La Montaña de Los Vampiros (Primera Parte)
La Montaña de Los Vampiros (Primera Parte)
La Montaña de Los Vampiros (Primera Parte)
Como
sabes, después de descubrir mi nueva condición, me convertí en el asistente del
señor Crepsley, uno de los personajes más carismáticos de El circo de los extraños.
De eso hace ya más de ocho años… Un día, el señor Crepsley me dijo que debía
presentarme ante Concilio de los Vampiros, una reunión al más alto nivel que se
celebra cada doce años en la inhóspita e inaccesible Montaña del Vampiro. No sé
por qué le obedecí…
"Cuarto, Quinto y Sexto libros de
la saga Darren Shan /
La montaña de los vampiros (El
circo de los extraños 2)"
Primera Parte
Prólogo
—Haz el equipaje —dijo Mr.Crepsley una noche, ya tarde, mientras iba hacia su
ataúd. Mañana nos vamos a la Montaña de los Vampiros. Ya estaba acostumbrado
a las inesperadas decisiones del vampiro (que no se creía en la obligación de
consultarme cuando se le pasaba algo por la cabeza), pero aquello fue una
sorpresa incluso para mí.
—¿A la Montaña de los Vampiros?—exclamé, corriendo detrás de él. ¿Qué vamos
a hacer allí?
—A presentarte ante el Consejo — dijo. Ha llegado el momento.
—¿Al Consejo de los Generales Vampiros? —pregunté. ¿Por qué tenemos que ir?
¿Por qué ahora?
—Vamos porque es lo correcto —dijo. Y vamos ahora porque el Consejo sólo se
celebra cada doce años. Si nos perdemos la reunión de este año, tendremos que
esperar bastante hasta la siguiente.
Y eso fue todo lo que dijo. Hizo caso omiso al resto de mis preguntas, y se metió
en el ataúd antes de que saliera el Sol, dejándome en vilo durante todo el día.
***
Me llamo Darren Shan. Soy un semivampiro. Era humano hasta hace unos ocho
años, cuando mi destino se cruzó con el de Mr. Crepsley, y tuve que convertirme
en su asistente a regañadientes. Me costó adaptarme al vampiro y sus costumbres
(especialmente a beber sangre humana), pero al final lo hice, acepté mi situación
y seguí con mi vida. Formábamos parte de un espectáculo ambulante de
asombrosos artistas de circo, liderados por un hombre llamado Hibernius Tall.
Viajábamos por todo el mundo, presentando increíbles números para el público
que apreciaba nuestros extraños y mágicos talentos.
Habían pasado seis años desde aquella vez que Mr. Crepsley y yo dejamos el
Cirque Du Freak. Tuvimos que ir a detener a un vampanez loco llamado Murlough,
que tenía aterrorizada a la ciudad natal del vampiro. Los vampanezes eran un
grupo disidente de vampiros que mataban a los humanos cuando se alimentaban
de ellos. Los vampiros no hacen eso. Nos limitamos a tomar sólo la sangre que
necesitamos, y nos vamos sin hacer ningún daño a aquellos de los que bebemos.
La mayor parte de los mitos sobre vampiros que leemos en los libros o vemos en
películas en la actualidad, comenzaron con los vampanezes.
Aquellos seis años habían sido estupendos. Me convertí en un artista habitual del
Cirque, actuando con Madam Octa (la araña venenosa de Mr. Crepsley) cada
noche, asombrando y aterrorizando al público. Aprendí también unos cuantos
trucos mágicos, que introduje en nuestro número. Me llevaba bien con todos los
miembros del Circo. Me acostumbré a aquel estilo de vida errante, y había sido
una buena época.
Ahora, tras seis años de estabilidad, teníamos que emprender otro viaje hacia lo
desconocido. Sabía algo acerca del Consejo y la Montaña de los Vampiros.
Los vampiros estaban regidos por unos
soldados llamados Generales Vampiros,
que se aseguraban de que se cumplieran
sus leyes. Ejecutaban a los vampiros
locos o malvados y mantenían a raya al
resto de los no muertos. Mr. Crepsley
había sido un General Vampiro, pero
renunció mucho tiempo atrás, por
razones que nunca había revelado.
