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Comisión de La Verdad

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LEGADOS DE UN

PASADO IRRESUELTO
El Informe Final de la CVR y la crisis
de la democracia veinte años después

Coordinadores
Salomón Lerner Febres
Elizabeth Salmón
El Instituto de Democracia y Derechos
Humanos (IDEHPUCP) es una unidad
académica de la Pontificia Universidad
Católica del Perú (PUCP). Desde su
fundación, en el 2004, el IDEHPUCP se
planteó la misión de fomentar el respeto de
los derechos humanos y la consolidación
de la democracia en el Perú. Esta misión
se concibió originalmente como una forma
de atender, desde el trabajo académico,
a los hallazgos y las recomendaciones
presentados por la Comisión de la Verdad y
Reconciliación en su Informe Final del 2003.

Desde entonces, el trabajo del IDEHPUCP


se ha desplegado en diversos campos
esenciales para promover los derechos
humanos y la democracia a través de la
formación académica y la capacitación
profesional, la investigación aplicada, la
generación de espacios de diálogo y debate,
así como políticas públicas en la sociedad
civil y el Estado. Para ello, el Instituto
cuenta con cuatro líneas de investigación:
democracia y sociedades posconflicto;
movilidad humana; sistemas internacionales
de protección de derechos humanos y
grupos en situación de vulnerabilidad; y
empresas y derechos humanos.
LEGADOS DE UN
PASADO IRRESUELTO
El Informe Final de la CVR y la crisis de
la democracia veinte años después
LEGADOS DE UN
PASADO IRRESUELTO
El Informe Final de la CVR y la crisis de
la democracia veinte años después

Coordinadores
Salomón Lerner Febres
Elizabeth Salmón
Legados de un pasado irresuelto
El Informe Final de la CVR y la crisis de la democracia veinte años después

Salomón Lerner Febres y Elizabeth Salmón (coordinadores)

Equipo de producción editorial: Félix Reátegui, Alexander Benites, Paola Velarde,


Geraldine Chávez y Luis Valverde

Primera edición digital: noviembre de 2023

© Pontificia Universidad Católica del Perú, 2023


Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica
del Perú (IDEHPUCP)
Tomás Ramsey 925, Lima 17 - Perú
Teléfono: (51 1) 626-2000, anexos: 7500 / 7501
ideh@pucp.edu.pe
www.idehpucp.pucp.edu.pe

Corrección de estilo: Rocío Reátegui

Diseño y diagramación: Ximena Barreto

Fotografía de cubierta: El reencuentro de Geraldine y Daniel en Oronccoy de Max


Cabello Orcasitas

Los capítulos presentados en este libro fueron sometidos a un exhaustivo proceso de revisión
por parte de evaluadores externos.

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin
permiso expreso de los editores.

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.° 202311027


DOI: https://doi.org/10.18800/9786124474477

ISBN: 978-612-4474-47-7
Índice

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
Pablo de Greiff

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Salomón Lerner Febres y Elizabeth Salmón

Primera sección. La transición política, la CVR y la confrontación del


pasado violento
1. Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y
prevención en Perú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
Julie Guillerot
2. Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y
debates . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
David Sulmont y María Eugenia Ulfe
3. Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad
en América Latina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
Jemima García-Godos

Segunda sección. Impactos de la verdad: cambios e inercias jurídicas,


sociales e institucionales
4. El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y
su fundamento en el derecho internacional. Explorando una
paradoja jurídica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
Elizabeth Salmón
5. Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en
Perú. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
Valeria Reyes
6. Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la
asociatividad y el liderazgo político de las víctimas civiles
ayacuchanas (2003-2023). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
María Rosa Alayza Mujica y Gianfranco Silva Caillaux

6
7. ¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las
reparaciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203
Iris Jave

Tercera sección. La democracia peruana y sus cuentas con el pasado


8. Divisiones sin Sendero: identidades nacionales y degradación
institucional en el Perú contemporáneo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
Daniel Encinas y Antonio Zúñiga
9. Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como
propuesta de reforma estatal democrática y el costo de no
escucharlo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
Eduardo Dargent
10. La esfera pública y la descomposición de la política. En
torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto de la
crisis democrática actual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 272
Gonzalo Gamio

Cuarta sección. Reflexiones finales: el horizonte del reconocimiento


11. La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional. . . . . . . . . . . . 296
Miguel Giusti

Colaboradores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313

7
Prólogo

En una conversación con el entonces director de la Comisión Independiente


para la Localización de Restos de las Víctimas de Irlanda del Norte (Independent
Commission for the Location of Victims Remains), Sir Kenneth Bloomfield, este me
expresó lo que sentía por su propio trabajo: un privilegio doloroso. Siempre pensé
que esta era una magnífica descripción de lo que produce trabajar en el campo de la
justicia transicional. Pues, por un lado, es un privilegio, por lo menos en el sentido
mínimo de ejercer agencia; y, por otro, implica siempre el conocimiento del dolor
producido por pérdidas irrecuperables, daños irreparables, estrictamente hablando,
así como del uso de recursos materiales, humanos, institucionales con fines nefastos.
A un nivel por supuesto diferente al del trabajo directo con víctimas, la invitación
a escribir un prólogo para este espléndido libro, que amablemente me extendió Salo-
món Lerner, me resultó otro privilegio doloroso. Es un privilegio leer y comentar capí-
tulos en los que se reflexiona de forma profunda acerca de la Comisión de la Verdad
y Reconciliación (CVR) en el vigésimo aniversario de la entrega de su Informe Final.
Los capítulos dan cuenta de la enorme labor llevada a cabo por la CVR y por quienes
la acompañaron y colaboraron con ella.
Como esta no es una reseña, y ni siquiera una introducción, no me detendré en
cada uno de los capítulos. Valga decir que colectivamente dan cuenta del análisis
profundo de los orígenes y las causas del conflicto; de las recomendaciones que el
Informe Final formuló, especialmente en los campos de reforma institucional, inclu-
yendo la presencia y la calidad de los servicios del Estado, particularmente en tér-
minos de respeto a las identidades locales y la participación ciudadana, la seguridad
bajo normas que respeten la legalidad democrática, el fortalecimiento de la justicia
entendida en función de la protección de derechos humanos y constitucionales, y las
reformas al sistema de educación, con miras a que se promuevan valores tales como
el pluralismo, la diversidad, y el cierre de brechas económicas, culturales y sociales.
Los capítulos dan cuenta también de las contribuciones que el Informe Final hizo
en términos de género, de inequidades diversas, particularmente entre clases, pue-
blos y regiones; de sus propuestas acerca de reparaciones colectivas, individuales,
materiales y simbólicas; del impulso que acabó dando a asociaciones de víctimas; de
su legado jurídico; y de la articulación de una noción exigente de la reconciliación.
De todo esto, y otros temas más, como las contribuciones a la reforma de la noción
de identidad nacional, dan cuenta los diferentes capítulos; y lo hacen sin eximir a
la CVR de algunas faltas —no todas son responsabilidad suya—, como la ausencia
ab initio de consultas previas que explicaran suficientemente el alcance y las limita-
1

ciones de un ejercicio de esta naturaleza. Es un privilegio prologar una obra con este
nivel de reflexividad.

8
Prólogo

Pero, especialmente a la luz de lo que ha transcurrido desde que la CVR entregó su


Informe Final, la lectura de los capítulos también conlleva una dimensión dolorosa.
Estos, asimismo, dan cuenta de la lentitud, la falta de implementación o la mediocre
implementación por parte de las autoridades de las recomendaciones contenidas en
el Informe Final; de la correspondiente debilidad asociativa; del creciente negacionis-
mo y la reversión a una narrativa del conflicto contraria a la que, basada en la evi-
dencia, el Informe Final articula; del debilitamiento de los partidos políticos y la con-
secuente erosión de la institucionalidad democrática, incluyendo a las instituciones
jurídicas y de defensa de los derechos humanos; del creciente uso de la fuerza pública
al margen de la ley; de las trabas a la reforma curricular; a los esfuerzos memoriales; y,
por último, a las dificultades por superar las brechas socioeconómicas, estrechamente
relacionadas con las geográficas, las rurales-urbanas, las que desde la Colonia separan
a los pueblos indígenas del resto del país.
Es doloroso observar las consecuencias de lo que los diferentes capítulos, desde
distintas perspectivas, insisten en que hubiera podido evitarse. La doliente demo-
cracia peruana —por supuesto no la única ni de la región ni ahora, globalmente,
que puede calificarse de esta manera— desaprovechó la oportunidad de reformarse
después del conflicto para prevenir nuevas violaciones. Desaprovechó la oportunidad
de fortalecer sus instituciones y superar exclusiones y marginalizaciones que llevan
actualmente a niveles bajísimos de confianza institucional. No logró establecer un
concepto de identidad nacional realmente incluyente, libre de racismo y de segmen-
tación de clases, con márgenes de desigualdades todavía enormes: mientras que en
el 2000 el 10 % superior de la escala económica era dueño de más del 77 % de la
riqueza del país y el 50 % inferior no era dueño de riqueza medible; en el 2021, el
101% superior acumulaba el 76,7 % de la riqueza, y el 50 % inferior era dueño del
0,3 % de la riqueza del país.1
Sobra decir que una institución ad hoc, como lo son todas las comisiones de la
verdad, no puede hacerse responsable por sí sola de la transformación de un país,
de sus relaciones sociales, incluyendo la superación de patrones de marginalización
racista o de otra naturaleza, o del cambio de políticas económicas. Las comisiones
de la verdad no son entidades ejecutivas, tienen siempre capacidad limitada, y solo
pueden hacer recomendaciones. Su poder es esencialmente analítico y normativo.
Lejos de sugerir que los veinte años que siguieron a la publicación del Informe Final
muestran el fracaso del esfuerzo de la CVR, los hechos reafirman la credibilidad
tanto del análisis como de las recomendaciones de dicho Informe. Por supuesto, la
implementación de las recomendaciones no hubiera eximido al Perú de factores glo-
bales que han golpeado a todas las economías en mayor o menor grado. Pero sí había
razones para pensar que el respeto a los derechos, no solo los políticos y civiles sino
todos, dependía del fortalecimiento de las instituciones democráticas, de la supera-
ción de fracturas sociales hondamente arraigadas. El hecho de que estas no fueran
1 Véase World Inequality Data Base: https://wid.world/country/peru/.

9
Legados de un pasado irresuelto

implementadas con mayor compromiso ayuda a explicar la crisis presente, la cual


incluye no solo la falta de progreso anotada en términos de equidad, sino también
niveles altos de conflictividad social, ausencia de relaciones estables entre los diferen-
tes poderes del Estado, regresiones democráticas, y una esfera pública con cada vez
menos espacio para el tipo de entendimiento de las causas del conflicto expuestas en
detalle en el Informe Final.
El pasado, como dijo Faulkner, «nunca está muerto. Ni siquiera ha pasado». En su
Informe Final, la CVR deja el registro de un esfuerzo por entender un conflicto y por
enfrentar sus consecuencias, que, como muchas sentencias judiciales a contrario, el
tiempo lo puede rescatar. Sobra decir que el Informe Final hizo ya una contribución
inmensa al proceso de solución del conflicto inmediato que fue el objeto de su man-
dato, entre otras en términos de reconocimiento a las víctimas. El reconocimiento
simétrico que —y en el que el Informe insistía— hace falta para la reconciliación en-
tendida en términos sustantivos está todavía por lograrse. Elementos clave de la hoja
de ruta para llegar a ese fin quedaron plasmados hace ya veinte años en ese Informe,
que es objeto de reflexión en esta excelente obra.

Pablo de Greiff
Senior Fellow, School of Law, New York University
Primer Relator Especial de las Naciones Unidas para la
Promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición
(2012-2018)

10
Introducción

Como otros países de la región en años anteriores, el Perú se embarcó en un proce-


so de búsqueda oficial de la verdad en el año 2001, al salir de un régimen autoritario
y al haberse cerrado un periodo de violencia armada que desangró al país por casi dos
décadas. Se procuraba, de esa manera, apuntalar mediante una revisión crítica del
pasado una doble transición: una desde el autoritarismo hacia la democracia y una
desde la violencia armada hacia la paz.
En ese momento ya se había modificado el consenso internacional sobre lo que
se podía considerar una transición política legítima. Durante décadas se había ad-
mitido que para pasar de un régimen de fuerza hacia una democracia con Estado de
derecho bastaba que los sectores enfrentados se pusieran de acuerdo en restaurar el
funcionamiento de las instituciones y renunciaran a las represalias mutuas y hasta al
procesamiento judicial de los delitos cometidos. Se asumía que esos pactos entre élites
—dictatoriales o revolucionarias, armadas o puramente políticas— eran indispensa-
bles para la futura estabilidad política y para evitar un nuevo colapso de la democracia.
En su versión mínima, las transiciones quedaban entendidas como la reanudación de
la libre competencia electoral por el poder y como la renuncia al uso de las armas con
fines políticos.
Ese consenso, que responde a un paradigma estratégico de las transiciones, cam-
bió paulatinamente según ganaba fuerza en las relaciones internacionales un cierto
paradigma humanitario. Ciertamente, la historia contemporánea de los derechos hu-
manos se remonta a inicios del siglo XX y conoce un rotundo hito institucional en
1948, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas adopta la Declaración
Universal de Derechos Humanos. Pero en lo que concierne a su influencia en las
relaciones internacionales y en las políticas de Estado, o al menos en la evaluación
de estas, se puede reconocer un cambio significativo hacia el final de la década de
1970, en el contexto de la competencia entre las dos grandes potencias hegemónicas
mundiales de entonces, la hoy extinta Unión Soviética y los Estados Unidos, conoci-
da como la Guerra Fría. Esta contienda, que había girado inicialmente alrededor de
la amenaza armada y que después había devenido también una carrera económica,
se ampliaba a la dimensión de los valores políticos y culturales. Es en esa dimensión
añadida donde, en lo que se llama tradicionalmente el mundo occidental, y más allá
de su realización en la práctica, el respeto de los derechos humanos aparece como un
ingrediente de los procesos políticos desde la década de 1980 en adelante.
Tal es el periodo en el que las transiciones políticas asumen la noción de que un
cambio de régimen debe traer consigo respuestas sobre la represión y las violaciones
de derechos humanos del pasado. Hacer las cuentas con el pasado, confrontar el
legado del autoritarismo o la violencia, garantizar la no repetición del horror emer-

11
Legados de un pasado irresuelto

gen como nuevos tropos, nuevas figuras de pensamiento, y desplazan a aquellas que
expresaban, más bien, la concepción puramente estratégica de las transiciones: dar
vuelta a la página, dejar el pasado en el pasado, y hasta el evangélico dejar «que los
muertos entierren a sus muertos».
Este es el contexto en el que las transiciones políticas de Argentina (1983) y Chi-
le (1990) adoptan mecanismos para echar luz sobre los graves crímenes cometidos
por sus respectivas dictaduras. Ya no bastaba que los militares dejaran el poder que
habían usurpado y regresaran a sus cuarteles ni que los partidos políticos pudieran
nuevamente competir electoralmente en libertad. Se juzgaba indispensable, además,
ofrecer alguna respuesta y alguna medida de satisfacción a los familiares de las víc-
timas fatales y a los sobrevivientes de una diversidad de violaciones de derechos hu-
manos. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas de Argentina y la
Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación de Chile fueron las respuestas a esa
necesidad. A ellas las seguirían pronto otras comisiones, aunque en circunstancias
distintas. Si Argentina y Chile buscaron establecer la verdad sobre lo ocurrido bajo
regímenes de facto, El Salvador y Guatemala necesitaron investigar los crímenes co-
metidos en conflictos armados, es decir, durante el enfrentamiento entre organiza-
ciones armadas no estatales (guerrillas o movimientos revolucionarios) y las fuerzas
del Estado. Otro detalle de importancia es que la Comisión de la Verdad para El
Salvador y la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala surgen de
acuerdos de paz con participación decisiva de las Naciones Unidas. Es decir, en la
década de 1990, que es cuando se instituyen estos mecanismos de búsqueda, ya era
un consenso internacional que la paz debía venir acompañada de respuestas para las
víctimas causadas por la guerra. Esta práctica, en conjunción con programas de repa-
ración, medidas extraordinarias de justicia y reformas para la no repetición, quedaría
pronto englobada en el concepto de justicia transicional.
Con este apretado recuento se quiere resaltar uno de los ejes en que se sitúa la
creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú (CVR) (2001) y el
Informe que ella presentó al terminar sus investigaciones hace veinte años, en agosto
de 2003. Cuando cae el régimen autoritario de Alberto Fujimori y el país se apresta a
reconstruir la institucionalidad democrática, aparece como un requisito ineludible la
investigación de los crímenes cometidos por Sendero Luminoso, el MRTA, la fuerza
armada, la policía y las organizaciones paramilitares (comités de autodefensa). Las
comisiones de verdad prexistentes fijaban un precedente persuasivo y también un
modelo de acción. En el camino, además, habían madurado pautas internacionales,
como los reportes de expertos de las Naciones Unidas sobre buenas prácticas en la
lucha contra la impunidad, que delineaban con claridad cuáles son las obligaciones
frente a las víctimas en Estados que salen de situaciones de violación masiva de de-
rechos humanos.
Pero el significado de la búsqueda oficial de verdad en el Perú sigue, además, un
eje complementario, que es el de las necesidades particulares de la transición y de la

12
Introducción

reconstrucción del Estado de derecho y el tejido institucional del país. La democracia


restaurada en 1980, tras doce años de dictadura militar, prácticamente no había teni-
do oportunidades de asentarse. Como es sabido, el día de las elecciones generales que
marcarían el tránsito a la democracia (17 de mayo de 1980) ha quedado registrado,
también, como el día de la primera acción armada de Sendero Luminoso, ejecutada
en la localidad ayacuchana de Chuschi. Los doce años siguientes serían un periodo de
paulatino abandono de responsabilidades y una continua concesión al poder militar
por parte de los presidentes Fernando Belaúnde y Alan García bajo la presión del
terrorismo. No sería difícil para Alberto Fujimori dar un zarpazo definitivo contra la
democracia en abril de 1992 e instaurar un régimen autoritario alevosamente maqui-
llado por simulacros de formalidad democrática. Los ocho años siguientes fueron un
periodo de destrucción o subordinación de instituciones, comenzando por el sistema
de administración de justicia.
Dado ese panorama, la CVR aparece inserta dentro de un esquema mayor de
reconstrucción institucional del país. En ese esfuerzo concurrirían otras instancias
para conformar una suerte de arquitectura transicional. Una de ellas fue el Acuerdo
Nacional, un intento de generar un espacio de consensos y diálogo abierto entre ac-
tores de la sociedad civil, por oposición al verticalismo y el ejercicio furtivo del poder
impuesto por el régimen saliente. Otra instancia sería el proceso de reforma de la
Constitución de 1993 conducido en el Congreso por el congresista Henry Pease, un
intento que quedaría trunco. Responder a las violaciones de derechos humanos del
pasado y prevenir su repetición mediante la verdad y la justicia; recuperar el debate
democrático transparente ahí donde la arbitrariedad y la opacidad del poder habían
sido la norma; desactivar los resortes potencial o efectivamente autoritarios del marco
jurídico que rige al país y sus instituciones: así se podría resumir el esquema de la
transición y ubicar dentro de él la función que correspondía a la CVR en la recom-
posición institucional.
Esto autorizaría a pensar que la CVR tuvo dos misiones en una. El mandato de
investigar los hechos y los crímenes cometidos durante el periodo de violencia armada
configura una misión central cuyo significado se puede desdoblar en un sentido estric-
tamente humanitario y otro sentido ético-político. Bien mirado, este desdoblamiento
es, así mismo, una confluencia que se condice con la mayoría de las definiciones de la
justicia transicional, que la describen a la vez como un conjunto de acciones dirigidas
a hacer valer los derechos de las víctimas y como un conjunto de medidas para asegu-
rar la paz y hacer sostenible a las democracias tras un pasado autoritario o violento.
Por esta razón, una reflexión sobre el Informe Final de la CVR veinte años des-
pués de su presentación no se puede agotar en un balance sobre el grado de cum-
plimiento de sus recomendaciones, aunque ese balance sea siempre indispensable.
Antes bien, esta reflexión debe tomar la forma de una pregunta acerca de cuál fue su
papel o su significado en el destino de la transición democrática del año 2001, de la
cual la Comisión fue un componente protagónico. Tal es la orientación de este libro

13
Legados de un pasado irresuelto

colectivo. Explorar esta pregunta implica un cierto esfuerzo de imaginación: tender


puentes conceptuales entre los derechos no atendidos de las víctimas y la omisión a
las reformas institucionales recomendadas dos décadas atrás, por una parte, y, por
otra parte, el ruinoso estado del ordenamiento democrático corroído por la corrup-
ción, los intereses sectarios de los grupos que ocupan la escena política oficial y,
recientemente, la regresión del país hacia la violencia, principalmente estatal, pero
también social. La relación entre lo señalado por la Comisión y el errático itinerario
de la transición política es clara, pero no directa ni inmediata. Los factores que han
llevado la promesa democrática del año 2001 a la ruina de hoy en día son múltiples
y requieren muy diferentes aproximaciones. En este libro nos preguntamos sobre
los nexos entre la realidad de una sociedad de posconflicto y las limitaciones de su
tránsito a la democracia en ausencia de una verdadera confrontación con el pasado
de violencia.

1. El contexto de la CVR y la doble orientación de la verdad


La indagación sobre esta pregunta general se organiza en cuatro partes. La primera
sección —«La transición política, la CVR y la confrontación del pasado violento»—
sitúa el trabajo realizado por la CVR dentro del proceso de transición y en la tradi-
ción internacional de búsqueda oficial de la verdad, y recupera la discusión sobre la
imagen del país propuesta a partir de la investigación de la violencia.
En rigor, el hecho de que el Informe Final de la CVR proponga una lectura crítica
de la sociedad y el Estado se corresponde con la trayectoria evolutiva de las comisiones
de verdad desde el nacimiento de esa tradición. Las comisiones de Argentina y Chi-
le, las pioneras de este modelo de investigación en la región, nacen en una estrecha
relación con el tipo de trabajo que hacían y hacen típicamente las organizaciones de
defensa de derechos humanos. El núcleo de sus esfuerzos era documentar casos con
miras a una futura e hipotética judicialización, aunque en ambos países la búsqueda
de verdad tropezaba desde el inicio con amnistías y otras fórmulas de impunidad en
vigor. La comisión de El Salvador continúa todavía próxima a ese modelo, pero ya en
la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala aparece una inflexión:
sin renunciar a la investigación sobre los hechos criminales, el foco se abre para abarcar
lo que se ha dado en llamar la verdad histórica. No basta con exponer hechos, nom-
bres, fechas, delitos, posibles responsables, tácticas; también es necesario echar luces
sobre el contexto estructural en que todo lo anterior tuvo lugar. Una investigación
exhaustiva implica vincular la violencia o el autoritarismo con las características de
la sociedad que los hicieron posibles, determinar qué aspectos del marco normativo,
del tejido político, de la configuración institucional e incluso de las pautas culturales
explican la irrupción de la violencia o la dictadura, la conducta atroz de los actores
y la impunidad de tales conductas. A la larga, esta apertura del foco de la investi-

14
Introducción

gación repercutiría también sobre el arco de las recomendaciones. Mientras que las
comisiones de verdad más cercanas al modelo original, de búsqueda de una verdad
con sentido judicial, hacen recomendaciones escuetas, centradas en la dinámica de los
hechos violatorios, las comisiones que amplían su mirada hacia la verdad histórica re-
comendarán medidas orientadas a producir una profunda transformación social. No
es casual, por lo demás, que la investigación de la verdad y las recomendaciones haya
devenido más abarcadora según el modelo avanzaba del sur al norte del continente,
de sociedades presuntamente más integradas y homogéneas, como la argentina y la
chilena, a sociedades marcadas históricamente por profundas fracturas sociales y ét-
nicas. En términos muy generales, cabría pensar que mientras en unos casos la crisis
de derechos humanos se explica principalmente en términos de la institucionalidad
política y de la agenda política de los actores autoritarios, en los otros casos se vuelve
necesario entender la atrocidad no solo desde lo político, sino también buscando sus
raíces sociales y culturales.
El caso de la búsqueda oficial de verdad en Perú refleja ese punto de inflexión, y
no es extraño que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala haya
sido un referente importante para la CVR. La violencia en el Perú se explica, clara-
mente, en un primer estrato del fenómeno, por la ideología, la voluntad y las tácticas
deliberadas de los actores. Exponer la violencia en el Perú es identificar acciones,
determinar su naturaleza penal y establecer responsabilidades grupales e individua-
les siempre que sea posible. Pero, en otro estrato, demanda entender las brechas de
desigualdad, la historia de abandono estatal, la precariedad institucional, las latencias
autoritarias sembradas en la cultura, o el sedimento de racismo que está presente,
siempre listo para activarse, en las relaciones cotidianas y en las interacciones del
Estado con la sociedad.
Así, se puede percibir el trabajo de la CVR, desde cierto punto de vista, como
una amalgama de dos orientaciones o planos de significación. Por una parte, se in-
serta dentro de la paulatina transformación del modelo internacional de búsqueda
oficial de verdad —y no hay que olvidar que la comisión peruana fue pionera en
la inclusión del enfoque de género en sus investigaciones, es decir, en añadir un
elemento más al reconocimiento de la complejidad social del fenómeno—. Por otra
parte, mediante la conjunción de la verdad con sentido judicial y la verdad histórica,
establece un horizonte transicional denso, que no se limita a señalar las condiciones
para la justicia y para un cambio político efectivo, sino que pone en la agenda de la
transición tareas de índole estructural e histórica, es decir, de transformación de la
sociedad y el Estado.
El empleo del concepto de víctima puede ser un ejemplo útil de la interacción
entre el sentido judicial y el sentido histórico de la verdad. Desde el inicio del trabajo
de la Comisión ha habido quienes cuestionan la aplicación sistemática del término
víctima. Se afirma que este constriñe la identidad de quienes han sufrido violaciones
de derechos humanos y que mutila o borra su experiencia social y humana. Si el

15
Legados de un pasado irresuelto

argumento es, por un lado, bienintencionado, por el otro adolece de rigidez teórica
y descuida la evidencia empírica. Se trata de una deducción basada en un concepto
unidimensional y estático de la identidad social según la cual esta quedaría totalmen-
te definida —saturada— por un solo rasgo. Sin embargo, la ciencia social contempo-
ránea entiende, por lo menos desde su encuentro con la fenomenología, el carácter
poliédrico, dinámico y hasta pragmático de las identidades individuales y colectivas.
Esto quiere decir, simplemente, que en términos generales las personas afectadas
asumen el nombre de víctimas como un título que acredita sus demandas de justi-
cia y reparación, pero sin que eso sofoque otros aspectos de su identidad, y en ese
camino ejercen algo de la ciudadanía que se les ha negado históricamente. El plano
de los derechos y el plano sociocultural, la demanda de justicia y la transformación
social, la movilización y el reconocimiento, resultan ruedas de un mismo engranaje.
Sobre todo, en sociedades desiguales, excluyentes y jerárquicas, el término víctima
no comunica una fatalidad, sino que ofrece un título jurídico, una titularidad de
derechos. Desde una teoría social de la identidad aparece como una herramienta para
actuar (un componente de la así denominada agencia) antes que como una definición
totalizante; mirado histórica y empíricamente, el término participa de las diversas
estrategias de construcción de la ciudadanía que han existido en América Latina.
Pero, más allá de esa discusión, la referencia al término víctima quiere resaltar la
conjunción entre derecho, sujeto y sociedad en una sociedad de posconflicto como
la peruana. Se suele pensar que una definición jurídica del mundo y de la experiencia
humana es ajena a la experiencia subjetiva de la gente. La realidad empírica dice lo
contrario: la democratización del Perú es, también, un proceso de progresiva reivin-
dicación de derechos en cuanto derechos y una constante demanda de la presencia
del Estado como garante de aquellos. Así, se delinea una secuencia que será impor-
tante al considerar el papel de lo expuesto por la CVR y el derrotero de la transición:
exposición de la victimidad como afirmación de derechos; examen de los crímenes
y violaciones perpetrados en tanto expresiones de un desarreglo institucional, social
y cultural más amplio; señalamiento del deber de atender a las graves fracturas del
orden social y estatal.

2. Verdades rotundas y transformaciones limitadas


Lo dicho es, así, un ejemplo de cómo las orientaciones judiciales y las orientacio-
nes históricas de la verdad se alimentan mutuamente en la investigación del pasado
de violencia. De ahí surge una expectativa cada vez más ambiciosa sobre los efectos
que esa verdad puede tener en el futuro de la democracia y de la paz, ya sea bajo la
forma de recomendaciones, ya sea por la dinámica social o política que el proceso de
investigación y exposición pública ha fomentado.

16
Introducción

La segunda sección de este libro —«Impactos de la verdad: cambios e inercias


jurídicas, sociales e institucionales»— indaga sobre algunos posibles efectos de esas
recomendaciones o, en un sentido más amplio, de las corrientes de cambio que po-
drían haberse generado por la investigación y el Informe.
Casi siempre es problemático evaluar el trabajo realizado por una comisión de
verdad tomando como medida el cumplimiento de sus recomendaciones o los cam-
bios generados a partir de ella. Los factores de los que depende la efectividad de una
comisión son externos a ella y ajenos a su control. El contexto explicativo más amplio
está dominado por la mayor o menor voluntad política del Gobierno y del Poder
Legislativo y esto, a su vez, por las características del proceso político posterior a la
exposición de la verdad: la calidad de las organizaciones partidarias, la capacidad de
presión de la sociedad civil, la existencia de un sistema de toma de decisiones cen-
trado en cuestiones de agenda pública, y la subsistencia de prácticas de negociación
y acuerdos son algunas de las características relevantes. Pero, al lado de ese contexto
que se podría denominar «sistémico», están también los factores inherentes a las
recomendaciones en sí mismas. Se estima corrientemente que estas tienen mayores
posibilidades de ser atendidas cuando son más específicas y cuanto más directa es
su relación con los factores que determinaron concretamente la violación masiva
de derechos humanos. Estas son las reformas institucionales propiamente dichas:
reforma de la policía, de las normas sobre el uso de la fuerza pública, del sistema
de administración de justicia; y son ejemplos habituales. Las recomendaciones de
la CVR incluyen indicaciones de esa clase, pero también recomendaciones de otro
tipo que apuntan, más bien, a transformaciones del sistema de educación escolar o
las distintas formas en que el Estado está presente en la sociedad. Una vez más, si las
primeras reformas surgen de una revelación de la verdad de tipo judicial, las segundas
se conectan con los hallazgos de la verdad histórica, y tienden a ser vistas como no
directamente ligadas a los hechos violatorios, aunque se dirigen a remediar las causas
profundas de estos.
Por otro lado, al momento de observar los impactos de la CVR a partir de sus
recomendaciones, es inevitable tener presente que, como es habitual en los procesos
de comisiones de verdad, estas tienen un carácter no vinculante, es decir, que no
plantean al Estado una obligación legal de cumplimiento. Pero ¿es totalmente cierto
que no están respaldadas por tal obligatoriedad? La respuesta parece clara, pero puede
no serlo enteramente. Por una parte, esa no obligatoriedad suele estar establecida en
normas internas como la que da nacimiento a la comisión de verdad. Pero eso no es
todo: además, puede ser que ciertas recomendaciones, como las que prescriben refor-
mas en el ámbito judicial, colisionen en principio con la separación y la autonomía
de los poderes del Estado, por lo cual su obligatoriedad sería discutible. Pero, por otra
parte, como se hace notar en un capítulo de este libro, muchas de esas recomenda-
ciones pueden corresponderse con normas del derecho internacional que, en efecto,
son de obligatorio cumplimiento para los Estados. Conviene explorar un poco más

17
Legados de un pasado irresuelto

ese camino al discutir las posibilidades de hacer cumplir recomendaciones de una


comisión de verdad como la peruana.
El procesamiento judicial de crímenes y graves violaciones cometidos por organi-
zaciones terroristas y agentes estatales es una de esas obligaciones que trascienden a
las recomendaciones de la CVR. Conviene hacer notar que la transición en Perú no
dio lugar a disposiciones extraordinarias sobre la administración de justicia, como
han sido en otros países las amnistías o los indultos condicionados o los esquemas
de reducción de penas. La búsqueda de verdad en Perú no enfrentó un dilema que
implicara elegir entre verdad y justicia. Las posibilidades de procesar a los presuntos
responsables de crímenes y graves violaciones no tuvieron restricciones de esa clase.
El poco avance en ese campo obedece más bien a otras limitaciones. Una de ellas es
de tipo institucional —el carácter difuso de lo que fue inicialmente un subsistema ju-
dicial especializado sobre derechos humanos—, y otra es de tipo político —la falta de
voluntad del Estado para facilitar el acceso a la información y, en general, el avance de
los procesos—. Los dos factores se conjugan para ofrecer como balance un escenario
marcado largamente por la impunidad, en particular en lo que concierne a agentes
estatales, aunque matizado por algunos fallos condenatorios. También es un matiz
relevante la judicialización de algunos tipos de crímenes históricamente ignorados,
como el caso de violencia sexual contra mujeres en bases militares de los distritos de
Manta y Vilca, en Huancavelica, un caso expuesto por la CVR en el Informe Final.
Esto último tiene particular importancia, pues, al preguntarnos sobre los impactos
de una comisión de verdad, lo decisivo no son tanto las acciones particulares sobre
una determinada política, cuanto la transformación estatal o social que se pudiera
estar verificando. Desde esa óptica, y más allá del discreto balance de la justicia, el
caso Manta y Vilca tiene un potencial transformador respecto de la justicia de género
en el Perú.
Lo mismo cabe decir en cuanto a las reparaciones. La recomendación de repa-
raciones para las víctimas fue una de las primeras en ser adoptadas por el Estado.
Ya en el año 2005 había un plan integral de reparaciones creado por una ley del
Congreso, y la institucionalidad correspondiente no tardó en desarrollarse. Desde
entonces, el plan ha estado en funcionamiento con momentos sucesivos de avance
y estancamiento, con defectos y limitaciones señalados sobre todo por las víctimas y
diversas correcciones. Pero, una vez más, es necesario poner atención no solamente
en el balance contable de la ejecución de sus programas o componentes, sino también
en lo que la existencia de este plan ha significado en términos de transformación del
Estado y de la sociedad.
Los programas de reparación tienen un papel singular en los procesos de justicia
de transición. Por un lado, constituyen una forma de responder por los abusos del
pasado menos dificultosa y desafiante que los procesos judiciales. Aunque la justicia
restaurativa puede tener detractores internos —sectores que se niegan a reconocer
calidad de víctimas con derechos a cierta parte de la población afectada—, es menos

18
Introducción

probable que la precaria estabilidad de una transición sucumba por desacuerdos so-
bre una política de reparaciones. Pero, por otro lado, esto no significa que sean del
todo fáciles de asumir por los Estados. Si bien un Gobierno puede avenirse a afrontar
el costo material de las reparaciones, hay un costo simbólico que muchas veces no se
quiere asumir: es el costo de adoptar una lógica de responsabilidad, es decir, de aceptar
que se están ofreciendo compensaciones y servicios para subsanar una falta, daño u
omisión.
Este fenómeno está detrás de las primeras respuestas dadas por el Estado peruano
al tema de las reparaciones. Baste recordar que, durante su presidencia, Alejandro
Toledo propuso integrar las reparaciones dentro de un preexistente plan de paz y
desarrollo. Esa propuesta es elocuente. El Estado peruano, como gran parte de los
Estados latinoamericanos, ha hecho suyo el lenguaje del desarrollo por lo menos
desde hace setenta años: este da forma a sus metas, pauta su manera de plantearse
objetivos públicos, modela su comunicación con la población e incluso imprime —o
imprimía— una cierta forma a la competencia política. Es, por lo demás, un lenguaje
que presenta el vínculo entre Estado y sociedad como una relación vertical, de arriba
hacia abajo: las agencias estatales intervienen sobre la sociedad y la desarrollan. El
lenguaje de la responsabilidad es diferente: si no llega a generar una relación horizon-
tal, en todo caso coloca a la sociedad y al Estado en una configuración distinta, una
donde las víctimas aparecen como titulares y acreedoras y el Estado como deudor de
derechos de los que en principio debió ser garante. El gesto de Toledo se inscribe en
esa tensión. Su propuesta expresa un intento de traducir al domesticado lenguaje del
desarrollo —y, en el peor de los casos, de la asistencia social— algo que pertenece al
lenguaje de la responsabilidad.
Así, se puede considerar que el potencial transformador de un plan de reparacio-
nes reside en esa posibilidad de replantear las relaciones entre Estado y ciudadanía,
en la línea de lo que planteaba la CVR en sus recomendaciones sobre reconciliación.
Pero ese cambio hipotético no se verifica por entero en el monto de dinero asignado
para reparaciones ni en la ejecutoria de los diferentes programas, sino que requiere
actitudes y gestos particulares de reconocimiento. Eso es lo que se puede entender
como la dimensión simbólica de las reparaciones, una de las mayores omisiones acusa-
das por las poblaciones beneficiarias. Esto tiene que entenderse, como se verá en este
libro, en dos sentidos: la omisión de reparaciones simbólicas como un componente
específico del plan de reparaciones, y la omisión de un contenido simbólico en todas
las otras formas de reparación. Lo primero se refiere a gestos de reconocimiento y
dignificación, o pedidos de perdón, expresados por la autoridad estatal a las víctimas
o sus familiares; lo segundo atañe a cuestiones tan básicas como un tratamiento
respetuoso, diligente o deferente en la ejecución de las reparaciones de cualquier
tipo. El reclamo de esto segundo es muy significativo: en un país donde la ciudada-
nía pobre ha sido históricamente maltratada por el Estado, o donde los servicios y
bienes públicos son suministrados a manera de favor o gracia, resulta chocante que

19
Legados de un pasado irresuelto

las reparaciones se ofrezcan siguiendo también esa pauta jerárquica. Las relaciones
tradicionales entre Estado y sociedad, que fueron el telón de fondo de la violencia,
resultan así reproducidas.
El reclamo de gestos de reconocimiento que hacen las víctimas, por último, remite
a otro aspecto del impacto transformador de una comisión. Se trata de la demanda
y movilización que emprenden las colectividades afectadas a partir de un proceso de
exposición pública de la verdad. Este es un tema central en la lectura de los efectos
de una comisión de verdad. Esta se valida no solamente por los productos que entrega
al final de su mandato —una nómina de víctimas, un repositorio documental, una
base de datos, un informe final, materiales divulgativos, etc.—, sino también por
el proceso social que es capaz de desencadenar. Las demandas de verdad, justicia o
reparaciones preexisten a una comisión de verdad y, de hecho, son una precondición
para su adecuado funcionamiento. No se puede hacer búsqueda de verdad ahí donde
no hay una demanda previa de verdad. Pero la dinámica esperada tiene la forma de
una espiral: esas demandas previas habilitan el trabajo de una comisión de verdad,
y este trabajo, a su vez, alimenta y potencia esas demandas. No se trata únicamente
de un aumento de esa demanda, sino también de su fortalecimiento o cualificación.
El proceso de búsqueda oficial de verdad disemina un vocabulario y una gramática
que las colectividades de afectados harán suyos; establece objetivamente la magnitud
de los crímenes cometidos y su tipicidad penal; difunde una práctica particular de la
documentación y el testimonio; especifica los tipos de daños que se han producido
y los derechos que han sido vulnerados. Eso no quiere decir, evidentemente, que lo
cubierto por una comisión durante su investigación agote la integridad de la expe-
riencia de los diversos tipos de víctimas ni que sus resultados, perspectivas o énfasis
deban ser satisfactorios para todas las colectividades. La descripción de la búsqueda
oficial de la verdad como un proceso alude, a la vez, a la incompletitud de lo actuado
y a su capacidad para motivar y habilitar nuevas búsquedas y demandas sobre la base
de un mínimo indispensable de verdades y valores incontrovertibles: hubo abusos
—estos constituyeron crímenes—, hubo responsables, hubo víctimas —estas tienen
derechos—, y hay obligaciones estatales de respuesta. Al fin y al cabo, la noción de
víctima, como se ha dicho antes, congrega esas convicciones y verdades y se convier-
te, así, no en una identidad saturante y excluyente, sino en una plataforma desde la
cual actuar. Es, así, un acicate de esa capacidad de acción deliberada, individual o
colectiva, que en la ciencia social de hoy se denomina agencia. Desde esa óptica, en
la medida en que no es entendida solo como resultado, sino también como proceso,
la búsqueda de verdad que hace una comisión se incorpora dentro de la tendencia
más amplia de la movilización social y lo que en América Latina se ha percibido
históricamente como la construcción de la ciudadanía desde abajo. En el caso de la
CVR, eso es perceptible en la multiplicación de iniciativas locales de conmemoración
y de organizaciones de víctimas, y en los esfuerzos tenaces de estas por obtener más y
mejores respuestas del Estado. A diferencia de lo que ha sucedido en otros procesos

20
Introducción

de comisiones de verdad, en el Perú, sin embargo, esa movilización y esa agencia no


encuentran una contraparte aliada en el mundo de la política institucional, dada la
inexistencia de partidos políticos en cualquier sentido realista.

3. Una transición extenuada


Como se ha recordado líneas arriba, la justicia transicional tiene un doble co-
metido: responder con medidas de justicia a la vulneración de los derechos de las
víctimas, y generar condiciones para que la paz y la democracia restauradas resulten
sostenibles.
Es debatible la idea de que en el Perú se emprendió un proceso de justicia tran-
sicional en el año 2001. No hubo en ningún momento la intención de diseñar un
esquema integral de medidas bajo esa lógica. De hecho, el Estado peruano no ha
incorporado nunca en su lenguaje la noción de justicia transicional. Sí hubo, en
cambio, algunas medidas aisladas. La CVR fue la primera de ellas. Y, como se ha
dicho también, esta interpretó su mandato en el sentido de ese doble cometido antes
señalado. Así, una lectura del legado de la CVR veinte años después tiene que plan-
tearse la cuestión de cuál fue el destino de aquella transición o, según el título de la
tercera sección, preguntarse sobre la democracia peruana y sus cuentas con el pasado.
No es, ciertamente, inaudito afirmar que el mensaje de la CVR y sus recomen-
daciones no fueron atendidos. El desafío para una interpretación de los dos últimos
decenios está en preguntarse sobre las razones de esa omisión y sobre sus consecuen-
cias para la democracia.
Un parte de la respuesta a la primera cuestión se encuentra en la ya señalada inexis-
tencia de partidos políticos o, para decirlo en términos más genéricos, de organiza-
ciones que intervengan en la política institucional con interés en los asuntos públicos
(entendidos como algo distinto de intereses económicos o búsqueda de privilegios
y barreras contra la acción judicial) y con conocimiento de ellos. Desde luego, tras
un proceso de exposición pública de la verdad como el que hace una comisión de
verdad, no es de esperarse que todos los grupos sociales y políticos estén satisfe-
chos ni, mucho menos, dispuestos a seguir las recomendaciones hechas. Es natural
que haya sectores discrepantes y hostiles, pero es también esperable que haya otros
sectores dentro de la arena política que asuman, ya sea por convicción, ya sea por
interés, la representación de la agenda de justicia. En ausencia de partidos políticos,
esto ha sido imposible. Ello no ha impedido que en algunos momentos el Congreso
aprobara algunas leyes esenciales para dicha agenda. Tal fue el caso del Plan Integral
de Reparaciones, aunque eso tuvo lugar cuando el impulso de la transición todavía
estaba vigente. Varios años más tarde, en 2016, tras un largo proceso de diálogo entre
la sociedad civil y el Estado, se consiguió que el Congreso aprobara la creación de una
política de búsqueda de personas desaparecidas. Pero se trata de excepciones que no

21
Legados de un pasado irresuelto

contradicen una generalidad caracterizada, más bien, por la indiferencia o la hostili-


dad hacia lo señalado, advertido y recomendado en el Informe Final.
Pero, así como el impacto transformador de una comisión de verdad no se puede
medir únicamente por el cumplimiento de sus recomendaciones, sus relaciones con
la política no pueden ser observadas solamente a través de las leyes aprobadas. Existe
una dimensión no puramente operativa de la política en la que toman forma los
intereses, los objetivos, las estrategias, los medios elegidos y las acciones concretas; es
decir, un ámbito donde se define lo que es posible esperar que suceda en la política: en
esa dimensión se encuentran las identidades, el discurso y el conjunto de prácticas y
significados que componen la esfera pública.
Hoy en día es habitual describir el carácter destructivo de la política en el Perú, y
alrededor del mundo, con el concepto de polarización. Hace falta hurgar en los resor-
tes de tal preferencia por las posturas extremas y no negociables, y es factible pensar
que ese fenómeno se corresponde con una cierta forma de cincelarse las identidades.
En el trámite de la política, las identidades y los intereses aparecen como dos fenó-
menos paralelos, tal vez concurrentes, pero diferenciables. Los intereses (públicos y
privados) pertenecen todavía al orden de lo estratégico y, por tanto, de lo negociable.
Las identidades se ubican en el orden de lo que define al sujeto como tal y que, por
consiguiente, no está sujeto a transacciones. Esto no quiere decir que una política
centrada en identidades sea por definición disfuncional o destructiva. Después de
todo, algunos de los grandes avances en democratización de las últimas décadas al-
rededor del mundo son tributarios del surgimiento del paradigma identitario en los
asuntos públicos. Sin embargo, las identidades pueden ser, a su vez, de muy diversa
clase, y en ellas pueden alojarse convicciones, reclamos, asertos que no dejan lugar
para nada más que su propia reafirmación. Hay que preguntarse, así, cuál es el papel
de cierto tipo de identidades políticas en el Perú posconflicto y en qué medida el
bloqueo de la democracia está relacionado con esas identidades intransigentes que se
adhieren a una cierta versión del conflicto de manera unilateral, centrándose no en
valores sino en bandos: las actitudes apologéticas o negacionistas de los crímenes de
Sendero Luminoso o de agentes del Estado, la indiferencia o el repudio a la corrup-
ción según cuál sea el bando involucrado, la demanda de medidas autoritarias para
castigar al sector rival, la adhesión militante a versiones del pasado de violencia que
son patentemente falsas, todo ello forma parte de un universo de identidades rígidas
que campean en la esfera pública peruana. No está de más, por otro lado, recordar
que esa es la clase de subjetividades remanentes, y muchas veces transmitidas de ge-
neración en generación, en una sociedad de posguerra ahí donde las fracturas de la
violencia no han sido atendidas por medios institucionales.
La reproducción de tales identidades se corresponde con la reproducción y la re-
novación de un discurso que también es renuente a reconocer las verdades sobre el
pasado y los deberes que tal reconocimiento impone. Decir discurso es hablar de una
gramática social y de un universo de contenidos y de sentidos, y, en gran medida, la

22
Introducción

actividad de una comisión de verdad está orientada a proponer un discurso alterna-


tivo a aquel que estuvo vigente durante la violencia o el autoritarismo. Se trata, en el
caso de la CVR, de un discurso de responsabilidad, en el doble sentido de la palabra:
de reconocimiento de faltas y omisiones (también de culpas y sanciones que afrontar)
y de conciencia de un deber de actuar hacia delante. Pero se trata, también, de fijar
fronteras y límites al discurso previo. El énfasis que la CVR pone, por ejemplo, sobre
el racismo como entorno habilitante de la atrocidad implica plantear una frontera al
discurso aceptable: el epíteto racista, el lenguaje de la discriminación, la afirmación
de privilegios y de subordinaciones, todo ello es señalado como parte de los factores
que hicieron posibles la violencia, los crímenes y la impunidad, y debería quedar
expulsado del discurso público en una sociedad que se reconstruye tras un pasado
de violencia. No está de más señalar que en los años que siguieron a la transición el
discurso que proponía la CVR, que implicaba aceptar juicios muy duros sobre el
Estado y la sociedad, fue rápidamente desplazado por un discurso celebratorio, de
autocongratulación, centrado en el crecimiento económico: un discurso que, justa-
mente, condenaba como derrotistas las miradas críticas sobre el pasado e invitaba a
la sociedad a pensarse exclusivamente en términos comerciales. Ahí donde el ciuda-
dano era convocado a definirse como usuario o cliente, quedaba poco espacio para la
memoria, para las reformas institucionales y, menos aún, para reconocer las enormes
deudas que se tenía con las víctimas y también con la enorme población histórica-
mente marginada y relegada a la pobreza y a la desprotección.
Todo ello, por último, se condensa en la esfera pública. Ahí es donde las formas
de estar y percibirse en la sociedad (identidades) y la forma como se describe y se
interpreta el mundo y se plantean propósitos respecto de él (discursos) se traducen
en interrelaciones sociales, interacciones políticas, acciones públicas, todo lo cual a
su vez da forma a la política institucional. Si cabe preguntarse sobre una frustración
de la transición democrática, las respuestas tendrán que buscarse en gran medida en
la descomposición de esa esfera pública.
Hace falta, sin embargo, precisar la relación entre la desatención a las lecciones de
la violencia y la descomposición del espacio público. Hay que tener presente que, en
principio, una comisión de la verdad como la que se desarrolló en el Perú se sostiene
sobre la base de diversas formas de acción ciudadana, incluyendo algún reducto de
los medios de comunicación. Las comisiones de verdad descienden directamente,
como se ha dicho, del modelo de acción de las organizaciones de derechos humanos
y se centran, por tanto, en la documentación y la vigilancia crítica del Estado. Pero
si ese es su linaje inmediato, su forma de funcionamiento también se apoya en otro
desarrollo de la sociedad política, que podría remitirse a la idea de participación. La
búsqueda oficial de verdad, aunque de carácter estatal, implica una coordinación
entre Estado y sociedad civil siguiendo la pauta del paradigma participativo que
madura desde la década de 1990, principalmente en el campo del desarrollo. Por esa
razón, las nociones de buenas prácticas para el establecimiento de una comisión de

23
Legados de un pasado irresuelto

verdad sitúan en un lugar prominente los requisitos de publicidad y participación,


lo que supone la existencia de un grado mínimo necesario de tejido organizativo en
la sociedad y de movilización. El camino es de ida y vuelta: una comisión de verdad
efectiva necesita de una esfera pública activa y se orienta a fortalecer y dinamizar a
esa esfera pública.
Se puede considerar que, en el momento de su creación, y bajo el impulso del
momento transicional, la CVR encontró en la esfera pública una sociedad relativa-
mente movilizada: organizaciones de derechos humanos, colectividades de víctimas,
iglesias, algunas universidades, un grupo de medio de comunicación y un delimita-
do elenco político convencido de las necesidades de verdad y justicia. Señalar esto
no implica ceder a una improbable generalización: siempre se trató de un pequeño
reducto, pero uno con voz pública y capacidad de incidencia. Pero ese reducto, en
vez de ampliarse con el paso de los años, se encontró con una barrera impenetrable,
y la relativa tolerancia de diversos sectores sociales a la revisión crítica del pasado se
convirtió en indiferencia y en hostilidad entre los grupos más politizados. ¿Cuál fue
el efecto de los mensajes de la CVR sobre esa realidad pública? ¿En qué sentido la
negativa a acoger sus recomendaciones determinó el camino de descomposición de
la esfera pública? ¿Fueron la transición y sus mecanismos solamente un paréntesis
en el derrotero de la antipolítica que apareció como un modelo perverso para la
vida política del país en los años noventa? E, inversamente, ¿cuál es el impacto de la
descomposición organizativa de la política, esto es, la precariedad de partidos y otras
colectividades, sobre la desatención a las lecciones del pasado de violencia? Son pre-
guntas que deberían estar presentes en toda reflexión ulterior sobre las frustraciones
del ensayo democrático iniciado en el año 2001.

4. La reconciliación, problema y horizonte


Lo señalado arriba refleja un propósito central de esta publicación, que es el de
motivar que nos sigamos interrogando sobre la relación entre el pasado de violencia
y la crisis presente desde la perspectiva de lo dicho por el Informe Final de la CVR.
Se dice, con razón, que este es un documento perfectible. No es un texto que cierra
una conversación, sino uno que la abre. Pero esa conversación debe ser sostenida con
buena fe, estar delimitada por valores democráticos y ser respetuosa de los hechos
establecidos. El Informe Final plantea un conjunto de verdades que son incontrover-
tibles por la solidez de la evidencia que las respalda. Es a partir del reconocimiento
de esas verdades que un diálogo sobre el pasado puede rendir frutos para el futuro.
La última sección de este libro —«Reflexiones finales: el horizonte del recono-
cimiento»— explora críticamente ese futuro, o las posibles nociones de ese futuro,
tomando como punto de partida la idea de reconciliación. Este es un concepto casi
omnipresente en las discusiones sobre justicia transicional, y es también un concepto

24
Introducción

al que hay que aproximarse con cautela. Tradicionalmente, reconciliación fue un san-
to y seña de esos pactos de mutua impunidad entre los actores armados o poderosos
a los que nos hemos referido al hablar del paradigma estratégico de las transiciones.
Reconciliarse era ponerse de acuerdo en no mirar el pasado y en no pedir cuentas por
los abusos cometidos. Esa forma de tramitar el pasado ha quedado desautorizada y ya
no es aceptable en una definición válida de transición democrática.
Es útil recordar en este punto que la CVR fue creada originalmente con el nombre
de Comisión de la Verdad y que fue el Gobierno de Alejandro Toledo el que añadió
a su nombre el término reconciliación. La Comisión adoptó desde el inicio una ac-
titud crítica hacia esa idea, no en el sentido de rechazar por principio el ideal de la
reconciliación, sino con la perspectiva de redefinirlo. La reconciliación de la que se
habla en la CVR no está concebida en esos términos de extinción de las culpas del
pasado, sino, justamente, de asunción de esas culpas y fallas y vacíos para replantear
las relaciones entre Estado y sociedad y también las formas del trato cotidiano entre
la población: sustituir la indiferencia y el maltrato por el tratamiento respetuoso y
equitativo puede ser una manera de enunciar ese ideal. Este suena en principio abs-
tracto y desasido de la realidad práctica, pero adquiere una fisonomía más concreta
en las recomendaciones de reforma institucional formuladas.
En las dos décadas subsiguientes no hubo solamente una negativa a ensayar una
reconciliación en esos términos, sino también una incapacidad o renuencia a en-
tender esa manera de plantear la cuestión. De ahí que, muchas veces por falta de
comprensión y otras por falta de honestidad, todavía se objete al trabajo de la CVR
preguntando «por qué no reconcilió». La pregunta es ociosa. La reconciliación no
es un acto ni un hecho ni un resultado concreto —menos aún uno que pueda ser
producido durante el periodo de trabajo de una comisión de verdad—, sino un
proceso que se verifica en el mediano y en el largo plazo. No es, por otro lado, un pro-
ceso que tenga lugar por el simple paso del tiempo (y hay que tomar conciencia de lo
engañosas que son ciertas metáforas corrientes como aquellas que hablan de «heridas
abiertas» y «heridas que se cierran»), sino que demanda decisiones, intervenciones,
reformas. Así, son la sociedad y el Estado peruanos quienes tienen que producir una
reconciliación entendida en ese sentido complejo. Las verdades expuestas por la CVR
son, en todo caso, un terreno sobre el cual podría comenzar ese trabajo, si hubiera
voluntad de realizarlo.

*****

El balance que queda delineado en los diversos capítulos que integran este libro
tiene inevitablemente un tono crítico. Como ya se dijo, al pensar en los veinte años
transcurridos desde la presentación del Informe Final de la CVR era ineludible tener
como referencia y punto de contraste la precaria situación en que se encuentra la de-

25
Legados de un pasado irresuelto

mocracia en el año 2023 y el perturbador regreso de la violencia y las violaciones de


derechos humanos al primer plano entre los temas de discusión pública.
Pero lo dicho no debilita, sino más bien refuerza, la idea central con la que se em-
prendió este proyecto editorial, que es la de llamar la atención sobre la importancia
que tienen las lecciones del pasado expuestas por la CVR para todo posible reencau-
zamiento de la vida política y ciudadana del país. Y por lo dicho debemos agradecer
a todas las personas —especialistas de diversas disciplinas— que han elaborado los
capítulos que componen este libro no solo el que hayan aceptado sumarse al proyec-
to, sino el que acogieran desde el inicio el espíritu que preside la publicación y las
preguntas que mediante ella queríamos plantear al país.
Además de a ellas, dejamos constancia de nuestro reconocimiento a Félix Reátegui
y Alexander Benites por sus aportes conceptuales a la orientación de este libro, así
como a Paola Velarde, Geraldine Chavez y Luis Valverde, integrantes del equipo del
IDEHPUCP, quienes desde el inicio asumieron con entusiasmo y diligencia el exi-
gente trabajo que ha hecho posible esta publicación.

Salomón Lerner Febres


Rector Emérito y presidente del IDEHPUCP

Elizabeth Salmón
Directora Ejecutiva del IDEHPUCP

26
I. La transición política,
la CVR y la
confrontación del
pasado violento
Una exigencia viva de cambio
Justicia transicional y prevención en Perú*
https://doi.org/10.18800/9786124474477.001

Julie Guillerot

Resumen
Por medio del repaso al proceso pre y post-Comisión de la Verdad y Reconcilia-
ción, este capítulo examina las formas en que el proceso de justicia transicional en el
Perú ha podido facilitar, u obstaculizar, la prevención de la repetición o persistencia
de las violaciones de los derechos humanos, las diferentes formas de violencia y re-
presión, los conflictos violentos y el autoritarismo. En un contexto donde las causas
estructurales del conflicto armado interno no han sido abordadas integralmente por
un Estado que privilegia el crecimiento económico basado en la libre iniciativa priva-
da, las demandas de cambio y los factores que dan a los conflictos sociales el potencial
de convertirse en violentos siguen estando vivos.

Palabras clave: justicia transicional, comisión de la verdad, prevención, violencia,


conflictos sociales

*
La versión original de este capítulo forma parte de un proyecto de investigación comparativa del Cen-
tro Internacional para la Justicia Transicional que examina las contribuciones de la justicia transicional
a la prevención en Colombia, Marruecos, Perú, Filipinas y Sierra Leona. En junio de 2021 se publicó
en inglés, y se encuentra alojado en https://www.ictj.org/sites/default/files/ICTJ_Report_Prevention_
Peru.pdf. La versión que aquí se presenta es de responsabilidad únicamente de la autora.

28
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

Introducción
De 1980 al 2000, el Perú experimentó tanto un conflicto armado interno como
un periodo de autoritarismo político. La transición, provocada por constantes reve-
laciones de corrupción gubernamental, por demandas de mejoras económicas y de
retorno hacia la democracia, dio pie a un nuevo marco político y jurídico que incluyó
la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), cuya investigación
reveló un cuadro de las víctimas de violaciones de los derechos humanos como per-
sonas social y económicamente excluidas y situó la violencia política en el contexto
de casi doscientos años de dominación, marginación y opresión de los miembros de
las poblaciones andinas y nativas. Para superar estas violaciones y fracturas sociales,
la CVR recomendó implementar una serie de medidas que buscaban justicia penal,
reparaciones y garantías de no repetición.
El Informe Final de la CVR (IFCVR) recibió un débil respaldo social y político,
y la implementación de sus recomendaciones a lo largo de los últimos veinte años
estuvo caracterizada por la discontinuidad y la dispersión. A su vez, más allá de las
estrictas recomendaciones del IFCVR, otras decisiones de política pública, parte de
un proceso nacional e internacional más amplio, pueden vincularse con su llama-
miento de superar las divisiones sociales, aunque surgen tensiones relacionadas con
el modelo económico que condiciona este periodo postransicional.
Dichas tensiones conllevaron a que en los últimos veinte años se dieran importan-
tes protestas públicas y conflictos sociales, en los que se pasó con relativa rapidez de
las reivindicaciones a los enfrentamientos violentos. La respuesta estatal transitó por
estrategias que buscaron el diálogo y la prevención, a la vez que desplegó un aparato
normativo que permitió tanto el uso de la fuerza pública para restablecer el orden
interno como la criminalización de la protesta social.
Por medio del repaso al proceso pre y pos-CVR, este capítulo examina las formas
en que un proceso de justicia transicional puede facilitar, u obstaculizar, la preven-
ción de la repetición o persistencia de las violaciones de los derechos humanos, las
diferentes formas de violencia y represión, los conflictos violentos y el autoritarismo.
El objetivo no es demostrar empíricamente una conexión causal entre los procesos
de justicia transicional y la prevención, sino más bien identificar las vías de cambio y
sus interacciones con otros factores en sistemas complejos.

29
Legados de un pasado irresuelto

1. De la violencia hacia una posible reconciliación

1.1. El periodo de violencia


Entre mayo de 1980 y noviembre de 2000, el Perú fue escenario tanto de un con-
flicto armado interno, que enfrentó a dos grupos insurgentes con las fuerzas del Esta-
do, como de un periodo autoritario. El solapamiento entre ambos no fue completo:
el conflicto armado surgió durante la restauración de la democracia tras un periodo
de dictadura militar (1980);1 mientras que el régimen autoritario comenzó solo a
mitad del periodo (1992) y se prolongó varios años después de que ambas insurgen-
cias fueran derrotadas. Los dos fenómenos, sin embargo, estuvieron estrechamente
relacionados.
El conflicto comenzó cuando Sendero Luminoso (SL) se embarcó en lo que de-
nominó una «lucha armada» contra el «viejo Estado» y los «enemigos de clase», utili-
zando y manipulando múltiples brechas sociales padecidas por el país (CVR, 2003,
t. VIII, conclusión 12). Rápidamente, en las zonas donde intervenía SL, cualquier
manifestación de disidencia individual daba lugar a ejecuciones y asesinatos selecti-
vos, y cualquier manifestación de disidencia colectiva desembocaba en masacres o
en la destrucción de comunidades enteras (CVR, 2003, t. VIII, conclusión 24). La
aparición en 1984 del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) escaló
la violencia, con ejecuciones selectivas, tomas de rehenes y secuestros (CVR, 2003,
t. VIII, conclusión 34).
El Estado carecía de capacidad para contener la insurgencia que, en pocos años, se
había extendido desde las comunidades rurales de las zonas más pobres hacia todo el
país. Ya en 1982, el Gobierno elegido democráticamente optó por la militarización
del conflicto, abandonando gradualmente sus poderes y prerrogativas en fueros de
las Fuerzas Armadas, lo que contribuyó a la perpetración de numerosas violaciones
de los derechos humanos.2
En 1990, Alberto Fujimori fue elegido presidente con una plataforma populista y
crítica a los partidos tradicionales, los cuales no habían logrado la paz ni la estabilidad
económica, dirigiendo un Gobierno de mano dura, y explotando el miedo que había
generado el conflicto. Utilizó este enfoque a lo largo de su mandato, incluso cuando
la intensidad del conflicto interno disminuyó con la captura de los líderes de SL y el

1 El conflicto comenzó cuando el país salía de doce años de régimen militar y se organizaban elecciones
libres en las que, por primera vez, iba a participar la población analfabeta y el derecho de voto iba a ser
por fin verdaderamente universal.
2 Inicialmente, el Ejército aplicó una estrategia de represión indiscriminada contra la población sos-
pechosa, con o sin razón, de pertenecer a SL. Posteriormente, adoptó una estrategia más selectiva me-
diante la declaración de estados de excepción, que se renovaron continuamente a lo largo de la década
siguiente, delegando amplios poderes políticos y militares en los mandos militares (CVR, 2003, t. I,
pp. 71-76).

30
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

MRTA (1992) como resultado del trabajo de inteligencia de la Policía Nacional para
concentrar y asegurar su control del poder.
Así, dio un golpe de Estado el 5 de abril de 1992, disolvió el Congreso, desman-
teló los contrapesos e intervino el Poder Judicial y otras instituciones con la ayuda de
las cúpulas militares y con una alta aprobación popular. Se inició un periodo de au-
toritarismo político con la adopción de una legislación antisubversiva que introdujo
cambios sustanciales en el sistema de defensa nacional. Dentro de este marco legal
de lucha contra el terrorismo, el sistema judicial peruano nunca respondió adecuada-
mente a las violaciones de los derechos humanos, e, incluso, se convirtió en parte del
mecanismo represivo a través de procedimientos que violaban el debido proceso y
garantizaban la impunidad.3
Fue entonces cuando se construyó una versión oficial del conflicto en torno a la
derrota del terrorismo. Esta narrativa políticamente rentable se basaba en una cultura
del miedo, en la alabanza incuestionable del papel desempeñado por los militares y
en la justificación de las violaciones de los derechos humanos como un mal menor.

1.2. La caída del autoritarismo y el Gobierno de Transición


La segunda reelección consecutiva de Fujimori en el 2000, contraria a la Constitu-
ción y caracterizada por graves acusaciones de fraude, dio lugar al envío de una misión
de alto nivel de la Organización de Estados Americanos (OEA) y al establecimiento de
una mesa de diálogo (OEA, 2000a). Esta se centró en explorar «opciones y recomen-
daciones encaminadas a reforzar la democracia»; en particular, medidas para reformar
la administración de justicia, fortalecer el Estado de derecho y garantizar la separación
de poderes, lo que incluía abordar la libertad de expresión y de prensa, la reforma del
proceso electoral, la supervisión y el equilibrio de poderes, y el control civil de los
servicios de inteligencia y de las Fuerzas Armadas (OEA, 2000b; 2000c). Cabe señalar
que la agenda de derechos humanos se vio circunscrita al retorno a la jurisdicción
contenciosa de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y a la liberación de
presos políticos.4
Del mismo modo, no fueron ni las irregularidades electorales ni las violaciones de
los derechos humanos del conflicto armado lo que provocaron la caída de Fujimori
en septiembre de 2000. Fue la revelación pública del aparato corrupto de su Gobier-
no y el consiguiente riesgo de enfrentarse a acusaciones de corrupción, junto con las
masivas protestas que exigían mejoras económicas y el retorno a la democracia, lo
que lo obligó a abandonar el país y renunciar a la presidencia. El Congreso rechazó la

3 Sentencias desproporcionadas, creación de nuevos crímenes (como terrorismo agravado y traición a la


patria), uso de jueces «sin rostro», amnistías, sanciones o destituciones de los pocos jueces que adelan-
taron investigaciones contra militares, etc.
4 Entrevista con Sofía Macher.

31
Legados de un pasado irresuelto

dimisión, pero declaró a Fujimori permanente y moralmente incapacitado para gober-


nar, y nombró a un presidente interino, Valentín Paniagua, siguiendo la línea oficial
de sucesión tras la renuncia del vicepresidente.
Se trató de una transición atípica, dado que los diferentes actores de los veinte años
de conflicto/autoritarismo no participaron directamente en ella y no tuvieron que
negociar condiciones entre sí: los líderes de SL y del MRTA habían sido capturados;
mientras que los dirigentes del Gobierno de Fujimori, el propio Fujimori y el alto
mando de las fuerzas de seguridad habían huido del país o habían sido encarcelados
por actos de corrupción. Esto condujo a que el autodenominado «Gobierno de Tran-
sición», en el poder desde noviembre de 2000 hasta julio de 2001, sin duda una admi-
nistración provisional de corta duración, tuviera espacio para actuar y crear un nuevo
marco político y jurídico. Cabe mencionar que, aunque marcó una etapa importante
en la recuperación de las instituciones democráticas, la reconstrucción del Estado de
derecho y el respeto de los derechos humanos no fue producto de un debate o de de-
mandas públicas significativas, sino más bien de los intereses de la élite democrática
progresista de aquel entonces.
Una de estas iniciativas fue la creación de un grupo de trabajo interinstitucional
que «prepare los proyectos legislativos y de otro carácter que se consideren necesarios
para el establecimiento de una Comisión de la Verdad» (MINJUS, 2000, art. 1). Fue
el resultado de un acuerdo entre un sector articulado, pero no muy amplio, de la
sociedad civil, en el que actuaban defensores de los derechos humanos y demócratas
progresistas, y el ala política del Gobierno de Transición que apoyaba las mismas cau-
sas. Para este sector, una comisión de la verdad era una exigencia ética fundamental.
En el 2001, sin embargo, una comisión de la verdad no era una exigencia mayoritaria
y, por tanto, su creación representó una importante victoria para el movimiento de
derechos humanos (Ames, 2005).5

1.3. La verdad de la Comisión


Sobre la base de la propuesta del grupo de trabajo interinstitucional, el Gobierno
de Transición creó el 4 de junio de 2001 la Comisión de la Verdad, encargada de
«esclarecer el proceso, los hechos y responsabilidades de la violencia terrorista y de la
violación de los derechos humanos producidos desde mayo de 1980 hasta noviembre
de 2000, imputables tanto a las organizaciones terroristas como a los agentes del
Estado, así como proponer iniciativas destinadas a afirmar la paz y la concordia entre
los peruanos» (PCM, 2001a). El presidente Toledo, cuyo Gobierno asumió el poder
en julio de 2001, ratificó la creación de la Comisión y cambió su nombre por el de
Comisión de la Verdad y Reconciliación, con lo que le otorgó un nuevo objetivo:
«sentar las bases para un profundo proceso de reconciliación nacional, a partir del

5 Entrevista con Sofía Macher.

32
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

esclarecimiento de los hechos, así como el restablecimiento de la justicia» (PCM,


2001b, par. 2).
La CVR presentó al país el resultado de su trabajo en agosto de 2003. El volumi-
noso Informe Final consta de nueve tomos en los que se analizan las causas y conse-
cuencias del conflicto armado interno y del autoritarismo, y se expone la gravedad
de las violaciones de los derechos humanos ocurridas durante ese periodo. «El último
gran texto holístico sobre el Perú, como lo fueron en su momento los textos de Basa-
dre, Flores Galindo o Degregori»6 refiere Eduardo Cáceres.
La mayoría de las conclusiones de la CVR contrastan fuertemente con las opi-
niones generalizadas sobre la naturaleza de los conflictos en América Latina y con
la visión que la sociedad peruana tenía de este periodo y de sí misma. Una de esas
conclusiones fue que SL no solo fue la causa inmediata y fundamental del conflicto
armado, sino también el principal autor de los abusos (CVR, 2003, t. VIII, conclu-
sión 12). A diferencia de otros países de Sudamérica y Centroamérica, en los que
los agentes estatales fueron los principales autores y solo una pequeña parte de las
violaciones fue cometida por grupos subversivos, en Perú, la CVR atribuyó a SL el
54 % de las víctimas mortales (CVR, 2003, t. VIII, conclusión 13). La Comisión
también concluyó que las Fuerzas Armadas eran culpables de violaciones de derechos
humanos, incluidas violaciones sistemáticas y generalizadas en determinados lugares
y periodos (CVR, 2003, t. VIII, conclusión 54).7
Aunque ninguno de los actores del conflicto peruano tenía motivaciones, ideo-
logías o reivindicaciones étnicas claras y, según la CVR, el conflicto en sí no puede
caracterizarse como étnico o racial (CVR, 2003, t. VIII, p. 119), la investigación de
la Comisión reveló la especial incidencia de la violencia política en las regiones y co-
munidades andinas y amazónicas. Ello lleva a la que, sin duda, es la conclusión cen-
tral de la CVR y que atañe al perfil sociodemográfico de las víctimas, pero también
a las características del propio conflicto armado interno: la interrelación entre cinco
grandes brechas que dividen al país y que, en cierto modo, causaron el conflicto y se
vieron reforzadas por él.
En primer lugar, existe una relación directa entre la pobreza y la exclusión social
de una persona y la probabilidad de ser víctima de la violencia, lo que muestra una
conexión entre la brecha socioeconómica y la forma que adoptó la violencia (CVR,
2003, t. VIII, conclusión 4). Además, los departamentos más afectados por la violen-
cia fueron los más pobres del interior del país —Ayacucho, Junín, Huánuco, Huan-
cavelica, Apurímac y San Martín (con el 85 % de las víctimas)—, lo que muestra que
las divisiones socioeconómicas estaban estrechamente relacionadas con las geográfi-

6 Entrevista con Eduardo Cáceres.


7 Esta conclusión conllevó a la disconformidad de uno de los comisionados, general retirado de las
Fuerzas Aéreas y asesor presidencial de Toledo en materia de defensa en aquella época, que firmó el
Informe Final bajo reserva y cuya carta de disconformidad se adjuntó al mismo. Carta del comisionado
Luis Arias Graziani, CVR, Informe Final, t. VIII, pp. 385-389.

33
Legados de un pasado irresuelto

cas (CVR, 2003, t. VIII, conclusión 4). A ello se añade la brecha rural-urbana, ya que
el 79 % de las víctimas vivía en zonas rurales y el 56 % trabajaba en la agricultura
(CVR, 2003, t. VIII, conclusión 5). El hecho de que la lengua materna del 75 %
de las víctimas fuera el quechua u otra lengua nativa ilustra los efectos de la división
etnocultural (CVR, 2003, t. VIII, conclusión 6). Por último, las consecuencias de la
brecha educativa se revelan en el hecho de que el 68 % de las víctimas no habían ter-
minado la enseñanza secundaria o eran analfabetas (CVR, 2003, t. VIII, conclusión
7). Así, el perfil de la víctima corresponde a alguien pobre; que vive en comunidades
rurales de los departamentos más pobres y marginados del país, situados en los Andes
o en la cuenca del Amazonas; que es indígena; y que es analfabeto. Es un retrato de
los excluidos social y económicamente del país.
Dado que la violencia afectó de manera desigual a distintos espacios geográficos
y a diferentes estratos de la población, la CVR concluyó que «junto con las brechas
socioeconómicas, el proceso de violencia puso de manifiesto la gravedad de las desi-
gualdades de índole étnico-cultural que aún prevalecen en el país» (CVR, 2003, t. I,
p. 70) y diferentes dimensiones de la marginación, la discriminación y el racismo que
afectan a los pueblos indígenas de las regiones andinas y amazónicas. Dejó al descu-
bierto el profundo desprecio que tanto SL como las Fuerzas Armadas sentían por las
comunidades y culturas indígenas, en tanto no eran leales o sumisas a sus posturas
ideológicas o a su control del poder.

1.4. Las causas profundas de la violencia: factores sociales y estructurales


subyacentes
Según la CVR, «la tragedia que sufrieron las poblaciones del Perú rural, andino
y selvático, quechua y asháninka, campesino, pobre y poco educado, no fue sentida
ni asumida como propia por el resto del país; ello delata [...] el velado racismo y las
actitudes de desprecio subsistentes en la sociedad peruana a casi dos siglos de nacida
la República» (2003, t. VIII, conclusión 9), una sociedad que nunca ha podido inte-
grarse satisfactoriamente.
Las raíces de la falta de integración, las brechas sociales y la posterior deslegiti-
mación del Estado se remontan a la independencia del país (1821). «[La] República
tuvo el pecado capital de nacer sin el indio y contra el indio», resumió Mariátegui
(Mariátegui, como se citó en Manrique [2002, p. 60]). La independencia no fue
fruto de una revolución social ni de un movimiento indígena; rompió con la do-
minación colonial solo para imponer la dominación criolla, dejando indemnes las
estructuras de la primera.8 La independencia no hizo más que reforzar las diferencias
8 «Las reivindicaciones de los indígenas no fueron tomadas en cuenta, y la Independencia y la República
no supuso para ellos ninguna mejora significativa en su condición social; en muchos casos representó
más bien un empeoramiento de la situación relativa, y las estructuras coloniales de dominación interna
siguieron vigentes» (Manrique, 2002, p. 57). A este respecto, Mariátegui también señala: «La República

34
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

basadas en las apariencias, los orígenes, los títulos y los ingresos, así como la margi-
nación de los analfabetos; en particular en lo que respecta al sistema electoral (Flores
Galindo, 1999, p. 12). Esta herencia colonial persistió a través de la violencia y el
racismo (Flores Galindo, 1999, p. 15). Según Manrique, sigue vigente el tipo de Es-
tado profundamente excluyente y segregacionista que se generó en aquella época, que
heredó y refrendó un discurso colonial antindígena y que consideraba a los blancos
intrínsecamente superiores (Manrique, 2002, p. 57).9
La relación fundamental entre el problema de la dominación del indígena y la
supervivencia de un sistema latifundista y una economía semifeudal no se abordó en
el primer siglo de la República (Mariátegui, 2000, p. 7). Tampoco se abordó entre
1930 y 1960: a diferencia de otros países latinoamericanos, el Perú no experimentó
transformaciones sociales ni políticas en este periodo; en gran medida porque no
contaba con una clase burguesa. La dinámica social peruana permaneció estancada
como consecuencia de Gobiernos cívico-militares controlados por la oligarquía.
La cuestión de la integración social y cultural no se planteó seriamente, salvo
durante el Gobierno militar de Velasco (1968-1975), que respondió a las múltiples
presiones sociales de los movimientos obreros y estudiantiles y a las grandes movili-
zaciones campesinas mediante una serie de reformas, como la Reforma Agraria, las
nacionalizaciones, la reforma educativa, la oficialización del quechua como lengua
oficial y el reconocimiento legal de las comunidades andinas y nativas (Manrique,
2002, pp. 53-60).10
Sin embargo, el proyecto velasquista fracasó, y afectó principalmente a estos mis-
mos sectores sociales «que anteriormente no habían tenido acceso a la movilidad so-
cial, debido a obstáculos no sólo sociales y económicos sino también étnico-raciales,
quienes entonces tuvieron la oportunidad de conocer los derechos que formalmente
tenían y les correspondían, pero [les] eran negados en la realidad cotidiana» (Man-
rique, 2002, p. 55). Como concluiría la CVR, el resultado fue el mito de progreso
(2003, t. I, p. 73).
Los veinte años de conflicto y violencia política entre 1980 y 2000, por lo tanto,
surgieron de, expusieron y exacerbaron casi dos siglos de dominación, marginación y

ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria. La República ha signifi-


cado para los indios el surgimiento de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente
de sus tierras. En una raza [sic] de costumbres y alma agrarias, como la indígena, este despojo ha cons-
tituido una causa de disolución material y moral […] La feudalidad criolla se ha comportado, a este
respecto, con más avidez y dureza que la española […]» (2000, p. 9).
9 Nelson Manrique agrega: «Un estado de una minoría que gobierna para la minoría, excluyendo a las
grandes mayorías del ejercicio del poder político; que encuentra normal que las minorías simplemente
no tengan expresión política y, peor aún, que minoriza a las mayorías» (2002, p. 57).
10
Como explicaría la CVR, «Sin un sistema educativo nacional e incluyente ni revoluciones populares
como la mexicana o la boliviana, los mayores procesos de integración social y cultural han surgido de
proyectos autoritarios como el del general Juan Velasco» (2003, t. I, p. 73).

35
Legados de un pasado irresuelto

opresión —ya sea de naturaleza cultural, social, económica o política— de los miem-
bros de las poblaciones andinas y nativas.

1.5. El camino hacia la reconciliación


El mensaje subyacente del IFCVR fue, entonces, que el país no podía seguir sien-
do manejado de la misma manera sin correr el riesgo de profundizar estas divisiones
y de ahondar la deslegitimación del Estado,11 y que el camino hacia la reconciliación
se encuentra precisamente en la superación de las diferentes fracturas sociales que
fueron expuestas por el conflicto armado. De hecho, en el tomo que contiene sus re-
comendaciones, titulado Hacia la reconciliación, la CVR propone al Estado vías para
evitar la repetición de la violencia en una secuencia casi cronológica de verdad-justi-
cia-reparaciones-garantías de no repetición. Por lo tanto, la agenda posterior a la Comi-
sión debería haber incluido la implementación de sus recomendaciones sobre justicia
penal, reparaciones para las víctimas y sus familias, y reformas institucionales.
En cuanto a la justicia penal, la decisión anterior de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos sobre el fondo del caso Barrios Altos, que declaró las dos leyes
de amnistía incompatibles con las obligaciones internacionales del Estado, permitió,
por un lado, la reapertura de muchos casos; y, por otro, que la CVR desempeñara un
papel verdaderamente complementario y no sustitutivo de la justicia penal.12 En este
sentido, la experiencia peruana parece atípica ya que, por primera vez, una comisión
de la verdad realizó 47 investigaciones iniciales, las cuales reunían 53 casos represen-
tativos de las más graves violaciones de derechos humanos que se habían cometido, y
las presentó oficialmente al Ministerio Público, con «todos los indicios que han ser-
vido [para formar] convicción sobre la presunta responsabilidad penal de las personas
sindicadas como probables agentes del delito» (CVR, 2003, t. IX, pp. 118-119).
De acuerdo con la concepción de la CVR, las reparaciones se entendían como ges-
tos y acciones estatales en favor de las víctimas, los cuales buscan reconocer el daño
causado y reafirmar su dignidad y, sobre todo, su condición de ciudadanos plenos,
en un esfuerzo por (re)establecer relaciones de igualdad y respeto. Ambiciosamente,
«el Plan Integral de Reparaciones [PIR-CVR] debe ser uno de los instrumentos que
sirva para fortalecer el proceso de consolidación de una democracia incluyente y el
futuro de la convivencia nacional», uno de los instrumentos que conduzca a «un
nuevo pacto social hacia la reconciliación» (Guillerot, 2003, p. 85). El objetivo ge-
neral del PIR-CVR era «reparar y compensar la violación de los derechos humanos,
así como las pérdidas o daños sociales, morales y materiales sufridos por las víctimas
11
Discurso de presentación del Informe Final de la CVR pronunciado por Salomón Lerner el 28 de
agosto de 2003.
12
Esta función no estaba explícitamente incluida en el mandato legal de la Comisión, pero sus miem-
bros adoptaron esta interpretación extensiva basándose en el lenguaje del artículo 2.b de su decreto de
creación.

36
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

como resultado del conflicto armado interno» (CVR, 2003, t. IX, p. 154). Para ello,
se propusieron cinco programas: simbólico, económico, colectivo, salud, educación
y un programa de restitución de derechos ciudadanos.
El mandato de la CVR también incluía «recomendar reformas institucionales,
jurídicas, educativas y de otro tipo como garantías de prevención» (PCM, 2001b,
art. 2.c). Las garantías de prevención propuestas buscaban modificar las condiciones
que generaron y profundizaron el conflicto interno y se organizaban en torno a cua-
tro temas principales:
• lograr la presencia de la autoridad democrática y de los servicios del Estado en
todo el territorio, recogiendo y respetando la organización popular, las identida-
des locales y la diversidad cultural, y promoviendo la participación ciudadana;
• afianzar una institucionalidad democrática, basada en el liderazgo del poder
político, para la defensa nacional y el mantenimiento del orden interno;
• reformar el sistema de administración de justicia para que cumpla efectivamen-
te su papel de defensor de los derechos de los ciudadanos y el orden constitu-
cional;
• elaborar una reforma que asegure una educación de calidad que promueva va-
lores democráticos —el respeto a los derechos humanos, el respeto a las dife-
rencias, la valoración del pluralismo y la diversidad cultural— y visiones actua-
lizadas y complejas de la realidad peruana, especialmente en las zonas rurales
(CVR, 2003, t. IX, p. 123).
Cada una de estas áreas incluía varias recomendaciones específicas, las que suman
un total de 53 propuestas (CVR, 2003, t. IX, pp. 123-146).

2. El proceso de justicia transicional tras la CVR

2.1. El Informe Final: poco consenso


La CVR realizó su trabajo de manera integral y compleja —con una amplia in-
vestigación académica y de campo, la organización de audiencias públicas y de ex-
humaciones forenses, la incorporación de la perspectiva de género, y la preparación
de casos judicializables— acompañada por la comunidad internacional y nacional de
derechos humanos. Su Informe Final fue entregado primero al entonces presidente de
la República, Alejandro Toledo, en Lima, el 28 de agosto de 2003, y un día después
a la ciudadanía en una ceremonia simbólica en Ayacucho.
Vista internacionalmente como una institución técnica, independiente y sólida, se
convirtió en un referente para organismos similares que se crearon en años posterio-
res y para procesos de justicia transicional en todo el mundo. Sin embargo, el trabajo
y resultado de la CVR, para amplificar las voces de las víctimas y darles el crédito y
37
Legados de un pasado irresuelto

el reconocimiento que durante tanto tiempo se les había negado, no calaron en la


psique popular, política y mediática nacional con la profundidad que cabría esperar
de una comisión de la verdad tan notable. La CVR no logró revertir ni la indiferencia
que la sociedad peruana había mostrado a lo largo del conflicto frente a las violacio-
nes perpetradas en los Andes y la Selva, ni la resistencia inicial a su creación y compo-
sición. Y, ciertamente, el Informe Final generó la resistencia de aquellos sectores que
ya estaban en contra de la existencia de la propia CVR.
Creada rápidamente para aprovechar la voluntad política existente durante el Go-
bierno de Transición, la CVR no fue el resultado de un proceso de consulta nacional.
Esto condujo, por un lado, a que las víctimas, en particular, y el público, en general,
no conocieran ni comprendieran plenamente el rol de la Comisión, lo que creó un
terreno fértil para la indiferencia, los malentendidos, la frustración o, lo que es peor,
la manipulación por parte de sectores malintencionados. Por otro lado, la rápida
creación de la CVR por iniciativa de una élite académica progresista y democrática
de Lima fue asociada al cabildeo y éxito de las organizaciones no gubernamentales
de derechos humanos (ONGDH). Para los sectores aliados al fujimorismo, incluidos
los medios de comunicación nacionales, esta asociación fue suficiente para descalifi-
car automáticamente a la Comisión y su Informe Final, sin siquiera examinarlo; los
opositores desprestigiaron a los comisionados en un vulgar, pero efectivo amalgama
entre SL → el comunismo → la izquierda → las ONGDH → la CVR, y terminaron
por calificar a esta última como defensora de SL. En las regiones, la mayoría de la
prensa local y las emisoras de radio denunciaron lo que consideraban centralismo y
elitismo de la CVR; mientras que su asociación con las ONGDH jugaba en su con-
tra, según un discurso en el que estas se benefician del dolor de las víctimas (Zapata,
2010, pp. 15-37). Estas opiniones persistieron mucho después de la presentación del
Informe Final y siguen siendo comunes hoy en día.
Otro factor que complicó la comprensión general y la aceptación política de la
narrativa de la CVR está relacionado con su mandato temporal. Por un lado, la CVR
tuvo que examinar críticamente el comportamiento de dos Gobiernos democráticos,
Acción Popular y el APRA, partidos largamente arraigados en la tradición política
peruana. Aunque totalmente justificable desde la perspectiva jurídica de los derechos
humanos, ello provocó la resistencia de dichos partidos políticos. Por otro lado, casi
toda la dirección nacional de SL fue capturada en 1992; mientras que Guzmán y el
Buró Político de SL lanzaron una propuesta de acuerdo de paz para poner fin al con-
flicto en 1993. Por ello, muchos ven la inclusión del segundo Gobierno de Fujimori
en el mandato de la CVR como una mezcla de varios procesos que no son necesa-
riamente parte del conflicto armado. Los partidarios de Fujimori incluso lo vieron
como un esfuerzo deliberado contra su régimen. Todo ello llevó a dejar al IFCVR
con un débil respaldo político.
Además, la audacia de la CVR y sus contundentes conclusiones, conscientemente
maximalistas desde el punto de vista jurídico y ético, suscitaron interrogantes sobre

38
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

la complicidad o el silencio de casi todos los actores e instituciones sociopolíticas


nacionales,13 lo que creó una barrera de comunicación entre la CVR y esas entida-
des (González, 2006, pp. 70-93). Su éxito en la investigación de desapariciones, la
exhumación de fosas comunes y la dirección de la identificación de restos también
creó rivalidades con las instituciones que debían continuar esas tareas. En general, la
Comisión no fue capaz de mejorar el compromiso de las instituciones permanentes
encargadas de perseguir la rendición de cuentas a largo plazo.
Finalmente, uno de los temas más polémicos en torno a la CVR, hasta el día de
hoy, se relaciona con la narrativa del conflicto que contiene el Informe Final, la cual
es radicalmente distinta a la narrativa que fue promovida durante más de diez años
por el Gobierno de Fujimori y las Fuerzas Armadas, atribuyéndose la responsabilidad
absoluta de la derrota de SL y construyendo su prestigio político sobre esta supuesta
victoria.
Según esta narrativa de salvación, cualquier violación atribuida a las Fuerzas Ar-
madas o a la policía era un daño colateral, el precio de la paz y el resultado de excesos
individuales, sin ninguna responsabilidad institucional o política. La contranarrativa
ofrecida por el IFCVR afecta las pretensiones políticas y culturales hegemónicas de
diversos grupos de poder que tienen acceso a los medios de comunicación,14 y no ha
podido disipar esta narrativa previa profundamente arraigada en la memoria popu-
lar; por el contrario, ha polarizado aún más el discurso público.15 Es más, estas dos
narrativas opuestas difieren no solo en las lecciones que hay que extraer del pasado,
sino también en los retos políticos a los que se enfrenta el país en el futuro (Barrantes
y Peña, 2006, p. 17).
Además de los partidarios de estas dos narrativas, hay quienes simplemente piden
a la sociedad que no desentierre más el pasado y que pase página. La actitud general de
muchos peruanos hacia las víctimas, que suelen ser campesinos pobres, sin educa-
ción, que hablan una lengua indígena, en una sociedad marcada por el racismo y la
discriminación, sigue estando más cerca del desprecio a la dignidad humana que de
una verdadera capacidad de empatía. La abierta acusación de racismo de la CVR im-
plicaba no solo a las instituciones directamente cuestionadas, sino a la sociedad en su
conjunto, y ponía en entredicho la imagen que tenía de sí misma desde su fundación
como país, e incluso a sus tradiciones democráticas. Las conclusiones más profundas

13
Los partidos de izquierda, el Poder Legislativo, el Poder Judicial, el movimiento de derechos hu-
manos, los sindicatos, los gremios empresariales, las organizaciones de mujeres, las Iglesias católica y
evangélica, los medios de comunicación, el sistema educativo, la profesión docente y las universidades.
14
Cabe destacar que más del 80 % de los medios de comunicación (prensa tradicional, prensa digital,
televisión, radio) pertenece al mismo grupo económico, la corporación Grupo El Comercio, que afron-
ta desde 2013 un juicio pendiente en apelación por concentración indebida.
15
En la actualidad, estas interpretaciones contradictorias reaparecen en la escena pública y política cada
vez que se debate sobre la CVR y su mensaje, o sobre algunas cuestiones conexas. Véase Barrantes y
Peña (2006, pp. 37-40).

39
Legados de un pasado irresuelto

del Informe Final revelaban la existencia de fantasmas a los que la sociedad en su con-
junto no quería enfrentarse. Así, el telón de fondo es la indiferencia de la mayoría.
El discurso del presidente Toledo en el 2003 sobre el IFCVR captó el delicado
equilibrio entre todas estas posturas.16 Y el periodo iniciado en el 2000 no se organizó
deliberadamente en torno a una retórica que concibiera el periodo posconflicto en
toda su complejidad y magnitud. La transición democrática y el consiguiente debate
público se dirigieron, fundamentalmente, a los problemas del proceso y la legislación
electorales, la corrupción, la independencia y la supervisión de los poderes del Esta-
do. No se ocuparon de crear una sociedad pluralista basada en un nuevo pacto social
que incluyera a todos los peruanos en los beneficios y obligaciones de la ciudadanía,
ni respecto al retorno a la democracia después no solo de una dictadura, sino también
de un conflicto armado, ni tampoco de la resolución integral de las violaciones de los
derechos humanos que se cometieron durante el pasado reciente. La transición no
fue vista como un proceso multifacético de mediano y largo plazo que implicaría la
responsabilidad de los Gobiernos posteriores (Reátegui, 2005, pp. 13-23).
Así, no es de extrañar que el primer Gobierno elegido democráticamente se dedi-
cara a los asuntos de la política corriente y optara por no investirse de responsabilida-
des históricas; en particular mediante la implementación de las recomendaciones de
la CVR. Como sostuvo Reátegui, al escribir durante el Gobierno de Toledo, dos años
después de la publicación del Informe: «Se presentó, por tanto, la curiosa situación de
tener un periodo gubernamental con varias instituciones y tareas de carácter transi-
cional, pero sin que el gobierno y los diversos sectores sociales y políticos lo perciban
como tales» (2005, p. 14). Del mismo modo, no es de extrañar que los esfuerzos en
torno al tema y la atención a este disminuyeran durante los Gobiernos posteriores. El
crecimiento económico que experimentó el país durante esos años recibió la mayor
atención y prioridad política.
En ausencia de referentes políticos que enarbolaran la bandera de los derechos
humanos en general, y sin respaldo político e institucional para el Informe Final, las
cuestiones que planteaba volvieron al campo de la sociedad civil, en particular a los
previamente convencidos: ONGDH, organizaciones de víctimas y algunos funcio-
narios con valores sociales.

2.2. Implementación de las recomendaciones de la CVR: resonancia dispersa y


diluida
La evaluación del impacto de la Comisión empezó pronto. Cuatro años después
de que entregara su Informe, la excomisionada Sofía Macher hizo un exhaustivo re-

16
Discurso sobre el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación pronunciado por Ale-
jandro Toledo, presidente de la República, el 21 de noviembre de 2003.

