Comisión de La Verdad
Comisión de La Verdad
Comisión de La Verdad
PASADO IRRESUELTO
El Informe Final de la CVR y la crisis
de la democracia veinte años después
Coordinadores
Salomón Lerner Febres
Elizabeth Salmón
El Instituto de Democracia y Derechos
Humanos (IDEHPUCP) es una unidad
académica de la Pontificia Universidad
Católica del Perú (PUCP). Desde su
fundación, en el 2004, el IDEHPUCP se
planteó la misión de fomentar el respeto de
los derechos humanos y la consolidación
de la democracia en el Perú. Esta misión
se concibió originalmente como una forma
de atender, desde el trabajo académico,
a los hallazgos y las recomendaciones
presentados por la Comisión de la Verdad y
Reconciliación en su Informe Final del 2003.
Coordinadores
Salomón Lerner Febres
Elizabeth Salmón
Legados de un pasado irresuelto
El Informe Final de la CVR y la crisis de la democracia veinte años después
Los capítulos presentados en este libro fueron sometidos a un exhaustivo proceso de revisión
por parte de evaluadores externos.
Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin
permiso expreso de los editores.
ISBN: 978-612-4474-47-7
Índice
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
Pablo de Greiff
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Salomón Lerner Febres y Elizabeth Salmón
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7. ¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las
reparaciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203
Iris Jave
Colaboradores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313
7
Prólogo
ciones de un ejercicio de esta naturaleza. Es un privilegio prologar una obra con este
nivel de reflexividad.
8
Prólogo
9
Legados de un pasado irresuelto
Pablo de Greiff
Senior Fellow, School of Law, New York University
Primer Relator Especial de las Naciones Unidas para la
Promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición
(2012-2018)
10
Introducción
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Legados de un pasado irresuelto
gen como nuevos tropos, nuevas figuras de pensamiento, y desplazan a aquellas que
expresaban, más bien, la concepción puramente estratégica de las transiciones: dar
vuelta a la página, dejar el pasado en el pasado, y hasta el evangélico dejar «que los
muertos entierren a sus muertos».
Este es el contexto en el que las transiciones políticas de Argentina (1983) y Chi-
le (1990) adoptan mecanismos para echar luz sobre los graves crímenes cometidos
por sus respectivas dictaduras. Ya no bastaba que los militares dejaran el poder que
habían usurpado y regresaran a sus cuarteles ni que los partidos políticos pudieran
nuevamente competir electoralmente en libertad. Se juzgaba indispensable, además,
ofrecer alguna respuesta y alguna medida de satisfacción a los familiares de las víc-
timas fatales y a los sobrevivientes de una diversidad de violaciones de derechos hu-
manos. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas de Argentina y la
Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación de Chile fueron las respuestas a esa
necesidad. A ellas las seguirían pronto otras comisiones, aunque en circunstancias
distintas. Si Argentina y Chile buscaron establecer la verdad sobre lo ocurrido bajo
regímenes de facto, El Salvador y Guatemala necesitaron investigar los crímenes co-
metidos en conflictos armados, es decir, durante el enfrentamiento entre organiza-
ciones armadas no estatales (guerrillas o movimientos revolucionarios) y las fuerzas
del Estado. Otro detalle de importancia es que la Comisión de la Verdad para El
Salvador y la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala surgen de
acuerdos de paz con participación decisiva de las Naciones Unidas. Es decir, en la
década de 1990, que es cuando se instituyen estos mecanismos de búsqueda, ya era
un consenso internacional que la paz debía venir acompañada de respuestas para las
víctimas causadas por la guerra. Esta práctica, en conjunción con programas de repa-
ración, medidas extraordinarias de justicia y reformas para la no repetición, quedaría
pronto englobada en el concepto de justicia transicional.
Con este apretado recuento se quiere resaltar uno de los ejes en que se sitúa la
creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú (CVR) (2001) y el
Informe que ella presentó al terminar sus investigaciones hace veinte años, en agosto
de 2003. Cuando cae el régimen autoritario de Alberto Fujimori y el país se apresta a
reconstruir la institucionalidad democrática, aparece como un requisito ineludible la
investigación de los crímenes cometidos por Sendero Luminoso, el MRTA, la fuerza
armada, la policía y las organizaciones paramilitares (comités de autodefensa). Las
comisiones de verdad prexistentes fijaban un precedente persuasivo y también un
modelo de acción. En el camino, además, habían madurado pautas internacionales,
como los reportes de expertos de las Naciones Unidas sobre buenas prácticas en la
lucha contra la impunidad, que delineaban con claridad cuáles son las obligaciones
frente a las víctimas en Estados que salen de situaciones de violación masiva de de-
rechos humanos.
Pero el significado de la búsqueda oficial de verdad en el Perú sigue, además, un
eje complementario, que es el de las necesidades particulares de la transición y de la
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Introducción
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Legados de un pasado irresuelto
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Introducción
gación repercutiría también sobre el arco de las recomendaciones. Mientras que las
comisiones de verdad más cercanas al modelo original, de búsqueda de una verdad
con sentido judicial, hacen recomendaciones escuetas, centradas en la dinámica de los
hechos violatorios, las comisiones que amplían su mirada hacia la verdad histórica re-
comendarán medidas orientadas a producir una profunda transformación social. No
es casual, por lo demás, que la investigación de la verdad y las recomendaciones haya
devenido más abarcadora según el modelo avanzaba del sur al norte del continente,
de sociedades presuntamente más integradas y homogéneas, como la argentina y la
chilena, a sociedades marcadas históricamente por profundas fracturas sociales y ét-
nicas. En términos muy generales, cabría pensar que mientras en unos casos la crisis
de derechos humanos se explica principalmente en términos de la institucionalidad
política y de la agenda política de los actores autoritarios, en los otros casos se vuelve
necesario entender la atrocidad no solo desde lo político, sino también buscando sus
raíces sociales y culturales.
El caso de la búsqueda oficial de verdad en Perú refleja ese punto de inflexión, y
no es extraño que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala haya
sido un referente importante para la CVR. La violencia en el Perú se explica, clara-
mente, en un primer estrato del fenómeno, por la ideología, la voluntad y las tácticas
deliberadas de los actores. Exponer la violencia en el Perú es identificar acciones,
determinar su naturaleza penal y establecer responsabilidades grupales e individua-
les siempre que sea posible. Pero, en otro estrato, demanda entender las brechas de
desigualdad, la historia de abandono estatal, la precariedad institucional, las latencias
autoritarias sembradas en la cultura, o el sedimento de racismo que está presente,
siempre listo para activarse, en las relaciones cotidianas y en las interacciones del
Estado con la sociedad.
Así, se puede percibir el trabajo de la CVR, desde cierto punto de vista, como
una amalgama de dos orientaciones o planos de significación. Por una parte, se in-
serta dentro de la paulatina transformación del modelo internacional de búsqueda
oficial de verdad —y no hay que olvidar que la comisión peruana fue pionera en
la inclusión del enfoque de género en sus investigaciones, es decir, en añadir un
elemento más al reconocimiento de la complejidad social del fenómeno—. Por otra
parte, mediante la conjunción de la verdad con sentido judicial y la verdad histórica,
establece un horizonte transicional denso, que no se limita a señalar las condiciones
para la justicia y para un cambio político efectivo, sino que pone en la agenda de la
transición tareas de índole estructural e histórica, es decir, de transformación de la
sociedad y el Estado.
El empleo del concepto de víctima puede ser un ejemplo útil de la interacción
entre el sentido judicial y el sentido histórico de la verdad. Desde el inicio del trabajo
de la Comisión ha habido quienes cuestionan la aplicación sistemática del término
víctima. Se afirma que este constriñe la identidad de quienes han sufrido violaciones
de derechos humanos y que mutila o borra su experiencia social y humana. Si el
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Legados de un pasado irresuelto
argumento es, por un lado, bienintencionado, por el otro adolece de rigidez teórica
y descuida la evidencia empírica. Se trata de una deducción basada en un concepto
unidimensional y estático de la identidad social según la cual esta quedaría totalmen-
te definida —saturada— por un solo rasgo. Sin embargo, la ciencia social contempo-
ránea entiende, por lo menos desde su encuentro con la fenomenología, el carácter
poliédrico, dinámico y hasta pragmático de las identidades individuales y colectivas.
Esto quiere decir, simplemente, que en términos generales las personas afectadas
asumen el nombre de víctimas como un título que acredita sus demandas de justi-
cia y reparación, pero sin que eso sofoque otros aspectos de su identidad, y en ese
camino ejercen algo de la ciudadanía que se les ha negado históricamente. El plano
de los derechos y el plano sociocultural, la demanda de justicia y la transformación
social, la movilización y el reconocimiento, resultan ruedas de un mismo engranaje.
Sobre todo, en sociedades desiguales, excluyentes y jerárquicas, el término víctima
no comunica una fatalidad, sino que ofrece un título jurídico, una titularidad de
derechos. Desde una teoría social de la identidad aparece como una herramienta para
actuar (un componente de la así denominada agencia) antes que como una definición
totalizante; mirado histórica y empíricamente, el término participa de las diversas
estrategias de construcción de la ciudadanía que han existido en América Latina.
Pero, más allá de esa discusión, la referencia al término víctima quiere resaltar la
conjunción entre derecho, sujeto y sociedad en una sociedad de posconflicto como
la peruana. Se suele pensar que una definición jurídica del mundo y de la experiencia
humana es ajena a la experiencia subjetiva de la gente. La realidad empírica dice lo
contrario: la democratización del Perú es, también, un proceso de progresiva reivin-
dicación de derechos en cuanto derechos y una constante demanda de la presencia
del Estado como garante de aquellos. Así, se delinea una secuencia que será impor-
tante al considerar el papel de lo expuesto por la CVR y el derrotero de la transición:
exposición de la victimidad como afirmación de derechos; examen de los crímenes
y violaciones perpetrados en tanto expresiones de un desarreglo institucional, social
y cultural más amplio; señalamiento del deber de atender a las graves fracturas del
orden social y estatal.
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Introducción
probable que la precaria estabilidad de una transición sucumba por desacuerdos so-
bre una política de reparaciones. Pero, por otro lado, esto no significa que sean del
todo fáciles de asumir por los Estados. Si bien un Gobierno puede avenirse a afrontar
el costo material de las reparaciones, hay un costo simbólico que muchas veces no se
quiere asumir: es el costo de adoptar una lógica de responsabilidad, es decir, de aceptar
que se están ofreciendo compensaciones y servicios para subsanar una falta, daño u
omisión.
Este fenómeno está detrás de las primeras respuestas dadas por el Estado peruano
al tema de las reparaciones. Baste recordar que, durante su presidencia, Alejandro
Toledo propuso integrar las reparaciones dentro de un preexistente plan de paz y
desarrollo. Esa propuesta es elocuente. El Estado peruano, como gran parte de los
Estados latinoamericanos, ha hecho suyo el lenguaje del desarrollo por lo menos
desde hace setenta años: este da forma a sus metas, pauta su manera de plantearse
objetivos públicos, modela su comunicación con la población e incluso imprime —o
imprimía— una cierta forma a la competencia política. Es, por lo demás, un lenguaje
que presenta el vínculo entre Estado y sociedad como una relación vertical, de arriba
hacia abajo: las agencias estatales intervienen sobre la sociedad y la desarrollan. El
lenguaje de la responsabilidad es diferente: si no llega a generar una relación horizon-
tal, en todo caso coloca a la sociedad y al Estado en una configuración distinta, una
donde las víctimas aparecen como titulares y acreedoras y el Estado como deudor de
derechos de los que en principio debió ser garante. El gesto de Toledo se inscribe en
esa tensión. Su propuesta expresa un intento de traducir al domesticado lenguaje del
desarrollo —y, en el peor de los casos, de la asistencia social— algo que pertenece al
lenguaje de la responsabilidad.
Así, se puede considerar que el potencial transformador de un plan de reparacio-
nes reside en esa posibilidad de replantear las relaciones entre Estado y ciudadanía,
en la línea de lo que planteaba la CVR en sus recomendaciones sobre reconciliación.
Pero ese cambio hipotético no se verifica por entero en el monto de dinero asignado
para reparaciones ni en la ejecutoria de los diferentes programas, sino que requiere
actitudes y gestos particulares de reconocimiento. Eso es lo que se puede entender
como la dimensión simbólica de las reparaciones, una de las mayores omisiones acusa-
das por las poblaciones beneficiarias. Esto tiene que entenderse, como se verá en este
libro, en dos sentidos: la omisión de reparaciones simbólicas como un componente
específico del plan de reparaciones, y la omisión de un contenido simbólico en todas
las otras formas de reparación. Lo primero se refiere a gestos de reconocimiento y
dignificación, o pedidos de perdón, expresados por la autoridad estatal a las víctimas
o sus familiares; lo segundo atañe a cuestiones tan básicas como un tratamiento
respetuoso, diligente o deferente en la ejecución de las reparaciones de cualquier
tipo. El reclamo de esto segundo es muy significativo: en un país donde la ciudada-
nía pobre ha sido históricamente maltratada por el Estado, o donde los servicios y
bienes públicos son suministrados a manera de favor o gracia, resulta chocante que
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Legados de un pasado irresuelto
las reparaciones se ofrezcan siguiendo también esa pauta jerárquica. Las relaciones
tradicionales entre Estado y sociedad, que fueron el telón de fondo de la violencia,
resultan así reproducidas.
El reclamo de gestos de reconocimiento que hacen las víctimas, por último, remite
a otro aspecto del impacto transformador de una comisión. Se trata de la demanda
y movilización que emprenden las colectividades afectadas a partir de un proceso de
exposición pública de la verdad. Este es un tema central en la lectura de los efectos
de una comisión de verdad. Esta se valida no solamente por los productos que entrega
al final de su mandato —una nómina de víctimas, un repositorio documental, una
base de datos, un informe final, materiales divulgativos, etc.—, sino también por
el proceso social que es capaz de desencadenar. Las demandas de verdad, justicia o
reparaciones preexisten a una comisión de verdad y, de hecho, son una precondición
para su adecuado funcionamiento. No se puede hacer búsqueda de verdad ahí donde
no hay una demanda previa de verdad. Pero la dinámica esperada tiene la forma de
una espiral: esas demandas previas habilitan el trabajo de una comisión de verdad,
y este trabajo, a su vez, alimenta y potencia esas demandas. No se trata únicamente
de un aumento de esa demanda, sino también de su fortalecimiento o cualificación.
El proceso de búsqueda oficial de verdad disemina un vocabulario y una gramática
que las colectividades de afectados harán suyos; establece objetivamente la magnitud
de los crímenes cometidos y su tipicidad penal; difunde una práctica particular de la
documentación y el testimonio; especifica los tipos de daños que se han producido
y los derechos que han sido vulnerados. Eso no quiere decir, evidentemente, que lo
cubierto por una comisión durante su investigación agote la integridad de la expe-
riencia de los diversos tipos de víctimas ni que sus resultados, perspectivas o énfasis
deban ser satisfactorios para todas las colectividades. La descripción de la búsqueda
oficial de la verdad como un proceso alude, a la vez, a la incompletitud de lo actuado
y a su capacidad para motivar y habilitar nuevas búsquedas y demandas sobre la base
de un mínimo indispensable de verdades y valores incontrovertibles: hubo abusos
—estos constituyeron crímenes—, hubo responsables, hubo víctimas —estas tienen
derechos—, y hay obligaciones estatales de respuesta. Al fin y al cabo, la noción de
víctima, como se ha dicho antes, congrega esas convicciones y verdades y se convier-
te, así, no en una identidad saturante y excluyente, sino en una plataforma desde la
cual actuar. Es, así, un acicate de esa capacidad de acción deliberada, individual o
colectiva, que en la ciencia social de hoy se denomina agencia. Desde esa óptica, en
la medida en que no es entendida solo como resultado, sino también como proceso,
la búsqueda de verdad que hace una comisión se incorpora dentro de la tendencia
más amplia de la movilización social y lo que en América Latina se ha percibido
históricamente como la construcción de la ciudadanía desde abajo. En el caso de la
CVR, eso es perceptible en la multiplicación de iniciativas locales de conmemoración
y de organizaciones de víctimas, y en los esfuerzos tenaces de estas por obtener más y
mejores respuestas del Estado. A diferencia de lo que ha sucedido en otros procesos
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Introducción
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al que hay que aproximarse con cautela. Tradicionalmente, reconciliación fue un san-
to y seña de esos pactos de mutua impunidad entre los actores armados o poderosos
a los que nos hemos referido al hablar del paradigma estratégico de las transiciones.
Reconciliarse era ponerse de acuerdo en no mirar el pasado y en no pedir cuentas por
los abusos cometidos. Esa forma de tramitar el pasado ha quedado desautorizada y ya
no es aceptable en una definición válida de transición democrática.
Es útil recordar en este punto que la CVR fue creada originalmente con el nombre
de Comisión de la Verdad y que fue el Gobierno de Alejandro Toledo el que añadió
a su nombre el término reconciliación. La Comisión adoptó desde el inicio una ac-
titud crítica hacia esa idea, no en el sentido de rechazar por principio el ideal de la
reconciliación, sino con la perspectiva de redefinirlo. La reconciliación de la que se
habla en la CVR no está concebida en esos términos de extinción de las culpas del
pasado, sino, justamente, de asunción de esas culpas y fallas y vacíos para replantear
las relaciones entre Estado y sociedad y también las formas del trato cotidiano entre
la población: sustituir la indiferencia y el maltrato por el tratamiento respetuoso y
equitativo puede ser una manera de enunciar ese ideal. Este suena en principio abs-
tracto y desasido de la realidad práctica, pero adquiere una fisonomía más concreta
en las recomendaciones de reforma institucional formuladas.
En las dos décadas subsiguientes no hubo solamente una negativa a ensayar una
reconciliación en esos términos, sino también una incapacidad o renuencia a en-
tender esa manera de plantear la cuestión. De ahí que, muchas veces por falta de
comprensión y otras por falta de honestidad, todavía se objete al trabajo de la CVR
preguntando «por qué no reconcilió». La pregunta es ociosa. La reconciliación no
es un acto ni un hecho ni un resultado concreto —menos aún uno que pueda ser
producido durante el periodo de trabajo de una comisión de verdad—, sino un
proceso que se verifica en el mediano y en el largo plazo. No es, por otro lado, un pro-
ceso que tenga lugar por el simple paso del tiempo (y hay que tomar conciencia de lo
engañosas que son ciertas metáforas corrientes como aquellas que hablan de «heridas
abiertas» y «heridas que se cierran»), sino que demanda decisiones, intervenciones,
reformas. Así, son la sociedad y el Estado peruanos quienes tienen que producir una
reconciliación entendida en ese sentido complejo. Las verdades expuestas por la CVR
son, en todo caso, un terreno sobre el cual podría comenzar ese trabajo, si hubiera
voluntad de realizarlo.
*****
El balance que queda delineado en los diversos capítulos que integran este libro
tiene inevitablemente un tono crítico. Como ya se dijo, al pensar en los veinte años
transcurridos desde la presentación del Informe Final de la CVR era ineludible tener
como referencia y punto de contraste la precaria situación en que se encuentra la de-
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Legados de un pasado irresuelto
Elizabeth Salmón
Directora Ejecutiva del IDEHPUCP
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I. La transición política,
la CVR y la
confrontación del
pasado violento
Una exigencia viva de cambio
Justicia transicional y prevención en Perú*
https://doi.org/10.18800/9786124474477.001
Julie Guillerot
Resumen
Por medio del repaso al proceso pre y post-Comisión de la Verdad y Reconcilia-
ción, este capítulo examina las formas en que el proceso de justicia transicional en el
Perú ha podido facilitar, u obstaculizar, la prevención de la repetición o persistencia
de las violaciones de los derechos humanos, las diferentes formas de violencia y re-
presión, los conflictos violentos y el autoritarismo. En un contexto donde las causas
estructurales del conflicto armado interno no han sido abordadas integralmente por
un Estado que privilegia el crecimiento económico basado en la libre iniciativa priva-
da, las demandas de cambio y los factores que dan a los conflictos sociales el potencial
de convertirse en violentos siguen estando vivos.
*
La versión original de este capítulo forma parte de un proyecto de investigación comparativa del Cen-
tro Internacional para la Justicia Transicional que examina las contribuciones de la justicia transicional
a la prevención en Colombia, Marruecos, Perú, Filipinas y Sierra Leona. En junio de 2021 se publicó
en inglés, y se encuentra alojado en https://www.ictj.org/sites/default/files/ICTJ_Report_Prevention_
Peru.pdf. La versión que aquí se presenta es de responsabilidad únicamente de la autora.
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Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
Introducción
De 1980 al 2000, el Perú experimentó tanto un conflicto armado interno como
un periodo de autoritarismo político. La transición, provocada por constantes reve-
laciones de corrupción gubernamental, por demandas de mejoras económicas y de
retorno hacia la democracia, dio pie a un nuevo marco político y jurídico que incluyó
la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), cuya investigación
reveló un cuadro de las víctimas de violaciones de los derechos humanos como per-
sonas social y económicamente excluidas y situó la violencia política en el contexto
de casi doscientos años de dominación, marginación y opresión de los miembros de
las poblaciones andinas y nativas. Para superar estas violaciones y fracturas sociales,
la CVR recomendó implementar una serie de medidas que buscaban justicia penal,
reparaciones y garantías de no repetición.
El Informe Final de la CVR (IFCVR) recibió un débil respaldo social y político,
y la implementación de sus recomendaciones a lo largo de los últimos veinte años
estuvo caracterizada por la discontinuidad y la dispersión. A su vez, más allá de las
estrictas recomendaciones del IFCVR, otras decisiones de política pública, parte de
un proceso nacional e internacional más amplio, pueden vincularse con su llama-
miento de superar las divisiones sociales, aunque surgen tensiones relacionadas con
el modelo económico que condiciona este periodo postransicional.
Dichas tensiones conllevaron a que en los últimos veinte años se dieran importan-
tes protestas públicas y conflictos sociales, en los que se pasó con relativa rapidez de
las reivindicaciones a los enfrentamientos violentos. La respuesta estatal transitó por
estrategias que buscaron el diálogo y la prevención, a la vez que desplegó un aparato
normativo que permitió tanto el uso de la fuerza pública para restablecer el orden
interno como la criminalización de la protesta social.
Por medio del repaso al proceso pre y pos-CVR, este capítulo examina las formas
en que un proceso de justicia transicional puede facilitar, u obstaculizar, la preven-
ción de la repetición o persistencia de las violaciones de los derechos humanos, las
diferentes formas de violencia y represión, los conflictos violentos y el autoritarismo.
El objetivo no es demostrar empíricamente una conexión causal entre los procesos
de justicia transicional y la prevención, sino más bien identificar las vías de cambio y
sus interacciones con otros factores en sistemas complejos.
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Legados de un pasado irresuelto
1 El conflicto comenzó cuando el país salía de doce años de régimen militar y se organizaban elecciones
libres en las que, por primera vez, iba a participar la población analfabeta y el derecho de voto iba a ser
por fin verdaderamente universal.
2 Inicialmente, el Ejército aplicó una estrategia de represión indiscriminada contra la población sos-
pechosa, con o sin razón, de pertenecer a SL. Posteriormente, adoptó una estrategia más selectiva me-
diante la declaración de estados de excepción, que se renovaron continuamente a lo largo de la década
siguiente, delegando amplios poderes políticos y militares en los mandos militares (CVR, 2003, t. I,
pp. 71-76).
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Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
MRTA (1992) como resultado del trabajo de inteligencia de la Policía Nacional para
concentrar y asegurar su control del poder.
Así, dio un golpe de Estado el 5 de abril de 1992, disolvió el Congreso, desman-
teló los contrapesos e intervino el Poder Judicial y otras instituciones con la ayuda de
las cúpulas militares y con una alta aprobación popular. Se inició un periodo de au-
toritarismo político con la adopción de una legislación antisubversiva que introdujo
cambios sustanciales en el sistema de defensa nacional. Dentro de este marco legal
de lucha contra el terrorismo, el sistema judicial peruano nunca respondió adecuada-
mente a las violaciones de los derechos humanos, e, incluso, se convirtió en parte del
mecanismo represivo a través de procedimientos que violaban el debido proceso y
garantizaban la impunidad.3
Fue entonces cuando se construyó una versión oficial del conflicto en torno a la
derrota del terrorismo. Esta narrativa políticamente rentable se basaba en una cultura
del miedo, en la alabanza incuestionable del papel desempeñado por los militares y
en la justificación de las violaciones de los derechos humanos como un mal menor.
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Legados de un pasado irresuelto
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Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
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Legados de un pasado irresuelto
cas (CVR, 2003, t. VIII, conclusión 4). A ello se añade la brecha rural-urbana, ya que
el 79 % de las víctimas vivía en zonas rurales y el 56 % trabajaba en la agricultura
(CVR, 2003, t. VIII, conclusión 5). El hecho de que la lengua materna del 75 %
de las víctimas fuera el quechua u otra lengua nativa ilustra los efectos de la división
etnocultural (CVR, 2003, t. VIII, conclusión 6). Por último, las consecuencias de la
brecha educativa se revelan en el hecho de que el 68 % de las víctimas no habían ter-
minado la enseñanza secundaria o eran analfabetas (CVR, 2003, t. VIII, conclusión
7). Así, el perfil de la víctima corresponde a alguien pobre; que vive en comunidades
rurales de los departamentos más pobres y marginados del país, situados en los Andes
o en la cuenca del Amazonas; que es indígena; y que es analfabeto. Es un retrato de
los excluidos social y económicamente del país.
Dado que la violencia afectó de manera desigual a distintos espacios geográficos
y a diferentes estratos de la población, la CVR concluyó que «junto con las brechas
socioeconómicas, el proceso de violencia puso de manifiesto la gravedad de las desi-
gualdades de índole étnico-cultural que aún prevalecen en el país» (CVR, 2003, t. I,
p. 70) y diferentes dimensiones de la marginación, la discriminación y el racismo que
afectan a los pueblos indígenas de las regiones andinas y amazónicas. Dejó al descu-
bierto el profundo desprecio que tanto SL como las Fuerzas Armadas sentían por las
comunidades y culturas indígenas, en tanto no eran leales o sumisas a sus posturas
ideológicas o a su control del poder.
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Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
basadas en las apariencias, los orígenes, los títulos y los ingresos, así como la margi-
nación de los analfabetos; en particular en lo que respecta al sistema electoral (Flores
Galindo, 1999, p. 12). Esta herencia colonial persistió a través de la violencia y el
racismo (Flores Galindo, 1999, p. 15). Según Manrique, sigue vigente el tipo de Es-
tado profundamente excluyente y segregacionista que se generó en aquella época, que
heredó y refrendó un discurso colonial antindígena y que consideraba a los blancos
intrínsecamente superiores (Manrique, 2002, p. 57).9
La relación fundamental entre el problema de la dominación del indígena y la
supervivencia de un sistema latifundista y una economía semifeudal no se abordó en
el primer siglo de la República (Mariátegui, 2000, p. 7). Tampoco se abordó entre
1930 y 1960: a diferencia de otros países latinoamericanos, el Perú no experimentó
transformaciones sociales ni políticas en este periodo; en gran medida porque no
contaba con una clase burguesa. La dinámica social peruana permaneció estancada
como consecuencia de Gobiernos cívico-militares controlados por la oligarquía.
La cuestión de la integración social y cultural no se planteó seriamente, salvo
durante el Gobierno militar de Velasco (1968-1975), que respondió a las múltiples
presiones sociales de los movimientos obreros y estudiantiles y a las grandes movili-
zaciones campesinas mediante una serie de reformas, como la Reforma Agraria, las
nacionalizaciones, la reforma educativa, la oficialización del quechua como lengua
oficial y el reconocimiento legal de las comunidades andinas y nativas (Manrique,
2002, pp. 53-60).10
Sin embargo, el proyecto velasquista fracasó, y afectó principalmente a estos mis-
mos sectores sociales «que anteriormente no habían tenido acceso a la movilidad so-
cial, debido a obstáculos no sólo sociales y económicos sino también étnico-raciales,
quienes entonces tuvieron la oportunidad de conocer los derechos que formalmente
tenían y les correspondían, pero [les] eran negados en la realidad cotidiana» (Man-
rique, 2002, p. 55). Como concluiría la CVR, el resultado fue el mito de progreso
(2003, t. I, p. 73).
Los veinte años de conflicto y violencia política entre 1980 y 2000, por lo tanto,
surgieron de, expusieron y exacerbaron casi dos siglos de dominación, marginación y
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Legados de un pasado irresuelto
opresión —ya sea de naturaleza cultural, social, económica o política— de los miem-
bros de las poblaciones andinas y nativas.
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Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
como resultado del conflicto armado interno» (CVR, 2003, t. IX, p. 154). Para ello,
se propusieron cinco programas: simbólico, económico, colectivo, salud, educación
y un programa de restitución de derechos ciudadanos.
El mandato de la CVR también incluía «recomendar reformas institucionales,
jurídicas, educativas y de otro tipo como garantías de prevención» (PCM, 2001b,
art. 2.c). Las garantías de prevención propuestas buscaban modificar las condiciones
que generaron y profundizaron el conflicto interno y se organizaban en torno a cua-
tro temas principales:
• lograr la presencia de la autoridad democrática y de los servicios del Estado en
todo el territorio, recogiendo y respetando la organización popular, las identida-
des locales y la diversidad cultural, y promoviendo la participación ciudadana;
• afianzar una institucionalidad democrática, basada en el liderazgo del poder
político, para la defensa nacional y el mantenimiento del orden interno;
• reformar el sistema de administración de justicia para que cumpla efectivamen-
te su papel de defensor de los derechos de los ciudadanos y el orden constitu-
cional;
• elaborar una reforma que asegure una educación de calidad que promueva va-
lores democráticos —el respeto a los derechos humanos, el respeto a las dife-
rencias, la valoración del pluralismo y la diversidad cultural— y visiones actua-
lizadas y complejas de la realidad peruana, especialmente en las zonas rurales
(CVR, 2003, t. IX, p. 123).
Cada una de estas áreas incluía varias recomendaciones específicas, las que suman
un total de 53 propuestas (CVR, 2003, t. IX, pp. 123-146).
38
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
13
Los partidos de izquierda, el Poder Legislativo, el Poder Judicial, el movimiento de derechos hu-
manos, los sindicatos, los gremios empresariales, las organizaciones de mujeres, las Iglesias católica y
evangélica, los medios de comunicación, el sistema educativo, la profesión docente y las universidades.
14
Cabe destacar que más del 80 % de los medios de comunicación (prensa tradicional, prensa digital,
televisión, radio) pertenece al mismo grupo económico, la corporación Grupo El Comercio, que afron-
ta desde 2013 un juicio pendiente en apelación por concentración indebida.
15
En la actualidad, estas interpretaciones contradictorias reaparecen en la escena pública y política cada
vez que se debate sobre la CVR y su mensaje, o sobre algunas cuestiones conexas. Véase Barrantes y
Peña (2006, pp. 37-40).
39
Legados de un pasado irresuelto
del Informe Final revelaban la existencia de fantasmas a los que la sociedad en su con-
junto no quería enfrentarse. Así, el telón de fondo es la indiferencia de la mayoría.
El discurso del presidente Toledo en el 2003 sobre el IFCVR captó el delicado
equilibrio entre todas estas posturas.16 Y el periodo iniciado en el 2000 no se organizó
deliberadamente en torno a una retórica que concibiera el periodo posconflicto en
toda su complejidad y magnitud. La transición democrática y el consiguiente debate
público se dirigieron, fundamentalmente, a los problemas del proceso y la legislación
electorales, la corrupción, la independencia y la supervisión de los poderes del Esta-
do. No se ocuparon de crear una sociedad pluralista basada en un nuevo pacto social
que incluyera a todos los peruanos en los beneficios y obligaciones de la ciudadanía,
ni respecto al retorno a la democracia después no solo de una dictadura, sino también
de un conflicto armado, ni tampoco de la resolución integral de las violaciones de los
derechos humanos que se cometieron durante el pasado reciente. La transición no
fue vista como un proceso multifacético de mediano y largo plazo que implicaría la
responsabilidad de los Gobiernos posteriores (Reátegui, 2005, pp. 13-23).
Así, no es de extrañar que el primer Gobierno elegido democráticamente se dedi-
cara a los asuntos de la política corriente y optara por no investirse de responsabilida-
des históricas; en particular mediante la implementación de las recomendaciones de
la CVR. Como sostuvo Reátegui, al escribir durante el Gobierno de Toledo, dos años
después de la publicación del Informe: «Se presentó, por tanto, la curiosa situación de
tener un periodo gubernamental con varias instituciones y tareas de carácter transi-
cional, pero sin que el gobierno y los diversos sectores sociales y políticos lo perciban
como tales» (2005, p. 14). Del mismo modo, no es de extrañar que los esfuerzos en
torno al tema y la atención a este disminuyeran durante los Gobiernos posteriores. El
crecimiento económico que experimentó el país durante esos años recibió la mayor
atención y prioridad política.
En ausencia de referentes políticos que enarbolaran la bandera de los derechos
humanos en general, y sin respaldo político e institucional para el Informe Final, las
cuestiones que planteaba volvieron al campo de la sociedad civil, en particular a los
previamente convencidos: ONGDH, organizaciones de víctimas y algunos funcio-
narios con valores sociales.
16
Discurso sobre el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación pronunciado por Ale-
jandro Toledo, presidente de la República, el 21 de noviembre de 2003.
40
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
paso del cumplimiento de las 85 recomendaciones por parte del Gobierno de Toledo.
Concluyó que
si nos atenemos a un enfoque literal del conjunto de recomendaciones, sólo
se ha avanzado satisfactoriamente en un 17 % y la mayoría de las acciones
desarrolladas están referidas al tema de las reparaciones. Un 42 % adicional
tiene un desarrollo todavía insatisfactorio: no se han cumplido completamen-
te, pero se han dado pasos en la dirección sugerida. Por supuesto, también ha
habido cumplimientos que hasta ahora están sólo en el papel y que no se han
traducido en la práctica. (2007, p. 15)
17
Véase IDEHPUCP. Seguimiento de casos de violaciones de derechos humanos. https://idehpu-
cp.pucp.edu.pe/lista_proyectos/seguimiento-de-casos-de-violaciones-de-derechos-humanos/mar-
co-del-proyecto/subsistemas-nacionales/
41
Legados de un pasado irresuelto
42
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
24
Entrevista con Narda Henríquez. Las mismas ideas se expresaron en las entrevistas con Carolina
Trivelli, Raquel Reynoso, Víctor Caballero, Iris Jave, Alicia Abanto, Eduardo Dargent, Iván Lanegra y
JavierTorres (Lima); Yuber Alarcón (Ayacucho); Esperanza Ramos (Ica).
25
El periodo 1980-1989 estuvo acompañado por una crisis general sin precedentes —con contracción
del producto interno bruto, déficit fiscal, inflación y disminución de la tasa de empleo formal— que
llevó al país al borde del colapso económico y dio a Fujimori la oportunidad de imponer la Constitución
de 1993, aún vigente, que marcó el inicio del control neoliberal de la economía.
43
Legados de un pasado irresuelto
Por ejemplo, la aprobación de la Ley de Consulta Previa,26 que no se dio a raíz del
IFCVR, sino del conflicto de Bagua,27 enviaba a priori un importante mensaje políti-
co sobre el interés del Gobierno peruano por respetar los derechos de los pueblos in-
dígenas. La ley otorga a las comunidades indígenas del Perú el derecho a ser consulta-
das sobre cualquier actividad, plan, medida administrativa o legal, desarrollo o sobre
cualquier proyecto que implique, afecte o tenga lugar en sus territorios ancestrales.
Sin embargo, el resultado se ha reducido a un proceso formulista y de listas de con-
trol, sin mucha sustancia. Adolece de varias deficiencias; entre ellas, la determinación
de los casos que requieren consulta, en los que el Estado elude su obligación alegando
que las comunidades afectadas no son de carácter indígena; la determinación de las
partes en la consulta que representan a las comunidades indígenas; la asimetría de
poder e información de las distintas partes; y la existencia de acuerdos previos entre
los líderes de las comunidades y las empresas que pretenden ejecutar los proyectos,
que pueden hacer que el proceso sea discutible. Así, pues, señalar el índice total de
acuerdos alcanzados hasta la fecha es engañoso porque enmascara algunas de estas
deficiencias (Lanegra, 2017, pp. 14-20). A su vez, respetados observadores llaman la
atención sobre la contradicción de un Estado que reconoce un derecho, pero luego
limita su pleno ejercicio porque el Estado, al mismo tiempo, promueve un modelo
de crecimiento económico que inevitablemente colisiona con este derecho: la Ley de
Consulta Previa colisiona con la Ley de Concesiones Extractivas.28
Igualmente, impulsado por la agenda internacional y nacional más allá de la CVR,
el Gobierno peruano creó en el 2011 el Ministerio de Desarrollo e Inclusión So-
cial (MIDIS) y un conjunto de programas sociales dedicados a resolver problemas
específicos de diferentes poblaciones vulnerables o marginadas, entre los cuales se
encuentran:
• Juntos, el programa de apoyo directo a los más pobres que promueve que las
gestantes y los niños y/o adolescentes de los hogares más pobres accedan a la
salud preventiva materno-infantil y a los servicios de escolaridad sin deserción;
• la política Techo Propio de subsidios de vivienda, la cual contará con servicios
básicos de luz, agua, desagüe;
• Cuna Más, el programa de visitas a domicilio, que apoya el desarrollo de la
26
Ley 29785, 31 de agosto de 2011.
27
Mientras el segundo Gobierno de Alan García (2006-2011) promovía una política de inversiones como
parte de la ejecución del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, emitió varios decretos legisla-
tivos que permitían proyectos mineros y petroleros que afectaban directamente a los derechos colectivos
de los pueblos indígenas sobre la tierra, el agua y los recursos naturales y llevaron a conflictos sociales. El
Gobierno se negó a negociar, a pesar de meses de manifestaciones pacíficas. El 5 de junio de 2009, agentes
de la Dirección Nacional de Operaciones Especiales, con el apoyo de las Fuerzas Armadas, se enfrentaron a
cientos de indígenas que llevaban más de cincuenta días atrincherados en la zona conocida como la Curva
del Diablo. La orden de despejar la carretera se saldó con la muerte de 33 personas; entre ellas, 23 policías;
y graves violaciones de los derechos humanos.
28
Entrevistas con Iván Lanegra, Eduardo Vega, Raquel Reynoso e Iris Jave.
44
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
45
Legados de un pasado irresuelto
país (Oxford Analytica, 2020; Rodríguez y Francke, 2017, p. 14). La región costera
es relativamente próspera; mientras que tanto la sierra andina como la selva amazó-
nica se han quedado rezagadas; la pobreza en las zonas rurales es tres veces mayor
que en las urbanas; el coeficiente de desigualdad humana en el 2019 fue de 18,8 %;
y la movilidad social se estancó (Rodríguez y Francke, 2017, p. 340; UNDP, 2020,
p. 5). En una revisión de 82 economías a nivel mundial, Perú ocupaba el puesto 66,
por debajo de sus países vecinos, y se ubicaba en el puesto número 72 en equidad
en educación y 76 en condiciones laborales (World Economic Forum, 2020). Según
el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), entre octubre de 2018
y septiembre de 2019, la tasa de informalidad alcanzó 66,6 % en el área urbana y
95,4 % en el área rural, con consecuencias no solo en las condiciones infrahumanas
de trabajo, sino también en la captación de impuestos, elemento esencial para contar
con mejores servicios básicos cuantitativos y cualitativos (INEI, 2020).34 Las dispari-
dades económicas entre las distintas regiones de Perú están en la base de muchas de
las desigualdades sociales.
Además, las mejoras formales que se han producido no reflejan un cambio más
profundo en las actitudes o en la forma de intervención del Estado. No hay trans-
formaciones institucionales culturales o actitudinales relevantes que conduzcan hacia
relaciones igualitarias y democráticas en un Estado dominado por tecnócratas y fun-
cionarios, sin cultura de servicio público. En un país con más de 55 pueblos indíge-
nas, 15 familias lingüísticas y más de 7000 comunidades, la mirada del Estado sigue
siendo paternalista, prejuiciosa o autoritaria. La justificación que antes era coloniza-
dora ahora es neoliberal.35 Desde esta perspectiva, el problema es que la gente no en-
tiende que las grandes inversiones privadas son buenas para ellos, lo que significa que
la solución es hacerles entender que los beneficiarán y los sacarán del primitivismo.36
De facto, la tensión entre garantizar programas sociales inclusivos e impulsar el
crecimiento económico ha estado en el centro del periodo postransicional de los
últimos veinte años. Las causas estructurales de la desigualdad no se han abordado
plenamente a través de estos programas sociales limitados, porque la prioridad del
Estado es alcanzar determinados objetivos cuantitativos de crecimiento. Además, la
intervención del Estado sigue siendo empañada por la ineficacia y la corrupción. El
34
Dado este nivel de informalidad, la situación generada por la pandemia del COVID-19 hizo que,
para muchos, no hubiera opción entre generar ingresos o mantenerse a salvo. De hecho, en el 2020, la
pobreza monetaria afectó a 30,1 % de la población del país, un aumento de 9,9 puntos porcentuales
en comparación con el 2019. Según áreas geográficas, la pobreza afectó al 45,7 % de la población en
el área rural y al 26 % en el área urbana, con un incremento de 4,9 puntos porcentuales y 11,4 puntos
porcentuales, respectivamente, respecto al 2019. Véase INEI (2021).
