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La Montaña de Los Vampiros (Primera Parte)

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Supongo que me recuerdas. Soy Darren Shan, un “vampiro a medias”.

Como
sabes, después de descubrir mi nueva condición, me convertí en el asistente del
señor Crepsley, uno de los personajes más carismáticos de El circo de los extraños.
De eso hace ya más de ocho años… Un día, el señor Crepsley me dijo que debía
presentarme ante Concilio de los Vampiros, una reunión al más alto nivel que se
celebra cada doce años en la inhóspita e inaccesible Montaña del Vampiro. No sé
por qué le obedecí…
"Cuarto, Quinto y Sexto libros de
la saga Darren Shan /
La montaña de los vampiros (El
circo de los extraños 2)"

Primera Parte

La montaña de los vampiros

Prólogo

—Haz el equipaje —dijo Mr.Crepsley una noche, ya tarde, mientras iba hacia su
ataúd. Mañana nos vamos a la Montaña de los Vampiros. Ya estaba acostumbrado
a las inesperadas decisiones del vampiro (que no se creía en la obligación de
consultarme cuando se le pasaba algo por la cabeza), pero aquello fue una
sorpresa incluso para mí.
—¿A la Montaña de los Vampiros?—exclamé, corriendo detrás de él. ¿Qué vamos
a hacer allí?
—A presentarte ante el Consejo — dijo. Ha llegado el momento.
—¿Al Consejo de los Generales Vampiros? —pregunté. ¿Por qué tenemos que ir?
¿Por qué ahora?
—Vamos porque es lo correcto —dijo. Y vamos ahora porque el Consejo sólo se
celebra cada doce años. Si nos perdemos la reunión de este año, tendremos que
esperar bastante hasta la siguiente.
Y eso fue todo lo que dijo. Hizo caso omiso al resto de mis preguntas, y se metió
en el ataúd antes de que saliera el Sol, dejándome en vilo durante todo el día.
***
Me llamo Darren Shan. Soy un semivampiro. Era humano hasta hace unos ocho
años, cuando mi destino se cruzó con el de Mr. Crepsley, y tuve que convertirme
en su asistente a regañadientes. Me costó adaptarme al vampiro y sus costumbres
(especialmente a beber sangre humana), pero al final lo hice, acepté mi situación
y seguí con mi vida. Formábamos parte de un espectáculo ambulante de
asombrosos artistas de circo, liderados por un hombre llamado Hibernius Tall.
Viajábamos por todo el mundo, presentando increíbles números para el público
que apreciaba nuestros extraños y mágicos talentos.
Habían pasado seis años desde aquella vez que Mr. Crepsley y yo dejamos el
Cirque Du Freak. Tuvimos que ir a detener a un vampanez loco llamado Murlough,
que tenía aterrorizada a la ciudad natal del vampiro. Los vampanezes eran un
grupo disidente de vampiros que mataban a los humanos cuando se alimentaban
de ellos. Los vampiros no hacen eso. Nos limitamos a tomar sólo la sangre que
necesitamos, y nos vamos sin hacer ningún daño a aquellos de los que bebemos.
La mayor parte de los mitos sobre vampiros que leemos en los libros o vemos en
películas en la actualidad, comenzaron con los vampanezes.
Aquellos seis años habían sido estupendos. Me convertí en un artista habitual del
Cirque, actuando con Madam Octa (la araña venenosa de Mr. Crepsley) cada
noche, asombrando y aterrorizando al público. Aprendí también unos cuantos
trucos mágicos, que introduje en nuestro número. Me llevaba bien con todos los
miembros del Circo. Me acostumbré a aquel estilo de vida errante, y había sido
una buena época.
Ahora, tras seis años de estabilidad, teníamos que emprender otro viaje hacia lo
desconocido. Sabía algo acerca del Consejo y la Montaña de los Vampiros.
Los vampiros estaban regidos por unos
soldados llamados Generales Vampiros,
que se aseguraban de que se cumplieran
sus leyes. Ejecutaban a los vampiros
locos o malvados y mantenían a raya al
resto de los no muertos. Mr. Crepsley
había sido un General Vampiro, pero
renunció mucho tiempo atrás, por
razones que nunca había revelado.
Una vez cada cierto tiempo (ahora
sabía que era cada doce años), los
Generales se reunían en una fortaleza
secreta para discutir sobre lo que quiera
que fuese que esas criaturas nocturnas
bebedoras de sangre discutían cuando
estaban juntas. No acudían solamente los
Generales (había oído que los vampiros
corrientes también podían ir), pero la
mayoría lo eran. Yo no sabía dónde
estaba esa fortaleza, ni cómo se iba
hasta allí, ni por qué tenía que
presentarme ante el Consejo… ¡pero lo
iba a descubrir!

