrado como profesor suplente el historiador Antonio Dellepiane
que permaneció un año en el cargo. La materia quedó sin profesor hasta
1904 en que fue nombrado el abogado Ernesto Quesada quien se convirtió
así en el primer profesor titular de Sociología en nuestro país (Poviña,
1959:73 y ss.). Quesada inauguró la cátedra el sábado 1 de abril de 1905
con una conferencia sobre el carácter científico de la sociología. En ella no
solo definía desde el primer día su idea acerca de las propiedades del saber
sociológico, sino que además hacía pública su discrepancia con el decano
saliente de la Facultad, Miguel Cané, que en su discurso de despedida había
cuestionado fuertemente el carácter científico de la disciplina. Con buen
tino, Quesada prevenía sobre la inconsistencia habida entre las afirmaciones

2. Es oportuno aclarar que en el rastreo de información es frecuente encontrar pequeñas


discrepancias según cuál sea la fuente consultada. En cada caso se optó por la información
que es más aceptada o que tiene más coherencia con el resto.

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Silvia Severini

del decano saliente por un lado, y la inauguración de la primera cátedra en


la misma institución académica por el otro. Estaba claro que la flamante
ciencia nacía envuelta en la polémica sobre su legitimidad y sobre su razón
de ser (Quesada, 1905).
Ernesto Quesada pensaba la sociología como la ciencia que estaba
situada por encima de las demás disciplinas sociales, por las que debía velar
sin por eso desrespetar su autonomía. Esta visión del rol de la sociología era
habitual en la época y ya estaba presente en el corpus comteano que bien
conocía Quesada. El profesor argentino veía en Comte a un gran intérprete
de las necesidades de su tiempo, que había sido capaz de fundar la ciencia
necesaria para una auténtica reforma social. Pero la gran erudición de
Quesada se nutría también de otras fuentes y de valiosos intercambios reali-
zados en sus frecuentes viajes. Fue un entusiasta defensor de los postulados
y de los logros de la revolución francesa aun conociendo sus consecuencias
indeseadas, esas que despertarían en su siglo la reacción positivista. Ambas
adhesiones, al liberalismo revolucionario de 1789 y a la reforma social pro-
piciada por el positivismo, fueron las que llevaron a Quesada a cuestionar,
por ejemplo, el antiindividualismo comteano. Este cruce de influencias era
una manifestación más de la coexistencia en nuestra región, tal como en
Europa, del pensamiento liberal del siglo XVIII junto al positivista del siglo
XIX. El hecho no excluía el predicamento de otros sistemas teóricos como,
por ejemplo, el marxismo. Hay que señalar asimismo que el ascendiente
de los autores europeos en la sociología de esos años no impidió la emer-
gencia entre los sociólogos nativos de una incipiente conciencia nacional y
latinoamericana; en el caso de Quesada, esta se reveló principalmente en
su oposición a las políticas norteamericanas para los países de la región.
Ciertamente la vida de Quesada no se circunscribió a la cátedra. Muy
por el contrario, a sus actividades en el campo del derecho sumó un gran
protagonismo como conferencista, participando y dirigiendo instituciones
fuera de la universidad, tanto en Argentina como en el exterior. Fueron
numerosas sus publicaciones y sobre una enorme diversidad de temas, re-
cibiendo, quizá, especial aprecio La época de Rosas (1898), La sociología:
el carácter científico de su enseñanza (1904), La evolución del idioma na-
cional (1911). Finalmente, Ernesto Quesada renunció a la cátedra en 1923,
invocando en ese acto las contrariedades y disgustos de quien no se siente
reconocido en la justa medida. Luego emigró, haciendo uso de antiguos y

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fuertes lazos que lo unían a Alemania. En Berlín obtuvo un nombramiento


de profesor emérito con renta vitalicia, honor que no le había sido otorgado
en Argentina. Muere en 1934 en Suiza.
La segunda cátedra de sociología de Buenos Aires fue creada en 1908
en la Facultad de Derecho de la UBA. Su titular fue Juan Agustín García, abo-
gado que, al igual que Quesada, tenía una destacada actuación en el ámbito
judicial. En cuanto a la actividad dentro del aula, comenzó su desempeño en
el nivel secundario y luego en el universitario como profesor suplente en la
Facultad de Derecho. En 1904, las renuncias de algunos profesores sumadas
a protestas del movimiento estudiantil, provocaron su distanciamiento de
la actividad académica. Un año después, en 1905, García integró el grupo
de intelectuales que fundaron la Universidad de La Plata y allí dictó hasta
1908 la cátedra de Sociología jurídica (Pereyra, 1998).
Juan Agustín García fue, junto con Ernesto Quesada, uno de los
impulsores de la discusión de la teoría marxiana en nuestro país. Eso no le
impidió, como buen exponente de la generación de los 90, ser un admirador
de Auguste Comte. Reivindicaba de la ciencia positiva la importancia que
esta le atribuía a la observación y a los hechos en sí mismos, descartando
toda búsqueda de esencias inhallables. García compartía la visión de la
sociedad como un organismo cuya evolución veía atada a la solidaridad, en
la medida en que esta garantizaba la unión entre las instituciones sociales.
Hay pasajes suyos que indudablemente también evocan a Emile Durkheim,
como ese en el que cavila sobre las bondades del régimen democrático:

…el régimen democrático, igualitario e individualista, ha dado


más felicidad a los hombres, garantiéndoles, es cierto, el libre
ejercicio de su actividad, pero arrojándolos, sin más protección y
ayuda que la de sí mismos, en una lucha brava, llena de zozobras.
El mundo antiguo era más tranquilo… (García, 1938:49).

Algunos autores mencionan a Juan Agustín García como el mejor


representante de una sociología de carácter nacional, aunque no el único
ni el primero en el país. Otros argumentan que esa condición que García
pretendía para la disciplina lo llevó a desconocer su índole de ciencia sin-
tética y general, de modo que las proposiciones sociológicas solo podían
lograr un alcance relativo y de aplicación restringida, sin validez universal.

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Pero este jurista dedicado a la historia y a la ciencia social, insistía en que la


sociología efectivamente debía analizar los asuntos locales, para lo cual no
solo era necesario estudiar los grupos sociales y el proceso de la evolución
nacional, sino igualmente la historia de las ideas argentinas (Poviña, 1959).
El carácter nacional del pensamiento de García tuvo la mejor expre-
sión en su trabajo sobre la sociedad colonial de la ciudad de Buenos Aires
en los siglos XVII y XVIII. Publicado en 1900 bajo el título de La ciudad
indiana, fue un estudio pionero en su época y que forma parte de la primera
etapa de la producción del autor. Dice Diego Pereyra que con este ensayo se
inicia la historia social argentina, con el pueblo como protagonista (Pereyra,
1998). García consigue vincular la evolución económica y administrativa
de la ciudad colonial con el devenir de las clases sociales y con el sistema
de creencias y de los valores religiosos. Son conocidas las conclusiones del
estudio que lo llevan a lamentar que el país no haya tenido los cambios
suficientes y que “Un conjunto de sentimientos, el culto nacional del coraje,
el desprecio de la ley, la preocupación exclusiva de la fortuna, la fe en la
grandeza del país, imprimen rumbos fijos a la sociedad” (García, 2000:337).
Posteriormente, en la que se considera la segunda etapa de su producción,
García se dedicó principalmente a escribir ensayos sobre distintos pensado-
res argentinos, como Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi. De esta
época data su Historia de las ideas sociales argentinas, publicado en 1915.
Con la disciplina a cuestas, el pensamiento sobre lo social siguió
abriendo caminos. Pasaron algunas décadas hasta que en 1941 fue fundado
el Instituto de Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA,
vinculado a la carrera de Historia. El historiador Ricardo Levene, su primer
director, decía en el discurso inaugural que la creación del Instituto (ese
mismo que actualmente se llama Gino Germani) marcaba “…el comienzo
de un período de sistematización de las investigaciones sobre la realidad, la
estructura y el proceso de las instituciones sociales argentinas (Germani, A.,
2004:81). Más adelante, en 1957, en lo que se consideró un nuevo hito en
la institucionalización del carácter científico de la disciplina, fue creada la
carrera de Sociología dentro de la misma Facultad de Filosofía y Letras. El
primer director de la nueva carrera fue Gino Germani. Intelectual italiano
que había llegado a nuestro país en 1934 huyendo del fascismo, residente
en Buenos Aires, alumno y posterior graduado de la carrera de filosofía
de la UBA, y que, al decir de su hija, “…se planteó la misión de bajar a la

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sociología de su pedestal metafísico para darle un fundamento empírico…”


(Germani, A., 2004:14). Para la época de la creación de la carrera el decano
de la Facultad era José Luis Romero y Risieri Frondizi el rector de la UBA.
Ciertamente, se inauguraba una nueva etapa.

Bibliografía

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Poviña, Alfredo: Nueva historia de la sociología latinoamericana,
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Tercera Parte

Variaciones sobre la teoría del poder y la


dominación

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Capítulo VII
Marx, la literatura, las historias
Adrián Melo

Introducción

Frecuentemente se hace referencia a la recurrente apelación a la


literatura en la obra de Karl Marx. Y no solo por la belleza de su prosa
plasmada en frases y metáforas inolvidables tales como “la tradición de
todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de
los vivos”, “un espectro recorre Europa” o “todo lo sólido se disuelve en el
aire”, entre tantas otras, sino también por evocaciones directas que hace
Marx respecto de sus lecturas o autores favoritos.
En este sentido uno de los pasajes más citados es aquel de El capital
en el cual el sociólogo y filósofo alemán, para dar cuenta del fetichismo de
la mercancía y de ese fenómeno llamado dinero que objetiva a las cosas
y cosifica a los seres humanos cita la escena III del acto III de Timón de
Atenas de William Shakespeare:

¿Oro? Ese amarillo, brillante y precioso metal.

…Tú, prostituta vulgar de todo el género humano”

Prostituta común a toda la humanidad; dios visible. Tal como lo ex-


presará con su acostumbrada elocuencia y lucidez: “Nada como el dinero
ha suscitado entre los hombres, tantas malas leyes y malas costumbres;
es él quien suscita peleas en las ciudades y expulsa a los habitantes de sus
moradas” o “El capitalismo no ha dejado otro nexo entre los hombres que
el interés desnudo, el insensible pago en efectivo. Ha ahogado los éxtasis

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más celestiales del fervor religioso, del entusiasmo caballeresco y del sen-
timentalismo pequeñoburgués en las aguas heladas del cálculo egoísta”.
Y es entonces, por lo que Marx sueña un mundo sin dinero: “Imagina al
hombre humano y su relación con el mundo como una relación humana y
solo podrás intercambiar amor con amor”.
A su vez, Georg Simmel, del cual cabe decir que diseñó buena parte
de su monumental obra a partir de los primeros capítulos de El capital
de Marx, escribió una serie de ensayos, especies de aguafuertes reunidas
bajo el título de Imágenes momentáneas sub specie aeternitatis que bien
pueden leerse también como joyas de la literatura. En uno de ellos, titulado
“El dinero solo no hace la felicidad”, afirma que el dinero solo no hace la
felicidad sino que también hay que tenerlo y todo aquello que requiere la
propiedad completa, el ser humano termina destruyéndolo más rápido o
más lento a través de la posesión: la carne asada y el vino, la vestimenta y
todo lo que poseemos materialmente. Pero en lo alto están las estrellas y
otros astros y nos hacen felices, aunque no necesitamos codiciarlos, poseer-
los. Lo que realmente es eterno en la vida son aquellos momentos fugaces
que no podemos poseer ni retener: la belleza de un cuerpo, un beso, un
amanecer o una noche bajo las estrellas.
En este artículo se parte de la base de que la literatura puede ser
considerada como fuente y agente de la historia y de la sociología para dar
cuenta de las ideas hegemónicas y contra hegemónicas de una época, de
los amores y de los odios, de los prejuicios, de las ideologías políticas de
una sociedad. Particularmente literatura y marxismo o literatura e ideas
socialistas y comunistas se han retroalimentado mutuamente desde el siglo
XIX al punto tal que hay obras literarias –pensemos en Los miserables
(1862) de Víctor Hugo o Germinal (1885) de Emile Zolá– tienen un carácter
político revolucionario y que incendia mentes y corazones e incentiva a la
praxis política y hay teorías y ensayos políticos que consiguen verdadera
belleza literaria. Si se parte de estas afirmaciones no puede negársele a la
literatura su capacidad de hacer inasible o de posibilitar la ilustración y el
aprehender ciertos conceptos claves de la obra de Karl Marx. Se escogerán
algunos ejemplos de los vastos que ofrece el campo literario y algunas cues-
tiones claves de la vida y de la obra de Karl Marx que funcionen a manera
de paradigma.

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Adrián Melo

Noticia biográfica

Karl Marx nació en Tréveris el 5 de marzo de 1818. Su padre era abo-


gado y tanto él, como su madre, nunca tuvieron un especial compromiso
político, social e intelectual con los temas a los que Marx dedicaría toda su
vida. Aprendió a amar a la literatura –que tanto impregnará después sus
escritos, al punto de dejar frases inolvidables para el campo de la estética
y de la política– de la mano de Luis de Westfalia, cuya casa era una espe-
cie de salón de la juventud intelectual de Tréveris. Pero Marx tendrá más
que agradecerle a Luis de Westfalia. Antes de su partida a la Universidad
de Bonn, en 1835, Karl Marx se comprometió en secreto con la hija de su
consejero, Jenny de Westfalia, cuya belleza e inteligencia despertaron en
el joven un amor que lo llevó al matrimonio y que perduró toda la vida.
El año de Bonn supone para Marx, en el marco de sus estudios de
jurisprudencia, el encuentro con el neoidealismo kantiano –al que no tar-
dará en descartar– y con la metafísica hegeliana, la cual lo seducirá y lo
repelará alternativamente. Enfermo, retraído y preocupado, absorto en los
problemas sociales de su tiempo, buscó su refugio en la filosofía del dere-
cho y se doctoró en 1841 en la Universidad de Jena con una tesis sobre los
sistemas filosóficos de Demócrito y de Epicuro. Seguramente la doctrina
epicúrea influirá más tarde en su concepción materialista de la historia y
en su utopía revolucionaria de un paraíso en la tierra.
En el otoño de 1844, en París, su encuentro con Frederick Engels, hijo
de un rico industrial de la Renania, sella una amistad que había comenzado
con una nutrida correspondencia y que perdurará más allá de la muerte.
La crítica de las condiciones sociales de los obreros expuesta por Engels en
Situación de las clases trabajadoras en Inglaterra en 1844 y su compromiso
con el movimiento obrero de su época, se adaptan admirablemente para
completar a Marx. Merced a Engels, a su infatigable colaboración literaria y
a su constante ayuda financiera, Marx pudo emprender con tranquilidad la
escritura de su monumental obra. Con Engels vivirán de cerca, analizarán
con profundidad y participarán activamente en las azarosas vidas de los
países centrales europeos tras la revolución burguesa de 1789 y en el fragor
de la lucha y de las batallas obreras por librarse de su destino cuya cúspide
es la gloriosa Comuna de París (1871). No puede soslayarse asimismo la
importancia del Manifiesto Comunista escrito por ambos amigos, en cuanto

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fomentador de una conciencia de clase proletaria y de factor unificador de


distintas posturas socialistas de la época.
Tras la muerte de su esposa Jenny, en diciembre de 1881, se cuenta
que Marx no logró aunar fuerzas para completar la obra cumbre que estaba
hecha para serle dedicada a su amada: El Capital. El 14 de marzo de 1883,
Karl Marx murió tranquilamente de una ligera hemorragia pulmonar. Tres
días después fue sepultado en el cementerio de Highgate donde Engels –que
se encargaría los doce años restantes de su vida a publicar póstumamente y a
completar el sistema teórico de su maestro– le dedicó unas emotivas palabras.
Sin embargo, a ciento treinta años de su muerte, un fantasma parece
recorrer el mundo: el fantasma de Marx. Desde hace varios años intelectuales,
historiadores y periodistas –en un espectro que va desde la derecha neoliberal
hasta la izquierda ortodoxa– coinciden en afirmar la implacable actualidad
del pensamiento de Karl Marx para dar cuenta del carácter intransigente
y compulsivamente destructivo del capitalismo, y sus asombrosas predic-
ciones respecto de la concentración obscena de la riqueza, de la inevitable
globalización de las economías y las culturas y sus consecuencias conflictivas
y dolorosas.
La obra de teatro Marx en el Soho del historiador Howard Zinn es
una buena fuente dar cuenta de esa vigencia y para trazar un recorrido por
su vida. Escrita en 1999 cuando habían pasado ya diez años de la caída del
Muro de Berlín y de los regímenes soviéticos, lo cual permitía deslindar la
obra y el pensamiento de Marx de lo que habían sido los sistemas políticos
totalitarios que se habían erigido en torno a su nombre. Por ello una de las
primeras afirmaciones del personaje Marx es que “yo no soy marxista”.
Después de la crisis mundial 2007-2009, particularmente parece haber
quedado muy atrás el fin de la historia anunciado por Francis Fukuyama y
quién parecía demostrar que no estaba muerto y enterrado era el Cristo de
las izquierdas, el hombre barbudo cuyas banderas habían alimentado los
sueños revolucionarios proletarios. Como la Evita vive de Néstor Perlongher,
en la obra de teatro Marx en el Soho, Karl Marx vuelve de la muerte, y como
se espera de los muertos vuelve más radical que cuando estaba vivo y con la
impunidad que otorga el venir del más allá. Zinn crea así un genial monólogo
que recorre tan pronto la vida y la obra de Marx y las luchas de los obreros
del siglo XIX como sucesos contemporáneos del siglo XXI que dan cuenta
de la continuidad de la explotación burguesa y de los cinismos de la vida

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Adrián Melo

capitalista, pero a la vez también –y pedagógicamente en el mejor sentido


del término– de la vida personal de Marx: los exilios, las persecuciones a los
que se vio sometido, la generosa amistad de Engels, las controversias inte-
lectuales de su época respecto de la revolución, sobre todo con Proudhon y
Bakunin, y de sus amores con su esposa Jenny y las relaciones conflictivas
con sus hijas rebeldes.

La revolución como sueño eterno

“Entre tantas preguntas sin responder, una será respondida:


¿qué revolución compensará la pena de los hombres?”

Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno

Todos los aspectos, todas las temáticas de la obra de Karl Marx


(1818-1883) conducen a la revolución. Desde su concepción filosófica del
ser humano perfectible pero alienado bajo las condiciones socioeconómicas
del capitalismo, pasando por su teoría económica que basa el plusvalor y la
ganancia del capitalista en la explotación del obrero, hasta su concepción
política de la historia de la humanidad como la historia de la lucha de cla-
ses. Todos los caminos desembocan en el momento en que, los proletarios
se percatan que no tienen nada que perder salvo sus cadenas, que tienen
en cambio, un mundo que ganar, y, entonces, obrando en consecuencia,
toman las ametralladoras y las bayonetas y se disponen a derrocar el orden
social existente.
Como no comparar ciertas ideas de Marx como la metáfora del viejo
topo, o la de los obreros condenados a vivir en esas cavernas llamadas fá-
bricas –en rigor peores que las cavernas porque están contaminadas por las
pestilencias de la civilización– privados del aire puro, de la luz y del amor
o aquella frase de su autoría que reza “el capitalismo lleva en sí mismo los
gérmenes de su destrucción”, con aquel famoso final de la épica novela
Germinal de Emile Zola, en la cual la huelga fracasada de los mineros del
carbón del norte de Francia con el saldo de la muerte de héroes obreros y
personajes miserables entrañables incentivan a Etienne, el antiguo obrero
mecánico enamorado de la justicia social, a marchar a París para facilitar
el brote de esta germinal socialista, que pronto hará estallar la tierra:

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Ahora, en pleno cielo, el sol de abril irradiaba en toda su


gloria, calentando la tierra que daba a luz. Del costado nutricio
surgía la vida, las yemas reventaban en hojas verdes, los
campos se estremecían con el brotar de las hierbas. Por todas
partes se hinchaban las semillas, se estiraban, agrietaban la
llanura, impulsadas por una necesidad de calor y de luz. Un
desbordamiento de savia fluía entre cuchicheos, el rumor de los
gérmenes se desparramaba en un gran beso. Y los compañeros
seguían golpeando, cada vez con más claridad, como si se hubieran
acercado al suelo. Bajo los rayos encendidos del astro, en aquella
mañana de juventud la campiña estaba preñada de aquel rumor.
Los hombres empujaban, un ejército negro, vengador, que
germinaba lentamente en los surcos, creciendo para las cosechas
del siglo futuro, cuya germinación haría estallar la tierra (Zola,
2005:596).

En la literatura latinoamericana un claro ejemplo de literatura mar-


xista está contenida en la obra de Jorge Amado. Así, Cacao (1933) y Sudor
(1934) son sendas novelas sencillas y proletarias, dos panfletos incendia-
rios escritos con dolor e indignación donde el escritor brasileño describe a
partir de anécdotas simples, que funcionan como denuncia social, la vida
sórdida, brutal y breve a la que se hayan condenados los trabajadores del
cacao del interior del estado de Bahía (Cacao) y los obreros urbanos y sus
mujeres en la ciudad de San Salvador (Sudor) merced a la explotación de
los coroneles y los industriales capitalistas.
Los escenarios son las plantaciones, los sótanos, las cloacas, los
conventillos, con la compañía constante de los ratones. Y los protagonistas
son jóvenes tuberculosos, prostitutas suicidas, sordomudos, hombres tu-
llidos víctimas de las maquinarias del régimen fabril, capitanes de la arena
(niños pobres o abandonados devenidos en delincuentes cuyo domicilio y
cuartel son los puertos y las orillas de los mares), lavanderas que depositan
sus sueños frustrados en sus hijos ya condenados. Sin embargo, en ambas
novelas se respira la idea de la revolución como un sueño eterno resumido
en un latiguillo repetido constantemente por los personajes trabajadores:
“Algún día…”. Así, en el final de Cacao, el protagonista renuncia al amor
de María, la hija del patrón, por conciencia de clase, porque ella no quiere

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Adrián Melo

transformarse en mujer de obrero y parte a la lucha de los campesinos y


los obreros con el corazón limpio y feliz.
Por su parte, Sudor termina con una huelga general que deja saldos
de sangre obrera y con una muchacha ilusionada por casarse con su patrón.
Pero toda huelga es preludio y contiene en sí misma los gérmenes de la gran
huelga, la que unirá a todos los que no tienen nada que perder salvo sus
cadenas. “¡Camaradas! Hay que acabar con la explotación. Nosotros somos
muchos, pobres, sucios, sin comida y sin casa, vivimos en piezas miserables.
Explotados por los ricos que son pocos… Todos debemos unirnos para de-
fendernos… Para hacer la revolución de los obreros. Los obreros se deben
unir alrededor de su partido para terminar con la explotación… y con los
gobiernos podridos y ladrones… Hay que conseguir un gobierno de obreros
y de campesinos…”. Algún día.
El mismo criterio y la misma ideología impregnan otra novela de
Amado llamada Jubiabá (Bahía de todos los Santo) (1935). Epopeya casi
folletinesca de uno de los personajes más entrañables de Jorge Amado:
Antonio Balduino. Negro, pobre y analfabeto, Balduino recorre un largo
camino de educación picaresca que lo convierte de mendigo a músico, de
capoeirista a boxeador triunfante, de trabajador de las plantaciones a apa-
sionado orador sindical. Como en Cacao, la novela es un Bilgundsroman,
una novela de formación de la personalidad hasta que Balduino se convierte
en “lo que es”: un revolucionario.
La desmesura de la miseria de Antonio Balduino es también des-
mesura en su rebelión y sus ansías de libertad, desmesura que le impide
amoldarse a la disciplina del trabajo organizado y que lo empuja a vivir
gustosamente atado a las alegrías de la carne. No hay en principio en el
personaje conciencia de raza ni de clase tan solo instinto, amor por la vida,
un corazón que late más fuerte, un cuerpo tan atado a la tierra que necesita
gozar todo el tiempo de los placeres que ella le prodiga. El negro Balduino
bebe, baila, siente gotear el vino en su garganta, guarda en su boca el sabor de
la boca de las mulatas, ama a las mulatas indefinidamente en largas cópulas
frente al mar (“No se puede dormir con todas las mujeres del mundo pero
se debe hacer el esfuerzo” es el proverbio de Bahía que parece regir como
lema la vida de Baduino), goza de los verdaderos frutos de oro de la tierra.
Y luego toma su guitarra y canta y compone lúcidas canciones populares.

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Al momento de una huelga, Balduino se arroja a ella como a todo:


con el cuerpo y el corazón. Y es entonces cuando comprende que las humi-
llaciones a su raza se entrelazan con las humillaciones a la clase obrera, que
una no existe sin la otra, que en el fondo es la historia inmemorial de los
dominadores y los dominados, los ricos y los pobres. Y entonces comprende
que la única posibilidad liberadora es la revolución. Aquella revolución que
–¿existirá, será posible?– compense las penas de los hombres.
En el ámbito local, la novela El río oscuro de Alfredo Varela relata la
vida de los mensú, trabajadores esclavos de las plantaciones de yerba mate
del noroeste argentino víctimas de la explotación de los latifundistas que
les pagan salarios flaquísimos a veces con dinero emitido por ellos mismos,
termina con las mismas esperanzas revolucionarias: “Sobre las cenizas
del antiguo mensú, del arriero, comienza a levantarse el peón organizado,
consciente, del porvenir. Su camino de espinas ha de tener en lo sucesivo
una luz: la del farol de ese humilde rancho del Sindicato Obrero” (Varela,
2008:254).
El 18 Brumario de Luis Bonaparte es, en este sentido, un texto central
en el corpus teórico de Marx, al proclamar al obrero como el único actor
social consecuentemente revolucionario. El proletariado de las fábricas es
el que sufre en carne propia, con marcas que quedan grabadas a fuego en su
mente y en su corazón todos los aspectos destructivos y todos los rigores de
la explotación capitalista, y por lo tanto es el principal interesado y el único
que jamás traicionará los intereses revolucionarios, más allá de la pequeño
burguesía y del campesinado del que se diferencia y distancia cada vez más.