35
Entrevistas con Eduardo Cáceres y Javier Torres. «Con grandes inversiones privadas, estamos volvien-
do a la época de los terratenientes sin darnos cuenta, y el Estado sigue apoyándolos» (Entrevista con
Cecilia Cabrera).
36
Entrevistas con Leslie Villapolo (Lima); Ernesto Ambía y Yuber Alarcón (Ayacucho); Mayra Ramírez
(Ica).
46
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
37
Entrevista con Sofía Macher.
38
Sobre este último punto, véase Meléndez (2007, pp. 47-54).
47
Legados de un pasado irresuelto
39
Entrevistas con Carolina Trivelli, Rosa Montalvo y Raquel Reynoso. En una encuesta realizada por la
Defensoría del Pueblo, el 73 % de los encuestados consideró que las movilizaciones y protestas son la
única forma que tienen los ciudadanos de ser escuchados por las autoridades, y el 51 % reconoció que
las acciones violentas de protesta son siempre o casi siempre un método eficaz para llamar la atención
del Estado sobre sus demandas. Defensoría del Pueblo (2017, p. 200).
40
Entrevistas con Eduardo Vega. También con Paula Muñoz y Sofía Macher.
41
Entrevista con Javier Torres.
42
Entrevista con Paula Muñoz. Sobre la disgregación de los sindicatos, las organizaciones de la sociedad
civil y el sistema de partidos, Véase Soifer y Alberto (2019).
48
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
43
La propia Defensoría del Pueblo ha creado una suboficina de Prevención de Conflictos Sociales y
Gobernanza y un Sistema de Seguimiento de Conflictos.
44
La Secretaría de Gestión y Diálogo Social (2017) tiene antecedentes, comenzando por la Unidad de
Análisis Estratégico y Prevención de Conflictos Sociales (2004) y la Comisión Multisectorial para la Pre-
vención de Conflictos Sociales (2005). En el 2007, fue la Secretaría de Coordinación de la Presidencia
del Consejo de Ministros (PCM), cuya función era coordinar y llevar a cabo acciones para la prevención
y resolución de conflictos. Del 2009 al 2011, la PCM dirigió el Programa de Apoyo a una Cultura de
Paz y al Fortalecimiento de las Capacidades Nacionales para la Prevención y Gestión Constructiva de los
Conflictos Sociales. Paralelamente, en el 2010, se creó la Oficina de Gestión de Conflictos Sociales y se
aprobó el documento Lineamientos y Estrategias para la Gestión de Conflictos Sociales, que estableció
el marco conceptual y procedimental que contribuyó a homologar los criterios y metodologías de inter-
vención, hasta entonces no formalizados. En el 2012 se creó la Oficina Nacional de Diálogo y Sosteni-
bilidad con un «enfoque preventivo transformador basado en el diálogo». En diez ministerios se creó un
órgano de gestión de conflictos sociales que figura en la estructura orgánica del ministerio y cuenta con
un presupuesto propio que le permite abordar los conflictos sociales: Ministerio de Energía y Minas;
Ministerio de Medio Ambiente; Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento; Ministerio del
Interior; Ministerio de Trabajo; Ministerio de Educación; Ministerio de Relaciones Exteriores; Minis-
terio de Agricultura y Riego; Ministerio de Salud; y Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables.
45
«En la mayoría de los conflictos sociales estudiados, los procesos de diálogo se iniciaron durante la
fase de crisis (31,1 %) o de escalada (34,8 %); mientras que solo el 18,1 % comenzó en la fase inicial.
Además, en el 66,6 % de los casos, el diálogo se estableció tras desenlaces violentos, por lo que la vio-
lencia aparece como un factor de presión sobre el Estado. Este carácter reactivo limita la organización
de procesos de diálogo eficaces y expone las relaciones entre los actores al deterioro» (Defensoría del
49
Legados de un pasado irresuelto
cesibilidad;46 y los procesos de diálogo tienen una dimensión cultural que no se tiene
en cuenta.47 A su vez, aunque la mayoría de los procesos de diálogo permiten llegar a
acuerdos, su cumplimiento no es ni puntual ni sistemático, porque en la mayoría de
los casos la responsabilidad de garantizar el seguimiento de los acuerdos no se confía
a ninguna institución o comisión (Defensoría del Pueblo, 2017, p. 199). Así, no se
está garantizando que la conflictividad social no vuelva a producirse. De hecho, la
Defensoría del Pueblo constató que, mes a mes, hay más conflictos nuevos que los
que se resuelven, lo que pone en evidencia elementos de debilidad en la mediación
política, en la capacidad de gestión pública y en las prácticas de diálogo (Defensoría
del Pueblo, 2012, p. 125).48
Al mismo tiempo, la creación de espacios de diálogo parece ajena al amplio aba-
nico de factores que dan a los conflictos el potencial de convertirse en violentos. La
transformación del conflicto social debería implicar generar cambios a mediano y
largo plazo, actuando sobre sus causas más profundas. A nivel técnico, esto requeriría
vincular el trabajo de las instancias de gestión de conflictos con el de las entidades
que producen políticas públicas. Sin embargo, no se incorpora la perspectiva del con-
flicto ni la evaluación de sus costos en la planificación de las políticas públicas y en su
implementación o en el debate sobre el presupuesto y las decisiones de gobierno.49 A
nivel político, esto requeriría abordar las mismas inequidades históricas que han sido
reforzadas por el modelo económico basado en industrias extractivas y megaproyec-
tos, con amplio apoyo del Gobierno central desde la década de 1990.
50
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
50
En los periodos presidenciales de los presidentes García (2006-2011) y Humala (2011-2016), hemos
identificado 15 intervenciones de las Fuerzas Armadas originadas en algún conflicto social. De estas
15 intervenciones, al menos 10 fueron ordenadas sin declaratoria de estado de emergencia. (Saldaña y
Portocarrero, 2017, p.311-352).
51
Legados de un pasado irresuelto
52
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53
Legados de un pasado irresuelto
mitía declarar inocente por exceso de prisión a cualquier delincuente que hubiera
cumplido más de 14 meses en prisión sin ser juzgado. Inmediatamente, los imputa-
dos en el caso Grupo Colina y Vladimiro Montesinos solicitaron el archivo de sus
procesos. En respuesta, ciudadanos, congresistas y el propio ministro de Justicia de
aquel entonces (quien renunció a raíz de ello) se opusieron, y rápidamente el Tribu-
nal Constitucional declaró inconstitucional esta ley de amnistía encubierta, ratifi-
cando la posición dominante en el país en contra de las leyes de amnistía. Asimismo,
el intento del expresidente Kuczynski de indultar a Fujimori en diciembre de 2017
generó inmediatas y espontáneas movilizaciones; provocó la renuncia de los minis-
tros de Cultura, Defensa e Interior y del secretario ejecutivo de la CMAN, entre otros
funcionarios; y le costó la presidencia. Finalmente, los tres intentos de Keiko Fujimo-
ri, hija de Alberto Fujimori, por llegar a la presidencia, basándose en un legado del
que no se desmarca, sino que reivindica a través de su equipo técnico y sus estrategias
de campaña, fueron impedidos en gran medida por la masiva reacción de parte de
la población contra el legado de su padre a través de movimientos ciudadanos como
«No a Keiko» y «Fujimori nunca más». Así, aunque sea difícil establecer una directa
relación causa-efecto, hay indicios de que existe un cierto control ciudadano y no se
pueden traspasar ciertos límites sin generar reacciones y manifestaciones y que el pro-
ceso de justicia transicional tuvo un impacto positivo en el control interno y externo
de la sociedad sobre la actuación de las instituciones.
Ciertamente, el conjunto de reformas institucionales, recomendadas como ga-
rantías de prevención, para abordar de raíz los factores que causaron o facilitaron el
conflicto ha sido el menos atendido. No se han producido transformaciones estruc-
turales y actitudinales radicales ni en instituciones como las Fuerzas Armadas, las
fuerzas policiales o el Poder Judicial, ni tampoco sobre derechos laborales o sobre la
calidad de los sistemas sanitario y educativo; incluso tampoco en el acceso a servicios
básicos como carreteras, agua potable y alumbrado. Las desigualdades entre la pobla-
ción nativa/bilingüe y la hispanohablante y entre las zonas urbanas y rurales siguen
siendo enormes.
Para llevar a cabo grandes reformas, para construir un Estado con fuerza regula-
dora y redistributiva, para implantar un modelo de desarrollo sostenible, se necesitan
ciertas clases de líderes, instituciones y voluntades que el Perú no tiene en la actua-
lidad. La efímera transición democrática del 2000, la fallida descentralización y la
generalizada debilidad institucional frustraron la posibilidad de una gran reforma
del Estado. No fue posible configurar una relación democrática, escribió Degregori:
[p]or un lado, porque según las concepciones hegemónicas, salvo el desarrollo
económico, todo es ilusión; y salvo el poder político necesario para mantener
el modelo económico, todo es ilusión, o incomunicación. Por otro lado, si no
es imprescindible que modifiquen su discurso y su práctica, es por la debilidad
de un liberalismo consistente y de una izquierda democrática en el país, lo que
54
Una exigencia viva de cambio. Justicia transicional y prevención en Perú Guillerot
De hecho,
[e]l conflicto [...] tuvo un impacto indirecto y más duradero en el marco ideo-
lógico de la política económica. El hecho de que SL se presentara como un gru-
po comunista y marxista que buscaba transformaciones sociales radicales dañó
gravemente la percepción pública de los líderes, partidos y movimientos de
la izquierda legal. Esto produjo una especie de estigmatización de la política
de izquierdas, incluidas las políticas económicas que, entre otras cosas, enfa-
tizaban el papel central del Estado en el desarrollo económico y social. Esto
podría haber facilitado el ascenso y la hegemonía del pensamiento económico
neoliberal en Perú y la consolidación del espectro político de derecha que apoya
estas políticas. (Shubiger y Sulmont, 2019, p. 70)
57
Según la encuesta, el 32 % desea cambios radicales y el 54 % cambios moderados (IPSOS América,
2021, p. 9).
55
Legados de un pasado irresuelto
58
Perú atraviesa el periodo más violento contra sus ciudadanos desde el 2000. Véanse OHCHR (2023);
Amnistía Internacional (2023); y CIDH (2023).
59
Entrevista con Carolina Trivelli.
60
Discurso de presentación del Informe Final de la CVR pronunciado por Salomón Lerner el 28 de
agosto de 2003.
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nos. (OEA/Ser.L/V/II, doc. 49/15).
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ENTREVISTAS
Lima, septiembre de 2019
- Alicia Abanto (especialista del Departamento de Medio Ambiente, Servicios Pú-
blicos y Pueblos Indígenas de la Defensoría del Pueblo)
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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR:
enfoques y debates
https://doi.org/10.18800/9786124474477.002
David Sulmont
https://orcid.org/0000-0001-6088-8863
Pontificia Universidad Católica del Perú
Resumen
En este capítulo se presenta una lectura crítica desde el presente sobre ciertos
aspectos del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) en
el Perú veinte años después de su presentación. Se evalúa el diagnóstico que hace la
CVR acerca de los factores que contribuyeron al conflicto armado interno a princi-
pios de la década de 1980 y cómo este se sitúa en relación con debates y enfoques de
las ciencias sociales tanto de la época como contemporáneos. Asimismo, se discute
acerca de la propuesta de reconciliación y del programa de reparaciones propuesto
por la CVR, su relación con aproximaciones y visiones sobre el cambio social o las
reformas institucionales, y su viabilidad en la sociedad peruana posconflicto.
66
Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe
Introducción
El Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) se entregó el
28 de julio de 2003 en una ceremonia en el Palacio de Gobierno. Salomón Lerner, en
su condición de presidente de la CVR, brindó un discurso en el que destacó el doble
escándalo del horror de la violencia vivida entre 1980 y el 2000 y el de la indolencia,
ineptitud e indiferencia ante la muerte de tantos y tantas compatriotas. ¿Qué sucedió
desde que se escribió el Informe Final de la CVR? ¿Cuál fue la lectura en su momento
sobre las tensas y complejas relaciones entre el Estado y la sociedad? ¿Cómo se aten-
dieron algunas de estas demandas y qué quedó pendiente?
Nuestro propósito es avanzar como el trabajo de la memoria, mirar el pasado con
la posibilidad de abrirnos a pensar el futuro. Ambos objetivos, explicar el pasado y
hacer propuestas para el futuro, conllevan una lectura específica de la sociedad perua-
na y de sus retos en momentos diferentes. En este capítulo buscamos dar cuenta, de
manera crítica, de esa lectura prestando atención a los siguientes elementos: a) cómo
se sitúa la visión que se desprende del Informe Final de la CVR en relación con los
debates acerca de la naturaleza y los retos de la sociedad peruana en su momento,
particularmente aquellos asociados a la construcción de instituciones democráticas;
b) qué vacíos y contradicciones podemos encontrar en esa lectura; c) qué forma
tienen esos debates hoy en día, cuáles son los puntos en común y las divergencias
que podemos identificar respecto de los argumentos producidos por la CVR y su
pertinencia hoy en día.
La violencia estalló en mayo de 1980 con un quiebre violento. La promesa repu-
blicana de construir una sociedad más equitativa, que inspiró múltiples luchas socia-
les y políticas a lo largo del siglo XX, pareció alcanzar un hito crucial en las elecciones
de mayo de 1980 con el establecimiento del sufragio universal para todas y todos los
adultos peruanos, lo que le dio la posibilidad a quienes no sabían leer ni escribir (un
18 % de la población de ese entonces, mayoritariamente campesinos de los Andes)
de elegir a sus representantes para la presidencia y el Congreso de la República. El
camino había sido largo y trabajoso, el voto femenino había llegado recién a inicios
de la década de 1950, pero seguía excluyendo a las mujeres analfabetas, quienes aún
conformaban la mayoría de la población femenina a mediados del siglo XX.1
Tras doce años de una dictadura militar que impulsó algunas de las reformas so-
ciales más radicales de la historia peruana, las elecciones generales de 1980 marcaron
el inicio de un proceso de transición política que formó parte de lo que Samuel
Huntington (1994) denominó la «tercera ola» de democracias en el mundo. En la pe-
núltima década del siglo XX, la promesa de la democratización política que contenía
la nueva Constitución de 1979 parecía complementar lo que Sinesio López (1997)
llamó el proceso de «democratización social», que en la segunda mitad del siglo XX
1 De acuerdo con el censo de población de 1961, 51,7 % de las mujeres mayores de 15 años no sabía
leer ni escribir (INEI, 1997).
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Legados de un pasado irresuelto
modernizó la estructura social y económica del país, y que terminó con el quiebre
del régimen oligárquico, cuya estocada final fueron las reformas llevadas a cabo por
el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas.
Paradójicamente, el retorno a la democracia vino acompañado de un aconteci-
miento que daría inicio a uno de los periodos más trágicos de la historia nacional y
que provocaría profundos y nuevos quiebres en la sociedad peruana. En la víspera de
las elecciones presidenciales, la noche del 17 de mayo de 1980, miembros del Partido
Comunista del Perú Sendero Luminoso (PCP-SL) se apoderaron del ánfora y las
cédulas de votación que iban a utilizarse en la localidad de Chuschi en Ayacucho y
las quemaron. Lo que se reconoce como uno de los primeros atentados de Sendero
Luminoso, bien pudo pasar desapercibido, puesto que al día siguiente el material
electoral llegó a ser reemplazado por las autoridades electorales (con protección mili-
tar) y la población logró ejercer su derecho al voto. Sin embargo, el evento adquirió
una connotación simbólica mayor: el PCP-SL reconoció este momento como el «Ini-
cio de la Lucha Armada» (ILA), cuya violencia azotó al país en las décadas de 1980
y 1990 y que provocó, según estimados de la CVR, más de 60 000 víctimas fatales.
En 1985, Carlos Iván Degregori afirmaba enfáticamente que el único camino po-
sible frente a la violencia era el de la democratización. Lo escribió luego de pasar dos
semanas, entre septiembre y octubre de ese año, en una ciudad sitiada, militarmente,
como era Huamanga en ese entonces. Los años precedentes —1983 y 1984— fueron
los más violentos del conflicto armado interno, con la enorme mayoría de víctimas
concentrada en la región de Ayacucho. Los habitantes de la región tenían el miedo en
la mirada, y los constantes apagones en Huamanga y otras ciudades del país presagia-
ban nuevos actos de violencia casi todos los días. En medio de todo ello, apostar por
la democracia sonaba utópico. Sin embargo, los debates sobre esas utopías, la justicia
social y las promesas republicanas de construcción de una nación más integrada e
igualitaria eran parte de las discusiones políticas de la época, de los sueños de grandes
líderes históricos sobre los que escribió Flores Galindo (1994), que buscaban darle
sentido y horizonte a las profundas transformaciones sociales que experimentó el país
en la segunda mitad del siglo XX y que fueron objeto del análisis de autores clásicos
de las ciencias sociales peruanas como Julio Cotler (1978), Aníbal Quijano (1980) o
José Matos Mar (1986).
En el 2001, veintiún años después del inicio del conflicto armado interno, cuando
se creó la CVR, los parámetros de la reflexión acerca de la relación entre democracia
y sociedad habían cambiado fundamentalmente. Las masivas violaciones de los dere-
chos humanos ocurridas durante el conflicto armado interno; la crisis del sistema de
partidos y del régimen democrático inaugurado en 1980; la hiperinflación; las radi-
cales reformas neoliberales impulsadas por el Gobierno de Fujimori y su experimento
autoritario durante la década de 1990 crearon un contexto y una sociedad bastante
diferente a la de 1980. En vez de procesos de modernización social y construcción de
la nación, el foco de atención pasó a ser el crecimiento económico, la disminución de
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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
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Legados de un pasado irresuelto
campesinas o indígenas, son todavía vistos, desde las alturas del poder o desde
las alturas de la «vanguardia», como discapacitados para expresar sus preferencias
políticas, como «electarados» (Torres, 2022), que toman malas decisiones y que, por
lo tanto, deben ser guiados o disciplinados.
Es obvio que los debates acerca de los problemas y horizontes posibles de la sociedad
peruana, tanto a nivel político, económico como cultural, han cambiado mucho entre
1980, el 2001 y el 2021. Entre esos momentos, el Informe Final de la CVR trató de
ofrecer una explicación de cómo las características de la sociedad peruana de inicio
de la década de 1980 influyeron en la dinámica que adquirió el conflicto armado
interno. Al mismo tiempo, propuso un conjunto de recomendaciones orientadas,
por un lado, a reparar los daños provocados por la violencia política; y, por otro, a
prevenir que el Perú del siglo XXI vuelva a caer en ella.
Para atender a las preguntas que formulamos, en este capítulo comenzaremos des-
cribiendo, mediante la lectura del Informe Final de la CVR, el contexto del Perú de
1980, para luego detenernos en las explicaciones que se tenían en las ciencias sociales
y el sentido que imprimió en el Informe Final. Por último, nos detenemos en la uto-
pía de las reparaciones como formulación política y cerramos el capítulo con algunas
reflexiones sobre el Perú anterior y posterior a la CVR.
En ese contexto, el inicio del conflicto armado tomó por sorpresa al país. Para la
CVR, la decisión del PCP-SL de emprender un proyecto de captura del poder vía la
lucha armada va
[…] a contracorriente del sentimiento mayoritario de millones de peruanos
y peruanas que, hacia fines de la década de 1970, canalizaban sus anhelos de
transformación profunda de nuestra sociedad por otras vías como las organi-
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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
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Es así que la causa inicial y principal del conflicto armado interno se atribuye al
voluntarismo político del PCP-SL, que buscó imponer por la fuerza un proyecto co-
munista radical a una sociedad que parecía estar ya encaminada por otras direcciones
y expectativas. A pesar de ello, para la CVR, esa misma sociedad tenía una serie de
condiciones que permitieron que esa decisión política desencadenara la ola de violen-
cia más intensa de nuestra historia republicana, puesto que el PCP-SL
[…] aprovechó determinadas coyunturas, se alimentó de antiguas debilidades
institucionales, aprovechó determinadas fallas estructurales y graves frustra-
ciones, recogió ciertas reivindicaciones, expresó cierto imaginario y logró en-
raizarse en distintos sectores sociales y escenarios geográficos. (2003, t. VIII,
p. 31)
Entre esos elementos, la CVR destaca una serie de factores o características estruc-
turales de la sociedad peruana de 1980 que explicarían por qué Sendero Luminoso
logró reclutar militantes; cooptar o imponerse sobre ciertas comunidades, regiones o
sectores sociales; y perdurar a lo largo de la década de 1980 e inicios de la de 1990.
Asimismo, estos factores también darían cuenta de las características del conflicto,
especialmente los niveles de violencia que alcanzó; el tipo de respuesta que la sub-
versión armada desencadenó en el Estado y las fuerzas del orden; y la particular
vulnerabilidad de ciertos sectores de la sociedad peruana para convertirse en blanco y
víctimas de la violencia tanto subversiva, intercomunal como de la represión estatal.
En su Informe, la CVR llamó a estos elementos estructurales que hicieron posible
y explican el conflicto armado interno «factores históricos de largo plazo» (2003,
t. VIII, pp. 33-36), entre los cuales se distinguen dos tipos: las «brechas sociales» y los
«procesos truncos de modernización».
Las «brechas» se conciben como estructuras de desigualdad social que distribuyen
de manera diferenciada el poder económico, político y simbólico entre los diferen-
tes grupos sociales, y que constituyen un telón de fondo de descontento social que
Sendero Luminoso aprovecha para impulsar y legitimar su proyecto político en la
población que busca controlar. Asimismo, esas desigualdades dan cuenta del impacto
diferenciado de la violencia entre los distintos grupos sociales. Las principales brechas
sociales mencionadas por la CVR son:
• Las desigualdades socioeconómicas que separan ricos y pobres.
• El centralismo y las desigualdades entre centro-periferia, especialmente entre
Lima, la capital, y las otras localidades del país.
• Asociado a lo anterior, las brechas o distancias entre regiones que tienen dife-
rentes niveles de desarrollo e integración a la economía capitalista y el poder
político, especialmente entre la costa, la sierra y la selva.
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Legados de un pasado irresuelto
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de las causas del conflicto armado que se presentan en el Informe Final: el volunta-
rismo del PCP-SL de iniciar la lucha armada, las brechas sociales y la modernización
incompleta.
Según Tanaka, sostener que tanto las brechas sociales como el voluntarismo sende-
rista son factores explicativos del conflicto armado interno resulta contradictorio. Si
Sendero Luminoso iba a «contracorriente» de las tendencias y los cambios estructura-
les experimentados en la sociedad peruana previa al conflicto, enfatizar la persistencia
de brechas históricas como una de las causas del conflicto parece sugerir que estos
cambios sociales no fueron tan determinantes, y que, por lo tanto, existía estructu-
ralmente en la sociedad peruana un terreno propicio para un proyecto subversivo,
para el autoritarismo y para una violencia política como la que ocurrió entre 1980 y
el 2000. En tal sentido, Sendero Luminoso no estaría «tan a contracorriente» de la
sociedad peruana como se desprendería de la explicación voluntarista.
La modernización incompleta o «trunca» como factor explicativo del conflicto
armado interno es una tercera línea argumental que, según Tanaka (2013, p. 27), no
aparece adecuadamente conectada con las dos primeras; ya que, si bien podría ser un
elemento que articule tanto la explicación «voluntarista» como la de las «brechas so-
ciales», el Informe de la CVR no desarrolla claramente esa conexión. De acuerdo con
esa interpretación, la modernización inacabada genera desajustes entre expectativas
de movilidad social de varios grupos sociales y sus posibilidades de realización, dada
la persistencia de factores estructurales que limitan esa movilidad social (la discrimi-
nación y la desigualdad que experimentan más agudamente determinados sectores
de la sociedad). Estos desajustes habrían empujado a los grupos sociales que los ex-
perimentan a acercarse a proyectos de cambio social radical violentista como los que
planteaba Sendero Luminoso2.
El análisis del desajuste entre expectativas sociales y oportunidades estructurales
es un tema clásico en las ciencias sociales y en la sociología en particular. Émile
Durkheim en El suicidio (1951) y Robert K. Merton en Teoría y estructura sociales
(1968) formularon sus teorías de la anomia a partir de este fenómeno social y del
tipo de conductas que puede desencadenar entre los actores sociales. Más directa-
mente relacionadas con el conflicto social y particularmente la violencia política, en
su texto clásico de 1858, El Antiguo Régimen y la Revolución, Alexis de Tocqueville
(2018) señalaba que los movimientos revolucionarios tienden a ocurrir no cuan-
do las condiciones de vida son miserables, sino luego de que empiezan a mejorar
y generan un incremento de las expectativas de las personas. Ello ha dado lugar a
una serie de teorías acerca de la violencia conocidas en la sociología como «teorías
de la privación relativa» (Davies, 1962 y 1974; Gurr, 1970), que proponen que las
revueltas o revoluciones ocurren en momentos en los que la gente experimenta una
intensa insatisfacción respecto de su percepción de las recompensas que deberían
recibir luego de un proceso de mejora de condiciones sociales (producto de procesos
2 Véase también Schubiger y Sulmont, 2019, pp. 60-61.
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esta dualidad o heterogeneidad estructural entra a su vez en tensión con una «fuerte
participación político-cultural» debido al hecho de que, a raíz de los procesos de
modernización, los ciudadanos de muchos países latinoamericanos han accedido a
derechos políticos y sociales de forma más rápida que los de las sociedades occidenta-
les durante su proceso de industrialización (Touraine, 1989, p. 45). La tensión entre
estas cuatro características hace que el modo de desarrollo latinoamericano sea «[…]
frágil, está constantemente bajo el peso de la amenaza de romperse dejando campo
libre a una dualización que tiende a oponer núcleos modernos y zonas cada vez mar-
ginadas, empobrecidas y en crisis» (Touraine, 1989, p. 55).
Considerando las características del modo de desarrollo latinoamericano resalta-
das por Touraine, la heterogeneidad estructural y la dualidad de la sociedad peruana,
así como los límites de los procesos de modernización, es posible establecer conexio-
nes entre los procesos de modernización trunca y la persistencia de brechas sociales
como factores explicativos del conflicto armado interno. En ese sentido, la imagen
de la sociedad peruana a inicios de la década de 1980 que aparece en el Informe Final
de la CVR no está demasiado alejada de los diagnósticos predominantes de las cien-
cias sociales en América Latina y en el Perú. En 1980, el Perú era un país atravesado
por procesos contradictorios y tensiones estructurales: por un lado, se moderniza y
se democratiza; por otro, mantiene y reproduce estructuras de desigualdad. Ambos
elementos constituyen un marco de acción para los actores del conflicto; tanto los
actores armados como los políticos y la sociedad civil.
Estos procesos de modernización trunca o limitada también afectan las capacida-
des estatales, no solo para atender demandas sociales, sino para asegurar el control del
territorio y el monopolio de la fuerza. Según Guillermo O’Donnell (1993 y 2004),
frente a esas deficiencias de los Estados, en América Latina subsisten zonas «marro-
nes» donde el control estatal es escaso y donde persisten formas informales, patri-
moniales o incluso mafiosas de dominación. Estas áreas coexisten con instituciones
democráticas nacionales, pero debilitan la capacidad de los Gobiernos de garantizar
el Estado de derecho de manera uniforme en el país. Es en este tipo de áreas donde
grupos subversivos como Sendero Luminoso pudieron ejercer una forma de control
político antes de ser derrotados por la acción contrasubversiva de los agentes estatales
(Schubiger y Sulmont, 2019, pp. 66-67; Wickham-Crowley, 2015).
Las explicaciones que ofrece la CVR sobre el conflicto armado y la sociedad pe-
ruana de 1980, y que Tanaka encuentra «contradictorias» o «ambiguas» en su ensayo
del 2013, resultan entonces en gran parte consistentes con las características estruc-
turales de la sociedad peruana de 1980.
Frente a esa realidad, de tensiones y conflictos, algunos científicos sociales mante-
nían una posición cauta respecto a los pronósticos del devenir de la sociedad peruana
en el marco de la transición democrática de 1980. En un ensayo originalmente publi-
cado en 1980, antes de que la amenaza de Sendero Luminoso se hiciera tan evidente,
Julio Cotler se preguntaba:
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Legados de un pasado irresuelto
¿Hasta qué punto, en los años venideros, el gobierno y los partidos reformistas
serán capaces de reprimir y neutralizar esos conflictos y dirigir a la sociedad
hacia una nueva institucionalidad? […] ¿la militarización del Estado será el
único recurso del sistema de dominación para aplastar las organizaciones y
reivindicaciones populares, que con sus esfuerzos de democratizar la sociedad
resquebrajan los fundamentos institucionales? (1994a, pp. 100-101)
Lo que Cotler no previó en ese entonces es que la principal amenaza que surgía en
el horizonte no era un desborde de reivindicaciones encabezadas por organizaciones
populares o una tutela de las Fuerzas Armadas sobre el naciente sistema democrático,
sino un proyecto autoritario de un pequeño grupo político maoísta radical originario
de Ayacucho y que apareció, como lo señaló Carlos Iván Degregori, como una «triple
sorpresa» tanto para las científicos sociales, los partidos políticos y los propios servi-
cios de inteligencia del Estado (2012, pp. 38-40).
En efecto, el alzamiento armado de Sendero Luminoso aparece como una decisión
voluntarista, identificada como causa principal del conflicto armado interno por la
CVR, y que no se deriva directamente de las características estructurales de la socie-
dad peruana de 1980. Si bien en el propio Informe de la CVR, así como en otros
trabajos, se explica el surgimiento de Sendero Luminoso relacionándolo ya sea con la
historia local de Ayacucho (Degregori, 2010) o con la historia y las características de
las organizaciones de izquierda en el Perú (Muñoz, 2019; Rénique y Lerner, 2019), es
necesario establecer una mejor conexión entre las tensiones estructurales de la socie-
dad peruana y la capacidad que Sendero Luminoso tuvo para atraer a ciertos grupos
sociales y para generar los profundos efectos que tuvo la violencia sobre la sociedad
peruana de finales del siglo XX. La pregunta que no se hacen es ¿cómo, con una base
mínima, logró Sendero Luminoso llevar a cabo una guerra, captar militantes y poner
en jaque al Estado?
Además de las «teorías de deprivación relativa» mencionadas previamente, hay
otro conjunto de explicaciones acerca de por qué ciertos grupos sociales podrían
inclinarse hacia revueltas violentas (Schubiger y Sulmont, 2019, p. 61). En una
investigación realizada entre universitarios limeños a finales de la década de
1980, Muller, Dietz y Finkel (1991) encontraron que, si bien los sentimientos de
deprivación podían motivar acciones de revuelta ilegal, la participación en este tipo
de acciones estaba influida por cálculos que podríamos llamar de tipo «racional»
acerca de la expectativa de éxito de la protesta y de los potenciales beneficios que se
pueden obtener a nivel individual. Estos «beneficios», que parten de una función de
«utilidad», no son necesariamente de tipo material, sino que están más vinculados a
la satisfacción de otras necesidades individuales —tales como sentirse reconocidos e
integrados a una red social, o experimentar una recompensa «moral»— al encontrar
consecuencia entre «ideales y acciones». Por otro lado, en una investigación entre
jóvenes limeños en la década de 1990, Gonzalo Portocarrero (1998) encontró que
este tipo de factores eran reforzados por la exposición o el contacto directo con una
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2005). A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, el término «reparaciones» adqui-
rió otros usos y funciones. Por ejemplo, en Estados Unidos comenzó a utilizarse en el
marco del movimiento por los derechos civiles que luchaba contra la discriminación
racial y la historia de segregación y explotación de la población afroamericana. En
Canadá, las propuestas o exigencias de reparación buscaban resarcir la expropiación
de los territorios de los pueblos indígenas y su inclusión en una noción más amplia
de ciudadanía (Torpey, 2005). Hacia mediados de la década de 1990, las repara-
ciones comenzaron a considerarse parte de los mecanismos de justicia transicional
propuestos por las primeras Comisiones de la Verdad (Chile, Argentina, Sudáfrica,
Guatemala) y por organizaciones bilaterales que buscaban construir un enfoque con-
ceptual y metodológico de trabajo de propuestas de justicia transicional en socieda-
des posconflicto (Torpey, 2005; Ulfe y Málaga Sabogal, 2022).
Al interior de la CVR, el debate en torno a la propuesta de reformas y reparacio-
nes fue bastante intenso. El diagnóstico de los factores que posibilitaron el conflicto,
así como el legado de decenas de miles de víctimas de la violencia, suponían varios
retos complejos. Por un lado, la necesidad de justicia ante la impunidad de la ma-
yoría de los crímenes y violaciones de los derechos humanos cometidos tanto por
las organizaciones subversivas como por los agentes del Estado exigían una serie de
medidas y reformas destinadas a fortalecer el conjunto del sistema judicial y evitar
que las instituciones de seguridad del Estado reprodujeran estrategias y prácticas que
violaran los derechos humanos. En segundo lugar, el daño sufrido por individuos,
familias y comunidades suponía diseñar un plan complejo de reparaciones que de-
finiera el universo de destinatarios, los niveles de afectación y el tipo de reparación
correspondiente (individual o colectiva; material o simbólica; medidas de acceso o de
discriminación positiva respecto a servicios públicos en educación, salud, vivienda y
otros). En tercer lugar, tanto las heridas abiertas por el conflicto como los problemas
no resueltos de una sociedad que mantenía varias de las brechas sociales y procesos
de modernización truncos señalados más arriba generaban el desafío de repensar los
procesos de construcción de vínculos de integración y cohesión social y desarrollo de
una ciudadanía democrática. Para algunos de los miembros de la CVR, la reparación
como concepto debía apuntar a «refundar el Perú en base a otros códigos, como un
país sin ninguna discriminación donde todos valieran igual, y donde todos tuvieran
iguales oportunidades».3
Probablemente, este último desafío era el más complicado. Aparecía como lejano
del alcance, del mandato y de las posibilidades de una organización como la CVR.
Adicionalmente, el contexto sociopolítico del Perú posconflicto y pos-fujimorista
no albergaba muchos actores políticos y sociales con la capacidad o la voluntad de
abordar esos temas. Como señala Carmen Ilizarbe, el Estado y la sociedad peruana
no fueron capaces de enfrentar el problema de «la destrucción del sistema de convi-
vencia social» (2015, p. 232) provocado por el conflicto armado interno.
3 Conversación entre María Eugenia Ulfe y Gastón Garatea, 7 de mayo de 2013, Lima.
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Según Maxwell Cameron, uno de los principales impactos del conflicto armado
interno en la sociedad peruana fue haber creado la situación de emergencia que per-
mitió adoptar una serie de reformas económicas y políticas que generaron lo que él
llama un tipo de «gobernanza neoliberal» (2019, p. 104). De acuerdo con Cameron,
al igual que en otras sociedades, el proyecto neoliberal en el Perú buscaba constituir
un orden social que garantizara principalmente un conjunto de libertades econó-
micas (la propiedad privada y la libertad de empresa) sobre la base de un conjunto
de reglas de juego políticas que previnieran o limitaran «collectivist efforts at social
engineering and forms of rationality that transcend the individual’s pursuit of his or
her own ends [esfuerzos colectivos de ingeniería social y formas de racionalidad que
trasciendan la búsqueda del individuo de sus propios fines]» (2019, p. 95; la traduc-
ción es nuestra). En ese sentido, el proyecto político neoliberal tiende a desmovilizar
y fragmentar las demandas sociales colectivas y privilegiar soluciones individualistas
basadas en mecanismos de mercado. En el contexto peruano, ello se vio facilitado
por el hecho de que proyectos políticos que privilegiaban soluciones colectivas o con
fuerte protagonismo del Estado como actor del desarrollo social perdieron legitimi-
dad, primó el desprestigio ideológico y el miedo quedó instalado. El colectivismo
tiene una funcionalidad que se activa en momentos de crisis; como sucedió durante
la pandemia, por ejemplo. Pero en el caso peruano, el Estado fracasó en enfrentar la
crisis económica de la década de 1980. Ya Hinojosa (1999) mostró la forma en que
el accionar de Sendero Luminoso recogía propuestas que provenían de grupos de
izquierda —por ejemplo, tomar las armas no era un discurso nuevo—. El problema
fue que llevaron el discurso a la práctica. En este sentido, puede decirse que una de
las consecuencias del conflicto armado interno fue la forma cómo la izquierda o
el «hacer política», es decir la actividad misma del ejercicio de la política, pasaron
a ser mal vistas. Las razones para explicarlo pueden ser varias; sin duda, el insulto
de «terrorista» aplicado a quienes son percibidos como enemigos o contrincantes
políticos —que se conoce comúnmente como «terruqueo»— acentuó mucho este
alejamiento y hasta el desencanto de la política. Mantenerse al centro o de lado
ha sido una fórmula que puede describirse como autoprotección individual en un
espacio de posguerra como el peruano, que quedó altamente polarizado. En este
sentido, el camino de la izquierda ha sido difícil para constituirse en una alternativa
programática diferente en el Perú actual (Muñoz, 2019, p. 222); sobre todo, para
salir de los enmarcamientos y las memorias que trae consigo desde el periodo del
conflicto.
A nivel de políticas públicas, el tipo de gobernanza neoliberal privilegia progra-
mas de focalización del gasto en determinadas categorías sociales en vez de políticas
que buscan alcanzar la universalidad de derechos sociales (Cameron, 2019, p. 98).
Durante el Gobierno de Fujimori, en el que se implementaron las grandes reformas
neoliberales que aún marcan las reglas de juego de la economía y la política peruana
del siglo XXI, el proceso de «pacificación nacional» vino de la mano de programas
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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
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sociales populistas (Rousseau, 2012; Ulfe y Málaga Sabogal, 2021) enfocados en de-
terminadas categorías de personas y que buscaron promover la permanencia del en-
tonces presidente Alberto Fujimori en el poder. El protagonismo de una tecnocracia
que se concibe como «objetiva» y «profesional» en el diseño de las políticas públicas
y los programas sociales impulsados desde el Estado ha sido central en privilegiar
los principios de eficiencia, evidencia y eficacia en la gestión de programas sociales y
de lucha contra la pobreza, pero quitando de la ecuación una discusión que vincule
las políticas públicas y la acción del Estado con la ampliación y universalización de
derechos ciudadanos (Ulfe y Málaga Sabogal, 2021, cap. 3).
Las propuestas de reforma política y de reparaciones formuladas por la CVR de-
bían entonces enfrentar este contexto social y político, radicalmente diferente del
inicio del conflicto armado interno, donde los debates acerca de la construcción de
una nación más integrada, así como del protagonismo del Estado y la participación
de las organizaciones sociales, eran algunos de los componentes centrales. El PIR lle-
gó en un momento en el que el discurso de lucha contra la pobreza y la metodología
de la focalización dominaban el escenario de las políticas públicas. En ese sentido, la
discusión sobre derechos perdió su sentido reparador y ni qué decir sobre contribuir
en la construcción de un Estado de derecho.
Las propuestas de reformas institucionales planteadas por la CVR estuvieron bá-
sicamente dirigidas a fortalecer el Estado de derecho —en la acepción «liberal clási-
ca»—, así como una cultura política democrática. En ese sentido, estaban en sinto-
nía con debates de las ciencias sociales y las ciencias políticas latinoamericanas que
proponían que el desafío del siglo XXI era pasar de «democracias electorales» hacia
«democracias de ciudadanos»; es decir, trascender los procesos de «transiciones de-
mocráticas» de la década de 1980 y avanzar hacia los de la «consolidación democrá-
tica».4 El desafío específico del caso peruano es que ese fortalecimiento del Estado de
derecho y de la cultura política democrática debía contribuir a prevenir el uso de la
violencia como arma política, o garantizar que la acción de mantenimiento del orden
de los organismos de seguridad del Estado se desarrolle en el marco del respeto de los
derechos humanos y ciudadanos. Hay un salto epistemológico en estas propuestas
que no mira a la historia ni las dimensiones socioculturales que la historia enseña so-
bre cómo se dio esta violencia. No hubo una propuesta clara sobre cómo podía darse
esa transición sin pensar en cómo debía realizarse, cuáles debían ser las reformas ni
quiénes los actores para llevar a cabo los cambios que se requerían.
Con relación a las reparaciones, el PIR propuesto por la CVR comprendía diversos
componentes: las reparaciones económicas (individuales y colectivas), las simbólicas,
las que se entregan en educación, en salud (sobre todo, salud mental) y en vivienda.
En su elaboración al interior de la CVR se experimentó la tensión entre una con-
cepción más ambiciosa (algunos podrían calificarla de «idealista» o «utópica») que
apuntaba a «refundar y reconstruir vínculos sociales» incorporando un enfoque mul-
4 Véase, por ejemplo, Carrión et al., 2007; O’Donnell, 2004; y PNUD, 2004 y 2006.
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Legados de un pasado irresuelto
ticultural, y otro enfoque que podría calificarse como más «pragmático», en donde
las reparaciones debían concretarse en programas y acciones específicas, dirigidas a
beneficiarios claramente identificados como víctimas de la violencia (ya sea indivi-
duos o colectivos). Finalmente, primó este último enfoque.