40
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

paso del cumplimiento de las 85 recomendaciones por parte del Gobierno de Toledo.
Concluyó que
si nos atenemos a un enfoque literal del conjunto de recomendaciones, sólo
se ha avanzado satisfactoriamente en un 17 % y la mayoría de las acciones
desarrolladas están referidas al tema de las reparaciones. Un 42 % adicional
tiene un desarrollo todavía insatisfactorio: no se han cumplido completamen-
te, pero se han dado pasos en la dirección sugerida. Por supuesto, también ha
habido cumplimientos que hasta ahora están sólo en el papel y que no se han
traducido en la práctica. (2007, p. 15)

Los avances eran inexistentes en algunas áreas específicas:


• mejorar el acceso a la justicia para todos, aumentando el número de defensores
públicos y unidades judiciales, dotando también de más recursos a las clínicas
populares;
• reconocer e integrar los derechos de los pueblos y comunidades indígenas en el
marco jurídico nacional;
• poner en marcha un plan de emergencia para la educación destinado a atender
a las poblaciones más vulnerables de las zonas menos favorecidas del país;
• promover un plan de alfabetización con prioridad para las mujeres adolescentes
y adultas de las zonas rurales (la única recomendación que se centra específica-
mente en las mujeres);
• redefinir la educación en términos de contenidos, metodologías y cobertura,
poniendo énfasis en la población rural; y
• aumentar la calidad de las escuelas rurales.
Dadas las conclusiones de la CVR sobre las fracturas sociales que permitieron
el conflicto, llama poderosamente la atención que sean precisamente las áreas que
tienen que ver directamente con las poblaciones excluidas, con especial énfasis en la
educación, las que no mostraban ningún avance en los cuatro años posteriores a la
entrega del IFCVR. Según Macher, esto mostraba «un compromiso social todavía
insuficiente y una voluntad política frágil y esquiva para producir los cambios que se
requieren» (2007, p. 8).
Evaluaciones posteriores muestran que se han venido produciendo algunos avan-
ces en la implementación de las recomendaciones (Defensoría del Pueblo, 2013;
Macher, 2014). Una revisión y un análisis exhaustivos de dichos avances escapan de
las posibilidades de este capítulo; sin embargo, mencionaremos puntualmente los
siguientes:
• la creación de un subsistema especializado para la investigación y juzgamiento
de graves violaciones de los derechos humanos17 y algunas sentencias condena-

17
Véase IDEHPUCP. Seguimiento de casos de violaciones de derechos humanos. https://idehpu-
cp.pucp.edu.pe/lista_proyectos/seguimiento-de-casos-de-violaciones-de-derechos-humanos/mar-
co-del-proyecto/subsistemas-nacionales/

41
Legados de un pasado irresuelto

torias, utilizando conceptos y argumentos del IFCVR;18


• la aprobación de un marco normativo e institucional para el registro de las
víctimas del conflicto, el plan integral de reparaciones y la puesta en marcha
paulatina de sus respectivos programas;19
• la existencia de lugares de memoria en todo el país, como, por ejemplo, en Lima,
el Ojo que Llora y el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social
(LUM) con un guion museográfico consensuado;20 en Ayacucho, el Museo
de ANFASEP y el proyecto de Santuario de la Memoria de la Hoyada (Jave,
2017);21
• la progresiva penetración de una cultura y doctrina de respeto a los derechos
humanos entre las instituciones responsables de la defensa y el orden interno;22
• la mejora de la accesibilidad y la inclusión social en el sector educativo (Correa,
2017, pp. 131-175);
• campañas masivas de registro de indocumentados, focalizadas en las zonas más
afectadas y marginadas (Correa, 2013, pp. 21-22);
• la adopción de una política pública de búsqueda de personas desaparecidas.23
18
Por ejemplo, los casos Fujimori, Castillo Páez, Chuschi, Lucanamarca, Grupo Colina, Hugo Bustíos o
Mariela Barreto. Cabe mencionar que la mayoría, sin embargo, continúan en proceso judicial, ya sea en
investigación preliminar, control de acusación o en juicio oral, y la extrema lentitud de las actuaciones.
Véase Cárdenas (2023).
19
El Decreto Supremo 011-2004-JUS (2004) creó la Comisión Multisectorial de Alto Nivel Encargada
del Seguimiento de las Acciones y Políticas del Estado en los Ámbitos de la Paz, la Reparación Colectiva
y la Reconciliación Nacional (CMAN) encargada de diseñar y coordinar las acciones y políticas en estos
ámbitos; la Ley 28592 (2005) estableció «el marco normativo del Plan Integral de Reparaciones para
las víctimas de la violencia ocurrida durante el periodo comprendido entre mayo de 1980 y noviembre
de 2000, de acuerdo a las conclusiones y recomendaciones del Informe de la Comisión de la Verdad
y Reconciliación» y creó el Consejo de Reparaciones a cargo de la elaboración del Registro Único de
Víctimas individuales y colectivas (RUV). Véase Guillerot (2019).
20
El guion museográfico fue elaborado a través de un proceso participativo que involucró a civiles afec-
tados, militares y policías, periodistas, artistas, representantes del movimiento de derechos humanos,
miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional y autoridades, en 14 reuniones realizadas en
las ciudades de Ayacucho, Lima y Satipo. Véase LUM (2014).
21
Véase también Gobierno regional de Ayacucho (2022).
22
Se han introducido cambios en la educación militar y policial y en los planes de estudio para la
enseñanza del derecho humanitario y los derechos humanos en los institutos armados y la Policía; se
han aprobado códigos de ética; y se ha formalizado la subordinación de los militares y policías a los Mi-
nisterios de Defensa y del Interior (Resolución Ministerial 936-2005-DE/SG; Resolución Ministerial
1452-2006-IN; Ley 29075, 2007).
23
La Ley 30470, adoptada dieciséis años después de la publicación del IFCVR y aproximadamente
35 años después de los primeros casos de desaparición, estableció al Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos como la entidad competente para aprobar, implementar y monitorear el Plan Nacional de
Búsqueda de Personas Desaparecidas (artículo 4) y creó el Registro Nacional de Personas Desaparecidas
y Sitios de Entierro (artículo 6). Este esfuerzo se complementó, en el 2018, con la creación del Banco de
Datos Genéticos (Decreto Legislativo 1398), destinado a contribuir a identificar a personas desapareci-
das durante el periodo de violencia. Se trata del primer banco de datos genéticos creado en el Perú. Esta
herramienta científica constituye un gran avance en los procesos de búsqueda con enfoque humanitario
y pone al Perú a la vanguardia en la región. Véase Barriga (2020).

42
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

Estos avances, sin embargo, no son lineales, sino sectoriales y descoordinados,


además de tardíos, dependiendo del Gobierno y los funcionarios de turno; muchas
veces, producto de la penetración en los sectores públicos de profesionales de las
ONGDH, la academia o la cooperación internacional; y casi siempre debido a la
ardua y continua lucha de ONGDH y organizaciones de víctimas. Combinado con
la inestabilidad de los gabinetes y la alta rotación de funcionarios, esto explica, a lo
largo de los veinte años, la discontinuidad de visiones sobre estas políticas, los avan-
ces y retrocesos, y la aprobación de normativas contradictorias que muchas veces se
neutralizan entre sí, así como de normativas incompletas e inaplicables por no tener
correlatos a nivel reglamentario o presupuestario. Precisamente, estos avances, salvo
quizá el PIR, siguen sin ser asumidos explícitamente en los más altos niveles del Esta-
do como parte de una agenda integral pos-CVR, porque «el Informe Final no es un
referente formal. Es una pauta concreta para la sociedad civil pero no para el aparato
centralizado del Estado, que avanza y retrocede según quién esté».24 Por ello, entre la
sociedad civil organizada, una percepción común es que no se ha hecho nada, porque
cualquier avance es disperso y diluido, fruto de sus propias luchas, no de una genuina
voluntad política, estando a merced de cambios en las prioridades de financiamiento
y en las orientaciones políticas y no siendo visibles en la agenda pública como un
proceso integral. Desde la perspectiva de las víctimas, hay que añadir que la extrema
lentitud de las respuestas estatales a violaciones ocurridas hace entre veinte a cuarenta
años y las actitudes revictimizantes de las instituciones públicas agotan el sentido
reparador de estas respuestas.

2.3. Más allá de las recomendaciones de la CVR: tensiones


La CVR formaba parte de un proceso más amplio, configurado tanto por las
dinámicas y demandas de inclusión y cambio social del debate público nacional,
enmarcadas en un modelo de desarrollo económico neoliberal,25 como por la agenda
de la comunidad internacional en materia de derechos económicos, sociales y cultu-
rales, pero también sobre desarrollo y libre comercio. Por lo tanto, otras decisiones de
política pública pueden vincularse al llamamiento de la CVR a superar las divisiones
sociales, más allá de que hayan sido formuladas en el Informe Final, las cuales se de-
ben examinar dentro de este marco global.

24
Entrevista con Narda Henríquez. Las mismas ideas se expresaron en las entrevistas con Carolina
Trivelli, Raquel Reynoso, Víctor Caballero, Iris Jave, Alicia Abanto, Eduardo Dargent, Iván Lanegra y
JavierTorres (Lima); Yuber Alarcón (Ayacucho); Esperanza Ramos (Ica).
25
El periodo 1980-1989 estuvo acompañado por una crisis general sin precedentes —con contracción
del producto interno bruto, déficit fiscal, inflación y disminución de la tasa de empleo formal— que
llevó al país al borde del colapso económico y dio a Fujimori la oportunidad de imponer la Constitución
de 1993, aún vigente, que marcó el inicio del control neoliberal de la economía.

43
Legados de un pasado irresuelto

Por ejemplo, la aprobación de la Ley de Consulta Previa,26 que no se dio a raíz del
IFCVR, sino del conflicto de Bagua,27 enviaba a priori un importante mensaje políti-
co sobre el interés del Gobierno peruano por respetar los derechos de los pueblos in-
dígenas. La ley otorga a las comunidades indígenas del Perú el derecho a ser consulta-
das sobre cualquier actividad, plan, medida administrativa o legal, desarrollo o sobre
cualquier proyecto que implique, afecte o tenga lugar en sus territorios ancestrales.
Sin embargo, el resultado se ha reducido a un proceso formulista y de listas de con-
trol, sin mucha sustancia. Adolece de varias deficiencias; entre ellas, la determinación
de los casos que requieren consulta, en los que el Estado elude su obligación alegando
que las comunidades afectadas no son de carácter indígena; la determinación de las
partes en la consulta que representan a las comunidades indígenas; la asimetría de
poder e información de las distintas partes; y la existencia de acuerdos previos entre
los líderes de las comunidades y las empresas que pretenden ejecutar los proyectos,
que pueden hacer que el proceso sea discutible. Así, pues, señalar el índice total de
acuerdos alcanzados hasta la fecha es engañoso porque enmascara algunas de estas
deficiencias (Lanegra, 2017, pp. 14-20). A su vez, respetados observadores llaman la
atención sobre la contradicción de un Estado que reconoce un derecho, pero luego
limita su pleno ejercicio porque el Estado, al mismo tiempo, promueve un modelo
de crecimiento económico que inevitablemente colisiona con este derecho: la Ley de
Consulta Previa colisiona con la Ley de Concesiones Extractivas.28
Igualmente, impulsado por la agenda internacional y nacional más allá de la CVR,
el Gobierno peruano creó en el 2011 el Ministerio de Desarrollo e Inclusión So-
cial (MIDIS) y un conjunto de programas sociales dedicados a resolver problemas
específicos de diferentes poblaciones vulnerables o marginadas, entre los cuales se
encuentran:
• Juntos, el programa de apoyo directo a los más pobres que promueve que las
gestantes y los niños y/o adolescentes de los hogares más pobres accedan a la
salud preventiva materno-infantil y a los servicios de escolaridad sin deserción;
• la política Techo Propio de subsidios de vivienda, la cual contará con servicios
básicos de luz, agua, desagüe;
• Cuna Más, el programa de visitas a domicilio, que apoya el desarrollo de la

26
Ley 29785, 31 de agosto de 2011.
27
Mientras el segundo Gobierno de Alan García (2006-2011) promovía una política de inversiones como
parte de la ejecución del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, emitió varios decretos legisla-
tivos que permitían proyectos mineros y petroleros que afectaban directamente a los derechos colectivos
de los pueblos indígenas sobre la tierra, el agua y los recursos naturales y llevaron a conflictos sociales. El
Gobierno se negó a negociar, a pesar de meses de manifestaciones pacíficas. El 5 de junio de 2009, agentes
de la Dirección Nacional de Operaciones Especiales, con el apoyo de las Fuerzas Armadas, se enfrentaron a
cientos de indígenas que llevaban más de cincuenta días atrincherados en la zona conocida como la Curva
del Diablo. La orden de despejar la carretera se saldó con la muerte de 33 personas; entre ellas, 23 policías;
y graves violaciones de los derechos humanos.
28
Entrevistas con Iván Lanegra, Eduardo Vega, Raquel Reynoso e Iris Jave.

44
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

primera infancia y contribuye a superar las brechas en su desarrollo cognitivo,


social, físico y emocional;
• Pensión 65, el programa de asistencia solidaria que provee una pensión mínima
garantizada a las personas adultas mayores de 65 años que viven en situación
de pobreza extrema;
• Qali Warma (‘niño fuerte’ en quechua), programa que garantiza alimentación
a los estudiantes en los colegios públicos del país todos los días del año escolar
según sus características y las zonas donde viven;
• Beca 18, el programa de beca completa que financia la educación superior de
jóvenes en situación de pobreza o pobreza extrema, que tienen un alto rendi-
miento académico, y que se encuentran domiciliados en zonas vulnerables o en
las que se hablan lenguas distintas al castellano.
La creación del MIDIS, recomendada por el Banco Mundial y acompañada de
un préstamo, ha contribuido a la despolitización de las políticas sociales, y las ha
hecho más técnicas.29 La mayoría de los programas sociales que se han desarrollado o
reorganizado bajo este Ministerio utilizan la lógica de transferencias condicionadas, a
través del sistema de focalización de hogares, al igual que varias experiencias similares
a nivel regional que han sido promovidas por el Banco Mundial, el Banco Intera-
mericano de Desarrollo y otras instituciones internacionales. Así, se ha ampliado
cuantitavamente la cobertura de los servicios públicos básicos (documentación, agua,
sanidad, educación, acceso en lenguas nativas), pero su calidad e interculturalidad
siguen siendo problemáticas.30 Como menciona la exministra del sector: «El Estado
no debería terminar su trabajo cuando ha puesto una tubería en la comunidad, sino
cuando ha comprobado que los niños ya no enferman de diarrea al beber agua. Aún
falta este último extremo».31 De hecho, estos esfuerzos son principalmente paliativos
y no integrales.
Si bien el reciente crecimiento económico del país ha tenido un impacto real,32
la expansión económica se ha basado sobre todo en las industrias extractivas, en
particular, en la minería,33 en zonas habitadas por pueblos campesinos e indígenas o
caracterizadas por la pobreza y la marginación. La generación de empleo y la mejora
de la renta media no se han visto acompañadas por una reducción de la desigualdad
entre las distintas regiones del país o un mayor desarrollo humano en el interior del
29
Entrevistas con Víctor Caballero y Paula Muñoz.
30
Entrevistas con Carolina Trivelli, Eduardo Vega, Paula Muñoz, Eduardo Dargent, Javier Torres y
Leslie Villapolo.
31
Entrevista con Carolina Trivelli.
32
Se registra un aumento del producto interior bruto anual per cápita de 1960 dólares en el 2000 a
6594 en el 2014 y una reducción de la pobreza del 55 % en el 2000 al 20,7 % en el 2016 (OCDE,
2016, p. 1; INEI, 2017, p. 42).
33
En los años noventa, el país liberó su economía en el marco del programa de ajuste estructural del
Banco Mundial. La apertura a nuevos mercados permitió al Perú beneficiarse de los precios récord de
exportación de sus minerales, sobre todo a China, y atrajo la inversión extranjera, reduciendo así la
deuda pública y la inflación y aumentando el ahorro nacional.

45
Legados de un pasado irresuelto

país (Oxford Analytica, 2020; Rodríguez y Francke, 2017, p. 14). La región costera
es relativamente próspera; mientras que tanto la sierra andina como la selva amazó-
nica se han quedado rezagadas; la pobreza en las zonas rurales es tres veces mayor
que en las urbanas; el coeficiente de desigualdad humana en el 2019 fue de 18,8 %;
y la movilidad social se estancó (Rodríguez y Francke, 2017, p. 340; UNDP, 2020,
p. 5). En una revisión de 82 economías a nivel mundial, Perú ocupaba el puesto 66,
por debajo de sus países vecinos, y se ubicaba en el puesto número 72 en equidad
en educación y 76 en condiciones laborales (World Economic Forum, 2020). Según
el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), entre octubre de 2018
y septiembre de 2019, la tasa de informalidad alcanzó 66,6 % en el área urbana y
95,4 % en el área rural, con consecuencias no solo en las condiciones infrahumanas
de trabajo, sino también en la captación de impuestos, elemento esencial para contar
con mejores servicios básicos cuantitativos y cualitativos (INEI, 2020).34 Las dispari-
dades económicas entre las distintas regiones de Perú están en la base de muchas de
las desigualdades sociales.
Además, las mejoras formales que se han producido no reflejan un cambio más
profundo en las actitudes o en la forma de intervención del Estado. No hay trans-
formaciones institucionales culturales o actitudinales relevantes que conduzcan hacia
relaciones igualitarias y democráticas en un Estado dominado por tecnócratas y fun-
cionarios, sin cultura de servicio público. En un país con más de 55 pueblos indíge-
nas, 15 familias lingüísticas y más de 7000 comunidades, la mirada del Estado sigue
siendo paternalista, prejuiciosa o autoritaria. La justificación que antes era coloniza-
dora ahora es neoliberal.35 Desde esta perspectiva, el problema es que la gente no en-
tiende que las grandes inversiones privadas son buenas para ellos, lo que significa que
la solución es hacerles entender que los beneficiarán y los sacarán del primitivismo.36
De facto, la tensión entre garantizar programas sociales inclusivos e impulsar el
crecimiento económico ha estado en el centro del periodo postransicional de los
últimos veinte años. Las causas estructurales de la desigualdad no se han abordado
plenamente a través de estos programas sociales limitados, porque la prioridad del
Estado es alcanzar determinados objetivos cuantitativos de crecimiento. Además, la
intervención del Estado sigue siendo empañada por la ineficacia y la corrupción. El

34
Dado este nivel de informalidad, la situación generada por la pandemia del COVID-19 hizo que,
para muchos, no hubiera opción entre generar ingresos o mantenerse a salvo. De hecho, en el 2020, la
pobreza monetaria afectó a 30,1 % de la población del país, un aumento de 9,9 puntos porcentuales
en comparación con el 2019. Según áreas geográficas, la pobreza afectó al 45,7 % de la población en
el área rural y al 26 % en el área urbana, con un incremento de 4,9 puntos porcentuales y 11,4 puntos
porcentuales, respectivamente, respecto al 2019. Véase INEI (2021).
35
Entrevistas con Eduardo Cáceres y Javier Torres. «Con grandes inversiones privadas, estamos volvien-
do a la época de los terratenientes sin darnos cuenta, y el Estado sigue apoyándolos» (Entrevista con
Cecilia Cabrera).
36
Entrevistas con Leslie Villapolo (Lima); Ernesto Ambía y Yuber Alarcón (Ayacucho); Mayra Ramírez
(Ica).

46
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

Perú sigue siendo un país de desigualdades, exclusiones y carencias, donde la per-


sistencia de amplias brechas territoriales en cuanto a ingresos, acceso a servicios y
oportunidades vitales básicas sugiere determinantes de origen estructural para estos
sesgos de integración, y fallos más allá de los mercados, como en las mismas institu-
ciones políticas. «El Estado sigue sin representar a los más débiles, sigue dominado
por quienes controlan la economía del país».37

3. Los conflictos después del conflicto

3.1. Demandas y causas vivas


En consecuencia, los últimos veinte años de gobierno formalmente democrático,
aun cuando se haya restablecido el Estado de derecho en sus aspectos más generales,
han estado marcados por importantes protestas, disturbios y conflictos sociales que
ponen en riesgo, en algunos lugares y momentos, el orden interno y la gobernabili-
dad democrática.
Las causas de estos conflictos sociales son tan múltiples como los procesos socioe-
conómicos y políticos que han afectado al Perú, conteniendo y yendo más allá del
conflicto armado interno y del régimen autoritario y sus legados. Estas causas no
excluyentes (Defensoría del Pueblo, 2019, pp. 9-10) encierran un ciclo excepcional
de auge económico, sin redistribución ni reformas estructurales profundas, y de ex-
pansión del mercado, que ha puesto en contacto a diferentes actores, multiplican-
do y tensando sus relaciones; desigualdades y exclusiones crecientes de las que las
poblaciones son cada vez más conscientes, en un mundo conectado y comunicado
por las nuevas tecnologías de la información; un desbordamiento de las expectativas
alimentadas durante años por el populismo y el mito del bienestar; las reacciones a
los arreglos políticos y económicos provocados por las reformas liberales de los años
noventa; la debilidad institucional, que ha limitado la estructura de intermediación
de intereses diferentes e incluso contradictorios; y el vacío de representación y orga-
nización de las demandas resultante del colapso del sistema de partidos que condujo
a la desestructuración política, la tecnocracia, el clientelismo y la corrupción a nivel
local, regional y nacional. 38
Un análisis completo está fuera del alcance de este capítulo, pero las reivindicacio-
nes se expresan principalmente en torno al acceso a derechos básicos como recursos,
territorios y agua; al ordenamiento territorial nacional en relación con las conce-
siones privadas; al impacto socioambiental de las actividades extractivas formales e

37
Entrevista con Sofía Macher.
38
Sobre este último punto, véase Meléndez (2007, pp. 47-54).

47
Legados de un pasado irresuelto

informales; a la siembra y al control de la hoja de coca; y a los conflictos laborales en


el sector agroindustrial.
Sea cual sea la causa, se suele pasar con relativa rapidez de las reivindicaciones a
los enfrentamientos violentos (Defensoría del Pueblo, 2005, p. 18). Así se tienen las
protestas, los disturbios y las acciones violentas, como el bloqueo de una carretera o
la toma o quema de una instalación, que suelen ser consideradas por los sectores que
protestan las formas más eficaces de ver incluidas sus reivindicaciones en la agenda
pública y conseguir sus objetivos: «El conflicto social se convierte en un ejercicio de
oportunidad porque, finalmente, el sector tiene a quien reclamar y puede sacar algo
de ello».39
Sin embargo, hasta el 2021, ninguno de estos conflictos sociales había elevado el
nivel de violencia ni era comparable al de los años ochenta o noventa: la Defensoría
del Pueblo reporta que, en el periodo de enero de 2006 a enero de 2019, en situacio-
nes de conflictos sociales, fallecieron 281 personas (246 civiles y 35 policías) y 4875
personas resultaron heridas (3256 civiles, 1606 policías y 13 miembros de las Fuerzas
Armadas) (Defensoría del Pueblo, 2019, p. 10). Y, de facto, a los actores que generan
violencia en los conflictos sociales no se les puede considerar un grupo organizado y
armado que busca enfrentar al Estado, ni utilizan el nivel máximo de violencia que
implica un conflicto armado no internacional. Además, como explica Eduardo Vega,
exministro de Justicia y exdefensor del pueblo, «la dinámica de los conflictos socia-
les es totalmente diferente a la del conflicto armado: el componente ideológico no
existe».40 En cambio, la característica principal de estos conflictos actuales es que no
son monolíticos, sino que están muy fragmentados, son diversos y tienen una base
local.41 Quienes los reivindican no son capaces de constituirse en movimientos socia-
les nacionales propiamente dichos, ya que no existen sindicatos ni organizaciones de
la sociedad civil que puedan conectarlos o integrarlos.42
El Estado ha respondido a las protestas y a sus expresiones violentas con diferentes
estrategias, nuevamente, no en una progresión lineal sino con avances, retrocesos y
contradicciones institucionales y normativos.

39
Entrevistas con Carolina Trivelli, Rosa Montalvo y Raquel Reynoso. En una encuesta realizada por la
Defensoría del Pueblo, el 73 % de los encuestados consideró que las movilizaciones y protestas son la
única forma que tienen los ciudadanos de ser escuchados por las autoridades, y el 51 % reconoció que
las acciones violentas de protesta son siempre o casi siempre un método eficaz para llamar la atención
del Estado sobre sus demandas. Defensoría del Pueblo (2017, p. 200).
40
Entrevistas con Eduardo Vega. También con Paula Muñoz y Sofía Macher.
41
Entrevista con Javier Torres.
42
Entrevista con Paula Muñoz. Sobre la disgregación de los sindicatos, las organizaciones de la sociedad
civil y el sistema de partidos, Véase Soifer y Alberto (2019).

48
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

3.2. Diálogo y prevención


Desde el 2003, la Defensoría del Pueblo destacó la importancia de la prevención y
la creación de condiciones más propicias para el diálogo a través de las vías institucio-
nales.43 Sin embargo, el avance de la institucionalidad necesaria para llevar a cabo las
tareas de prevención y gestión oportuna de los conflictos sociales es lento y confuso.
Las oficinas estatales de prevención se han ido multiplicando en todos los sectores
del Poder Ejecutivo,44 reflejando una evolución en el enfoque estatal y un intento de
implementar mecanismos de identificación y prevención, pero también la ausencia
de una verdadera política integral de Estado. Las instituciones estatales tienen lógicas
diferentes y contradictorias para caracterizar, abordar y gestionar los conflictos. Cada
sector tiene unidades diferentes; emplea equipos con capacidades, competencias y
protocolos distintos; y utiliza bases de datos diferentes con categorías distintas para
caracterizar los conflictos. Tampoco existen procedimientos para centralizar en una
única base de datos la información que recoge cada organismo a través de su sistema
de alerta temprana o de su sistema de información (Defensoría del Pueblo, 2017,
p. 204). Todo esto se traduce en una falta de articulación entre los diferentes actores,
lo que imposibilita el cumplimiento eficiente de las funciones de prevención, resolu-
ción y transformación de conflictos.
Además, la convicción con la que se ha utilizado el diálogo y la habilidad con la
que se implementa varían a lo largo del tiempo. La interminable creación de espacios
de diálogo es más reactiva que preventiva;45 estos canales carecen de legitimidad o ac-

43
La propia Defensoría del Pueblo ha creado una suboficina de Prevención de Conflictos Sociales y
Gobernanza y un Sistema de Seguimiento de Conflictos.
44
La Secretaría de Gestión y Diálogo Social (2017) tiene antecedentes, comenzando por la Unidad de
Análisis Estratégico y Prevención de Conflictos Sociales (2004) y la Comisión Multisectorial para la Pre-
vención de Conflictos Sociales (2005). En el 2007, fue la Secretaría de Coordinación de la Presidencia
del Consejo de Ministros (PCM), cuya función era coordinar y llevar a cabo acciones para la prevención
y resolución de conflictos. Del 2009 al 2011, la PCM dirigió el Programa de Apoyo a una Cultura de
Paz y al Fortalecimiento de las Capacidades Nacionales para la Prevención y Gestión Constructiva de los
Conflictos Sociales. Paralelamente, en el 2010, se creó la Oficina de Gestión de Conflictos Sociales y se
aprobó el documento Lineamientos y Estrategias para la Gestión de Conflictos Sociales, que estableció
el marco conceptual y procedimental que contribuyó a homologar los criterios y metodologías de inter-
vención, hasta entonces no formalizados. En el 2012 se creó la Oficina Nacional de Diálogo y Sosteni-
bilidad con un «enfoque preventivo transformador basado en el diálogo». En diez ministerios se creó un
órgano de gestión de conflictos sociales que figura en la estructura orgánica del ministerio y cuenta con
un presupuesto propio que le permite abordar los conflictos sociales: Ministerio de Energía y Minas;
Ministerio de Medio Ambiente; Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento; Ministerio del
Interior; Ministerio de Trabajo; Ministerio de Educación; Ministerio de Relaciones Exteriores; Minis-
terio de Agricultura y Riego; Ministerio de Salud; y Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables.
45
«En la mayoría de los conflictos sociales estudiados, los procesos de diálogo se iniciaron durante la
fase de crisis (31,1 %) o de escalada (34,8 %); mientras que solo el 18,1 % comenzó en la fase inicial.
Además, en el 66,6 % de los casos, el diálogo se estableció tras desenlaces violentos, por lo que la vio-
lencia aparece como un factor de presión sobre el Estado. Este carácter reactivo limita la organización
de procesos de diálogo eficaces y expone las relaciones entre los actores al deterioro» (Defensoría del

49
Legados de un pasado irresuelto

cesibilidad;46 y los procesos de diálogo tienen una dimensión cultural que no se tiene
en cuenta.47 A su vez, aunque la mayoría de los procesos de diálogo permiten llegar a
acuerdos, su cumplimiento no es ni puntual ni sistemático, porque en la mayoría de
los casos la responsabilidad de garantizar el seguimiento de los acuerdos no se confía
a ninguna institución o comisión (Defensoría del Pueblo, 2017, p. 199). Así, no se
está garantizando que la conflictividad social no vuelva a producirse. De hecho, la
Defensoría del Pueblo constató que, mes a mes, hay más conflictos nuevos que los
que se resuelven, lo que pone en evidencia elementos de debilidad en la mediación
política, en la capacidad de gestión pública y en las prácticas de diálogo (Defensoría
del Pueblo, 2012, p. 125).48
Al mismo tiempo, la creación de espacios de diálogo parece ajena al amplio aba-
nico de factores que dan a los conflictos el potencial de convertirse en violentos. La
transformación del conflicto social debería implicar generar cambios a mediano y
largo plazo, actuando sobre sus causas más profundas. A nivel técnico, esto requeriría
vincular el trabajo de las instancias de gestión de conflictos con el de las entidades
que producen políticas públicas. Sin embargo, no se incorpora la perspectiva del con-
flicto ni la evaluación de sus costos en la planificación de las políticas públicas y en su
implementación o en el debate sobre el presupuesto y las decisiones de gobierno.49 A
nivel político, esto requeriría abordar las mismas inequidades históricas que han sido
reforzadas por el modelo económico basado en industrias extractivas y megaproyec-
tos, con amplio apoyo del Gobierno central desde la década de 1990.

3.3. Represión y criminalización


Sin embargo, la concepción según la cual cualquier limitación a la inversión y la
actividad productiva afecta el desarrollo económico y los ingresos del país y genera
pérdidas ha ganado consenso entre líderes de opinión y grupos de presión. «Ante el
aumento de la conflictividad, esta visión ha ido ganando fuerza dentro del Estado,

Pueblo, 2017, p. 198).


46
Entrevista con Rolando Luque, Alicia Abanto y Raquel Reynoso (Lima); José Coronel (Ayacucho).
Cabe mencionar que, según el Informe del 2018 de la Corporación Latinobarómetro sobre confianza
en las instituciones, la confianza peruana en las principales instituciones encargadas de enfrentar la
violencia y los conflictos sociales es menor al promedio de los demás países de la región.
47
En el 40,5 % de los 299 procesos de diálogo estudiados participaron actores cuya lengua materna es
distinta del español. Muy pocos (el 5,9 % entre el 2013 y el 2015) contaron con el apoyo de intérpretes
(Defensoría del Pueblo, 2017, p. 198).
48
Por ejemplo, según las estadísticas de la Defensoría del Pueblo, el número de conflictos pasó de 93 en
el 2004 a 362 en el 2010 (2019, p. 75).
49
La Defensoría recomienda adoptar el Índice Multidimensional de Costos de los Conflictos Sociales
como enfoque metodológico para medir los costos de los conflictos sociales en el país, de manera que
su estimación periódica sirva para contribuir a una mejor asignación presupuestaria en la prevención,
gestión y transformación de los conflictos sociales (2019, p. 76).

50
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

con el consiguiente endurecimiento de las políticas de control y una campaña mediá-


tica que se mueve en el mismo registro, el de someter la política a una concepción de
seguridad interior» (Caballero y Cabrera, 2008, p. 104). No es de extrañar, entonces,
que contrariamente a la retórica del diálogo y la prevención, el marco normativo
evolucionara en sentido contrario.
Si bien la Ley 24090, que otorgaba todas las facultades a las Fuerzas Armadas para
tomar decisiones en materia de seguridad nacional, fue derogada —tal como reco-
mendaba la CVR—, se promulgó un conjunto de nuevas normas, anunciadas oficial-
mente como parte de la lucha contra el crimen organizado. Desde la Ley 27686, la
Ley 28222 y la Ley 288290 hasta el paquete de 11 decretos legislativos aprobados en-
tre el 2006 y el 2011, se han incrementado los tipos penales y las penas relacionadas
con la perturbación de los servicios públicos y los disturbios, al tiempo que se declara
inimputables a los militares y policías que causen lesiones o muerte en cumplimiento
del deber. En esta línea, el control democrático de las Fuerzas Armadas se ve socavado
por el Decreto Legislativo 1095 del 2010, que, contraviniendo las recomendaciones
de la CVR y la normativa internacional, establece las reglas para el empleo y uso de
la fuerza por parte de las Fuerzas Armadas en todo el territorio nacional, permitiendo
su intervención en zonas que ni siquiera están declaradas en estado de emergencia.
Además, la definición de grupo hostil, término que justifica el uso de la fuerza por
parte de los militares, se aplica sin distinción de si el contexto es un conflicto armado
o una protesta social. Asimismo, la Ley 30151 del 2014, conocida como Ley Licen-
cia para Matar, modifica las causales de exoneración de responsabilidad del Código
Penal para la policía y las Fuerzas Armadas.
Así, el Estado privilegia el uso del instrumento de la fuerza pública, recurriendo
con frecuencia a la declaración de estados de excepción, entregando el restableci-
miento del orden interno a las Fuerzas Armadas. Y aunque los estados de excepción
decretados se basaran formalmente en una perspectiva de derechos, hay una distancia
considerable entre la retórica y la intervención práctica (Barrantes y Peña, 2007,
p. 32). Estos estados de excepción, además, han demostrado su ineficacia tanto para
controlar disturbios como para proteger a los ciudadanos, con resultados fatales, a
costa de la integridad tanto de civiles como de miembros de las fuerzas de seguridad
(Defensoría del Pueblo, 2005; Barrantes y Peña, 2007).
Este aparato normativo está creando la estructura para una creciente criminaliza-
ción de la protesta social, similar a lo que se observa a nivel regional, a través de méto-
dos antidemocráticos como la represión violenta basada en normas legales que auto-
rizan el uso desproporcionado de la fuerza y la participación de las Fuerzas Armadas y
escuadrones policiales antisubversivos en los conflictos sociales.50 Se ha normalizado

50
En los periodos presidenciales de los presidentes García (2006-2011) y Humala (2011-2016), hemos
identificado 15 intervenciones de las Fuerzas Armadas originadas en algún conflicto social. De estas
15 intervenciones, al menos 10 fueron ordenadas sin declaratoria de estado de emergencia. (Saldaña y
Portocarrero, 2017, p.311-352).

51
Legados de un pasado irresuelto

no solamente el uso de los estados de excepción,51 sino también la aplicación excesiva


de sanciones penales que propician la persecución judicial de defensores de derechos
humanos y líderes sociales indígenas y la impunidad de las agresiones contra estos
defensores (CIDH, 2006, 2011 y 2015).52
Y como se mencionó previamente, este aparato normativo se complementa con (o
responde a) un discurso, apoyado por líderes de opinión y medios de comunicación
nacionales, que descalifica y deslegitima a los manifestantes —a todo aquel que esté
en contra del modelo de desarrollo— como ignorantes, anti establishment, delin-
cuentes, comunistas y, en el caso más radical, terroristas.53 «La descalificación del
otro como terrorista es el punto de quiebre del discurso que legitima su exterminio»,
escriben Saldaña y Portocarrero, «como ocurrió durante el conflicto armado interno»
(2017, p. 232).54
Por ello, a lo largo de los años, el Estado peruano ha enfrentado las protestas
sociales con un frágil equilibrio entre las respuestas penal-represivas y la gestión del
diálogo y la prevención. Sin embargo, sea por la doctrina, los compromisos y la vigi-
lancia internacional, sea por el paulatino aprendizaje adquirido mediante cambios en
los planes de estudio de las fuerzas del orden; por el trabajo conjunto de capacitación
del Comité Internacional de la Cruz Roja y la Defensoría del Pueblo; o bien por
el impacto de campañas de la sociedad civil, hasta el 2021, el brazo coercitivo del
Estado se había contenido, y el número de heridos y muertos como consecuencia de
los conflictos sociales había disminuido sustancialmente, y fue reemplazado por el
creciente número de detenidos.55

4. Conclusiones: ¿camino sin salida?


Al considerar el impacto del proceso de justicia transicional de los últimos veinte
años sobre la forma en que el Estado y la sociedad peruana previenen y enfrentan hoy
la violencia, es importante resaltar que la CVR, su Informe Final y la atención que se
51
Durante el Gobierno de Toledo (2001-2006) hubo cinco; durante el Gobierno de García (2006-
2011) hubo 12; durante el Gobierno de Humala (2011-2016) hubo siete. Saldaña y Portocarrero
(2017); Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (2017).
52
Véase también Morales (2022).
53
«El discurso global es que se está poniendo en riesgo el desarrollo económico, no que la población se
quede sin agua o trabaje en condiciones infrahumanas» (Entrevista con Mayra Ramírez). Véase también
Silva Santisteban (2016): «A través de los medios de comunicación se difunde la idea de que el progreso
o el desarrollo están necesariamente ligados a la extracción de recursos no renovables, lo que significa
que las naciones que no utilizan sus recursos como materias primas permitirían mantener la pobreza
por ignorancia o pereza» (p. 86).
54
Sobre el «terruqueo», concepto y casos emblemáticos, véase www.terruqueo.pe.
55
Entrevistas con Eduardo Vega, Rolando Luque, Eduardo Dargent e Iván Lanegra. La Defensoría del
Pueblo reporta 195 muertos y 2312 heridos en conflictos sociales entre el 2006 y el 2011; mientras que
entre el 2013 y el 2019 reporta 62 muertos y 1894 heridos.

52
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

ha prestado a sus recomendaciones están inmersos en dinámicas sociales, culturales,


políticas y económicas más amplias.
Las circunstancias de su partida de nacimiento determinaron su futuro: una co-
misión de la verdad poderosa, pero sin un apoyo amplio más allá de los sectores que
propiciaron su creación, que aumentó la visibilidad de las víctimas y sacudió en cierta
medida la historia hegemónica del conflicto y del país, pero que careció de difusión
y alcance popular y fue percibida como un instrumento de la ciudad letrada pro-
gresista. El IFCVR provocó como mínimo un bloqueo comunicacional, cuando no
resistencia y franco rechazo, de los mismos actores e instituciones que tenían la tarea
de implementar sus recomendaciones, en particular sobre justicia penal y reformas
institucionales.
Con escaso respaldo sociopolítico e institucional, la agenda pos-CVR regresó, por
tanto, a manos de la sociedad civil. Si bien el proceso de esclarecimiento de la verdad
permitió un acercamiento entre los defensores tradicionales de los derechos humanos
y de las víctimas, las organizaciones feministas y los sectores académicos y artísticos
en torno a temas de justicia transicional y, por tanto, cierta ampliación de la alianza
de los convencidos56 que utilizan el Informe Final como bandera, cualquier confluencia
con otras organizaciones de la sociedad civil que se centran en los derechos económi-
cos, sociales y culturales o en cuestiones socioambientales e indígenas han tardado en
desarrollarse, y, donde se han desarrollado, rara vez miran al IFCVR como guía. Y,
sin embargo, estas demandas son las que están —o deberían estar— en el centro de
la agenda pública en la actualidad.
El hecho de que el IFCVR tampoco se haya convertido en un documento formal
de referencia para el aparato estatal centralizado no significa que haya sido irrelevante
para la agenda y las políticas públicas. Pareciera excesivo decir que hay un antes y un
después del Informe Final, pero, sin duda, hay políticas y acciones que no hubieran sido
posibles sin la existencia de la CVR. Hay resultados (cuantitativos en su gran mayoría)
de estos avances por más que no sean lineales ni integrales, sino más bien sectoriales
y dispersos. No es un proceso consolidado, ni que justifique la autocomplacencia:
quedan grandes esfuerzos por hacer; sin embargo, ciertos avances formales parecían
difíciles de revertir.
En efecto, si bien el discurso hegemónico que otorga a Fujimori la victoria contra
el terrorismo e impulsa el crecimiento económico basado en la libre iniciativa privada
sigue siendo el más visible, debido a las alianzas entre los grupos de presión políticos
y empresariales y los medios de comunicación, existen señales, aunque anecdóticas,
de que la narrativa de la CVR ha penetrado, en cierta medida, en un estrato más
amplio de la población y la clase política. Por ejemplo, en septiembre de 2010, el
entonces presidente Alan García promulgó un decreto legislativo que establecía el
sobreseimiento por exceso del plazo de instrucción o investigación preliminar y per-
56
El término fue acuñado por el primer Relator Especial de la ONU sobre Justicia Transicional, Pablo
de Greiff.

53
Legados de un pasado irresuelto

mitía declarar inocente por exceso de prisión a cualquier delincuente que hubiera
cumplido más de 14 meses en prisión sin ser juzgado. Inmediatamente, los imputa-
dos en el caso Grupo Colina y Vladimiro Montesinos solicitaron el archivo de sus
procesos. En respuesta, ciudadanos, congresistas y el propio ministro de Justicia de
aquel entonces (quien renunció a raíz de ello) se opusieron, y rápidamente el Tribu-
nal Constitucional declaró inconstitucional esta ley de amnistía encubierta, ratifi-
cando la posición dominante en el país en contra de las leyes de amnistía. Asimismo,
el intento del expresidente Kuczynski de indultar a Fujimori en diciembre de 2017
generó inmediatas y espontáneas movilizaciones; provocó la renuncia de los minis-
tros de Cultura, Defensa e Interior y del secretario ejecutivo de la CMAN, entre otros
funcionarios; y le costó la presidencia. Finalmente, los tres intentos de Keiko Fujimo-
ri, hija de Alberto Fujimori, por llegar a la presidencia, basándose en un legado del
que no se desmarca, sino que reivindica a través de su equipo técnico y sus estrategias
de campaña, fueron impedidos en gran medida por la masiva reacción de parte de
la población contra el legado de su padre a través de movimientos ciudadanos como
«No a Keiko» y «Fujimori nunca más». Así, aunque sea difícil establecer una directa
relación causa-efecto, hay indicios de que existe un cierto control ciudadano y no se
pueden traspasar ciertos límites sin generar reacciones y manifestaciones y que el pro-
ceso de justicia transicional tuvo un impacto positivo en el control interno y externo
de la sociedad sobre la actuación de las instituciones.
Ciertamente, el conjunto de reformas institucionales, recomendadas como ga-
rantías de prevención, para abordar de raíz los factores que causaron o facilitaron el
conflicto ha sido el menos atendido. No se han producido transformaciones estruc-
turales y actitudinales radicales ni en instituciones como las Fuerzas Armadas, las
fuerzas policiales o el Poder Judicial, ni tampoco sobre derechos laborales o sobre la
calidad de los sistemas sanitario y educativo; incluso tampoco en el acceso a servicios
básicos como carreteras, agua potable y alumbrado. Las desigualdades entre la pobla-
ción nativa/bilingüe y la hispanohablante y entre las zonas urbanas y rurales siguen
siendo enormes.
Para llevar a cabo grandes reformas, para construir un Estado con fuerza regula-
dora y redistributiva, para implantar un modelo de desarrollo sostenible, se necesitan
ciertas clases de líderes, instituciones y voluntades que el Perú no tiene en la actua-
lidad. La efímera transición democrática del 2000, la fallida descentralización y la
generalizada debilidad institucional frustraron la posibilidad de una gran reforma
del Estado. No fue posible configurar una relación democrática, escribió Degregori:
[p]or un lado, porque según las concepciones hegemónicas, salvo el desarrollo
económico, todo es ilusión; y salvo el poder político necesario para mantener
el modelo económico, todo es ilusión, o incomunicación. Por otro lado, si no
es imprescindible que modifiquen su discurso y su práctica, es por la debilidad
de un liberalismo consistente y de una izquierda democrática en el país, lo que

54
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

lleva a la falta de una presión sostenida y suficiente de la sociedad por alterna-


tivas democráticas, inclusivas y solidarias. (2009, p. 4)

De hecho,
[e]l conflicto [...] tuvo un impacto indirecto y más duradero en el marco ideo-
lógico de la política económica. El hecho de que SL se presentara como un gru-
po comunista y marxista que buscaba transformaciones sociales radicales dañó
gravemente la percepción pública de los líderes, partidos y movimientos de
la izquierda legal. Esto produjo una especie de estigmatización de la política
de izquierdas, incluidas las políticas económicas que, entre otras cosas, enfa-
tizaban el papel central del Estado en el desarrollo económico y social. Esto
podría haber facilitado el ascenso y la hegemonía del pensamiento económico
neoliberal en Perú y la consolidación del espectro político de derecha que apoya
estas políticas. (Shubiger y Sulmont, 2019, p. 70)

En consecuencia, a pesar de unos avances diluidos positivos, y a pesar de un mo-


delo económico que se ha presentado como milagroso, el panorama general —las
condiciones fundamentales de marginación histórica de los procesos de democrati-
zación cultural, social, económica o política, la centralización del poder y la ausencia
del Estado y de sus servicios básicos, que afectan a los pueblos de los Andes y de la
cuenca amazónica— ha persistido.
La fragilidad del equilibrio queda en evidencia. Ello se refleja en los resultados
de una encuesta de IPSOS América que muestran que el 86 % de los encuestados
desean cambios en el modelo económico;57 así como en los resultados de las tres últi-
mas elecciones presidenciales, en las que las segundas vueltas enfrentaron a reiterati-
vos representantes del establishment económico contra representantes de las llamadas
«minorías» del interior del país.
La división del país a partir de las elecciones presidenciales del 2021 abre un fu-
turo de profundas incertidumbres e inestabilidad. Marca el colapso del sistema de
partidos y de la representación política de las grandes mayorías del interior del país,
además de la ruptura con un ciclo de Gobiernos conformados por alianzas entre
demócratas liberales y tecnócratas con valores sociales que permitían un espacio de
consenso de políticas públicas.
La respuesta estatal a la protesta social tras el fallido intento de golpe de Estado
del presidente Pedro Castillo del 7 de diciembre de 2022 y la progresiva alianza
de su sucesora, Dina Boluarte, en conjunción con quienes perdieron las elecciones,
incluyendo la declaración de estados de excepción y la puesta del restablecimiento
del orden interno en manos de las Fuerzas Armadas, sugiere que el uso de la fuerza
pública durante los años de violencia política sigue condicionando la forma en que

57
Según la encuesta, el 32 % desea cambios radicales y el 54 % cambios moderados (IPSOS América,
2021, p. 9).

55
Legados de un pasado irresuelto

se utiliza en los conflictos sociales en la actualidad.58 La polarización del discurso,


la deslegitimación, la criminalización y el «terruqueo» a los manifestantes también
remiten al conflicto armado. Al igual que lo hacen las interpretaciones abusivas de las
normas democráticas por parte de las bancadas del Congreso, aliadas con grupos de
presión políticos y empresariales para mantener sus privilegios e intereses, un factor
que lleva progresivamente al desmantelamiento del balance de los poderes y al copa-
miento de las instituciones.
El actual Gobierno no ha hecho ningún gesto concreto para sentar las bases del
diálogo. Al contrario: el Congreso dio su voto de confianza al Gobierno el 10 de ene-
ro de 2023, al día siguiente de la masacre de Juliaca; la presidenta Boluarte se empeña
en señalar que no hubo violaciones de los derechos humanos durante las protestas
sociales que se dieron entre diciembre de 2022 y enero de este año; y dejó zanjado el
tema del adelanto de las elecciones inicialmente prometidas en conferencia de prensa
el 15 de junio de 2023.
El proceso de justicia transicional ya no es solamente inconcluso, sino que está
en riesgo. «La penetración del espíritu democrático sigue siendo un sueño»59 y el
debate democrático no está mejorando, lo que tiene graves consecuencias sociales,
económicas y políticas.
A fin de cuentas, abordar un legado de conflicto interno y autoritarismo —y,
en particular, de racismo histórico— no es algo que se pueda lograr en un periodo
de veinte años, ni es algo que un proceso de justicia transicional pueda hacer por
sí solo. Se tiende a tener expectativas demasiado ambiciosas sobre lo que pueden
hacer los procesos de búsqueda de la verdad y otros procesos de justicia transicional,
especialmente en lo que se refiere a la modificación de los problemas estructurales
de las sociedades divididas, como la exclusión, el racismo, el patriarcado, el modelo
económico, etc. Sin embargo, las comisiones de la verdad y los procesos de justicia
transicional pueden identificar los problemas, aportar evidencias sobre ellos y sobre
sus manifestaciones, y servir como una llamada de atención al país sobre la necesidad
de establecer prioridades en las políticas públicas y mejorar los contrapesos, vehículos
que sirven para impulsar procesos que tomarán mucho más tiempo, porque enfren-
tarlos muchas veces significa cuestionar el sistema. Este es el caso de Perú.
«La historia que aquí se cuenta habla de nosotros, de lo que fuimos y de lo que
debemos dejar de ser. Esta historia habla de nuestras tareas. Esta historia comienza
hoy».60 El hoy del que hablaba Salomón Lerner en su discurso de presentación del
IFCVR el 28 de agosto de 2003 sigue pendiente.

58
Perú atraviesa el periodo más violento contra sus ciudadanos desde el 2000. Véanse OHCHR (2023);
Amnistía Internacional (2023); y CIDH (2023).
59
Entrevista con Carolina Trivelli.
60
Discurso de presentación del Informe Final de la CVR pronunciado por Salomón Lerner el 28 de
agosto de 2003.

56
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

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tituto de Estudios Peruanos.

ENTREVISTAS
Lima, septiembre de 2019
- Alicia Abanto (especialista del Departamento de Medio Ambiente, Servicios Pú-
blicos y Pueblos Indígenas de la Defensoría del Pueblo)
63
Legados de un pasado irresuelto

- Martín Benavides (sociólogo, especializado en educación, estratificación y clases


sociales, desigualdad, investigador principal de GRADE, exdirector de la SUN-
EDU)
- Víctor Caballero (especialista de la Oficina de Diálogo del Ministerio de Edu-
cación, exjefe de la Oficina de Gestión de Conflictos Sociales, dependiente de la
PCM)
- Eduardo Cáceres (filósofo, especialista en temas sobre derechos económicos, so-
ciales y culturales, y movimientos políticos y sociales peruanos, consultor para
OXFAM GB, exdirector de APRODEH)
- Mariano Castro (viceministro de Gestión Medioambiental del Ministerio de Me-
dio Ambiente, investigador y asesor en materia de desarrollo y gestión de políticas
públicas medioambientales y sociales)
- Eduardo Dargent (filósofo político, director de la Maestría en Ciencia Política y
Gobierno y coordinador del Grupo de Investigación sobre Capacidad del Estado
Peruano de la PUCP)
- Narda Henríquez (socióloga, especialista en género, profesora de la PUCP)
- Iris Jave (comunicadora política, profesora de la PUCP y la Universidad de Lima,
directora del Área de Relaciones Institucionales y Proyectos del IDEHPUCP)
- Iván Lanegra (abogado, especialista en políticas sociales y públicas, intercultur-
alidad y regulación ambiental, profesor de la PUCP, exviceministro de Intercul-
turalidad)
- Rolando Luque (abogado y filósofo, especialista del Departamento de Paz Social
y Prevención de la Defensoría del Pueblo, exjefe de la Oficina Nacional de Diálo-
go y Sostenibilidad de la PCM)
- Sofía Macher (socióloga, ex secretaria ejecutiva de la CNDDHH, representante
de la sociedad civil en la Mesa de Diálogo de la OEA (2000), excomisionada de
la CVR peruana, expresidenta del Consejo Nacional de Reparaciones de Perú,
exvicepresidenta de la CVR de las Islas Salomón).
- Rosa Montalvo (especialista en desarrollo rural, con especial atención a las mu-
jeres indígenas y campesinas, coordinadora de proyectos en el SER)
- Paula Muñoz (profesora del Departamento Académico de Ciencias Políticas y So-
ciales e investigadora del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico)
- Raquel Reynoso (presidenta del SER)
- Eduardo Rubio (director ejecutivo de la Minera AngloAmerican)
- Elizabeth Salmón (abogada, directora ejecutiva del IDEHPUCP, consultora en
los Ministerios de Justicia y Defensa de Perú, la CVR peruana, las Naciones Uni-
das y el CICR)
- Francisco Soberón (sociólogo, activista defensor de los derechos humanos, fun-
dador y director honorario de APRODEH, ex secretario ejecutivo de la CND-
DHH, exmiembro del Comité Directivo de la CCPI, exvicepresidente para
América del Sur de la FIDH)

64
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot

- Javier Torres (antropólogo, analista político centrado en los conflictos regionales,


financiador y exdirector del SER)
- Carolina Trivelli (economista, especialista en pobreza, políticas sociales y desar-
rollo rural, exministra de Desarrollo e Inclusión Social)
- Eduardo Vega (exministro de Justicia, exdefensor del pueblo, director del Institu-
to de Ética y Desarrollo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya)
- Ismael Vega (antropólogo, director del CAAAP, profesor de la Universidad Na-
cional de San Marcos)
- Leslie Villalopo (investigadora del CAAAP)

En Ayacucho, 25-28 de noviembre de 2019


- Ernesto Ambía (coordinador regional, APRODEH)
- Yuber Alarcón (coordinador regional, CMAN)
- Dr. Casallo (Ministerio Público)
- Rodrigo Cervantes (Oficina de Prevención y Gestión de Conflictos, Gobierno
Regional)
- José Coronel (ex coordinador Regional de la CVR)
- Jeffrey Gamarra Carrillo (sociólogo, profesor de la Universidad de Huamanga)
- Adelina García Mendoza y Mama Lidia (Junta Directiva, ANFASEP)
- Lorena Hermoza (Oficina de Desarrollo Social, Gobierno Regional)
- Janet Matta (Coordinadora Regional, COMISEDH)
- Carmen de los Ríos (directora, Centro Loyola)
- Omar Rosel (coordinador regional, SER)

En Ica 16-20 de diciembre de 2019


- Gerardo Arevalo (coordinador, Mesa de Concertación para la Lucha contra la
Pobreza)
- Cecilia Cabrera (secretaria general del Sindicato de Trabajadoras del Hogar de la
provincia de Ica)
- Sr. Girao (Oficina de Desarrollo Social, Municipalidad Provincial de Ica)
- David Huarancca (Federación de Trabajadores de la Agroexportación)
- Mayra Ramírez (abogada, CODEH-Ica)
- Esperanza Ramos (presidenta, CODEH-Ica)
- Luz Elena Roja (Ministerio de la Mujer y Población Vulnerable)
- Paulina Velásquez (secretaria general del Sindicato de Trabajadores de CHAPI)
- Carlos Zapata (Oficina de Desarrollo Social, Gobierno Regional y punto focal del
Consejo de Reparaciones)
- Grupo Focal con doce representantes de organizaciones de base de desplazados.

65
Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR:
enfoques y debates

https://doi.org/10.18800/9786124474477.002

David Sulmont
https://orcid.org/0000-0001-6088-8863
Pontificia Universidad Católica del Perú

María Eugenia Ulfe


https://orcid.org/0000-0002-2749-1036
Pontificia Universidad Católica del Perú

Aunque parezca —y sea efectivamente— el camino más


difícil, la salida al drama ayacuchano y nacional, pasa por
una efectiva democratización.

Carlos Iván Degregori. Entre dos fuegos.

Resumen
En este capítulo se presenta una lectura crítica desde el presente sobre ciertos
aspectos del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) en
el Perú veinte años después de su presentación. Se evalúa el diagnóstico que hace la
CVR acerca de los factores que contribuyeron al conflicto armado interno a princi-
pios de la década de 1980 y cómo este se sitúa en relación con debates y enfoques de
las ciencias sociales tanto de la época como contemporáneos. Asimismo, se discute
acerca de la propuesta de reconciliación y del programa de reparaciones propuesto
por la CVR, su relación con aproximaciones y visiones sobre el cambio social o las
reformas institucionales, y su viabilidad en la sociedad peruana posconflicto.

Palabras clave: comisión de la verdad, ciencias sociales, Perú, posconflicto, demo-


cracia, reparaciones

66
Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

Introducción
El Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) se entregó el
28 de julio de 2003 en una ceremonia en el Palacio de Gobierno. Salomón Lerner, en
su condición de presidente de la CVR, brindó un discurso en el que destacó el doble
escándalo del horror de la violencia vivida entre 1980 y el 2000 y el de la indolencia,
ineptitud e indiferencia ante la muerte de tantos y tantas compatriotas. ¿Qué sucedió
desde que se escribió el Informe Final de la CVR? ¿Cuál fue la lectura en su momento
sobre las tensas y complejas relaciones entre el Estado y la sociedad? ¿Cómo se aten-
dieron algunas de estas demandas y qué quedó pendiente?
Nuestro propósito es avanzar como el trabajo de la memoria, mirar el pasado con
la posibilidad de abrirnos a pensar el futuro. Ambos objetivos, explicar el pasado y
hacer propuestas para el futuro, conllevan una lectura específica de la sociedad perua-
na y de sus retos en momentos diferentes. En este capítulo buscamos dar cuenta, de
manera crítica, de esa lectura prestando atención a los siguientes elementos: a) cómo
se sitúa la visión que se desprende del Informe Final de la CVR en relación con los
debates acerca de la naturaleza y los retos de la sociedad peruana en su momento,
particularmente aquellos asociados a la construcción de instituciones democráticas;
b) qué vacíos y contradicciones podemos encontrar en esa lectura; c) qué forma
tienen esos debates hoy en día, cuáles son los puntos en común y las divergencias
que podemos identificar respecto de los argumentos producidos por la CVR y su
pertinencia hoy en día.
La violencia estalló en mayo de 1980 con un quiebre violento. La promesa repu-
blicana de construir una sociedad más equitativa, que inspiró múltiples luchas socia-
les y políticas a lo largo del siglo XX, pareció alcanzar un hito crucial en las elecciones
de mayo de 1980 con el establecimiento del sufragio universal para todas y todos los
adultos peruanos, lo que le dio la posibilidad a quienes no sabían leer ni escribir (un
18 % de la población de ese entonces, mayoritariamente campesinos de los Andes)
de elegir a sus representantes para la presidencia y el Congreso de la República. El
camino había sido largo y trabajoso, el voto femenino había llegado recién a inicios
de la década de 1950, pero seguía excluyendo a las mujeres analfabetas, quienes aún
conformaban la mayoría de la población femenina a mediados del siglo XX.1
Tras doce años de una dictadura militar que impulsó algunas de las reformas so-
ciales más radicales de la historia peruana, las elecciones generales de 1980 marcaron
el inicio de un proceso de transición política que formó parte de lo que Samuel
Huntington (1994) denominó la «tercera ola» de democracias en el mundo. En la pe-
núltima década del siglo XX, la promesa de la democratización política que contenía
la nueva Constitución de 1979 parecía complementar lo que Sinesio López (1997)
llamó el proceso de «democratización social», que en la segunda mitad del siglo XX

1 De acuerdo con el censo de población de 1961, 51,7 % de las mujeres mayores de 15 años no sabía
leer ni escribir (INEI, 1997).

67
Legados de un pasado irresuelto

modernizó la estructura social y económica del país, y que terminó con el quiebre
del régimen oligárquico, cuya estocada final fueron las reformas llevadas a cabo por
el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas.
Paradójicamente, el retorno a la democracia vino acompañado de un aconteci-
miento que daría inicio a uno de los periodos más trágicos de la historia nacional y
que provocaría profundos y nuevos quiebres en la sociedad peruana. En la víspera de
las elecciones presidenciales, la noche del 17 de mayo de 1980, miembros del Partido
Comunista del Perú Sendero Luminoso (PCP-SL) se apoderaron del ánfora y las
cédulas de votación que iban a utilizarse en la localidad de Chuschi en Ayacucho y
las quemaron. Lo que se reconoce como uno de los primeros atentados de Sendero
Luminoso, bien pudo pasar desapercibido, puesto que al día siguiente el material
electoral llegó a ser reemplazado por las autoridades electorales (con protección mili-
tar) y la población logró ejercer su derecho al voto. Sin embargo, el evento adquirió
una connotación simbólica mayor: el PCP-SL reconoció este momento como el «Ini-
cio de la Lucha Armada» (ILA), cuya violencia azotó al país en las décadas de 1980
y 1990 y que provocó, según estimados de la CVR, más de 60 000 víctimas fatales.
En 1985, Carlos Iván Degregori afirmaba enfáticamente que el único camino po-
sible frente a la violencia era el de la democratización. Lo escribió luego de pasar dos
semanas, entre septiembre y octubre de ese año, en una ciudad sitiada, militarmente,
como era Huamanga en ese entonces. Los años precedentes —1983 y 1984— fueron
los más violentos del conflicto armado interno, con la enorme mayoría de víctimas
concentrada en la región de Ayacucho. Los habitantes de la región tenían el miedo en
la mirada, y los constantes apagones en Huamanga y otras ciudades del país presagia-
ban nuevos actos de violencia casi todos los días. En medio de todo ello, apostar por
la democracia sonaba utópico. Sin embargo, los debates sobre esas utopías, la justicia
social y las promesas republicanas de construcción de una nación más integrada e
igualitaria eran parte de las discusiones políticas de la época, de los sueños de grandes
líderes históricos sobre los que escribió Flores Galindo (1994), que buscaban darle
sentido y horizonte a las profundas transformaciones sociales que experimentó el país
en la segunda mitad del siglo XX y que fueron objeto del análisis de autores clásicos
de las ciencias sociales peruanas como Julio Cotler (1978), Aníbal Quijano (1980) o
José Matos Mar (1986).
En el 2001, veintiún años después del inicio del conflicto armado interno, cuando
se creó la CVR, los parámetros de la reflexión acerca de la relación entre democracia
y sociedad habían cambiado fundamentalmente. Las masivas violaciones de los dere-
chos humanos ocurridas durante el conflicto armado interno; la crisis del sistema de
partidos y del régimen democrático inaugurado en 1980; la hiperinflación; las radi-
cales reformas neoliberales impulsadas por el Gobierno de Fujimori y su experimento
autoritario durante la década de 1990 crearon un contexto y una sociedad bastante
diferente a la de 1980. En vez de procesos de modernización social y construcción de
la nación, el foco de atención pasó a ser el crecimiento económico, la disminución de

68
Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

la pobreza (no tanto de la desigualdad) y nuestra integración a la economía global.


La construcción y consolidación de la democracia seguía siendo un tema central,
aunque con énfasis diferentes. La preocupación ya no era tanto la incorporación de
sectores sociales previamente excluidos de la ciudadanía política y de la idea de na-
ción, sino la calidad de la democracia y del Estado de derecho (PNUD, 2004), o los
problemas de representación política de una democracia sin un sistema de partidos
institucionalizado (Tanaka, 1998 y 2005).
En el 2021, el año del bicentenario de nuestro nacimiento como República, hubo
otras elecciones generales que marcarán un hito más en nuestra tortuosa historia
como democracia. A diferencia de 1980, cuando se inicia una nueva promesa de in-
clusión democrática, o del 2001 que la restaura luego del autoritarismo fujimorista,
las elecciones del 2021 parecen marcar el agotamiento de un modelo de representa-
ción política que venimos experimentando desde inicios del siglo XXI. Por primera
vez, por un muy apretado margen, los peruanos eligieron a un campesino, rondero
y profesor rural como presidente de la República. El voto del Perú rural y andino
fue decisivo para otorgarle la victoria a Pedro Castillo, candidato de Perú Libre, un
partido cuyo programa de gobierno —en el papel— estaba inspirado en las ideas
de sectores radicales de la izquierda de la década de 1980. En Chuschi, la localidad
donde se inició el conflicto armado interno cuarenta y tres años atrás, Castillo obtu-
vo el 90,4 % de los votos válidos de la segunda vuelta electoral, en contraste con el
9,6 % de su rival, Keiko Fujimori, candidata de derecha y respaldada por la mayoría
del establishment empresarial y mediático del país. En contraste con 1980, no fue un
grupo subversivo quien intentó, mediante la violencia armada, desconocer el derecho
a voto de los habitantes de Chuschi o de localidades similares, sino las infundadas
acusaciones de fraude electoral y una serie de artimañas legales que los partidarios de
la candidata perdedora reiteraron durante cerca de dos meses y que fueron amplia-
mente difundidas en los principales medios de comunicación nacional.
El Gobierno de Pedro Castillo, más allá de su promesa de representación descrip-
tiva de un «Perú popular-andino», terminó siendo una muestra más de incapacidad,
corrupción y prácticas antidemocráticas. Su caída, luego de intentar un golpe de
Estado en diciembre de 2022, no inauguró una nueva apuesta por la democracia; al
contrario, dio pie a un ciclo de brutal represión y mayor distanciamiento entre una
clase política totalmente atomizada y plagada de intereses particulares y mercantilis-
tas, y el conjunto de la ciudadanía, rompiendo casi todo atisbo de «accountability
vertical», esencial para cualquier régimen democrático.
Mucha agua ha corrido bajo el puente entre 1980 y el 2021. La sociedad peruana
del bicentenario es mucho más urbana, compleja, está más integrada al mundo global,
es culturalmente más diversa y económicamente más próspera que la de 1980 e inclu-
so que la del 2001. Sin embargo, siguen siendo —casi— los mismos peruanos y pe-
ruanas los «usual suspects» de «incapacidad política». Personas de sectores populares,
particularmente de regiones andinas o amazónicas, pertenecientes a comunidades

69
Legados de un pasado irresuelto

campesinas o indígenas, son todavía vistos, desde las alturas del poder o desde
las alturas de la «vanguardia», como discapacitados para expresar sus preferencias
políticas, como «electarados» (Torres, 2022), que toman malas decisiones y que, por
lo tanto, deben ser guiados o disciplinados.
Es obvio que los debates acerca de los problemas y horizontes posibles de la sociedad
peruana, tanto a nivel político, económico como cultural, han cambiado mucho entre
1980, el 2001 y el 2021. Entre esos momentos, el Informe Final de la CVR trató de
ofrecer una explicación de cómo las características de la sociedad peruana de inicio
de la década de 1980 influyeron en la dinámica que adquirió el conflicto armado
interno. Al mismo tiempo, propuso un conjunto de recomendaciones orientadas,
por un lado, a reparar los daños provocados por la violencia política; y, por otro, a
prevenir que el Perú del siglo XXI vuelva a caer en ella.
Para atender a las preguntas que formulamos, en este capítulo comenzaremos des-
cribiendo, mediante la lectura del Informe Final de la CVR, el contexto del Perú de
1980, para luego detenernos en las explicaciones que se tenían en las ciencias sociales
y el sentido que imprimió en el Informe Final. Por último, nos detenemos en la uto-
pía de las reparaciones como formulación política y cerramos el capítulo con algunas
reflexiones sobre el Perú anterior y posterior a la CVR.

1. El Perú de 1980 según la CVR


«Los factores que hicieron posible la violencia» es el título de la segunda parte del
Informe Final de la CVR y donde mejor se puede apreciar la lectura que se hizo de la
sociedad peruana de 1980, particularmente de aquellas características y procesos que
permitirían explicar el porqué del conflicto armado interno. De acuerdo con la CVR,
la Constitución de 1979 y el proceso de transición política que esta inició
[…] parecía poner, simbólica y legalmente, fin a las grandes exclusiones políti-
cas que habían obstaculizado la construcción de un estado nacional moderno
[…] Así pues, luego de las profundas transformaciones demográficas, econó-
micas y socioculturales de las décadas previas, y del sismo político que significó
el reformismo militar del general Velasco (1968-1975), el país parecía enca-
minado a consolidar un Estado nacional, moderno y democrático de manera
pacífica. (2003, t. VIII, p. 32)

En ese contexto, el inicio del conflicto armado tomó por sorpresa al país. Para la
CVR, la decisión del PCP-SL de emprender un proyecto de captura del poder vía la
lucha armada va
[…] a contracorriente del sentimiento mayoritario de millones de peruanos
y peruanas que, hacia fines de la década de 1970, canalizaban sus anhelos de
transformación profunda de nuestra sociedad por otras vías como las organi-

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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

zaciones sociales […], las movilizaciones pacíficas y la constante participación


electoral desde la reinstauración de la democracia en 1980. (2003, t. VIII,
p. 25)

Es así que la causa inicial y principal del conflicto armado interno se atribuye al
voluntarismo político del PCP-SL, que buscó imponer por la fuerza un proyecto co-
munista radical a una sociedad que parecía estar ya encaminada por otras direcciones
y expectativas. A pesar de ello, para la CVR, esa misma sociedad tenía una serie de
condiciones que permitieron que esa decisión política desencadenara la ola de violen-
cia más intensa de nuestra historia republicana, puesto que el PCP-SL
[…] aprovechó determinadas coyunturas, se alimentó de antiguas debilidades
institucionales, aprovechó determinadas fallas estructurales y graves frustra-
ciones, recogió ciertas reivindicaciones, expresó cierto imaginario y logró en-
raizarse en distintos sectores sociales y escenarios geográficos. (2003, t. VIII,
p. 31)

Entre esos elementos, la CVR destaca una serie de factores o características estruc-
turales de la sociedad peruana de 1980 que explicarían por qué Sendero Luminoso
logró reclutar militantes; cooptar o imponerse sobre ciertas comunidades, regiones o
sectores sociales; y perdurar a lo largo de la década de 1980 e inicios de la de 1990.
Asimismo, estos factores también darían cuenta de las características del conflicto,
especialmente los niveles de violencia que alcanzó; el tipo de respuesta que la sub-
versión armada desencadenó en el Estado y las fuerzas del orden; y la particular
vulnerabilidad de ciertos sectores de la sociedad peruana para convertirse en blanco y
víctimas de la violencia tanto subversiva, intercomunal como de la represión estatal.
En su Informe, la CVR llamó a estos elementos estructurales que hicieron posible
y explican el conflicto armado interno «factores históricos de largo plazo» (2003,
t. VIII, pp. 33-36), entre los cuales se distinguen dos tipos: las «brechas sociales» y los
«procesos truncos de modernización».
Las «brechas» se conciben como estructuras de desigualdad social que distribuyen
de manera diferenciada el poder económico, político y simbólico entre los diferen-
tes grupos sociales, y que constituyen un telón de fondo de descontento social que
Sendero Luminoso aprovecha para impulsar y legitimar su proyecto político en la
población que busca controlar. Asimismo, esas desigualdades dan cuenta del impacto
diferenciado de la violencia entre los distintos grupos sociales. Las principales brechas
sociales mencionadas por la CVR son:
• Las desigualdades socioeconómicas que separan ricos y pobres.
• El centralismo y las desigualdades entre centro-periferia, especialmente entre
Lima, la capital, y las otras localidades del país.
• Asociado a lo anterior, las brechas o distancias entre regiones que tienen dife-
rentes niveles de desarrollo e integración a la economía capitalista y el poder
político, especialmente entre la costa, la sierra y la selva.

71
Legados de un pasado irresuelto

• La persistencia de divisiones y desigualdades estamentales entre grupos diferen-


ciados y definidos por criterios étnico raciales (criollos, mestizos e indígenas),
que permiten la perpetuación de la discriminación y que tuvo un efecto central
en la vulnerabilidad o concentración de la violencia en determinados grupos
sociales, especialmente indígenas de las comunidades andinas y amazónicas.
La importancia de estas «brechas» en las diferentes dimensiones del conflicto ar-
mado se habría visto agudizada por el hecho de que procesos de modernización social
que experimentó el país a lo largo del siglo XX, y que habrían podido mitigar sus
consecuencias, quedaron truncos o incompletos.
En las ciencias sociales clásicas, la modernización es conceptualizada como un
proceso de cambio social de sociedades tradicionales hacia sociedades modernas, es
decir, hacia sociedades con cada vez mayor división social del trabajo, diferenciación
y especialización social, racionalización y secularización. Los procesos asociados a
la modernización son la industrialización y la expansión del mercado capitalista; la
urbanización producto de la migración del campo a la ciudad; la expansión de la
escolarización y el incremento de los niveles educativos de la población. Los proce-
sos de modernización desencadenan profundos cambios demográficos, económicos
y culturales, transformando los patrones de estratificación social (mayor importancia
de las diferencias de clase sobre las diferencias estamentales o de casta). También
podrían permitir el desarrollo de otros procesos de modernización política, especial-
mente de la democracia, al expandir la importancia de nuevos actores sociales urba-
nos (sectores obreros y clases medias urbanas) que reclaman mayor participación en
las decisiones políticas de la sociedad (Diamond et al., 1989; Lipset, 1963).
Según la CVR, el hecho de que ello se haya visto «truncado» en el Perú generó
un proceso de «modernización desigual» que produjo «capas sociales sensibles a pro-
puestas de ruptura radical», así como áreas geográficas ubicadas entre «la modernidad
[…] y el atraso» donde las organizaciones subversivas podían «emprender su tarea»
(2003, t. VIII, pp. 35-36).

2. Las ciencias sociales y las explicaciones de la CVR


Si bien el Informe Final de la CVR no es una investigación académica, en su
elaboración contribuyeron diferentes miradas interdisciplinarias. En el caso de su
diagnóstico acerca de los factores que posibilitaron el conflicto armado, se aprecian
varias ideas que provienen de reflexiones de las ciencias sociales y de la historia pe-
ruana con la finalidad de integrarlas en una narrativa explicativa. Con ocasión de
los diez años de la presentación del Informe Final de la CVR, Martín Tanaka (2013)
escribió un ensayo crítico sobre las diferentes explicaciones que aparecen en el docu-
mento acerca del conflicto armado interno. Específicamente, Tanaka argumenta que
existen incompatibilidades y ambigüedades entre tres tipos de explicaciones acerca

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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

de las causas del conflicto armado que se presentan en el Informe Final: el volunta-
rismo del PCP-SL de iniciar la lucha armada, las brechas sociales y la modernización
incompleta.
Según Tanaka, sostener que tanto las brechas sociales como el voluntarismo sende-
rista son factores explicativos del conflicto armado interno resulta contradictorio. Si
Sendero Luminoso iba a «contracorriente» de las tendencias y los cambios estructura-
les experimentados en la sociedad peruana previa al conflicto, enfatizar la persistencia
de brechas históricas como una de las causas del conflicto parece sugerir que estos
cambios sociales no fueron tan determinantes, y que, por lo tanto, existía estructu-
ralmente en la sociedad peruana un terreno propicio para un proyecto subversivo,
para el autoritarismo y para una violencia política como la que ocurrió entre 1980 y
el 2000. En tal sentido, Sendero Luminoso no estaría «tan a contracorriente» de la
sociedad peruana como se desprendería de la explicación voluntarista.
La modernización incompleta o «trunca» como factor explicativo del conflicto
armado interno es una tercera línea argumental que, según Tanaka (2013, p. 27), no
aparece adecuadamente conectada con las dos primeras; ya que, si bien podría ser un
elemento que articule tanto la explicación «voluntarista» como la de las «brechas so-
ciales», el Informe de la CVR no desarrolla claramente esa conexión. De acuerdo con
esa interpretación, la modernización inacabada genera desajustes entre expectativas
de movilidad social de varios grupos sociales y sus posibilidades de realización, dada
la persistencia de factores estructurales que limitan esa movilidad social (la discrimi-
nación y la desigualdad que experimentan más agudamente determinados sectores
de la sociedad). Estos desajustes habrían empujado a los grupos sociales que los ex-
perimentan a acercarse a proyectos de cambio social radical violentista como los que
planteaba Sendero Luminoso2.
El análisis del desajuste entre expectativas sociales y oportunidades estructurales
es un tema clásico en las ciencias sociales y en la sociología en particular. Émile
Durkheim en El suicidio (1951) y Robert K. Merton en Teoría y estructura sociales
(1968) formularon sus teorías de la anomia a partir de este fenómeno social y del
tipo de conductas que puede desencadenar entre los actores sociales. Más directa-
mente relacionadas con el conflicto social y particularmente la violencia política, en
su texto clásico de 1858, El Antiguo Régimen y la Revolución, Alexis de Tocqueville
(2018) señalaba que los movimientos revolucionarios tienden a ocurrir no cuan-
do las condiciones de vida son miserables, sino luego de que empiezan a mejorar
y generan un incremento de las expectativas de las personas. Ello ha dado lugar a
una serie de teorías acerca de la violencia conocidas en la sociología como «teorías
de la privación relativa» (Davies, 1962 y 1974; Gurr, 1970), que proponen que las
revueltas o revoluciones ocurren en momentos en los que la gente experimenta una
intensa insatisfacción respecto de su percepción de las recompensas que deberían
recibir luego de un proceso de mejora de condiciones sociales (producto de procesos
2 Véase también Schubiger y Sulmont, 2019, pp. 60-61.

73
Legados de un pasado irresuelto

de desarrollo económico o de modernización social, por ejemplo). Esta insatisfacción


se agudiza cuando ocurre un repentino cambio negativo en una tendencia de mejoras
crecientes (Davies, 1962 y 1974), cambio que puede ser provocado por una crisis o
por la resistencia de estructuras de poder o de actores con poder para satisfacer las
demandas sociales.
Varios autores han señalado que las sociedades latinoamericanas en general, y la
peruana en particular, son el resultado de una serie de tensiones y contradicciones
propias de su modo de desarrollo. En un ensayo publicado originalmente en 1967,
Julio Cotler (1994b) señalaba que, en los análisis sociales de aquella época, se ha-
bla del Perú como una sociedad marcada por un dualismo estructural, con sectores
sociales que aparecían desarticulados entre sí, especialmente la costa moderna y las
regiones andinas menos integradas a la modernización capitalista, donde la margi-
nalización de gran parte de la sociedad de los beneficios de la modernización era no
solo un efecto del patrón de desarrollo capitalista dependiente, sino de la dinámica
de ejercicio del poder en la sociedad.
Diecisiete años más tarde, en su ensayo de 1984, Desborde popular y crisis del Esta-
do, José Matos Mar (1986) seguía mencionando la idea de dos Perúes en permanente
tensión, uno «oficial» y otro «marginado», como una de las características estructura-
les de la sociedad peruana. Según Matos Mar, las tensiones de esta sociedad dual se
agudizaron a raíz de los procesos de modernización social acelerada que experimentó
el país en la segunda mitad del siglo XX, lo que generó un «desborde» de las capa-
cidades de las instituciones sociales, económicas y políticas del «Perú oficial» para
encauzar las nuevas dinámicas y expectativas de sectores sociales que experimentaron
estos procesos de modernización, una consecuencia de ello es una fuerte expansión
del «fenómeno de la ‘informalización’ del Perú» (Matos Mar, 1986, p. 106), que
abarca diversas dimensiones, incluyendo el terrorismo de Sendero Luminoso.
En un influyente libro publicado hacia finales de la década de 1980, el sociólo-
go francés Alain Touraine (1989) describe el «modo de desarrollo latinoamericano»
como el resultado de un conjunto permanente de tensiones económicas y sociales a
lo largo del siglo XX. En primer lugar, un proceso de crecimiento económico acele-
rado que generó una economía industrial, de servicios y urbana en la mayoría de las
sociedades de la región, y que impulsó una gran expansión de la escolarización y de
los niveles educativos. En segundo lugar, este crecimiento económico se topa con las
restricciones de un capitalismo limitado y dependiente, que incorpora parcialmente
a la región y a sectores al interior de sus propias sociedades a la economía global,
subordinándola a lógicas impuestas por las sociedades capitalistas centrales. En tercer
lugar, en el plano social, la dinámica económica previamente descrita genera una
segmentación de las categorías sociales, que se expresa en una «dualización de la
sociedad, y más ampliamente [en] una heterogeneidad estructural […]» (Touraine,
1989, p. 44), que opone un sector moderno a un sector tradicional, tal y como se
menciona en los trabajos previamente citados de Cotler y Matos Mar. Finalmente,

74
Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

esta dualidad o heterogeneidad estructural entra a su vez en tensión con una «fuerte
participación político-cultural» debido al hecho de que, a raíz de los procesos de
modernización, los ciudadanos de muchos países latinoamericanos han accedido a
derechos políticos y sociales de forma más rápida que los de las sociedades occidenta-
les durante su proceso de industrialización (Touraine, 1989, p. 45). La tensión entre
estas cuatro características hace que el modo de desarrollo latinoamericano sea «[…]
frágil, está constantemente bajo el peso de la amenaza de romperse dejando campo
libre a una dualización que tiende a oponer núcleos modernos y zonas cada vez mar-
ginadas, empobrecidas y en crisis» (Touraine, 1989, p. 55).
Considerando las características del modo de desarrollo latinoamericano resalta-
das por Touraine, la heterogeneidad estructural y la dualidad de la sociedad peruana,
así como los límites de los procesos de modernización, es posible establecer conexio-
nes entre los procesos de modernización trunca y la persistencia de brechas sociales
como factores explicativos del conflicto armado interno. En ese sentido, la imagen
de la sociedad peruana a inicios de la década de 1980 que aparece en el Informe Final
de la CVR no está demasiado alejada de los diagnósticos predominantes de las cien-
cias sociales en América Latina y en el Perú. En 1980, el Perú era un país atravesado
por procesos contradictorios y tensiones estructurales: por un lado, se moderniza y
se democratiza; por otro, mantiene y reproduce estructuras de desigualdad. Ambos
elementos constituyen un marco de acción para los actores del conflicto; tanto los
actores armados como los políticos y la sociedad civil.
Estos procesos de modernización trunca o limitada también afectan las capacida-
des estatales, no solo para atender demandas sociales, sino para asegurar el control del
territorio y el monopolio de la fuerza. Según Guillermo O’Donnell (1993 y 2004),
frente a esas deficiencias de los Estados, en América Latina subsisten zonas «marro-
nes» donde el control estatal es escaso y donde persisten formas informales, patri-
moniales o incluso mafiosas de dominación. Estas áreas coexisten con instituciones
democráticas nacionales, pero debilitan la capacidad de los Gobiernos de garantizar
el Estado de derecho de manera uniforme en el país. Es en este tipo de áreas donde
grupos subversivos como Sendero Luminoso pudieron ejercer una forma de control
político antes de ser derrotados por la acción contrasubversiva de los agentes estatales
(Schubiger y Sulmont, 2019, pp. 66-67; Wickham-Crowley, 2015).
Las explicaciones que ofrece la CVR sobre el conflicto armado y la sociedad pe-
ruana de 1980, y que Tanaka encuentra «contradictorias» o «ambiguas» en su ensayo
del 2013, resultan entonces en gran parte consistentes con las características estruc-
turales de la sociedad peruana de 1980.
Frente a esa realidad, de tensiones y conflictos, algunos científicos sociales mante-
nían una posición cauta respecto a los pronósticos del devenir de la sociedad peruana
en el marco de la transición democrática de 1980. En un ensayo originalmente publi-
cado en 1980, antes de que la amenaza de Sendero Luminoso se hiciera tan evidente,
Julio Cotler se preguntaba:

75
Legados de un pasado irresuelto

¿Hasta qué punto, en los años venideros, el gobierno y los partidos reformistas
serán capaces de reprimir y neutralizar esos conflictos y dirigir a la sociedad
hacia una nueva institucionalidad? […] ¿la militarización del Estado será el
único recurso del sistema de dominación para aplastar las organizaciones y
reivindicaciones populares, que con sus esfuerzos de democratizar la sociedad
resquebrajan los fundamentos institucionales? (1994a, pp. 100-101)

Lo que Cotler no previó en ese entonces es que la principal amenaza que surgía en
el horizonte no era un desborde de reivindicaciones encabezadas por organizaciones
populares o una tutela de las Fuerzas Armadas sobre el naciente sistema democrático,
sino un proyecto autoritario de un pequeño grupo político maoísta radical originario
de Ayacucho y que apareció, como lo señaló Carlos Iván Degregori, como una «triple
sorpresa» tanto para las científicos sociales, los partidos políticos y los propios servi-
cios de inteligencia del Estado (2012, pp. 38-40).
En efecto, el alzamiento armado de Sendero Luminoso aparece como una decisión
voluntarista, identificada como causa principal del conflicto armado interno por la
CVR, y que no se deriva directamente de las características estructurales de la socie-
dad peruana de 1980. Si bien en el propio Informe de la CVR, así como en otros
trabajos, se explica el surgimiento de Sendero Luminoso relacionándolo ya sea con la
historia local de Ayacucho (Degregori, 2010) o con la historia y las características de
las organizaciones de izquierda en el Perú (Muñoz, 2019; Rénique y Lerner, 2019), es
necesario establecer una mejor conexión entre las tensiones estructurales de la socie-
dad peruana y la capacidad que Sendero Luminoso tuvo para atraer a ciertos grupos
sociales y para generar los profundos efectos que tuvo la violencia sobre la sociedad
peruana de finales del siglo XX. La pregunta que no se hacen es ¿cómo, con una base
mínima, logró Sendero Luminoso llevar a cabo una guerra, captar militantes y poner
en jaque al Estado?
Además de las «teorías de deprivación relativa» mencionadas previamente, hay
otro conjunto de explicaciones acerca de por qué ciertos grupos sociales podrían
inclinarse hacia revueltas violentas (Schubiger y Sulmont, 2019, p. 61). En una
investigación realizada entre universitarios limeños a finales de la década de
1980, Muller, Dietz y Finkel (1991) encontraron que, si bien los sentimientos de
deprivación podían motivar acciones de revuelta ilegal, la participación en este tipo
de acciones estaba influida por cálculos que podríamos llamar de tipo «racional»
acerca de la expectativa de éxito de la protesta y de los potenciales beneficios que se
pueden obtener a nivel individual. Estos «beneficios», que parten de una función de
«utilidad», no son necesariamente de tipo material, sino que están más vinculados a
la satisfacción de otras necesidades individuales —tales como sentirse reconocidos e
integrados a una red social, o experimentar una recompensa «moral»— al encontrar
consecuencia entre «ideales y acciones». Por otro lado, en una investigación entre
jóvenes limeños en la década de 1990, Gonzalo Portocarrero (1998) encontró que
este tipo de factores eran reforzados por la exposición o el contacto directo con una

76
Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

organización, como Sendero Luminoso, que ofrecía un espacio concreto para la


realización de estas expectativas.
En las ciencias sociales, unas de las principales teorías que explican la participación
de las personas en acciones de protesta (convencionales o violentas) son las llamadas
«teorías de la movilización de recursos», que se han desarrollado para analizar los
movimientos sociales (McAdam et al., 1996 y 2001; Tarrow, 2011; Tilly, 1978; Tilly
y Tarrow, 2007). Este tipo de teorías enfatizan el hecho de que situaciones o percep-
ciones de opresión o profunda insatisfacción no son suficientes para desencadenar ac-
ciones de protesta, sino que se necesita movilizar un conjunto de recursos que hagan
posible o viable la protesta o la rebelión. Para ello es necesario que existan liderazgos
y organizaciones capaces de asumir los costos de la movilización. Es allí que una or-
ganización política como Sendero Luminoso adquiere importancia como agente que
moviliza un conjunto de recursos para la protesta o la revuelta, cosa que ya había sido
identificada por teóricos marxistas y revolucionarios como Lenin y Mao. Además, es
capaz de generar identificación y pertenencia entre sus miembros, quienes anhelaban
sentirse parte de algo más grande.
Sin embargo, a diferencia del tipo de organizaciones que sustentan los movimien-
tos sociales de las sociedades modernas, basadas en redes relativamente abiertas de
organizaciones diversas, lo que ofreció Sendero Luminoso es un partido altamente
centralizado y autoritario que, si bien genera una infraestructura para movilizar re-
cursos con los que canalizar la protesta social, al final tiene dificultades para atraer a
sectores más amplios de la sociedad e integrarlos a su proyecto. Es más, como Dynnik
Asencios (2016) mostró en su estudio sobre jóvenes urbanos que ingresaron a Sen-
dero Luminoso (casi todos entre 17 y 25 años), los grados de formación ideológica
fueron diversos y compartieron un flujo de adoctrinamiento que fue resquebrajándo-
se conforme la represión del Estado y que al interior de Sendero Luminoso avanzó.
En ese sentido, más que un movimiento social, Sendero Luminoso puede identifi-
carse como un «contramovimiento social», de acuerdo con la terminología propuesta
por Michel Wieviorka (2015), puesto que el programa y la estrategia política de ese
grupo proponían la imposición de un proyecto de sociedad a través de la violencia y
la eliminación del adversario, lo que excluye toda posibilidad de negociación de nue-
vos arreglos institucionales que recompongan la reglas de juego sociales y políticas.
La existencia de brechas sociales y la modernización trunca no constituyen factores
inevitables para el desencadenamiento de un conflicto armado. Varios intelectuales,
tanto en el Perú como en América Latina, observaban que nuestras sociedades eran
productos de procesos contradictorios que generan tensiones sociales y, por lo tanto,
conflictos. Sin embargo, el conflicto social no es lo mismo que la violencia política.
No todos los conflictos sociales derivan en situaciones de violencia; depende de cómo
los actores y las instituciones sociales logren canalizar esas tensiones y producir nue-
vos arreglos a partir de procesos de negociación.

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Legados de un pasado irresuelto

El sociólogo francés Michel Wieviorka (2004, 2009 y 2015) asocia la violencia a


la incapacidad de individuos o grupos sociales de involucrarse en conflictos sociales
a través de mecanismos institucionalizados (movimientos sociales, partidos, eleccio-
nes, la opinión pública, etc.). Ello puede suceder ya sea porque el sistema político
cierra los canales para la negociación del conflicto, o cuando determinados grupos
o actores sociales alcanzan un alto grado de aislamiento respecto de las principales
tendencias y movimientos sociales (como Sendero Luminoso respecto del proceso de
democratización de la sociedad peruana a inicios de 1980), sobrecargando sus accio-
nes con nuevos significados a través de ideologías dogmáticas o fundamentalistas, ya
sean políticas o religiosas (Wieviorka, 2004). Así, algunos grupos pueden utilizar la
violencia instrumental o expresiva para no solo manifestar su existencia, sino impo-
ner un cambio en las relaciones sociales bajo sus propios términos sin involucrarse en
procesos de negociación con otros. La violencia se vuelve entonces un instrumento
puro de poder político que trata de modificar o imponer relaciones sociales unilate-
ralmente. Grupos altamente ideologizados, como Sendero Luminoso, entran en esa
categoría de actores (Schubiger y Sulmont, 2019, p. 65).
Por otro lado, las preferencias y las acciones de los grupos sociales que experimen-
tan un conflicto armado tienen un carácter endógeno, que no necesariamente se
explica por las condiciones y reivindicaciones sociales, culturales, económicas o polí-
ticas previas al conflicto. En otras palabras, la violencia transforma las motivaciones
y relaciones sociales, imponiendo una nueva estructura de incentivos para la acción
de los grupos sociales que no puede derivarse de las estructuras sociales preexistentes
(Arjona y Kalyvas, 2012; Gutiérrez Sanín, 2008; Humphreys y Weinstein, 2006;
Kalyvas, 2006; Schubiger y Sulmont, 2019, pp. 62-64; E. J. Wood, 2003; R. M.
Wood, 2008). De esa forma, el propio conflicto armado genera condiciones e impo-
ne elecciones a los actores sociales que no se hubieran presentado o considerado en
otras circunstancias.

3. La utopía de las reparaciones como un nuevo pacto social


Parte del mandato de la CVR era realizar un conjunto de propuestas destinadas a
reparar y dignificar a las víctimas del conflicto armado interno y a sus familiares, así
como recomendar reformas institucionales, legales, educativas y otras que generarán
garantías de prevención contra la violencia política. Estos elementos fueron recogi-
dos y expuestos en la propuesta de reconciliación y las recomendaciones acerca de
reformas institucionales y el Plan Integral de Reparaciones (PIR) que figura en el
tomo IX del Informe Final.
Las reparaciones tienen una larga historia como forma de resarcimiento que viene
desde la Segunda Guerra Mundial: quienes infligieron violencia debían compensar
o indemnizar a quienes la padecieron (García-Godos, 2006; Mani, 2005; Torpey,

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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

2005). A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, el término «reparaciones» adqui-
rió otros usos y funciones. Por ejemplo, en Estados Unidos comenzó a utilizarse en el
marco del movimiento por los derechos civiles que luchaba contra la discriminación
racial y la historia de segregación y explotación de la población afroamericana. En
Canadá, las propuestas o exigencias de reparación buscaban resarcir la expropiación
de los territorios de los pueblos indígenas y su inclusión en una noción más amplia
de ciudadanía (Torpey, 2005). Hacia mediados de la década de 1990, las repara-
ciones comenzaron a considerarse parte de los mecanismos de justicia transicional
propuestos por las primeras Comisiones de la Verdad (Chile, Argentina, Sudáfrica,
Guatemala) y por organizaciones bilaterales que buscaban construir un enfoque con-
ceptual y metodológico de trabajo de propuestas de justicia transicional en socieda-
des posconflicto (Torpey, 2005; Ulfe y Málaga Sabogal, 2022).
Al interior de la CVR, el debate en torno a la propuesta de reformas y reparacio-
nes fue bastante intenso. El diagnóstico de los factores que posibilitaron el conflicto,
así como el legado de decenas de miles de víctimas de la violencia, suponían varios
retos complejos. Por un lado, la necesidad de justicia ante la impunidad de la ma-
yoría de los crímenes y violaciones de los derechos humanos cometidos tanto por
las organizaciones subversivas como por los agentes del Estado exigían una serie de
medidas y reformas destinadas a fortalecer el conjunto del sistema judicial y evitar
que las instituciones de seguridad del Estado reprodujeran estrategias y prácticas que
violaran los derechos humanos. En segundo lugar, el daño sufrido por individuos,
familias y comunidades suponía diseñar un plan complejo de reparaciones que de-
finiera el universo de destinatarios, los niveles de afectación y el tipo de reparación
correspondiente (individual o colectiva; material o simbólica; medidas de acceso o de
discriminación positiva respecto a servicios públicos en educación, salud, vivienda y
otros). En tercer lugar, tanto las heridas abiertas por el conflicto como los problemas
no resueltos de una sociedad que mantenía varias de las brechas sociales y procesos
de modernización truncos señalados más arriba generaban el desafío de repensar los
procesos de construcción de vínculos de integración y cohesión social y desarrollo de
una ciudadanía democrática. Para algunos de los miembros de la CVR, la reparación
como concepto debía apuntar a «refundar el Perú en base a otros códigos, como un
país sin ninguna discriminación donde todos valieran igual, y donde todos tuvieran
iguales oportunidades».3
Probablemente, este último desafío era el más complicado. Aparecía como lejano
del alcance, del mandato y de las posibilidades de una organización como la CVR.
Adicionalmente, el contexto sociopolítico del Perú posconflicto y pos-fujimorista
no albergaba muchos actores políticos y sociales con la capacidad o la voluntad de
abordar esos temas. Como señala Carmen Ilizarbe, el Estado y la sociedad peruana
no fueron capaces de enfrentar el problema de «la destrucción del sistema de convi-
vencia social» (2015, p. 232) provocado por el conflicto armado interno.
3 Conversación entre María Eugenia Ulfe y Gastón Garatea, 7 de mayo de 2013, Lima.

79
Legados de un pasado irresuelto

Según Maxwell Cameron, uno de los principales impactos del conflicto armado
interno en la sociedad peruana fue haber creado la situación de emergencia que per-
mitió adoptar una serie de reformas económicas y políticas que generaron lo que él
llama un tipo de «gobernanza neoliberal» (2019, p. 104). De acuerdo con Cameron,
al igual que en otras sociedades, el proyecto neoliberal en el Perú buscaba constituir
un orden social que garantizara principalmente un conjunto de libertades econó-
micas (la propiedad privada y la libertad de empresa) sobre la base de un conjunto
de reglas de juego políticas que previnieran o limitaran «collectivist efforts at social
engineering and forms of rationality that transcend the individual’s pursuit of his or
her own ends [esfuerzos colectivos de ingeniería social y formas de racionalidad que
trasciendan la búsqueda del individuo de sus propios fines]» (2019, p. 95; la traduc-
ción es nuestra). En ese sentido, el proyecto político neoliberal tiende a desmovilizar
y fragmentar las demandas sociales colectivas y privilegiar soluciones individualistas
basadas en mecanismos de mercado. En el contexto peruano, ello se vio facilitado
por el hecho de que proyectos políticos que privilegiaban soluciones colectivas o con
fuerte protagonismo del Estado como actor del desarrollo social perdieron legitimi-
dad, primó el desprestigio ideológico y el miedo quedó instalado. El colectivismo
tiene una funcionalidad que se activa en momentos de crisis; como sucedió durante
la pandemia, por ejemplo. Pero en el caso peruano, el Estado fracasó en enfrentar la
crisis económica de la década de 1980. Ya Hinojosa (1999) mostró la forma en que
el accionar de Sendero Luminoso recogía propuestas que provenían de grupos de
izquierda —por ejemplo, tomar las armas no era un discurso nuevo—. El problema
fue que llevaron el discurso a la práctica. En este sentido, puede decirse que una de
las consecuencias del conflicto armado interno fue la forma cómo la izquierda o
el «hacer política», es decir la actividad misma del ejercicio de la política, pasaron
a ser mal vistas. Las razones para explicarlo pueden ser varias; sin duda, el insulto
de «terrorista» aplicado a quienes son percibidos como enemigos o contrincantes
políticos —que se conoce comúnmente como «terruqueo»— acentuó mucho este
alejamiento y hasta el desencanto de la política. Mantenerse al centro o de lado
ha sido una fórmula que puede describirse como autoprotección individual en un
espacio de posguerra como el peruano, que quedó altamente polarizado. En este
sentido, el camino de la izquierda ha sido difícil para constituirse en una alternativa
programática diferente en el Perú actual (Muñoz, 2019, p. 222); sobre todo, para
salir de los enmarcamientos y las memorias que trae consigo desde el periodo del
conflicto.
A nivel de políticas públicas, el tipo de gobernanza neoliberal privilegia progra-
mas de focalización del gasto en determinadas categorías sociales en vez de políticas
que buscan alcanzar la universalidad de derechos sociales (Cameron, 2019, p. 98).
Durante el Gobierno de Fujimori, en el que se implementaron las grandes reformas
neoliberales que aún marcan las reglas de juego de la economía y la política peruana
del siglo XXI, el proceso de «pacificación nacional» vino de la mano de programas

80
Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

sociales populistas (Rousseau, 2012; Ulfe y Málaga Sabogal, 2021) enfocados en de-
terminadas categorías de personas y que buscaron promover la permanencia del en-
tonces presidente Alberto Fujimori en el poder. El protagonismo de una tecnocracia
que se concibe como «objetiva» y «profesional» en el diseño de las políticas públicas
y los programas sociales impulsados desde el Estado ha sido central en privilegiar
los principios de eficiencia, evidencia y eficacia en la gestión de programas sociales y
de lucha contra la pobreza, pero quitando de la ecuación una discusión que vincule
las políticas públicas y la acción del Estado con la ampliación y universalización de
derechos ciudadanos (Ulfe y Málaga Sabogal, 2021, cap. 3).
Las propuestas de reforma política y de reparaciones formuladas por la CVR de-
bían entonces enfrentar este contexto social y político, radicalmente diferente del
inicio del conflicto armado interno, donde los debates acerca de la construcción de
una nación más integrada, así como del protagonismo del Estado y la participación
de las organizaciones sociales, eran algunos de los componentes centrales. El PIR lle-
gó en un momento en el que el discurso de lucha contra la pobreza y la metodología
de la focalización dominaban el escenario de las políticas públicas. En ese sentido, la
discusión sobre derechos perdió su sentido reparador y ni qué decir sobre contribuir
en la construcción de un Estado de derecho.
Las propuestas de reformas institucionales planteadas por la CVR estuvieron bá-
sicamente dirigidas a fortalecer el Estado de derecho —en la acepción «liberal clási-
ca»—, así como una cultura política democrática. En ese sentido, estaban en sinto-
nía con debates de las ciencias sociales y las ciencias políticas latinoamericanas que
proponían que el desafío del siglo XXI era pasar de «democracias electorales» hacia
«democracias de ciudadanos»; es decir, trascender los procesos de «transiciones de-
mocráticas» de la década de 1980 y avanzar hacia los de la «consolidación democrá-
tica».4 El desafío específico del caso peruano es que ese fortalecimiento del Estado de
derecho y de la cultura política democrática debía contribuir a prevenir el uso de la
violencia como arma política, o garantizar que la acción de mantenimiento del orden
de los organismos de seguridad del Estado se desarrolle en el marco del respeto de los
derechos humanos y ciudadanos. Hay un salto epistemológico en estas propuestas
que no mira a la historia ni las dimensiones socioculturales que la historia enseña so-
bre cómo se dio esta violencia. No hubo una propuesta clara sobre cómo podía darse
esa transición sin pensar en cómo debía realizarse, cuáles debían ser las reformas ni
quiénes los actores para llevar a cabo los cambios que se requerían.
Con relación a las reparaciones, el PIR propuesto por la CVR comprendía diversos
componentes: las reparaciones económicas (individuales y colectivas), las simbólicas,
las que se entregan en educación, en salud (sobre todo, salud mental) y en vivienda.
En su elaboración al interior de la CVR se experimentó la tensión entre una con-
cepción más ambiciosa (algunos podrían calificarla de «idealista» o «utópica») que
apuntaba a «refundar y reconstruir vínculos sociales» incorporando un enfoque mul-
4 Véase, por ejemplo, Carrión et al., 2007; O’Donnell, 2004; y PNUD, 2004 y 2006.