La burguesía y los obreros

Tanto Engels como Marx gustaron de las novelas de Charles Dickens.


Engels llego a decir que Dickens junto con George Sand y Eugene Sue “había
llevado a cabo una revolución social en la literatura continental al elevar
a los pobres, la clase despreciada a constituirse en un sujeto y en un tema
apropiado para la literatura”. Once años después, el 1 de agosto de 1854
en The New York Daily Tribune, Marx se refería en iguales términos a “la
espléndida hermandad de los escritores de ficción en Inglaterra, cuyas pá-
ginas elocuentes y gráficas han lanzado al mundo más verdades políticas y
sociales de las que han sido pronunciadas por los moralistas, publicistas y
políticos profesionales considerados en su conjunto. De entre ellos, Marx

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Adrián Melo

destacó a Dickens como “un pintor que ha plasmado un cuadro fiel de la


burguesía afectada, ignorante y tirana”.
Cuando Marx halagaba la capacidad de Dickens en los párrafos ci-
tados pensaba, quizás, en los ridículos e insípidos rituales de la burguesía
que el escritor inglés describió con precisión en Los papeles póstumos del
club Pickwick:

Decoraban la sala con toda clase de ramas verdes, entre las cuales,
en los lugares adecuados, asomaba el pérfido muérdago, que
concede al hombre el derecho de besar a cualquier persona del
sexo opuesto que se halle de pie debajo de sus ramas o a la que
pueda atrapar cuando pasa. En la mesa, el plato principal es un
suculento pavo y, si la hacienda alcanza, se sirve un enorme jamón
al horno. Algunos atractivos adicionales –uno de ellos un dulce
llamado tipsy-cake, un bizcocho borracho que se prepara, como
su nombre lo indica, con brandy o jerez– abren el paso al plato de
honor: el pudín de ciruelas, que, una vez que se apagan las luces
de la sala, se sirve flambeado de ron. Cada invitado debe recibir su
trozo de pudín generosamente bautizado con un buen licor, antes
de que se apaguen las llamas. Todo eso va formando una base que
bien puede resultar peligrosa para los que no miden el consumo
de los vinos que acompañan los platos (Dickens, 2004:339).

Pero aún más Marx aludía a los cuadrados burgueses que solo pen-
saban en tiempo, utilidad y números, los caballeritos hipócritas “educados
en un sistema permanente de represión de las tendencias naturales”, los
mequetrefes de la novela Tiempos difíciles (1854) de los cuáles Tomas
Grandning y el fanfarrón y abyecto Bounderby llevan la corona.
Hombres cuadrados que construyen ciudades cuadradas, de las
cuáles Coketown es el paradigma: “Todos los rótulos públicos de la ciudad
estaban pintados, uniformemente, en severos caracteres blancos y negros”
(Dickens, 2007:110). Y preanunciando a Foucault:

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La prisión se parecía al hospital; el hospital pudiera tomarse


por prisión; la Casa consistorial podría ser lo mismo prisión que
hospital, o las dos cosas a un tiempo… (Dickens, 2007:11).

El Banco, las escuelas siguen el lema del realismo práctico, todo, todo
rigurosamente productivo. Y se convierten en ciudades:

…habitadas por gentes que también se parecían entre sí, que


entraban y salían de sus casas a idénticas horas, levantando en
el suelo idénticos ruidos de pasos, que se encaminaban hacia
idéntica ocupación y para las que cada día era idéntico al de ayer
y al de mañana y cada año era una repetición del anterior y del
siguiente (Dickens, 2007:148).

En contraposición con los burgueses, los fogoneros de la ciudad de


Coketown descriptos por Dickens surgían de profundas puertas subterrá-
neas para salir a los patios de las fábricas, y tomaban asiento en gradas,
postes y vallas enjugándose los rostros ennegrecidos y mirando los carbones.
La población entera daba la impresión de estar friéndose en aceite. Se per-
cibía en todas partes un penetrante aroma de aceite caliente, las máquinas
de vapor aparecían brillantes de aceite; las fábricas, a través de sus pisos,
destilaban y chorreaban aceite”.
Una vez más, Marx lo expresó con más implacable lucidez que cual-
quiera en sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844:

Evidentemente el trabajo produce maravillas para los ricos,


pero produce miseria y desamparo para el trabajador. Produce
palacios, pero también tugurios para los que trabajan. Produce
belleza, pero también invalidez y deformación para el trabajador.
Sustituye el trabajo por máquinas, pero obliga a una parte de los
obreros a retornar a los trabajos de la barbarie, y convierte a otros
en máquinas. Produce espíritu, pero produce también estupidez
y cretinidad para el trabajador (Marx, 1982:45).

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Adrián Melo

Al mundo racionalista que solo piensa en la productividad y que


también hubiera espantado a Max Weber, Dickens le opone la imaginación
reservada a los niños de clases de sectores populares, a los niños delin-
cuentes como Oliverio Twist y su pandilla Ceci Jupe, a los artistas de los
circos ambulantes. Particularmente los personajes infantiles de Dickens
suelen estar apartados del mundo, obligados a mantenerse a distancia,
soñando otros mundos posibles. Como en La tienda de las antigüedades
“¿Se habrán hecho realidad mis sueños? –se preguntó el niño otra vez,
con una voz cargada de emoción que habría conmovido a quienquiera que
escuchase–. No, claro que no, eso no pasará nunca, ¿Cómo iba a pasarme
a mí una cosa así, cómo?”
Y sin duda tiene ribetes marxistas avant la lettre –aunque hay que
precisar que la novela esta imbuida de la lectura de La situación de la clase
obrera en Inglaterra en 1844 de Engels– los extraordinarios discursos de
los fogoneros de Tiempos difíciles:

¡Amigos míos, obreros oprimidos de Coketown! ¡Amigos míos y


compatriotas, esclavos de una mano de hierro y de un despotismo
martirizador! ¡Amigos míos, compañeros de sufrimiento,
compañeros trabajadores y compañeros hombres como yo! Os
anuncio que ha llegado la hora de que nos agrupemos todos como
una sola fuerza unida, y que pulvericemos a los opresores que
durante tanto tiempo han engordado con el saqueo de nuestras
familias, con el sudor de nuestra frente, con el trabajo de nuestras
manos, con la fuerza de nuestros músculos, con los derechos
humanos más gloriosos que Dios creó, con los dones sagrados y
eternos de la fraternidad (Dickens, 2007:253).

He caído en un pozo que, según recuerdan los viejos que aún viven,
ha costado centenares y centenares de vidas de hombres: padres,
hijos, hermanos que eran queridos por millares de personas a las
que ellos ponían a cubierto de la necesidad y del hambre. He caído
en un pozo que ha hecho más estragos con el grisú que una batalla,
yo había leído, como han podido leer todos, las peticiones que los
hombres que trabajan en los pozos han dirigido a los hombres que
hacen las leyes, rogándoles una vez y otra, en nombre de Cristo,
que no permitan que encuentren la muerte en su trabajo y que les

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consientan vivir para sus mujeres y para sus hijos, a los que aman
tanto como los caballeros aman a los suyos (Dickens, 2007: 268).

La alienación

De los muchos conceptos que Marx elaboró en su vida, pocos tienen


tan extraordinaria vigencia como el concepto de alienación. Durante los
tiempos históricos de la modernidad y de la posmodernidad innumerables
seres humanos vivieron sus vidas sujetos a los trabajos forzados propios del
capitalismo dejando de lado sus vocaciones y también el tiempo destinado
al amor, a la amistad, al placer y a la alegría. Y después murieron.
Asimismo pocos y afortunados son los seres que vuelven de su tra-
bajo satisfechos de sí mismos, afirmados por haber hecho algo creativo e
imaginativo. Pero lo que hubiera espantado particularmente a Marx es la
resignación. Suele primar la idea de que el trabajo lejos de ser el lugar de
los sueños y las realizaciones personales, es el lugar del sacrificio y que la
vida y los sueños comienzan cuando termina el trabajo.
Es a estas –y a otras– dimensiones Marx las englobó con la noción de
alienación. Con este término que en sus raíces etimológicas significa “sepa-
rarse de”, “despojarse de” o “hacerse exterior a sí mismo”, Marx refería la
situación escindida del ser humano como obrero en el sistema capitalista.
En principio, Marx, como Rosseau y los iluministas, concebía al ser
humano como un ser infinitamente perfectible, con facultades latentes y
potenciales de ilimitada capacidad creativa e imaginativa. Si el hombre del
siglo XIX como el del siglo XXI se había convertido en un ser rutinario,
atado a un trabajo en el cual no encuentra un sentido a su vida, privado
tanto de sus necesidades humanas como de sus necesidades animales –el
alimento, el aire fresco, el sexo, el amor–, ello era producto de un sistema,
el capitalismo, pero no formaba parte de la propia esencia humana.
Para Marx, el hombre se diferenciaba del animal, en tanto trabajador,
en tanto ser que podía tomar un bien de la naturaleza y transformarlo en
otra cosa nueva para satisfacer una necesidad propia, ya sea fisiológica,
cognoscitiva o estética. Sin embargo, el sujeto bajo la modernidad capita-
lista no produce nada nuevo ni un producto resultante de su pensamiento
o imaginación: produce mercancías en serie. No produce para satisfacer
una necesidad sino como medio para poder cubrir las necesidades básicas.

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Adrián Melo

Así, el ser humano concebido como un ser de carne y hueso apasio-


nado que trabaja y que siempre tiende a perfeccionarse y a progresar se
halla, bajo la égida del capitalismo, metamorfoseado en un animal cargante.
Pasa la mayor parte de su tiempo encerrado y privado de la posibilidad de la
creación. Es condenado a repetir indefinidamente los mismos movimientos
“útiles y dóciles” al sistema productivo que lo enajenan en un espiral del
sinsentido y lo atan y lo confunden con una máquina.
Así llegamos a la situación en la cual el hombre, como obrero, se
siente separado de sí mismo, no le encuentra motivo a sus movimientos y
a sus días. El trabajo que realiza no es elegido ni es la satisfacción de una
necesidad, ni es el producto de sus facultades creativas: es trabajo forzado,
y por ende, el obrero solo se siente él mismo fuera del trabajo. Está cómodo
cuando no trabaja, y cuando trabaja no lo está. Cuando puede huye de su
lugar de trabajo sin mirar atrás como Orfeo hubiera huido de las Bacantes.
En su trabajo, entonces, el obrero no es feliz, sino desdichado, no se
afirma, sino que se niega a sí mismo y además, crea un mundo de mercancías
que después se vuelven contra él. Estas mercancías no solo no le pertenecen
y no lo reflejan como ser humano sino que son el símbolo de la riqueza de
la persona que lo explota. Ese mundo de mercancías aparece como dotado
de vida propia y de valor. En el capitalismo, los hombres solo se relacionan
entre sí a través de la mercancía al punto que parece que son las mercancías
las que se relacionan unas con otras y no los seres humanos. Las relaciones
humanas así se cosifican y la mercancía puede seguir escondiendo en su
seno las relaciones sociales de explotación.
La paradoja es que el obrero solo se sentía un ser humano libremente
activo cuando estaba en su casa, es decir, cuando desarrolla las actividades
que no lo diferencian del animal: comer, beber, procrear. Y en sus funciones
propiamente humanas era tratado y se sentía como un animal. Es como si
fuera dos personas distintas. Como si no fuera él cuando está en el trabajo.
Los movimientos repetitivos de la fábrica lo enajenan, hacen que pierda el
sentido de lo que está realizando, lo confunden con la máquina como en
la clásica escena del filme Tiempos modernos de Charles Chaplin, donde
Charles trabajador está subido sobre el reloj y sobre la cadena de montaje.
El paroxismo de la alienación y del fetichismo puede ejemplificarse
a través de la religión. No solo porque la religión como opio de los pueblos,
adormece al obrero y lo hace inconsciente de su situación. Sino también

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porque la religión separa al obrero de sí mismo y lo insta a la resignación


al plantearle dos mundos: el mundo terrenal en el cual no importa que
padezca hambre, miseria y tristeza, un literal y efímero valle de lágrimas;
y la promesa de otro mundo celestial y eterno, adonde están destinados los
pobres ya que la clase obrera va al paraíso (sobre todo si soporta con estoi-
cismo las humillaciones de la tierra). Es todo ello lo que le llevo a afirmar
sobre la religión: “Es el sollozo de la criatura oprimida. Es la ilusión de un
mundo sin corazón. El alma de las condiciones desalmadas ¡Es el opio de
los pueblos!”.
Así como el trabajo parecía escindir al hombre, la religión planteaba
la existencia de dos mundos separados: el celestial y el terrenal. Ello hacía
factible el hecho de que los seres humanos se resignaran a una vida llena de
sacrificios, se conformaran con que el mundo fuera un valle de lágrimas, y a
la idea de que lo importante no era esta vida perecedera sino la vida eterna
en el paraíso. Pero, para Marx, que hizo su tesis doctoral sobre Epicuro,
la vida terrenal debía ser placentera. En definitiva, como en el juego de la
rayuela que suelen jugar los niños, el paraíso podía –y debía- ser en la tierra.
En la novela Los restos del día (1989) de Kazuo Ishiguro –llevada
al cine por James Ivory e interpretada por Anthony Hopkins y Emma
Tompson– se nos presenta al personaje Stevens, un mayordomo de una
clásica mansión de la aristocracia inglesa llamada Darlington Hall. La
dedicación obsesiva por el trabajo convierte a Stevens en el hombre que
nunca estuvo, un ser pasivo ante el cual la vida desfila delante de sus ojos.
Así, Stevens deja pasar los años y deja pasar a la mujer que ama y que lo
ama –Miss Kenton– mientras él dedica sus días a planificar almuerzos y
cenas, organizar al resto del personal de servicio de la mansión para que esté
cuidado hasta el último detalle y preparar minuciosamente los grandes acon-
tecimientos que transcurren dentro de Darlington Hall (Acontecimientos
que, por otra parte, involucran al dueño de la misma, Lord Darlington, en
actividades pro nazis). En la última y brillante escena de Los restos del día,
Stevens se encuentra en un pequeño pueblo de Inglaterra, sentado frente
al mar. Al momento de encenderse las luces de la escollera todo el mundo
recibe el momento con una fuerte ovación. Todos aplauden el instante de
la noche, las horas que con más ilusión esperan las personas ya que han
dejado de trabajar.

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Adrián Melo

Ya en otra novela anterior, Un artista del mundo flotante (1986),


Ishiguro había planteado la antinomia del día y la noche que parece dividir
las vidas de los seres humanos y al ser humano mismo. Los mundos flotan-
tes son, para Ishiguro, esos mundos de placer que aparecen por la noche
y se desvanecen con la luz del día. El mundo tangible y fugaz de la belleza
humana, de la sensualidad, de la carnalidad, de la bebida hasta perder el
sentido, del éxtasis de las mujeres de la vida. Un mundo que las ciudades
burguesas guardan como un secreto, como una vergüenza o reservándole
el adjetivo de decadente. “Lo mejor en la vida”, dice uno de los personajes,
“se vive una noche y desaparece con el día”.
En el ámbito local, sendas y breves obras de teatro de Roberto Arlt
pueden ejemplificar el concepto de alienación.
En Trescientos millones (1932), Arlt parte de un suceso policial real
que le tocó cubrir como reportero del diario Crítica: el suicidio de una sir-
vienta española, soltera, de veinte años de edad que se mató arrojándose
bajo las ruedas de un tranvía que pasaba frente a la puerta de la casa donde
trabajaba, a las cinco de la madrugada. Según testimonio de la dueña de la
casa, la noche en que pensó su suicidio la criada no durmió y Arlt creó su
obra imaginando qué pensaría toda esa noche la pobre muchacha sentada
en su pequeño baúl en su cuartucho.
Así creo el personaje de la Sirvienta soñadora, la muchacha a la cual
la continua lectura de novelas por entregas inspira un mundo paralelo que
la alejan de su vida miserable, sueños que cobran realidad dentro de la
obra. Se le aparece Rocambole, cuya vida ha leído la muchacha completa,
para anunciarle que es propietaria de una herencia de 300.000.000 pesos
con cincuenta y tres centavos, el Galán que le hace tímidamente el amor
y al cual, la sirvienta encaprichada compra y el Rufián Cínico, entre otros.
Los personajes alienados de Arlt sueñan para salir del mundo capitalista y
pueden resumirse en una frase del Galán: “Si el hombre supiera que todo
lo que sueña queda impreso en esta zona astral, se espantaría. No podría
creer en el poder de su imaginación” o en un diálogo que se entabla entre
los personajes:

Griselda —Debería prohibírseles soñar a los pobres.

Azucena —Verdad. Un pobre soñando imagina los disparates


más truculentos.

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Galán —Es la falta de cultura.

Capitán —De un tiempo a esta parte el último lavaplatos se cree


con derecho a tener imaginación.

Griselda —La culpa la tiene el cine… créanme (Arlt: 2005: 62-63).

La alienación y el sueño de los pobres es sin duda también el tema


de La isla desierta (1937) cuya acción transcurre en una oficina de Buenos
Aires. En ella, los oficinistas agobiados por la rutina del trabajo, comienzan
a soñar con un futuro viaje a una isla desierta. Incentivados por el Mulato
que alucina haber viajado por todo el mundo y haber copulado por las
mujeres más hermosas, los oficinistas pierden noción de que están aún en
la oficina y se entregan a una danza festiva y carnavalesca. La ensoñación
es interrumpida por la aparición del jefe y del director en la oficina quienes
deciden echarlos a todos y poner vidrios opacos en la ventana para que no
haya contacto con el mundo exterior –la ventana que da al puerto, a los
buques y a los sueños de viajar otros mundos– y para que los pobres dejen
de soñar.
Parafraseando a E.P. Thompson los hombres tendrán que reaprender
algunas de las artes de vivir perdidas con la revolución industrial: cómo
llenar los intersticios de sus días con relaciones personales y sociales más
ricas, más tranquilas, como romper otra vez las barreras entre trabajo y vida.

Bibliografía

Amado, Jorge: Cacao - Sudor, Losada, Buenos Aires, 1978.


— Jubiabá (Bahía de todos los Santos), Losada, Buenos Aires, 1978.
Arlt, Roberto: Saverio el cruel - La isla desierta, Losada, Buenos Aires,
1998.
— Trescientos millones, Losada, Buenos Aires, 2005.
Dickens, Charles: Los papeles póstumos del club Pickwick, Mondadori,
Madrid, 2004.
— Tiempos difíciles, Alianza, Madrid, 2007.

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Adrián Melo

Ishiguro, Kazuo: Los restos del día, Anagrama, Madrid, 1997.


— Un artista del mundo flotante, Anagrama, Madrid, 1997.
Marx, Karl: El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Longseller, Buenos Aires,
2004.
— El capital Tomo I, Siglo XXI, México, 1994.
Marx, Karl y Engels, Friedrich: Manifiesto Comunista, Endymión, Madrid,
sin fecha de edición.
— “Manuscritos económicos y filosóficos de 1844”, en Marx, Karl y
Enegles, Friedrich, Escritos de juventud, Fondo de Cultura Económica,
México, 1982.
Simmel, Georg: Imágenes momentáneas sub specie aeternitatis, Gedisa,
Barcelona, 2007.
Varela, Alfredo: El río oscuro, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2008.
Zola, Émile: Germinal, Alianza, Madrid, 2005.

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Capítulo VIII
Biopoder. Algunas consideraciones
acerca de la relación saber, poder y vida

Graciela Pozzi

Prohibido prohibir. La libertad comienza con una prohibición.

Grafiti escrito en las calles de Paris, Mayo 1968.

Introducción

¿Qué clase de respuesta se recibe cuando se interroga a alguien sobre


lo que entiende por poder? A veces, la respuesta se desliza hacia quién lo
ejerce y por lo tanto se asocia con una figura social, con un rol o con una
posición que posee cierta significación en un espacio determinado. Si, por
ejemplo, el espacio es político se tenderá a considerar al gobierno como el
“dueño” del poder y al presidente como aquel que lo ejerce. Así se habla de
“tomar el poder”, “entregar o ceder el poder”, como si este fuera una “cosa”
que confiere poder a quien la posee.
Si se insiste en resituar la pregunta y se le aclara al interrogado que no
se trata de quién lo ejerce sino de cómo funciona y en qué sentido confiere
poder, entonces la respuesta probablemente señalará que “tener” poder
otorga la capacidad de decirle a otros que hacer y obligarlos a cumplirlo.
En este punto el interrogado introduce de alguna manera la ley y lo hace
porque tenderá a justificar racionalmente el ejercicio del poder a través
de reglamentos y normas que respaldan ese ejercicio. Estas reglas suelen
indicar muy cuidadosamente qué conductas estarán prohibidas y qué clase
de sanción recibirán.

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En esta misma línea, cuando se pregunta no ya por los límites sino


por el fundamento del ejercicio del poder, se suele indicar que lo sustenta
alguna forma de saber: “el otro sabe más que yo y por eso puede decirme
qué hacer”. Es interesante preguntar por ejemplo: ¿Cómo sabe usted que
el otro sabe? ¿El médico, por ejemplo, “sabe”? ¿Qué evidencia empírica
tiene sobre el saber del médico? Todo lo que le confirma, a nuestro inte-
rrogado, el supuesto saber del médico se relaciona con signos exteriores,
pero socialmente muy significativos, tales como: tiene en la pared uno o
varios diplomas, esos diplomas llevan el emblema de alguna institución
educativa reconocida como prestigiosa, usa un guardapolvo blanco que
lo relaciona con cierta práctica de saber, habla en un lenguaje técnico y,
finalmente, dice si estoy sano o enfermo. Esto es todo lo que se conoce sobre
el saber del médico pero parece ser suficiente para fundar su posición. No
hemos elegido este ejemplo al azar, la medicina es una ciencia que actúa a
un tiempo sobre el cuerpo y sobre la población, sobre lo orgánico y sobre
procesos biológicos masivos. A partir del siglo XIX, la medicalización de la
sociedad tuvo no solo efectos de corte sanitario sino también de regulación.
Como decíamos antes, su saber le permite separar lo sano de lo enfermo.
Cuestión sobre la que volveremos más adelante.
Algo semejante ocurre cuando frente a una disputa entre dos personas
alguien inquiere: ¿quién tiene la verdad? y obtiene por respuesta: “el más
joven la tiene”. Nuestro amigo se sentiría tranquilo ya que, al igual que los
griegos, tendemos a asociar la verdad con la razón y con lo bueno, pero si
otro preguntara y obtuviera por respuesta: “el mayor la tiene” o bien “nin-
guno de los dos”, el que ha preguntado se encontraría frente a un dilema:
¿cómo establecer la verdad? ¿Hay una verdad o bien una multiplicidad de
verdades? Si esto último fuera cierto ¿cómo vivir sin certezas? Es probable
que nuestro amigo se diga: “una verdad tiene que haber”, pero el problema
sigue siendo establecer cuál. Podemos suponer que esto mismo se ha plan-
teado la filosofía en su largo devenir cuando tendió a establecer una feliz
adecuación entre un sujeto que enuncia algo sobre un objeto y ese objeto
que debería ser tal y como ha sido enunciado.
Pasemos en limpio lo que tenemos hasta ahora. Para la mayoría de
las personas, el poder parece ser algo que se ejerce sobre los demás, se
concentra en pocas manos, no es arbitrario, se funda en saberes que se
reflejan en reglamentos, saberes que permiten conocer lo que está bien y

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Gabriela Pozzi

lo que está mal, separar lo sano de lo enfermo, lo racional de lo irracional


¿Es esto el poder? ¿Es el saber algo establecido de una vez y para siempre?
Tal vez no sea del todo apropiado contestar por si o por no estas
preguntas sino apelar a la obra de quien se ha interrogado al respecto y
elaboró una mirada diferente. Esa mirada se encuentra en la obra de Michel
Foucault, quien trabajó el tema de la imbricación y funcionamiento de la
relación saber-poder así como de las consecuencias en la constitución de
subjetividades en las sociedades modernas. Esto significa que vamos a
adentrarnos en una microfísica y no en una metafísica de esta relación, que
buscaremos una genealogía de la relación poder-saber, que vamos a hablar
de sujetos como cuerpos interrogando las marcas que llevan, que no habrá
conceptos absolutos, ni totalizaciones que cierren las cuestiones, ni visiones
sustancialistas, es decir, que los conceptos no serán portadores de sustratos
esenciales, como parece que ocurre en la reflexión jurídica del poder.

Constitución del saber o construcción de verdad

A lo largo de sus escritos, Foucault se plantea cómo ha sido posible


construir sujetos autovigilados, sujetos sujetados a un cierto orden social
que se presenta como el único posible. Para poder dar cuenta de esto, in-
daga acerca de las formas en que opera el poder en lo que llama unidades
mínimas, espacios en los que circulan saberes.1 En esos espacios, encontrará
que prevalecen discursos (verdades) que han surgido en determinadas cir-
cunstancias históricas y con el paso del tiempo se naturalizaron. Pensemos
a modo de ejemplo en algunas “verdades” como: todos somos iguales frente
a la ley o la homosexualidad es una enfermedad o aquella que asocia la po-
breza con pereza e ignorancia. Será en 1973 y en una serie de conferencias
(Foucault, 2005) donde Foucault se planteará analizar la relación entre
conocimiento y verdad, ya que habitualmente se tiende a homologar ambas
cuestiones y a confundir todo eso con el saber. Así, cuando conocemos algo,
suponemos que eso que conocemos constituye la verdad sobre ese algo.
Pero nuestro autor pondrá en cuestión la idea misma de verdad tratándo-
la como una ficción (Foucault, 1979:162), no como una fantasía subjetiva

1. Al hablar de unidades mínimas se refiere a instituciones tales como la escuela, la prisión,


el hospital, el manicomio.