Sin embargo, al momento de implementarlo, el PIR fue cediendo cada vez más a
lógicas burocráticas y tecnocráticas propias de las exigencias de una concepción de
la gestión pública fundamentada en los principios de la focalización y eficiencia, y se
fue alejando de un enfoque universalista que hubiese podido vincular el programa
de reparaciones con un proyecto de ampliación y consolidación de una ciudadanía
inclusiva, multicultural y sensible también a las desigualdades de género en nuestra
sociedad.
Una vez concluido el mandato de la CVR, cuando el Estado peruano empezó
a implementar el PIR, se crearon dos oficinas: en primer lugar, la Comisión Mul-
tisectorial de Alto Nivel, que era un organismo multisectorial que debía trabajar
con distintos ministerios para la entrega de las reparaciones; en segundo lugar, el
Consejo de Reparaciones, que se encargó del Registro Único de Víctimas (RUV). El
RUV resultó ser un organismo central, ya que es la instancia que valida la condición
de víctima del sujeto beneficiario del programa. Ello implicó generar definiciones y
procedimientos operativos para determinar los tipos de afectación y también las con-
diciones por las cuales una persona puede ser considerada «víctima» y, por lo tanto,
quiénes pueden ser sus beneficiarios. No todas las personas afectadas por el conflicto
armado interno pueden acceder a la condición de víctima. El programa construye
definiciones de víctima y perpetrador muy delimitadas, y que suelen ser mutuamente
excluyentes. Como estipula el artículo 4 del Reglamento del PIR:
Artículo 4. Exclusiones.
5 Ley 28592, Ley que crea el Plan Integral de Reparaciones - PIR: https://www.mimp.gob.pe/home-
mimp/direcciones/ddcp/normas/4_5_Ley_28592_Crea_el_PIR.pdf
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6 Véase la Sentencia del caso Espinoza Gonzáles vs. Perú (2014): http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/
articulos/seriec_289_esp.pdf.
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4. Reflexiones finales
A lo largo de este capítulo, hemos intentado contrastar las miradas que la CVR
tuvo de la sociedad peruana con debates y procesos que marcaron dos momentos
distintos en los que esta instancia tuvo que moverse: el Perú preconflicto y el Perú
posconflicto.
Por un lado, consideramos que los diagnósticos y las explicaciones que la CVR
elaboró acerca de los factores que propiciaron y explican el conflicto armado interno
son consistentes con las reflexiones que las ciencias sociales peruanas y latinoamerica-
nas tenían acerca de nuestra sociedad en la segunda mitad del siglo XX: una sociedad
caracterizada por un modelo de desarrollo que generaba tensiones estructurales entre
sectores y segmentos sociales que se acoplan y otros que se resisten o son dejados de
lado por los procesos de modernización social. Estas tensiones configuran un marco
para el accionar de grupos y organizaciones que emprenden un proyecto político
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Legados de un pasado irresuelto
violento de toma del poder, que encuentra a su vez una reacción represiva indiscrimi-
nada del Estado y de los Gobiernos de la época. También es posible darse cuenta de
aquello que no se vio: la manera cómo funciona la política en contextos particulares,
en contextos en los que la familia y el parentesco son parte fundamental en la forma
cómo se establecen los vínculos sociales, las historias locales de jerarquías y discrimi-
nación y sus consecuencias en estos espacios. Los «hondos y mortales desencuentros»,
que Degregori (1988) describía entre los anhelos y las vidas de jóvenes que crecieron
en contextos de descampesinización como era Ayacucho en la década de 1970. Eran
momentos también cuando se percibía que la cultura y la política correspondían
a ámbitos sociales diferentes. No se veían las imbricaciones ni complejidades que
existían entre estos espacios. La política se redujo a pensarse desde la dimensión ins-
titucional, cuando ya en la década de 1990 esta había perdido mucho de su propia
—valga la redundancia— institucionalidad (Degregori, 2016).
En segundo lugar, las propuestas que la CVR elabora para enfrentar los legados y
las secuelas del conflicto armado interno se enfrentaron a un contexto de gobernanza
neoliberal —que correspondía también al momento de la década de 1990 en el sur
latinoamericano—. El problema es la superposición entre un periodo de posconflic-
to que requería que se revisaran las bases institucionales del Estado y la comunidad
con el desarrollo neoliberal de la economía política. No hubo una pausa para que se
recuperaran las dimensiones sociales del conflicto. La CVR propone que la sociedad
peruana posconflicto sea una que supere las brechas estructurales de desigualdad y
discriminación, y que tenga una ciudadanía igualitaria y democrática; no obstante, se
encuentra con una sociedad y un sistema de actores políticos con escasas capacidades
para articular proyectos colectivos o que fortalezcan un rol del Estado que privilegie
el interés general o los principios universales por encima de intereses particulares y
lógicas de focalización en la ejecución de las políticas sociales.
Uno podría decir que el diagnóstico que hizo la CVR acerca de la sociedad perua-
na preconflicto era consistente con una dimensión más sociológica del conocimiento
especializado que existía sobre el tema. El Informe presenta una tensión entre estruc-
tura y agencia —se privilegió la mirada hacia las dimensiones explicativas en su sen-
tido casuístico—. En contraposición, también podría argumentarse que su propuesta
de tratamiento no estaba en sintonía con las lógicas, posibilidades y capacidades de
los actores e instituciones llamados a solucionar o reparar los legados y las secuelas
que el conflicto armado interno provocó en nuestro país.
Hace veinte años podía hablarse de verdad, justicia y reparación, entendiéndose
los sentidos de derecho, ciudadanía y recuperación de una dimensión comunitaria o
colectiva de lo social y el Estado. Veinte años y una pandemia después se mantienen
disputas en el uso y sentido de ciertos términos: para comenzar, se continúa discu-
tiendo sobre cómo llamar a este periodo de violencia; la verdad no es la misma que
se tiene cuando se habla de justicia, y la reparación perdió el sentido de recuperación
ciudadana. El crecimiento económico que trajeron consigo las medidas implementa-
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Leyendo al Perú desde el Informe Final de la CVR: enfoques y debates Sulmont
Ulfe
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Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de
la verdad en América Latina
https://doi.org/10.18800/9786124474477.003
Jemima García-Godos*
https://orcid.org/0000-0002-6287-3400?lang=en
University of Oslo
Resumen
La Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú (CVR) inaugura junto con la
de Uruguay y Panamá las comisiones de la verdad del siglo XXI en América Latina.
Con la entrega de su Informe Final en agosto de 2003, la CVR se convierte rápi-
damente en un estándar internacional, un modelo a seguir en materia de análisis,
metodologías y producción de información para el esclarecimiento de la verdad. El
objetivo de este capítulo es explorar cómo la CVR marca un hito en los estándares y
las prácticas en la búsqueda de la verdad en la región, para lo cual se enfocan cuatro
aspectos indicativos de nuevas tendencias y prácticas en el trabajo de las comisiones:
estrategias de participación y socialización, metodologías aplicadas, enfoques trans-
versales priorizados y la reparación a las víctimas. Poniendo a la CVR en el contexto
regional, se identifican sus aportes en dichos aspectos y cómo estos han sido desarro-
llados por comisiones posteriores.
*
Agradezco los valiosos comentarios de Félix Reátegui y de los revisores anónimos a versiones prelimi-
nares de este texto.
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Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos
Introducción
América Latina es considerada un laboratorio de prácticas y experiencias múltiples
de justicia transicional (Skaar, García-Godos y Collins, 2016). Desde inicios de la
transición democrática que vivió la región en los años ochenta y noventa, luego de
periodos dictatoriales, autoritarios y de conflicto armado que dejaron cientos de miles
de víctimas, la búsqueda de la verdad y el esclarecimiento de los hechos ocurridos ha
sido una de las principales demandas en las sociedades latinoamericanas (O’Donnell
et al., 1986; Grandin, 2005). En contextos de transición, el esclarecimiento de
responsabilidades penales tiende a ceder ante temores de inestabilidad política y
retrocesos democráticos, el conocido dilema entre la justicia y la paz (Sriram, 2004). En
América Latina, las comisiones de la verdad emergen como una alternativa a procesos
judiciales necesarios pero incómodos, y poco factibles en sociedades donde los grupos
de poder de regímenes anteriores tendían a imponer salvaguardas a futuros procesos
(Roth-Arriaza, 2006, p. 3). Las comisiones de la verdad ofrecían así una posibilidad de
reconocimiento de los hechos ocurridos y de explicación a las víctimas y a la sociedad
en general. En el transcurso de cuarenta años, desde las primeras comisiones de la
verdad en América Latina a inicios de los ochenta hasta el presente, 14 países de la
región han establecido 18 comisiones de la verdad (véase la Tabla 1). Esto ha hecho
posible el aprendizaje e intercambio de experiencias entre comisiones de diferentes
países, especialmente entre las comisiones más recientes.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú (CVR) inaugura junto con las
de Uruguay y Panamá las comisiones de la verdad del siglo XXI en la región. Con la
entrega de su Informe Final en agosto de 2003, la CVR se convierte rápidamente en
un estándar internacional en la justicia transicional, un modelo a seguir en materia
de análisis, metodologías y producción de información para el esclarecimiento de la
verdad (González Cueva, 2006; Hayner, 2011). El trabajo de la CVR ha inspirado
y servido de base para el continuo desarrollo de este campo en otros países, a través
de redes de expertos e intercambio de experiencias, y por el contenido mismo del
Informe Final. En este capítulo proponemos explorar cómo la CVR marca un hito en
los estándares y las prácticas en la búsqueda de la verdad en América Latina, para lo
cual nos enfocamos en cuatro aspectos indicativos de nuevas tendencias y prácticas
en el trabajo de las comisiones. La discusión abordará, específicamente, las estrategias
de participación y socialización empleadas por la CVR, las metodologías aplicadas,
los enfoques transversales priorizados y la reparación a las víctimas. Un elemento
que hay que tener en cuenta es el uso de tecnologías de la información, tanto para el
procesamiento de datos como para producir material audiovisual, así como formas
alternativas de socialización de información hacia diferentes sectores de la sociedad, a
través de internet, que ya hacia 2003 era de uso global como fuente de información
y difusión. Los cuatro aspectos se han seleccionado, principalmente, en función a su
rol operativo en el trabajo de las comisiones, un elemento importante en términos de
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Legados de un pasado irresuelto
1 Se invita al lector a revisar otros capítulos del presente volumen para un tratamiento más exhaustivo
de dichos temas, así como de otros aspectos importantes del trabajo de la CVR.
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Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos
de manera formal, ya existía desde 1980. En cierto modo, el mandato de la CVR que
define el periodo que vamos a investigar (1980-2000) define también la transición
peruana. A diferencia de otros países de la región, el punto de referencia no es el pe-
riodo de dictadura militar que culmina en 1980 y que daría paso a lo que el resto del
mundo llamaría «la tercera ola de democratización» (Huntington, 1991). El periodo
por investigar abarca en cambio Gobiernos formalmente democráticos, pero con
prácticas de represión violentas y de marcadas tendencias autoritarias, especialmente
en los noventa. La distancia en el tiempo y la magnitud de las violaciones de los dere-
chos humanos cometidas en el Perú en el periodo 1980-2000 explican, posiblemen-
te, la exclusión de las dictaduras militares de 1968-1980 del mandato de la CVR.
Veamos ahora algunos aspectos importantes de varias comisiones de la verdad
previas a la CVR, con el ánimo de ubicar a esta en relación con las prácticas exis-
tentes hasta el inicio de su mandato. Comenzaremos por la Comisión Nacional de
Desaparición de Personas (CONADEP) de Argentina, cuyo objetivo principal fue
esclarecer el delito de desaparición de personas (Crenzel, 2008). La comisión recogió
7000 testimonios, y logró documentar la desaparición de 8960 personas durante la
dictadura militar argentina (Hayner, 2011, p. 46). Los testimonios se recogieron
tanto al interior del país como en el exterior entre la población exiliada. Los testi-
monios permitieron identificar 365 centros de tortura. La transferencia del acervo
documental de la comisión a la Fiscalía permitió el inicio de procesos judiciales que
fueron incrementándose a través de los años, especialmente después de la anulación
total de leyes de amnistía en 2003.
En Chile, la Comisión Rettig también puso énfasis en la desaparición de personas,
las ejecuciones extrajudiciales y los actos de tortura con consecuencia de muerte; se
excluyó la tortura que no condujera a la muerte (Barahona de Brito, 2001). De 3400
casos recogidos, 2920 se reconocieron como válidos dentro del mandato de la comi-
sión. Respecto a la composición de la comisión, cuatro de sus ocho miembros habían
sido funcionarios y oficiales durante el régimen de Pinochet. Al presentar el informe
final, el apoyo de los comisionados al informe fue unánime, lo cual fortaleció su
legitimidad (Hayner, 2011, p. 48).
Mientras que las comisiones en Argentina y Chile fueron de carácter nacional y es-
tuvieron compuestas por miembros de ese mismo país, las comisiones de El Salvador
y Guatemala recibieron no solo el auspicio de las Naciones Unidas, sino que fueron
dirigidas por expertos internacionales nombrados específicamente para esta tarea. En
el caso de El Salvador, incluso el personal administrativo y técnico provenía del exte-
rior por razones de seguridad (Hayner, 2011, p. 50). En su informe final, la comisión
salvadoreña optó por identificar con nombres a más de 40 personas involucradas en
violaciones de los derechos humanos, incluyendo miembros de las Fuerzas Armadas,
del Poder Judicial y grupos opositores armados. Esto no solo provocó el rechazo de
varios sectores de la sociedad salvadoreña, especialmente de grupos de poder, sino
también la aprobación inmediata de una ley de amnistía en el Congreso nacional,
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4 Para una explicación puntual a preguntas frecuentemente formuladas sobre las estadísticas del Informe
Final, véase Manrique y Sulmont (2006-2007).
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Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos
Retomando el estimado del total de víctimas fatales presentado por la CVR, ve-
mos que esta estimación se basa en la aplicación de un método estadístico conocido
como «Estimación de Múltiples Sistemas (EMS)», el cual analiza la superposición
de ciertos tipos de eventos reportados por diferentes fuentes. El método EMS no se
diseñó exclusivamente para la CVR; ya anteriormente el equipo de la American As-
sociation for the Advancement of Science (AAAS) había aplicado este método en un
estudio para la Comisión de Memoria Histórica de Guatemala (CEH, 1999, p. 68)
y otro sobre el caso de Kosovo para el Tribunal Penal Internacional para la antigua
Yugoslavia (Ball et al., 2002). En el caso de la CVR, este método se usó a partir de la
base de datos de la propia comisión, la base de datos sobre desapariciones forzadas de
la Defensoría del Pueblo y la base de datos de denuncias de violaciones de derechos
humanos registradas por cuatro organismos no gubernamentales (Coordinadora Na-
cional de DDHH, Centro de Desarrollo Agrario, Comisión de Derechos Humanos
y Comité Internacional de la Cruz Roja). El método EMS está detalladamente ex-
plicado en el Anexo 2 del Informe Final, el cual consta del Informe del Grupo de
Análisis de Datos sobre Derechos Humanos de la AAAS para la CVR, elaborado por
los especialistas Patrick Ball, Jana Asher, David Sulmont y Daniel Manrique (CVR,
2003c, t. IX, anexo 2). Para el análisis se identificaron 58 estratos geográficos (uni-
dades territoriales) que permitieron determinar la dimensión del conflicto en áreas
específicas y contrastar la data con la información censal registrada en 1981 y 1993.
Este análisis estadístico permitió no solo establecer la estimación del total de víctimas
fatales del conflicto armado, sino también las proporciones relativas de los distintos
actores del conflicto: 46 % de las víctimas fatales fueron atribuidas a Sendero Lumi-
noso; 30 % a agentes del Estado; y 24 % a otros agentes o circunstancias (incluye al
MRTA, las rondas campesinas, los comités de autodefensa, los grupos paramilitares,
los no identificados, las víctimas en situación de enfrentamiento o combate armado).
Aunque las bases de datos y estadísticas eran ya usadas por comisiones de la verdad
latinoamericanas anteriores a la CVR, el nivel de sofisticación y la rigurosidad del
análisis estadístico desarrollado y presentado por la CVR abren paso a una nueva era
en términos de trabajo metodológico en la región. Sin embargo, es válido indagar
en la justificación de las opciones tomadas. Por un lado, el volumen mismo de la
información recogida a través de testimonios hubiera sido difícil de procesar sin he-
rramientas tecnológicas e informáticas, así como de los recursos humanos necesarios
que hicieron posible su sistematización. Teniendo la data ya registrada, el análisis
estadístico la usa y permite identificar patrones y perfiles de violencia y victimiza-
ción de manera diferenciada en distintos aspectos y niveles. El análisis estadístico
permitió verificar patrones de violencia compatibles con resultados provenientes del
análisis cualitativo. Desde un punto netamente metodológico, vemos entonces cómo
métodos cuantitativos ofrecen apoyo y sustento al análisis cualitativo, y que su com-
plementariedad es necesaria y productiva en el trabajo de comisiones de la verdad.
Es más, se podría afirmar que la verdad de los números era necesaria para dejar asen-
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Legados de un pasado irresuelto
tada, demostrada, con cifras en mano, la dimensión de la violencia que vivió el país
durante el conflicto armado interno. El análisis estadístico permitió demostrar que la
violencia no se produjo como sucesos aislados o excesos de actores individuales, sino
de manera sistemática y siguiendo patrones determinados. De esta manera, el análisis
estadístico y el estimado total de víctimas fatales solventan el análisis histórico, la
verdad histórica presentada por la CVR en su Informe Final. Hoy en día, la cifra de
69 000 víctimas fatales es reconocida por amplios sectores de la sociedad peruana e
internacional como la cifra oficial que refleja la dimensión del conflicto.
5 Véanse Línea de Género, Etapas anteriores, Áreas de trabajo en el sitio web del Informe Final de la
CVR.
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6 Audiencia Pública Temática «Violencia política y crímenes contra la mujer», martes 10 de septiembre
de 2002.
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tes entidades que poco a poco se fueron estableciendo en el Perú luego de la entrega
del Informe Final.
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mas en Colombia, tanto a nivel del Centro Nacional del Reparación y Reconciliación
(CNRR, 2005-2011) como de la Unidad de Víctimas posteriormente.8
Las estrategias de participación y socialización empleadas por la CVR —audien-
cias públicas, diálogos y encuentros— abrieron paso a prácticas mucho más partici-
pativas y de mayor alcance con el transcurso de los años. La experiencia colombiana
es especialmente notable en este aspecto. Ya desde el CNRR, que se crea en el marco
de la Ley de Justicia y Paz del 2005 (García-Godos y Lid, 2010), pasando por la Ley
de Víctimas y Restitución de Tierras del 2011, hasta el Acuerdo de Paz del 2016 y el
Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y
la No repetición (CEV) entregado en junio de 2022, la institucionalidad colombiana
en justicia transicional puso énfasis en la inclusión y participación de las víctimas en
todo tipo de procesos, así como en la socialización de la labor en curso. Respecto a la
participación, cabe resaltar la presencia e inclusión de grupos de víctimas en el apa-
rato institucional que se va desarrollando poco a poco en Colombia (García-Godos,
2013). Encontramos así mesas de víctimas, desde el nivel local a nacional, y represen-
tantes de víctimas en diferentes niveles del aparato institucional de atención a vícti-
mas. A nivel de socialización, un uso a la vez intensivo y extensivo de tecnologías in-
formáticas y de comunicación hace que la agenda de los derechos de las víctimas sea
de fácil acceso y que llegue por diferentes medios a diversos sectores de la población.
Videos, programas de radio, material informativo, folletos, informes, documentos y
noticias en diversos formatos y plataformas acompañan la organización de eventos
a nivel local, regional y nacional. Igualmente, la presentación del Informe Final de
la CEV mediante instrumentos audiovisuales nos habla de un nuevo tiempo global
en términos tecnológicos en la justicia transicional, en donde la variedad de formas
de presentar y socializar la información es tan innumerable como multifacética. Esto
incluye también bases de datos estadísticos y georreferenciados similares a la base de
datos de la CVR y su anexo estadístico, pero a un nivel de sofisticación aún mayor.
Al igual que con la CVR, este acervo documental y estadístico es una valiosa fuente
de información, estudio e investigación para la sociedad colombiana y para todos
aquellos interesados en entender el conflicto colombiano.
Respecto a enfoques transversales, la experiencia demuestra la permanencia y con-
solidación de la perspectiva de género, tanto de manera enunciativa como en la prác-
tica. Las comisiones posteriores a la CVR afirman explícitamente la incorporación de
una perspectiva de género a la par de la CVR; es decir, no solo enfocando el crimen de
violación sexual contra la mujer, sino más bien resaltando el impacto diferenciado
de la violencia. Son justamente los enfoques transversales explícitamente optados y
desarrollados por la CVR en función de la centralidad de las víctimas los que nos
llevan a preguntar si acaso la dimensión intercultural o étnica debió haberse asumido
con igual fuerza. El capítulo dedicado al impacto diferenciado de la violencia en el
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Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos
Respecto a los cuatro aspectos abordados en este capítulo, vemos cómo la partici-
pación y la inclusión asumen un papel fundamental en la justicia transicional en las
últimas décadas. Se puede hablar hasta de una suerte de expectativa participativa tan-
to de organismos institucionales como de la sociedad civil y de grupos de víctimas.
El imperativo de la participación, como la denominan Evrard, Mejía Bonifazi y Des-
trooper (2021), emerge como un común denominador en una serie de prácticas
de la justicia transicional cuyas premisas no son necesariamente ni participativas ni
incluyentes. Ya a partir de la experiencia colombiana, De Waardt y Weber (2019)
mostraron las limitaciones que mecanismos institucionalizados de participación en-
frentan aún con las mejores de las intenciones, al no tomar en cuenta espacios y for-
mas de participación ya existentes y funcionales a nivel local. Más allá de cuestionar
el imperativo de la participación, Firchow y Selim (2022) sugieren la necesidad de
priorizar prácticas significativas para los participantes, y no simplemente «más parti-
cipación». Desde la perspectiva de hoy, el carácter participativo y de inclusión de la
CVR es más notable en su énfasis en la centralidad de las víctimas que en prácticas
específicas de participación o inclusión más allá de las audiencias, asambleas y recojo
de testimonios. Vemos cómo, con el transcurso del tiempo, el énfasis en las víctimas
se ha desarrollado en dirección a nuevas prácticas participativas y de inclusión de los
actores en la definición y el desarrollo de procesos tan variados como la escucha y
la socialización, la selección de opciones metodológicas y de enfoques transversales,
así como en las medidas de reparación. La experiencia acumulada demuestra que los
cuatro aspectos abordados en este capítulo están estrechamente vinculados entre sí, y
que se desarrollan de manera conjunta y complementaria alrededor de la centralidad
de las víctimas.
4. Consideraciones finales
En este capítulo hemos resaltado algunos aspectos de la labor de la CVR para
entender de qué manera se diferencia de otras comisiones de la verdad en América, y
cómo esta abre paso a nuevas prácticas y aproximaciones en la región. Optando por
un enfoque en cuatro aspectos indicativos de su labor —estrategias de participación
y socialización, metodologías aplicadas, enfoques transversales prioritarios y la repa-
ración a las víctimas— argumentamos que la CVR marca un hito en los estándares
y las prácticas en la búsqueda de la verdad en América Latina. Hemos visto también
cómo experiencias más recientes, especialmente la colombiana, nos ayudan a poner a
la CVR en perspectiva regional. La experiencia acumulada a nivel regional contribu-
ye al desarrollo de la justicia transicional a nivel internacional, identificando nuevos
retos y limitaciones, pero también desarrollando nuevas herramientas y propuestas.
La contribución de este capítulo es justamente identificar el rol de la CVR en el desa-
rrollo de la justicia transicional en América Latina y, por ende, a nivel internacional.
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Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos
Tabla 1
Comisiones de la verdad oficiales en América Latina (en orden cronológico)
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Abriendo paso: la CVR a la luz de las comisiones de la verdad en América Latina García-Godos
115
II. Impactos de la verdad:
cambios e inercias
jurídicas, sociales e
institucionales
El carácter no vinculante de las recomendaciones
de la CVR y su fundamento en el derecho
https://doi.org/10.18800/9786124474477.004
Elizabeth Salmón*
https://orcid.org/0000-0003-4034-8418
Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la
Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP)
Resumen
*
Con mi agradecimiento a Estephany León por su invalorable apoyo en la elaboración de este trabajo.
117
Legados de un pasado irresuelto
Introducción
La creación de una comisión de la verdad no se basa en la existencia de una obli-
gación internacional que así lo exija. Por lo general, son consideraciones de orden
político o estratégico las que priman en la decisión de darle vida o no. Sin embargo,
es evidente que una comisión de la verdad es potencialmente útil para satisfacer el
cumplimiento de obligaciones estatales en materia de derechos humanos y, en esa
medida, encuentra un fundamento mediato o indirecto en normas internacionales
de obligatorio cumplimiento.
Este vínculo entre el establecimiento y funcionamiento de una comisión de la
verdad y las normas del derecho internacional muestra su mayor complejidad cuando
se trata de analizar el efecto de sus recomendaciones finales y, más concretamente,
cuando estas se basan en estándares internacionales de carácter vinculante. ¿Puede
decirse que esta superposición sustantiva o de contenido genera per se una obligación
de cumplimiento por parte de quienes están llamados a implementarlas? ¿Resulta
irrelevante que en el plano del derecho nacional no se haya previsto tal carácter obli-
gatorio para estas recomendaciones? ¿Cuál es el efecto de esta recurrencia al acervo
normativo internacional?
En este texto se tratará la relación entre las recomendaciones de las comisiones de
la verdad y el derecho internacional examinando tres aspectos importantes de la cues-
tión. En primer lugar, se examinará en qué medida el establecimiento de una comisión
de la verdad se apoya en obligaciones internacionales de los Estados o, por lo menos,
se corresponde con ellas. La segunda sección se concentra en las recomendaciones de
la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) para identificar cuáles de ellas, y de
qué manera, tienen como fundamento explícito o implícito normas del derecho inter-
nacional. En la última parte del texto, finalmente, se discutirá el papel que ha tenido
ese fundamento en el derecho internacional en el cumplimiento, o no cumplimiento,
de algunas de las recomendaciones.
En la discusión que aquí se plantea subyace una suerte de paradoja. Esta consiste
en que, si bien las recomendaciones de una comisión de la verdad no tienen por lo
general un carácter vinculante según la norma jurídica interna que les da origen,
esa comisión y sus recomendaciones se corresponden con obligaciones de derecho
internacional que sí son vinculantes. Así, en sentido estricto, si el argumento estatal
de que el cumplimiento de las recomendaciones es optativo puede apoyarse en los
términos del mandato, es cuestionable desde el derecho internacional.
118
El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica
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Legados de un pasado irresuelto
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El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica
combate a la impunidad, lo cual los diferencia del solo «derecho a saber» consagrado
en el DIH, al mismo tiempo acentúan la validez autónoma del derecho a la verdad,
es decir, su independencia de la actividad jurisdiccional con pretensiones punitivas.
Esto, desde luego, no se hace con el espíritu de plantear el derecho a la verdad como
un bien alternativo a la justicia penal, sino con la lógica de prevenir que el bloqueo a
la justicia penal se traduzca en un bloqueo a la verdad.
El único tratado internacional que prevé expresamente el derecho a la verdad es la
Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desa-
pariciones Forzadas (2006), cuyo artículo 24.2 establece que «Cada víctima tiene el
derecho de conocer la verdad sobre las circunstancias de la desaparición forzada, la
evolución y los resultados de la investigación y la suerte de la persona desaparecida».
Por su parte, la jurisprudencia de la Corte IDH ha ido consolidando un dere-
cho a la verdad de naturaleza robusta que encuentra fundamento en, al menos, tres
derechos consagrados en la CADH (acceso a la justicia y debido proceso, acceso a
la información e integridad personal) y una configuración autónoma de la verdad
que no se restringe a los supuestos de desaparición forzada, sino que incluye diver-
sos supuestos como tortura y ejecuciones extrajudiciales, entre otros. Asimismo, ha
planteado su doble carácter, individual y colectivo, y su comprensión no solo como
derecho, sino también como una forma de reparación. Finalmente, la jurisprudencia
ha sostenido con claridad que la verdad histórica que puede surgir del trabajo de una
comisión de la verdad no sustituye ni exime al Estado de cumplir con su obligación
de investigar, enjuiciar y sancionar los hechos violatorios y encontrar una verdad
judicial frente a los hechos concretos de violación de derechos humanos.
También en cuanto a su naturaleza jurídica, la Corte IDH en un inicio reconoció
el derecho a la verdad solo en su faceta individual, es decir, perteneciente de forma
exclusiva a las víctimas y sus familiares; por ejemplo, en la Sentencia del caso Barrios
Altos vs. Perú, (2001, párr. 48). Posteriormente, hubo avances en el reconocimiento
de la dimensión colectiva. Así, en la Sentencia del caso La Cantuta vs. Perú (2006c),
se señaló que los resultados de las investigaciones servirán para que la sociedad pe-
ruana conozca la verdad de los hechos, y se establece expresamente la dimensión
colectiva del derecho a la verdad. Asimismo, en la Sentencia del caso Gomes Lund y
otros vs. Brasil, la Corte IDH señaló que «los familiares de las víctimas, y la sociedad,
deben ser informados de todo lo sucedido con relación a dichas violaciones» (2010b,
párr. 200; las cursivas son nuestras). Esta doble caracterización implica niveles de
cumplimiento diferenciado. De esta forma, en la Sentencia del caso Gelman vs.
Uruguay, la Corte IDH consideró que, para satisfacer la dimensión individual del
derecho a la verdad, se debían esclarecer los hechos y determinar a los responsables;
mientras que, en la dimensión colectiva, se requiere la determinación procesal de
la más completa verdad histórica posible (incluida la determinación de patrones de
actuación conjunta y de todas las personas que participaron en dichas violaciones y
sus respectivas responsabilidades) (2011, párr. 292).
121
Legados de un pasado irresuelto
En cualquier caso, en la Sentencia del caso Anzualdo Castro vs. Perú, la Corte
IDH señaló que, en cumplimiento de sus obligaciones de garantizar el derecho a la
verdad, los Estados podían establecer comisiones de la verdad en el entendimiento
de que estas contribuyen a la construcción y preservación de la memoria histórica,
el esclarecimiento de hechos y la determinación de responsabilidades instituciona-
les, sociales y políticas en determinados periodos históricos (2009a, párr. 119). Sin
embargo, la Corte IDH ha precisado que la verdad histórica establecida en esas co-
misiones no completa o sustituye la obligación del Estado de establecer la verdad a
través de procesos judiciales (Sentencia del caso Almonacid Arellano y otros vs. Chi-
le, 2006b, párr. 150). Aun así, ha considerado que son «determinaciones de verdad
que son complementarias entre sí, pues tienen todas un sentido y alcance propios,
así como potencialidades y límites particulares, que dependen del contexto en el que
surgen y de los casos y circunstancias concretas que analice» (Corte IDH, Sentencia
del caso Zambrano Vélez y otros vs. Ecuador, 2007, párr. 128).
Finalmente, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos (ACNUDH) señaló que, además de conocer la suerte y el pa-
radero de las personas desaparecidas, el derecho a la verdad incluye elementos como
el derecho a solicitar y a obtener información sobre lo siguiente: las causas que dan
lugar al trato injusto que recibe la víctima; las causas y condiciones relativas a las vio-
laciones manifiestas de las normas internacionales de derechos humanos y las infrac-
ciones graves del derecho internacional humanitario; los progresos y resultados de la
investigación; las circunstancias y los motivos por los que se perpetraron los hechos
delictivos en el derecho internacional y las violaciones manifiestas de los derechos
humanos; las circunstancias en que se produjeron las violaciones; en caso de falleci-
miento, desaparición o desaparición forzada, la suerte y el paradero de las víctimas; y
la identidad de los autores (2006b, párr. 38). En otras palabras, el derecho a la verdad
significa «tener un conocimiento pleno y completo de los actos que se produjeron,
las personas que participaron en ellos y las circunstancias específicas, en particular
de las violaciones perpetradas y su motivación» (ACNUDH, 2006b, párr. 59). En
casos de desaparición forzada, implica una faceta especial: «conocimiento de la suerte
y paradero de las víctimas» (ACNUDH, 2006b, párr. 59). Por su parte, el Relator
Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de
no repetición ha realizado contribuciones sustanciales a este tema.3
Queda claro, por lo tanto, que de la jurisprudencia de la Corte IDH, así como
de los pronunciamientos de otras instancias internacionales, resulta una obligación
estatal de garantizar el derecho a la verdad. Al mismo tiempo, este derecho no es
3 Véase en particular su informe sobre un estudio mundial acerca de la justicia de transición (2017), que
describe los avances más importantes que se han producido en el ámbito de la justicia de transición,
evalúa las dificultades que plantea actualmente su aplicación y formula recomendaciones para hacerles
frente.
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Explorando una «paradoja» jurídica
indeterminado, sino que tiene un contenido concreto que ha sido precisado paula-
tinamente.
4 Cabe resaltar que, de las 62 resoluciones que citan expresamente informes finales de comisiones de la
verdad, el 59,6 % de casos involucran a Guatemala y Perú (30,6 % y 29 %, respectivamente).
123
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Explorando una «paradoja» jurídica
con medidas discrecionales de perdón, como son las amnistías, los indultos y otras
gracias presidenciales.
Cabe precisar que la reparación es el conjunto de consecuencias jurídicas que el
derecho internacional público (DIP) asocia a la aparición de un hecho internacional-
mente ilícito. Es decir, frente a la vulneración de una norma de derecho internacional
(elemento objetivo) atribuible al Estado (elemento subjetivo) que causa un daño, se
activa para el Estado infractor la obligación de reparar. El Proyecto de Artículos sobre
Responsabilidad de Estado por hechos internacionalmente ilícitos (2001) establece
en su artículo 31 lo siguiente: a) que «el Estado está obligado a reparar íntegramente
el perjuicio causado por el hecho internacionalmente ilícito», y b) que el perjuicio
comprende al daño material y moral.
Aunque este instrumento se centra en relaciones interestatales, no se excluye la
posibilidad de aplicarlo mutatis mutandi a una situación concreta en que la víctima
del hecho ilícito no es otro Estado, sino un individuo.6
En cuanto a las formas que puede revestir esa reparación, el Proyecto sobre Res-
ponsabilidad establece la restitución (restablecimiento de la situación que existía an-
tes de la comisión del hecho ilícito, siempre que no sea materialmente imposible
o entrañe una carga desproporcionada), la indemnización y la satisfacción (reco-
nocimiento de la violación, disculpa formal o una expresión de pesar, entre otras).
Asimismo, procederán las garantías de no repetición si es que esa posibilidad existe.
En el marco específico de los derechos humanos, existe un claro consenso en la
obligación estatal de reparar toda consecuencia del hecho violatorio de derechos hu-
manos. Concretamente en el SIDH, la propia CADH establece en su artículo 63.1
la obligación de reparar. También en el marco del derecho penal internacional (DPI),
y específicamente en el artículo 75 del Estatuto de Roma, se establece esta obliga-
ción y se llega a configurar un derecho subjetivo de recibir reparación (Salmón y
Pérez-León-Acevedo, 2022).
Los titulares de este derecho son las víctimas directas, pero también pueden serlo
los familiares de las víctimas que sufren violaciones asociadas a los mismos hechos
(por ejemplo, sufrimiento inherente por la desaparición forzada de un familiar).7
La Corte IDH presenta una jurisprudencia creativa e innovadora cuyas mayores
contribuciones son, precisamente, las referidas a las medidas reparatorias. Estas pre-
6 En ese sentido, el artículo 33, inciso 2 del mencionado proyecto establece que «2. La presente parte
se entiende sin perjuicio de cualquier derecho que la responsabilidad internacional del Estado pueda
generar directamente en beneficio de una persona o de una entidad distinta de un Estado».
7 La Corte IDH ha entendido a «los familiares» de forma amplia y flexible, adecuando el concepto,
por ejemplo, a la cultura de las víctimas. En el caso Olivares Muñoz y otros vs. Venezuela (2020, párr.
140), la Corte IDH ha considerado que, en casos de graves violaciones de derechos humanos, como las
desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, violencia sexual y tortura, es aplicable una presun-
ción iuris tantum respecto de la violación al derecho a la integridad personal de madres y padres, hijas e
hijos, esposos y esposas, y compañeros y compañeras permanentes, así como de hermanos y hermanas
de las víctimas.
127
Legados de un pasado irresuelto
En cualquier caso, para la Corte IDH, los principios relativos a las reparaciones
responden a la idea de que la reparación ha de ser proporcional a la gravedad de las
violaciones y al daño sufrido. En ese sentido, se postula que los Estados procuren
programas nacionales de reparación y asistencia a las víctimas, la adecuada ejecución
8 Esta noción también ha sido desarrollada en Uprimny y Saffon (2009).
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Explorando una «paradoja» jurídica
de las reparaciones dictadas por la Corte IDH y que, en suma, se busque una repa-
ración plena y efectiva.
c) Recomendaciones que responden a derechos humanos generales como educación, recono-
cimiento de pueblos indígenas, y otros
La CVR reservó parte de sus recomendaciones a la afirmación y al desarrollo de
derechos que debían moldear un Estado de derecho más inclusivo y democrático.
En ese sentido, destaca el llamamiento al «reconocimiento e integración de los
derechos de los pueblos indígenas y sus comunidades en el marco jurídico nacio-
nal». Este es un tema de la mayor relevancia que el Informe Final destaca adecuada-
mente. La afirmación de sus derechos no solo responde a demandas históricas, sino
sobre todo a que constituyeron uno de los sectores más duramente golpeados por la
violencia y el abandono (CVR, 2003, pp. 241-277). Asimismo, y vinculada a esta
recomendación, se afirma la necesidad de una política de Estado que promueva la
interculturalidad, lo que supone una verdadera reconfiguración de derechos como
la educación y la salud; por ejemplo, el desarrollo de una educación bilingüe y la
oficialización de las lenguas indígenas, la adopción de un enfoque intercultural en
la atención de salud y el reconocimiento de mecanismos tradicionales de justicia
alternativa, entre otras medidas. Las recomendaciones que aquí señalamos se derivan
puntualmente del Convenio 169 de la OIT, en particular de los artículos 9, 10, 12,
21, 25, 26, 28, 30 de este instrumento, en vigor para el Perú desde el 2 de febrero
de 1995.
Por otra parte, aunque de manera menos explícita, las medidas de reforma ins-
titucional también propenden a la configuración de un derecho al debido proceso
robusto y a la afirmación de la no discriminación como base de la convivencia social.
Sobre estos dos temas no solo existe una jurisprudencia copiosa en el SIDH, sino que
también se basan en normas generales e incluso imperativas del derecho internacio-
nal (Salmón y Blanco, 2021; Corte IDH, 2003).
129
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– Acceso a la salud [de los] que padecen algún problema físico y priorita-
riamente los/as discapacitados/as permanentes, parcial o totalmente, cuya
discapacidad es producto de violaciones sexuales, torturas, heridas o lesio-
nes tipificadas por la CVR y ocurridas durante el periodo del conflicto.
132
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9 Véase el artículo 6 del Decreto Legislativo 1136 (2012, 10 de diciembre), el jefe del Comando Con-
junto de las Fuerzas Armadas es «un Oficial General o Almirante de las Fuerzas Armadas, designado por
el Presidente de la República, entre los cinco (05) Oficiales Generales o Almirantes más antiguos del
Escalafón Conjunto de las Fuerzas Armadas» y «depende del Ministro de Defensa».
10
Véase el artículo 4 del Decreto Legislativo 1129 (2012, 7 de diciembre), el Sistema de Defensa Nacio-
nal es dirigido por el presidente de la República, acorde al artículo 164 de la Constitución.
11
Véase el Decreto Legislativo 1134, que aprueba la Ley de Organización y Funciones del Ministerio
de Defensa.
12
De acuerdo al artículo 3 del Decreto Legislativo 1129 (2012, 7 de diciembre), «El Sistema de Defensa
Nacional es el conjunto interrelacionado de principios, normas, procedimientos, técnicas, instrumentos
y elementos del Estado, cuya finalidad es garantizar la Seguridad Nacional mediante la concepción,
planeamiento, dirección, preparación, ejecución y supervisión de acciones en todos los campos de la
Defensa Nacional».
135
Legados de un pasado irresuelto
13
Posición reiterada consistentemente en las sentencias de los casos 19 Comerciantes vs. Colombia
(Corte IDH, 2004, párr. 263), y Gutiérrez Soler vs. Colombia (Corte IDH, 2005, párr. 97).
136
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14
De manera anterior, el Gobierno de Alan García intentó establecer una amnistía en 2010 para el
personal militar que presuntamente había cometido violaciones de los derechos humanos durante el
conflicto armado interno y que, finalmente, fue derogada. Véase https://www.amnesty.org/es/latest/
news/2010/09/peru-deroga-ley-niega-justicia-victimas-crimenes-pasado/.