81
Legados de un pasado irresuelto

ticultural, y otro enfoque que podría calificarse como más «pragmático», en donde
las reparaciones debían concretarse en programas y acciones específicas, dirigidas a
beneficiarios claramente identificados como víctimas de la violencia (ya sea indivi-
duos o colectivos). Finalmente, primó este último enfoque.
Sin embargo, al momento de implementarlo, el PIR fue cediendo cada vez más a
lógicas burocráticas y tecnocráticas propias de las exigencias de una concepción de
la gestión pública fundamentada en los principios de la focalización y eficiencia, y se
fue alejando de un enfoque universalista que hubiese podido vincular el programa
de reparaciones con un proyecto de ampliación y consolidación de una ciudadanía
inclusiva, multicultural y sensible también a las desigualdades de género en nuestra
sociedad.
Una vez concluido el mandato de la CVR, cuando el Estado peruano empezó
a implementar el PIR, se crearon dos oficinas: en primer lugar, la Comisión Mul-
tisectorial de Alto Nivel, que era un organismo multisectorial que debía trabajar
con distintos ministerios para la entrega de las reparaciones; en segundo lugar, el
Consejo de Reparaciones, que se encargó del Registro Único de Víctimas (RUV). El
RUV resultó ser un organismo central, ya que es la instancia que valida la condición
de víctima del sujeto beneficiario del programa. Ello implicó generar definiciones y
procedimientos operativos para determinar los tipos de afectación y también las con-
diciones por las cuales una persona puede ser considerada «víctima» y, por lo tanto,
quiénes pueden ser sus beneficiarios. No todas las personas afectadas por el conflicto
armado interno pueden acceder a la condición de víctima. El programa construye
definiciones de víctima y perpetrador muy delimitadas, y que suelen ser mutuamente
excluyentes. Como estipula el artículo 4 del Reglamento del PIR:
Artículo 4. Exclusiones.

No son consideradas víctimas y por ende no son considerados beneficiarios de


los programas a que se refiere la presente Ley, los miembros de organizaciones
subversivas.

No son considerados beneficiarios aquellas víctimas que hubieran podido reci-


bir reparaciones por otras decisiones o políticas de Estado.

Las víctimas que no estén incluidas en el PIR y reclaman un derecho a repara-


ción conservarán siempre su derecho a recurrir a la vía judicial.5

Un caso complejo es el de Gladys Carols Espinoza Gonzáles, miembro del Mo-


vimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), quien fue detenida en 1993 y fue
víctima de torturas y de violación sexual durante su detención. Debido a ello, denun-
ció al Estado peruano ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos y recibió

5 Ley 28592, Ley que crea el Plan Integral de Reparaciones - PIR: https://www.mimp.gob.pe/home-
mimp/direcciones/ddcp/normas/4_5_Ley_28592_Crea_el_PIR.pdf

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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

una sentencia favorable.6 Según las disposiciones normativas, Gladys Espinoza no


podría ser considerada una «víctima» para efectos del PIR.
Como sugiere Robin Azevedo (2023, p. 99), resulta controversial que, normativa-
mente, el PIR construya una especie de categoría de «víctima legítima», una víctima
«pura» y despolitizada. Si algo caracteriza a los conflictos armados internos, que en-
tran en la categoría genérica de «guerras civiles» (Schubiger y Sulmont, 2019), es la
persistencia de situaciones y zonas «grises» donde, dependiendo de las alineaciones
políticas de los actores, uno puede ser a la vez «víctima» y «victimario» de graves vio-
laciones de los derechos humanos.
Otro caso problemático es el de Angélica, hija de un líder senderista en la comu-
nidad de Lucanamarca (Ayacucho). Ella perdió a sus padres y abuelos de forma san-
grienta a los seis años de edad, pero su vinculación familiar con miembros de Sendero
Luminoso impide que ella pueda ser considerada una «víctima» del conflicto armado
interno, incluso tomando en cuenta que ella acudió al programa de reparaciones para
buscar algún tipo de beneficio económico o educativo para sus propios hijos menores
de edad (Ulfe y Málaga Sabogal, 2022).
En determinadas circunstancias es difícil «desenredar» las categorías de «víctima»
y de «perpetrador». El «perpetrador senderista» se llenó de un imaginario de traje a
rayas luego de la captura de Abimael Guzmán y su exposición pública ante la prensa
nacional e internacional en 1992. Sin embargo, varias personas inocentes acusadas
de terroristas fueron sometidas a la misma exposición y experimentaron la estigma-
tización de «terroristas», pero tuvieron que ser liberadas por la comisión de indultos
creada por Alberto Fujimori para mitigar los excesos permitidos por la draconiana
legislación antiterrorista promulgada durante su gobierno. Durante la represión de
los motines en los penales de 1986 y 1992, varios militantes y líderes de Sendero
Luminoso, responsables de crímenes y violaciones de los derechos humanos, fueron
a su vez víctimas de ejecuciones extrajudiciales. Un recurso político bastante común
ha sido azuzar la imagen del terrorista para provocar un «pánico moral» que legitime
medidas de «mano dura» ante situaciones de inseguridad ciudadana (Robin Azevedo,
2023, p. 106).
Sin embargo, una de las «paradojas» de los derechos humanos es que, en tanto
principios abstractos y universales, la condición de víctima no es necesariamente
excluyente de la de victimario, y ello depende de contextos locales. Lo mismo ocurre
al momento de implementar programas que tienen principios generales en contextos
sociales específicos. Como señalan Stern y Straus, la arquitectura de los derechos
humanos en el mundo busca proveer una serie de instrumentos legales y procedi-
mentales que tienen un alcance universal y abstracto. Esta es la dimensión universal
de los derechos humanos que muchas veces entra en tensión con situaciones particu-
lares, donde lo que es considerado un abuso o moralmente permitido adquiere giros

6 Véase la Sentencia del caso Espinoza Gonzáles vs. Perú (2014): http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/
articulos/seriec_289_esp.pdf.

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Legados de un pasado irresuelto

inesperados y define la relación entre actores y principios locales y supranacionales


(Stern y Straus, 2014, pp. 8-9).
En otras palabras, la forma cómo se implementan las agendas universales de dere-
chos humanos en localidades específicas adquirirán los significados que les asignen
las personas que las ejecutan. El problema con los «modelos» es que imaginan países
ideales y luego deben enfrentarse con culturas políticas específicas, estructuras histó-
ricamente jerárquicas y mucha discriminación que no se toma en cuenta.
Relacionarse con el Estado implica aprender una cultura política específica de
trámites y procedimientos que forman parte de un sistema de gobierno e incluso
de dominación. Para las personas que forman parte de comunidades o pueblos in-
dígenas o alejados de los centros de poder cultural, político o económico, el Estado
peruano se comunica, por lo general, en castellano y es accesible en centros poblados
mejor conectados a carreteras y con mayor acceso a escuelas y oficinas públicas. Por
ejemplo, en el caso de familiares o víctimas de casos de desaparición forzada o violen-
cia sexual durante 1980 y 1990, las personas denunciantes debían desplazarse de sus
comunidades a la capitales de provincia y enfrentar a funcionarios que muchas veces
no les creían o no les entendían (Ulfe y Romio, 2021).
Otro elemento que muchas veces resulta elusivo para el Estado y las políticas
públicas relacionadas con las violaciones de los derechos humanos durante el conflicto
armado interno es la dimensión de género. La mayoría de denuncias realizadas durante
la década de 1980 sobre desapariciones forzadas eran sobre varones, ¿fueron acaso las
mujeres prescindibles? (Ulfe y Romio, 2021, p. 375). Por otro lado, existe abundante
información de casos que muestran que hubo una forma sistemática de ejercicio de
violencia sexual contra mujeres (Boesten y Gavilán, 2023). Los casos registrados por
la Dirección General de Búsqueda de Personas Desaparecidas (DGBPD), creada en
el 2017, más allá de aquellos que ya estaban identificados en las bases de datos de la
CVR, muestran que hay un mayor número de mujeres desaparecidas que aquellas
que fueron reportadas antes y durante el proceso de investigación de la CVR, lo que
permite ampliar y diversificar el perfil de casos de desaparición y con ello el perfil de
víctima que se trazó en el Informe Final (Ulfe y Romio, 2021, p. 400).
Por lo general, la realidad de las sociedades posconflicto resulta ser mucho más
compleja y opaca que lo previsto o considerado por los planes y las políticas públicas
que se diseñan para resolver o reparar los efectos de la violencia o restablecer princi-
pios de convivencia social. Nunca queda claro quién debe reconciliarse con quién.
Muchas veces los perpetradores y las víctimas son miembros de la misma comunidad
o de la misma familia; eran antiguos vecinos o incluso rivales que la violencia convir-
tió en enemigos y amenazas existenciales. Resulta entonces difícil reconstruir tejidos
sociales quebrados en tantas comunidades andinas y amazónicas, reconciliarse con
un Estado que, más que proteger o garantizar derechos, era visto como un aparato
que permitía la dominación de grupos de poder local o que reproducía lógicas neo-
coloniales de control de territorios periféricos.

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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe

Para autores como Pablo de Greiff, la reparación aparece como «respuesta al


problema del legado de abusos de derechos humanos en un contexto democráti-
co» (2007, p. 25). Por ello, casi automáticamente se tiende a asociar la reparación
a momentos de cambios políticos y recuperación de la democracia. Pero, más allá
de su rol en procesos de transición democrática, ¿hasta qué punto las reparaciones
contribuyen a consolidar la ciudadanía y la democracia en países con instituciones
débiles como el caso peruano?
Otro problema de la justicia transicional son las expectativas que levanta sobre los
roles del Estado. De Greiff (2007) señala que es fundamental propiciar la confianza
de los ciudadanos en un Estado y sus instituciones, basada en ciertas normas y valores
con los cuales todos se encuentren comprometidos. ¿Cómo se construye esa con-
fianza? En el caso del PIR, la lógica de focalización en la entrega de las reparaciones
ha hecho que algunas afectaciones por las cuales las personas están registradas como
víctimas adquieran mayor prioridad sobre otras, generando conflictos intrafamilia-
res, intercomunales y hasta raciales entre grupos de personas o de categorías sociales
que tienen la expectativa de recibir algún tipo de reparación en un tiempo razonable
(Ulfe y Málaga Sabogal, 2021, cap. 4).
Los principios de focalización, racionalización y eficiencia que permean la ges-
tión de programas sociales en un contexto de gobernanza neoliberal, más allá de las
buenas intenciones que los inspiran, a veces no permiten orientar la mirada y el en-
foque de la acción estatal hacia principios universales sustentados en considerar a las
personas no solo destinatarias de prestaciones específicas debido a una consideración
particular, sino sujetos de derechos universales de una comunidad que las integra
como iguales, siendo al mismo tiempo sensible a sus identidades y condiciones que
deben superarse.

4. Reflexiones finales
A lo largo de este capítulo, hemos intentado contrastar las miradas que la CVR
tuvo de la sociedad peruana con debates y procesos que marcaron dos momentos
distintos en los que esta instancia tuvo que moverse: el Perú preconflicto y el Perú
posconflicto.
Por un lado, consideramos que los diagnósticos y las explicaciones que la CVR
elaboró acerca de los factores que propiciaron y explican el conflicto armado interno
son consistentes con las reflexiones que las ciencias sociales peruanas y latinoamerica-
nas tenían acerca de nuestra sociedad en la segunda mitad del siglo XX: una sociedad
caracterizada por un modelo de desarrollo que generaba tensiones estructurales entre
sectores y segmentos sociales que se acoplan y otros que se resisten o son dejados de
lado por los procesos de modernización social. Estas tensiones configuran un marco
para el accionar de grupos y organizaciones que emprenden un proyecto político

85
Legados de un pasado irresuelto

violento de toma del poder, que encuentra a su vez una reacción represiva indiscrimi-
nada del Estado y de los Gobiernos de la época. También es posible darse cuenta de
aquello que no se vio: la manera cómo funciona la política en contextos particulares,
en contextos en los que la familia y el parentesco son parte fundamental en la forma
cómo se establecen los vínculos sociales, las historias locales de jerarquías y discrimi-
nación y sus consecuencias en estos espacios. Los «hondos y mortales desencuentros»,
que Degregori (1988) describía entre los anhelos y las vidas de jóvenes que crecieron
en contextos de descampesinización como era Ayacucho en la década de 1970. Eran
momentos también cuando se percibía que la cultura y la política correspondían
a ámbitos sociales diferentes. No se veían las imbricaciones ni complejidades que
existían entre estos espacios. La política se redujo a pensarse desde la dimensión ins-
titucional, cuando ya en la década de 1990 esta había perdido mucho de su propia
—valga la redundancia— institucionalidad (Degregori, 2016).
En segundo lugar, las propuestas que la CVR elabora para enfrentar los legados y
las secuelas del conflicto armado interno se enfrentaron a un contexto de gobernanza
neoliberal —que correspondía también al momento de la década de 1990 en el sur
latinoamericano—. El problema es la superposición entre un periodo de posconflic-
to que requería que se revisaran las bases institucionales del Estado y la comunidad
con el desarrollo neoliberal de la economía política. No hubo una pausa para que se
recuperaran las dimensiones sociales del conflicto. La CVR propone que la sociedad
peruana posconflicto sea una que supere las brechas estructurales de desigualdad y
discriminación, y que tenga una ciudadanía igualitaria y democrática; no obstante, se
encuentra con una sociedad y un sistema de actores políticos con escasas capacidades
para articular proyectos colectivos o que fortalezcan un rol del Estado que privilegie
el interés general o los principios universales por encima de intereses particulares y
lógicas de focalización en la ejecución de las políticas sociales.
Uno podría decir que el diagnóstico que hizo la CVR acerca de la sociedad perua-
na preconflicto era consistente con una dimensión más sociológica del conocimiento
especializado que existía sobre el tema. El Informe presenta una tensión entre estruc-
tura y agencia —se privilegió la mirada hacia las dimensiones explicativas en su sen-
tido casuístico—. En contraposición, también podría argumentarse que su propuesta
de tratamiento no estaba en sintonía con las lógicas, posibilidades y capacidades de
los actores e instituciones llamados a solucionar o reparar los legados y las secuelas
que el conflicto armado interno provocó en nuestro país.
Hace veinte años podía hablarse de verdad, justicia y reparación, entendiéndose
los sentidos de derecho, ciudadanía y recuperación de una dimensión comunitaria o
colectiva de lo social y el Estado. Veinte años y una pandemia después se mantienen
disputas en el uso y sentido de ciertos términos: para comenzar, se continúa discu-
tiendo sobre cómo llamar a este periodo de violencia; la verdad no es la misma que
se tiene cuando se habla de justicia, y la reparación perdió el sentido de recuperación
ciudadana. El crecimiento económico que trajeron consigo las medidas implementa-

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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
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das desde la década de 1990 no produjo equidad, derechos universales ni consolidó


la democracia. La pandemia mostró de forma cruda esta desigualdad. Veinte años
después sería oportuno discutir los ideales de democracia liberal que el Informe Final
propuso como camino.

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Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de
la verdad en América Latina

https://doi.org/10.18800/9786124474477.003

Jemima García-Godos*
https://orcid.org/0000-0002-6287-3400?lang=en
University of Oslo

Resumen
La Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú (CVR) inaugura junto con la
de Uruguay y Panamá las comisiones de la verdad del siglo XXI en América Latina.
Con la entrega de su Informe Final en agosto de 2003, la CVR se convierte rápi-
damente en un estándar internacional, un modelo a seguir en materia de análisis,
metodologías y producción de información para el esclarecimiento de la verdad. El
objetivo de este capítulo es explorar cómo la CVR marca un hito en los estándares y
las prácticas en la búsqueda de la verdad en la región, para lo cual se enfocan cuatro
aspectos indicativos de nuevas tendencias y prácticas en el trabajo de las comisiones:
estrategias de participación y socialización, metodologías aplicadas, enfoques trans-
versales priorizados y la reparación a las víctimas. Poniendo a la CVR en el contexto
regional, se identifican sus aportes en dichos aspectos y cómo estos han sido desarro-
llados por comisiones posteriores.

Palabras clave: CVR, participación, metodologías, enfoques transversales, repara-


ción a las víctimas

*
Agradezco los valiosos comentarios de Félix Reátegui y de los revisores anónimos a versiones prelimi-
nares de este texto.

92
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

Introducción
América Latina es considerada un laboratorio de prácticas y experiencias múltiples
de justicia transicional (Skaar, García-Godos y Collins, 2016). Desde inicios de la
transición democrática que vivió la región en los años ochenta y noventa, luego de
periodos dictatoriales, autoritarios y de conflicto armado que dejaron cientos de miles
de víctimas, la búsqueda de la verdad y el esclarecimiento de los hechos ocurridos ha
sido una de las principales demandas en las sociedades latinoamericanas (O’Donnell
et al., 1986; Grandin, 2005). En contextos de transición, el esclarecimiento de
responsabilidades penales tiende a ceder ante temores de inestabilidad política y
retrocesos democráticos, el conocido dilema entre la justicia y la paz (Sriram, 2004). En
América Latina, las comisiones de la verdad emergen como una alternativa a procesos
judiciales necesarios pero incómodos, y poco factibles en sociedades donde los grupos
de poder de regímenes anteriores tendían a imponer salvaguardas a futuros procesos
(Roth-Arriaza, 2006, p. 3). Las comisiones de la verdad ofrecían así una posibilidad de
reconocimiento de los hechos ocurridos y de explicación a las víctimas y a la sociedad
en general. En el transcurso de cuarenta años, desde las primeras comisiones de la
verdad en América Latina a inicios de los ochenta hasta el presente, 14 países de la
región han establecido 18 comisiones de la verdad (véase la Tabla 1). Esto ha hecho
posible el aprendizaje e intercambio de experiencias entre comisiones de diferentes
países, especialmente entre las comisiones más recientes.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú (CVR) inaugura junto con las
de Uruguay y Panamá las comisiones de la verdad del siglo XXI en la región. Con la
entrega de su Informe Final en agosto de 2003, la CVR se convierte rápidamente en
un estándar internacional en la justicia transicional, un modelo a seguir en materia
de análisis, metodologías y producción de información para el esclarecimiento de la
verdad (González Cueva, 2006; Hayner, 2011). El trabajo de la CVR ha inspirado
y servido de base para el continuo desarrollo de este campo en otros países, a través
de redes de expertos e intercambio de experiencias, y por el contenido mismo del
Informe Final. En este capítulo proponemos explorar cómo la CVR marca un hito en
los estándares y las prácticas en la búsqueda de la verdad en América Latina, para lo
cual nos enfocamos en cuatro aspectos indicativos de nuevas tendencias y prácticas
en el trabajo de las comisiones. La discusión abordará, específicamente, las estrategias
de participación y socialización empleadas por la CVR, las metodologías aplicadas,
los enfoques transversales priorizados y la reparación a las víctimas. Un elemento
que hay que tener en cuenta es el uso de tecnologías de la información, tanto para el
procesamiento de datos como para producir material audiovisual, así como formas
alternativas de socialización de información hacia diferentes sectores de la sociedad, a
través de internet, que ya hacia 2003 era de uso global como fuente de información
y difusión. Los cuatro aspectos se han seleccionado, principalmente, en función a su
rol operativo en el trabajo de las comisiones, un elemento importante en términos de

93
Legados de un pasado irresuelto

difusión y aprendizaje hacia nuevos operadores y actores directamente involucrados


en la búsqueda de la verdad.
La tarea del presente capítulo es ubicar a la CVR en el contexto regional e inter-
nacional a la luz de otras comisiones de la verdad. Reconociendo la importancia del
contexto sociopolítico y el debate público nacional durante la labor de la CVR o en
la recepción del Informe, estos temas quedan fuera del alcance del texto, y se abor-
dan de manera referencial.1 El capítulo se basa en la revisión y el análisis de textos
de diferentes fuentes, particularmente textos originales del Informe Final y material
publicado en la página web oficial de la CVR, así como en informes finales de otras
comisiones de la verdad de América Latina, publicaciones académicas, informes y
material en línea relacionados con el tema. El análisis es guiado por trabajos compa-
rativos previos respecto a la justicia transicional en la región realizados por la autora.

1. La verdad en contexto: comisiones de la verdad en la región


antes de la CVR
Cuando la CVR culmina su labor en 2003, ya en América Latina se habían esta-
blecido diez comisiones de la verdad y elaborado nueve informes finales en el trans-
curso de dos décadas (véase la Tabla 1). Existía entonces ya una rica experiencia
acumulada en términos de objetivos y prácticas que promovían el esclarecimiento
de hechos ocurridos en periodos dictatoriales y de conflicto armado. Mientras que
los tres primeros informes finales surgen en aquellos países que inician la transición
democrática dejando atrás dictaduras militares en la década de los ochenta (Argenti-
na, Chile y Uruguay), la siguiente década traería también experiencias de países que
transitaban de periodos de violencia de diferente alcance hacia modelos de demo-
cracia formal (El Salvador, Haití, Ecuador, Guatemala, Panamá). Particularmente
en países de Centroamérica y el Caribe, la comunidad internacional, ya sea a través
del sistema de las Naciones Unidas (como en Guatemala, El Salvador, Haití) o de
forma bilateral (participación de Estados Unidos en Panamá), ha tenido un papel
significativo en los procesos de transición, ya sea facilitando negociaciones de paz y/o
apoyando la labor de comisiones de la verdad.
A partir de esta breve reseña del periodo de transición de los ochenta a los noventa
a nivel regional, vemos que la transición peruana resalta por su doble naturaleza y la
forma cómo esta se define. Primero, se trata de una transición del conflicto armado
iniciado por Sendero Luminoso hacia una paz sellada por la derrota militar y la po-
lítica del senderismo, así como de una transición del régimen autoritario de Alberto
Fujimori hacia una democracia representativa (García-Godos y Reátegui, 2016) que,

1 Se invita al lector a revisar otros capítulos del presente volumen para un tratamiento más exhaustivo
de dichos temas, así como de otros aspectos importantes del trabajo de la CVR.

94
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

de manera formal, ya existía desde 1980. En cierto modo, el mandato de la CVR que
define el periodo que vamos a investigar (1980-2000) define también la transición
peruana. A diferencia de otros países de la región, el punto de referencia no es el pe-
riodo de dictadura militar que culmina en 1980 y que daría paso a lo que el resto del
mundo llamaría «la tercera ola de democratización» (Huntington, 1991). El periodo
por investigar abarca en cambio Gobiernos formalmente democráticos, pero con
prácticas de represión violentas y de marcadas tendencias autoritarias, especialmente
en los noventa. La distancia en el tiempo y la magnitud de las violaciones de los dere-
chos humanos cometidas en el Perú en el periodo 1980-2000 explican, posiblemen-
te, la exclusión de las dictaduras militares de 1968-1980 del mandato de la CVR.
Veamos ahora algunos aspectos importantes de varias comisiones de la verdad
previas a la CVR, con el ánimo de ubicar a esta en relación con las prácticas exis-
tentes hasta el inicio de su mandato. Comenzaremos por la Comisión Nacional de
Desaparición de Personas (CONADEP) de Argentina, cuyo objetivo principal fue
esclarecer el delito de desaparición de personas (Crenzel, 2008). La comisión recogió
7000 testimonios, y logró documentar la desaparición de 8960 personas durante la
dictadura militar argentina (Hayner, 2011, p. 46). Los testimonios se recogieron
tanto al interior del país como en el exterior entre la población exiliada. Los testi-
monios permitieron identificar 365 centros de tortura. La transferencia del acervo
documental de la comisión a la Fiscalía permitió el inicio de procesos judiciales que
fueron incrementándose a través de los años, especialmente después de la anulación
total de leyes de amnistía en 2003.
En Chile, la Comisión Rettig también puso énfasis en la desaparición de personas,
las ejecuciones extrajudiciales y los actos de tortura con consecuencia de muerte; se
excluyó la tortura que no condujera a la muerte (Barahona de Brito, 2001). De 3400
casos recogidos, 2920 se reconocieron como válidos dentro del mandato de la comi-
sión. Respecto a la composición de la comisión, cuatro de sus ocho miembros habían
sido funcionarios y oficiales durante el régimen de Pinochet. Al presentar el informe
final, el apoyo de los comisionados al informe fue unánime, lo cual fortaleció su
legitimidad (Hayner, 2011, p. 48).
Mientras que las comisiones en Argentina y Chile fueron de carácter nacional y es-
tuvieron compuestas por miembros de ese mismo país, las comisiones de El Salvador
y Guatemala recibieron no solo el auspicio de las Naciones Unidas, sino que fueron
dirigidas por expertos internacionales nombrados específicamente para esta tarea. En
el caso de El Salvador, incluso el personal administrativo y técnico provenía del exte-
rior por razones de seguridad (Hayner, 2011, p. 50). En su informe final, la comisión
salvadoreña optó por identificar con nombres a más de 40 personas involucradas en
violaciones de los derechos humanos, incluyendo miembros de las Fuerzas Armadas,
del Poder Judicial y grupos opositores armados. Esto no solo provocó el rechazo de
varios sectores de la sociedad salvadoreña, especialmente de grupos de poder, sino
también la aprobación inmediata de una ley de amnistía en el Congreso nacional,

95
Legados de un pasado irresuelto

bloqueando así cualquier iniciativa de investigación y procesos judiciales hasta 2016


(Martínez-Barahona et al., 2022, p. 324).
La Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) de Guatemala sobrepasó
de diversas formas las expectativas puestas en ella con el lanzamiento de su informe
final. Al no incluir su mandato la posibilidad de investigaciones para definir respon-
sabilidades penales, diversos sectores de la sociedad civil y de la Iglesia restaron con-
fianza al futuro trabajo de la comisión. Sin embargo, el contundente informe final de
la CEH no solo llegó a conclusiones similares a las del informe REHMI, elaborado
por el Arzobispado de Guatemala,2 sino que estableció que el Estado guatemalteco
había cometido actos de genocidio contra la población maya, y estimó un total de
200 000 víctimas fallecidas y entre 40 000 y 50 000 personas desaparecidas durante
el conflicto. Casi en su totalidad (97 %), las víctimas cayeron en manos de las fuerzas
del orden. Asimismo, el mandato de la CEH llamaba a un análisis de factores inter-
nos y externos que determinaron el desarrollo del conflicto y los hechos ocurridos. La
CEH optó por un análisis histórico y estructural, poniendo el conflicto armado in-
terno en Guatemala a la luz de problemas estructurales como el racismo y la discrimi-
nación, la injusticia, las prácticas antidemocráticas de las instituciones guatemaltecas
e incluso el apoyo de Estados Unidos a las políticas represivas de sucesivos Gobiernos
(Hayner, 2011; García-Godos y Salvadó, 2016). El informe final de la CEH serviría
años más tarde como fuente de inspiración para el trabajo de la CVR en el Perú.3

2. La CVR en el siglo XXI: abriendo paso


A continuación, abordamos cuatro aspectos específicos del trabajo de la CVR que,
en nuestra consideración, establecen de alguna manera estándares internacionales
para dicha labor y así abren paso a nuevas prácticas en las comisiones de la verdad de
la región. No sugerimos que algunas de estas prácticas fueran totalmente novedosas,
que no se hayan probado antes por otras comisiones, pero sí sugerimos que es a partir
de la alta calidad y el nivel de sofisticación alcanzado en el trabajo de la CVR que
dichas prácticas se establecen como estándares internacionales que se deben seguir.

2 El Arzobispado de Guatemala tomó la iniciativa y dirigió el Proyecto Interdiocesano de Recuperación


de la Memoria Histórica (REHMI), proyecto que se desarrolló en paralelo con el trabajo de la CEH y
cuyo informe «Guatemala: Nunca Más» se publicó en enero de 1998. En términos de justicia transicio-
nal, el Proyecto REHMI es considerado una comisión de la verdad alternativa, y es altamente valorado
por la calidad de la información recogida y el análisis propuesto.
3 Comunicación personal con Félix Reátegui, coordinador del Informe Final de la CVR, 27 de febrero
de 2023.

96
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

2.1. Estrategias de participación y socialización


Si bien es cierto que las comisiones de la verdad surgieron y se desarrollaron en
el contexto latinoamericano, su reconocimiento internacional como mecanismo de
justicia transicional a nivel internacional se da en Sudáfrica, país en el cual la Comi-
sión de la Verdad y Reconciliación tuvo la labor de esclarecer las causas y los hechos
ocurridos durante el largo periodo del régimen de Apartheid (Wilson, 2001). La
transición sudafricana, altamente significativa en términos de sus implicancias socia-
les, políticas y económicas, fue objeto de atención nacional e internacional facilitada
por prácticas propias desarrolladas por la Comisión: el uso de audiencias públicas
(hearings) y de medios de comunicación masivos para transmitir información tanto
directa como resumida. Las audiencias se transmitían por radio de manera directa,
cuatro horas todos los días; mientras que un resumen televisivo se transmitía los
domingos con los hallazgos más importantes de la semana (Hayner, 2011, p. 28).
Las comisiones latinoamericanas habían hecho uso ya de la radio y televisión para
difundir información y convocar a la población a dar su testimonio, mas no así para
transmitir de manera directa la voz de las víctimas de represión y violencia.
Desde el inicio de su labor, la CVR identificó el uso de audiencias públicas como
un elemento principal en su línea de trabajo por investigar la verdad y comprender
la violencia que se experimentó en el país. El objetivo de las audiencias públicas no
era simplemente difundir el trabajo de la CVR, sino principalmente «escuchar y
hacer escuchar a las víctimas» (CVR, 2003b), y así visibilizar ante la opinión públi-
ca las violaciones de los derechos humanos cometidas desproporcionalmente contra
sectores de la sociedad peruana. Las audiencias permitirían dar voz a la población
afectada, mayormente víctimas, así como a otros actores partícipes y/o afectados por
el conflicto armado. Las audiencias eran eventos solemnes orientados a reivindicar la
dignidad de las víctimas y sus derechos ciudadanos.
La CVR consideraba que la cotidianidad de la violencia a la que la sociedad pe-
ruana se había, de alguna forma, acostumbrado era una de las principales causas de
la indiferencia (e inacción) frente al sufrimiento de miles de peruanos. A través de
las audiencias públicas, «[l]a CVR llevó a la esfera pública una realidad que quería
ser relegada al pasado» (Degregori, 2004, párr. 22). Es así que, en el transcurso de su
mandato, la CVR organizó un total de 13 audiencias públicas, 8 de ellas con vícti-
mas y 5 de ellas temáticas, para profundizar en algunos aspectos críticos del proceso
de violencia. Los casos y temas de las audiencias públicas se seleccionaron a partir
de consultas con miembros de la sociedad civil, organismos de derechos humanos
y grupos de víctimas. Las audiencias temáticas abarcaron los temas de Comités de
Autodefensa, legislación antiterrorista y violación al debido proceso, violencia y crí-
menes contra la mujer, desplazamiento forzado, universidades, magisterio y violencia
en el altiplano. Estos eventos, en su mayoría, se filmaron y transmitieron de manera
directa por el canal estatal; mientras que por el canal de cable Canal N se transmitie-
ron informes cortos.

97
Legados de un pasado irresuelto

Además, se desarrollaron también asambleas públicas, eventos en los cuales la po-


blación podía presentar directamente sus experiencias durante el periodo de violen-
cia. Estos se organizaban en coordinación con organizaciones de la sociedad civil y
prioritariamente en lugares donde la CVR no había podido organizar audiencias.
Según el Balance final de la CVR, un total de 422 testimoniantes participaron en las
audiencias y asambleas públicas, y reportaron un total de 318 casos de violaciones de
derechos humanos (CVR, 2003b).
El desarrollo de las audiencias públicas requería una rigurosa planificación y pre-
paración previa de los participantes, pues se corría el riesgo no solo de revictimizar al
testimoniante, sino también de adoptar prácticas paternalistas que produjeran patro-
nes de desigualdad justamente cuestionados por la CVR. Según Degregori:
Uno de los peligros de las audiencias públicas era el de establecer una relación
asimétrica, paternalista, con quienes podían aparecer o, peor aún, ser cons-
truidos como víctimas, y solo como tales podían acceder a la esfera pública y
obtener reconocimiento. Sin embargo, el hecho mismo de atreverse a hablar
los mostraba a los testimoniantes como agentes. Cuando hablaban en lenguas
diferentes del castellano, el testimonio constituía, además, una doble repara-
ción simbólica, porque su silencio se quebraba y porque su voz se escuchaba
en idiomas silenciados en la esfera pública. (2004, párr. 23)

Degregori observa, asimismo, que la participación de los testimoniantes incluía


también demandas y reclamos contra abusos y tratos discriminatorios, lo cual ponía
en perspectiva el daño sufrido con un legítimo llamado al reconocimiento y la parti-
cipación. Las audiencias públicas permitieron, entonces, crear un espacio de escucha
y participación donde la población afectada pudiera alzar la voz y ser escuchada desde
sus propias experiencias y visiones. Las prácticas de preparación y conducción de las
audiencias públicas abren de esta manera una nueva forma de acercamiento y parti-
cipación de las víctimas, a la vez que cumplen la función de difundir y sensibilizar a
una sociedad indiferente al dolor del otro.
La organización de audiencias y asambleas públicas tuvo un efecto adicional en
el ámbito de la participación: poner en conocimiento de la CVR hechos y casos
presentados por organismos no gubernamentales, la sociedad civil y grupos de afec-
tados para que se les consideraran historias representativas de la violencia y/o casos
que la Comisión debía investigar en profundidad. De esta manera, las audiencias y
asambleas facilitaron la participación indirecta de la sociedad civil y de los grupos
de víctimas en el trabajo y contenido mismo del Informe Final. Como veremos en
la siguiente sección del capítulo, el tema de la participación e inclusión en el trabajo
de las comisiones de verdad asumiría una importancia cada vez mayor, y ofrecería
nuevas oportunidades, pero también una serie de retos.

98
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

2.2. Metodologías aplicadas


Una de las conclusiones más importantes de la CVR es la estimación del total
de víctimas fatales causadas por el conflicto armado interno: 69 280 personas. El
intervalo de confianza de este estimado es de 95 %; es decir, un estimado mínimo
de 61 007 y un máximo de 77 552 víctimas fatales. Estas cifras redimensionaron la
compresión nacional de conflicto armado al presentar al país un total de víctimas casi
tres veces mayor que la cifra oficial (23 000 a 25 000 víctimas) con la que se operaba
hasta la entrega del Informe Final.
El estimado de víctimas fatales es un buen punto de entrada para reflexionar sobre
un aspecto hasta cierto punto técnico, pero de significativa importancia en el trabajo
de la CVR y su contribución al entendimiento del conflicto armado en Perú: las
opciones metodológicas empleadas por la Comisión para el esclarecimiento de la
verdad. En el Informe Final, la CVR es explícita en la necesidad de abordar la com-
plejidad de la violencia y sus diferentes dimensiones desde una perspectiva multidis-
ciplinaria, en la cual el análisis jurídico del derecho penal y humanitario se combina
con la reconstrucción histórica y contextual de las ciencias sociales (CVR, 2003c,
primera parte, intr., pp. 40-41). A esto se añade una compresión de la naturaleza
psicológica de las experiencias vividas por miles de víctimas de la violencia, narradas
de manera directa a través de testimonios recogidos a lo largo y ancho del país. Como
se indica en el Balance de la CVR, recoger la voz de las víctimas fue una opción de-
liberada por parte de la Comisión a partir de la interpretación moral de su mandato
(CVR, 2003b).
La CVR recogió un total de 16 917 testimonios individuales o colectivos, que
representan a 18 217 declarantes, de los cuales, el 61 % eran familiares directos de
personas muertas o desaparecidas durante el conflicto armado (CVR, 2003c, t. IX,
anexo 3, p. 15). A partir de estos testimonios, se pudo establecer el total de casos de
muertos y desaparecidos registrados en la base de datos de la CVR: 23 969 personas.
El recojo de testimonios fue una actividad central en el trabajo de la CVR. Este
consistió en la toma de «manifestaciones de las personas que conocen de un crimen,
expuestas en un orden determinado en las que se detalla sobre un evento de violen-
cia, sobre las víctimas resultantes y eventualmente sobre el perpetrador del crimen.
Cada testimonio puede dar información sobre más de una víctima» (CVR, 2003b,
párr. 13).
Los testimonios son la fuente principal de la base de datos de la CVR, a partir de
la cual se pudo sistematizar la información para responder a muchas interrogantes,
y fueron necesarios procesos de «análisis, codificación y calificación de los hechos
narrados y de las características sociodemográficas de las víctimas» (CVR, 2003c, t. IX,
anexo 3, p. 21).4 Estos procesos permitieron no solo identificar a las víctimas a partir

4 Para una explicación puntual a preguntas frecuentemente formuladas sobre las estadísticas del Informe
Final, véase Manrique y Sulmont (2006-2007).

99
Legados de un pasado irresuelto

de un registro, sino también reconstruir los hechos ocurridos y actos victimizantes.


Como indica el Informe Final, esto implicó responder a preguntas básicas: «¿quién le
hizo qué a quién, cuándo, dónde y cómo?» (CVR, 2003c, t. IX, anexo 3, p. 21). En
la fase de reconstrucción de hechos se contrastó la información de testimonios que
hacían referencia a los mismos sucesos, así como a otras fuentes. La información se
trabajó sobre la base de categorías jurídicas proporcionadas por el equipo legal de la
CVR, para así determinar de manera más exacta los diferentes tipos de violaciones
de derechos humanos cometidos. Hasta el momento de la entrega del Informe Final,
la CVR logró analizar el 70 % de los testimonios recibidos, y se registraron 35 229
actos de crímenes, violaciones de los derechos humanos o hechos de violencia. El
30 % de testimonios restante, que hasta agosto de 2003 no se había logrado procesar,
se entregó a la Defensoría del Pueblo como parte del acervo documentario de la CVR
al fin de su mandato.
La sistematización de los testimonios recogidos por la CVR se presenta en forma
conjunta en el «Anexo 3: Compendio / Anexo Estadístico» del Informe Final. A
través de sus 391 páginas, este anexo provee información cuantitativa sistematizada
sobre la base de una serie de criterios y variables; y se presenta a través de gráficos,
mapas y cuadros. De esta manera, de forma agregada, la dimensión del conflicto
armado asume una valoración dolorosamente irrefutable, pues salen a la luz patrones
de conducta sistemáticos, regiones del país notoriamente golpeadas, grupos de per-
sonas con características similares identificadas también entre los principales grupos
de víctimas.
El anexo estadístico está organizado en cuatro partes. La primera ofrece datos res-
pecto al número de muertos y desaparecidos, sistematizados de acuerdo al periodo y
lugar donde ocurrieron los hechos, por presunto responsable grupal y características
sociodemográficas de las víctimas (edad, sexo, nivel educativo, estado civil, idioma
materno, ocupación, religión y lugar de nacimiento). También se hace una dife-
renciación entre área urbana y rural y se presenta información desagregada para los
departamentos más afectados (Ayacucho, Junín, Huánuco). La segunda parte del
anexo estadístico se enfoca en los cuatro principales tipos de violaciones de los dere-
chos humanos ocurridos durante el conflicto: asesinatos y ejecuciones extrajudicia-
les, torturas, desapariciones forzadas y violaciones sexuales. La tercera parte presenta
información sociodemográfica de los detenidos por delitos de terrorismo (Sendero
Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru [MRTA]); mientras que la
cuarta parte da cuenta de los testimoniantes y sus características sociodemográficas.
El anexo estadístico del Informe Final es no solamente rico en información, sino tam-
bién altamente didáctico y funcional. Por ejemplo, vemos que en el Hatun Willakuy,
la versión abreviada del Informe Final, se usan gráficas, tablas y mapas recogidos del
anexo estadístico para visualizar y facilitar la lectura. El anexo es también una valiosa
fuente de información, tanto para el público en general como para investigadores y
estudiantes.

100
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

Retomando el estimado del total de víctimas fatales presentado por la CVR, ve-
mos que esta estimación se basa en la aplicación de un método estadístico conocido
como «Estimación de Múltiples Sistemas (EMS)», el cual analiza la superposición
de ciertos tipos de eventos reportados por diferentes fuentes. El método EMS no se
diseñó exclusivamente para la CVR; ya anteriormente el equipo de la American As-
sociation for the Advancement of Science (AAAS) había aplicado este método en un
estudio para la Comisión de Memoria Histórica de Guatemala (CEH, 1999, p. 68)
y otro sobre el caso de Kosovo para el Tribunal Penal Internacional para la antigua
Yugoslavia (Ball et al., 2002). En el caso de la CVR, este método se usó a partir de la
base de datos de la propia comisión, la base de datos sobre desapariciones forzadas de
la Defensoría del Pueblo y la base de datos de denuncias de violaciones de derechos
humanos registradas por cuatro organismos no gubernamentales (Coordinadora Na-
cional de DDHH, Centro de Desarrollo Agrario, Comisión de Derechos Humanos
y Comité Internacional de la Cruz Roja). El método EMS está detalladamente ex-
plicado en el Anexo 2 del Informe Final, el cual consta del Informe del Grupo de
Análisis de Datos sobre Derechos Humanos de la AAAS para la CVR, elaborado por
los especialistas Patrick Ball, Jana Asher, David Sulmont y Daniel Manrique (CVR,
2003c, t. IX, anexo 2). Para el análisis se identificaron 58 estratos geográficos (uni-
dades territoriales) que permitieron determinar la dimensión del conflicto en áreas
específicas y contrastar la data con la información censal registrada en 1981 y 1993.
Este análisis estadístico permitió no solo establecer la estimación del total de víctimas
fatales del conflicto armado, sino también las proporciones relativas de los distintos
actores del conflicto: 46 % de las víctimas fatales fueron atribuidas a Sendero Lumi-
noso; 30 % a agentes del Estado; y 24 % a otros agentes o circunstancias (incluye al
MRTA, las rondas campesinas, los comités de autodefensa, los grupos paramilitares,
los no identificados, las víctimas en situación de enfrentamiento o combate armado).
Aunque las bases de datos y estadísticas eran ya usadas por comisiones de la verdad
latinoamericanas anteriores a la CVR, el nivel de sofisticación y la rigurosidad del
análisis estadístico desarrollado y presentado por la CVR abren paso a una nueva era
en términos de trabajo metodológico en la región. Sin embargo, es válido indagar
en la justificación de las opciones tomadas. Por un lado, el volumen mismo de la
información recogida a través de testimonios hubiera sido difícil de procesar sin he-
rramientas tecnológicas e informáticas, así como de los recursos humanos necesarios
que hicieron posible su sistematización. Teniendo la data ya registrada, el análisis
estadístico la usa y permite identificar patrones y perfiles de violencia y victimiza-
ción de manera diferenciada en distintos aspectos y niveles. El análisis estadístico
permitió verificar patrones de violencia compatibles con resultados provenientes del
análisis cualitativo. Desde un punto netamente metodológico, vemos entonces cómo
métodos cuantitativos ofrecen apoyo y sustento al análisis cualitativo, y que su com-
plementariedad es necesaria y productiva en el trabajo de comisiones de la verdad.
Es más, se podría afirmar que la verdad de los números era necesaria para dejar asen-

101
Legados de un pasado irresuelto

tada, demostrada, con cifras en mano, la dimensión de la violencia que vivió el país
durante el conflicto armado interno. El análisis estadístico permitió demostrar que la
violencia no se produjo como sucesos aislados o excesos de actores individuales, sino
de manera sistemática y siguiendo patrones determinados. De esta manera, el análisis
estadístico y el estimado total de víctimas fatales solventan el análisis histórico, la
verdad histórica presentada por la CVR en su Informe Final. Hoy en día, la cifra de
69 000 víctimas fatales es reconocida por amplios sectores de la sociedad peruana e
internacional como la cifra oficial que refleja la dimensión del conflicto.

2.3. Enfoques transversales


Entre las diversas opciones metodológicas y conceptuales que la CVR adoptó al
inicio de su labor, encontramos dos elementos importantes: la perspectiva de género
y la salud mental. Ambos enfoques se identifican como centrales y transversales para
el trabajo de la Comisión. La perspectiva de género resalta en particular, ya que la
CVR fue la primera comisión de la verdad en adoptar este enfoque desde el inicio de
sus actividades;5 esto significó un importante avance y punto de partida para abordar
la violencia contra la mujer y la perspectiva de género (Guillerot, 2006; Mantilla
Falcón, 2010).
La perspectiva de género, en general, se refiere a las características que definen a
hombres y mujeres, tanto en diferencias como en similitudes, y cómo estas se rela-
cionan con oportunidades, patrones culturales y relaciones sociales en la sociedad.
En la búsqueda de la verdad sobre el conflicto armado interno, ¿en qué consistió y
cómo se implementó la perspectiva de género en el trabajo de la CVR? En primer
lugar, la perspectiva de género implicó un reconocimiento del impacto diferenciado
de la violencia entre hombres y mujeres. De igual manera, el reconocimiento de que,
debido a patrones culturales y de discriminación, las experiencias de violencia vividas
por miles de mujeres han sido invisibilizadas e ignoradas; esta es una situación que
la CVR opta por cambiar. Es así que en mayo de 2002, los comisionados acuerdan
explícitamente incorporar la perspectiva de género en el trabajo de la Comisión, y
definen puntos específicos y estrategias generales en esta tarea.
La perspectiva de género formó parte integral en el diseño de los formatos de entre-
vistas para el recojo de testimonios, así como en actividades de difusión y diálogo con
organizaciones de la sociedad civil. Desde una perspectiva de derechos humanos, la
perspectiva de género incluía también abordar el crimen de violación sexual de muje-
res y niñas, un tema de difícil acceso debido a patrones culturales y estigmatización de
las víctimas. Una de las audiencias temáticas se dedicó explícitamente al tema «Violen-
cia política y crímenes contra la mujer», donde se presentaron testimonios, se discutió

5 Véanse Línea de Género, Etapas anteriores, Áreas de trabajo en el sitio web del Informe Final de la
CVR.

102
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

el impacto y las experiencias de la violencia política, y se ofrecieron recomendaciones


a la CVR.6 El Informe Final dedicó un capítulo al tema de la violencia sexual contra
la mujer (CVR, 2003c, t. VI, primera parte, sec. cuarta, cap. 1) y otro a la violencia
y desigualdad de género (CVR, 2003c, t. VIII, segunda parte, cap. 2). La CVR no se
limitó a documentar la violencia sexual contra la mujer durante el conflicto armado,
sino que abordó el impacto diferenciado de otras formas de violencia. Sin embargo,
la perspectiva de género no logró incorporarse de manera amplia en el diseño del Pro-
grama Integral de Reparaciones, y se limitó a incorporar el crimen de violación sexual
como base de reparación económica, sin considerar el impacto de tales violaciones
en el estatus social de las mujeres y en sus limitadas posibilidades de acceso a apoyo
y recursos del Estado (Guillerot, 2006, p. 171; Guillerot y Magarrell, 2006, p. 54).
Finalmente, el tema de la salud mental trae a la luz el impacto psicosocial de ex-
periencias de violencia durante el conflicto armado a nivel individual y grupal. Es a
partir de su enfoque centrado en las víctimas que la CVR consideró necesaria tam-
bién una reflexión de naturaleza psicológica para entender la complejidad y profun-
didad de experiencias traumáticas (CVR, 2003c, t. I, intr., p. 40). Es así que se forma
desde muy temprano el Equipo de Salud Mental, el cual cumplió varias funciones.
En el contexto de las audiencias públicas era necesario proveer de soporte emocional,
psicosocial a las víctimas y testimoniantes mediante el acompañamiento de profesio-
nales de la salud mental, tanto antes, durante y después de su participación en las
audiencias. El equipo también tenía a su cargo brindar soporte psicosocial al personal
de la CVR, que día a día recolectaba y procesaba testimonios de hechos dolorosos
y de violencia. El Informe Final dedica un capítulo a las secuelas psicosociales de la
violencia, definidas como los «efectos psicológicos y sociales que se dan a conocer
en el proceso de desarrollo de individuos, familias y comunidades como producto
del impacto de hechos que no han podido ser procesados» (CVR, 2003c, t. VIII,
tercera parte, cap. 1). El capítulo se basó en un estudio en profundidad realizado por
el Equipo de Salud Mental sobre la base de testimonios recogidos por la Comisión,
los cuales daban cuenta de las diferentes formas en que las víctimas procesaron estas
experiencias en contextos de inseguridad, miedo, desconfianza, abandono e indi-
ferencia. A nivel nacional, este fue sin duda un enfoque nuevo, a la vez individual
y colectivo, que permitiría conocer más de cerca cómo se vivió y sintió el conflicto
armado desde la experiencia de las víctimas.

2.4. La reparación a las víctimas


El mandato de la CVR incluía la tarea de presentar recomendaciones para
abordar las secuelas del conflicto armado, fomentar la no repetición, y «elaborar

6 Audiencia Pública Temática «Violencia política y crímenes contra la mujer», martes 10 de septiembre
de 2002.

103
Legados de un pasado irresuelto

propuestas de reparación y dignificación de las víctimas y de sus familiares» (PCM,


2001, Art. 2 c). En cumplimiento de su mandato, la CVR desarrolló un conjunto de
1

recomendaciones, presentadas en el tomo IX del Informe Final. Las recomendaciones


abarcan cuatro aspectos fundamentales: reformas constitucionales, reparación a las
víctimas, búsqueda de personas desaparecidas y mecanismos de seguimiento de las
recomendaciones presentadas por la CVR.
Hacia 2003, todas las comisiones de la verdad anteriores a la CVR incluían
recomendaciones en sus respectivos informes finales, aunque el número y la
profundidad de estas variaba. Vemos, por ejemplo, cómo la CONADEP presenta
cuatro recomendaciones; mientras que la CEH de Guatemala formuló 84 (Skaar
et al., 2022, pp. 243-247). Las recomendaciones incluían diversas medidas de
reparación a las víctimas, tanto como parte de programas de reparación o como
medidas independientes. Más allá del número de recomendaciones formuladas,
el nivel de profundidad en la formulación de las recomendaciones y medidas de
reparación es un buen indicador de la importancia dada a este tema en el trabajo
de la comisión. En el caso de la CVR, el tema de la reparación a las víctimas se
desarrolló sobre la base de insumos de diversas fuentes y la participación de varios
actores, lo cual indudablemente contribuyó de manera positiva en la formulación de
las medidas presentadas en el Informe Final.
Las recomendaciones de la CVR respecto a la reparación a las víctimas se centran
en la propuesta de un Plan Integral de Reparación, el cual, años después, sentaría las
bases de una estructura institucional para la atención a las víctimas: el Registro Úni-
co de Víctimas (RUV), el Consejo Nacional de Reparaciones (CNR), la Comisión
Multisectorial de Alto Nivel (CMAN) para el seguimiento de las recomendaciones
de la CVR y el Programa Integral de Reparaciones. En el Plan Integral de Repara-
ciones, la CVR propuso seis tipos de reparación a las víctimas: medidas simbólicas,
reparaciones en salud, reparaciones en educación, reparación colectiva, restitución
de derechos civiles y reparación económica. Estas medidas se diseñaron con insumos
de diversas fuentes (Reátegui y Uchuypoma, 2022, pp. 290-291). En primer lugar,
los testimonios recogidos por la CVR incluían un punto sobre las expectativas de los
testimoniantes, el cual permitió un acercamiento a las necesidades y demandas de
las víctimas. De igual manera, los participantes en las audiencias públicas dieron a
conocer sus expectativas y demandas, y dejaron en claro que el tema de la reparación
estaba estrechamente ligado al de reconciliación. Un tercer elemento fue el informe
preparado por el International Center for Transitional Justice (ICTJ) y la Asociación
Pro Derechos Humanos (APRODEH) para la CVR, en el que ofrecían «[P]aráme-
tros para el diseño de un programa de reparaciones en el Perú» (2002). Este informe
contribuyó con un marco conceptual y normativo sobre la reparación, en línea con
estándares del derecho internacional y experiencias en otros países. La cuarta fuente
de insumos del Plan Integral es el diálogo e intercambio que mantuvo la CVR con
diferentes grupos de víctimas y organizaciones de derechos humanos en Perú. La par-

104
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

ticipación de actores locales, nacionales y extranjeros facilitaron el diseño de un Plan


Integral de Reparaciones sensible a la realidad peruana y a la situación de miles de
víctimas, y que a la vez se guía por estándares internacionales respecto a los derechos
de las víctimas.7
La experiencia de la CVR en la elaboración del Plan Integral de Reparaciones
dejó varias lecciones aprendidas para futuras comisiones de la verdad. Como indi-
can Guillerot y Magarrell (2006) en su análisis del proceso de diseño y perspectivas
de implementación del Plan Integral de Reparaciones, esta tarea no estuvo libre de
retos ni debilidades, tanto de carácter organizativo como conceptual. Entre otros, se
mencionan la limitada coordinación e intercambio de información en el diseño de
instrumentos que pudiesen nutrir varias líneas de trabajo al interior de la Comisión;
por ejemplo, reparaciones y área legal. La definición de víctima en función de vio-
laciones de derechos humanos específicas también fue un punto que debió aclararse
tempranamente para así establecer un marco común entre los crímenes abordados
por la CVR y aquellos que se debían reparar (Guillerot y Magarrell, 2006, p. 51).
Finalmente, un aspecto importante de resaltar en la propuesta de la CVR en lo
que respecta a las reparaciones es su carácter integral. Si bien el Plan Integral propo-
nía seis tipos de programas de reparación con objetivos específicos, estos son com-
plementarios entre sí y cubren diferentes tipos de necesidades de las víctimas. Una
visión holística de la situación de las víctimas implica que la dignificación de estas y
la restitución de sus derechos civiles van de la mano con la rehabilitación física y/o
mental, así como con la indemnización monetaria. La visión integral propuesta por
la CVR no solo preveía la implementación de diversos tipos de reparación, sino tam-
bién la relación de dichos programas con otras medidas de esclarecimiento de la ver-
dad y de responsabilidades. Es en este marco que la CVR identifica la necesidad de
considerar la reparación como una política nacional de Estado para, de esta manera,
poder no solo atender de forma permanente y coherente a las víctimas del conflicto,
sino también para superar prácticas discriminatorias existentes en la sociedad perua-
na (Guillerot y Magarrell, 2006, p. 32).
El Plan Integral de Reparaciones es posiblemente uno de los elementos más influ-
yentes del Informe Final a futuro, ya que sentó las bases de la estructura institucional
peruana en materia de reparación. Los parámetros y las pautas que allí se establecie-
ron se aplicaron en su mayor parte en el marco normativo y operativo de las diferen-

7 El periodo de mandato de la CVR, 2001-2003, es previo a la aprobación de los «Principios y directri-


ces básicos sobre el derecho de las víctimas de violaciones manifiestas de las normas internacionales de
derechos humanos y de violaciones graves del derecho internacional humanitario a interponer recursos
y obtener reparaciones» por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 16 de diciembre de 2005
(Resolución 60/147). Sin embargo, el tema de los derechos de las víctimas a interponer recursos y
obtener reparación venía siendo abordado desde mediados de los ochenta, y existían ya documentos
preparatorios a nivel de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Véase García-Go-
dos (2008).

105
Legados de un pasado irresuelto

tes entidades que poco a poco se fueron estableciendo en el Perú luego de la entrega
del Informe Final.

3. La CVR a la luz de nuevos temas y prácticas


Las prácticas y los enfoques aplicados por la CVR en términos de participación,
metodologías, temas transversales y reparación a las víctimas pueden considerarse
indicativos del desarrollo de la justicia transicional en el mundo, no solo en América
Latina. En un estudio sobre los «motores» (drivers) de la justicia transicional, Skaar
y Wiebelhaus-Brahm (2013) identifican el tiempo global como un factor importan-
te en la promoción, aceptación, aplicación y/o difusión de normas y prácticas que
promuevan o dificulten el establecimiento de responsabilidades. El sistema interna-
cional de derechos humanos se ha ido expandiendo y consolidando progresivamente,
especialmente desde la década de los sesenta y con un ímpetu mayor a partir de las
transiciones democráticas de los ochenta, que coincide con el surgimiento de la justi-
cia transicional como área de estudio. En el tiempo global en que la CVR desarrolló
sus funciones, la normativa internacional sobre los derechos de las víctimas tenía
ya avances sustantivos. Entre otros, el Estatuto de Roma y la Corte Penal Interna-
cional ya se habían establecido, y proclamaban, entre otras cosas, el principio de
jurisdicción universal; las Naciones Unidas promovía una agenda de gobernabilidad
y Estado de derecho; y organizaciones expertas como el ICTJ brindaban apoyo con
conocimiento técnico a organizaciones de derechos humanos y organismos estatales.
Es en este contexto que la CVR se puede considerar un actor importante en la aplica-
ción y posterior difusión de prácticas, métodos y principios normativos en la justicia
transicional, tanto a nivel regional como global. La difusión se dio tanto por medio
de documentación e información a la que se podía acceder a través de internet como
por el intercambio y la participación directa de expertos peruanos y extranjeros con
experiencia en la CVR en otros procesos de justicia transicional.
A manera de ejemplo, vemos cómo a partir del Plan Integral de Reparaciones de
la CVR se crean instituciones especializadas para atender a las víctimas y los diversos
programas de reparaciones. Una institución clave fue el RUV, que minuciosamente
construyó una base de datos basándose en los registros de la CVR y otros, y la amplió
mediante nuevas inscripciones de víctimas y beneficiarios a nivel nacional. Hasta
mayo de 2023, el RUV registra un total de 232 936 víctimas individuales inscritas
(MINJUSDH, s. f.). El objetivo principal del RUV es identificar y acreditar a las
víctimas del conflicto armado para así facilitar su acceso a medidas efectivas de repa-
ración. El RUV inició el registro de beneficiarios colectivos en septiembre de 2007 y
de beneficiarios individuales en febrero de 2008. La experiencia del RUV fue parte
de los insumos que contribuyeron en el diseño y establecimiento de registros de vícti-

106
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

mas en Colombia, tanto a nivel del Centro Nacional del Reparación y Reconciliación
(CNRR, 2005-2011) como de la Unidad de Víctimas posteriormente.8
Las estrategias de participación y socialización empleadas por la CVR —audien-
cias públicas, diálogos y encuentros— abrieron paso a prácticas mucho más partici-
pativas y de mayor alcance con el transcurso de los años. La experiencia colombiana
es especialmente notable en este aspecto. Ya desde el CNRR, que se crea en el marco
de la Ley de Justicia y Paz del 2005 (García-Godos y Lid, 2010), pasando por la Ley
de Víctimas y Restitución de Tierras del 2011, hasta el Acuerdo de Paz del 2016 y el
Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y
la No repetición (CEV) entregado en junio de 2022, la institucionalidad colombiana
en justicia transicional puso énfasis en la inclusión y participación de las víctimas en
todo tipo de procesos, así como en la socialización de la labor en curso. Respecto a la
participación, cabe resaltar la presencia e inclusión de grupos de víctimas en el apa-
rato institucional que se va desarrollando poco a poco en Colombia (García-Godos,
2013). Encontramos así mesas de víctimas, desde el nivel local a nacional, y represen-
tantes de víctimas en diferentes niveles del aparato institucional de atención a vícti-
mas. A nivel de socialización, un uso a la vez intensivo y extensivo de tecnologías in-
formáticas y de comunicación hace que la agenda de los derechos de las víctimas sea
de fácil acceso y que llegue por diferentes medios a diversos sectores de la población.
Videos, programas de radio, material informativo, folletos, informes, documentos y
noticias en diversos formatos y plataformas acompañan la organización de eventos
a nivel local, regional y nacional. Igualmente, la presentación del Informe Final de
la CEV mediante instrumentos audiovisuales nos habla de un nuevo tiempo global
en términos tecnológicos en la justicia transicional, en donde la variedad de formas
de presentar y socializar la información es tan innumerable como multifacética. Esto
incluye también bases de datos estadísticos y georreferenciados similares a la base de
datos de la CVR y su anexo estadístico, pero a un nivel de sofisticación aún mayor.
Al igual que con la CVR, este acervo documental y estadístico es una valiosa fuente
de información, estudio e investigación para la sociedad colombiana y para todos
aquellos interesados en entender el conflicto colombiano.
Respecto a enfoques transversales, la experiencia demuestra la permanencia y con-
solidación de la perspectiva de género, tanto de manera enunciativa como en la prác-
tica. Las comisiones posteriores a la CVR afirman explícitamente la incorporación de
una perspectiva de género a la par de la CVR; es decir, no solo enfocando el crimen de
violación sexual contra la mujer, sino más bien resaltando el impacto diferenciado
de la violencia. Son justamente los enfoques transversales explícitamente optados y
desarrollados por la CVR en función de la centralidad de las víctimas los que nos
llevan a preguntar si acaso la dimensión intercultural o étnica debió haberse asumido
con igual fuerza. El capítulo dedicado al impacto diferenciado de la violencia en el

8 Información proporcionada por funcionarios de la CNRR y de la Unidad de Víctimas en Bogotá,


2008 y 2013.

107
Legados de un pasado irresuelto

Informe Final aborda el tema de violencia y desigualdad de género, así como el de


violencia y desigualdad racial y étnica (CVR, 2003c, t. VIII, cap. 2). El hecho de
que el 75 % de las víctimas del conflicto armado interno tuviese otra lengua materna
distinta al español y fuese población rural, campesina o indígena pondría en evidencia
el impacto diferenciado de la violencia en el Perú a nivel cultural, socioeconómico,
racial y étnico. Ya desde la CEH de Guatemala, el factor étnico se puso en la agenda
de la justicia transicional; en el caso de la CVR, este no se asumió explícitamente,
pero se abrió paso y se impuso en las dolorosas conclusiones del Informe Final. Pese
a su carácter innovador y de identificación con las víctimas, la CVR fue también un
producto de la sociedad en la que se desenvolvía; una sociedad en la cual el debate
de problemas sociales escasamente se da en función de lo étnico o intercultural, sino
más bien en términos políticos o socioeconómicos; por ejemplo, en función de ca-
tegorías como «clase» o «campesinos», no «grupos étnicos» y menos aún «pueblos»
quechuas o aymaras. En este aspecto, la región y la justicia transicional han avanzado
a paso mucho más ligero que en el Perú. A nivel internacional, el reconocimiento de
los impactos diferenciados de la violencia se extiende poco a poco hacia otros grupos
vulnerables de población, como los niños y adolescentes, grupos indígenas, minorías
étnicas, personas con discapacidad y la población LGTB+. Nuevamente, en términos
de tiempo global, el enfoque en los derechos de las víctimas implica su identificación
y el reconocimiento de las múltiples experiencias y subjetividades que la victimización
produce. La dimensión intercultural es hoy en día un eje central en nuevas comisiones
de la verdad a nivel internacional.
En términos de reparación a las víctimas, la propuesta de la CVR era entender la
reparación como un acto de justicia y un instrumento de reconciliación con el fin de
crear un nuevo pacto social (CVR, 2003c, t. IX, p. 21). Las recomendaciones respec-
to a reformas institucionales (no discutidas en este capítulo) apuntaban justamente
a cambios legislativos, institucionales y estructurales que hiciesen realidad un nuevo
pacto social en el Perú. La Comisión de Verdad y Justicia en Paraguay pondría un
especial énfasis en la situación de la población guaraní, el despojo de tierras cometi-
do durante la dictadura militar y en derechos socioeconómicos (Collins, 2016). En
Colombia, los organismos previos a la CEV, como el Grupo de Memoria Histórica
y el Centro Nacional de Memoria Histórica, pusieron también un fuerte énfasis en
el despojo y la usurpación de tierras, así como en el acceso a recursos naturales como
fuente de conflicto y violencia; de ahí que se habla de justicia distributiva. En térmi-
nos de reparación a las víctimas, la expresión «reparación transformadora» fue pro-
puesta por expertos colombianos para expresar la necesidad de contribuir no solo a
restituir a la víctima a la situación en la que se encontraba antes del hecho victimizan-
te, sino más bien a apoyar y mejorar su situación en el presente y futuro (Uprimny y
Saffon, 2009). En términos de tiempo global, hoy en día los derechos socioeconómi-
cos y principios como la justicia distributiva y la reparación transformadora forman
parte del ideario y de la caja de herramientas de la justicia transicional.

108
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

Respecto a los cuatro aspectos abordados en este capítulo, vemos cómo la partici-
pación y la inclusión asumen un papel fundamental en la justicia transicional en las
últimas décadas. Se puede hablar hasta de una suerte de expectativa participativa tan-
to de organismos institucionales como de la sociedad civil y de grupos de víctimas.
El imperativo de la participación, como la denominan Evrard, Mejía Bonifazi y Des-
trooper (2021), emerge como un común denominador en una serie de prácticas
de la justicia transicional cuyas premisas no son necesariamente ni participativas ni
incluyentes. Ya a partir de la experiencia colombiana, De Waardt y Weber (2019)
mostraron las limitaciones que mecanismos institucionalizados de participación en-
frentan aún con las mejores de las intenciones, al no tomar en cuenta espacios y for-
mas de participación ya existentes y funcionales a nivel local. Más allá de cuestionar
el imperativo de la participación, Firchow y Selim (2022) sugieren la necesidad de
priorizar prácticas significativas para los participantes, y no simplemente «más parti-
cipación». Desde la perspectiva de hoy, el carácter participativo y de inclusión de la
CVR es más notable en su énfasis en la centralidad de las víctimas que en prácticas
específicas de participación o inclusión más allá de las audiencias, asambleas y recojo
de testimonios. Vemos cómo, con el transcurso del tiempo, el énfasis en las víctimas
se ha desarrollado en dirección a nuevas prácticas participativas y de inclusión de los
actores en la definición y el desarrollo de procesos tan variados como la escucha y
la socialización, la selección de opciones metodológicas y de enfoques transversales,
así como en las medidas de reparación. La experiencia acumulada demuestra que los
cuatro aspectos abordados en este capítulo están estrechamente vinculados entre sí, y
que se desarrollan de manera conjunta y complementaria alrededor de la centralidad
de las víctimas.

4. Consideraciones finales
En este capítulo hemos resaltado algunos aspectos de la labor de la CVR para
entender de qué manera se diferencia de otras comisiones de la verdad en América, y
cómo esta abre paso a nuevas prácticas y aproximaciones en la región. Optando por
un enfoque en cuatro aspectos indicativos de su labor —estrategias de participación
y socialización, metodologías aplicadas, enfoques transversales prioritarios y la repa-
ración a las víctimas— argumentamos que la CVR marca un hito en los estándares
y las prácticas en la búsqueda de la verdad en América Latina. Hemos visto también
cómo experiencias más recientes, especialmente la colombiana, nos ayudan a poner a
la CVR en perspectiva regional. La experiencia acumulada a nivel regional contribu-
ye al desarrollo de la justicia transicional a nivel internacional, identificando nuevos
retos y limitaciones, pero también desarrollando nuevas herramientas y propuestas.
La contribución de este capítulo es justamente identificar el rol de la CVR en el desa-
rrollo de la justicia transicional en América Latina y, por ende, a nivel internacional.

109
Legados de un pasado irresuelto

Al momento de escribir este texto, la Comisión Interamericana de Derechos Hu-


manos ha presentado su informe sobre los hechos ocurridos en las protestas en Perú
entre diciembre de 2022 y febrero de 2023.9 El país ha sido, nuevamente, escenario
de graves violaciones de los derechos humanos, mientras se vive una democracia sin
partidos y un Congreso sin representación. La propuesta de un nuevo pacto social
presentada por la CVR no se ha realizado, entre otras razones por la indiferencia y
conveniencia de nuestros gobernantes, y la desilusión de los gobernados. Una política
pública de justicia transicional jamás se desarrolló, ni se consideró necesaria por los
Gobiernos de turno; mientras que posibles proponentes serían «terruqueados» de solo
pensarlo. La visión polarizada sobre el llamado «estallido social» que vivimos parece
dar cuenta de la necesidad de un nuevo pacto social. Lejos de dejar de lado la propues-
ta de la CVR, esta es igualmente válida hoy como lo fue en 2003. Un nuevo pacto
social requiere de interlocutores que se reconozcan entre sí. Las audiencias públicas
de la CVR fueron un primer paso de reconocimiento, inclusión y participación en
una apuesta de avances y retrocesos. Los derechos socioeconómicos, la discriminación
y la exclusión son temas urgentes. Así como Colombia se enriqueció de la experien-
cia peruana, la experiencia colombiana nos enseña la necesidad de profundizar en la
participación de las víctimas y la socialización en el trabajo por la justicia. Tenemos
mucho que aprender.

9 Véase OEA (2023).

110
Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos

Tabla 1
Comisiones de la verdad oficiales en América Latina (en orden cronológico)

País Nombre de la comisión Periodo Periodo a


de labor investigar
Comisión Nacional de Investigación de 1982-1984
Bolivia 1 (informe no 1967-1982
Desaparecidos concluido)

Argentina Comisión Nacional para la Desaparición 1983-1984 1976-1983


de Personas (CONADEP)
Comisión Investigadora sobre la
Uruguay I Situación de Personas Desaparecidas y 1985 1973-1982
Hechos que la Motivaron
Chile I Comisión Nacional para la Verdad y 1990-1991 1973-1990
Reconciliación (Comisión Rettig)
El Salvador Comisión de la Verdad para El Salvador 1992-1993 1980-1991
Commission Nationale de Vérité et de
Haití Justice 1995-1996 1991-1994

Ecuador I Comisión Verdad y Justicia 1996-1997 1979-1996


Guatemala Comisión para el Esclarecimiento 1997-1999 1962-1996
Histórico (CEH)
Uruguay II Comisión para la Paz 2000-2003 1973-1985
Panamá Comisión de la Verdad de Panamá 2001-2002 1968-1989

Perú Comisión de la Verdad y Reconciliación 2001-2003 1980-2000


(CVR)
Comisión Nacional sobre Prisión Política
Chile II y Tortura (Comisión Valech) 2003-2004 1973-1990

Paraguay Comisión de Verdad y Justicia (CVJ) 2004-2008 1954-2003


Ecuador II Comisión de la Verdad 2007-2010 1984-1988
Brasil Comissão Nacional de Verdade 2012-2014 1946-1988
Bolivia II Comisión de la Verdad 2017-2021 1964-1982
Comisión para el Esclarecimiento
Colombia de la Verdad, la Convivencia y la No 2018-2022 1964-2017
Repetición
Comisión para el Acceso a la Verdad, el
Esclarecimiento Histórico y el Impulso
México a la Justicia de las violaciones graves a los 2021-2024 1965-1990
derechos humanos cometidas de 1965 a
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Elaboración propia

111
Legados de un pasado irresuelto

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II. Impactos de la verdad:
cambios e inercias
jurídicas, sociales e
institucionales
El carácter no vinculante de las recomendaciones
de la CVR y su fundamento en el derecho

internacional. Explorando una «paradoja» jurídica

https://doi.org/10.18800/9786124474477.004

Elizabeth Salmón*
https://orcid.org/0000-0003-4034-8418
Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la
Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP)

Resumen

La decisión de crear comisiones de la verdad no responde a una obligación vin-


culante en materia de derecho internacional. Sin embargo, el establecimiento y fun-
cionamiento de estos mecanismos de justicia transicional sí se corresponde con es-
tándares internacionales de derechos humanos y derecho internacional humanitario.
La presente investigación analiza esta relación usando como referente la Comisión
de la Verdad y Reconciliación peruana (CVR) y se articula alrededor de tres temas
cruciales. Primero, se explora cómo el establecimiento de comisiones de la verdad se
vincula con las obligaciones internacionales de los Estados. Segundo, se identifica
cuáles de las recomendaciones de la CVR están basadas de manera explícita o implí-
cita en estándares de derecho internacional. Por último, se discute el impacto de esta
vinculación en el cumplimiento de algunas de las recomendaciones.

Palabras clave: comisiones de la verdad, carácter vinculante de las recomendaciones,


derecho internacional de los derechos humanos, obligaciones estatales, derecho a la
verdad

*
Con mi agradecimiento a Estephany León por su invalorable apoyo en la elaboración de este trabajo.

117
Legados de un pasado irresuelto

Introducción
La creación de una comisión de la verdad no se basa en la existencia de una obli-
gación internacional que así lo exija. Por lo general, son consideraciones de orden
político o estratégico las que priman en la decisión de darle vida o no. Sin embargo,
es evidente que una comisión de la verdad es potencialmente útil para satisfacer el
cumplimiento de obligaciones estatales en materia de derechos humanos y, en esa
medida, encuentra un fundamento mediato o indirecto en normas internacionales
de obligatorio cumplimiento.
Este vínculo entre el establecimiento y funcionamiento de una comisión de la
verdad y las normas del derecho internacional muestra su mayor complejidad cuando
se trata de analizar el efecto de sus recomendaciones finales y, más concretamente,
cuando estas se basan en estándares internacionales de carácter vinculante. ¿Puede
decirse que esta superposición sustantiva o de contenido genera per se una obligación
de cumplimiento por parte de quienes están llamados a implementarlas? ¿Resulta
irrelevante que en el plano del derecho nacional no se haya previsto tal carácter obli-
gatorio para estas recomendaciones? ¿Cuál es el efecto de esta recurrencia al acervo
normativo internacional?
En este texto se tratará la relación entre las recomendaciones de las comisiones de
la verdad y el derecho internacional examinando tres aspectos importantes de la cues-
tión. En primer lugar, se examinará en qué medida el establecimiento de una comisión
de la verdad se apoya en obligaciones internacionales de los Estados o, por lo menos,
se corresponde con ellas. La segunda sección se concentra en las recomendaciones de
la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) para identificar cuáles de ellas, y de
qué manera, tienen como fundamento explícito o implícito normas del derecho inter-
nacional. En la última parte del texto, finalmente, se discutirá el papel que ha tenido
ese fundamento en el derecho internacional en el cumplimiento, o no cumplimiento,
de algunas de las recomendaciones.
En la discusión que aquí se plantea subyace una suerte de paradoja. Esta consiste
en que, si bien las recomendaciones de una comisión de la verdad no tienen por lo
general un carácter vinculante según la norma jurídica interna que les da origen,
esa comisión y sus recomendaciones se corresponden con obligaciones de derecho
internacional que sí son vinculantes. Así, en sentido estricto, si el argumento estatal
de que el cumplimiento de las recomendaciones es optativo puede apoyarse en los
términos del mandato, es cuestionable desde el derecho internacional.

118
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

1. Afirmación del derecho a la verdad y comisiones de la verdad:


una vinculación no determinante ni biunívoca
Un mecanismo de justicia transicional, como lo es una comisión de la verdad, no
responde solamente a una de las demandas de las víctimas (por ejemplo, conocer la
verdad sobre las violaciones de derechos humanos sufridas), sino que puede satisfacer
más de una de ellas (por ejemplo, reparaciones o pedidos de justicia). Cuando la Cor-
te Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) señala que «en cumplimiento
de sus obligaciones de garantizar el derecho a la verdad, los Estados podían estable-
cer comisiones de la verdad» (Sentencia del caso Anzualdo Castro vs. Perú, 2009a,
párr. 119), parece precisamente postularse una suerte de relación determinante, de
causa a efecto, entre la existencia de una obligación internacional (el derecho a la
verdad) y la creación de una comisión de la verdad.
Esta aproximación resulta engañosa, pues, por ejemplo, una comisión puede crear-
se atendiendo en la misma medida a otros derechos, o siguiendo necesidades políticas
de la transición sin centrarse de manera predominante, consciente o explícita en la
obligación jurídica internacional de garantizar verdad. En casos parecidos, no sería
la afirmación del derecho lo que determina la creación de la entidad investigativa.
Al mismo tiempo, la necesidad y exigencia de verdad puede verse satisfecha a
través de diversos procedimientos de justicia transicional como, por ejemplo, meca-
nismos judiciales ordinarios de justicia o mecanismos de justicia excepcional como
la Jurisdicción Especial para la Paz en Colombia. O también mediante comités de
investigación parlamentarios o una política de apertura de archivos o escenarios de
testimonio y confesión pública de variada naturaleza. Así, no se puede plantear una
relación biunívoca y necesaria entre afirmación del derecho a la verdad y creación de
una comisión de la verdad. Esta puede ser una consecuencia de aquella afirmación,
pero también puede ser que se busque responder a tal derecho a través de otros me-
canismos.
Por otro lado, un tercer elemento de esta compleja relación reside en que una
comisión puede servir al derecho a la verdad y, al mismo tiempo, no ser considerada
respuesta suficiente a ese derecho, el cual exigiría siempre, para verse satisfecho, el
establecimiento de la verdad en un proceso judicial.
En el marco del derecho internacional, la afirmación de la verdad responde a una
transformación del concepto mismo de justicia y sus prioridades. De acuerdo con
Gómez Isa (2007), el derecho internacional de los derechos humanos (DIDH) y el
derecho penal se han centrado en el Estado y el perpetrador sin reservar un papel
importante para las víctimas. Esto es materia de un cambio paulatino que tiene un
hito fundamental en los Principios y Directrices Básicos sobre el Derecho de las Víctimas
de Violaciones Manifiestas de las Normas Internacionales de Derechos Humanos y de Vio-
laciones Graves del Derecho Internacional Humanitario a Interponer Recursos y Obtener

119
Legados de un pasado irresuelto

Reparaciones,1 publicados por la Asamblea General de las Naciones Unidas (2005).


Este cambio podría describirse como un avance desde la noción exclusiva de justicia
retributiva, centrada en el castigo al ofensor, hacia la noción de justicia restaurativa,
en que se pone a la víctima, la comunidad y al ofensor en una situación de simetría
para buscar justicia, reparación y reconciliación. Con este cambio, que no excluye
por principio el primer tipo de justicia, la víctima gana un lugar privilegiado.
Desde un punto de vista normativo, el derecho a la verdad no se encuentra re-
conocido expresamente por ningún tratado general de derechos humanos ni por la
Convención Americana sobre Derechos Humanos (CADH). Sin embargo, podemos
encontrar un reconocimiento inicial de este derecho, formulado en términos de de-
recho a saber, en las normas del derecho internacional humanitario (DIH), concre-
tamente en los artículos 32 y 33 del Protocolo Adicional I de 1977, aplicable a los
conflictos armados internacionales, y más recientemente en la norma humanitaria
consuetudinaria 117,2 que extiende su ámbito de aplicación a los conflictos armados
no internacionales (Comité Internacional de la Cruz Roja, s. f ). Aquí hay una consa-
gración limitada a los casos de desapariciones forzadas y a la satisfacción del «derecho
que asiste a las familias de conocer la suerte de sus miembros».
En el marco de los derechos humanos, dos instrumentos de soft law de 2005 con-
sagran este derecho. En efecto, el Conjunto de Principios Actualizado para la Protección
y la Promoción de los Derechos Humanos mediante la Lucha contra la Impunidad prevé
tanto la faceta colectiva como individual del derecho a la verdad en el principio 2:
«los pueblos tienen derecho inalienable a la verdad» (faceta colectiva del derecho), y
el principio 4: «el derecho de las víctimas y sus familiares a conocer la verdad» (faceta
individual del derecho). Por su parte, los Principios y Directrices Básicos sobre el Dere-
cho de las Víctimas de Violaciones Manifiestas de las Normas Internacionales de Derechos
Humanos y de Violaciones Graves del Derecho Internacional Humanitario a Interponer
Recursos y Obtener Reparaciones configuran la verdad como una medida de reparación
estableciendo en su principio 22: la «verificación de los hechos y la revelación pública
y completa de la verdad» (como una forma de satisfacción), y el principio 24 esta-
blece que las víctimas y sus representantes deben tener derecho a «conocer la verdad
acerca de esas violaciones». Si bien estos instrumentos se enmarcan en la noción de
1 El origen de estos principios está en un informe elaborado por el Relator Especial Theo van Boven
para la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías. El informe, titu-
lado «Estudio relativo al derecho de restitución, indemnización y rehabilitación a las víctimas de viola-
ciones flagrantes de los derechos humanos y las libertades fundamentales» (1993), contenía un proyecto
de principios y directrices básicos. En 1998, la Comisión de Derechos Humanos encomendó al Relator
Especial Cherif Bassiouni la revisión del proyecto presentado por Van Boven. Tras este informe y varias
discusiones, la Comisión de Derechos Humanos los aprobó y, posteriormente, lo hizo el Consejo Eco-
nómico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC, por sus siglas en inglés) y la Asamblea General de
las Naciones Unidas.
2 Norma 117. «Las partes en conflicto tomarán todas las medidas factibles para averiguar lo acaecido a
las personas dadas por desaparecidas a raíz de un conflicto armado y transmitirán a los familiares de éstas
toda la información de que dispongan al respecto».

120
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

combate a la impunidad, lo cual los diferencia del solo «derecho a saber» consagrado
en el DIH, al mismo tiempo acentúan la validez autónoma del derecho a la verdad,
es decir, su independencia de la actividad jurisdiccional con pretensiones punitivas.
Esto, desde luego, no se hace con el espíritu de plantear el derecho a la verdad como
un bien alternativo a la justicia penal, sino con la lógica de prevenir que el bloqueo a
la justicia penal se traduzca en un bloqueo a la verdad.
El único tratado internacional que prevé expresamente el derecho a la verdad es la
Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desa-
pariciones Forzadas (2006), cuyo artículo 24.2 establece que «Cada víctima tiene el
derecho de conocer la verdad sobre las circunstancias de la desaparición forzada, la
evolución y los resultados de la investigación y la suerte de la persona desaparecida».
Por su parte, la jurisprudencia de la Corte IDH ha ido consolidando un dere-
cho a la verdad de naturaleza robusta que encuentra fundamento en, al menos, tres
derechos consagrados en la CADH (acceso a la justicia y debido proceso, acceso a
la información e integridad personal) y una configuración autónoma de la verdad
que no se restringe a los supuestos de desaparición forzada, sino que incluye diver-
sos supuestos como tortura y ejecuciones extrajudiciales, entre otros. Asimismo, ha
planteado su doble carácter, individual y colectivo, y su comprensión no solo como
derecho, sino también como una forma de reparación. Finalmente, la jurisprudencia
ha sostenido con claridad que la verdad histórica que puede surgir del trabajo de una
comisión de la verdad no sustituye ni exime al Estado de cumplir con su obligación
de investigar, enjuiciar y sancionar los hechos violatorios y encontrar una verdad
judicial frente a los hechos concretos de violación de derechos humanos.
También en cuanto a su naturaleza jurídica, la Corte IDH en un inicio reconoció
el derecho a la verdad solo en su faceta individual, es decir, perteneciente de forma
exclusiva a las víctimas y sus familiares; por ejemplo, en la Sentencia del caso Barrios
Altos vs. Perú, (2001, párr. 48). Posteriormente, hubo avances en el reconocimiento
de la dimensión colectiva. Así, en la Sentencia del caso La Cantuta vs. Perú (2006c),
se señaló que los resultados de las investigaciones servirán para que la sociedad pe-
ruana conozca la verdad de los hechos, y se establece expresamente la dimensión
colectiva del derecho a la verdad. Asimismo, en la Sentencia del caso Gomes Lund y
otros vs. Brasil, la Corte IDH señaló que «los familiares de las víctimas, y la sociedad,
deben ser informados de todo lo sucedido con relación a dichas violaciones» (2010b,
párr. 200; las cursivas son nuestras). Esta doble caracterización implica niveles de
cumplimiento diferenciado. De esta forma, en la Sentencia del caso Gelman vs.
Uruguay, la Corte IDH consideró que, para satisfacer la dimensión individual del
derecho a la verdad, se debían esclarecer los hechos y determinar a los responsables;
mientras que, en la dimensión colectiva, se requiere la determinación procesal de
la más completa verdad histórica posible (incluida la determinación de patrones de
actuación conjunta y de todas las personas que participaron en dichas violaciones y
sus respectivas responsabilidades) (2011, párr. 292).

121
Legados de un pasado irresuelto

En cualquier caso, en la Sentencia del caso Anzualdo Castro vs. Perú, la Corte
IDH señaló que, en cumplimiento de sus obligaciones de garantizar el derecho a la
verdad, los Estados podían establecer comisiones de la verdad en el entendimiento
de que estas contribuyen a la construcción y preservación de la memoria histórica,
el esclarecimiento de hechos y la determinación de responsabilidades instituciona-
les, sociales y políticas en determinados periodos históricos (2009a, párr. 119). Sin
embargo, la Corte IDH ha precisado que la verdad histórica establecida en esas co-
misiones no completa o sustituye la obligación del Estado de establecer la verdad a
través de procesos judiciales (Sentencia del caso Almonacid Arellano y otros vs. Chi-
le, 2006b, párr. 150). Aun así, ha considerado que son «determinaciones de verdad
que son complementarias entre sí, pues tienen todas un sentido y alcance propios,
así como potencialidades y límites particulares, que dependen del contexto en el que
surgen y de los casos y circunstancias concretas que analice» (Corte IDH, Sentencia
del caso Zambrano Vélez y otros vs. Ecuador, 2007, párr. 128).
Finalmente, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos (ACNUDH) señaló que, además de conocer la suerte y el pa-
radero de las personas desaparecidas, el derecho a la verdad incluye elementos como
el derecho a solicitar y a obtener información sobre lo siguiente: las causas que dan
lugar al trato injusto que recibe la víctima; las causas y condiciones relativas a las vio-
laciones manifiestas de las normas internacionales de derechos humanos y las infrac-
ciones graves del derecho internacional humanitario; los progresos y resultados de la
investigación; las circunstancias y los motivos por los que se perpetraron los hechos
delictivos en el derecho internacional y las violaciones manifiestas de los derechos
humanos; las circunstancias en que se produjeron las violaciones; en caso de falleci-
miento, desaparición o desaparición forzada, la suerte y el paradero de las víctimas; y
la identidad de los autores (2006b, párr. 38). En otras palabras, el derecho a la verdad
significa «tener un conocimiento pleno y completo de los actos que se produjeron,
las personas que participaron en ellos y las circunstancias específicas, en particular
de las violaciones perpetradas y su motivación» (ACNUDH, 2006b, párr. 59). En
casos de desaparición forzada, implica una faceta especial: «conocimiento de la suerte
y paradero de las víctimas» (ACNUDH, 2006b, párr. 59). Por su parte, el Relator
Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de
no repetición ha realizado contribuciones sustanciales a este tema.3
Queda claro, por lo tanto, que de la jurisprudencia de la Corte IDH, así como
de los pronunciamientos de otras instancias internacionales, resulta una obligación
estatal de garantizar el derecho a la verdad. Al mismo tiempo, este derecho no es

3 Véase en particular su informe sobre un estudio mundial acerca de la justicia de transición (2017), que
describe los avances más importantes que se han producido en el ámbito de la justicia de transición,
evalúa las dificultades que plantea actualmente su aplicación y formula recomendaciones para hacerles
frente.

122
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

indeterminado, sino que tiene un contenido concreto que ha sido precisado paula-
tinamente.

1.1. Utilización de los informes de comisiones de la verdad y su relación con


obligaciones internacionales del Estado
En esta línea, resulta relevante que los dos órganos principales del Sistema Inte-
ramericano de Derechos Humanos (SIDH) hayan recurrido a los informes y pro-
nunciamientos de las comisiones de la verdad en la región. Se trata de una práctica
que refleja el valor asignado no solo a la verdad como derecho, sino también a su
plasmación institucional más evidente (Salmón, 2015).
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha utilizado estos
informes en al menos 23 informes finales. La Corte IDH, por su parte, ha recurrido,
hasta junio de 2023, a informes de comisiones de la verdad en 62 ocasiones, y en tres
de ellas usó información recogida con ocasión del trabajo de la comisión (en las sen-
tencias de los casos Ticona Estrada y otros vs. Bolivia, del 27 de noviembre de 2008,
e Ibsen Cárdenas e Ibsen Peña vs. Bolivia, del 1 de septiembre de 2010, se cita el
trabajo de la Comisión Nacional de Investigación de Desaparecidos Forzados, a pesar
de que esta Comisión se disolvió en 1984 sin terminar la investigación de los casos y
no se emitió informe final) o incluso usó testimonios dados ante ella (Sentencia del
caso Bedoya Lima y otra vs. Colombia, del 26 de agosto de 2021).4
Este último órgano, con competencias explícitas para dictar sentencias de carácter
vinculante, incluye los informes de las comisiones de la verdad y sus recomendacio-
nes finales como parte del acervo fáctico y normativo al que puede recurrir para re-
solver mejor un caso. De esta forma, la Corte IDH ha otorgado valor a tales informes
como pruebas relevantes en la determinación de los hechos y de la responsabilidad
internacional de los Estados. Sin embargo, ha precisado que ello no la exime de
«realizar una valoración en conjunto del acervo probatorio, de acuerdo con las reglas
de la lógica y con base en la experiencia, sin que deba sujetarse a reglas de prueba
tasada» (Corte IDH, Sentencia del caso J. vs. Perú, 2014, párr. 55). Estos informes
han servido también para afirmar el derecho a la verdad como un derecho pertene-
ciente al patrimonio jurídico de los particulares y de la sociedad (por ejemplo, en las
sentencias de los casos Barrios Altos vs. Perú, del 14 de marzo de 2001, y Bámaca
Velásquez vs. Guatemala, del 22 de febrero de 2002), así como para establecer la
responsabilidad del Estado en un caso en concreto (por ejemplo, en la Sentencia del
caso Masacre de las dos Erres vs. Guatemala, del 24 de noviembre de 2009); aquí,
la Corte IDH recurre al Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico
para afirmar que este caso se desarrolló como parte de una política de Estado y un

4 Cabe resaltar que, de las 62 resoluciones que citan expresamente informes finales de comisiones de la
verdad, el 59,6 % de casos involucran a Guatemala y Perú (30,6 % y 29 %, respectivamente).

123
Legados de un pasado irresuelto

patrón grave de violaciones de derechos humanos. Y, finalmente, para prescribir una


reparación, como en la Sentencia del caso Anzualdo Castro vs. Perú.
Finalmente, en otras resoluciones, la Corte IDH menciona a comisiones de la
verdad sin citar sus informes finales (7 resoluciones), se incluyen testimonios, de-
claraciones juradas o alegatos de parte que mencionan comisiones de la verdad (6
resoluciones) y, en dos resoluciones, el juez A. A. Cançado Trindade mencionó en sus
votos particulares diversas comisiones de la verdad y detalló sus labores.
Se puede decir que la práctica interamericana refleja una tendencia hacia la juri-
dificación de informes que buscan responder a situaciones de graves violaciones de
derechos humanos, aunque estos no estén necesariamente llamados a resolver casos
o a dictar normas generales. Existe una valoración positiva porque se trata de comi-
siones oficiales, que usan estándares jurídicos y abordan temas que coinciden con
situaciones llevadas al conocimiento del SIDH. Y es que los contextos transicionales
en donde operan las comisiones de la verdad se encuentran inexorablemente relacio-
nados con el DIDH. Es decir, que las normas de los derechos humanos influyen en
el trabajo de las comisiones de la verdad y también viceversa. Debe recordarse que
el DIDH impone un conjunto de obligaciones estatales en todos los ámbitos de
actuación, incluidos los escenarios en los que se tiene que lidiar con el legado de un
Gobierno autoritario y/o un conflicto armado (Brems, 2011, p. 282). Es más, es so-
bre todo en estos contextos donde resulta determinante la afirmación de derechos. Si
bien algunas posiciones cuestionan la pertinencia de la participación judicial en con-
textos transicionales particularmente sensibles (Brems, 2011, pp. 284-285), conside-
ramos que no es posible desligar el conjunto de obligaciones en materia de derechos
humanos del contexto específico de la justicia transicional. La consecuencia directa
de la afirmación (y desarrollo monumental) de los derechos humanos introduce un
paradigma humanitario de primer orden que acompaña todas las situaciones, inclui-
dos los contextos de transición, en donde esté presente la necesidad de preservar la
dignidad intrínseca del ser humano.
Desde el punto de vista de las consecuencias jurídicas, se puede sostener que si el
SIDH y las sentencias de la Corte IDH, en particular, hacen suyos los informes de las
comisiones de la verdad, estos documentos adquieren carácter vinculante de manera
parcial. Es decir, resulta innegable que las secciones o partes del informe recogidas
por la Corte IDH adquieren de inmediato el carácter de exigibles en tanto están
incorporadas en una sentencia obligatoria de la Corte IDH. No obstante, quedaría
abierta la pregunta si eso vale solo para las secciones incorporadas o si se puede decir
que todo el informe adquiere valor vinculante para el SIDH. Esta discusión excede,
sin embargo, los límites del presente capítulo.