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sino como socialmente construida, como lucha de discursos (verdades)


en la que epocalmente una verdad triunfa y ocluye a las demás. Porque lo
que a Foucault le interesó establecer es la cuestión de “(…) cómo es que las
prácticas sociales pueden llegar a engendrar dominios de saber que no solo
hacen que aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino que hacen
nacer además formas totalmente nuevas de sujetos” (Foucault, 2005:12).
Podemos inferir que lo que está contando es que la verdad es epo-
cal y puede cambiar en tanto cambien las prácticas sociales que le dieron
origen ya que el sujeto está envuelto en esas prácticas y desde ese lugar
genera conocimiento. A partir de esto dirá que hay “(…) una constitución
histórica de un sujeto de conocimiento a través de un discurso tomado
como un conjunto de estrategias que forman parte de las prácticas sociales”
(Foucault, 2005:21).
Habría entonces dos formas de reconstruir la historia de la verdad.
Una de carácter interno que esta ligada a la historia de las ciencias, es decir,
partiendo de sus mismos principios. La otra, la que más interesa a nuestro
autor, se podría caracterizar como externa en el sentido de que debe ser
rastreada en la sociedad, allí donde se forma cierta verdad definida por reglas
de juego y que dan lugar a un tipo de subjetividad que constituye modos de
saber y se plasma en prácticas determinadas como, por ejemplo las prácti-
cas judiciales y su desarrollo en Occidente a lo largo de los últimos siglos.
Entonces, y siguiendo a Foucault, para apresar el conocimiento tenemos
que pensar en relaciones y prácticas sociales que se manifiestan como de
lucha y poder. Por lo tanto, el conocimiento sería una lucha, una lucha por
la verdad. Pero no la lucha por alcanzar la verdad en sí, sino para imponer
una verdad, una verdad que se correspondería con un grupo poseedor de
una porción mayor de poder y que cuando logra imponerse somete a los
otros a esa verdad.
Siguiendo este razonamiento, la idea de verdad en Foucault puede
pensarse como socialmente construida, producto de las relaciones sociales
que son relaciones de fuerza (y por tanto de poder) y que tienen el efecto
de constituir subjetividades.
Por verdad no quiero decir “el conjunto de cosas verdaderas que hay
que descubrir, sino el conjunto de reglas según las cuales se discrimina lo
verdadero de lo falso y se ligan a lo verdadero efectos políticos de poder
(Foucault, 1979:188).

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Ahora bien, el saber es algo distinto de todo esto. Para nuestro autor,
el conocimiento constituye un conjunto de proposiciones, pero el saber es
un entramado de reglas que hace que ciertos enunciados sean evidencias
naturales e incuestionables y que al mismo tiempo nos constituyen como
sujetos. La pregunta que se formula Foucault tiene que ver con qué prácti-
cas sociales generan ciertas formas de discurso que se tornan verdades, es
decir, cuestiones aceptadas por todos y constituyentes de subjetividades. A
lo largo de su obra, indaga en las prácticas que dan origen a los discursos
y en la condición de posibilidad de ciertos discursos de instalar en cada
época lo bueno y lo malo o lo sano y lo enfermo o lo verdadero y lo falso.
Porque en Foucault, ni el saber ni el poder son esencias subyacentes sino
construcciones que se dan en las relaciones que los hombres establecen
entre sí y con las cosas que los rodean.
Precisemos algunas cuestiones. Dijimos al principio del apartado
que el saber circula, deberíamos preguntarnos a través de qué dispositivo
lo hace. Pues bien, ese dispositivo es el discurso. En Foucault, el discurso
constituye un hecho lingüístico que encuentra su condición de existencia en
las prácticas sociales pero no en la conciencia del sujeto. Por eso tenderá a
hablar de formaciones discursivas entendiéndolas como conjuntos de enun-
ciados, articulados con prácticas concretas, y las preguntas que se formule
frente a las diferentes formaciones tendrán que ver con sus posibilidades
de existencia, con los límites del discurso, aquello acerca de lo que se puede
hablar y lo que debe ser callado.
No se trata de determinar si es verdadero o no, se trata de desenmas-
carar su ambición de poder, su lucha por imponerse. Su idea es plantear:

…una insurrección de los saberes, no tanto contra los contenidos,


los métodos y los conceptos de una ciencia, sino contra los
efectos de poder centralizadores dados a las instituciones y al
funcionamiento de un discurso científico organizado dentro de
una sociedad como la nuestra (Foucault, 1996a:19).

Lo que Foucault recuperará serán los saberes locales no legitimados


para hacerlos jugar contra esa instancia teórica única que habla en nombre
de un conocimiento verdadero y se impone en función de esta supuesta
posesión de la verdad en sí.

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Nos gustaría cerrar este apartado con una cita de nuestro autor en
la que resume el entrecruzamiento entre poder-saber:

El poder lejos de estorbar al saber, lo produce. Si se ha podido


constituir un saber sobre el cuerpo es gracias al conjunto de una
serie de disciplinas escolares y militares. Es a partir del poder sobre
el cuerpo como un saber fisiológico, orgánico ha sido posible. El
enraizamiento del poder, las dificultades para deshacerse de él
provienen de todos estos lazos (Foucault, 1996a:107)

Porque debe entenderse que la mecánica disciplinaria tiene su dis-


curso y es, por lo tanto, creadora de aparatos de saber y conocimiento. La
vigilancia es la compañera inseparable de la disciplina porque representa
una eficaz forma de observación y, por lo tanto, de construcción de conoci-
miento. Vigilar, observar, conocer para luego poder controlar aquello que
se conoce. En esta secuencia reside la imbricación poder-saber. Volviendo
al ejemplo del conocimiento médico podríamos decir que como ciencia ha
elaborado un saber acerca de la vida biológica, “sabe” como conservar la
vida, nuestro bien más preciado. Dicho de otro modo “puede” conservar
la vida.

Las formas de funcionamiento del poder

Al hablar de poder y considerar que este se ejerce, una de las pre-


guntas que Foucault se hará tiene que ver con su ejercicio, con la mecánica
de su funcionamiento. En sus lecciones de enero de 1976 sostendrá que:

…he de tomar algunas precauciones metodológicas. Primero: no


analizar las formas reguladas y legítimas del poder a partir de
su centro (es decir en sus mecanismos generales y en su efectos
constantes), captar en cambio, el poder en sus extremidades, en
sus terminaciones, ahí donde se hace capilar; tomar el poder en
sus formas más regionales, más locales, sobre todo allí, donde,
saliéndose de las reglas de Derecho que lo organizan y lo delimitan,
se prolonga más allá de ellas, invistiéndose en instituciones, toma
cuerpo en técnicas y se da instrumentos de acción material (…)

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Segundo: no analizar el poder en el nivel de la intención… no hacer


la acostumbrada pregunta laberíntica e irresoluble: ¿quién tiene
el poder? Analizarlo donde hace blanco, donde esta en relación
directa con su objeto, donde se implantan sus efectos concretos,
donde se sujetan cuerpos y se rigen comportamientos (…).
Tercero: no considerar el poder como un fenómeno compacto y
homogéneo que un grupo detenta sobre otro. Al contrario el poder
circula, no está localizado, no se aplica a los individuos, circula a
través de ellos (Foucault, 1996a:30-31).

Si nos hemos permitido esta extensa cita es porque consideramos que


nuestro autor logra resumir admirablemente que cuestiones no abordará,
es decir, nos advierte que no realizará el recorrido común, el que habitual-
mente se hace cuando alguien se interroga sobre el poder. El camino elegido
buscará mostrar el funcionamiento del poder desde una concepción dife-
rente. Foucault denominará al poder ejercido sobre cuerpos y poblaciones
“poder pastoral” y dirá:

Todas esas técnicas cristianas del examen, la confesión, la dirección


de conciencia y la obediencia tienen como finalidad conducir a los
individuos a que contribuyan a su propia mortificación en este
mundo. La mortificación no es la muerte; sin duda, sino que es
la renuncia a este mundo y a uno mismo: una especie de muerte
cotidiana. Una muerte que se supone proporciona la vida en
el otro mundo. No es la primera vez que encontramos el tema
pastoral asociado con la muerte, pero su sentido es diferente del
que existe en la concepción griega del poder político. No se trata
de un sacrificio en aras de la ciudad; la mortificación cristiana es
la forma de relacionarse con uno mismo (Foucault, 1996b:27).

Obsérvese que las formas de regulación y disciplinamiento no parten


de un poder centralizado, ni obedecen al ordenamiento imaginado por un
grupo sino que circulan por el cuerpo social a partir de la puesta en práctica
de ciertos preceptos religiosos que actúan como forma de regimentar la vida
cotidiana. No es que haya un centro oculto productor de una conspiración

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dirigida entre bambalinas, sino que una serie de gestos cotidianos, de


placeres ínfimos, de experiencias del propio cuerpo y del cuerpo de los
otros que se apoyan unas a otras, se ordenan en series y crean la ilusión
de formas mayores. El movimiento no va de lo profundo a la superficie y
de lo central a lo periférico sino que se desplaza y difiere a lo largo de una
superficie cuya topología excluye los centros y solo muestra nudos en los
que los desplazamientos micro se entrelazan en una misma danza. A una
conclusión semejante llegó Max Weber en su trabajo La ética protestante
y el espíritu del capitalismo:

No hay en este análisis la idea de una Moral sustantiva sino de un


devenir de cuestiones de orden social, económico y religioso que
han dado lugar a la construcción de cierto tipo de subjetividades
“apropiadas” para el desarrollo y permanencia del sistema de
producción de bienes (Foucault, 1996b:18).

Si tomamos esta última referencia a la producción de bienes y a la


construcción de subjetividades podemos compararla con el siguiente párrafo
en el que Foucault dice:

A partir del momento en el que el capitalismo puso entre las


manos de las clases populares una riqueza investida bajo la
forma de materias primas, de maquinaria, de instrumentos,
fue absolutamente necesario proteger esta riqueza. Y es que la
sociedad industrial exige que la riqueza no esté directamente
en manos de quienes la poseen sino de aquellos que permitirán
obtener beneficios de ella, trabajándola ¿Cómo proteger esta
riqueza? Mediante una moral rigurosa: de ahí proviene esta
formidable capa de moralización que ha caído desde arriba sobre
las clases populares del siglo XIX (Foucault, 1996b:91).

Analicemos el párrafo que acabamos de citar ya que en él se sintetizan


algunas cuestiones. A partir del momento (siglo XIX) en que la forma de
producción de la vida material cristaliza bajo la forma capitalista, los medios
que permiten la reproducción del capital están en manos de la clase obrera,

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la cual es capaz de crear riqueza mediante el trabajo. A diferencia de otros


momentos históricos, los medios de producción han sido cedidos por los
reales dueños de la riqueza para que esta pueda multiplicarse. Es entonces
que se requiere una forma de regulación y control mucho más rigurosa que
la implementada por otras formaciones sociales previas.
Dijimos anteriormente que, en su funcionamiento, el poder circula
pero no lo hace de cualquier manera, lo hace dibujando “diagramas”. Al
hablar de diagramas de poder, Foucault remarcará que lo que interesa es
que se realizan en sus efectos o sea, en dispositivos concretos (institucio-
nes), fabricando individuos, modelando sus cuerpos, disciplinándolos a
través de redes de enunciados que establecen lo que hay que ser. O dicho
de otro modo: los diagramas no son entidades que existen por sí mismas
sino relaciones locales cuya homología y repetición permite descripciones
uniformes.
Desde que nacemos, se nos somete a regímenes disciplinarios
que construyen en nosotros hábitos, posturas, gestos y representaciones
mentales del mundo en que vivimos. Tal y como Marx sostenía, no son las
ideas las que dan lugar a las prácticas sociales sino que son estas las que
constituyen nuestra conciencia.
Si como ya dijimos, nuestro autor utiliza la genealogía como método
de trabajo será esta la que permita analizar los desarrollos del ejercicio de
poder. Nótese que no buscará la definición del concepto ni su origen sino
su devenir:

…para desarrollar el análisis concreto de las relaciones de poder,


se debe abandonar el modelo jurídico de la soberanía, que
presupone al individuo como sujeto de derechos naturales o de
poderes originarios, se propone dar cuenta de la génesis ideal del
Estado y hace de la ley la manifestación fundamental del poder
(Foucault, 1996a:215).

Lo que hará Foucault, a través de sus trabajos, será indagar las rela-
ciones de sujeción y el modo en que estas fabrican subjetividades. Mostrará
como estas relaciones, en tanto relaciones de fuerza, se entrecruzan, se
remiten unas a otras, convergen o por el contrario se oponen y tienden a
anularse: “Por fin, más que privilegiar la ley como manifestación del poder,

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sería conveniente intentar reconocer las diversas técnicas de constricción


que el poder instaura” (Foucault, 1996a:215).
En este sentido, desechará la posibilidad de analizar el poder tal y
como las teorías del contrato social lo hacían, es decir, como un derecho
originario que se cede y por tanto constituye la soberanía. No se trata de
analizar la dupla soberanía-obediencia voluntaria sino de rastrear la que
conforman dominación-sujeción:

En vez de orientar la investigación sobre el poder entendido como


institución jurídica de la soberanía y como aparato de Estado
con las ideologías que lo acompañan, se la debe orientar hacia la
dominación, los operadores materiales, las formas de sujeción y
los dispositivos estratégicos. Estudiarlo a partir de las técnicas y
tácticas de la dominación (Foucault, 1996a:35).

Es a partir del siglo XIX, que nuestro autor registra la convivencia


entre dos formas de ejercicio del poder. Aquella que se había gestado durante
los dos siglos anteriores, es decir, una legislación y una organización del
derecho articulados en torno del principio de la soberanía del cuerpo social
y de la delegación por parte de cada uno de la propia soberanía al Estado.
Y a la vez que constituye un denso reticulado de coerciones disciplinarias
que asegura, en los hechos, la cohesión de este mismo cuerpo social; lo que
le permitirá afirmar “(…) un derecho de la soberanía y una mecánica de la
disciplina: el ejercicio del poder se juega entre estos dos límites” (Foucault,
1996a:38).
Para nuestro curso, una de las cuestiones más significativas es el
hecho de que Foucault haya explorado estas dos tecnologías disciplinarias
o dos formas de funcionamiento modernas del poder: la anátomo-política
y la bío-política. Recordemos que solo indagando la forma en que el poder
se ejerce “podemos” decir algo sobre él.
En la anátomo-política, el ejercicio del poder es analizado como cons-
tructor de cuerpos en unidades mínimas que se identifican con instituciones
“totales”, como la escuela, la cárcel, la fábrica y el loquero. Instituciones que
individúan los cuerpos ritmándolos con una misma música, conformán-
dolos a un mismo molde, plegándolos a una misma forma. La bio-política,
en cambio, se refiere a las poblaciones, en tanto cuerpos colectivos, masas

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humanas dispuestas para la producción y la reproducción del disposi-


tivo social, y comprende políticas de migración, de salud, de calidad de
vida, de natalidad, en resumen, procesos de regulación de las sociedades.
Desarrollemos estas cuestiones.

Bio-poder. Anátomo-política y bio-política como tecnologías


del poder.

En “Tecnologías del yo” Foucault dice:

Max Weber dejó planteada la pregunta: si uno quiere conducirse


racionalmente y regular su actividad de acuerdo con principios
verdaderos, ¿a que parte de su yo debe uno renunciar? (…) Yo
planteo la pregunta opuesta: ¿de qué forma han requerido algunas
prohibiciones el precio de cierto conocimiento de sí mismo?
¿Qué es lo que uno debe ser capaz de saber sobre sí para desear
renunciar a algo? Esto me llevó a plantearme la hermenéutica de
las tecnologías del yo (Foucault, 1990:46-47).

Cuando nuestro autor se plantea indagar acerca de las tecnologías


disciplinarias aplicadas a los individuos lo que subyace en esta indagación
es la idea de mostrar cómo funcionan las relaciones de poder. Dar cuenta
de cómo esas relaciones son capaces de fabricar sujetos, traer a la luz que el
origen de estas relaciones y su efectivo ejercicio no provienen de un centro
sino de una multiplicidad de centros, que existe diversidad en su aplicación
aunque persigan un mismo fin: el de constreñir las conductas individuales
a efectos de lograr el desarrollo de capacidades y habilidades necesarias
para la reproducción del orden social.
En distintos escritos y conferencias, Foucault plantea la existencia
de diversas tecnologías que se fueron desarrollando y perfeccionando
junto con el devenir de la sociedad capitalista, a saber: tecnologías de la
producción material de bienes, tecnologías de sistemas de signos, símbolos
y representaciones que cohesionan a los individuos y las dos últimas, sobre
las que centrará su atención: tecnologías de poder o bío-política que hacen
blanco en las poblaciones, pensadas estas como cuerpos productores de
bienes, y por último tecnologías del yo o anátomo-políticas que permiten el

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disciplinamiento de cada uno construyendo sujetos auto-vigilados. Al punto


de encuentro y complementación de estas dos últimas, lo denominará bio-
poder, una vigilancia totalizante e individualizante al mismo tiempo. Cada
modo de dominación requerirá no solo generar habilidades nuevas en los
individuos sino una profunda transformación de sus actitudes, conductas
y representaciones del mundo.
En los estudios que realiza sobre la primera etapa del capitalismo,
Foucault desarrolla lo que llama el diagrama monárquico del poder, que
acompaña a los reyes absolutos. En este primer diagrama se puede ver
cómo opera una separación entre aquellos cuerpos que resultan útiles
para la producción y aquellos que no lo son. Un claro ejemplo resulta ser
la internación de los locos, los indigentes y los enfermos.
Este dispositivo presenta algunas características que podemos re-
conocer en las representaciones que hemos construido sobre el poder en
nuestros días: el poder esta centrado en la ley, opera desde lo más alto de la
pirámide social y se tiene de él una concepción negativa y coactiva. Es decir,
un poder que dice “no debes”, y construye el “no debes” en función de una
serie de normas a las que llama “ley”. Un poder tal que es capaz de constituir
sujetos sujetados y que aparece como central y único, pero no arbitrario.
No es el capricho del monarca el que hace morir o deja vivir sino las reglas
por todos acordadas y que son producto de la razón, algo tan inapelable
como lo fue la voluntad divina. Esa misma razón es la que se mimetiza con
la justicia. El monarca no quita la vida o la deja ser obedeciendo a su propio
deseo sino en beneficio de la comunidad de la cual debe cuidar.
Pero Foucault es capaz de ver otras cuestiones en este primer diagra-
ma, lo lee en su carácter positivo en tanto constructor de sujetos. Es en este
punto en que marca su diferencia más sustancial con la filosofía occidental,
ya que no parte de la idea de un sujeto original y libre sobre el cual el poder
ejerce una forma de represión, sino de un sujeto construido según las reglas
y necesidades del modo de producción dominante. Por eso insistirá en que
conviene considerar las estructuras de poder como estrategias globales que
atraviesan y utilizan tácticas locales de dominación. Dicho de otra manera,
está refiriéndose a la verdadera trama por la que el poder circula, la trama
de las unidades mínimas (la familia, la escuela, la fábrica, la oficina, la
iglesia, el hospital, la cárcel, el manicomio). Lugares de encierro, lugares
de aprendizaje, lugares regidos por la ley, por la regla, por saberes que se

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nos escapan, lugares donde somos construidos por los padres, los maestros,
los jefes, los sacerdotes, los médicos y los jueces.
Será sobre finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, el momento
en que veremos comenzar la lenta metamorfosis del diagrama de poder.
El aumento de la población, los nuevos requerimientos y habilidades que
demanda el sistema productivo, la mayor necesidad de alimentos consti-
tuirán cuestiones que transformarán a la población en el objeto central del
gobierno. Controlar a la población, considerarla como un cuerpo produc-
tor de bienes, implicará mantenerla sana, prolongar su vida, controlar la
natalidad, modificar su lugar en el espacio (procesos migratorios), hacerla
más rentable, desarrollar en ella nuevas capacidades y habilidades. En
resumen, mantenerla controlada y acrecentar su utilidad productiva. Esta
transformación culmina cuando se pasa de la idea de “hacer morir y dejar
vivir” a la de “hacer vivir y dejar morir”.2 Este deslizamiento del diagrama
lo convierte en cada vez más capilar, más minucioso, más pormenorizado,
mucho más preciso, y genera imaginariamente sociedades panópticas,
constantemente vigiladas por una mirada que todo lo ve.
Se nos permitirá aquí una pequeña digresión para explicar en qué
consiste el “panóptico”, Un dispositivo inventado por Jeremy Bentham
como modelo de cárcel eficiente. Sobre Bentham dirá Foucault:

Pido disculpas a los historiadores de la filosofía por esta


afirmación, pero creo que Bentham es más importante, para
nuestra sociedad, que Kant o Hegel. Nuestras sociedades deberían
rendirle un homenaje, pues fue él quien programó, definió y
describió de manera precisa las formas de poder en que vivimos,
presentándolas en un maravilloso y célebre modelo de esta
sociedad de ortopedia generalizada que es el famoso panóptico,
forma arquitectónica que permite un tipo de poder del espíritu
sobre el espíritu, una especie de institución que vale tanto para las
escuelas como para los hospitales, las prisiones, los reformatorios,
los hospicios o las fábricas (Foucault, 2005:103).

2. Para ampliar esta cuestión se recomienda la lectura de la undécima lección dictada el 17 de


marzo de 1976 “Del poder de soberanía al poder de vida” contenida en Foucault (1996a:194).

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En el diseño de Bentham, el edificio que funcionaría como prisión


debía ser capaz, por su disposición espacial, de reducir al mínimo la cantidad
de guardias logrando a la vez que los prisioneros obedecieran las reglas. Para
que ambas cosas fueran posibles se requería que los presos supusieran una
constante vigilancia de sus acciones. En este punto, la estructura espacial
cobraba especial significado ya que las celdas eran de barrotes abiertos y
ocupaban el perímetro del edificio, en el centro se alzaba una torre circular
con una ventana siempre iluminada. La forma de la iluminación y la dis-
posición de los postigos no permitían al prisionero discernir si el guardia
estaba o no, pero la luz permanecía encendida todo el tiempo, por lo que
la presencia del guardia era imposible de verificar. ¿Qué ocurría entonces?
El prisionero acataba todas y cada una de las reglas de la prisión porque se
suponía siempre vigilado. El ojo de Dios siempre ya presente. La estructura
panóptica que permite la ficción de que somos siempre vigilados, aún en los
lugares y situaciones más privadas, se basa en el principio de la vigilancia
constante. Posibilita que la vigilancia no sea personalizada sino que se
instale en el interior del sujeto vigilado y por tanto frente a la posibilidad
de cometer una falta surja el sentimiento de culpa.
Una sociedad con estas características hace centro sobre el hombre
como “viviente”, es decir en los rasgos más biológicos de esa vida, adiestran-
do cuerpos para hacerlos más hábiles, prolongando su utilidad, vigilando
y normalizando conductas, ejerciendo la mínima violencia posible; en este
sentido, el encierro en las instituciones carcelarias tomará el lugar del su-
plicio público. La disciplina que comienza aplicándose en los procesos de
trabajo se extiende progresivamente a todos los espacios de la sociedad:
a la vida en familia, a la educación y a la salud. Esos espacios funcionaran
como lugares de adiestramiento y de construcción en los que circulará un
discurso de normalización y esa forma de normalizar conductas estará en
relación con un modelo o con un ideal de conducta que separa lo acepta-
ble del desvío. Investigadores como Aries, Duby o el propio Norbert Elias
han analizado la transformación del espacio dentro del hábitat familiar,
mostrando cómo esa separación de espacios fue configurando roles claros
y diferenciados al interior del grupo. Cada lugar adquiere su especificidad a
diferencia de lo que ocurría antes, cuando en un mismo espacio se dormía,
se cocinaba, se comía y se procreaba. Esta especificidad determina funciones

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y el lugar jerárquico que cada una ocupa. La medicina, como disciplina


que actúa directamente sobre lo biológico, cobra un lugar preponderante
y dentro de ella la higiene será la encargada de elaborar un saber acerca
de cómo tratar el cuerpo. Se normativiza qué tipo de alimentos debemos
ingerir, qué hacer con los deshechos fisiológicos, cómo mantener limpio el
cuerpo y fundamentalmente cómo mantenerlo sano, ya que ese cuerpo debe
producir a lo largo de su existencia la mayor cantidad de bienes posibles.
La medicina trabajará para prolongar la vida el mayor tiempo posible. En
nuestros días, asistimos a la invasión de dietas, gimnasias de todo tipo,
tratamientos que rejuvenecen, es decir, nuevas formas de normativizar
nuestra relación con el cuerpo en lo cotidiano. Porque lo que debe quedar
claro es que todas estas formas de reglamentación actúan en lo cotidiano, se
deslizan en nuestras vidas no como imposiciones sino como disposiciones.
En síntesis la anatomo-política se constituye como:

…una forma de vigilancia que se ejerce sobre los individuos


de manera individual y continua, como control de castigo y
recompensa y como corrección, es decir, como método de
formación y transformación de los individuos en función de ciertas
normas (Foucault, 2005:123).

Es interesante destacar como ya desde los inicios del capitalismo


la idea de la politización del cuerpo se hace presente en el primero de los
derechos que la modernidad concede y que no es otro que el habeas corpus.
Nótese que no se hace referencia al homo liber, ni siquiera a un homo sino
que se hace mención directo al corpus. “Habeas corpus ad subjiciendum,
has de tener un cuerpo que mostrar”. El sujeto de la modernidad no parece
ser el hombre libre y sus prerrogativas, el bios de los griegos, sino su cuerpo.
Junto con esta tecnología disciplinaria, que hace centro en el hom-
bre como cuerpo aparece, en el siglo XIX, una nueva tecnología dirigida al
hombre como especie, la bio-política, cuyo eje será la población. La pobla-
ción como problema biológico será encarada instalando mecanismos que
tenderán a optimizar un estado de vida. Dirá Foucault:

…no se toma al individuo en detalle. Por el contrario, se actúa,


por medio de mecanismos globales, para obtener estados totales

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de equilibrio, de regularidad. El problema es tomar en gestión la


vida, los procesos biológicos del hombre-especie, y asegurar no
tanto su disciplina como su regulación (Foucault, 1996a:199).