137
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Explorando una «paradoja» jurídica
lado, cabe resaltar que el Ministerio de Defensa, a través del Centro de Altos Estudios
Nacionales (CAEN), viene ofreciendo la Maestría en Derechos Humanos, Derecho
Internacional Humanitario y Resolución de conflictos, la cual está dirigida al perso-
nal de las Fuerzas Armadas, de la Policía Nacional del Perú y a profesionales civiles.17
De esta forma, tenemos que hay acciones concertadas para garantizar la educación
en materia de derechos humanos y DIH a las Fuerzas Armadas. El nivel efectivo de
integración de estos principios en la práctica cotidiana o la prioridad que se asigna
a estos temas merecerían un análisis extenso que no es posible realizar en este texto.
4. «En el Ministerio Público es indispensable crear una especialidad en la investigación
de los problemas de derechos humanos» (CVR, 2003, t. IX, p. 130, C.9).
Esta medida implica una reforma institucional profunda en una institución fun-
damental para garantizar el acceso a la justicia de la población en general y de las
víctimas de violaciones de derechos humanos en particular. Del conjunto de acciones
adoptadas para dar cumplimiento a esta recomendación, se verifica que solo algunas
mencionan de manera expresa el Informe Final de la CVR y sus recomendaciones.
En este sentido, la creación del subsistema del Ministerio Público para conocer vio-
laciones de derechos humanos fue vista como una medida positiva por temas de es-
pecialidad y carga procesal; sin embargo, enfrenta graves retrocesos en la actualidad.
La jurisprudencia de la Corte IDH reafirma desde su primer caso de manera con-
sistente el deber estatal
[D]e investigar seriamente con los medios [que el Estado tenga] a su alcance
las violaciones que se hayan cometido dentro del ámbito de su jurisdicción a
fin de identificar a los responsables, de imponerles las sanciones pertinentes y
de asegurar a la víctima una adecuada reparación. (Sentencia del caso Velás-
quez Rodríguez vs. Honduras, 1988, párr. 174)
Asimismo, en la Sentencia del caso La Cantuta vs. Perú, la Corte IDH enfatiza
que esta obligación «adquiere particular intensidad e importancia ante la gravedad de
los delitos cometidos y la naturaleza de los derechos lesionados» (2006c, párr. 157),
incluso hasta alcanzar esa obligación, en algunos casos, el carácter de jus cogens o
norma imperativa del derecho internacional. En casos de ejecuciones extrajudiciales,
desapariciones forzadas, tortura y otras graves violaciones de los derechos humanos,
la Corte IDH ha considerado que la realización de una investigación ex officio, sin
dilación, seria, imparcial y efectiva, es un elemento fundamental y condicionante
para la protección de ciertos derechos afectados por esas situaciones, como la liber-
17
Estas medidas favorecieron la elaboración de un manual de derecho internacional humanitario y de-
rechos humanos para las Fuerzas Armadas mediante la Resolución Ministerial 318 DE/CCFFAA-DD-
HH del 27 de febrero de 2001 y la Resolución Ministerial 1394 DE/CCFFAA/CDIH-FFAA del 1 de
diciembre de 2004. Posteriormente, mediante la Resolución Ministerial 0066-2022-DE del 3 de febre-
ro de 2022 se aprobó el Manual de derechos humanos y derecho internacional humanitario de las Fuerzas
Armadas del Perú: https://www.gob.pe/institucion/mindef/normas-legales/2732215-0066-2022-de.
139
Legados de un pasado irresuelto
tad personal, la integridad personal y la vida (Sentencia del caso Masacres de Río
Negro vs. Guatemala, 2012c, párr. 223). La Corte IDH considera que en esos casos
la impunidad no será erradicada sin la determinación de las responsabilidades gene-
rales —del Estado— e individuales —penales y de otra índole de sus agentes o de
particulares—, complementarias entre sí (Sentencia del caso La Cantuta vs. Perú,
2006c, párr. 157). El incumplimiento genera, en tales supuestos, responsabilidad
internacional del Estado.
De esta forma, el DIDH no establece un mecanismo de investigación en concreto.
Los Estados pueden recurrir a una amplia gama de mecanismos compatibles con la
legislación y las prácticas nacionales siempre que esos mecanismos cumplan con los
requisitos del derecho internacional relativos al deber de investigar. Dentro de este
conjunto de medidas es factible, por ejemplo, responder a esta obligación median-
te la creación de un subsistema especializado en derechos humanos siempre que se
cumpla con los compromisos y las obligaciones jurídicas internacionales del Estado.18
18
En el marco del trabajo de las Naciones Unidas, esto ha sido corroborado, por ejemplo, por los
Principios y directrices básicos sobre el derecho de las víctimas de violaciones manifiestas de las
normas internacionales de derechos humanos y de violaciones graves del derecho internacional hu-
manitario a interponer recursos y obtener reparaciones: «Artículo 3. La obligación de respetar, ase-
gurar que se respeten y aplicar las normas internacionales de derechos humanos y el derecho inter-
nacional humanitario según lo previsto en los respectivos ordenamientos jurídicos comprende, entre
otros, el deber de: […] b) Investigar las violaciones de forma eficaz, rápida, completa e imparcial y,
en su caso, adoptar medidas contra los presuntos responsables de conformidad con el derecho in-
terno e internacional; c) Dar a quienes afirman ser víctimas de una violación de sus derechos hu-
manos o del derecho humanitario un acceso equitativo y efectivo a la justicia, como se describe
más adelante, con independencia de quién resulte ser en definitiva el responsable de la violación».
Véase también el Conjunto de principios actualizado para la protección y la promoción de los derechos
humanos mediante la lucha contra la impunidad, cuyo principio 19 establece que «[l]os Estados em-
prenderán investigaciones rápidas, minuciosas, independientes e imparciales de las violaciones de los
derechos humanos y el derecho internacional humanitario y adoptarán las medidas apropiadas respecto
de sus autores, especialmente en la esfera de la justicia penal, para que sean procesados, juzgados y con-
denados debidamente. Aunque la iniciativa del enjuiciamiento es en primer lugar una de las misiones
del Estado, deberán adoptarse normas procesales complementarias para que las propias víctimas, sus fa-
miliares o herederos puedan tomar esa iniciativa, individual o colectivamente, en particular como partes
civiles o como personas que inician un juicio en los Estados cuyo derecho procesal penal contemple esos
procedimientos. Los Estados deberán garantizar la amplia participación jurídica en el proceso judicial
a todas las partes perjudicadas y a toda persona u organización no gubernamental que tenga un interés
legítimo en el proceso».
Debe señalarse que, una vez culminado su trabajo, paralelamente a la entrega de su Informe Final, la
CVR presentó ante el sistema de justicia 47 expedientes sobre igual número de casos emblemáticos
que fueron materia de sus investigaciones. Se entregaron 45 estudios al Ministerio Público, y 2 fueron
destinados al Poder Judicial. Estos expedientes, en algunos casos, lograron iniciar investigaciones fiscales
y procesos penales y, en otros casos, se sumaron a indagaciones que fiscales y jueces venían haciendo
sobre violaciones de los derechos humanos ocurridas durante el conflicto armado interno. Véase https://
idehpucp.pucp.edu.pe/lista_proyectos/seguimiento-de-casos-de-violaciones-de-derechos-humanos/so-
bre-seguimientos/seguimiento-de-casos-cvr/.
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19
Subsistema del Ministerio Público con competencia para conocer casos de derechos humanos: ht-
tps://idehpucp.pucp.edu.pe/lista_proyectos/seguimiento-de-casos-de-violaciones-de-derechos-huma-
nos/marco-del-proyecto/subsistemas-nacionales/.
20
El Congreso de la República, mediante la Ley 28083 del 4 de octubre de 2003, creó la Comisión
Especial para la Reforma Integral de la Administración de Justicia (CERIAJUS), con la finalidad de
elaborar el Plan Nacional de Reforma Integral de la Administración de Justicia. Con fecha 24 de abril
de 2004, la CERIAJUS, cumpliendo el encargo encomendado por la ley que la creó, concluyó con el
mandato conferido y entregó al presidente de la República el Plan Nacional de Reforma Integral de la
Administración de Justicia, como propuesta integral y concertada de un acuerdo político institucional,
logrado entre todas las entidades que conforman el sistema de justicia.
141
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El Estado peruano adoptó un conjunto de medidas positivas que hacen que esta
recomendación esté en proceso de cumplimiento. En 2016, se aprobó la Ley de bús-
queda de personas desaparecidas durante el periodo de violencia 1980-2000 y el Plan
Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (PNBPD). Sin embargo, a pesar
de que su contenido está directamente vinculado con el trabajo de la CVR, única-
mente el PNBPD menciona a la CVR; las otras normas no mencionan el Informe
Final o a la CVR en general.
Las investigaciones antropológico-forenses se encuentran vinculadas con la obliga-
ción estatal de investigar las graves violaciones de derechos humanos y tienen funda-
mento claro en una serie de estándares internacionales en la materia. De esta forma,
por ejemplo, la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas
contra las Desapariciones Forzadas no solo establece la necesidad de investigar estas
prácticas delictivas (artículos 3 y 12), sino que, en el artículo 24, señala expresamente
que
2. Cada víctima tiene el derecho de conocer […] la evolución y resultados de
la investigación y la suerte de la persona desaparecida […] Cada Estado Parte
tomará las medidas apropiadas para la búsqueda, localización y liberación de
las personas desaparecidas y, en caso de fallecimiento, para la búsqueda, el
respeto y la restitución de sus restos. (2006)
la Sentencia del caso Anzualdo Castro vs. Perú, la Corte IDH estableció que «toda
autoridad estatal, funcionario público o particular que haya tenido noticia de actos
destinados a la desaparición forzada de personas, deberá denunciarlo inmediatamen-
te» (2009a, párr. 65). Asimismo, en dicha sentencia, la Corte IDH establece un es-
tándar de debida diligencia de las investigaciones que implica, entre otros elementos,
evitar «omisiones al recabar prueba y al seguir líneas lógicas de investigación» (2009a,
párr. 54).
En referencia al manejo y a la devolución de los restos, la Corte IDH señaló que
«el cuidado de los restos mortales de una persona es una forma de observancia del
derecho a la dignidad humana», con lo cual consideró que «en todas las culturas,
asume una significación muy especial» y que ella «ha reconocido la importancia de
tener en cuenta determinados aspectos de las costumbres de los pueblos indígenas en
América» (Sentencia del caso Bámaca Velásquez vs. Guatemala, 2002, párr. 81). Por
lo tanto, la Corte IDH consideró que «el Estado debe realizar las exhumaciones, en
presencia de los familiares, para localizar los restos mortales […] y entregar a ellos di-
chos restos» (párr. 82) y «como una medida de satisfacción, la Corte considera que el
Estado debe implementar, en caso de no existir en la actualidad, un programa nacio-
nal de exhumaciones» (párr. 83). Finalmente, la Corte IDH también encuentra que
Las diligencias que realice el Estado para establecer el paradero o, en su caso,
las exhumaciones para localizar sus restos mortales, deberán realizarse en
acuerdo con y en presencia de los familiares […] además, en el evento de que
se encuentren los restos mortales, éstos deberán ser entregados a sus familiares
previa comprobación genética de filiación, a la mayor brevedad posible y sin
costo alguno. El Estado deberá cubrir los gastos funerarios, de acuerdo a las
creencias de la familia y de común acuerdo con estos. (Sentencia del caso Ra-
dilla Pacheco vs. Estados Unidos Mexicanos, 2009c, párr. 336)
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El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica
4. Conclusión
La creación de una comisión de verdad en Perú no fue una respuesta explícita
a obligaciones internacionales del Estado en materia de derecho a la verdad. Sin
embargo, sí se corresponde con normativa y jurisprudencia internacionales que ya
existían en el momento. Independientemente de ese origen, la CVR se apoyó en
marcos jurídicos internacionales en diversos aspectos de su trabajo. En este trabajo se
encuentra que sus recomendaciones tuvieron dos formas de relación con la normati-
vidad internacional: explícita e implícita. Ahora bien, que el vínculo fuera explícito o
implícito no dependió del tipo de acción recomendada (reforma institucional, cam-
bio normativo, etc.), pues se identifican recomendaciones de diverso tipo vinculadas
con ese paradigma jurídico internacional.
Asimismo, resulta interesante comprobar que, cuando las recomendaciones se
apoyan en fuentes internacionales, estas no se limitan a tratados o fuentes conven-
cionales, sino que incluyen un uso intensivo de la jurisprudencia de la Corte IDH e
instrumentos de soft law como los Principios y Directrices Básicos sobre el Derecho de las
Víctimas de Violaciones Manifiestas de las Normas Internacionales de Derechos Humanos
y de Violaciones Graves del Derecho Internacional Humanitario a Interponer Recursos
y Obtener Reparaciones y el Conjunto de Principios Actualizado para la Protección y la
Promoción de los Derechos Humanos Mediante la Lucha contra la Impunidad, entre
otros.
145
Legados de un pasado irresuelto
Referencias
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El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica
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El carácter no vinculante de las recomendaciones de la CVR y su fundamento en el derecho internacional. Salmón
Explorando una «paradoja» jurídica
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Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de
la CVR en Perú
https://doi.org/10.18800/9786124474477.005
Valeria Reyes
https://orcid.org/0000-0002-8732-9954
Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la
Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP)
Resumen
El capítulo presenta un análisis del impacto jurídico de la CVR a partir de las
recomendaciones de naturaleza judicial propuestas por la Comisión en su Informe
Final. Para ello, se problematiza, en primer lugar, sobre la concepción del valor de
la «justicia» incorporada en el Informe, y cómo esta fue construida desde un enfoque
predominantemente judicial. Sobre este punto, el capítulo describe algunos de los
desafíos que aquella mirada legalista desencadenó para el proyecto fragmentado de
justicia transicional iniciado frente al conflicto armado peruano.
En un segundo momento, el capítulo recopila los hallazgos presentados por la
CVR en su Informe para sustentar la necesidad de implementar medidas de reforma
del sistema de administración de justicia y de judicialización de casos relativos a
graves violaciones de los derechos humanos, como un camino para satisfacer el pilar
de la justicia. A veinte años de la presentación del Informe Final de la Comisión, el
capítulo sistematiza y clasifica el nivel de implementación de tales recomendaciones
por parte del Estado peruano, evidenciando la ausencia de monitoreo permanente
respecto de dicho cumplimiento por parte de las autoridades públicas. Sobre la base
de esta información, el texto pretende poner énfasis en las contribuciones jurídicas de
la Comisión más allá de su mandato, y busca resaltar las tareas que aún se encuentran
pendientes de ser atendidas en esta agenda.
151
Legados de un pasado irresuelto
Introducción
Normalmente, la comisión sistemática de determinadas violaciones de los dere-
chos humanos desafía las posibilidades de la justicia. Si el concepto de justicia se
entiende desde un enfoque retrospectivo, su objetivo será reparar o rectificar las con-
secuencias de una vulneración (Webber, 2012), lo que parece imposible frente a
delitos tan graves y odiosos como el genocidio o los crímenes de lesa humanidad. Si,
por el contrario, tras la ocurrencia de episodios de violencia desmedida, la mirada
sobre la justicia es prospectiva y se orienta a un cambio en la sociedad a partir de
la reconstrucción de sus bases (Webber, 2012), los retos permanecen. Ello en tanto
cuesta concebir posibilidades reales de diálogo y consenso entre grupos humanos
distanciados por los crímenes del pasado.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación (en adelante, CVR o la Comisión)
tuvo desde su concepción un vínculo indesligable con la justicia. El propio decreto
supremo que la creó indicaba en el artículo 1 que la CVR propendería al imperio
de la justicia, a la vez que le otorgaba el mandato para conocer crímenes y graves
violaciones cometidas por organizaciones terroristas y algunos agentes estatales, así
como para indagar sobre las condiciones de diversa índole que contribuyeron al
desenlace de la violencia. La justicia tomaba también un rol protagónico en el Decreto
Supremo 101-2001-PCM, por el cual se actualiza el nombre de la CVR —se añade
el término «reconciliación»—, pues este exigía a la Comisión iniciar un profundo
proceso de reconciliación, que solo podía alcanzarse «a partir del esclarecimiento de
los hechos y el restablecimiento de la justicia».
La CVR se enfrentaba, así, no solo a la tarea de atender las secuelas urgentes e
inmediatas de un pasado y presente conflictivos, sino a descifrar un concepto como
el de la justicia, el cual se había mostrado esquivo a construir nuestra identidad como
nación al menos durante toda la historia republicana. En palabras de la Comisión,
cumplir con el encargo que le había sido encomendado, exigía discernir sobre el
significado de la verdad, la justicia y la reconciliación (CVR, 2003, p. 32).
Aunque el relato de la CVR se articula desde una perspectiva ética, la relevancia de
una concepción jurídica en su lectura de los hallazgos identificados es visible. La CVR
expuso la situación de injusticia estructural que exacerbó las graves consecuencias
del conflicto armado interno, a las que presentó como afectaciones a principios
y derechos fundamentales de las y los peruanos, que deterioraron toda base de
convivencia social. Para la Comisión, la noción de justicia que nos llevaría a transitar
hacia un Estado democrático de derecho debía involucrar cuatro dimensiones: la
moral, la judicial, la reparadora, y la política y social. Aunque, sin duda, cada una de
estas dimensiones es pieza integral de un mosaico de resarcimiento, reconstrucción y
reconciliación, este capítulo tiene como objetivo discutir la concepción de la justicia
desde una dimensión judicial, pero poniendo énfasis en el valor de las otras tres
dimensiones.
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Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes
Para tal fin, se describirá primero cómo concibió la CVR el valor de la justicia en
un sentido judicial y qué desafíos implicó este enfoque para el proyecto de justicia
transicional que se iniciaba en el país tras el fin del conflicto armado interno y la época
de la dictadura. En segundo lugar, el capítulo describe y analiza las medidas dispuestas
por la Comisión para materializar la justicia en sentido judicial una vez culminado su
mandato, medidas que involucraron no solo la propuesta de judicialización de casos
específicos, sino también la implementación de reformas estructurales en el sistema
de administración de justicia. En última instancia, se analiza el impacto de este
conjunto de medidas a veinte años de la presentación del Informe Final de la CVR.
1 Hoy en día, el marco normativo de estos principios tiene un fuerte desarrollo jurisprudencial, aunque
su consolidación como esquema se dio en el 2005 con la actualización por parte de la exrelatora de las
Naciones Unidas, Diane Orentlicher, de los «Principios y Directrices Básicas sobre el Derecho de las
Víctimas de Violaciones Manifiestas de las Normas Internacionales de Derechos Humanos y de Viola-
ciones Graves del Derecho Internacional Humanitario a interponer recursos y obtener reparaciones»,
conocidos como los Principios de Joinet. Estos principios proporcionan un marco que en la actualidad
153
Legados de un pasado irresuelto
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Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes
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Legados de un pasado irresuelto
pensar, desde un punto de vista retributivo, en una sanción que pueda hacer frente a
la magnitud de los delitos cometidos (1964).
Sin duda, todos estos cuestionamientos a los procesos y las sanciones penales son
válidos, pero conviene resaltar algunos otros.
Por ejemplo, en ocasiones se cree que los procesos judiciales sirven para revelar la
verdad de lo ocurrido. Sin embargo, lo cierto es que debido a la existencia de normas
procesales de carácter penal que exigen —entre otras cosas— probar los hechos más
allá de toda duda razonable, es comúnmente aceptado que la «verdad» que puede
aportar un proceso judicial es bastante restringida (Drumbl, 2007). Asimismo, los
procesos judiciales estarán limitados a la discusión y valoración del conjunto de de-
litos que se imputen a las personas procesadas, lo que sigue reduciendo el espectro
y la profundidad de «verdad» que se puede revelar a través de estos mecanismos. En
buena cuenta, los procesos judiciales permitirán alcanzar una verdad judicial, pero no
necesariamente una verdad que calce con la realidad acontecida.
Además, en la medida en que el desarrollo de los procesos judiciales requiere de
un alto nivel de institucionalidad, recursos y normativas, es claro que su potencial y
capacidad frente a contextos de violencia masiva y desmedida es bastante limitado.
En un escenario de transición será virtualmente imposible que todas aquellas per-
sonas que hayan cometido un delito reciban una sanción penal y que la normativa
con la que se les juzgue a aquellos que sí sean alcanzados por la justicia responda con
precisión a las graves características del contexto en general. Esto es problemático
por varios motivos que podemos al menos enunciar. Primero, porque alimenta una
percepción de una justicia «injusta», selectiva e incapaz frente a los desafíos que la
realidad impone. Segundo, porque debilita la confianza en las instituciones de las que
además depende la reconstrucción del Estado y la sociedad. Y, en tercer lugar, porque
puede legitimar narrativas de impunidad en aquellos que, albergando responsabili-
dad, no sean llevados al banquillo para enfrentar un proceso criminal, lo que resulta
duramente reprochable desde un enfoque moral.
Junto con lo anterior, se debe considerar también que los procesos judiciales en los
contextos transicionales pueden ser poco eficaces al encontrarse bajo amenaza cons-
tante. Ello en la medida que la magnitud de los delitos que deben juzgarse exige para
su comisión una organización y cuota de poder político en manos de sus autores,
lo que los coloca, en el futuro, en una mejor posición para sabotear los esfuerzos de
la justicia bajo el argumento de que se estaría poniendo en riesgo la estabilidad de-
mocrática y otros valores sociales (Osiel, 2000). Sobre este punto destacan también
como potenciales barreras para la judicialización de casos el otorgamiento de amnis-
tías, gracias presidenciales u otras formas de exclusión de la responsabilidad penal.
Finalmente, también resalta que, del abanico de mecanismos de justicia transicio-
nal, el que ofrece menores posibilidades para implementar un enfoque centrado en
las víctimas es el de los procesos judiciales. La estructura de los procesos criminales
involucra una interacción entre la Fiscalía, la persona imputada y el juez o la jueza
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Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes
que resuelva la controversia. En ese esquema, las víctimas quedan relegadas a una
posición secundaria o accesoria que les concede un protagonismo mínimo o casi
nulo, según sea el caso. Por el contrario, los reflectores se ponen sobre las personas
imputadas, quienes por el nivel de exposición que reciben pueden hasta generar sen-
timientos de empatía en la población que evoquen un sentido de perdón antes que
uno de justicia (Osiel, 2000).
Evidentemente, existen también virtudes en los procesos judiciales de responsa-
bilidad criminal que nos llevan a defender su pertinencia en un esquema de justicia
transicional, siempre que además se implementen en armonía y coherencia con otras
medidas, como se ha argumentado hasta este momento. Como señalaba Martha
Minow, luego de que se cometen atrocidades masivas, los procesos judiciales repre-
sentan un esfuerzo «entre la venganza y el perdón» (1998, p. 26). Estos procesos
permiten trasladar el deseo de venganza de una víctima hacia las instituciones del
Estado y, de ese modo, «calma la venganza con retribución, ralentiza el juzgamiento
con el procedimiento e interrumpe, con documentos, interrogatorios y la presunción
de inocencia, el círculo vicioso de la culpa y la enemistad» (Minow, 1998, p. 26).
Puesto de otro modo, los juicios penales pueden fomentar la confianza cívica y
promover el Estado de derecho en más de un sentido. En primer lugar, la atribución
de responsabilidades penales a los autores de violaciones de los derechos humanos
tiene el poder de transmitir el mensaje de que nadie está por encima de la ley (Gon-
zález-Ocantos, 2016), ni siquiera los dirigentes más poderosos (Sikkink y Walling,
2007). Esto puede servir para restaurar la validez y la autoridad de la ley, ambas
puestas en duda como consecuencia de violaciones sistemáticas.
De modo similar, el valor de la ley puede verse reafirmado si se tiene en cuenta que
los procesos judiciales ofrecen un foro para estigmatizar pública y oficialmente a los
autores que atentaron contra las normas jurídicas y los valores que estas encarnan.
Además, cuando estos procesos se desarrollan respetando las reglas y los principios
del debido proceso, se envía un mensaje en relación con el funcionamiento de las ins-
tituciones judiciales y su compromiso con el Estado de derecho (Prusak, s. f.), lo que
hace que vuelvan a ser dignas de confianza. Los juicios pueden además constituir un
«espacio seguro y regulado por el Derecho» (Haldemann, 2008) en el que víctimas y
autores interactúan como conciudadanos, es decir, como titulares de derechos iguales
ante la ley. Finalmente, estos procesos pueden servir también a fines externos a la ley,
debido a las implicancias políticas que tendrán por el contexto en que se enmarcan,
tal como argumentaba Judith Shklar en aplicación de la corriente de pensamiento del
instrumentalismo legal (Moyn, 2016).
En vista de lo anterior, sería posible concluir también que los procesos penales
pueden contribuir a la reconciliación, entendiendo esta noción como la «condición
bajo la cual los ciudadanos pueden volver a confiar los unos en los otros como ciuda-
danos» (De Greiff, 2010, p. 26).
157
Legados de un pasado irresuelto
2 Esto sucedió, por ejemplo, con los siguientes casos: «ejecuciones extrajudiciales de creyentes evangé-
licos en Callqui (1984), «ejecuciones extrajudiciales comprobadas en las fosas de Pucayacu (1984)» y
«la desaparición del periodista Jaime Ayala (1984)», los cuales investigó la CVR por separado, pero se
presentaron en un único informe denominado «Caso Huanta».
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Legados de un pasado irresuelto
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Legados de un pasado irresuelto
3 Cabe precisar que la Defensoría del Pueblo incluyó en este análisis sus conclusiones a partir de la su-
pervisión no solo de los 47 informes individuales remitidos por la CVR al Ministerio Público y al Poder
Judicial, sino también de 12 casos que las ex-Fiscalías Especializadas de Derechos Humanos derivaron
a la Defensoría y de 159 casos que comenzaron en jurisdicción interna a partir de la suscripción de un
comunicado de prensa conjunto suscrito por el Estado peruano y la Comisión Interamericana de Dere-
chos Humanos el 22 de febrero de 2001.
4 De acuerdo a información recopilada por la Defensoría del Pueblo, proveniente de la Fiscalía Superior
Penal Nacional, la Sala Penal Nacional, fiscalías y juzgados penales supraprovinciales, y organizaciones
de la sociedad civil como la Asociación Pro Derechos Humanos (APRODEH) y Paz y Esperanza, úni-
camente 14 casos contaban con sentencia; mientras que los demás se distribuían de la siguiente manera:
cinco en investigación preliminar, ocho en instrucción, siete pendientes de juicio oral, diez en juicio
oral, cinco en reserva y cuatro en archivo.
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Legados de un pasado irresuelto
casos5 en los que se podía conocer el estado procesal de cada expediente, el número
de sentencias condenatorias o absolutorias emitidas, la cantidad de casos archiva-
dos, los expedientes acumulados, el rango de años de sanción impuesta a los auto-
res condenados, entre otros datos. Al 2011, la información disponible revelaba un
panorama poco alentador en el que solo el 13 % de los casos remitidos por la CVR
contaba con sentencia definitiva; mientras que el 34 % del universo continuaba en
investigación preliminar a nivel de Ministerio Público (Quinteros, 2011).
En la actualidad, a veinte años de la presentación del Informe Final de la Comisión
y de la entrega de casos al sistema de justicia, el 43,40 % se encuentra aún en alguna
etapa del proceso judicial —sea juicio oral, control de acusación o, incluso, inves-
tigación preliminar—; mientras que el 41,50 % de casos cuenta con una sentencia
condenatoria; y, el 15 % restante, con una sentencia absolutoria6 (Cárdenas, 2023).
Cabe resaltar, como una barrera importante, que esta información no consta de ma-
nera sistematizada en ninguna fuente pública, sino que se ha construido de manera
fragmentada a partir de datos recabados de los distintos equipos legales que hasta hoy
continúan litigando la mayoría de estos casos.
Sin duda alguna, lo alcanzado es muy poco si se toman en cuenta las caracterís-
ticas especiales de los casos que están a la espera de una respuesta de la justicia. Nos
referimos aquí a casos que involucran graves violaciones de los derechos humanos y
que, por su gravedad e impacto, no solo lesionan directamente los derechos de las
víctimas y sus familiares, sino que trastocan el tejido social de la manera más irre-
versible y perversa. La calificación de estos delitos obliga jurídicamente al Estado a
investigar de manera inmediata, sancionar a los responsables y reparar a las víctimas
oportunamente (Albán, 2013); sin embargo, se observa que existen casos cuyos he-
chos ocurrieron en 1983 y continúan abiertos; uno de ellos, relativo al asesinato de
campesinos de Cancha Cancha, se encuentra en investigación preliminar.
Lo anterior no es resultado exclusivo de un sistema de administración judicial que
ya había sido duramente cuestionado por la CVR por su incapacidad de responder
a los desafíos del conflicto armado interno, sino que obedece también a causas exó-
genas como la poca voluntad política para implementar las recomendaciones de la
Comisión; el poco respaldo institucional que esta tuvo incluso desde el momento
de su establecimiento (Ledgard, 2023); las narrativas de descrédito de determinadas
facciones políticas que buscaban la impunidad; o la estrepitosa pérdida de protago-
nismo que la agenda posconflicto vio en la discusión pública con el pasar del tiempo.
De hecho, en el 2009, el aquel entonces presidente del Poder Judicial, Javier Villa
Stein, afirmaba en el contexto de una próxima reunión con la Comisión Interame-
ricana de Derechos Humanos que los casos pendientes de respuesta culminarían en
5 Para más información, véase Instituto de Defensa Legal (2006) y Quinteros (2011).
6 De este grupo, la sentencia absolutoria pronunciada en dos casos ha sido apelada: el caso de «Viola-
ciones a los derechos humanos en la base militar de Santa Rosa» y el caso de «Violaciones a los derechos
humanos en la base militar de Capaya».
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Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes
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Legados de un pasado irresuelto
petencia para conocer casos de terrorismo, delitos contra la humanidad y otros deli-
tos comunes que constituyan violaciones de derechos humanos. Con modificaciones
del 2012, los Juzgados Penales Supraprovinciales de Lima pasaron a denominarse
«Juzgados Penales Nacionales».
Aunque este aparente nivel de especialización fue muy positivo en su momento,
lo cierto es que, tal como sucedió a nivel del Ministerio Público, la dedicación que
tenía el subsistema de Poder Judicial para casos referidos a violaciones de derechos
humanos empezó a diluirse por la saturación de los órganos colegiados del subsiste-
ma, los cuales fueron paulatinamente obligados a conocer también otros delitos. Por
ejemplo, en el 2006 se amplió la competencia material de la Sala Penal Nacional para
que conociera también procesos por delitos tributarios y de propiedad intelectual
(Poder Judicial, 2006). En el 2008, sus competencias fueron nuevamente expandidas
para conocer delitos de secuestro y extorsión (Poder Judicial, 2008). Al 2013, la Sala
Penal Nacional que inicialmente debía conocer únicamente casos vinculados a dos
delitos —terrorismo y violaciones de derechos humanos— pasó a tener competencia
para conocer hasta 13 tipos penales que involucraban la modalidad de crimen orga-
nizado (Ley 30077).
Aunque, en el 2017, la Sala Penal Nacional fue dotada de un Estatuto para for-
talecer su institucionalización como órgano de la Corte Superior de Justicia (Poder
Judicial, 2017), lo propuesto poco después quedó sin efecto. Esto en vista de que,
apenas un año más tarde, el Poder Judicial tomó la decisión de unificar a la Sala Pe-
nal Nacional y al Sistema Especializado en Delitos de Corrupción de Funcionarios,
argumentando que aquello favorecía la funcionalidad jurisdiccional, administrativa
y presupuestaria de dichos órganos (Poder Judicial, 2018).
De esta manera, ambos sistemas fueron integrados en una única entidad denomi-
nada «Corte Superior de Justicia Especializada en Delitos de Crimen Organizado y
de Corrupción de Funcionarios», cuya denominación fue modificada en el 2021 a
«Corte Superior Nacional de Justicia Penal Especializada», nombre que conserva has-
ta la actualidad. De acuerdo al artículo 6 de su estatuto de funcionamiento, la Corte
Superior Nacional tiene competencia sobre casos relativos a delitos de terrorismo y
delitos contra la humanidad (con exclusión de la tortura), junto con delitos perpe-
trados contra periodistas, lavado de activos, crimen organizado y delitos conexos.
Como se puede observar, estas múltiples modificaciones, desarrolladas de manera
ininterrumpida en el transcurso de los últimos veinte años, no solo son difíciles de
rastrear, sino también de explicar. Al final del día, el objetivo medular de contar con
un subsistema de justicia especializado en derechos humanos que pudiera dar res-
puestas adecuadas y efectivas a los crímenes del pasado quedó frustrado en medio de
un proyecto de reforma inconcluso.
Sin embargo, lo desarrollado hasta aquí no debe entenderse como una argumen-
tación que ponga en tela de juicio el impacto jurídico de la CVR. Todo lo contra-
rio. Sería por demás mezquino medir el legado jurídico de la Comisión por deudas
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Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes
4. Conclusiones
Minow afirmaba que «responder a la violencia masiva con procesos judiciales, es
una manera de abrazar al Estado de Derecho» (1998, p. 25). La CVR se enfrentó
a la compleja tarea de responder a un contexto en que la comisión sistemática
de violaciones de los derechos humanos desafiaba las posibilidades de justicia y
reparación. Y, aunque sus conclusiones la dirigieron de manera ineluctable al camino
de los procesos judiciales como una alternativa de justicia, nunca se alejó de su
misión inicial de esclarecer los hechos como un medio para lograr la reconciliación y
el fortalecimiento del Estado democrático en nuestro país.
Sin embargo, lo anterior se muestra todavía como una tarea pendiente con poca
esperanza de ser atendida adecuadamente en el corto o mediano plazo. Si se considera
que era el momento inmediatamente posterior a la presentación del Informe Final
de la CVR el que debía servir como terreno fértil para impulsar reformas sustantivas
que dieran garantías suficientes para la judicialización de casos, pues las expectativas
de un futuro de rendición de cuentas se muestran incluso más etéreas.
Y es contradictoriamente en estas circunstancias en las que el legado jurídico de la
Comisión se vuelve más importante. Para recordar las obligaciones internacionales
del Estado en cuanto al respeto y la garantía de los derechos humanos. Para cerrar
el paso a la aplicación de figuras eximentes de responsabilidad penal que pretenden
eludir el peso de la justicia. Para difundir un relato oficial que afirme que en la época
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Legados de un pasado irresuelto
del conflicto armado interno no se cometieron «excesos o errores», sino graves vio-
laciones de los derechos humanos. Para mantener con vida una verdad que brinde
reconocimiento a las víctimas y nos encamine a la reconstrucción de nuestros lazos
sociales.
Referencias
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168
Luces y sombras de la justicia: el legado jurídico de la CVR en Perú Reyes
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Legados de un pasado irresuelto
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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR
en la asociatividad y el liderazgo político de las
Resumen
Este capítulo analiza el legado de la CVR en la asociatividad de las organizaciones
de víctimas civiles ayacuchanas más activas en las demandas de reparación al Estado
(Anfasep, Juventud-Anfasep y Coravip). Se sostiene que la CVR abrió una ventana
de oportunidad que propició la asociatividad de las víctimas y que ellas supieron
aprovechar, pues siguiendo las recomendaciones impulsaron la institucionalización
de políticas de reparaciones en coalición con organizaciones de la sociedad civil y
funcionarios; aunque sin que necesariamente el Estado dignifique a las víctimas. Tras
analizar lo planteado por la CVR sobre las asociaciones de víctimas, se encuentra lo
siguiente: a) Que reproduce la violencia estructural contra las mujeres andinas que
exigían la búsqueda de sus desaparecidos, al darle poca relevancia en su Informe y no
incluirlas directamente entre los actores del conflicto. b) Que pierde de vista muchas
otras experiencias de afectación vividas por personas que no asumen la identificación
de víctimas ni se sienten convocadas por el proceso abierto por la CVR, establecien-
do una asimilación entre víctimas y grupos organizados. A futuro, queda un doble
desafío para estas organizaciones: fortalecer sus estrategias frente a los posibles retro-
cesos de las políticas promovidos por sus opositores, así como formar a nuevos líderes
y lideresas que no vivieron los años de la violencia.
Palabras clave: Anfasep, asociatividad, Ayacucho, Coravip, CVR, Juventud-Anfa-
sep, organizaciones de víctimas
171
Legados de un pasado irresuelto
Introducción
A veinte años de la entrega del Informe Final (IF) de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (CVR), resulta pertinente evaluar sus impactos sobre las iniciativas
de organización de las víctimas; precisamente, en un contexto político donde estas
han ganado presencia en la sociedad y se han convertido en canales de comunicación
entre el Estado y las víctimas. Así, con respecto a estas últimas, las comisiones de la
verdad han servido como plataformas para hacer públicos los testimonios sobre sus
vivencias de la violencia política, así como sus demandas frente al Estado y la socie-
dad, en búsqueda de reparación y justicia (Crocker, 2000; Simpson, 2007).
En este capítulo nos centramos en la agencia de tres organizaciones de víctimas ci-
viles ayacuchanas: la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y
Desaparecidos del Perú (Anfasep), la Juventud-Anfasep y la Coordinadora Regional
de Organizaciones de Afectados por la Violencia Política (Coravip). Consideremos
que la población de Ayacucho fue afectada con más del 40 % de muertos y desapare-
cidos reportados a la CVR (CVR, 2004, p. 21). Es así que nos hacemos la siguiente
pregunta: ¿De qué forma la CVR ha incidido en los procesos de creación y desarrollo
de algunas organizaciones de víctimas civiles ayacuchanas con mayor visibilidad e
incidencia en el Perú posconflicto? Con esto, buscamos ponderar los aprendizajes y
las dificultades que han enfrentado estas asociaciones en el Perú posconflicto. Soste-
nemos que la CVR abrió una ventana de oportunidad que propició la asociatividad
de las víctimas debido al impulso que dio con sus recomendaciones para la institu-
cionalización de políticas públicas de reparaciones.
Esta comisión, con potenciales acciones estatales, fue un incentivo para que las
víctimas se organicen —y articulen junto con aliados de la sociedad civil— para
demandar justicia y, luego, colaborar con la elaboración, implementación y retroa-
limentación de dichas políticas. Sin embargo, la asociatividad de las víctimas no se
limita al contexto pos-CVR, sino que puede ser rastreado hasta los años ochenta,
desde los inicios del conflicto, identificándose dos generaciones de organizaciones de
víctimas ayacuchanas con demandas, estrategias y acciones propias (Alayza y Silva,
2023). Al inicio, la actitud de los grupos de víctimas era sobre todo demandante y
crítica del Estado peruano, sin contar con una perspectiva de negociación y de alian-
zas. Pero, con el tiempo, aprendieron —no sin dificultades y tensiones entre ellas— a
actuar coordinadamente para incidir frente al Estado e incluso a trabajar desde den-
tro (con liderazgos políticos y puestos burocráticos), desde donde avanzaron sus de-
mandas. Asimismo, comprendieron que las exigencias están sujetas a la negociación
dentro de ciertos márgenes que pone la autoridad, es decir, el Estado.
El proceso abierto por la CVR llevó a que los grupos de víctimas organizadas
cobraran importancia en la política actual (nacional, regional y local), aunque con
jerarquías internas, pues habría «víctimas menos víctimas», como muchas veces se
consideró a los desplazados (Ramírez, 2017; Rosario Giraldo, ex secretaria ejecutiva
172
Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux
1 PQNSR es una plataforma nacional surgida en el 2003 que trabajó de manera cercana con el tejido
organizativo de víctimas. Está conformada por la alianza de diversas organizaciones no gubernamentales
(ONG), Iglesias y grupos de víctimas de todas las regiones del Perú, que fomentó procesos de forma-
ción, incidencia política, encuentro —respetando las diferencias regionales—, sanación y fortalecimien-
to de sus capacidades organizativas.
173
Legados de un pasado irresuelto
Así, conversamos con cinco líderes y lideresas de las asociaciones estudiadas (dos
veces con uno de ellos en diferentes años), un exdirigente de Coravip que actualmen-
te trabaja como funcionario público en temas sobre reparaciones y tres ex secretarias
ejecutivas del PQNSR. Recogemos aquí tres entrevistas que se hicieron en abril de
2020 en el marco del proyecto cooperativo Antena Vaticana «Explorando los límites
de la democracia en contextos interculturales peruanos», ejecutado por la Pontificia
Universidad Católica del Perú (PUCP) y la Fundación Gravissimum Educationis,
Ciudad del Vaticano (2019-2020), cuyos resultados están publicados en Alayza y
Silva (2023). Por otro lado, las siete entrevistas realizadas entre marzo y mayo de
2023 se llevaron a cabo para esta investigación, con el fin de profundizar en algunas
de las reflexiones antes planteadas y actualizarlas, centrándonos principalmente en el
legado de la CVR en estas organizaciones.