124
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

2. Las recomendaciones de la CVR y su fundamento en normas


internacionales
Hasta aquí está claro que la existencia de una comisión de la verdad y las funciones
que ella desempeña guardan una evidente correspondencia con normas de derecho
internacional. Más aún, hemos visto que sistemas de derecho internacional como el
SIDH toman los productos de una comisión de la verdad —en particular, sus infor-
mes finales— como elementos valiosos para sus sentencias. Cabe preguntarse, ahora,
en qué medida el amplio marco de recomendaciones —más allá de las de implicancia
judicial, sin excluir estas— está fundado en normas de derecho internacional, y qué
relevancia tiene esto respecto de su cumplimiento por los Estados. Como señalamos
líneas arriba, en el campo de las comisiones de la verdad anida una paradoja consis-
tente en que, si bien ellas son declaradas no vinculantes por mandatos que pertene-
cen al derecho interno,5 sus funciones y resultados sí están reflejados en normas de
derecho internacional de inequívoco carácter vinculante.
Para abordar esta cuestión, observaremos en esta sección las recomendaciones rea-
lizadas por la CVR, e intentaremos, prioritariamente, caracterizarlas según su rela-
ción con el derecho internacional.
En primer lugar, presentamos una clasificación según la orientación general de
las recomendaciones y mostramos su superposición, principalmente, con normas o
jurisprudencia del SIDH. En segundo lugar, realizamos un ejercicio parecido, pero
organizando las recomendaciones según tipos específicos en función de las acciones
requeridas y su relación explícita o implícita con estándares internacionales.

2.1. Recomendaciones según orientación general y superposición con normas


de derecho internacional
El Informe Final de la CVR presentó un conjunto de propuestas que apuntan a
establecer un Estado de derecho en nuestro país. Se puede decir que, del total de 84
recomendaciones finales, al menos 32 se superponen con normas del derecho inter-
nacional vinculantes para el Perú.
Algunas plantean cambios en la organización misma del aparato estatal; otras re-
flejan las necesidades de las víctimas de graves violaciones de derechos humanos (por
ejemplo, la necesidad de reparar a los familiares de los desaparecidos o los injusta-
mente condenados por delito de terrorismo); y otras más señalan la necesidad de
afirmar derechos que redefinan el acervo normativo y democrático del Estado (por

5 Resulta interesante la experiencia de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sierra Leona,


donde se insertó un procedimiento complementario que exigía al Gobierno que informara, pública-
mente y con periodicidad trimestral, sobre la aplicación de las recomendaciones emanadas de la comi-
sión (ACNUDH, 2006a, p. 13).

125
Legados de un pasado irresuelto

ejemplo, educación y salud con enfoque intercultural). Al hacerlo, se produce una


superposición sustantiva con obligaciones jurídicas que surgen del propio derecho
nacional y también del derecho internacional, concretamente del marco del DIDH
y el DIH. Estas recomendaciones así superpuestas pueden clasificarse del siguiente
modo:
a) Recomendaciones dirigidas a la reorganización del Estado en su relación con
la población en general y con la población vulnerable en particular.
b) Recomendaciones que buscan responder a las necesidades de las víctimas y sus
familias: el Plan Integral de Reparaciones (PIR)
c) Recomendaciones que responden a derechos humanos generales como
educación, reconocimiento de pueblos indígenas, y otros.
a) Recomendaciones dirigidas a la reorganización del Estado en su relación con la pobla-
ción en general y con la población vulnerable en particular
Si bien es cierto que las normas de derechos humanos se dirigen a satisfacer una
demanda o necesidad, o a desarrollar un aspecto reconocido como inherente a la
dignidad del ser humano, en conjunto configuran una manera de gobernanza que
se identifica con el Estado de derecho. En este proceso, el Informe Final de la CVR
alude a reformas institucionales, reformas de sistemas de defensa y orden domésti-
co, y reforma de la administración de justicia. No todas estas reformas se orientan
exclusivamente a responder a las víctimas de las violaciones de derechos humanos,
sino que también pueden dirigirse a la sociedad en general con un eminente carácter
preventivo.
Así, por ejemplo, las recomendaciones de reforma de las fuerzas de seguridad y
orden interno (fuerzas armadas y policía) tienen un sentido de garantías de no re-
petición, y, por lo tanto, aparecen más directamente vinculadas con los derechos de
las víctimas; mientras que las recomendaciones referidas a fortalecer la autoridad
democrática del Estado y a reformar el sistema de educación tienen un sentido más
general, dirigido a la sociedad en conjunto (Reátegui y Uchuypoma, 2022).
b) Recomendaciones que buscan responder a las necesidades de las víctimas y sus familias
Este grupo de recomendaciones atiende a las demandas concretas que se derivan de
la condición de víctima de violaciones de derechos humanos y de su derecho a ser repa-
radas de manera integral. Con esa orientación, el informe delinea un Plan Integral de
Reparaciones (PIR) que incluye medidas simbólicas de pedido de perdón, develación
de la verdad, reconstrucción o restauración de la confianza, construcción de espacios de
memoria y un proceso de resignificación de símbolos de violación de derechos huma-
nos. También se hace una aproximación al ejercicio de derechos sociales, como la edu-
cación y la salud, como parte de un paquete reparador. Asimismo, el PIR incluye un
programa de reparaciones colectivas que propone un plan nacional de investigaciones
antropológico-forenses y un apartado específico sobre la justicia y su incompatibilidad

126
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

con medidas discrecionales de perdón, como son las amnistías, los indultos y otras
gracias presidenciales.
Cabe precisar que la reparación es el conjunto de consecuencias jurídicas que el
derecho internacional público (DIP) asocia a la aparición de un hecho internacional-
mente ilícito. Es decir, frente a la vulneración de una norma de derecho internacional
(elemento objetivo) atribuible al Estado (elemento subjetivo) que causa un daño, se
activa para el Estado infractor la obligación de reparar. El Proyecto de Artículos sobre
Responsabilidad de Estado por hechos internacionalmente ilícitos (2001) establece
en su artículo 31 lo siguiente: a) que «el Estado está obligado a reparar íntegramente
el perjuicio causado por el hecho internacionalmente ilícito», y b) que el perjuicio
comprende al daño material y moral.
Aunque este instrumento se centra en relaciones interestatales, no se excluye la
posibilidad de aplicarlo mutatis mutandi a una situación concreta en que la víctima
del hecho ilícito no es otro Estado, sino un individuo.6
En cuanto a las formas que puede revestir esa reparación, el Proyecto sobre Res-
ponsabilidad establece la restitución (restablecimiento de la situación que existía an-
tes de la comisión del hecho ilícito, siempre que no sea materialmente imposible
o entrañe una carga desproporcionada), la indemnización y la satisfacción (reco-
nocimiento de la violación, disculpa formal o una expresión de pesar, entre otras).
Asimismo, procederán las garantías de no repetición si es que esa posibilidad existe.
En el marco específico de los derechos humanos, existe un claro consenso en la
obligación estatal de reparar toda consecuencia del hecho violatorio de derechos hu-
manos. Concretamente en el SIDH, la propia CADH establece en su artículo 63.1
la obligación de reparar. También en el marco del derecho penal internacional (DPI),
y específicamente en el artículo 75 del Estatuto de Roma, se establece esta obliga-
ción y se llega a configurar un derecho subjetivo de recibir reparación (Salmón y
Pérez-León-Acevedo, 2022).
Los titulares de este derecho son las víctimas directas, pero también pueden serlo
los familiares de las víctimas que sufren violaciones asociadas a los mismos hechos
(por ejemplo, sufrimiento inherente por la desaparición forzada de un familiar).7
La Corte IDH presenta una jurisprudencia creativa e innovadora cuyas mayores
contribuciones son, precisamente, las referidas a las medidas reparatorias. Estas pre-

6 En ese sentido, el artículo 33, inciso 2 del mencionado proyecto establece que «2. La presente parte
se entiende sin perjuicio de cualquier derecho que la responsabilidad internacional del Estado pueda
generar directamente en beneficio de una persona o de una entidad distinta de un Estado».
7 La Corte IDH ha entendido a «los familiares» de forma amplia y flexible, adecuando el concepto,
por ejemplo, a la cultura de las víctimas. En el caso Olivares Muñoz y otros vs. Venezuela (2020, párr.
140), la Corte IDH ha considerado que, en casos de graves violaciones de derechos humanos, como las
desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, violencia sexual y tortura, es aplicable una presun-
ción iuris tantum respecto de la violación al derecho a la integridad personal de madres y padres, hijas e
hijos, esposos y esposas, y compañeros y compañeras permanentes, así como de hermanos y hermanas
de las víctimas.

127
Legados de un pasado irresuelto

sentan también un papel preventivo en tanto incluyen medidas de carácter general.


En este sentido, recoge las cuatro medidas reparatorias antes mencionadas: indem-
nización (por el daño físico o mental, pérdida de oportunidades, daños materiales y
pérdida de ingresos, perjuicios morales, gastos de asistencia jurídica, servicios médi-
cos o psicológicos), satisfacción (incluidas medidas para conservar la memoria, como
erigir un monumento en memoria de las víctimas o crear un programa nacional de
exhumaciones, entre otras), rehabilitación (como tratamiento médico y psicológico
para los familiares de las víctimas) y garantías de no repetición (como medidas de
adecuación de la legislación interna a parámetros convencionales o capacitación a
funcionarios públicos en derechos humanos, medidas para garantizar el acceso pú-
blico a información sobre graves violaciones de derechos humanos que se encuentren
en archivos estatales o la obligación de investigar, juzgar y, en su caso, sancionar).
A partir de esta aproximación, la Corte IDH ha recurrido al término «reparación
integral» para describir la interacción de todo el conjunto reparatorio. De esta forma,
se ha afirmado que, cuando no es posible la restitución, es necesario que la Corte
IDH otorgue otras medidas de reparación para resarcir los daños de manera integral
(Sentencia del caso Atala Riffo y niñas vs. Chile, 2012a, párr. 241). También se
ha planteado la necesidad de incluir un elemento transformador en la reparación a
partir de la verificación de que en ciertas ocasiones la restitución puede implicar un
retorno a condiciones de injusticia. Tomando eso en cuenta, la Corte IDH ha desa-
rrollado la noción de reparación transformadora como criterio pertinente en casos
de discriminación estructural. Así, en la Sentencia del caso Campo Algodonero vs.
México señaló que «las reparaciones deben tener una vocación transformadora de di-
cha situación, de tal forma que las mismas tengan un efecto no solo restitutivo, sino
correctivo» (2009b, párr. 450). Posteriormente a este fallo, existe una sola mención
similar. Esta aparece en la Sentencia del caso Atala Riffo y niñas vs. Chile, donde se
señaló que
Algunos actos discriminatorios analizados en capítulos previos se relacionaron
con la reproducción de estereotipos que están asociados a la discriminación
estructural e histórica que han sufrido las minorías sexuales, particularmente
en cuestiones relacionadas con el acceso a la justicia y la aplicación del dere-
cho interno. Por ello, algunas de las reparaciones deben tener una vocación
transformadora de dichas situaciones, de tal forma que las mismas tengan un
efecto no solo restitutivo sino también correctivo hacia cambios estructurales
que desarticulen aquellos estereotipos y prácticas que perpetúen la población
LGTBI. (Corte IDH, 2012a, párr. 267)8

En cualquier caso, para la Corte IDH, los principios relativos a las reparaciones
responden a la idea de que la reparación ha de ser proporcional a la gravedad de las
violaciones y al daño sufrido. En ese sentido, se postula que los Estados procuren
programas nacionales de reparación y asistencia a las víctimas, la adecuada ejecución
8 Esta noción también ha sido desarrollada en Uprimny y Saffon (2009).

128
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

de las reparaciones dictadas por la Corte IDH y que, en suma, se busque una repa-
ración plena y efectiva.
c) Recomendaciones que responden a derechos humanos generales como educación, recono-
cimiento de pueblos indígenas, y otros
La CVR reservó parte de sus recomendaciones a la afirmación y al desarrollo de
derechos que debían moldear un Estado de derecho más inclusivo y democrático.
En ese sentido, destaca el llamamiento al «reconocimiento e integración de los
derechos de los pueblos indígenas y sus comunidades en el marco jurídico nacio-
nal». Este es un tema de la mayor relevancia que el Informe Final destaca adecuada-
mente. La afirmación de sus derechos no solo responde a demandas históricas, sino
sobre todo a que constituyeron uno de los sectores más duramente golpeados por la
violencia y el abandono (CVR, 2003, pp. 241-277). Asimismo, y vinculada a esta
recomendación, se afirma la necesidad de una política de Estado que promueva la
interculturalidad, lo que supone una verdadera reconfiguración de derechos como
la educación y la salud; por ejemplo, el desarrollo de una educación bilingüe y la
oficialización de las lenguas indígenas, la adopción de un enfoque intercultural en
la atención de salud y el reconocimiento de mecanismos tradicionales de justicia
alternativa, entre otras medidas. Las recomendaciones que aquí señalamos se derivan
puntualmente del Convenio 169 de la OIT, en particular de los artículos 9, 10, 12,
21, 25, 26, 28, 30 de este instrumento, en vigor para el Perú desde el 2 de febrero
de 1995.
Por otra parte, aunque de manera menos explícita, las medidas de reforma ins-
titucional también propenden a la configuración de un derecho al debido proceso
robusto y a la afirmación de la no discriminación como base de la convivencia social.
Sobre estos dos temas no solo existe una jurisprudencia copiosa en el SIDH, sino que
también se basan en normas generales e incluso imperativas del derecho internacio-
nal (Salmón y Blanco, 2021; Corte IDH, 2003).

2.2. Clasificación de recomendaciones relacionadas con normas y estándares de


DIDH y/o DIH
En la sección precedente hemos visto, en términos generales, cómo existe una
relación de superposición entre las recomendaciones de la CVR y las normas del
derecho internacional. En este apartado veremos esa relación de una manera más
detallada. En primer lugar, mostramos las recomendaciones de la CVR según las
acciones específicas que demanda. Por ejemplo, algunas recomendaciones requieren
desarrollo normativo; otras exigen investigaciones; y otras prescriben reparaciones
para las víctimas. En segundo lugar, y tomando como base esta tipología, mostrare-
mos la relación con las normas y los estándares del DIDH y/o del DIH en el sentido

129
Legados de un pasado irresuelto

de si esa relación está explícita en el Informe Final de la CVR o si se trata de una


asociación implícita.
a) Tipo de acción y destinatario de las recomendaciones de la CVR
Las recomendaciones de la CVR cubren un amplio espectro de posibles acciones
de implementación. De esta forma, y en orden de recurrencia, la mayoría exige algún
tipo de acción normativa/legislativa (7), otras requieren una acción de capacitación
(6), les siguen las que demandan acciones relacionadas con la justicia transicional (5)
o una reforma institucional (5), luego están las que piden reparación para las víctimas
(4) y la provisión de servicios públicos (4), además de una acción de la justicia (2),
así como actividades de investigación (1), de reconocimiento de responsabilidad (1),
acción de protección (1) y de regularización (1).
Por otro lado, también hay recomendaciones que se dirigen a grupos particulares,
como la población carcelaria (3), los pueblos indígenas y/u originarios (2), la niñez
(2) y las mujeres (2).
b) Tipo de asociación a los estándares de DIDH y/o DIH
• Asociación explícita (reconocida como tal por el Informe Final de la CVR)
El propio Informe Final señala de manera explícita normas y estándares interna-
cionales para fundamentar algunas de sus recomendaciones finales. Esta tendencia
es particularmente notoria cuando se trata de indicar acciones legislativas en temas
generales que revisten un claro valor preventivo.
De esta forma, se identifica:
– Delimitar el alcance del concepto de Defensa Nacional y el significado de la
política correspondiente, de forma que todo lo que se llame Defensa y dependa
de personal y organismos militares sea atribución, responsabilidad y compe-
tencia del Ministerio de Defensa. La propuesta es subordinar el concepto de
Defensa a un concepto de Seguridad Nacional que tenga las dimensiones
del concepto de seguridad humana de las Naciones Unidas.

– Incorporación constitucional y legal del fuero militar al poder judicial bajo


la Corte Suprema de Justicia. Establecer el control de las decisiones del
Fuero Militar por la Corte Suprema de Justicia en consideración a la de-
terminación de la unidad del sistema de administración de justicia. Los
tribunales militares deben conocer sólo los delitos de función militar y se
debe excluir de sus competencias el juzgar a civiles y policías. Se debe re-
formar el Código de Justicia Militar revisando integralmente sus normas
para especificar los delitos de función y trasladar los delitos que pueden
ser considerados comunes al Código Penal. Además, se lo debe actualizar
con el Protocolo Adicional II a los Convenios de Ginebra.

– Incorporar a la legislación avances de documentos internacionales vinculados


a la administración de justicia y al debido proceso. Establecer expresamente

130
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

en la Constitución la jerarquía constitucional de los tratados relativos a de-


rechos humanos. Modernizar la justicia penal incorporando nuevas institu-
ciones al Código Penal, en especial las provenientes de recientes tratados
internacionales ratificados por el Perú, y estableciendo un nuevo código
procesal penal. Dentro de los tratados que el Perú está en la obligación de
ejecutar se considera de vital importancia el Estatuto de Roma de la Cor-
te Penal Internacional. En esta misma línea, es conveniente recomendar
al Estado peruano la aprobación y ratificación de diversos instrumentos
internacionales vinculados al Derecho Humanitario y a los Derechos Hu-
manos tales como la Convención sobre la Imprescriptibilidad de Crímenes
de Guerra y Crímenes de Lesa Humanidad, cuyas prescripciones esenciales
también deberán ser incorporadas al Código Penal.

– Exhortar a los poderes del Estado a no utilizar discrecionalmente amnistías,


indultos u otras gracias presidenciales, sino dentro del estricto marco estableci-
do por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. La CVR ha sido y es
contraria a todo tipo de perdón legal por medio del cual se subordine la
búsqueda de la verdad y la satisfacción de la justicia a razones de Estado.
La reconciliación, como la entendemos y presentamos en este informe,
supone descartar la intervención externa en lo que debe ser labor estric-
tamente jurisdiccional. (CVR, 2003, t. IX, pp. 105-298; las cursivas son
nuestras)
• Asociación implícita
La mayoría de las recomendaciones tienen una conexión directa con normas in-
ternacionales, pero la CVR decidió no plantear esta relación de manera explícita en
varias de ellas. Las razones de ello no son conocidas, pero pudo deberse a la dificultad
de identificar un solo sustento normativo o a una prudencia estratégica en cuanto a la
utilización de estándares internacionales que están en constante desarrollo. Hay que
decir, en todo caso, que esta forma de presentar las recomendaciones, sin referencia
explícita a normas internacionales, no es privativa de un solo tipo de acción deman-
dada por la CVR, sino que puede aparecer en diversos tipos de recomendaciones, ya
sea de acciones normativas o legislativas, reformas institucionales, capacitaciones u
otras. Lo resaltante es que en todos estos supuestos hay normas internacionales que
sustentan las medidas.
Por ejemplo, en cuanto a acciones de reforma institucional se pide:
– Establecimiento de un sistema de defensa de los derechos humanos me-
diante la creación de instancias especializadas a nivel policial, judicial y
del Ministerio Público, especialmente en las zonas donde la violencia tuvo
mayor impacto.

– Fortalecer la independencia del sistema de administración de justicia.

– Poder Judicial de magistrados titulares, no de provisionales y suplentes.

131
Legados de un pasado irresuelto

– Establecimiento de un sistema especializado temporal para procesar casos


de crímenes y violaciones a los derechos humanos. (CVR, 2003, t.IX,
pp. 116,127 y 128)
En cuanto a acciones de tipo normativo o legislativo:
– Reconocimiento e integración de los derechos de los pueblos indígenas y
sus comunidades en el marco jurídico nacional. Por ejemplo, a través de
la existencia legal y personalidad jurídica de los pueblos y de sus formas
de organización comunal, el reconocimiento de sus tierras y territorios
tradicionales como inalienables, imprescriptibles, inembargables e inex-
propiables, entre otras medidas.

– Regulación de los estados de excepción. (CVR, 2003, t. IX, pp. 118 y


122)
En cuanto a acciones de capacitación dirigida se menciona:
– Cambios en educación y currículo militar; modernizar la educación y for-
mación continua en ética y derechos humanos del policía como miembro
de una institución civil.

– Iniciar un sostenido programa de capacitación a jueces, fiscales y aboga-


dos en derechos humanos, Derecho Internacional Humanitario y cultura
democrática. (CVR, 2003, t. IX, pp. 124 y 130)
También ocupan un lugar importante las recomendaciones dirigidas a fortalecer
acciones de justicia transicional, como, por ejemplo:
– Respaldo expreso al Informe Final de la CVR.

– Disculpas al país de parte de los más altos responsables del Estado.

– Ceremonias Públicas de Explicación de la Verdad.

– Recordatorios o lugares de memoria como Espacios de Memoria en los


cementerios, espacios de la memoria: plazas o parques públicos, placas
conmemorativas en la entrada de Palacio de Gobierno, del Palacio Legis-
lativo y del Palacio de Justicia. (CVR, 2003, t. IX, pp. 161, 162 y 166)
Finalmente, también figuran las referidas a la reparación de las víctimas, como,
por ejemplo:
– Atención clínica en salud mental [de manera gratuita], exonerada de cual-
quier pago por concepto de derechos, tasas, exámenes y análisis.

– Acceso a la salud [de los] que padecen algún problema físico y priorita-
riamente los/as discapacitados/as permanentes, parcial o totalmente, cuya
discapacidad es producto de violaciones sexuales, torturas, heridas o lesio-
nes tipificadas por la CVR y ocurridas durante el periodo del conflicto.

132
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

– Plan Nacional de investigaciones antropológico-forenses.

– Regularización de la situación jurídica de los desaparecidos. (CVR, 2003,


t. IX, pp. 177, 207 y 184)

3. El cumplimiento de las recomendaciones finales de la CVR.


Ni consistencia estatal ni influencia directa de su coincidencia
material con estándares internacionales
Veinte años después de la emisión del Informe Final de la CVR, puede decirse que
el cumplimiento de sus recomendaciones finales es muy limitado. Del total de las
32 medidas de recomendación vinculadas a normas y estándares de DIDH y DIH,
se ha elegido, para este análisis, una muestra de cinco recomendaciones que resultan
representativas del total:
1. «Delimitar el alcance del concepto de Defensa Nacional y el significado de la
política correspondiente, de forma que todo lo que se llame Defensa y dependa de
personal y organismos militares sea atribución, responsabilidad y competencia del
Ministerio de Defensa» (CVR, 2003, t. IX, p. 120, B.1).

2. «Exhortar a los poderes del Estado a no utilizar discrecionalmente amnistías,


indultos u otras gracias presidenciales, sino dentro del estricto marco establecido
por la Corte Interamericana de Derechos Humanos» (CVR, 2003, t. IX, p. 107,
inciso f ).

3. «Cambios en educación y currículo militar. Es necesario formar oficiales con


firmes valores democráticos; respeto a la vida e integridad personal y lealtad al
poder democrático. Al respecto es conveniente: […] Establecer cursos de Derecho
Humanitario de carácter obligatorio en las escuelas de formación y capacitación»
(CVR, 2003, t. IX, p. 124, B.9).

4. «En el Ministerio Público es indispensable crear una especialidad en la investigación


de los problemas de derechos humanos» (CVR, 2003, t. IX, p. 130, C.9).

5. «Plan Nacional de investigaciones antropológico-forenses» (CVR, 2003, t. IX,


p. 207).
La primera recomendación está asociada explícitamente a estándares de derecho
internacional; mientras que las siguientes cuatro recomendaciones son de asocia-
ción implícita. Las recomendaciones tienen objetivos diferentes en cuanto al tipo de
medida que se debe tomar para su cumplimiento en tanto se trata de un pedido de

133
Legados de un pasado irresuelto

acción normativa/legislativa, una acción de exhortación, una acción de capacitación,


una acción de reforma institucional, y una acción de reparación e investigación. Un
segundo motivo por el cual se eligieron estas cinco recomendaciones es que eviden-
cian diferentes etapas de cumplimiento. Por ejemplo, la primera medida no ha sido
cumplida; la segunda, aunque cumplida inicialmente, fue luego incumplida por de-
cisión del Poder Ejecutivo y, posteriormente, del Tribunal Constitucional; la tercera
ha sido cumplida en su totalidad, pero esto no parece haberse hecho en virtud de las
recomendaciones de la CVR, pues varias de las acciones relevantes son previas a la
publicación del Informe Final; en el caso de la cuarta, se han tomado diversas accio-
nes (algunas de las cuales mencionan expresamente el Informe Final de la CVR) para
dar cumplimiento a la recomendación, pero actualmente existe preocupación sobre
los posibles retrocesos; finalmente, la quinta recomendación se encuentra próxima a
un cumplimiento total.
Asimismo, a partir del análisis del cumplimiento de estas recomendaciones, se
identifica un conjunto de particularidades; por ejemplo, la influencia de la voluntad
y del contexto político en las acciones del Estado, y el hecho de que el cumplimiento
puede no ser consistente en el tiempo, es decir, puede haber retrocesos a pesar del
cumplimiento inicial de una recomendación. Con relación a esto último, se pudo
observar que una recomendación que tenía un cumplimiento total (no dar medidas
de perdón por graves violaciones de derechos humanos) puede verse afectada por
acciones posteriores (indulto humanitario).
Analicemos a continuación cada una de las recomendaciones citadas:
1. «Delimitar el alcance del concepto de Defensa Nacional y el significado de la
política correspondiente, de forma que todo lo que se llame Defensa y dependa de
personal y organismos militares sea atribución, responsabilidad y competencia del
Ministerio de Defensa» (CVR, 2003, t. IX, p. 120, B.1).
Esta recomendación requería una acción normativa/legislativa estatal y mencionó
explícitamente la necesidad de «subordinar el concepto de Defensa a un concepto de
Seguridad Nacional que tenga las dimensiones del concepto de seguridad humana de
las Naciones Unidas» (2003, t. IX, p. 121). Es decir, se hace uso de una definición
internacional (seguridad humana), que tiene sustento normativo en múltiples dere-
chos humanos de claro carácter vinculante, para guiar la transformación nacional.
La CVR consideraba que correspondía al Ministerio de Defensa la conducción «para
asegurar el liderazgo democrático de la defensa y seguridad, así como el control de sus
acciones» (2003, t. IX, p. 121). E incluso postulaba que debía darse una:
[M]ención explícita en la Constitución [sobre] la función del Ministro de De-
fensa como la autoridad política y administrativa que organiza y conduce a
la Fuerza Armada de acuerdo a ley y para los fines de la Defensa Nacional;
[y] suprimir de la Constitución toda atribución y competencia directa de las
Fuerzas Armadas, y redefinirlas como dependencias del Ministerio de Defensa.

134
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

Consecuentemente, el Consejo de Defensa Nacional, la [Secretaría de Seguri-


dad y Defensa Nacional] (SEDENA) y el Comando Conjunto pasarían a ser
organismos del sector Defensa. El jefe del Comando Conjunto tendría rango
de Viceministro. (2003, t. IX, p. 121)

Según se señala en la resolución 66/290 de la Asamblea General de las Naciones


Unidas (2012):
[L]a seguridad humana es un enfoque que ayuda a los Estados Miembros a de-
terminar y superar las dificultades generalizadas e intersectoriales que afectan
a la supervivencia, los medios de subsistencia y la dignidad de sus ciudadanos.
Sobre esta base, el entendimiento común con respecto al concepto de seguri-
dad humana engloba (entre otros factores): a) El derecho de las personas a vivir
en libertad y con dignidad, libres de la pobreza y la desesperación. Todas las
personas, en particular las vulnerables, tienen derecho a vivir libres del temor
y la miseria, a disponer de iguales oportunidades para disfrutar de todos sus
derechos y a desarrollar plenamente su potencial humano; (…) c) La seguridad
humana reconoce la interrelación de la paz, el desarrollo y los derechos huma-
nos, y tiene en cuenta igualmente los derechos civiles, políticos, económicos,
sociales y culturales.

Esta recomendación no se ha cumplido. Por el contrario, existe un abierto desen-


cuentro entre las acciones del Estado y las recomendaciones del Informe Final de la
CVR. Si bien se han emprendido diversas acciones de reforma en lo que concierne a
defensa y seguridad nacional, ninguna está alineada con lo establecido por la CVR.
En efecto, aunque las normas en la materia reconocen que el jefe del Comando Con-
junto de las Fuerzas Armadas «depende del Ministro de Defensa» (aunque sin rango
de viceministro),9 sigue siendo el presidente de la República quien lo preside.10 Por
otro lado, se plantea la seguridad y defensa nacional como un concepto unificado,11
pues la finalidad del Sistema de Defensa Nacional es garantizar la seguridad nacio-
nal.12
Finalmente, tampoco se ha producido la reforma constitucional que recomendaba
la CVR para suprimir toda atribución y competencia directa de las Fuerzas Armadas

9 Véase el artículo 6 del Decreto Legislativo 1136 (2012, 10 de diciembre), el jefe del Comando Con-
junto de las Fuerzas Armadas es «un Oficial General o Almirante de las Fuerzas Armadas, designado por
el Presidente de la República, entre los cinco (05) Oficiales Generales o Almirantes más antiguos del
Escalafón Conjunto de las Fuerzas Armadas» y «depende del Ministro de Defensa».
10
Véase el artículo 4 del Decreto Legislativo 1129 (2012, 7 de diciembre), el Sistema de Defensa Nacio-
nal es dirigido por el presidente de la República, acorde al artículo 164 de la Constitución.
11
Véase el Decreto Legislativo 1134, que aprueba la Ley de Organización y Funciones del Ministerio
de Defensa.
12
De acuerdo al artículo 3 del Decreto Legislativo 1129 (2012, 7 de diciembre), «El Sistema de Defensa
Nacional es el conjunto interrelacionado de principios, normas, procedimientos, técnicas, instrumentos
y elementos del Estado, cuya finalidad es garantizar la Seguridad Nacional mediante la concepción,
planeamiento, dirección, preparación, ejecución y supervisión de acciones en todos los campos de la
Defensa Nacional».

135
Legados de un pasado irresuelto

o redefinirlas como dependencias del Ministerio de Defensa. No obstante, el artículo


169 de la Constitución de 1993 (anterior al Informe Final de la CVR) establece ex-
plícitamente la subordinación de estas y la Policía Nacional al poder constitucional.
2. «Exhortar a los poderes del Estado a no utilizar discrecionalmente amnistías,
indultos u otras gracias presidenciales, sino dentro del estricto marco establecido
por la Corte Interamericana de Derechos Humanos» (CVR, 2003, t. IX, p. 107,
inciso f ).
La CVR exhortó al Estado a evitar todo tipo de perdón legal por medio del cual
se subordinara la búsqueda de la verdad y la satisfacción de la justicia a «razones de
Estado». Esta recomendación no señala explícitamente su fundamento normativo
internacional, pero sí recurre a un marco jurisdiccional internacional vinculante para
el Perú, cual es la Corte IDH. Debe recordarse que esta Corte ya había emitido su
sentencia sobre el caso Barrios Altos vs. Perú, en la que prohibió este tipo de medidas
frente a graves violaciones de derechos humanos y precisó las consecuencias jurídicas
de adoptarlas. En efecto, en su párrafo 41 señaló:
Esta Corte considera que son inadmisibles las disposiciones de amnistía, las
disposiciones de prescripción y el establecimiento de excluyentes de responsa-
bilidad que pretendan impedir la investigación y sanción de los responsables
de las violaciones graves de los derechos humanos tales como la tortura, las
ejecuciones sumarias, extralegales o arbitrarias y las desapariciones forzadas,
todas ellas prohibidas por contravenir derechos inderogables reconocidos por
el Derecho Internacional de los Derechos Humanos. (Corte IDH, 2001)

Asimismo, resulta interesante que la CVR descartara que el llamado a la recon-


ciliación pudiera justificar «la intervención externa en lo que debe ser labor estric-
tamente jurisdiccional». En otros términos, que ninguna de estas medidas podría
utilizar el argumento de la reconciliación nacional como fundamento del perdón.
Es importante señalar que, en una resolución posterior de la Corte, dada a pro-
pósito del incumplimiento por parte del Perú de esta sentencia, la Corte IDH se-
ñaló que existía una tendencia en el DIDH y el DPI de «limitar que las condenas
impuestas por tribunales penales por graves violaciones a los derechos humanos sean
perdonadas o extinguidas por decisiones discrecionales de los Poderes Ejecutivo o
Legislativo» (2018).13
Igualmente, en la Sentencia del caso Manuel Cepeda Vargas vs. Colombia, la Cor-
te IDH estableció que
En atención a la regla de proporcionalidad, los Estados deben asegurar, en el
ejercicio de su deber de persecución de esas graves violaciones, que las penas
impuestas no se constituyan en factores de impunidad, tomando en cuenta

13
Posición reiterada consistentemente en las sentencias de los casos 19 Comerciantes vs. Colombia
(Corte IDH, 2004, párr. 263), y Gutiérrez Soler vs. Colombia (Corte IDH, 2005, párr. 97).

136
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

varios aspectos como las características del delito y la participación y culpabili-


dad del acusado. Del mismo modo, el otorgamiento indebido de beneficios en
la ejecución de la pena puede eventualmente conducir a una forma de impuni-
dad, particularmente cuando se trate de la comisión de graves violaciones a los
derechos humanos, como las ocurridas en el presente caso. (2010a, párr. 150)

Si bien el Estado se abstuvo de estas medidas de perdón durante varios años y se


podía afirmar, en consecuencia, que el cumplimiento de esta recomendación era sa-
tisfactorio (Macher, 2014), la situación cambió radicalmente a partir de las acciones
del Ejecutivo (otorgamiento de indulto y derecho de gracia por razones humanitarias
a Alberto Fujimori el 24 de diciembre de 2017) y del Tribunal Constitucional (que,
en sesión del pleno del 17 de marzo de 2022, declaró fundada la demanda de hábeas
corpus y, en consecuencia, restituyó los efectos de la Resolución Suprema 281-2017-
JUS del 24 de diciembre de 2017 y dispuso la libertad de Fujimori), lo que hizo que
el cumplimiento de la recomendación se tornase nulo.
La propia Corte IDH tuvo que pronunciarse sobre estas decisiones, y llegó a la
conclusión de que el indulto a Fujimori tiene un impacto sobre el derecho de acceso
a la justicia a las víctimas (2018, párrs. 54-58) y que la sentencia del Tribunal Cons-
titucional sobre la materia es contraria a la obligación estatal de investigar, juzgar y
sancionar en lo que respecta al control jurisdiccional del indulto «por razones huma-
nitarias» (Corte IDH, 2022, párrs. 37-42), por lo que dictaminó que el Perú debe
«abstenerse de implementar la sentencia dictada por el Tribunal Constitucional del
Perú el 17 de marzo de 2022» (Corte IDH, 2022, p. 18).
En este caso, el incumplimiento de la exhortación de la CVR no solo contraviene
un punto central de su propio trabajo, sino que conllevó el señalamiento de responsa-
bilidad internacional por parte del Estado peruano ante la Corte IDH. Nuestro país
incumplió dos veces sus obligaciones: primero, cuando el Gobierno de Alberto Fuji-
mori dictó medidas de amnistía y, luego, cuando se otorgó a Fujimori un indulto que
no resistía un análisis objetivo de los hechos a la luz de los estándares internacionales.14
Asimismo, estos avances y retrocesos alertan sobre la necesidad de hacer seguimiento
constante a las acciones que responden a las obligaciones de derechos humanos, pues
el contexto político desnuda el poco apego a estos valores de sucesivos Gobiernos.
3. «Cambios en educación y currículo militar. Es necesario formar oficiales con
firmes valores democráticos; respeto a la vida e integridad personal y lealtad al
poder democrático. Al respecto es conveniente: […] Establecer cursos de Derecho
Humanitario de carácter obligatorio en las escuelas de formación y capacitación»
(CVR, 2003, t. IX, p. 124, B.9).

14
De manera anterior, el Gobierno de Alan García intentó establecer una amnistía en 2010 para el
personal militar que presuntamente había cometido violaciones de los derechos humanos durante el
conflicto armado interno y que, finalmente, fue derogada. Véase https://www.amnesty.org/es/latest/
news/2010/09/peru-deroga-ley-niega-justicia-victimas-crimenes-pasado/.

137
Legados de un pasado irresuelto

Esta recomendación, que demanda una acción de capacitación, ha sido imple-


mentada. Debe señalarse que, si bien las primeras medidas que impulsaron esta ca-
pacitación son previas a la publicación del Informe Final de la CVR, lo cierto es que
no se trató de una implementación integral e irreversible, pues la Corte IDH señaló
en 2013 que
Si bien la Corte ya ha ordenado al Estado peruano realizar cursos de capaci-
tación permanentes en derechos humanos a miembros de fuerzas armadas y
policiales en el marco de los casos La Cantuta y Anzualdo Castro, no consta
que a la fecha se hubiere dado cumplimiento cabal a dichas medidas. (Senten-
cia del caso Osorio Rivera y familiares vs. Perú, párr. 274)

La necesidad de capacitar a las fuerzas armadas (y policiales) se basa en un estándar


internacional claramente afirmado tanto por la Corte IDH como por la obligación
de difundir propia del DIH.
En el primer supuesto, encontramos la advertencia de que «[u]na adecuada le-
gislación no cumpliría su cometido si, entre otras cosas, los Estados no forman y
capacitan a los miembros de sus cuerpos armados y organismos de seguridad sobre
los principios y normas de protección de los derechos humanos» (Sentencia del caso
Montero Aranguren y otros (Retén de Catia) vs. Venezuela, Corte IDH, 2006a,
párr. 77). Asimismo, se vincula directamente la capacitación como una forma de
prevenir la impunidad cuando la Corte IDH afirma que «es importante fortalecer
las capacidades institucionales del Estado mediante la capacitación de jueces, fiscales
y de personal de las fuerzas armadas, a fin de evitar que hechos como los analizados
en el presente caso se repitan» (Sentencia del caso Gudiel Álvarez (Diario Militar)
vs. Guatemala, 2012d, párr. 353). Refiriéndose a Perú, la Corte IDH afirma que «la
educación en derechos humanos en el seno de las Fuerzas Armadas resulta crucial
para generar garantías de no repetición de hechos» (Sentencia del caso Osorio Rivera
y familiares vs. Perú, 2013, párr. 274).15
Por su parte, la obligación de difundir y capacitar en DIH resulta un corolario
necesario de la obligación general de «respetar y hacer respetar» sus disposiciones
(artículo 1 común a los cuatro Convenios de Ginebra), pero también encuentra fun-
damento expreso en los artículos 47, 48, 127 y 144 de los cuatro Convenios de Gi-
nebra, respectivamente; en los artículos 83 y 19 de los dos Protocolos Adicionales; y
en las normas consuetudinarias 142 y 143.
En cuanto a su cumplimiento, la Ley 27741 del 29 de mayo de 2002 estableció
una política educativa en materia de derechos humanos y creó un Plan Nacional para
su Difusión y Enseñanza, la cual alcanza a la educación militar y policial.16 Por otro
15
En el ámbito de las Naciones Unidas, este deber estatal se contempla en el párrafo 80 de la Obser-
vación General núm. 37 (2020), relativa al derecho de reunión pacífica (artículo 21) del Comité de
Derechos Humanos y en el artículo 8 del Código de conducta para funcionarios encargados de hacer
cumplir la ley (17 de diciembre de 1979).
16
Véase https://spij.minjus.gob.pe/spij-ext-web/detallenorma/H826419.

138
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

lado, cabe resaltar que el Ministerio de Defensa, a través del Centro de Altos Estudios
Nacionales (CAEN), viene ofreciendo la Maestría en Derechos Humanos, Derecho
Internacional Humanitario y Resolución de conflictos, la cual está dirigida al perso-
nal de las Fuerzas Armadas, de la Policía Nacional del Perú y a profesionales civiles.17
De esta forma, tenemos que hay acciones concertadas para garantizar la educación
en materia de derechos humanos y DIH a las Fuerzas Armadas. El nivel efectivo de
integración de estos principios en la práctica cotidiana o la prioridad que se asigna
a estos temas merecerían un análisis extenso que no es posible realizar en este texto.
4. «En el Ministerio Público es indispensable crear una especialidad en la investigación
de los problemas de derechos humanos» (CVR, 2003, t. IX, p. 130, C.9).
Esta medida implica una reforma institucional profunda en una institución fun-
damental para garantizar el acceso a la justicia de la población en general y de las
víctimas de violaciones de derechos humanos en particular. Del conjunto de acciones
adoptadas para dar cumplimiento a esta recomendación, se verifica que solo algunas
mencionan de manera expresa el Informe Final de la CVR y sus recomendaciones.
En este sentido, la creación del subsistema del Ministerio Público para conocer vio-
laciones de derechos humanos fue vista como una medida positiva por temas de es-
pecialidad y carga procesal; sin embargo, enfrenta graves retrocesos en la actualidad.
La jurisprudencia de la Corte IDH reafirma desde su primer caso de manera con-
sistente el deber estatal
[D]e investigar seriamente con los medios [que el Estado tenga] a su alcance
las violaciones que se hayan cometido dentro del ámbito de su jurisdicción a
fin de identificar a los responsables, de imponerles las sanciones pertinentes y
de asegurar a la víctima una adecuada reparación. (Sentencia del caso Velás-
quez Rodríguez vs. Honduras, 1988, párr. 174)

Asimismo, en la Sentencia del caso La Cantuta vs. Perú, la Corte IDH enfatiza
que esta obligación «adquiere particular intensidad e importancia ante la gravedad de
los delitos cometidos y la naturaleza de los derechos lesionados» (2006c, párr. 157),
incluso hasta alcanzar esa obligación, en algunos casos, el carácter de jus cogens o
norma imperativa del derecho internacional. En casos de ejecuciones extrajudiciales,
desapariciones forzadas, tortura y otras graves violaciones de los derechos humanos,
la Corte IDH ha considerado que la realización de una investigación ex officio, sin
dilación, seria, imparcial y efectiva, es un elemento fundamental y condicionante
para la protección de ciertos derechos afectados por esas situaciones, como la liber-
17
Estas medidas favorecieron la elaboración de un manual de derecho internacional humanitario y de-
rechos humanos para las Fuerzas Armadas mediante la Resolución Ministerial 318 DE/CCFFAA-DD-
HH del 27 de febrero de 2001 y la Resolución Ministerial 1394 DE/CCFFAA/CDIH-FFAA del 1 de
diciembre de 2004. Posteriormente, mediante la Resolución Ministerial 0066-2022-DE del 3 de febre-
ro de 2022 se aprobó el Manual de derechos humanos y derecho internacional humanitario de las Fuerzas
Armadas del Perú: https://www.gob.pe/institucion/mindef/normas-legales/2732215-0066-2022-de.

139
Legados de un pasado irresuelto

tad personal, la integridad personal y la vida (Sentencia del caso Masacres de Río
Negro vs. Guatemala, 2012c, párr. 223). La Corte IDH considera que en esos casos
la impunidad no será erradicada sin la determinación de las responsabilidades gene-
rales —del Estado— e individuales —penales y de otra índole de sus agentes o de
particulares—, complementarias entre sí (Sentencia del caso La Cantuta vs. Perú,
2006c, párr. 157). El incumplimiento genera, en tales supuestos, responsabilidad
internacional del Estado.
De esta forma, el DIDH no establece un mecanismo de investigación en concreto.
Los Estados pueden recurrir a una amplia gama de mecanismos compatibles con la
legislación y las prácticas nacionales siempre que esos mecanismos cumplan con los
requisitos del derecho internacional relativos al deber de investigar. Dentro de este
conjunto de medidas es factible, por ejemplo, responder a esta obligación median-
te la creación de un subsistema especializado en derechos humanos siempre que se
cumpla con los compromisos y las obligaciones jurídicas internacionales del Estado.18

18
En el marco del trabajo de las Naciones Unidas, esto ha sido corroborado, por ejemplo, por los
Principios y directrices básicos sobre el derecho de las víctimas de violaciones manifiestas de las
normas internacionales de derechos humanos y de violaciones graves del derecho internacional hu-
manitario a interponer recursos y obtener reparaciones: «Artículo 3. La obligación de respetar, ase-
gurar que se respeten y aplicar las normas internacionales de derechos humanos y el derecho inter-
nacional humanitario según lo previsto en los respectivos ordenamientos jurídicos comprende, entre
otros, el deber de: […] b) Investigar las violaciones de forma eficaz, rápida, completa e imparcial y,
en su caso, adoptar medidas contra los presuntos responsables de conformidad con el derecho in-
terno e internacional; c) Dar a quienes afirman ser víctimas de una violación de sus derechos hu-
manos o del derecho humanitario un acceso equitativo y efectivo a la justicia, como se describe
más adelante, con independencia de quién resulte ser en definitiva el responsable de la violación».
Véase también el Conjunto de principios actualizado para la protección y la promoción de los derechos
humanos mediante la lucha contra la impunidad, cuyo principio 19 establece que «[l]os Estados em-
prenderán investigaciones rápidas, minuciosas, independientes e imparciales de las violaciones de los
derechos humanos y el derecho internacional humanitario y adoptarán las medidas apropiadas respecto
de sus autores, especialmente en la esfera de la justicia penal, para que sean procesados, juzgados y con-
denados debidamente. Aunque la iniciativa del enjuiciamiento es en primer lugar una de las misiones
del Estado, deberán adoptarse normas procesales complementarias para que las propias víctimas, sus fa-
miliares o herederos puedan tomar esa iniciativa, individual o colectivamente, en particular como partes
civiles o como personas que inician un juicio en los Estados cuyo derecho procesal penal contemple esos
procedimientos. Los Estados deberán garantizar la amplia participación jurídica en el proceso judicial
a todas las partes perjudicadas y a toda persona u organización no gubernamental que tenga un interés
legítimo en el proceso».
Debe señalarse que, una vez culminado su trabajo, paralelamente a la entrega de su Informe Final, la
CVR presentó ante el sistema de justicia 47 expedientes sobre igual número de casos emblemáticos
que fueron materia de sus investigaciones. Se entregaron 45 estudios al Ministerio Público, y 2 fueron
destinados al Poder Judicial. Estos expedientes, en algunos casos, lograron iniciar investigaciones fiscales
y procesos penales y, en otros casos, se sumaron a indagaciones que fiscales y jueces venían haciendo
sobre violaciones de los derechos humanos ocurridas durante el conflicto armado interno. Véase https://
idehpucp.pucp.edu.pe/lista_proyectos/seguimiento-de-casos-de-violaciones-de-derechos-humanos/so-
bre-seguimientos/seguimiento-de-casos-cvr/.

140
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

En cuanto al cumplimiento, debe señalarse que el Ministerio Público creó una


Fiscalía Especializada para desapariciones forzosas, ejecuciones extrajudiciales y ex-
humación de fosas clandestinas con competencia a nivel nacional (Resolución de
la Fiscalía de la Nación 631-2002-MP-FN, 2002). Esta fiscalía fue creada para dar
cumplimiento a la obligación de investigar los 159 casos de violaciones de derechos
humanos que formaron parte del comunicado de prensa conjunto suscrito entre
el Estado peruano y la CIDH (2001). El año siguiente se creó la Fiscalía Superior
Especializada en Derechos Humanos, Desapariciones Forzosas, Ejecuciones Extraju-
diciales y Exhumación de Fosas Clandestinas (Resolución de la Fiscalía de la Nación
2034-2003-MP-FN, 2003) y la Fiscalía Superior Especializada en Derechos Huma-
nos, Desapariciones Forzosas, Ejecuciones Extrajudiciales y Exhumación de Fosas
Clandestinas (Resolución de la Fiscalía de la Nación 2036-2003-MP-FN, 2003).
Sin embargo, y de manera paulatina a partir de 2006, este subsistema fue incor-
porando cambios que, más que responder a la disminución de carga procesal (lo que
podría significar que los procesos por violaciones de derechos humanos encontraron
solución), parecen apuntar a una saturación temática (incluidos delitos tributarios,
aduaneros y contra la propiedad intelectual dentro de sus funciones), lo que en los
hechos supone un debilitamiento del subsistema.19 En esta línea, la fiscal de la na-
ción dividió el subsistema creando fiscalías para derechos humanos y fiscalías para
terrorismo: a partir de esa decisión, existen solo una fiscalía superior y nueve fiscalías
supraprovinciales especializadas en derechos humanos e interculturalidad (Romero,
2023; Resolución 008-2023-MP-FN-JFS, 2023).
En el ámbito del Poder Judicial, por su parte, se elaboró en 2004 un Plan Nacio-
nal de Reforma Integral de la Administración de Justicia por parte de una Comisión
Especial para la Reforma Integral de la Administración de Justicia (CERIAJUS).20
Esta Comisión expresó su respaldo a las recomendaciones de la CVR; en especial,
a las referidas a la judicialización de los casos de graves violaciones de los derechos
humanos. En ese sentido, recomendó a los órganos de gobierno del Poder Judicial y
del Ministerio Público que se implementaran cuatro recomendaciones de la CVR,
para lo cual deberían contar con los recursos y el apoyo necesarios:
a) Terminar de encargar a determinados juzgados, fiscalías y sala penales, en
forma exclusiva y por periodo de hasta cinco años, la investigación y juzga-

19
Subsistema del Ministerio Público con competencia para conocer casos de derechos humanos: ht-
tps://idehpucp.pucp.edu.pe/lista_proyectos/seguimiento-de-casos-de-violaciones-de-derechos-huma-
nos/marco-del-proyecto/subsistemas-nacionales/.
20
El Congreso de la República, mediante la Ley 28083 del 4 de octubre de 2003, creó la Comisión
Especial para la Reforma Integral de la Administración de Justicia (CERIAJUS), con la finalidad de
elaborar el Plan Nacional de Reforma Integral de la Administración de Justicia. Con fecha 24 de abril
de 2004, la CERIAJUS, cumpliendo el encargo encomendado por la ley que la creó, concluyó con el
mandato conferido y entregó al presidente de la República el Plan Nacional de Reforma Integral de la
Administración de Justicia, como propuesta integral y concertada de un acuerdo político institucional,
logrado entre todas las entidades que conforman el sistema de justicia.

141
Legados de un pasado irresuelto

miento de los casos de graves violaciones a los derechos humanos ocurridas


durante el periodo objeto de mandato de la CVR (mayo de 1980 a noviembre
del 2000); b) Continuar con la implementación del Plan Nacional de Inter-
venciones Antropológico Forenses, a cargo del Ministerio Público y con la
colaboración de la Defensoría del Pueblo e instituciones públicas o privadas
nacionales e internacionales; c) Sugerir a la Academia de la Magistratura que,
en coordinación con otras instituciones públicas y privadas, nacionales e inter-
nacionales, implemente un Programa Especial de Formación a jueces y fiscales
en valores democráticos, Derecho Internacional de los Derechos Humanos
(DIDH) y Derecho Internacional Humanitario (DIH). Asimismo, sugerir a
las universidades, Colegios Profesionales y organizaciones no gubernamentales
de derechos humanos llevar a cabo un sostenido esfuerzo de formación de
otros operadores de la justicia (abogados, profesores y estudiantes de derecho,
policías, etc.) en estas materias y; d) Implementar el programa de protección
de víctimas y testigos, en los casos de graves violaciones a los derechos huma-
nos a ser investigados, pues ya se han verificado amenazas y atentados contra
algunos de ellos. (CERIAJUS, 2004, pp. 46-47)

También corresponde señalar dos resoluciones administrativas (170-2004-CE-PJ


y 463-2004-P-CSJAY/PJ) del mismo año que mencionan expresamente el Informe
Final de la CVR y sus recomendaciones y, en virtud de eso, amplían la competencia
de la actual Sala Nacional y la de los Juzgados Penales Especializados en Delitos de
Terrorismo, para conocer además los delitos contra la humanidad previstos en los
Capítulos I, II y III del Título XIV - A del Código Penal y de los delitos comunes que
hayan constituido casos de violación de derechos humanos, así como de los delitos
conexos a estos (Resolución Administrativa); y disponen que el Segundo Juzgado
Penal de Huamanga se denomine Juzgado Penal Supraprovincial con competencia en
las provincias de Huamanga, Huanta, Cangallo y Víctor Fajardo para conocer delitos
de terrorismo, delitos contra la humanidad y delitos comunes que hayan constituido
casos de violación de derechos humanos y otros delitos conexos a estos.
A diferencia del Ministerio Público, se verifica una mención expresa al Informe
Final de la CVR como fundamento de la reorganización del Poder Judicial. Esta
práctica resulta de particular interés porque, más allá de su valor vinculante per se, es-
tas recomendaciones son vistas como una habilitación para realizar cambios en la or-
ganización de la administración de justicia de tal manera que se puedan llevar a cabo
los juzgamientos relacionados con las víctimas de violaciones de derechos humanos.
5. «Plan Nacional de investigaciones antropológico-forenses» (CVR, 2003, t. IX,
p. 207).
Esta recomendación apuntaba tanto a una medida reparatoria como a una acción
de investigación a cargo del Estado. El objetivo general era «producir los lineamien-
tos necesarios para el desarrollo de las investigaciones eficaces relacionadas con graves

142
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

violaciones a los derechos humanos, específicamente concernidos al problema de las


ejecuciones extrajudiciales y la desaparición forzada» (2003, t. IX, p. 210) y llegar a
la «recuperación adecuada de los restos humanos [que] permit[a] la identificación y
la determinación de los hechos, las causas de muerte y los presuntos autores» (2003,
t. IX, p. 210), así como «para el programa de reparaciones, a través (entre otros aspec-
tos y en primer lugar) de la restitución de los restos de la víctima al entorno familiar
y social afectado» (2003, t. IX, p. 210). En ese sentido, se planteó la necesidad de
contar con un Plan de Intervención Antropológica Forense integral a nivel nacional
que incluya
Brindar el apoyo a los familiares [incluido el apoyo psicológico y jurídico],
garantizando la constante información, así como la restitución de los cuerpos
y generando las políticas que permitan acceder a las garantías y programas de
reparación en todos los casos reportados. (2003, t. IX, p. 211)

El Estado peruano adoptó un conjunto de medidas positivas que hacen que esta
recomendación esté en proceso de cumplimiento. En 2016, se aprobó la Ley de bús-
queda de personas desaparecidas durante el periodo de violencia 1980-2000 y el Plan
Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (PNBPD). Sin embargo, a pesar
de que su contenido está directamente vinculado con el trabajo de la CVR, única-
mente el PNBPD menciona a la CVR; las otras normas no mencionan el Informe
Final o a la CVR en general.
Las investigaciones antropológico-forenses se encuentran vinculadas con la obliga-
ción estatal de investigar las graves violaciones de derechos humanos y tienen funda-
mento claro en una serie de estándares internacionales en la materia. De esta forma,
por ejemplo, la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas
contra las Desapariciones Forzadas no solo establece la necesidad de investigar estas
prácticas delictivas (artículos 3 y 12), sino que, en el artículo 24, señala expresamente
que
2. Cada víctima tiene el derecho de conocer […] la evolución y resultados de
la investigación y la suerte de la persona desaparecida […] Cada Estado Parte
tomará las medidas apropiadas para la búsqueda, localización y liberación de
las personas desaparecidas y, en caso de fallecimiento, para la búsqueda, el
respeto y la restitución de sus restos. (2006)

Asimismo, la profusa jurisprudencia de la Corte IDH en materia de desaparicio-


nes forzadas ha destacado, en la Sentencia del caso Velásquez Rodríguez vs. Hondu-
ras, que la investigación «[d]ebe tener un sentido y ser asumida por el Estado como
un deber jurídico propio» (1988, párr. 177), y que este deber «subsiste mientras se
mantenga la incertidumbre sobre la suerte final de la persona desaparecida» y que «el
derecho de los familiares de la víctima de conocer cuál fue el destino de ésta y, en su
caso, dónde se encuentran sus restos, representa una justa expectativa que el Estado
debe satisfacer con los medios a su alcance» (1988, párr. 181). Posteriormente, en
143
Legados de un pasado irresuelto

la Sentencia del caso Anzualdo Castro vs. Perú, la Corte IDH estableció que «toda
autoridad estatal, funcionario público o particular que haya tenido noticia de actos
destinados a la desaparición forzada de personas, deberá denunciarlo inmediatamen-
te» (2009a, párr. 65). Asimismo, en dicha sentencia, la Corte IDH establece un es-
tándar de debida diligencia de las investigaciones que implica, entre otros elementos,
evitar «omisiones al recabar prueba y al seguir líneas lógicas de investigación» (2009a,
párr. 54).
En referencia al manejo y a la devolución de los restos, la Corte IDH señaló que
«el cuidado de los restos mortales de una persona es una forma de observancia del
derecho a la dignidad humana», con lo cual consideró que «en todas las culturas,
asume una significación muy especial» y que ella «ha reconocido la importancia de
tener en cuenta determinados aspectos de las costumbres de los pueblos indígenas en
América» (Sentencia del caso Bámaca Velásquez vs. Guatemala, 2002, párr. 81). Por
lo tanto, la Corte IDH consideró que «el Estado debe realizar las exhumaciones, en
presencia de los familiares, para localizar los restos mortales […] y entregar a ellos di-
chos restos» (párr. 82) y «como una medida de satisfacción, la Corte considera que el
Estado debe implementar, en caso de no existir en la actualidad, un programa nacio-
nal de exhumaciones» (párr. 83). Finalmente, la Corte IDH también encuentra que
Las diligencias que realice el Estado para establecer el paradero o, en su caso,
las exhumaciones para localizar sus restos mortales, deberán realizarse en
acuerdo con y en presencia de los familiares […] además, en el evento de que
se encuentren los restos mortales, éstos deberán ser entregados a sus familiares
previa comprobación genética de filiación, a la mayor brevedad posible y sin
costo alguno. El Estado deberá cubrir los gastos funerarios, de acuerdo a las
creencias de la familia y de común acuerdo con estos. (Sentencia del caso Ra-
dilla Pacheco vs. Estados Unidos Mexicanos, 2009c, párr. 336)

De esta forma, la jurisprudencia interamericana reconoce que los programas de


investigación forense-antropológico son una medida adecuada y respaldada por un
estándar internacional.
El Perú, como se dijo antes, publicó en 2016 la Ley 30470, Ley de búsqueda de
personas desaparecidas durante el periodo de violencia 1980-2000, la cual «tiene
por finalidad priorizar el enfoque humanitario durante la búsqueda de las personas
desaparecidas en el periodo de violencia 1980-2000, articulando y disponiendo las
medidas relativas a la búsqueda, recuperación, análisis, identificación y restitución de
los restos humanos» (artículo 1). En esta norma se designa al Ministerio de Justicia y
Derechos Humanos como la entidad competente para aprobar, implementar y hacer
seguimiento al Plan Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, con un enfo-
que humanitario (artículo 4). Asimismo, esta ley crea el Registro Nacional de Perso-
nas Desaparecidas y de Sitios de Entierro como una base de información autónoma
que centralice, sistematice y depure la información suministrada por las entidades
relacionadas con el proceso de búsqueda de personas desaparecidas (artículo 6). El

144
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica

PNBPD al 2030 fue aprobado mediante el Decreto Supremo 011-2021-JUS del 13


de julio de 2021 y desarrolla la política pública de búsqueda con enfoque humanita-
rio. Entre sus objetivos prioritarios figura «[i]ncrementar los resultados de los análisis
de restos humanos recuperados y de los familiares para la identificación de personas
desaparecidas durante el periodo de violencia 1980 - 2000» e «[i]ncrementar la parti-
cipación con enfoque intercultural y de género de los familiares de personas desapa-
recidas durante el proceso de búsqueda».
En este sentido, al concluir la investigación, se podrían dar las siguientes situacio-
nes: a) la restitución del cuerpo a los familiares; b) la entrega del informe final del
caso cuando no es posible recuperar el cuerpo de la persona desaparecida después de
haber agotado todos los medios de búsqueda disponibles; y c) el reencuentro familiar
en los casos que se halle con vida a una persona desaparecida, si tal es la voluntad de
las personas.
A julio de 2021, la información oficial es que la cifra de desaparecidos asciende a
21 918 (Registro Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas - RENADE) y
que se han recuperado el 19,5 % de los restos (Defensoría del Pueblo). Es decir, a esa
fecha, se habrían recuperado los restos de, aproximadamente, 3962 personas.

4. Conclusión
La creación de una comisión de verdad en Perú no fue una respuesta explícita
a obligaciones internacionales del Estado en materia de derecho a la verdad. Sin
embargo, sí se corresponde con normativa y jurisprudencia internacionales que ya
existían en el momento. Independientemente de ese origen, la CVR se apoyó en
marcos jurídicos internacionales en diversos aspectos de su trabajo. En este trabajo se
encuentra que sus recomendaciones tuvieron dos formas de relación con la normati-
vidad internacional: explícita e implícita. Ahora bien, que el vínculo fuera explícito o
implícito no dependió del tipo de acción recomendada (reforma institucional, cam-
bio normativo, etc.), pues se identifican recomendaciones de diverso tipo vinculadas
con ese paradigma jurídico internacional.
Asimismo, resulta interesante comprobar que, cuando las recomendaciones se
apoyan en fuentes internacionales, estas no se limitan a tratados o fuentes conven-
cionales, sino que incluyen un uso intensivo de la jurisprudencia de la Corte IDH e
instrumentos de soft law como los Principios y Directrices Básicos sobre el Derecho de las
Víctimas de Violaciones Manifiestas de las Normas Internacionales de Derechos Humanos
y de Violaciones Graves del Derecho Internacional Humanitario a Interponer Recursos
y Obtener Reparaciones y el Conjunto de Principios Actualizado para la Protección y la
Promoción de los Derechos Humanos Mediante la Lucha contra la Impunidad, entre
otros.

145
Legados de un pasado irresuelto

A pesar de esta superposición, no se verifica que el vínculo explícito o implícito en-


tre recomendaciones y derecho internacional tenga una influencia determinante en
su cumplimiento. De las recomendaciones que han sido cumplidas completamente o
en algún grado parcial se puede concluir lo siguiente: a) que muchas veces no lo son
por referencia a recomendaciones de la CVR; b) que, en general, tampoco lo son por
referencia explícita al derecho internacional, aunque una sentencia de la Corte IDH
o compromisos acordados con un órgano internacional, como la Comisión Intera-
mericana de Derechos Humanos, facilitan ese proceso de implementación.
En ese sentido, temas como la búsqueda de personas desaparecidas o la difusión
de las normas de derechos humanos o del DIH, que cuentan con un amplio sustento
en el derecho internacional, están entre las recomendaciones cumplidas en mayor
grado. Asimismo, las medidas de reparación y el llamado a que el Estado no utilice
discrecionalmente amnistías, indultos u otras gracias presidenciales frente a graves
violaciones de derechos humanos se cumplen de manera más o menos consistente en
el tiempo. En todas estas recomendaciones, independientemente de que su funda-
mento jurídico sea más o menos explícito, existe un conjunto de obligaciones inter-
nacionales claramente vinculantes para el Perú. En cualquier caso, como se advirtió
desde el inicio, este capítulo se concentra en un conjunto de recomendaciones y no
tiene aspiraciones de generalidad.
La relación entre recomendaciones, derecho internacional y obligaciones de cum-
plimiento que hemos encontrado deja puertas abiertas para nuevas interrogaciones.
Cabe preguntarse, sobre todo, si el empleo del derecho internacional puede servir
para empujar la agenda del cumplimiento de recomendaciones de una comisión de
la verdad (una suerte de litigio estratégico transicional transformador) y, en esa línea,
considerar la necesidad de que las colectividades interesadas en el proceso de justicia
transicional tengan un conocimiento de este fundamento jurídico.

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147
Legados de un pasado irresuelto

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Explorando una «paradoja» jurídica

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150
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de
la CVR en Perú

https://doi.org/10.18800/9786124474477.005

Valeria Reyes
https://orcid.org/0000-0002-8732-9954
Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la
Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP)

Resumen
El capítulo presenta un análisis del impacto jurídico de la CVR a partir de las
recomendaciones de naturaleza judicial propuestas por la Comisión en su Informe
Final. Para ello, se problematiza, en primer lugar, sobre la concepción del valor de
la «justicia» incorporada en el Informe, y cómo esta fue construida desde un enfoque
predominantemente judicial. Sobre este punto, el capítulo describe algunos de los
desafíos que aquella mirada legalista desencadenó para el proyecto fragmentado de
justicia transicional iniciado frente al conflicto armado peruano.
En un segundo momento, el capítulo recopila los hallazgos presentados por la
CVR en su Informe para sustentar la necesidad de implementar medidas de reforma
del sistema de administración de justicia y de judicialización de casos relativos a
graves violaciones de los derechos humanos, como un camino para satisfacer el pilar
de la justicia. A veinte años de la presentación del Informe Final de la Comisión, el
capítulo sistematiza y clasifica el nivel de implementación de tales recomendaciones
por parte del Estado peruano, evidenciando la ausencia de monitoreo permanente
respecto de dicho cumplimiento por parte de las autoridades públicas. Sobre la base
de esta información, el texto pretende poner énfasis en las contribuciones jurídicas de
la Comisión más allá de su mandato, y busca resaltar las tareas que aún se encuentran
pendientes de ser atendidas en esta agenda.

Palabras clave: justicia transicional, graves violaciones de los derechos humanos,


procesos judiciales, comisiones de la verdad, rendición de cuentas

151
Legados de un pasado irresuelto

Introducción
Normalmente, la comisión sistemática de determinadas violaciones de los dere-
chos humanos desafía las posibilidades de la justicia. Si el concepto de justicia se
entiende desde un enfoque retrospectivo, su objetivo será reparar o rectificar las con-
secuencias de una vulneración (Webber, 2012), lo que parece imposible frente a
delitos tan graves y odiosos como el genocidio o los crímenes de lesa humanidad. Si,
por el contrario, tras la ocurrencia de episodios de violencia desmedida, la mirada
sobre la justicia es prospectiva y se orienta a un cambio en la sociedad a partir de
la reconstrucción de sus bases (Webber, 2012), los retos permanecen. Ello en tanto
cuesta concebir posibilidades reales de diálogo y consenso entre grupos humanos
distanciados por los crímenes del pasado.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación (en adelante, CVR o la Comisión)
tuvo desde su concepción un vínculo indesligable con la justicia. El propio decreto
supremo que la creó indicaba en el artículo 1 que la CVR propendería al imperio
de la justicia, a la vez que le otorgaba el mandato para conocer crímenes y graves
violaciones cometidas por organizaciones terroristas y algunos agentes estatales, así
como para indagar sobre las condiciones de diversa índole que contribuyeron al
desenlace de la violencia. La justicia tomaba también un rol protagónico en el Decreto
Supremo 101-2001-PCM, por el cual se actualiza el nombre de la CVR —se añade
el término «reconciliación»—, pues este exigía a la Comisión iniciar un profundo
proceso de reconciliación, que solo podía alcanzarse «a partir del esclarecimiento de
los hechos y el restablecimiento de la justicia».
La CVR se enfrentaba, así, no solo a la tarea de atender las secuelas urgentes e
inmediatas de un pasado y presente conflictivos, sino a descifrar un concepto como
el de la justicia, el cual se había mostrado esquivo a construir nuestra identidad como
nación al menos durante toda la historia republicana. En palabras de la Comisión,
cumplir con el encargo que le había sido encomendado, exigía discernir sobre el
significado de la verdad, la justicia y la reconciliación (CVR, 2003, p. 32).
Aunque el relato de la CVR se articula desde una perspectiva ética, la relevancia de
una concepción jurídica en su lectura de los hallazgos identificados es visible. La CVR
expuso la situación de injusticia estructural que exacerbó las graves consecuencias
del conflicto armado interno, a las que presentó como afectaciones a principios
y derechos fundamentales de las y los peruanos, que deterioraron toda base de
convivencia social. Para la Comisión, la noción de justicia que nos llevaría a transitar
hacia un Estado democrático de derecho debía involucrar cuatro dimensiones: la
moral, la judicial, la reparadora, y la política y social. Aunque, sin duda, cada una de
estas dimensiones es pieza integral de un mosaico de resarcimiento, reconstrucción y
reconciliación, este capítulo tiene como objetivo discutir la concepción de la justicia
desde una dimensión judicial, pero poniendo énfasis en el valor de las otras tres
dimensiones.

152
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes

Para tal fin, se describirá primero cómo concibió la CVR el valor de la justicia en
un sentido judicial y qué desafíos implicó este enfoque para el proyecto de justicia
transicional que se iniciaba en el país tras el fin del conflicto armado interno y la época
de la dictadura. En segundo lugar, el capítulo describe y analiza las medidas dispuestas
por la Comisión para materializar la justicia en sentido judicial una vez culminado su
mandato, medidas que involucraron no solo la propuesta de judicialización de casos
específicos, sino también la implementación de reformas estructurales en el sistema
de administración de justicia. En última instancia, se analiza el impacto de este
conjunto de medidas a veinte años de la presentación del Informe Final de la CVR.

1. Los desafíos de una justicia entendida en sentido judicial


El sentido judicial atribuido por la CVR a la noción de justicia fue irremediable-
mente procesal. La Comisión señaló en su Informe que, desde esta óptica, la justicia
involucraba desplegar esfuerzos para perseguir y sancionar a las personas responsables
de actos de violencia y violaciones de derechos humanos cometidos durante el pe-
riodo objeto de investigación (CVR, 2003, t. I, p. 35). Y, aunque la CVR carecía de
atribuciones jurisdiccionales y, en esa medida, no sustituía en sus funciones al Poder
Judicial ni al Ministerio Público (Decreto Supremo 065-2001-PCM, 2001, artículo
3), su relación con estos órganos fue manifiesta en tanto buscó aportar información
que permitiese dar inicio a procesos judiciales que derivaran en sanciones a las y los
responsables.
La CVR respondía así a un contexto mundial denominado por la doctrina «la
era de la rendición de cuentas» o «the age of accountability», concepto acuñado para
describir una tendencia por la que cada vez más Estados empezaron a investigar y
sancionar a individuos por violaciones de los derechos humanos en sus cortes in-
ternas (Sikkink, 2012). En concreto, su consolidación era respuesta al modelo de
impunidad con el que históricamente los Estados habían reaccionado a la comisión
de atrocidades masivas contra los derechos humanos. El auge de un modelo «an-
timpunidad» simbolizaba uno de los más grandes logros del movimiento global por
los derechos humanos (Moyn, 2016) y permitía utilizar la judicialización como un
camino para que estos derechos fueran realmente exigibles (Haldemann et al., 2018).
Sin embargo, el binomio «justicia-procesos judiciales» se inserta como uno de los
ejes esenciales del marco normativo de la lucha contra la impunidad,1 sin ser el único

1 Hoy en día, el marco normativo de estos principios tiene un fuerte desarrollo jurisprudencial, aunque
su consolidación como esquema se dio en el 2005 con la actualización por parte de la exrelatora de las
Naciones Unidas, Diane Orentlicher, de los «Principios y Directrices Básicas sobre el Derecho de las
Víctimas de Violaciones Manifiestas de las Normas Internacionales de Derechos Humanos y de Viola-
ciones Graves del Derecho Internacional Humanitario a interponer recursos y obtener reparaciones»,
conocidos como los Principios de Joinet. Estos principios proporcionan un marco que en la actualidad

153
Legados de un pasado irresuelto

ni el principal. Esto obedece al enfoque holístico que la aplicación de este marco


exige y que se hace todavía más necesario en contextos desafiantes como aquellos que
suceden a episodios de violencia prolongada. Lo anterior encuentra explicación, a
su vez, en una serie de factores vinculados principalmente a las características de los
procesos judiciales de responsabilidad criminal y al aporte que estos pueden brindar
a los fines de la justicia transicional.
Comencemos por esto último. Una concepción clásica de la justicia transicional
describía a esta figura como el conjunto de «procesos y mecanismos asociados con
los intentos de una sociedad por resolver los problemas derivados de un pasado de
abusos a gran escala, a fin de que los responsables rindan cuentas de sus actos, servir
a la justicia y lograr la reconciliación» (Informe del Secretario General de las Nacio-
nes Unidas, 2004, párr. 8). Como parte de estos procesos y mecanismos —seguía
dicha definición—, se podía apostar de manera combinada por el enjuiciamiento de
personas, la búsqueda de verdad, la implementación de medidas de resarcimiento y
distintas acciones de reforma institucional.
Aunque esta conceptualización representa un buen punto de partida para apro-
ximarse al paradigma de la justicia transicional, revela también algunas dificultades,
particularmente en lo que concierne a sus fines. Se encuentra que, nuevamente, hay
un planteamiento de objetivos y medidas orientado al modelo de la rendición de
cuentas o accountability, lo cual no solo se señala de forma expresa con la referencia
al enjuiciamiento de personas responsables, sino que se inserta a través de una defi-
nición del ideal de la «justicia» ligado a la protección de derechos, pero también al
«castigo de las infracciones» (Informe del Secretario General de las Naciones Unidas,
2004, párr. 7).
El fin de la reconciliación, por su parte, se propone solo a manera enunciativa,
pero no se delimita su contenido, lo que resulta especialmente problemático para
un concepto que, desde ciertas perspectivas, puede incluso entrar en colisión con la
idea misma de justicia en su sentido de rendición de cuentas. Como se ha anotado
desde la doctrina, la reconciliación se ha entendido como un acuerdo de todos los
actores sociales en torno a la necesidad y utilidad del perdón, así como el valor del
restablecimiento de los lazos sociales, la solidaridad y la armonía, incluso cuando
lo que antecede a esta suerte de reconstrucción sea la comisión de crímenes atroces
(Uprimny y Saffon, 2005).
Una concepción normativa de la justicia transicional, propuesta por Pablo de
Greiff, busca más bien dar una respuesta teórica a varios cuestionamientos de na-
turaleza práctica, partiendo de que los distintos mecanismos que pueden iniciarse
en un contexto de transición están en la capacidad de servir diversos fines siempre
que se implementen de manera holística (2010). En concreto, De Greiff reconoce

se considera fundamental para elaborar políticas y legislación en materia de reparaciones y acceso a la


justicia, así como para diseñar programas y medidas dirigidas a atender las necesidades de las víctimas
y prevenir futuras violaciones.

154
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes

que la diversidad de medidas asociadas al paradigma de la justicia transicional puede


propender a la fragmentación de este campo, resguardando exclusivamente los me-
canismos tradicionales como los de judicialización de casos. Por lo anterior, se vuelve
imperativo proponer una teoría sistémica que promueva coherencia y sinergia entre
elementos que comparten dos fines mediatos y un fin último: brindar reconocimien-
to a las víctimas e incentivar la confianza cívica, dentro de los primeros, y fortalecer
la norma de derecho democrática (2010).
De este modo, esta concepción normativa sostiene que los mecanismos de justicia
transicional contribuyen —aunque a veces en mayor o menor medida— a) a reco-
nocer a las víctimas no solo a partir de los abusos que sufrieron, sino en su condición
de titulares de derechos en igualdad; b) a promover la confianza cívica al hacer fiables
a las instituciones y restablecer el valor de las normas que rigen a la sociedad; y, en
última cuenta, c) a fortalecer el Estado de derecho (De Greiff, 2010).
Este conjunto de ideas nos debería conducir al menos a dos conclusiones parciales.
La primera es que, en el marco de la justicia transicional, los procesos judiciales pue-
den servir no solo para sancionar a quienes cometieron abusos contra los derechos
humanos, sino también para dignificar a las víctimas, a las instituciones públicas y
al Estado de manera más integral. Sin embargo, la segunda conclusión parcial es que
lo anterior no se logra exclusivamente a través de la judicialización de casos, pues su
aporte a cada uno de estos fines aumentará o disminuirá de acuerdo al contexto y a
la forma en que se conduzcan los procesos. Por tal motivo, la justicia transicional no
puede funcionar como proyecto sin un enfoque integral que realce la importancia
del resto de mecanismos.
Ahora bien, mencionábamos anteriormente que la necesidad de contar con una
aplicación holística de medidas transicionales para combatir la impunidad obedecía
tanto a la naturaleza y complejidad de los fines de la justicia transicional como a las
características (y limitaciones) inherentes a los procesos judiciales para determinar
responsabilidades criminales. Sobre este segundo punto es que nos detendremos aho-
ra para exponer los peligros de una respuesta excesivamente legalista en escenarios
posteriores a la violencia.
Hannah Arendt (1964) señalaba que la sanción penal normalmente encuentra su
justificación en la necesidad de proteger a la sociedad de ciertos delitos, mejorar la
conducta del perpetrador, desincentivar a otros posibles criminales de delinquir al
exponer las potenciales consecuencias de sus actos y, finalmente, garantizar el fin re-
tributivo de la justicia. Sin embargo —añadía—, estas justificaciones perdían sentido
cuando a quien se busca sancionar es a criminales de guerra. En términos de Arendt,
a diferencia de lo que sucede con los delitos ordinarios, las circunstancias extraordi-
narias que deben concurrir para que los crímenes más graves tengan lugar difícilmen-
te volverán a presentarse, lo que hace irrazonable pensar en una sanción penal que se
aplique con la verdadera finalidad de desincentivar la recurrencia de estas conductas
o de proteger a la sociedad frente a aquellas. A esto agrega Arendt la imposibilidad de

155
Legados de un pasado irresuelto

pensar, desde un punto de vista retributivo, en una sanción que pueda hacer frente a
la magnitud de los delitos cometidos (1964).
Sin duda, todos estos cuestionamientos a los procesos y las sanciones penales son
válidos, pero conviene resaltar algunos otros.
Por ejemplo, en ocasiones se cree que los procesos judiciales sirven para revelar la
verdad de lo ocurrido. Sin embargo, lo cierto es que debido a la existencia de normas
procesales de carácter penal que exigen —entre otras cosas— probar los hechos más
allá de toda duda razonable, es comúnmente aceptado que la «verdad» que puede
aportar un proceso judicial es bastante restringida (Drumbl, 2007). Asimismo, los
procesos judiciales estarán limitados a la discusión y valoración del conjunto de de-
litos que se imputen a las personas procesadas, lo que sigue reduciendo el espectro
y la profundidad de «verdad» que se puede revelar a través de estos mecanismos. En
buena cuenta, los procesos judiciales permitirán alcanzar una verdad judicial, pero no
necesariamente una verdad que calce con la realidad acontecida.
Además, en la medida en que el desarrollo de los procesos judiciales requiere de
un alto nivel de institucionalidad, recursos y normativas, es claro que su potencial y
capacidad frente a contextos de violencia masiva y desmedida es bastante limitado.
En un escenario de transición será virtualmente imposible que todas aquellas per-
sonas que hayan cometido un delito reciban una sanción penal y que la normativa
con la que se les juzgue a aquellos que sí sean alcanzados por la justicia responda con
precisión a las graves características del contexto en general. Esto es problemático
por varios motivos que podemos al menos enunciar. Primero, porque alimenta una
percepción de una justicia «injusta», selectiva e incapaz frente a los desafíos que la
realidad impone. Segundo, porque debilita la confianza en las instituciones de las que
además depende la reconstrucción del Estado y la sociedad. Y, en tercer lugar, porque
puede legitimar narrativas de impunidad en aquellos que, albergando responsabili-
dad, no sean llevados al banquillo para enfrentar un proceso criminal, lo que resulta
duramente reprochable desde un enfoque moral.
Junto con lo anterior, se debe considerar también que los procesos judiciales en los
contextos transicionales pueden ser poco eficaces al encontrarse bajo amenaza cons-
tante. Ello en la medida que la magnitud de los delitos que deben juzgarse exige para
su comisión una organización y cuota de poder político en manos de sus autores,
lo que los coloca, en el futuro, en una mejor posición para sabotear los esfuerzos de
la justicia bajo el argumento de que se estaría poniendo en riesgo la estabilidad de-
mocrática y otros valores sociales (Osiel, 2000). Sobre este punto destacan también
como potenciales barreras para la judicialización de casos el otorgamiento de amnis-
tías, gracias presidenciales u otras formas de exclusión de la responsabilidad penal.
Finalmente, también resalta que, del abanico de mecanismos de justicia transicio-
nal, el que ofrece menores posibilidades para implementar un enfoque centrado en
las víctimas es el de los procesos judiciales. La estructura de los procesos criminales
involucra una interacción entre la Fiscalía, la persona imputada y el juez o la jueza

156
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes

que resuelva la controversia. En ese esquema, las víctimas quedan relegadas a una
posición secundaria o accesoria que les concede un protagonismo mínimo o casi
nulo, según sea el caso. Por el contrario, los reflectores se ponen sobre las personas
imputadas, quienes por el nivel de exposición que reciben pueden hasta generar sen-
timientos de empatía en la población que evoquen un sentido de perdón antes que
uno de justicia (Osiel, 2000).
Evidentemente, existen también virtudes en los procesos judiciales de responsa-
bilidad criminal que nos llevan a defender su pertinencia en un esquema de justicia
transicional, siempre que además se implementen en armonía y coherencia con otras
medidas, como se ha argumentado hasta este momento. Como señalaba Martha
Minow, luego de que se cometen atrocidades masivas, los procesos judiciales repre-
sentan un esfuerzo «entre la venganza y el perdón» (1998, p. 26). Estos procesos
permiten trasladar el deseo de venganza de una víctima hacia las instituciones del
Estado y, de ese modo, «calma la venganza con retribución, ralentiza el juzgamiento
con el procedimiento e interrumpe, con documentos, interrogatorios y la presunción
de inocencia, el círculo vicioso de la culpa y la enemistad» (Minow, 1998, p. 26).
Puesto de otro modo, los juicios penales pueden fomentar la confianza cívica y
promover el Estado de derecho en más de un sentido. En primer lugar, la atribución
de responsabilidades penales a los autores de violaciones de los derechos humanos
tiene el poder de transmitir el mensaje de que nadie está por encima de la ley (Gon-
zález-Ocantos, 2016), ni siquiera los dirigentes más poderosos (Sikkink y Walling,
2007). Esto puede servir para restaurar la validez y la autoridad de la ley, ambas
puestas en duda como consecuencia de violaciones sistemáticas.
De modo similar, el valor de la ley puede verse reafirmado si se tiene en cuenta que
los procesos judiciales ofrecen un foro para estigmatizar pública y oficialmente a los
autores que atentaron contra las normas jurídicas y los valores que estas encarnan.
Además, cuando estos procesos se desarrollan respetando las reglas y los principios
del debido proceso, se envía un mensaje en relación con el funcionamiento de las ins-
tituciones judiciales y su compromiso con el Estado de derecho (Prusak, s. f.), lo que
hace que vuelvan a ser dignas de confianza. Los juicios pueden además constituir un
«espacio seguro y regulado por el Derecho» (Haldemann, 2008) en el que víctimas y
autores interactúan como conciudadanos, es decir, como titulares de derechos iguales
ante la ley. Finalmente, estos procesos pueden servir también a fines externos a la ley,
debido a las implicancias políticas que tendrán por el contexto en que se enmarcan,
tal como argumentaba Judith Shklar en aplicación de la corriente de pensamiento del
instrumentalismo legal (Moyn, 2016).
En vista de lo anterior, sería posible concluir también que los procesos penales
pueden contribuir a la reconciliación, entendiendo esta noción como la «condición
bajo la cual los ciudadanos pueden volver a confiar los unos en los otros como ciuda-
danos» (De Greiff, 2010, p. 26).

157
Legados de un pasado irresuelto

Como salta a la vista, esta definición se aleja de la reconciliación entendida como


el perdón exigido por los males del pasado, y no se relaciona tampoco con la sanación
de las víctimas ni del resto de la comunidad (Minow, 1998). De hecho, el tipo de
reconciliación que abordamos aquí está relacionado con la expectativa normativa de
que los conciudadanos y las instituciones se regirán, en lo sucesivo, por las mismas
normas y los mismos valores. Por lo tanto, en la medida en que los procesos fomen-
ten la confianza cívica y restauren el Estado de derecho contribuirán a cumplir esas
expectativas. Para autores como Duff, tales procesos funcionarían como «rituales de
ciudadanía» en los que víctimas, autores y otros actores interactúen como miembros
de la misma comunidad política (2014), de modo que tales espacios no solo contri-
buirían a la reconciliación, sino que se convertirían en sí mismos en entornos en los
que se alcanzaría este objetivo, al menos de manera formal y simbólica.
Si bien este apartado comenzó enfatizando que la CVR impregnó una carga pro-
cesal en la lectura judicial que realizó del valor de la justicia, lo cierto es que sus
conclusiones y recomendaciones denotan que la Comisión logró articular un análisis
certero de los retos y las oportunidades que tuvo en frente respecto de esta materia.
De manera que, sin extralimitarse en su mandato, el aporte jurídico que tuvo la CVR
permitió avanzar los fines de la justicia más allá de una apuesta por los mecanismos
tradicionales de rendición de cuentas. Esto se explicará en mayor detalle en el si-
guiente acápite.

2. Las propuestas de la CVR para alcanzar justicia en sentido


judicial
Hacia el final de su mandato, la Comisión dispuso dos acciones concretas para
garantizar la vigencia de la justicia en sentido judicial. En primer lugar, puso a dis-
posición del Ministerio Público y del Poder Judicial un conjunto de expedientes
documentados que permitirían avanzar procesos penales en contra de los presuntos
responsables de violaciones de derechos humanos, de modo que aquellos sean debi-
damente sancionados en aplicación de las disposiciones legales vigentes. En segundo
lugar, en respuesta a los complejos hallazgos de su trabajo, la CVR formuló un total
de 18 recomendaciones para la reforma y el fortalecimiento del sistema de adminis-
tración de justicia y del sistema penitenciario en el país. Cada una de estas acciones
se abordará a continuación.
a) Los 47 expedientes de la CVR para la judicialización de casos
La CVR investigó un total de 73 casos sobre vulneraciones de derechos humanos,
y delimitó para cada uno de ellos un contexto específico, hechos relevantes, datos
generales sobre víctimas de violaciones e información sobre los autores responsables.
A la luz de sus hallazgos y conclusiones respecto de estos casos, la Comisión solicitó
158
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes

públicamente al Ministerio Público que iniciara las investigaciones correspondientes


y ejerciera la acción penal en las situaciones que así lo justificaban, y, en la misma
línea, recomendó a la Defensoría del Pueblo que, en el marco de sus atribuciones
constitucionales y legales, supervisara la labor del Ministerio Público sobre el parti-
cular (CVR, 2003).
Sin embargo, mediante su Comisión de Entrega, la CVR derivó específicamente
47 informes individuales al Ministerio Público, 43 de ellos se presentaron el 3 de
septiembre de 2003; es decir, a solo cinco días de la presentación del Informe Final de
la Comisión; los que se sumaron a cuatro expedientes que ya se habían entregado a
dicho Ministerio entre diciembre de 2002 y agosto de 2003 (Defensoría del Pueblo,
2004). La selección de estos casos estuvo asignada a un equipo multidisciplinario
creado al interior de la CVR y que se dedicó por más de un año a evaluar y seleccio-
nar los expedientes que serían finalmente trasladados (Cárdenas, 2023).
Cabe anotar aquí que los expedientes remitidos por la Comisión no coincidían
exactamente con cada uno de los 73 casos individuales incorporados en el tomo VII
de su Informe Final, sino que se construyeron de forma general a partir de los hechos
documentados en dicho Informe. De este modo, la lista de 47 expedientes acumula-
ba algunos casos investigados por la CVR de manera separada,2 o incluía informes
relativos a hechos documentados por la Comisión como parte de la determinación
de patrones en la perpetración de crímenes, como sucedió con el caso de violencia
sexual en las bases militares de Manta y Vilca en Huancavelica.
Los casos presentados para su judicialización se referían en su mayoría a la comi-
sión de ejecuciones extrajudiciales, aunque daban cuenta también de otros delitos
como las desapariciones forzadas, actos de tortura, violencia sexual y detenciones
arbitrarias (Defensoría del Pueblo, 2004).
Además, dichos expedientes involucraban a un total de 1647 víctimas y 492 pre-
suntos perpetradores. De este último grupo, la CVR entregó información suficien-
te para identificar plenamente a 371 autores, y al menos parcialmente —con un
nombre y un apellido, o a través de apelativos o referencias numéricas— a los 121
restantes (Defensoría del Pueblo, 2004). Si se considera el tipo de actor, los informes
enviados por la Comisión atribuían responsabilidades penales a 356 miembros de las
Fuerzas Armadas, a 70 miembros de la Policía Nacional del Perú, a 20 miembros de
Comités de Autodefensa o Rondas Campesinas, a 13 miembros de Sendero Lumi-
noso y a 11 civiles, y no precisaban información sobre la calidad de los 22 presuntos
autores restantes (Defensoría del Pueblo, 2004).
Si bien todos los casos investigados por la CVR revisten la mayor gravedad, la Co-
misión consideró una serie de criterios para decidir qué informes serían finalmente

2 Esto sucedió, por ejemplo, con los siguientes casos: «ejecuciones extrajudiciales de creyentes evangé-
licos en Callqui (1984), «ejecuciones extrajudiciales comprobadas en las fosas de Pucayacu (1984)» y
«la desaparición del periodista Jaime Ayala (1984)», los cuales investigó la CVR por separado, pero se
presentaron en un único informe denominado «Caso Huanta».

159
Legados de un pasado irresuelto

trasladados a los órganos del sistema de administración de justicia. Estos criterios


llevaban a la selección de aquellos expedientes que pudiesen razonablemente llegar a
una decisión final sobre el fondo de la controversia en un plazo prudencial, sea por el
nivel de documentación respecto de los hechos alegados, o por la clara identificación
de las partes concernidas (Cárdenas, 2023). De hecho, la presentación de los casos
por parte de la CVR estuvo acompañada de recomendaciones específicas para el
Ministerio Público o el Poder Judicial en relación con la investigación. Así, para 31
casos, la CVR solicitó al Ministerio Público formular una denuncia penal. Para otros
9, pidió dar inicio a una investigación fiscal; para otros 15, ampliarla; y, para los 2
casos restantes, continuarla. Al Poder Judicial, que conocía 2 casos remitidos por la
Comisión, le recomendó continuar con las investigaciones respectivas (Defensoría
del Pueblo, 2004).
A pesar de que la Comisión concibió a la vía judicial como un camino valioso para
garantizar justicia con posterioridad al conflicto armado interno, se debe reconocer
que este no fue un voto de confianza a ciegas en las virtudes de los procesos penales.
La investigación exhaustiva que había realizado la CVR en atención al mandato que
le fue encomendado la llevó a encontrar deficiencias graves y estructurales en el siste-
ma peruano de administración de justicia. Por este motivo, la Comisión acompañó
esta derivación de expedientes de un conjunto de recomendaciones para la reforma
integral del sistema de justicia.
b) Las reformas institucionales recomendadas por la CVR al sistema de administración
de justicia
Con un objetivo preventivo en mente, la Comisión presentó distintas recomen-
daciones de reformas institucionales que permitieran garantizar que los episodios de
violencia ocurridos entre 1980 y el 2000, así como las condiciones que habilitaron y
ahondaron en su ocurrencia, no volverían a repetirse. Estas recomendaciones se plan-
tearon a partir de conclusiones de diversa índole a las que llegó la CVR. Por ejemplo,
que el accionar de los grupos subversivos fue posible debido a la explotación de fractu-
ras sociales preexistentes y la marginalización de amplios sectores excluidos del proceso
democrático; o que la relativa ausencia estatal en determinadas regiones del país, acom-
pañada de altos índices de conflictividad social, favorecieron el arraigo y agravamiento
de la violencia (CVR, 2003).
De acuerdo con la CVR, un ámbito de particular preocupación —pues puso en
evidencia los vastos límites del Estado frente a las atrocidades del conflicto— fue el
de la administración de justicia. La Comisión concluyó duramente que
el sistema judicial no cumplió con su misión adecuadamente ni para la con-
dena eficiente y dentro de la ley de las acciones de los grupos subversivos, ni
para la cautela de los derechos de las personas detenidas, ni para poner coto
a la impunidad entre actuaban los agentes del Estado que cometían graves
violaciones de los derechos humanos. (2003, t. IX, p. 110)

160
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes

La CVR afirmó de forma tajante que el sistema judicial despertó sentimientos de


«incertidumbre, impotencia y frustración» producto de su ineficiencia para responder
a los actos de terrorismo y violaciones perpetradas en contra de la población (2003,
t. IX, p. 126).
La Comisión describió al sistema de justicia como un sistema vulnerable que no
pudo hacer frente a las amenazas de los grupos subversivos, ni al copamiento por
parte de la justicia militar de ámbitos reservados a su competencia, y que violentó
reiteradamente las garantías del debido proceso. Incluso con anterioridad al inicio
del conflicto, el sistema de justicia enfrentaba «problemas congénitos» que hacían
evidente —aunque no justificaban— su ineficiencia para responder a situaciones
todavía más desafiantes, como lo fueron las distintas manifestaciones de la violencia
durante el periodo de conflicto.
Se trataba de un sistema cuyos funcionarios no gozaban de independencia
ni permanencia en el cargo, sin provisión de recursos económicos adecuados ni
suficientes, con problemas graves de excesiva carga procesal y morosidad, y limitado
por normas jurídicas ineficientes (CVR, 2003, t. III). Todas estas circunstancias
demostraban la urgencia de introducir reformas estructurales a fin de que el proyecto
de rendición de cuentas propuesto por la Comisión e impulsado desde otros frentes
sociales fuera viable.
Sin precisar un marco temporal para su implementación, la CVR propuso un
total de 18 recomendaciones de reforma institucional a los órganos que integran el
sistema de administración de justicia. Entre aquellas, destacan por su relevancia para
el sistema judicial y su lucha contra la impunidad las siguientes (CVR, 2003, t. IX):
• Fortalecer la independencia del sistema a través del diseño de una política que
refuerce el sistema de designación y remoción de jueces y fiscales.
• Impedir que la designación de jueces provisionales y suplentes se utilice como
un mecanismo de control del sistema judicial.
• Incorporar constitucional y legalmente la posibilidad de control del fuero mili-
tar a través de la Corte Suprema de Justicia para garantizar que esta jurisdicción
solo conozca los delitos de función militar.
• Establecer un sistema especializado temporal para investigar y procesar casos
de crímenes y violaciones de los derechos humanos. Este sistema debería estar
integrado por una sala en la Corte Superior de Justicia con competencia na-
cional, una fiscalía superior coordinadora, así como juzgados penales y fiscalías
especializadas en derechos humanos y derecho internacional humanitario, en
distintas regiones del país.
• Insertar cambios legislativos que permitan incorporar estándares internaciona-
les a la administración de justicia, así como ratificar de forma expresa en la
Constitución el rango constitucional de los tratados internacionales de dere-
chos humanos.
• Iniciar un programa de capacitación a jueces, fiscales y abogados en derechos
humanos, derecho internacional humanitario y cultura democrática.

161
Legados de un pasado irresuelto

El enfoque y alcance de estas recomendaciones denotan que, durante su análisis,


para la CVR fue muy claro que la justicia, sin reformas, era un proyecto condenado
al fracaso. Aun cuando su mandato constreñía a la Comisión a ser un mecanismo
de búsqueda y esclarecimiento de la verdad, su compromiso con otros pilares nece-
sarios para atender integralmente los problemas derivados del conflicto armado fue
decidido. A diferencia de la Comisión para la Verdad y Reconciliación de Sudáfrica
que tuvo competencia para otorgar amnistías a presuntos perpetradores que revela-
ran información y pidieran perdón a las víctimas (Hayner, 2011), la CVR no tuvo
facultades jurisdiccionales. No obstante, fue esto precisamente lo que le dio mayor
margen de maniobra para realizar un análisis crítico, profundo y aterrizado de la
realidad y posibilidades del sistema de justicia para implementar medidas eficientes
para la rendición de cuentas.
Con esto, la Comisión servía con suficiencia a diversos fines de la justicia tran-
sicional en tanto no solo brindaba reconocimiento a las víctimas con el relato arti-
culado en su Informe Final, sino que expandía esta oportunidad también al ámbito
jurisdiccional. En simultáneo, la CVR sugería cambios destinados a fortalecer la tan
debilitada confianza de la sociedad en las instituciones judiciales y promovía, de ma-
nera indirecta, restablecer el Estado de derecho en el país.