Si, en siglos anteriores, el poder absoluto del soberano consistía en


hacer morir y dejar vivir la bio-política invertirá esta cuestión y con el saber
científico de su parte construirá un poder regulador que consistirá en “hacer
vivir”. Esta nueva forma de ejercicio del poder y por tanto de construcción
de subjetividades tendrá el efecto de dejar la muerte por fuera del poder:

…la muerte se ubica entonces en una relación de exterioridad


respecto del poder: es lo que sucede fuera de su capacidad de
acción, es aquello sobre lo cual no puede actuar sino en forma
global. El poder no dominará la muerte sino la mortalidad
(Foucault, 1996a:200).

Dominar la mortalidad tendrá una relación directa con el tratamiento


de las enfermedades que suelen aquejar a una población, que la debilitan
y que constituyen imprevistos sobre los que el poder actuará. Para ello su
mejor herramienta será la medicina, como forma de coordinar las curas,
normalizar el saber y difundirlo, en una palabra, “medicalizar” a la población
separando y determinando lo sano y lo enfermo. Un saber que se torna más
y más hegemónico, que es capaz de crear sus normas a partir de la vigilancia
y de la observación de los sujetos en tanto cuerpos vivientes; que circula y
se difunde a partir de la anatomo-política ejerciendo poder en nombre de
un “hacer vivir”. Resaltemos que la bio-política se hace cargo de problemas
colectivos (la natalidad, las enfermedades, los procesos reproductivos) que
tienen su impacto en lo económico. Ahora bien, a nivel individual resultan
situaciones contingentes y aleatorias pero en términos colectivos presen-
tan constantes susceptibles de ser medidas y cuantificadas y por lo tanto
permiten establecer mecanismos para su control.
En resumen, tenemos una tecnología disciplinaria, de adiestramiento,
que se diferencia de una tecnología reguladora, en ambos casos son tecno-
logías que apuntan al cuerpo. En el primer caso, el cuerpo como organismo
particular y en el segundo como proceso biológico de conjunto. Debemos

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tener en claro que no solo no se excluyen la una a la otra sino que operan
de manera complementaria, o lo que es mejor, se articulan entre sí dando
lugar a una sociedad de normalización. Porque la norma es lo que puede
aplicarse tanto al cuerpo que se busca disciplinar como a la sociedad que
se trata de regular. Dirá Foucault:

Tenemos entonces dos series: la serie cuerpo-organismo-


disciplina-instituciones; y la serie población-procesos biológicos-
mecanismos reguladores-Estado. Por un lado un conjunto
orgánico institucional: la órgano-disciplina de la institución; por
el otro un conjunto biológico y estatal: la bio-regulación a través
del Estado (Foucault, 1996a:202).

Quizás el mejor ejemplo de entrecruzamiento que se puede brindar


es el del tratamiento que recibe la sexualidad, por su posición privilegiada
entre ambas tecnologías, ya que al constituir el ámbito de la procreación
no solo atañe al individuo sino a la reproducción de la población. En este
sentido, no será solo objeto de disciplinamiento sino también de regulación,
estableciéndose en este campo lo que constituye lo normal y diferenciándolo
de lo que quedará instituido como la anormalidad. La homosexualidad,
moneda corriente entre los griegos, quedará recluida en el espacio de la
“enfermedad”.
Esta conjunción de tecnologías constituirá el biopoder, que toma a
su cargo la vida en general haciéndose visible en sus manifestaciones más
extremas cuando es capaz de dar muerte a millones a través de los campos
de exterminio o a través la proliferación de armas atómicas. Ese supremo
momento, en que el biopoder elige lo que debe vivir y lo separa de lo que
debe morir. Quiénes serán los elegidos para padecer esta última instancia,
no es algo que esté escrito, ni naturalmente determinado, se construye
epocalmente; lo que si está claro es que puede corresponderle a cualquier
grupo humano, las razones para hacerlo se construirán según se requiera
justificar tal o cual matanza. El poder-saber construirá una teoría adecuada
que autorice la muerte de miles por el color de su piel, sus ojos rasgados,
su sexualidad, su adscripción religiosa o sus ideas. Primero se demostra-
rá su peligrosidad, luego se los aislará y finalmente llegará el exterminio

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físico presentado como “la única solución posible”. El biopoder se habrá


constituido en tanatopoder.
Podríamos cerrar aquí nuestro artículo pero no nos gustan los finales
apocalípticos ya que la realidad cotidiana suele transitar por situaciones
más grises y por eso hemos elegido citar al último Foucault. El que escribe
en “Hermenéutica del sujeto”:

…no pueden existir relaciones de poder más que en la medida


en que los sujetos sean libres. Si uno de los dos estuviese
completamente a disposición del otro y se convirtiese en una cosa
suya, en un objeto sobre el que se puede ejercer una violencia
infinita e ilimitada, no existirían relaciones de poder. Es necesario
pues, para que se ejerza una relación de poder que exista la menos
un cierto tipo de libertad…esto quiere decir que en la relaciones
de poder existen necesariamente posibilidades de resistencia. Si
existen relaciones de poder es porque existen posibilidades de
libertad en todas partes. No hay poder sin resistencia (Foucault,
1996b:111).

Bibliografía

Foucault, Michel: La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa,


2005.
— Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta, 1979.
— Genealogía del racismo, Buenos Aires, Altamira, 1996a.
— Hermenéutica del sujeto, Buenos Aires, Altamira, 1996b.
— Tecnologías del yo, Barcelona, Paidós, 1990.

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Capítulo IX
Saber-poder en Michel Foucault
Laura Alés

Para entender la relación que Foucault establece entre saber y poder,


nos parece conveniente clarificar previamente, el concepto de episteme
que Foucault reformula en su libro Las palabras y las cosas (1968) y que
enmarca la comprensión de la relación entre saber y poder.

La noción de episteme en Foucault

¿Qué se entiende por episteme? Podemos decir que en la concepción


clásica (Platón, Aristóteles), episteme se asocia con conocimiento, así la
epistemología es el estudio de la teoría del conocimiento. También puede
definirse como la concepción del saber cierto, que en la modernidad es
sinónimo de ciencia, conocimiento científico basado en la razón.
A partir de Foucault, la episteme se concibe como el marco del saber
y no el saber mismo, marco que posibilita la verdad impuesta desde un
poder en cada época.
De este modo sugiere que es muy difícil que los hombres puedan
entender o concebir las cosas y las palabras fuera del marco de la episteme
de la época en que cada a cada uno le toca vivir.
Cuando Foucault habla de episteme entiende los aprioris históricos,
condiciones previas al conocimiento, que se han desarrollado en una cierta
cultura y los conjuntos de relaciones que se encuentran en la base de una
época dada. “En una cultura y en un momento dado, nunca hay más que
una episteme, que define las condiciones de posibilidad de todo saber”
(Foucault, 1968:179). Según Foucault pueden identificarse distintas epis-
temes de acuerdo a las épocas históricas occidentales:

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Ahora bien, esta investigación arqueológica muestra dos grandes


discontinuidades en la episteme de la cultura occidental: aquella
con la que se inaugura la época clásica (hacia mediados del siglo
XVII) y aquella que, a principios del XIX, señala el umbral de
nuestra modernidad (Foucault, 1968:7).

La episteme es el orden a partir del cual pensamos y no es el mismo


en la modernidad que en la época clásica. Esto no quiere decir que la razón
haya progresado, sino que se ha alterado profundamente el modo en que
las cosas se ofrecen al saber.
El corte que introduce Foucault respecto de la episteme es que el
conocimiento en la historia del hombre no es un continuo sino que se
explica por dentro de las formaciones discursivas de cada época. (Massé
Narváez, 2002:1).
Las epistemes según Foucault se nos aparecen como cambios his-
tóricos del conocimiento, con sucesivas rupturas en el conocer, pero que
sólo duran un período limitado en la historia y que son reemplazadas por
otras. A su vez, cada episteme despliega su propio discurso, sus propias
formas discursivas.
Describir la episteme es mostrar la región intermedia entre los códi-
gos fundamentales de una cultura: los que rigen su lenguaje, sus esquemas
perceptivos, sus intercambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus
prácticas y las teorías científicas y filosóficas que explican todas estar formas
del orden (Castro, 2011:132).
Si la episteme clásica reconocía tres dominios: la gramática general, la
historia natural y el análisis de las riquezas, la episteme moderna reemplaza
el discurso clásico con la aparición de la tríada de saberes de la episteme
moderna formada por:

• las ciencias empíricas, la biología (la vida), la economía (el trabajo)


y la filología (el lenguaje),
• las ciencias exactas (matemáticas, deductiva, a partir de axiomas),
• la analítica de la finitud (pensar al hombre, filosofía de la vida),
• tríada de saberes en contacto unos con otros. (Cf. Castro, 2011:196).

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Laura Alés

Estos representan los nuevos dominios para el hombre moderno,


quien aparece en una doble función, ambigua por definición: es el objeto
del saber y a la vez el sujeto que conoce.
Toda la episteme moderna (correspondiente a la Modernidad) ­la que
se ha formado a fines del siglo XVIII y aún sirve de suelo positivo a nuestro
saber, ha constituido el modo de ser particular del hombre y la posibilidad
de conocerlo empíricamente (Foucault, 1968:184).
El concepto de formación discursiva es igualmente importante en
Foucault.
Es un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas
en el tiempo y en el espacio, que han definido en una época dada, y para
un área social, económica, geográfica o lingüística dada, las condiciones de
ejercicio de la función enunciativa (Foucault, 1969:153).
Por ejemplo, el modo de describir y clasificar las plantas y los anima-
les en la época clásica componen una formación discursiva, que difiere de
aquella que despliega la época moderna para el mismo objetivo: catalogar
a los seres naturales.
El prefacio de Las palabras y las cosas, reproduce un texto de Borges
que ejemplifica este traslado y a la vez resulta desopilante para la episteme
moderna, de ahí que Foucault lo elige para introducir su reflexión acerca
de este tema.
Para cerrar este desarrollo acerca de la episteme, recordemos por
qué nos detuvimos en este concepto porque en el pensamiento de Foucault,
representa el marco de los saberes, las condiciones de posibilidad de todo
saber, se puede pensar la episteme como una mirada horizontal entre los
saberes.

El discurso del saber y la figura del hospital

“La unidad de una formación discursiva es lo que se podría llamar


saber, que no es una suma de conocimientos…es el conjunto de elementos…
en el campo de una formación discursiva unitaria” (Foucault, 1975:723).
Un saber se inscribe en un régimen discursivo específico y lo que
Foucault llama positividad de un saber es precisamente el régimen discur-
sivo al que pertenece. “Así, desempeña el rol de lo que se podría llamar un
a priori histórico” (Foucault, 1969:167).

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A la manera de ejemplo, tomemos el proceso de medicalización de las


sociedades occidentales, es decir la función de la medicina como instancia
de control social.
La medicina está dotada de un poder de autoridad con funciones de
normalización y se legitima a partir de dicho acto de autoridad.
Un ejemplo del vínculo saber-poder está representado por este
proceso de medicalización creciente y en particular por las funciones que
asume para sí la institución hospitalaria a partir del siglo XVIII.
Hasta entonces la figura del hospital no había sido concebido para
curar, sino que se trataba de una institución de asistencia a los pobres y
marginales, era así una institución de separación y exclusión.
El personaje del hospital no era el enfermo al que había que curar
sino el pobre que estaba ya moribundo y necesitaba asistencia material y
espiritual, que recibía los últimos auxilios y los últimos sacramentos.
Por consiguiente la institución apuntaba a ser un lugar para ir a mo-
rir y el personal del hospital respondía al perfil religioso o laico caritativo,
estando la institución para salvar el alma del pobre.
A su vez, estaba ausente la función médica, las prácticas médicas
eran individuales y no se incluía la experiencia hospitalaria en la forma-
ción del médico. Es decir que hasta el siglo XVIII el hospital y la medicina
continuaron siendo campos diferentes.
El cambio se da a partir del siglo XVIII con la introducción de los
mecanismos disciplinarios en el espacio confuso y desordenado del hospi-
tal, mecanismos que ya se venían implementando en otros campos como
el militar, el trabajo y la escuela.
El orden jerárquico en el hospital se trastoca profundamente y el
médico (laico) pasa a ocupar las posiciones de poder por sobre el antiguo
personal religioso.
Así, la visita médica exhibe a la manera de un ritual casi religioso,
el nuevo poder médico: encabeza la visita el médico, acompañado por el
resto de la jerarquía del hospital, ayudantes, alumnos, enfermeras, ante la
cama de cada enfermo.
Se organiza de este modo un sistema de registro permanente y lo
más completo posible de todo lo que ocurre: identificación del enfermo,
ficha con sus datos, afección que sufre, ingreso, diagnóstico, registro de

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Laura Alés

la farmacia, recetas, tratamiento prescripto, control de líquidos, estudios


pertinentes, etc.
De esta manera el hospital se constituye no solo en un lugar de cura
sino también de registros y de adquisición de conocimientos. El saber
médico ya no está localizado solo en los libros, sino en el hospital, en la
práctica viva y activa que representa el hospital.
Lugar de disciplinamiento y encierro, cada enfermo es acostado en
una cama y controlado bajo el poder del médico y de la institución que a
la vez se erige en fuente de conocimiento y saber. Gracias a la tecnología
hospitalaria, el individuo se presenta como objeto de saber y objeto de la
intervención del poder médico.
Este ejemplo de la medicalización y del surgimiento y consolidación
de la figura del hospital permite ver con claridad cómo el problema del saber
descansa en última instancia, en el problema del poder.

El vínculo saber-poder

Continuando con el ejemplo de la medicalización (no es el único


campo de disciplinamiento pero permite mostrar la lógica oculta del mis-
mo) y a la vez para Foucault, la medicina desempeñó y desempeña un papel
fundamental en la formación del ejercicio del Saber Poder.
La medicina es un Poder Saber que actúa a un tiempo sobre el cuerpo
y sobre la población, sobre el organismo y los procesos biológicos, que tendrá
efectos disciplinarios y efectos de regulación (Foucault, 1976a).
A partir de Vigilar y Castigar (1976) empezaría a elaborarse una
teoría del poder que estará fuertemente vinculada a una práctica. De aquí
un creciente interés en Foucault por lo político, revelado en la relación
Poder Saber.
El poder es algo que no existe: “(…) La idea que hay en un sitio deter-
minado, algo que sea un poder, reposa sobre un análisis trucado. El poder,
en realidad son unas relaciones, un conjunto más o menos coordinado de
relaciones” (Foucault, 1977:127).
Foucault revisa profundamente el concepto de poder instalado hasta
entonces, en especial desde la concepción marxista.
No concibe el poder macro, con mayúsculas, íntimamente asociado
con el poder del Estado, ni tampoco el que se atribuye al binomio domina-
dor dominado, emanado del concepto marxista de clase social. Concibe en

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cambio, en vez de un poder polarizado y vertical, un poder micro y múltiple


que se replica horizontalmente en el entramado social.
Foucault plantea como primer paso para abordar las relaciones
políticas en la sociedad, conocer cómo el poder produce saber. “El acre-
centamiento del poder y la formación del saber se refuerzan regularmente
según un proceso circular” (Foucault, 1983:225).
Podemos decir que para Foucault el poder se ajusta a dos conceptos: el
Poder Saber que se construye a partir de la sociedad panóptica, disciplinaria
y el micropoder que se corresponde con la noción de Biopoder.
El poder (panóptico) es de presencia permanente y opera en todas
aquellas personas sobre las que se ejerce. “Este poder es a la vez un me-
canismo constante de formación del saber: anotación, transcripción del
comportamiento individual” (Foucault, 1973:79).
El poder no debe ser comprendido en su nivel jurídico, sino en tér-
minos de táctica y estrategia, desplegado desde múltiples instituciones y
dispositivos: familia, escuela, cuartel, fábrica, hospital, prisión.
Foucault también se atreve a revisar la demonización de la noción de
poder instalada por el marxismo. No considera al poder como una fuerza
negativa que reprime sino una fuerza que produce, produce saber y da lugar
a la resistencia creativa.
Se trata en definitiva del pasaje de una consideración puramente
represiva del poder hacia otra donde se lo afirma como productividad: el
poder no sólo reprime, también produce.
En la época clásica la producción del saber por parte del poder apuntó
al sometimiento del cuerpo: “Si el poder es fuerte, es debido a que produce
efectos positivos (…) al nivel del saber. El poder, lejos de estorbar al saber,
lo produce” (Foucault, 1970).
Esto lleva a Foucault a polemizar con nociones sostenidas desde el
materialismo como por ejemplo ideología y superestructura:
En torno de esos poderes no se forman ideologías, sino saberes. El
poder produce saber; las relaciones de poder no son exteriores a los pro-
cesos económicos, a las relaciones de conocimiento, etc., sino inmanentes
a ellas; no son una superestructura, sino una materialidad directamente
productora (Foucault, 1970).
La pregunta central para Foucault no es qué es el poder sino cómo
funciona, la imagen que mejor describe el funcionamiento del poder es la

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de una red, un reticulado que atraviesa el cuerpo social, todos somos recep-
tores y emisores de poder, ejercemos y se ejerce sobre nosotros distintas
formas de poder.

En la sociedad hay millares y millares de relaciones de poder y por


consiguiente, de relaciones de fuerzas, y por tanto de pequeños
enfrentamientos, microluchas, hay relaciones de poder entre un
hombre y una mujer, entre el que sabe y el que no sabe, entre
los padres y los hijos (…) una dominación de clase sólo puede
funcionar bien si en la base existen esas pequeñas relaciones de
poder (Foucault, 2012:76).

En Vigilar y castigar Foucault plantea: “El panoptismo es el princi-


pio general de una nueva anatomía política cuyo objeto y finalidad no son
las relaciones de soberanía, sino las relaciones de disciplina” (1976a:210).
Aunque utiliza la prisión como la forma extrema de disciplinamiento
de los cuerpos, la figura de la prisión es a la vez una metáfora de los meca-
nismos de disciplina, de lo que él define como la anátomo-política de los
cuerpos. “El panoptismo ha sido una invención tecnológica en el orden
del poder, como la máquina de vapor en el de la producción” (Foucault,
1976b:35).
Al respecto Foucault ejemplifica ­mediante dos modelos: el de la lepra
que representa el modelo de exclusión (época clásica) y el de la peste, modelo
de la distribución de los individuos en un espacio cuadriculado que reposa
sobre la recolección sistemática de datos (modernidad).
La ciudad apestada, toda ella atravesada de jerarquía, de vigilancia,
de inspección, de escritura, la ciudad inmovilizada en el funcionamiento de
un poder extensivo que se ejerce de manera distinta sobre todos los cuerpos
individuales, es la utopía de la ciudad perfectamente gobernada. La peste
(al menos la que se mantiene en estado de previsión), es la prueba en el
curso de la cual puede definir idealmente el ejercicio del poder disciplinario
(Foucault, 1976).
La sociedad panóptica se inscribe entre las técnicas para ordenar
multiplicidades humanas, obtener el máximo de eficiencia al menor costo
económico posible.

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En el siglo XIX Foucault señala que asistimos a una multiplicación


de las instituciones disciplinarias según el modelo panóptico: escuelas,
cuarteles, hospitales, fábricas, asilos y prisiones, siendo el encierro el dis-
positivo central de esta estrategia.
Foucault se corre de la representación economicista del poder al
afirmar que el poder no es una sustancia, no se posee, sino que es una
forma de relación.
En las concepciones liberal y marxista se ha pensado el poder a
partir de la economía: o como un bien que se posee, sujeto a un contrato y
que puede ser enajenado (liberal) o con una función histórica, sirve para
mantener determinadas relaciones de producción (marxismo).
El poder visto como una instancia positiva representa un traslado
conceptual gigantesco respecto de la tradición marxista que instala la noción
de represión asociada con el poder.
Foucault opone a la visión descendente clásica una visión ascendente,
el poder visto desde abajo, como algo que se ejerce, una red que atraviesa
el tejido social en múltiples relaciones entrecruzadas, que Foucault llama
la microfísica del poder.

La noción de dispositivo en Foucault

En su análisis del saber poder Foucault logra integrar el orden de


lo discursivo con el de lo no discursivo con la introducción de la noción de
dispositivo como objeto de la descripción genealógica.
El dispositivo es, en definitiva, más general que la episteme, que po-
dría ser definida como un dispositivo exclusivamente discursivo (Foucault,
1976b:301).
Así, Foucault despliega un vasto repertorio de nociones relacionadas
con el concepto de dispositivo: disciplinarios, carcelarios, de poder, de saber,
de sexualidad, de subjetividad, de verdad. (Cf. Castro, 2011:114).
Por ejemplo, hablando de los dispositivos de seguridad, la distri-
bución del espacio, su reticulado, es una de las técnicas que utilizan los
dispositivos disciplinarios para individualizar los cuerpos.
La normalización y sus formas es uno de los conceptos técnicos
de Foucault. Las sociedades modernas son para Foucault sociedades de
normalización.

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El cuerpo se encuentra inmerso en un campo político y las relacio-


nes de poder operan sobre él: lo obligan al trabajo, a ciertas ceremonias,
le infringen castigos, le exigen ciertas conductas, se trata en definitiva de
una estrategia de sujeción.
Pero para lograrlo, no es preciso la violencia o la dominación ideo-
lógica, sino la organización, las técnicas, el cálculo, un conocimiento del
cuerpo [saber] que constituyen una tecnología política del cuerpo, difusa
y multiforme que no se formula en discursos sistemáticos y que tampoco
está claramente en una institución específica, se trata más bien de una
microfísica del poder. “De este modo, el cuerpo aparece como una realidad
histórica en la que se articulan los efectos de cierto tipo de poder y ciertas
formas de saber” (Foucault, 1976a:28).
La noción de disciplina adquiere una significativa importancia en
Foucault. Pueden señalarse dos usos del término disciplina, uno corres-
ponde al orden del saber y el otro al orden del poder, ambos relacionados
entre sí.
La disciplina en el ejercicio del poder tiene por objeto los cuerpos y
su normalización.
En el campo de los saberes por ejemplo, Foucault afirma que el
Iluminismo no representa el avance de la luz del conocimiento contra las
sombras de la ignorancia, sino una historia de combates entre saberes, una
lucha por la disciplinarización del del conocimiento. (Cf. Castro, 2011:103).
Se produce un traslado del sabio al científico, de las ciencias a la
ciencia, se abandona la exigencia de verdad y se instaura la de la ciencia,
privando a la filosofía de su lugar de saber fundamental.
En este proceso de disciplinarización de los saberes es también
como surge la institución Universidad actual moderna: selección de sa-
beres, clasificación jerárquica de los más particulares a los más generales,
institucionalización del conocimiento, eliminación y descalificación de los
saberes inútiles, centralización.
En cuanto a la importancia de la disciplina en el análisis del poder,
Foucault profundiza en Vigilar y castigar su importancia y significación
para la comprensión de la historia moderna.
Se trata de una forma de poder que tiene como objetivo los cuerpos
en sus detalles, organización interna, eficacia de sus movimientos.

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Según el lenguaje de Foucault, se trata de una anatomía política


del cuerpo cuya finalidad es producir cuerpos útiles y dóciles, aumentar
la fuerza económica del cuerpo al tiempo que se reduce su fuerza política.
Las técnicas del poder disciplinario pueden identificarse como:

• la distribución de los cuerpos en el espacio a fin de ordenar la


multiplicidad confusa, y tornarla pasible de ser controlada
• el control de la actividad horaria a fin de lograr la utilización
exhaustiva del tiempo
• construcción de series de actividades sucesivas, imponiendo a los
cuerpos tareas repetitivas pero graduadas
• articulación de los cuerpos, combinación de las series bajo un
sistema preciso de mando (Castro, 2012:104).

Asimismo, el poder disciplinario se vale de diferentes técnicas a saber,


la vigilancia jerárquica, la sanción normalizadora, el examen, construyendo
distintos rituales socialmente legitimados de disciplinamiento.
El examen como ritual conjuga la confirmación del poder (la jerar-
quía que vigila) y de la verdad (la mirada que califica, clasifica, diferencia
a los individuos, los sanciona). En este sentido, saber y poder se refuerzan
mutuamente en esta técnica, uno de los instrumentos esenciales del poder
disciplinario al establecer la visibilidad de los individuos.

La práctica masiva del encierro, el desarrollo del aparato policial,


la vigilancia de las poblaciones han preparado la constitución de
un nuevo tipo de poder saber que tomará la forma del examen
(Foucault, 1970:392).

Al hablar de los modelos punitivos, Foucault enfoca la prisión en


tanto figura del castigo moderno y también se detiene en la misma cuestión,
el funcionamiento de las formas de Saber Poder. El funcionamiento de la
prisión ha sido el modelo institucional de la sociedad disciplinaria moderna,
privilegiando el encierro como técnica punitiva.

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Laura Alés

El tejido carcelario de la sociedad asegura, a la vez, las apropiaciones


reales del cuerpo y su perpetua puesta en observación es, por sus propie-
dades intrínsecas, el aparato de castigo más conforme a la nueva economía
del poder y el instrumento para la formación del saber del que esta misma
economía tiene necesidad (Foucault, 1976a:311).
La sustitución del suplicio por la prisión es la sustitución del cuerpo
marcado por el enderezado, normalizado. La medicina como ciencia de
la normalidad del cuerpo (lo sano-lo enfermo, lo normal-lo anormal) se
ha inst6alado en el corazón de la práctica penal. La prisión es también un
capítulo de las relaciones entre el cuerpo y el poder político.