Capítulo 1
La perspectiva del viaje me tenía excitado y ansioso a la vez (me disponía a
aventurarme en lo desconocido, y tenía la sensación de que no iba a resultar un
viaje placentero), así que pasé todo el día ocupado, preparando mi mochila y la de
Mr. Crepsley, para que el tiempo transcurriera más deprisa. Los vampiros
completos morirían si se expusieran al Sol durante unas horas, pero a los
semivampiros la luz solar no nos afecta.
Como no sabía a dónde íbamos, no se me ocurría qué teníamos que llevar o dejar.
Si en la Montaña de los Vampiros hacía un frío invernal, necesitaría ropa gruesa y
botas; si por el contrario hacía un calor tropical, sería mejor ir en camiseta y
pantalones cortos. Les pregunté a algunos de los miembros del Cirque al respecto,
pero no sabían nada, excepto Mr. Tall, que me aconsejó llevar ropa de invierno.
Mr. Tall era la clase de persona que parecía saber de todo.Evra estuvo de acuerdo
con él en eso.
—¡Dudo que los vampiros, que tanto temen al Sol, tengan su base en el Caribe! —
objetó, riendo con sarcasmo.
Evra Von era un niño-serpiente, con escamas en lugar de piel. O mejor dicho, fue
un niño-serpiente. Ahora era un hombre-serpiente. Había crecido en aquellos seis
años, y se había hecho más alto y robusto, y mayor. Yo no. Como semi-vampiro, yo
sólo crecía uno de cada cinco años. Así que, aunque habían pasado ocho años
desde que Mr. Crepsley me dio su sangre, yo parecía sólo un año mayor.
Me disgustaba mucho no poder crecer a un ritmo normal. Evra y yo solíamos ser
los mejores amigos, pero ya no. Seguíamos siendo buenos amigos, y
compartíamos la misma tienda, pero
ahora él era un hombre joven, más
interesado en la gente (especialmente en
las mujeres) de su misma edad. En
realidad, yo sólo era un par de años más
joven que Evra, pero él me veía como a
un niño, y le resultaba difícil tratarme
como a un igual.
Ser un semi-vampiro tenía sus
ventajas (era más fuerte y más rápido
que cualquier ser humano, y tenía una
vida más larga), pero habría renunciado
a ellas con tal de poder aparentar mi
verdadera edad, y llevar una vida
normal.
Pero aunque Evra y yo no fuésemos
tan íntimos como antes, seguía siendo mi
amigo, y estaba preocupado por mi
partida a la Montaña de los Vampiros.
—Por lo que yo sé, ese viaje no será
ningún juego —me advirtió con aquella
voz profunda que había adquirido hacía
unos años. Quizá debería acompañarte.
Me habría encantado aceptar su
oferta, pero Evra ya tenía su propia
vida. No sería justo apartarlo del Cirque
Du Freak.
—No —respondí. Quédate y mantén
caliente mi hamaca. Estaré bien.
Además, a las serpientes no os gusta el
frío, ¿verdad?
—Es cierto —rió. ¡Seguramente
caería en un letargo y ya no me
despertaría hasta la primavera!
Aunque Evra no viniera, me ayudó a
hacer el equipaje. No había mucho que
llevar: una muda de ropa, un par de
gruesas botas, los utensilios especiales
de cocina que podían plegarse para ser
transportados con mayor facilidad, mi
diario (que me acompañaba a todas
partes), y otras cosas. Evra me sugirió
que llevara una cuerda. Dijo que no
estaría de más tener una a mano, sobre
todo si había que trepar.
—Pero los vampiros somos grandes
escaladores —le recordé.
—Ya lo sé —dijo—, pero ¿de
verdad quieres quedarte colgado de la
pared de una montaña con tus dedos
como único apoyo?
—¡Pues claro que podría hacerlo!
—retumbó una voz a nuestra espalda,
antes de que yo pudiera responder. Los
vampiros se crecen con el peligro.
Me di la vuelta, y me encontré cara a
cara con la siniestra criatura conocida
como Mr. Tiny, y sentí cómo se me
congelaban las entrañas al instante.
Mr. Tiny era un hombre bajito y
regordete, que llevaba el pelo blanco,
gruesas gafas y un par de botas verdes.
Jugueteaba mucho con un reloj en forma
de corazón. Parecía un tío anciano y
simpático, pero en realidad era un
hombre cruel con un negro corazón,
capaz de cortarte la lengua en menos
tiempo del que tardaba en decirte hola.
Nadie sabía mucho sobre él, pero todos
le temían. Su nombre de pila era
Desmond, y si lo abreviabas a Des y lo
juntabas con su apellido, el resultado
era Mr. Destiny.
No había visto a Mr. Tiny desde
aquella vez en que me uní al Cirque Du
Freak, pero había oído muchas historias
sobre él (que comía niños para
desayunar, y que incendiaba la tierra que
pisaba). Mi corazón se desbocó cuando
lo vi allí parado, con los ojos
centelleantes y las manos a la espalda,
espiándonos a Evra y a mí.
—Los vampiros son criaturas
peculiares —dijo, avanzando un paso,
como si hubiera participado en nuestra
conversación desde el principio. Aman
el riesgo. Conocí a uno que murió
exponiéndose a laluz del Sol,
simplemente porque alguien se había
burlado de que sólo pudiera salir de
noche.
Me tendió una mano, y yo, asustado
como estaba, se la estreché
automáticamente. Evra no lo hizo.
Cuando Mr. Tiny le tendió la mano al
hombre-serpiente, él se quedó quieto,
temblando, y sacudió furiosamente la
cabeza. Mr. Tiny se limitó a sonreír y
bajó la mano.
—Así que te vas a la Montaña de los
Vampiros —dijo, levantando mi mochila
y atisbando en su interior sin pedir
permiso. Lleve cerillas, señor Shan. El
camino es largo, y los días, fríos. Los
vientos que soplan en la Montaña de los
Vampiros podrían cortar hasta el hueso
incluso a un curtido jovencito como tú.
—Gracias por el aviso —dije.
Eso era lo más desconcertante de
Mr. Tiny. Siempre se mostraba educado
y amistoso, de forma que aunque
supieras que era la clase de persona que
miraría sin inmutarse al demonio a la
cara, no podías evitar sentir cierta
simpatía hacia él en ciertos momentos.
—¿Están por ahí mis Personitas? —
preguntó.
Las Personitas eran criaturas muy
bajitas, que vestían capas azules con
capucha, no hablaban nunca y se comían
cualquier cosa que se moviera
(¡personas incluidas!). Casi siempre
viajaban con el Cirque Du Freak un par
de aquellos seres misteriosos, y en ese
momento había ocho de ellos con
nosotros.
—Probablemente estarán en su
tienda —dije. Les llevé de comer hace
una hora, y creo que aún estarán
comiendo.
Una de mis tareas era conseguir
alimento para las Personitas. Evra solía
ir conmigo hasta que creció y le
encargaron faenas menos sucias.
Actualmente, me ayudaban un par de
jóvenes humanos, hijos de los ayudantes
del Cirque.
—¡Excelente! —dijo Mr. Tiny con
una amplia sonrisa, y empezó a dar la
vuelta. ¡Oh! —Se detuvo. Sólo una cosa
más. Dile a Larten que no se vaya hasta
que yo haya hablado con él.
—Me temo que tenemos prisa —
dije. Quizá no tengamos tiempo para…
—Tú sólo dile que quiero hablar
con él —me interrumpió Mr. Tiny—
Estoy seguro de que tendrá tiempo para
mí.
Y con eso, nos miró por encima de
sus gafas, nos dijo adiós con la mano, y
se fue. Intercambié una mirada de
preocupación con Evra, encontré
algunas cerillas y las guardé en mi
bolsa, y luego fui deprisa a despertar a
Mr. Crepsley.