3. El legado jurídico de la CVR a veinte años de su Informe


Final
Es imposible iniciar esta sección sin responder a la pregunta acerca de cómo di-
mensionar el impacto jurídico de la CVR a veinte años de su Informe Final. Esta
pregunta es altamente compleja, debido a que, como se recordará, la CVR desarrolló
sus funciones durante un muy breve periodo de tiempo y, culminada su encargatura,
no estableció un mecanismo formal de seguimiento a la implementación de sus
recomendaciones, ni tampoco creó una lista de indicadores que pudiesen servir a
futuro para medir dicho impacto.
Frente a la imposibilidad de responder a esta pregunta desde esa aproximación
técnica, se podría apostar por una respuesta lógica. Bajo esta mirada, el impacto
jurídico de la Comisión podría medirse desde un enfoque cuantitativo a partir del
número de casos de la lista de expedientes remitida por la CVR a los órganos del
sistema de justicia que han concluido a la fecha; a partir del número de personas
efectivamente sancionadas; a partir de la cantidad de víctimas que alcanzaron justicia;
entre otros. De igual manera, el porcentaje de implementación de las medidas de
reforma institucional recomendadas al sistema judicial sería un indicador para medir
ese impacto.
De forma complementaria podría recurrirse también a un análisis cualitativo que
se construya más bien considerando las principales características de los procesos
162
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes

penales iniciados; es decir, su duración, si aplicaron estándares internacionales de


derechos humanos, si incorporaron medidas de protección a víctimas y testigos,
etc. En lo que respecta a las medidas de reforma institucional, este enfoque podría
considerar las nuevas capacidades desarrolladas en los operadores del sistema de
justicia y su utilidad para las funciones que ejercen; la transversalización del enfoque
de derechos humanos en las normativas aprobadas para regir la función jurisdiccional;
el grado de independencia alcanzado por las instituciones judiciales respecto de otros
poderes públicos; entre otros.
Desafortunadamente, ningún organismo público ha monitoreado esta información
de manera permanente, articulada, ni uniforme. En ocasiones puntuales, la Defensoría
del Pueblo publicó importantes informes defensoriales en los que analizaba el nivel de
implementación de las recomendaciones de la CVR en materia de verdad, justicia y
reparación. En específico, lo hizo cuando se cumplían uno, dos, cinco y diez años de
la presentación del Informe Final; sin embargo, esta iniciativa tan valiosa y necesaria
no se ha repetido.
La última evaluación de medición integral elaborada por la Defensoría del Pueblo
se encuentra en el Informe Defensorial n.° 162, mediante el cual dicha institución
presentó un análisis sobre el nivel de avance y los desafíos identificados para
implementar reparaciones, el desarrollo de investigaciones y procesos judiciales, y
la búsqueda de personas desaparecidas. La Defensoría del Pueblo calificó al proceso
de verdad, justicia y reparación como «inconcluso» y, en lo que respecta al eje de
la justicia,3 destacó el bajo nivel de avance en la resolución de casos vinculados a
graves violaciones de los derechos humanos,4 así como la existencia de obstáculos
para consolidar y fortalecer un subsistema especializado para el conocimiento de tales
casos (2013).
Desde la sociedad civil existieron también esfuerzos importantes para el monito-
reo del avance en la judicialización de casos; no obstante, varios de ellos dejaron de
implementarse con el pasar del tiempo. Por ejemplo, tanto el Instituto de Defensa
Legal (IDL) como el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la PUCP
(IDEHPUCP) publicaron documentos de seguimiento al desarrollo judicial de los

3 Cabe precisar que la Defensoría del Pueblo incluyó en este análisis sus conclusiones a partir de la su-
pervisión no solo de los 47 informes individuales remitidos por la CVR al Ministerio Público y al Poder
Judicial, sino también de 12 casos que las ex-Fiscalías Especializadas de Derechos Humanos derivaron
a la Defensoría y de 159 casos que comenzaron en jurisdicción interna a partir de la suscripción de un
comunicado de prensa conjunto suscrito por el Estado peruano y la Comisión Interamericana de Dere-
chos Humanos el 22 de febrero de 2001.
4 De acuerdo a información recopilada por la Defensoría del Pueblo, proveniente de la Fiscalía Superior
Penal Nacional, la Sala Penal Nacional, fiscalías y juzgados penales supraprovinciales, y organizaciones
de la sociedad civil como la Asociación Pro Derechos Humanos (APRODEH) y Paz y Esperanza, úni-
camente 14 casos contaban con sentencia; mientras que los demás se distribuían de la siguiente manera:
cinco en investigación preliminar, ocho en instrucción, siete pendientes de juicio oral, diez en juicio
oral, cinco en reserva y cuatro en archivo.

163
Legados de un pasado irresuelto

casos5 en los que se podía conocer el estado procesal de cada expediente, el número
de sentencias condenatorias o absolutorias emitidas, la cantidad de casos archiva-
dos, los expedientes acumulados, el rango de años de sanción impuesta a los auto-
res condenados, entre otros datos. Al 2011, la información disponible revelaba un
panorama poco alentador en el que solo el 13 % de los casos remitidos por la CVR
contaba con sentencia definitiva; mientras que el 34 % del universo continuaba en
investigación preliminar a nivel de Ministerio Público (Quinteros, 2011).
En la actualidad, a veinte años de la presentación del Informe Final de la Comisión
y de la entrega de casos al sistema de justicia, el 43,40 % se encuentra aún en alguna
etapa del proceso judicial —sea juicio oral, control de acusación o, incluso, inves-
tigación preliminar—; mientras que el 41,50 % de casos cuenta con una sentencia
condenatoria; y, el 15 % restante, con una sentencia absolutoria6 (Cárdenas, 2023).
Cabe resaltar, como una barrera importante, que esta información no consta de ma-
nera sistematizada en ninguna fuente pública, sino que se ha construido de manera
fragmentada a partir de datos recabados de los distintos equipos legales que hasta hoy
continúan litigando la mayoría de estos casos.
Sin duda alguna, lo alcanzado es muy poco si se toman en cuenta las caracterís-
ticas especiales de los casos que están a la espera de una respuesta de la justicia. Nos
referimos aquí a casos que involucran graves violaciones de los derechos humanos y
que, por su gravedad e impacto, no solo lesionan directamente los derechos de las
víctimas y sus familiares, sino que trastocan el tejido social de la manera más irre-
versible y perversa. La calificación de estos delitos obliga jurídicamente al Estado a
investigar de manera inmediata, sancionar a los responsables y reparar a las víctimas
oportunamente (Albán, 2013); sin embargo, se observa que existen casos cuyos he-
chos ocurrieron en 1983 y continúan abiertos; uno de ellos, relativo al asesinato de
campesinos de Cancha Cancha, se encuentra en investigación preliminar.
Lo anterior no es resultado exclusivo de un sistema de administración judicial que
ya había sido duramente cuestionado por la CVR por su incapacidad de responder
a los desafíos del conflicto armado interno, sino que obedece también a causas exó-
genas como la poca voluntad política para implementar las recomendaciones de la
Comisión; el poco respaldo institucional que esta tuvo incluso desde el momento
de su establecimiento (Ledgard, 2023); las narrativas de descrédito de determinadas
facciones políticas que buscaban la impunidad; o la estrepitosa pérdida de protago-
nismo que la agenda posconflicto vio en la discusión pública con el pasar del tiempo.
De hecho, en el 2009, el aquel entonces presidente del Poder Judicial, Javier Villa
Stein, afirmaba en el contexto de una próxima reunión con la Comisión Interame-
ricana de Derechos Humanos que los casos pendientes de respuesta culminarían en

5 Para más información, véase Instituto de Defensa Legal (2006) y Quinteros (2011).
6 De este grupo, la sentencia absolutoria pronunciada en dos casos ha sido apelada: el caso de «Viola-
ciones a los derechos humanos en la base militar de Santa Rosa» y el caso de «Violaciones a los derechos
humanos en la base militar de Capaya».

164
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes

un periodo máximo de un año y medio (Chávez, 2009), lo que claramente tampoco


ocurrió. El impulso inicial que tuvo el Informe Final de la CVR se fue diluyendo con
los años (Rivera, 2013; Defensoría del Pueblo, 2013).
Por otro lado, tampoco podría afirmarse que las recomendaciones de reforma al
sistema de administración de justicia formuladas por la Comisión se hayan atendido
de forma adecuada o suficiente. Un análisis pormenorizado del nivel de implemen-
tación de las 18 recomendaciones propuestas por la CVR supera el propósito y las
posibilidades de este capítulo, por lo que nos detendremos brevemente en aquella
que se refiere a la creación de un subsistema especializado en derechos humanos y
derecho internacional humanitario, que esté en condiciones reales de investigar y
procesar los crímenes identificados por la Comisión.
Aunque este subsistema se creó de manera relativamente pronta ante la urgencia
de atender con inmediatez las necesidades de su justicia, sus inicios fueron acciden-
tados. La Defensoría del Pueblo menciona indicios que revelan poca coordinación
entre el Ministerio Público y el Poder Judicial para plantear un diseño articulado que
considere todas las características que este subsistema exigía (2005).
Inicialmente, a nivel del Ministerio Público, el subsistema especializado en dere-
chos humanos involucró la creación de la Fiscalía Superior Especializada en Derechos
Humanos, Desapariciones Forzadas, Ejecuciones Extrajudiciales y Exhumación de
Fosas Clandestinas con competencia a nivel nacional (Fiscalía de la Nación, 2003).
Asimismo, en el 2004, se cambió la denominación de la Fiscalía Superior Especia-
lizada en Delitos de Terrorismo por la de «Fiscalía Superior Penal Nacional y Fisca-
lías Penales Supraprovinciales», con lo que se ampliaron sus competencias para que
también pudieran conocer delitos contra la humanidad y otros delitos comunes que
hayan involucrado violaciones de derechos humanos (Fiscalía de la Nación, 2004).
Estos cambios tuvieron correlato también a nivel regional, en donde se decidió crear
fiscalías especializadas en violaciones de derechos humanos o ampliar las compe-
tencias de fiscalías ya existentes en los distritos de Ayacucho, Apurímac, Arequipa,
Cajamarca, Cusco, Huánuco, Huaraz, Huancavelica, Huancayo, Junín, La Libertad,
Piura, Puno, Moyobamba y Ucayali (Defensoría del Pueblo, 2004).
El subsistema fiscal dedicado de forma exclusiva a conocer delitos de derechos hu-
manos funcionó como tal únicamente hasta el 2010, año en que se le asignó también
la investigación de delitos de corrupción y narcotráfico (Jave, 2023). En la actuali-
dad, como menciona Jave (2023), ha quedado reducido a un grupo de siete fiscalías:
una fiscalía superior con competencia nacional para casos de violaciones de derechos
humanos, y seis fiscalías supraprovinciales con personal y recursos reducidos.
En cuanto al Poder Judicial, la creación de un subsistema de derechos humanos se
materializó en el 2004 con la creación de la Sala Penal Nacional (antigua Sala Nacio-
nal - antiterrorismo) (Poder Judicial, 2004) y de los Juzgados Penales Supraprovin-
ciales en Lima y Ayacucho, así como con la creación de los Juzgados Especializados
de Huánuco y Junín en el 2009 (Defensoría del Pueblo, 2013), todos ellos con com-

165
Legados de un pasado irresuelto

petencia para conocer casos de terrorismo, delitos contra la humanidad y otros deli-
tos comunes que constituyan violaciones de derechos humanos. Con modificaciones
del 2012, los Juzgados Penales Supraprovinciales de Lima pasaron a denominarse
«Juzgados Penales Nacionales».
Aunque este aparente nivel de especialización fue muy positivo en su momento,
lo cierto es que, tal como sucedió a nivel del Ministerio Público, la dedicación que
tenía el subsistema de Poder Judicial para casos referidos a violaciones de derechos
humanos empezó a diluirse por la saturación de los órganos colegiados del subsiste-
ma, los cuales fueron paulatinamente obligados a conocer también otros delitos. Por
ejemplo, en el 2006 se amplió la competencia material de la Sala Penal Nacional para
que conociera también procesos por delitos tributarios y de propiedad intelectual
(Poder Judicial, 2006). En el 2008, sus competencias fueron nuevamente expandidas
para conocer delitos de secuestro y extorsión (Poder Judicial, 2008). Al 2013, la Sala
Penal Nacional que inicialmente debía conocer únicamente casos vinculados a dos
delitos —terrorismo y violaciones de derechos humanos— pasó a tener competencia
para conocer hasta 13 tipos penales que involucraban la modalidad de crimen orga-
nizado (Ley 30077).
Aunque, en el 2017, la Sala Penal Nacional fue dotada de un Estatuto para for-
talecer su institucionalización como órgano de la Corte Superior de Justicia (Poder
Judicial, 2017), lo propuesto poco después quedó sin efecto. Esto en vista de que,
apenas un año más tarde, el Poder Judicial tomó la decisión de unificar a la Sala Pe-
nal Nacional y al Sistema Especializado en Delitos de Corrupción de Funcionarios,
argumentando que aquello favorecía la funcionalidad jurisdiccional, administrativa
y presupuestaria de dichos órganos (Poder Judicial, 2018).
De esta manera, ambos sistemas fueron integrados en una única entidad denomi-
nada «Corte Superior de Justicia Especializada en Delitos de Crimen Organizado y
de Corrupción de Funcionarios», cuya denominación fue modificada en el 2021 a
«Corte Superior Nacional de Justicia Penal Especializada», nombre que conserva has-
ta la actualidad. De acuerdo al artículo 6 de su estatuto de funcionamiento, la Corte
Superior Nacional tiene competencia sobre casos relativos a delitos de terrorismo y
delitos contra la humanidad (con exclusión de la tortura), junto con delitos perpe-
trados contra periodistas, lavado de activos, crimen organizado y delitos conexos.
Como se puede observar, estas múltiples modificaciones, desarrolladas de manera
ininterrumpida en el transcurso de los últimos veinte años, no solo son difíciles de
rastrear, sino también de explicar. Al final del día, el objetivo medular de contar con
un subsistema de justicia especializado en derechos humanos que pudiera dar res-
puestas adecuadas y efectivas a los crímenes del pasado quedó frustrado en medio de
un proyecto de reforma inconcluso.
Sin embargo, lo desarrollado hasta aquí no debe entenderse como una argumen-
tación que ponga en tela de juicio el impacto jurídico de la CVR. Todo lo contra-
rio. Sería por demás mezquino medir el legado jurídico de la Comisión por deudas

166
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes

exigibles a la administración de justicia. Es importante hacer hincapié nuevamente


en que la CVR no fue un órgano jurisdiccional, sino uno de esclarecimiento de la
verdad que, tangencialmente, logró también contribuir a la satisfacción de otros fines
del paradigma de la justicia transicional. Y, aunque su relación con el eje de la justicia
en sentido judicial fue directa, ello no debe interpretarse como una responsabilidad
indirecta por las falencias demostradas por el sistema judicial peruano.
La Comisión fue un conducto, que incluso al día de hoy continúa vigente, para
confirmar de forma explícita que en el Perú del conflicto armado interno se come-
tieron graves violaciones de los derechos humanos, y que no activar los mecanismos
judiciales de investigación y sanción consumaba un escenario de impunidad que era
contrario a toda obligación internacional del Estado peruano. En esa misma lógica,
el trabajo de la CVR ha permitido reafirmar la improcedencia de las amnistías en
estos supuestos, la no aplicación de figuras de prescripción, y la incompetencia de la
justicia militar para crímenes que bajo ningún concepto pueden considerarse «deli-
tos de función». Además, su legado se evidencia también en haber dado pie a que se
discutan judicialmente delitos que habían quedado relegados ante la masividad de las
ejecuciones extrajudiciales o las desapariciones forzadas, como lo fueron la violencia
sexual en modalidad de crimen de lesa humanidad y la violencia contra periodistas.

4. Conclusiones
Minow afirmaba que «responder a la violencia masiva con procesos judiciales, es
una manera de abrazar al Estado de Derecho» (1998, p. 25). La CVR se enfrentó
a la compleja tarea de responder a un contexto en que la comisión sistemática
de violaciones de los derechos humanos desafiaba las posibilidades de justicia y
reparación. Y, aunque sus conclusiones la dirigieron de manera ineluctable al camino
de los procesos judiciales como una alternativa de justicia, nunca se alejó de su
misión inicial de esclarecer los hechos como un medio para lograr la reconciliación y
el fortalecimiento del Estado democrático en nuestro país.
Sin embargo, lo anterior se muestra todavía como una tarea pendiente con poca
esperanza de ser atendida adecuadamente en el corto o mediano plazo. Si se considera
que era el momento inmediatamente posterior a la presentación del Informe Final
de la CVR el que debía servir como terreno fértil para impulsar reformas sustantivas
que dieran garantías suficientes para la judicialización de casos, pues las expectativas
de un futuro de rendición de cuentas se muestran incluso más etéreas.
Y es contradictoriamente en estas circunstancias en las que el legado jurídico de la
Comisión se vuelve más importante. Para recordar las obligaciones internacionales
del Estado en cuanto al respeto y la garantía de los derechos humanos. Para cerrar
el paso a la aplicación de figuras eximentes de responsabilidad penal que pretenden
eludir el peso de la justicia. Para difundir un relato oficial que afirme que en la época

167
Legados de un pasado irresuelto

del conflicto armado interno no se cometieron «excesos o errores», sino graves vio-
laciones de los derechos humanos. Para mantener con vida una verdad que brinde
reconocimiento a las víctimas y nos encamine a la reconstrucción de nuestros lazos
sociales.

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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR
en la asociatividad y el liderazgo político de las

víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023)


https://doi.org/10.18800/9786124474477.006

María Rosa Alayza Mujica


https://orcid.org/0000-0002-6721-931X
Pontificia Universidad Católica del Perú

Gianfranco Silva Caillaux


https://orcid.org/0000-0001-6581-5487
Pontificia Universidad Católica del Perú

Resumen
Este capítulo analiza el legado de la CVR en la asociatividad de las organizaciones
de víctimas civiles ayacuchanas más activas en las demandas de reparación al Estado
(Anfasep, Juventud-Anfasep y Coravip). Se sostiene que la CVR abrió una ventana
de oportunidad que propició la asociatividad de las víctimas y que ellas supieron
aprovechar, pues siguiendo las recomendaciones impulsaron la institucionalización
de políticas de reparaciones en coalición con organizaciones de la sociedad civil y
funcionarios; aunque sin que necesariamente el Estado dignifique a las víctimas. Tras
analizar lo planteado por la CVR sobre las asociaciones de víctimas, se encuentra lo
siguiente: a) Que reproduce la violencia estructural contra las mujeres andinas que
exigían la búsqueda de sus desaparecidos, al darle poca relevancia en su Informe y no
incluirlas directamente entre los actores del conflicto. b) Que pierde de vista muchas
otras experiencias de afectación vividas por personas que no asumen la identificación
de víctimas ni se sienten convocadas por el proceso abierto por la CVR, establecien-
do una asimilación entre víctimas y grupos organizados. A futuro, queda un doble
desafío para estas organizaciones: fortalecer sus estrategias frente a los posibles retro-
cesos de las políticas promovidos por sus opositores, así como formar a nuevos líderes
y lideresas que no vivieron los años de la violencia.
Palabras clave: Anfasep, asociatividad, Ayacucho, Coravip, CVR, Juventud-Anfa-
sep, organizaciones de víctimas
171
Legados de un pasado irresuelto

Introducción
A veinte años de la entrega del Informe Final (IF) de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (CVR), resulta pertinente evaluar sus impactos sobre las iniciativas
de organización de las víctimas; precisamente, en un contexto político donde estas
han ganado presencia en la sociedad y se han convertido en canales de comunicación
entre el Estado y las víctimas. Así, con respecto a estas últimas, las comisiones de la
verdad han servido como plataformas para hacer públicos los testimonios sobre sus
vivencias de la violencia política, así como sus demandas frente al Estado y la socie-
dad, en búsqueda de reparación y justicia (Crocker, 2000; Simpson, 2007).
En este capítulo nos centramos en la agencia de tres organizaciones de víctimas ci-
viles ayacuchanas: la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y
Desaparecidos del Perú (Anfasep), la Juventud-Anfasep y la Coordinadora Regional
de Organizaciones de Afectados por la Violencia Política (Coravip). Consideremos
que la población de Ayacucho fue afectada con más del 40 % de muertos y desapare-
cidos reportados a la CVR (CVR, 2004, p. 21). Es así que nos hacemos la siguiente
pregunta: ¿De qué forma la CVR ha incidido en los procesos de creación y desarrollo
de algunas organizaciones de víctimas civiles ayacuchanas con mayor visibilidad e
incidencia en el Perú posconflicto? Con esto, buscamos ponderar los aprendizajes y
las dificultades que han enfrentado estas asociaciones en el Perú posconflicto. Soste-
nemos que la CVR abrió una ventana de oportunidad que propició la asociatividad
de las víctimas debido al impulso que dio con sus recomendaciones para la institu-
cionalización de políticas públicas de reparaciones.
Esta comisión, con potenciales acciones estatales, fue un incentivo para que las
víctimas se organicen —y articulen junto con aliados de la sociedad civil— para
demandar justicia y, luego, colaborar con la elaboración, implementación y retroa-
limentación de dichas políticas. Sin embargo, la asociatividad de las víctimas no se
limita al contexto pos-CVR, sino que puede ser rastreado hasta los años ochenta,
desde los inicios del conflicto, identificándose dos generaciones de organizaciones de
víctimas ayacuchanas con demandas, estrategias y acciones propias (Alayza y Silva,
2023). Al inicio, la actitud de los grupos de víctimas era sobre todo demandante y
crítica del Estado peruano, sin contar con una perspectiva de negociación y de alian-
zas. Pero, con el tiempo, aprendieron —no sin dificultades y tensiones entre ellas— a
actuar coordinadamente para incidir frente al Estado e incluso a trabajar desde den-
tro (con liderazgos políticos y puestos burocráticos), desde donde avanzaron sus de-
mandas. Asimismo, comprendieron que las exigencias están sujetas a la negociación
dentro de ciertos márgenes que pone la autoridad, es decir, el Estado.
El proceso abierto por la CVR llevó a que los grupos de víctimas organizadas
cobraran importancia en la política actual (nacional, regional y local), aunque con
jerarquías internas, pues habría «víctimas menos víctimas», como muchas veces se
consideró a los desplazados (Ramírez, 2017; Rosario Giraldo, ex secretaria ejecutiva

172
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

de PQNSR, 16 de marzo de 2023). Y, al mismo tiempo, restringió el camino para


otras vivencias de la victimización al enfocarse mayormente en la lucha por las polí-
ticas de reparaciones y memoria. Esto llevó a perder de vista —como sociedad— los
itinerarios, las experiencias subjetivas y los propios mecanismos de afrontamiento
frente al (pos)conflicto de otras tantas personas afectadas por la violencia política,
que no se organizaron o que no se reconocen como víctimas, en un contexto en el
que se sintieron amenazadas e inseguras. Los procesos de migración y la adaptación
a la vida urbana en las regiones afectadas, o en Lima, incidieron en la invisibilización
de estos otros afectados.
Así como valoramos los procesos de las víctimas organizadas, problematizamos la
común ecuación entre víctimas y grupos organizados, lo que nos lleva a descentrar
la noción de víctima, pues consideramos que valorar su trayectoria no es razón para
estrechar la mirada, especialmente a los veinte años de la CVR. No obstante, en este
capítulo nos centramos principalmente en las víctimas organizadas por dos motivos
prácticos: a) la visibilidad de estos líderes y lideresas hace mucho más fácil ubicar y
entrar en contacto con ellos, y b) esta exposición se debe a que han sido muy activos,
encabezando el proceso de construcción del tejido social organizativo y de incidencia
política que creó e hizo seguimiento a dispositivos legales para acceder a reparaciones.
Además, son organizaciones que se encuentran fuertemente entrelazadas entre sí,
donde la presencia de cuadros que pasan de una a otra es frecuente, casi como una
«línea de carrera» de muchos líderes del movimiento de víctimas. De esta manera, en-
focarnos en estos tres casos de mayor visibilidad, agencia y conexión con los circuitos
institucionales abiertos por la CVR nos permite comprender, en su mayor extensión,
los impactos de esta comisión en la asociatividad de las víctimas. Empero, esto no
implica que sean las únicas, pues hay muchas más en otras regiones, con trayectorias
propias, aunque quizá con mayores dificultades y debilidades organizativas.
Respecto a la metodología, se adopta una perspectiva cualitativa basada en el tra-
bajo de campo de los autores en Ayacucho con asociaciones de desplazados (Alayza
en 2015), observación participante en reuniones de la Asociación Centro Loyola con
líderes de víctimas (ambos autores entre 2018 y 2019), y labores de asesoría y activis-
mo en el Movimiento Ciudadano Para Que No Se Repita (PQNSR)1 (Alayza entre
2003 y 2016). Asimismo, se desarrollaron diez entrevistas semiestructuradas en 2020
y 2023, algunas de las cuales se hicieron por teléfono, pues el inicio de la pandemia
detuvo el trabajo de campo y luego se aprovecharon las facilidades de la tecnología.
Inicialmente, se propuso conversar por videollamada; sin embargo, los participantes
adujeron tener problemas de conectividad en sus localidades.

1 PQNSR es una plataforma nacional surgida en el 2003 que trabajó de manera cercana con el tejido
organizativo de víctimas. Está conformada por la alianza de diversas organizaciones no gubernamentales
(ONG), Iglesias y grupos de víctimas de todas las regiones del Perú, que fomentó procesos de forma-
ción, incidencia política, encuentro —respetando las diferencias regionales—, sanación y fortalecimien-
to de sus capacidades organizativas.

173
Legados de un pasado irresuelto

Así, conversamos con cinco líderes y lideresas de las asociaciones estudiadas (dos
veces con uno de ellos en diferentes años), un exdirigente de Coravip que actualmen-
te trabaja como funcionario público en temas sobre reparaciones y tres ex secretarias
ejecutivas del PQNSR. Recogemos aquí tres entrevistas que se hicieron en abril de
2020 en el marco del proyecto cooperativo Antena Vaticana «Explorando los límites
de la democracia en contextos interculturales peruanos», ejecutado por la Pontificia
Universidad Católica del Perú (PUCP) y la Fundación Gravissimum Educationis,
Ciudad del Vaticano (2019-2020), cuyos resultados están publicados en Alayza y
Silva (2023). Por otro lado, las siete entrevistas realizadas entre marzo y mayo de
2023 se llevaron a cabo para esta investigación, con el fin de profundizar en algunas
de las reflexiones antes planteadas y actualizarlas, centrándonos principalmente en el
legado de la CVR en estas organizaciones.
En la primera sección de este capítulo se aborda cuál es el lugar que la CVR asigna
a las organizaciones de víctimas, así como los problemas que de este particular arreglo
se deriva: reduciéndoles agencia y replicando la violencia simbólica que el mismo
informe denuncia, además de la equiparación entre víctima y experiencia organizada
que invisibilizó otras vivencias. Luego, se considera cómo el legado de la CVR en el
posconflicto impactó en las dos generaciones de organizaciones de víctimas civiles
ayacuchanas, así como en sus trayectorias, acciones y relacionamiento con el Esta-
do. De este modo, analizamos las organizaciones pioneras que surgieron antes de la
CVR encabezadas por las madres, las nuevas impulsadas por los hijos-jóvenes que se
beneficiaron de la ventana de oportunidad abierta por la Comisión, para finalmente
considerar el futuro de estas asociaciones: ¿un nuevo recambio generacional para
incluir a los nietos?

1. La CVR y las víctimas


La CVR propició una ventana de oportunidad para la discusión pública de los
hechos de la violencia desatada durante los veinte años del conflicto armado interno,2
en medio de un clima político de fuerte polarización alrededor de sus objetivos. Asi-
mismo, generó las condiciones para la posterior visibilización de la agencia política de
las víctimas, algunas de las cuales se organizaron tempranamente desde el inicio de la
violencia política —como es el caso de Anfasep, creada en 1983— y mostraron resi-
liencia para hacer frente a la vida del (pos)conflicto. Este contexto permitió que desde
el Estado peruano surgieran propuestas para resarcir las violaciones de los derechos
humanos mediante políticas públicas de reparación y memoria.3

2 Para mayor información, consúltese Laplante (2007); Laplante y Theidon (2007); Theidon (2004);
Yezer (2008).
3 Revísese Alayza (2017b); Barrenechea (2010); Bebbington, Bielich y Scurrah (2011); Guillerot
(2019); Jave (2021); Macher (2007) y (2014); Ramírez (2017) y (2018); Ramírez y Scott (2019); Silva

174
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

Con el tiempo y en el marco abierto por la CVR, se fueron creando a nivel re-
gional organizaciones de víctimas, especialmente en las zonas más afectadas por la
violencia. Para el caso ayacuchano, resalta Coravip, aunque en ese entonces tenía otro
nombre.4 Luego, estas asociaciones construyeron representación nacional mediante
la Coordinadora Nacional de las Organizaciones de Víctimas y Afectados por la Vio-
lencia Política de Perú (Conavip), fundada en 2004 por víctimas de segunda genera-
ción con diferentes afectaciones, hijos de las madres que buscaban justicia (Ramírez,
2018; Jave, 2020). Esta plataforma entró en acción tan pronto como fue creada, de
forma que trabajaron —de manera crítica— junto al Estado en la discusión y elabo-
ración de la Ley 28592, ley que crea el Plan Integral de Reparaciones (PIR). Desde
ese momento, han tenido participación activa en la consecución de normativa favo-
rable para las víctimas de la violencia política, como la Ley de Búsqueda de Personas
Desaparecidas de 2016 y el Decreto Legislativo 1398 de 2018, que creó el Banco de
Datos Genéticos para la Búsqueda de Personas Desaparecidas en el Perú (Jave, 2018;
Velarde, 2021).
Además, fueron surgiendo en otros espacios diversos tipos de organizaciones de
acuerdo a los diferentes perfiles de las víctimas, así encontramos policiales (Asocia-
ción de Viudas, Madres y Sobrevivientes de Miembros de las Fuerzas Armadas y
Policía Nacional [Avisfaip]), militares (Confederación Nacional de Licenciados de
las Fuerzas Armadas del Perú [Conlifap]) y civiles (Anfasep, Coravip, Conavip, entre
muchas otras).5 Cada uno de estos actores, además de los grupos alzados en armas,
tienen sus propias memorias y formas de procesar el pasado en el presente.6 Es más,
en la sociedad peruana, hasta el día de hoy no existe una memoria hegemónica que
se erija sobre el resto como la interpretación de sentido común (Silva, 2018). Esto ha
alimentado la polarización durante el posconflicto, hace difícil llegar a acuerdos e in-
cluso referirse a los años de la violencia política, pues coexisten diferentes memorias
con interpretaciones muy distintas sobre el pasado reciente.7
Si bien resaltamos el rol de la CVR como parteaguas en la asociatividad de las
víctimas, también reconocemos que antes de la Comisión hubo grupos de afectados
por la violencia política que se organizaron y buscaron ser escuchados, pero que
no despertaron la atención ni la solidaridad de la mayoría de peruanos. Pese a esto,
persistían en su búsqueda y acudían a instituciones como las iglesias o las ONG de
derechos humanos que, desde fines de 1970, iniciaron su trabajo y los apoyaban para
presentar sus denuncias a instancias judiciales nacionales o internacionales. Así, en
pleno conflicto armado interno, resalta el soporte que recibían las madres de Anfasep

(2018); Ulfe y Málaga (2021).


4 Coravip se fundó como Frobavej (Frente Regional de Organizaciones de Base por la Verdad y la Jus-
ticia) el 15 de febrero de 2003.
5 Según registros de PQNSR, a nivel nacional habría más de 130 organizaciones de víctimas civiles,
policiales y militares.
6 Consúltese Agüero (2015); Alayza et al. (2022); Gavilán (2012); Granados (2022); Salgado (2022).
7 Revísese Ilizarbe (2015); Ríos (2019); Silva (2022); Ulfe e Ilizarbe (2019); Zúñiga (2022).

175
Legados de un pasado irresuelto

de parte del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) —especialmente, del padre Neptalí
Liceta—, la Comisión de Derechos Humanos (Comisedh),8 la Asociación Pro De-
rechos Humanos (Aprodeh) y la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS)9 (Pe-
draglio, 2014, pp. 198-199; Soto, 2015, pp. 30-31).
Es pertinente considerar el entramado local de la sociedad civil ayacuchana —bien
enraizado en el tejido social muy participativo desde ese entonces hasta la actualidad,
pese a las secuelas del conflicto (Flores, 2019)— que trabajaba de la mano con las
poblaciones rurales, y terminó acogiendo y empoderando a las víctimas. Además,
la pertenencia a la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de
Detenidos-Desaparecidos (Fedefam) le sirvió a Anfasep para tener contactos con or-
ganismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o
la Organización de Estados Americanos (OEA), lo que le dio la oportunidad de vi-
sitar otros países para denunciar las violaciones de los derechos humanos (Youngers,
2003).
Todo ello se producía en medio de un clima de temor e inseguridad, pues los
Gobiernos centrales —lejos de recibirlos y responder a sus reclamos— eran hostiles a
sus discursos y las consideraban sospechosas de ser «familiares de terroristas». Tal era
el miedo, que Anfasep no se atrevió a realizar una marcha pública hasta 1985 —dos
años luego de su fundación—, cuando recibieron la visita y el respaldo público del
premio nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel (Soto, 2015, p. 32). Una excepción lo-
cal a esta desconfianza fue la alcaldesa de Huamanga, Leonor Zamora (1983-1986),
quien colaboró de cerca con esta organización.
Al contrario, la CVR recibió su mandato durante la transición democrática del
2000 y, pese al clima polarizado, contó con el apoyo de instancias internacionales
especializadas en derechos humanos, así como de algunos Estados con agendas de
justicia transicional, dotándola de legitimidad. En el Perú posconflicto, la CVR ha
actuado como una «carpa» de memoria (Stern, 2000, p. 14), vale decir, como una
propuesta de lectura de los años de la violencia política que articula —dentro de
sí— las experiencias particulares de distintos actores sociales. Es más, la CVR no
solo ha articulado las memorias de los actores que la suscriben (víctimas, activistas de
derechos humanos, intelectuales y artistas), sino también de quienes la critican y se
le oponen. Debido a esta polarización de memorias y al escaso apoyo de parte de po-
líticos que se habían comprometido con su narrativa y sus recomendaciones, muchas
veces funciona como un referente continuamente negado (Silva, 2018, pp. 38-42).

8 Hasta 1987, el Serpaj se llamó Comisión Nacional de Derechos Humanos (Conadeh).


9 CEAS, un órgano de la Conferencia Episcopal Peruana, apoyó a estas organizaciones, pese a la oposi-
ción del entonces arzobispo ayacuchano Federico Richter (Youngers, 2003, p. 114).

176
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

1.1. ¿Qué dice la CVR sobre las víctimas organizadas?


Antes de abordar la agencia de las organizaciones de víctimas, primero conviene
preguntarnos qué dijo la CVR sobre ellas. Por un lado, cuando el IF aborda a los
agentes en el conflicto, no los considera de manera directa. Así, en los tomos dedica-
dos a esto (II y III), se enfoca en los actores armados (capítulo 1), los políticos e insti-
tucionales (capítulo 2) y las organizaciones sociales (capítulo 3). En este último, hay
un subcapítulo dedicado a «Los sindicatos, los gremios empresariales y las organiza-
ciones de mujeres» (3.2). Es recién en la sección sobre asociaciones femeninas donde
se hacen breves referencias a la organización de afectados más emblemática del país:
En 1983, una veintena de mujeres familiares de desaparecidos, hijos, esposos,
padres, hermanos decidieron crear la Asociación Nacional de Familiares Dete-
nidos, Desaparecidos en Zonas de Emergencia (ANFASEP) con sede en Aya-
cucho. Durante muchos años sólo estuvo integrada por mujeres en el intento
de no seguir exponiendo a los varones, que en la época parecían la población
más vulnerable. Un Informe de la Defensoría del Pueblo (2000) señala que sus
miembros fueron estigmatizados como familiares de terrucos y sus demandas
fueron silenciadas. En la medida en que las denuncias aumentaron y se diver-
sificaron, surgieron otras organizaciones con sede en Lima destinadas también
a la búsqueda de familiares y a dar apoyo a las familias desplazadas. (CVR,
2003, t. III, p. 381)

De este modo, la CVR no presenta un perfil del sujeto colectivo «organización de


víctimas» dentro de su recuento de los actores del conflicto armado. Esta invisibiliza-
ción, por parte de una comisión que se propone buscar la verdad desde la centralidad
de los testimonios de las mismas personas afectadas, reproduce y normaliza la limi-
tada presencia de estas poblaciones en el imaginario nacional y la esfera pública. Más
aún tratándose en su mayoría de mujeres históricamente excluidas de lo político. En
sus conclusiones, se ratifica esta vulnerabilidad:
147. La CVR ha constatado también que, a diferencia de otros países donde se
dieron conflictos armados internos, las organizaciones de víctimas existieron
en condiciones de debilidad. Ello porque en la mayoría de los casos las víc-
timas eran campesinos pobres, con poca conciencia de sus derechos, con un
difícil acceso a la justicia, con débiles redes sociales y con escasos contactos ur-
banos. Esta debilidad favoreció la impunidad de los perpetradores de crímenes
y violaciones de los derechos humanos.

148. En este contexto, la CVR destaca y reconoce la persistencia de la Aso-


ciación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos
del Perú (ANFASEP), conformada en su abrumadora mayoría por mujeres
ayacuchanas quechuahablantes de escasos recursos. Aun en los peores momen-
tos, con tenacidad y valentía, dichas mujeres mantuvieron viva la llama de la
esperanza en la recuperación de sus seres queridos y en la aplicación de justicia

177
Legados de un pasado irresuelto

para los responsables de su desaparición. (CVR, 2003, t. VIII, Conclusiones


generales)

Si bien la CVR reconoce la titánica labor que afrontaron estas asociaciones —den-
tro de un contexto social, cultural, político e institucional adverso—, no las consi-
dera actoras con peso político propio para incluirlas en su relato, pese a su insistente
denuncia y demanda de justicia al Estado, haciendo frente a un gobierno autoritario.
Al contrario, las presenta en general como «mujeres ayacuchanas quechuahablantes
de escasos recursos». Se ha encontrado que las lideresas de Anfasep, desde antes de
organizarse, partían de diferentes contextos geográficos, socioeconómicos y cultura-
les, con distintos grados de instrucción y desplegaban agencias de acuerdo a lo que
las circunstancias de su mundo familiar y social demandaban de ellas.
Con esto queremos resaltar que eran ya mujeres portadoras de saberes propios
con agencia y empoderamiento, según sus necesidades. Así, algunas estaban más
insertadas dentro del sistema capitalista y la institucionalidad estatal, de modo que
pedían préstamos para construir sus casas, gestionaban los permisos municipales para
expandir sus negocios o tenían experiencia con el sistema judicial. Esto llevó a que
denunciaran sus desapariciones a la policía, pues eran instancias que conocían (Cri-
sóstomo, 2014; 2018; y 2019), a diferencia de otras narrativas que pensaban a las
poblaciones rurales como ajenas a la modernidad (Vargas Llosa, Castro Arenas y
Guzmán Figueroa, 1983).
La narrativa asumida por la CVR terminó produciendo una segunda victimiza-
ción de estas mujeres, al homogeneizarlas en su mayoría como «mujeres pobres»
con poca agencia. Así, la distancia social existente entre peruanos, que se extremó
durante el conflicto armado, se reprodujo en la redacción de su IF —precisamente,
un documento que aspira a la reconciliación y dignificación de los afectados—, pese
a sus intentos y esfuerzos por acercarse a las víctimas. Esto evidencia que la CVR y
sus narrativas no escaparon a la fragmentación étnico-racial que atraviesa al Perú.
Algo similar encuentra McCullough (2016) con las minorías sexuales victimiza-
das —travestis y homosexuales— durante aquellos años, cuyas historias resultaron
silenciadas debido a que la CVR fue incapaz de cuestionar la heteronormatividad que
permeó el discurso de los grupos alzados en armas y las mismas «fuerzas del orden».
Igualmente, con los desplazados se da un tratamiento parecido, pese a ser el fenó-
meno numéricamente más relevante del conflicto, donde el abordaje a esta violación
de los derechos humanos es bastante superficial (Ramírez, 2017, p. 130). En estos
casos, presentados sin afán de exhaustividad, se muestra cómo la CVR —sin querer
y en contra de su propio mandato— termina reproduciendo la violencia estructural
que denuncia.10

10
Conviene reconocer que, durante las entrevistas de 2023, tratamos de indagar cuál era el significado
que los y las entrevistadas asignaban a la CVR. Sin embargo, las respuestas terminaban centrándose en
el camino institucional que abrió para conseguir reparaciones o en las actividades que desarrollaron a

178
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

1.2. Fuera de la identidad de víctima (y del legado de la CVR)


El legado institucional en materia de reparaciones —iniciado con la CVR— prio-
rizó las experiencias y la actoría de las víctimas organizadas que asumieron tal iden-
tificación. Esto es así, pues, para acceder a estas políticas, el Estado requiere que las
personas tengan antes una «acreditación» —gestionada ante el Consejo de Repa-
raciones, ente encargado de elaborar el Registro Único de Víctimas (RUV)— que
compruebe su validez para ser consideradas como tal11 (Ulfe, 2013 y 2015; Ulfe y
Málaga, 2015 y 2021). Enfatizamos en la agencia que estas mismas víctimas constru-
yen valiéndose de dicha categoría legal, así como del camino de inclusión ciudadana
que su reivindicación da cuenta.
El Estado así legaliza y reconoce una identificación que las personas que quieren
acceder a estas políticas asumen, pues saben que de otro modo sería imposible (de
Waardt, 2016; Ramírez y Scott, 2019, p. 160; Tejero, 2020, p. 231). Esto no niega
además que, con el tiempo, la estigmatización y la lucha colectiva, se haya ido con-
formando un «espíritu de cuerpo» común entre estos agentes; o que el mero docu-
mento acreditador y las ceremonias de entrega sean entendidos por las víctimas como
una reparación simbólica (Ulfe y Málaga, 2021, p. 178).
Sin embargo, este proceso —abierto por la CVR— deja de lado e invisibiliza otras
vivencias subjetivas de victimización que se alejan del modelo organizativo. En la
literatura sobre justicia transicional y reparaciones identificamos a un grupo de víc-
timas organizadas con rostros visibles (las que consideramos principalmente en este
capítulo por su vinculación con la CVR), pero no debemos cerrar nuestra mirada
solo en estos actores, a pesar de la importancia política que han logrado. Eso nos lleva
a constatar que quienes son catalogados bajo la figura de «víctimas» por el Estado
peruano (Ulfe y Málaga, 2021; Jave, 2021; Jungbluth, 2021) son solo un grupo (del
total de afectados) que, gracias a su lucha y trabajo colectivo, se visibilizan, acceden
al RUV y colaboran con la institucionalidad en materia de reparaciones. Como dan
cuenta Ulfe y Málaga (2021, p. 55):
[...] la manera en que el programa configura un perfil de víctima que no ne-
cesariamente dialoga con la forma como las mismas personas se sienten o
identifican, y cómo, sin proponérselo, el RUV había funcionado como una

partir de ella. No encontramos críticas de este tipo entre los mismos líderes de las organizaciones de
víctimas.
11
Esto pasa por el PIR que, en su artículo 4, excluye a quienes hayan participado de los grupos alzados
en armas. Esto ha sido cuestionado como discriminatorio (Agüero, 2015; Guillerot, 2019, p. 53).
Como explican Guillerot y Magarrell (2006, p. 148): «Lo problemático que es hacer exclusiones sobre
la reparación de derechos vulnerados a miembros de grupos como Sendero Luminoso y el MRTA por
la dificultad para “determinar en qué momento fue miembro, quién lo determina y en qué tipo de
proceso esto se hace”».
Esto ha generado, además, que muchos casos hayan sido «observados» en su inclusión en el RUV, pues
la realidad local de muchas comunidades ayacuchanas es más compleja que la simple dicotomía entre
víctimas y victimarios (Ulfe y Málaga, 2021, p. 174; Theidon, 2004).

179
Legados de un pasado irresuelto

tecnología de poder del Estado que organiza el conjunto de personas que han
padecido durante el conflicto a través de una tipología de víctimas basada en
sus afectaciones.

Consideramos que «víctima» y «afectado» no son términos equiparables, al menos,


para nuestra discusión. La víctima se apropia de una categoría legal reconocida por
el Estado peruano (o que aspira a ella) para conseguir reparaciones; mientras que el
afectado podría ser cualquier persona, más allá de autoidentificarse como víctima o
no, que haya sufrido una afectación de cualquier tipo durante la violencia política.
¿Cuántas personas afectadas no se organizaron ni se sintieron apeladas para participar
en el proceso abierto por la CVR, ya sea en las audiencias públicas o mediante su
inscripción en el RUV? ¿Qué condiciones (socioeconómicas y culturales) llevaron a
que estos sujetos tomaran tal decisión? ¿Cómo vivieron sus trayectorias personales y
cómo lidiaron con la situación, sin el entramado identitario-asociativo que tuvieron
los organizados? ¿Acaso estas personas evitaron la victimización al seguir otros cami-
nos y formas de agencia en sus vidas? Estas son preguntas que exceden largamente los
fines de esta investigación; aquí esbozamos algunas ideas, pero conviene plantear la
agenda para futuros estudios.
Entre estos encontramos a quienes se asumieron como migrantes para dar cuenta
de sus experiencias de movilidad a ciudades (especialmente Lima) para empezar de
nuevo. Este es el caso de las familias que, por ejemplo, fundaron Villa Huanta en San
Juan de Lurigancho, quienes con poca frecuencia se reconocen como «desplazadas»,
a pesar de haber sido desplazadas por la violencia. Al contrario, estas personas se sien-
ten migrantes, valorando y reconstruyendo en Lima su vínculo con Ayacucho —sus
festividades, tradiciones y gastronomía—, formando una identidad más relacionada
con discursos de progreso (Gutiérrez Arce, 2022).
De una manera similar, se puede relatar el caso de un sacerdote irlandés, compro-
metido con la justicia transicional por la historia de su propio país y radicado du-
rante más de quince años en una zona empobrecida de Lima. Su sorpresa fue grande
cuando se enteró, en plena celebración de la ceremonia del Quipu de la Memoria en
2005, que varios de los fieles (adultos mayores) de su parroquia habían sido víctimas
de la violencia política, y que nunca se lo habían comentado, al menos, hasta ese
momento en que se sintieron con la confianza y el valor para hacerlo. O el caso de
Elvira, quien
no se consideraba una «víctima como otras», porque había tenido acceso a
educación superior y era parte de una familia de élite de Huanca Sancos. Qui-
zás debido al monto tan bajo de la reparación económica, Elvira la consideraba
como una cifra risible, una cifra que «quizás a un pobre» le hiciera alguna
diferencia, pero a ella no. (Ulfe y Málaga, 2021, p. 217)

Un caso distinto nos muestra este testimonio, consideremos a la protagonista: una


mujer descendiente de la élite local que emigró a Lima, Bolivia y, finalmente, a Es-

180
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

tados Unidos, donde estudió Administración de Empresas, y quien tuvo los recursos
suficientes para buscar una vida mejor en el extranjero. Por esto, es bastante incrédula
de las políticas que ella llama «asistencialistas» y que construirían sujetos «dóciles
incapaces de progresar» (Ulfe y Málaga, 2021, p. 216). Esto resuena con ciertos
discursos que critican las políticas sociales como desincentivos para el esfuerzo y el
trabajo, pues se les estarían dando a los pobres beneficios gratis (la idea de que se les
da pescado y no se les enseña a pescar). Al haber gozado de mayores oportunidades
que el resto de víctimas, puede «permitirse» no asumir esta identidad ni involucrarse
en la institucionalidad para acceder a las reparaciones, pues no las necesita. Al con-
trario, lo que ella busca es, por la vía judicial, que se le devuelvan los bienes, ganado
y terrenos arrebatados a su padre durante el conflicto.
Estas experiencias de victimización, que distan de los patrones que se suelen discu-
tir cuando se abordan las reparaciones, nos lleva a afirmar la diversidad de víctimas y
poner en cuestión la noción de «víctima» como aquella que la asimila con la organi-
zatividad para conseguir reparación y justicia, precisamente siguiendo la trayectoria
iniciada con las recomendaciones de la CVR. Esta es una propuesta para ampliar
nuestra comprensión de las víctimas y repensar las formas en que las reparaciones se
implementan.

2. Agencia de las víctimas pos-CVR: trayectorias y repertorios


de acción de dos generaciones de organizaciones de víctimas
civiles ayacuchanas
El momento de la entrega pública —en Lima y Ayacucho— del IF de la CVR en
agosto de 2003 llevó a que personas y grupos de víctimas se organizaran para contar
su historia, demandar reparaciones y ser reconocidas como ciudadanas, lo cual dio
paso a que se formaran organizaciones locales, regionales y luego nacionales. Sin em-
bargo, apenas iniciado este proceso, las voces contrarias a la narrativa propuesta por
la CVR se hicieron sentir, especialmente en los grandes medios de comunicación y
los partidos políticos que fueron gobierno durante aquellos años —Acción Popular,
APRA y los varios vehículos electorales del fujimorismo— (Tanaka, 2006). Por otro
lado, las víctimas organizadas contaron con el apoyo de ONG, que en algunos casos
surgieron luego de la entrega del IF (como el Centro Loyola y el PQNSR), precisa-
mente para colaborar en el proceso abierto por la CVR y hacer un seguimiento a sus
recomendaciones. En este contexto, estos actores emergentes del posconflicto cobra-
ron importancia al defender el legado de la Comisión y, bajo su amparo, haciéndose
progresivamente de un lugar en la política actual (nacional, regional y local).
Con el fin de comprender la agencia de las víctimas en su propio contexto
(temporal, político y social) y el impacto de la ventana de oportunidad abierta por

181
Legados de un pasado irresuelto

la CVR, identificamos dos generaciones de organizaciones de víctimas (Barrenechea,


2010, p. 19): las pioneras (encabezadas por las lideresas de Anfasep, las mamás) y las
jóvenes (lideradas por las víctimas de la segunda generación, hijos/as que vivieron
el conflicto en su niñez). Ambas generaciones de asociaciones, con los años y las
experiencias, han desarrollado capacidades organizativas y formado una coalición
prorreparaciones y memoria, junto a las ONG nacionales e internacionales de
derechos humanos, Iglesias, cooperación internacional, políticos y funcionarios
públicos. En esta coalición, se dan procesos de encuentro entre actores diversos y
aprendizajes comunes sobre cómo enfrentar los procesos políticos para hacer frente al
entorno hostil y conseguir políticas que los reconozcan (Alayza y Silva, 2023).

2.1. Organizaciones pioneras: del reclamo al trabajo coordinado


Durante el periodo de la violencia política se formaron algunas organizaciones de
víctimas, entre las cuales destaca Anfasep, fundada en 1983, en el curso del segundo
gobierno de Fernando Belaúnde (1980-1985) y que este 2023 cumple 40 años de
existencia. Fue gestada por Angélica Mendoza y otras mujeres andinas jóvenes para,
en medio de una burocracia policial y judicial adversa, buscar a sus familiares desapa-
recidos. Fue un periodo complicado para ellas, pues fueron descalificadas al conside-
rarlas «madres de terroristas», así como hostilizadas y reprimidas por los gobiernos de
la época, especialmente por la dictadura fujimorista (1990-2000) (Guillerot, 2007,
p. 40), pese a ser apoyadas por grupos de derechos humanos a nivel nacional e in-
ternacional (Crisóstomo, 2014). Además, en algunos casos, los roles de género y las
funciones de madre desincentivaron que asumieran posiciones de liderazgo dentro
de la organización, por lo que recién se comprometieron más —e ingresaron a la
junta directiva— cuando sus hijos terminaron el colegio (Juana Carrión, Anfasep, 1
de abril de 2020) y se fueron haciendo mayores.
Por otro lado, también hubo otras organizaciones, como la Asociación de Víc-
timas del Terrorismo de Ayacucho (Afavita), fundada en 1992, que tuvieron una
relación más cercana al Estado por su tipo de afectación (victimadas por los grupos
subversivos). Estas asociaciones de víctimas del «terrorismo» fueron, en muchos ca-
sos, creadas para apoyar la implementación del Programa de Apoyo al Repoblamien-
to (PAR) del gobierno fujimorista (Manky y Muñoz-Nájar 2014) y acceder a las
políticas estatales.
Ambas organizaciones surgieron antes de la CVR, por lo que entre sus demandas
más urgentes se encontraba la creación de una comisión de la verdad que investigara
las violaciones de los derechos humanos cometidas durante aquellos años. Entre
varios otros organismos, Anfasep exigió una comisión de este tipo, por lo que
viajaron a Lima para protestar (Soto, 2015, pp. 43-44; Adelina García, expresidenta
de Anfasep, 21 de abril de 2020). En ese entonces, su agencia era más reactiva y

182
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

se limitaba a la exigencia de rendición de cuentas al Estado, adquiriendo un papel


protagónico en la defensa de los derechos humanos (Alayza y Silva, 2023, p. 84).
Pero la llegada del IF de la CVR marcó un parteaguas en su agencia, pues propi-
ció la discusión de sus recomendaciones, entre las que se hallaban las reparaciones
a las víctimas: «La CVR dejó 7 programas de reparación, pero se está avanzando
lento. [...] A partir de la CVR, ahí sí ya se pasó a exigir las reparaciones» (Adelina
García, Anfasep, 21 de abril de 2020). Las lideresas de Anfasep reconocen cómo este
documento oficial les sirvió para que ellas pudieran exigir sus demandas, las que se
concretaron con la aprobación de la Ley 28592, ley que crea el PIR en julio de 2005,
donde Anfasep tuvo un papel activo para su consecución. Con esta normativa y su
posterior reglamento (Decreto Supremo 015-2006-JUS), se abrió el camino para la
ejecución de las reparaciones.
No fue un trayecto fácil, pues las lideresas de Anfasep tuvieron que convocar a
marchas de protesta en la capital para exigir su implementación durante el segundo
gobierno de Alan García (2006-2011). Frente a esto, el Estado respondió ejecutando
las reparaciones colectivas y postergando las individuales (económicas) hasta el 2011,
cuando el presidente García emitió el Decreto Supremo 051-2011-PCM, que otorga
las reparaciones económicas y a la vez cierra el RUV —paso necesario para acceder a
estos programas— hasta el 2016.12 Pese a mostrarse crítica, Anfasep aceptó lo que el
gobierno planteaba, pues era una acción encaminada a satisfacer sus exigencias, aun
cuando era solo un avance parcial, demostrando cierto pragmatismo en su actuar
(Alayza y Silva, 2023, p. 84). De este modo, el logro del RUV es visto por las propias
víctimas como un largo camino emprendido desde la CVR, sin el cual no se hubiesen
conseguido las reparaciones (Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Si bien es cierto que la CVR abrió el camino institucional en materia de justicia
transicional para que luego pudiesen existir la Comisión Multisectorial de Alto Ni-
vel (CMAN) y el Consejo de Reparaciones (ente encargado de elaborar el RUV),
tampoco puede considerársele el único actor responsable. Es pertinente valorar las
acciones del movimiento de derechos humanos y las mismas organizaciones de víc-
timas, las cuales muchas veces funcionaron como las manos y los pies para trabajar
en múltiples espacios los hallazgos y las recomendaciones del IF, incorporando otras
perspectivas y sensibilidades.
Es más, esta posibilidad abierta por la CVR y sus aliados suponía no solo un
apoyo económico por parte del Estado peruano, sino también un pedido de perdón
institucional por no haber cumplido con su deber de protección frente a los actos de
violencia. Y, en perspectiva, «gracias a la CVR la gran mayoría de peruanos de la costa
o la selva, que no sabían del proceso, supieron lo que había pasado. Su importancia

12
En la actualidad, el RUV se encuentra abierto y, es más, los líderes de grupos de víctimas impulsan los
registros a nivel distrital en las regiones (Rosa Villarán, ex secretaria ejecutiva de PQNSR, 9 de marzo
de 2023).

183
Legados de un pasado irresuelto

fue de aclarar, sin CVR no se sabría qué ha pasado en el Perú, en Ayacucho» (Efraín
Soto, Anfasep, 4 de mayo de 2023).
Esta búsqueda de dignificación de las víctimas representó un encuadre político
cultural que buscaba dar un trato humanitario a quienes hasta entonces habían sido
ignorados (o incluso considerados sospechosos de la violencia) por la sociedad y el
Estado peruano. Esta postura fue asumida por los grupos de víctimas y la coalición
prorreparaciones (Alayza y Silva, 2023), pero no se incorporó necesariamente en las
políticas de reparaciones implementadas por el Estado, pues muchas veces estas son
vistas como políticas asistencialistas o de alivio a la pobreza (Alayza, 2017a; Bebbin-
gton et al., 2011; Ulfe y Málaga, 2021). No obstante, las entrevistadas constatan
que hubo dos excepciones entre los ministros de Justicia: Marisol Pérez Tello (2016-
2017) y Vicente Zeballos (2018-2019), a quienes se les recuerda por su gran com-
promiso y por los gestos de reconocimiento a las víctimas (Adelina García, Anfasep,
21 de abril de 2020; Juana Carrión, Anfasep, 1 de abril de 2020).
Sin embargo, que las lideresas de Anfasep compartan la narrativa propuesta por la
CVR no implica que la suscriban acríticamente, pues saben que muchas de sus histo-
rias y testimonios no están ahí recogidos. Además de que la traducción del quechua
(idioma hablado por la mayoría de las personas victimizadas) al español (lenguaje en
que se redactó el IF) podría perder la esencia de sus vivencias (Elena Tarqui, Anfasep,
21 de abril de 2023). Es más, su presidenta emérita fue bastante crítica con lo que
siguió a la entrega del Informe:
La Comisión de la Verdad vino a hacer las investigaciones, pero lamentable-
mente no hubo un efecto positivo. Se quedó ahí. Entregaron el informe con
ciertas recomendaciones, y esas recomendaciones nunca se tradujeron en una
realidad. Se quedaron ahí en el libro. Está escrito y punto. No hay más. Más
bien las organizaciones de derechos humanos han estado haciendo trabajo
para recojo de fosas, investigación de casos de desapariciones forzadas. Pero
tuvo ningún efecto para nosotros los afectados. (Angélica Mendoza, citada en
Pedraglio, 2014, p. 203).

Pese a estas críticas, Anfasep apoyó a la CVR con la difusión del IF en las provin-
cias ayacuchanas más afectadas durante la época de la violencia. Luego de una lectura
del documento, esta organización se comprometió con el legado de esta comisión
y decidieron compartir sus propios testimonios. Esto generó efectos positivos, pues
en las zonas intervenidas se conformaron organizaciones locales de afectados, articu-
lando a la población victimizada. Es más, en la ciudad de Ayacucho los jóvenes diri-
gieron el programa radial llamado «Memorias del Silencio» para llamar la atención
sobre el tema (Soto, 2015, p. 45; Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Con el paso de los años, se produjo la inclusión de líderes jóvenes en Anfasep, dado
que varias de las lideresas históricas fallecieron o ya eran ancianas, por lo que surgió
la figura del «hijo-socio» (víctima de segunda generación), ante lo cual se modificó
el estatuto para permitir su incorporación en reemplazo de sus madres (Efraín Soto,

184
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

Anfasep, 4 de mayo de 2023). También se dio el caso de jóvenes que participaron en


las organizaciones juveniles y terminaron conociendo a las mamás de Anfasep. Esta
fue la trayectoria de Elena Tarqui (Anfasep, 21 de abril de 2023), quien atravesó un
proceso de involucramiento dentro de la misma asociación: primero siendo asistente
administrativa, guía de museo, socia, miembro de la junta directiva, secretaria de ac-
tas, representante en reuniones con autoridades y, finalmente, tesorera. Ella considera
que las lideresas mayores buscan posibles reemplazos entre las jóvenes y las preparan,
dándoles la oportunidad de asumir responsabilidades dentro de Anfasep.
En este tránsito han sido muy importantes los talleres de liderazgo y psicológicos
(para hacer frente a la timidez y procesar el duelo) que han llevado a cabo gracias a
la colaboración de organizaciones como el Comité Internacional de la Cruz Roja o
instituciones universitarias como el Idehpucp. Las y los jóvenes ayacuchanos, des-
de muy temprano, encontraron en los procesos y en las plataformas encargadas del
seguimiento de las recomendaciones de la CVR múltiples oportunidades para su
formación y el ejercicio de su agencia política. Así, construyeron su organización
juvenil, asumieron la condición de funcionarios públicos y devinieron en activistas
políticos en otros campos no vinculados a las reparaciones y la memoria.
A pesar de la histórica visibilidad de las madres al frente y en el consejo directivo
de Anfasep, ha habido hombres —aunque pocos— en la organización y han apoyado
de diversas formas (incluso como cocineros del comedor). Esto se debió a que, du-
rante los años de violencia, las madres los excluyeron de las actividades públicas, de-
bido a que corrían más riesgos de ser desaparecidos (CVR, 2003, t. III, p. 381; Soto,
2015, p. 35). Al contrario, tras la vuelta a la democracia, su presencia ha sido mucho
mayor, llegando a integrar las juntas directivas (en la actualidad hay dos hombres, de
siete miembros). Este es el caso de Efraín, actual asistente social de la junta de An-
fasep, uno de los primeros jóvenes en llegar a una secretaría y antiguo comensal (en
su infancia) del comedor comunitario de esta asociación, quien se incorporó como
socio luego de que su mamá muriera.
Es pertinente notar que la nueva generación de jóvenes adultos en el movimiento
de víctimas está compuesta más por hombres, en contraste con el liderazgo de las
mamás de Anfasep. Al parecer, las diferencias marcadas por los roles de género, las
relaciones de pareja y la formación de familias podrían estar reduciendo la participa-
ción de mujeres en estas organizaciones. La situación de excepcionalidad que fomen-
tó liderazgos femeninos en la primera generación de víctimas (el hecho de que los
hombres fueran desaparecidos, por lo que preferían no tener perfiles muy públicos)
dejó de ser válida en democracia. Este nuevo contexto parece estar replicando la baja
participación femenina en el resto de las organizaciones sociales. Tomamos nota aquí
de esta problemática para investigarla en futuros estudios.
Producto del tiempo, la inclusión de jóvenes, las experiencias políticas y la ventana
abierta por la CVR, las lideresas de Anfasep han aprendido que el trabajo coordinado
con otros actores sociales y estatales rinde mejores resultados. Así, han obrado para

185
Legados de un pasado irresuelto

articular una coalición prorreparaciones que incluye en la sociedad civil a las siguien-
tes instituciones: Aprodeh, Comisedh, Paz y Esperanza, Centro Loyola, Apoyo Para
La Paz, Servicios Educativos y Rurales (SER), Casa Mateo Ricci, Idehpucp, Comité
Internacional de la Cruz Roja (Soto, 2015, p. 62; Juana Carrión, Anfasep, 1 de abril
de 2020). Gracias al apoyo de estas ONG e instituciones comprometidas con los
derechos humanos, las lideresas conocieron cómo funciona el Estado central y sus
ministerios, especialmente el de Justicia y Derechos Humanos, el que compete a sus
exigencias.
Al mismo tiempo, han articulado con el Estado en sus diferentes agencias y nive-
les: la Defensoría del Pueblo, la CMAN, el Ministerio de Justicia y Derechos Huma-
nos, la Dirección General de Búsqueda de Personas Desaparecidas (especialmente la
oficina regional), el Gobierno Regional de Ayacucho y las municipalidades locales.
Un momento significativo que marca el aprendizaje de Anfasep (y otras organizacio-
nes) fue cuando, en el 2016, se aprobó la Ley de búsqueda de personas desaparecidas
(Ley 30470). Este evento demostró algo que ya venía gestándose desde hacía una
década, vale decir, el cambio de dejar atrás una lógica más confrontacional y de ver al
Estado como el «otro» con el que no se podía pactar, para pasar a entenderlo como un
actor legítimo (aun cuando se mantenga la desconfianza) con el que se podía y debía
interactuar, mediante las demandas y la negociación (Alayza y Silva, 2023).
Para aprobar esta ley, tras varios intentos fallidos, se requirió que Anfasep (y otras
organizaciones involucradas), en un proceso de maduración organizativa y nego-
ciadora, adoptara un enfoque humanitario amplio, que se mostró en las acciones
de incidencia con los congresistas (incluso aquellos antiguos opositores a la ley) y
también mediante la comunicación con la sociedad (Jave, 2018; Velarde, 2021). Así,
las presidentas de Anfasep asumieron la vocería política, lo que supuso un proceso de
aprendizaje para repensar sus formulaciones, dotándolas de un sentido constructivo,
no solo de denuncia y con una perspectiva más personal (Miluska Rojas, PQNSR,
18 de marzo de 2023). Además, por primera vez, trabajaron directamente con los
tomadores de decisiones (incluido el presidente):
En 2017, 2018, la ley [Decreto Legislativo n.° 1398] de Banco de Datos Ge-
néticos, fuimos a palacio; él [expresidente Vizcarra] mismo promulgó la ley en
nuestro delante. No sé si alcance el tiempo para reunirnos [de nuevo], pues
el presidente ya se va pronto [fin del mandato en julio de 2021, no se preveía
aún su vacancia en noviembre de 2020]. Trabajamos juntos con la Oficina de
Desaparecidos, cada dos meses teníamos una mesa de trabajo [antes de la pan-
demia], nos informaban y también les dábamos nuestras propuestas. (Adelina
García, 21 de abril de 2020, citada en Alayza y Silva [2023, p. 85])

En perspectiva, las lideresas de Anfasep consideran que ha sido un trabajo arduo,


donde ellas al comienzo se sentían solas trabajando por los derechos humanos, la
justicia y la memoria, inclusive siendo hostilizadas por las élites políticas. Empero,
producto del tejido de estas alianzas con distintos sectores sociales organizados y

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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

estatales (en múltiples niveles de gobierno), se han ido sintiendo más acompañadas
en sus demandas. Tanto así que el Estado —gracias a la incidencia de estas asocia-
ciones— aprueba reparaciones (aun con fallas y demoras) y el Gobierno Regional
declara el mes de agosto de cada año «Mes de la Memoria y Derechos Humanos en la
Región Ayacucho» (Ordenanza Regional 016-2019-GRA/CR; Adelina García, An-
fasep, 21 de abril de 2020; Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023). Considérese,
además, que el Estado haya solicitado su participación en la consulta sobre el plan de
derechos humanos (2012-2016), produciéndose una oportunidad para relacionarse
con diversas organizaciones sociales y funcionarios públicos (Rosario Giraldo, ex se-
cretaria ejecutiva de PQNSR, 16 de marzo de 2023).
La relación con el Estado no solo se ha limitado a la colaboración externa, sino
que en algunos casos también se ha incursionado desde dentro. Por este motivo, su
expresidenta Adelina García forma parte desde abril de 2018 del Consejo de Repa-
raciones. Es más, esta misma lideresa participó, a nivel personal y con conocimiento
de su organización, en las elecciones congresales extraordinarias del 202013 por el
partido Alianza para el Progreso (APP), aunque sin éxito. Esta nueva forma de invo-
lucramiento con el Estado ha implicado un cambio en la organización con respecto
a la participación de las asociadas en política: antes el estatuto de Anfasep prohibía
apoyar o participar en algún partido, lo que además era visto con desconfianza por
las socias (Muñoz-Nájar, 2012, p. 45).
Ahora, en cambio, las lideresas valoran la participación directa en política (aunque
a título personal y no como organización) —haciendo uso de la autorrepresentación
incluso en espacios formales (Peruzzotti, 2008)— debido a que no han encontrado
representación en los partidos políticos (Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Así consideran que «de repente si alguna víctima sale congresista, sería más fácil es-
cuchar sus reclamos» (Adelina García, Anfasep, 21 de abril de 2020). Esto pese a que
los políticos y candidatos presidenciales acuden a ellas con compromisos en tiempos
electorales, pero luego se olvidan de sus promesas de campaña. Estos cambios en la
forma de entender y relacionarse con el Estado no habrían sido posibles sin la CVR,
los espacios de formación e incidencia promovidos por la coalición prorreparaciones,
así como los espacios institucionales aliados que se articularon para exigir, junto a las
víctimas, las reparaciones y la búsqueda de sus desaparecidos (Alayza y Silva, 2023).
En ese proceso, el Estado fue cambiando al asumir nuevas políticas de reparación,
dejando de ser tan ajeno y pasó a tener funcionarios y oficinas aliadas. De tal manera,
las formas políticas de esta organización pionera adquirieron un sentido negociador,
que implicó no solo cambios en su enfoque, sino en sus propias actitudes y discursos
con los congresistas y burócratas, a pesar de las diferencias. Sin embargo, hay que
dejar en claro que pese a todo lo logrado con los procesos de representación e inci-
dencia, no ha desaparecido la desconfianza de fondo que sienten las víctimas frente al
13
Estas elecciones fueron convocadas para terminar el periodo legislativo (2020-2021), ante el cierre del
Parlamento por el entonces presidente Vizcarra.

187
Legados de un pasado irresuelto

Estado. Es decir, los aprendizajes se asumen para lograr objetivos, pero ello no borra
el punto de partida signado por la desconfianza frente al Estado, que ha marcado su
historia e identidad porque no las protegió ni reconoció cuando más lo necesitaron.

2.2. Organizaciones jóvenes: debilidad organizativa y trabajo dentro del Estado


Las nuevas asociaciones fueron creadas por los jóvenes —las víctimas de segunda
generación, los hijos (varones, sobre todo) de las madres que buscaron incansable-
mente a sus desaparecidos— gracias a la visibilidad que ganó el tema de las reparacio-
nes en el marco abierto por la CVR (y las discusiones que llevaron a su constitución).
En este contexto, surge la Asociación de Jóvenes Huérfanos Víctimas de la Violencia
Socio-Política (Ajohvisop), con el propósito de obtener reparaciones en materia de
educación, salud y trabajo (Soto, 2015, p. 40; Durand citado en Jave [2020, p. 46]).
Sin embargo, con el tiempo, esta terminó desintegrándose por problemas internos, y
algunos de sus socios se fueron a otras asociaciones juveniles de víctimas.
También se fundó la Juventud-Anfasep en 2002 con los hijos que antes habían
sido comensales del comedor y que lo usaron como un espacio inicial de formación
política, conformando un espacio de representación juvenil dentro de Anfasep, que
buscaba apoyar el trabajo de las madres (Soto, 2015, p. 38; Manky y Muñoz-Nájar,
2014). En algunos casos, esta organización fue concebida como una instancia prepa-
ratoria y de reclutamiento para futuros socios de Anfasep, ante la inminente muerte
o retiro de las asociadas mayores. Elena Tarqui y Efraín Soto, actuales miembros de
la junta directiva, iniciaron sus trayectorias dentro de Ajohvisop; luego pasaron a
la Juventud, trabajaron en Anfasep (como asistente administrativa y comunicador,
respectivamente) y, finalmente, se volvieron socios.
Sin embargo, la Juventud fue un espacio problemático para ciertos líderes, pues
muchas veces fueron limitados a actividades artísticas y vigilados de cerca por las
mayores (Soto, 2015, p. 41; Felimón Salvatierra, exmiembro de Juventud Anfasep,
4 de mayo de 2023), incluso desconfiaban de los más jóvenes (Elena Tarqui,
exmiembro de Juventud Anfasep, 21 de abril de 2023). Esta reticencia de las
madres de Anfasep por darle paso a los liderazgos jóvenes, así como la negativa por
considerar sus demandas o sintonizar con sus formas políticas de actuar (Muñoz-
Nájar, 2012; Manky y Muñoz-Nájar, 2014), incidieron en que sus hijos quisieran
«independizarse» (Alayza y Silva, 2023). Al encontrarse ya en edad de participar
políticamente, se mostraron más dispuestos a cuestionar el intento de Anfasep por
monopolizar la representación de las víctimas (Barrenechea, 2010, p. 20).
En todo caso, la Juventud fue entendida como un paso necesario en el camino de
la formación dirigencial de los nuevos cuadros de las víctimas (Alayza y Silva, 2023,
p. 86), ya sea que ingresaran a Anfasep o se retiraran a conformar otras organizacio-
nes. Esta es la situación de quienes fundaron Coravip en 2007, establecida inicial-
mente como Frobavej en febrero de 2003. Javier Tineo empezó en la Juventud, pero
188
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

luego se pasó a Coravip, donde atravesó una línea de carrera: primero como fiscal, se-
cretario y, finalmente, como presidente (Javier Tineo, Coravip, 22 de abril de 2023).
Por su parte, Felimón Salvatierra también se inició en la Juventud (invitado por su
madre que era socia) y pasó a unirse a Coravip, donde asumió el liderazgo por un
par de años hasta que se retiró para fomentar la alternancia dentro de la asociación y
dedicarse a sus proyectos personales —aunque continúa ligado en temas de inciden-
cia desde fuera— (Felimón Salvatierra, exmiembro de Coravip, 4 de mayo de 2023).
Tanto la Juventud-Anfasep como el antecedente de Coravip (Frobavej) se fun-
daron luego de creada la CVR y antes de la entrega de su IF, lo que permitió que
muchos jóvenes fueran voluntarios de la CVR como intérpretes y traductores del
quechua, lengua mayoritariamente hablada por las víctimas (Soto, 2015, p. 42; Elena
Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023). Al igual que con las organizaciones pioneras,
los líderes jóvenes consideraron que esta comisión proveyó de un marco legal que
despejó el camino para que se le pudiera exigir al Estado las reparaciones: «La CVR
impactó dejando los 7 programas de reparaciones, que ellas [las madres] exigen, les
da la oportunidad para exigir» (Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Así, la CVR abrió la puerta para exigir derechos y poder trabajar con distintas
instancias estatales, lo que se le ha facilitado a los jóvenes, quienes tienen mayores
niveles educativos y son capaces de «formular reclamos puntuales a las entidades
competentes con los documentos sustentatorios» (Javier Tineo, Coravip, 22 de abril
de 2023). Es más, el IF es visto como el marco de acción que permite la incorpora-
ción de las normativas de los gobiernos locales en materia de reparaciones (Felimón
Salvatierra, exmiembro de Coravip, 4 de mayo de 2023). Sin embargo, ha sido un
proceso lleno de complicaciones en su implementación:
Al principio, los papeles aguantan todo, reparaciones para todos, los 7 progra-
mas, lo recibieron con bombos y platillos. Muchos obstáculos, muchos requi-
sitos, muchos vacíos, no se accede como debe ser, como dice la CVR, la Ley, su
reglamento. De fuera les dicen que reciben 7 tipos de reparaciones, ¿qué más
quieren?… Pero solo unos cuantos han recibido. No han cumplido, no llegan.
Las leyes no son claras, por ejemplo, para ser reparado en vivienda, debe ser
desplazado, no se debe tener un carro, otra vivienda, ser de extrema pobreza.
(Javier Tineo, Coravip, 22 de abril de 2023)

Algunos líderes jóvenes cuestionan que el reconocimiento se da muchas veces solo


en el papel, pero que los problemas llegan cuando se trata de aplicar, encontrando
trabas burocráticas que restringen su acceso. Y esto se debe a que no existe una polí-
tica nacional para atender las reparaciones, además de que las víctimas no son consi-
deradas por los tomadores de decisiones y se mantiene una situación de ausencia del
Estado, similar a la descrita por el IF14 (Felimón Salvatierra, exmiembro de Coravip,
4 de mayo de 2023).
14
Esto mismo se muestra vigente en la conflictividad social en torno a los proyectos extractivistas y las
protestas políticas lideradas por las poblaciones rurales que se iniciaron luego de la vacancia del expre-

189
Legados de un pasado irresuelto

Estos jóvenes líderes participaron de los espacios de formación política de las ONG
—resalta la presencia de la Escuela de Líderes del Instituto Bartolomé de las Casas
en Lima—, de sanación —como los círculos restaurativos o las Escuelas de Perdón y
Reconciliación (Espere), a las que convocó el movimiento PQNSR con participación
de víctimas policiales y civiles—, así como talleres de meditación y autoestima (Javier
Tineo, Coravip, 22 de abril de 2023). Estas instancias buscaron trabajar en conjunto
la salud mental: a la par que reconocían otras formas de afectación y la pluralidad de
experiencias dentro del movimiento de víctimas, los preparaban para desenvolverse
en el espacio público (Miluska Rojas, ex secretaria ejecutiva de PQNSR, 28 de marzo
de 2023). Estos aprendizajes les sirvieron para madurar políticamente y les hicieron
replantear su estrategia política de convocatoria, para así contar no solo con las vícti-
mas civiles, sino también con las policiales y militares, con quienes empezaron estra-
tegias conjuntas de incidencia (Muñoz-Nájar, 2012; Manky y Muñoz-Nájar, 2014).
En ese sentido, las experiencias formativas iniciadas en el contexto del posconflicto
sirvieron, primero, para que las víctimas aprendieran cómo funcionaba el Estado, así
como para potenciar sus capacidades para hablar en público ante funcionarios y re-
presentantes. Y, con el tiempo, también aprendieron a reconocer la riqueza (y no solo
las dificultades y tensiones) que significaba la existencia de una variedad de grupos
de víctimas en el movimiento y en diversas regiones, pese a que al inicio les resultaba
motivo de desconfianza de sus pares y obstaculizaba el trabajo colectivo (Rosario
Giraldo, ex secretaria ejecutiva de PQNSR, 16 de marzo de 2023). Esto las forzó a
salir de cierto «ombliguismo» que solo les hacía centrarse en sus casos y su propia
interpretación de lo ocurrido únicamente en Ayacucho, lo que a su vez dificultaba
el diálogo con víctimas militares o policías, quienes eran vistas como enemigas pese
a sufrir también los efectos del conflicto armado. Empero, conviene reconocer que
estos apoyos se han reducido, lo que desde hace varios años limita la formación de
nuevos liderazgos.
No obstante, a diferencia de Anfasep —que tiene acceso a fondos internacionales
por su trayectoria histórica y buena reputación—, Juventud-Anfasep y Coravip ado-
lecen de debilidad organizacional. Los jóvenes —ahora padres y trabajadores— tie-
nen nuevas responsabilidades familiares y profesionales (en algunos casos, se mudan
a otras ciudades) lo que les impide participar, como antes, en la asociación. Esto ha
llevado a que el presidente de la Juventud no haya cambiado en bastante tiempo,
pues ha sido difícil reunirse y, más aún, comprometerse a participar sostenidamen-
te (Elena Tarqui, Anfasep, exmiembro de Juventud Anfasep, 21 de abril de 2023;
Felimón Salvatierra, exmiembro de Coravip, 4 de mayo de 2023). Lo mismo ha
sucedido en Coravip, que en su mejor momento llegó a tener bases en 10 de las 11
provincias ayacuchanas, pero que poco a poco ha ido disminuyendo su poder de

sidente Pedro Castillo —acusado de dar un golpe de Estado y haber cometido actos de corrupción—,
protestas que fueron reprimidas brutalmente por el gobierno de Dina Boluarte, que terminó con 49
muertos a manos de las «fuerzas del orden».

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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

convocatoria (Javier Tineo, Coravip, 1 de abril de 2020). Esto lleva a que incluso se
llegue a considerar que la organización ha entrado en decadencia, pues los cuadros se
han alejado —debido a la distancia entre las provincias y las limitaciones económi-
cas—, lo que replicó en una pérdida de incidencia (Felimón Salvatierra, exmiembro
de Coravip, 4 de mayo de 2023).
Pese a que, en un inicio, las organizaciones de víctimas reclamaron la protección
y presencia del Estado, encontramos que actualmente la CVR y su legado institucio-
nal son vistos como agravantes de este bajón en la capacidad asociativa. Los cuatro
jóvenes entrevistados (tres de ellos en actividad) han afirmado que las reparaciones
económicas incidieron negativamente en la participación: «cuando llegaron las repa-
raciones, se desintegraron las organizaciones porque pensaron que ya era suficiente»
(Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023). Esta situación se ha agravado aún más
con la pandemia, que desarticuló lo que quedaba de estas asociaciones (Javier Tineo,
Coravip, 22 de abril de 2023). Así, es necesario reconocer que, si bien las políticas de
reparaciones generan desincentivos para la asociatividad, no puede perderse de vista
que existe la amenaza de que se borren estos avances debido a la presencia política
de opositores.
Pese a estas debilidades organizacionales, varios de los liderazgos de la segunda
generación han aprendido a trabajar no solo articuladamente con el Estado, sino
también a ser parte de él. De este modo, han sido convocados para ocupar diferentes
cargos a nivel nacional15 y subnacional. La trayectoria política de Daniel Roca, expre-
sidente de Coravip y exmiembro de Juventud, que lideró varias reuniones con autori-
dades, es indicativa: postuló al Parlamento Andino en el 2011 con la lista del partido
que llevó a Ollanta Humala a la presidencia, y Coravip realizó un trabajo de base
alrededor de su candidatura (Muñoz-Nájar, 2012, pp. 44-45). A pesar de no lograr
una curul andina, integró la campaña de Humala en Ayacucho, y luego fue designa-
do gobernador regional,16 y comisionado para la Paz y el Desarrollo en Ayacucho y
otras regiones aledañas (Rojas, 2012). Luego de estas experiencias gubernamentales,
resultó elegido alcalde de la Municipalidad Provincial de Cangallo (2019-2022). Su
cargo y su posición dentro del aparato estatal es visto como positivo, en tanto permi-
te tener un insider que, al comprender la problemática, ayude a destrabar los procesos
y haga incidencia (Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Otro presidente de Coravip que también se lanzó a un cargo de representación
fue Javier Tineo (22 de abril de 2023), quien, con el partido Democracia Directa,
postuló sin éxito a las elecciones parlamentarias complementarias del 2020. Es per-
tinente aclarar que su postulación fue a título personal, de modo que no se presentó

15
Consideremos el caso de Gisela Ortiz, lideresa del movimiento de víctimas en Lima, quien aceptó ser
ministra de Cultura (octubre 2021-febrero 2022) del gobierno de Pedro Castillo (2021-2022).
16
Antes de la reforma del 2015, esta instancia dependía del Ministerio del Interior; mientras que,
luego, las presidencias regionales (el cargo de elección popular a nivel subnacional) pasaron a llamarse
«gobiernos regionales».

191
Legados de un pasado irresuelto

como representante de Coravip, pues hubo quienes no querían que se lanzara —pro-
duciéndose un debate interno—, dado que se entendía como una forma de politizar
la organización. Pese a presentarse con una plataforma de propuestas variadas (y
no solo centrada en las reparaciones), llevó esta bandera, pues, según él, no hacerlo
sería una falta de respeto a su movimiento. Es más, su experiencia en la campaña
dimensionó la estigmatización que todavía sufren las víctimas en la sociedad (y en
el Estado), vistos como «hijos de terroristas» que han hecho daño al país, que están
haciendo un reclamo injusto al exigir reparaciones y que, además, quieren llegar al
Congreso. Visto desde las víctimas, estas son las formas en que la polarización y la
ausencia de un discurso común sobre los hechos de la violencia se manifiestan en la
sociedad peruana.
Del mismo modo, algunos cuadros jóvenes con formación profesional han in-
gresado al Estado a trabajar como funcionarios públicos en las oficinas locales de la
CMAN, de búsqueda de desaparecidos o del RUV, convirtiéndose en insiders de su
causa dentro del aparato burocrático. También Javier Tineo (Coravip, 22 de abril de
2023), ingeniero agroindustrial de la Universidad Nacional San Cristóbal de Hua-
manga, con experiencia en gestión pública en algunas municipalidades pequeñas,
considera que su paso por el Estado subnacional —pese a no haber trabajado el
tema sobre reparaciones— le ha ayudado a comprender mejor el aparato estatal.
Este conocimiento práctico le permite hacer un seguimiento —más informado— de
sus demandas, de modo que ya sabe a qué entidad y autoridades competentes pedir
rendición de cuentas.
Otro exdirigente de Coravip, Felimón Salvatierra (exmiembro Coravip, 4 de mayo
de 2023), entró a trabajar como facilitador de la oficina ayacuchana de la CMAN,
luego de haber tenido experiencia laboral en temas relacionados con las reparaciones
en una ONG de derechos humanos y en una municipalidad distrital. Este entre-
vistado identifica que la alta rotación de los funcionarios municipales, con quienes
interactúa cotidianamente desde la CMAN, dificulta la atención para las víctimas.
Además, considera que su identidad como exlíder del movimiento de los afectados
y como actual funcionario público le ha permitido comprender mejor el ciclo de la
política pública. Y ha sido chocante, pues antes él planteaba las demandas; mientras
que ahora las recibe y debe intentar resolverlas. Esta peculiar posicionalidad le hace
sentirse un insider que trata de articular e insertar los temas de las víctimas en los
documentos de gestión, en línea con el PIR; puesto que sabe que la gestión pasa por
las personas y necesita involucrar a los tomadores de decisiones para conseguir sus
objetivos.
En suma, en estas experiencias en el ejercicio político o burocrático, los líderes
incorporan sus miradas como víctimas y recogen aprendizajes, siendo conscientes de
que dotan al ciclo de la política pública de sus perspectivas particulares por las afecta-
ciones sufridas. Es un círculo virtuoso, donde también ellos aprenden y comprenden

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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

el funcionamiento del Estado y la burocracia para incidir de manera más exitosa,


consiguiendo las reparaciones.

2.3. ¿Un nuevo recambio y el futuro de las organizaciones de víctimas?


Las organizaciones jóvenes se han formado por el recambio generacional, debido a
que una nueva generación de líderes —mayormente varones— necesitó de espacios
propios para plantear sus demandas (según sus propias maneras políticas más colabo-
rativas con el Estado), además de que las madres pioneras ya estaban retirándose del
activismo o muriendo. Sin embargo, estos jóvenes han crecido y tienen sus propios
hijos, ante lo cual conviene preguntarnos por el futuro que le depara al movimiento
de víctimas organizadas: ¿Estos padres incentivan a los nietos —la tercera generación
de víctimas— a formar parte de sus asociaciones? ¿Los involucran en la vida organi-
zacional? Y, de ser el caso, ¿cómo lo hacen? ¿Cómo se produce la transmisión de las
memorias del conflicto hacia una generación que no vivió los hechos de la violencia
directamente y nació en democracia, pero que ha crecido con sus padres activos
políticamente en torno a estas exigencias? A manera de balance, ¿qué perspectivas
a largo plazo tienen estas asociaciones, teniendo en cuenta que un nuevo recambio
generacional será necesario; ya que, si no, se ven condenadas a la desaparición?
En el caso de los hijos —la segunda generación—, estos fueron integrados desde
pequeños en la organización por sus madres, en el comedor como espacio articula-
dor de una subjetividad común y también en las marchas: «Salíamos los niños a las
marchas, llevábamos nuestras pancartitas… gritábamos: “Vivos los llevaron, vivos los
queremos”. Nosotros adelante y ellas [las madres] después» (Sonia Palomino, hija,
Anfasep, citada en Soto, 2015, p. 38). De esta forma, los hijos estuvieron bastante
involucrados desde temprana edad porque la organización no solo era una instancia
política de búsqueda de justicia y exigencia de rendición de cuentas al Estado, sino
también y, fundamentalmente, debido a que era un espacio de socialización, ayuda
comunitaria y cuidado.
De manera diferente, estos nietos nacieron y están desarrollándose en democracia,
luego de la ventana de oportunidad abierta por la CVR, que les ha permitido salir de
la hostilización gubernamental que sufrieron durante los años del conflicto (aunque
aún hay ciertos remanentes y que se han reactualizado mediante el «terruqueo»).
Al contrario, hay todo un andamiaje institucional que permite acceder a la justicia
transicional y las reparaciones. Además, los nietos ya no crecieron en Anfasep ni en
su tan vibrante comedor, pues este ya había cerrado —hace mucho— en 1996, luego
de casi 12 años de brindar una salida colectiva al hambre y a la pobreza de sus socias,
precisamente cuando la segunda generación entraba a la adolescencia y la juventud
(Soto, 2015, p. 37). Así, esta instancia privilegiada para la conformación de una in-
tersubjetividad colectiva (el sujeto víctima organizada) y de activación política dejó

193
Legados de un pasado irresuelto

de funcionar, debilitando la capacidad de la tercera generación de afectados para


reconocerse mutuamente en un espacio cotidiano y espontáneo.
Pese a esto, los ahora líderes adultos de Anfasep y Coravip han tomado conciencia
de que un nuevo recambio generacional, incluyendo e involucrando a los nietos,
será necesario si desean permanecer en el tiempo. Existe una preocupación por el
futuro cuando las mamás ya no estén —ellas saben que no son eternas—, por lo que
Juventud-Anfasep ha cambiado de nombre para convertirse en «Hijos y Nietos de
Anfasep», evidenciando la cada vez más vigente presencia de los más jóvenes: «deben
ser un grupo de 8 o 10 nietos que ya tienen participación en las reuniones» (Efraín
Soto, Anfasep, 4 de mayo de 2023).
Incluir a los nietos, especialmente si son pequeños, resulta complicado (en algunos
casos es más sencillo, cuando ambos padres son afectados). Por esto, se tratan de ge-
nerar algunas instancias —desde la organización— para incorporarlos. Por ejemplo,
Elena Tarqui tiene un niño de 6 años que sabe que su madre participa en esta aso-
ciación por lo que le pasó a su abuelo, aun cuando siga teniendo muchas preguntas
al respecto. Esta lideresa ha involucrado a su hijo en Anfasep, él se ha socializado en
su seno, ya sea llevándolo a reuniones, al Santuario de la Memoria de La Hoyada o
a los talleres que realizan con los nietos (como un concurso de pintura que se había
llevado a cabo poco antes de la entrevista). Del mismo modo, hay nietos de diferentes
edades —desde infantes hasta mayores de edad— que han acudido a las reuniones
desde bebés y que actualmente reemplazan a sus padres cuando estos tienen que tra-
bajar (Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Igualmente, Efraín Soto tiene una hija de 3 años que aún es muy pequeña, pero
que, cuando llegue a cierta edad, sí tiene pensado contarle su historia para que pueda
seguir con el legado: él tiene muy presente que ella deberá pertenecer a la organiza-
ción, en memoria de su abuelo. Sin embargo, son conscientes de que necesitan un
proyecto y una estrategia clara para incorporar a los más jóvenes en el movimiento
y no dejarlo solo a las iniciativas personales, pero ese asunto aún está trabajándose:
una opción tal vez sea involucrarlos en la construcción del Santuario de la Memoria
de La Hoyada.
De nuevo, inesperadamente, el legado de la CVR y las reparaciones conseguidas
estarían funcionando como un desincentivo para que se formen nuevos líderes, en
tanto no han tenido que luchar como sus abuelas o padres para hacer respetar sus
derechos, sino que están más centrados en progresar (Efraín Soto, Anfasep, 4 de mayo
de 2023). Pues se encuentra que también hay socios y socias que no los involucran:
«[se] preguntan ¿qué ganas?, ¿qué te dan?… A veces no les cuentan a sus nietos»
(Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Por el lado de Coravip, se trata de involucrar a los nietos jóvenes mediante dos
estrategias: por redes sociales o por intermedio de sus padres o abuelos. Esto con el
fin de que puedan acceder a las reparaciones, especialmente las educativas, dado que
se encuentran en edad de cursar estudios superiores y que se permite que las repara-

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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

ciones pasen a los nietos. Esta asociación enfatiza en evidenciar la utilidad práctica
que su involucramiento en la organización otorgará a sus potenciales nietos-socios,
como una manera de convocar a los mayores de edad. Sin embargo, no hay ninguna
estrategia pensada para incluir a los niños de la tercera generación (Javier Tineo,
Coravip, 22 de abril de 2023).
Empero, como en el resto de organizaciones sociales en el Perú y a nivel mundial,
hay dificultad para atraer a los jóvenes a sus filas. Si la situación es grave en Anfasep
—que pasó de tener entre 300 y 500 socias; mientras que ahora las mamás que que-
dan llegan a las 100 o 120—, considérese cómo esta disminución ha afectado a las
demás organizaciones de víctimas que no gozan de las capacidades asociativas y el ac-
ceso a financiamiento internacional que ha ido construyendo Anfasep con los años:
«Si así está Anfasep, ¿cómo estará en las demás que son más débiles? Afavita, Anfadet,
Coravip o Conavip. Si no tienen algo claro, tienen los días contados» (Efraían Soto,
Anfasep, 4 de mayo de 2023).
Por otro lado, desde el Estado —especialmente, desde la CMAN— también se
ha trabajado por incluir a la tercera generación de víctimas: «Al ceder el beneficio en
educación para la tercera generación directa o indirectamente los están involucrando,
desde CMAN se viene trabajando, también en el tema de memoria, pues no vivieron
aquellos tiempos. En los talleres, los involucran, les informan» (Felimón Salvatierra,
exmiembro de Coravip, funcionario de CMAN-Ayacucho, 4 de mayo de 2023). Pese
a estos intentos, se reconoce que tampoco hay mucho involucramiento por parte de
estos actores. El presente emerge como un tiempo de prueba, pues queda mucho
por trabajar en su sostenibilidad a largo plazo si el movimiento de víctimas quiere
permanecer activo, bajo el riesgo de que sus demandas pierdan piso político y de que
sus opositores retrocedan los avances.
A manera de cierre, conviene preguntarnos y presentar algunas dudas con perspec-
tiva de género para futuras investigaciones: ¿Acaso el hecho de que sean sobre todo
los padres (varones) quienes se autoidentifiquen como víctimas entre los liderazgos
de segunda generación incide en algún sentido en el involucramiento de los nietos (la
tercera generación), a diferencia de las madres pioneras de Anfasep? ¿Cómo el género
y las formas de parentalidad permean la experiencia del activismo y su transmisión
intergeneracional entre las víctimas organizadas?