Cierre

En este recorrido por las distintas nociones que Michel Foucault


propone para la comprensión del poder en la época moderna, hemos se-
leccionado solo algunos de los conceptos relacionados, privilegiando un
criterio pedagógico que priorizó la facilitación de la comprensión por los
estudiantes que abordan este cuerpo teórico tan rico y vigente, como es el
pensamiento de Foucault.
Una última reflexión al respecto, Michel Foucault fue quien más
advirtió acerca de evitar convertir en dogma los contenidos de sus inves-
tigaciones, mostrando a la vez sus propios traslados conceptuales: de la
episteme y el plano de lo discursivo a la noción de dispositivo, integrando
lo discursivo y lo no discursivo, en un recorrido vivo y crítico constante.

Bibliografía

Castro, Edgardo: Diccionario Foucault. Temas, conceptos y autores,


Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.
Foucault, Michel: ­El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la pri-
sión y la vida. Buenos Aires, Siglo XXI, 2012.
— Il faut défendre la société, Cours au College de France. 1976, Paris,
Éditions Gallimard et des Éditions du Seuil, 1997.
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XXI, 1977.

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— Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos aires, Siglo XXI,


1976a.
— Dichos y escritos, Tomo I, 1975, citado en Diccionario Foucault, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2011.
— Dichos y escritos, Tomo II, 1970, citado en Diccionario Foucault,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.
— Dichos y escritos, Tomo III, 1976b, citado en Diccionario Foucault,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.
— Las Palabras y las cosas, una arqueología de las ciencias humanas,
Buenos Aires, Siglo veintiuno, primera edición en español 1968.
— Saber y verdad Madrid, Las Ediciones de La Piqueta, 1966a.
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— La vida de los hombres infames, Montevideo, Uruguay, Editorial
Nordan-Comunidad, 1993
— Genealogía del poder, Madrid, Las ediciones de La Piqueta, 1993.
Massé Narvaez, Carlos Eduardo: “Epistemología, teoría y práctica”, en
Revista de Antropología Experimental, N° 2, México, 2002.
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Capítulo X
¿Qué son las sociedades de control?
María Alejandra Pagotto

Presentación

El presente capítulo se propone realizar una contribución a la com-


prensión de la definición que Gilles Deleuze realiza para caracterizar la so-
ciedad contemporánea como “sociedad de control”. El texto de referencia fue
publicado por primera vez en el año 1990 en el primer número de L´Autre
Journal con el título de “Post-scriptum sobre las sociedades de control”;
luego en el mismo año fue incluido en el libro Pourparlers.
Gilles Deleuze (1925-1995) es uno de los pensadores franceses más
originales de la segunda mitad del siglo XX. Sus producciones intelectuales,
una parte de ellas escritas junto a Félix Guattari, están atravesadas por un
intenso impulso político. Su obra renovó completamente las formas de
expresión filosófica; asimismo, realizó una contribución fundamental para
las ciencias sociales al derribar las fronteras disciplinares, en la producción
de un pensamiento que transformó la percepción del mundo social.
Los textos de Deleuze se conforman a partir del gesto, alegre y pro-
vocador, de la pregunta por el ejercicio del poder. Dejando abierta esta
pregunta, el trabajo de Deleuze estimula el pensamiento e incita el deseo
de actuar para la ampliación de los grados de libertad, estableciendo el
urgente programa de responder a lo intolerable en la condición histórica
del presente.
Ese programa, que también se encuentra esbozado en el texto que
aquí se comenta, no es más que una interminable inquietud acerca de la
capacidad de resistencia o de sumisión al control; que se deciden en el
curso de cada tentativa de acción, entendida como acto creador o práctica

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de liberación del deseo. Deleuze valora la ampliación de los derechos civiles


al mismo tiempo que estimula toda emergencia popular que se sustraiga al
poder de dominio, produciendo e inventando creativamente redes de acción
“desde abajo” que persigan un patrón de existencia que afirme un nuevo
cuerpo que no quede “recodificado” por la ley, el contrato o la institución
y se prefigure un horizonte de aproximación intensa, flexible, afectiva
hacia el otro. Es decir, una dinámica, una trayectoria caracterizada por la
intersección entre una ética como creación práctica de sí, y una política
como la composición cooperativa con los otros (“el embarcarse con”, “el
movimiento con” o “la deriva con”); provocando el desplazamiento hacia
una nueva política.
Para que esta pregunta por la acción política, pueda tener efectos
en la actualidad, se requiere un análisis del funcionamiento de los disposi-
tivos de poder que puede sintetizarse en la siguiente pregunta: ¿cómo los
sistemas disciplinarios centrados en el encierro mutan en el capitalismo
avanzado hacia instancias de dominación más flexibles, que vislumbran un
mundo donde los grados de libertad son más estrechos y más terroríficas
las sujeciones del control?

Un plan de lectura para el “Post-scriptum sobre las sociedades


de control”

El título elegido para este capítulo supone que la pregunta refiere a


un interés por una cuestión actual. La pregunta del título se transforma,
de algún modo, en un plan de lectura sobre el argumento del mencionado
trabajo de Gilles Deleuze. Ese plan de lectura exige como primera tarea
recorrer una serie de preguntas sobre ¿qué quiere decir?; ¿acerca de qué?;
¿qué dice al respecto?; ¿de qué manera? y ¿para qué?
Las primeras tres preguntas formuladas pueden responderse de
manera sintética como la descripción de un proceso histórico de sustitu-
ción de los mecanismos de ejercicio del poder de las sociedades que Michel
Foucault caracterizó como “sociedades disciplinarias” por los mecanismos
de poder propios de otro tipo de sociedad caracterizada por Gilles Deleuze
como “sociedades de control”:

…las disciplinas entraron en crisis en provecho de nuevas fuerzas


que se iban produciendo lentamente, y que se precipitaron después

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de la segunda guerra mundial: las sociedades disciplinarias


son nuestro pasado inmediato, lo que estamos dejando de ser
(Deleuze, 2006a: 278).

El anuncio de este paso Deleuze lo formula luego de la muerte de su


amigo Michel Foucault, a quien dice seguir en su trabajo cuando propone
esta caracterización; sin embargo, es difícil encontrar en las investigaciones
foucaulteanas un análisis expreso del paso de la sociedad disciplinaria a
la sociedad de control. Se ampliará el desarrollo de estas preguntas en los
apartados que siguen mediante la profundización de los contenidos espe-
cíficos que Deleuze ofrece para el análisis de esta transición.
La cuarta pregunta del plan de lectura aquí propuesto obliga a aclarar
de qué manera Deleuze construye este breve e inquietante texto.
Su estructura es la de un tríptico.
La primera parte lleva por subtítulo “Historia”. Cómo abordar el
significado problemático de esta noción en la pluma de Deleuze excede los
objetivos de este texto; pero es útil hacer una breve referencia para poder
aproximarse al carácter del contenido del apartado. En primer lugar, de
la misma manera que en la propia investigación de Foucault (2007b), el
objetivo es hacer una historia del poder –de sus procedimientos y de sus
instituciones–, de los dominios de saber y de las formas de subjetivación.
En segundo lugar, y bajo la influencia de Nietzsche y del mismo Foucault,
la historia no puede ser concebida como una continuidad lineal. Si bien
Deleuze utiliza en el apartado las nociones de “pasado y futuro inmediatos”,
el tiempo en que Foucault y Deleuze piensan no obedece al esquema del
antes y del después sino propio de un orden de superposiciones de capas o
estratos que coexisten. La noción de “Historia” que titula ese primer apar-
tado debe comprenderse como una manifestación de las transformaciones,
del devenir, expresado en términos de “Acontecimiento”; es decir, de una
relación de fuerzas que se invierte. En este sentido, en la construcción del
apartado opera el legado foucaulteano que aborda el tema de la historia
como una investigación sobre los acontecimientos y las transformaciones
en estrecha ligazón con la actualidad: el análisis histórico es la condición
de posibilidad de una ontología crítica del presente (Revel, 2008).

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El segundo apartado lleva por subtítulo “Lógica”. Para la compren-


sión de esta sección conviene referir a una de las tesis centrales que animan
las innovaciones teóricas realizadas por Deleuze con Guattari:

…la producción social es tan solo la propia producción deseante


en condiciones determinadas. Nosotros decimos que el campo
social está inmediatamente recorrido por el deseo, que es su
producto históricamente determinado, y la libido (…) [carga] las
fuerzas productivas y las relaciones de producción (Deleuze y
Guattari, 2005: 36)

Esta formulación coloca la teoría del deseo en el nivel de la infraes-


tructura, negando considerarla como una simple superestructura subjetiva.
La energía deseante es una fuerza de producción. La utilización de la cate-
goría de “producción” para pensar el deseo es indisociable de la denuncia
de la represión ejercida hacia él por las fuerzas y los códigos sociales que
lo sujetan: la “ideología familiarista” del psicoanálisis freudiano y el fun-
cionamiento del capitalismo. De este modo, la lógica que Deleuze detalla
es tanto la de la producción de las formas de lo humano en las sociedades
contemporáneas como las características del capitalismo como formación
social. Estas dos lógicas se encuentran articuladas en una historia de la
represión del deseo a través del pasaje de una formación social a otra.
El capitalismo es un sistema inmanente que constantemente desplaza
sus límites, y vuelve a encontrarse con ellos a una escala ampliada; y no hay
un solo Estado que no esté comprometido con la fabricación de riqueza y
de miseria. El capitalismo como última forma social contiene una paradoja:
tiene una afinidad con los flujos descodificados del deseo y asimismo es la
más terrible de las formaciones sociales, aún en sus versiones más “demo-
cráticas” conserva un vínculo con el despotismo anterior, los vínculos con
las potencias de muerte (Deleuze y Guattari, 2005).
El trabajo homenaje que Deleuze escribe a la muerte de su amigo
Foucault (1986), propone algunas líneas de trabajo sobre la lógica de la
subjetivación en las últimas partes del libro:

El ser-sí mismo, está determinado por el proceso de subjetivación


(…). En resumen, las condiciones nunca son más generales que lo

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condicionado, y tienen valor por su propia singularidad histórica.


(…) Al ser condiciones, no varían históricamente, pero varían con
la historia. En efecto, presentan la manera en que el problema
se plantea en tal formación histórica: (…) ¿Qué puedo hacer, qué
poder reivindicar y qué resistencias oponer? ¿Qué puedo ser,
(…) o cómo producirme como sujeto? (Deleuze, 2003:148-149).

Las lógicas de la subjetivación suponen que toda forma es precaria


puesto que depende de las relaciones de fuerza y de sus mutaciones; no es
una esencia inmutable. Una u otra subjetividad existe en función de que se
produzca un agenciamiento o proceso de enunciación; por ejemplo, en el
capitalismo moderno, mediante los medios de comunicación de masivos,
se produce a gran escala un tipo de subjetividad. Tras la apariencia de la
subjetividad individuada, aquello que está en juego son los procesos de sub-
jetivación reales. La utilización de la noción de producción de subjetividad
tiene una doble cara: por un lado, los grupos sometidos, manipulados por
las determinaciones exteriores; por otro lado, los “grupos sujetos” que se
contraponen a la dominación.
El tercer apartado lleva por subtítulo “Programa”. Es la sección que
frente al señalamiento que nos encontramos “en el inicio de algo (…), la
instalación progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación”
(Deleuze, 2006a:285). La sección deja abierta la pregunta por la forma que
adquieren las prácticas políticas de resistencia frente a las sociedades de con-
trol. Esa pregunta política se instala en la problemática de una subjetividad
por formar, aún por nacer que, alejándose del desasosiego y del abatimiento,
se producirá en la dimensión de la riqueza de una experiencia no dominada
y de invenciones inauditas de las minorías o los grupos que ejercen una mi-
cropolítica del poder que persigue la refundación de las prácticas sociales.
En ese eje se vuelve urgente el rechazo del actual estatuto de los medios de
comunicación, asociado a la búsqueda de nuevas interactividades sociales,
de una creatividad institucional y un enriquecimiento de los universos de
valores que fortalezcan la libertad. El cierre del texto de Deleuze enuncia un
desafío para un destinatario privilegiado: los jóvenes tienen la oportunidad
de preguntarse por el devenir revolucionario. La inquietud que genera el
desafío es mayor que en otros momentos históricos porque ya no queda una
imagen de un sujeto político al que le bastaría con tomar conciencia (papel

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que cumplió la figura del proletariado). El desafío es de otro orden, supone


una relación permanente con la incertidumbre, una puesta al desnudo del
caos que siempre asedia a las estructuras dominantes.
Deleuze remite la noción de sociedad de control a la descripción que
William Burroughs despliega en El almuerzo desnudo (1959): “control es
el nombre propuesto por Burroughs para designar al nuevo monstruo que
Foucault reconoció como nuestro futuro inmediato” (Deleuze, 2006a:278).
La mítica novela de la literatura norteamericana es una inmersión en el
mundo de la adicción a la droga y, simultáneamente, se presenta como
horroroso grito de denuncia de la sociedad contemporánea que construye
un mundo sin esperanza ni futuro. El blanco de las demoledoras críticas de
Burroughs son las religiones, la universidad, el ejército, la justicia corrupta,
la sexualidad, los traficantes, el colonialismo y la burocracia. Burroughs
presente a la droga como una gran industria y a la psiquiatría como el gran
saber manipulador de las conciencias bajo la figura del siniestro Dr. Benway,
el experto en el control total de los ciudadanos de “Anexia”:

Es manipulador y coordinador de sistemas simbólicos, un experto


en todos los grados de interrogatorios, lavados de cerebro y
control. (…) Desmoralización Total. (…) Tras unos meses de este
sistema, los ciudadanos se acurrucaban en los rincones como
gatos neuróticos. Naturalmente, la policía de Anexia utilizaba un
sistema tipo producido en serie para el control de sospechosos,
saboteadores y disidentes políticos (Burroughs, 2000:35-27).

La imagen rota del Hombre avanza minuto a minuto, célula


a célula… Pobreza, odio, guerra, delincuencia policíaca,
burocracia, locura, síntomas todos del Virus Humano (Burroughs,
2000:168).

En la novela la metáfora de la adicción se vuelve la figura de toda


forma de control. Describe un mundo de adictos, donde los poderes del
Estado y el mercado dominan mediante la adicción a las drogas, al dinero,
al poder, al consumo, al sexo, a las palabras y a las imágenes. Desde el título
de la novela queda esbozada la posibilidad de pensar la acción política,
“almuerzo desnudo: un instante helado en el que todos ven lo que hay en

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la punta de sus tenedores” (Burroughs, 2000:7). El programa político no


es pensado más que como el incitar la producción de ese instante donde
se atraviesa la película de la realidad, como la desazón generada cuando
un espectador descubre el engaño al entrar a la sala de proyección. En ese
instante helado de aproximación a la realidad, “no hay lugar para el temor
ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas” (Deleuze, 2006a:279).
El recorrido por las preguntas trazadas en el plan de lectura se en-
trelaza con dos operaciones más que contribuyen a una profundización del
análisis de la crisis de las disciplinas; y los fines, las funciones y la lógica
presentes en las sociedades de control. La primera de esas operaciones es
una presentación de las referencias teóricas mencionadas por Deleuze en el
texto mismo. La segunda es una mención de algunos diálogos que el texto
provocó o inspiró en las investigaciones de otros autores alrededor de la
sustitución de las sociedades disciplinarias por las sociedades de control.

El pasado inmediato de los centros de encierros

Siguiendo a Michel Foucault la disciplina es un conjunto de técnicas


en virtud de las cuales los sistemas de poder tienen por objetivo y resultado
la singularización de los individuos. Es una forma de ejercicio del poder
que tiene por objeto los cuerpos y por objetivo su normalización (Raffin,
2006). La disciplina como técnica política comenzó a elaborarse a partir
del momento en que el ejercicio monárquico del poder se volvió demasiado
costoso y poco eficaz. Las disciplinas sucedieron a las “sociedades de sobe-
ranía” y tuvieron como propósito organizar la producción y administrar la
vida (Deleuze, 2006a:278).
Las sociedades de soberanía actúan sobre el territorio y las riquezas,
ejercen un poder discontinuo (por ejemplo, recaudando impuestos) y su-
ponen la existencia corporal de un soberano: el cuerpo del rey. El interés
de la burguesía reside en el beneficio económico de los mecanismos de
exclusión y de control. Lo que comienza a importar es la técnica, los ins-
trumentos efectivos de acumulación de saber, de verificación y de capital.
Considerando este aspecto podemos comprender por qué las sociedades
disciplinarias se vuelven el territorio propicio del desarrollo capitalista;
porque su objetivo es extraer de los cuerpos tiempo y trabajo, se ejerce de
manera continua y exige una reticulación material de las coerciones mate-
riales (Castro, 2011:373-375).

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La tercera parte de Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión


(1975) está dedicada al análisis del poder disciplinario. Se trata de una forma
de poder que tiene como objetivo los cuerpos individuales en sus ínfimos
y minuciosos detalles, en la eficacia de sus movimientos, sus formas y su
organización. Foucault advierte que se debe considerar la disciplina desde
un punto de vista productivo (positivo), como generadora de individualidad.
Asimismo, no puede dejar de advertir que la finalidad perseguida por estas
técnicas es la producir cuerpos útiles y dóciles, bajo la siguiente ecuación:
aumentar la fuerza económica del cuerpo al mismo tiempo que se reduce
su fuerza política.
Gilles Deleuze comienza el texto retomando el trabajo de Michel
Foucault señalando las instituciones de encierro que resultan de la aplica-
ción de las técnicas de poder disciplinario:

Estas sociedades alcanzan su apogeo a principios del siglo XX.


Operan mediante la organización de grandes centros de encierro.
El individuo pasa sucesivamente de un círculo cerrado a otro, cada
uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela (“ya no
estás en tu casa”), después el cuartel (“ya no estás en la escuela”), a
continuación la fábrica, cada cierto tiempo el hospital y a veces la
cárcel, el centro de encierro por excelencia (Deleuze, 2006a:277).

Al interior de los mencionados centros de encierro se construye la


individualidad disciplinaria que presenta cuatro características: celular,
orgánica, genética y combinatoria. Estas características son el producto de
técnicas e instrumentos propios del ejercicio del poder disciplinario, carac-
terizado como una “microfísica del poder”. Las técnicas y los instrumentos
propios de las sociedades disciplinarias tuvieron una gran difusión; “como
si tendieran a cubrir el cuerpo social entero” (Foucault, 1989:142).
Entre las técnicas se mencionan:

• La distribución de los cuerpos en el espacio, ordenando la mul-


tiplicidad conjunta y creando un cuadro viviente definido por
la clasificación y el establecimiento de un rango. Se realiza por
medio de operaciones como la clausura, la cuadriculación y las
ubicaciones funcionales.

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• El control de las actividades, por una parte mediante la utilización


exhaustiva del tiempo: acciones regulares afinadas en minutos,
ajuste del cuerpo a los imperativos temporales; y por otra parte, a
través de la correlación entre el cuerpo/ los gestos y la articulación
entre el cuerpo/ objetos.
• La organización de la génesis, a través del ejercicio: impone a los
cuerpos tareas repetitivas y diferentes, pero graduadas.
• La composición de las fuerzas, mediante un sistema preciso de
mando se emplazan los cuerpos y se los articula a través de una
combinación de series cronológicas.

Entre los instrumentos que nutren las técnicas se señalan:

• La vigilancia jerárquica, particularmente ligada a la distribución


espacial del panoptismo: que asegura un poder automático y
anónimo “del ver sin ser visto”.
• La sanción normalizadora, como modo específico de un castigo
que pretende corregir. Para cumplir con este objetivo, las con-
ductas de los individuos se refieren a un conjunto comparativo,
que permite trazar una frontera entre lo normal y lo anormal, a
través de la diferenciación de los individuos y la medición de sus
capacidades.
• El examen, supone una relación de saber y de poder que hace
ingresar a la individualidad en un campo documental, que la
convierte en un caso que se puede describir. Esta técnica combina
la vigilancia jerárquica con la sanción normalizadora.

Alrededor de la investigación sobre las sociedades de normalización,


Foucault había avanzando en una interpretación sobre el futuro de las dis-
ciplinas. En el objetivo de normalización del poder se cruzan, se articulan,
la norma de la disciplina y la norma de la regulación de la población:

Decir que el poder, en el siglo XIX, tomó posesión de la vida,


[Biopoder] (…), es decir que llegó a cubrir toda la superficie que

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se extiende desde lo orgánico hasta lo biológico, desde el cuerpo


hasta la población, gracias al doble juego de las tecnologías de
disciplina, por una parte, y las tecnologías de regulación, por la
otra (Foucault, 2008:229).

Foucault indica claramente que ambos mecanismo mencionados no


son del mismo nivel y que por ese motivo pueden articularse entre dos series:
cuerpo-organismo-disciplina-instituciones (una “organodisciplina” de la
institución); y población-procesos biológicos-mecanismo regularizadores-
Estado (la biorregulación por parte del Estado) (Foucault, 2008).
Foucault había identificado que las disciplinas no sólo acrecentaron
la utilidad de los individuos sino que, funcionalmente, también evitaron
el peligro. Lo que cambia de una época a otra es cuál se manifiesta como
el dispositivo dominante, y las correlaciones que se establecen entre las
diferentes formas de ejercicio del poder. Por ello, la historia del poder mo-
derno no debe ser pensada como el reemplazo lineal de una sociedad de
soberanía por una disciplinaria y, luego, por una sociedad del gobierno de
las poblaciones. Foucault alcanza a advertir que la sociedad contemporánea
se encuentra atravesada por un triángulo: “soberanía-disciplina-gestión
gubernamental” cuyo objetivo fundamental es la población, y los disposi-
tivos de seguridad se han vuelto los mecanismos esenciales de las formas
de dominación. A diferencia del análisis anterior centrado en las técnicas,
la mención de la seguridad como una tecnología de poder tiene en cuenta
el dispositivo dominante y las correlaciones que pueden establecerse entre
los diferentes dispositivos (Castro, 2011:105-115). En el curso Seguridad,
territorio, población (1977-1978), se presentan las características de los
dispositivos de seguridad (Foucault, 2007a):

Los espacios de seguridad no son el territorio de la soberanía,


ni la reticulación jerárquica disciplinaria que actúa sobre la
multiplicidad. La seguridad actúa sobre la población como una
multiplicidad de individuos que existen biológicamente ligados
a la materialidad dentro de la cual viven.

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La aleatoriedad de los acontecimientos, exige la regulación de la cir-


culación de los hombres y de las cosas en el espacio, con su temporalidad.
A diferencia de la soberanía que se ocupa de los límites y de la disciplina
preocupada por la ubicación.
La normalización tiene una nueva forma de funcionamiento. Las
disciplinas tenían por objetivo la “formación” (ver lo desarrollado en el
apartado anterior sobre el funcionamiento de la sanción normalizadora);
mientras que específicamente los dispositivos de seguridad tendrían por
objetivo la “normalización”: la norma se fija a partir de las normalidades
diferenciadas, es decir, del establecimiento de las diferentes curvas de nor-
malidad (funcionamiento inverso a la sanción normalizadora).
La población es el personaje político absolutamente nuevo. El obje-
tivo de los dispositivos de seguridad es administrar y dirigir los procesos
naturales de la población. Hay un elemento relevante a partir del cual se
puede gobernar a la población: el deseo (Foucault, 2007a:96).

El hundimiento de los muros de los centros de encierro

Para Foucault, como para Deleuze, el poder es una relación entre


fuerzas, mientras que las instituciones son agentes de integración y de es-
tratificación de fuerzas. Las instituciones fijan las fuerzas y sus relaciones,
generando una función reproductora. Las diferentes instituciones no son
las fuentes de las relaciones de poder, sino que derivan de ellas (Lazzarato,
2010). El texto de Deleuze describe la introducción de un nuevo régimen
de dominación, luego de la segunda guerra mundial, y a partir de una crisis
generalizada de los centros de encierro, de sus técnicas e instrumentos;
mencionando este acontecimiento como resultado de una nueva relación
de fuerzas:

Todos los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada:


cárcel, hospital, fábrica, escuela familia. La familia es un
“interior” en crisis, como lo son los demás interiores (el escolar,
el profesional, etc.) (Deleuze, 2006a:278).

Las lógicas disciplinarias no se han vuelto ineficaces, sino que se


encuentran generalizadas bajo “formas fluidas” a través de todo el campo

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

social, incluidas en el control continuo y la comunicación instantáneas.


La transformación en el modo en que el poder marca el espacio tiene su
expresión en la erosión de los muros de los centros de encierro; cuestión
que marca la sustitución de la dialéctica moderna del adentro y el afuera,
por un juego de grados y de intensidades. Los espacios de la sociedad de
control son híbridos e impuros (Hardt, 2005). La sociedad de control no
está organizada alrededor de un conflicto central, sino atravesada por una
red flexible de micro conflictualidades que hace pensar en la figura de “la
omnicrisis” (Hardt, 2005) que va estropeando o corrompiendo el funcio-
namiento social; pero al mismo tiempo este modo es el de su funcionar: “la
crisis de la prisión significa que las lógicas y las técnicas carcelarias están
cada vez más extendidas a otros dominios de la sociedad” (Hardt, 2005:36).
Frente al colapso generalizado el funcionamiento de las instituciones es
a la vez más intensivo y más extenso: “uno está siempre y todavía en pri-
sión” (Hardt, 2005:36). Este contexto generalizado permite pensar que la
producción de subjetividad en la sociedad de control no se limita a lugares
específicos, y además esos lugares tienen funciones híbridas o acumulativas;
y de allí la indeterminación de la forma de las subjetividades producidas:

Los encierros son moldes o moldeados diferentes, mientras que


los controles constituyen una modulación, como una suerte de
moldeado autodeformante que cambia constantemente y a cada
instante, como un tamiz cuya malla varía en cada punto (Deleuze,
2006a:279).