Capítulo 2

Mr. Crepsley despertó malhumorado


(detestaba levantarse antes del que el
Sol se hubiera ocultado por completo),
pero dejó de quejarse cuando le
expliqué la razón por la que había
turbado su sueño.
—Mr. Tiny.
Suspiró, y se rascó la larga cicatriz
que recorría el lado izquierdo de su
cara.
—Me pregunto qué querrá.
—No lo sé —respondí—, pero dijo
que no nos fuéramos hasta que hubiese hablado con usted. —Y bajando la voz,
susurré—: Podríamos escabullirnos sin
que nadie nos viera si nos damos prisa.
Falta poco para el crepúsculo. Usted
podría aguantar una hora de Sol si
vamos por la sombra, ¿verdad?
—Podría —admitió Mr. Crepsley—,
si saliera huyendo como un perro con el
rabo entre las patas. Pero no lo soy. Me
enfrentaré a Desmond Tiny. Tráeme mi
mejor capa. Me gusta estar presentable
para las visitas. —Eso era lo más
cercano a una broma que el vampiro se
podía permitir. No tenía mucho sentido
del humor.
Una hora después, cuando el Sol se
puso, nos encaminamos a la caravana de
Mr. Tall, donde Mr. Tiny entretenía al
propietario del Cirque Du Freak con
historias sobre lo que había visto en un
terremoto reciente.
—¡Ah, Larten! —exclamó Mr. Tiny.
Tan puntual como siempre.
—Desmond —saludó Mr. Crepsley
fríamente.
—Toma asiento —dijo Mr. Tiny.
—Gracias, pero prefiero quedarme
de pie. —A nadie le gustaba sentarse
cuando Mr. Tiny estaba cerca… por si
había que emprender una veloz retirada.
—He oído que os marcháis a la
Montaña de los Vampiros —dijo Mr.
Tiny.
—Nos vamos esta noche —confirmó
Mr. Crepsley.
—Es el primer Consejo al que
acudes después de cincuenta años,
¿verdad?
—Estás bien informado —gruñó Mr.
Crepsley.
—Me mantengo al tanto.
Alguien llamó a la puerta, y Mr. Tall
dejó pasar a dos Personitas. Una andaba
cojeando. Había estado en el Cirque Du
Freak casi tanto tiempo como yo. Le
llamaba Lefty, aunque sólo era un apodo,
porque ninguna Personita tenía un
verdadero nombre.
—¿Listos, chicos? —preguntó Mr.
Tiny. Las Personitas asintieron.
¡Excelente! —Le sonrió a Mr.
Crepsley. El camino a la Montaña de los
Vampiros sigue siendo tan peligroso
como siempre, ¿verdad?
—No es fácil —admitió Mr.
Crepsley cautamente.
—¿Peligroso para una menudencia
como el señor Shan, quieres decir?
—Darren puede cuidar de sí mismo
—dijo Mr. Crepsley, y yo sonreí con
orgullo.
—Estoy seguro de ello —repuso Mr.
Tiny—, pero no es habitual que alguien
tan joven haga un viaje como éste,
¿verdad?
—Sí —dijo secamente Mr. Crepsley.
—Por eso voy a enviar a estos dos
como protectores. —Mr. Tiny hizo un
gesto hacia las Personitas.
—¿Protectores? —ladró Mr.
Crepsley. ¡No los necesitamos! ¡He
hecho este viaje muchas veces y puedo
cuidar de Darren yo mismo!
—Claro que puedes —arrulló Mr.
Tiny—, pero una ayudita nunca viene
mal, ¿no crees?
—Sólo nos estorbarán —refunfuñó
Mr. Crepsley. No los quiero.
—¿Estorbar, mis Personitas? —Mr.
Tiny pareció muy sorprendido.
¡Sólo existen para servir! Serán
como pastores, velando por vosotros
mientras dormís.
—Aún así —insistió Mr. Crepsley
—, no quiero…
—Esto no es una oferta —le
interrumpió Mr. Tiny. Aunque hablaba
con suavidad, la amenaza en su voz era
inconfundible. Irán con vosotros. Fin de
la historia. Ellos mismos se procurarán
su alimento y su cobijo. Lo único que
tendréis que hacer es aseguraros de que
no se os “pierdan” en algún páramo
nevado por el camino.
—¿Y qué haremos con ellos cuando
lleguemos? —barbotó Mr. Crepsley.
¿Acaso esperas que los haga entrar?
¡Eso no está permitido!
¡Los Príncipes no lo tolerarán!
—Sí que lo harán —discrepó Mr.
Tiny. No olvides cuáles fueron las
manos que construyeron las Cámaras de
los Príncipes. Paris Skyle y los demás
saben a quién deben adular. No pondrán
ninguna objeción.
Mr. Crepsley estaba furioso
(prácticamente temblaba de rabia), pero
su ira se mitigó al mirar a los ojos a Mr.
Tiny y comprender que era inútil discutir
con aquel hombrecillo. Finalmente
asintió y apartó la mirada, avergonzado
por tener que ceder a las exigencias de
aquel entrometido.
—Sabía que lo verías a mi modo —