3. Reflexiones finales
El IF de la CVR ha marcado un parteaguas en la trayectoria organizativa y de
agencia de las asociaciones de víctimas civiles ayacuchanas que aquí se consideraron
(Anfasep, Juventud-Anfasep y Coravip), precisamente las que demuestran mayor vi-
sibilidad y trabajo de incidencia política. Estas organizaciones se han valido de este
documento para formular sus exigencias ciudadanas a las autoridades y, al mismo

195
Legados de un pasado irresuelto

tiempo, el Estado ha respondido a estas demandas amparándose en este informe para


generar una institucionalidad de reparaciones y justicia transicional. Las víctimas or-
ganizadas, tanto de las asociaciones pioneras como de las jóvenes, reconocen que sin
la CVR el desarrollo que se ha conseguido en esta materia no sería tal.
Así, el Estado creció en estas políticas, vigilado y apoyado por los líderes del mo-
vimiento de víctimas, junto a las organizaciones de derechos humanos y los buró-
cratas comprometidos con la implementación de las recomendaciones de la CVR.
Sin embargo, dado los cambios frecuentes en los jefes de Estado y los ministerios,
producto de la crisis institucional actual, pareciera que la vigilancia de parte de estas
asociaciones —pero también de sus aliados en ONG, la academia, determinadas ins-
tancias estatales e internacionales— es más necesaria hoy que cuando dichas políticas
se constituyeron. Las amenazas de que les cambien su sentido o, en su defecto, las
eliminen, son latentes. Esta es una alerta para los agentes del entramado social activo
construido en torno a las recomendaciones de la CVR: visibilizamos la necesidad
urgente de reforzar y renovar sus estrategias en el Estado y en la sociedad para no
perder el apoyo ciudadano.
Las reparaciones logradas por las asociaciones de víctimas son limitadas y discu-
tibles, porque siempre se puede aspirar a más, pero principalmente debido a que el
Estado sigue siendo ajeno a la otredad de estas personas. Así, se convierte en una
prioridad repensar el tejido social peruano, tal cual lo recomendó la CVR hace vein-
te años; es lamentable que, transcurrido todo este tiempo, se siga arrojando —en
lo central— el mismo diagnóstico. Sin embargo, no se puede ni debe escatimar el
reconocimiento a las trayectorias, la agencia y los liderazgos de las madres y los jóve-
nes ayacuchanos que marcaron una diferencia a nivel regional y nacional, formando
redes de aliados y consiguiendo reparaciones. Su impacto no se quedó en Ayacucho,
sino que ha trascendido y beneficiado a las personas afectadas por la violencia política
en todo el país.
Si bien es cierto que la CVR significó un gran esfuerzo por comprender tiempos
turbulentos y contribuyó con una perspectiva de salida en la transición democrática;
sin embargo, hemos esbozado algunas críticas desde la forma en que entendió y se
relacionó con las víctimas. Por un lado, les quitó agencia a las organizaciones de afec-
tados. Desde una perspectiva de género, conviene reconocer que la CVR no ponderó
en su justa medida el rol que cumplieron las madres de Anfasep, al no incluirlas
como actoras del conflicto, sino solo como parte de las iniciativas de mujeres, en
unos cuantos párrafos. Esto produjo una doble victimización, replicando precisa-
mente la situación de marginación que el mismo Informe denunciaba.
Por otro lado, el legado institucional abierto por la CVR terminó invisibilizando
a las víctimas que no adoptaron un modelo organizativo. No podemos dar cuenta de
todas las historias de aquellas víctimas no organizadas o no autoidentificadas como
tales, pero eso no debe llevarnos a dejar de mencionarlas, sin pretender abarcarlas del
todo y menos aún buscando homogenizarlas. Ellas son parte de la historia del Perú

196
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux

actual posconflicto y, como hemos esbozado, han tenido distintas maneras de afron-
tar su situación (siendo resilientes, y asumiendo discursos de migración y progreso)
que no pueden ser olvidadas.
Con respecto al futuro de estas organizaciones, la pregunta abierta sobre un nuevo
recambio generacional y la inclusión de una tercera generación (los nietos) queda
aún sin una respuesta clara. Aunque se encuentran ciertas experiencias de involucra-
miento, actualmente observamos que hay pocos incentivos y aquí el relativo éxito de
las reparaciones ha jugado en contra, desincentivando la asociatividad al conseguir-
las. La fidelización de los nietos dependerá —en parte— de la segunda generación,
específicamente, de su capacidad por comprender su manera de ver el mundo y de
que encuentren las formas de impactar en sus identidades, dejándolas a la par hacer
su camino, como ellos y ellas pudieron hacerlo.

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¿Reparar lo irreparable?
La dimensión simbólica de las reparaciones
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Iris Jave
https://orcid.org/0000-0002-8140-1839
Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la
Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP)

Resumen

El presente capítulo analiza la dimensión simbólica de las reparaciones —en tanto


restitución y reconocimiento de la condición humana y ciudadana de las víctimas—
contenidas en el Programa Integral de Reparación (PIR) en el marco de los veinte
años de la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
(CVR). ¿Cómo se ha incorporado esa dimensión simbólica en el conjunto de repara-
ciones? ¿Se logra resarcir a las víctimas? Se trata de explorar cómo ha implementado
el Estado el enfoque simbólico en el conjunto de reparaciones o qué dificultades im-
piden ese reconocimiento que demandan las víctimas, y cómo perciben esa dimensión
simbólica. ¿Cuál es el discurso de las víctimas sobre lo simbólico? Al no sentirse re-
paradas, las víctimas buscan emprender sus propias acciones para impulsar ese reco-
nocimiento público a través, por ejemplo, de procesos de conmemoración y lugares
de memoria; pero, al tratarse de acciones que no provienen del Estado, nos situamos
entonces frente a formas de ¿«autorreparación»? Aunque se aborda, este capítulo no
tiene como objetivo profundizar en el programa de reparaciones simbólicas, sino más
bien problematizar esa dimensión simbólica en el conjunto de las reparaciones.

Palabras clave: reparaciones, reparaciones simbólicas, enfoque simbólico, justicia


transicional, memoria, conflicto armado interno, posconflicto

203
Legados de un pasado irresuelto

Introducción
Una de las primeras medidas adoptadas por el Estado peruano, atendiendo las re-
comendaciones del Informe Final de la Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR),
fue el Plan Integral de Reparaciones (PIR),1 cuya ley fue aprobada por unanimidad
en la Comisión Permanente del Congreso de la República (Ley 28592), lo que abrió
un marco temporal favorable para su inserción en la estructura del Estado. Ello fue
posible en un contexto de apertura democrática, donde se generaron nuevas instan-
cias de diálogo y fortalecimiento con la sociedad civil como el Acuerdo Nacional,2 el
Acuerdo Nacional por la Educación,3 la Mesa de Lucha contra la Pobreza4 y la Co-
misión de la Verdad y Reconciliación,5 lo que se vio fortalecido con la incorporación
en el Estado de funcionarios que provenían del movimiento de derechos humanos.
En ese contexto, fue posible introducir mecanismos de justicia transicional, lo que
trajo consigo un enfoque novedoso en las formas de intervención de políticas y que
privilegiaba el reconocimiento de los derechos de las víctimas del conflicto arma-
do interno (CAI) (Jave, 2021). Ello generó enormes expectativas en las víctimas y
familiares respecto de la respuesta que el Estado podría brindar a las demandas y
al reconocimiento de los crímenes y violaciones de los derechos humanos sufridos
durante el CAI.
La justicia transicional plantea diversas medidas estatales para emprender pro-
cesos de recuperación en sociedades con pasados violentos, como, por ejemplo, los
programas de reparaciones cuyo objetivo principal es hacer justicia para las víctimas
(Guillerot, 2019). Las reparaciones deberían darse cuando los ideales de la restitu-
ción íntegra y de la reparación en proporción al daño sufrido se ven desbordados, ya
que la naturaleza de la violación es irreversible, o cuando las violaciones de derechos
humanos son sistemáticas. En ese sentido, el Informe Final de la CVR propuso el
PIR con el objetivo de «reparar y compensar la violación de los derechos humanos,
1 Promulgado el 20 de julio de 2005 por el Congreso de la República mediante la Ley 28592.
2 Tras el término del Gobierno de Alberto Fujimori, el Acuerdo Nacional surgió de la coordinación
entre los partidos políticos y Alejandro Toledo, como presidente de la República en el 2002, mediante la
Resolución Suprema 451-2002-PCM. Se creó como un espacio de diálogo y construcción de consensos
entre el Estado, los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil para proponer políticas
con miras a fortalecer la democracia, afirmar la identidad nacional, luchar contra la violencia, la descen-
tralización, reducir la pobreza y reafirmar la institucionalidad de las Fuerzas Armadas.
3 El Acuerdo Nacional por la Educación surgió en el 2001 desde diversos actores de la sociedad civil, que
planteaban que el camino al desarrollo del país implicaba dotar de mayor presupuesto a la educación y
así avanzar hacia un sistema educativo nacional de calidad, equidad y pertinencia.
4 La Mesa de concertación de lucha contra la pobreza se creó en el 2001, y dio origen a un espacio
multiactor para enfrentar la pobreza a través de medidas concertadas de forma transparente, justa y
eficiente.
5 La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) se creó en el 2001 durante el Gobierno de Transi-
ción de Valentín Paniagua. Su objetivo principal fue investigar los crímenes y las violaciones de derechos
humanos ocurridos entre mayo de 1980 y noviembre de 2000; ofreció una serie de recomendaciones y
políticas; entre ellas, el Plan Integral de Reparaciones.

204
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

así como las pérdidas o daños sociales morales y materiales sufridos por las víctimas
como resultado del conflicto armado interno» (2003, t. IX, p. 147).
Para ello, establece la noción de víctima como «todas aquellas personas o grupos
de personas que con motivo o razón del conflicto armado interno que vivió en el
país entre mayo de 1980 y noviembre de 2000 hayan sufrido actos u omisiones que
violan normas del derecho internacional de los derechos humanos (DIDH)» (CVR,
2003, t. IX, p. 149).
Al ser el PIR un instrumento de política pública, el Estado ha establecido una
noción de beneficiario, la cual se entiende como aquella víctima que recibirá algún
tipo de beneficio, simbólico y/o material, individual y/o colectivo a través del PIR. La
CVR reconoce que existen víctimas directas, quienes sufrieron violaciones documen-
tadas; e indirectas, familiares de las víctimas y los grupos humanos que padecieron un
daño en conjunto y la violación de sus derechos colectivos. Este último tipo de víc-
timas también son consideradas beneficiarias en el PIR. Así, las beneficiarias pueden
ser individuales cuando se reconoce el daño producido directamente a la persona o a
sus familiares más cercanos; y colectivas, cuando se reconoce el daño producido en el
tejido social común (2003, t. IX, p. 150).
El PIR (2005) se creó con siete programas: a) Programa de restitución de derechos
ciudadanos; b) Programa de reparaciones en educación; c) Programa de reparaciones
en salud; d) Programa de reparaciones colectivas; e) Programa de reparaciones sim-
bólicas; f ) Programa de promoción y facilitación al acceso habitacional; y otros pro-
gramas que aprobara la Comisión Multisectorial de Alto Nivel (CMAN), encargada
de las acciones y políticas del Estado en los ámbitos de la paz, la reparación colectiva
y la reconciliación nacional. Nació en un contexto político favorable de seguimiento
a las recomendaciones de la CVR y una creciente participación activa de víctimas y
familiares —se abrió una ventana de oportunidad a nivel político y social— (Jave,
2021), lo que propició que el Estado buscara responder a las enormes demandas que
traían las víctimas.
Han transcurrido veinte años desde la CVR y dieciocho desde el PIR, y el con-
junto de reparaciones ha merecido una serie de trabajos y análisis para dar cuenta
de sus avances y dificultades (Guillerot y Magarrell, 2006; Correa, 2013; Macher,
2018; Guillerot, 2019; Jave, 2021; y Macher, 2023); y, de hecho, el Estado peruano
ha invertido una importante suma de dinero en las reparaciones, pero estas han sido
distribuidas sin ofrecer un real sentido de reparación, lo que continúa siendo una
demanda de las víctimas. En palabras de Sofía Macher, hay una ausencia del compo-
nente «simbólico» en los programas de reparaciones al no plantearse un vínculo de
reconocimiento de la afectación sufrida por las víctimas. «Las víctimas que se acercan
al Banco de la Nación a recoger su dinero y firmar un recibo, no identifican en esta
acción un acto de reconocimiento de responsabilidad del estado y restitución de ciu-
dadanía», afirma la autora (2023, p. 138). De acuerdo con el Informe de la CVR, la
dimensión simbólica está asociada al reconocimiento del sufrimiento de las víctimas

205
Legados de un pasado irresuelto

durante el periodo de violencia (2003, t. IX, p. 158). Es un eje transversal que parte
de comprender que todos los actos de reparación están orientados a reconocer la for-
ma en que las víctimas fueron afectadas y afirmar la condición de individuos y ciuda-
danos de todos aquellos que sufrieron la violación de sus derechos fundamentales. Lo
simbólico como enfoque incorpora el desarrollo y el restablecimiento de la confianza
entre los ciudadanos, pues fomenta una actitud de acercamiento entre los miembros
de una comunidad política que se vio fragmentada como consecuencia de la violen-
cia (2003, t. IX, p. 159). Ciertamente, aunque la reparación no puede restituir la
afectación sufrida de las víctimas, es fundamental como respuesta del Estado en tanto
puede ofrecer una acción concreta que busca reconocer la dignidad y recuperar, así, la
condición de ciudadanía (Macher, 2023, p. 89). Los símbolos reparadores unen a la
comunidad con la víctima; o, cuando la primera es la víctima, lo hacen con referencia
a la nación. Al unirlos permite la reconstrucción de la sociedad y de la historia, pero
no desde los círculos de poder, sino desde los afectados (Patiño, 2010, pp. 54-55).
En ese sentido, este capítulo tiene como objetivo explorar la dimensión simbólica
de las reparaciones en tanto restitución y reconocimiento de la condición humana y
ciudadana de las personas afectadas por el conflicto armado interno, cómo el Estado
ha implementado el enfoque simbólico de forma transversal en el conjunto de repa-
raciones o qué dificultades impiden ese reconocimiento que demandan las víctimas,
y cómo perciben esa dimensión simbólica. ¿Está presente en todos los programas de
reparaciones? ¿Cómo la entienden las personas beneficiarias? ¿Cuál es el discurso de las
víctimas sobre lo simbólico? Al no sentirse reparadas, las víctimas buscan emprender
sus propias acciones para impulsar ese reconocimiento público a través, por ejemplo,
de procesos de conmemoración y lugares de memoria; pero, al tratarse de acciones
que no provienen del Estado, nos situamos entonces frente a formas de ¿«autorrepa-
ración»? No busco enfocarme en el programa de reparaciones simbólicas, sino, más
bien, en cómo ha sido perfilada esa dimensión simbólica en el conjunto de las repara-
ciones, es decir, en el relacionamiento que el Estado ha establecido con las personas
beneficiarias y cómo reciben las víctimas esta relación.
Para responder a estas interrogantes, en primer lugar, se aborda brevemente el
avance en la ejecución de las reparaciones por parte del Estado peruano a partir de
fuentes documentales y una entrevista para analizar la información;6 en segundo
lugar, se propone una discusión sobre la dimensión simbólica de las reparaciones; y,
finalmente, se ofrecen las percepciones de dos agrupaciones de víctimas que fueron
consultadas para elaborar este capítulo.7

6 Entrevista con la secretaría técnica de la CMAN, mayo de 2023.


7 Las entrevistas grupales se realizaron con lideresas de la Asociación Nacional de Familiares de Secues-
trados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP) y de la Asociación Nacional de Familiares de
Asesinados, Desaparecidos, Ejecutados Extrajudicialmente, Desplazados y Torturados (ANFADET -
Casos CIDH), en abril y junio de 2023, respectivamente.

206
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

1. Reparaciones: avances y desafíos

1.1. Avances de las reparaciones


Si bien se creó el plan integral de reparaciones, su implementación ha sido desi-
gual en los los siete programas de reparaciones que lo componen. Algunos de ellos,
como el programa de reparaciones colectivas, empezaron con proyectos productivos
que respondieron rápidamente a la demanda de las víctimas; pero, por ejemplo, el
programa de reparaciones en vivienda ha despegado recién en los últimos años y con
una serie de dificultades; mientras que el programa de reparaciones económicas indi-
viduales es el que más descontento ha causado (Jave, 2021). Esto se explica, en parte,
porque el Estado buscó impulsar las reparaciones desde los sectores donde se identifi-
caron algunas capacidades institucionales para así canalizar las reparaciones de forma
sectorial (educación, salud, vivienda), así como recursos técnicos y financieros. Sin
embargo, esto que se convirtió en un proceso de adaptación de las políticas públicas
y de respuesta eficiente a las reparaciones nació con enormes dificultades para la arti-
culación intersectorial, temática y política. La CMAN, que depende funcionalmente
del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos (MINJUSDH), funciona como un
directorio que debe desarrollar e implementar sus políticas de reparaciones en articu-
lación y aprobación con los otros sectores del Estado que la componen.8 Ese diseño
institucional fue pensado como un proceso de articulación interestatal; sin embargo,
a la luz de los avances, se puede pensar en otras formas de fortalecer su rol tanto
dentro como fuera del Estado.
El Estado peruano ha invertido más de 350 millones de dólares (CMAN, 2022a)
en la implementación de las reparaciones desde el inicio del PIR hace dieciocho
años, lo que implica una enorme inversión y contribución que ha trascendido a los
Gobiernos de este periodo sin distinción. Sin embargo, si bien los familiares reco-
nocen este avance, sostienen que todavía faltan medidas específicas que aborden un
reconocimiento público de la afectación sufrida no solo a la hora de responder con la
reparación en educación, salud o vivienda —con todas las dificultades de acceso que
trae consigo—, sino durante todo el proceso. Es decir, desde que se inicia la relación
con el Estado —por ejemplo, para acceder a la inscripción en el registro único de
víctimas (RUV)— hasta que se entrega la reparación. Y, así, todo el proceso se torna
difícil y a veces inaccesible debido a factores culturales, sociales o territoriales, y, so-
bre todo, por el sufrimiento y el dolor —y la posible revictimización— con los que
conviven cotidianamente las víctimas.

8 La CMAN está conformada por representantes del MIDIS, MINSA, MINDEF, MVCS, MTPE,
MIMP, MIDAGRI, MINEDU, MEF, MININTER, MINCUL, CNDDHH, Asociación de Univer-
sidades del Perú, Asociación Nacional de Centros y el Consejo de Decanos de Profesionales del Perú.

207
Legados de un pasado irresuelto

En lo que respecta a las reparaciones en salud, una de las primeras instituciones


en asumir el PIR fue el Ministerio de Salud (MINSA), el cual elaboró el Programa
de Atención en Salud Mental Regional (2005-2010) dirigido a la población de las
regiones más afectadas por el CAI. El enfoque de este Programa se centró más en el
aspecto médico que en el social y comunitario; y, finalmente, atendió a la población
con problemas clínicos en general más que a la población afectada por la violencia.
En el 2006, el MINSA ofreció el Seguro Integral de Salud (SIS) a todas las víctimas
del conflicto armado interno como una reparación en salud, que sumaba a las vícti-
mas del CAI con la población en situación de pobreza (Rivera-Holguín y Velázquez,
2021). Hasta el 2022, el 72,85 % de las víctimas han sido incorporadas al SIS; asi-
mismo, en el Plan Nacional Estratégico Multisectorial (PEM) de la Política Nacional
Multisectorial de Salud (PNMS) al 2030 se incorpora a las víctimas entre sus grupos
prioritarios de atención, a partir del denominado «Beneficiario de la Ley 28592», en
el sistema de historias clínicas y gestión hospitalaria de EsSalud (CMAN, 2022b).
Sin embargo, hay que distinguir que la misma política —atención en el SIS— se
aplica a las personas consideradas por el Estado peruano en situación de vulnerabili-
dad (personas en situación de pobreza, personas adultas mayores), por lo que se deja
en evidencia que no se ha construido una atención específica destinada a reparar, sino
que han sido incluidas en un programa existente. Este enfoque colisiona con el senti-
do mismo de la reparación, al no existir un reconocimiento explícito de la afectación
sufrida en las víctimas: si se encuentran en situación de pobreza, también pueden
acceder al programa de salud. Es decir, no se ha construido un programa específico
para atender a las víctimas de la violencia.
Más tarde, el nuevo Gobierno decidió impulsar el Programa de reparaciones co-
lectivas (2007), apelando a los datos ofrecidos por el Censo por la Paz, elaborado
por el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social, que, aunque criticado por varios
estudios (Guillerot, 2008), pudo suplir la identificación de comunidades campesi-
nas y nativas; y, para el Gobierno, fue una manera de mostrar que había iniciado la
implementación de las reparaciones. En términos operativos, el Gobierno se apoyó
en los Gobiernos locales y priorizó la ejecución de proyectos de construcción de in-
fraestructura dirigidos a mejorar las actividades productivas de las comunidades y los
grupos de desplazados para reducir la brecha en servicios básicos y generar condicio-
nes para el desarrollo de las economías locales. Sin embargo, los otros aspectos para
los que se creó el Programa de reparaciones colectivas —como la recomposición del
tejido social, la renovación de liderazgos y la promoción de una cultura democráti-
ca— quedaron relegados bajo este modelo. Hurtado (2021) sostiene que las víctimas
no relacionan los proyectos con una reparación del Estado por los impactos de la
violencia. Más bien, la asociación que predomina es la de una obra municipal, pues
son los Gobiernos subnacionales los que tienen un rostro más conocido, visible y
permanente a lo largo del programa, y pueden complementar los recursos destinados
para los proyectos. Asimismo, plantea que el desarrollo y la reparación no son no-

208
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

ciones que compitan entre sí ni tampoco enfoques que se contrapongan. Responden


a objetivos distintos que pueden dialogar de mejor manera entre sí en la medida en
que no actúen solas; o que las acciones que se realicen para alcanzar estas aspiraciones
no sean aisladas.
De acuerdo con la CMAN, entre el 2007 y el 2022, han sido atendidas 4500 co-
munidades y organizaciones de desplazados con recursos para la ejecución de proyec-
tos productivos o de infraestructura, lo que representa un avance del 76,31 % respecto
al total de colectivos inscritos. El Estado ha invertido un total de 601 043 904 soles,
de los cuales 448 900 000 fueron asumidos por el Ejecutivo; y 170 900 000, por los
Gobiernos locales (CMAN, 2022a).
Las reparaciones económicas comenzaron en el 2011, cuando estaba por concluir
el Gobierno de Alan García, mediante la publicación de un decreto supremo por la
presidencia del Consejo de Ministros, a cargo de la CMAN en ese momento. El De-
creto Supremo 051-2011-PCM estableció en 10 000 soles (un aproximado de 3300
dólares) el monto de la compensación económica individual, los plazos y los criterios
para priorizar su otorgamiento (Guillerot, 2019). Actualmente, el avance de repara-
ción económica alcanza el 99,24 %, lo que representa que 87 059 víctimas civiles,
policiales y militares han recibido esta compensación. Ello ha representado la más
importante inversión del Estado en materia de reparaciones al haber destinado más
de 330 millones de soles (CMAN, 2022a). Se le consideró la reparación más polémi-
ca debido a su propia normativa: si la víctima tenía varios dependientes (hijos, esposa
u otros familiares), ese monto debía repartirse entre todos; sin embargo, la norma
se modificó mediante el artículo único de la Ley 3119, que considera beneficiarios
individuales a los familiares de las víctimas desaparecidas o fallecidas, entre los que se
encuentran el cónyuge o conviviente, los hijos y los padres de estas.
Las reparaciones en educación y vivienda son las que tardaron más en comenzar y
en las que menos se ha avanzado. En el 2011 nació el programa Repared como una
de las modalidades del Programa Beca 18, en el marco del Programa Nacional de
Becas Educativas (Pronabec), que cobró fuerza en el contexto del diseño e implemen-
tación de las políticas de inclusión social. El Programa de reparaciones en educación
está dirigido a brindar becas integrales de estudios a las víctimas del CAI que vieron
afectadas sus oportunidades para acceder a la educación. Así, se cuenta con Beca
Repared, Beca Técnico Productiva, reservas de vacantes en universidades públicas,
reservas de vacantes en Institutos de Educación Superior Tecnológicos, Colegios de
Alto Rendimiento y el Programa de Alfabetización y Continuidad Educativa. Hasta
el 2022, 12 245 víctimas han accedido a las diferentes modalidades de beca, lo que
representa apenas el 6,9 % de avance en la atención a las personas víctimas de la
violencia (CMAN, 2022a).
Las dificultades en esta reparación no vienen dadas solo por la brecha en la
cobertura de atención, sino nuevamente en el sentido reparador que puede implicar
recibir una beca educativa. Como señalamos en un estudio anterior publicado por

209
Legados de un pasado irresuelto

el IDEHPUCP, la reparación se diluye durante el proceso que deben enfrentar los


estudiantes para insertarse en las instituciones educativas donde son becados. La
invisibilización de su afectación, de su historia y la estigmatización que enfrentan
por provenir de regiones afectadas por el CAI, son algunos de los problemas que
deben enfrentar, y que provoca que ellos mismos no se identifiquen como personas
afectadas (Jave y Ayala, 2017).
El Programa de Promoción y Facilitación al Acceso Habitacional (PRAH), o Pro-
grama de reparaciones en vivienda, también se incluyó en otro programa social: el
Programa Techo Propio. Este incorporó las primeras acciones a partir del 2013, y a
las que se puede acceder bajo tres modalidades: adquisición de vivienda nueva, me-
joramiento de vivienda y construcción en sitio propio. Pueden acceder al PRAH las
personas desplazadas o las que perdieron su vivienda, y que, según el RUV, suman
72 300. Las dificultades vienen por la implementación del PRAH, la cual está a
cargo de empresas inmobiliarias privadas: por un lado, el bono que se otorga a las
víctimas del CAI es de 50 132 soles (aproximadamente, 15 300 dólares), pero las
viviendas construidas no bajan de 90 000 soles; y, por otro lado, a ello se suma
que son muy pocos los complejos construidos en zonas de mayor afectación de la
violencia (Jungbluth, 2021). Hasta mayo de 2022, 5298 víctimas han recibido bonos
del Programa Techo Propio; 20 799 víctimas accedieron a títulos de propiedad para
fines de vivienda; y 501 recibieron módulos de vivienda rural. Pero esto significa
que el 93,91 % de víctimas inscritas en el RUV aún se encuentra pendiente de una
reparación en vivienda (CMAN, 2022b).
Así, en el Perú, las reparaciones en salud, educación o vivienda han sido asociadas
a los programas sociales en curso del Estado peruano, y se las ha adecuado a los cri-
terios sociales que responden a la situación de vulnerabilidad o pobreza (González,
2021). Sin embargo, para las víctimas, estas reparaciones —materiales— no logran
reconocer la afectación causada en toda su integralidad. Desde esa perspectiva, las re-
paraciones simbólicas en su sentido reparador pueden generar una gran expectativa,
dado que su implementación implica gestos y acciones que buscan generar empatía
con la afectación y el dolor sufrido. Se las ve como eficaces; es decir, es posible reali-
zarlas, incluso con el impulso de las propias organizaciones de víctimas, familiares y
de derechos humanos.

1.2. Reparaciones simbólicas


La CMAN plantea que las reparaciones simbólicas buscan brindar a la sociedad las
herramientas necesarias para fortalecer sus capacidades y encontrar espacios, como
los que permite elaborar la memoria histórica y colectiva u otros, a través de un pro-
ceso de diálogo y consultas con organizaciones, comunidades e individuos, para así
favorecer el proceso de reconstrucción del tejido social. Sin embargo, como lo han
reconocido varios autores (Bunselmeyer, 2016; Del Pino, 2017; Theidon, 2004), en
210
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

muchos sectores, el tejido social estaba ya debilitado o no existía; y, por ello, se torna
aún más difícil que el Estado y la sociedad reconozcan a las víctimas y que estas sean
reparadas. En ese sentido, al ser transversal a todas las reparaciones, el objetivo de la
reparación simbólica se hace difícil de concretar más allá de las medidas administra-
tivas, pues supone un acercamiento integral para su plena aplicación y corre el riesgo
de quedar diluida en el diseño de las políticas o depender de la voluntad de iniciativas
políticas o sociales.
Las reparaciones resultan fundamentales para los estudios de justicia transicional,
dado que son las que más directa y explícitamente se centran en la situación de las
víctimas y buscan respuestas para resarcir los daños sufridos por parte del Estado.
Por ello, el reconocimiento público que pueden proporcionar las reparaciones sim-
bólicas se convierte en una demanda permanente de las víctimas, aunque no siempre
está presente. En ese sentido, el Programa de reparaciones simbólicas ha sido poco
abordado en la literatura académica. Por un lado, el último texto de Guillerot (2019)
sobre las reparaciones implementadas luego de quince años del Informe Final de la
CVR afirma que se han realizado algunos esfuerzos en los tres niveles de gobierno al
establecer fechas conmemorativas o la creación de espacios de conmemoración. Asi-
mismo, señala el abandono de varios centros conmemorativos como negligencia de
las autoridades. Sin embargo, no llega a profundizar sobre otros tipos de reparaciones
simbólicas que contribuyan con el reconocimiento de las víctimas del CAI.
Por otro lado, Patiño (2010) plantea que las reparaciones simbólicas buscan sub-
vertir las lógicas de olvido e individualidad a través de una mirada crítica del pasado,
que implica recordar, asumir la responsabilidad y reconocer a las víctimas, aunque
no deja la agencia solo al Estado, sino a la sociedad. Afirma que, por medio de los
simbolismos reparadores, la sociedad puede reconocer también que ha fallado al ca-
llar u olvidar los hechos violentos vividos. Así reivindica lo «simbólico» no solo en
relación con las imágenes —por ejemplo, refiriéndose a los gestos como disculpas
públicas—, sino como un proceso sociocultural e histórico, donde una comunidad
o un colectivo de personas determinan un significado que los representa y que les
otorga una identidad.
Robin y Delacroix (2016) realizan un estudio sobre las reparaciones simbólicas
en el Perú en el que se centran en que la categoría de víctima guarda relación con la
etnicidad. Un ejemplo de esto es el memorial El Ojo que Llora, pues este alude a lo
«andino» e «indígena» para contrarrestar la estigmatización que sufren estas razas. Se-
gún las autoras, el Informe Final de la CVR y las reparaciones implementadas buscan
revalorizar el «mundo indígena» al desvincularlo de Sendero Luminoso. Aunque el
título hace mención a este tipo de reparación, el texto deja un vacío sobre la finalidad
de las reparaciones simbólicas. Finalmente, el texto de Uprimny et al. (2006) sostiene
que las reparaciones simbólicas deben «restablecer la dignidad de las víctimas, impo-
ner una sanción moral a los responsables, enviar un mensaje claro de que los hechos
cometidos no pueden ser justificados y que sus víctimas deben ser reconocidas y

211
Legados de un pasado irresuelto

reparadas» (p. 79). Esta última idea vincula la dimensión simbólica con la justicia y
las garantías de no repetición, y se acerca más a las demandas de los familiares y las
víctimas.
La CVR (2003) entiende las reparaciones simbólicas como un enfoque que res-
tablece la confianza de los ciudadanos al fomentar el acercamiento de los diferentes
sectores fragmentados y al permitir extraer enseñanzas. Restaurar los tejidos sociales
quebrados por la violencia se ha convertido en un objetivo difícil de concretar desde
el propio Estado —también le corresponde a diversos actores de la sociedad—. En
ese sentido, la CVR señalaba que toda medida de reparación es simbólica porque
dignifica y reconoce los derechos de las víctimas.
La CVR afirma que las propuestas de reparación simbólica presentadas deben ser
asumidas por el Estado, aunque ello no limita el desarrollo de otras iniciativas desde
la sociedad civil, a las que el Estado debería brindar facilidades. Por ejemplo, el esta-
blecimiento de las Casas por la Memoria que se orientan a la formación de espacios
simbólicos, pedagógicos y creativos que contribuyan a la preservación de la memoria
y que serían promovidos a través de patronatos de gestión que garanticen su funcio-
namiento y sostenibilidad (2003, t. IX, pp. 160-161). De hecho, se enmarcan en esa
definición la exposición «Yuyanapaq. Para recordar», creada en el 2003 y promovida
por la propia CVR y que permanece hasta hoy en el Ministerio de Cultura; el Lugar
de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM), fundado en el 2016; o los
santuarios ecológicos promovidos por la CMAN en algunas comunidades afectadas
por el CAI.
La dificultad de producir mayores avances en reparaciones simbólicas en el Esta-
do peruano responde a factores de comprensión integral acerca de su significado al
momento de implementar las políticas, por lo que resulta pertinente hacernos las
siguientes preguntas: ¿Qué enfoque han recibido las reparaciones simbólicas? ¿Las
reparaciones simbólicas implementadas por el Estado realmente logran dignificar a
las víctimas? Dado que las reparaciones simbólicas funcionan transversalmente a las
demás reparaciones, ya sea en educación, salud, vivienda y económicas, su imple-
mentación no depende solo de la CMAN, sino también de la articulación institucio-
nal y política que se puede establecer con las otras instancias del Estado; de la relación
que se establece con los propios familiares y víctimas, que no identifican el sentido
de restitución de lazos o de reconocimiento cuando reciben las otras reparaciones,
o las iniciativas que podrían adquirir un significado simbólico para ellas se debilitan
por el contexto político o por falta de acompañamiento técnico y/o financiamiento.

212
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

2. Las reparaciones y su desarrollo en la región

2.1. Las reparaciones y su inclusión en las comisiones de la verdad


Implementar las reparaciones no solo ha sido necesario en el Perú. Entre 1980 y
el 2000, gran parte de la región latinoamericana ha pasado por procesos de terror,
desapariciones y violaciones de derechos humanos. Estos hechos se dieron en medio
de un contexto de transiciones democráticas, Gobiernos autoritarios y profundas
desigualdades. América Latina sigue siendo una de las regiones del mundo donde
más impera la desigualdad (Banco Mundial, 2015). Así, la reparación tiene un papel
altamente significativo para fortalecer el sentido de pertenencia a grupos o comuni-
dades (Rivera-Holguín y Velázquez, 2021).
Por ejemplo, en Chile, la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, que in-
vestigó hechos relacionados con tortura, desaparición forzada y asesinatos ocurridos
durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), planteó que la reparación
total del daño causado era imposible, y definió la reparación como un conjunto de
acciones que expresan el reconocimiento y la responsabilidad del Estado; es decir, el
rol estatal de intervenir en forma consciente y deliberada. Asimismo, planteó un pro-
ceso de reconocimiento de los hechos conforme a la verdad, la dignificación moral
de las víctimas y al mejoramiento de la calidad de vida de las familias directamen-
te afectadas para lograr convivencias justas para toda la ciudadanía (CNVR, 1991,
p. 1253).
El informe chileno no define qué se entiende por reparación simbólica, pero sí
propone diversas ideas de reparaciones de este tipo, como la construcción de un mo-
numento recordatorio dedicado a las víctimas de derechos humanos, la construcción
de un parque público en memoria a las personas fallecidas, la organización de cam-
pañas y actos culturales que creen un escenario de reconciliación nacional, obras ar-
tísticas y el respeto al buen nombre de las víctimas. Tras leer el informe, el presidente
Aylwin pidió perdón en nombre del Estado, suplicó perdón a las víctimas y destacó la
necesidad de avanzar hacia la reconciliación. Del mismo modo, le pidió a las Fuerzas
Armadas gestos de reconocimiento de responsabilidades por el dolor causado. Ambos
hechos forman parte de una reparación simbólica que mostró a las víctimas el interés
del Gobierno por investigar, actuar y descubrir la verdad y los daños producto del
Gobierno autoritario.
Por su parte, la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala otorgó la
calificación de genocidio al referirse a las violencias ejercidas contra el pueblo maya
de Guatemala; asimismo, abordó en su informe final la violencia de género. Su fina-
lidad fue esclarecer objetiva, equitativa e imparcialmente las violaciones de los dere-
chos humanos y los hechos de violencia vinculados al enfrentamiento armado (Co-
misión para el Esclarecimiento Histórico, 1999). Este informe afirma que el Estado

213
Legados de un pasado irresuelto

debe elaborar y promover una política de reparación a las víctimas y sus familiares
para dignificarlas y garantizar la no repetición de estos hechos, aunque no detalla las
formas para su implementación. Asimismo, la CEH (1999) reconoce que las muje-
res, familiares de víctimas en su mayoría, han jugado un papel ejemplar en la defensa
de los derechos humanos como impulsoras y dirigentes de diversas organizaciones de
familiares de desaparecidos y de lucha contra la impunidad.
Por otro lado, en Argentina, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Per-
sonas (CONADEP) tuvo el propósito de esclarecer los casos de tortura y desapari-
ción forzada presentados durante la dictadura militar. Su informe final, denominado
Nunca Más (1984), condenó los hechos militares y planteó que descubrir la verdad
es parte de la reparación simbólica que busca saldar una deuda con las víctimas. No
obstante, el informe no posee especificaciones sobre las reparaciones que deberían
implementarse.
El caso canadiense también es interesante de analizar, a pesar de no ser un país
latinoamericano. En Canadá, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación se creó en
el 2008 para esclarecer y reconocer una serie de abusos sistemáticos cometidos contra
los pueblos indígenas durante más de un siglo. Dichos abusos estaban especialmente
relacionados con internados educativos para los niños indígenas, en donde los obli-
gaban a cambiar de religión y a asimilar prácticas culturales occidentales mediante
abusos físicos y psicológicos.
Esta Comisión vincula más bien la reparación con la reconciliación al plantear
un proceso continuo de establecimiento y mantenimiento de relaciones respetuosas,
que consiste en reparar la confianza dañada pidiendo disculpas, ofreciendo repara-
ciones individuales y colectivas y llevando a cabo acciones concretas que demuestren
un cambio social real (Christian Aboriginal Infrastructure Developments, 2015).
Como parte de esta reconciliación se establece la conmemoración pública, señalando
que estas iniciativas pueden honrar, educar, recordar, rememorar y rendir tributo a
los antiguos alumnos de internados, a sus familias y a sus comunidades (Truth and
Reconciliation Commission of Canada, 2015).9 En el informe se argumenta que las
conmemoraciones dan testimonio del sufrimiento y la pérdida que generaciones de
pueblos aborígenes han soportado y superado. El proceso de recordar juntos el pasa-
do es un viaje emocional de sentimientos contradictorios y puede desplegar sentidos
individuales y familiares, pero también sentidos colectivos públicos, desde lo estatal
y lo social. Así, la propuesta de reparaciones de la Comisión de Verdad y Reconci-
liación de Canadá alude a la importancia de narrar, de recordar de forma pública,
buscando preservar la memoria de forma social y colectiva, lo que puede conectar
con la dimensión simbólica que busca analizar este capítulo.

9 Aún hoy se siguen descubriendo hechos atroces cometidos contra la población indígena canadiense.
En el 2021 se encontraron más de 750 tumbas sin identificar en el internado escolar de Marvel, una
institución que funcionó desde 1899 hasta 1996.

214
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

Las reparaciones simbólicas han sido de diverso carácter en América Latina. Así, en
Argentina y Chile ha habido una tendencia a revertir la actuación del Estado median-
te gestos y lugares que permitan resignificar las marcas territoriales que dejó el horror
cometido por los propios agentes del Estado10 (ESMA en Argentina; o el Museo de la
Memoria en Chile); mientras que, en Guatemala y Perú, las respuestas estatales han
venido acompañadas de presión política de las víctimas y de organismos de derechos
humanos para exigir al Estado reparar; y este ha tomado la iniciativa cuando los
crímenes correspondieron a Sendero Luminoso (Lucanamarca). El caso de Canadá
es interesante de revisar, pues las respuestas estatales han privilegiado el discurso —y
el espacio— público de reconocimiento a las atrocidades cometidas contra niños
indígenas, cuya responsabilidad no fue de las Iglesias; es decir, en sentido estricto, el
Estado asumió la reparación como un encargo nacional y no solo estatal.

2.2. La CVR: los vínculos entre reconciliación y reparación


El Informe Final de la CVR parte de reconocer que el conflicto armado interno
constituyó el episodio de violencia más intenso, extenso y prolongado de toda la his-
toria republicana del Perú. Frente a ello, la CVR planteó una serie de propuestas de
reforma y de reconciliación orientadas a afianzar la institucionalidad democrática y
a modificar las condiciones que generaron y ahondaron el conflicto armado interno.
Aunque la CVR elabora de forma específica un PIR, en su propuesta sobre reconci-
liación se identifican los argumentos centrales para las reparaciones.
Para la CVR (2003, t. IX, p. 17), «la reconciliación es la puesta en marcha de un
proceso de restablecimiento y refundación de los vínculos fundamentales entre los
peruanos, vínculos voluntariamente destruidos o deteriorados por el estallido de un
conflicto violento». En ese sentido, plantea la reconciliación en tres niveles: a) políti-
co: una reconciliación entre el Estado y la sociedad; b) social: una reconciliación de
las instituciones y los espacios públicos de la sociedad civil; de modo especial con los
grupos étnicos secularmente postergados; y c) interpersonal: una reconciliación entre
los miembros de comunidades o instituciones enfrentados a causa de la violencia.
La reconciliación se entiende como un proceso abierto y permanente; es de esperar
que halle un reflejo en la educación, en la familia, en los medios de comunicación
y en la propia vida cotidiana de todos los peruanos. En ese sentido, la CVR afirma
que la política de reparaciones por parte del Estado, con el apoyo de la sociedad civil,
es una condición necesaria para el proceso de reconciliación (2003, t. IX, p. 99).
Entre ellas se encuentran las reparaciones de carácter simbólico, como los museos,
los monumentos, las plazas, las publicaciones, así como instalaciones o emblemas
conmemorativos.

10
En Argentina y Chile se produjo el delito de desaparición forzada bajo responsabilidad de las dicta-
duras militares de Videla y Pinochet, respectivamente.

215
Legados de un pasado irresuelto

Del mismo modo, se plantea que la reconciliación debe ser multiétnica, pluri-
cultural, multilingüe y multiconfesional; debe conducir a una integración de la po-
blación rural por parte del Estado. Esta debe tener componentes que remarquen
la revaloración de las mujeres mediante el reconocimiento de sus derechos y de su
participación plena y equitativa en la vida ciudadana; y dirigirse a la construcción
de una ciudadanía solidaria (Comisión de Entrega de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación, 2004). De esta forma, se comprenden las diferencias y desigualdades
sociales desde aristas que involucran aspectos clave como el género, la edad y el nivel
socioeconómico de las víctimas.
Según el PIR, el enfoque simbólico está anclado en el reconocimiento del sufri-
miento de las víctimas durante el periodo de violencia. Entonces, al ser transversal,
toda medida de reparación debería expresar una dimensión simbólica al ofrecer un
reconocimiento de la dignidad y de los derechos de las víctimas, y así contribuir a la
búsqueda o restablecimiento de la confianza entre los ciudadanos.

2.3. Las reparaciones simbólicas en el Perú


Este tipo de reparación se expresa en acciones que reconozcan el dolor de las
víctimas, representen lo que vivieron y se implementen acciones que ayuden a que
estos hechos no se repitan. Las reparaciones simbólicas se manifiestan por medio de
gestos públicos, actos de reconocimiento, recordatorios o lugares de la memoria y
todos aquellos actos que conduzcan hacia la reconciliación en la sociedad.
Así, el Programa de Reparaciones Simbólicas de la CMAN se enfoca en acciones
tangibles, como el apoyo a la construcción de lugares de memoria y santuarios eco-
lógicos, en alianza con comunidades y/o organizaciones de víctimas; actos públicos
de reconocimiento para víctimas civiles, policiales y militares; así como iniciativas de
diálogo y sensibilización, como los concursos de historietas sobre derechos humanos
y paz, realizados en colegios del ámbito rural; y la gestión para la asistencia técnica
a Gobiernos locales para la implementación, aseguramiento y mantenimiento de
lugares de memoria local, como el Santuario de la Memoria La Hoyada (Ayacucho),
considerada una obra emblemática de la Agenda Bicentenario del Perú, donde el
MINJUSDH ha impulsado un cofinanciamiento entre su sector y el Gobierno re-
gional de Ayacucho con una inversión de más de 10 millones de soles asegurados
para la primera etapa (CMAN, 2022b). Del mismo modo, la CMAN ha impulsado
los Lineamientos para la construcción del Plan Nacional de Memoria, Paz y Re-
conciliación11 (CMAN, 2018), aprobados por el MINJUSDH, que planteó como
objetivo reconocer y respetar a las víctimas civiles, policiales y militares del periodo

11
Lineamientos para una Política Nacional de Memoria, Paz y Reconciliación. Véase más en https://cdn.
www.gob.pe/uploads/document/file/2072511/LINEAMIENTOS%20para%20el%20Pol%C3%AD-
tica%20Nacional%20de%20Memoria%2C%20Paz%20y%20Reconciliaci%C3%B3n.pdf.pdf.

216
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

de violencia de 1980 al 2000, considerando y poniendo en valor sus vivencias, y los


esfuerzos y valores que permitieron defender la democracia y los derechos humanos,
rechazar la violencia y las violaciones de derechos humanos; así como establecer pi-
lares y garantías de no repetición, dignidad, verdad y reparación. Del mismo modo,
se ha elaborado el Manual de procedimiento administrativo para la formulación de pro-
yectos destinados a la creación, construcción e implementación de memoriales o santuarios
de la memoria.12 Y, desde el 2021, se viene impulsando la formulación de un Plan
Nacional de Memoria,13 que inicialmente contó con la participación de víctimas y
familiares y otros actores involucrados, pero a la fecha no existe información pública
sobre ello.
Justamente, han sido los procesos de memorialización los que mayor desarrollo
han tenido en el país, pero básicamente desde iniciativas sociales impulsadas la mayo-
ría de veces por organizaciones de derechos humanos, Iglesias y las propias víctimas.
El estado ha respondido con cautela, tratando de sortear la disputa política que se
mantiene en el país sobre el conflicto armado interno. A fines del 2016 se inauguró
el LUM, cuya creación estuvo precedida por una serie de disputas políticas, alianzas
impensadas y de una falta de consenso en la opinión pública frente a la necesidad
de hacer memoria en el país (Silva, 2018). Mientras tanto, hasta el 2021, se habían
registrado 133 lugares de memoria en todo el país, impulsados por diversos actores
sociales, en diversos formatos y soportes (Jave y Hurtado, 2021), y el proceso conti-
núa con nuevos lugares de memoria a partir de la restitución de restos o recuperación
de sitios de entierro, como resultado del proceso de búsqueda de personas desapare-
cidas.
Aunque precedida de un debate público en torno a las memorias en disputa sobre
el CAI, la creación del LUM se ha convertido en un claro ejemplo de cómo esa di-
mensión simbólica adquiere una utilidad y desarrolla una pedagogía de la memoria
tanto para las víctimas como para la sociedad. Ello ocurre no solo por su instituciona-
lidad estatal, sino también por el proceso de apropiación que han asumido organiza-
ciones de víctimas en torno a este espacio. Se trata de un museo que alberga soportes
materiales e inmateriales que recogen imágenes, videos, relatos y testimonios de las
víctimas durante el CAI y que es alimentado por nuevas voces y narrativas de nuevas
generaciones. Su rol incomoda a los actores políticos que buscan desconocer las res-
ponsabilidades estatales durante el CAI, pero, al mismo tiempo, se ve fortalecido con

12
Manual de procedimiento administrativo para la formulación de proyectos destinados a la creación,
construcción e implementación de memoriales o santuarios de la memoria como parte del PIR. Véase
más en https://www.gob.pe/institucion/minjus/informes-publicaciones/2824606-manual-de-procedi-
miento -administrativo-para-la-formulacion-de-proyectos-destinados-a-la-creacion-construccion-e-im-
plementacion-de-memoriales-o-santuarios-de-la-memoria-como-parte-del-pir.
13
El IDEHPUCP contribuyó en una primera etapa con la metodología y organización de los espacios
de diálogo con diversos actores en el 2021. Véase más en
https://cdn01.pucp.education/idehpucp/wp-content/uploads/2021/08/13212642/vf-Sist.-proce-
so-dia%CC%81logo-Plan-Nacional-Memoria_23julio1.pdf.

217
Legados de un pasado irresuelto

la acogida a nuevas audiencias que encuentran en este espacio un lugar de reflexión,


historia y memoria. Para las víctimas, es un lugar de reconocimiento público en tanto
ofrece una narración y documentación de sus afectaciones, las acoge para que reali-
cen sus actividades y promueve un vínculo con nuevas generaciones.
El PIR también planteó la responsabilidad estatal a nivel regional y local. Así, al
amparo de los primeros años posteriores a la CVR, las regiones más afectadas por
el conflicto armado impulsaron una serie de normativas y ordenanzas orientadas a
reconocer los hechos vividos durante el CAI y a conmemorar a las víctimas, incluso
en temas que habían recibido escasa exposición, como el de violencia sexual. En
Huancayo, la Ordenanza Municipal 018-2008/MPH dispuso que se llevaran a cabo
dos medidas de reparación simbólica dirigidas a las víctimas de violencia sexual: a) es-
tablecer el 25 de agosto como «Día del reconocimiento simbólico a mujeres víctimas
de violencia sexual»; y b) destinar un espacio dentro de la plaza Ramón Castilla del
barrio Santa Ana para el sembrado de rosas que representen a cada mujer víctima de
violencia sexual (Rodríguez y Soriano, 2017). En Huancavelica, el Decreto Regional
01-2006-GR-HVCA y el reglamento de la Ordenanza 012-2004-GR-HVCA/CR
establecen que el Gobierno regional creará un Programa Especial de Registro y Re-
paración de Víctimas de la Violencia Política en esta región entre 1980 y el 2000, y
establece sus funciones en la ejecución del PIR. Ambos reglamentos reconocen como
víctimas a las personas o a los grupos de personas que hayan sufrido actos u omi-
siones que violen normas de los derechos humanos; entre ellos, la violencia sexual
(Rodríguez y Soriano, 2017). En Ayacucho, la Ordenanza Regional 018-05-GRA/
CR declaró a esta región zona de grave afectación del CAI entre 1980 y el 2000, y
creó el Consejo Regional de Reparación y Reconciliación, responsable de definir los
lineamientos de políticas e implementar las recomendaciones de la CVR (Rodríguez
y Soriano, 2017).
La emisión de estas ordenanzas son parte de una reparación simbólica que, si bien
no nacen del Gobierno nacional, emergen desde la política regional y tienen efectos
directos sobre la población. Aunque algunas de las ordenanzas no incluyeron finan-
ciamiento local, dispusieron algunas de sus capacidades institucionales (oficinas o
personal), como, por ejemplo, instalar una oficina para registrar a las víctimas o para
proveer de información acerca de las reparaciones. La CMAN puso un mayor énfasis
en el trabajo con los Gobiernos; sobre todo, las reparaciones colectivas, impulsadas
desde el 2007.

3. ¿Cómo reparar lo irreparable?


En todo este panorama, la dimensión simbólica de las reparaciones queda relegada
no solo en su implementación, sino también en la forma como estas pueden ser asu-
midas en la gestión estatal. Ello se puede explicar debido a su propio carácter en la

218
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

definición original, dado que las reparaciones simbólicas funcionan transversalmente


a las demás formas de reparación; es decir, integran los sentidos de reconocimiento,
dignificación y responsabilidad que debería asumir el Estado para responder a la
afectación de las víctimas. Macher (2023, p. 138) ha puesto como ejemplo el caso
de las personas que acuden a recibir reparaciones y que no reciben ninguna forma
de reconocimiento de la institución a la que acudieron, porque los funcionarios que
atienden en otras dependencias no están capacitados ni informados acerca del sig-
nificado de las reparaciones y, menos aún, de su carácter simbólico. Algo similar
ocurre con otras políticas que el Estado debe implementar para responder de forma
específica a públicos vulnerables, como los pueblos originarios o, en este caso, las
víctimas del conflicto armado interno. Las políticas no pueden elaborarse y hacerse
efectivas solo en el sector que las formula —Cultura o Justicia—, sino que deberían
ser transversales a toda la atención que presta el Estado.
Un segundo factor que explica la dificultad para incorporar la dimensión simbó-
lica en el Estado peruano es la desarticulación de sus propias intervenciones en las
políticas de justicia transicional. Las otras instancias del Estado que pueden comple-
mentar o coadyuvar a los procesos de reparaciones no logran incluir el sentido sim-
bólico de reparar. Por ejemplo, el Ministerio Público organizó una ceremonia para
entregar 79 ataúdes con restos óseos, prendas de vestir y hacer «entregas simbólicas»
de las víctimas de Accomarca (Ministerio Público Fiscalía de la Nación, 2022), una
comunidad andina donde 69 personas, entre mujeres, niños y personas de la tercera
edad, fueron ejecutadas por las fuerzas del orden en 1985. Las entregas de los restos
de las víctimas forman parte de la política de búsqueda de personas desaparecidas que
viene implementando el Estado peruano desde el 2016, una demanda esperada desde
hace cuarenta años por los familiares de personas desaparecidas y que puede perder
su «efecto reparador» si se terminan convirtiendo en «ceremonias institucionales,
vacías de contenido y con poco reconocimiento hacia las víctimas, y que al final no
reparan» (Mujer adulta, lideresa de ANFASEP). Se implementan acciones dirigidas a
responder a las afectaciones, pero no se logra incorporar en ellas «la reparación» en el
sentido de reconocimiento como lo entienden y esperan las víctimas.
Las víctimas del CAI de la región de Ayacucho —participantes en la entrevista
grupal— afirman que las reparaciones realizadas por el Estado «no han sido sufi-
cientes ni dignas».14 Ellas plantean una búsqueda de dignidad cuando reclaman el
reconocimiento de la afectación sufrida. Consideran que se han realizado avances en
reparaciones, pero no logran resarcir la dignidad de sus vidas y sus pérdidas.
Se ha recibido muy poco, la reparación económica sí han recibido, pero no
estamos conformes, pero se ha avanzado. En salud no hay, solo son progra-
mas sociales que no son reparación. En educación tampoco, porque solo son
parte de programas sociales. Según el CVR, como reparación simbólica sería
14
Entrevistas a lideresas de ANFASEP y la ANFADET en los meses de abril y junio de 2023, respec-
tivamente.

219
Legados de un pasado irresuelto

el Santuario de la Memoria pero no hablan del resarcimiento [...] No es una


reparación digna. Después de 20 años, el Estado no ha revisado el informe,
sino se hubiera actuado diferente. Por ejemplo, el Congreso no saca un fondo
nacional para resarcir a las familias que han sufrido en ese tiempo. (Mujer
adulta, ANFASEP)

Asimismo, consideran que el monto que se brinda como reparación económica


no les rinde para todos los familiares, no les alcanza ni para poder realizar sus es-
tudios y se sienten humilladas por los funcionarios encargados de materializar las
reparaciones: «En salud, también somos maltratadas en el SIS [...] las mamitas no
son atendidas ni tratadas de manera humana, nos marginan y humillan. Es lo que yo
he sentido, y prefiero irme a una clínica y pagar mi plata» (Mujer joven, ANFASEP).
Así, la comprensión de la dimensión simbólica al momento de implementar las
políticas puede quedar reducida a formas y acciones de conmemoración, entre me-
moriales, placas y ceremonias, que pueden considerarse un gran esfuerzo del Estado,
pero que a veces son decididas con escasa representación de las víctimas o aparecen
como iniciativas desarticuladas de otros procesos en curso. El informe de la CMAN
hasta el 2022 reporta la realización de 71 actos públicos de reconocimiento para
víctimas civiles, policiales y militares, la construcción de 8 santuarios ecológicos y
10 espacios de memoria, así como el inicio de la construcción del Santuario de la
Memoria de La Hoyada, con un avance del 4,51 % y una ejecución presupuestal de
un millón de soles (CMAN, 2022a). Aunque se destaca el Santuario de la Memoria
La Hoyada, impulsado desde la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados,
Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP), y ahora asumido por el Gobierno
regional y nacional, no se explican los procesos de participación ni los criterios de
selección de estos memoriales o por qué se realizan santuarios ecológicos en un te-
rritorio —igualmente afectado por la violencia— y no en otro. O por qué se decide
implementar memoriales y no otras formas simbólicas de reparación.
Para la gestión estatal, estos avances son fundamentales, pero carecen de legitimi-
dad si no se hacen en acuerdo o con participación de las personas afectadas. Saffon
y Tacha (2018) examinan la participación de los familiares como un elemento cla-
ve para diseñar e implementar mecanismos y medidas de justicia transicional que
tengan un nivel mínimo de legitimidad. La participación de los familiares y de las
víctimas debe impulsarse para que intervengan activamente en todo el proceso y no
solo como receptores de las medidas. Las autoras señalan que la participación de las
víctimas en medidas de justicia transicional tiene tres dimensiones: a) como forma de
expresar distintos puntos de vista, expectativas, necesidades y testimonios; b) como
incidencia; y c) como transformación en las relaciones de poder.
Así, las víctimas que entrevistamos para este capítulo entienden el reconocimiento
como gestos institucionales, pero también como mecanismos de información, par-
ticipación y de relato, donde ellas puedan hablar y expresarse ante toda la sociedad;
del mismo modo, si no están informadas, sienten que no se «hace nada», o, si no son

220
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

involucradas en las políticas, perciben que el Estado no las toma en cuenta, y buscan
participar e incidir en los procesos de toma de decisiones. Es decir, la reparación sim-
bólica, como reconocimiento, no se entiende solo como el gesto institucional, sino
que atraviesa todas las dimensiones de su relación con el Estado.
Al mismo tiempo, en otro espacio social formado por la acción de víctimas y
activistas de derechos humanos, la «dimensión simbólica» es muy valorada debido a
los sentidos que les han ido otorgando y la apropiación que han hecho de ella, ante
la lentitud o los vacíos que generaba la implementación de las otras reparaciones. El
enfoque simbólico ha adquirido una diversidad de representaciones y formatos que le
han ido convirtiendo en mecanismos más cercanos para promover el reconocimiento
a las afectaciones sufridas, el contacto con nuevas generaciones y la posibilidad de
concretar sentidos reparadores en el espacio público. Conmover, empatizar, pero,
además, ser reconocidas en sus demandas ha llevado a que organizaciones de víctimas
impulsen e implementen estas iniciativas simbólicas.
Algunas víctimas —participantes en la entrevista grupal con la ANFASEP— con-
sideran que no se ha recibido ningún tipo de reparación y exponen su cansancio,
debido a que son ellas quienes deben reclamar y gestionar las reparaciones que les co-
rresponden sin la seguridad de que algún día logren la reparación digna: «Nosotras ya
estamos muriendo y desapareciendo sin alcanzar justicia ni reparación digna» (Mujer
adulta, ANFASEP). Reconocen que hay avances en las reparaciones, pero, al haber
sido adscritas a programas sociales, perciben que no responden a sus afectaciones:
«Cuarenta años hemos luchado sin una reparación digna. Estamos reclamando
el Santuario de la Hoyada, cuánto hemos sufrido, cuánto hemos luchado, y
esto no queda para nosotras, sino esta reparación simbólica queda para el pue-
blo». (Mujer adulta, ANFASEP)

El contexto político aviva la sensación de lucha permanente sin respuestas satisfac-


torias. La creación del LUM en Miraflores (distrito con nivel socioeconómico alto);
el memorial El Ojo que Llora; los textos escolares del Ministerio de Educación, que
incluyen algunas páginas sobre el pasado reciente, son solo algunos ejemplos que de-
muestran que la implementación de las reparaciones simbólicas no ha sido una tarea
sencilla. Y es que, en medio de la polarización que genera el Informe Final de la CVR,
el tratamiento del periodo de violencia de 1980 al 2000 sigue generando tensiones
y estigmatización hacia las víctimas debido a la presencia de narrativas impulsadas
por grupos sociales y políticos que intentan olvidar, negar o confrontar a quienes
pretenden hablar de las afectaciones que dejó el periodo de violencia, aunque desde
espacios académicos y artísticos se demuestre la necesidad de hablar sobre el tema.
Así, estos espacios que buscan representar el periodo de la guerra interna en el Perú
han sufrido agresiones en el contexto de «terruqueo» y negacionismo. El monumento
El Ojo que Llora, creado por la artista Lika Mutal en el 2005, y reconocido como
patrimonio cultural de la nación, ha tenido que hacer frente a numerosos ataques.

221
Legados de un pasado irresuelto

El hecho de que entre las laberínticas piedras con los nombres de las víctimas haya
también nombres de víctimas que pertenecieron a grupos terroristas molesta a varios;
sobre todo a simpatizantes del fujimorismo (Fowks, 2022). Eso demuestra que deno-
minaciones como estas no han desaparecido. En marzo de 2023, el alcalde de Lima
atacó al LUM y ofreció cederlo a las Fuerzas Armadas; aunque tomar esa decisión no
forma parte de sus funciones. Expresó que estos museos de la memoria y reconcilia-
ción escriben una narrativa donde los propios guías mienten al poner a las Fuerzas
Armadas y a la Policía Nacional como agresores, quienes —en su opinión— han
salido a defender a la patria (Infobae, 2023).
Dos meses después, la Municipalidad de Miraflores clausuró el LUM debido a una
«falta administrativa» que se le imputó, lo cual no se hizo con otros museos del dis-
trito que tampoco contaban con la documentación requerida (Simon, 2023). Tras las
mejoras del edificio y numerosas protestas de organizaciones civiles y de derechos hu-
manos y de la cooperación internacional, se reabrió el LUM al cabo de dos meses.15
El desconocimiento de los graves sucesos ocurridos durante las dos décadas de
violencia contribuye a la desinformación y a una mayor visibilización de narrativas
negacionistas. Según la encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) (2023),16
el 61 % de las personas encuestadas no tienen conocimiento sobre la CVR; mientras
que del 38 % que declaró tener conocimiento al respecto, el 43 % proviene
de Lima Metropolitana, el 51 % se encuentra en el rango de edad de 40 años a
más y el 62 % pertenece al nivel socioeconómico A/B. La enseñanza del pasado
reciente no ha logrado penetrar en la escuela de forma institucionalizada, y se ha
convertido en una barrera para que nuevas generaciones puedan conocer lo ocurrido
y comprender la importancia de construir una cultura de paz sobre la base del acceso
y el reconocimiento de derechos, la tolerancia de la diversidad y la inclusión de todos
los ciudadanos y ciudadanas.
Sin embargo, en un contexto donde el «terruqueo» y la polarización descalifican
cualquier demanda social, las reparaciones simbólicas cobran un valor fundamental
al narrar su propia historia, compartirla con la colectividad y ensayar acercamientos
con nuevas generaciones. El Museo de la Memoria de la ANFASEP, construido entre
el 2004 y el 2005 por las propias víctimas y no por el Estado, se convierte en una
reparación social basada en las capacidades que las socias han ido aprendiendo, en su
relación con diversos actores, incluido el Estado (Jave, 2021). Las propias víctimas se
han organizado, han planificado y gestionado diversas iniciativas de conmemoración
debido a que para ellas se acercan más al sentido que esperan de las reparaciones
simbólicas. Una de las víctimas señala: «Para sentirnos reparadas hemos realizado este

15
Véase la nota informativa en el siguiente enlace: https://lum.cultura.pe/noticias/lum-reabre-sus-puer-
tas-al-p%C3%BAblico.
16
Véase la encuesta elaborada por el IEP (agosto de 2023) en el siguiente enlace: https://iep.org.pe/
wp-content/uploads/2023/08/IEP-Informe-de-Opinion-Agosto-2023.-Informe-completo.pdf.

222
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

museo con el fin de difundir la violencia que hemos sufrido, damos conocimiento a
otros países, nadie nos ha dado o construido» (Mujer adulta, ANFASEP).
Pero ello puede traer consigo una contradicción: el sentido reparador que le co-
rresponde al Estado como una respuesta a la afectación sufrida y al reconocimien-
to de sus responsabilidades no se logra concretar. Para las víctimas entrevistadas,
esta dimensión implica una incongruencia latente, porque es el Estado quien debe
brindar las reparaciones como un reconocimiento en sentido social y político. En la
construcción de este museo no han recibido ningún tipo de apoyo, ni económico ni
un respaldo político; por lo tanto, algunas no lo consideran una reparación simbóli-
ca. Pero, al mismo tiempo consideran que, finalmente, han construido este espacio
como una forma de reparación hacia ellas mismas, pues las representa en su búsqueda
de la justicia, la verdad y la memoria. Se podría pensar, entonces, que se trata de una
«autorreparación» entendida como una estrategia para lidiar con un pasado traumá-
tico, recuperar y fortalecer su memoria, buscar el reconocimiento y así «hablarle»
a la sociedad. Ciertamente, el museo de ANFASEP es un espacio para difundir su
propia historia y dejar un aprendizaje para que la sociedad no repita el pasado que les
tocó a ellas; en ese sentido, asume un efecto terapéutico, de aliviar el dolor sufrido.
Pero ellas esperan un sentido integral de reparación simbólica que recupere su efecto
político, cívico, público, de afirmación de ciudadanía. Una ciudadanía que ellas han
debido conquistar a través de sus luchas y que el Estado ha tardado en reconocer.
Según la CVR, las propuestas de reparación simbólica presentadas deben ser asu-
midas por el Estado, aunque ello no limita el desarrollo de otras iniciativas desde la
sociedad civil, a las que el Estado debería brindar facilidades. Pero en la práctica esto
no sucede; la sociedad civil, como es el caso de ANFASEP, ha buscado generar sus
propios espacios de reparación.
Como señala una de las mujeres entrevistadas, la construcción del Museo de la
Memoria en Ayacucho ha sido una lucha constante, las han catalogado de terroristas
y las han denunciado por apología del terrorismo. Han sufrido constante margina-
ción y humillación por parte de la sociedad, como parte de la corriente negacionista.
Como una de ellas afirma, «reparación simbólica es voluntad política». Por lo tanto,
la consolidación del Museo de la Memoria en Ayacucho ha sido gestión de las pro-
pias víctimas, quienes han enfrentado diversas limitaciones para poder contar su ver-
dad e historia. Aunque este capítulo no se enfoca en lugares de memoria, cabe señalar
que en el país se han desarrollado una diversidad de lugares de memoria de acuerdo a
las identidades sociales y culturales, regionales e incluso por el tipo de afectación. La
mayoría de ellos fue impulsado por víctimas con escasa intervención del Estado; no
existe una mirada integral de cuántos funcionan a nivel nacional ni un apoyo técnico,
o una entidad que los articule.

223
Legados de un pasado irresuelto

3.1. La dimensión simbólica de los lugares de memoria


En ese sentido, la creación de lugares de memoria ha sido una de las iniciativas de
conmemoración más extendidas en el Perú tras el conflicto armado interno (1980-
2000). Al 2020 se estimaba que existían 133 lugares de memoria, entre parques, mau-
soleos, plazas, placas, casas de memoria, entre otros memoriales (IDEHPUCP, 2020).
Pero ha sido la sociedad civil organizada, entre organizaciones no gubernamentales
(ONG) y asociaciones de familiares y víctimas, quienes han impulsado la mayoría de
iniciativas de memoria, exponiendo una narrativa propia del pasado desde sus propias
afectaciones y sus propias identidades. Ello ha quedado plasmado tanto en lugares
materiales como inmateriales, y han recibido una enorme exposición pública.
Por otro lado, hay que advertir que no todo se puede entender como reparación
simbólica, dado que es al Estado a quien corresponde hacerla, pero también surgen
otras formas de elaboración que las sociedades crean para procesar el impacto de las
violencias. En nuestro país se ha elaborado en el campo de la cultura como la litera-
tura, el cine y demás expresiones artísticas, donde la producción ha sido copiosa, en
parte debido a que las representaciones componen un universo amplio y diverso que
permite canalizar distintas posturas que en el poder político no es posible (Drinot,
2007; Milton, 2015). Ha sido en estos espacios, como la literatura, donde se pue-
den identificar algunos elementos vinculados a la restauración de lazos rotos entre
diversos actores de la población, y aunque no se trata en explícito de reparaciones,
contribuyen a exponer y expresar otros sentidos que pueden leerse como expresiones
de reparación simbólica. Las contribuciones de José Carlos Agüero y Lurgio Gavilán,
entre otras producciones, se inscriben en ese sentido. El libro Memorias de un soldado
desconocido, escrito por Lurgio Gavilán, narra la historia de su vida en tres tempora-
lidades, asumiendo diversas actorías durante el CAI en su propia experiencia, desde
un relato afectivo que permita compartir su experiencia para él mismo y para los
lectores. Las memorias restaurativas son asumidas por sujetos cuyas experiencias de
vida son cercanas al conflicto armado, lo que puede ser leído como actos privados de
reparación simbólica porque se enfocan en la restitución de los elementos de valor
simbólico violentados (De Vivanco, 2018).
Pensar en las reparaciones simbólicas implica pensar en las víctimas, pensarlas
como personas que han visto sus vidas transformadas al sufrir las afectaciones de
la guerra, pero también al transitar un largo proceso de lucha por las reparaciones.
Buscar la verdad y la justicia les ha cambiado la vida, les ha permitido desarrollarse y
fortalecerse como personas; tejer redes y contactos, así como aprender del funciona-
miento del Estado y las instituciones públicas. Más que las mismas reparaciones que
ha realizado el Estado, las propias gestiones y luchas que han ejercido las víctimas ha
impactado sus vidas, fortaleciendo su liderazgo y su organización, pero siempre con
el dolor del largo camino recorrido, como señala una de las víctimas: «Mi cara está
arrugada, pero mi corazón está fuerte, podemos reclamar nuestros derechos y donde
están nuestros familiares» (Mujer adulta, ANFASEP).

224
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave

La dimensión simbólica resulta más compleja de abordar cuando se comprende


su sentido integral. No se refiere solamente al Programa de Reparaciones Simbólicas,
establecido en el PIR y en las funciones de la CMAN, sino a todo el proceso de cons-
trucción de lucha, de construcción de agencia y de reconocimiento social y político
como ciudadanas. En una sociedad marcada por la discriminación histórica, para
peruanos y peruanas que sufrieron la violación de sus derechos más elementales, que
les fueron quebrados sus proyectos de vida personal y comunitarios, buscar recono-
cimiento desde el Estado y la sociedad se convierte en un objetivo de restauración de
derechos, de recuperación de ciudadanía y de convivencia social.

4. Conclusiones
Si bien existe un gran avance en las acciones estatales y se ha cumplido con algunas
de las recomendaciones de la CVR para las víctimas del CAI, estas acciones aún no
logran transmitir un efecto reparador hacia las víctimas del conflicto. Las reparacio-
nes simbólicas tienen como fin reconocer públicamente el dolor y el daño ocasionado
hacia las víctimas del CAI, pero ese reconocimiento es político, en el sentido no solo
institucional —el Estado reconoce la afectación—, sino que también busca generar
una transformación y un impacto en la sociedad, de forma pedagógica y pública.
Así, se trata de fortalecer —o generar— una ciudadanía activa, donde las víctimas
sean reconocidas como ciudadanas. El reclamo más recurrente es el reconocimiento
y el acto simbólico que vaya más allá de la entrega de bienes materiales como becas
o dinero. Se trata de responsabilizarse por lo ocurrido y brindar soluciones que no se
diluyan entre los programas sociales que buscan el desarrollo social y la lucha contra
la pobreza.
Las reparaciones simbólicas no solo quedan relegadas desde su diseño e implemen-
tación, sino también en la forma en que pueden ser asumidas en la gestión estatal.
Extender el carácter y enfoque transversal que poseen las reparaciones simbólicas
hacia todo el Estado —no solo a los sectores desde donde se formula la política—
mediante información, capacitación y actualización en torno a la implementación de
los programas de reparación puede colaborar con la gestión estatal y, por lo tanto, ser
más eficiente para responder a las personas beneficiarias. La reparación comienza des-
de el acercamiento del Estado a las víctimas, brindando accesibilidad, información y
acompañamiento. Ello implica que las víctimas sean tomadas en cuenta dentro del
proceso de reparación, desde el momento de diseñar e implementar las políticas y
acciones estatales mediante su participación activa, siendo convocadas, escuchadas y
consultadas. La reparación simbólica va más allá de un gesto institucional; debe atra-
vesar todas las dimensiones y enfocarse en la relación de las víctimas con el Estado.
A pesar de los avances, las víctimas perciben que el Estado no ha asumido su
responsabilidad y que no brinda la dignificación o el reconocimiento de los daños

225
Legados de un pasado irresuelto

ocasionados. Por ello, algunas perciben que tienen que seguir luchando y buscar su
propia reparación («autorreparación») mediante las acciones y la agencia social que
ejercen. Son las propias víctimas quienes toman la iniciativa y gestionan para poder
recibir o acceder a ciertos programas de reparación por parte del Estado. Esto marca
una narrativa compleja desde las víctimas y las organizaciones de derechos humanos:
cuestionan al Estado por esa desatención, pero colaboran de manera fluida para que
sus demandas logren ser institucionalizadas en políticas públicas. Esto puede generar
lejanía en la vida cotidiana cuando tienen que gestionar las otras reparaciones y se
encuentran con retrasos o ven que no se produce ningún cambio en sus vidas (vi-
vienda, salud o educación) como se esperaba. El sentido reparador debe entenderse
como un proceso integral que requiere información, capacitación y articulación con
los otros sectores del Estado, y que no puede quedar solo como un plan de acciones,
sino como una política que atraviesa las instancias nacionales, regionales y locales.

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229
III. La democracia peruana
y sus cuentas con el
pasado
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y
degradación institucional en el Perú contemporáneo

https://doi.org/10.18800/9786124474477.008

Daniel Encinas
https://orcid.org/0000-0003-3078-5235
Northwestern University

Antonio Zúñiga
https://orcid.org/0000-0002-0206-3107
Pontificia Universidad Católica del Perú

Resumen
El presente capítulo se enfoca en los efectos contemporáneos de dos identidades
radicales de largo aliento: la identidad «tutelar-elitista», que refuerza las jerarquías
tradicionales bajo la idea de «progreso», y la identidad «refundadora-popular» orien-
tada a romper con la «dominación» reivindicando a los de «abajo». Ambas identi-
dades no solo preceden y trascienden el conflicto armado, sino que fueron intensi-
ficadas por este a pesar de la derrota de Sendero Luminoso. El capítulo argumenta
que estas identidades estructuran posiciones encontradas alrededor de tres patrones
institucionales: a) el modelo económico, b) la geografía electoral y c) la conflictividad
social. Asimismo, llama la atención sobre las tendencias desestructurantes de estas
identidades y, en particular, su rol en generar enfrentamientos irreconciliables que
contribuyen a una constante degradación institucional y al actual colapso social. El
trabajo concluye que la supervivencia de estas identidades contradice las recomenda-
ciones de la CVR referidas a construir un nuevo pacto social.

Palabras clave: crisis política, instituciones, identidades, nación, nacionalismo

231
Legados de un pasado irresuelto

Introducción
Perú vive desde hace algunos años en una crisis perpetua. En un inicio, esta crisis
se restringía al enfrentamiento entre dos poderes del Estado (Gobierno y Congreso)
controlados por dos tipos de derecha (Peruanos por el Kambio y el fujimorismo),
pero paulatinamente se complejizó y empezó a echar raíces en la sociedad. La crisis
política se transformó, en palabras de José Carlos Agüero, en un colapso social.1
Evidencia de ello son los estallidos sociales de gran envergadura, la represión de las
fuerzas del orden y los discursos que apelan a antagonismos étnicos, culturales, terri-
toriales y socioeconómicos.
El presente capítulo llama la atención sobre estos discursos antagónicos y su co-
nexión con el conflicto armado interno (CAI). Argumentamos que el actual colapso
social responde al enfrentamiento entre identidades nacionales de corte radical y de
largo aliento en el Perú: lo que llamamos la identidad «tutelar-elitista», proclive a una
posición desde las jerarquías tradicionales, y lo que podría denominarse la identidad
«refundadora-popular», orientada a una visión de «los de abajo». Estas identidades
—reconocidas, no sin matices, por diversos estudios en las ciencias sociales y huma-
nidades— preceden al CAI. No obstante, este periodo de violencia parece haberse
asentado en ellas y contribuido a reproducirlas, reforzarlas y complejizarlas. Asimis-
mo, el posconflicto coincidió con el fin de varios otros procesos: hiperinflación, sis-
tema de partidos y la democracia. Planteamos, siguiendo a Soifer y Vergara (2019),
que el posconflicto inició hacia mediados de la década de 1990.
Estas identidades no son las únicas que pueden encontrarse (o construirse) en el
Perú. Ciertamente, tampoco son masivas ni parecen seducir de forma mayoritaria
a una población más fragmentada que unificada alrededor de discursos limpios y
claros. Sin embargo, ambas tienen un peso sobredimensionado en el debate público
con consecuencias devastadoras en la actualidad. Los efectos contemporáneos de es-
tas identidades se pueden rastrear en los discursos y comportamientos contrapuestos
en torno a la continuidad de tres patrones institucionales durante el posconflicto:
a) el modelo económico, b) la geografía electoral y c) la conflictividad social. Estos
discursos estructuran la competencia y disputa por el poder, establecen los «amigos
y enemigos» en la política peruana. Pero otros de sus efectos son, más bien, des-
estructurantes. Al generar campos antagónicos y difícilmente reconciliables, estas
identidades también contribuyen a la constante degradación de la institucionalidad
democrática del país. El actual estallido social y la respuesta represiva desde el Estado
son una manifestación contemporánea de estos efectos.

1 Esta división entre lo político y social es discutible. Acaso una mejor caracterización sería referirnos al
ámbito político en sentido restringido (lo institucional-formal) y al ámbito político en sentido amplio
(incluyendo la política movimentista y contenciosa). Véase la entrevista realizada por Enrique Patriau
(2022) a José Carlos Agüero.

232
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga

Como consecuencia, planteamos que una manera de entender el colapso social


contemporáneo es la desatención a las conclusiones y recomendaciones del Informe
Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) (2003) y, en particular,
su llamado a construir un nuevo pacto social donde la violencia no sea vista como un
mecanismo válido para generar cambios y disminuya la discriminación y el desprecio
contra la población históricamente marginalizada. Eliminar, esto es, las identidades
nacionales radicales que nos predisponen al conflicto violento y el autoritarismo. Se
trata de divisiones profundas que —como indicamos en el título— no requieren de
la persistencia de Sendero Luminoso como una amenaza objetiva y que subsisten
obstinadamente pese a su derrota.

1. Identidades nacionales y violencia política


De acuerdo con la famosa definición de Benedict Anderson (1993), una nación es
una comunidad imaginada. Se compone de personas que no se conocen, pero que se
imaginan como parte de un colectivo con «un compañerismo profundo» y lleno de
«fraternidad». En Perú, en cambio, nos hemos tenido que conformar con imaginar la
futura creación de la nación desde el inicio de nuestra vida independiente; es decir,
enfrentarnos a la llamada «cuestión nacional» (Vergara, 2022). Esta última consiste
en una interpelación por el lugar que deben ocupar los sectores históricamente mar-
ginalizados: el contraste entre la promesa peruana de una «vida próspera, sana, fuerte
y feliz» (Basadre, 2005) y la cruda realidad de una distribución de poder desigual
basada en diferencias étnico-raciales, culturales, socioeconómicas y territoriales.
Tomando como punto de partida esta definición, presentamos a continuación dos
ficciones, discursos, narrativas, imaginarios o – como preferimos llamarlas – identi-
dades que responden a la cuestión nacional de forma radical. Asimismo, desarrolla-
mos algunas ideas que permiten entender su relación con el CAI.

1.1. ¿Qué son las identidades nacionales?


Definimos una identidad nacional como un tipo de identidad social que se basa
en un conjunto de ideas sobre quién es el sujeto nacional y cómo debe reorganizarse
el país para lidiar con la cuestión nacional. [RR4] Por identidad social no hacemos
referencia a características esenciales, supuestamente fijas, inmutables o innatas. En-
tendemos que son artefactos socialmente construidos que definen roles, relaciones
interpersonales y significados compartidos (Mahoney, 2021). La pertenencia a estas
identidades sociales se manifiesta —de forma más o menos explícita— a partir de
los discursos y comportamientos de las personas. Además, no se limitan a criterios

233
Legados de un pasado irresuelto

de clase o socioeconómicos. Incluyen categorías sociales con elementos culturales,


étnicos-raciales y territoriales de gran relevancia para entender el Perú.
La definición también hace referencia a un conjunto de ideas. Este concepto, cier-
tamente amplio, incluye a las ideologías, entendidas como un cuerpo normativo que
«describe la naturaleza de los seres humanos y la sociedad, así como la organización
y propósitos de la sociedad» (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017, p. 6). Las ideologías
«gruesas» (como el fascismo, liberalismo y marxismo) cuentan con un alto nivel de
desarrollo teórico y ofrecen «respuestas complejas» y «comprehensivas a las pregun-
tas» (2017, p. 6). En cambio, las ideologías «delgadas» carecen de estas respuestas y
se asemejan más a mapas mentales que suelen tomar distintas formas de acuerdo a
cómo se combinan con otras ideas. En ambos casos, sin embargo, estamos frente a
descripciones y prescripciones.
Las identidades nacionales en las que nos enfocamos son radicales en el sentido
de que tienen una proclividad al conflicto violento y el autoritarismo. Asimismo, se
basan en ideologías delgadas.2 Cargan, en consecuencia, con sobresimplificaciones
acerca de la realidad porque trazan una línea maniquea entre lo que llamamos el
sujeto nacional (el «verdadero» o «buen» peruano) y el enemigo interno (el «falso» o
«mal» peruano). De esta manera, hacen un diagnóstico que culpa de los males del
país al enemigo interno que supuestamente estanca o retrasa el potencial (histórico
o futuro) del sujeto nacional. A la par, prescriben un país ideal dirigido por el sujeto
nacional y donde el enemigo interno ha sido neutralizado o erradicado. En este sen-
tido, responden a la cuestión nacional con una suerte de «altruismo parroquial» que
es benevolente con los pares, pero que tiende al conflicto con aquellos que no son
miembros del grupo (sobre el término, véase Bowles, 2008).
Si bien no negamos la existencia ni posibilidad de construir otras identidades
nacionales, nos limitamos a analizar los efectos de dos de ellas que son de particular
importancia en la actualidad: la identidad refundadora-popular y la identidad tute-
lar-elitista.

1.2. ¿Cuáles son las identidades nacionales radicales?


Los dos tipos de identidades en los que nos enfocamos son de largo aliento y car-
gan con respuestas radicales a la cuestión nacional. A partir de la revisión y síntesis
de estudios previos, la Tabla 1 plantea una propuesta para describir los tres elementos
constitutivos de cada una de las identidades: a) el sujeto nacional, b) el enemigo in-
terno y c) los mecanismos y fines de la reorganización nacional.3
2 De esta manera, no negamos la posibilidad de identidades nacionales que (a) se basen en ideologías
gruesas; b) reconocen un enemigo externo antes que interno; y/o c) no se señalan principalmente en
un enemigo, sino en alguna otra construcción social del sentido de pertenencia («nosotros» versus «los
otros»).
3 Esta síntesis está particularmente inspirada en los planteamientos teóricos de Drinot (2011 y 2014) y

234
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga

Tabla 1
Identidades nacionales radicales

Identidad Identidad
refundadora-popular tutelar-elitista

El «verdadero Perú» o el El «buen peruano» o una


Sujeto nacional pueblo principalmente de élite predominantemente
base indígena, andina y de base blanca/mestiza,
territorialmente periférica costeña y capitalina

La élite representante del La población que


Enemigo «legado colonial» y/o los representa el «atraso»
interno abusos contra el sujeto y/o los problemas que
nacional estancan al Perú.

Revolución «desde abajo» Disciplina «desde arriba»


que neutralice a la élite y que recorte libertades para
Reorganización reivindique un glorioso impulsar alguna noción de
nacional pasado precolonial y/o progreso, «modernización»
un futuro promisorio y/o ruta «civilizatoria»
usualmente más igualitario

Elaboración propia sobre la base de estudios citados en el cuerpo del texto.

Para empezar, la identidad refundadora-popular puede remontarse al inicio de la


«tradición radical» estudiada por el historiador José Luis Rénique (2018 y 2022). En
concordancia con nuestros planteamientos sobre ideologías delgadas, el autor descri-
be esta tradición como una instancia de aquello que Shumway (2002) llama «ficcio-
nes orientadoras» y que estaría presente en distintos proyectos políticos y corrientes
de pensamiento intelectual (por ejemplo, el indigenismo, el aprismo, el socialismo,
el populismo y el maoísmo de Sendero Luminoso).
Siguiendo a Rénique, planteamos que el sujeto nacional de esta identidad es el
«verdadero Perú» descrito originalmente por González Prada (1987). Como otros
autores también sugieren, se trata de una población caracterizada en términos étni-
co-raciales («indios») y territoriales («banda oriental de la cordillera») —pero tam-
bién culturales— que ha persistido en los imaginarios colectivos hasta la actualidad.
En su estudio sobre las escuelas peruanas de hace más de treinta años, por ejemplo,
Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart encontraron que profesores y estudiantes
compartían una «idea crítica del Perú» en la que el Imperio incaico era entendido

Rénique (2018 y 2022)

235
Legados de un pasado irresuelto

como «el logro más apreciable del país» (2021, p. 83). Para los autores, se trataba de
un «tradicionalismo romántico de desconfianza hacia lo nuevo» (2021, p. 90). Esta
misma visión centrada en un «Perú autóctono» (Mariátegui, 1924) de «serranos y
campesinos» o «indios infelices» (Bustamante, 1959) también ha estado presente en
discursos recientes.
Este sujeto nacional, entonces, contrasta claramente con un enemigo interno: la
«sociedad enferma» de «criollos y extranjeros» (González Prada, 1987), los jefes «mis-
tis» que hablan otras lenguas y abusan de su poder (Bustamente, 1959), los repre-
sentantes de la «civilización occidental» impuesta (Mariátegui, 1924), el «depredador
blanco» y los técnicos de cultura mestiza (Díaz Martínez, 1969), aquellos que velan
por intereses extranjeros e imperialistas (Portocarrero y Oliart, 2021), las élites capi-
talinas egoístas y codiciosas (Asensio, 2021) y/o corruptas y abusivas (Barrenechea
y Encinas, 2022), entre otras caracterizaciones que destacan el legado colonial y la
dependencia en el sistema internacional.
De estos arquetipos de sujeto nacional y enemigo interno se desprenden los me-
canismos y fines de la reorganización nacional que prescribe la identidad refunda-
dora-popular. La definición que Rénique plantea de la tradición radical resulta re-
veladora en este sentido. Esta tradición indica que «para ser una nación moderna e
integrada el Perú requeriría de una revolución […] de base indígena que […] signi-
ficara recobrar los fundamentos de un pasado glorioso [y] la cancelación del legado
colonial representado por Lima» (Rénique, 2022, p. 17). Los matices, sin embargo,
no son ajenos. Como plantea Rénique, hay «corrientes y persuasiones» que generan
«un efecto a veces moderador o el exactamente opuesto (2022, p. 17).
La segunda identidad que presenta la Tabla 1 es aquella que denominamos «tute-
lar-elitista». El sujeto nacional es una élite modernizante o civilizatoria que es blanca
o mestiza en términos raciales, culturalmente criolla y se ubica predominantemente
en la costa y, sobre todo, en la capital limeña. Los imaginarios colectivos en torno a
este sujeto nacional se remontan a la época colonial y la temprana república peruana
(Zapata y Rojas, 2013, p. 19).
Sin embargo, ha asumido diferentes formas y matices. Por ejemplo, Felipe Pardo
y Aliaga aparece en el análisis de la historiadora Cecilia Méndez (1993) como la
representación de una élite criolla, blanca, superior y civilizada en contra de Santa
Cruz y el proyecto de la Confederación Perú-Bolivia (2000) expresada en poemas tan
satíricos como racistas. Bartolomé Herrera (1929) hace referencia a una «soberanía
de la inteligencia» donde aquellos que cultivan el conocimiento deben mandar y la
plebe (urbana o rural) debe obedecer. Durante el Oncenio de Leguía y el posterior
Gobierno de Benavides, el sujeto nacional es una población blanca y mestiza —
no indígena— compuesta por una élite «modernizante» y trabajadores industriales
«des-indianizados» (Drinot, 2011, p. 2). En años más recientes, la identidad tute-
lar-elitista se ha articulado alrededor de un «archipiélago conservador» compuesto
por diversos tipos de élites que se agrupan en la defensa de la continuidad del modelo

236
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga

económico y un país libre del terrorismo (Vergara y Encinas, 2016). En su discurso


suele salir a flote su contraste con un enemigo interno racializado (Drinot, 2014).
Precisamente, la idea del «enemigo interno» que reconocemos en esta identidad
—y hemos extrapolado a la anterior— proviene originalmente del trabajo de Paulo
Drinot (2014). El historiador presenta una lectura del discurso del «perro del horte-
lano» durante el segundo Gobierno de Alan García (2006-2010) a partir de Foucault.
Su argumento es que en este proyecto neoliberal primó la soberanía sobre la guberna-
mentalidad; en otras palabras, expresaba un «miedo primitivo» y, en consecuencia, el
uso de la «disciplina» hacia un otro recalcitrantemente anticapitalista («comunistas»,
«proteccionistas» y «medioambientalista») que no sería sino la población indígena del
Perú que representa el supuesto «atraso» (2014, p. 172).
Más allá de este Gobierno en específico, uno puede encontrar diversos discursos
ligados a la identidad tutelar-elitista donde el enemigo interno son los sectores
históricamente excluidos del país en términos étnico-raciales, territoriales, culturales
y socioeconómicos. De esta manera, los medios y fines de la reorganización que
prescribe tienen que ver con las ideas de Felipe Pardo y Aliaga referidas a recortar
«el exceso de libertad» contra el «caos» y el «caudillismo» propio de estos grupos
poblacionales (véase Zapata y Rojas, 2013, p. 51), usar la educación occidental
para homogeneizar culturalmente y borrar las diferencias (Zapata y Rojas, 2013, p.
44), «desindianizar» a partir de una incorporación industrial que transforma a los
indígenas en trabajadores (Drinot, 2011), continuar con el ímpetu de la «revolución
capitalista» (De Althaus, 2007) y, en sus versiones más represivas y violentas,
disciplinar a la población (Drinot, 2014).
Como veremos, ambos tipos de identidades nacionales jugaron un papel duran-
te el CAI y se complejizaron a partir de los legados discursivos de este periodo de
violencia. De esta manera, la etapa posconflicto en el Perú ha estado marcada por
una continuidad actualizada de las narrativas de refundación y tutelaje que hemos
descrito.

1.3. ¿Cómo contribuyó la violencia a su continuidad?


La preexistencia de ambas identidades en el país sirvió como un terreno fértil para
el despliegue de discursos y acciones de distintos actores durante el CAI. La tragedia
nacional de las más de 69 000 muertes no puede entenderse en ausencia de estas na-
rrativas y la manera en que la violencia política se sobrepuso sobre ellas, añadiéndoles
capas de complejidad y permitiendo que tengan continuidad hasta la actualidad.
Por un lado, el discurso Sendero Luminoso se asentó sobre la identidad refunda-
dora-popular y la llevó a un extremo (Rénique, 2022). Para esta organización terro-
rista, el enemigo interno es el «viejo Estado», los ricos, los gamonales y terratenientes
que supuestamente combatía a partir de acciones sanguinarias (Degregori, 1999).
Además, a diferencia de otros grupos de izquierda que también resaltaban el uso de
237
Legados de un pasado irresuelto

la violencia para generar cambios políticos, puso en práctica su «guerra popular» con
acciones para «batir el campo» y dejar «un río de sangre» (Degregori, 1999, p. 142).
Este grupo subversivo, en consecuencia, resultó ser el responsable del 54 % de las
víctimas fatales durante el CAI (CVR, 2003).
De estas afirmaciones se desprende que la tradición radical de la identidad re-
fundadora-popular incluye a Sendero Luminoso, pero no puede subsumirse a ella.
No son uno y lo mismo, como se suele sugerir en varias oportunidades en el debate
público. Aunque hay continuidades con otros discursos radicales anteriores y poste-
riores al CAI, la organización liderada por Abimael Guzmán es una visión extrema y
particularmente cruenta de esta identidad nacional.
Por otro lado, la reacción desde el Estado tomó elementos de la identidad tute-
lar-elitista. Inicialmente, «el Perú moderno, urbano y limeño, trató con indiferencia
a las regiones más afectadas por la violencia, las más alejadas y pobres» (Comisión
de Entrega de la CVR, 2008, p. 19). Es decir, primó aquello que Patricia Heilman
(2010) llama la «política del abandono» en la actuación del Estado. Pero los agentes
del Estado también incurrieron en violaciones de derechos humanos, especialmente
contra la población pobre, rural e indígena que era asemejada con las organizaciones
terroristas de forma muchas veces indiscriminada e injustificada (CVR, 2003).
El llamado «terruqueo» o la práctica de identificar erróneamente a una persona o
a un grupo con organizaciones terroristas sirvió desde los años ochenta para justificar
crímenes contra la población civil (Aguirre, 2011). En concordancia con la identidad
tutelar-elitista, el enemigo interno no era únicamente el terrorismo, sino los sectores
de la ciudadanía históricamente excluidos. En los noventa, el «terruqueo» como
versión de la identidad tutelar-elitista pasó a convertirse en un discurso que justifica
la persecución contra los opositores al régimen autoritario liderado por Alberto
Fujimori (Burt, 2011). Eran años en los que, como señaló el testimonio que da título
al trabajo de Burt (2011), se consideraba que «quien habla es terrorista». Luego del
CAI y la transición a la democracia, el «terruqueo» persistió ya no necesariamente
para justificar las violaciones de derechos humanos —aunque su potencial para
aquello, como se ha comprobado recientemente, sigue intacto—, sino para negar
la diversidad de ideas en el país. En particular, como veremos, se empezó a asociar
con terrorismo a grupos de izquierda y/o centro que no defendían la continuidad del
modelo económico (Vergara y Encinas, 2019).
Es posible argumentar que la CVR (2003) llamó la atención sobre ambas identi-
dades nacionales y su rol en el CAI. Para evitar que se repita un periodo de violencia
como el vivido, la CVR indicó la necesidad de, por un lado, concretar medidas para
reducir el espacio a la discriminación y el desprecio hacia sectores históricamente
excluidos de la población. Es decir, algo que podría interpretarse como superar la
identidad tutelar-elitista. Como indican sus conclusiones (numeral 9), la violencia
hacia ellos «no fue sentida ni asumida como propia por el resto del país; ello delata
[…] el velado racismo y las actitudes de desprecio subsistentes en la sociedad peruana

238
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga

a casi dos siglos de nacida la República». La CVR también destaca, por otro lado, que
inicialmente el PCP-Sendero Luminoso «fue uno de los muchos pequeños partidos
de izquierda radical, que pugnaban por: a) la reconstrucción (o reconstitución) del
Partido Comunista y/o b) el (re)inicio de la lucha armada» (2003, t. II, p. 17). En el
posconflicto resultaba necesario, entonces, superar la noción —más asociada con la
identidad refundadora-popular— de que la violencia desde abajo es una forma válida
de llevar a cabo transformaciones.
Pese a estas recomendaciones, ambas identidades se han mantenido y compleji-
zado. No es este el espacio para desarrollar un modelo teórico elaborado sobre cómo
el conflicto violento ha contribuido a su reproducción. En la literatura especializada
hay autores que destacan cómo la violencia puede generar grupos más cohesionados
y antagonismos que dan paso a instituciones fuertes.4 No es el caso peruano, donde
las instituciones son generalmente reconocidas como débiles. Pero sí destacan, al
menos, dos mecanismos que conectan el CAI con la reproducción de las identidades.
Primero, una parte de la desinstitucionalización del país (particularmente la debili-
dad de los partidos políticos) y la afectación del tejido social son consecuencia del
periodo de violencia. La deficiente representación democrática y el proceso continuo
de degradación de la política o «vaciamiento democrático» (Barrenechea y Vergara,
2023) puede atribuirse parcialmente al CAI. Por otra parte, destaca la continuidad de
las batallas discursivas alrededor de los legados del conflicto.5 Estas batallas discursi-
vas han servido para agregar complejidad a las identidades radicales. El mencionado
«terruqueo», como claro ejemplo, no solo se asienta en las identidades radicales.
También añade una capa de complejidad para señalar al «enemigo interno» de la
identidad tutelar-elitista («terruco») o denunciar al «enemigo interno» de la identi-
dad refundadora-tutelar («terruqueador»).
A continuación, mostramos cómo estas identidades radicales estructuran desde
hace varios años las posiciones contrastantes en torno a tres patrones institucionales.