En la primera sección de este capítulo se aborda cuál es el lugar que la CVR asigna
a las organizaciones de víctimas, así como los problemas que de este particular arreglo
se deriva: reduciéndoles agencia y replicando la violencia simbólica que el mismo
informe denuncia, además de la equiparación entre víctima y experiencia organizada
que invisibilizó otras vivencias. Luego, se considera cómo el legado de la CVR en el
posconflicto impactó en las dos generaciones de organizaciones de víctimas civiles
ayacuchanas, así como en sus trayectorias, acciones y relacionamiento con el Esta-
do. De este modo, analizamos las organizaciones pioneras que surgieron antes de la
CVR encabezadas por las madres, las nuevas impulsadas por los hijos-jóvenes que se
beneficiaron de la ventana de oportunidad abierta por la Comisión, para finalmente
considerar el futuro de estas asociaciones: ¿un nuevo recambio generacional para
incluir a los nietos?
2 Para mayor información, consúltese Laplante (2007); Laplante y Theidon (2007); Theidon (2004);
Yezer (2008).
3 Revísese Alayza (2017b); Barrenechea (2010); Bebbington, Bielich y Scurrah (2011); Guillerot
(2019); Jave (2021); Macher (2007) y (2014); Ramírez (2017) y (2018); Ramírez y Scott (2019); Silva
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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux
Con el tiempo y en el marco abierto por la CVR, se fueron creando a nivel re-
gional organizaciones de víctimas, especialmente en las zonas más afectadas por la
violencia. Para el caso ayacuchano, resalta Coravip, aunque en ese entonces tenía otro
nombre.4 Luego, estas asociaciones construyeron representación nacional mediante
la Coordinadora Nacional de las Organizaciones de Víctimas y Afectados por la Vio-
lencia Política de Perú (Conavip), fundada en 2004 por víctimas de segunda genera-
ción con diferentes afectaciones, hijos de las madres que buscaban justicia (Ramírez,
2018; Jave, 2020). Esta plataforma entró en acción tan pronto como fue creada, de
forma que trabajaron —de manera crítica— junto al Estado en la discusión y elabo-
ración de la Ley 28592, ley que crea el Plan Integral de Reparaciones (PIR). Desde
ese momento, han tenido participación activa en la consecución de normativa favo-
rable para las víctimas de la violencia política, como la Ley de Búsqueda de Personas
Desaparecidas de 2016 y el Decreto Legislativo 1398 de 2018, que creó el Banco de
Datos Genéticos para la Búsqueda de Personas Desaparecidas en el Perú (Jave, 2018;
Velarde, 2021).
Además, fueron surgiendo en otros espacios diversos tipos de organizaciones de
acuerdo a los diferentes perfiles de las víctimas, así encontramos policiales (Asocia-
ción de Viudas, Madres y Sobrevivientes de Miembros de las Fuerzas Armadas y
Policía Nacional [Avisfaip]), militares (Confederación Nacional de Licenciados de
las Fuerzas Armadas del Perú [Conlifap]) y civiles (Anfasep, Coravip, Conavip, entre
muchas otras).5 Cada uno de estos actores, además de los grupos alzados en armas,
tienen sus propias memorias y formas de procesar el pasado en el presente.6 Es más,
en la sociedad peruana, hasta el día de hoy no existe una memoria hegemónica que
se erija sobre el resto como la interpretación de sentido común (Silva, 2018). Esto ha
alimentado la polarización durante el posconflicto, hace difícil llegar a acuerdos e in-
cluso referirse a los años de la violencia política, pues coexisten diferentes memorias
con interpretaciones muy distintas sobre el pasado reciente.7
Si bien resaltamos el rol de la CVR como parteaguas en la asociatividad de las
víctimas, también reconocemos que antes de la Comisión hubo grupos de afectados
por la violencia política que se organizaron y buscaron ser escuchados, pero que
no despertaron la atención ni la solidaridad de la mayoría de peruanos. Pese a esto,
persistían en su búsqueda y acudían a instituciones como las iglesias o las ONG de
derechos humanos que, desde fines de 1970, iniciaron su trabajo y los apoyaban para
presentar sus denuncias a instancias judiciales nacionales o internacionales. Así, en
pleno conflicto armado interno, resalta el soporte que recibían las madres de Anfasep
175
Legados de un pasado irresuelto
de parte del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) —especialmente, del padre Neptalí
Liceta—, la Comisión de Derechos Humanos (Comisedh),8 la Asociación Pro De-
rechos Humanos (Aprodeh) y la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS)9 (Pe-
draglio, 2014, pp. 198-199; Soto, 2015, pp. 30-31).
Es pertinente considerar el entramado local de la sociedad civil ayacuchana —bien
enraizado en el tejido social muy participativo desde ese entonces hasta la actualidad,
pese a las secuelas del conflicto (Flores, 2019)— que trabajaba de la mano con las
poblaciones rurales, y terminó acogiendo y empoderando a las víctimas. Además,
la pertenencia a la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de
Detenidos-Desaparecidos (Fedefam) le sirvió a Anfasep para tener contactos con or-
ganismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o
la Organización de Estados Americanos (OEA), lo que le dio la oportunidad de vi-
sitar otros países para denunciar las violaciones de los derechos humanos (Youngers,
2003).
Todo ello se producía en medio de un clima de temor e inseguridad, pues los
Gobiernos centrales —lejos de recibirlos y responder a sus reclamos— eran hostiles a
sus discursos y las consideraban sospechosas de ser «familiares de terroristas». Tal era
el miedo, que Anfasep no se atrevió a realizar una marcha pública hasta 1985 —dos
años luego de su fundación—, cuando recibieron la visita y el respaldo público del
premio nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel (Soto, 2015, p. 32). Una excepción lo-
cal a esta desconfianza fue la alcaldesa de Huamanga, Leonor Zamora (1983-1986),
quien colaboró de cerca con esta organización.
Al contrario, la CVR recibió su mandato durante la transición democrática del
2000 y, pese al clima polarizado, contó con el apoyo de instancias internacionales
especializadas en derechos humanos, así como de algunos Estados con agendas de
justicia transicional, dotándola de legitimidad. En el Perú posconflicto, la CVR ha
actuado como una «carpa» de memoria (Stern, 2000, p. 14), vale decir, como una
propuesta de lectura de los años de la violencia política que articula —dentro de
sí— las experiencias particulares de distintos actores sociales. Es más, la CVR no
solo ha articulado las memorias de los actores que la suscriben (víctimas, activistas de
derechos humanos, intelectuales y artistas), sino también de quienes la critican y se
le oponen. Debido a esta polarización de memorias y al escaso apoyo de parte de po-
líticos que se habían comprometido con su narrativa y sus recomendaciones, muchas
veces funciona como un referente continuamente negado (Silva, 2018, pp. 38-42).
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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux
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Legados de un pasado irresuelto
Si bien la CVR reconoce la titánica labor que afrontaron estas asociaciones —den-
tro de un contexto social, cultural, político e institucional adverso—, no las consi-
dera actoras con peso político propio para incluirlas en su relato, pese a su insistente
denuncia y demanda de justicia al Estado, haciendo frente a un gobierno autoritario.
Al contrario, las presenta en general como «mujeres ayacuchanas quechuahablantes
de escasos recursos». Se ha encontrado que las lideresas de Anfasep, desde antes de
organizarse, partían de diferentes contextos geográficos, socioeconómicos y cultura-
les, con distintos grados de instrucción y desplegaban agencias de acuerdo a lo que
las circunstancias de su mundo familiar y social demandaban de ellas.
Con esto queremos resaltar que eran ya mujeres portadoras de saberes propios
con agencia y empoderamiento, según sus necesidades. Así, algunas estaban más
insertadas dentro del sistema capitalista y la institucionalidad estatal, de modo que
pedían préstamos para construir sus casas, gestionaban los permisos municipales para
expandir sus negocios o tenían experiencia con el sistema judicial. Esto llevó a que
denunciaran sus desapariciones a la policía, pues eran instancias que conocían (Cri-
sóstomo, 2014; 2018; y 2019), a diferencia de otras narrativas que pensaban a las
poblaciones rurales como ajenas a la modernidad (Vargas Llosa, Castro Arenas y
Guzmán Figueroa, 1983).
La narrativa asumida por la CVR terminó produciendo una segunda victimiza-
ción de estas mujeres, al homogeneizarlas en su mayoría como «mujeres pobres»
con poca agencia. Así, la distancia social existente entre peruanos, que se extremó
durante el conflicto armado, se reprodujo en la redacción de su IF —precisamente,
un documento que aspira a la reconciliación y dignificación de los afectados—, pese
a sus intentos y esfuerzos por acercarse a las víctimas. Esto evidencia que la CVR y
sus narrativas no escaparon a la fragmentación étnico-racial que atraviesa al Perú.
Algo similar encuentra McCullough (2016) con las minorías sexuales victimiza-
das —travestis y homosexuales— durante aquellos años, cuyas historias resultaron
silenciadas debido a que la CVR fue incapaz de cuestionar la heteronormatividad que
permeó el discurso de los grupos alzados en armas y las mismas «fuerzas del orden».
Igualmente, con los desplazados se da un tratamiento parecido, pese a ser el fenó-
meno numéricamente más relevante del conflicto, donde el abordaje a esta violación
de los derechos humanos es bastante superficial (Ramírez, 2017, p. 130). En estos
casos, presentados sin afán de exhaustividad, se muestra cómo la CVR —sin querer
y en contra de su propio mandato— termina reproduciendo la violencia estructural
que denuncia.10
10
Conviene reconocer que, durante las entrevistas de 2023, tratamos de indagar cuál era el significado
que los y las entrevistadas asignaban a la CVR. Sin embargo, las respuestas terminaban centrándose en
el camino institucional que abrió para conseguir reparaciones o en las actividades que desarrollaron a
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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux
partir de ella. No encontramos críticas de este tipo entre los mismos líderes de las organizaciones de
víctimas.
11
Esto pasa por el PIR que, en su artículo 4, excluye a quienes hayan participado de los grupos alzados
en armas. Esto ha sido cuestionado como discriminatorio (Agüero, 2015; Guillerot, 2019, p. 53).
Como explican Guillerot y Magarrell (2006, p. 148): «Lo problemático que es hacer exclusiones sobre
la reparación de derechos vulnerados a miembros de grupos como Sendero Luminoso y el MRTA por
la dificultad para “determinar en qué momento fue miembro, quién lo determina y en qué tipo de
proceso esto se hace”».
Esto ha generado, además, que muchos casos hayan sido «observados» en su inclusión en el RUV, pues
la realidad local de muchas comunidades ayacuchanas es más compleja que la simple dicotomía entre
víctimas y victimarios (Ulfe y Málaga, 2021, p. 174; Theidon, 2004).
179
Legados de un pasado irresuelto
tecnología de poder del Estado que organiza el conjunto de personas que han
padecido durante el conflicto a través de una tipología de víctimas basada en
sus afectaciones.
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víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux
tados Unidos, donde estudió Administración de Empresas, y quien tuvo los recursos
suficientes para buscar una vida mejor en el extranjero. Por esto, es bastante incrédula
de las políticas que ella llama «asistencialistas» y que construirían sujetos «dóciles
incapaces de progresar» (Ulfe y Málaga, 2021, p. 216). Esto resuena con ciertos
discursos que critican las políticas sociales como desincentivos para el esfuerzo y el
trabajo, pues se les estarían dando a los pobres beneficios gratis (la idea de que se les
da pescado y no se les enseña a pescar). Al haber gozado de mayores oportunidades
que el resto de víctimas, puede «permitirse» no asumir esta identidad ni involucrarse
en la institucionalidad para acceder a las reparaciones, pues no las necesita. Al con-
trario, lo que ella busca es, por la vía judicial, que se le devuelvan los bienes, ganado
y terrenos arrebatados a su padre durante el conflicto.
Estas experiencias de victimización, que distan de los patrones que se suelen discu-
tir cuando se abordan las reparaciones, nos lleva a afirmar la diversidad de víctimas y
poner en cuestión la noción de «víctima» como aquella que la asimila con la organi-
zatividad para conseguir reparación y justicia, precisamente siguiendo la trayectoria
iniciada con las recomendaciones de la CVR. Esta es una propuesta para ampliar
nuestra comprensión de las víctimas y repensar las formas en que las reparaciones se
implementan.
181
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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux
12
En la actualidad, el RUV se encuentra abierto y, es más, los líderes de grupos de víctimas impulsan los
registros a nivel distrital en las regiones (Rosa Villarán, ex secretaria ejecutiva de PQNSR, 9 de marzo
de 2023).
183
Legados de un pasado irresuelto
fue de aclarar, sin CVR no se sabría qué ha pasado en el Perú, en Ayacucho» (Efraín
Soto, Anfasep, 4 de mayo de 2023).
Esta búsqueda de dignificación de las víctimas representó un encuadre político
cultural que buscaba dar un trato humanitario a quienes hasta entonces habían sido
ignorados (o incluso considerados sospechosos de la violencia) por la sociedad y el
Estado peruano. Esta postura fue asumida por los grupos de víctimas y la coalición
prorreparaciones (Alayza y Silva, 2023), pero no se incorporó necesariamente en las
políticas de reparaciones implementadas por el Estado, pues muchas veces estas son
vistas como políticas asistencialistas o de alivio a la pobreza (Alayza, 2017a; Bebbin-
gton et al., 2011; Ulfe y Málaga, 2021). No obstante, las entrevistadas constatan
que hubo dos excepciones entre los ministros de Justicia: Marisol Pérez Tello (2016-
2017) y Vicente Zeballos (2018-2019), a quienes se les recuerda por su gran com-
promiso y por los gestos de reconocimiento a las víctimas (Adelina García, Anfasep,
21 de abril de 2020; Juana Carrión, Anfasep, 1 de abril de 2020).
Sin embargo, que las lideresas de Anfasep compartan la narrativa propuesta por la
CVR no implica que la suscriban acríticamente, pues saben que muchas de sus histo-
rias y testimonios no están ahí recogidos. Además de que la traducción del quechua
(idioma hablado por la mayoría de las personas victimizadas) al español (lenguaje en
que se redactó el IF) podría perder la esencia de sus vivencias (Elena Tarqui, Anfasep,
21 de abril de 2023). Es más, su presidenta emérita fue bastante crítica con lo que
siguió a la entrega del Informe:
La Comisión de la Verdad vino a hacer las investigaciones, pero lamentable-
mente no hubo un efecto positivo. Se quedó ahí. Entregaron el informe con
ciertas recomendaciones, y esas recomendaciones nunca se tradujeron en una
realidad. Se quedaron ahí en el libro. Está escrito y punto. No hay más. Más
bien las organizaciones de derechos humanos han estado haciendo trabajo
para recojo de fosas, investigación de casos de desapariciones forzadas. Pero
tuvo ningún efecto para nosotros los afectados. (Angélica Mendoza, citada en
Pedraglio, 2014, p. 203).
Pese a estas críticas, Anfasep apoyó a la CVR con la difusión del IF en las provin-
cias ayacuchanas más afectadas durante la época de la violencia. Luego de una lectura
del documento, esta organización se comprometió con el legado de esta comisión
y decidieron compartir sus propios testimonios. Esto generó efectos positivos, pues
en las zonas intervenidas se conformaron organizaciones locales de afectados, articu-
lando a la población victimizada. Es más, en la ciudad de Ayacucho los jóvenes diri-
gieron el programa radial llamado «Memorias del Silencio» para llamar la atención
sobre el tema (Soto, 2015, p. 45; Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Con el paso de los años, se produjo la inclusión de líderes jóvenes en Anfasep, dado
que varias de las lideresas históricas fallecieron o ya eran ancianas, por lo que surgió
la figura del «hijo-socio» (víctima de segunda generación), ante lo cual se modificó
el estatuto para permitir su incorporación en reemplazo de sus madres (Efraín Soto,
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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux
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Legados de un pasado irresuelto
articular una coalición prorreparaciones que incluye en la sociedad civil a las siguien-
tes instituciones: Aprodeh, Comisedh, Paz y Esperanza, Centro Loyola, Apoyo Para
La Paz, Servicios Educativos y Rurales (SER), Casa Mateo Ricci, Idehpucp, Comité
Internacional de la Cruz Roja (Soto, 2015, p. 62; Juana Carrión, Anfasep, 1 de abril
de 2020). Gracias al apoyo de estas ONG e instituciones comprometidas con los
derechos humanos, las lideresas conocieron cómo funciona el Estado central y sus
ministerios, especialmente el de Justicia y Derechos Humanos, el que compete a sus
exigencias.
Al mismo tiempo, han articulado con el Estado en sus diferentes agencias y nive-
les: la Defensoría del Pueblo, la CMAN, el Ministerio de Justicia y Derechos Huma-
nos, la Dirección General de Búsqueda de Personas Desaparecidas (especialmente la
oficina regional), el Gobierno Regional de Ayacucho y las municipalidades locales.
Un momento significativo que marca el aprendizaje de Anfasep (y otras organizacio-
nes) fue cuando, en el 2016, se aprobó la Ley de búsqueda de personas desaparecidas
(Ley 30470). Este evento demostró algo que ya venía gestándose desde hacía una
década, vale decir, el cambio de dejar atrás una lógica más confrontacional y de ver al
Estado como el «otro» con el que no se podía pactar, para pasar a entenderlo como un
actor legítimo (aun cuando se mantenga la desconfianza) con el que se podía y debía
interactuar, mediante las demandas y la negociación (Alayza y Silva, 2023).
Para aprobar esta ley, tras varios intentos fallidos, se requirió que Anfasep (y otras
organizaciones involucradas), en un proceso de maduración organizativa y nego-
ciadora, adoptara un enfoque humanitario amplio, que se mostró en las acciones
de incidencia con los congresistas (incluso aquellos antiguos opositores a la ley) y
también mediante la comunicación con la sociedad (Jave, 2018; Velarde, 2021). Así,
las presidentas de Anfasep asumieron la vocería política, lo que supuso un proceso de
aprendizaje para repensar sus formulaciones, dotándolas de un sentido constructivo,
no solo de denuncia y con una perspectiva más personal (Miluska Rojas, PQNSR,
18 de marzo de 2023). Además, por primera vez, trabajaron directamente con los
tomadores de decisiones (incluido el presidente):
En 2017, 2018, la ley [Decreto Legislativo n.° 1398] de Banco de Datos Ge-
néticos, fuimos a palacio; él [expresidente Vizcarra] mismo promulgó la ley en
nuestro delante. No sé si alcance el tiempo para reunirnos [de nuevo], pues
el presidente ya se va pronto [fin del mandato en julio de 2021, no se preveía
aún su vacancia en noviembre de 2020]. Trabajamos juntos con la Oficina de
Desaparecidos, cada dos meses teníamos una mesa de trabajo [antes de la pan-
demia], nos informaban y también les dábamos nuestras propuestas. (Adelina
García, 21 de abril de 2020, citada en Alayza y Silva [2023, p. 85])
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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux
estatales (en múltiples niveles de gobierno), se han ido sintiendo más acompañadas
en sus demandas. Tanto así que el Estado —gracias a la incidencia de estas asocia-
ciones— aprueba reparaciones (aun con fallas y demoras) y el Gobierno Regional
declara el mes de agosto de cada año «Mes de la Memoria y Derechos Humanos en la
Región Ayacucho» (Ordenanza Regional 016-2019-GRA/CR; Adelina García, An-
fasep, 21 de abril de 2020; Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023). Considérese,
además, que el Estado haya solicitado su participación en la consulta sobre el plan de
derechos humanos (2012-2016), produciéndose una oportunidad para relacionarse
con diversas organizaciones sociales y funcionarios públicos (Rosario Giraldo, ex se-
cretaria ejecutiva de PQNSR, 16 de marzo de 2023).
La relación con el Estado no solo se ha limitado a la colaboración externa, sino
que en algunos casos también se ha incursionado desde dentro. Por este motivo, su
expresidenta Adelina García forma parte desde abril de 2018 del Consejo de Repa-
raciones. Es más, esta misma lideresa participó, a nivel personal y con conocimiento
de su organización, en las elecciones congresales extraordinarias del 202013 por el
partido Alianza para el Progreso (APP), aunque sin éxito. Esta nueva forma de invo-
lucramiento con el Estado ha implicado un cambio en la organización con respecto
a la participación de las asociadas en política: antes el estatuto de Anfasep prohibía
apoyar o participar en algún partido, lo que además era visto con desconfianza por
las socias (Muñoz-Nájar, 2012, p. 45).
Ahora, en cambio, las lideresas valoran la participación directa en política (aunque
a título personal y no como organización) —haciendo uso de la autorrepresentación
incluso en espacios formales (Peruzzotti, 2008)— debido a que no han encontrado
representación en los partidos políticos (Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Así consideran que «de repente si alguna víctima sale congresista, sería más fácil es-
cuchar sus reclamos» (Adelina García, Anfasep, 21 de abril de 2020). Esto pese a que
los políticos y candidatos presidenciales acuden a ellas con compromisos en tiempos
electorales, pero luego se olvidan de sus promesas de campaña. Estos cambios en la
forma de entender y relacionarse con el Estado no habrían sido posibles sin la CVR,
los espacios de formación e incidencia promovidos por la coalición prorreparaciones,
así como los espacios institucionales aliados que se articularon para exigir, junto a las
víctimas, las reparaciones y la búsqueda de sus desaparecidos (Alayza y Silva, 2023).
En ese proceso, el Estado fue cambiando al asumir nuevas políticas de reparación,
dejando de ser tan ajeno y pasó a tener funcionarios y oficinas aliadas. De tal manera,
las formas políticas de esta organización pionera adquirieron un sentido negociador,
que implicó no solo cambios en su enfoque, sino en sus propias actitudes y discursos
con los congresistas y burócratas, a pesar de las diferencias. Sin embargo, hay que
dejar en claro que pese a todo lo logrado con los procesos de representación e inci-
dencia, no ha desaparecido la desconfianza de fondo que sienten las víctimas frente al
13
Estas elecciones fueron convocadas para terminar el periodo legislativo (2020-2021), ante el cierre del
Parlamento por el entonces presidente Vizcarra.
187
Legados de un pasado irresuelto
Estado. Es decir, los aprendizajes se asumen para lograr objetivos, pero ello no borra
el punto de partida signado por la desconfianza frente al Estado, que ha marcado su
historia e identidad porque no las protegió ni reconoció cuando más lo necesitaron.
luego se pasó a Coravip, donde atravesó una línea de carrera: primero como fiscal, se-
cretario y, finalmente, como presidente (Javier Tineo, Coravip, 22 de abril de 2023).
Por su parte, Felimón Salvatierra también se inició en la Juventud (invitado por su
madre que era socia) y pasó a unirse a Coravip, donde asumió el liderazgo por un
par de años hasta que se retiró para fomentar la alternancia dentro de la asociación y
dedicarse a sus proyectos personales —aunque continúa ligado en temas de inciden-
cia desde fuera— (Felimón Salvatierra, exmiembro de Coravip, 4 de mayo de 2023).
Tanto la Juventud-Anfasep como el antecedente de Coravip (Frobavej) se fun-
daron luego de creada la CVR y antes de la entrega de su IF, lo que permitió que
muchos jóvenes fueran voluntarios de la CVR como intérpretes y traductores del
quechua, lengua mayoritariamente hablada por las víctimas (Soto, 2015, p. 42; Elena
Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023). Al igual que con las organizaciones pioneras,
los líderes jóvenes consideraron que esta comisión proveyó de un marco legal que
despejó el camino para que se le pudiera exigir al Estado las reparaciones: «La CVR
impactó dejando los 7 programas de reparaciones, que ellas [las madres] exigen, les
da la oportunidad para exigir» (Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Así, la CVR abrió la puerta para exigir derechos y poder trabajar con distintas
instancias estatales, lo que se le ha facilitado a los jóvenes, quienes tienen mayores
niveles educativos y son capaces de «formular reclamos puntuales a las entidades
competentes con los documentos sustentatorios» (Javier Tineo, Coravip, 22 de abril
de 2023). Es más, el IF es visto como el marco de acción que permite la incorpora-
ción de las normativas de los gobiernos locales en materia de reparaciones (Felimón
Salvatierra, exmiembro de Coravip, 4 de mayo de 2023). Sin embargo, ha sido un
proceso lleno de complicaciones en su implementación:
Al principio, los papeles aguantan todo, reparaciones para todos, los 7 progra-
mas, lo recibieron con bombos y platillos. Muchos obstáculos, muchos requi-
sitos, muchos vacíos, no se accede como debe ser, como dice la CVR, la Ley, su
reglamento. De fuera les dicen que reciben 7 tipos de reparaciones, ¿qué más
quieren?… Pero solo unos cuantos han recibido. No han cumplido, no llegan.
Las leyes no son claras, por ejemplo, para ser reparado en vivienda, debe ser
desplazado, no se debe tener un carro, otra vivienda, ser de extrema pobreza.
(Javier Tineo, Coravip, 22 de abril de 2023)
189
Legados de un pasado irresuelto
Estos jóvenes líderes participaron de los espacios de formación política de las ONG
—resalta la presencia de la Escuela de Líderes del Instituto Bartolomé de las Casas
en Lima—, de sanación —como los círculos restaurativos o las Escuelas de Perdón y
Reconciliación (Espere), a las que convocó el movimiento PQNSR con participación
de víctimas policiales y civiles—, así como talleres de meditación y autoestima (Javier
Tineo, Coravip, 22 de abril de 2023). Estas instancias buscaron trabajar en conjunto
la salud mental: a la par que reconocían otras formas de afectación y la pluralidad de
experiencias dentro del movimiento de víctimas, los preparaban para desenvolverse
en el espacio público (Miluska Rojas, ex secretaria ejecutiva de PQNSR, 28 de marzo
de 2023). Estos aprendizajes les sirvieron para madurar políticamente y les hicieron
replantear su estrategia política de convocatoria, para así contar no solo con las vícti-
mas civiles, sino también con las policiales y militares, con quienes empezaron estra-
tegias conjuntas de incidencia (Muñoz-Nájar, 2012; Manky y Muñoz-Nájar, 2014).
En ese sentido, las experiencias formativas iniciadas en el contexto del posconflicto
sirvieron, primero, para que las víctimas aprendieran cómo funcionaba el Estado, así
como para potenciar sus capacidades para hablar en público ante funcionarios y re-
presentantes. Y, con el tiempo, también aprendieron a reconocer la riqueza (y no solo
las dificultades y tensiones) que significaba la existencia de una variedad de grupos
de víctimas en el movimiento y en diversas regiones, pese a que al inicio les resultaba
motivo de desconfianza de sus pares y obstaculizaba el trabajo colectivo (Rosario
Giraldo, ex secretaria ejecutiva de PQNSR, 16 de marzo de 2023). Esto las forzó a
salir de cierto «ombliguismo» que solo les hacía centrarse en sus casos y su propia
interpretación de lo ocurrido únicamente en Ayacucho, lo que a su vez dificultaba
el diálogo con víctimas militares o policías, quienes eran vistas como enemigas pese
a sufrir también los efectos del conflicto armado. Empero, conviene reconocer que
estos apoyos se han reducido, lo que desde hace varios años limita la formación de
nuevos liderazgos.
No obstante, a diferencia de Anfasep —que tiene acceso a fondos internacionales
por su trayectoria histórica y buena reputación—, Juventud-Anfasep y Coravip ado-
lecen de debilidad organizacional. Los jóvenes —ahora padres y trabajadores— tie-
nen nuevas responsabilidades familiares y profesionales (en algunos casos, se mudan
a otras ciudades) lo que les impide participar, como antes, en la asociación. Esto ha
llevado a que el presidente de la Juventud no haya cambiado en bastante tiempo,
pues ha sido difícil reunirse y, más aún, comprometerse a participar sostenidamen-
te (Elena Tarqui, Anfasep, exmiembro de Juventud Anfasep, 21 de abril de 2023;
Felimón Salvatierra, exmiembro de Coravip, 4 de mayo de 2023). Lo mismo ha
sucedido en Coravip, que en su mejor momento llegó a tener bases en 10 de las 11
provincias ayacuchanas, pero que poco a poco ha ido disminuyendo su poder de
sidente Pedro Castillo —acusado de dar un golpe de Estado y haber cometido actos de corrupción—,
protestas que fueron reprimidas brutalmente por el gobierno de Dina Boluarte, que terminó con 49
muertos a manos de las «fuerzas del orden».
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Un parteaguas en la agencia: el legado de la CVR en la asociatividad y el liderazgo político de las Alayza Mujica
víctimas civiles ayacuchanas (2003-2023) Silva Caillaux
convocatoria (Javier Tineo, Coravip, 1 de abril de 2020). Esto lleva a que incluso se
llegue a considerar que la organización ha entrado en decadencia, pues los cuadros se
han alejado —debido a la distancia entre las provincias y las limitaciones económi-
cas—, lo que replicó en una pérdida de incidencia (Felimón Salvatierra, exmiembro
de Coravip, 4 de mayo de 2023).
Pese a que, en un inicio, las organizaciones de víctimas reclamaron la protección
y presencia del Estado, encontramos que actualmente la CVR y su legado institucio-
nal son vistos como agravantes de este bajón en la capacidad asociativa. Los cuatro
jóvenes entrevistados (tres de ellos en actividad) han afirmado que las reparaciones
económicas incidieron negativamente en la participación: «cuando llegaron las repa-
raciones, se desintegraron las organizaciones porque pensaron que ya era suficiente»
(Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023). Esta situación se ha agravado aún más
con la pandemia, que desarticuló lo que quedaba de estas asociaciones (Javier Tineo,
Coravip, 22 de abril de 2023). Así, es necesario reconocer que, si bien las políticas de
reparaciones generan desincentivos para la asociatividad, no puede perderse de vista
que existe la amenaza de que se borren estos avances debido a la presencia política
de opositores.
Pese a estas debilidades organizacionales, varios de los liderazgos de la segunda
generación han aprendido a trabajar no solo articuladamente con el Estado, sino
también a ser parte de él. De este modo, han sido convocados para ocupar diferentes
cargos a nivel nacional15 y subnacional. La trayectoria política de Daniel Roca, expre-
sidente de Coravip y exmiembro de Juventud, que lideró varias reuniones con autori-
dades, es indicativa: postuló al Parlamento Andino en el 2011 con la lista del partido
que llevó a Ollanta Humala a la presidencia, y Coravip realizó un trabajo de base
alrededor de su candidatura (Muñoz-Nájar, 2012, pp. 44-45). A pesar de no lograr
una curul andina, integró la campaña de Humala en Ayacucho, y luego fue designa-
do gobernador regional,16 y comisionado para la Paz y el Desarrollo en Ayacucho y
otras regiones aledañas (Rojas, 2012). Luego de estas experiencias gubernamentales,
resultó elegido alcalde de la Municipalidad Provincial de Cangallo (2019-2022). Su
cargo y su posición dentro del aparato estatal es visto como positivo, en tanto permi-
te tener un insider que, al comprender la problemática, ayude a destrabar los procesos
y haga incidencia (Elena Tarqui, Anfasep, 21 de abril de 2023).
Otro presidente de Coravip que también se lanzó a un cargo de representación
fue Javier Tineo (22 de abril de 2023), quien, con el partido Democracia Directa,
postuló sin éxito a las elecciones parlamentarias complementarias del 2020. Es per-
tinente aclarar que su postulación fue a título personal, de modo que no se presentó
15
Consideremos el caso de Gisela Ortiz, lideresa del movimiento de víctimas en Lima, quien aceptó ser
ministra de Cultura (octubre 2021-febrero 2022) del gobierno de Pedro Castillo (2021-2022).
16
Antes de la reforma del 2015, esta instancia dependía del Ministerio del Interior; mientras que,
luego, las presidencias regionales (el cargo de elección popular a nivel subnacional) pasaron a llamarse
«gobiernos regionales».
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Legados de un pasado irresuelto
como representante de Coravip, pues hubo quienes no querían que se lanzara —pro-
duciéndose un debate interno—, dado que se entendía como una forma de politizar
la organización. Pese a presentarse con una plataforma de propuestas variadas (y
no solo centrada en las reparaciones), llevó esta bandera, pues, según él, no hacerlo
sería una falta de respeto a su movimiento. Es más, su experiencia en la campaña
dimensionó la estigmatización que todavía sufren las víctimas en la sociedad (y en
el Estado), vistos como «hijos de terroristas» que han hecho daño al país, que están
haciendo un reclamo injusto al exigir reparaciones y que, además, quieren llegar al
Congreso. Visto desde las víctimas, estas son las formas en que la polarización y la
ausencia de un discurso común sobre los hechos de la violencia se manifiestan en la
sociedad peruana.
Del mismo modo, algunos cuadros jóvenes con formación profesional han in-
gresado al Estado a trabajar como funcionarios públicos en las oficinas locales de la
CMAN, de búsqueda de desaparecidos o del RUV, convirtiéndose en insiders de su
causa dentro del aparato burocrático. También Javier Tineo (Coravip, 22 de abril de
2023), ingeniero agroindustrial de la Universidad Nacional San Cristóbal de Hua-
manga, con experiencia en gestión pública en algunas municipalidades pequeñas,
considera que su paso por el Estado subnacional —pese a no haber trabajado el
tema sobre reparaciones— le ha ayudado a comprender mejor el aparato estatal.
Este conocimiento práctico le permite hacer un seguimiento —más informado— de
sus demandas, de modo que ya sabe a qué entidad y autoridades competentes pedir
rendición de cuentas.
Otro exdirigente de Coravip, Felimón Salvatierra (exmiembro Coravip, 4 de mayo
de 2023), entró a trabajar como facilitador de la oficina ayacuchana de la CMAN,
luego de haber tenido experiencia laboral en temas relacionados con las reparaciones
en una ONG de derechos humanos y en una municipalidad distrital. Este entre-
vistado identifica que la alta rotación de los funcionarios municipales, con quienes
interactúa cotidianamente desde la CMAN, dificulta la atención para las víctimas.
Además, considera que su identidad como exlíder del movimiento de los afectados
y como actual funcionario público le ha permitido comprender mejor el ciclo de la
política pública. Y ha sido chocante, pues antes él planteaba las demandas; mientras
que ahora las recibe y debe intentar resolverlas. Esta peculiar posicionalidad le hace
sentirse un insider que trata de articular e insertar los temas de las víctimas en los
documentos de gestión, en línea con el PIR; puesto que sabe que la gestión pasa por
las personas y necesita involucrar a los tomadores de decisiones para conseguir sus
objetivos.
En suma, en estas experiencias en el ejercicio político o burocrático, los líderes
incorporan sus miradas como víctimas y recogen aprendizajes, siendo conscientes de
que dotan al ciclo de la política pública de sus perspectivas particulares por las afecta-
ciones sufridas. Es un círculo virtuoso, donde también ellos aprenden y comprenden
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ciones pasen a los nietos. Esta asociación enfatiza en evidenciar la utilidad práctica
que su involucramiento en la organización otorgará a sus potenciales nietos-socios,
como una manera de convocar a los mayores de edad. Sin embargo, no hay ninguna
estrategia pensada para incluir a los niños de la tercera generación (Javier Tineo,
Coravip, 22 de abril de 2023).
Empero, como en el resto de organizaciones sociales en el Perú y a nivel mundial,
hay dificultad para atraer a los jóvenes a sus filas. Si la situación es grave en Anfasep
—que pasó de tener entre 300 y 500 socias; mientras que ahora las mamás que que-
dan llegan a las 100 o 120—, considérese cómo esta disminución ha afectado a las
demás organizaciones de víctimas que no gozan de las capacidades asociativas y el ac-
ceso a financiamiento internacional que ha ido construyendo Anfasep con los años:
«Si así está Anfasep, ¿cómo estará en las demás que son más débiles? Afavita, Anfadet,
Coravip o Conavip. Si no tienen algo claro, tienen los días contados» (Efraían Soto,
Anfasep, 4 de mayo de 2023).
Por otro lado, desde el Estado —especialmente, desde la CMAN— también se
ha trabajado por incluir a la tercera generación de víctimas: «Al ceder el beneficio en
educación para la tercera generación directa o indirectamente los están involucrando,
desde CMAN se viene trabajando, también en el tema de memoria, pues no vivieron
aquellos tiempos. En los talleres, los involucran, les informan» (Felimón Salvatierra,
exmiembro de Coravip, funcionario de CMAN-Ayacucho, 4 de mayo de 2023). Pese
a estos intentos, se reconoce que tampoco hay mucho involucramiento por parte de
estos actores. El presente emerge como un tiempo de prueba, pues queda mucho
por trabajar en su sostenibilidad a largo plazo si el movimiento de víctimas quiere
permanecer activo, bajo el riesgo de que sus demandas pierdan piso político y de que
sus opositores retrocedan los avances.
A manera de cierre, conviene preguntarnos y presentar algunas dudas con perspec-
tiva de género para futuras investigaciones: ¿Acaso el hecho de que sean sobre todo
los padres (varones) quienes se autoidentifiquen como víctimas entre los liderazgos
de segunda generación incide en algún sentido en el involucramiento de los nietos (la
tercera generación), a diferencia de las madres pioneras de Anfasep? ¿Cómo el género
y las formas de parentalidad permean la experiencia del activismo y su transmisión
intergeneracional entre las víctimas organizadas?
3. Reflexiones finales
El IF de la CVR ha marcado un parteaguas en la trayectoria organizativa y de
agencia de las asociaciones de víctimas civiles ayacuchanas que aquí se consideraron
(Anfasep, Juventud-Anfasep y Coravip), precisamente las que demuestran mayor vi-
sibilidad y trabajo de incidencia política. Estas organizaciones se han valido de este
documento para formular sus exigencias ciudadanas a las autoridades y, al mismo
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actual posconflicto y, como hemos esbozado, han tenido distintas maneras de afron-
tar su situación (siendo resilientes, y asumiendo discursos de migración y progreso)
que no pueden ser olvidadas.
Con respecto al futuro de estas organizaciones, la pregunta abierta sobre un nuevo
recambio generacional y la inclusión de una tercera generación (los nietos) queda
aún sin una respuesta clara. Aunque se encuentran ciertas experiencias de involucra-
miento, actualmente observamos que hay pocos incentivos y aquí el relativo éxito de
las reparaciones ha jugado en contra, desincentivando la asociatividad al conseguir-
las. La fidelización de los nietos dependerá —en parte— de la segunda generación,
específicamente, de su capacidad por comprender su manera de ver el mundo y de
que encuentren las formas de impactar en sus identidades, dejándolas a la par hacer
su camino, como ellos y ellas pudieron hacerlo.
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La dimensión simbólica de las reparaciones
https://doi.org/10.18800/9786124474477.007
Iris Jave
https://orcid.org/0000-0002-8140-1839
Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la
Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP)
Resumen
203
Legados de un pasado irresuelto
Introducción
Una de las primeras medidas adoptadas por el Estado peruano, atendiendo las re-
comendaciones del Informe Final de la Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR),
fue el Plan Integral de Reparaciones (PIR),1 cuya ley fue aprobada por unanimidad
en la Comisión Permanente del Congreso de la República (Ley 28592), lo que abrió
un marco temporal favorable para su inserción en la estructura del Estado. Ello fue
posible en un contexto de apertura democrática, donde se generaron nuevas instan-
cias de diálogo y fortalecimiento con la sociedad civil como el Acuerdo Nacional,2 el
Acuerdo Nacional por la Educación,3 la Mesa de Lucha contra la Pobreza4 y la Co-
misión de la Verdad y Reconciliación,5 lo que se vio fortalecido con la incorporación
en el Estado de funcionarios que provenían del movimiento de derechos humanos.
En ese contexto, fue posible introducir mecanismos de justicia transicional, lo que
trajo consigo un enfoque novedoso en las formas de intervención de políticas y que
privilegiaba el reconocimiento de los derechos de las víctimas del conflicto arma-
do interno (CAI) (Jave, 2021). Ello generó enormes expectativas en las víctimas y
familiares respecto de la respuesta que el Estado podría brindar a las demandas y
al reconocimiento de los crímenes y violaciones de los derechos humanos sufridos
durante el CAI.
La justicia transicional plantea diversas medidas estatales para emprender pro-
cesos de recuperación en sociedades con pasados violentos, como, por ejemplo, los
programas de reparaciones cuyo objetivo principal es hacer justicia para las víctimas
(Guillerot, 2019). Las reparaciones deberían darse cuando los ideales de la restitu-
ción íntegra y de la reparación en proporción al daño sufrido se ven desbordados, ya
que la naturaleza de la violación es irreversible, o cuando las violaciones de derechos
humanos son sistemáticas. En ese sentido, el Informe Final de la CVR propuso el
PIR con el objetivo de «reparar y compensar la violación de los derechos humanos,
1 Promulgado el 20 de julio de 2005 por el Congreso de la República mediante la Ley 28592.
2 Tras el término del Gobierno de Alberto Fujimori, el Acuerdo Nacional surgió de la coordinación
entre los partidos políticos y Alejandro Toledo, como presidente de la República en el 2002, mediante la
Resolución Suprema 451-2002-PCM. Se creó como un espacio de diálogo y construcción de consensos
entre el Estado, los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil para proponer políticas
con miras a fortalecer la democracia, afirmar la identidad nacional, luchar contra la violencia, la descen-
tralización, reducir la pobreza y reafirmar la institucionalidad de las Fuerzas Armadas.
3 El Acuerdo Nacional por la Educación surgió en el 2001 desde diversos actores de la sociedad civil, que
planteaban que el camino al desarrollo del país implicaba dotar de mayor presupuesto a la educación y
así avanzar hacia un sistema educativo nacional de calidad, equidad y pertinencia.