Una vez cada cierto tiempo (ahora
sabía que era cada doce años), los
Generales se reunían en una fortaleza
secreta para discutir sobre lo que quiera
que fuese que esas criaturas nocturnas
bebedoras de sangre discutían cuando
estaban juntas. No acudían solamente los
Generales (había oído que los vampiros
corrientes también podían ir), pero la
mayoría lo eran. Yo no sabía dónde
estaba esa fortaleza, ni cómo se iba
hasta allí, ni por qué tenía que
presentarme ante el Consejo… ¡pero lo
iba a descubrir!
Capítulo 1
La perspectiva del viaje me tenía excitado y ansioso a la vez (me disponía a
aventurarme en lo desconocido, y tenía la sensación de que no iba a resultar un
viaje placentero), así que pasé todo el día ocupado, preparando mi mochila y la de
Mr. Crepsley, para que el tiempo transcurriera más deprisa. Los vampiros
completos morirían si se expusieran al Sol durante unas horas, pero a los
semivampiros la luz solar no nos afecta.
Como no sabía a dónde íbamos, no se me ocurría qué teníamos que llevar o dejar.
Si en la Montaña de los Vampiros hacía un frío invernal, necesitaría ropa gruesa y
botas; si por el contrario hacía un calor tropical, sería mejor ir en camiseta y
pantalones cortos. Les pregunté a algunos de los miembros del Cirque al respecto,
pero no sabían nada, excepto Mr. Tall, que me aconsejó llevar ropa de invierno.
Mr. Tall era la clase de persona que parecía saber de todo.Evra estuvo de acuerdo
con él en eso.
—¡Dudo que los vampiros, que tanto temen al Sol, tengan su base en el Caribe! —
objetó, riendo con sarcasmo.
Evra Von era un niño-serpiente, con escamas en lugar de piel. O mejor dicho, fue
un niño-serpiente. Ahora era un hombre-serpiente. Había crecido en aquellos seis
años, y se había hecho más alto y robusto, y mayor. Yo no. Como semi-vampiro, yo
sólo crecía uno de cada cinco años. Así que, aunque habían pasado ocho años
desde que Mr. Crepsley me dio su sangre, yo parecía sólo un año mayor.
Me disgustaba mucho no poder crecer a un ritmo normal. Evra y yo solíamos ser
los mejores amigos, pero ya no. Seguíamos siendo buenos amigos, y
compartíamos la misma tienda, pero
ahora él era un hombre joven, más
interesado en la gente (especialmente en
las mujeres) de su misma edad. En
realidad, yo sólo era un par de años más
joven que Evra, pero él me veía como a
un niño, y le resultaba difícil tratarme
como a un igual.
Ser un semi-vampiro tenía sus
ventajas (era más fuerte y más rápido
que cualquier ser humano, y tenía una
vida más larga), pero habría renunciado
a ellas con tal de poder aparentar mi
verdadera edad, y llevar una vida
normal.
Pero aunque Evra y yo no fuésemos
tan íntimos como antes, seguía siendo mi
amigo, y estaba preocupado por mi
partida a la Montaña de los Vampiros.
—Por lo que yo sé, ese viaje no será
ningún juego —me advirtió con aquella
voz profunda que había adquirido hacía
unos años. Quizá debería acompañarte.
Me habría encantado aceptar su
oferta, pero Evra ya tenía su propia
vida. No sería justo apartarlo del Cirque
Du Freak.
—No —respondí. Quédate y mantén
caliente mi hamaca. Estaré bien.
Además, a las serpientes no os gusta el
frío, ¿verdad?
—Es cierto —rió. ¡Seguramente
caería en un letargo y ya no me
despertaría hasta la primavera!
Aunque Evra no viniera, me ayudó a
hacer el equipaje. No había mucho que
llevar: una muda de ropa, un par de
gruesas botas, los utensilios especiales
de cocina que podían plegarse para ser
transportados con mayor facilidad, mi
diario (que me acompañaba a todas
partes), y otras cosas. Evra me sugirió
que llevara una cuerda. Dijo que no
estaría de más tener una a mano, sobre
todo si había que trepar.
—Pero los vampiros somos grandes
escaladores —le recordé.
—Ya lo sé —dijo—, pero ¿de
verdad quieres quedarte colgado de la
pared de una montaña con tus dedos
como único apoyo?
—¡Pues claro que podría hacerlo!