dijo Mr. Tiny, y luego fijó su atención en
mí. Has crecido —observó.
Interiormente, que es lo que importa. Tus
batallas contra el hombre-lobo y
Murlough te han endurecido.
—¿Qué sabes de eso? —exclamó
Mr. Crepsley con voz ahogada. Todo el
mundo sabía lo que me había pasado con
el hombre-lobo, pero nadie podía saber
nada de nuestro enfrentamiento con
Murlough. Si el vampanez era
encontrado, nos perseguirían hasta el fin
del mundo y nos matarían.
—Yo lo sé todo —graznó Mr. Tiny.
Este mundo no tiene secretos para mí.
Has recorrido un largo camino —dijo,
volviéndose nuevamente hacia mí—,
pero aún te falta mucho. La senda que se
extiende ante ti no es fácil, y no me
refiero sólo a la ruta que lleva a la
Montaña de los Vampiros. Deberás ser
fuerte y tener fe en ti mismo. Nunca
admitas la derrota, aunque te parezca
inevitable.
No me esperaba esta especie de
discurso, y le escuché anonadado,
realmente asombrado de que me
dedicara tales palabras.
—Es todo cuanto tenía que decir —
concluyó, levantándose y frotando su
reloj en forma de corazón. El tiempo
nunca se detiene. Todos tenemos sitios a
donde ir y obstáculos que superar.
Seguiré mi camino. Hibernius, Larten,
Darren… —nos saludó a cada uno con
una breve inclinación. Estoy seguro de
que volveremos a vernos.
Se volvió, se dirigió hacia la puerta,
intercambió una mirada con las
Personitas, y luego salió. En el silencio
que siguió, nos miramos los unos a los
otros sin pronunciar palabra,
preguntándonos de qué se trataba todo
aquello.
***
Mr. Crepsley no estaba nada
contento, pero no podía posponer la
partida. Llegar a tiempo al Consejo era
lo más importante, me dijo. Yasí,
mientras las Personitas nos esperaban
fuera de la caravana, le ayudé a hacer el
equipaje.
—Esta ropa, no —dijo, refiriéndose
a mi brillante traje de pirata, que aún me
iba bien, pese al desgaste de los años. A
donde vamos, destacarías como un pavo
real. Toma —me lanzó un fardo. Lo
desenrollé y me encontré con un suéter y
unos pantalones de color gris pálido, y
un gorro de lana.
—¿Desde cuándo tenía esto
preparado? —pregunté.
—Desde hace tiempo —admitió,
poniéndose unas ropas del mismo color
que las mías, en lugar de su habitual
conjunto rojo.
—¿Y no podía habérmelo dicho
antes?
—Claro —repuso, con aquel tono
suyo tan exasperante.
Me enfundé en mi nueva ropa, y
busqué unos calcetines y unos zapatos.
Mr. Crepsley meneó la cabeza.
—Nada de zapatos —dijo. Iremos
descalzos.
—¿Sobre la nieve y el hielo? —
aullé.
—Los vampiros tenemos los pies
más curtidos que los humanos —dijo.
Apenas notarás el frío, especialmente
cuando estemos andando.
—¿Y las piedras y las espinas? —
rezongué.
—Harán que tus plantas se
endurezcan aún más —sonrió, y se quitó
las zapatillas. Es igual para todos los
vampiros. El camino a la Montaña de
los Vampiros no es un simple viaje. Es
una prueba. Botas, abrigos, cuerdas…
Esas cosas no están permitidas.
—Esto es una locura —suspiré, pero
saqué la cuerda, la muda de ropa y las
botas de mi bolsa. Cuando estuvimos
listos, Mr. Crepsley me preguntó dónde
estaba Madam Octa. No pensará
llevarla, ¿verdad?
—protesté. Era obvio quién tendría
que cuidarla si la llevábamos, ¡y no
sería Mr. Crepsley!
—Hay alguien a quien deseo
enseñársela —dijo.
—Alguien que coma arañas, espero
—dije, pero la saqué de su rincón en el
ataúd, donde la dejábamos entre función
y función. Empezó a arrastrarse mientras
levantaba su jaula y la metía en mi
mochila, pero se tranquilizó una vez que
volvió a encontrarse a oscuras.
Y llegó el momento de partir. Me
había despedido antes de Evra (él tenía
que actuar en la función de aquella
noche y se estaba preparando), y Mr.
Crepsley también se había despedido de
Mr. Tall. Nadie más nos echaría de
menos.
—¿Listo? —me preguntó Mr.
Crepsley.
—Listo —suspiré.
Abandonamos la seguridad de la
caravana, y atravesamos el campamento,
dejando que las dos silenciosas
Personitas tomaran posiciones a nuestra
espalda, y nos pusimos en camino hacia
lo que sería una aventura salvaje y llena
de peligros, en una helada tierra
extranjera empapada de sangre.