4 La Mesa de concertación de lucha contra la pobreza se creó en el 2001, y dio origen a un espacio
multiactor para enfrentar la pobreza a través de medidas concertadas de forma transparente, justa y
eficiente.
5 La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) se creó en el 2001 durante el Gobierno de Transi-
ción de Valentín Paniagua. Su objetivo principal fue investigar los crímenes y las violaciones de derechos
humanos ocurridos entre mayo de 1980 y noviembre de 2000; ofreció una serie de recomendaciones y
políticas; entre ellas, el Plan Integral de Reparaciones.
204
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
así como las pérdidas o daños sociales morales y materiales sufridos por las víctimas
como resultado del conflicto armado interno» (2003, t. IX, p. 147).
Para ello, establece la noción de víctima como «todas aquellas personas o grupos
de personas que con motivo o razón del conflicto armado interno que vivió en el
país entre mayo de 1980 y noviembre de 2000 hayan sufrido actos u omisiones que
violan normas del derecho internacional de los derechos humanos (DIDH)» (CVR,
2003, t. IX, p. 149).
Al ser el PIR un instrumento de política pública, el Estado ha establecido una
noción de beneficiario, la cual se entiende como aquella víctima que recibirá algún
tipo de beneficio, simbólico y/o material, individual y/o colectivo a través del PIR. La
CVR reconoce que existen víctimas directas, quienes sufrieron violaciones documen-
tadas; e indirectas, familiares de las víctimas y los grupos humanos que padecieron un
daño en conjunto y la violación de sus derechos colectivos. Este último tipo de víc-
timas también son consideradas beneficiarias en el PIR. Así, las beneficiarias pueden
ser individuales cuando se reconoce el daño producido directamente a la persona o a
sus familiares más cercanos; y colectivas, cuando se reconoce el daño producido en el
tejido social común (2003, t. IX, p. 150).
El PIR (2005) se creó con siete programas: a) Programa de restitución de derechos
ciudadanos; b) Programa de reparaciones en educación; c) Programa de reparaciones
en salud; d) Programa de reparaciones colectivas; e) Programa de reparaciones sim-
bólicas; f ) Programa de promoción y facilitación al acceso habitacional; y otros pro-
gramas que aprobara la Comisión Multisectorial de Alto Nivel (CMAN), encargada
de las acciones y políticas del Estado en los ámbitos de la paz, la reparación colectiva
y la reconciliación nacional. Nació en un contexto político favorable de seguimiento
a las recomendaciones de la CVR y una creciente participación activa de víctimas y
familiares —se abrió una ventana de oportunidad a nivel político y social— (Jave,
2021), lo que propició que el Estado buscara responder a las enormes demandas que
traían las víctimas.
Han transcurrido veinte años desde la CVR y dieciocho desde el PIR, y el con-
junto de reparaciones ha merecido una serie de trabajos y análisis para dar cuenta
de sus avances y dificultades (Guillerot y Magarrell, 2006; Correa, 2013; Macher,
2018; Guillerot, 2019; Jave, 2021; y Macher, 2023); y, de hecho, el Estado peruano
ha invertido una importante suma de dinero en las reparaciones, pero estas han sido
distribuidas sin ofrecer un real sentido de reparación, lo que continúa siendo una
demanda de las víctimas. En palabras de Sofía Macher, hay una ausencia del compo-
nente «simbólico» en los programas de reparaciones al no plantearse un vínculo de
reconocimiento de la afectación sufrida por las víctimas. «Las víctimas que se acercan
al Banco de la Nación a recoger su dinero y firmar un recibo, no identifican en esta
acción un acto de reconocimiento de responsabilidad del estado y restitución de ciu-
dadanía», afirma la autora (2023, p. 138). De acuerdo con el Informe de la CVR, la
dimensión simbólica está asociada al reconocimiento del sufrimiento de las víctimas
205
Legados de un pasado irresuelto
durante el periodo de violencia (2003, t. IX, p. 158). Es un eje transversal que parte
de comprender que todos los actos de reparación están orientados a reconocer la for-
ma en que las víctimas fueron afectadas y afirmar la condición de individuos y ciuda-
danos de todos aquellos que sufrieron la violación de sus derechos fundamentales. Lo
simbólico como enfoque incorpora el desarrollo y el restablecimiento de la confianza
entre los ciudadanos, pues fomenta una actitud de acercamiento entre los miembros
de una comunidad política que se vio fragmentada como consecuencia de la violen-
cia (2003, t. IX, p. 159). Ciertamente, aunque la reparación no puede restituir la
afectación sufrida de las víctimas, es fundamental como respuesta del Estado en tanto
puede ofrecer una acción concreta que busca reconocer la dignidad y recuperar, así, la
condición de ciudadanía (Macher, 2023, p. 89). Los símbolos reparadores unen a la
comunidad con la víctima; o, cuando la primera es la víctima, lo hacen con referencia
a la nación. Al unirlos permite la reconstrucción de la sociedad y de la historia, pero
no desde los círculos de poder, sino desde los afectados (Patiño, 2010, pp. 54-55).
En ese sentido, este capítulo tiene como objetivo explorar la dimensión simbólica
de las reparaciones en tanto restitución y reconocimiento de la condición humana y
ciudadana de las personas afectadas por el conflicto armado interno, cómo el Estado
ha implementado el enfoque simbólico de forma transversal en el conjunto de repa-
raciones o qué dificultades impiden ese reconocimiento que demandan las víctimas,
y cómo perciben esa dimensión simbólica. ¿Está presente en todos los programas de
reparaciones? ¿Cómo la entienden las personas beneficiarias? ¿Cuál es el discurso de las
víctimas sobre lo simbólico? Al no sentirse reparadas, las víctimas buscan emprender
sus propias acciones para impulsar ese reconocimiento público a través, por ejemplo,
de procesos de conmemoración y lugares de memoria; pero, al tratarse de acciones
que no provienen del Estado, nos situamos entonces frente a formas de ¿«autorrepa-
ración»? No busco enfocarme en el programa de reparaciones simbólicas, sino, más
bien, en cómo ha sido perfilada esa dimensión simbólica en el conjunto de las repara-
ciones, es decir, en el relacionamiento que el Estado ha establecido con las personas
beneficiarias y cómo reciben las víctimas esta relación.
Para responder a estas interrogantes, en primer lugar, se aborda brevemente el
avance en la ejecución de las reparaciones por parte del Estado peruano a partir de
fuentes documentales y una entrevista para analizar la información;6 en segundo
lugar, se propone una discusión sobre la dimensión simbólica de las reparaciones; y,
finalmente, se ofrecen las percepciones de dos agrupaciones de víctimas que fueron
consultadas para elaborar este capítulo.7
206
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8 La CMAN está conformada por representantes del MIDIS, MINSA, MINDEF, MVCS, MTPE,
MIMP, MIDAGRI, MINEDU, MEF, MININTER, MINCUL, CNDDHH, Asociación de Univer-
sidades del Perú, Asociación Nacional de Centros y el Consejo de Decanos de Profesionales del Perú.
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¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
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muchos sectores, el tejido social estaba ya debilitado o no existía; y, por ello, se torna
aún más difícil que el Estado y la sociedad reconozcan a las víctimas y que estas sean
reparadas. En ese sentido, al ser transversal a todas las reparaciones, el objetivo de la
reparación simbólica se hace difícil de concretar más allá de las medidas administra-
tivas, pues supone un acercamiento integral para su plena aplicación y corre el riesgo
de quedar diluida en el diseño de las políticas o depender de la voluntad de iniciativas
políticas o sociales.
Las reparaciones resultan fundamentales para los estudios de justicia transicional,
dado que son las que más directa y explícitamente se centran en la situación de las
víctimas y buscan respuestas para resarcir los daños sufridos por parte del Estado.
Por ello, el reconocimiento público que pueden proporcionar las reparaciones sim-
bólicas se convierte en una demanda permanente de las víctimas, aunque no siempre
está presente. En ese sentido, el Programa de reparaciones simbólicas ha sido poco
abordado en la literatura académica. Por un lado, el último texto de Guillerot (2019)
sobre las reparaciones implementadas luego de quince años del Informe Final de la
CVR afirma que se han realizado algunos esfuerzos en los tres niveles de gobierno al
establecer fechas conmemorativas o la creación de espacios de conmemoración. Asi-
mismo, señala el abandono de varios centros conmemorativos como negligencia de
las autoridades. Sin embargo, no llega a profundizar sobre otros tipos de reparaciones
simbólicas que contribuyan con el reconocimiento de las víctimas del CAI.
Por otro lado, Patiño (2010) plantea que las reparaciones simbólicas buscan sub-
vertir las lógicas de olvido e individualidad a través de una mirada crítica del pasado,
que implica recordar, asumir la responsabilidad y reconocer a las víctimas, aunque
no deja la agencia solo al Estado, sino a la sociedad. Afirma que, por medio de los
simbolismos reparadores, la sociedad puede reconocer también que ha fallado al ca-
llar u olvidar los hechos violentos vividos. Así reivindica lo «simbólico» no solo en
relación con las imágenes —por ejemplo, refiriéndose a los gestos como disculpas
públicas—, sino como un proceso sociocultural e histórico, donde una comunidad
o un colectivo de personas determinan un significado que los representa y que les
otorga una identidad.
Robin y Delacroix (2016) realizan un estudio sobre las reparaciones simbólicas
en el Perú en el que se centran en que la categoría de víctima guarda relación con la
etnicidad. Un ejemplo de esto es el memorial El Ojo que Llora, pues este alude a lo
«andino» e «indígena» para contrarrestar la estigmatización que sufren estas razas. Se-
gún las autoras, el Informe Final de la CVR y las reparaciones implementadas buscan
revalorizar el «mundo indígena» al desvincularlo de Sendero Luminoso. Aunque el
título hace mención a este tipo de reparación, el texto deja un vacío sobre la finalidad
de las reparaciones simbólicas. Finalmente, el texto de Uprimny et al. (2006) sostiene
que las reparaciones simbólicas deben «restablecer la dignidad de las víctimas, impo-
ner una sanción moral a los responsables, enviar un mensaje claro de que los hechos
cometidos no pueden ser justificados y que sus víctimas deben ser reconocidas y
211
Legados de un pasado irresuelto
reparadas» (p. 79). Esta última idea vincula la dimensión simbólica con la justicia y
las garantías de no repetición, y se acerca más a las demandas de los familiares y las
víctimas.
La CVR (2003) entiende las reparaciones simbólicas como un enfoque que res-
tablece la confianza de los ciudadanos al fomentar el acercamiento de los diferentes
sectores fragmentados y al permitir extraer enseñanzas. Restaurar los tejidos sociales
quebrados por la violencia se ha convertido en un objetivo difícil de concretar desde
el propio Estado —también le corresponde a diversos actores de la sociedad—. En
ese sentido, la CVR señalaba que toda medida de reparación es simbólica porque
dignifica y reconoce los derechos de las víctimas.
La CVR afirma que las propuestas de reparación simbólica presentadas deben ser
asumidas por el Estado, aunque ello no limita el desarrollo de otras iniciativas desde
la sociedad civil, a las que el Estado debería brindar facilidades. Por ejemplo, el esta-
blecimiento de las Casas por la Memoria que se orientan a la formación de espacios
simbólicos, pedagógicos y creativos que contribuyan a la preservación de la memoria
y que serían promovidos a través de patronatos de gestión que garanticen su funcio-
namiento y sostenibilidad (2003, t. IX, pp. 160-161). De hecho, se enmarcan en esa
definición la exposición «Yuyanapaq. Para recordar», creada en el 2003 y promovida
por la propia CVR y que permanece hasta hoy en el Ministerio de Cultura; el Lugar
de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM), fundado en el 2016; o los
santuarios ecológicos promovidos por la CMAN en algunas comunidades afectadas
por el CAI.
La dificultad de producir mayores avances en reparaciones simbólicas en el Esta-
do peruano responde a factores de comprensión integral acerca de su significado al
momento de implementar las políticas, por lo que resulta pertinente hacernos las
siguientes preguntas: ¿Qué enfoque han recibido las reparaciones simbólicas? ¿Las
reparaciones simbólicas implementadas por el Estado realmente logran dignificar a
las víctimas? Dado que las reparaciones simbólicas funcionan transversalmente a las
demás reparaciones, ya sea en educación, salud, vivienda y económicas, su imple-
mentación no depende solo de la CMAN, sino también de la articulación institucio-
nal y política que se puede establecer con las otras instancias del Estado; de la relación
que se establece con los propios familiares y víctimas, que no identifican el sentido
de restitución de lazos o de reconocimiento cuando reciben las otras reparaciones,
o las iniciativas que podrían adquirir un significado simbólico para ellas se debilitan
por el contexto político o por falta de acompañamiento técnico y/o financiamiento.
212
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
213
Legados de un pasado irresuelto
debe elaborar y promover una política de reparación a las víctimas y sus familiares
para dignificarlas y garantizar la no repetición de estos hechos, aunque no detalla las
formas para su implementación. Asimismo, la CEH (1999) reconoce que las muje-
res, familiares de víctimas en su mayoría, han jugado un papel ejemplar en la defensa
de los derechos humanos como impulsoras y dirigentes de diversas organizaciones de
familiares de desaparecidos y de lucha contra la impunidad.
Por otro lado, en Argentina, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Per-
sonas (CONADEP) tuvo el propósito de esclarecer los casos de tortura y desapari-
ción forzada presentados durante la dictadura militar. Su informe final, denominado
Nunca Más (1984), condenó los hechos militares y planteó que descubrir la verdad
es parte de la reparación simbólica que busca saldar una deuda con las víctimas. No
obstante, el informe no posee especificaciones sobre las reparaciones que deberían
implementarse.
El caso canadiense también es interesante de analizar, a pesar de no ser un país
latinoamericano. En Canadá, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación se creó en
el 2008 para esclarecer y reconocer una serie de abusos sistemáticos cometidos contra
los pueblos indígenas durante más de un siglo. Dichos abusos estaban especialmente
relacionados con internados educativos para los niños indígenas, en donde los obli-
gaban a cambiar de religión y a asimilar prácticas culturales occidentales mediante
abusos físicos y psicológicos.
Esta Comisión vincula más bien la reparación con la reconciliación al plantear
un proceso continuo de establecimiento y mantenimiento de relaciones respetuosas,
que consiste en reparar la confianza dañada pidiendo disculpas, ofreciendo repara-
ciones individuales y colectivas y llevando a cabo acciones concretas que demuestren
un cambio social real (Christian Aboriginal Infrastructure Developments, 2015).
Como parte de esta reconciliación se establece la conmemoración pública, señalando
que estas iniciativas pueden honrar, educar, recordar, rememorar y rendir tributo a
los antiguos alumnos de internados, a sus familias y a sus comunidades (Truth and
Reconciliation Commission of Canada, 2015).9 En el informe se argumenta que las
conmemoraciones dan testimonio del sufrimiento y la pérdida que generaciones de
pueblos aborígenes han soportado y superado. El proceso de recordar juntos el pasa-
do es un viaje emocional de sentimientos contradictorios y puede desplegar sentidos
individuales y familiares, pero también sentidos colectivos públicos, desde lo estatal
y lo social. Así, la propuesta de reparaciones de la Comisión de Verdad y Reconci-
liación de Canadá alude a la importancia de narrar, de recordar de forma pública,
buscando preservar la memoria de forma social y colectiva, lo que puede conectar
con la dimensión simbólica que busca analizar este capítulo.
9 Aún hoy se siguen descubriendo hechos atroces cometidos contra la población indígena canadiense.
En el 2021 se encontraron más de 750 tumbas sin identificar en el internado escolar de Marvel, una
institución que funcionó desde 1899 hasta 1996.
214
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
Las reparaciones simbólicas han sido de diverso carácter en América Latina. Así, en
Argentina y Chile ha habido una tendencia a revertir la actuación del Estado median-
te gestos y lugares que permitan resignificar las marcas territoriales que dejó el horror
cometido por los propios agentes del Estado10 (ESMA en Argentina; o el Museo de la
Memoria en Chile); mientras que, en Guatemala y Perú, las respuestas estatales han
venido acompañadas de presión política de las víctimas y de organismos de derechos
humanos para exigir al Estado reparar; y este ha tomado la iniciativa cuando los
crímenes correspondieron a Sendero Luminoso (Lucanamarca). El caso de Canadá
es interesante de revisar, pues las respuestas estatales han privilegiado el discurso —y
el espacio— público de reconocimiento a las atrocidades cometidas contra niños
indígenas, cuya responsabilidad no fue de las Iglesias; es decir, en sentido estricto, el
Estado asumió la reparación como un encargo nacional y no solo estatal.
10
En Argentina y Chile se produjo el delito de desaparición forzada bajo responsabilidad de las dicta-
duras militares de Videla y Pinochet, respectivamente.
215
Legados de un pasado irresuelto
Del mismo modo, se plantea que la reconciliación debe ser multiétnica, pluri-
cultural, multilingüe y multiconfesional; debe conducir a una integración de la po-
blación rural por parte del Estado. Esta debe tener componentes que remarquen
la revaloración de las mujeres mediante el reconocimiento de sus derechos y de su
participación plena y equitativa en la vida ciudadana; y dirigirse a la construcción
de una ciudadanía solidaria (Comisión de Entrega de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación, 2004). De esta forma, se comprenden las diferencias y desigualdades
sociales desde aristas que involucran aspectos clave como el género, la edad y el nivel
socioeconómico de las víctimas.
Según el PIR, el enfoque simbólico está anclado en el reconocimiento del sufri-
miento de las víctimas durante el periodo de violencia. Entonces, al ser transversal,
toda medida de reparación debería expresar una dimensión simbólica al ofrecer un
reconocimiento de la dignidad y de los derechos de las víctimas, y así contribuir a la
búsqueda o restablecimiento de la confianza entre los ciudadanos.
11
Lineamientos para una Política Nacional de Memoria, Paz y Reconciliación. Véase más en https://cdn.
www.gob.pe/uploads/document/file/2072511/LINEAMIENTOS%20para%20el%20Pol%C3%AD-
tica%20Nacional%20de%20Memoria%2C%20Paz%20y%20Reconciliaci%C3%B3n.pdf.pdf.
216
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
12
Manual de procedimiento administrativo para la formulación de proyectos destinados a la creación,
construcción e implementación de memoriales o santuarios de la memoria como parte del PIR. Véase
más en https://www.gob.pe/institucion/minjus/informes-publicaciones/2824606-manual-de-procedi-
miento -administrativo-para-la-formulacion-de-proyectos-destinados-a-la-creacion-construccion-e-im-
plementacion-de-memoriales-o-santuarios-de-la-memoria-como-parte-del-pir.
13
El IDEHPUCP contribuyó en una primera etapa con la metodología y organización de los espacios
de diálogo con diversos actores en el 2021. Véase más en
https://cdn01.pucp.education/idehpucp/wp-content/uploads/2021/08/13212642/vf-Sist.-proce-
so-dia%CC%81logo-Plan-Nacional-Memoria_23julio1.pdf.
217
Legados de un pasado irresuelto
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¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
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Legados de un pasado irresuelto
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¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
involucradas en las políticas, perciben que el Estado no las toma en cuenta, y buscan
participar e incidir en los procesos de toma de decisiones. Es decir, la reparación sim-
bólica, como reconocimiento, no se entiende solo como el gesto institucional, sino
que atraviesa todas las dimensiones de su relación con el Estado.
Al mismo tiempo, en otro espacio social formado por la acción de víctimas y
activistas de derechos humanos, la «dimensión simbólica» es muy valorada debido a
los sentidos que les han ido otorgando y la apropiación que han hecho de ella, ante
la lentitud o los vacíos que generaba la implementación de las otras reparaciones. El
enfoque simbólico ha adquirido una diversidad de representaciones y formatos que le
han ido convirtiendo en mecanismos más cercanos para promover el reconocimiento
a las afectaciones sufridas, el contacto con nuevas generaciones y la posibilidad de
concretar sentidos reparadores en el espacio público. Conmover, empatizar, pero,
además, ser reconocidas en sus demandas ha llevado a que organizaciones de víctimas
impulsen e implementen estas iniciativas simbólicas.
Algunas víctimas —participantes en la entrevista grupal con la ANFASEP— con-
sideran que no se ha recibido ningún tipo de reparación y exponen su cansancio,
debido a que son ellas quienes deben reclamar y gestionar las reparaciones que les co-
rresponden sin la seguridad de que algún día logren la reparación digna: «Nosotras ya
estamos muriendo y desapareciendo sin alcanzar justicia ni reparación digna» (Mujer
adulta, ANFASEP). Reconocen que hay avances en las reparaciones, pero, al haber
sido adscritas a programas sociales, perciben que no responden a sus afectaciones:
«Cuarenta años hemos luchado sin una reparación digna. Estamos reclamando
el Santuario de la Hoyada, cuánto hemos sufrido, cuánto hemos luchado, y
esto no queda para nosotras, sino esta reparación simbólica queda para el pue-
blo». (Mujer adulta, ANFASEP)
221
Legados de un pasado irresuelto
El hecho de que entre las laberínticas piedras con los nombres de las víctimas haya
también nombres de víctimas que pertenecieron a grupos terroristas molesta a varios;
sobre todo a simpatizantes del fujimorismo (Fowks, 2022). Eso demuestra que deno-
minaciones como estas no han desaparecido. En marzo de 2023, el alcalde de Lima
atacó al LUM y ofreció cederlo a las Fuerzas Armadas; aunque tomar esa decisión no
forma parte de sus funciones. Expresó que estos museos de la memoria y reconcilia-
ción escriben una narrativa donde los propios guías mienten al poner a las Fuerzas
Armadas y a la Policía Nacional como agresores, quienes —en su opinión— han
salido a defender a la patria (Infobae, 2023).
Dos meses después, la Municipalidad de Miraflores clausuró el LUM debido a una
«falta administrativa» que se le imputó, lo cual no se hizo con otros museos del dis-
trito que tampoco contaban con la documentación requerida (Simon, 2023). Tras las
mejoras del edificio y numerosas protestas de organizaciones civiles y de derechos hu-
manos y de la cooperación internacional, se reabrió el LUM al cabo de dos meses.15
El desconocimiento de los graves sucesos ocurridos durante las dos décadas de
violencia contribuye a la desinformación y a una mayor visibilización de narrativas
negacionistas. Según la encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) (2023),16
el 61 % de las personas encuestadas no tienen conocimiento sobre la CVR; mientras
que del 38 % que declaró tener conocimiento al respecto, el 43 % proviene
de Lima Metropolitana, el 51 % se encuentra en el rango de edad de 40 años a
más y el 62 % pertenece al nivel socioeconómico A/B. La enseñanza del pasado
reciente no ha logrado penetrar en la escuela de forma institucionalizada, y se ha
convertido en una barrera para que nuevas generaciones puedan conocer lo ocurrido
y comprender la importancia de construir una cultura de paz sobre la base del acceso
y el reconocimiento de derechos, la tolerancia de la diversidad y la inclusión de todos
los ciudadanos y ciudadanas.
Sin embargo, en un contexto donde el «terruqueo» y la polarización descalifican
cualquier demanda social, las reparaciones simbólicas cobran un valor fundamental
al narrar su propia historia, compartirla con la colectividad y ensayar acercamientos
con nuevas generaciones. El Museo de la Memoria de la ANFASEP, construido entre
el 2004 y el 2005 por las propias víctimas y no por el Estado, se convierte en una
reparación social basada en las capacidades que las socias han ido aprendiendo, en su
relación con diversos actores, incluido el Estado (Jave, 2021). Las propias víctimas se
han organizado, han planificado y gestionado diversas iniciativas de conmemoración
debido a que para ellas se acercan más al sentido que esperan de las reparaciones
simbólicas. Una de las víctimas señala: «Para sentirnos reparadas hemos realizado este
15
Véase la nota informativa en el siguiente enlace: https://lum.cultura.pe/noticias/lum-reabre-sus-puer-
tas-al-p%C3%BAblico.
16
Véase la encuesta elaborada por el IEP (agosto de 2023) en el siguiente enlace: https://iep.org.pe/
wp-content/uploads/2023/08/IEP-Informe-de-Opinion-Agosto-2023.-Informe-completo.pdf.
222
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
museo con el fin de difundir la violencia que hemos sufrido, damos conocimiento a
otros países, nadie nos ha dado o construido» (Mujer adulta, ANFASEP).
Pero ello puede traer consigo una contradicción: el sentido reparador que le co-
rresponde al Estado como una respuesta a la afectación sufrida y al reconocimien-
to de sus responsabilidades no se logra concretar. Para las víctimas entrevistadas,
esta dimensión implica una incongruencia latente, porque es el Estado quien debe
brindar las reparaciones como un reconocimiento en sentido social y político. En la
construcción de este museo no han recibido ningún tipo de apoyo, ni económico ni
un respaldo político; por lo tanto, algunas no lo consideran una reparación simbóli-
ca. Pero, al mismo tiempo consideran que, finalmente, han construido este espacio
como una forma de reparación hacia ellas mismas, pues las representa en su búsqueda
de la justicia, la verdad y la memoria. Se podría pensar, entonces, que se trata de una
«autorreparación» entendida como una estrategia para lidiar con un pasado traumá-
tico, recuperar y fortalecer su memoria, buscar el reconocimiento y así «hablarle»
a la sociedad. Ciertamente, el museo de ANFASEP es un espacio para difundir su
propia historia y dejar un aprendizaje para que la sociedad no repita el pasado que les
tocó a ellas; en ese sentido, asume un efecto terapéutico, de aliviar el dolor sufrido.
Pero ellas esperan un sentido integral de reparación simbólica que recupere su efecto
político, cívico, público, de afirmación de ciudadanía. Una ciudadanía que ellas han
debido conquistar a través de sus luchas y que el Estado ha tardado en reconocer.
Según la CVR, las propuestas de reparación simbólica presentadas deben ser asu-
midas por el Estado, aunque ello no limita el desarrollo de otras iniciativas desde la
sociedad civil, a las que el Estado debería brindar facilidades. Pero en la práctica esto
no sucede; la sociedad civil, como es el caso de ANFASEP, ha buscado generar sus
propios espacios de reparación.
Como señala una de las mujeres entrevistadas, la construcción del Museo de la
Memoria en Ayacucho ha sido una lucha constante, las han catalogado de terroristas
y las han denunciado por apología del terrorismo. Han sufrido constante margina-
ción y humillación por parte de la sociedad, como parte de la corriente negacionista.
Como una de ellas afirma, «reparación simbólica es voluntad política». Por lo tanto,
la consolidación del Museo de la Memoria en Ayacucho ha sido gestión de las pro-
pias víctimas, quienes han enfrentado diversas limitaciones para poder contar su ver-
dad e historia. Aunque este capítulo no se enfoca en lugares de memoria, cabe señalar
que en el país se han desarrollado una diversidad de lugares de memoria de acuerdo a
las identidades sociales y culturales, regionales e incluso por el tipo de afectación. La
mayoría de ellos fue impulsado por víctimas con escasa intervención del Estado; no
existe una mirada integral de cuántos funcionan a nivel nacional ni un apoyo técnico,
o una entidad que los articule.
223
Legados de un pasado irresuelto
224
¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
4. Conclusiones
Si bien existe un gran avance en las acciones estatales y se ha cumplido con algunas
de las recomendaciones de la CVR para las víctimas del CAI, estas acciones aún no
logran transmitir un efecto reparador hacia las víctimas del conflicto. Las reparacio-
nes simbólicas tienen como fin reconocer públicamente el dolor y el daño ocasionado
hacia las víctimas del CAI, pero ese reconocimiento es político, en el sentido no solo
institucional —el Estado reconoce la afectación—, sino que también busca generar
una transformación y un impacto en la sociedad, de forma pedagógica y pública.
Así, se trata de fortalecer —o generar— una ciudadanía activa, donde las víctimas
sean reconocidas como ciudadanas. El reclamo más recurrente es el reconocimiento
y el acto simbólico que vaya más allá de la entrega de bienes materiales como becas
o dinero. Se trata de responsabilizarse por lo ocurrido y brindar soluciones que no se
diluyan entre los programas sociales que buscan el desarrollo social y la lucha contra
la pobreza.
Las reparaciones simbólicas no solo quedan relegadas desde su diseño e implemen-
tación, sino también en la forma en que pueden ser asumidas en la gestión estatal.
Extender el carácter y enfoque transversal que poseen las reparaciones simbólicas
hacia todo el Estado —no solo a los sectores desde donde se formula la política—
mediante información, capacitación y actualización en torno a la implementación de
los programas de reparación puede colaborar con la gestión estatal y, por lo tanto, ser
más eficiente para responder a las personas beneficiarias. La reparación comienza des-
de el acercamiento del Estado a las víctimas, brindando accesibilidad, información y
acompañamiento. Ello implica que las víctimas sean tomadas en cuenta dentro del
proceso de reparación, desde el momento de diseñar e implementar las políticas y
acciones estatales mediante su participación activa, siendo convocadas, escuchadas y
consultadas. La reparación simbólica va más allá de un gesto institucional; debe atra-
vesar todas las dimensiones y enfocarse en la relación de las víctimas con el Estado.
A pesar de los avances, las víctimas perciben que el Estado no ha asumido su
responsabilidad y que no brinda la dignificación o el reconocimiento de los daños
225
Legados de un pasado irresuelto
ocasionados. Por ello, algunas perciben que tienen que seguir luchando y buscar su
propia reparación («autorreparación») mediante las acciones y la agencia social que
ejercen. Son las propias víctimas quienes toman la iniciativa y gestionan para poder
recibir o acceder a ciertos programas de reparación por parte del Estado. Esto marca
una narrativa compleja desde las víctimas y las organizaciones de derechos humanos:
cuestionan al Estado por esa desatención, pero colaboran de manera fluida para que
sus demandas logren ser institucionalizadas en políticas públicas. Esto puede generar
lejanía en la vida cotidiana cuando tienen que gestionar las otras reparaciones y se
encuentran con retrasos o ven que no se produce ningún cambio en sus vidas (vi-
vienda, salud o educación) como se esperaba. El sentido reparador debe entenderse
como un proceso integral que requiere información, capacitación y articulación con
los otros sectores del Estado, y que no puede quedar solo como un plan de acciones,
sino como una política que atraviesa las instancias nacionales, regionales y locales.
Referencias
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¿Reparar lo irreparable? La dimensión simbólica de las reparaciones Jave
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Legados de un pasado irresuelto
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229
III. La democracia peruana
y sus cuentas con el
pasado
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y
degradación institucional en el Perú contemporáneo
https://doi.org/10.18800/9786124474477.008
Daniel Encinas
https://orcid.org/0000-0003-3078-5235
Northwestern University
Antonio Zúñiga
https://orcid.org/0000-0002-0206-3107
Pontificia Universidad Católica del Perú
Resumen
El presente capítulo se enfoca en los efectos contemporáneos de dos identidades
radicales de largo aliento: la identidad «tutelar-elitista», que refuerza las jerarquías
tradicionales bajo la idea de «progreso», y la identidad «refundadora-popular» orien-
tada a romper con la «dominación» reivindicando a los de «abajo». Ambas identi-
dades no solo preceden y trascienden el conflicto armado, sino que fueron intensi-
ficadas por este a pesar de la derrota de Sendero Luminoso. El capítulo argumenta
que estas identidades estructuran posiciones encontradas alrededor de tres patrones
institucionales: a) el modelo económico, b) la geografía electoral y c) la conflictividad
social. Asimismo, llama la atención sobre las tendencias desestructurantes de estas
identidades y, en particular, su rol en generar enfrentamientos irreconciliables que
contribuyen a una constante degradación institucional y al actual colapso social. El
trabajo concluye que la supervivencia de estas identidades contradice las recomenda-
ciones de la CVR referidas a construir un nuevo pacto social.
231
Legados de un pasado irresuelto
Introducción
Perú vive desde hace algunos años en una crisis perpetua. En un inicio, esta crisis
se restringía al enfrentamiento entre dos poderes del Estado (Gobierno y Congreso)
controlados por dos tipos de derecha (Peruanos por el Kambio y el fujimorismo),
pero paulatinamente se complejizó y empezó a echar raíces en la sociedad. La crisis
política se transformó, en palabras de José Carlos Agüero, en un colapso social.1
Evidencia de ello son los estallidos sociales de gran envergadura, la represión de las
fuerzas del orden y los discursos que apelan a antagonismos étnicos, culturales, terri-
toriales y socioeconómicos.
El presente capítulo llama la atención sobre estos discursos antagónicos y su co-
nexión con el conflicto armado interno (CAI). Argumentamos que el actual colapso
social responde al enfrentamiento entre identidades nacionales de corte radical y de
largo aliento en el Perú: lo que llamamos la identidad «tutelar-elitista», proclive a una
posición desde las jerarquías tradicionales, y lo que podría denominarse la identidad
«refundadora-popular», orientada a una visión de «los de abajo». Estas identidades
—reconocidas, no sin matices, por diversos estudios en las ciencias sociales y huma-
nidades— preceden al CAI. No obstante, este periodo de violencia parece haberse
asentado en ellas y contribuido a reproducirlas, reforzarlas y complejizarlas. Asimis-
mo, el posconflicto coincidió con el fin de varios otros procesos: hiperinflación, sis-
tema de partidos y la democracia. Planteamos, siguiendo a Soifer y Vergara (2019),
que el posconflicto inició hacia mediados de la década de 1990.
Estas identidades no son las únicas que pueden encontrarse (o construirse) en el
Perú. Ciertamente, tampoco son masivas ni parecen seducir de forma mayoritaria
a una población más fragmentada que unificada alrededor de discursos limpios y
claros. Sin embargo, ambas tienen un peso sobredimensionado en el debate público
con consecuencias devastadoras en la actualidad. Los efectos contemporáneos de es-
tas identidades se pueden rastrear en los discursos y comportamientos contrapuestos
en torno a la continuidad de tres patrones institucionales durante el posconflicto:
a) el modelo económico, b) la geografía electoral y c) la conflictividad social. Estos
discursos estructuran la competencia y disputa por el poder, establecen los «amigos
y enemigos» en la política peruana. Pero otros de sus efectos son, más bien, des-
estructurantes. Al generar campos antagónicos y difícilmente reconciliables, estas
identidades también contribuyen a la constante degradación de la institucionalidad
democrática del país. El actual estallido social y la respuesta represiva desde el Estado
son una manifestación contemporánea de estos efectos.
1 Esta división entre lo político y social es discutible. Acaso una mejor caracterización sería referirnos al
ámbito político en sentido restringido (lo institucional-formal) y al ámbito político en sentido amplio
(incluyendo la política movimentista y contenciosa). Véase la entrevista realizada por Enrique Patriau
(2022) a José Carlos Agüero.
232
Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga
233
Legados de un pasado irresuelto
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Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga
Tabla 1
Identidades nacionales radicales
Identidad Identidad
refundadora-popular tutelar-elitista
235
Legados de un pasado irresuelto
como «el logro más apreciable del país» (2021, p. 83). Para los autores, se trataba de
un «tradicionalismo romántico de desconfianza hacia lo nuevo» (2021, p. 90). Esta
misma visión centrada en un «Perú autóctono» (Mariátegui, 1924) de «serranos y
campesinos» o «indios infelices» (Bustamante, 1959) también ha estado presente en
discursos recientes.
Este sujeto nacional, entonces, contrasta claramente con un enemigo interno: la
«sociedad enferma» de «criollos y extranjeros» (González Prada, 1987), los jefes «mis-
tis» que hablan otras lenguas y abusan de su poder (Bustamente, 1959), los repre-
sentantes de la «civilización occidental» impuesta (Mariátegui, 1924), el «depredador
blanco» y los técnicos de cultura mestiza (Díaz Martínez, 1969), aquellos que velan
por intereses extranjeros e imperialistas (Portocarrero y Oliart, 2021), las élites capi-
talinas egoístas y codiciosas (Asensio, 2021) y/o corruptas y abusivas (Barrenechea
y Encinas, 2022), entre otras caracterizaciones que destacan el legado colonial y la
dependencia en el sistema internacional.
De estos arquetipos de sujeto nacional y enemigo interno se desprenden los me-
canismos y fines de la reorganización nacional que prescribe la identidad refunda-
dora-popular. La definición que Rénique plantea de la tradición radical resulta re-
veladora en este sentido. Esta tradición indica que «para ser una nación moderna e
integrada el Perú requeriría de una revolución […] de base indígena que […] signi-
ficara recobrar los fundamentos de un pasado glorioso [y] la cancelación del legado
colonial representado por Lima» (Rénique, 2022, p. 17). Los matices, sin embargo,
no son ajenos. Como plantea Rénique, hay «corrientes y persuasiones» que generan
«un efecto a veces moderador o el exactamente opuesto (2022, p. 17).
La segunda identidad que presenta la Tabla 1 es aquella que denominamos «tute-
lar-elitista». El sujeto nacional es una élite modernizante o civilizatoria que es blanca
o mestiza en términos raciales, culturalmente criolla y se ubica predominantemente
en la costa y, sobre todo, en la capital limeña. Los imaginarios colectivos en torno a
este sujeto nacional se remontan a la época colonial y la temprana república peruana
(Zapata y Rojas, 2013, p. 19).
Sin embargo, ha asumido diferentes formas y matices. Por ejemplo, Felipe Pardo
y Aliaga aparece en el análisis de la historiadora Cecilia Méndez (1993) como la
representación de una élite criolla, blanca, superior y civilizada en contra de Santa
Cruz y el proyecto de la Confederación Perú-Bolivia (2000) expresada en poemas tan
satíricos como racistas. Bartolomé Herrera (1929) hace referencia a una «soberanía
de la inteligencia» donde aquellos que cultivan el conocimiento deben mandar y la
plebe (urbana o rural) debe obedecer. Durante el Oncenio de Leguía y el posterior
Gobierno de Benavides, el sujeto nacional es una población blanca y mestiza —
no indígena— compuesta por una élite «modernizante» y trabajadores industriales
«des-indianizados» (Drinot, 2011, p. 2). En años más recientes, la identidad tute-
lar-elitista se ha articulado alrededor de un «archipiélago conservador» compuesto
por diversos tipos de élites que se agrupan en la defensa de la continuidad del modelo
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Zúñiga
la violencia para generar cambios políticos, puso en práctica su «guerra popular» con
acciones para «batir el campo» y dejar «un río de sangre» (Degregori, 1999, p. 142).
Este grupo subversivo, en consecuencia, resultó ser el responsable del 54 % de las
víctimas fatales durante el CAI (CVR, 2003).
De estas afirmaciones se desprende que la tradición radical de la identidad re-
fundadora-popular incluye a Sendero Luminoso, pero no puede subsumirse a ella.
No son uno y lo mismo, como se suele sugerir en varias oportunidades en el debate
público. Aunque hay continuidades con otros discursos radicales anteriores y poste-
riores al CAI, la organización liderada por Abimael Guzmán es una visión extrema y
particularmente cruenta de esta identidad nacional.
Por otro lado, la reacción desde el Estado tomó elementos de la identidad tute-
lar-elitista. Inicialmente, «el Perú moderno, urbano y limeño, trató con indiferencia
a las regiones más afectadas por la violencia, las más alejadas y pobres» (Comisión
de Entrega de la CVR, 2008, p. 19). Es decir, primó aquello que Patricia Heilman
(2010) llama la «política del abandono» en la actuación del Estado. Pero los agentes
del Estado también incurrieron en violaciones de derechos humanos, especialmente
contra la población pobre, rural e indígena que era asemejada con las organizaciones
terroristas de forma muchas veces indiscriminada e injustificada (CVR, 2003).
El llamado «terruqueo» o la práctica de identificar erróneamente a una persona o
a un grupo con organizaciones terroristas sirvió desde los años ochenta para justificar
crímenes contra la población civil (Aguirre, 2011). En concordancia con la identidad
tutelar-elitista, el enemigo interno no era únicamente el terrorismo, sino los sectores
de la ciudadanía históricamente excluidos. En los noventa, el «terruqueo» como
versión de la identidad tutelar-elitista pasó a convertirse en un discurso que justifica
la persecución contra los opositores al régimen autoritario liderado por Alberto
Fujimori (Burt, 2011). Eran años en los que, como señaló el testimonio que da título
al trabajo de Burt (2011), se consideraba que «quien habla es terrorista». Luego del
CAI y la transición a la democracia, el «terruqueo» persistió ya no necesariamente
para justificar las violaciones de derechos humanos —aunque su potencial para
aquello, como se ha comprobado recientemente, sigue intacto—, sino para negar
la diversidad de ideas en el país. En particular, como veremos, se empezó a asociar
con terrorismo a grupos de izquierda y/o centro que no defendían la continuidad del
modelo económico (Vergara y Encinas, 2019).