—retumbó una voz a nuestra espalda,
antes de que yo pudiera responder. Los
vampiros se crecen con el peligro.
Me di la vuelta, y me encontré cara a
cara con la siniestra criatura conocida
como Mr. Tiny, y sentí cómo se me
congelaban las entrañas al instante.
Mr. Tiny era un hombre bajito y
regordete, que llevaba el pelo blanco,
gruesas gafas y un par de botas verdes.
Jugueteaba mucho con un reloj en forma
de corazón. Parecía un tío anciano y
simpático, pero en realidad era un
hombre cruel con un negro corazón,
capaz de cortarte la lengua en menos
tiempo del que tardaba en decirte hola.
Nadie sabía mucho sobre él, pero todos
le temían. Su nombre de pila era
Desmond, y si lo abreviabas a Des y lo
juntabas con su apellido, el resultado
era Mr. Destiny.
No había visto a Mr. Tiny desde
aquella vez en que me uní al Cirque Du
Freak, pero había oído muchas historias
sobre él (que comía niños para
desayunar, y que incendiaba la tierra que
pisaba). Mi corazón se desbocó cuando
lo vi allí parado, con los ojos
centelleantes y las manos a la espalda,
espiándonos a Evra y a mí.
—Los vampiros son criaturas
peculiares —dijo, avanzando un paso,
como si hubiera participado en nuestra
conversación desde el principio. Aman
el riesgo. Conocí a uno que murió
exponiéndose a laluz del Sol,
simplemente porque alguien se había
burlado de que sólo pudiera salir de
noche.
Me tendió una mano, y yo, asustado
como estaba, se la estreché
automáticamente. Evra no lo hizo.
Cuando Mr. Tiny le tendió la mano al
hombre-serpiente, él se quedó quieto,
temblando, y sacudió furiosamente la
cabeza. Mr. Tiny se limitó a sonreír y
bajó la mano.
—Así que te vas a la Montaña de los
Vampiros —dijo, levantando mi mochila
y atisbando en su interior sin pedir
permiso. Lleve cerillas, señor Shan. El
camino es largo, y los días, fríos. Los
vientos que soplan en la Montaña de los
Vampiros podrían cortar hasta el hueso
incluso a un curtido jovencito como tú.
—Gracias por el aviso —dije.
Eso era lo más desconcertante de
Mr. Tiny. Siempre se mostraba educado
y amistoso, de forma que aunque
supieras que era la clase de persona que
miraría sin inmutarse al demonio a la
cara, no podías evitar sentir cierta
simpatía hacia él en ciertos momentos.
—¿Están por ahí mis Personitas? —
preguntó.
Las Personitas eran criaturas muy
bajitas, que vestían capas azules con
capucha, no hablaban nunca y se comían
cualquier cosa que se moviera
(¡personas incluidas!). Casi siempre
viajaban con el Cirque Du Freak un par
de aquellos seres misteriosos, y en ese
momento había ocho de ellos con
nosotros.
—Probablemente estarán en su
tienda —dije. Les llevé de comer hace
una hora, y creo que aún estarán
comiendo.
Una de mis tareas era conseguir
alimento para las Personitas. Evra solía
ir conmigo hasta que creció y le
encargaron faenas menos sucias.
Actualmente, me ayudaban un par de
jóvenes humanos, hijos de los ayudantes
del Cirque.
—¡Excelente! —dijo Mr. Tiny con
una amplia sonrisa, y empezó a dar la
vuelta. ¡Oh! —Se detuvo. Sólo una cosa
más. Dile a Larten que no se vaya hasta
que yo haya hablado con él.
—Me temo que tenemos prisa —
dije. Quizá no tengamos tiempo para…
—Tú sólo dile que quiero hablar
con él —me interrumpió Mr. Tiny—
Estoy seguro de que tendrá tiempo para
mí.
Y con eso, nos miró por encima de
sus gafas, nos dijo adiós con la mano, y
se fue. Intercambié una mirada de
preocupación con Evra, encontré
algunas cerillas y las guardé en mi
bolsa, y luego fui deprisa a despertar a
Mr. Crepsley.
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Mientras yo me debatía inútilmente,
con mi vida en manos de quien quiera
que fuese que me había atrapado, Mr.