Capítulo 3

Me desperté poco antes del


anochecer, estiré mis agarrotados huesos
(¡lo que habría dado por una cama o una
hamaca!), y salí de la cueva a
contemplar las tierras baldías por las
que viajábamos. No tuve la ocasión de
admirar el paisaje mientras viajábamos
durante la noche. Sólo podía detenerme
a echarle un vistazo en estos momentos
de tranquilidad.
Aún no habíamos alcanzado las
zonas nevadas, pero ya habíamos dejado
atrás la mayor parte de la civilización.
Había pocos humanos por aquí, donde el
suelo era rocoso y hostil. Incluso los
animales escaseaban, pero había algunos
lo suficientemente fuertes para
sobrevivir, en su mayor parte ciervos,
osos y lobos.
Habíamos estado viajando durante
semanas, tal vez un mes… Había
perdido la noción del tiempo después de
las dos primeras noches.
Cada vez que le preguntaba a Mr.
Crepsley cuántas millas debíamos
recorrer aún, él sonreía y decía:
—Todavía falta.
Me hice unos feos cortes en los pies
cuando el suelo se hizo más duro. Mr.
Crepsley me aplicó en las plantas savia
de hierbas que encontró en el camino, y
cargó conmigo un par de noches
mientras me cicatrizaba la piel (más
rápido que en los humanos). Desde
entonces, estuve bien.
Una noche le dije que si era una lata
llevar con nosotros a las Personitas,
podía cargarme sobre su espalda y
cometear (los vampiros pueden correr a
una velocidad extraordinaria, mágica,
deslizándose por el mundo como
estrellas fugaces por el espacio. Lo
llaman ‘cometear’). Él respondió que si
íbamos despacio no era por culpa de las
Personitas.
—No está permitido cometear
durante el viaje a la Montaña de los
Vampiros —me explicó. Este viaje es
una forma de eliminar a los más débiles.
En ciertos aspectos, los vampiros son
despiadados. No estamos dispuestos a
cuidar de quienes no saben cuidarse a sí
mismos.
—Eso no es muy considerado que
digamos —observé. ¿Qué pasa con los
que son viejos o están heridos?
Mr. Crepsley se encogió de
hombros.
—O no emprenden el viaje, o
mueren intentándolo.
—Qué estupidez —dije. Si yo
pudiera cometear, lo haría. Nadie lo
sabría.
El vampiro suspiró.
—No comprendes nuestras
costumbres —dijo. No sería noble
engañar a nuestros camaradas. Somos
seres orgullosos, Darren, y nos regimos
por códigos severos. Para nosotros, es
preferible perder la vida que el orgullo.
Mr. Crepsley hablaba mucho del
orgullo y la nobleza, y de confiar en uno
mismo. Los vampiros eran muy estrictos,
decía, y vivían tan cerca de la naturaleza
como les era posible. Raras veces
llevaban una vida fácil, y así era como
les gustaba vivir.
—La vida es un desafío —me dijo
una vez—, y sólo quienes aceptan el
desafío conocen realmente el significado
de la vida.
Me había acostumbrado a las
Personitas, que nos seguían cada noche
en silencio, distantes y eficientes. Se
procuraban su propio alimento durante
el día, mientras nosotros dormíamos.
Para cuando nos despertábamos, ya
habían comido y dormido algunas horas,
y estaban listos para proseguir el viaje.
Su paso era siempre el mismo.
Marchaban en retaguardia, a pocos
pasos de nosotros, como robots. Creí
que el que cojeaba lo tendría difícil,
pero si se sentía cansado, hasta el
momento no había dado mostrado ningún
signo de ello.
Mr. Crepsley y yo nos
alimentábamos sobre todo de ciervos.
Su sangre era caliente, salada y rica.
Teníamos botellas de sangre humana
para mantenernos (los vampiros
necesitaban dosis regulares de sangre
humana para conservar la salud, y
aunque preferían beber directamente de
una vena, podían embotellar sangre y
almacenarla), pero la bebíamos en
pequeñas dosis, reservándola para una
emergencia.
Mr. Crepsley no me permitió hacer
una hoguera en el exterior (podría atraer
la atención), pero sí en las estaciones de
paso. Las estaciones de paso eran
cuevas o cavernas subterráneas donde se
almacenaban botellas de sangre humana
y ataúdes. Eran lugares de descanso,
donde los vampiros podían refugiarse un
día o dos. No había muchos (se tardaba
alrededor de una semana en llegar de
uno a otro), y algunos habían sido
ocupados o destrozados por animales
desde la última vez que Mr. Crepsley
había estado en ellos.
—¿Cómo es que nos dejan utilizar
estaciones de paso, pero no nos
permiten llevar cuerdas ni calzado? —le
pregunté un día, mientras nos
calentábamos los pies ante la hoguera y
asábamos un pedazo de carne de venado
(que casi siempre comíamos cruda).
—Las estaciones de paso se crearon
tras la guerra con los vampanezes, hace
setecientos años —dijo. Muchos de los
nuestros perecieron combatiendo a los
vampanezes, y cayeron aún más frente
alos humanos. Nuestro número
descendió peligrosamente. Las
estaciones de paso se establecieron para
hacer más fácil el camino a la Montaña
de los Vampiros. Algunos vampiros
ponen objeciones a su utilización, pero
la mayoría no tenemos ningún
inconveniente.
—¿Cuántos vampiros hay? —
pregunté.
—Entre unos dos mil o tres mil —
respondió. O quizá algunas centenas más
o menos.
Di un silbido.
—¡Eso es un montón!
—Tres mil no es nada —dijo. Piensa
en cuántos billones de humanos hay.
—Hay más de los que esperaba.
—Una vez fuimos más de cien mil
—dijo Mr. Crepsley. Pero eso fue hace
mucho, y se consideraba una cantidad
enorme.
—¿Y qué les pasó? —pregunté.
—Los mataron —suspiró. Los
humanos con sus estacas; las
enfermedades; los combates… Los
vampiros aman la lucha. Siglos antes de
que los vampanezes se separaran de
nosotros y se convirtieran en los
adversarios ideales, luchábamos entre
nosotros, y muchos morían en los
duelos. Estuvimos al borde la extinción,
hasta que se impuso el sentido común.