2. Los efectos estructurantes durante el posconflicto

2.1. El modelo económico


La década de 1990 significó la instauración del neoliberalismo en el país. La pro-
puesta del Estado neoliberal consistía en que su tamaño sea mínimo y que vele por
el cumplimiento del Estado de derecho, el libre mercado y la propiedad privada
(Harvey, 2013). Uno de los principales cambios del aparato estatal en aquel periodo
fue que el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) incorporó un gran número de

4 Por ejemplo, revisar Huntington (1968) y Levitsky y Way (2013).


5 Por ejemplo, revisar Soifer y Vergara (2019).

239
Legados de un pasado irresuelto

expertos y se manejó bajo una lógica más técnica que política. Como señala Dargent
(2008, p. 71), esa autonomía responde a tres orígenes: 1) los altos costos que implica-
ba si el sector no era dirigido de manera técnica; 2) el consenso sobre lo que significa
una política económica prudente; y 3) la independencia de los expertos en economía.
Durante esos años se desarrollaron las llamadas «islas de eficiencia», que eran agen-
cias estatales como la SUNAT, INDECOPI, etc. Probablemente, el caso paradigmá-
tico de este tipo de instituciones es el Banco Central de Reserva del Perú (BCRP).
Hasta el 2001, el presidente del BCRP que más años había durado en el cargo fue
Germán Suárez, entre 1992 y el 2001, precisamente durante el periodo autoritario
del Gobierno de Fujimori. Tras la recuperación de la democracia, en el Gobierno
de Alejandro Toledo hubo tres presidentes del BCRP. Pero, desde el 2006, bajo el
Gobierno de García, Julio Velarde sigue ininterrumpidamente al mando de dicha
institución. Esta estabilidad de diecisiete años en el manejo de la macroeconomía
contrasta con la inestabilidad política de los últimos años (seis presidentes en siete
años). Además, que ha resultado en récords históricos de crecimiento económico y
reducción de la pobreza bajo una sana política fiscal.
Según la Constitución de 1993, el Perú cuenta con una economía social de mer-
cado; sin embargo, si bien hay una apertura económica y un marco regulatorio que
la fomenta, el Estado no ha cumplido su rol de distribuidor. El «modelo» económico
peruano termina siendo más cercano al mercantilismo que al libre mercado (Parodi,
2022). Y dado que la hiperinflación y el periodo definitorio del conflicto armado vi-
nieron juntos (fines de la década de 1980 y principios de la de 1990), en el Perú cada
vez que alguien propone cambiar el «modelo» hay una asociación con lo antisistema
y, por tanto, con el terrorismo. Cambiar el modelo supone el «retraso», volver a la
década de 1980. Por el contrario, continuar con el «modelo» sería lo moderno, lo
propio de nuestros tiempos.
A los defensores del modelo los podemos ubicar en la identidad tutelar-elitista,
y allí se encuentran los representantes de gremios empresariales, líderes de opinión
y la mayoría de políticos que se ubican hacia la derecha del espectro político. Por
su parte, los que se oponen al modelo suelen montarse en identidad refundadora-
popular: representantes de la izquierda política y algunos sectores de la ciudadanía
organizada. No se trata de ubicar a todos los que creen en la continuidad y el cambio
en las identidades tutelar-elitista y refundadora-popular, respectivamente, sino de
llamar la atención de que la defensa del cambio o la continuidad tiene la tendencia a
tomar como recursos estas narrativas antagónicas de largo aliento. Los de la identidad
refundadora-popular ven al modelo económico como problema y, más importante
aún, su cambio como una solución prácticamente mágica a una serie de problemá-
ticas que el crecimiento económico no ha logrado resolver. Por el contrario, aquellos
adscritos a la identidad tutelar-elitista afirman que precisamente el sostenimiento del
modelo ha impedido que el Perú caiga al peor de los mundos y que, a pesar de la

240
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga

crisis política, haya esperanza de mejorar. Los problemas vendrían con el cambio, no
con la continuidad.
En la sociedad, este punto no es particularmente polarizante. Según una encuesta
del Instituto de Estudios Peruanos (IEP, 2021), el 58 % considera que debe mante-
nerse el modelo, pero con algunos cambios; mientras que el 33 % señala que debe
cambiarse totalmente y 5 % indica que debe continuar igual. Es decir, casi el 90 %
considera que se deben hacer cambios; la cuestión es de grado. Sobre ese punto, la
mayoría no está en la línea de un gran cambio, se trataría de ajustes. La mayor parte
de la población escapa a esta dicotomía entre refundación y tutelaje, apuestan por
una vía reformista o moderada. No obstante, el debate público puede llegar a estar
predominantemente enfocado en la defensa de la continuidad o del cambio desde las
identidades radicales.

2.2. Los patrones geográficos del voto


En la primera parte de la década de 1990, el sistema de partidos en el Perú colapsó
(Mahoney, 1998). Desde entonces no tenemos un sistema de partidos, sino un sis-
tema de competencia, donde participan «coaliciones de independientes» (Zavaleta,
2014)6, que se organizan para el periodo electoral sin mayor perspectiva de vida
partidaria. En ese contexto, las elecciones se tornan bastante imprevisibles, y, ante la
ausencia de partidos, como señala Muñoz (2010), la explicación al voto se encuentra
más relacionada con el personalismo del candidato que con los factores ideológicos,
programáticos o con dinámicas de clientelismo.
Es decir, la imagen y las cualidades personales del candidato serían más importan-
tes que sus propuestas. Aunque, según Sulmont (2018), los vínculos personalistas
podrían ayudar a construir conexiones programáticas. En ese escenario, la fragmen-
tación del voto ha sido una de las características de los resultados electorales en las
primeras vueltas. Sin embargo, esta fragmentación se ha desplomado en las últimas
elecciones. Desde el 2001, en todas las elecciones nacionales en primera vuelta, la
suma de los dos candidatos más votados supera el 50 % (el 2016 sumaban 60,8 %),
pero, el 2021, Keiko Fujimori y Pedro Castillo juntos representaron el 32,3 %. No
ha sido un declive progresivo en la agregación del voto, sino una caída acelerada.
Dado que nuestro sistema electoral exige tener más de la mitad de los votos para
ser elegido presidente en primera vuelta, las segundas vueltas nos han llevado a pola-
rizarnos. Por lo general, en las segundas vueltas hay una división territorial del voto:
el centro y sur del país prefieren a un candidato; mientras que Lima y el norte eligen
a otro. Si se hace el contraste del voto en la segunda vuelta entre Lima metropolitana
y Puno desde el 2001, se observa que en Puno ganó Toledo (2001), Humala (2006),
Humala (2011), PPK (2016) y Castillo (2021); mientras que en Lima ganaba el can-

6 Sobre algunas críticas al estudio de Zavaleta, revísese Grompone (2016, p. 126).

241
Legados de un pasado irresuelto

didato contrario, salvo en el 2001 (Toledo). Solo en las elecciones inmediatamente


posteriores al Fujimorismo Lima y Puno coincidieron.
Cabe precisar que estas categorías territoriales no son totalmente coherentes ni
internamente homogéneas (Encinas y Fuentes, 2021), pero sí es posible encontrar
esa tendencia. Esta división territorial en dos bloques también ha sido categorizada
como preferencias «pro stablishment» frente a las «anti stablishment». El primer grupo
podría estar más en la línea de lo que Vergara (2007) denomina «librecambismo»;
mientras que el sur del país estaría en la línea de la intervención estatal.
Como se mencionó en párrafos anteriores, las segundas vueltas llevan a cierto cli-
ma de polarización; por ejemplo, a candidatos de izquierda como Verónika Mendoza
(2016) y Pedro Castillo (2021) se los ha acusado de tener cercanías con Sendero
Luminoso. No obstante, en el voto tampoco se observa que la sociedad peruana se
encuentre dividida en dos bandos; la fragmentación es la constante, y en estas últimas
elecciones ese proceso se ha agudizado más. Pero las segundas vueltas nos ofrecen
un momento polarizante que recrea esa ficción en la que se inserta la tradición tute-
lar-elitista y la refundadora-popular. En la que algunos actores se atribuyen la defensa
del statu quo; mientras que otros proponen cambiarlo todo.

2.3. La conflictividad social


Al mismo tiempo que teníamos una democracia (precaria), se reducía la pobreza
y aumentaba el crecimiento económico; la conflictividad social era una constante en
el país. Ante la ausencia o extrema debilidad de los partidos políticos como organiza-
ciones canalizadoras de las demandas de la sociedad, los ciudadanos optaron por un
mecanismo informal directo: la protesta social. En América latina, el Perú es uno de
los países con los niveles más altos de participación ciudadana en protestas sociales; y
esta dinámica se mantuvo desde hace varios años (Latinobarómetro, 2019).
Siguiendo ese vínculo entre conflictividad social y representación, Panfichi (2011)
desarrolla el concepto de «representación contenciosa». Es decir, a diferencia de la
representación política que surge de las elecciones, la representación contenciosa se
basa en la identificación sociológica, en compartir una misma matriz sociocultural.
Esta representación haría uso de los conflictos sociales para expresar y negociar sus
demandas. A pesar de que las protestas sociales han sido parte del juego político
desde fines de la década de 1990, estas en su mayoría han sido principalmente frag-
mentadas, y no se han llegado a conformar movimientos sociales propiamente.
Pero las protestas sociales han ejercido un poder de veto frente a las acciones gu-
bernamentales, y, en muchas ocasiones, esto ha permitido que sobreviva la frágil
democracia (Ilizarbe, 2022). El tipo de conflictividad más recurrente ha sido la de-
nominada (por la Defensoría del Pueblo) «socioambiental», que se encuentra ligada
a las industrias extractivas, las cuales se ubican principalmente en los departamentos
de la sierra del país. El modelo económico peruano se sostiene en parte por el dinero
242
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga

recibido de estas empresas mediante concesiones e impuestos; de ahí el incentivo por


parte del Estado para que aumenten este tipo de proyectos.
La respuesta del Estado frente a la conflictividad social ha sido contradictoria,
dado que, por un lado, ha desarrollado varias agencias y mecanismos de diálogo
y, por otro, hubo muchos episodios de fuerte represión de las fuerzas armadas y
policiales. Y, desde las élites políticas y empresariales, se produjo el denominado
«terruqueo», que se ha convertido en una práctica común para referirse a los que
protestan. Llamar «terroristas» a los ciudadanos les posibilita justificar la represión.7
En determinadas coyunturas, se activan los discursos vinculados a las identidades
tutelar-elitista y refundadora-popular; los usan determinados grupos que posibilitan
el escalamiento del conflicto y la posterior violencia.
Sin embargo, en los últimos años, todos los ciudadanos que utilizan el recurso de
la protesta social no necesariamente se ubican en la categoría de la identidad refun-
dadora-popular, ya que grupos conservadores también han usado este recurso. Como
en las marchas de «Con mis hijos no te metas», en contra de la incorporación del en-
foque de género en los colegios, o «Por la paz», que estaban a favor de la continuidad
de Boluarte en el ejecutivo y en contra de las protestas que pedían nuevas elecciones.

3. Los efectos desestructurantes


Las identidades nacionales que hemos descrito generan campos antagónicos alre-
dedor del modelo económico, la geografía electoral y la conflictividad social en el Perú
contemporáneo. Dan, en este sentido, estructura a la política peruana. No obstante,
también se trata de discursos políticos radicales que tienen una tendencia al enfren-
tamiento violento. En ellos no predominan valores democráticos ni una tendencia a
la moderación que permita la convivencia armónica en la ciudadanía (Mainwaring y
Pérez-Liñan, 2013; Levitsky y Ziblatt, 2018). Más bien, son narrativas que plantean
un juego de suma cero donde prima la intransigencia, el cortoplacismo y los sesgos
cognitivos (Weyland, 2021).
La importancia de estas narrativas ha aumentado a medida que el proceso de «va-
ciamiento democrático» se ha agudizado en el Perú y ha dado paso al predominio de
actores cada vez más novatos en el país que circulan de forma acelerada en el poder y
no tienen vínculos con la sociedad (Barrenechea y Vergara, 2023). Esta degradación
institucional ha resultado recientemente en un momento pre-hobessiano de pura
confrontación (Tanaka, 2022) en el que la «democracia por defecto» (Barrenechea
y Encinas, 2022) que persistía en el Perú se ha desmoronado y ha dado inicio a un
rumbo autoritario (Encinas, 2023).

7 Zúñiga (2021) encuentra que hay miembros de Sendero Luminoso que participan en las protestas
sociales, pero no son los líderes y constituyen una pequeña minoría en la movilización.

243
Legados de un pasado irresuelto

3.1. De la crisis política a las identidades nacionales


Desde 2016, el Perú enfrenta una crisis política marcada por el enfrentamiento
entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo que no estaba relacionada con las iden-
tidades descritas. Inicialmente era un conflicto institucional entre dos poderes del Es-
tado controlados por distintos tipos de fuerzas políticas de derecha: Peruanos por el
Kambio (PPK) y Fuerza Popular (el fujimorismo). El conflicto institucional empezó
porque el fujimorismo se negó a aceptar los resultados de las elecciones presidencia-
les, en las que perdieron por escaso margen, y por su decisión de usar su abrumadora
mayoría congresal para desestabilizar el Gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. El uso
cotidiano de mecanismos extremos de control dispuestos en la Constitución, propio
de aquello que en inglés se denomina constitutional hardball (Paredes y Encinas,
2020), llegó a cambiar el sistema político peruano en la práctica al «parlamentarizar-
lo» (Dargent y Rousseau, 2020).
El resultado no solo fue la constante interpelación y censura de ministros, sino
también la imposibilidad de que prácticamente cualquier presidente se sostuviera en
el poder. En noviembre de 2020, la crisis política dio paso a un estallido social de
gran envergadura que rechazó la vacancia del presidente Martín Vizcarra y el Gobier-
no sucesor de Manuel Merino, hasta entonces presidente del Congreso. La respuesta
desde el Estado fue bastante represiva y ocasionó muertes. La crisis, sin embargo,
continuó siendo predominantemente política a pesar de que ya involucraba a la calle
como un componente central.
Las elecciones presidenciales de 2021 aumentaron la complejidad de la crisis y,
eventualmente, resultaron en el colapso social contemporáneo. Luego de una prime-
ra vuelta marcada por una fuerte apatía y fragmentación, la presidencia se terminó
de definir entre dos líderes de tendencias ideológicas opuestas, pero similarmente
radicales y autoritarios (Barrenechea y Encinas, 2022). Ambos protagonizaron la se-
gunda vuelta electoral más polarizante desde el regreso a la democracia. En nuestros
términos, sus campañas reprodujeron las identidades nacionales que hemos descrito
previamente.
Pedro Castillo, candidato del partido político Perú Libre de tendencia marxis-
ta-leninista, reivindicó exitosamente la identidad refundadora-popular. Aunque sus
detractores insistieron en calificarlo de comunista, su principal característica políti-
ca fue un discurso populista que exaltó el «mito del provincial redentor» (Asensio,
2021). Aparentemente inspirado en la idea crítica del Perú que le brinda su condi-
ción de maestro rural, Castillo se posicionó exitosamente como representante del
«Perú profundo» y del pueblo históricamente victimado por las élites (Barrenechea
y Encinas, 2022). Sus promesas electorales, aunque inconsistentes y poco desarro-
lladas en términos técnicos, incluían la transformación radical del Perú a partir de
un cambio de la correlación de fuerzas a favor de «los nadies», destruir instituciones
de control político y entes reguladores del Estado y una asamblea constituyente que
permitiera un nuevo modelo económico.

244
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga

Keiko Fujimori, lideresa de Fuerza Popular, montó su campaña de segunda vuelta


sobre la identidad tutelar-elitista. Fujimori se centró principalmente en brindar un
discurso que se oponía al supuesto comunismo de Castillo, pero también prometió
«mano dura de madre» y «demodura». Es decir, ella y sus aliados parecían ofrecer un
Leviatán anticomunista y antiterrorista que era —en el fondo— una plataforma de
campaña racista y clasista que exaltaba un histórico «miedo blanco hacia la población
que Castillo representaba (Encinas, 2021). El rival de Fujimori fue tildado de salvaje
por un líder de la extrema derecha peruana. Asimismo, el premio nobel de Literatura,
Mario Vargas Llosa, lo caracterizó como un «pobre señor», «un idiota» y «un analfabe-
to». Cuando el fujimorismo finalmente perdió la elección, se inventó un fraude elec-
toral e intentó que prestigiosos estudios de abogados capitalinos ayudaran a eliminar
200 000 votos provenientes principalmente de las zonas rurales donde ganó Castillo.

3.2. De la campaña electoral al colapso social


Una vez en el poder, como señaló elocuentemente el politólogo Alberto Vergara,
Castillo no impulsó un giro izquierdista sino carterista (Encinas, 2023). Es decir, no
hubo esfuerzos sustanciales para avanzar el cambio de gran envergadura que había
prometido y, más bien, incurrió en una lógica patrimonialista de acercamiento al
Estado. El presidente incluso fue irregular en su nivel de radicalismo, pues optó
por presidentes del Consejo de Ministros por momentos más moderados (Mirtha
Vásquez) o alejados de una orientación ideológica de izquierda (Héctor Valer), y
parecía haber dejado de lado las pretensiones de cambiar la Constitución. Una ruta
más pragmática de su gobierno pareció iniciar, simbólicamente, con un abandono
del característico sombrero que usó durante la campaña electoral. En palabras del
escritor e historiador José Carlos Agüero (2022): «se alejó de todo programa, de toda
idea, de toda aspiración de mediano o largo plazo que hiciera posible una reforma
social y política».
No obstante, Castillo logró recuperar niveles de aprobación popular y apelar a su
base electoral primigenia al confrontar nuevamente a las élites. En el debate público,
la pregunta dejó de ser en qué momento cae el presidente; más bien, surgió la ex-
trañeza de por qué duraba a pesar de sus múltiples debilidades y las denuncias en su
contra. De acuerdo con el Ministerio Público, Castillo podría ser:
cabecilla de una organización criminal, tráfico de influencias, colusión agra-
vada, delitos contra la administración pública bajo el delito de encubrimiento
personal y contra la tranquilidad pública por los casos del Puente Tarata III,
ascensos en las FF.AA., la fuga de funcionarios cercanos a su gobierno, la inje-
rencia en la compra de Biodiesel a Heaven Petroleum Operators por parte de
Petroperú y obras adjudicadas, al parecer de manera ilícita, en las provincias de
Chota-Cajamarca y Cajatambo-Lima. (Infobae, 2022)

245
Legados de un pasado irresuelto

Parte de la respuesta radica en la manipulación de la cuestión nacional. En una


oportunidad, Castillo preguntó a una multitud de simpatizantes: «¿Ustedes creen
que un maestro rural le va a robar al país? ¿Ustedes creen que un campesino le va a ro-
bar al propio campesino?». Meses después quedó claro que era una pregunta retórica:
«¡Un campesino no le puede robar a un campesino! ¡Un maestro no le puede robar a
un maestro!», exclamó. Este razonamiento se basa, como puede notarse, en exaltar al
sujeto nacional e insinuar el enemigo interno de la identidad refundadora-popular.
El presidente, sin embargo, logró apelar con mayor éxito a esta identidad en el
acto que dio fin a su gobierno. El 7 de diciembre de 2022 se presentó en televisión
nacional y anunció un golpe de Estado en el que se proclamaba dictador. Su retórica
en ese anuncio regresaba a promesas de campaña como la Asamblea Constituyente.
La medida fracasó por falta de apoyo popular, congresal y de las fuerzas del orden.
La incierta votación por la vacancia presidencial programada para el día siguiente
fue desplazada por la urgente decisión del Congreso de sacar del cargo a Castillo y
permitir que fuera encarcelado antes de que se exiliara en una embajada.
Pese al fracaso del golpe de Estado, la identidad refundadora-popular persistió.
Castillo logró, para decirlo con el título de una de las obras de Rénique (2018), in-
cendiar la pradera. Su caída movilizó inicialmente solo a organizaciones cercanas al
presidente, pero las encuestas de opinión mostraban la inclinación de la población
a convocar a elecciones generales. La vicepresidenta y exministra de Castillo, Dina
Boluarte, anunció en su primer mensaje a la nación que se quedaría hasta el 2026.
Como se comprobó posteriormente, Boluarte y el Congreso se atrincheraron en el
poder. Las protestas crecieron a partir de la movilización de la identidad refunda-
dora-popular: «un profundo resentimiento, de la falta de reconocimiento de la re-
pública, llevando las relaciones entre región y Estado central a un punto extremo»
(Rénique, 2022). La política de las calles se engrosó, pero también mostró mayores
niveles de violencia.
En gran medida, la radicalidad de las protestas y la violencia que mostraron res-
ponden a las medidas represivas adoptadas por las fuerzas del orden. Estas medidas
han costado la vida de docenas de personas, incluyendo menores de edad, y miles de
heridos en un nivel que supera lo visto en Gobiernos peruanos previos y otros estalli-
dos sociales en América Latina (Encinas, 2023). La justificación en la que se sustenta
la cruenta represión no es otra que la identidad tutelar-elitista. Junto con discursos
conspiranoicos que destacan la manipulación de agentes nacionales y extranjeros, la
población movilizada ha sido señalada como un Otro peligroso que necesita discipli-
na debido a su composición predominantemente sureña, andina, indígena y popular.
La retórica oficialista es anticomunista y antiterrorista, lo que destaca la superposi-
ción entre los legados del CAI y la identidad tutelar-elitista que le precede.

246
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga

3.3. La coalición tutelar-elitista y su rumbo autoritario


La pretensión de permanecer en el poder (pese al rechazo generalizado de la pobla-
ción en las encuestas y las protestas en las calles) y el uso de la represión como prin-
cipal mecanismo para conseguirlo ha agrupado en una coalición de gobierno a Dina
Boluarte y Alberto Otárola, supuestamente ubicados de la izquierda al centro, con
las fuerzas de derecha más recalcitrantes del Congreso. Pese a la ausencia de vínculos
institucionales, los une la identidad tutelar-elitista como pegamento que justifica
la represión desplegada y el apoyo de las fuerzas del orden, algunos grandes medios
de comunicación y sectores empresariales. Esta continuidad en el poder permite las
ventajas que la perforación del Estado de derecho admite (Barrenechea y Encinas,
manuscrito inédito), pero también evitar sanciones por los abusos cometidos en los
últimos meses.
La justicia está en debe. Las violaciones de los derechos humanos ocurridas duran-
te la última ola de protestas no han sido sancionadas. Esto tiene algún correlato con
el estancamiento en los últimos años de los procesos judiciales frente a los crímenes
de lesa humanidad asociados al periodo del conflicto armado (Burt y Rodríguez,
2015, p. 136). También nos remite a las violaciones de los derechos humanos por
parte del Estado que se produjeron de manera sistemática en algunos momentos y
lugares durante ese periodo de violencia (CVR, 2003). En efecto, uno de los defectos
del accionar represivo del Estado durante el CAI fue que no supo distinguir a los
subversivos de la población civil. Algo similar se produjo en la respuesta estatal frente
a las manifestaciones, pero al no diferenciar entre la violencia organizada y población
movilizada. Asimismo, las protestas se concentraron en el sur del país, un espacio en
el que la violencia del conflicto armado se había manifestado con mucha intensidad.
Además de la masacre en Ayacucho, vale destacar que Puno ha sido el principal esce-
nario de conflictividad social en estos últimos meses. En este último departamento
es donde encontramos más muertos (33), heridos (246), movilizaciones, hechos de
violencia, días de inmovilización social y bloqueos de vías terrestres (Observatorio de
la democracia y gobernabilidad en el Perú, 2023).
Una señal de que este Gobierno se sostiene en una coalición tutelar-elitista es la
persistencia de discursos y comportamientos que no calan en la mayoría de la po-
blación. En la encuesta del mes de julio de 2023 del IEP, el 70 % está de acuerdo
con una Asamblea Constituyente, y un porcentaje aún mayor se unifica alrededor
de la demanda de elecciones generales. También se destaca que cerca de 8 de cada
10 peruanos desaprueba a la presidenta; mientras que 9 de cada 10 lo hace con el
Congreso.
Precisamente por esta impopularidad, la coalición tutelar-elitista está impulsando
un acelerado rumbo autoritario. La represión ha mellado fuertemente el derecho a la
protesta y hemos visto arbitrariedades como la intervención de universidades y de-
tenciones injustificadas. No se trata de hechos aislados, sino de acciones sistemáticas
que dan continuidad a los actores en el poder. El balance de poder entre el Gobierno
247
Legados de un pasado irresuelto

y el Congreso prácticamente se ha diluido por la alianza mencionada. También se ha


neutralizado la actuación de instituciones estatales clave de control contra los abusos
de poder como el Tribunal Constitucional, el canal del Estado y la Defensoría del
Pueblo. Actualmente, el objetivo de la coalición de gobierno parece ser sancionar
a la Junta Nacional de Justicia y, de este modo, atacar a los jefes de los organismos
electorales. El riesgo es que la única arena de contestación que queda intacta —las
elecciones democráticas— sea afectada con la intención de manipular los resultados.
Como dice la canción, esta democracia ya no es democracia. Hasta dónde llegará la
autocratización que vivimos es todavía materia incierta.

4. Conclusiones
Si bien no hay una sola memoria sobre el CAI, durante el Fujimorismo se ins-
tauró una memoria hegemónica, bastante en la línea de la tutelar-elitista, donde los
«héroes» de la pacificación serían Fujimori y las Fuerzas Armadas. Concordamos con
aquellos que plantean que una memoria alternativa anclada en la democracia y los
derechos humanos contribuiría a evitar caer nuevamente en ciclos de violencia. Pero
también reconocemos que no basta simplemente con «recordar» y «saber», también
se necesita poner en acción cambios sociopolíticos que remuevan los factores que po-
sibilitaron la violencia en primer lugar (Ulfe y Málaga, 2015, p. 173). Aunque estos
cambios suelen entenderse en términos materiales y objetivos, nuestro trabajo llama
la atención sobre los imaginarios colectivos y las narrativas que preceden y sobreviven
al CAI: la identidad tutelar-elitista y la identidad refundadora-popular.
La supervivencia de estas identidades radicales se puede entender como un fracaso
en la atención de las conclusiones y recomendaciones de la CVR (2003). En su vi-
gésimo aniversario, debe destacarse que el Informe Final invitó a concretar medidas
para reducir el espacio de la discriminación y el desprecio hacia los sectores de la
población históricamente marginalizados,8 taras históricas de las que se alimenta la
identidad tutelar-elitista. También rechazó la idea fuertemente arraigada en algunos
discursos políticos de que la violencia es un mecanismo válido para generar cambios,
una de las fuentes que da sustento a la también peligrosa identidad refundadora-po-
pular.
El país no ha transitado en esta dirección en los últimos veinte años. Con el fin
(o el declive) del conflicto armado9 se instauró una determinada lógica del sistema
político, con un modelo neoliberal y técnico en el aspecto económico, momentos

8 En las comisiones de la verdad de Perú y Guatemala, a diferencia de las de Chile y Argentina, para
calcular el número de víctimas se decidió hacer estimaciones, debido a que las estructuras coloniales
opacaban aún más a las víctimas, que fueron en su mayoría indígenas (Stern, 2015, pp. 117-118).
9 Aquí tomamos la periodicidad planteada por Soifer y Vergara (2019), el conflicto armado habría
terminado a mediados de la década de 1990.

248
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga

polarizantes —o, cuando menos, de antagonismos geográficos y los correlatos socio-


culturales con los que cargan— en las segundas vueltas electorales y una alta conflic-
tividad social durante los periodos de gobierno. En estas tres arenas se ha usado el
lenguaje de la guerra, la manifestación de los legados discursivos del conflicto y las
identidades discursivas más antiguas en las que se asentó el periodo de violencia y
que hemos descrito.
La violencia del conflicto armado contribuyó a aumentar la fragmentación social
y política (CVR 2003, p. 343). Como señalan varios trabajos recientes enfocados en
Perú, el poder se encuentra diluido en nuestro país por este y otros motivos (Levits-
ky y Zavaleta, 2019; Barrenechea y Vergara, 2023; Barrenechea y Encinas, 2022).
En este sentido, los persistentes discursos identitarios descritos previamente —tu-
telar-elitista y refundador-popular— no deben leerse necesariamente como aquello
que hace particular al Perú. Lo que parece resaltar es la predominancia sobredimen-
sionada de estos miedos primitivos, sesgos y odios —existentes también en otros
países— a causa de la ausencia de instituciones que las envuelvan o moderen. Las
identidades radicales, entonces, no son un fiel reflejo de las dinámicas sociales ni
preferencias políticas mayoritarias, pero tampoco están desconectadas de la realidad.
Son apropiados por pequeños grupos que los activan como una suerte de partitura
que ya se encuentra escrita a lo largo de nuestra historia. Una que cambia de melodía
y de ritmo, pero que sigue produciendo la misma canción de tendencia violenta y au-
toritario. Más que polarización, entonces, nuestro reconocimiento de la continuidad
de identidades nacionales radicales es una manifestación de la degradación institu-
cional del país y su reemplazo por posiciones extremas, no necesariamente masivas,
pero sí suficientemente beligerantes para apropiarse de la imaginación política sin dar
cabida a narrativas alternativas.
En la política peruana las reglas de juego son muy fluidas y los actores políticos
— muchas veces novatos — son poco predecibles, pero lo que ha sido relativamente
constante son los discursos basados en las identidades radicales descritas, sobre todo
en escenarios y tiempos de crisis como el actual. Es imposible que en una sociedad no
haya contraposiciones de intereses, visiones y proyectos políticos. No se trata de anu-
lar el antagonismo, sino de canalizarlo hacia una sociedad viable (Denegri y Hibbett,
2016, p. 35). El supuesto pragmatismo bajo el que se mueven los actores políticos en
la actualidad —dispuestos al exaltar discursos radicales al par que avanzan intereses
particulares— carece de sentido para avanzar en esa dirección. Están muy lejos de ser
Maquiavelo, descrito acertadamente por Andrés Malamud como «un pragmático al
servicio de un ideal».10 Reconciliar el pragmatismo con la idea de mejora o cambio
en la sociedad es una tarea necesaria.

10
Véase Edwards (2021).

249
Legados de un pasado irresuelto

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254
Un discurso fúnebre ignorado
El Informe de la CVR como propuesta de reforma
estatal democrática y el costo de no escucharlo

https://doi.org/10.18800/9786124474477.009

Eduardo Dargent
https://orcid.org/0000-0002-1844-246X
Pontificia Universidad Católica del Perú

Empecé afirmando que en este informe se habla de ver-


güenza y de deshonra. Debo añadir, sin embargo, que en
sus páginas se recoge también el testimonio de numerosos
actos de coraje, gestos de desprendimiento, signos de
dignidad intacta que nos demuestran que el ser humano
es esencialmente digno y magnánimo. Ahí se encuentran
quienes no renunciaron a la autoridad y la responsabilidad
que sus vecinos les confiaron; ahí se encuentran quienes
desafiaron el abandono para defender a sus familias convir-
tiendo en arma sus herramientas de trabajo; ahí se encuen-
tran quienes pusieron su suerte al lado de los que sufrían
prisión injusta; ahí se encuentran los que asumieron su
deber de defender al país sin traicionar la ley; ahí se en-
cuentran quienes enfrentaron el desarraigo para defender
la vida. Ahí se encuentran: en el centro de nuestro recuer-
do. Presentamos este informe en homenaje a todos ellos.
Lo presentamos, además, como un mandato de los au-
sentes y de los olvidados a toda la Nación. La historia que
aquí se cuenta habla de nosotros, de lo que fuimos y de lo
que debemos dejar de ser. Esta historia habla de nuestras
tareas. Esta historia comienza hoy.

Salomón Lerner Febres. Discurso de presentación del


Informe Final de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (28 de julio de 2003)

255
Legados de un pasado irresuelto

Resumen
Las oraciones fúnebres suelen dedicarse a los caídos en batalla; buscan rendir ho-
nores en ceremonias públicas a quienes sirvieron a la patria para mostrar al resto
de la comunidad el valor de sus acciones. Pero las oraciones fúnebres no son solo
laudatorias. Su carácter edificante puede ubicarse en el sentido contrario al elogio,
al ser abiertamente críticas sobre las fallas y los quiebres nacionales, y al buscar, más
bien, motivar un cambio hacia una sociedad mejor. En este texto «estiro» la figura
de una oración fúnebre en este sentido crítico y propositivo para plantear dos ideas
sobre el Informe Final (IF) de la CVR: a) al hacer un diagnóstico crítico sobre el tipo
de violencia vivida en los años ochenta y noventa, este documento le habla a nues-
tros muertos de una violencia que pudo evitarse de haber sido nuestra sociedad más
igualitaria y haber contado con un Estado distinto; y b) nos ofrece una propuesta de
reforma democrática para modificar este estado de cosas injusto. Se concluye discu-
tiendo brevemente dos casos que buscan aterrizar esta reflexión sobre el costo de no
seguir las recomendaciones de la CVR: las muertes producidas durante la pandemia
y la acción represiva estatal en las protestas contra el Gobierno de Dina Boluarte a
fines del 2020 e inicios del 2021.

Palabras clave: comisión de la verdad, informe final, reparaciones, derechos huma-


nos, democracia, Perú

256
Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo

Introducción
Las oraciones fúnebres suelen dedicarse a los caídos en batalla; buscan rendir ho-
nores en ceremonias públicas a quienes sirvieron a la patria para mostrar al resto de la
comunidad el valor de sus acciones. La más famosa, sin duda, es la Oración fúnebre
de Pericles, recogida en la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides, donde,
además de ese homenaje a los muertos en combate, se resalta la grandeza de Atenas
en los momentos dolorosos de la guerra contra Esparta. Se trata del tópico «Dulce
et decorum est pro patria mori», según la fórmula de Horacio. Como han señalado
los estudiosos de este género de discursos, estos son valiosos tanto por lo que dicen
como por lo que esconden, ignoran o justifican. Toca a los lectores sospechar de su
tono celebratorio y edificante, pues con seguridad esconden claroscuros de algunos
de los celebrados y problemas profundos de sus comunidades.1 O también intencio-
nes políticas al presentar la realidad de determinada manera. De hecho, una paradoja
presente en el texto del propio Tucídides muestra posibles motivos ulteriores del
autor para exagerar el tono laudatorio de su discurso e indica que este no sería una
simple reconstrucción de lo señalado ese día por el Pericles histórico. Tucídides es-
cribe su Oración tiempo después de la guerra, en una Atenas derrotada, con Pericles
muerto por la peste que devastó la ciudad. Como ha sugerido Mark Vila (citando a
Nietzsche), quizá el propósito de Tucídides era hacer recordar a sus contemporáneos
aquellos valores que inspiraron la grandeza de la ciudad, exagerándolos, a fin de dar-
les esperanza de un futuro mejor (Vila, 2000, p. 92).
Pero las oraciones fúnebres no son solo laudatorias. Su carácter edificante puede
ubicarse en el sentido contrario al elogio, al ser abiertamente críticas sobre las fallas y
los quiebres nacionales, y al buscar, más bien, motivar un cambio hacia una sociedad
mejor. En estos discursos, más que celebrar, se demandan explicaciones en nombre
de los muertos que se recuerdan. En el Perú, por ejemplo, tenemos la Oración de
Bartolomé Herrera en las exequias de Agustín Gamarra en 1842, un discurso que
presenta la muerte del caudillo y la derrota frente a Bolivia como una sanción divina
por la desunión y la anarquía que cundían en la república. Su admonición conser-
vadora para los vivos es construir un futuro de prosperidad desde el orden. Y, si bien
no pronuncia una oración fúnebre propiamente, en su Discurso en el Politeama de
1888, Manuel González Prada les habla a los muertos para explicar nuestra derrota
en la Guerra del Pacífico por los quiebres de nacimiento del Perú: la condición subal-

1 «El estudio de los funerales de Estado nos permite comprender los usos y abusos de la memoria histó-
rica, así como de los olvidos, de las amnesias colectivas, que recrean identidades políticas y/o nacionales.
Los funerales públicos conmemoran las hazañas pasadas de índole militar o civil, las que, paradójica-
mente, forman parte de un proyecto a futuro. En efecto, al honrar a un muerto, se está honrando a un
futuro deseado, aunque muchas veces la verdad histórica esté alejada de la imagen que proyecta el rito
funerario y de la información que, posteriormente, se guarda en la memoria pública» (Aljovín, 2006,
p. 206). Sobre estos funerales como fuente histórica también puede consultarse la introducción al volu-
men editado por Carmen McEvoy (2006) sobre funerales de Estado en América Latina.

257
Legados de un pasado irresuelto

terna y explotada de los indígenas. Este tono crítico puede llegar hasta la reversión
del «Dulce et decorum» para mostrar la hipocresía de celebrar como héroes a quienes
mueren por culpa de intereses muy alejados del bien común. En un poema titulado
con el verso de Horacio, por ejemplo, Wilfred Owen narra la brutal muerte de un
soldado británico por envenenamiento con gas en la Primera Guerra Mundial: «My
friend, you would not tell with such high zest/ To children ardent for some desperate
glory,/ The old Lie: Dulce et decorum est Pro patria mori».2 Hablar a nuestros muer-
tos, entonces, no solo consiste en celebrar su sacrificio por una sociedad virtuosa,
sino también en resaltar los males nacionales que nos aquejan y que causaron esas
muertes. Y, al hacerlo, plantear, como un horizonte futuro, un estado de cosas mejor,
un proyecto nacional mejor.
En este texto «estiro» la figura de una oración fúnebre en este sentido crítico y
propositivo para plantear dos ideas sobre el Informe Final (IF) de la CVR: a) al hacer
un diagnóstico crítico sobre el tipo de violencia vivida en los años ochenta y noventa,
este documento le habla a nuestros muertos de una violencia que pudo evitarse de
haber sido nuestra sociedad más igualitaria y haber contado con un Estado distinto;
y b) nos ofrece una propuesta de reforma democrática para modificar este estado de
cosas injusto. Primero, el IF nos ofrece un diagnóstico sobre las causas de la violencia
vivida y explica el alto número de muertes por características profundas e injustas
de nuestra sociedad. La CVR propone que la particularidad y brutalidad de nuestra
violencia se produjo tanto por fracturas profundas nacionales como por fallas en
nuestro Estado; en parte determinadas por dichas fracturas históricas. Si bien, en
primer lugar, considera que la violencia se debió al carácter totalitario y terrorista de
Sendero Luminoso (SL), la CVR también deja en claro que fueron dos condiciones
de nuestro país las que facilitaron tanto la aparición de SL como el tipo de violencia
vivida: a) somos una sociedad que se caracteriza por la desigualdad y el racismo, los
cuales dieron lugar a que se tolerara un altísimo número de muertes y víctimas; y
b) el nuestro fue un Estado ausente en el territorio, débil al brindar servicios, cons-
truir una sociedad mejor y responder a los desafíos que planteó SL.
La segunda idea es que este diagnóstico nos conduce a lo que solemos encontrar en
una oración fúnebre crítica: una propuesta de reparación que cambie esta realidad,
aquello «que debemos dejar de ser», «nuestras tareas» pendientes. La CVR propone
reformas que democraticen partes del Estado y que garanticen una relación distinta
entre Estado y sociedad. Este cambio significaría el compromiso de que nunca más
se repita lo vivido; no solo en un nuevo conflicto o evento excepcional como el
de esos años, sino tampoco en las diversas formas de violencia y discriminación
cotidianas que están en la base de estas tragedias. El IF dialoga con el trabajo de
estudiosos de la democratización y el Estado en países en desarrollo (Linz y Stepan,
1996; O’Donnell, 1993 y 2010) que discuten cómo en estos países puede cambiar

2 «Amigo mío, no volverías a decir con ese alto entusiasmo/ A niños ardientes desesperados por algo de
gloria/ La vieja mentira: «Dulce et decorum est pro patria mori». (La traducción es nuestra).

258
Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo

el régimen político de uno autoritario a otro democrático en lo político, mientras


que otras condiciones de fondo (desigualdad, racismo, clientelismo) se mantienen.
Así, a pesar de los cambios políticos, seguiremos siendo una sociedad y un Estado
con rasgos autoritarios, distantes de un Estado de derecho basado en la igualdad
democrática. Habrá procesos democráticos electorales en los que se cumplen
requisitos mínimamente aceptables, lo cual es sin duda positivo y justo, pero que no
garantizan la construcción de un Estado que promueva y proteja de forma igual a
ciudadanos y ciudadanas. Una democratización real implica trabajar en estas causas
de fondo y hacer del Estado un agente transformador. Esta es la parte propositiva del
discurso fúnebre de la CVR: postular que algo mejor es posible y necesario. Resaltar
que, de haber sido una comunidad más democrática, se hubiera podido tomar otro
camino frente a la agresión de SL, un camino que nos habría costado muchos menos
muertos. Y se nos entrega la tarea de concretar ese nuevo camino.
Las siguientes dos secciones desarrollan estas ideas. En la conclusión se presentan
brevemente algunos casos que buscan aterrizar esta reflexión, en particular, relacio-
nando ese discurso que no se escuchó por las muertes producidas durante la pan-
demia con la acción represiva estatal en las protestas contra el Gobierno de Dina
Boluarte a fines del 2020 e inicios del 2021. Este tono crítico no pretende minimizar
los cambios positivos producidos en estas décadas; en especial, el fortalecimiento de
ciertas instituciones democráticas, los cambios en algunas prioridades de la política
pública y el mayor despliegue territorial del Estado. A veces, los demócratas le ha-
cemos un flaco favor a la democracia al dejar la idea de que da lo mismo un tipo de
régimen que otro. Estos años muestran avances democráticos que valorar. Pero sí pre-
tendemos mostrar que pudo hacerse mucho más, y que el IF puso énfasis en aspectos
clave no desarrollados en años en que el crecimiento económico permitió una mejor
construcción estatal y más políticas de apoyo a los más vulnerables. Hechos recientes
nos recuerdan esas fallas estructurales y cómo todavía explican el impacto diferencia-
do en muertes producidas tanto por las catástrofes naturales como por la violencia
estatal.
La política comparada ayuda a evitar la exageración: no se trata de decir que por
la CVR y sus propuestas el Perú pudo convertirse en Dinamarca, ni siquiera en Uru-
guay o Costa Rica. De hecho, abundante literatura nacional y comparada muestra
que hay razones profundas para nuestra debilidad estatal. Se trata de razones que
tienen que ver con el tipo de sociedad que se construyó en el siglo XIX y sus legados
(Cotler, 1978; Paredes, 2012; Kurtz, 2014; Soifer, 2015; Mazzuca, 2021).3 En gene-
ral, las democracias en la región tienen límites considerables para construir Estados
capaces de responder a las urgencias de nuestras sociedades, y es peor en un país
que tiene legados de debilidad estatal, como es el caso del Perú (Mazzuca y Munck,
2020). Cambios a corto plazo no van a variar de forma radical estas tendencias.
Pero sí se trata de resaltar que, teniendo como horizonte de comparación a nuestra
3 Para discutir algunos de estos textos y sus argumentos, véase Urteaga (2017).

259
Legados de un pasado irresuelto

región, pudimos hacerlo mejor en cuanto a la protección de nuestros ciudadanos y


ciudadanas. Era necesario un compromiso de reformas que beneficieran a los más
vulnerables, que atendiesen aspectos clave para el bienestar, así como oficinas pun-
tuales del Estado que tuvieran un mejor desempeño, aspectos en los que estamos
atrasados frente a países con iguales o incluso menores recursos que el nuestro. En
particular, pudimos hacer mucho más en lo que respecta a la sanidad, la cual en el
Perú está muy por debajo de lo que permitiría su nivel de desarrollo, como en cuanto
a reformas para el control de la violencia estatal. Hay que resaltar que esa agenda
íntimamente ligada a la muerte de los más vulnerables sigue pendiente y debe inter-
pelarnos como sociedad.

1. El Informe Final: diagnóstico de la fractura


¿Qué diagnóstico presenta la CVR para explicar el tipo de violencia vivida en
el país durante el conflicto armado interno? ¿Qué caracteriza a la violencia y a las
muertes vividas en nuestro país? La desigualdad, el racismo de nuestra sociedad y, en
particular, de nuestros funcionarios públicos, así como la debilidad estatal, son las
razones que están en la base de estos resultados. Y que se hayan mantenido después
de siglo y medio de república nos debería producir horror y vergüenza. Abusaremos
de algunas citas largas para resaltar estas características.
En su presentación del IF, Salomón Lerner, quien fue presidente de la CVR, plan-
tea que a los comisionados les ha tocado estudiar un momento horrendo de nuestra
historia, comparable con lo que significó la derrota en la Guerra con Chile, pero
incluso más deshonroso por las fracturas internas que nos muestra tras casi dos siglos
de vida en común y en tiempos democráticos:
Hoy le toca al Perú confrontar un tiempo de vergüenza nacional. Con ante-
rioridad, nuestra historia ha registrado más de un trance difícil, penoso, de
postración o deterioro social. Pero, con seguridad, ninguno de ellos merece
estar marcado tan rotundamente con el sello de la vergüenza y la deshonra
como el que estamos obligados a relatar. Las dos décadas finales del siglo XX
son —es forzoso decirlo sin rodeos— una marca de horror y de deshonra para
el Estado y la sociedad peruanos.

Si queremos romper con esa tradición y cumplir con los ideales republicanos para
ser de verdad «un país de seres humanos iguales en dignidad, en el que la muerte de
cada ciudadano cuenta como una desventura propia», hay que enfrentar esa realidad
que nos mostró el conflicto y buscar justicia y reparación. ¿Y qué nos muestra el
conflicto según este diagnóstico?
La base de nuestra tragedia, según la CVR, está en la discriminación «cultural,
social y económica persistente en la sociedad peruana» que facilitó estos hechos de
horror. Para la CVR, este impacto distinto de la violencia debe entenderse no solo
260
Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo

por las brechas del Estado, que llega en forma diferenciada y débil al territorio, sino
también por las ideas de los actores que lo conforman. Es un Estado permeado por
esta realidad de desigualdad y racismo que dejará ver su cara más violenta en epi-
sodios como el del conflicto armado interno. Esta característica, por lo demás, ha
marcado una y otra vez la relación del Estado con comunidades indígenas. Por men-
cionar dos ejemplos, la brutal represión a la revuelta de Juan Bustamante en el siglo
XIX (McEvoy, 2013) o las masacres durante la explotación del caucho a inicios del
siglo pasado (Chirif, 2009). Esta situación hizo posible y tolerable acciones como las
descritas en el documento, tanto por parte de un movimiento totalitario que bebió
de esos rasgos racistas como del Estado que incurrió en crímenes y abusos en su ac-
ción antisubversiva. Todo ello ocurrió, además, cuando la región y el mundo pasaban
por una ola democrática que tenía como promesa enfrentar estas desigualdades y
garantizar libertades básicas.
El tomo VIII del IF sobre los factores que hicieron posible la violencia pone es-
pecial énfasis en esta dimensión de discriminación étnica presente en la sociedad
peruana. Las características de las víctimas del conflicto y el tipo de acción que ejerció
el Estado, dependiendo de dónde y con quiénes actuaba, no dejan dudas sobre los
determinantes racistas y clasistas de este impacto diferenciado de la violencia. Pero,
además, añade en esta sección otro tema que también marcó de distintas maneras el
conflicto y que explica su impacto diferenciado: el machismo, la violencia de género.
Una idea central del IF, entonces, es que el conflicto tuvo un impacto diferenciado
por estos factores económicos, étnicos y de género. Estas «desigualdades intersec-
cionales», como las llaman las y los estudiosos del tema, son clave para entender la
forma en que se implementan ciertas políticas, así como sus efectos diferenciados en
el Perú; en este caso, en particular, las estrategias contrasubversivas adoptadas y que
desencadenaron los actos de violencia estatal (Boesten, 2018).
¿Cuáles fueron las principales fallas del Estado que ayudan a entender la magni-
tud de esta tragedia? El IF dedica varios tomos a analizar en detalle la acción de las
fuerzas de seguridad, del sistema educativo y las características del Estado en general,
especialmente su débil presencia en el territorio. Sin embargo, cabe reiterar que no
se trata solamente de un Estado ausente o débil: incluso cuando está presente no
actúa como un Estado democrático, que garantiza el Estado de derecho, sino, con
frecuencia, como uno autoritario, que tiene interiorizados el racismo y la exclusión.
En varios de los casos narrados por la CVR, una mayor presencia estatal no significó,
como debería, seguridad para los ciudadanos, sino más posibilidad de represión. Al
hablar de la responsabilidad de los Gobiernos, se detallan estas fallas profundas del
Estado, tanto en términos de su capacidad institucional como de los valores antide-
mocráticos que guían la acción de sus agentes. Así, la conclusión 70 indica:
70. La CVR es consciente de que todo este actuar de los gobiernos estaba con-
dicionado, tanto en su debilidad como en su improvisación, por fallas profun-
das del Estado: i) su insuficiente cobertura territorial y densidad institucional;

261
Legados de un pasado irresuelto

ii) su falta de preparación para enfrentar un conflicto de esas características;


iii) la desconfianza que le provocaban significativos sectores de sus propios
ciudadanos y; iv) una creciente incapacidad para someterse a los marcos cons-
titucionales y legales de los que acababa de dotarse el país a través de la Cons-
titución de 1979.

En esa misma línea, las conclusiones 10 y 11 inciden en esta dimensión estatal:


10. La CVR ha hallado que el conflicto puso de manifiesto graves limitaciones
del Estado en su capacidad de garantizar el orden público y la seguridad, así
como los derechos fundamentales de sus ciudadanos dentro de un marco de
actuación democrático.

11. La CVR, asimismo, ha encontrado una precaria vigencia del orden cons-
titucional y el Estado de Derecho, los que en esos tiempos de crisis fueron
vulnerados.

Al hablar de los actores del conflicto, en particular en los tomos I (Actores arma-
dos) y II (Actores políticos e institucionales), se ofrece una mirada de largo plazo de
las instituciones del Estado para mostrar cómo llegamos de un Estado no democrá-
tico y cargado de prejuicios al tipo de violencia vivida. Además, se analiza cómo no
se combaten estos rasgos y valores antidemocráticos a través de nuestras instituciones
educativas. Así, las fuerzas armadas y policiales distaban de tener una formación
democrática y pluralista; el sistema de justicia no solo no protegió a sus ciudadanos
de los abusos estatales, sino que en ocasiones coadyuvó a estos; el sistema educativo
no difundió valores democráticos ni fue eficaz para enfrentar ideas racistas y totalita-
rias de SL; y, en general, el Estado no estuvo presente en el territorio como agencia
democrática para proteger a una parte de la sociedad. En las historias y los casos re-
presentativos de la violencia, nos encontramos a estos actores estatales una y otra vez
como ejemplos de la certeza de este diagnóstico general. Una vez más, vale la pena
citar a Salomón Lerner al entregar el IF:
Existía un desafío desmesurado y era deber del Estado y de sus agentes defen-
der la vida y la integridad de la población con las armas de la ley. El orden que
respaldan y reclaman los pueblos democráticos amparados en su constitución
y su institucionalidad jurídica sólo puede ser aquel que garantice a todos el
derecho a la vida y el respeto de su integridad personal.

El Informe no pone en duda el valor y sacrificio de quienes desde el Estado de-


fendieron la democracia ante un enemigo totalitario. Tampoco se minimiza la res-
ponsabilidad de actores políticos que dejaron en manos de las fuerzas de seguridad
la conducción del conflicto. Incluso diríamos que aquellos episodios de heroísmo
contra un enemigo totalitario pudieron resaltarse más al discutir el IF ante la opinión
pública para mostrar que esos rasgos positivos también son parte de lo que somos
como sociedad y lograr una mejor recepción de una parte de la ciudadanía que mira-

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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo

ba —y mira— con desconfianza a la CVR. Sin embargo, esos aspectos no eliminan


la dura conclusión principal del IF sobre los rasgos nacionales que determinaron la
acción estatal: la tragedia vivida, sus características se explican por el tipo de sociedad
que éramos (todavía somos) y cómo ello determinó un Estado débil y cuyos repre-
sentantes cargan con valores autoritarios, racistas y machistas.
En resumen, se trata de un diagnóstico que muestra cómo estos rasgos sociales
y estatales dan lugar al tipo de violencia vivida y a muertes que debieron evitarse,
incluso si enfrentamos un reto excepcional para cualquier país de ingreso medio.
Había otro camino posible, más democrático y cuidadoso dentro de la firmeza y
urgencia que requería la situación. A pesar de la letalidad del enemigo y la necesidad
de responder con autoridad, el deber del Estado era respetar los valores fundantes de
su Constitución. Valores, por lo demás, que estaban en las antípodas de los objetivos
totalitarios de SL y que nos otorgaban una clara superioridad sobre este movimiento.
Son valores que, sabemos, distan de materializarse en la realidad práctica, pero que
cuando menos debieron establecer ciertos mínimos democráticos para guiar la acción
estatal. Eso no sucedió y, por ello, los muertos nos deberían interpelar como socie-
dad. Documentar, recordar y, como veremos a continuación, reparar, es un deber
hacia ellos.

2. Reparar: reforma estatal democrática


Un objetivo central de la CVR es reconciliar y reparar, no solo diagnosticar y
denunciar. Y, para que sea una reconciliación con justicia, los comisionados en línea
con el trabajo de instituciones similares en el mundo tenían el encargo de plantear
reformas de fondo de las estructuras que permitieron lo sucedido. En palabras de
Carlos Thiebaut, clausurar este tipo de daño implica asumir el compromiso norma-
tivo de que dicho daño no se repita: «Ese compromiso normativo es el que solemos
expresar en la forma imperativa del ¡Nunca más!» (2015, p. 74).
En línea con lo señalado al inicio respecto al objetivo transformador y normativo
de un discurso fúnebre, las recomendaciones no solo apuntan a las necesarias repara-
ciones individuales y grupales de los afectados, sino también a un objetivo más holís-
tico de reforma. El deber era impulsar reformas democráticas en las instituciones que
aseguraran ese «nunca más». Así, en las recomendaciones (CVR, 2003, t. IX, p. 109)
sobre reparaciones se apunta a cuatro grandes áreas en las que debía concentrarse la
reforma del Estado:
Las propuestas de reforma institucional son muy diversas, y las agrupamos en
cuatro grandes áreas:

A. Recomendaciones para lograr la presencia de la autoridad democrática y


de los servicios del Estado en todo el territorio, recogiendo y respetando la

263
Legados de un pasado irresuelto

organización popular, las identidades locales y la diversidad cultural, y promo-


viendo la participación ciudadana.

B. Recomendaciones para afianzar una institucionalidad democrática, basada


en el liderazgo del poder político, para la defensa nacional y el mantenimiento
del orden interno.

C. Recomendaciones para la reforma del sistema de administración de justicia,


para que cumpla efectivamente su papel de defensor de los derechos ciudada-
nos y el orden constitucional.

D. Recomendaciones para la elaboración de una reforma que asegure una


educación de calidad, que promueva valores democráticos: el respeto a los
derechos humanos, el respeto a las diferencias, la valoración del pluralismo y la
diversidad cultural; y visiones actualizadas y complejas de la realidad peruana,
especialmente en las zonas rurales.

Es importante precisar que el Informe no pretende plantear una reforma de todo


el aparato estatal. Por el mandato de la CVR, su objetivo se centra en las áreas rela-
cionadas con el conflicto. Pero este plan de reformas es sin duda ambicioso, pues su
diagnóstico holístico requería soluciones de la misma magnitud: fortalecer la presen-
cia estatal territorial, garantizar el liderazgo civil y reformar las instituciones armadas
y policiales, construir una nueva cultura de respecto y pluralismo desde la escuela y
establecer instancias independientes, en particular fiscales y judiciales, que pudieran
controlar a otros poderes. Demanda, entonces, un Estado presente en el territorio
que se guíe y organice por estos principios democráticos. Un Estado que combata su
debilidad, pero también el racismo a su interior y sus filtros discriminadores. Todo
un reto para un país que, como dijimos antes, en toda la literatura comparada sobre
el Estado ha sido calificado como un caso negativo de capacidad estatal, especial-
mente en su dimensión territorial (Urteaga, 2017). Más que solo una demanda de
ejecución presupuestal, imposible de concretarse en el corto plazo, es una demanda
para construir nuevas prioridades y valores igualitarios.
En esta línea, el Informe no está solo en esta caracterización antidemocrática de
las fallas profundas del Estado en países en desarrollo, y en particular en América
Latina. Dialoga con trabajos de las ciencias sociales sobre transiciones democráticas,
calidad de la democracia y reformas del Estado, como los de Guillermo O’Donnell,
en los que se resalta que los Estados en América Latina pueden ser democráticos sin
modificar características autoritarias muy profundas (O’Donnell, 1993 y 2010). La
democracia existe en términos electorales. Las reglas para competir por el poder pue-
den ser relativamente justas y garantizar la participación amplia de la ciudadanía. Al
mismo tiempo, el Estado mantiene rasgos autoritarios en línea con valores sociales
y formas de organización antidemocráticos, tanto porque por su debilidad no está
presente en el territorio como porque otros poderes sociales fortalecen estos rasgos
autoritarios. Una larga historia de desigualdad, de poderes no democráticos hacen

264
Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo

que buena parte del Estado actúe de esa manera. Aun cuando el Estado está presente,
no actúa como un Estado de derecho, sino como uno que privilegia los intereses de
unos sobre otros e incluso con violencia. Un Estado débil o fuerte puede cargar con
estos rasgos autoritarios. Es más, estas desigualdades han marcado las prioridades y
hasta la estructura del Estado a través de su historia. Una democratización real re-
quiere comprender y enfrentar la profundidad de estos rasgos.
La lección general de esta literatura es que, si no se combaten estas características
estructurales, será muy difícil que se avance hacia una sociedad realmente demo-
crática. Los actores democráticos deberían ver en la reforma del Estado una agenda
urgente de construcción democrática, tan o más urgente que la dimensión electoral.
Hay rasgos autoritarios muy profundos en el Estado que harán imposible concretar
los valores constitucionales igualitarios y liberales que supuestamente nos rigen. Esta
descripción de Linz y Stepan (1996, pp. 14-22) sobre lo que implica ser un Estado
de derecho (Rechtsstaat) parece un calco de los énfasis puestos en el IF al analizar la
acción y las fallas del Estado peruano y su irrespeto del Estado de derecho:
A Rechtsstaat meant that the government and the state apparatus would be
subject to the law, that areas of discretionary power would be defined and in-
creasingly limited, and that citizens could turn to courts to defend themselves
against the state and its officials. The modern Rechtsstaat is fundamental in
making democratization possible, since without it citizens would not be able
to exercise their political rights with full freedom and independence.4

El Informe, entonces, apuntaba a una reforma democratizadora haciendo espe-


cial énfasis en transformar aspectos fundamentales del Estado peruano que lo hacen
permeable a actores y legados autoritarios, racistas y antipluralistas. ¿Era un objetivo
irreal plantear estas reformas ambiciosas desde una mirada holística? No lo era, pues,
como dijimos antes, servía como una hoja de ruta de reforma hacia el mediano plazo.
No hay país de América Latina donde la pobreza, la desigualdad y las características
autoritarias que marcan a nuestros Estados hayan desaparecido, menos aún en veinte
años. Pero una mirada comparada también nos muestra que lo visto en el Perú no
es normal; es peor que lo que se observa en sociedades vecinas con ingreso medio,
incluso algunas de las cuales no gozaron como nosotros del boom de recursos tan
positivos que se produjo en la primera década del siglo XXI. Y esa mirada también
sugiere que las recomendaciones del IF habrían ayudado a compensar en parte estas
carencias históricas de nuestro Estado en términos de debilidad estatal y de reformas
democráticas.

4 Un Rechtsstaat significa que el gobierno y el aparato del Estado está subordinado a la ley, que las áreas
de poder discrecional están definidas y limitadas incrementalmente, y que los ciudadanos pueden pedir
a las cortes que los defiendan del Estado y sus funcionarios. El Rechtsstaat moderno es fundamental en
hacer posible la democratización, pues sin él los ciudadanos no podrán ejercitar sus derechos políticos
con total libertad e independencia. (La traducción es nuestra).

265
Legados de un pasado irresuelto

Las experiencias de varios países en América Latina muestran que estos mínimos
pueden alcanzarse o que, al menos, se puede avanzar bastante hacia ellos. Una mirada
a la forma en que Brasil, Chile, Costa Rica y Uruguay —e incluso Colombia pese
a todos sus problemas— han establecido fuerzas de seguridad más democráticas y
mejores servicios sociales para sus habitantes muestra que el cambio es posible. La
experiencia comparada indica que el esfuerzo por avanzar en estas dimensiones vale
la pena. Las escuelas o universidades públicas pueden mejorar sustancialmente si se
decide priorizar la educación. Los órganos de seguridad, en muchos de nuestros paí-
ses, han aprendido a respetar cada vez más los derechos humanos y se han reformado
para entender de otra manera la seguridad. Evidencia de ello es que, en varios países,
los fallecidos en protestas son la excepción, lo cual dista mucho de la forma en que se
lidiaba con la movilización social en el pasado. Los servicios de salud, por su parte,
pueden dejar de ser un espacio clientelista, corrupto y llegar de mucho mejor manera
a los más necesitados, así como desplegarse en el territorio.
En particular, este despliegue estatal, especialmente de servicios básicos de cierta
calidad y no solo de infraestructura, se ha dado en la región en el contexto favorable
del boom de materias primas de la primera década del nuevo siglo. Los programas
sociales, por ejemplo, son más inclusivos que en el pasado, atienden a los más vulne-
rables y se preocupan por llegar a más puntos del territorio (Huber y Ponce de León,
2019). La región es otra en términos de atención y servicios para los más vulnerables.
Sin duda, todavía está lejos de las promesas democráticas de nuestras Constituciones
republicanas, pero ha experimentado cambios sustantivos en la provisión de servicios
sociales y el control de las fuerzas de seguridad. Y, en especial, son varios Estados
los que han avanzado en garantizar mejores estándares democráticos para toda la
población, ofrecer servicios sociales a los más vulnerables y restringir más el uso de la
fuerza, incluso ante protestas que devienen en violencia.
Es decir, si la CVR planteaba una agenda ambiciosa, esta se basaba en estándares
básicos deseables sobre los cuales construir. O, en todo caso, demostrar el esfuerzo
por profundizar en cambios a distintos niveles. En el Perú, algunos de esos cam-
bios se han dado. El boom de materias primas permitió un despliegue territorial
de infraestructura y de servicios sociales (Dargent, 2013; Dargent et al., 2017). El
aumento de oficinas públicas y el alcance de programas sociales en el territorio ha
sido importante. La reforma educativa impulsada por los Gobiernos democráticos,
pero con mucha más claridad por el Gobierno de Ollanta Humala, permitió cambios
importantes en la educación (Saavedra, 2021). Y las fuerzas armadas y policiales han
establecido mejores procedimientos de formación, directrices para guiar su relación
con la población civil y, en particular en las Fuerzas Armadas, mejores procesos lo-
gísticos y de cuidado a los miembros más vulnerables de la institución. De hecho,
desde la primera década del siglo, cuando explotaron una serie de conflictos socioam-
bientales, hubo una caída clara en las muertes en protestas y un mejor manejo de

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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo

estos eventos, aunque sin duda con un impacto diferenciado en el territorio, con más
tolerancia a la violencia en zonas rurales que urbanas.
Sin embargo, cualquier observador del Perú, y más desde una mirada regional
comparada, llegará a la conclusión de que las reformas en estas dimensiones no han
estado en el centro de nuestro debate político nacional y mucho menos en la acción
estatal. Nuestros limitados programas sociales, la reversión de las reformas educati-
vas, el abandono del sector salud, la precariedad de las reformas policiales son eviden-
cias de que, a pesar de los avances, estuvimos lejos de atender los mensajes centrales
de esta suerte de discurso fúnebre que nos planteó la CVR. Tomar conciencia de algo
es fundamental: el crecimiento económico en una sociedad que gozó de un impacto
muy positivo en los precios de sus minerales es sin duda importante, pero sin polí-
ticas públicas de otro tipo no se logran todos los impactos igualitarios, educativos y
de mejor atención a los más vulnerables, que es lo que planteaba la CVR. Con todo
lo positivo que trajo dicho proceso en términos de reducción de la pobreza y cons-
trucción de infraestructura, estos cambios requerían políticas y reformas internas que
mejoraran el Estado y combatieran la desigualdad y pobreza de forma más directa.
Porque, en particular, no ha existido claramente un discurso que ponga juntos
el diagnóstico sobre la desigualdad y las reformas estatales, lo cual era el centro del
mensaje de la CVR. Este discurso reivindicativo y constructivo no fue el que dominó
entre élites políticas entre el 2001 y el 2021, cuando el crecimiento y la inversión
tuvieron clara preeminencia en el discurso político, pero tampoco durante el reciente
Gobierno de Pedro Castillo, en el cual vimos cómo se puede combinar la prome-
sa reivindicativa e igualitaria en el discurso con el patrimonialismo más ramplón y
corrupto en el cotidiano. Haber obviado estas propuestas de reforma y omitir un
discurso nacional que pusiera el énfasis en cerrar estas brechas y responder a estas
demandas facilitó que el statu quo se mantuviera. Y, asimismo, posibilitó que ese
Estado débil e incompetente, pero también violento y discriminador, emergiera de
forma brutal en situaciones de tensión, sin ignorar, además, sus consecuencias en la
vida cotidiana.

3. Conclusión: pandemia y muertes por represión estatal


Escapa a nuestro objetivo discutir por qué las recomendaciones de la CVR no
se concretaron. Entre las respuestas obvias tenemos que no hubo partidos políticos
fuertes que hicieran suyas las recomendaciones, o que los fallecidos y los más impac-
tados por la violencia estaban lejos de contar con el poder en la sociedad para hacer
efectiva esta agenda. Más bien, lo que queremos mostrar en esta sección final es el
costo de que ello no haya sucedido.
Dos casos recientes sirven para aterrizar estas reflexiones generales y constatar que
no seguir estas recomendaciones tiene un costo alto en nuestro proyecto nacional.

267
Legados de un pasado irresuelto

Utilizo el brutal impacto de la pandemia en el Perú, así como las recientes muertes
producidas por acción estatal en el marco de las protestas contra el Gobierno de
Dina Boluarte entre diciembre de 2023 y febrero de 2024, como ejemplos de situa-
ciones que pudieron mitigarse de haberse atendido las recomendaciones de la CVR.
En el primer caso, por la debilidad territorial del Estado y sus servicios de atención
a los más vulnerables. En el segundo, por la ausencia de reforma de los cuerpos de
seguridad y otros cambios institucionales. Y, en ambos casos, por la negación a ese
llamado general del Informe para buscar ser una comunidad de ciudadanos donde las
diferencias sociales sean menos determinantes y los más vulnerables una prioridad.
En el Perú han muerto cerca de 220 000 personas por COVID-19. Un número
rotundo que resalta no solo por la cifra en términos absolutos, sino también en com-
paración con países similares al nuestro, pues es bastante mayor. Aunque hay que
señalar que, a diferencia de otros Estados, hemos reconocido toda muerte en exceso
como parte del impacto de la pandemia; se cuente como se cuente, nuestros muer-
tos en términos relativos nos colocan en los primeros puestos en el mundo. Hemos
pasado por situaciones que otros países como el nuestro, en medio de sus tragedias y
carencias, pudieron resolver mejor.
En particular, la falta de oxígeno y de un sistema de atención primario de salud
explican en parte importante el impacto en muertes en el Perú (Gianella et al., 2023).
Pero durante la pandemia le vimos todas las costuras al país, y no solo al sistema de
salud. Así tenemos: la alta informalidad, que dificultó llegar a proteger a los más vul-
nerables; un sistema de transporte desordenado y caótico; una planificación urbana
inexistente, dejada de lado por décadas, que ha dado lugar a ciudades sin servicios
básicos suficientes y espacios verdes. Lo que queremos resaltar es que esta debilidad
en el despliegue territorial del Estado, y en particular en la atención a los más vulne-
rables, fue uno de los puntos en los que la CVR puso énfasis. La pandemia mostró
que el impacto diferenciado de un evento natural también tiene mucho de político
y olvido.
Por otro lado, la represión desplegada durante diciembre y enero por el Estado al
responder a las protestas contra el Gobierno de Dina Boluarte nos recuerda de forma
cruda el contenido del IF. A pesar de que existían mejoras en el manejo de la protesta
en el país, como indicamos antes, en estos eventos se volvió a ver lo arraigado de
ciertas teorías de seguridad, la carga racista de los funcionarios a cargo de la represión
y lo rápido que pueden emerger estos rasgos en situaciones de tensión. La policía y
las fuerzas armadas estuvieron otra vez en el centro de la tragedia, pues asumieron
con facilidad discursos macartistas y no ejercieron un uso proporcional de la fuerza,
lo cual causó más de cincuenta muertos, muchos de los cuales ni siquiera partici-
paban en las protestas, como muestran informes de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, Human Rights Watch o medios de comunicación como IDL
Reporteros o The New York Times. Y una sociedad urbana que en gran medida toleró
los hechos, resaltando que no solo se trató de una tolerancia de élites económicas o

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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo

políticas, sino también del desinterés o de la pasividad de una parte importante de la


población. Se desaprueba al Gobierno y se critica al Estado por su acción, pero sin
llegar a la indignación común que indicaría un mayor tejido nacional.
El impacto territorial diferenciado es innegable, y el racismo de la sociedad para
tolerar las muertes también. Dos muertes en las protestas del 2020 en Lima produ-
jeron una condena que hizo caer a un presidente. En esta ocasión, buena parte de
las élites políticas y quienes apoyan al Gobierno desde la prensa y el empresariado
toleraron muertos en la sierra sur. Además, magnificaron algunos actos vandálicos y
la presencia de radicales para justificarlos. Como señaló Alberto Vergara en un evento
del Diálogo Interamericano en mayo de este año:
¿Por qué a nuestras élites, lo que ocurre en Perú no les parece una barbarie? En
Chile, en el estallido social se generaron veintitantos muertos que provocaron
la dimisión del ministro del Interior. En Colombia, el estallido social generó
alrededor de treinta muertos por una medida del ministro de economía y se
tuvo que ir. En el Perú más de 60 muertos y al ministro de defensa lo ascienden
a primer ministro y la presidenta, contra todo lo que se estaba viendo, sale, y
llaman inmaculadas —en medio de la brutalidad de las Fuerzas Armadas— las
llamaron inmaculadas, y se dieron bonos. Evidentemente una puesta en escena
de respaldo a la brutalidad de las fuerzas del orden. ¿Por qué todo eso no nos
parece una barbarie? (UNDiario, 2023).

La respuesta es, como hace cuatro décadas, por la desigualdad y el racismo. En


otros países, esto ya no pasa, no puede pasar. Desde la política, y teniendo en cuenta
lo vivido en varias tragedias nacionales, podemos darle otra connotación al horacia-
no «morir por la patria». Frente a la pandemia o, más aún, ante los muertos por la
represión estatal, esa frase puede dar a entender que nuestros muertos lo fueron por
vivir en nuestro país. En otro país, con mejores condiciones democráticas, se hubie-
sen salvado. Frente a esto, la CVR reaccionó y nos presentó un diagnóstico mediante
el cual explicó qué es lo que nos daña como comunidad y una agenda de reformas
para enfrentarlo. Era un discurso fúnebre por los muertos del pasado, pero también
para evitar más muertos en el futuro. Esa agenda, como vemos, sigue siendo urgente
y debería interpelarnos más de lo que lo hace.

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271
La esfera pública y la descomposición de la política.
En torno a la reconstrucción de la memoria en el
contexto de la crisis democrática actual

https://doi.org/10.18800/9786124474477.010

Gonzalo Gamio
https://orcid.org/0000-0002-1573-1434
Universidad Antonio Ruiz de Montoya

Resumen
Este capítulo examina la grave crisis política que vive la sociedad peruana, conside-
rando como clave de interpretación de la situación actual el debate sobre la memoria
acerca del conflicto armado interno. La idea que subyace es que no hemos afrontado
seriamente los retos que plantea una sociedad posconflictiva, tanto en el nivel de las
estructuras sociales como en el de la cultura política. Las condiciones de exclusión
y desigualdad económica, la discriminación étnica, cultural y sexual, así como la
tradición autoritaria, se mantienen operativas en nuestro país. El Informe Final de
la CVR asevera que dichas condiciones constituyen factores que propiciaron el con-
flicto armado interno. A veinte años de publicado el Informe, nuestra «clase política»
no ha enfrentado estos males. El autor concentra su investigación en la sistemática
desatención de la recuperación de la memoria en la esfera pública, tanto en los derro-
teros de la izquierda radical como en los de la derecha. Si nos atenemos al discurso de
los actores políticos en la crisis actual, pareciera que ellos pretenden situarnos cínica-
mente en una situación previa a la entrega del Informe. El capítulo concluirá con una
reflexión sobre la necesidad de reivindicar —desde los foros de la sociedad civil— la
tarea de la construcción pública de la memoria sobre las condiciones de la violencia
y las posibilidades de recuperar los lazos comunitarios.

Palabras clave: esfera pública, democracia, memoria, crisis política peruana, CVR,
polarización, derechos humanos, ciudadanía

272
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

Introducción. Una sociedad posconflictiva y una «clase política»


que cuestiona el trabajo de la memoria
El 28 de marzo de 2023, autoridades de la Municipalidad de Miraflores decidie-
ron clausurar el Lugar de la Memoria (LUM) (Escribano, 2023). Según declaraciones
oficiales, la medida obedeció a que el local del LUM carecía de los certificados de
seguridad que se exigen a las instituciones promotoras de la cultura. Aquella noche,
Amnistía Internacional iba a presentar su informe anual en materia de derechos hu-
manos desde las instalaciones del LUM; se esperaba que su evaluación sobre el Perú
fuese particularmente severa, dada la durísima represión policial y militar desplegada
durante las manifestaciones de diciembre y enero. Amnistía Internacional emitió su
informe desde otro espacio, y el LUM permaneció cerrado pese a las críticas de nu-
merosos ciudadanos e instituciones de la sociedad civil.
El alcalde de Miraflores pertenece a Renovación Popular, una organización políti-
ca de extrema derecha. El día de su juramentación como burgomaestre, Rafael López
Aliaga —alcalde de Lima y líder absoluto de su partido—, había compartido con la
flamante autoridad del distrito y con el público su irritación frente al LUM. Instó
a Carlos Canales —alcalde del distrito de Miraflores— a cerrar el lugar y a hacer
las coordinaciones necesarias para que sea finalmente administrado por las Fuerzas
Armadas.
Basta ya de estos museos de memoria y reconciliación […]. Sí, te pido Car-
los (Canales), coordinemos desde Lima, con el Ministerio de Cultura, con la
embajada alemana para que este sea administrado por la Fuerzas Armadas,
por la Policía Nacional, que nos cuenten la historia como es, como ha sido
realmente […]. (Escribano, 2023)

El cierre del espacio fue recibido con singular entusiasmo por un sector importan-
te de la «clase política» peruana y por la prensa conservadora, que, desde la entrega
del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), ha desarro-
llado una actitud de abierta hostilidad hacia el trabajo de la memoria y los procesos
de justicia transicional. Estos sectores han cultivado con el tiempo una suerte de
negacionismo, la convicción de que las fuerzas militares y policiales no perpetraron
crímenes contra los derechos humanos. Eso explica que López Aliaga —representan-
te de esa derecha— plantee que las Fuerzas Armadas se ocupen de dirigir el LUM.
Esta sugerencia resulta inaceptable para el sano sentido común. Los fundados cues-
tionamientos contra malos agentes del Estado que actuaron durante el conflicto ar-
mado, así como la renuencia del Ejército peruano a brindar información valiosa para
judicializar casos de crímenes contra la vida en aquellos años, ponen de manifiesto la
insensatez de la extraña propuesta del alcalde capitalino.
El propósito de este capítulo es mostrar cómo la supresión del trabajo de la memo-
ria distorsiona gravemente la visión (o visiones) que una esfera pública democrática

273
Legados de un pasado irresuelto

puede construir sobre la situación de polarización y violencia que sufre la sociedad


peruana. Vamos a examinar el concepto de esfera pública como el escenario de deli-
beración cívica y la acción política, discutiendo su relevancia para el desarrollo de la
vida común en democracia; el sistema político y las instituciones de la sociedad civil
—ambos escenarios constitutivos de la esfera pública— brindan el trasfondo para la
anamnesis como una práctica social crucial para construir una cultura política demo-
crática. Las posiciones extremas de izquierda y de derecha que protagonizan la crisis
política han decidido eludir los retos de la memoria crítica en materia de derechos
humanos y justicia social básica. La situación del LUM que acabo de describir cons-
tituye un síntoma más del rechazo de la memoria, que encubre —estoy convencido
de ello— un retorcido repudio, más o menos clandestino, de la agenda del proceso
de reconstrucción democrática en el país. Examinaré la relevancia de la participación
directa del ciudadano al interior del sistema político y la sociedad civil para rescatar
estos temas cruciales para la regeneración del tejido social en estos tiempos de tribu-
lación política y social.
En una primera parte discutiré la situación del Perú como una sociedad poscon-
flictiva, tomando en cuenta los problemas que atraviesa bajo esa condición, pero que
la acompañan desde la fundación de la República. El país presenta altos niveles de
desigualdad económica y social; las brechas entre los que tienen más y los que tienen
menos no se han recortado ni siquiera a inicios del siglo XXI, en los años de «cre-
cimiento económico». Este crecimiento no ha implicado desarrollo humano, en el
sentido de que los peruanos pudiesen alcanzar el ejercicio de capacidades y libertades
esenciales para cultivar una vida de calidad (Nussbaum, 2012, cap. 2). La pandemia
de COVID-19, así como la crisis económica (y la convulsión política), han generado
una sensible pérdida de puestos de trabajo que ha llevado a miles de peruanos a la
extrema pobreza.
Pero la exclusión no solo es económica. Un sector mayoritario de peruanos es
discriminado a causa de su color de piel, origen geográfico, clase social, cultura,
sexo, género o estilo de vida. El Informe Final de la CVR denuncia que en el Perú ha
imperado una «coexistencia inarmónica» entre diversos grupos, de tal manera que,
en el país, las «élites» han sabido institucionalizar sus privilegios sobre la base del me-
nosprecio, la concentración del poder y la invisibilización de las demandas de reco-
nocimiento de los peruanos más vulnerables (Lerner, 2008, p. I). Se han preocupado
por preservar un «orden jerárquico cuestionable» que ha naturalizado las formas de
violencia estructural y simbólica que legitiman la exclusión y la estigmatización del
otro. Esas formas de violencia estaban a la base de los crímenes contra la vida perpe-
trados durante el conflicto armado interno.
Como Alberto Flores Galindo ha argumentado en sus escritos, la «tradición auto-
ritaria» ha tenido un lugar crucial en nuestra historia republicana. El anhelo de que
las autoridades actúen recurriendo a la «mano dura» es todavía hoy moneda corriente
en el Perú, tanto para la extrema derecha como para la izquierda más radical. Para

274
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

muchos peruanos, existen «instituciones tutelares» —generalmente, las Fuerzas Ar-


madas y la Iglesia católica— que tienen la responsabilidad de guiar y «poner orden»
en la sociedad. Se trata de una creencia antidemocrática que ha asumido distintas
configuraciones entre nosotros. En los últimos años —al menos desde el segundo
gobierno aprista hasta la actualidad—, la desactivación de la agenda de la transición
democrática ha fortalecido esta tendencia, debilitando las instituciones y las prácticas
propias de la democracia liberal.
En una segunda parte me ocuparé del «silencio frente a la memoria», planteada en
los diferentes espacios de la escena política, tanto en la extrema derecha como en la
izquierda radical. La extrema derecha ha intentado ejercer control sobre la memoria,
procurando edificar una «historia oficial» basada en una especie de «memoria de
salvación» en la que se omite toda referencia a violaciones de los derechos humanos
perpetradas por agentes del Estado. Esta versión del conflicto armado interno se
ha impuesto a partir del bloqueo sistemático de toda iniciativa para incorporar la
discusión del Informe de la CVR en el curriculum escolar; en años recientes, se han
formulado diversas acciones parlamentarias con el fin de sofocar cualquier intento de
recuperación de la memoria bajo el registro de la justicia transicional. La izquierda
más radical —presente en organizaciones como Movadef— ha propuesto una cues-
tionable «amnistía general» que beneficiaría a los perpetradores de crímenes contra
la vida, incluidos los presos por terrorismo. Esta suerte de «consenso contra la me-
moria» solo es combatido por los sectores progresistas, presentes sobre todo en las
instituciones de la sociedad civil.
En la última parte examinaré la posibilidad de que la esfera pública se convierta
en un escenario deliberativo propicio para la recuperación de la memoria. El siste-
ma político y las instituciones de la sociedad civil conforman la esfera pública. La
discusión pública sobre la memoria en una sociedad posconflictiva constituye una
condición básica para la afirmación de una ciudadanía democrática. El ejercicio del
derecho a la verdad y a la acción de la justicia hacen posible que las víctimas vean
restituidos los derechos que jamás debieron ser vulnerados. El trabajo de la memoria
es un elemento fundamental para construir la identidad política de una comunidad.
Es preciso señalar, asimismo, que si estamos dispuestos a considerar la reconciliación
—la regeneración del tejido social— como una meta colectiva irrenunciable para
superar el manchaytimpu, este propósito necesita enmarcarse en el cultivo de la me-
moria como una tarea de carácter público, que convoca a los ciudadanos a debatir
en el espacio común.

275
Legados de un pasado irresuelto

1. Una sociedad posconflictiva. Las desigualdades y la tentación


autoritaria
El Perú ha cumplido doscientos años de vida republicana en medio de una catás-
trofe sanitaria, una grave crisis económica y una profunda inestabilidad política. Se-
gún la información disponible, alrededor de doscientos mil compatriotas perdieron
la vida a causa del COVID-19. Esta tragedia reveló la penosa situación del sistema de
salud pública, que visiblemente no estaba preparado para enfrentar una pandemia.
Muchos ciudadanos fallecieron en un estado de indefensión. Miles de empleos se
perdieron durante aquellos dos años de pandemia; no se ha desarrollado luego una
reactivación económica que beneficie a los más pobres. En el plano político, el Poder
Ejecutivo y el Congreso han descubierto en la cuestión de confianza y en la vacancia
presidencial herramientas cotidianas, no medidas de emergencia en circunstancias de
extrema gravedad. En seis años, el Perú ha tenido seis presidentes de la República;
dos de ellos fueron vacados por una decisión del Parlamento y dos se vieron forzados
a renunciar. La mayoría de estos mandatarios están siendo investigados o enfrentan
un proceso legal por corrupción. Existe un consenso generalizado entre los ciudada-
nos que apunta a señalar que nuestra sociedad enfrenta una profunda crisis que no
solo compromete a su «clase política», sino que ha contaminado a un sector amplio
de la ciudadanía, que tiende a asumir una actitud de condescendencia frente a casos
de eventual enriquecimiento ilícito de algunas autoridades, o que incluso está dis-
puesto a tolerar la supresión del régimen democrático a cambio de «orden», «eficacia»
y «seguridad».
Estos años de inestabilidad política y económica han puesto sobre el tapete proble-
mas recurrentes en nuestro país. Una mayoría de peruanos permanece excluida de la
dinámica de los espacios de deliberación, de los fueros de la economía de mercado y
del sistema político. En realidad, el desdén de las élites frente al Perú indígena y mes-
tizo, campesino o migrante es tan antiguo como la fundación misma de la República.
El Perú independiente convivió durante varias décadas con la esclavitud y con el tri-
buto indígena, instituciones incompatibles con un imaginario político fundado en la
idea de una sociedad de ciudadanos libres e iguales. Los años de relativa prosperidad
no implicaron emprender algún proceso de modernización institucional, o el acceso
universal a servicios públicos de salud y educación de calidad. No se implementaron
políticas de redistribución del ingreso o inversión pública para acortar la brecha entre
los que más tienen y los sectores más vulnerables. Esos periodos de crecimiento eco-
nómico no han producido desarrollo humano ni justicia social básica.
Las profundas desigualdades imperantes en el Perú convirtieron a aquella pobla-
ción empobrecida en el sector más golpeado por la violencia durante el conflicto
armado interno. La CVR ha señalado que, de los aproximadamente 69 280 muertos
y desaparecidos por la violencia, una apabullante mayoría procedía del mundo rural.

276
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

La CVR ha constatado que la población campesina fue la principal víctima de


la violencia. De la totalidad de víctimas reportadas, el 79 por ciento vivía en
zonas rurales y el 56 por ciento se ocupaba en actividades agropecuarias. Estas
cifras contrastan con las del censo de 1993 según el cual el 29 por ciento de
personas vivían en zonas rurales y el 28 por ciento de la PEA nacional estaba
ocupada en el sector agropecuario. (CVR, 2004, conclusión 5)

Junto a las desigualdades sociales y económicas hemos de considerar la discri-


minación cultural. La Comisión ha mostrado que tanto el insulto racial como el
menosprecio por razones culturales han estado presentes en prácticamente todas las
violaciones de derechos humanos contra la población civil. Las víctimas del conflicto,
mayoritariamente, no tenían el castellano como lengua materna.
La CVR ha podido apreciar que, conjuntamente con las brechas socioeconó-
micas, el proceso de violencia puso de manifiesto la gravedad de las desigual-
dades de índole étnico-cultural que aún prevalecen en el país. Del análisis de
los testimonios recibidos resulta que el 75 por ciento de las víctimas fatales
del conflicto armado interno tenían el quechua u otras lenguas nativas como
idioma materno. Este dato contrasta de manera elocuente con el hecho de
que la población que comparte esa característica constituye solamente el 16
por ciento de la población peruana de acuerdo con el censo nacional de 1993.
(CVR, 2004, conclusión 6)

El Perú es un país que afronta una seria crisis política de antigua data. Aun en
periodos en los que un sector importante de la ciudadanía ha impulsado procesos de
reconstrucción democrática, la «tradición autoritaria» no se ha debilitado. La prome-
sa de solución de los problemas del país a través de la apelación a la «mano dura» ha
formado parte del discurso político desde los albores de la República. Desde aquellos
años, las Fuerzas Armadas y la Iglesia católica fueron concebidas como «instituciones
tutelares» que, en situaciones de inestabilidad e incertidumbre, podrían conducir los
destinos del país por el rumbo del orden y el progreso (Flores Galindo, 1999). El
conflicto armado interno se desató precisamente en 1980, cuando el Perú retornaba
a la democracia. El Gobierno recién elegido recurrió a la creación de los comandos
político-militares en las recién decretadas «zonas de emergencia»; de este modo abdi-
có de su obligación de enfrentar a los grupos alzados en armas en el marco del respeto
de la ley y los derechos humanos. En el plano de los hechos, dicha decisión supuso
la suspensión de las reglas democráticas en los lugares más convulsionados del país
(CVR, 2004, conclusión 74). En las zonas bajo el comando militar, los delitos de
tortura se convirtieron en faltas asociadas a la función de los efectivos militares, faltas
castigadas con algunos días en el calabozo para el infractor. La democracia recién
recuperada se sacrificó a sí misma en nombre de una controvertida seguridad.
El régimen de Fujimori extendió esa disposición hacia el autoritarismo en una
escala nacional. Un sector de la población aplaudió la cancelación de la legalidad
y las libertades centrales en nombre del «orden». Se negoció la libertad en nombre

277
Legados de un pasado irresuelto

de la seguridad. Fuimos testigos de lo que sucede cuando se concentra el poder en


pocas manos. El golpe de Estado del 5 de abril estableció una alianza entre las fuerzas
armadas y policiales y el Gobierno. El Servicio de Inteligencia Nacional y el propio
Ejército peruano se convirtieron en verdaderos órganos de control político del régi-
men. El Gobierno ejerció un control omnímodo sobre todas las instituciones, inclui-
dos el Congreso, el Ministerio Público, el Poder Judicial, la SUNAT, etc.; asimismo,
compró las conciencias de los dueños y los operarios centrales de ciertos medios de
prensa y de no pocos actores políticos. Fujimori y Montesinos produjeron formas de
clientelismo político entre los más pobres con el propósito de preservar el poder. Al
doblegar toda resistencia política externa, los actos de corrupción y las violaciones de
derechos humanos —perpetradas por comandos militares de aniquilamiento— no se
hicieron esperar. El gobierno autoritario de Fujimori suele ser recordado como el más
corrupto de la historia republicana (Quiroz, 2013; Neyra, 2001).
La CVR concluye que el golpe de estado del 5 de abril de 1992 significó el
colapso del Estado de Derecho y mostró además la debilidad del sistema de
partidos; el golpe contó con el apoyo de la mayoría de la opinión pública. En
medio de la ofensiva urbana del PCP-SL, sectores importantes de todos los
estratos sociales se mostraron dispuestos a trocar democracia por seguridad y
a tolerar las violaciones a los derechos humanos como el costo necesario para
terminar con la subversión. (CVR, 2004, conclusión 99)

La tradición autoritaria ha contaminado sistemáticamente la política peruana. La


herencia del régimen de Fujimori permanece entre nosotros a pesar de que han pasa-
do más de veinte años desde el inicio de la transición. Lamentablemente, la promesa
de «orden y autoridad» planteada desde el Gobierno de Fujimori y Montesinos se
mantiene vigente en la mente y en el corazón de muchos ciudadanos, en medio de los
escándalos de corrupción que comprometen a casi todos los presidentes que llegaron
a Palacio luego de los ocho meses de la gestión de Valentín Paniagua. De aquel tiem-
po a esta parte, seis expresidentes han sido investigados, procesados o condenados
por la presunta comisión de esos delitos contra el erario público. Al día de hoy, tres
exmandatarios afrontan prisión y están recluidos en el penal de Barbadillo.
Esta tentación autocrática está asociada, asimismo, con la condescendencia de un
sector de la población frente a lesiones a los derechos humanos perpetrados por agen-
tes del Estado. Así fue durante el conflicto armado interno y así ha acontecido entre
diciembre de 2022 y enero de 2023 durante las protestas en Apurímac, Ayacucho,
Puno y Lima. Un número significativo de peruanos —mayoritariamente habitantes
de las zonas urbanas lejanas al epicentro del conflicto— respaldaban la represión y
el recurso a la fuerza como única estrategia para restablecer el orden allí donde fuera
necesario restaurarlo. Ellos tienden a apoyar «una solución militar sin control civil»
para garantizar aceleradamente la seguridad en el país, aceptando que dicha medida
podría producir considerable daño a los pobladores del campo (CVR, 2004, conclu-
sión 77). La criminalización de la protesta, la acusación infundada de terrorismo a

278
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

los manifestantes y la lesión de derechos de los manifestantes en los últimos meses


ha contado con la anuencia y el apoyo de buena parte de la «clase política» y de una
facción de la opinión pública.

2. El silencio frente a la memoria. Derechas e izquierdas


El Informe Final de la CVR fue entregado a la ciudadanía el 27 de agosto de
2003. Fue recibido con desconfianza y animadversión por la autodenominada «clase
dirigente». Desde el 2001, numerosos líderes de opinión del sector conservador de
la política peruana señalaron que la inconveniencia de los proyectos de justicia tran-
sicional residía en que este tipo de trabajo tiene el efecto de «reabrir heridas», que
resultaría pertinente olvidar aquellos tiempos de dolor y muerte. Llama la atención
la estrechez de miras de este punto de vista, que considera sin sentido crítico que las
heridas del manchaytimpu están «cerradas» y que los ciudadanos —en particular las
víctimas— no pueden o no deben emitir un juicio sobre el estado de nuestras heridas.
Muchos peruanos que han sufrido la pérdida de sus seres queridos durante el con-
flicto se ven atrapados en un «pasado que no pasa», una situación que solo podría
superarse a través del ejercicio del derecho a la verdad y de la acción de la justicia.
Probablemente, la expresión más radical (y a la vez extraña) de la actitud conser-
vadora contra el trabajo de la memoria la encontramos en la pluma del periodista
Federico Prieto Celi. En su libro El trigo y la cizaña (a la sazón, una biografía apolo-
gética del cardenal Cipriani), este autor desarrolla una defensa del olvido político que
resume muy bien la nula disposición de nuestra derecha —mercantilista, antiliberal y
autoritaria— a escuchar la voz de quienes han padecido la violencia y a reformar las
mentalidades y las estructuras sociales para reformular los cimientos de nuestra con-
vivencia comunitaria. En sus aseveraciones confluyen las fuentes religiosas y políticas
del conservadurismo criollo.
Hubiera sido mejor que el Perú no sufriera el drama del terrorismo en esos
años, y una vez ocurrido, hubiera sido mejor que nadie confrontara a los actores,
más allá de las irrenunciables funciones policiales y judiciales. Todo suceso im-
portante de la historia nacional requiere su seguimiento y su escritura. Son va-
liosos los protagonistas, los hechos, y el análisis histórico. Todo ello debe darse
en la vida de la sociedad y en la vida de la Iglesia, de mano de los historiadores.
No es dable un silencio cómplice, que oculte la verdad objetiva. Pero frente al
dolor de los pueblos, dicho en su momento lo que es debido, es viable, asimis-
mo, como acompañamiento a la verdad, el silencio respetuoso a los que sufren,
el silencio que acompaña con claridad y con cariño. No la manipulación ex-
hibicionista. Ya lo dijo Neruda: «Me gustas cuando callas porque estás como
ausente / Distante y dolorosa como si hubieras muerto. / Una palabra entonces
y una sonrisa bastan». Es un silencio que además tiene un valor singular para el
cristiano, porque es el clima natural de la contemplación divina, que hubiera

279
Legados de un pasado irresuelto

purificado con el tiempo los corazones de los hombres. (Prieto, 2007, p. 81;
las cursivas son nuestras)

En este pasaje titubeante y bizarro, Prieto Celi considera que la reconstrucción


del pasado es tarea de la ciencia histórica, no del debate cívico en la esfera pública.
De hecho, considera que no debería haberse «confrontado a los actores», lo que lleva
a pensar que no debería cuestionarse las acciones de los agentes del Estado durante
el conflicto armado interno. Ante el dolor de las víctimas, a su juicio, lo mejor es
guardar silencio. Silencio frente a la memoria crítica. Las alusiones a Neruda son ex-
travagantes. «Me gustas cuando callas porque estás como ausente / Distante y dolorosa
como si hubieras muerto»; estos versos, aplicados a la supresión de la memoria, ponen
de manifiesto el deseo de la «ausencia de la verdad» (aparentemente, una ausencia
similar a la muerte).
Las reflexiones de Prieto Celi son incompatibles con la idea misma de una esfera
pública abierta, simétrica y pluralista. El autor reserva las tareas de la memoria a los
historiadores, no a los ciudadanos que estén dispuestos a examinar nuestro pasado
trágico con el fin de superarlo. La esfera pública es un espacio deliberativo en el que
los ciudadanos discuten y actúan juntos en nombre de lo que les concierne como
agentes políticos, el curso de los asuntos comunes. Qué hicimos y qué renunciamos
a hacer con nuestros compatriotas, así como qué podemos hacer con nuestras vidas e
instituciones, son cuestiones importantes que involucran el ejercicio de la memoria
como una práctica social y política en los escenarios públicos, tanto el sistema políti-
co como la sociedad civil. Prieto Celi apela a una autoridad externa, la de los expertos
en la ciencia histórica. Desconoce así el irrenunciable derecho de los ciudadanos a
construir argumentos y a confrontarlos en público para orientar sus vidas de cara a
una comprensión perspicaz de nuestro pasado y de nuestro presente.
Los conservadores acusan a los defensores de derechos humanos de asumir un
«sesgo político» a la hora de elaborar sus análisis sobre las situaciones de violencia y
la terapia social que proponen para enfrentarla y resolverla. Se trata, fundamental-
mente, de una forma de descalificación, en la medida en que la mayoría de censores
del trabajo de la memoria no han estudiado a conciencia los documentos que ellos
mismos intentan objetar o impugnar, como el Informe de la CVR o recientemente la
investigación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre
las violaciones de derechos durante las protestas de diciembre y enero. El conoci-
miento de indicios y evidencias no constituye una prioridad para los conservadores
peruanos; tampoco están particularmente interesados en construir un argumento
para generar una corriente de opinión pública. Lo suyo es diseñar una «narrativa
alternativa» recurriendo a la estigmatización del otro, la apelación al prejuicio y el
uso de etiquetas.
Hace algún tiempo el congresista Alejandro Cavero solicitó la derogatoria de la
declaración del memorial y la escultura El Ojo que Llora como patrimonio cultural
de la nación (Caretas, 2022). El argumento del parlamentario es especioso y cuestio-

280
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

nable. «Los peruanos le debemos respeto a las víctimas del terrorismo. Es inaceptable
que en el monumento el «Ojo que Llora» se equipare a las víctimas de la delincuen-
cia terrorista con los propios perpetradores de la violencia» (Cavero, s. f.). Se trata
de un juicio clamorosamente falso. La alameda de la Memoria —construcción que
contiene la escultura— no plantea ninguna clase de equiparación. El memorial es un
espacio de reflexión acerca de la tragedia que vivió el Perú y sobre las decisiones que
debemos tomar para que ella no se repita. Los nombres de las víctimas consignados
allí provienen del Registro Único de Víctimas (RUV), que expresamente no conside-
ra víctima a ningún militante de las organizaciones subversivas. Cavero planteó esta
iniciativa desde la ignorancia, la mala fe o la estrechez de miras.
Rafael López Aliaga se ha expresado duramente sobre el reciente informe de la
CIDH, que establece que en las marchas de protesta en diciembre y enero se perpe-
traron delitos contra los derechos humanos. El burgomaestre capitalino señaló que
la Comisión aplicaba un «doble rasero» al condenar las acciones del Estado peruano
para reprimir a los manifestantes, pero sin alzar la voz frente a las violaciones de de-
rechos cometidas en Venezuela, Cuba y Nicaragua. Admitía, no obstante, no haber
leído el documento que era tema de discusión (Vásquez, 2023). En otras palabras,
emitía declaraciones a la prensa sin contar con un mínimo conocimiento en la mate-
ria. La situación se agrava si se toma en cuenta que la CIDH sí se había pronunciado
oportunamente sobre los abusos cometidos por los Gobiernos de aquellos países.
Incluso, la presidenta de la Comisión tuvo que intervenir para aclarar el asunto.1 En
cualquier democracia respetable del mundo, el penoso espectáculo de una autoridad
política que emite juicios severos sobre cuestiones importantes sin apoyarlos en in-
formación fidedigna generaría inevitablemente una gran controversia en los espacios
de opinión pública (y tendría graves consecuencias políticas).
El caso de la izquierda no es diferente. El 1 de julio de 2022, la Comisión per-
manente del Congreso de la República ratificó la protección irregular (el «blindaje»)
a Manuel Merino, Ántero Flores Aráoz y Gastón Rodríguez, sindicados como res-
ponsables de la represión policial en las marchas juveniles en noviembre de 2020
(Infobae, 2022a). Esta decisión se vio respaldada por los votos de Waldemar Cerrón
y Guido Bellido, congresistas de Perú Libre. Aunque se atribuye falta de cuidado al
informe de Cavero, esta decisión se revela sospechosa de ser fruto de oscuras compo-
nendas. El argumento de Bellido quedará registrado para el juicio ciudadano:
La comisión incompetente de Cavero, no identificó responsables en muerte de
Inti y Bryan y queda en manos del MP dicha tarea. Por más enemigos políticos
que sean, la verdad y la objetividad debe imponerse a cualquier subjetivismo.
Una falsa acusación exime a los responsables. (Infobae, 2022b)

¹ Véase el video producido por Epicentro y La República en el que se informa sobre este punto: https://
www.youtube.com/watch?v=hQpaWY5Jzts.