Crepsley saltaba con los dedos
extendidos de la mano derecha como si
empuñara una espada. Lanzó una
estocada por encima de mi cabeza. Mi
atacante me soltó y se agachó al mismo
tiempo, dejándose caer bruscamente al
suelo mientras Mr. Crepsley
maniobraba. Cuando el vampiro giraba
sobre sus pies y se disponía a asestar un
segundo golpe, el hombre que me había
agarrado rugió:
—¡Detente, Larten! ¡Soy yo…,
Gavner!
Mr. Crepsley se detuvo y yo me
aparté gateando, tosiendo del susto, pero
ya más tranquilo. Me volví y vi a un
hombre fornido con un rostro lleno de
cicatrices y manchas, y ojos de pestañas
oscuras. Iba vestido como nosotros, con
un gorro calado hasta las orejas. Le
reconocí de inmediato: Gavner Purl, un
General Vampiro. Le había conocido
años atrás, justo antes de mi
confrontación con Murlough.
—¡Gavner, puñetero estúpido! —
gritó Mr. Crepsley. ¡Te habría matado si
llego a alcanzarte! ¿Por qué te acercas
con tanto sigilo?
—Quería sorprenderos —dijo
Gavner. Os he estado siguiendo casi
toda la noche, y me pareció el momento
perfecto para acercarme. No esperaba
que estuviera a punto de perder la
cabeza al hacerlo —gruñó.
—Deberías prestar más atención a
lo que ocurre a tu alrededor, y menos a
Darren y a mí —dijo Mr. Crepsley,
señalando la pared y el suelo manchados
de sangre.
—¡Por la sangre de los vampanezes!
—siseó Gavner.
—En realidad, es sangre de vampiro
—le corrigió Mr. Crepsley con
sequedad.
—¿Tienes idea de quién? —preguntó
Gavner, apresurándose a probar la
sangre.
—No —dijo Mr. Crepsley.
Gavner merodeó por la cueva,
examinando la sangre y el ataúd
destrozado, en busca de más indicios.
No encontró ninguno, volvió a nuestro
lado y se rascó la barbilla
pensativamente.
—Es probable que lo atacara algún
animal salvaje —meditó en voz alta. Un
oso (o tal vez más de uno) le atraparía
durante el día, mientras dormía.
—Yo no estoy tan seguro —discrepó
Mr. Crepsley. Un oso habría causado un
gran destrozo en la cueva y lo que
contiene, pero sólo han tocado los
ataúdes.
Los ojos de Gavner recorrieron la
cueva una vez más, fijándose en el orden
reinante en todo lo demás, y asintió.
—¿Qué piensas tú que ha ocurrido?
—inquirió.
—Una pelea —sugirió Mr. Crepsley.
Entre dos vampiros, o entre el vampiro
muerto y alguien más.
—¿Quién podría haberle atacado
aquí, en medio de ninguna parte? —
pregunté yo.
Mr. Crepsley y Gavner
intercambiaron una mirada de
preocupación.
—Cazadores de vampiros, tal vez —
murmuró Gavner.
Me quedé sin aliento. Ya estaba tan
acostumbrado al modo de vivir de los
vampiros, que había olvidado que había
gente en el mundo que nos consideraba
monstruos y se dedicaba a cazarnos y
matarnos.
—O tal vez, humanos que se lo
encontraron por casualidad y les entró el
pánico —dijo Mr. Crepsley. Ha pasado
mucho tiempo desde que los
cazavampiros nos perseguían con saña.
Esto podría haber sido sólo mala suerte.
—De todas formas —dijo Gavner
—, no nos quedaremos de brazos
cruzados, esperando a que vuelva a
ocurrir. Tenía ganas de descansar, pero
ahora creo que es mejor no encerrarse
aquí.
—Estoy de acuerdo —repuso Mr.
Crepsley, y, tras un último vistazo a la
cueva, nos marchamos, con nuestros
sentidos alerta ante la más mínima señal
de peligro.
***
Decidimos pasar la noche en medio
de un claro rodeado de gruesos árboles,
y encendimos un pequeño fuego: nos
sentíamos helados hasta los huesos
después de nuestra experiencia en la
cueva. Mientras discutíamos sobre el
vampiro muerto y si deberíamos buscar
el cuerpo por los alrededores,
regresaron las Personitas, cargando un
joven ciervo que habían capturado. Se
quedaron mirando suspicazmente a
Gavner, y él les devolvió la mirada.