Ya no es necesario disciplinar las subjetividades en el pasaje lineal


y progresivo de un espacio cerrado a otro, sino modularlas en un espacio
abierto. El proceso fluido de engendramiento y de deformación modulante
de la subjetividad sustituye el examen como instrumento propio de la socie-
dad disciplinaria por el control continuo y la formación permanente; nunca
se termina nada en las sociedades de control. Nunca termina de conformarse
siquiera una identidad fija; los individuos han devenido “dividuales”.
Otro de los fenómenos, que evidencian la transformación de las
relaciones de poder, está vinculado a las formas jurídicas. La referencia
teórica, es nuevamente una fuente literaria: El proceso del autor checo Franz
Kafka. Deleuze sostiene que esta novela describe el pasaje de “la absolución

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aparente (entre dos encierros) típica de las sociedades disciplinarias, y el


aplazamiento ilimitado (en continua variación) de las sociedades de con-
trol” (Deleuze, 2006a:281).
La caracterización de las sociedades contemporáneas apoyadas en el
control y la manipulación de las mentalidades, tal como aparecen en forma
paroxística en la novela de Burroughs, se complementa con el análisis que
realiza Paul Virilio sobre las formas que ese control adopta “al aire libre”, y
que reemplazan a las disciplinas que actuaban en el escenario de sistemas
cerrados: “la lógica asociada del saber/poder es eliminada en provecho del
poder/mover, vale decir, del examen de las tendencias, de los flujos” (Virilio,
2006:51). Al lado de la riqueza y de su acumulación se encuentra la velocidad
y su aceleración, la eficacia dinámica; sin las cuales la centralización y la
capitalización no hubieran sido posibles. La contracción de las distancias,
que se corresponde con la negación del espacio, es una realidad estratégica,
de guerra; que tiene consecuencias políticas y económicas:

La instantaneidad de la acción a distancia corresponde a la


derrota del adversario sorprendido, pero también y sobre todo a
la derrota del mundo como campo, como distancia, como materia.
La penetración inmediata o en vías de devenirlo se identifica con
la destrucción instantánea de las condiciones del medio, porque
tras la distancia/espacio es la distancia/tiempo la que falta en la
aceleración creciente de los rendimientos vehiculares (precisión,
alcance, velocidad) (Virilio, 2006:119-120).

Para Virilio la velocidad, que había significado la supresión de las


distancias, equivale en este momento, además a la aniquilación del tiem-
po. La pérdida del espacio material desemboca en no gobernar más que el
tiempo. La localización geográfica parece haber perdido valor estratégico,
y la mayor importancia es atribuida a la deslocalización de un vector en
permanente movimiento. De él lo que interesa es la velocidad del móvil y
la indetectabilidad de su carrera:

Lo esencial de la estrategia consiste en mantener el no-lugar de


una deslocalización general de los medios, que es la única que

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todavía permite ganar fracciones de segundo, indispensables para


la libertad de acción (Virilio, 2006:122).

Virilio denomina a esta situación “estado de urgencia de la guerra


del tiempo” y se acompaña de otro fenómeno que él identifica como “mi-
niaturización de la acción” o la “automatización” o el control automático
autosuficiente. Con relación a estos fenómenos Virilio presenta una ecuación
clara: cuánto más crece la rapidez, más decrece la libertad. La miniaturi-
zación de la acción conduce hacia una tendencia donde la acción política
propiamente humana desaparecería porque la inmediatez de la informa-
ción produce inmediatamente una crisis con altos niveles de destrucción,
debilitándose de este modo el poder de razonar en el estado de urgencia:
“el peligro del armamento nuclear y del sistema de armas que implica, en
consecuencia, no es tanto que explote, sino realmente que existe e implo-
siona en las mentalidades” (Virilio, 2006:133).
Las nuevas relaciones de poder se expresan en nuevas instituciones
(la opinión pública) y nuevas técnicas (la acción a distancia), mediatizadas
y enriquecidas por el desarrollo tecnológico. La violencia de la velocidad
supera cualquier límite establecido por el lugar o la ley. En este contexto
priman la promoción de la necesidad de seguridad, es decir, la manipula-
ción de la necesidad de seguridad para el espacio urbano. La “contraseña”
como figura de permiso otorgado o denegado para el ingreso o egreso de los
espacios controlados, sustituye las “consignas” que otorgaba la vigilancia
jerárquica.
La manipulación sobre la necesidad de seguridad en el espacio urbano
es la contratara de la respuesta autoritaria de la privatización del espacio
público y la mutación arquitectónica de las ciudades con las parcelaciones
con entrada reservada, espacios interiores, protegidos y asilados. La nueva
configuración del espacio urbano reduce al mínimo el encuentro aleatorio
con la alteridad, por ser esta considerada peligrosa en términos de una
nueva configuración del racismo. La cultura cumple el papel que jugaba
la biología (Hardt, 2005:31) para dar una nueva máscara al racismo que
sustenta prácticas de segregación social:

Sin duda, una constante del capitalismo sigue siendo la extrema


miseria de las tres cuartas partes de la humanidad, demasiado

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María Alejandra Pagotto

pobres para endeudarlas, demasiado numerosas para encerrarlas:


el control no tendrá que afrontar únicamente la cuestión de la
difuminación de las fronteras, sino también la de los disturbios
en los suburbios y guetos (Deleuze, 2006a:284).

Las instituciones de la sociedad disciplinaria están en crisis; sus


muros se han hundido y los “ministros competentes” anuncian la urgencia
de su reforma. Pero Deleuze considera que este esfuerzo, aunque bien
intencionado, es vano. No hay un solo Estado democrático que no esté
comprometido con la fabricación de la miseria:

Reformar la escuela, reformar la industria, reformar el hospital, el


ejército, la cárcel; pero todos saben que, a un plazo más o menos
largo, estas instituciones están acabadas. Solamente se pretende
gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada mientras se
instalan esas nuevas fuerzas que ya están llamando a nuestras
puertas (Deleuze, 2006a:278).

Asimismo muchos centros de encierro han virado sus funciones de


formación hacia la de “depósito” de individuos que “sobran” en el conjunto
social. Para Deleuze no sólo las buenas intenciones reformadoras son vanas,
ya que en muchos casos suponen prácticas de inclusión diferencial; sino
que además observa la reaparición de algunos mecanismos tomados de las
antiguas sociedades de soberanía. Esta caracterización de las sociedades
contemporáneas puede remitirse a los aportes para trazar la historia de la
represión general social, que Deleuze y Guattari realizan en El Antiedipo.
Capitalismo y esquizofrenia. El recorrido histórico es desde formaciones
sociales territoriales (salvajes), pasando por el despotismo (bárbaros), hasta
el capitalismo (civilizados). El pasaje de una formación social a otra no
responde a ningún principio teleológico de la historia. El libro de Deleuze
y Guattari (2005) en su tercer capítulo desaloja una idea de la Historia pro-
gresiva y evolucionista, jerarquizadora de las distintas formaciones sociales.
Existe coexistencia y presuposición recíproca de las diversas formaciones
sociales; y entre las diversas formas estatales se reconoce una relación
paradojal que va de un isomorfismo a una relación de no equivalencia. El

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

despotismo oriental se presenta en el capitalismo como una simultaneidad


real, virtual y actual.
El análisis de la formación social presente contiene una paradoja
central: el capitalismo tiene afinidad con la liberación de los flujos del
deseo de las codificaciones del poder; pero simultáneamente, es una de las
formaciones sociales más terribles. El rol del Estado es indisociable de la
codificación de los flujos, aún en sus versiones más democráticas conserva
el vínculo con el despotismo anterior. En particular en el capitalismo, el
Estado reactualiza la unidad despótica al vincularse con las potencias de
muerte para la creación de instancias internas de antiproducción. Se trata
de una “axiomática mortuoria” (Deleuze y Guattari, 2005) que habilitan la
continuidad de la propia dinámica capitalista a partir de la producción de
una lógica racista (apoyada en consideraciones biológicas o culturales) y
de espacios-tiempos arcaicos, como los de los estados fascistas.
Los cambios en la producción de subjetividad se articulan con
transformaciones en la lógica de la producción capitalista, que ya no es de
producción sino de productos, es decir, de ventas o de mercados. Por eso
la figura de la empresa, con su carácter etéreo, ha ocupado el lugar de la
fábrica. La empresa supone en el proceso de trabajo una lógica de “rivalidad
interminable a modo de sana competición” (Deleuze, 2006a:280), que se
acompaña de la modulación de los salarios. La sociedad de control es la
forma de ejercicio del poder más adecuada a una soberanía propiamente
capitalista, porque ella es una forma que no tiene afuera, sin fronteras, o
mejor aún, con límites fluidos y móviles como lo es el funcionamiento del
mercado mundial (Hardt, 2005:38). Como puede leerse en Imperio (Hardt
y Negri, 2006), la sociedad de control corresponde a una forma de gobierno
que tiende hacia el campo de inmanencia; la sociedad imperial compuesta
por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos por una
única lógica de dominio.

A modo de cierre: apuntes para pensar las prácticas de


resistencia

En este punto, conviene volver sobre algunas de las proposiciones de


Michel Foucault en Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber sobre
el poder entendido en términos de relaciones de fuerza, desequilibradas,

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María Alejandra Pagotto

heterogéneas, inestables y tensas (Foucault, 1999:114). Retomar las afir-


maciones de Foucault donde:

• Las relaciones de poder tienen un papel productor y no están en


posición de exterioridad respecto de otros tipos de relaciones:
económicas, de conocimiento, etc.
• Las grandes dominaciones son efectos hegemónicos sostenidos
continuamente en el marco de una multiplicidad de enfrenta-
mientos al interior de las relaciones de poder.
• Las relaciones de poder son “intencionales y no subjetivas”
(Foucault, 1999:115). El poder se ejerce considerando una serie de
objetivos perseguidos, pero esto no significa que sea el resultado
de una voluntad o decisión de un sujeto individual; sino el dibujo
de un dispositivo de conjunto.

La existencia de una relación de poder, supone una relación de resis-


tencia: “donde hay poder hay resistencia” (Foucault, 1999:116). Los puntos
de resistencia están dentro de la red del poder, son elementos irreductibles
del enfrentamiento:

Están distribuidas de manera irregular: los puntos, los nudos,


los focos de resistencia se hallan diseminados con más o menos
densidad en el tiempo y en el espacio, llevando a lo alto a veces
grupos o individuos de manera definitiva, encendiendo algunos
puntos del cuerpo, ciertos momentos de la vida, determinados
tipos de comportamiento (Foucault, 1999:117).

Los puntos de resistencia introducen en una sociedad líneas divi-


sorias que se van desplazando y atravesando, rompiendo, las unidades;
y suscitando reagrupamientos. La lógica es la de un tejido tanto para la
dominación como para la resistencia:

La red de las relaciones de poder concluye por construir un espeso


tejido que atraviesa los aparatos y las instituciones sin localizarse
exactamente en ellos, así también la formación del enjambre de

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

los puntos de resistencia surca las estratificaciones sociales y las


unidades individuales (Foucault, 1999:117)

El texto de Deleuze invita a pensar la posibilidad de una práctica


política de resistencia. Con relación a la posibilidad de ejercer prácticas de
resistencia, se manifiesta en “Post-scriptum sobre las sociedades de control”
la advertencia sobre escapar de una posición comparativa entre los dos re-
gímenes alrededor de preguntarse cuál es más duro y cuál es más flexible;
“ya que tanto las liberaciones como las sumisiones han de ser afrontadas
en cada uno de ellos a su modo” (Deleuze, 2006a:279). En la primavera del
mismo año en que se publica el Post-scriptum a las sociedades de control,
Deleuze mantiene una entrevista con Toni Negri. Este texto es un insumo
para delinear el modo en que puede ser pensada una práctica política trans-
formadora o bien de resistencia a los mecanismos de control. La entrevista
fue editada bajo el título “Control y Devenir” en el primer número de Futur
antérieur del año 1990.
La práctica política es concebida como un acontecimiento y una sin-
gularidad que abren el presente al futuro, como oportunidades a aprovechar.
Para Deleuze la historia designa únicamente el conjunto de condiciones
(por muy recientes que sean) de las que hay que desprenderse para crear
algo nuevo que responda a lo intolerable del presente. Esas circunstancias
que avergüenzan la condición de ser hombres están en íntima relación con
el análisis del capitalismo “como sistema inmanente que constantemente
desplaza sus límites y constantemente vuelve a encontrarse con ellos a una
escala ampliada, ya que el límite es el propio capital” (Deleuze, 2006b:268).
La topografía de la acción política deja de ser la de la topera, para moverse
en la superficie ondulatoria de la serpiente. A la luz de estas consideraciones
sobre la lógica del capitalismo, la acción política deja de:

Ser protagonizada por la clase, sino por las minorías. Las


minorías carecen de modelo, son un proceso o un devenir, que se
manifiestan como un “Pueblo” que falta. En contraposición, una
mayoría se define por un modelo al que hay que conformarse.
Cuando una minoría, que incluso pueden ser numéricamente más
importante que la mayoría, crea un modelo para poder asegurar
su supervivencia, ser reconocido o imponer sus derechos: “pero su

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María Alejandra Pagotto

potencia procede de aquello que ha sabido crear y que se integrará


en mayor o menor medida en el modelo, sin depender nunca de
él” (Deleuze, 2006:271).

Ser definida por la guerra, para pasar a vincularse con una cierta
manera de ocupar el espacio-tiempo; o de inventar nuevos espacio-tiempos.
Estas invenciones, ya no tienen que ver con recuperar una palabra, “es posi-
ble que la palabra y la comunicación estén ya podridas” (Deleuze, 2006:275).
Crear implica construir máquinas que interrumpan el control y vacuolas
de no comunicación, aunque en términos de volumen sean reducidos. La
piratería, el sabotaje y el virus son los riesgos a los que están expuestas
las máquinas informáticas conformes a las sociedades de control. En este
punto vuelve la inspiración en William Burroughs, quien en 1970 había
publicado La revolución electrónica. El texto tiene como campo de batalla
la cultura y se ofrece como un “manual” de sabotaje urbano y experiencias
audiovisuales donde el lenguaje tiene un estatuto viral y subversivo me-
diante la técnica del cut-up y los dispositivos electrónicos provistos por la
época (Burroughs, 2011).
Estos dos puntos entran en relaciones complementarias con lo que
Deleuze y Guattari habían tempranamente trabajado en El AntiEdipo.
Capitalismo y esquizofrenia. Siguiendo esos lineamientos, la práctica po-
lítica emerge de invenciones que tienen por objeto reparar la máquina del
deseo: 1) deshaciendo las diferentes clases de represión bajo las codificacio-
nes sociales, afirmativamente productoras de modos de ser, embellecidas
por las delicias del marketing; y 2) siguiendo los índices de aquellos lazos,
vinculaciones, “catexis social moral” reaccionarias o revolucionarias. Este
último tipo nunca se manifiesta de manera pura y siempre tiene carácter
potencial. La agencia política de los “grupos sujetos” (Deleuze y Guattari,
2005) es una tarea de evaluación respecto de la oportunidad, las condicio-
nes y el lugar para la producción deseante. La consigna disciplinaria, que
también cumplía un papel desde el punto de vista de la resistencia, deja de
guiar la acción política. Los sindicatos, como órganos políticos de la clase
obrera, que estuvieron ligados a la lucha contra las disciplinas, también se
encuentran en crisis o corrompidos.
La tercera parte del Post-scriptum de las sociedades de control,
lleva por subtítulo “Programa” pero esta noción escapa a toda idea de

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

acción política programática que persiguiera una revolución global; puesto


que recaería en una agencia regulada, integrada y ordenada que vuelve a
codificar la producción deseante. Por lo tanto, el devenir revolucionario
es parcial, fragmentario y específico. Es desde esta condición, que puede
articularse y conectarse en red una acción política de vinculación abierta
que no soporta la totalización autoritaria. Las prácticas en general, y en
particular las de resistencia, escapan a la previsibilidad de los controles y
explotan su posibilidad de variación. Sólo el deseo puede minar el control,
interrumpirlo y fugar de él.

Bibliografía

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Negra, 2011.
— (1959) El almuerzo desnudo, Barcelona, Anagrama, 2000.
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res, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.
Deleuze, Gilles (1990): “Post-scriptum sobre las sociedades de control”,
en Conversaciones, Valencia, Pre-Textos, 2006a.
— (1990) “Control y Devenir”, en Conversaciones, Valencia, Pre-Textos,
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— (1986) Foucault, Buenos Aires, Paidós, 2003.
Deleuze, Gilles; Guattari, Félix (1972): El Antiedipo. Capitalismo y esqui-
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de Cultura Económica, 2008.
— (1977-1978) Seguridad, territorio, población, Buenos Aires, Fondo de
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— (1978) La verdad y las formas jurídicas, Buenos Aires, Gedisa, 2007b.
— (1976) Historia de la sexualidad, México, Siglo XXI, 1999. Tres tomos.
— (1975) Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo
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Hardt, Michel y Negri, Antonio (2000): Imperio, Buenos Aires, Paidós,
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María Alejandra Pagotto

Hardt, Michel (1996): “La Sociedad Mundial de Control”, en Euphorion,


N° 1 Especial Virtual, Medellín, Julio-Diciembre de 2005, pp. 25 – 38.
Disponible en http://revistaeuphorion.files.wordpress.com/2012/05/
dossiers_de_nuevo_el_pensamiento_es_posible_diciembre_2005.
pdf (Fecha de consulta 20/06/2013).
Lazzarato, Maurizio: Políticas del Acontecimiento, Buenos Aires, Tinta
Limón, 2010.
Raffín, Marcelo: “La entrada de la vida en la historia. La filosofía de Michel
Foucault”, en Raffin, Marcelo (Comp.), El tiempo-mundo contempo-
ráneo en la teoría social y la filosofía. Problemas en clave transdici-
plinaria, Buenos Aires, Proyecto Editorial, 2006.
Revel, Judith (2002): El vocabulario de Foucault, Buenos Aires, ATUEL,
2008.
Virilio, Paul (1977): Velocidad y Política, Buenos Aires, La Marca, 2006.

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Cuarta Parte

Lo simbólico y lo imaginario en las


relaciones humanas

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Capítulo XI
Introducción a la teoría de
Pierre Bourdieu
Marcelo Raffin

Presentación

Quiero introducir esta presentación de la que llamo la teoría de


Pierre Bourdieu, rememorando las ideas de este gran intelectual, un poco
a su estilo, haciendo una suerte de auto-análisis, muy propio de la práctica
de la Sociología, o, al menos, de cierta forma de concebir la Sociología y
de practicarla, a partir de lo vivido, a partir de nuestra implicación con los
demás y con la realidad que vivimos, algo que Bourdieu llama el “socio-
análisis” o la “Sociología reflexiva”, por medio de un pasaje de mi vida
que me liga a él muy directamente. Bourdieu iba a ser mi director de tesis
doctoral si hubiera elegido doctorarme en Sociología pero finalmente opté
por hacerlo en Filosofía, con lo cual la elección de la dirección del trabajo
doctoral fue otra. De manera que, antes que nada, en mi acercamiento a
las contribuciones de Bourdieu, está la gran admiración que profeso por
él, que me llevó a elegirlo como director de tesis si la disciplina doctoral
hubiera sido la Sociología.
El título de mi artículo trasunta, en primer término, una solicitación
a conocer y a usar la theoría, los conceptos, las propuestas, las contribu-
ciones que hizo Pierre Bourdieu como “caja de herramientas” para pensar
problemas concretos, para “resolverlos” y eventualmente para intervenir en
ellos. La teoría de Bourdieu es sumamente amplia; por supuesto, sociológica
pero también filosófica e histórica, antropológica, lingüística, económica,
entre otros campos. Preguntarse por la teoría de Bourdieu es preguntarse

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

por la producción de Bourdieu, por lo que en los círculos académicos lla-


mamos la “obra” de un “autor”. La pregunta por la obra remite a un gesto
netamente bourdieusiano que en un texto que dedica a Michel Foucault (su
contemporáneo, aunque escrito en 1996, luego de la muerte del filósofo),
retoma la ya clásica pregunta-cuestionamiento del propio Foucault acerca
de qué es un autor. En efecto, Bourdieu se pregunta sobre Foucault: “¿qué
es hacer hablar a un autor?”. Y responde con otras dos preguntas: “¿es ha-
cerle justicia o servirnos de él?, ¿una suerte de fetichismo?” (cf. Bourdieu,
1996a:13). Estas preguntas son las que nos permiten comenzar a delinear
un gesto fundamental en Bourdieu, al que ya he hecho referencia y que ha
llevado a nombrar a su teoría como “reflexiva”, como “auto-analítica”, es
decir, haciendo explícitas claramente las condiciones de producción (en el
sentido más amplio de la expresión) del conocimiento: quién lo produjo,
por qué, en qué condiciones, es decir, cómo y en qué contexto, para quién,
pretendiendo qué efectos, buscados o inconscientes, explícitos o impensa-
dos. Se trata de una transposición de la revolución que vive la lingüística por
esos mismos años, al campo de la teoría social y que repercutirá también
claramente en la producción bourdieusiana, en sus trabajos explícitamente
dedicados al campo del lenguaje y la comunicación como ¿Qué significa
hablar? (1982) y Lenguaje y poder simbólico (1991). Se trata entonces de
reconstruir aquello que denominamos “obra” y que atribuimos a la antigua
categoría de “auctor”. Pero, siguiendo al propio Bourdieu que retoma el
cuestionamiento foucaulteano, cabría mejor hablar de una “escritura” más
que de una “re-escritura” al momento de hablar de una obra y de un autor en
el acto de la interpretación, de un gesto que solo cobra vida en el momento
en que cada intérprete lo construye como tal para sus propios intereses.
Teniendo en cuenta estas salvedades, me gustaría presentar, invitando a
adentrase en ella, a usarla y a transgredirla, la “obra” de Pierre Bourdieu.

Vida y obra

Hablar de la obra es hablar también de la vida, la vida y la obra de


Pierre Bourdieu. Bourdieu fue un pensador y un intelectual brillante, rigu-
roso, comprometido, activista, sumamente prolífico, multifacético, abierto
a múltiples perspectivas, tematizaciones y objetos, de manera que podría
decirse que nada de lo humano le resultaba ajeno. Voy entonces a referirme

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Marcelo Raffin

a los libros y artículos de Bourdieu a partir de su vida o a su vida a partir


de sus libros y artículos.
Pierre Bourdieu, 1930-2002. Nace en el seno de una familia campe-
sina en el suroeste de Francia, en Denguin, en la región de Béarn. Realiza
sus estudios superiores en París, primero en el liceo Louis-le-Grand, en
1948, y luego en la Escuela Normal Superior de la calle de Ulm, a partir de
1951. El servicio militar lo lleva a Argelia a mediados de la década de 1950
en el contexto de lo que se dio en llamar la “pacificación”, en el marco de
la guerra de independencia (entre 1954 y 1962). Se trata de un momento
en que Argelia rompe la relación colonial con la metrópoli francesa, en el
contexto de los procesos de descolonización, particularmente en Asia y
África. Al cabo de esta experiencia de servicio militar, que le insume dos
años, Bourdieu asume un cargo como profesor asistente en la Facultad de
Letras de Argel con el fin de llevar a cabo sus estudios sobre Argelia. Este
periodo argelino será decisivo en la medida en que lo llevará definitivamente
a volcarse a la Sociología. Bourdieu elaborará varios trabajos sobre Argelia
a partir de este momento, entre otros, Sociología de Argelia, publicado
por la Editorial P.U.F en la colección Que sais-je, en 1958, a lo que van
a seguir, Trabajo y trabajadores en Argelia (en colaboración con Alain
Darbel, Jean-Paul Rivet y Claude Seibel, 1963), El Desarraigo. La crisis
de la agricultura tradicional en Argelia (en colaboración con Abdelmalek
Syad, 1964), Tres estudios de etnología cabilia (incluido en Esbozo de una
teoría de la práctica, 1972) y finalmente, Argelia 60. Estructuras econó-
micas y estructuras temporales (1977).
En 1960, Bourdieu regresa a París para comenzar a trabajar como
asistente de Raymond Aron en la Universidad de París. Luego se desem-
peñará como profesor de la Universidad de Lille, en la Escuela Práctica de
Altos Estudios (EPHE) y finalmente, en 1975, en la Escuela de Altos Estudios
en Ciencias Sociales (EHESS), instituciones de educación superior. En
1964, se publica uno de sus primeros grandes trabajos, realizado junto a
Jean-Claude Passeron, Los Herederos. Los estudiantes y la cultura, fuerte
crítica al sistema escolar francés.
A partir de 1965, Bourdieu va a abocarse a una serie de estudios refe-
ridos al arte y a la estética, comenzando por Un arte medio. Ensayo sobre
los usos sociales de la fotografía (1965) y El amor del Arte. Los museos
de arte europeos y su público (1966), que van a desembocar en una de

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

sus obras fundamentales, como es La Distinción. Crítica social del juicio


(1979), donde plantea los conceptos centrales de su análisis sociológico
a partir de las nociones de reproducción, violencia simbólica, campo(s),
capital simbólico y habitus.
En 1967, Bourdieu, junto a Jean-Claude Chamborderon y Jean-
Claude Passeron, publica El Oficio de sociólogo. Presupuestos epistemo-
lógicos, en el que expone los métodos de la Sociología. Siguen en 1970,
La Reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza
(también con Jean-Claude Passeron) y en 1972, Boceto para una teoría de
la práctica. Precedido de Tres estudios de etnología cabilia. Los años 1970
son también los de la fundación de la Revista Actas de la Investigación en
Ciencias Sociales (1975), que dirige hasta su muerte, donde difunde sus
trabajos y los de sus discípulos.
En 1981, Bourdieu es elegido profesor en el prestigioso Colegio de
Francia (Collège de France). Ese año publica Cuestiones de Sociología, y
el anterior, El Sentido práctico.
Viene luego una serie de grandes libros entre los que cabe mencionar:
¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos (Ce que
parler veut dire. L’économie des échanges linguistiques, 1982); Lenguaje
y poder simbólico (1991), que retoma algunos textos de ¿Qué significa ha-
blar?, los reformula y expande; Homo academicus (1984); Cosas dichas
(1987), en el que Bourdieu propone llamar a su teoría sociológica con el
nombre de “estructuralismo constructivista” o “constructivismo estructura-
lista” con la intención de subrayar la interacción entre ambas perspectivas,
en la medida en que entiende que el mundo social está constituido tanto
por estructuras que son construidas por los actores sociales (constructi-
vismo) pero que, una vez construidas, condicionan, a su vez, la acción de
estos actores (estructuralismo); La Nobleza de Estado. Grandes escuelas
y espíritu de cuerpo (1989); Las Reglas del arte. Génesis y estructura del
campo literario (1992); La Miseria del mundo (1993), una investigación
llevada a cabo por un equipo de sociólogos bajo la dirección de Bourdieu,
durante tres años, que constituye un preciso y profundo trabajo sobre las
condiciones de producción de las formas contemporáneas de la miseria
social, el Estado, la escuela, el ámbito de los trabajadores sociales, el
mundo obrero, el subproletariado, el universo de los empleados, el de los
campesinos y de los artesanos, la familia, etc., tantos otros espacios donde

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Marcelo Raffin

se anudan conflictos específicos y donde se afirma un sufrimiento cuya


verdad es dicha por aquellos que la viven, pero un libro que también debe
ser leído como una propuesta de otra manera de hacer política; Razones
prácticas. Sobre la teoría de la acción (1994).
Los años 1990 verán también la publicación de Sobre la televisión,
seguido de El Imperio del periodismo (1996), donde Bourdieu pretende
mostrar cómo los dispositivos de los programas televisivos están estruc-
turados de manera tal que generan una potente censura de toda palabra
crítica del orden dominante; La dominación masculina (1998), en el que
deconstruye la dominación masculina tan fuertemente enraizada en nues-
tro inconsciente que no nos permite darnos cuenta de ella, tan puesta al
servicio de nuestras expectativas que su naturalidad misma se presenta
como el mayor obstáculo para cuestionarla; Contrafuegos 1. Palabras para
servir a la resistencia contra la invasión neoliberal (1998), Palabras sobre
el campo político (2000) y Contrafuegos 2. Para un movimiento social
europeo (2001), Intervenciones políticas 1961-2001. Textos y contextos
de un modo específico de intervención política (2002), que presentan una
fuerte crítica a la configuración de la política actual, en especial, frente a la
hegemonía neoliberal; y su último libro, El Baile de los solteros. Crisis de
la sociedad campesina en Béarn (2002), en el que lleva sus categorías de
análisis a la sociedad en la que nació.
Bourdieu también publica dos libros de corte más filosófico: La
Ontología política de Martin Heidegger (1988) y Meditaciones pascalia-
nas (1997).
En total, Bourdieu publica más de treinta libros y alrededor de cien
artículos. Es necesario subrayar que en ellos, al mismo tiempo que expone
y propone nuevas y fuertes líneas teóricas, acompaña su trabajo con un
fecundo y profuso trabajo de campo, recuperando su idea de una actividad
teórica en sus estados prácticos, de una teoría como práctica, valiéndose
entonces de herramientas metodológicas como la estadística, los estudios
de campo, las encuestas y los cuestionarios.