Es posible argumentar que la CVR (2003) llamó la atención sobre ambas identi-
dades nacionales y su rol en el CAI. Para evitar que se repita un periodo de violencia
como el vivido, la CVR indicó la necesidad de, por un lado, concretar medidas para
reducir el espacio a la discriminación y el desprecio hacia sectores históricamente
excluidos de la población. Es decir, algo que podría interpretarse como superar la
identidad tutelar-elitista. Como indican sus conclusiones (numeral 9), la violencia
hacia ellos «no fue sentida ni asumida como propia por el resto del país; ello delata
[…] el velado racismo y las actitudes de desprecio subsistentes en la sociedad peruana
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Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga
a casi dos siglos de nacida la República». La CVR también destaca, por otro lado, que
inicialmente el PCP-Sendero Luminoso «fue uno de los muchos pequeños partidos
de izquierda radical, que pugnaban por: a) la reconstrucción (o reconstitución) del
Partido Comunista y/o b) el (re)inicio de la lucha armada» (2003, t. II, p. 17). En el
posconflicto resultaba necesario, entonces, superar la noción —más asociada con la
identidad refundadora-popular— de que la violencia desde abajo es una forma válida
de llevar a cabo transformaciones.
Pese a estas recomendaciones, ambas identidades se han mantenido y compleji-
zado. No es este el espacio para desarrollar un modelo teórico elaborado sobre cómo
el conflicto violento ha contribuido a su reproducción. En la literatura especializada
hay autores que destacan cómo la violencia puede generar grupos más cohesionados
y antagonismos que dan paso a instituciones fuertes.4 No es el caso peruano, donde
las instituciones son generalmente reconocidas como débiles. Pero sí destacan, al
menos, dos mecanismos que conectan el CAI con la reproducción de las identidades.
Primero, una parte de la desinstitucionalización del país (particularmente la debili-
dad de los partidos políticos) y la afectación del tejido social son consecuencia del
periodo de violencia. La deficiente representación democrática y el proceso continuo
de degradación de la política o «vaciamiento democrático» (Barrenechea y Vergara,
2023) puede atribuirse parcialmente al CAI. Por otra parte, destaca la continuidad de
las batallas discursivas alrededor de los legados del conflicto.5 Estas batallas discursi-
vas han servido para agregar complejidad a las identidades radicales. El mencionado
«terruqueo», como claro ejemplo, no solo se asienta en las identidades radicales.
También añade una capa de complejidad para señalar al «enemigo interno» de la
identidad tutelar-elitista («terruco») o denunciar al «enemigo interno» de la identi-
dad refundadora-tutelar («terruqueador»).
A continuación, mostramos cómo estas identidades radicales estructuran desde
hace varios años las posiciones contrastantes en torno a tres patrones institucionales.
239
Legados de un pasado irresuelto
expertos y se manejó bajo una lógica más técnica que política. Como señala Dargent
(2008, p. 71), esa autonomía responde a tres orígenes: 1) los altos costos que implica-
ba si el sector no era dirigido de manera técnica; 2) el consenso sobre lo que significa
una política económica prudente; y 3) la independencia de los expertos en economía.
Durante esos años se desarrollaron las llamadas «islas de eficiencia», que eran agen-
cias estatales como la SUNAT, INDECOPI, etc. Probablemente, el caso paradigmá-
tico de este tipo de instituciones es el Banco Central de Reserva del Perú (BCRP).
Hasta el 2001, el presidente del BCRP que más años había durado en el cargo fue
Germán Suárez, entre 1992 y el 2001, precisamente durante el periodo autoritario
del Gobierno de Fujimori. Tras la recuperación de la democracia, en el Gobierno
de Alejandro Toledo hubo tres presidentes del BCRP. Pero, desde el 2006, bajo el
Gobierno de García, Julio Velarde sigue ininterrumpidamente al mando de dicha
institución. Esta estabilidad de diecisiete años en el manejo de la macroeconomía
contrasta con la inestabilidad política de los últimos años (seis presidentes en siete
años). Además, que ha resultado en récords históricos de crecimiento económico y
reducción de la pobreza bajo una sana política fiscal.
Según la Constitución de 1993, el Perú cuenta con una economía social de mer-
cado; sin embargo, si bien hay una apertura económica y un marco regulatorio que
la fomenta, el Estado no ha cumplido su rol de distribuidor. El «modelo» económico
peruano termina siendo más cercano al mercantilismo que al libre mercado (Parodi,
2022). Y dado que la hiperinflación y el periodo definitorio del conflicto armado vi-
nieron juntos (fines de la década de 1980 y principios de la de 1990), en el Perú cada
vez que alguien propone cambiar el «modelo» hay una asociación con lo antisistema
y, por tanto, con el terrorismo. Cambiar el modelo supone el «retraso», volver a la
década de 1980. Por el contrario, continuar con el «modelo» sería lo moderno, lo
propio de nuestros tiempos.
A los defensores del modelo los podemos ubicar en la identidad tutelar-elitista,
y allí se encuentran los representantes de gremios empresariales, líderes de opinión
y la mayoría de políticos que se ubican hacia la derecha del espectro político. Por
su parte, los que se oponen al modelo suelen montarse en identidad refundadora-
popular: representantes de la izquierda política y algunos sectores de la ciudadanía
organizada. No se trata de ubicar a todos los que creen en la continuidad y el cambio
en las identidades tutelar-elitista y refundadora-popular, respectivamente, sino de
llamar la atención de que la defensa del cambio o la continuidad tiene la tendencia a
tomar como recursos estas narrativas antagónicas de largo aliento. Los de la identidad
refundadora-popular ven al modelo económico como problema y, más importante
aún, su cambio como una solución prácticamente mágica a una serie de problemá-
ticas que el crecimiento económico no ha logrado resolver. Por el contrario, aquellos
adscritos a la identidad tutelar-elitista afirman que precisamente el sostenimiento del
modelo ha impedido que el Perú caiga al peor de los mundos y que, a pesar de la
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Divisiones sin Sendero: identidades radicales y degradación institucional en el Perú contemporáneo Encinas
Zúñiga
crisis política, haya esperanza de mejorar. Los problemas vendrían con el cambio, no
con la continuidad.
En la sociedad, este punto no es particularmente polarizante. Según una encuesta
del Instituto de Estudios Peruanos (IEP, 2021), el 58 % considera que debe mante-
nerse el modelo, pero con algunos cambios; mientras que el 33 % señala que debe
cambiarse totalmente y 5 % indica que debe continuar igual. Es decir, casi el 90 %
considera que se deben hacer cambios; la cuestión es de grado. Sobre ese punto, la
mayoría no está en la línea de un gran cambio, se trataría de ajustes. La mayor parte
de la población escapa a esta dicotomía entre refundación y tutelaje, apuestan por
una vía reformista o moderada. No obstante, el debate público puede llegar a estar
predominantemente enfocado en la defensa de la continuidad o del cambio desde las
identidades radicales.
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7 Zúñiga (2021) encuentra que hay miembros de Sendero Luminoso que participan en las protestas
sociales, pero no son los líderes y constituyen una pequeña minoría en la movilización.
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4. Conclusiones
Si bien no hay una sola memoria sobre el CAI, durante el Fujimorismo se ins-
tauró una memoria hegemónica, bastante en la línea de la tutelar-elitista, donde los
«héroes» de la pacificación serían Fujimori y las Fuerzas Armadas. Concordamos con
aquellos que plantean que una memoria alternativa anclada en la democracia y los
derechos humanos contribuiría a evitar caer nuevamente en ciclos de violencia. Pero
también reconocemos que no basta simplemente con «recordar» y «saber», también
se necesita poner en acción cambios sociopolíticos que remuevan los factores que po-
sibilitaron la violencia en primer lugar (Ulfe y Málaga, 2015, p. 173). Aunque estos
cambios suelen entenderse en términos materiales y objetivos, nuestro trabajo llama
la atención sobre los imaginarios colectivos y las narrativas que preceden y sobreviven
al CAI: la identidad tutelar-elitista y la identidad refundadora-popular.
La supervivencia de estas identidades radicales se puede entender como un fracaso
en la atención de las conclusiones y recomendaciones de la CVR (2003). En su vi-
gésimo aniversario, debe destacarse que el Informe Final invitó a concretar medidas
para reducir el espacio de la discriminación y el desprecio hacia los sectores de la
población históricamente marginalizados,8 taras históricas de las que se alimenta la
identidad tutelar-elitista. También rechazó la idea fuertemente arraigada en algunos
discursos políticos de que la violencia es un mecanismo válido para generar cambios,
una de las fuentes que da sustento a la también peligrosa identidad refundadora-po-
pular.
El país no ha transitado en esta dirección en los últimos veinte años. Con el fin
(o el declive) del conflicto armado9 se instauró una determinada lógica del sistema
político, con un modelo neoliberal y técnico en el aspecto económico, momentos
8 En las comisiones de la verdad de Perú y Guatemala, a diferencia de las de Chile y Argentina, para
calcular el número de víctimas se decidió hacer estimaciones, debido a que las estructuras coloniales
opacaban aún más a las víctimas, que fueron en su mayoría indígenas (Stern, 2015, pp. 117-118).
9 Aquí tomamos la periodicidad planteada por Soifer y Vergara (2019), el conflicto armado habría
terminado a mediados de la década de 1990.
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10
Véase Edwards (2021).
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Un discurso fúnebre ignorado
El Informe de la CVR como propuesta de reforma
estatal democrática y el costo de no escucharlo
https://doi.org/10.18800/9786124474477.009
Eduardo Dargent
https://orcid.org/0000-0002-1844-246X
Pontificia Universidad Católica del Perú
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Resumen
Las oraciones fúnebres suelen dedicarse a los caídos en batalla; buscan rendir ho-
nores en ceremonias públicas a quienes sirvieron a la patria para mostrar al resto
de la comunidad el valor de sus acciones. Pero las oraciones fúnebres no son solo
laudatorias. Su carácter edificante puede ubicarse en el sentido contrario al elogio,
al ser abiertamente críticas sobre las fallas y los quiebres nacionales, y al buscar, más
bien, motivar un cambio hacia una sociedad mejor. En este texto «estiro» la figura
de una oración fúnebre en este sentido crítico y propositivo para plantear dos ideas
sobre el Informe Final (IF) de la CVR: a) al hacer un diagnóstico crítico sobre el tipo
de violencia vivida en los años ochenta y noventa, este documento le habla a nues-
tros muertos de una violencia que pudo evitarse de haber sido nuestra sociedad más
igualitaria y haber contado con un Estado distinto; y b) nos ofrece una propuesta de
reforma democrática para modificar este estado de cosas injusto. Se concluye discu-
tiendo brevemente dos casos que buscan aterrizar esta reflexión sobre el costo de no
seguir las recomendaciones de la CVR: las muertes producidas durante la pandemia
y la acción represiva estatal en las protestas contra el Gobierno de Dina Boluarte a
fines del 2020 e inicios del 2021.
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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo
Introducción
Las oraciones fúnebres suelen dedicarse a los caídos en batalla; buscan rendir ho-
nores en ceremonias públicas a quienes sirvieron a la patria para mostrar al resto de la
comunidad el valor de sus acciones. La más famosa, sin duda, es la Oración fúnebre
de Pericles, recogida en la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides, donde,
además de ese homenaje a los muertos en combate, se resalta la grandeza de Atenas
en los momentos dolorosos de la guerra contra Esparta. Se trata del tópico «Dulce
et decorum est pro patria mori», según la fórmula de Horacio. Como han señalado
los estudiosos de este género de discursos, estos son valiosos tanto por lo que dicen
como por lo que esconden, ignoran o justifican. Toca a los lectores sospechar de su
tono celebratorio y edificante, pues con seguridad esconden claroscuros de algunos
de los celebrados y problemas profundos de sus comunidades.1 O también intencio-
nes políticas al presentar la realidad de determinada manera. De hecho, una paradoja
presente en el texto del propio Tucídides muestra posibles motivos ulteriores del
autor para exagerar el tono laudatorio de su discurso e indica que este no sería una
simple reconstrucción de lo señalado ese día por el Pericles histórico. Tucídides es-
cribe su Oración tiempo después de la guerra, en una Atenas derrotada, con Pericles
muerto por la peste que devastó la ciudad. Como ha sugerido Mark Vila (citando a
Nietzsche), quizá el propósito de Tucídides era hacer recordar a sus contemporáneos
aquellos valores que inspiraron la grandeza de la ciudad, exagerándolos, a fin de dar-
les esperanza de un futuro mejor (Vila, 2000, p. 92).
Pero las oraciones fúnebres no son solo laudatorias. Su carácter edificante puede
ubicarse en el sentido contrario al elogio, al ser abiertamente críticas sobre las fallas y
los quiebres nacionales, y al buscar, más bien, motivar un cambio hacia una sociedad
mejor. En estos discursos, más que celebrar, se demandan explicaciones en nombre
de los muertos que se recuerdan. En el Perú, por ejemplo, tenemos la Oración de
Bartolomé Herrera en las exequias de Agustín Gamarra en 1842, un discurso que
presenta la muerte del caudillo y la derrota frente a Bolivia como una sanción divina
por la desunión y la anarquía que cundían en la república. Su admonición conser-
vadora para los vivos es construir un futuro de prosperidad desde el orden. Y, si bien
no pronuncia una oración fúnebre propiamente, en su Discurso en el Politeama de
1888, Manuel González Prada les habla a los muertos para explicar nuestra derrota
en la Guerra del Pacífico por los quiebres de nacimiento del Perú: la condición subal-
1 «El estudio de los funerales de Estado nos permite comprender los usos y abusos de la memoria histó-
rica, así como de los olvidos, de las amnesias colectivas, que recrean identidades políticas y/o nacionales.
Los funerales públicos conmemoran las hazañas pasadas de índole militar o civil, las que, paradójica-
mente, forman parte de un proyecto a futuro. En efecto, al honrar a un muerto, se está honrando a un
futuro deseado, aunque muchas veces la verdad histórica esté alejada de la imagen que proyecta el rito
funerario y de la información que, posteriormente, se guarda en la memoria pública» (Aljovín, 2006,
p. 206). Sobre estos funerales como fuente histórica también puede consultarse la introducción al volu-
men editado por Carmen McEvoy (2006) sobre funerales de Estado en América Latina.
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Legados de un pasado irresuelto
terna y explotada de los indígenas. Este tono crítico puede llegar hasta la reversión
del «Dulce et decorum» para mostrar la hipocresía de celebrar como héroes a quienes
mueren por culpa de intereses muy alejados del bien común. En un poema titulado
con el verso de Horacio, por ejemplo, Wilfred Owen narra la brutal muerte de un
soldado británico por envenenamiento con gas en la Primera Guerra Mundial: «My
friend, you would not tell with such high zest/ To children ardent for some desperate
glory,/ The old Lie: Dulce et decorum est Pro patria mori».2 Hablar a nuestros muer-
tos, entonces, no solo consiste en celebrar su sacrificio por una sociedad virtuosa,
sino también en resaltar los males nacionales que nos aquejan y que causaron esas
muertes. Y, al hacerlo, plantear, como un horizonte futuro, un estado de cosas mejor,
un proyecto nacional mejor.
En este texto «estiro» la figura de una oración fúnebre en este sentido crítico y
propositivo para plantear dos ideas sobre el Informe Final (IF) de la CVR: a) al hacer
un diagnóstico crítico sobre el tipo de violencia vivida en los años ochenta y noventa,
este documento le habla a nuestros muertos de una violencia que pudo evitarse de
haber sido nuestra sociedad más igualitaria y haber contado con un Estado distinto;
y b) nos ofrece una propuesta de reforma democrática para modificar este estado de
cosas injusto. Primero, el IF nos ofrece un diagnóstico sobre las causas de la violencia
vivida y explica el alto número de muertes por características profundas e injustas
de nuestra sociedad. La CVR propone que la particularidad y brutalidad de nuestra
violencia se produjo tanto por fracturas profundas nacionales como por fallas en
nuestro Estado; en parte determinadas por dichas fracturas históricas. Si bien, en
primer lugar, considera que la violencia se debió al carácter totalitario y terrorista de
Sendero Luminoso (SL), la CVR también deja en claro que fueron dos condiciones
de nuestro país las que facilitaron tanto la aparición de SL como el tipo de violencia
vivida: a) somos una sociedad que se caracteriza por la desigualdad y el racismo, los
cuales dieron lugar a que se tolerara un altísimo número de muertes y víctimas; y
b) el nuestro fue un Estado ausente en el territorio, débil al brindar servicios, cons-
truir una sociedad mejor y responder a los desafíos que planteó SL.
La segunda idea es que este diagnóstico nos conduce a lo que solemos encontrar en
una oración fúnebre crítica: una propuesta de reparación que cambie esta realidad,
aquello «que debemos dejar de ser», «nuestras tareas» pendientes. La CVR propone
reformas que democraticen partes del Estado y que garanticen una relación distinta
entre Estado y sociedad. Este cambio significaría el compromiso de que nunca más
se repita lo vivido; no solo en un nuevo conflicto o evento excepcional como el
de esos años, sino tampoco en las diversas formas de violencia y discriminación
cotidianas que están en la base de estas tragedias. El IF dialoga con el trabajo de
estudiosos de la democratización y el Estado en países en desarrollo (Linz y Stepan,
1996; O’Donnell, 1993 y 2010) que discuten cómo en estos países puede cambiar
2 «Amigo mío, no volverías a decir con ese alto entusiasmo/ A niños ardientes desesperados por algo de
gloria/ La vieja mentira: «Dulce et decorum est pro patria mori». (La traducción es nuestra).
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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo
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Legados de un pasado irresuelto
Si queremos romper con esa tradición y cumplir con los ideales republicanos para
ser de verdad «un país de seres humanos iguales en dignidad, en el que la muerte de
cada ciudadano cuenta como una desventura propia», hay que enfrentar esa realidad
que nos mostró el conflicto y buscar justicia y reparación. ¿Y qué nos muestra el
conflicto según este diagnóstico?
La base de nuestra tragedia, según la CVR, está en la discriminación «cultural,
social y económica persistente en la sociedad peruana» que facilitó estos hechos de
horror. Para la CVR, este impacto distinto de la violencia debe entenderse no solo
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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo
por las brechas del Estado, que llega en forma diferenciada y débil al territorio, sino
también por las ideas de los actores que lo conforman. Es un Estado permeado por
esta realidad de desigualdad y racismo que dejará ver su cara más violenta en epi-
sodios como el del conflicto armado interno. Esta característica, por lo demás, ha
marcado una y otra vez la relación del Estado con comunidades indígenas. Por men-
cionar dos ejemplos, la brutal represión a la revuelta de Juan Bustamante en el siglo
XIX (McEvoy, 2013) o las masacres durante la explotación del caucho a inicios del
siglo pasado (Chirif, 2009). Esta situación hizo posible y tolerable acciones como las
descritas en el documento, tanto por parte de un movimiento totalitario que bebió
de esos rasgos racistas como del Estado que incurrió en crímenes y abusos en su ac-
ción antisubversiva. Todo ello ocurrió, además, cuando la región y el mundo pasaban
por una ola democrática que tenía como promesa enfrentar estas desigualdades y
garantizar libertades básicas.
El tomo VIII del IF sobre los factores que hicieron posible la violencia pone es-
pecial énfasis en esta dimensión de discriminación étnica presente en la sociedad
peruana. Las características de las víctimas del conflicto y el tipo de acción que ejerció
el Estado, dependiendo de dónde y con quiénes actuaba, no dejan dudas sobre los
determinantes racistas y clasistas de este impacto diferenciado de la violencia. Pero,
además, añade en esta sección otro tema que también marcó de distintas maneras el
conflicto y que explica su impacto diferenciado: el machismo, la violencia de género.
Una idea central del IF, entonces, es que el conflicto tuvo un impacto diferenciado
por estos factores económicos, étnicos y de género. Estas «desigualdades intersec-
cionales», como las llaman las y los estudiosos del tema, son clave para entender la
forma en que se implementan ciertas políticas, así como sus efectos diferenciados en
el Perú; en este caso, en particular, las estrategias contrasubversivas adoptadas y que
desencadenaron los actos de violencia estatal (Boesten, 2018).
¿Cuáles fueron las principales fallas del Estado que ayudan a entender la magni-
tud de esta tragedia? El IF dedica varios tomos a analizar en detalle la acción de las
fuerzas de seguridad, del sistema educativo y las características del Estado en general,
especialmente su débil presencia en el territorio. Sin embargo, cabe reiterar que no
se trata solamente de un Estado ausente o débil: incluso cuando está presente no
actúa como un Estado democrático, que garantiza el Estado de derecho, sino, con
frecuencia, como uno autoritario, que tiene interiorizados el racismo y la exclusión.
En varios de los casos narrados por la CVR, una mayor presencia estatal no significó,
como debería, seguridad para los ciudadanos, sino más posibilidad de represión. Al
hablar de la responsabilidad de los Gobiernos, se detallan estas fallas profundas del
Estado, tanto en términos de su capacidad institucional como de los valores antide-
mocráticos que guían la acción de sus agentes. Así, la conclusión 70 indica:
70. La CVR es consciente de que todo este actuar de los gobiernos estaba con-
dicionado, tanto en su debilidad como en su improvisación, por fallas profun-
das del Estado: i) su insuficiente cobertura territorial y densidad institucional;
261
Legados de un pasado irresuelto
11. La CVR, asimismo, ha encontrado una precaria vigencia del orden cons-
titucional y el Estado de Derecho, los que en esos tiempos de crisis fueron
vulnerados.
Al hablar de los actores del conflicto, en particular en los tomos I (Actores arma-
dos) y II (Actores políticos e institucionales), se ofrece una mirada de largo plazo de
las instituciones del Estado para mostrar cómo llegamos de un Estado no democrá-
tico y cargado de prejuicios al tipo de violencia vivida. Además, se analiza cómo no
se combaten estos rasgos y valores antidemocráticos a través de nuestras instituciones
educativas. Así, las fuerzas armadas y policiales distaban de tener una formación
democrática y pluralista; el sistema de justicia no solo no protegió a sus ciudadanos
de los abusos estatales, sino que en ocasiones coadyuvó a estos; el sistema educativo
no difundió valores democráticos ni fue eficaz para enfrentar ideas racistas y totalita-
rias de SL; y, en general, el Estado no estuvo presente en el territorio como agencia
democrática para proteger a una parte de la sociedad. En las historias y los casos re-
presentativos de la violencia, nos encontramos a estos actores estatales una y otra vez
como ejemplos de la certeza de este diagnóstico general. Una vez más, vale la pena
citar a Salomón Lerner al entregar el IF:
Existía un desafío desmesurado y era deber del Estado y de sus agentes defen-
der la vida y la integridad de la población con las armas de la ley. El orden que
respaldan y reclaman los pueblos democráticos amparados en su constitución
y su institucionalidad jurídica sólo puede ser aquel que garantice a todos el
derecho a la vida y el respeto de su integridad personal.
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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo
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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo
que buena parte del Estado actúe de esa manera. Aun cuando el Estado está presente,
no actúa como un Estado de derecho, sino como uno que privilegia los intereses de
unos sobre otros e incluso con violencia. Un Estado débil o fuerte puede cargar con
estos rasgos autoritarios. Es más, estas desigualdades han marcado las prioridades y
hasta la estructura del Estado a través de su historia. Una democratización real re-
quiere comprender y enfrentar la profundidad de estos rasgos.
La lección general de esta literatura es que, si no se combaten estas características
estructurales, será muy difícil que se avance hacia una sociedad realmente demo-
crática. Los actores democráticos deberían ver en la reforma del Estado una agenda
urgente de construcción democrática, tan o más urgente que la dimensión electoral.
Hay rasgos autoritarios muy profundos en el Estado que harán imposible concretar
los valores constitucionales igualitarios y liberales que supuestamente nos rigen. Esta
descripción de Linz y Stepan (1996, pp. 14-22) sobre lo que implica ser un Estado
de derecho (Rechtsstaat) parece un calco de los énfasis puestos en el IF al analizar la
acción y las fallas del Estado peruano y su irrespeto del Estado de derecho:
A Rechtsstaat meant that the government and the state apparatus would be
subject to the law, that areas of discretionary power would be defined and in-
creasingly limited, and that citizens could turn to courts to defend themselves
against the state and its officials. The modern Rechtsstaat is fundamental in
making democratization possible, since without it citizens would not be able
to exercise their political rights with full freedom and independence.4
4 Un Rechtsstaat significa que el gobierno y el aparato del Estado está subordinado a la ley, que las áreas
de poder discrecional están definidas y limitadas incrementalmente, y que los ciudadanos pueden pedir
a las cortes que los defiendan del Estado y sus funcionarios. El Rechtsstaat moderno es fundamental en
hacer posible la democratización, pues sin él los ciudadanos no podrán ejercitar sus derechos políticos
con total libertad e independencia. (La traducción es nuestra).
265
Legados de un pasado irresuelto
Las experiencias de varios países en América Latina muestran que estos mínimos
pueden alcanzarse o que, al menos, se puede avanzar bastante hacia ellos. Una mirada
a la forma en que Brasil, Chile, Costa Rica y Uruguay —e incluso Colombia pese
a todos sus problemas— han establecido fuerzas de seguridad más democráticas y
mejores servicios sociales para sus habitantes muestra que el cambio es posible. La
experiencia comparada indica que el esfuerzo por avanzar en estas dimensiones vale
la pena. Las escuelas o universidades públicas pueden mejorar sustancialmente si se
decide priorizar la educación. Los órganos de seguridad, en muchos de nuestros paí-
ses, han aprendido a respetar cada vez más los derechos humanos y se han reformado
para entender de otra manera la seguridad. Evidencia de ello es que, en varios países,
los fallecidos en protestas son la excepción, lo cual dista mucho de la forma en que se
lidiaba con la movilización social en el pasado. Los servicios de salud, por su parte,
pueden dejar de ser un espacio clientelista, corrupto y llegar de mucho mejor manera
a los más necesitados, así como desplegarse en el territorio.
En particular, este despliegue estatal, especialmente de servicios básicos de cierta
calidad y no solo de infraestructura, se ha dado en la región en el contexto favorable
del boom de materias primas de la primera década del nuevo siglo. Los programas
sociales, por ejemplo, son más inclusivos que en el pasado, atienden a los más vulne-
rables y se preocupan por llegar a más puntos del territorio (Huber y Ponce de León,
2019). La región es otra en términos de atención y servicios para los más vulnerables.
Sin duda, todavía está lejos de las promesas democráticas de nuestras Constituciones
republicanas, pero ha experimentado cambios sustantivos en la provisión de servicios
sociales y el control de las fuerzas de seguridad. Y, en especial, son varios Estados
los que han avanzado en garantizar mejores estándares democráticos para toda la
población, ofrecer servicios sociales a los más vulnerables y restringir más el uso de la
fuerza, incluso ante protestas que devienen en violencia.
Es decir, si la CVR planteaba una agenda ambiciosa, esta se basaba en estándares
básicos deseables sobre los cuales construir. O, en todo caso, demostrar el esfuerzo
por profundizar en cambios a distintos niveles. En el Perú, algunos de esos cam-
bios se han dado. El boom de materias primas permitió un despliegue territorial
de infraestructura y de servicios sociales (Dargent, 2013; Dargent et al., 2017). El
aumento de oficinas públicas y el alcance de programas sociales en el territorio ha
sido importante. La reforma educativa impulsada por los Gobiernos democráticos,
pero con mucha más claridad por el Gobierno de Ollanta Humala, permitió cambios
importantes en la educación (Saavedra, 2021). Y las fuerzas armadas y policiales han
establecido mejores procedimientos de formación, directrices para guiar su relación
con la población civil y, en particular en las Fuerzas Armadas, mejores procesos lo-
gísticos y de cuidado a los miembros más vulnerables de la institución. De hecho,
desde la primera década del siglo, cuando explotaron una serie de conflictos socioam-
bientales, hubo una caída clara en las muertes en protestas y un mejor manejo de
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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo
estos eventos, aunque sin duda con un impacto diferenciado en el territorio, con más
tolerancia a la violencia en zonas rurales que urbanas.
Sin embargo, cualquier observador del Perú, y más desde una mirada regional
comparada, llegará a la conclusión de que las reformas en estas dimensiones no han
estado en el centro de nuestro debate político nacional y mucho menos en la acción
estatal. Nuestros limitados programas sociales, la reversión de las reformas educati-
vas, el abandono del sector salud, la precariedad de las reformas policiales son eviden-
cias de que, a pesar de los avances, estuvimos lejos de atender los mensajes centrales
de esta suerte de discurso fúnebre que nos planteó la CVR. Tomar conciencia de algo
es fundamental: el crecimiento económico en una sociedad que gozó de un impacto
muy positivo en los precios de sus minerales es sin duda importante, pero sin polí-
ticas públicas de otro tipo no se logran todos los impactos igualitarios, educativos y
de mejor atención a los más vulnerables, que es lo que planteaba la CVR. Con todo
lo positivo que trajo dicho proceso en términos de reducción de la pobreza y cons-
trucción de infraestructura, estos cambios requerían políticas y reformas internas que
mejoraran el Estado y combatieran la desigualdad y pobreza de forma más directa.
Porque, en particular, no ha existido claramente un discurso que ponga juntos
el diagnóstico sobre la desigualdad y las reformas estatales, lo cual era el centro del
mensaje de la CVR. Este discurso reivindicativo y constructivo no fue el que dominó
entre élites políticas entre el 2001 y el 2021, cuando el crecimiento y la inversión
tuvieron clara preeminencia en el discurso político, pero tampoco durante el reciente
Gobierno de Pedro Castillo, en el cual vimos cómo se puede combinar la prome-
sa reivindicativa e igualitaria en el discurso con el patrimonialismo más ramplón y
corrupto en el cotidiano. Haber obviado estas propuestas de reforma y omitir un
discurso nacional que pusiera el énfasis en cerrar estas brechas y responder a estas
demandas facilitó que el statu quo se mantuviera. Y, asimismo, posibilitó que ese
Estado débil e incompetente, pero también violento y discriminador, emergiera de
forma brutal en situaciones de tensión, sin ignorar, además, sus consecuencias en la
vida cotidiana.
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Legados de un pasado irresuelto
Utilizo el brutal impacto de la pandemia en el Perú, así como las recientes muertes
producidas por acción estatal en el marco de las protestas contra el Gobierno de
Dina Boluarte entre diciembre de 2023 y febrero de 2024, como ejemplos de situa-
ciones que pudieron mitigarse de haberse atendido las recomendaciones de la CVR.
En el primer caso, por la debilidad territorial del Estado y sus servicios de atención
a los más vulnerables. En el segundo, por la ausencia de reforma de los cuerpos de
seguridad y otros cambios institucionales. Y, en ambos casos, por la negación a ese
llamado general del Informe para buscar ser una comunidad de ciudadanos donde las
diferencias sociales sean menos determinantes y los más vulnerables una prioridad.
En el Perú han muerto cerca de 220 000 personas por COVID-19. Un número
rotundo que resalta no solo por la cifra en términos absolutos, sino también en com-
paración con países similares al nuestro, pues es bastante mayor. Aunque hay que
señalar que, a diferencia de otros Estados, hemos reconocido toda muerte en exceso
como parte del impacto de la pandemia; se cuente como se cuente, nuestros muer-
tos en términos relativos nos colocan en los primeros puestos en el mundo. Hemos
pasado por situaciones que otros países como el nuestro, en medio de sus tragedias y
carencias, pudieron resolver mejor.
En particular, la falta de oxígeno y de un sistema de atención primario de salud
explican en parte importante el impacto en muertes en el Perú (Gianella et al., 2023).
Pero durante la pandemia le vimos todas las costuras al país, y no solo al sistema de
salud. Así tenemos: la alta informalidad, que dificultó llegar a proteger a los más vul-
nerables; un sistema de transporte desordenado y caótico; una planificación urbana
inexistente, dejada de lado por décadas, que ha dado lugar a ciudades sin servicios
básicos suficientes y espacios verdes. Lo que queremos resaltar es que esta debilidad
en el despliegue territorial del Estado, y en particular en la atención a los más vulne-
rables, fue uno de los puntos en los que la CVR puso énfasis. La pandemia mostró
que el impacto diferenciado de un evento natural también tiene mucho de político
y olvido.
Por otro lado, la represión desplegada durante diciembre y enero por el Estado al
responder a las protestas contra el Gobierno de Dina Boluarte nos recuerda de forma
cruda el contenido del IF. A pesar de que existían mejoras en el manejo de la protesta
en el país, como indicamos antes, en estos eventos se volvió a ver lo arraigado de
ciertas teorías de seguridad, la carga racista de los funcionarios a cargo de la represión
y lo rápido que pueden emerger estos rasgos en situaciones de tensión. La policía y
las fuerzas armadas estuvieron otra vez en el centro de la tragedia, pues asumieron
con facilidad discursos macartistas y no ejercieron un uso proporcional de la fuerza,
lo cual causó más de cincuenta muertos, muchos de los cuales ni siquiera partici-
paban en las protestas, como muestran informes de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, Human Rights Watch o medios de comunicación como IDL
Reporteros o The New York Times. Y una sociedad urbana que en gran medida toleró
los hechos, resaltando que no solo se trató de una tolerancia de élites económicas o
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Un discurso fúnebre ignorado. El Informe de la CVR como propuesta de reforma estatal democrática y el costo Dargent
de no escucharlo
Referencias
Aljovín de Losada, C. (2006). McEvoy, Carmen (ed.). Funerales republicanos en
América del Sur: tradición, ritual y nación, 1832-1896. Santiago de Chile:
Centro de Estudios Bicentenario/Instituto de Historia, Pontificia Universidad
Católica de Chile, 2006, 258 pp. Histórica, 30(1), 206-209.
Boesten, J. (2018). Desigualdades interseccionales. Mujeres y política social en el Perú,
1990-2000. Instituto de Estudios Peruanos.
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La esfera pública y la descomposición de la política.
En torno a la reconstrucción de la memoria en el
contexto de la crisis democrática actual
https://doi.org/10.18800/9786124474477.010
Gonzalo Gamio
https://orcid.org/0000-0002-1573-1434
Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Resumen
Este capítulo examina la grave crisis política que vive la sociedad peruana, conside-
rando como clave de interpretación de la situación actual el debate sobre la memoria
acerca del conflicto armado interno. La idea que subyace es que no hemos afrontado
seriamente los retos que plantea una sociedad posconflictiva, tanto en el nivel de las
estructuras sociales como en el de la cultura política. Las condiciones de exclusión
y desigualdad económica, la discriminación étnica, cultural y sexual, así como la
tradición autoritaria, se mantienen operativas en nuestro país. El Informe Final de
la CVR asevera que dichas condiciones constituyen factores que propiciaron el con-
flicto armado interno. A veinte años de publicado el Informe, nuestra «clase política»
no ha enfrentado estos males. El autor concentra su investigación en la sistemática
desatención de la recuperación de la memoria en la esfera pública, tanto en los derro-
teros de la izquierda radical como en los de la derecha. Si nos atenemos al discurso de
los actores políticos en la crisis actual, pareciera que ellos pretenden situarnos cínica-
mente en una situación previa a la entrega del Informe. El capítulo concluirá con una
reflexión sobre la necesidad de reivindicar —desde los foros de la sociedad civil— la
tarea de la construcción pública de la memoria sobre las condiciones de la violencia
y las posibilidades de recuperar los lazos comunitarios.
Palabras clave: esfera pública, democracia, memoria, crisis política peruana, CVR,
polarización, derechos humanos, ciudadanía
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La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual
El cierre del espacio fue recibido con singular entusiasmo por un sector importan-
te de la «clase política» peruana y por la prensa conservadora, que, desde la entrega
del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), ha desarro-
llado una actitud de abierta hostilidad hacia el trabajo de la memoria y los procesos
de justicia transicional. Estos sectores han cultivado con el tiempo una suerte de
negacionismo, la convicción de que las fuerzas militares y policiales no perpetraron
crímenes contra los derechos humanos. Eso explica que López Aliaga —representan-
te de esa derecha— plantee que las Fuerzas Armadas se ocupen de dirigir el LUM.
Esta sugerencia resulta inaceptable para el sano sentido común. Los fundados cues-
tionamientos contra malos agentes del Estado que actuaron durante el conflicto ar-
mado, así como la renuencia del Ejército peruano a brindar información valiosa para
judicializar casos de crímenes contra la vida en aquellos años, ponen de manifiesto la
insensatez de la extraña propuesta del alcalde capitalino.
El propósito de este capítulo es mostrar cómo la supresión del trabajo de la memo-
ria distorsiona gravemente la visión (o visiones) que una esfera pública democrática
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de la crisis democrática actual
El Perú es un país que afronta una seria crisis política de antigua data. Aun en
periodos en los que un sector importante de la ciudadanía ha impulsado procesos de
reconstrucción democrática, la «tradición autoritaria» no se ha debilitado. La prome-
sa de solución de los problemas del país a través de la apelación a la «mano dura» ha
formado parte del discurso político desde los albores de la República. Desde aquellos
años, las Fuerzas Armadas y la Iglesia católica fueron concebidas como «instituciones
tutelares» que, en situaciones de inestabilidad e incertidumbre, podrían conducir los
destinos del país por el rumbo del orden y el progreso (Flores Galindo, 1999). El
conflicto armado interno se desató precisamente en 1980, cuando el Perú retornaba
a la democracia. El Gobierno recién elegido recurrió a la creación de los comandos
político-militares en las recién decretadas «zonas de emergencia»; de este modo abdi-
có de su obligación de enfrentar a los grupos alzados en armas en el marco del respeto
de la ley y los derechos humanos. En el plano de los hechos, dicha decisión supuso
la suspensión de las reglas democráticas en los lugares más convulsionados del país
(CVR, 2004, conclusión 74). En las zonas bajo el comando militar, los delitos de
tortura se convirtieron en faltas asociadas a la función de los efectivos militares, faltas
castigadas con algunos días en el calabozo para el infractor. La democracia recién
recuperada se sacrificó a sí misma en nombre de una controvertida seguridad.
El régimen de Fujimori extendió esa disposición hacia el autoritarismo en una
escala nacional. Un sector de la población aplaudió la cancelación de la legalidad
y las libertades centrales en nombre del «orden». Se negoció la libertad en nombre
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purificado con el tiempo los corazones de los hombres. (Prieto, 2007, p. 81;
las cursivas son nuestras)
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de la crisis democrática actual
nable. «Los peruanos le debemos respeto a las víctimas del terrorismo. Es inaceptable
que en el monumento el «Ojo que Llora» se equipare a las víctimas de la delincuen-
cia terrorista con los propios perpetradores de la violencia» (Cavero, s. f.). Se trata
de un juicio clamorosamente falso. La alameda de la Memoria —construcción que
contiene la escultura— no plantea ninguna clase de equiparación. El memorial es un
espacio de reflexión acerca de la tragedia que vivió el Perú y sobre las decisiones que
debemos tomar para que ella no se repita. Los nombres de las víctimas consignados
allí provienen del Registro Único de Víctimas (RUV), que expresamente no conside-
ra víctima a ningún militante de las organizaciones subversivas. Cavero planteó esta
iniciativa desde la ignorancia, la mala fe o la estrechez de miras.
Rafael López Aliaga se ha expresado duramente sobre el reciente informe de la
CIDH, que establece que en las marchas de protesta en diciembre y enero se perpe-
traron delitos contra los derechos humanos. El burgomaestre capitalino señaló que
la Comisión aplicaba un «doble rasero» al condenar las acciones del Estado peruano
para reprimir a los manifestantes, pero sin alzar la voz frente a las violaciones de de-
rechos cometidas en Venezuela, Cuba y Nicaragua. Admitía, no obstante, no haber
leído el documento que era tema de discusión (Vásquez, 2023). En otras palabras,
emitía declaraciones a la prensa sin contar con un mínimo conocimiento en la mate-
ria. La situación se agrava si se toma en cuenta que la CIDH sí se había pronunciado
oportunamente sobre los abusos cometidos por los Gobiernos de aquellos países.
Incluso, la presidenta de la Comisión tuvo que intervenir para aclarar el asunto.1 En
cualquier democracia respetable del mundo, el penoso espectáculo de una autoridad
política que emite juicios severos sobre cuestiones importantes sin apoyarlos en in-
formación fidedigna generaría inevitablemente una gran controversia en los espacios
de opinión pública (y tendría graves consecuencias políticas).
El caso de la izquierda no es diferente. El 1 de julio de 2022, la Comisión per-
manente del Congreso de la República ratificó la protección irregular (el «blindaje»)
a Manuel Merino, Ántero Flores Aráoz y Gastón Rodríguez, sindicados como res-
ponsables de la represión policial en las marchas juveniles en noviembre de 2020
(Infobae, 2022a). Esta decisión se vio respaldada por los votos de Waldemar Cerrón
y Guido Bellido, congresistas de Perú Libre. Aunque se atribuye falta de cuidado al
informe de Cavero, esta decisión se revela sospechosa de ser fruto de oscuras compo-
nendas. El argumento de Bellido quedará registrado para el juicio ciudadano:
La comisión incompetente de Cavero, no identificó responsables en muerte de
Inti y Bryan y queda en manos del MP dicha tarea. Por más enemigos políticos
que sean, la verdad y la objetividad debe imponerse a cualquier subjetivismo.
Una falsa acusación exime a los responsables. (Infobae, 2022b)
¹ Véase el video producido por Epicentro y La República en el que se informa sobre este punto: https://
www.youtube.com/watch?v=hQpaWY5Jzts.
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Legados de un pasado irresuelto
2 Véanse las declaraciones de Guido Bellido en la entrevista que le hizo Karerina Bayona durante la
campaña electoral: https://www.youtube.com/watch?v=h7k2ahVd46k.