—¿Qué hacen ellos con vosotros?
—siseó.
—Mr. Tiny insistió en que los
lleváramos —dijo Mr. Crepsley, y
levantó una mano en un gesto
apaciguador, cuando Gavner se giró
parapreguntar. Más tarde —prometió.
Primero vamos a comer y a ocuparnos
de la muerte de nuestro camarada.
Los árboles nos protegían del Sol
naciente, así que estuvimos allí sentados
hasta después del amanecer, hablando
del vampiro muerto. Como no había
nada que pudiéramos hacer al respecto
(los vampiros decidieron no buscarlo
bajo tierra, ya que eso nos retrasaría), el
rumbo de la conversación no tardó en
discurrir por otros derroteros. Gavner
volvió a preguntar por las Personitas, y
Mr. Crepsley le explicó cómo había
aparecido Mr. Tiny y había decidido que
fueran con nosotros. Luego él le
preguntó a Gavner por qué nos había
estado siguiendo.
—Sabía que vendrías para presentar
a Darren a los Príncipes —dijo Gavner
—, así que localicé el hilo de tus
pensamientos y os seguí el rastro. —
(Los vampiros pueden contactar
mentalmente entre ellos) . Habría
acortado unas cuantas millas yendo por
el sur, pero odio viajar solo… Es muy
aburrido no tener a nadie con quien
charlar.
Mientras hablábamos, advertí que a
Gavner le faltaban un par de dedos en el
pie izquierdo, y le pregunté al respecto.
—Congelación —respondió
alegremente, moviendo los tres que le
quedaban. Me rompí una pierna
viniendo hacia aquí, cuando tuvo lugar
el penúltimo Consejo. Tuve que
arrastrarme durante cinco noches en
busca de una estación de paso. Gracias a
la suerte de los vampiros no perdí más
que un par de dedos.
Los vampiros hablaron mucho del
pasado, de los viejos amigos y de los
anteriores Consejos. Pensé que
mencionarían a Murlough (había sido
Gavner quien alertó a Mr. Crepsley del
paradero del vampanez chiflado), pero
no lo hicieron, ni siquiera de pasada.
—¿Y cómo te ha ido a ti? —me
preguntó Gavner.
—Muy bien —dije.
—¿Vivir con este buitre amargado
no te deprime?
—He sabido arreglármelas hasta
ahora —sonreí.
—¿Has pensado en llenarte? —
inquirió.
—¿Perdón?
Levantó los dedos para que yo
pudiera ver las diez cicatrices de las
yemas, la marca habitual de los
vampiros.
—¿Piensas convertirte en un
vampiro completo?
—No —dije enseguida, y miré de
reojo a Mr. Crepsley. No pienso
hacerlo, ¿verdad? —inquirí
suspicazmente.
—No —sonrió Mr. Crepsley. No
hasta que crezcas. Si ahora hiciéramos
de ti un vampiro completo, pasarían
sesenta o setenta años antes de que
crecieras totalmente.
—Apuesto a que es horrible crecer
tan lentamente cuando se es un niño —
observó Gavner.
—Lo es —suspiré.
—Las cosas mejorarán con el
tiempo —dijo Mr. Crepsley.
—Claro —repuse con sarcasmo.
Cuando haya crecido del todo,¡dentro de
treinta años!
Me levanté, sacudiendo la cabeza
con disgusto. Me deprimía mucho
cuando pensaba en las décadas que
tendrían que pasar hasta alcanzar la
madurez.
—¿A dónde vas? —preguntó Mr.
Crepsley mientras me encaminaba hacia
los árboles.
—Al arroyo —dije—, a llenar las
cantimploras.
—Quizá sea mejor que uno de
nosotros te acompañe —dijo Gavner.
—Darren no es un niño —replicó
Mr. Crepsley antes de que pudiera
hacerlo yo. Estará bien.
Oculté una sonrisa (me encantaban
esas raras ocasiones en que el vampiro
me dedicaba un cumplido), y continué
mi camino hasta el arroyo. El agua
helada corría veloz, gorgoteando
sonoramente mientras llenaba las
cantimploras, salpicando la orilla y mis
dedos. Si yo hubiese sido humano me
habría congelado, pero los vampiros son
mucho más resistentes.