La teoría de Pierre Bourdieu

Hay en Bourdieu una fusión de tradiciones sociológicas que en ge-


neral se presentan como antagónicas, tanto de las teorías del orden como

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

del conflicto (donde aparecen sus tres representantes clásicos: Durkheim,


Weber y Marx) pero con sello propio.
La obra de Bourdieu ha suscitado admiración y crítica, esta última
las más de las veces a partir del desconocimiento o la estrategia de contra-
ataque por el gesto de la denuncia que significaron sus contribuciones,
sobre todo, de las acciones y los lugares de la dominación y la producción
y reproducción social.
Podemos reconocer en la obra de Bourdieu, una serie de ejes que nos
permiten reconstruirla o re-escribirla. Partiendo de un conjunto de preocu-
paciones sobre la producción del conocimiento científico, en particular, en
el campo de las ciencias sociales y el espacio social, es el propio Bourdieu
quien propone esa serie de ejes como objeto de análisis, que refieren al len-
guaje, al arte y la estética, a la cuestión del género, a los medios masivos de
comunicación social, en especial a la televisión, a la economía, la política,
la educación, la religión y el mundo campesino, entre otros.
En primer lugar, hay una preocupación por la producción del co-
nocimiento científico, su estatuto y particularmente la Ciencia social y la
Sociología. Como Louis Pinto, uno de sus mayores analistas lo señala (cf.
Pinto, 1995:610-630) y como el propio Bourdieu lo reconoce en su artículo
dedicado a Foucault, Bourdieu pertenece al polo de la cultura racionalista y
científica representado por Bachelard, Canguilhem, Koyré, Vuillemin y por
supuesto previamente, Brunschvicg, al que también pertenece Foucault, y
aparece opuesto al polo existencialista representado por Sartre. Bourdieu
pretende no separar el sentido de una teoría de sus usos concretos en la
actividad del conocimiento. Entre otros textos, el comienzo de El sentido
práctico (1980) permite identificar como práctica, una intención teórica
en el estado práctico. En este libro, que trata sobre la oposición entre ob-
jetivismo y subjetivismo como en varios otros textos,

…el rechazo de la alternativa va acompañado de una postura


cuasi leibniziana de comprensión (más que de conciliación) de
los opuestos, que consiste en develar la parte de racionalidad
que implica un punto de vista, y en mostrar que el conflicto entre
visiones de aspecto contrario, debe su apariencia no a la lógica
pura sino a las coacciones sociales, que no son percibidas como
tales, de la perspectiva (1980:611).

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Marcelo Raffin

En el célebre texto La Sociología, una ciencia que incomoda,


(Une science qui dérange, entrevista de Pierre Thuiller, publicada en La
Recherche, Nº 112, en junio de 1980, pp. 738-743 e incluida en Cuestiones
de Sociología de 1984), Bourdieu se pronuncia definitivamente sobre el
estatuto científico de la Sociología pero definiéndola como una ciencia que
incomoda, que “molesta” (dérange) literalmente, que muestra aquello que
no se quiere ver o mirar, que, en definitiva, es incómoda o molesta para
cierta configuración de poder o de poderes. Bourdieu dice “si la Sociología
es una ciencia crítica es quizás porque ella misma se encuentra en una
posición de crítica” (Bourdieu, 1980:20). Y agrega: si es problemática es

…porque devela cosas ocultas y a veces rechazadas (refoulées)


como la correlación entre el éxito escolar, que se identifica con la
“inteligencia”, y el origen social o, mejor dicho, el capital cultural
heredado de la familia. Son verdades que los tecnócratas y los
epistemócratas –es decir un número considerable de quienes leen
Sociología y la financian– no quieren oír (1980:20).

Asimismo, Bourdieu ha integrado tradiciones teóricas (como las de


Marx, Durkheim y Weber) que han sido arbitrariamente separadas por la
historia o por el dogmatismo, tratando de comunicar teorías opuestas. No
se trata, sin embargo, de falsas síntesis eclécticas sino de un cuestionamien-
to radical que lleva al principio del antagonismo aparente. Es aquí donde
Bourdieu da un claro ejemplo de lo que pretende hacer: de manera con-
traria a la tendencia común del marxismo hacia el economicismo (que solo
entiende la economía en el sentido restringido de la economía capitalista
y que lo explica todo por la economía definida de este modo), Max Weber
extiende el análisis económico (en el sentido generalizado) a terrenos gene-
ralmente abandonados por la economía, como la religión. Así, caracteriza a
la Iglesia, con “una magnífica fórmula”: “como detentora del monopolio de
la manipulación de los bienes de salvación” (Bourdieu, 1980:25). Y concluye:
[la Iglesia] “invita a un materialismo radical que busca los determinantes
económicos (en el sentido más amplio) a terrenos en donde reina la ideología
del ‘desinterés’, como el arte o la religión” (Bourdieu, 1980).
En lo que hace al espacio social, Pierre Bourdieu elabora una serie
de conceptos claves que aparecerán en varias tematizaciones. Ellos son

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

básicamente, tal como señalé previamente, los de reproducción, violencia


simbólica, campo(s), capital simbólico y habitus.
Para Bourdieu, es fundamental en la producción y la reproducción
del orden social, la dimensión simbólica y cultural. De esta manera, la
reproducción del orden se produce a partir de la acción de aquellos que se
encuentran en una posición de dominación a partir del capital simbólico
con el que cuentan. Esta situación es construida a partir del intercambio
de bienes simbólicos en un campo determinado que es justamente definido
como espacio de intercambio en el que solo podrán interactuar de manera
legítima, aquellos que cuentan con ese capital. Bourdieu reformula la no-
ción de legitimidad a partir lo que denomina la “violencia simbólica” que
define como la capacidad que poseen aquellos que cuentan con el capital
simbólico suficiente para efectuar intercambios legítimos, para naturalizar
o no hacer patente lo artificial y arbitrario de esas producciones simbólicas.
El espacio social moderno es concebido por Bourdieu a partir de la
división en campos o sub-espacios basados en la diferenciación de las acti-
vidades sociales, como, por ejemplo, el campo artístico o el campo político.
Cada campo cuenta con una autonomía relativa respecto de la sociedad
considerada en su conjunto. Los campos guardan una jerarquía entre sí
y su dinámica proviene de las luchas competitivas que se producen entre
agentes sociales con el fin de ocupar posiciones dominantes en ellos. A di-
ferencia del análisis marxista tradicional, Bourdieu reinterpreta la noción
de clase y ubica el conflicto en los distintos campos sociales antes que a
nivel global de la sociedad considerada en su conjunto, y lo explica a partir
de las jerarquías respectivas que se establecen entre ellos y se fundan en la
oposición entre agentes dominantes y agentes dominados.
Bourdieu recupera, en consecuencia, la categoría de agente en la
visión de aquellos que componen el espacio social y elabora una teoría de la
acción social en torno del concepto de habitus entendido como disposiciones
adquiridas en los procesos de socialización que, de manera inconsciente,
permiten a los agentes desarrollar estrategias en el despliegue del inter-
cambio simbólico que tiene lugar en los campos sociales.
Bourdieu elaboró estos conceptos a partir de la experiencia argelina
y sus estudios sobre el sistema escolar francés, durante los años 1960 y los
tradujo, en primer término y de manera fundacional, en al menos tres obras:
Los Herederos. Los estudiantes y la cultura con Jean-Claude Passeron

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Marcelo Raffin

(1964), La Reproducción. Elementos para una teoría del sistema de ense-


ñanza (también con Jean-Claude Passeron, 1970) y La Distinción. Crítica
social del juicio (La Distinction. Critique sociale du jugement, 1979). Me
centraré particularmente en estas obras, y sobre todo en la primera y en la
última, en la medida en que, en mi opinión, constituyen una cantera común
puesto que en ellas aparecen, de manera central, los conceptos mencionados.
En Los Herederos, obra que presenta una crítica acerba del sistema
escolar francés, en particular de los criterios del “éxito” escolar, Bourdieu y
Passeron demuestran, ya desde el título mismo, la tesis de que esa noción de
éxito no se debe a cuestiones de inteligencia sino que reproduce los criterios
culturales básicos que hacen a la reproducción social. Los “herederos” no
son ni más ni menos que aquellos escolares que pertenecen a los campos
que producen, mediante la violencia simbólica, los criterios naturalizados
de la cultura y el conocimiento. De esta suerte, aquellos que tienen el mayor
“éxito” en la escuela, es decir, los “mejores”, los que obtienen las mejores
notas, son aquellos que se encuentran inmersos en un continuum cultural
respecto de sus grupos de origen en tanto que aquellos que presentan “fra-
casos” escolares, los “peores” alumnos, los que obtienen notas más bajas,
se encuentran en una situación de desventaja y deben “aprender” una
cultura que no les es “familiar” y que origina esta distancia en los criterios
del éxito y el fracaso.
Tal como señala Ricardo Sidicaro en el estudio introductorio “La
sociología según Pierre Bourdieu”, de la obra publicada por la Editorial
Siglo XXI de Argentina en 2003,

Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron se propusieron


demostrar que las instituciones escolares actuaban, de modo
predominante, otorgando títulos y reconocimientos educativos
a quienes pertenecían a situaciones culturales, sociales y
económicas privilegiadas, y que con su acción legitimaban y
reforzaban desigualdades sociales de origen, a las que les daban
el carácter de dones naturales de inteligencia. Así, el paso por las
instancias educativas formales consagraba, mayoritaria si bien no
exclusivamente, a los estudiantes cuyas procedencias familiares –
culturales, económicas y de vinculaciones sociales– los colocaban
en situaciones aventajadas, o de complicidad objetiva, ante

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

la acción escolar “igualitaria”, que valoraba positivamente las


sensibilidades, predisposiciones y conocimientos que traían de sus
hogares y trayectorias previas, en múltiples aspectos coincidentes
con los contenidos y destrezas impartidas como “nuevas” para
todos pero que algunos ya poseían. De este modo, los sistemas
escolares reproducían y premiaban, bajo la adjudicación de
desigual capacidad intelectual o interés frente al conocimiento, lo
que, en realidad, eran las consecuencias de las asimetrías sociales
que coronaban simbólicamente (Sidicaro, 2003:XIX).

En La Distinción, Bourdieu se aboca a desmitificar los criterios


sociales naturalizados del gusto estético. Hay aquí, no podemos dejar de
decirlo, una fuerte crítica a la construcción clásica kantiana de la estética y,
en particular, del juicio estético como criterio de gusto (de ahí que la obra se
denomina en el original, “crítica social del juicio” –traducido al castellano,
cambiando, aunque de manera acertada, el término “juicio” por “gusto”,
como el “criterio social del gusto”–, aludiendo al juicio estético kantiano, al
que Kant dedica buena parte de su tercera crítica, la Crítica de la facultad
de juzgar (Kritik der Urteilskraft, de 1790). Nuevamente en Bourdieu,
aparece la desnaturalización, la deconstrucción de un criterio que no es
del orden de lo dado, de lo natural (el gusto como un “don natural”), sino
del orden de lo construido al interior de la competencia de agentes que
intercambian su capital simbólico en un campo determinado, en este caso,
el campo artístico. Bourdieu afirma:

El “ojo” es un producto de la historia reproducido por la educación.


Ocurre así con el modo de percepción artística que se impone hoy
como legítimo, es decir, la disposición estética como capacidad de
considerar en sí mismas y para sí mismas, en su forma y no en su
función, no solo las obras designadas para una aprehensión tal, es
decir, las obras de arte legítimas, sino todas las cosas del mundo,
ya se trate de obras culturales que aún no están consagradas –
como, en una época, las artes primitivas u, hoy en día, la fotografía
popular o el kitsch- u objetos naturales. La mirada “pura” es una
invención histórica que es correlativa de la aparición de un campo
de producción artística autónomo, es decir capaz de imponer sus

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Marcelo Raffin

propias normas tanto en la producción como en el consumo de


sus productos. [...] El gusto clasifica, y clasifica a quien clasifica:
los sujetos sociales se distinguen por las distinciones que operan,
entre lo bello y lo feo, lo distinguido y lo vulgar, donde se expresa
o se traduce su posición en las clasificaciones objetivas (Bourdieu,
1996b:III y IV).

Tal como señalé previamente, al mismo tiempo que Bourdieu expone


y propone nuevas y fuertes líneas teóricas, acompaña su trabajo con un
fecundo y profuso trabajo de campo. Así, La Distinción es acompañada con
un considerable trabajo de encuestas.
El libro comienza con la siguiente declaración:

Hay una economía de los bienes culturales pero esta economía


tiene una lógica específica que hay que distinguir para escapar al
economicismo. Para ello, hay que trabajar en primer lugar en el
establecimiento de las condiciones en las que son producidos los
consumidores de bienes culturales y su gusto, al tiempo que en
la descripción de las diferentes maneras de apropiarse aquellos
bienes que son considerados en un momento dado del tiempo
como obras de arte y las condiciones sociales de la constitución
del modo de apropiación que es considerado legítimo (Bourdieu,
1996b:I).

Bourdieu refuerza esta idea señalando que la adquisición de la cultura


legítima a través de la familiarización insensible en el seno de la familia,
tiende a favorecer una experiencia encantada de la cultura, que implica el
olvido de la adquisición y la ignorancia de los instrumentos de la apropia-
ción. Y remata esta idea afirmando que

…la negación del goce inferior, grosero, vulgar, venal, servil, en


una palabra natural, que constituye como tal lo sagrado cultural,
encierra la afirmación de la superioridad de aquellos que saben
satisfacerse con placeres sublimados, refinados, desinteresados,
gratuitos, distinguidos, para siempre prohibidos a los simples

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profanos. Es lo que hace que el arte y el consumo artístico estén


predispuestos a cumplir, guste o no, se lo sepa o no, una función
social de legitimación de las diferencias sociales (Bourdieu,
1996b:VIII).

En suma, la teoría de Bourdieu constituye una obra enorme, polifa-


cética y plena de potencialidades, que, como un caleidoscopio, nos permite
múltiples miradas y herramientas y sobre todo, escuchar el estruendo de
la batalla e intervenir en ella.

Bibliografía

Bourdieu, Pierre: ¿Qué es hacer hablar a un autor? A propósito de Michel


Foucault, 1996a.
— La Distinction. Critique sociale du jugement, Paris, Minuit, 1996b.
— “Une science qui dérange”, entrevista de Pierre Thuiller, publicada
en La Recherche, Nº 112, en junio de 1980, pp. 738-743, incluida en
Cuestiones de Sociología (1984).
Pinto, Louis : “La théorie en pratique”, en Critique, nº 579/580, número
dedicado a Pierre Bourdieu, Paris, agosto-septiembre de 1995.
Sidicaro, Ricardo (2003): “La sociología según Pierre Bourdieu”, en
Bourdieu, Pierre y Passeron, Jean-Claude, Los herederos. Los estu-
diantes y la cultura, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.

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Capítulo XII
La teoría de los campos de Bourdieu: una
aproximación a partir del estudio del arte
y el periodismo

Karina Mouzo

Presentación

Pierre Bourdieu (1930-2002) es uno de los sociólogos más sobresa-


lientes de la segunda mitad del siglo XX, pensador vivaz se dio a la tarea de
construir su propia teoría apropiándose de los elementos más interesantes
del marxismo y de la sociología clásica (Durkheim y Weber fundamental-
mente). Caracterizó a la sociología como una “ciencia que incomoda” en
tanto que considera que la única forma hacer sociología es cuestionando
de forma radical el orden existente, a partir de descubrir cuestiones que
aparecen ocultas y muchas veces naturalizadas en nuestra vida cotidiana.
La culminación de su desarrollo teórico es la denominada “teoría de
los campos”. En una conferencia realizada en 1976 esbozó las leyes generales
de los campos y afirmó que: “campos tan diferentes como el de la política,
la filosofía, o el de la religión tienen leyes de funcionamiento invariantes…”
(2002a:119). A partir de esa conferencia, y de los postulados que presenta,
nos proponemos en este breve artículo dar algunos ejemplos que sirvan
para ilustrar qué es un campo y cómo funciona.
Antes de avanzar y para evitar confusiones debemos señalar que
un campo no es un dato objetivo, no se trata de algo que existe en la
“realidad”, sino que es una particular construcción que realiza el analista
para ver luchas y enfrentamientos en espacios sociales que se encuentran
estructurados y funcionan con reglas específicas -la mayoría de las veces

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no explicitadas - que son aprendidas de forma eminentemente práctica.


Asimismo, para abordar algunos ejemplos de cómo funcionan los campos,
debemos incorporar los conceptos de habitus y capital. Los tres conceptos
juntos: campo-habitus-capital, constituyen los elementos centrales de la
sociología reflexiva desarrollada por Pierre Bourdieu.

Tres definiciones básicas:

¿Qué son los campos?

…espacios estructurados de posiciones (o de puestos) cuyas


propiedades depende de su posición en dichos espacios y
pueden analizarse en forma independiente de las características
de sus ocupantes (en parte determinados por ella) (Bourdieu,
2002a:119).

¿Qué son los habitus?

Los condicionamientos asociados a una clase particular de


condiciones de existencia producen habitus, sistemas de
disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas,
predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es
decir como principios generadores y organizadores de prácticas
y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas
a su fin sin suponer la búsqueda consciente de fines y el
dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos,
objetivamente “reguladas” y “regulares” sin ser el producto de
la obediencia a reglas, y, a la vez que todo esto, colectivamente
orquestada sin ser producto de la acción organizadora de un
director de orquesta. (Bourdieu, 1991:92).

¿Qué son los capitales? o bien, ¿en qué tipos de capital piensa
Bourdieu?

El capital puede presentarse de tres maneras fundamentales (…)


el capital económico es directa e inmediatamente convertible en

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Karina Mouzo

dinero y resulta especialmente indicado para la institucionalización


en forma de derecho de propiedad; el capital cultural puede
convertirse bajo ciertas condiciones en capital económico y
resulta apropiado para la institucionalización, sobre todo, en
forma de títulos académicos; el capital social, que es un capital de
obligaciones sociales, resulta igualmente convertible, bajo ciertas
condiciones, en capital económico, y puede ser institucionalizado
en forma de títulos nobiliarios (Bourdieu, 2001:135).

Además del capital económico, social y cultural, Bourdieu introduce


una cuarta de forma de capital al que denomina capital simbólico que no
es más que el reconocimiento hacia los agentes que poseen alguna de las
otras formas de capital, principalmente económico y cultural. Porque no
solo basta con poseer determinados capitales sino que también se necesita
del reconocimiento de los otros actores (Bourdieu, 2000).
Una de las propiedades que caracteriza a un campo es que constituye
un espacio de lucha en el que hay en juego algún tipo de capital específico,
que además es escaso.
No todo espacio social puede ser considerado un campo, puesto que
no en todos hay luchas y disputas, ni todo espacio social goza de la auto-
nomía relativa necesaria para ser considerado un campo. Asimismo los
campos no son instituciones: no alcanza con un marco institucional para
definir un espacio como campo. Mientras que la definición de un espacio
institucional puede responder en ciertos casos a una definición legal, “en el
papel”, el campo existe en la vitalidad de las luchas que allí se suscitan, en
su fuerza intrínseca, en lo lógica propia que empuja a todos sus miembros
a seguir reglas eminentemente prácticas que muchas veces se encuentran
lejos de lo legalmente estipulado.
Entonces, ¿cómo se delimita un campo?
La delimitación de un espacio como campo es una decisión del ana-
lista, es decir, del sociólogo que, inmerso en un proceso de investigación y
a partir de algunos hallazgos preliminares, comprende que puede abordar
ciertos tipos de relaciones sociales como inmersas dentro de un campo.
Ahora bien, tomar un espacio como campo y delimitarlo como tal requiere
tener en cuenta las siguientes cuestiones:

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

Un campo es un sistema relacional conformado por posiciones que


se encuentran definidas, a grandes rasgos, en base a dos variables, el capital
cultural y económico que cada agente posee, “…el capital es trabajo acumu-
lado o bien en forma de materia, bien de forma interiorizada o ‘incorporada’”
(Bourdieu, 2001:131). Por ejemplo, el capital cultural puede presentarse en
estado incorporizado, en forma de disposiciones duraderas del organismo,
es estado objetivado como bienes culturales, o en estado institucionalizado
como los son por ejemplo los títulos académicos.
Cada agente ocupa una posición precisa dentro de este espacio y su
lugar está dado por la cantidad de capital acumulado, por las relaciones que
establece con -y el reconocimiento que obtenga de- los otros miembros de
este espacio y por las estrategias que instrumente para conservar o cambiar
su posición. Vale aclarar que estas posiciones no son fijas sino que pueden
variar a lo largo del tiempo. En muchos casos suele ocurrir que los más
jóvenes, que recién comienzan sus carreras, ocupan posiciones subordi-
nadas, que luego se trasforman en dominantes con el correr de los años y
la consolidación de sus trayectorias.
Los agentes involucrados dentro de un campo determinado deben
poseer un habitus acorde al espacio en cuestión. Esta posesión es anterior
y posterior al ingreso a un campo. Vale decir, los campos suponen cierto
habitus pero a la vez lo construyen. En efecto, todos los actores son portado-
res de un habitus producto de su trayectoria social, cierto habitus de clase,
pero cuando se ingresa a un campo se deben adquirir nuevas destrezas y
puntos de vista (de visión y división), la mayoría de las veces en sintonía
con los puntos de vista dominantes en ese espacio de lucha y disputa del que
formamos parte. De este modo para adquirir cierto habitus, o mejor dicho,
para que el habitus sea el apropiado para disputar con éxito dentro de un
campo, es necesaria una inversión de recursos, de energía, de expectativas
que puede involucrar gran parte de la vida de un individuo.
Los agentes que forman parte de un campo luchan y compiten entre
sí. Se trata de disputas que, si bien son estructurantes de estos espacios, la
mayoría de las veces se presentan de forma velada e incluso pueden no ser
percibidas por los actores que forman parte de ese espacio.
Los agentes que forman parte de un campo deben tener “interés” en
participar de ese espacio, es decir, deben poseer aquello que Bourdieu de-
nomina illusio: deben invertir y creer que lo que está en juego en el campo

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Karina Mouzo

que participan es valioso. Sin esta creencia, sin este deseo, el juego de luchas
y confrontaciones que un campo supone pierde sentido.
Incluso los agentes que critican las lógicas que estructuran un campo
participan del juego, porque aunque disconformes con algunas de sus reglas,
creen y valoran aquello que se encuentra en disputa. Más aún, para que
una crítica tenga sentido, o bien haga sentido dentro de un campo, debe
ser realizada por alguien que juega la partida “desde adentro”, es decir, que
conoce lo que allí sucede y que como miembro legítimo realiza su crítica.
Los campos tienen reglas de funcionamiento que son eminentemente
reglas prácticas, reglas que al formar parte del habitus “hacen cuerpo” y
conforman una determinada hexis corporal. En efecto, los habitus pue-
den ser pensados como el mundo objetivo corporizado, interiorizado, al
tiempo que los campos son el mundo subjetivo objetivado en posiciones y
estructuras sociales.
Los límites de un campo están determinados por los alcances de la
disputa en cuestión. En aquellos lugares en los que la lucha pierde su sen-
tido y no hay agentes dispuestos a involucrarse en ella y se pierde la illusio,
la creencia en el juego, el alcance del campo se detiene y ese constituye su
límite.
Por último, existen tantos campos como espacios sociales que cuenten
con las características aquí definidas. Y la relación entre los campos exis-
tentes puede ser de cierta autonomía, de homología, influencia, de lucha y
disputa. A modo de ejemplo: el campo económico, el político, el científico,
el religioso y el artístico se encuentran vinculados, se influyen mutuamente
y en ciertos momentos entran en disputas que pueden tornarse visibles.
A partir de estas definiciones básicas y para allanar el camino en la
aprehensión de estos conceptos buscaremos graficar con algunos ejemplos
qué es un campo, qué condiciones se deben cumplir para que un espacio
pueda ser considerado y abordado como un campo y cuáles son las ventajas
de un abordaje a partir de esta teoría.