—¿Y cuántos Generales Vampiros
hay? —inquirí con curiosidad.
—Unos trescientos o cuatrocientos.
—¿Y vampanezes?
—Tal vez unos doscientos cincuenta
o trescientos… No estoy seguro.
Mientras recordaba aquella vieja
conversación, Mr. Crepsley salió de
la cueva detrás de mí y vio cómo se
ponía el Sol. Era del mismo colorque su
mechón naranja. El vampiro estaba en
buena forma. Las noches eran más largas
a medida que nos acercábamos a la
Montaña de los Vampiros, y podía
desplazarse con más frecuencia de la
habitual.
—Siempre es hermoso ver cómo se
pone —dijo Mr. Crepsley, refiriéndose
al Sol.
—Pensé que veríamos nieve antes
—dije.
—Pronto la veremos, y en
abundancia —repuso. Llegaremos a los
ventisqueros esta semana. —Echó un
vistazo a mis pies. ¿Podrás sobrevivir al
frío intenso?
—He llegado hasta aquí, ¿no?
—Ésta ha sido la parte sencilla —
sonrió, y me dio una palmada en la
espalda al ver mi abatimiento. No te
preocupes. Estarás bien. Pero déjame
ver si te has hecho más cortes. En el
sendero crecen unos arbustos poco
comunes cuya savia puede cerrar los
poros de la piel.
Las Personitas salieron de la cueva,
sus rostros ocultos bajo las capuchas. El
que cojeaba llevaba un zorro muerto.
—¿Listo? —me preguntó Mr.
Crepsley.
Asentí y me colgué la mochila a la
espalda. Contemplé el pedregoso
terreno y formulé la ya habitual
pregunta:
—¿Falta mucho?
Mr. Crepsley sonrió, comenzó a
andar, y respondió por encima del
hombro:
—Todavía falta.
Farfullando lúgubremente, le eché un
último vistazo a la confortable cueva, y
luego me volví y seguí al vampiro. Las
Personitas se rezagaron y un momento
después escuché los secos chasquidos
de los huesos del zorro mientras
masticaban.
***
Cuatro noches después, encontramos
nieve dura. Durante un par de noches
recorrimos el país sobre una extensa y
monótona capa de álgida blancura donde
nada vivía, pero después volvieron a
aparecer los árboles, las plantas y los
animales.
Sentía los pies como dos bloques de
hielo mientras avanzaba penosamente a
través de la nieve, pero apreté los
dientes y luché contra los efectos del
frío. Lo peor fue cuando me levantaba al
atardecer, habiendo dormido hecho un
ovillo con los pies metidos debajo de mí
durante todo el día. Durante una o dos
horas después de despertarme, siempre
sentía un hormigueo en los dedos de los
pies, y tenía la impresión de que se me
iban a caer. Entonces la sangre
empezaba a circular y volvía a estar
bien… hasta la noche siguiente.
Dormir a la intemperie era realmente
incómodo. Nos acostábamos juntos y
vestidos (no nos habíamos quitado la
ropa desde que nos encontramos con la
nieve), y nos cubríamos con las toscas
mantas que habíamos confeccionado con
la piel de los ciervos. Pero incluso
compartiendo nuestro calor, estábamos
helados. Para Madam Octa era más
fácil: dormía segura y cómoda en su
jaula, y sólo despertaba para comer
cada pocos días. Me hubiera encantado
estar en su lugar.
Si las Personitas tenían frío, no lo
demostraban. Les daba igual no tener
mantas, y se limitaban a tumbarse bajo
los arbustos o apoyados contra una roca
cuando querían dormir.
Casi tres semanas después de
nuestra última parada en una estación de
paso, encontramos otra. No podía
esperar a sentarme ante un buen fuego y
volver a comer caliente. Incluso estaba
dispuesto a dormir en un ataúd…
¡Cualquier cosa sería mejor que la tierra
dura y helada! Esta estación de paso era
una cueva situada bajo un acantilado,
por encima de un círculo boscoso y un
largo arroyo. Mr. Crepsley y yo fuimos
directos hacia allí (una Luna radiante en
el despejado cielo nocturno iluminaba el
camino), mientras las Personitas se iban
a cazar. La escalada duró diez minutos.
Me adelanté a Mr. Crepsley mientras
nos aproximábamos a la boca de la
cueva, ansioso por encender un fuego,
cuando él dejó caer una mano en mi
hombro.
—Tranquilo —dijo suavemente.
—¿Qué? —exclamé. Después de
tres semanas durmiendo a la intemperie,
estaba muy irritable.
—Huelo a sangre —dijo.
Me detuve, olfateando el aire, y tras
unos segundos, yo también percibí el
tufillo, fuerte y empalagoso.
—Quédate detrás de mí —susurró
Mr. Crepsley. Prepárate para correr en
cuanto te lo ordene.
Asentí obedientemente, y luego le
seguí mientras se arrastraba hacia la
entrada y se deslizaba en el interior.
La cueva estaba oscura,
especialmente después de habernos
acostumbrado al resplandor de la Luna,
y entramos despacio, dando tiempo a
que nuestros ojos se habituaran a la
penumbra. Era una cueva profunda, que
torcía hacia la izquierda y tenía unos
seis o más pies. En el centro habían
colocado tres ataúdes, pero uno estaba
en el suelo, con la tapa colgando, y a
nuestra derecha había otro hecho
pedazos contra la pared.
Alrededor del ataúd destrozado, el
suelo y la pared estaban ennegrecidos de
sangre. No era fresca, pero por el olor
supe que no tenía más de un par de
noches. Tras registrar el resto de la
cueva (para asegurarse de que
estábamos solos), Mr. Crepsley se
aproximó a la zona ensangrentada y se
acuclilló para examinarla, tocó el
charco seco con un dedo y se lo llevó a
la boca.
—¿Y bien? —siseé, mientras se
levantaba y se restregaba el dedo con el
pulgar.
—Es sangre de vampiro —dijo en
voz baja.
Se me encogieron las tripas. Había
supuesto que se trataba de la sangre de
algún animal.
—¿Qué le hace pensar…? —empecé
a decir, cuando de repente sonó un ruido
precipitado a mi espalda.
Un fuerte brazo me atrapó por la
cintura, y una mano pesada me apretó la
garganta, y (mientras Mr. Crepsley se
lanzaba en mi ayuda), mi atacante
profirió un rugido de triunfo.
—¡JA!