Mientras le ponía el tapón a la
segunda cantimplora, una nubecilla de
vaho surgió desde el otro lado de la
corriente. Levanté la mirada,
sorprendido de que un animal salvaje se
atreviera a acercárseme tanto, y me
encontré mirando a los ojos llameantes
de un feroz y hambriento lobo de
afilados colmillos.
Capítulo 5
El lobo me estudió en silencio, con
el morro fruncido sobre los puntiagudos
colmillos, como olfateándome.
Cuidadosamente, dejé a un lado mi
cantimplora, sin saber muy bien qué
hacer. Si pedía ayuda, el lobo podría
asustarse y huir… o por el contrario,
atacar. Si me quedaba quieto, podría
perder el interés en mí y desaparecer…
o podría tomarlo como un signo de
debilidad y disponerse a matarme.
Estaba intentando desesperadamente
decidir qué hacer, cuando el lobo tensó
las patas traseras, bajó la cabeza y saltó,
sorteando la corriente de un enorme
brinco. Aterrizó en mi pecho, tirándome
al suelo. Traté de apartarme a rastras,
pero el lobo se había sentado sobre mí y
pesaba demasiado para quitármelo de
encima. Mis manos buscaron
frenéticamente una roca o un palo, algo
con lo que golpear al animal, pero no
había nada que agarrar, excepto nieve.
El lobo era una visión terrible de
cerca, con su cabeza gris oscura y sus
oblicuos ojos amarillos, su hocico
negro, y los blancos dientes de dos o
tres pulgadas de largo al descubierto. Le
colgaba la lengua a un lado de la boca, y
jadeaba pesadamente. Su aliento olía a
sangre y a carne cruda.
No sabía nada de lobos (excepto que
los vampiros no podían beber de ellos),
así que no tenía ni idea de cómo
reaccionar: ¿golpear su cabeza o su
cuerpo? ¿Seguir allí tendido y esperar a
que se fuera, o gritar y quizá
ahuyentarlo? Y mientras me devanaba
los sesos, el lobo bajó la cabeza,
extendió la lengua larga y húmeda… ¡y
me lamió!
Me quedé pasmado, allí tumbado,
con los ojos clavados en las mandíbulas
del temible animal. El lobo me lamió
otra vez, y entonces se apartó de mí, se
volvió hacia el arroyo, metió las patas
en el agua y bebió a lengüetazos. Me
quedé tumbado donde estaba un poco
más, y luego me levanté y me senté para
verle beber, reparando en que era un
macho.
Cuando el lobo hubo bebido
suficiente, se incorporó, levantó la
cabeza y lanzó un aullido. Desde la
arboleda de la orilla opuesta del arroyo
surgieron tres lobos más, se acercaron
cautelosamente a la ribera y se pusieron
a beber. Eran dos hembras y un
cachorro, más oscuro y pequeño que los
demás.
El macho observó a los otros
mientras bebían, y luego se sentó a mi
lado, arrimándose a mí como un perro, y
antes de que me diera cuenta,me
encontraba haciéndole cosquillas detrás
de una oreja. El lobo emitió un gañido
complacido y ladeó la cabeza para que
pudiera rascarle la otra.
Una de las lobas terminó de beber y
cruzó el arroyo de un salto. Me olfateó
los pies, se sentó al otro lado y me
ofreció la cabeza para que se la rascara.
El macho le gruñó, celoso, pero ella lo
ignoró.
Los otros dos no tardaron en unirse a
la pareja en mi lado del arroyo. La
hembra era más tímida que sus
compañeros y se quedó merodeando a
pocos pasos. El cachorro no estaba
asustado, y se arrastró hasta mí,
olfateando mis piernas y mi estómago
como un perro de caza. Levantó una pata
para marcarme el muslo izquierdo, pero
antes de que lo hiciera, el macho le
lanzó un mordisco y lo derribó. Soltó un
furioso ladrido, y luego regresó con
cautela y volvió a subírseme encima.
Esta vez no intentó marcar su territorio,
¡menos mal!
Me quedé allí sentado un buen rato,
jugando con el cachorro y acariciando a
los dos más grandes. El macho rodó
sobre su espalda, y así pude rascarle la
barriga. Su pelaje era más claro por
debajo, salvo por una larga raya negra
que le llegaba hasta la cintura. Streak*
me pareció un buen nombre para un
lobo, y así lo llamé.