281
Legados de un pasado irresuelto

La posición de la izquierda que llegó al poder en julio de 2021 frente al conflicto


armado interno no ha estado libre de polémicas de carácter ético y político. Pense-
mos en las declaraciones de algunos candidatos de Perú Libre sobre las acciones de
Sendero Luminoso, que resultaron poco severas y que propiciaron la inaceptable acu-
sación de terrorismo practicado por sus rivales en el otro extremo del espectro ideo-
lógico.2 Una vez llegado al poder, el Gobierno de Castillo designó como autoridades
de su primer gabinete a personajes presuntamente vinculados al Comité Nacional
de Reorientación del SUTEP (CONARE), una organización sindical del magisterio
peligrosamente cercana a Movadef. Por su parte, algunos políticos oficialistas se mos-
traron «tibios» a la hora de emitir juicios sobre las acciones de Sendero Luminoso.
Poco más tarde, la controversia acerca de la muerte de Abimael Guzmán y el destino
de su cadáver se manejó con nerviosismo y con una débil convicción por la nueva
administración del Poder Ejecutivo (Olmo, 2021). Finalmente, primó la propuesta
del ministro de Justicia, y los restos del líder de Sendero Luminoso se colocaron en
un lugar no revelado.
Esta situación retrata muy bien una de las consecuencias más graves producidas
por el bloqueo de la memoria perpetrado por nuestra «clase política». Guzmán fue
capturado en 1992, así como otros dirigentes de Sendero luminoso, pero nuestra
sociedad no dedicó los años siguientes a pensar en el futuro y plantearse preguntas
importantes acerca de qué hacer cuando los reos condenados por terrorismo hayan
cumplido sus condenas —ofrecer o no alternativas de reinserción social— o incluso
qué decisiones tomar a la muerte de Guzmán con respecto a sus restos mortales. La
obvia preocupación era que la tumba del cabecilla de Sendero se convirtiera en un lu-
gar de culto para grupos extremistas; la decisión fue tomada con improvisación y sin
pasar por un debate público elemental para una nación que ha sufrido un conflicto
armado tan doloroso. El encono contra el trabajo de la memoria impidió que los ciu-
dadanos pudiesen debatir honestamente estas difíciles pero importantes cuestiones.
Examinar esta clase de problemas hubiese sido un factor relevante en el proceso de
maduración ético-política de nuestra sociedad. Se trata de otra valiosa oportunidad
perdida para el país.

2 Véanse las declaraciones de Guido Bellido en la entrevista que le hizo Karerina Bayona durante la
campaña electoral: https://www.youtube.com/watch?v=h7k2ahVd46k.

282
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

3. La esfera pública y la recuperación de la memoria como vía


para defender la democracia liberal

3.1. El concepto de esfera pública


La democracia es un régimen político —y, más allá de ello, una forma de vivir—
que se basa en el autogobierno. Los ciudadanos pueden —y deben— participar de la
toma de decisiones de la sociedad, convertirse en coautores u objetores de la ley, así
como generar formas de vigilancia política frente a las acciones de los poderes cons-
tituidos. La idea del autogobierno nos remite a los usos de la vida pública en la pólis
griega, pero lo cierto es que las actividades mencionadas pueden llevarse a cabo en
el seno de las democracias modernas, regímenes liberales de carácter eminentemente
representativo. Para ello se requiere de la existencia de espacios deliberativos en los
que el ciudadano pueda pronunciarse sobre el rumbo que toman nuestras institucio-
nes sociales y políticas.
La esfera pública está conformada por dos escenarios claramente distinguibles, el
sistema político y la sociedad civil. El primero está compuesto por el Estado —el siste-
ma de instituciones y leyes que estructura la vida social— y los partidos políticos. Los
partidos se edifican alrededor de una visión de la sociedad —un programa de acción,
un conjunto de ideas políticas— y se proponen construir un proyecto para la acción
gubernamental o legislativa. Tanto el Estado como los partidos políticos responden
a la lógica de la representación, en la medida en que los actores que intervienen en
los asuntos políticos desde estos escenarios lo hacen por encargo de los ciudadanos.
Así, las autoridades actúan temporalmente en nombre de sus electores. El encargo
ciudadano —la manifestación de su voluntad a través del sufragio— es la fuente de
su legitimidad ético-política.
Las instituciones de la sociedad civil son escenarios abiertos a la deliberación pú-
blica y a la formación del juicio del ciudadano independiente. Las universidades,
los colegios profesionales, los gremios, los sindicatos, las Iglesias, los organismos no
gubernamentales, etc., pertenecen a estos espacios. Las discusiones llevadas a cabo en
sus fueros apuntan a incorporar en la agenda política las ideas y los cuestionamien-
tos que se conviertan en focos de consenso cívico. Esta clase de argumentos pueden
llevar a los agentes a la movilización para ejercer modos democráticos de presión po-
lítica. Aunque algunas de estas organizaciones formulan ideas e imágenes sociales de
amplio espectro que pretenden trascender lo político —la Iglesia es el ejemplo más
obvio, pero no el único—, el debate público que se evoca versa estrictamente sobre
lo social y político, como las consideraciones sobre la justicia y el desarrollo comuni-
tario. Esta discusión debe ser simétrica; es decir, la producción y el examen crítico de
los argumentos tienen que gestarse en un marco de horizontalidad, ya que ninguna
perspectiva tiene garantía de lucidez ni cuenta con privilegios de carácter epistémico.

283
Legados de un pasado irresuelto

Los pragmatistas norteamericanos han sostenido que la dinámica del diálogo po-
lítico (y, en general, de cualquier clase de conversación) entraña el cuidado de una
actitud ética e intelectual que describían como falibilismo. Se trata de una perspec-
tiva práctica que postula dos normas básicas: a) en el proceso de la discusión, los
participantes han de defender su posición mientras cuenten con argumentos sólidos;
b) si en el curso del debate los argumentos se agotan o son refutados, los participantes
deben ser capaces de abandonar tal posición y cambiar de punto de vista. Esta dis-
posición constituye un hábito que manifiesta apertura al otro y honestidad frente a
las ideas propias y ajenas. La intervención en la conversación exige que los interlocu-
tores admitan que es posible que estén equivocados (Menand, 2010). De este modo,
la «verdad» o la «rectitud» constituyen una aspiración, un propósito, una meta del
diálogo, nunca un punto de partida.
El pensamiento de Hannah Arendt concibió los espacios públicos de la vida con-
temporánea como una forma de reeditar el ágora entre nosotros. Se trata de esce-
narios de encuentro entre los ciudadanos en los que se pueden forjar consensos y
expresar razonablemente desacuerdos. La discrepancia es uno de los terrenos más
notables del ejercicio de la libertad. El poder es, a juicio de Arendt, «la capacidad
de actuar en concierto» y solo acontece cuando nos reunimos para deliberar y actuar
coordinadamente (2009, cap. V). Esta es una noción de poder cívico que solo puede
entenderse a cabalidad desde la práctica política cotidiana. La autora toma distancia
del concepto de poder en términos de Maquiavelo, la mera «capacidad de hacer» que
puede «concentrarse», «dividirse» y «perderse» como si fuese un recurso más (Gamio,
2022, sec. I, cap. 2). Ella asevera que el poder solo puede extinguirse cuando los agen-
tes dejamos de reunirnos en el espacio común.
Jürgen Habermas ha contribuido decisivamente al debate sobre el concepto de
esfera pública con la redacción de su importante obra Historia y crítica de la opinión
pública. En sus páginas, el autor examina los diversos lugares de lo público: el parla-
mento, los cafés del siglo XVIII, los primeros órganos de prensa. El propósito de los
espacios de opinión pública era la difusión de la «nuevas ideas» de la era ilustrada,
principalmente la idea de autonomía (Habermas, 1982). El ejercicio de la ciudada-
nía se comprende desde estos escenarios como el cultivo de la autonomía política,
asociada con la emergencia y la expresión de opinión pública. Discute el concepto
de publicidad en el contexto de la cultura de la modernidad. «“Públicas” llamamos a
aquellas organizaciones que, en contraposición a sociedades cerradas, son accesibles a
todos» (Habermas, 1982, p. 41), sostiene como una primera intuición fundamental.
Concentra su atención luego en los espacios de opinión pública —los nacientes me-
dios de comunicación— cuyas acciones y producciones a menudo se contraponían a
las actividades e intereses de los «poderes públicos» (el sistema político, en particular
los poderes del Estado) (Habermas, 1982, p. 42). Tales escenarios han experimentado
transformaciones sustanciales; se han ubicado inicialmente en los fueros de sociedad

284
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

civil, pero los medios también han asumido la forma de sociedades mercantiles.3 Hoy
enfrentan esta tensión estructural que define su ambivalencia frente a la construcción
del sentido de lo público y de la publicidad (Taylor, 1997, cap. 12).
Lo que caracteriza a la esfera pública es su diversidad de escenarios, en la medida
en que cada uno cuenta con una naturaleza específica y con metas distintas. Lo que
las vincula es la preocupación compartida por el ejercicio de los asuntos comunes.
Con frecuencia hemos estrechado la mirada frente al concepto de esfera pública, cen-
trándola exclusivamente en el sistema político. Por su parte, los politólogos han mos-
trado con claridad meridiana cómo en el Perú no existen propiamente partidos polí-
ticos, sino asociaciones electorales meramente coyunturales, carentes de un genuino
ideario y de una organización de alcance nacional.4 Han desarrollado argumentos
contundentes sostenidos en datos y evidencias. Han puesto de manifiesto que esta
es una grave limitación de nuestra democracia. Están en lo cierto cuando aseveran
que una sociedad democrática requiere de partidos políticos sólidos; pero también
es cierto que una democracia liberal precisa de una sociedad civil organizada. Nece-
sitamos organizaciones sociales en las que ciudadanos independientes puedan elevar
su voz y actuar juntos para fiscalizar las acciones de nuestros representantes en el
ejercicio de la función pública. La sociedad civil se mueve, así, bajo la racionalidad
de la participación cívica.
La esfera pública es unos de los espacios básicos de encarnación de la libertad. La
expresión latina res publica alude precisamente a aquello que nos concierne como
agentes políticos, aquello que es nuestro. Una democracia liberal se basa en el im-
perio de un sistema de derechos y libertades individuales, así como en el cuidado
de mecanismos de representación que garanticen la expresión de la voluntad de los
ciudadanos y el equilibrio de poderes. La vigencia de los principios y los procedi-
mientos democráticos son necesarios para edificar y preservar un régimen libre. Son
necesarios, pero no son suficientes; la democracia liberal requiere de la participación
de los ciudadanos. Las instituciones de la sociedad civil son (o pueden convertirse en)
lugares de encuentro y de acción política. De tal manera que el ejercicio del poder no
es monopolio ni prerrogativa de los políticos de oficio. Es preciso devolver lo público
al terreno del juicio y de la acción del ciudadano.

3.2. La cultura del cinismo, la ciudadanía y la recuperación pública de la


memoria
El cultivo de la práxis cívica encuentra graves obstáculos en los problemas persistentes
que hemos discutido líneas arriba. Las desigualdades sociales y económicas, así como

3 Sobre los medios de comunicación en el Perú bajo Fujimori, véase más en Gamio (2002, pp. 293-
306).
4 Consúltese, por ejemplo, Tanaka (2005).

285
Legados de un pasado irresuelto

la amenaza de la cultura autoritaria, conspiran contra la construcción de la ciudadanía


activa en el Perú. Por supuesto, no escasean las propuestas políticas —tanto desde la
derecha como desde la izquierda— que aseguran que un episodio autocrático consti-
tuye un paso «necesario» para llegar luego a edificar la democracia «sobre bases sóli-
das». Tanto la izquierda radical como la derecha conservadora prometen a la sociedad
un futuro de justicia y libertad a cambio de un tiempo de «mano dura», en el que se
atacarían con éxito los problemas estructurales. Sería un «tiempo de preparación», un
trago amargo hasta llegar a la meta. Por supuesto —en el nivel de los hechos— esa
etapa autoritaria se prolonga indefinidamente. Se trata de una «trampa autoritaria»
propia de posturas extremistas. El cuidado de la vita activa no es un «acto segundo»:
debemos ocuparnos de ambos asuntos, el de la «justicia estructural» y el de la forja de
una cultura política democrática (Gamio, 2022, sec. I, cap. 3).
Vivimos en tiempos en los que la formulación de aquella «trampa autoritaria»
tiene plena vigencia, a ambos extremos del espectro político. Nuestro país está afron-
tando, desde hace unos meses, una suerte de «fujimorismo sin Fujimori» en el que
el Congreso de la República está logrando capturar, a menudo con malas artes, las
instituciones más importantes del país, poniendo en serio peligro el principio del
equilibrio de poderes. La conformación del Tribunal Constitucional se definió a par-
tir de los propios intereses de los parlamentarios, que asimismo lograron desmontar
la reforma universitaria sin pudor alguno. Han colocado en la Defensoría del Pueblo
a un personaje que no cuenta con las credenciales académicas, ni con una experien-
cia mínima en la defensa de los derechos humanos que requiere el puesto. No han
convocado para tal designación a un concurso de méritos. Han pisoteado cualquier
atisbo de meritocracia con el objetivo de hacer prevalecer los intereses de facción y
la concentración del poder, concebido como recurso. Ahora pretenden capturar los
organismos electorales y la Junta Nacional de Justicia. Es preciso señalar que estos
movimientos no son fruto exclusivo de las componendas de los grupos de derecha.
Se trata de acciones que son resultado de la «alianza conservadora» que reúne a la
derecha con la izquierda representadas en el Parlamento.
La revista The Economist ha señalado recientemente que el Perú ya no es más una
débil democracia, sino que puede ser descrito como un «régimen híbrido», es decir,
un régimen que combina formas y prácticas democráticas con usos claramente au-
toritarios (Yun, 2023). Su estudio sobre la realidad política del Perú abarca todo el
2022, así que incluye tanto el Gobierno de Castillo como el de Boluarte (Redacción
Gestión, 2023). Efectivamente, el sistema vigente en el país reconoce una diversidad
de organizaciones políticas que compiten por acceder al poder y se celebran periódi-
camente elecciones; estos son rasgos que podrían calificarse como democráticos. No
obstante, también podemos identificar prácticas contrarias a la democracia como
vulneraciones al principio de balance de poderes, la sustitución de cuadros técnicos
en el aparato estatal por «funcionarios de confianza», la tolerancia frente a la co-
rrupción y a la violencia desde el poder, etc. El incremento del poder del Congreso

286
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

de la República —que, como hemos visto, está extendiendo su control sobre otras
instituciones públicas— constituye un indicio firme de que nos encaminamos hacia
políticas cada vez más autoritarias.
Una de las características de un «régimen híbrido» es la escasa disposición de las
autoridades políticas a rendir cuentas acerca de sus actos a la ciudadanía y ante los
medios de prensa. A menudo se pretende establecer restricciones a la libertad de
prensa y de expresión del pensamiento en nombre de la defensa del «derecho al ho-
nor personal», incrementando las penas del delito de difamación. En estos días los
parlamentarios discutirán la llamada «ley mordaza»,5 que precisamente determina
las sanciones contra quienes desde la prensa formal o desde medios informáticos
lesionen la imagen de personajes públicos. Según los especialistas, esta cuestionable
iniciativa pretende promover la autocensura de periodistas que investiguen irregula-
ridades en el ejercicio de la función pública. Esta clase de medidas procura vulnerar
los espacios de opinión pública, que constituyen un lugar de formación del juicio
ciudadano.
La represión de las marchas de protesta de diciembre y enero ha producido cua-
renta y nueve muertos. Muchos de los fallecidos estaban haciendo uso de su derecho
a protestar e incluso, entre ellos, algunos eran transeúntes que ni siquiera formaban
parte de la movilización. Los informes de Human Rights Watch, Amnistía Interna-
cional y la CIDH documentan el uso inmoderado de la fuerza por parte de las fuerzas
militares y policiales, así como la renuencia del Estado a investigar y denunciar a los
perpetradores. Un amplio sector del Congreso se ha manifestado en contra de estos
documentos y ha denunciado un presunto «sesgo ideológico» en el trabajo de las
organizaciones que los han elaborado. Sin embargo, las pruebas y los testimonios
respaldan la validez del informe. Como era de esperarse, la derecha parlamentaria ha
cerrado filas en favor del Gobierno peruano. Se ha impuesto aquella funesta actitud
que la estudiosa del psicoanálisis Fryné Santisteban llama «la cultura del cinismo»
(2022); nuestros políticos de oficio saben lo que ha ocurrido con esos compatriotas
muertos, pero actúan como si no hubiese sucedido, o atribuyen a otros actores la res-
ponsabilidad por esas muertes. Ese cinismo se está ramificando de distintos modos
en la escena política y se promueve su práctica institucionalizada a partir de cuestio-
nables medidas, como el caso de la incorporación de una materia escolar sobre los
años de la violencia, concebida solamente desde los criterios de una «historia oficial».
Nuestra extrema izquierda también cultiva este cinismo. El expresidente Pedro
Castillo intentó perpetrar un golpe de Estado (siguiendo el inquietante guion del
régimen fujimorista), anunciándolo por televisión y en cadena nacional. Al no contar
con el apoyo de las fuerzas armadas y policiales, intentó huir a la embajada de Mé-
xico, pero fue detenido por su propia escolta. Numerosos políticos de izquierda han
pretendido negar la comisión de este atentado contra el Estado de derecho y a la vez
procuraron victimizar al exmandatario. Sin embargo, todos vimos a Castillo declarar
5 La denominada “ley mordaza” hace alusión al Proyecto de Ley 02862/2022-CR.

287
Legados de un pasado irresuelto

la disolución del Congreso, la reorganización de las instituciones que estructuran


el sistema de justicia, y comunicar que en adelante ejercería el poder a partir de la
publicación de decretos ley. Esta extravagante iniciativa naufragó casi de inmediato,
pero su naturaleza autocrática está fuera de toda discusión.
En medio de esta polarización política, la aspiración a la verdad ha perdido toda
significación. A juicio de la derecha conservadora, el grupo de ciudadanos que se
movilizó pacíficamente para protestar contra el Gobierno peruano estuvo coludido
con la minería ilegal, el narcotráfico y los remanentes del terrorismo, pese a que
no existen pruebas que justifiquen esta acusación. Para un sector de la izquierda, la
convulsión social no implicó la comisión de actos de vandalismo ni se perpetraron
atentados contra edificios públicos. Algunos analistas de izquierda aseveran que se
está gestando en el Perú una genuina «revolución popular», que se está librando una
importante batalla contra un sistema injusto que ha sido descrito como una suerte
de «Apartheid peruano». No existen argumentos sólidos para establecer tan estrecho
paralelo entre la situación del Perú y el régimen segregacionista que padeció Sudáfri-
ca. Para unos y para otros, el papel aguanta todo.
El Perú experimenta un agudo proceso de descomposición de la política. Una fac-
ción de nuestros políticos consideró que la mejor forma de defender la democracia
suponía desconocer los resultados electorales, razonamiento que entraña una sonora
contradicción. En la otra orilla se invocaba la necesidad de promover mecanismos
de «democratización», acción que para sus defensores no implicaba el cuidado de los
principios y procedimientos democráticos, aunque se tratase de los parámetros éticos
y legales que precisamente pretenden afianzar y asegurar las políticas de inclusión.
Unos y otros no parecen ser capaces de comprender los alcances de su propia incohe-
rencia. No es casualidad que en tiempos de polarización y de populismo florezca
también el cultivo de la llamada posverdad.6 Los políticos de oficio suelen estigma-
tizar y caricaturizar los juicios y actitudes de quienes piensan diferente apelando a
narrativas falsas o difundiendo medias verdades acerca de la conducta de sus rivales.
Sin embargo, esta actitud no constituye un impedimento para que estos mismos
actores celebren acuerdos bajo la mesa con sus adversarios políticos con el fin de ver
satisfechos sus intereses en el manejo de los asuntos de Estado.
La ciudadanía parece estar tan dividida como la «clase política». Los ciudadanos
experimentan un claro sentimiento de impotencia respecto de su capacidad para
solucionar problemas comunes. Charles Taylor ha descrito este fenómeno en un es-
tudio reciente como el declive de la eficacia ciudadana, la situación según la cual cada
vez más personas sienten «que no tienen un poder real en relación con las élites»
(Taylor, 2022, p. 23). Esto puede llevar a las personas a desarrollar una retorcida
actitud de condescendencia frente a los actos de corrupción que cometan sus re-
presentantes, pretextando que se trata de un comportamiento ineludible cuando se
trata de la Administración Pública o del ejercicio de la política a tiempo completo.
6 Debo este planteamiento a Juan Antonio Guerrero, S. J.

288
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

No solo la desigualdad y la tradición autoritaria conspiran contra el ejercicio de la


agencia cívica; el propio desaliento del ciudadano inhibe su capacidad de acción y
transformación de su entorno y condición.
Este sentimiento de impotencia puede reforzar la cultura del cinismo que practi-
can nuestra «clase política» y no pocos ciudadanos. Las autoridades del Poder Ejecu-
tivo, así como un número significativo de representantes y políticos de oficio saben
lo que ha pasado con las vidas de más de sesenta peruanos, vidas trucadas prema-
turamente en situaciones de violencia y desamparo estatal; saben que deben inves-
tigar esas muertes y rendir cuentas sobre estos hechos ante la comunidad nacional e
internacional. No obstante, el discurso y el comportamiento de estos actores simula
que estas violaciones de derechos humanos no tuvieron lugar. Esta actitud debería
mover al ciudadano peruano —al menos al ciudadano de cierta edad— a reconocer
la repetición de un viejo patrón de conducta, común a algunos políticos y agentes del
Estado durante el conflicto armado interno, consistente en negar o encubrir los he-
chos de violencia. Se construyó entonces una narración en la que se había suprimido
toda referencia a torturas, ejecuciones extrajudiciales, fosas comunes. Una «historia
oficial» basada en el silencio y en la distorsión de la memoria. Con el tiempo se reveló
la verdad, se descubrieron los hornos y se develaron los lugares de entierro indebido.
Muchas víctimas elevaron su voz, contando su historia en el espacio público.
Situaciones como esta hacen manifiesto el decisivo valor de la memoria como
herramienta para combatir la cultura del cinismo y la vocación por la impunidad.
Reconstruir el pasado trágico pone en evidencia la profunda irresponsabilidad y la
falta de escrúpulos de nuestros políticos de oficio, que prefirieron mirar hacia otro
lado, negándole a las víctimas el derecho a la justicia y la reparación. La actitud de los
políticos de oficio obstruyó el acceso de los ciudadanos a su derecho a vivir en una
sociedad pacificada y reconciliada consigo misma. El trabajo realizado por la CVR
en las audiencias públicas, así como su análisis de los hechos a partir de los indicios
y las pruebas materiales disponibles, reveló la comisión de crímenes contra la vida
tanto como la indolencia de muchos funcionarios públicos, que cerraron las puertas
de municipios, cuarteles y comisarías cuando muchas personas indagaban infructuo-
samente por el paradero de sus seres queridos. Hoy la historia se repite.
El compromiso con la búsqueda de la verdad acerca del sufrimiento de nuestros
conciudadanos se mantiene vigente. La recuperación de la memoria es una tarea
pública, que concierne no solamente al sistema político, sino especialmente a la socie-
dad civil. A través de nuestras instituciones, los ciudadanos examinamos y discutimos
qué acontecimientos, procesos y circunstancias no debemos olvidar, con el propósito
de reorientar nuestra vida común y corregir los errores que hemos cometido como
sociedad y como Estado. El Informe de la CVR, así como la importante literatura es-
pecializada y testimonial sobre el conflicto armado interno, constituyen un material
de debate cívico y académico de enorme valor. Pensemos en las reflexiones de Carlos
Flores Lizana, José Carlos Agüero y Lurgio Gavilán sobre el conflicto armado y el

289
Legados de un pasado irresuelto

predicamento de las víctimas. En todos estos esfuerzos de reflexión y reconstrucción


narrativa, el esclarecimiento de la memoria constituye la base no solo de la acción de
la justicia sancionadora y reparadora, sino que se convierte en una actividad ineludi-
ble para edificar un proyecto común.

4. Reflexiones finales. Reconstruir el tejido social. ¿Debemos


reconsiderar el proyecto de Reconciliación?
Uno de los factores cruciales de la descomposición de la política es, precisamente,
la ausencia de un proyecto colectivo. Resulta penoso constatar que la discusión de
ideas ha abandonado la escena política; de hecho, impera una suerte de desprecio
por el conocimiento. La contrarreforma universitaria y la desactivación de facto de
la Sunedu constituyen signos de esta penosa desatención frente a la producción
científica y al cuidado del argumento. Sin debate ni intercambio de razones resulta
imposible edificar un conjunto de propósitos comunes que orienten el curso de la
vida pública. De hecho, la idea misma del bien común inevitablemente se debilita o
desaparece. La política peruana actual se basa, fundamentalmente, en la gestión de
los intereses particulares de las organizaciones representados en el Congreso y de los
grupos de poder que actúan detrás de ellos (vinculados, como se sabe, a universidades
no licenciadas o al transporte informal, etc.). La convulsión social de diciembre de
2022 y enero de 2023 no llevó a que el Gobierno y los líderes de la protesta se sentaran
alrededor de una mesa a discutir y negociar una solución para el conflicto. De hecho,
las partes consideraron el diálogo como un mecanismo raquítico y devaluado para
resolver esta clase de desencuentros graves. No se percibió como una opción ni una
salida razonable a la crisis. La consigna de uno y otro lado parece ser no negociar con
el otro.
La polarización y el uso oficial de la violencia evocan los peores días del conflicto
armado interno. Solo autoridades estatales que desconocen el pasado o se muestran
indiferentes ante sus dolorosas lecciones pueden considerar seriamente la medida de
enviar a las Fuerzas Armadas a reprimir la protesta en Ayacucho u ordenar que entren
a la fuerza a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Tales acciones constitu-
yen un duro golpe a los cuerpos de las víctimas, así como una afrenta a las almas de
la población ayacuchana y de la comunidad sanmarquina. Es, además, una ofensa
contra toda la comunidad nacional, que recuerda lo sucedido en los años ochenta y
noventa. Los ciudadanos tenemos aún viva la memoria de aquellos luctuosos años.
Como en aquellos tiempos, hoy nuestras autoridades guardan silencio ante la muerte
provocada de compatriotas en el sur del Perú. La cultura del cinismo llama a la im-
posición de políticas de impunidad en favor de los perpetradores.
La CVR señala cómo el «insulto racial» solía acompañar el ejercicio de la violencia
física contra las víctimas durante el conflicto armado interno. Ahora bien, la discri-
290
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

minación racial sigue siendo una realidad que parece legitimar la aniquilación del
otro. Si los peruanos asesinados pertenecen al sur andino y tienen ancestros indíge-
nas, la situación, para muchos ciudadanos, no resulta realmente escandalosa; incluso
puede convertirse en una realidad «tolerable» si es el precio a pagar a cambio de la
promesa de «seguridad» o de «estabilidad económica». Esa parece ser la opinión de
un sector importante de nuestras «élites». La muerte de más de sesenta ciudadanos
no hace temblar un músculo a prácticamente el grueso de nuestra «clase política».
En otras zonas de la región, la pérdida de vidas humanas provoca la reorganización
de gabinetes ministeriales; aquí propicia la estigmatización de la protesta. Quien se
opone es un «terruco», un enemigo del orden.
Nada hemos aprendido de un proceso de violencia que ensangrentó el país du-
rante dos décadas. No hemos aprendido porque nuestros dirigentes se encargaron
de bloquear el trabajo de la memoria. De hecho, siguen comprometidos con su su-
presión. Solo bajo ese registro puede entenderse el cierre temporal del Lugar de la
Memoria o que el flamante defensor del pueblo le solicite a la presidenta Boluarte
que «redefina los derechos humanos». En medio de aquella situación de ignorancia,
completamente incompatible con el cargo que Josué Gutiérrez ostenta, este perso-
naje considera que los derechos humanos pueden reformularse o ajustarse según los
requerimientos del poder constituido. Presupone además que la Presidencia de la
República posee las potestades de las autoridades del Antiguo Régimen, para «hacer y
deshacer» aun en materia de derechos básicos. Bajo esa clase de oscuridades, el futuro
de nuestra democracia es incierto.
El cultivo de la rememoración y de la acción cívica al interior de la sociedad civil
constituye el único remedio frente a las políticas de amnesia moral e impunidad que
buscan imponer nuestros políticos de oficio y otros miembros de nuestras «clases
dirigentes». El olvido se plantea como una presunta «salida pragmática» frente a esta
crisis. No obstante, el olvido forzoso entraña una forma de encubrimiento y de des-
precio frente al predicamento de las víctimas. Como asevera Reyes Mate, «no es lo
mismo el olvido en el sentido del desconocimiento, que el olvido en el sentido de no
dar importancia al pasado. En el primer caso, el olvido es ignorancia, y, en el segun-
do, es injusticia» (Mate, 2009, p. 19, las cursivas son nuestras). Resulta claro que la
opción por un olvido deliberado manifiesta el segundo de estos sentidos.
Es evidente que, en el tiempo que va desde la entrega del Informe Final de la
CVR y la hora presente, nunca hemos estado tan lejos de la meta de lograr alguna
forma razonable de reconciliación. Desde luego, no han faltado los políticos que han
apelado a la meta de la «reconciliación nacional» para ponerle paños fríos a los con-
flictos sociales de diciembre y enero. Apelaban entonces a una pacificación en medio
del silencio, de la ausencia de autocrítica y de la impunidad cuando se trata de los
agentes del Estado. Esa espuria «reconciliación» solo es el disfraz de las «políticas de
punto final» que han llenado de impunidad a tantas democracias de la región. Por
ello, resulta pertinente retomar la concepción de la reconciliación como proceso ético

291
Legados de un pasado irresuelto

y político, en la línea de reflexión formulada por la propia Comisión. La reconcilia-


ción constituye un camino histórico-social edificado sobre la base del ejercicio de la
verdad y el trabajo de la justicia.
La CVR entiende por «reconciliación» el restablecimiento y la refundación de
los vínculos fundamentales entre los peruanos, vínculos voluntariamente des-
truidos o deteriorados en las últimas décadas por el estallido, en el seno de una
sociedad en crisis, de un conflicto violento iniciado por el Partido Comunista
del Perú Sendero Luminoso. El proceso de reconciliación es posible, y es necesario,
por el descubrimiento de la verdad de lo ocurrido en aquellos años —tanto en
lo que respecta al registro de los hechos violentos como a la explicación de las
causas que los produjeron— así como por la acción reparadora y sancionadora
de la justicia. (CVR, 2004, p. 63, las cursivas son nuestras)

¿Debemos renunciar a afrontar este proceso de reencuentro? No lo creo. Se trata


de un proceso de largo aliento, que no solo implica deponer actitudes violentas, sino
reconocer que todos los habitantes del país son ciudadanos de una misma comunidad
política, cuyo derecho a gozar de los bienes propios de una vida de calidad es una
prerrogativa irrenunciable, así como el derecho a ser identificados como agentes
políticos e interlocutores válidos en el debate público y en los mecanismos para la
toma de decisiones en materia social y política. La reconciliación está asociada a la
tarea de construir una ciudadanía democrática fundada en las exigencias de la justicia
redistributiva y el desarrollo humano. Es una meta que configura un horizonte capaz
de orientar nuestras prácticas e instituciones.
Es un trasfondo que convoca a la ciudadanía a actuar en coordinación desde los
foros del sistema político y los escenarios de la sociedad civil. Ello implica luchar por-
que los agentes recuperemos la fe en la política como una práctica cotidiana genera-
dora de sentidos. Establecer las bases de una sociedad reconciliada requiere enfrentar
los problemas señalados, las desigualdades de carácter estructural y la amenaza de la
cultura autoritaria, disposición que ahora asume la figura de los «populismos», tanto
de derecha como de izquierda, que prometen engañosamente revertir los efectos del
declive de la eficacia ciudadana (Taylor, 2022, p. 25). Enfrentar estos problemas
constituye una prioridad si queremos defender y configurar un régimen libre. Nues-
tra «clase política» no parece compartir la percepción de que se trata de una prioridad
para el país. No existe hoy en la escena política un «consenso democrático» que arti-
cule una propuesta de tal naturaleza; más bien abundan los extremismos ideológicos
de una y otra orilla. Necesitamos reagrupar las fuerzas democráticas —ciudadanos
que crean en un proyecto sensato de democracia liberal con el que valga la pena
comprometerse—. El locus de aquella convocatoria y compromiso es sin duda la
esfera pública.

292
La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual

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294
IV. Reflexiones finales:
el horizonte del
reconocimiento
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético
nacional

https://doi.org/10.18800/9786124474477.011

Miguel Giusti
https://orcid.org/0000-0002-9837-9981
Pontificia Universidad Católica del Perú

Resumen
La «reconciliación» fue una noción anexada al nombre originario de la Comisión
de la Verdad poco después de su creación, lo que trajo consigo no pocos equívocos
sobre sus metas y sobre las expectativas que le correspondía generar. La CVR no ce-
dió a las presiones políticas o ideológicas y ofreció más bien una definición ética de
la reconciliación de gran calado, que analizaremos con detalle. Veremos igualmente
que, tras la insistencia en recurrir a este concepto, se expresa una visión negacionista
que pretende encubrir responsabilidades o evitar los cambios sociales profundos que
serían indispensables para una reconciliación genuina. Una de las dimensiones que,
según la propia CVR, es constitutiva de la reconciliación, es la idea de un «recono-
cimiento recíproco» entre los peruanos. Desarrollaremos esta idea, muy presente en
la ética contemporánea, por ser especialmente fecunda para expresar lo que podría
llamarse, en el marco de la reconciliación, la «larga lucha por el reconocimiento» en
el Perú.

Palabras clave: reconciliación, reconocimiento, verdad, justicia, nación peruana

296
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti

Introducción
Que la CVR lleve, en su nombre mismo, la palabra «reconciliación», es sabida-
mente resultado de las controversias que se produjeron en el momento de su crea-
ción. Controversias que revelan, a su vez, las fisuras ideológicas que atravesaban, y
aún atraviesan, a la clase política peruana y a su percepción sobre las tareas o los re-
sultados que debían esperarse de un grupo de trabajo de esta naturaleza. La Comisión
se creó, recordémoslo, por un decreto supremo emitido por el presidente Valentín
Paniagua el 4 de junio de 20011 con el nombre de «Comisión de la Verdad», pero
su denominación y su composición fueron luego sorpresivamente modificadas por
un decreto supremo emitido por el presidente Alejandro Toledo el 31 de agosto del
mismo año, mediante el cual se establecía que el nombre pasaba a ser «Comisión de
la Verdad y Reconciliación».2 Llama la atención, naturalmente, que en apenas un par
de meses se produjera un cambio de tal magnitud, que asignaba a la Comisión una
tarea prioritaria sumamente problemática, sobre cuyo significado o alcance el nuevo
decreto no ofrecía prácticamente ninguna explicación. Como veremos a lo largo de
este capítulo, ello no fue fruto de una reflexión azarosa ni, menos, de un propósito
bienintencionado de complementar las tareas por realizar, sino que fue más bien el
resultado de un compromiso con tendencias negacionistas de la sociedad que preten-
dían desviar así el rumbo ya trazado de la Comisión.
Es cierto que aspirar a una «reconciliación», en sus diferentes formas y en sentido
genérico, pasa por ser una meta encomiable en la sociedad, como lo atestigua el
empleo positivo del término en nuestro lenguaje habitual. No solo en su uso cotidia-
no, sino incluso en el que se hace de él de modo más técnico en los dominios de la
teología, el derecho internacional o la filosofía. Pero en esa aspiración puede anidar
también un señuelo, naturalmente encubierto, que consiste en transmitir por su in-
termedio, bajo un manto de legitimidad, el propósito de mantener las relaciones de
inequidad preexistentes en la sociedad, es decir, de obstaculizar la meta principal de
la Comisión, que era investigar la «verdad» de lo ocurrido, en sentido histórico y en
sentido ético —no solo, pues, elaborar un registro de hechos, sino ofrecer igualmente
una explicación de las causas próximas y remotas que los produjeron—, así como
contribuir a la labor de la justicia, estableciendo responsabilidades y proponiendo
medidas de reparación para las víctimas o reformas institucionales. La reconciliación
es un concepto equívoco, que se presta a interpretaciones muy diferentes y que puede

1 Decreto Supremo 065-2001-PCM, que acogió el proyecto presentado por un Grupo de Trabajo Inte-
rinstitucional ad hoc creado mediante la Resolución Suprema 314-2000-JUS. Véase https://www.cver-
dad.org.pe/lacomision/cnormas/normas01.php. El Informe Final de la CVR será citado como «CVR-
IF», usando como referencia el sitio web: https://www.cverdad.org.pe/ifinal/, con las especificaciones
del caso.
2 Decreto Supremo 101-2001-PCM. Véase https://www.cverdad.org.pe/lacomision/cnormas/
normas04.php.

297
Legados de un pasado irresuelto

tener usos ideológicos ilegítimos, como se expondrá ampliamente en las siguientes


reflexiones.
Precisamente por ello, la CVR se vio obligada a precisar en qué sentido concebía
la idea de «reconciliación», consciente del terreno semántico pantanoso en el que se
hallaba. Al proceder así, eludió por lo pronto deliberadamente el significado más
inmediato de la palabra —la idea de un acuerdo entre dos o más partes para retornar
a la situación precedente en la que se encontraban—, y propuso una definición de
más largo alcance, de gran calado ético, que incorporó en su contenido el vínculo a
la búsqueda de la verdad y la justicia que exigía el mandato de su creación.
Propondremos en este capítulo una relectura del concepto de reconciliación em-
pleado por la CVR que tome en cuenta este complejo panorama, en el que confluyen
factores de naturaleza política, histórica, ideológica y coyuntural. Recordaremos, en
primer lugar, el marco conceptual en el que situó la Comisión la definición de este
concepto, no solo presionada por las eventuales distorsiones de su significado a las
que hemos hecho alusión, sino sobre todo con la intención de otorgarle un sentido
ético congruente con el proyecto global que inspiraba sus tareas, y aun cuando ello
supusiera tomar distancia de algunos usos habituales del término. Conviene traer a
la memoria dicha definición, no solo porque suele ser ignorada en los debates acerca
del tema, sino además porque ella es una muy elaborada y lúcida concepción del
complejo proceso ético que trae consigo la tarea de la reconciliación. En segundo
lugar, nos referiremos a algunos casos emblemáticos en que se invocó en el país a
la reconciliación, como si se tratase de un anhelo nacional, pero con el propósito
precisamente de ignorar las reformas estructurales que la propia CVR consideraba
indispensables para evitar que se mantuviesen las relaciones seculares de inequidad o
para que la historia de la violencia no se repita. La demanda de reconciliación fue uti-
lizada en esos casos como un «señuelo ideológico», con un fin benéfico aparente, pero
con un fin último de contribuir al negacionismo en nuestra percepción histórica. En
tercer lugar, tomaremos uno de los hilos que forman parte del tramado conceptual
de la definición de la reconciliación de la CVR, el concepto de «reconocimiento re-
cíproco», con la intención de analizarlo con más detalle, pues nos remite a una teoría
ética contemporánea que puede ser muy relevante para el tratamiento de nuestro
tema. Dicho concepto nos permitirá evitar algunos de los malentendidos que se
asocian habitualmente a la reconciliación, en la medida en que el «reconocimiento»,
técnicamente hablando, exige la vigencia o la instauración de relaciones igualitarias
y de justicia en los diferentes ámbitos de la vida social (interpersonales, jurídicos,
políticos) e incorpora en su definición la relevancia ética de las «luchas sociales» por
la conquista de tales derechos. Poniendo el acento en las condiciones exigidas por el
proceso del reconocimiento recíproco, y teniendo en cuenta la dimensión reivindi-
catoria de justicia que le subyace, propondremos finalmente, a modo de conclusión,
una interpretación de la propia historia del Perú como una larga e inconclusa lucha
por el reconocimiento. Deseamos así iluminar un aspecto esencial de la definición de

298
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti

la reconciliación de la CVR, una definición que debería seguir siendo, para los pe-
ruanos, un referente ético fundamental en la comprensión de nuestra historia como
nación, de las causas de su aun dolorosa fragmentación y de la difícil, pero necesaria,
meta que deberíamos perseguir.

1. La reconciliación en el Informe Final de la CVR


En la Introducción de su Informe Final, la CVR presenta una muy valiosa re-
flexión sobre el marco jurídico y conceptual que orienta su trabajo, así como sobre
el sentido específico en que entiende las nociones centrales de las que se ocupa, entre
ellas precisamente también la de «reconciliación». Se trata de un documento de suma
importancia, al que lamentablemente no se le ha prestado la debida atención y cuya
sola lectura serviría para desmontar muchos de los infundios que se han levantado
en contra de la Comisión. Aunque sabemos, claro está, que tras ellos puede haber
no simplemente una desatención, sino también otras intenciones políticas y éticas.
Ya en las páginas iniciales de aquella Introducción, refiriéndose a los decretos supre-
mos que le dieron origen, la CVR hace un primer deslinde en relación con una posible
interpretación del concepto de «reconciliación» que implicase alguna forma de justi-
ficación de la impunidad. Se nos recuerda allí que el propio decreto supremo que co-
rrigió el nombre de la Comisión, si bien sostenía que «uno de los fines esenciales de la
CVR es sentar las bases para un profundo proceso de reconciliación nacional» (CVR,
2003, t. I, p. 27), precisaba al mismo tiempo que dicho proceso debía realizarse «a
partir del esclarecimiento de los hechos, así como el restablecimiento de la justicia»
(CVR, 2003, t. I, p. 27). Era indispensable, se nos dice enfáticamente, «excluir una in-
terpretación del concepto de reconciliación que la hiciese equivalente a la extinción de
la responsabilidad penal de los perpetradores de los graves crímenes contemplados en
el mandato», como había ocurrido pocos años antes, cuando el Gobierno de Alberto
Fujimori utilizó el concepto de «reconciliación nacional» para justificar la aprobación
de leyes de amnistía que consagraban la impunidad. Se trata de una referencia explíci-
ta en el Informe Final de la Comisión (CVR, 2003, t. I, p. 27).
Es significativo, y revelador, que la CVR se viera en la necesidad de hacer deslindes
de este tipo con respecto al concepto de reconciliación desde el inicio de sus reflexio-
nes, porque ya hemos comentado que la noción tiene un significado escurridizo,
aunque en líneas generales positivo. En efecto, en su uso cotidiano, nadie parece
objetar en principio el valor de una reconciliación, y más bien es frecuente lamentar
que ella no se produzca, en nuestra vida social o interpersonal. Y en lo que respecta
a su sentido más técnico, o más rigurosamente conceptual, bastaría con recordar que
esa palabra da nombre a uno de los sacramentos de la Iglesia católica. Pero, en cual-
quiera de los casos, para que la palabra «reconciliación» tenga sentido, en su acepción
más genérica, se debe presuponer la existencia de al menos tres condiciones: a) ella

299
Legados de un pasado irresuelto

se debe producir entre dos (o más) partes que se encuentran momentáneamente en


conflicto; b) ella invoca al retorno a una situación precedente en la que las partes se
hallaban supuestamente conciliadas (por eso justamente se emplea el prefijo «re»);
c) la situación precedente de conciliación debe haber sido de algún modo beneficiosa
o justa para las partes. Por lo mismo, cuando hablamos de reconciliación, es preciso
identificar a las partes entre las cuales ella se debe producir, evaluar si merece la pena
restaurar la relación precedente entre ellas y, finalmente, analizar si la situación de
partida era verdaderamente justa o beneficiosa para las partes en conflicto.
Ya con estas especificaciones semánticas, es claro que vemos restringirse mucho
el ámbito de aplicación del término. Si alguna de las condiciones indicadas no se
cumpliera, entonces el empleo de la palabra, sin mayores especificaciones, resultaría
inapropiado, lo que obligaría, como fue el caso, a proponer una definición ética-
mente más precisa, al mismo tiempo más compleja y más restrictiva. No era posible,
por lo pronto, ni siquiera en la intención de quienes propusieron la introducción
del término, interpretarlo como una forma de acuerdo entre «dos partes», una de las
cuales hubiese sido el grupo subversivo Sendero Luminoso. Ha habido, como bien
se sabe, conflictos armados en otros países, en los que el término se ha aplicado en
ese sentido. Tampoco era imaginable la simple restauración del estado de cosas o
de los vínculos sociales precedentes a la irrupción del conflicto armado en nuestro
país, aunque al respecto pueda haber ya algunos indicios en sentido contrario, tal
como acabamos de reseñar. Estrictamente hablando, al menos en sentido ético, no es
razonable hablar de reconciliación, por ejemplo, entre una víctima y un victimario.
Como tampoco lo es denominar así un arreglo entre explotadores y explotados, o
entre privilegiados y excluidos, porque la situación inicial que se pretende restaurar
no era justa o era ventajosa solo para una de las partes. No obstante, las cosas pueden
ser aún peores, porque es posible además aprovecharse políticamente del sentido
positivo del concepto y usarlo de manera estratégica, contrariando principios éticos
o jurídicos, tal como lo comenta la propia CVR en el caso citado, o tal como lo vere-
mos, en la segunda parte, al hablar del «señuelo» de la reconciliación en nuestro país.
Ante el desafío que implicaba el empleo de una noción tan ambigua, la CVR
propone una definición propia: «La CVR entiende por ‘reconciliación’ la puesta en
marcha de un proceso de restablecimiento y refundación de los vínculos fundamen-
tales entre los peruanos», y añade que dicho proceso «es hecho posible, y es hecho
necesario, por el descubrimiento de la verdad […], así como por la acción reparadora
y sancionadora de la justicia» (CVR, 2003, t. I, pp. 36-37). No es aún una definición
completa, porque ella será precisada en varios sentidos poco más adelante, pero está
claro que, ya con lo dicho, y aun a riesgo de contrariar el significado habitual que le
es propio al término, lo que se quería evitar era la interpretación que sugiere restaurar
una relación social previa, sin importar cómo esta fuese. Y, por si quedaran dudas,
se lee un poco más adelante: «Para que la reconciliación tenga sentido, deberán mo-

300
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti

dificarse las condiciones en que se restauren los vínculos entre los peruanos» (CVR,
2003, t. I, p. 37).
Las precisiones que siguen son de una importancia decisiva. Las enumero primero,
resumiéndolas, para que se perciba su complejidad y amplitud. De la reconciliación
se dice que es: a) un proceso, b) que implica una toma de conciencia de la complejidad
y gravedad de las causas del conflicto (incluyendo el «vínculo social precedente»),
c) que nos lleve a asumir nuestra responsabilidad, a cada quien según corresponda, y
d) a «refundar», es decir, a corregir y reestructurar las condiciones de vida de nuestra
sociedad. Estos rasgos se derivan de la vinculación anunciada de la «reconciliación»
con la «verdad» (una «verdad», como se ha dicho ya, entendida también en sentido
ético). Pero, como la reconciliación ha de vincularse igualmente a la «justicia», enton-
ces el proceso mencionado: e) debe conducir a la implantación y la consolidación de
la justicia (en su cuádruple dimensión: moral, judicial, reparadora y político-social),
f ) debe comprometer a la entera sociedad peruana, g) debe instaurar en ella relacio-
nes de reconocimiento recíproco, h) debe conducir al arrepentimiento y a la petición
de perdón de parte de los responsables y, finalmente, i) debe entenderse como un
proceso abierto y permanente que se convierta en una meta de nuestra convivencia
común (CVR, 2003, t. I, pp. 36-38).
Esta es la definición de la «reconciliación» que nos ofrece la CVR. Difícil imaginar
una concepción más lúcida o más completa de ella, y más difícil aún explicarse, a la
luz de lo allí expresado, la ligereza con la que tantos detractores de la Comisión le
reprochan no haber contribuido a su promoción o a su puesta en práctica. Lo que
ocurre es más bien que tras las críticas anida una interpretación de la reconciliación
que está muy lejos de lo que propone la CVR y que se acerca más bien a los equívocos
que ya hemos evocado y que desarrollaremos más adelante.
La enumeración resumida de las dimensiones de que se compone la reconciliación
no debe llevarnos a pensar, sin embargo, que se trata de un conjunto inconexo de
rasgos colocados simplemente como un listado de deberes éticos. Es, sí, por supues-
to, una concepción ideal, normativa, de la reconciliación, que, por lo mismo, se nos
ofrece como una instancia de evaluación de una de las grandes metas encargadas a la
Comisión. El razonamiento que allí se expresa es el siguiente: no debemos entender
la reconciliación como la restauración de las condiciones sociales imperantes en el
pasado, causantes en buena medida de los conflictos posteriores, sino como un pro-
ceso de reflexión ética, llevado a cabo por todos los miembros de la sociedad, que nos
haga recapacitar sobre la gravedad de lo ocurrido en los años de violencia, sobre sus
causas próximas y remotas, y que no solo nos conduzca a asumir la responsabilidad
que nos corresponda, sino además a comprometernos a instaurar (a «refundar») rela-
ciones más justas y equitativas entre todos los peruanos, que hagan posible un nuevo
tipo de convivencia.3

3 Es enriquecedor, al respecto, el debate multidisciplinario que se produjo en el coloquio internacional


de la Confederación Mundial de Instituciones Universitarias Católicas de Filosofía (COMIUCAP) en

301
Legados de un pasado irresuelto

Quisiera detenerme un momento en el concepto de «reconocimiento» que aparece


en la definición, porque, como se ha anunciado, será luego materia de una reflexión
de mayor alcance. En la definición ofrecida por la CVR, se dice, a la letra, que la
reconciliación exige que «se instauren relaciones de reconocimiento recíproco que
corrijan la discriminación social, económica, racial, cultural y de género, y cual-
quier otra forma de postergación, relaciones que hagan posible la refundación del
acuerdo social entre todos» (CVR, 2003, t. I, pp. 36-37). Aunque no se ahonda en
los alcances del concepto, queda claro, por un lado, que la CVR considera que el
«reconocimiento» es una condición necesaria de la reconciliación y que consiste en la
instauración de relaciones intersubjetivas de reciprocidad, en las que, por definición,
queda excluida cualquier forma de trato inequitativo, discriminatorio o injusto. Vol-
veremos sobre este punto en la tercera parte del capítulo.

2. El señuelo de la reconciliación en la historia reciente


Como lo advirtió la propia CVR, puede haber no solo un uso inapropiado del
término, sino también una estrategia intencional e ideológica que lo motiva o ex-
plica. Ocurre que, precisamente porque el sentido positivo de la reconciliación es
ampliamente difundido, se puede recurrir a él para simular una relación beneficiosa
entre las partes, pero con el propósito de encubrir una situación inicial de injusticia
o una conducta ética reprobable. Es en este caso que el llamado a la reconciliación
equivale a un señuelo. Se la invoca para atraer a las partes involucradas, a la opinión
pública en general, hacia una situación ideal ética o política, pero distrayéndola así
de la causa principal del conflicto que se halla en sus orígenes.
Decíamos que en el Perú hemos visto aparecer con fuerza este señuelo en las últi-
mas décadas al menos en tres situaciones emblemáticas. Una de ellas fue la irrupción,
a fines del siglo pasado, de la «Teología de la Reconciliación» con el propósito de
contrarrestar el impacto creciente en la sociedad de la «Teología de la Liberación».
No era la «liberación» —se sostenía— lo que debía considerarse el núcleo de la inter-
pretación adecuada del sentido de la vida cristiana, sino la «reconciliación». Natural-
mente, este es un debate teológico complejo en el que no se puede entrar aquí. Pero
era claro que aquel llamado específico y circunstancial a la «reconciliación», que es lo
que aquí nos interesa, tenía la intención de desautorizar la búsqueda de justicia social
y la condena moral de la opresión o de la falta de solidaridad que estaban implícitas
en la concepción de una Teología de la Liberación. Se trataba de un señuelo, porque
se pretendía encubrir y legitimar la injusticia estructural de la sociedad bajo el manto
de una reconciliación meramente superficial que equivalía a la restauración del orden

torno al tema del «perdón», coorganizado con el Instituto de Democracia y Derechos Humanos y el
Centro de Estudios Filosóficos de la PUCP, que ha quedado consignado en el volumen Rostros del per-
dón (Lerner y Giusti, 2021).

302
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti

jerárquico e inequitativo imperante. Por cierto, uno de los principales promotores de


la Teología de la Reconciliación en aquellos años fue el Sodalicio, que organizaba con
regularidad congresos internacionales sobre el tema.
La segunda situación emblemática a la que queríamos referirnos ha sido ya co-
mentada, a saber, la decisión extemporánea del Gobierno de Alejandro Toledo de
añadir el nombre de «Reconciliación» a la muy poco tiempo antes creada «Comisión
de la Verdad». Por entonces, cabe recordarlo, el concepto había adquirido carta de
ciudadanía en la reflexión jurídica sobre justicia transicional con la idea de tipificar
procesos de resolución de conflictos entre grupos enfrentados de una misma nación.
Pero, en el caso del Perú, aquella decisión generó confusión (o expectativas impro-
pias), en primer lugar, porque, como ya se ha dicho, en sentido estricto lo que parecía
lógicamente estarse sugiriendo era una propuesta de reconciliación entre el Estado
y Sendero Luminoso, cosa a la que nadie aspiraba, y, en segundo lugar, porque se
imponía a la CVR una tarea, o bien irrealizable, o bien destinada a dar vuelta a la
página, es decir, a cubrir con un manto de olvido e impunidad la gravedad de los
daños ocurridos y sobre todo de sus causas.
La verdadera razón por la que se introdujo extemporáneamente aquel término fue
el intento de silenciar los crímenes de Estado y de calmar la crispación de las Fuerzas
Armadas y del fujimorismo, que se resistían a admitir su responsabilidad. La reconci-
liación fue, nuevamente, un señuelo: bajo el ropaje de un entendimiento ficticio, se
encubría la pretensión de ocultar la verdad y de impedir el reconocimiento de las cau-
sas y los remedios de la violencia que había asolado el país. La reconciliación a costa
del negacionismo. Así se explica el desinterés con el que el presidente Toledo recibió
el Informe Final de la CVR, y la poca atención que tanto él como el presidente Alan
García prestaron a sus recomendaciones, incluso las referidas a la reparación de las
víctimas. Ambos desenmascararon además sus reales intenciones al poner todo tipo
de trabas a la construcción del Museo de la Memoria que estaba siendo promovido y
financiado en gran medida por la cooperación internacional.
En fin, la tercera «coyuntura» en la que se pretende imponer en la agenda pública
el objetivo de la «reconciliación» es la de la hora presente, que se distingue de las
anteriores quizás solo por la crudeza de sus propósitos negacionistas. Ya los diferentes
Gobiernos a lo largo de estos veinte años intentaron tomar distancia de la honda
reflexión ética que proponía el Informe Final de la CVR, pusieron trabas a la política
de reparaciones que había sido propuesta, desdeñaron su papel en la historia del país
e hicieron, una y otra vez, invocaciones a la «reconciliación», entendiendo por ella
un mero «borrón y cuenta nueva» que relegase al olvido las investigaciones puntuales
llevadas a cabo por la Comisión, así como su pretensión de asignar responsabili-
dades a unos u otros, a todos los peruanos, en realidad. Si ya durante el Gobierno
de Alberto Fujimori, como se ha recordado, se utilizó el término para consagrar la
impunidad de los responsables de crímenes conocidos por la opinión pública, en los
Gobiernos posteriores se pretendió emular esa conducta a fin de simular un acuerdo

303
Legados de un pasado irresuelto

nacional que desconociese las causas profundas de la tragedia social vivida durante
décadas y que dejase inalterado el estado de cosas en el país. La estrategia del señuelo
de la reconciliación ha seguido aplicándose, o incluso haciéndose más desenfadada y
con ataques más directos al trabajo de la CVR. El costo de esa ficción es ya no solo el
negacionismo de la verdad de nuestra historia reciente, sino además el de la corrup-
ción, cuya metástasis en el tejido social y político se ha extendido hasta límites nunca
antes vistos. ¿Cuáles serían las partes entre las que, se supone, debería producirse una
reconciliación?4 Difícil responder a esa pregunta, cuando lo que vemos es una crispa-
ción generalizada, la exacerbación de los ánimos entre las autoridades políticas y las
demandas sociales, una alianza bochornosa entre todas las tendencias ideológicas con
el único propósito de defender sus privilegios malamente habidos, una alarmante pa-
rálisis de la política nacional. En ese contexto, la reconciliación es una cáscara vacía,
un valor que no suscita adhesión alguna.

3. El concepto de «reconocimiento»
Pero decía que convendría tomar un hilo —la referencia al «reconocimiento»—
de esa densa y valiosa madeja que es la definición de la reconciliación en el Informe
Final de la CVR, porque me parece que puede esclarecer una de sus más importantes
dimensiones. El concepto de reconocimiento ha adquirido en las últimas décadas
una sorprendente y amplia difusión en los debates de la ética y la filosofía política, ya
sea como visión alternativa o complementaria al concepto liberal clásico de «justicia
distributiva», o ya sea, en su versión más ambiciosa, como nuevo paradigma de com-
prensión de la ética (Giusti, 2017 y 2022)5. Si bien se trata de un concepto acuñado a
inicios del siglo XIX en el marco de la crítica del idealismo alemán a la interpretación
moderna, individualista, de la libertad, muy pronto desapareció del horizonte her-
menéutico de la discusión y solo ha hecho su reaparición a fines del siglo XX, cuando
la concepción liberal o universalista dominante era sometida a un cuestionamiento
generalizado. La recuperación del concepto de reconocimiento está marcada por un
interés en satisfacer las carencias de la reflexión moral y política de la actualidad.

4 En fecha reciente se ha sugerido un empleo inusual de la expresión, con el propósito de apuntalar


la tesis del «fracaso» de la CVR, a saber, que la «reconciliación» debería haber sido entre las dos partes
«vencedoras» del conflicto, es decir, entre las fuerzas del orden y los defensores de los DDHH. Véase,
por ejemplo, Jaime de Althaus (2023). Destaco el caso de J. de Althaus, porque en diferentes ocasiones
ha defendido una tesis que me parece muy aguda sobre la lectura global del conflicto de parte de la
CVR. Sostiene que fue un error considerar al campesinado como una «víctima», en lugar de conside-
rarlo como un protagonista o un «héroe», dado que finalmente venció al grupo subversivo. La tesis es
aguda, porque resalta el papel proactivo o la perspectiva combativa del campesinado o de la sociedad,
pero ello no puede conducir a restar importancia al sufrimiento de gran parte de dicha población. Se po-
dría así incluso correr el peligro de encubrir el daño bajo una visión romantizada de la victoria política.
5 Véanse también Rasmussen (1990); Acosta (2010); Giusti (2017).

304
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti

La amplitud de su difusión habla, sin duda, a favor de la pertinencia del concepto,


porque eso significa que con él se ha logrado identificar una dimensión del problema
moral que estaba siendo desatendida en los debates anteriores, en particular el que
enfrentó por algunos años a comunitaristas y liberales. Eso fue precisamente lo que
destacaron, de manera directa o indirecta, las dos publicaciones ya ahora clásicas
sobre el tema del reconocimiento que aparecieron simultáneamente en 1992, aun
proviniendo de tradiciones diferentes: El multiculturalismo y la política del reconoci-
miento de Charles Taylor (1993) y La lucha por el reconocimiento de Axel Honneth
(1997). En ambos textos se hace hincapié en una deficiencia fundamental de los
debates sobre el universalismo moral, a saber: que en ellos no aparece tematizada una
fuente continua de discriminación, o una motivación persistente de carácter reivindi-
catorio, asociadas a la identidad y los derechos de los individuos como miembros de
una cultura, una subcultura o un colectivo. La persistencia de estos patrones de ex-
clusión obligaba a buscar conceptos alternativos en la tradición y para el caso parecía
fructífero desempolvar y reactivar el viejo concepto de reconocimiento procedente
del idealismo alemán.
Pero las posiciones de estos autores, aun coincidiendo en lo esencial, no se desa-
rrollan en la misma dirección. En el caso de Taylor, lo que se sugiere es reintroducir
la noción de «reconocimiento» con el propósito de conceptualizar adecuadamente el
reclamo de las comunidades o los grupos culturales cuyas diferencias parecen perder
relevancia en el marco de la concepción liberal o universalista. Es la demanda del
multiculturalismo la que esta noción quiere atender. No es, por cierto, una novedad
que Taylor, como comunitarista, mantenga una polémica con el universalismo acer-
ca de cuestiones fundamentales referidas a la definición de la vida buena (Thiebaut,
1992; Taylor, 1997; Rosenblum, 1998). Lo novedoso aquí es más bien que recurra
a la noción del «reconocimiento» para, al menos en principio, ofrecer una nueva
perspectiva de conciliación entre las posiciones contrapuestas, es decir, para terciar
en este debate.
Siendo un buen conocedor de la obra de Hegel, Taylor advierte que el tema del
reconocimiento adquiere carta de ciudadanía al menos desde la Fenomenología del
espíritu (Hegel, 1966), pero, en contra de lo que acaso podría esperarse, no parece
interesarle mucho la interpretación hegeliana del concepto. Sus fuentes principales
son más bien Rousseau y Herder. En ellos, específicamente en la idea rousseauniana
de una voz interior de la naturaleza que anida en cada individuo, y en la concepción
expresivista herderiana de la originalidad del sujeto, cree encontrar Taylor una clara
tendencia moderna de subjetivización, que él caracteriza globalmente como «el ideal
de la autenticidad» (Taylor, 1993, p. 47).6 El ideal de la autenticidad no es la única
forma de subjetivización que experimenta la cultura en la Modernidad; a su lado, y
en paralelo, se produce, en palabras suyas, el reemplazo de la cultura medieval del

6 En torno a este tema giran, come se sabe, varias obras importantes del mismo autor (Taylor, 1994 y
1996).

305
Legados de un pasado irresuelto

«honor», sobre la cual se levanta una sociedad jerárquica, por la cultura de la «digni-
dad», que sirve de fundamento a una sociedad igualitaria y que está, naturalmente,
asociada a la noción de autonomía y a la filosofía de Kant. Sobre la base de estas
consideraciones, puede Taylor plantear luego una contraposición genérica entre, por
un lado, la «política del universalismo», centrada en la concepción igualitaria sobre la
dignidad del ser humano y en la noción de autonomía y, por otro lado, la «política de
la diferencia», centrada en la nueva noción de autenticidad, es decir, en la idea apenas
esbozada de reconocimiento. Él mismo aboga, evidentemente, por la política de la
diferencia, y cree que esta nueva interpretación podría o debería permitirnos corregir
nuestra comprensión de la sociedad liberal, es decir, debería ayudarnos a superar la
contradicción artificial sobre la que se alza la controversia entre culturalistas y libe-
rales. En su visión del problema, el reconocimiento puede ser el núcleo integrador
de una concepción liberal, pero solo si se toma distancia de aquella otra versión del
liberalismo que se apoya sobre el paradigma de la autonomía.
Muy diferente es la posición de Axel Honneth, quien, por cierto, plantea el pro-
blema desde una perspectiva que bien podríamos considerar universalista. En su libro
La lucha por el reconocimiento, publicado igualmente en 1992, lo que nos propone
es retomar, esta vez sí de modo explícito, el concepto de «reconocimiento» del joven
Hegel con la finalidad de emplearlo sistemáticamente como clave de lectura moral de
la historia de las reivindicaciones políticas o, en sus palabras, como «gramática de los
conflictos sociales» (Honneth, 1997, p. 2). La demanda que allí se expresa es doble:
es, por un lado, la necesidad de ofrecer una explicación más convincente de la mo-
tivación moral que anima las protestas ciudadanas o culturales, y es, por otro lado,
la necesidad de corregir el excesivo formalismo de la posición universalista de la que
él mismo se siente deudor (Habermas, 1984). A diferencia de Taylor, sin embargo,
Honneth retoma el concepto de reconocimiento del propio Hegel, convencido de
que hay allí una rica intuición sistemática que ha permanecido, nos dice, «infecunda
hasta hoy» (Honneth, 1997, p. 13), y que él va a tratar de hacer fecunda a la luz de
las investigaciones sociológicas, filosóficas y psicoanalíticas de fecha reciente. Ya en su
obra temprana, Hegel concibió el reconocimiento como un proceso intersubjetivo de
constitución progresiva de la identidad en el marco de sucesivas y cada vez más com-
plejas formas de socialización: la familia, el derecho, la comunidad ética (Honneth,
1997, p. 42). Más adelante, en su obra de madurez, dicho proceso adoptará el nom-
bre de «eticidad» o «vida ética», pero manteniendo el mismo dinamismo y la misma
estructura. Un texto decisivo sobre el tema será el capítulo «El señor y el siervo», de
su Fenomenología del espíritu (Hegel, 1966, p. 113 y ss.) al que nos referiremos un
poco más adelante.
Escribe Honneth:
Para Hegel, la estructura de la relación de reconocimiento recíproco es siempre
la misma: en la medida en que un sujeto se sabe reconocido por otro en algu-
nas de sus facultades y cualidades, y [se sabe] por ello reconciliado con éste,

306
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti

llega también a conocer facetas de su propia e irreemplazable identidad y, con


ello, a contraponerse nuevamente al otro como un particular. (1997, p. 28)

Así como está aquí formulada, esta estructura compleja comprende diversos mo-
mentos enlazados entre sí en un mismo movimiento: el momento del reconocimien-
to no solo no se contrapone al momento de la autonomía, sino, paradójicamente,
la necesita y la promueve. La necesita como instancia previa para que pueda produ-
cirse una relación igualitaria y, por ende, conflictiva entre los sujetos; y la promueve
porque, aun siendo de naturaleza integradora, tiene sobre el individuo el efecto de
fortalecer y enriquecer su identidad, es decir, su autonomía. Mientras más exitosa
sea la experiencia del reconocimiento, es decir, mientras más sólidos sean los lazos
que unen al individuo con su comunidad, más posibilidades tiene él mismo de dife-
renciarse y de adquirir conciencia de su particularidad. Se trata de una formulación
muy sugerente del problema, que puede poner además de relieve otro aspecto de la
estructura del reconocimiento que es esencial: la posibilidad de entender qué ocurre
en el individuo cuando este no ve cumplidas sus expectativas normativas de reco-
nocimiento, es decir, cuando su desconocimiento se percibe como una experiencia
de menosprecio o de negación de su propia identidad. Gracias a semejante plantea-
miento, se hace posible no solo adjudicarle a la experiencia del reconocimiento una
dimensión normativa, sino explicar además por su intermedio cuáles son las fuentes
de motivación moral de los individuos implicados en las luchas sociales.7

4. A modo de conclusión: la lucha por el reconocimiento en el


Perú
Para volver a la situación del Perú, quisiéramos valernos de otro concepto de ori-
gen hegeliano, en cierto modo el reverso del reconocimiento, que utilizó en su mo-
mento el filósofo Augusto Salazar Bondy para caracterizar los males que nos aquejan
de tiempo atrás como país: el concepto de «alienación». El concepto (Entfremdung)
nos es conocido principalmente a través de los análisis de Marx, pero este lo toma
del entorno filosófico del idealismo alemán, y de él circulan al menos dos traduc-
ciones razonables en español: «alienación» y «extrañamiento». Literalmente significa
«volverse ajeno a uno mismo (o a una misma)», ya sea en el sentido más realista, que
sería el caso del esclavo o del siervo que es, él mismo o su trabajo, propiedad de otro,
7 Una mirada interesante, crítica del mainstream de la interpretación sobre justicia transicional, la ofrece
el libro de Fidèle Ingiyimbere, Virtues from Hell: Survivors of Conflicts and the Reconstruction-Reconcilia-
tion Processes (2022), centrando su atención especialmente en las experiencias trágicas («infernales») vi-
vidas por las víctimas de los conflictos armados y en las esperanzas (en las «virtudes») que podrían servir-
les para reconstruir de manera realista sus lazos nacionales. Dicha mirada es sugerente, pero requiere de
un marco ético más general como el que venimos comentando, presente en el Informe Final de la CVR.

307
Legados de un pasado irresuelto

o ya sea en un sentido más ideológico, de no reconocerse como uno es, sino solo de
manera distorsionada o ficticia. Pues bien, lo que Salazar Bondy sostiene, en su ya
clásico ensayo sobre «La cultura de la dominación» (1969, pp. 53-77), es que existe
en nuestro país, desde tiempos remotos, una cultura de la alienación, debido a la cual
todos los peruanos vivimos alienados, en uno u otro sentido. Las grandes mayorías de
la población sufren la alienación en la forma que hemos llamado «realista», es decir,
padecen de una pérdida de su condición humana por ser explotados económicamen-
te o por no tener acceso a las condiciones mínimas de subsistencia que les permitirían
tener igualdad de oportunidades o ser parte de un colectivo solidario. Pero también
las clases adineradas viven alienadas, según Salazar Bondy, porque están persuadidas
de que su verdadero lugar, o su identidad, se hallan fuera del Perú —en Miami, en
París, en Madrid o en cualquier otra capital colonial— o porque están convencidas
de que poseen una superioridad racial, cultural y económica sobre el resto o sobre la
mayoría de los demás peruanos.
El diagnóstico de la cultura de la alienación, sin embargo, no se detiene allí. Las
clases medias, agrega Salazar Bondy, viven alienadas también a su modo, porque son
las grandes consumidoras de los mitos nacionalistas, es decir, de aquellas narrativas
que ensalzan el criollismo, la tradición hispánica, la gesta del Imperio incaico, la pi-
cardía o la viveza del emprendedor peruano, a lo que se podría agregar, en fecha más
reciente, la apología de la llamada «Marca Perú». Las Fuerzas Armadas, por su parte,
cultivan un relato no menos distorsionado de sus peripecias e intervencionismos en
la historia del país, convirtiendo todo ello en una serie de hazañas ilusorias, entre las
que se cuentan también, por cierto, el triunfo sobre los movimientos terroristas y el
negacionismo de los crímenes que cometieron contra amplios sectores de la pobla-
ción en el conflicto armado interno. Concluye Salazar Bondy:
Unos porque lo rechazan, otros porque lo ignoran y otros porque no tienen la
más mínima posibilidad de alcanzarlo, todos estos sectores y grupos se hallan
alienados con respecto al ser nacional, que es su propia entidad. Semejante
suma de alienaciones no puede dar sino un ser enajenado total: he allí la fuente
de la alienación peruana. (1969, p. 63)

Traemos a colación este diagnóstico de Salazar Bondy por razones que serán com-
prensibles para todos en el contexto en que nos encontramos. No solo es palmaria la
desintegración nacional —la ausencia de un nosotros o de un proyecto colectivo—,
sino que salta a la vista además la confluencia de las formas diversas de alienación y la
sorda pugna entre las visiones ideológicas que las encubren y legitiman. Aunque qui-
zás habría que añadir que esta pugna se ha convertido actualmente en una alianza a
favor de la impunidad de la corrupción, que es sin duda el mal que afecta de manera
más palmaria a nuestra clase política.
En sentido estricto, el reconocimiento podría y debería entenderse como el re-
verso de la alienación. Si, como recordamos, esta última, la alienación, se refiere a

308
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti

la experiencia de la negación de sí mismo y a la adopción de una identidad ajena,


el reconocimiento —el reconocimiento recíproco— consiste, por el contrario, en la
afirmación o la recuperación de lo que nos es propio, ya sean nuestros derechos o
nuestra identidad. Ambos conceptos proceden de la concepción antropológica de
Hegel, y el reconocimiento, en particular, alude al proceso paulatino de superación
de la alienación por medio del establecimiento de relaciones de equidad y de sincera-
miento de lo que nos define como individuos y como sociedad. Nos acercamos, pues,
paulatinamente al sentido en que la historia del Perú podría interpretarse como una
larga e inconclusa lucha por el reconocimiento.
La ventaja de esta concepción del reconocimiento —que, como recordamos, ha
sido incorporada como una dimensión constitutiva de la definición de la «reconci-
liación» de la CVR— es que ella exige la vigencia de condiciones de equidad y de
justicia, y está además necesariamente asociada a la «lucha» (Honneth, 1997; Taylor,
1993), porque encarna una aspiración moral por la que combaten quienes sufren
condiciones de discriminación o, en los términos que hemos venido empleando, de
alienación. Es por eso una buena clave de lectura ética de las reivindicaciones sociales,
políticas e identitarias en la historia de la humanidad. Un documento particularmen-
te significativo de esta visión de las cosas es el texto ya legendario de Hegel titulado
«Independencia y sumisión de la autoconciencia: señorío y servidumbre» (Hegel,
1966, p. 113 y ss.), más conocido como «la dialéctica del amo y el esclavo» (Kojève,
1982), texto que fuera decisivo para la interpretación marxista de la revolución. Por
cierto, la historiadora estadounidense Susan Buck-Morss escribió hace unos años un
libro titulado Hegel y Haití. La dialéctica amo-esclavo: una interpretación revoluciona-
ria (2005), en el que sostiene la tesis, un tanto temeraria, pero relevante para nuestra
argumentación, de que Hegel habría escrito su texto inspirado en las revueltas de
los esclavos de aquellas colonias en busca de su independencia. Sea como fuere, lo
interesante del caso es que el concepto de reconocimiento es desarrollado por Hegel
a partir, justamente, de las relaciones de dominación que ejerce el señor sobre el
siervo, y el proceso que analiza es el de la legítima lucha del siervo por poner fin a esa
condición y reconquistar su libertad, no por cierto con la idea de invertir los roles,
sino con la de instaurar un sistema de relaciones en el que se respeten la igualdad y los
derechos de todos, es decir, precisamente, un sistema de reconocimiento recíproco.
Habría mucho más que decir sobre las implicancias de esta clave de lectura, pero
en el contexto de nuestra argumentación quisiéramos resaltar solo dos puntos más.
En primer lugar, como es previsible, la lucha por el reconocimiento tiene un efecto
decisivo en la percepción de la propia identidad de los combatientes, porque así las
clases sometidas se liberan de la imagen denigratoria que tienen de ellas, así como
de sus lenguas y de sus hábitos, las clases dominantes, imagen que, como bien decía
Frantz Fanon en su obra Los condenados de la tierra (2018),8 se ha impuesto con el
tiempo como una autoimagen negativa. En segundo lugar, la construcción de un
8 El propio Charles Taylor se refiere al tema en su libro aquí ya citado sobre el reconocimiento, p. 105.

309
Legados de un pasado irresuelto

sistema de relaciones de reconocimiento recíproco que echa sus raíces en el proceso


histórico de las luchas emancipatorias de un colectivo puede servir como un proyecto
común e inspirador de una sociedad más solidaria.
Volvamos, sin embargo, al crudo escenario de las múltiples formas de alienación
que nos caracterizan y que, como somos testigos, se han agudizado a raíz de las su-
cesivas crisis políticas de los últimos años, o ya décadas. Por desgracia, muchas de las
formas de expresión de la gran fractura nacional no son nuevas, sino que se remontan
al pasado colonial. El Perú es uno de los países menos integrados de la región latinoa-
mericana, quizás el que exhibe la peor conjunción de racismo e ignorancia, lo que se
muestra de forma grotesca en el insólito desprecio que la clase dominante tiene, y que
ha logrado imponer por siglos a toda la población, de sus lenguas originarias, que fue-
ron cuna de una rica civilización. El racismo que ha vuelto a aflorar en la crisis actual
es quizás la prueba más clara de que seguimos atados al acontecimiento traumático
que dio origen a nuestra cultura, a la Conquista, y a las secuelas de la dominación
colonial que imperó por siglos en estas tierras. La Independencia, cuyo bicentenario
ha pasado casi desapercibido en medio de la crisis, fue ciertamente un episodio de la
lucha por el reconocimiento, porque puso fin a un tipo de servidumbre, pero no al-
teró en lo sustancial otras formas de dominación económica, étnica, cultural y hasta
geográfica en nuestro suelo, formas que se han reproducido persistentemente en estos
doscientos años a través de los diferentes modelos políticos o económicos que se han
sucedido en el tiempo. Hemos vivido, por cierto, muchas otras luchas sociales —de
la clase obrera, los campesinos, las mujeres, los movimientos regionales—, logrando
por su intermedio algunas conquistas de derechos que han corregido parcialmente la
falta de reconocimiento en nuestra sociedad. Pero ello no ha bastado, al parecer, para
revertir esa gran fractura que escinde al país y que le impide no solo implantar rela-
ciones sociales más equitativas, sino sobre todo encontrar una narrativa más solidaria
que nos aleje de los discursos ideológicos que falsifican nuestra identidad colectiva.
El Informe Final de la CVR sigue siendo —lo hemos dicho ya— un referente ético
fundamental en la comprensión de nuestra historia como nación, de las causas de
su aun dolorosa fragmentación y de la difícil, pero necesaria, meta que deberíamos
perseguir. El desdén del que ha sido objeto de parte de la clase política en estos veinte
años, últimamente incluso con medidas negacionistas desvergonzadas, no es sino el
reflejo del deterioro ostensible de las relaciones entre los peruanos y de la crimina-
lidad organizada que se ha enquistado en muchas de las instancias de gobierno del
país.
La definición que dicho Informe nos ofrece de la reconciliación, en particular,
mantiene su plena vigencia como ideal normativo, pese a que nos hallemos tan lejos
de haberla comprendido a cabalidad o de haber intentado ponerla en práctica. Como
bien se sabe, los valores éticos no pierden vigencia porque dejemos de seguirlos o
aplicarlos. Hoy más que nunca nos haría falta recapacitar sobre las causas profundas
que explican las fracturas sociales de nuestro país, asumir la responsabilidad que

310
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti

nos corresponde, aplicar la justicia en todas sus dimensiones e instaurar relaciones


genuinas de reconocimiento recíproco entre los peruanos. Semejante reconciliación
puede parecer una empresa ilusoria, pero es la única vía para construir un proyecto
verdaderamente nacional.
La CVR tuvo la lucidez de sostener, en fin, que el proceso de la reconciliación
es abierto y permanente. Es mucho lo que nos hace falta para lograr relaciones de
reconocimiento recíproco en el Perú, y siempre debe ser posible aspirar a corregir el
rumbo.

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312
Colaboradores

María Rosa Alayza Mujica


Doctora en Ciencia Política por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP);
cuenta además con estudios de doctorado en la Fordham University (Estados Uni-
dos). Magíster en Ciencia Política por la New School for Social Research (Estados
Unidos). Directora de la especialidad de Ciencia Política y Gobierno de la PUCP.
Docente principal en Ciencia Política y Gobierno del Departamento de Ciencias
Sociales de la misma casa de estudios. Directora del Instituto Bartolomé de las Casas
(2001-2010); actualmente es miembro de su Asamblea de socios. Entre sus publica-
ciones más recientes se encuentran «Tejer alianzas frente y junto al Estado peruano
del posconflicto: coalición prorreparaciones de las organizaciones de víctimas aya-
cuchanas» (en coautoría con Gianfranco Silva, 2023); «Memorias que conviven con
el presente: elaboraciones y usos de las memorias del conflicto armado interno en el
Perú contemporáneo (2022); «Iglesia peruana: Francisco dejó la pelota en nuestra
cancha» (2018); y «La implementación de las recomendaciones de la Comisión de la
Verdad y Reconciliación en reparaciones y memoria desde el enfoque de coaliciones
promotoras en Perú» (2017).

Eduardo Dargent
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica
del Perú (PUCP). Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Texas en Austin
(Estados Unidos); máster en Filosofía Política por la Universidad de York (Reino
Unido); y abogado por la PUCP. Sus temas de investigación son la política de las
políticas públicas, economía política, el Estado en América Latina y partidos políti-
cos. En el 2009 publicó Demócratas Precarios (Lima, IEP); en el 2012, El Estado en
el Perú: una agenda de investigación (Lima, Escuela de Gobierno y Políticas Públicas
PUCP); y, en el 2021, El páramo reformista. Un ensayo pesimista sobre la posibilidad de
reformar en el Perú (Lima, PUCP). Su libro Technocracy and Democracy: The Experts
Running Government (Nueva York, CUP) fue publicado en el 2015.

Pablo de Greiff
Graduado por la Universidad de Yale (Estados Unidos) y doctor en Teoría Política
por la Universidad de Northwestern (Estados Unidos). Entre el 2001 y el 2014 fue
director de investigación en el Centro Internacional para la Justicia Transicional; y
entre el 2012 y el 2018 fue el primer relator especial de las Naciones Unidas para la
promoción de la verdad, justicia, reparación y no repetición. Desde el 2014 es senior
fellow y director del Programa de Justicia Transicional del Centro de Derechos Hu-
manos y Justicia Global de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York.

313
En el 2023 fue designado miembro de la Comisión Internacional Independiente de
Investigación sobre Ucrania por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas.

Daniel Encinas
Magíster y candidato a doctor en el programa de Ciencia Política de la Universidad
de Northwestern (Estados Unidos). Actualmente se desempeña como consultor de
investigación en ciencia de datos en la misma casa de estudios. También es politólogo
por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), donde se ha desempeñado
como docente y jefe de prácticas. Asimismo, cuenta con publicaciones académicas
sobre regímenes políticos a nivel nacional y subnacional, violencia política y meto-
dología en ciencias sociales.

Gonzalo Gamio
Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid (España)
y licenciado en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).
Es profesor en la especialidad de Ciencia Política y Gobierno del Departamento de
Ciencias Sociales de la PUCP, así como en la sección Filosofía de la Universidad An-
tonio Ruiz de Montoya. Es autor de los libros La crisis perpetua (2022), La construc-
ción de la ciudadanía (2021), El experimento democrático (2021), Tiempo de Memoria
(2009) y Racionalidad y conflicto ético (2007). Sus áreas de especialidad son la ética,
la filosofía política, los derechos humanos y las ciencias de la religión. Ha publicado
ensayos sobre filosofía práctica, justicia y ciudadanía en volúmenes colectivos y revis-
tas especializadas de Perú y España.

Jemima García-Godos
Doctora en Geografía Humana por la Universidad de Oslo (Noruega), y profesora
en el Departamento de Sociología y Geografía Humana de la misma universidad. Sus
temas de investigación abordan las relaciones entre Estado-sociedad en sociedades
posconflicto y la justicia transicional; en particular, los derechos de las víctimas y los
programas de reparación a estas, así como la restitución de tierras. Cuenta con publi-
caciones en revistas especializadas como International Journal of Transitional Justice,
Journal of Latin American Studies, Journal of Human Rights Practice, Human Rights
Review, Nordic Journal of Human Rights y en varias antologías. Es coautora de Ex-
ploring Truth Commission Recommendations in a Comparative Perspective (Intersentia,
2022) y coeditora de Transitional Justice and Peacebuilding on the Ground. Victims
and excombatants (Routledge, 2013); Transitional Justice in Latin America. The Une-
ven Road from Impunity towards Accountability (Routledge, 2016); y Latin American
Experiences with Truth Commission Recommendations (Intersentia, 2022).

314
Julie Guillerot
Titular de la Maestría en Protección Internacional de los Derechos Humanos por
la Universidad París X (Francia) y del posgrado en Derechos Humanos y Procesos
de Democratización de la Universidad de Chile. Integró el equipo técnico de repa-
raciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú. Como consultora
especializada en justicia transicional, reparaciones y género, ha brindado asesoría y
asistencia técnica a organizaciones de la sociedad civil, comisiones de la verdad y
formuladores de políticas para organizaciones como el ICTJ, ASFC, Oxfam, la Fun-
dación Mukwege, el OHCHR, la OEA-CIDH y el relator especial de la ONU para
la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición.
Actualmente colabora con el Global Survivors Fund. Entre sus últimas publicaciones
se encuentran Reflections on the Collective Dimension of Reparations: Where we are?
Where to go? (Queen’s University of Belfast, 2022); Beyond Silence and Stigma: Craf-
ting a Gender-Sensitive Approach for Victims of Sexual Violence in Domestic Reparation
Programmes (en coautoría con S. Gilmore y C. Sandoval, Queen’s University of Bel-
fast, 2020); y Reparations in Peru: 15 years of Delivering Redress (Queen’s University
of Belfast, 2019).

Miguel Giusti
Profesor principal del Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad
Católica del Perú (PUCP), en donde ha ejercido, entre otros, los cargos de director
del Centro de Estudios Filosóficos, jefe del Departamento de Humanidades y direc-
tor del Instituto de Democracia y Derechos Humanos (IDEHPUCP) de la misma
casa de estudios. Hizo estudios de Filosofía y Ciencias Sociales en la PUCP y en
universidades de Italia, Francia y Alemania. Se doctoró en Filosofía en la Universi-
dad de Tubinga (Alemania). Se ha especializado en ética contemporánea y filosofía
del idealismo alemán, temas sobre los que versan sus publicaciones. Sobre derechos
humanos, cuenta con los siguientes libros: Justicia global, derechos humanos y respon-
sabilidad (coeditado con Francisco Cortés, 2007); Tolerancia. Sobre el fanatismo, la
libertad y la comunicación entre culturas (2015); El paradigma del reconocimiento en
la ética contemporánea (2017); Rostros del perdón (coeditado con Salomón Lerner
Febres, 2021); y La travesía de la libertad. Ensayos sobre Hegel (2021).

Iris Jave
Magíster en Ciencia Política por la Pontificia Universidad Católica del Perú y licen-
ciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Es autora de diversas publicaciones sobre migración, derechos humanos, memoria y
participación política. Asimismo, ha desarrollado políticas de comunicación y dere-
chos humanos en diversas instituciones del Estado, como el Ministerio de la Mujer
y Poblaciones Vulnerables (MIMP) y la Comisión de la Verdad y Reconciliación, así
como en Gobiernos locales y agencias de cooperación. Entre sus últimos libros se

315
encuentran La humillación y la urgencia. Políticas de reparación posconflicto en el Perú
(2021); Organizaciones de víctimas y políticas de justicia. Construyendo un enfoque
humanitario para la búsqueda de personas desaparecidas (2018); y La Beca REPARED.
Oportunidad y derecho en el Programa de Reparaciones en Educación (2017). Es tam-
bién autora de diversos artículos especializados.

Salomón Lerner Febres


Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y licenciado en
Derecho por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Fue rector de la
PUCP durante dos periodos (1994-1999 y 1999-2004). Actualmente es rector emé-
rito, presidente del Instituto de Democracia y Derechos Humanos (IDEHPUCP) y
profesor de Filosofía, Educación, Ética y Metodología de la misma universidad. Ade-
más, es presidente de la Filmoteca (PUCP) y de la Sociedad Filarmónica de Lima.
Fue presidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú (2001-2003).
Asimismo, es autor de diversas publicaciones sobre derechos humanos, filosofía, edu-
cación superior, globalización y gobierno.

Valeria Reyes
Abogada por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Máster summa
cum laude en Justicia Transicional, Derechos Humanos y Estado de Derecho por la
Geneva Academy of International Humanitarian Law and Human Rights (Suiza).
Ganadora del premio Best MTJ Paper otorgado a la mejor tesis del referido programa
de maestría. Miembro del Programa de Becas de las Naciones Unidas sobre Derecho
Internacional (2016) y seminarista del International Law Seminar de la Comisión
de Derecho Internacional de las Naciones Unidas (2017). Profesora de la Facultad
de Derecho de la PUCP. Ha trabajado como consultora externa de la Corte Penal
Internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Organización
de Estados Americanos (OEA) y otras organizaciones de derechos humanos en Suiza,
Estados Unidos y Perú. Es especialista en temas sobre justicia internacional aplicable
a casos de graves violaciones de los derechos humanos.

Elizabeth Salmón
Doctora en Derecho Internacional por la Universidad de Sevilla (España). Profesora
principal de Derecho Internacional en la Pontificia Universidad Católica del Perú
(PUCP) y directora ejecutiva del Instituto de Democracia y Derechos Humanos
(IDEHPUCP) de la misma casa de estudios. Actualmente es la relatora especial so-
bre la situación de los derechos humanos en la República Popular Democrática de
Corea. Ha sido miembro del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de
las Naciones Unidas y experta consultora de la Jurisdicción Especial para la Paz de
Colombia. También ha sido consultora para el Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos, el Ministerio de Defensa, la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y el

316
Comité Internacional de la Cruz Roja. Es autora de varias publicaciones sobre dere-
cho internacional público, derecho internacional de los derechos humanos, derecho
penal internacional, derecho internacional humanitario y justicia transicional.

Gianfranco Silva Caillaux


Licenciado en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica
del Perú (PUCP) y estudiante de la Maestría en Estudios de Género de la misma
universidad. Ha sido asistente del Centro de Investigación de la Universidad del
Pacífico y predocente del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP. Entre sus
publicaciones recientes se encuentra «Tejer alianzas frente y junto al Estado peruano
del posconflicto: coalición prorreparaciones de las organizaciones de víctimas ayacu-
chanas» (en coautoría con Rosa Alayza, 2023) y «La memoria del pasado en la polí-
tica del presente: luchas políticas en la construcción, los/as visitantes y las propuestas
estéticas de los memoriales peruanos en un mundo globalizado» (2022). Actualmen-
te se encuentra terminando su tesis de maestría sobre los discursos del matrimonio
igualitario en un grupo de jóvenes gais limeños.

David Sulmont
Doctor en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del
Perú (PUCP) y magíster en Sociología por l´École des Hautes Études en Ciencias
Sociales de París (Francia). Profesor principal y jefe del Departamento de Ciencias
Sociales de la PUCP. Especialista en sociología política. Ha publicado investigacio-
nes sobre comportamiento electoral, opinión pública, racismo y discriminación en
América Latina, violencia política y derechos humanos. Entre sus publicaciones más
recientes figuran «Desarrollo, modernización y cambio social: ¿qué piensan los lati-
noamericanos al respecto?» (2022); «Political polarization, voting and democratic
representativeness: Too much or too little?» (2021); y «To be or not to be? Material
incentives and indigenous identification in Latin America» (en coautoría con René
Flores, 2021).

María Eugenia Ulfe


Doctora en Human Sciences por la Universidad George Washington (Estados Uni-
dos). Máster en Arts of the Americas, Oceania and Africa por la Universidad de East
Anglia (Sainsbury Research Centre) de Inglaterra. Profesora principal e investigadora
en antropología del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad
Católica del Perú (PUCP). Dirige el Grupo de Investigación Interdisciplinario en
Memoria y Democracia de la PUCP. Es profesora honoraria visitante en la Univer-
sidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (Perú) y profesora honoraria en la
University of East Anglia (Reino Unido, 2022-2027). Ha sido directora del Festival
de Cine de Latin American Studies Association en el 2020 y 2021. Su última pu-
blicación, en coautoría con Ximena Málaga Sabogal, Reparando mundos. Víctimas

317
y Estado en los Andes peruanos (Fondo Editorial PUCP, 2021), recibió la mención
honrosa del premio Flora Tristán al mejor libro de la Sección Perú de LASA 2022.

Antonio Zúñiga
Licenciado y magíster en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad
Católica del Perú (PUCP), donde actualmente se desempeña como docente. Es tam-
bién profesor en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Cuenta con publicaciones
y reseñas relativas a temas como el conflicto armado interno y la microcorrupción.
Asimismo, ha trabajado en instituciones estatales y de cooperación internacional en-
focadas en la seguridad ciudadana y la lucha anticorrupción.

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María Rosa Alayza Mujica
Eduardo Dargent
Pablo de Greiff
Daniel Encinas
Gonzalo Gamio
Jemima García-Godos
Miguel Giusti
Julie Guillerot
Iris Jave
Salomón Lerner Febres
Valeria Reyes
Elizabeth Salmón
Gianfranco Silva Caillaux
David Sulmont
María Eugenia Ulfe
Antonio Zúñiga
La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) fue
establecida en el 2001 con el mandato de investigar los crímenes
y las violaciones de los derechos humanos cometidos durante
el conflicto armado interno desarrollado entre los años 1980 y
el 2000. La creación de la CVR fue un elemento crucial en el
proceso de transición hacia la democracia que experimentaba
el país a inicios del siglo XXI. En el 2003, después de dos años
de arduo trabajo investigativo, la CVR presentó su Informe
Final ante la sociedad y el Estado peruanos. En este Informe
se detalla que cerca de 70 000 personas resultaron muertas o
desaparecidas como consecuencia del periodo de violencia
en un contexto profundamente marcado por la exclusión y la
desigualdad. Además, la CVR realizó un análisis exhaustivo
de los factores subyacentes al conflicto y formuló un conjunto
de recomendaciones con el objetivo de que el país enfrentara
adecuadamente el pasado violento.

Este libro es una iniciativa del Instituto de Democracia y


Derechos Humanos (IDEHPUCP) de la Pontificia Universidad
Católica del Perú (PUCP) orientada a revalorar el trabajo
realizado por la CVR y promover la reflexión al respecto con
ocasión del vigésimo aniversario de la presentación del Informe
Final. Por un lado, constituye un ejercicio de recordación en
torno al diagnóstico proporcionado por la CVR en relación con
la sociedad peruana y el Estado. Por otro, propone indagar cómo
lo expuesto en aquel Informe contribuye a comprender el estado
actual de la vida pública del país en diversas dimensiones.

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