Capítulo 4
Mientras yo me debatía inútilmente,
con mi vida en manos de quien quiera
que fuese que me había atrapado, Mr.
Crepsley saltaba con los dedos
extendidos de la mano derecha como si
empuñara una espada. Lanzó una
estocada por encima de mi cabeza. Mi
atacante me soltó y se agachó al mismo
tiempo, dejándose caer bruscamente al
suelo mientras Mr. Crepsley
maniobraba. Cuando el vampiro giraba
sobre sus pies y se disponía a asestar un
segundo golpe, el hombre que me había
agarrado rugió:
—¡Detente, Larten! ¡Soy yo…,
Gavner!
Mr. Crepsley se detuvo y yo me
aparté gateando, tosiendo del susto, pero
ya más tranquilo. Me volví y vi a un
hombre fornido con un rostro lleno de
cicatrices y manchas, y ojos de pestañas
oscuras. Iba vestido como nosotros, con
un gorro calado hasta las orejas. Le
reconocí de inmediato: Gavner Purl, un
General Vampiro. Le había conocido
años atrás, justo antes de mi
confrontación con Murlough.
—¡Gavner, puñetero estúpido! —
gritó Mr. Crepsley. ¡Te habría matado si
llego a alcanzarte! ¿Por qué te acercas
con tanto sigilo?
—Quería sorprenderos —dijo
Gavner. Os he estado siguiendo casi
toda la noche, y me pareció el momento
perfecto para acercarme. No esperaba
que estuviera a punto de perder la
cabeza al hacerlo —gruñó.
—Deberías prestar más atención a
lo que ocurre a tu alrededor, y menos a
Darren y a mí —dijo Mr. Crepsley,
señalando la pared y el suelo manchados
de sangre.
—¡Por la sangre de los vampanezes!
—siseó Gavner.
—En realidad, es sangre de vampiro
—le corrigió Mr. Crepsley con
sequedad.
—¿Tienes idea de quién? —preguntó
Gavner, apresurándose a probar la
sangre.
—No —dijo Mr. Crepsley.
Gavner merodeó por la cueva,
examinando la sangre y el ataúd
destrozado, en busca de más indicios.
No encontró ninguno, volvió a nuestro
lado y se rascó la barbilla
pensativamente.
—Es probable que lo atacara algún
animal salvaje —meditó en voz alta. Un
oso (o tal vez más de uno) le atraparía
durante el día, mientras dormía.
—Yo no estoy tan seguro —discrepó
Mr. Crepsley. Un oso habría causado un
gran destrozo en la cueva y lo que
contiene, pero sólo han tocado los
ataúdes.
Los ojos de Gavner recorrieron la
cueva una vez más, fijándose en el orden
reinante en todo lo demás, y asintió.
—¿Qué piensas tú que ha ocurrido?
—inquirió.
—Una pelea —sugirió Mr. Crepsley.
Entre dos vampiros, o entre el vampiro
muerto y alguien más.
—¿Quién podría haberle atacado
aquí, en medio de ninguna parte? —
pregunté yo.
Mr. Crepsley y Gavner
intercambiaron una mirada de
preocupación.
—Cazadores de vampiros, tal vez —
murmuró Gavner.
Me quedé sin aliento. Ya estaba tan
acostumbrado al modo de vivir de los
vampiros, que había olvidado que había
gente en el mundo que nos consideraba
monstruos y se dedicaba a cazarnos y
matarnos.
—O tal vez, humanos que se lo
encontraron por casualidad y les entró el
pánico —dijo Mr. Crepsley. Ha pasado
mucho tiempo desde que los
cazavampiros nos perseguían con saña.
Esto podría haber sido sólo mala suerte.
—De todas formas —dijo Gavner
—, no nos quedaremos de brazos
cruzados, esperando a que vuelva a
ocurrir. Tenía ganas de descansar, pero
ahora creo que es mejor no encerrarse
aquí.
—Estoy de acuerdo —repuso Mr.
Crepsley, y, tras un último vistazo a la
cueva, nos marchamos, con nuestros
sentidos alerta ante la más mínima señal
de peligro.
***
Decidimos pasar la noche en medio
de un claro rodeado de gruesos árboles,
y encendimos un pequeño fuego: nos
sentíamos helados hasta los huesos
después de nuestra experiencia en la
cueva. Mientras discutíamos sobre el
vampiro muerto y si deberíamos buscar
el cuerpo por los alrededores,
regresaron las Personitas, cargando un
joven ciervo que habían capturado. Se
quedaron mirando suspicazmente a
Gavner, y él les devolvió la mirada.
—¿Qué hacen ellos con vosotros?
—siseó.
—Mr. Tiny insistió en que los
lleváramos —dijo Mr. Crepsley, y
levantó una mano en un gesto
apaciguador, cuando Gavner se giró
parapreguntar. Más tarde —prometió.
Primero vamos a comer y a ocuparnos
de la muerte de nuestro camarada.
Los árboles nos protegían del Sol
naciente, así que estuvimos allí sentados
hasta después del amanecer, hablando
del vampiro muerto. Como no había
nada que pudiéramos hacer al respecto
(los vampiros decidieron no buscarlo
bajo tierra, ya que eso nos retrasaría), el
rumbo de la conversación no tardó en
discurrir por otros derroteros. Gavner
volvió a preguntar por las Personitas, y
Mr. Crepsley le explicó cómo había
aparecido Mr. Tiny y había decidido que
fueran con nosotros. Luego él le
preguntó a Gavner por qué nos había
estado siguiendo.
—Sabía que vendrías para presentar
a Darren a los Príncipes —dijo Gavner
—, así que localicé el hilo de tus
pensamientos y os seguí el rastro. —
(Los vampiros pueden contactar
mentalmente entre ellos) . Habría
acortado unas cuantas millas yendo por
el sur, pero odio viajar solo… Es muy
aburrido no tener a nadie con quien
charlar.
Mientras hablábamos, advertí que a
Gavner le faltaban un par de dedos en el
pie izquierdo, y le pregunté al respecto.
—Congelación —respondió
alegremente, moviendo los tres que le
quedaban. Me rompí una pierna
viniendo hacia aquí, cuando tuvo lugar
el penúltimo Consejo. Tuve que
arrastrarme durante cinco noches en
busca de una estación de paso. Gracias a
la suerte de los vampiros no perdí más
que un par de dedos.
Los vampiros hablaron mucho del
pasado, de los viejos amigos y de los
anteriores Consejos. Pensé que
mencionarían a Murlough (había sido
Gavner quien alertó a Mr. Crepsley del
paradero del vampanez chiflado), pero
no lo hicieron, ni siquiera de pasada.
—¿Y cómo te ha ido a ti? —me
preguntó Gavner.
—Muy bien —dije.
—¿Vivir con este buitre amargado
no te deprime?
—He sabido arreglármelas hasta
ahora —sonreí.
—¿Has pensado en llenarte? —
inquirió.
—¿Perdón?
Levantó los dedos para que yo
pudiera ver las diez cicatrices de las
yemas, la marca habitual de los
vampiros.
—¿Piensas convertirte en un
vampiro completo?
—No —dije enseguida, y miré de
reojo a Mr. Crepsley. No pienso
hacerlo, ¿verdad? —inquirí
suspicazmente.
—No —sonrió Mr. Crepsley. No
hasta que crezcas. Si ahora hiciéramos
de ti un vampiro completo, pasarían
sesenta o setenta años antes de que
crecieras totalmente.
—Apuesto a que es horrible crecer
tan lentamente cuando se es un niño —
observó Gavner.
—Lo es —suspiré.
—Las cosas mejorarán con el
tiempo —dijo Mr. Crepsley.
—Claro —repuse con sarcasmo.
Cuando haya crecido del todo,¡dentro de
treinta años!
Me levanté, sacudiendo la cabeza
con disgusto. Me deprimía mucho
cuando pensaba en las décadas que
tendrían que pasar hasta alcanzar la
madurez.
—¿A dónde vas? —preguntó Mr.
Crepsley mientras me encaminaba hacia
los árboles.
—Al arroyo —dije—, a llenar las
cantimploras.
—Quizá sea mejor que uno de
nosotros te acompañe —dijo Gavner.
—Darren no es un niño —replicó
Mr. Crepsley antes de que pudiera
hacerlo yo. Estará bien.
Oculté una sonrisa (me encantaban
esas raras ocasiones en que el vampiro
me dedicaba un cumplido), y continué
mi camino hasta el arroyo. El agua
helada corría veloz, gorgoteando
sonoramente mientras llenaba las
cantimploras, salpicando la orilla y mis
dedos. Si yo hubiese sido humano me
habría congelado, pero los vampiros son
mucho más resistentes.
Mientras le ponía el tapón a la
segunda cantimplora, una nubecilla de
vaho surgió desde el otro lado de la
corriente. Levanté la mirada,
sorprendido de que un animal salvaje se
atreviera a acercárseme tanto, y me
encontré mirando a los ojos llameantes
de un feroz y hambriento lobo de
afilados colmillos.