Quería ver si sabían algún truco, así
que busqué un palo y lo lancé.
—¡Tráelo, Streak, tráelo! —grité,
pero él no se movió. Intenté hacer que se
sentara.
—¡Siéntate, Streak! —le ordené. Él
se quedó mirándome.
—Siéntate… así.
Me senté sobre el trasero. Streak
retrocedió un poco, como si pensara que
me había vuelto loco. El cachorro, que
era realmente juguetón, saltó sobre mí.
Me hizo reír y dejé de intentar
enseñarles trucos.
Después volví al campamento para
hablarles a los vampiros de mis nuevos
amigos. Los lobos me siguieron, aunque
sólo Streak caminaba a mi lado. Los
otros nos seguían detrás.
Mr. Crepsley y Gavner estaban
durmiendo cuando llegué, cubiertos por
las gruesas mantas de piel de ciervo.
Gavner roncaba ruidosamente. Sólo se
veían sus cabezas, ¡y parecían el par de
bebés más feos del mundo! Me habría
encantado tener una cámara a mano para
poder hacerles una foto a los vampiros,
y así conservar aquella imagen.
Me disponía a meterme bajo las
mantas cuando se me ocurrió una idea.
Los lobos se habían detenido en la
arboleda. Los llamé. Streak
vino primero y examinó el
campamento, comprobando que era un
lugar seguro. Cuando quedó satisfecho,
emitió un ligero gruñido y los otros
lobos se acercaron, manteniéndose a
distancia de los vampiros dormidos.
Me tumbé en el lado más alejado del
fuego y levanté la manta, invitando a los
lobos a que se echaran junto a mí. No
quisieron meterse bajo la manta (el
cachorro lo intentó, pero su madre tiró
de él por el pescuezo), pero una vez que
me acosté y me cubrí con ella, se
acercaron con cautela y se tumbaron por
encima, incluida la loba tímida. Eran
pesados, y el olor de sus cuerpos
peludos era muy intenso, pero la calidez
de los lobos era divina, y a pesar de
estar descansando tan cerca de la cueva
donde un vampiro había sido asesinado
hacía poco, me quedé dormido en el más
absoluto confort.
***
Me despertaron unos furiosos
gruñidos. Me incorporé bruscamente, y
vi a los tres lobos adultos formando un
semicírculo en torno a mi cama, con el
macho en el medio. El cachorro se
mantenía detrás de mí. Ante nosotros
estaban las Personitas. Flexionaban sus
grises manos a los costados,
moviéndose hacia los lobos.
—¡Alto! —grité, levantándome de
un brinco. Al otro lado del fuego (que se
había extinguido mientras dormía), Mr.
Crepsley y Gavner se habían despertado
bruscamente y apartaron sus mantas.
Salté delante de Streak y gruñí a las
Personitas. Se quedaron mirándome
desde el interior de sus capuchas azules.
Miré a los enormes ojos verdes del que
tenía más cerca.
—¿Qué está ocurriendo? —exclamó
Gavner, parpadeando con rapidez.
La Personita más cercana ignoró a
Gavner, señaló a los lobos y luego se
frotó el estómago. Con eso quería decir
que tenían hambre. Sacudí la cabeza.
—¡A los lobos, no! —dije. ¡Son mis
amigos! Volvió a frotarse el estómago.
—¡No! —grité.
La Personita empezó a avanzar, pero
la que estaba detrás (Lefty) le tocó el
brazo. La Personita miró fijamente a
Lefty, sin moverse, durante un segundo, y
después se alejó arrastrando los pies a
donde había dejado las ratas que habían
cogido mientras cazaban. Lefty se quedó
un segundomás, mirándome con sus
ocultos ojos verdes, antes de reunirse
con su hermano (siempre pensaba en
ellos como hermanos).
—Veo que has conocido a algunos
de nuestros primos —dijo Mr. Crepsley,
acercándose despacio a los restos de la
hoguera, con las palmas de las manos
hacia arriba, para no alarmar a los
lobos. Le gruñeron, pero una vez que
percibieron su olor, se relajaron y se
sentaron, aunque sin perder de vista a
las Personitas que masticaban
ruidosamente.
—¿Primos? —pregunté.