Algunos ejemplos de cómo funcionan los campos: el campo


artístico y el campo periodístico

El campo del arte es uno de los ejemplos preferidos de Pierre


Bourdieu (2002b). Justamente este campo se nos aparece como el espacio
de la creatividad, de la libertad, de la imaginación, un espacio despojado de

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S O C I E D A D , C U LT U R A Y P O D E R . R E F L E X I O N E S S O B R E T E O R Í A S O C I A L

los intereses materiales y mundanos. Sin embargo, el sociólogo francés nos


muestra que el campo del arte es un campo que está estructurado y se en-
cuentra atravesado por feroces luchas y tensiones. Para comenzar, debemos
señalar que convertirse en un “artista” no es una tarea sencilla, o al menos
no es sencillo para muchos. Si bien es muy frecuente escuchar que el talento
y el don para ser artista es innato, convertirse en artista supone poseer un
habitus determinado, al tiempo que ser reconocido por sus pares. Llegar
a ser un artista implica una forma de ver, de comprender y de actuar en el
mundo; una manera legítima de hacerlo a la vez que una forma reconocida
por los otros miembros de este espacio. Los agentes de este particular campo
luchan por ser reconocidos dentro y fuera de este espacio y deben cumplir
con las reglas para serlo (como por ejemplo, exponer en tal o cual museo,
estudiar con determinado maestro, vincularse con ciertas personalidades,
desarrollar cierto tipo de criterio estético, etc.). Ahora bien, esas reglas no
están escritas, ni son códigos ni recetas, sino que son reglas prácticas que
pueden ser transmitidas en la interacción. Solo aquellos agentes que juegan
el juego que se desarrolla en el campo del arte comprenden estas reglas y
pueden utilizarlas de forma correcta. Vale decir, no hay manuales que nos
indiquen cómo convertirnos en un artista reconocido, cualquier fórmula
puede sonar forzada, impostada, e ir en contra de cierta naturaleza de la
que se supone se encuentran dotados los “verdaderos artistas”.
Por otro lado, el tipo de capital en disputa dentro de este campo es el
capital cultural (que se presenta como capacidad creativa, de innovación,
originalidad, buen gusto, etc.) y es la acumulación de este tipo de capital la
que determina en cierto modo el posicionamiento dentro de este espacio.
A su vez, además de acumular capital cultural, se debe contar con el reco-
nocimiento de los otros agentes del campo (críticos, curadores, el público,
los otros artistas), es decir, se debe contar con cierto capital simbólico que
brinda legitimidad y posiciona a los agentes dentro de este espacio.
Si analizamos el campo del arte de acuerdo a cómo se encuentran
dispuestos los distintos agentes nos encontramos con dos posiciones:

• los miembros reconocidos y consagrados, aquellos que Bourdieu


denomina ortodoxia, que son los que dicen cómo y de qué forma
se es un verdadero artista y valoran y critican las obras de otros
colegas

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Karina Mouzo

• las generaciones más jóvenes, los recién iniciados, a los que el


sociólogo francés denomina heterodoxia, que critican los valores
consagrados y creen que se han perdido los verdaderos valores del
arte, que los “viejos” consagrados se han vuelto conservadores,
se han vendido a los intereses económicos o que no comprenden
a las nuevas generaciones.

Pero a pesar de estas críticas que parecen ser absolutamente radica-


les, la heterodoxia es una parte fundamental del juego porque le imprime
dinamismo: son los recién iniciados quienes, por lo general, en su lucha por
los “verdaderos” valores del arte y por ser ellos también reconocidos como
artistas, motorizan las rupturas y los cambios que renuevan los valores y
paradigmas hegemónicos de ese campo. Ahora bien, se puede luchar toda
la vida para cambiar las reglas de un campo y puede que en determinado
momento llegue cierto reconocimiento, el punto es que el juego como tal,
es decir, la doxa, no se destruye, del mismo modo en que no se destruye
la idea de que existe algo así como un arte verdadero. Si un agente del
campo artístico critica la ortodoxia, cuando llegue a consagrarse, producto
de haber cumplido con las reglas del campo y de haber jugado de forma
correcta, lo más probable es que instituya un conjunto de reglas tan férreas
como aquellas contra las que luchó por mucho tiempo y se convierta así
en la nueva ortodoxia del campo. Esto es, en cierto modo, lo que ocurrió
con las vanguardias estéticas, movimientos que un primer momento sur-
gieron como un grito de cambio y malestar por las reglas existentes, pero
luego, tras ser incluidas en instituciones (museos, galerías) se legitimaron
y pasaron ocupar el lugar del arte consagrado dominante. Así, institucio-
nalizadas y legitimadas, las propuestas vanguardistas se transformaron
progresivamente en la nueva ortodoxia, a la espera de nuevos agentes que
pongan en cuestionamiento sus valores e impongan unos nuevos, con la
invariante creencia en el “amor al arte”, en la “libertad artística” y en la
“pureza del artista”.
Ahora bien, todos los movimientos o cambios que ocurren dentro
de un campo están vinculados con los cambios que se dan en otros campos,
esto hace a la interrelación e interdependencia entre los campos.
A continuación presentamos otro ejemplo y luego analizaremos la
interdependencia entre campos.

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Otro ejemplo de cómo se conforma y funciona un campo puede ser


el periodístico o de los formadores de opinión. Este es un campo en el que
los actores luchan por el reconocimiento a partir de presentarse como los
que transmiten la “realidad” de un modo objetivo. La disputa no es ni más
ni menos que por la verdad, la objetividad, la neutralidad y la primicia1.
Los consagrados del campo basan su lugar de ortodoxia en su trayectoria y
credibilidad, en su relación con la objetividad de los hechos y en su forma-
ción profesional. En general, se presentan como excelsos investigadores que
cuentan con contactos y fuentes fidedignas y con una claridad poco común
para interpretar ciertos hechos de la realidad. Se supone que su único com-
promiso es con la verdad y se borran de la escena sus intereses, conexiones,
grupos para los que trabajan, o vínculos económicos o políticos partidarios.
La lucha es sin cuartel porque frente a quienes tienen el monopolio de la
verdad solo puede oponerse la mentira. La heterodoxia del campo, confor-
mada en general por los más jóvenes, postula que los consagrados se han
vendido, han perdido sus valores y bastardean la profesión.
Pero como sostiene Bourdieu, no debe perderse de vista que este es
un campo extremadamente permeable a los intereses del campo económico,
que influyen sobre este espacio de forma directa a través del mercado de
los lectores y del mercado de los anunciantes. A su vez, como veremos, esta
influencia del mercado sobre el campo periodístico, no solo influye en lo que
este espacio produce sino que también se traduce en modos de presión y de
encorsetamiento que este campo impone a otros, como el campo cultural
o incluso el político.
Una noticia que se publica, es una palabra arrojada que, más allá de
su veracidad, forma y construye un modo de ver el mundo. Si esa noticia
tiene impacto, es decir, si logra captar la atención de la audiencia y, por
consiguiente responde a los intereses comerciales del mercado, es repli-
cada y reproducida por otros medios y se masifica. De allí la importancia
de convertirse en el primero en dar una noticia y de tener impacto en la

1. Bourdieu señala al respecto que: “el campo periodístico se constituyó como tal en el
siglo XIX alrededor de la oposición entre los periódicos que ofrecían sobre todo ‘noticias’,
preferentemente, ‘sensacionales’ o mejor ‘sensacionalistas’, y los que proponían análisis y
‘comentarios’ preocupados por marcar su distinción con respecto a los primeros a través de
la afirmación explícita de valores de ‘objetividad’” (1995:5).

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opinión pública, porque se marca la agenda de lo que los otros medios deben
reproducir. Indica el sociólogo francés que:

Dentro de la lógica específica de un campo orientado hacia la


producción de este bien altamente perecedero que son las noticias,
la competencia por la clientela tiende a conformarse por una
competencia por la prioridad, es decir, por las noticias más nuevas
(la primicia) y esto es tanto más evidente cuanto más cerca se
está del polo comercial… (1995:3).

Si luego resulta que las fuentes no son fiables, o si se prueba que


es mentira, el momento de la retractación no tiene el mismo impacto que
cuando la noticia fue emitida por primera vez. Justamente la lógica de la
novedad, de la noticia que impresiona impide cualquier tipo de reflexión, es
más, atenta abiertamente contra ella. Las novedades no se acumulan ni se
analizan, ni las noticias se piensan como procesos, solo son lanzadas como
flechas al aire que pueden causar daños pero a nadie le importa porque lo
espectacular radica en el hecho de su lanzamiento y no en sus efectos.
Sin lugar a dudas en el campo periodístico también se encuentra en
disputa cierto capital cultural, social y desde ya, y como en todo campo,
económico. Ahora bien, dado que se trata de una profesión que se basa
en la credibilidad es muy importante el capital simbólico que se tenga, es
decir el reconocimiento que se logre dentro y fuera del espacio, porque es
la creencia lo que sostiene a un periodista en funciones, es su prestigio, su
reputación lo que se pone en juego en cada editorial, en cada noticia, en
cada investigación que lleve su firma.

¿Qué tipo de relaciones se pueden establecer entre los


distintos campos?

Como mencionamos la influencia del campo periodístico por sobre


otros campos es notable. Pierre Bourdieu en uno de sus artículos escrito
para la revista “Causas y azares” nos da el ejemplo de cómo una noticia ge-
nera un conjunto de efectos que llevan en ese caso a la transformación de la
legislación en materia penal. Puntualmente nos relata el caso del asesinato
de una niña, cómo se instala de modo sensacionalista la noticia, cómo eso

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genera una serie de movilizaciones y demandas que terminan por presionar


al campo político para sancionar la condena perpetua, figura jurídica que
no tenía Francia en su código penal ese momento.
Algo similar podemos recomponer en el caso argentino, cuando en
2004 Axel Blumberg es asesinado. El impacto mediático fue inmediato, en
primer lugar se anuncia el secuestro de una víctima con la que se podían
identificar grandes sectores de las capas media de nuestro país, luego
tenemos la imagen y el discurso de un padre desesperado, y por último
el desenlace fatal. Este escenario movilizó cuatro marchas masivas que,
bajo el lema “por la vida de nuestros hijos” reclamaban al Estado mayor
“seguridad”.
Al mismo tiempo, el padre del chico asesinado, Juan Carlos Blumberg
comenzó a circular un petitorio que reclamaba un conjunto de medidas, que
iban desde el endurecimiento del sistema penal, es decir, estipular penas
más altas para las transgresiones a la ley penal, agilizar el sistema judicial
para la efectivización de la administración de justicia, hasta reclamos más
orientados al campo político como la eliminación de las “listas sábanas”, etc.2
Este reclamo, nació en parte de la exposición mediática del padre de
la víctima a la vez que fue sistemáticamente amplificado por los medios de
comunicación tanto gráficos como radiales y televisivos. Probablemente
fueran reclamos que ya se encontraban dispersos en la sociedad, pero la
mediatización de este secuestro impulsó y unificó la demanda. Una demanda
que partía de un supuesto diagnóstico respecto de la cuestión de la “inse-
guridad” y que de modo especular proponía las reformas anteriormente
mencionadas.
En resumidas cuentas, el fenómeno mediático del caso Blumberg
arrastró a todos los grupos mediáticos a tener que tratar el tema al tiempo
que se disputaban contar con la opinión o presencia del padre de la víctima.
El efecto que esta noticia tuvo sobre el campo político no se hizo esperar. El
campo político estaba en el centro de las miradas, a ellos se los presionaba

2. Como señala Mercedes Calzado: “En términos generales, por lo tanto, las temáticas
se desarrollan desde una serie de reclamos configurados a partir de proposiciones
‘técnicas’ vinculadas a las modificaciones legislativas, políticas y judiciales y se presentan
periodísticamente como elementos objetivos para sobreponerse a la situación de inseguridad”
(Calzado, 2010).

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para que actúen y fundamentalmente modifiquen las leyes. Y como resultado


de ellos se sancionaron diez normas vinculadas con la política criminal que
terminaron por endurecen el código penal vigente.3
No se trata en este caso de evaluar la pertinencia ni la necesidad de
este tipo de medidas, sino de destacar que el trabajo legislativo supone el
debate, la confrontación de ideas y la reflexión respecto de cuestiones que
se vinculan con la vida colectiva de todos los ciudadanos. Es por ello que
la reacción del campo político ante las demandas de ciertos sectores sin
ningún tipo de mediación, ni debate ni reflexión, muestra cuan permeable
fue el campo político a los impulsos y demandas generadas y amplificada
por el campo periodístico. En palabras de Bourdieu:

Todo esto hace que la influencia siempre en aumento de un campo


periodístico sometido, a su vez, a una influencia creciente de
la lógica comercial sobre un campo político permanentemente
acosado por la tentación de la demagogia (especialmente en
un momento en que el sondeo le ofrece el medio para ejercerla
de manera racional) contribuya a debilitar la autonomía del
campo político y, por eso mismo, la capacidad acordada a los
representantes (políticos u otros) para invocar su competencia de
expertos o su autoridad de guardianes de los valores colectivos
(1995:6).

Reflexiones finales

La teoría de los campos constituye el esfuerzo más acabado de la


última mitad del siglo XX por darle a la sociología un alcance compren-
sivo y explicativo global. Acompañar el derrotero teórico de Bourdieu es
entrar en un universo en el cual se puede ir observando cómo a fuerza de
trabajo, acumulación y esfuerzo permanentes se perfecciona un modo de

3. A modo de ejemplo indicamos que se agrava la pena para el robo con armas de fuego; se
crea la figura del robo con arma que no es apta para el disparo con una pena que va los 3 a
los 10 años; se aumenta la pena por tenencia y portación de armas; se aumentan las penas a
homicidas y violadores, etc. En resumidas cuentas todas las medidas se dirigieron hacia un
endurecimiento del código penal.

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análisis de las relaciones y las estructuras sociales. Además, nos devuelve


la necesidad de pensar a las ciencias sociales como una totalidad, después
de todo Bourdieu fue tanto un sociólogo como un etnólogo, y también un
historiador y un economista. En definitiva, la particularidad de la sociolo-
gía como ciencia radica en su enfoque teórico y su método. De allí que la
teoría de los campos sea una herramienta tentadora para todo analista en
la medida en que se nos aparece como un camino certero en la búsqueda
de nuevos descubrimientos.

Bibliografía

Bourdieu, Pierre: Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo lite-
rario, Barcelona, Anagrama, 2002a.
— Campo de poder, campo intelectual, Buenos Aires, Montressor, 2002b.
— Poder, derecho y clases sociales, Bilbao, Ed. Descleé de Brouwer, 2001.
— Cosas dichas, Barcelona, Gedisa, 2000.
— El sentido práctico, Madrid, Taurus, 1991.
— “La influencia del periodismo”, en Revista Causas y Azares, N°3,
1995 disponible en http://webcache.googleusercontent.com/
search?q=cache:N2eIfPPIjvkJ:www.catedras.fsoc.uba.ar/mangone/
cursoverano2012_practicos9al11.doc+&cd=4&hl=es&ct=clnk&gl=ar
Calzado, Mercedes: “Elementos para el análisis del tratamiento mediático
del caso Blumberg”. Primera versión PBL. Disponible en: http://www.
flacso.org.ar/uploaded_files/Publicaciones/Antropologia_Mercedes.
Calzado.Doc.Nro5.pdf, 2010.

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Sobre los autores

Cecilia Caputo es Licenciada en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA).


Se desempeña como docente de Sociología del Ciclo Básico Común (CBC) y de
Principales Corrientes del Pensamiento Contemporáneo en la Carrera de Ciencias
de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Ha enseñado
también en los niveles primario, secundario y terciario. Es capacitadora del área de
Formación ética y ciudadana de la Escuela de Capacitación docente del Gobierno
de la Ciudad de Buenos Aires (Escuela de Maestros). Asimismo es profesora del
Proceso Hoffman, curso de autoconocimiento con certificado internacional. Su
desarrollo profesional se ha volcado hacia la divulgación de la reflexión filosófica
así como a su vinculación con disciplinas afines. Ha participado en diversas pu-
blicaciones especializadas. Es coautora del libro de enseñanza media y polimodal
Filosofía (Tinta Fresca, 2006).
Gabriela Flaster es Licenciada en Sociología y Profesora de Enseñanza Normal y
Especial en Sociología de la UBA. Magíster en Metodología de la Investigación
Científica por la Universidad Nacional de Lanús (UNLa) y Doctoranda en Ciencias
Sociales en la UBA. Su proyecto de doctorado aborda las problemáticas de la
memoria del pasado reciente en Argentina y su vinculación con la participación
juvenil en sitios de memoria. Se desempeña como docente en la materia Sociología
en el CBC de la UBA. Desarrolla tareas de investigación en el Laboratorio de
Estudios en Cultura y Sociedad, Facultad de Trabajo Social de la Universidad
Nacional de La Plata (UNLP) y en el Grupo Lugares, Marcas y Territorios de la
Memoria Sobre terrorismo de Estado del Instituto de Desarrollo Económico y
Social (IDES). Participó en congresos y jornadas y publicó artículos en revistas
académicas dedicados a la reflexión sobre lugares y representaciones del pasado
reciente y participación juvenil.
Omar Darío Heffes es Doctor en Filosofía del Derecho por la UBA, docente de
Filosofía de la Facultad de Ciencias Sociales e investigador del Instituto Ambrosio
Lucas Gioja de la Facultad de Derecho, UBA. Es Profesor de Derecho Penal
e Investigador en la UNLa. Asimismo, se ha desempeñado como profesor de
Sociología en el CBC de la UBA. Ha publicado diversos artículos en las áreas de
su especialidad.
Dan Adaszko es Doctor en Ciencias Sociales por la UBA, Magíster en Generación
y Análisis de Información Estadística por la Universidad Nacional de Tres de
Febrero (UNTREF) y Licenciado en Sociología de la UBA. Tiene, asimismo, una
especialización de posgrado en Promoción de la Salud, en el marco de la Residencia
Interdisciplinaria de Educación para la Salud. Desde 1996, se ha desempeñado

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en la docencia en diferentes universidades y a partir de 1999 hasta el presente,


es docente de Sociología en el CBC de la UBA, universidad en la que, a su vez,
es profesor de posgrado en la Especialización de Estadística para Ciencias de la
Salud de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.
Su principal campo de inserción profesional es la investigación social con abordaje
cuantitativo. Entre 1998 y 2015, se ha desempeñado en diferentes programas de
investigación en distintos institutos académicos, entre los que se destacan la UBA y
la Universidad Católica Argentina (UCA). Ha trabajado, asimismo, como consultor
en metodología cuantitativa, muestreo y estadística para diversas investigaciones
de organismos gubernamentales y no gubernamentales.
Habiendo publicado una diversidad de artículos científicos en libros y revistas,
ganó premios y concursos, entre los que se destacan el Premio Iberoamericano
en Ciencias Sociales otorgado por la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM) en 2007 y el Premio a la Producción Científica sobre discriminación
otorgado por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el
Racismo (INADI), Argentina, el mismo año.
Claudia Teodori es Licenciada en Sociología (UBA) y Magíster en Epidemiología,
Gestión y Políticas de Salud por la UNLa. Es docente e investigadora. Realiza
tareas de educación para la salud e investigación en el área de salud pública de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). Se desempeña desde su fundación,
en la Asociación Civil DECIDIR, en la que ha coordinado numerosos proyectos
de investigación e intervención. Integra el Programa Antropología y Salud del
Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Cuenta con publicaciones y presentaciones en eventos científicos sobre derechos,
salud, género y violencia, entre otras se destaca A los saltos buscando el cielo.
Trayectorias de mujeres en situación de violencia familiar (2015).
Silvia Severini es Magíster en Ciencias Sociales por la UBA, donde se graduó como
Licenciada en Sociología. Ha realizado cursos de especialización en ciencias socia-
les en la Universidade de São Paulo (USP) y en economía en la Fundaçao Getulio
Vargas (FGV), ambas en San Pablo, Brasil. Ha sido profesora de Sociología en
el CBC de la UBA y coordinadora del Área de Investigación Social del Consejo
Nacional de la Mujer.
Adrián Melo es Doctor en Ciencias Sociales, Magíster en Comunicación y Cultura
y Licenciado en Sociología por la UBA. Ha sido becario doctoral y posdoctoral
del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Se
desempeña como investigador y profesor en las áreas de historia, sociología y
filosofía en esa institución. Ha escrito artículos para diversos libros y medios
académicos, culturales y masivos, tales como el Suplemento Soy (Página/12), y
es autor de los libros Antología del culo. Textos de placer anal y orgullo pasivo
(Aurelia Rivera, 2015), Historia de la literatura gay en Argentina (Ediciones Lea,

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Sobre los autores

2012), El amor de los muchachos: homosexualidad y literatura (Ediciones Lea,


2005) y coautor junto con M. Raffin, de Obsesiones y fantasmas de la Argentina:
El antisemitismo, Evita, los desaparecidos y Malvinas en la ficción literaria
(Editores del Puerto, 2005). Es, asimismo, compilador de Otras historias de
amor. Gays, lesbianas y travestis en el cine argentino (Ediciones Lea, 2008),
Antología de lecturas filosóficas I y II (AZ Editora, 2001) y coautor de los libros
para la enseñanza media y polimodal Filosofía (Tinta Fresca, 2006) y Derechos
Humanos y Ciudadanía (Tinta Fresca, 2006), ganadores del concurso Textos
escolares para todos, organizado por la Dirección General de Cultura y Educación
del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.
Graciela Pozzi es Doctora en Ciencias Sociales por la UBA y profesora regular de
Sociología en la misma universidad. Su tesis aborda la problemática del campo de
exterminio como el espacio en que vida y política se implican y producen nuevas
subjetividades, desde las perspectivas teóricas, en la filosofía contemporánea, de
Giorgio Agamben, Michel Foucault y Roberto Esposito.
Laura Alés es Licenciada en Sociología de la UBA y profesora adjunta de Sociología
en el CBC de la UBA. Se ha desempeñado en esta universidad desde 1985, entre
otros, en el seminario La pobreza en los informes anuales del Banco Mundial de
la Carrera de Sociología. Participó en equipos de investigación en temas vinculados
a problemáticas sociales como vivienda y salud de poblaciones urbanas y rurales.
Se ha especializado en investigación de mercado y ha sido speaker en congresos
internacionales en la materia. Actualmente, posee su propia empresa de investi-
gación de mercado, dirige estudios cuantitativos y cualitativos para empresas de
servicios y de productos, locales e internacionales.
María Alejandra Pagotto es Licenciada y Profesora en Sociología de la UBA. Se
desempeña como profesora de Filosofía y de Sociología en la Facultad de Ciencias
Sociales y del CBC de la UBA. Ha participado en diversos proyectos de investigación
con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG) de la Facultad de
Ciencias Sociales de la UBA. Se encuentra finalizando una tesis doctoral sobre la
vida en situación de calle en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la Facultad
de Ciencias Sociales de la UBA. Ha sido becaria doctoral del CONICET.
Marcelo Raffin es investigador en Filosofía del CONICET con sede en el IIGG, pro-
fesor titular de Filosofía en la Facultad de Ciencias Sociales y profesor asociado a
cargo de cátedra de Sociología en el CBC, de la UBA. Doctor y magíster en Filosofía
por la Universidad de París 8, Licenciado en Sociología, Abogado y Traductor
Público de Inglés y Francés de la UBA. Se ha desempeñado, asimismo, como
profesor e investigador invitado en universidades de varios países. Ha publicado
libros (entre otros, La noción de política en Agamben, Esposito y Negri –editor,
2015–, Estética y política en la filosofía de Giorgio Agamben –editor, 2015–,
Problemas y debates de la tradición y la actualidad de la filosofía política –editor
junto con B. Podestá, 2012–, La experiencia del horror. Subjetividad y derechos

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humanos en las dictaduras y posdictaduras del Cono Sur –2006– y Obsesiones y


fantasmas de la Argentina. El antisemitismo, Evita, los desaparecidos y Malvinas
en la ficción literaria –en coautoría con A. Melo, 2005–), artículos y capítulos
de libro en sus áreas de especialidad y textos para educación media. Sus últimas
investigaciones se ocupan del tratamiento de la vida a partir de las prácticas
constitutivas del paradigma socio-político moderno, en particular, siguiendo los
desarrollos propuestos por Michel Foucault, Giorgio Agamben y Hannah Arendt.
Es director de la revista El Banquete de los dioses. Revista de Filosofía y Teoría
Política contemporáneas del IIGG de la UBA.
Karina Mouzo es Licenciada en Sociología y Doctora en Ciencias Sociales por la
UBA. Investigadora en Sociología del CONICET con sede en el IIGG. Es docente de
Sociología en el CBC y de Sociología del sistema penal de la Carrera de Sociología
de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Dicta cursos de posgrado en la
Maestría sobre Derechos Humanos del Centro de Estudios Legales y Sociales
(CELS) y la UNLa.

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