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de la crisis democrática actual
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Los pragmatistas norteamericanos han sostenido que la dinámica del diálogo po-
lítico (y, en general, de cualquier clase de conversación) entraña el cuidado de una
actitud ética e intelectual que describían como falibilismo. Se trata de una perspec-
tiva práctica que postula dos normas básicas: a) en el proceso de la discusión, los
participantes han de defender su posición mientras cuenten con argumentos sólidos;
b) si en el curso del debate los argumentos se agotan o son refutados, los participantes
deben ser capaces de abandonar tal posición y cambiar de punto de vista. Esta dis-
posición constituye un hábito que manifiesta apertura al otro y honestidad frente a
las ideas propias y ajenas. La intervención en la conversación exige que los interlocu-
tores admitan que es posible que estén equivocados (Menand, 2010). De este modo,
la «verdad» o la «rectitud» constituyen una aspiración, un propósito, una meta del
diálogo, nunca un punto de partida.
El pensamiento de Hannah Arendt concibió los espacios públicos de la vida con-
temporánea como una forma de reeditar el ágora entre nosotros. Se trata de esce-
narios de encuentro entre los ciudadanos en los que se pueden forjar consensos y
expresar razonablemente desacuerdos. La discrepancia es uno de los terrenos más
notables del ejercicio de la libertad. El poder es, a juicio de Arendt, «la capacidad
de actuar en concierto» y solo acontece cuando nos reunimos para deliberar y actuar
coordinadamente (2009, cap. V). Esta es una noción de poder cívico que solo puede
entenderse a cabalidad desde la práctica política cotidiana. La autora toma distancia
del concepto de poder en términos de Maquiavelo, la mera «capacidad de hacer» que
puede «concentrarse», «dividirse» y «perderse» como si fuese un recurso más (Gamio,
2022, sec. I, cap. 2). Ella asevera que el poder solo puede extinguirse cuando los agen-
tes dejamos de reunirnos en el espacio común.
Jürgen Habermas ha contribuido decisivamente al debate sobre el concepto de
esfera pública con la redacción de su importante obra Historia y crítica de la opinión
pública. En sus páginas, el autor examina los diversos lugares de lo público: el parla-
mento, los cafés del siglo XVIII, los primeros órganos de prensa. El propósito de los
espacios de opinión pública era la difusión de la «nuevas ideas» de la era ilustrada,
principalmente la idea de autonomía (Habermas, 1982). El ejercicio de la ciudada-
nía se comprende desde estos escenarios como el cultivo de la autonomía política,
asociada con la emergencia y la expresión de opinión pública. Discute el concepto
de publicidad en el contexto de la cultura de la modernidad. «“Públicas” llamamos a
aquellas organizaciones que, en contraposición a sociedades cerradas, son accesibles a
todos» (Habermas, 1982, p. 41), sostiene como una primera intuición fundamental.
Concentra su atención luego en los espacios de opinión pública —los nacientes me-
dios de comunicación— cuyas acciones y producciones a menudo se contraponían a
las actividades e intereses de los «poderes públicos» (el sistema político, en particular
los poderes del Estado) (Habermas, 1982, p. 42). Tales escenarios han experimentado
transformaciones sustanciales; se han ubicado inicialmente en los fueros de sociedad
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La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual
civil, pero los medios también han asumido la forma de sociedades mercantiles.3 Hoy
enfrentan esta tensión estructural que define su ambivalencia frente a la construcción
del sentido de lo público y de la publicidad (Taylor, 1997, cap. 12).
Lo que caracteriza a la esfera pública es su diversidad de escenarios, en la medida
en que cada uno cuenta con una naturaleza específica y con metas distintas. Lo que
las vincula es la preocupación compartida por el ejercicio de los asuntos comunes.
Con frecuencia hemos estrechado la mirada frente al concepto de esfera pública, cen-
trándola exclusivamente en el sistema político. Por su parte, los politólogos han mos-
trado con claridad meridiana cómo en el Perú no existen propiamente partidos polí-
ticos, sino asociaciones electorales meramente coyunturales, carentes de un genuino
ideario y de una organización de alcance nacional.4 Han desarrollado argumentos
contundentes sostenidos en datos y evidencias. Han puesto de manifiesto que esta
es una grave limitación de nuestra democracia. Están en lo cierto cuando aseveran
que una sociedad democrática requiere de partidos políticos sólidos; pero también
es cierto que una democracia liberal precisa de una sociedad civil organizada. Nece-
sitamos organizaciones sociales en las que ciudadanos independientes puedan elevar
su voz y actuar juntos para fiscalizar las acciones de nuestros representantes en el
ejercicio de la función pública. La sociedad civil se mueve, así, bajo la racionalidad
de la participación cívica.
La esfera pública es unos de los espacios básicos de encarnación de la libertad. La
expresión latina res publica alude precisamente a aquello que nos concierne como
agentes políticos, aquello que es nuestro. Una democracia liberal se basa en el im-
perio de un sistema de derechos y libertades individuales, así como en el cuidado
de mecanismos de representación que garanticen la expresión de la voluntad de los
ciudadanos y el equilibrio de poderes. La vigencia de los principios y los procedi-
mientos democráticos son necesarios para edificar y preservar un régimen libre. Son
necesarios, pero no son suficientes; la democracia liberal requiere de la participación
de los ciudadanos. Las instituciones de la sociedad civil son (o pueden convertirse en)
lugares de encuentro y de acción política. De tal manera que el ejercicio del poder no
es monopolio ni prerrogativa de los políticos de oficio. Es preciso devolver lo público
al terreno del juicio y de la acción del ciudadano.
3 Sobre los medios de comunicación en el Perú bajo Fujimori, véase más en Gamio (2002, pp. 293-
306).
4 Consúltese, por ejemplo, Tanaka (2005).
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Legados de un pasado irresuelto
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La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual
de la República —que, como hemos visto, está extendiendo su control sobre otras
instituciones públicas— constituye un indicio firme de que nos encaminamos hacia
políticas cada vez más autoritarias.
Una de las características de un «régimen híbrido» es la escasa disposición de las
autoridades políticas a rendir cuentas acerca de sus actos a la ciudadanía y ante los
medios de prensa. A menudo se pretende establecer restricciones a la libertad de
prensa y de expresión del pensamiento en nombre de la defensa del «derecho al ho-
nor personal», incrementando las penas del delito de difamación. En estos días los
parlamentarios discutirán la llamada «ley mordaza»,5 que precisamente determina
las sanciones contra quienes desde la prensa formal o desde medios informáticos
lesionen la imagen de personajes públicos. Según los especialistas, esta cuestionable
iniciativa pretende promover la autocensura de periodistas que investiguen irregula-
ridades en el ejercicio de la función pública. Esta clase de medidas procura vulnerar
los espacios de opinión pública, que constituyen un lugar de formación del juicio
ciudadano.
La represión de las marchas de protesta de diciembre y enero ha producido cua-
renta y nueve muertos. Muchos de los fallecidos estaban haciendo uso de su derecho
a protestar e incluso, entre ellos, algunos eran transeúntes que ni siquiera formaban
parte de la movilización. Los informes de Human Rights Watch, Amnistía Interna-
cional y la CIDH documentan el uso inmoderado de la fuerza por parte de las fuerzas
militares y policiales, así como la renuencia del Estado a investigar y denunciar a los
perpetradores. Un amplio sector del Congreso se ha manifestado en contra de estos
documentos y ha denunciado un presunto «sesgo ideológico» en el trabajo de las
organizaciones que los han elaborado. Sin embargo, las pruebas y los testimonios
respaldan la validez del informe. Como era de esperarse, la derecha parlamentaria ha
cerrado filas en favor del Gobierno peruano. Se ha impuesto aquella funesta actitud
que la estudiosa del psicoanálisis Fryné Santisteban llama «la cultura del cinismo»
(2022); nuestros políticos de oficio saben lo que ha ocurrido con esos compatriotas
muertos, pero actúan como si no hubiese sucedido, o atribuyen a otros actores la res-
ponsabilidad por esas muertes. Ese cinismo se está ramificando de distintos modos
en la escena política y se promueve su práctica institucionalizada a partir de cuestio-
nables medidas, como el caso de la incorporación de una materia escolar sobre los
años de la violencia, concebida solamente desde los criterios de una «historia oficial».
Nuestra extrema izquierda también cultiva este cinismo. El expresidente Pedro
Castillo intentó perpetrar un golpe de Estado (siguiendo el inquietante guion del
régimen fujimorista), anunciándolo por televisión y en cadena nacional. Al no contar
con el apoyo de las fuerzas armadas y policiales, intentó huir a la embajada de Mé-
xico, pero fue detenido por su propia escolta. Numerosos políticos de izquierda han
pretendido negar la comisión de este atentado contra el Estado de derecho y a la vez
procuraron victimizar al exmandatario. Sin embargo, todos vimos a Castillo declarar
5 La denominada “ley mordaza” hace alusión al Proyecto de Ley 02862/2022-CR.
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La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
de la crisis democrática actual
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Legados de un pasado irresuelto
minación racial sigue siendo una realidad que parece legitimar la aniquilación del
otro. Si los peruanos asesinados pertenecen al sur andino y tienen ancestros indíge-
nas, la situación, para muchos ciudadanos, no resulta realmente escandalosa; incluso
puede convertirse en una realidad «tolerable» si es el precio a pagar a cambio de la
promesa de «seguridad» o de «estabilidad económica». Esa parece ser la opinión de
un sector importante de nuestras «élites». La muerte de más de sesenta ciudadanos
no hace temblar un músculo a prácticamente el grueso de nuestra «clase política».
En otras zonas de la región, la pérdida de vidas humanas provoca la reorganización
de gabinetes ministeriales; aquí propicia la estigmatización de la protesta. Quien se
opone es un «terruco», un enemigo del orden.
Nada hemos aprendido de un proceso de violencia que ensangrentó el país du-
rante dos décadas. No hemos aprendido porque nuestros dirigentes se encargaron
de bloquear el trabajo de la memoria. De hecho, siguen comprometidos con su su-
presión. Solo bajo ese registro puede entenderse el cierre temporal del Lugar de la
Memoria o que el flamante defensor del pueblo le solicite a la presidenta Boluarte
que «redefina los derechos humanos». En medio de aquella situación de ignorancia,
completamente incompatible con el cargo que Josué Gutiérrez ostenta, este perso-
naje considera que los derechos humanos pueden reformularse o ajustarse según los
requerimientos del poder constituido. Presupone además que la Presidencia de la
República posee las potestades de las autoridades del Antiguo Régimen, para «hacer y
deshacer» aun en materia de derechos básicos. Bajo esa clase de oscuridades, el futuro
de nuestra democracia es incierto.
El cultivo de la rememoración y de la acción cívica al interior de la sociedad civil
constituye el único remedio frente a las políticas de amnesia moral e impunidad que
buscan imponer nuestros políticos de oficio y otros miembros de nuestras «clases
dirigentes». El olvido se plantea como una presunta «salida pragmática» frente a esta
crisis. No obstante, el olvido forzoso entraña una forma de encubrimiento y de des-
precio frente al predicamento de las víctimas. Como asevera Reyes Mate, «no es lo
mismo el olvido en el sentido del desconocimiento, que el olvido en el sentido de no
dar importancia al pasado. En el primer caso, el olvido es ignorancia, y, en el segun-
do, es injusticia» (Mate, 2009, p. 19, las cursivas son nuestras). Resulta claro que la
opción por un olvido deliberado manifiesta el segundo de estos sentidos.
Es evidente que, en el tiempo que va desde la entrega del Informe Final de la
CVR y la hora presente, nunca hemos estado tan lejos de la meta de lograr alguna
forma razonable de reconciliación. Desde luego, no han faltado los políticos que han
apelado a la meta de la «reconciliación nacional» para ponerle paños fríos a los con-
flictos sociales de diciembre y enero. Apelaban entonces a una pacificación en medio
del silencio, de la ausencia de autocrítica y de la impunidad cuando se trata de los
agentes del Estado. Esa espuria «reconciliación» solo es el disfraz de las «políticas de
punto final» que han llenado de impunidad a tantas democracias de la región. Por
ello, resulta pertinente retomar la concepción de la reconciliación como proceso ético
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La esfera pública y la descomposición de la política. En torno a la reconstrucción de la memoria en el contexto Gamio
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293
Legados de un pasado irresuelto
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IV. Reflexiones finales:
el horizonte del
reconocimiento
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético
nacional
https://doi.org/10.18800/9786124474477.011
Miguel Giusti
https://orcid.org/0000-0002-9837-9981
Pontificia Universidad Católica del Perú
Resumen
La «reconciliación» fue una noción anexada al nombre originario de la Comisión
de la Verdad poco después de su creación, lo que trajo consigo no pocos equívocos
sobre sus metas y sobre las expectativas que le correspondía generar. La CVR no ce-
dió a las presiones políticas o ideológicas y ofreció más bien una definición ética de
la reconciliación de gran calado, que analizaremos con detalle. Veremos igualmente
que, tras la insistencia en recurrir a este concepto, se expresa una visión negacionista
que pretende encubrir responsabilidades o evitar los cambios sociales profundos que
serían indispensables para una reconciliación genuina. Una de las dimensiones que,
según la propia CVR, es constitutiva de la reconciliación, es la idea de un «recono-
cimiento recíproco» entre los peruanos. Desarrollaremos esta idea, muy presente en
la ética contemporánea, por ser especialmente fecunda para expresar lo que podría
llamarse, en el marco de la reconciliación, la «larga lucha por el reconocimiento» en
el Perú.
296
La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti
Introducción
Que la CVR lleve, en su nombre mismo, la palabra «reconciliación», es sabida-
mente resultado de las controversias que se produjeron en el momento de su crea-
ción. Controversias que revelan, a su vez, las fisuras ideológicas que atravesaban, y
aún atraviesan, a la clase política peruana y a su percepción sobre las tareas o los re-
sultados que debían esperarse de un grupo de trabajo de esta naturaleza. La Comisión
se creó, recordémoslo, por un decreto supremo emitido por el presidente Valentín
Paniagua el 4 de junio de 20011 con el nombre de «Comisión de la Verdad», pero
su denominación y su composición fueron luego sorpresivamente modificadas por
un decreto supremo emitido por el presidente Alejandro Toledo el 31 de agosto del
mismo año, mediante el cual se establecía que el nombre pasaba a ser «Comisión de
la Verdad y Reconciliación».2 Llama la atención, naturalmente, que en apenas un par
de meses se produjera un cambio de tal magnitud, que asignaba a la Comisión una
tarea prioritaria sumamente problemática, sobre cuyo significado o alcance el nuevo
decreto no ofrecía prácticamente ninguna explicación. Como veremos a lo largo de
este capítulo, ello no fue fruto de una reflexión azarosa ni, menos, de un propósito
bienintencionado de complementar las tareas por realizar, sino que fue más bien el
resultado de un compromiso con tendencias negacionistas de la sociedad que preten-
dían desviar así el rumbo ya trazado de la Comisión.
Es cierto que aspirar a una «reconciliación», en sus diferentes formas y en sentido
genérico, pasa por ser una meta encomiable en la sociedad, como lo atestigua el
empleo positivo del término en nuestro lenguaje habitual. No solo en su uso cotidia-
no, sino incluso en el que se hace de él de modo más técnico en los dominios de la
teología, el derecho internacional o la filosofía. Pero en esa aspiración puede anidar
también un señuelo, naturalmente encubierto, que consiste en transmitir por su in-
termedio, bajo un manto de legitimidad, el propósito de mantener las relaciones de
inequidad preexistentes en la sociedad, es decir, de obstaculizar la meta principal de
la Comisión, que era investigar la «verdad» de lo ocurrido, en sentido histórico y en
sentido ético —no solo, pues, elaborar un registro de hechos, sino ofrecer igualmente
una explicación de las causas próximas y remotas que los produjeron—, así como
contribuir a la labor de la justicia, estableciendo responsabilidades y proponiendo
medidas de reparación para las víctimas o reformas institucionales. La reconciliación
es un concepto equívoco, que se presta a interpretaciones muy diferentes y que puede
1 Decreto Supremo 065-2001-PCM, que acogió el proyecto presentado por un Grupo de Trabajo Inte-
rinstitucional ad hoc creado mediante la Resolución Suprema 314-2000-JUS. Véase https://www.cver-
dad.org.pe/lacomision/cnormas/normas01.php. El Informe Final de la CVR será citado como «CVR-
IF», usando como referencia el sitio web: https://www.cverdad.org.pe/ifinal/, con las especificaciones
del caso.
2 Decreto Supremo 101-2001-PCM. Véase https://www.cverdad.org.pe/lacomision/cnormas/
normas04.php.
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La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti
la reconciliación de la CVR, una definición que debería seguir siendo, para los pe-
ruanos, un referente ético fundamental en la comprensión de nuestra historia como
nación, de las causas de su aun dolorosa fragmentación y de la difícil, pero necesaria,
meta que deberíamos perseguir.
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La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti
dificarse las condiciones en que se restauren los vínculos entre los peruanos» (CVR,
2003, t. I, p. 37).
Las precisiones que siguen son de una importancia decisiva. Las enumero primero,
resumiéndolas, para que se perciba su complejidad y amplitud. De la reconciliación
se dice que es: a) un proceso, b) que implica una toma de conciencia de la complejidad
y gravedad de las causas del conflicto (incluyendo el «vínculo social precedente»),
c) que nos lleve a asumir nuestra responsabilidad, a cada quien según corresponda, y
d) a «refundar», es decir, a corregir y reestructurar las condiciones de vida de nuestra
sociedad. Estos rasgos se derivan de la vinculación anunciada de la «reconciliación»
con la «verdad» (una «verdad», como se ha dicho ya, entendida también en sentido
ético). Pero, como la reconciliación ha de vincularse igualmente a la «justicia», enton-
ces el proceso mencionado: e) debe conducir a la implantación y la consolidación de
la justicia (en su cuádruple dimensión: moral, judicial, reparadora y político-social),
f ) debe comprometer a la entera sociedad peruana, g) debe instaurar en ella relacio-
nes de reconocimiento recíproco, h) debe conducir al arrepentimiento y a la petición
de perdón de parte de los responsables y, finalmente, i) debe entenderse como un
proceso abierto y permanente que se convierta en una meta de nuestra convivencia
común (CVR, 2003, t. I, pp. 36-38).
Esta es la definición de la «reconciliación» que nos ofrece la CVR. Difícil imaginar
una concepción más lúcida o más completa de ella, y más difícil aún explicarse, a la
luz de lo allí expresado, la ligereza con la que tantos detractores de la Comisión le
reprochan no haber contribuido a su promoción o a su puesta en práctica. Lo que
ocurre es más bien que tras las críticas anida una interpretación de la reconciliación
que está muy lejos de lo que propone la CVR y que se acerca más bien a los equívocos
que ya hemos evocado y que desarrollaremos más adelante.
La enumeración resumida de las dimensiones de que se compone la reconciliación
no debe llevarnos a pensar, sin embargo, que se trata de un conjunto inconexo de
rasgos colocados simplemente como un listado de deberes éticos. Es, sí, por supues-
to, una concepción ideal, normativa, de la reconciliación, que, por lo mismo, se nos
ofrece como una instancia de evaluación de una de las grandes metas encargadas a la
Comisión. El razonamiento que allí se expresa es el siguiente: no debemos entender
la reconciliación como la restauración de las condiciones sociales imperantes en el
pasado, causantes en buena medida de los conflictos posteriores, sino como un pro-
ceso de reflexión ética, llevado a cabo por todos los miembros de la sociedad, que nos
haga recapacitar sobre la gravedad de lo ocurrido en los años de violencia, sobre sus
causas próximas y remotas, y que no solo nos conduzca a asumir la responsabilidad
que nos corresponda, sino además a comprometernos a instaurar (a «refundar») rela-
ciones más justas y equitativas entre todos los peruanos, que hagan posible un nuevo
tipo de convivencia.3
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Legados de un pasado irresuelto
torno al tema del «perdón», coorganizado con el Instituto de Democracia y Derechos Humanos y el
Centro de Estudios Filosóficos de la PUCP, que ha quedado consignado en el volumen Rostros del per-
dón (Lerner y Giusti, 2021).
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La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti
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Legados de un pasado irresuelto
nacional que desconociese las causas profundas de la tragedia social vivida durante
décadas y que dejase inalterado el estado de cosas en el país. La estrategia del señuelo
de la reconciliación ha seguido aplicándose, o incluso haciéndose más desenfadada y
con ataques más directos al trabajo de la CVR. El costo de esa ficción es ya no solo el
negacionismo de la verdad de nuestra historia reciente, sino además el de la corrup-
ción, cuya metástasis en el tejido social y político se ha extendido hasta límites nunca
antes vistos. ¿Cuáles serían las partes entre las que, se supone, debería producirse una
reconciliación?4 Difícil responder a esa pregunta, cuando lo que vemos es una crispa-
ción generalizada, la exacerbación de los ánimos entre las autoridades políticas y las
demandas sociales, una alianza bochornosa entre todas las tendencias ideológicas con
el único propósito de defender sus privilegios malamente habidos, una alarmante pa-
rálisis de la política nacional. En ese contexto, la reconciliación es una cáscara vacía,
un valor que no suscita adhesión alguna.
3. El concepto de «reconocimiento»
Pero decía que convendría tomar un hilo —la referencia al «reconocimiento»—
de esa densa y valiosa madeja que es la definición de la reconciliación en el Informe
Final de la CVR, porque me parece que puede esclarecer una de sus más importantes
dimensiones. El concepto de reconocimiento ha adquirido en las últimas décadas
una sorprendente y amplia difusión en los debates de la ética y la filosofía política, ya
sea como visión alternativa o complementaria al concepto liberal clásico de «justicia
distributiva», o ya sea, en su versión más ambiciosa, como nuevo paradigma de com-
prensión de la ética (Giusti, 2017 y 2022)5. Si bien se trata de un concepto acuñado a
inicios del siglo XIX en el marco de la crítica del idealismo alemán a la interpretación
moderna, individualista, de la libertad, muy pronto desapareció del horizonte her-
menéutico de la discusión y solo ha hecho su reaparición a fines del siglo XX, cuando
la concepción liberal o universalista dominante era sometida a un cuestionamiento
generalizado. La recuperación del concepto de reconocimiento está marcada por un
interés en satisfacer las carencias de la reflexión moral y política de la actualidad.
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La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti
6 En torno a este tema giran, come se sabe, varias obras importantes del mismo autor (Taylor, 1994 y
1996).
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«honor», sobre la cual se levanta una sociedad jerárquica, por la cultura de la «digni-
dad», que sirve de fundamento a una sociedad igualitaria y que está, naturalmente,
asociada a la noción de autonomía y a la filosofía de Kant. Sobre la base de estas
consideraciones, puede Taylor plantear luego una contraposición genérica entre, por
un lado, la «política del universalismo», centrada en la concepción igualitaria sobre la
dignidad del ser humano y en la noción de autonomía y, por otro lado, la «política de
la diferencia», centrada en la nueva noción de autenticidad, es decir, en la idea apenas
esbozada de reconocimiento. Él mismo aboga, evidentemente, por la política de la
diferencia, y cree que esta nueva interpretación podría o debería permitirnos corregir
nuestra comprensión de la sociedad liberal, es decir, debería ayudarnos a superar la
contradicción artificial sobre la que se alza la controversia entre culturalistas y libe-
rales. En su visión del problema, el reconocimiento puede ser el núcleo integrador
de una concepción liberal, pero solo si se toma distancia de aquella otra versión del
liberalismo que se apoya sobre el paradigma de la autonomía.
Muy diferente es la posición de Axel Honneth, quien, por cierto, plantea el pro-
blema desde una perspectiva que bien podríamos considerar universalista. En su libro
La lucha por el reconocimiento, publicado igualmente en 1992, lo que nos propone
es retomar, esta vez sí de modo explícito, el concepto de «reconocimiento» del joven
Hegel con la finalidad de emplearlo sistemáticamente como clave de lectura moral de
la historia de las reivindicaciones políticas o, en sus palabras, como «gramática de los
conflictos sociales» (Honneth, 1997, p. 2). La demanda que allí se expresa es doble:
es, por un lado, la necesidad de ofrecer una explicación más convincente de la mo-
tivación moral que anima las protestas ciudadanas o culturales, y es, por otro lado,
la necesidad de corregir el excesivo formalismo de la posición universalista de la que
él mismo se siente deudor (Habermas, 1984). A diferencia de Taylor, sin embargo,
Honneth retoma el concepto de reconocimiento del propio Hegel, convencido de
que hay allí una rica intuición sistemática que ha permanecido, nos dice, «infecunda
hasta hoy» (Honneth, 1997, p. 13), y que él va a tratar de hacer fecunda a la luz de
las investigaciones sociológicas, filosóficas y psicoanalíticas de fecha reciente. Ya en su
obra temprana, Hegel concibió el reconocimiento como un proceso intersubjetivo de
constitución progresiva de la identidad en el marco de sucesivas y cada vez más com-
plejas formas de socialización: la familia, el derecho, la comunidad ética (Honneth,
1997, p. 42). Más adelante, en su obra de madurez, dicho proceso adoptará el nom-
bre de «eticidad» o «vida ética», pero manteniendo el mismo dinamismo y la misma
estructura. Un texto decisivo sobre el tema será el capítulo «El señor y el siervo», de
su Fenomenología del espíritu (Hegel, 1966, p. 113 y ss.) al que nos referiremos un
poco más adelante.
Escribe Honneth:
Para Hegel, la estructura de la relación de reconocimiento recíproco es siempre
la misma: en la medida en que un sujeto se sabe reconocido por otro en algu-
nas de sus facultades y cualidades, y [se sabe] por ello reconciliado con éste,
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La reconciliación: luces y sombras de un ideal ético nacional Giusti
Así como está aquí formulada, esta estructura compleja comprende diversos mo-
mentos enlazados entre sí en un mismo movimiento: el momento del reconocimien-
to no solo no se contrapone al momento de la autonomía, sino, paradójicamente,
la necesita y la promueve. La necesita como instancia previa para que pueda produ-
cirse una relación igualitaria y, por ende, conflictiva entre los sujetos; y la promueve
porque, aun siendo de naturaleza integradora, tiene sobre el individuo el efecto de
fortalecer y enriquecer su identidad, es decir, su autonomía. Mientras más exitosa
sea la experiencia del reconocimiento, es decir, mientras más sólidos sean los lazos
que unen al individuo con su comunidad, más posibilidades tiene él mismo de dife-
renciarse y de adquirir conciencia de su particularidad. Se trata de una formulación
muy sugerente del problema, que puede poner además de relieve otro aspecto de la
estructura del reconocimiento que es esencial: la posibilidad de entender qué ocurre
en el individuo cuando este no ve cumplidas sus expectativas normativas de reco-
nocimiento, es decir, cuando su desconocimiento se percibe como una experiencia
de menosprecio o de negación de su propia identidad. Gracias a semejante plantea-
miento, se hace posible no solo adjudicarle a la experiencia del reconocimiento una
dimensión normativa, sino explicar además por su intermedio cuáles son las fuentes
de motivación moral de los individuos implicados en las luchas sociales.7
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Legados de un pasado irresuelto
o ya sea en un sentido más ideológico, de no reconocerse como uno es, sino solo de
manera distorsionada o ficticia. Pues bien, lo que Salazar Bondy sostiene, en su ya
clásico ensayo sobre «La cultura de la dominación» (1969, pp. 53-77), es que existe
en nuestro país, desde tiempos remotos, una cultura de la alienación, debido a la cual
todos los peruanos vivimos alienados, en uno u otro sentido. Las grandes mayorías de
la población sufren la alienación en la forma que hemos llamado «realista», es decir,
padecen de una pérdida de su condición humana por ser explotados económicamen-
te o por no tener acceso a las condiciones mínimas de subsistencia que les permitirían
tener igualdad de oportunidades o ser parte de un colectivo solidario. Pero también
las clases adineradas viven alienadas, según Salazar Bondy, porque están persuadidas
de que su verdadero lugar, o su identidad, se hallan fuera del Perú —en Miami, en
París, en Madrid o en cualquier otra capital colonial— o porque están convencidas
de que poseen una superioridad racial, cultural y económica sobre el resto o sobre la
mayoría de los demás peruanos.
El diagnóstico de la cultura de la alienación, sin embargo, no se detiene allí. Las
clases medias, agrega Salazar Bondy, viven alienadas también a su modo, porque son
las grandes consumidoras de los mitos nacionalistas, es decir, de aquellas narrativas
que ensalzan el criollismo, la tradición hispánica, la gesta del Imperio incaico, la pi-
cardía o la viveza del emprendedor peruano, a lo que se podría agregar, en fecha más
reciente, la apología de la llamada «Marca Perú». Las Fuerzas Armadas, por su parte,
cultivan un relato no menos distorsionado de sus peripecias e intervencionismos en
la historia del país, convirtiendo todo ello en una serie de hazañas ilusorias, entre las
que se cuentan también, por cierto, el triunfo sobre los movimientos terroristas y el
negacionismo de los crímenes que cometieron contra amplios sectores de la pobla-
ción en el conflicto armado interno. Concluye Salazar Bondy:
Unos porque lo rechazan, otros porque lo ignoran y otros porque no tienen la
más mínima posibilidad de alcanzarlo, todos estos sectores y grupos se hallan
alienados con respecto al ser nacional, que es su propia entidad. Semejante
suma de alienaciones no puede dar sino un ser enajenado total: he allí la fuente
de la alienación peruana. (1969, p. 63)
Traemos a colación este diagnóstico de Salazar Bondy por razones que serán com-
prensibles para todos en el contexto en que nos encontramos. No solo es palmaria la
desintegración nacional —la ausencia de un nosotros o de un proyecto colectivo—,
sino que salta a la vista además la confluencia de las formas diversas de alienación y la
sorda pugna entre las visiones ideológicas que las encubren y legitiman. Aunque qui-
zás habría que añadir que esta pugna se ha convertido actualmente en una alianza a
favor de la impunidad de la corrupción, que es sin duda el mal que afecta de manera
más palmaria a nuestra clase política.
En sentido estricto, el reconocimiento podría y debería entenderse como el re-
verso de la alienación. Si, como recordamos, esta última, la alienación, se refiere a
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Colaboradores
Eduardo Dargent
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica
del Perú (PUCP). Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Texas en Austin
(Estados Unidos); máster en Filosofía Política por la Universidad de York (Reino
Unido); y abogado por la PUCP. Sus temas de investigación son la política de las
políticas públicas, economía política, el Estado en América Latina y partidos políti-
cos. En el 2009 publicó Demócratas Precarios (Lima, IEP); en el 2012, El Estado en
el Perú: una agenda de investigación (Lima, Escuela de Gobierno y Políticas Públicas
PUCP); y, en el 2021, El páramo reformista. Un ensayo pesimista sobre la posibilidad de
reformar en el Perú (Lima, PUCP). Su libro Technocracy and Democracy: The Experts
Running Government (Nueva York, CUP) fue publicado en el 2015.
Pablo de Greiff
Graduado por la Universidad de Yale (Estados Unidos) y doctor en Teoría Política
por la Universidad de Northwestern (Estados Unidos). Entre el 2001 y el 2014 fue
director de investigación en el Centro Internacional para la Justicia Transicional; y
entre el 2012 y el 2018 fue el primer relator especial de las Naciones Unidas para la
promoción de la verdad, justicia, reparación y no repetición. Desde el 2014 es senior
fellow y director del Programa de Justicia Transicional del Centro de Derechos Hu-
manos y Justicia Global de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York.
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En el 2023 fue designado miembro de la Comisión Internacional Independiente de
Investigación sobre Ucrania por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas.
Daniel Encinas
Magíster y candidato a doctor en el programa de Ciencia Política de la Universidad
de Northwestern (Estados Unidos). Actualmente se desempeña como consultor de
investigación en ciencia de datos en la misma casa de estudios. También es politólogo
por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), donde se ha desempeñado
como docente y jefe de prácticas. Asimismo, cuenta con publicaciones académicas
sobre regímenes políticos a nivel nacional y subnacional, violencia política y meto-
dología en ciencias sociales.
Gonzalo Gamio
Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid (España)
y licenciado en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).
Es profesor en la especialidad de Ciencia Política y Gobierno del Departamento de
Ciencias Sociales de la PUCP, así como en la sección Filosofía de la Universidad An-
tonio Ruiz de Montoya. Es autor de los libros La crisis perpetua (2022), La construc-
ción de la ciudadanía (2021), El experimento democrático (2021), Tiempo de Memoria
(2009) y Racionalidad y conflicto ético (2007). Sus áreas de especialidad son la ética,
la filosofía política, los derechos humanos y las ciencias de la religión. Ha publicado
ensayos sobre filosofía práctica, justicia y ciudadanía en volúmenes colectivos y revis-
tas especializadas de Perú y España.
Jemima García-Godos
Doctora en Geografía Humana por la Universidad de Oslo (Noruega), y profesora
en el Departamento de Sociología y Geografía Humana de la misma universidad. Sus
temas de investigación abordan las relaciones entre Estado-sociedad en sociedades
posconflicto y la justicia transicional; en particular, los derechos de las víctimas y los
programas de reparación a estas, así como la restitución de tierras. Cuenta con publi-
caciones en revistas especializadas como International Journal of Transitional Justice,
Journal of Latin American Studies, Journal of Human Rights Practice, Human Rights
Review, Nordic Journal of Human Rights y en varias antologías. Es coautora de Ex-
ploring Truth Commission Recommendations in a Comparative Perspective (Intersentia,
2022) y coeditora de Transitional Justice and Peacebuilding on the Ground. Victims
and excombatants (Routledge, 2013); Transitional Justice in Latin America. The Une-
ven Road from Impunity towards Accountability (Routledge, 2016); y Latin American
Experiences with Truth Commission Recommendations (Intersentia, 2022).
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Julie Guillerot
Titular de la Maestría en Protección Internacional de los Derechos Humanos por
la Universidad París X (Francia) y del posgrado en Derechos Humanos y Procesos
de Democratización de la Universidad de Chile. Integró el equipo técnico de repa-
raciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú. Como consultora
especializada en justicia transicional, reparaciones y género, ha brindado asesoría y
asistencia técnica a organizaciones de la sociedad civil, comisiones de la verdad y
formuladores de políticas para organizaciones como el ICTJ, ASFC, Oxfam, la Fun-
dación Mukwege, el OHCHR, la OEA-CIDH y el relator especial de la ONU para
la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición.
Actualmente colabora con el Global Survivors Fund. Entre sus últimas publicaciones
se encuentran Reflections on the Collective Dimension of Reparations: Where we are?
Where to go? (Queen’s University of Belfast, 2022); Beyond Silence and Stigma: Craf-
ting a Gender-Sensitive Approach for Victims of Sexual Violence in Domestic Reparation
Programmes (en coautoría con S. Gilmore y C. Sandoval, Queen’s University of Bel-
fast, 2020); y Reparations in Peru: 15 years of Delivering Redress (Queen’s University
of Belfast, 2019).
Miguel Giusti
Profesor principal del Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad
Católica del Perú (PUCP), en donde ha ejercido, entre otros, los cargos de director
del Centro de Estudios Filosóficos, jefe del Departamento de Humanidades y direc-
tor del Instituto de Democracia y Derechos Humanos (IDEHPUCP) de la misma
casa de estudios. Hizo estudios de Filosofía y Ciencias Sociales en la PUCP y en
universidades de Italia, Francia y Alemania. Se doctoró en Filosofía en la Universi-
dad de Tubinga (Alemania). Se ha especializado en ética contemporánea y filosofía
del idealismo alemán, temas sobre los que versan sus publicaciones. Sobre derechos
humanos, cuenta con los siguientes libros: Justicia global, derechos humanos y respon-
sabilidad (coeditado con Francisco Cortés, 2007); Tolerancia. Sobre el fanatismo, la
libertad y la comunicación entre culturas (2015); El paradigma del reconocimiento en
la ética contemporánea (2017); Rostros del perdón (coeditado con Salomón Lerner
Febres, 2021); y La travesía de la libertad. Ensayos sobre Hegel (2021).
Iris Jave
Magíster en Ciencia Política por la Pontificia Universidad Católica del Perú y licen-
ciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Es autora de diversas publicaciones sobre migración, derechos humanos, memoria y
participación política. Asimismo, ha desarrollado políticas de comunicación y dere-
chos humanos en diversas instituciones del Estado, como el Ministerio de la Mujer
y Poblaciones Vulnerables (MIMP) y la Comisión de la Verdad y Reconciliación, así
como en Gobiernos locales y agencias de cooperación. Entre sus últimos libros se
315
encuentran La humillación y la urgencia. Políticas de reparación posconflicto en el Perú
(2021); Organizaciones de víctimas y políticas de justicia. Construyendo un enfoque
humanitario para la búsqueda de personas desaparecidas (2018); y La Beca REPARED.
Oportunidad y derecho en el Programa de Reparaciones en Educación (2017). Es tam-
bién autora de diversos artículos especializados.
Valeria Reyes
Abogada por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Máster summa
cum laude en Justicia Transicional, Derechos Humanos y Estado de Derecho por la
Geneva Academy of International Humanitarian Law and Human Rights (Suiza).
Ganadora del premio Best MTJ Paper otorgado a la mejor tesis del referido programa
de maestría. Miembro del Programa de Becas de las Naciones Unidas sobre Derecho
Internacional (2016) y seminarista del International Law Seminar de la Comisión
de Derecho Internacional de las Naciones Unidas (2017). Profesora de la Facultad
de Derecho de la PUCP. Ha trabajado como consultora externa de la Corte Penal
Internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Organización
de Estados Americanos (OEA) y otras organizaciones de derechos humanos en Suiza,
Estados Unidos y Perú. Es especialista en temas sobre justicia internacional aplicable
a casos de graves violaciones de los derechos humanos.
Elizabeth Salmón
Doctora en Derecho Internacional por la Universidad de Sevilla (España). Profesora
principal de Derecho Internacional en la Pontificia Universidad Católica del Perú
(PUCP) y directora ejecutiva del Instituto de Democracia y Derechos Humanos
(IDEHPUCP) de la misma casa de estudios. Actualmente es la relatora especial so-
bre la situación de los derechos humanos en la República Popular Democrática de
Corea. Ha sido miembro del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de
las Naciones Unidas y experta consultora de la Jurisdicción Especial para la Paz de
Colombia. También ha sido consultora para el Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos, el Ministerio de Defensa, la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y el
316
Comité Internacional de la Cruz Roja. Es autora de varias publicaciones sobre dere-
cho internacional público, derecho internacional de los derechos humanos, derecho
penal internacional, derecho internacional humanitario y justicia transicional.
David Sulmont
Doctor en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del
Perú (PUCP) y magíster en Sociología por l´École des Hautes Études en Ciencias
Sociales de París (Francia). Profesor principal y jefe del Departamento de Ciencias
Sociales de la PUCP. Especialista en sociología política. Ha publicado investigacio-
nes sobre comportamiento electoral, opinión pública, racismo y discriminación en
América Latina, violencia política y derechos humanos. Entre sus publicaciones más
recientes figuran «Desarrollo, modernización y cambio social: ¿qué piensan los lati-
noamericanos al respecto?» (2022); «Political polarization, voting and democratic
representativeness: Too much or too little?» (2021); y «To be or not to be? Material
incentives and indigenous identification in Latin America» (en coautoría con René
Flores, 2021).
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y Estado en los Andes peruanos (Fondo Editorial PUCP, 2021), recibió la mención
honrosa del premio Flora Tristán al mejor libro de la Sección Perú de LASA 2022.
Antonio Zúñiga
Licenciado y magíster en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad
Católica del Perú (PUCP), donde actualmente se desempeña como docente. Es tam-
bién profesor en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Cuenta con publicaciones
y reseñas relativas a temas como el conflicto armado interno y la microcorrupción.
Asimismo, ha trabajado en instituciones estatales y de cooperación internacional en-
focadas en la seguridad ciudadana y la lucha anticorrupción.
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María Rosa Alayza Mujica
Eduardo Dargent
Pablo de Greiff
Daniel Encinas
Gonzalo Gamio
Jemima García-Godos
Miguel Giusti
Julie Guillerot
Iris Jave
Salomón Lerner Febres
Valeria Reyes
Elizabeth Salmón
Gianfranco Silva Caillaux
David Sulmont
María Eugenia Ulfe
Antonio Zúñiga
La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) fue
establecida en el 2001 con el mandato de investigar los crímenes
y las violaciones de los derechos humanos cometidos durante
el conflicto armado interno desarrollado entre los años 1980 y
el 2000. La creación de la CVR fue un elemento crucial en el
proceso de transición hacia la democracia que experimentaba
el país a inicios del siglo XXI. En el 2003, después de dos años
de arduo trabajo investigativo, la CVR presentó su Informe
Final ante la sociedad y el Estado peruanos. En este Informe
se detalla que cerca de 70 000 personas resultaron muertas o
desaparecidas como consecuencia del periodo de violencia
en un contexto profundamente marcado por la exclusión y la
desigualdad. Además, la CVR realizó un análisis exhaustivo
de los factores subyacentes al conflicto y formuló un conjunto
de recomendaciones con el objetivo de que el país enfrentara
adecuadamente el pasado violento.