—Los lobos y los vampiros son
parientes —explicó. Las leyendas
cuentan que una vez fuimos iguales,
como originariamente lo fueron el
hombre y el mono. Algunos aprendimos
a andar sobre dos patas y nos
convertimos en vampiros…, mientras
los otros siguieron siendo lobos.
—¿Eso es cierto? —pregunté.
Mr. Crepsley se encogió de
hombros.
—Tratándose de leyendas, ¿quién
sabe? —Se agachó ante Streak y lo
observó en silencio. Streak se sentó
erguido, levantó las orejas y erizó la
pelambrera. Un ejemplar magnífico —
dijo Mr. Crepsley, acariciando el largo
hocico del lobo. Un líder nato.
—Yo le llamo Streak, porque tiene
una raya negra en la barriga —
dije.
—Los lobos no necesitan nombres
—me informó el vampiro. No son
perros.
—No seas aguafiestas —dijo
Gavner, situándose junto a su amigo.
Deja que les ponga nombres si quiere.
No hace ningún daño con eso.
—Supongo que no —convino Mr.
Crepsley. Extendió una mano hacia las
lobas y se acercaron a lamerle la palma,
incluso la tímida. Siempre se me han
dado bien los lobos —dijo, incapaz de
disimular el orgullo en su voz.
—¿Cómo es que son tan amistosos?
—inquirí. Creía que los lobos se
asustaban de la gente.
—De los humanos —dijo Mr.
Crepsley. Los vampiros somos distintos.
Nuestro olor es parecido al suyo. Nos
reconocen como espíritus afines. No
todos los lobos son amistosos (estos
deben haber tenido trato antes con los de
nuestra especie), pero ninguno atacaría
nunca a un vampiro, a menos que esté
muriéndose de hambre.
—¿Has visto más? —preguntó
Gavner. Meneé la cabeza. Es probable
que se dirijan también a la Montaña de
los Vampiros, a reunirse con otras
manadas.
—¿Por qué habrían de ir a la
Montaña de los Vampiros? —pregunté.
—Los lobos vienen siempre que se
celebra un Consejo —explicó. Saben
por experiencia que habrá muchas
sobras para ellos. Los guardianes de la
Montaña de los Vampiros se pasan años
abasteciendo al Consejo. Siempre hay
sobras de comida, que arrojan fuera
para las criaturas silvestres.
—Es un camino muy largo para ir en
busca de unas sobras —comenté.
—No van sólo por comida —dijo
Mr. Crepsley. También van a reunirse, a
saludar a los viejos amigos, a buscar
nuevas parejas y a compartir recuerdos.
—¿Los lobos pueden comunicarse?
—pregunté.
—Pueden transmitirse pensamientos
sencillos los unos a los otros. No hablan
realmente (los lobos no tienen el don de
la palabra), pero pueden compartir
imágenes y transmitir mapas de los
sitios donde han estado, haciendo saber
a los otros dónde abunda o escasea la
caza.
—Hablando de eso, sería mejor que
nos esfumáramos —dijo Gavner. El Sol
se está poniendo y es hora de
marcharnos. Has elegido una ruta larga y
llena de rodeos, Larten, y si no
apresuramos el paso, llegaremos tarde
al Consejo.
—¿Es que hay otros caminos? —
pregunté.
—Pues claro —dijo. Hay docenas
de caminos. Por eso (excepto por los
restos de ese muerto) no nos hemos
encontrado con otros vampiros. Cada
uno viene por una ruta diferente.
Enrollamos las mantas y partimos,
Mr. Crepsley y Gavner sin perder de
vista el sendero, rastreándolo en busca
de alguna señal del asesino del vampiro
de la cueva. Los lobos nos siguieron
entre los árboles, y corrieron a nuestro
lado durante un par de horas, sin
acercarse a las Personitas, antes de
desvanecerse ante nosotros en la noche.
—¿A dónde han ido? —pregunté.
—A cazar —repuso Mr. Crepsley.
—¿Volverán?
—No me extrañaría —dijo, y, al
amanecer, mientras estábamos
acampando, los cuatro lobos
reaparecieron como fantasmas entre la
nieve, y se acostaron con nosotros.
Durante el transcurso del segundo día
con ellos, dormí profundamente, y lo
único que me molestó fue la fría nariz
del cachorro, cuando se introdujo
furtivamente bajo la manta al mediodía
para acurrucarse junto a mí.
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Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
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Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
CONTINUARÁ…