Capítulo 5
El lobo me estudió en silencio, con
el morro fruncido sobre los puntiagudos
colmillos, como olfateándome.
Cuidadosamente, dejé a un lado mi
cantimplora, sin saber muy bien qué
hacer. Si pedía ayuda, el lobo podría
asustarse y huir… o por el contrario,
atacar. Si me quedaba quieto, podría
perder el interés en mí y desaparecer…
o podría tomarlo como un signo de
debilidad y disponerse a matarme.
Estaba intentando desesperadamente
decidir qué hacer, cuando el lobo tensó
las patas traseras, bajó la cabeza y saltó,
sorteando la corriente de un enorme
brinco. Aterrizó en mi pecho, tirándome
al suelo. Traté de apartarme a rastras,
pero el lobo se había sentado sobre mí y
pesaba demasiado para quitármelo de
encima. Mis manos buscaron
frenéticamente una roca o un palo, algo
con lo que golpear al animal, pero no
había nada que agarrar, excepto nieve.
El lobo era una visión terrible de
cerca, con su cabeza gris oscura y sus
oblicuos ojos amarillos, su hocico
negro, y los blancos dientes de dos o
tres pulgadas de largo al descubierto. Le
colgaba la lengua a un lado de la boca, y
jadeaba pesadamente. Su aliento olía a
sangre y a carne cruda.
No sabía nada de lobos (excepto que
los vampiros no podían beber de ellos),
así que no tenía ni idea de cómo
reaccionar: ¿golpear su cabeza o su
cuerpo? ¿Seguir allí tendido y esperar a
que se fuera, o gritar y quizá
ahuyentarlo? Y mientras me devanaba
los sesos, el lobo bajó la cabeza,
extendió la lengua larga y húmeda… ¡y
me lamió!
Me quedé pasmado, allí tumbado,
con los ojos clavados en las mandíbulas
del temible animal. El lobo me lamió
otra vez, y entonces se apartó de mí, se
volvió hacia el arroyo, metió las patas
en el agua y bebió a lengüetazos. Me
quedé tumbado donde estaba un poco
más, y luego me levanté y me senté para
verle beber, reparando en que era un
macho.
Cuando el lobo hubo bebido
suficiente, se incorporó, levantó la
cabeza y lanzó un aullido. Desde la
arboleda de la orilla opuesta del arroyo
surgieron tres lobos más, se acercaron
cautelosamente a la ribera y se pusieron
a beber. Eran dos hembras y un
cachorro, más oscuro y pequeño que los
demás.
El macho observó a los otros
mientras bebían, y luego se sentó a mi
lado, arrimándose a mí como un perro, y
antes de que me diera cuenta,me
encontraba haciéndole cosquillas detrás
de una oreja. El lobo emitió un gañido
complacido y ladeó la cabeza para que
pudiera rascarle la otra.
Una de las lobas terminó de beber y
cruzó el arroyo de un salto. Me olfateó
los pies, se sentó al otro lado y me
ofreció la cabeza para que se la rascara.
El macho le gruñó, celoso, pero ella lo
ignoró.
Los otros dos no tardaron en unirse a
la pareja en mi lado del arroyo. La
hembra era más tímida que sus
compañeros y se quedó merodeando a
pocos pasos. El cachorro no estaba
asustado, y se arrastró hasta mí,
olfateando mis piernas y mi estómago
como un perro de caza. Levantó una pata
para marcarme el muslo izquierdo, pero
antes de que lo hiciera, el macho le
lanzó un mordisco y lo derribó. Soltó un
furioso ladrido, y luego regresó con
cautela y volvió a subírseme encima.
Esta vez no intentó marcar su territorio,
¡menos mal!
Me quedé allí sentado un buen rato,
jugando con el cachorro y acariciando a
los dos más grandes. El macho rodó
sobre su espalda, y así pude rascarle la
barriga. Su pelaje era más claro por
debajo, salvo por una larga raya negra
que le llegaba hasta la cintura. Streak*
me pareció un buen nombre para un
lobo, y así lo llamé.
Quería ver si sabían algún truco, así
que busqué un palo y lo lancé.
—¡Tráelo, Streak, tráelo! —grité,
pero él no se movió. Intenté hacer que se
sentara.
—¡Siéntate, Streak! —le ordené. Él
se quedó mirándome.
—Siéntate… así.
Me senté sobre el trasero. Streak
retrocedió un poco, como si pensara que
me había vuelto loco. El cachorro, que
era realmente juguetón, saltó sobre mí.
Me hizo reír y dejé de intentar
enseñarles trucos.
Después volví al campamento para
hablarles a los vampiros de mis nuevos
amigos. Los lobos me siguieron, aunque
sólo Streak caminaba a mi lado. Los
otros nos seguían detrás.
Mr. Crepsley y Gavner estaban
durmiendo cuando llegué, cubiertos por
las gruesas mantas de piel de ciervo.
Gavner roncaba ruidosamente. Sólo se
veían sus cabezas, ¡y parecían el par de
bebés más feos del mundo! Me habría
encantado tener una cámara a mano para
poder hacerles una foto a los vampiros,
y así conservar aquella imagen.
Me disponía a meterme bajo las
mantas cuando se me ocurrió una idea.
Los lobos se habían detenido en la
arboleda. Los llamé. Streak
vino primero y examinó el
campamento, comprobando que era un
lugar seguro. Cuando quedó satisfecho,
emitió un ligero gruñido y los otros
lobos se acercaron, manteniéndose a
distancia de los vampiros dormidos.
Me tumbé en el lado más alejado del
fuego y levanté la manta, invitando a los
lobos a que se echaran junto a mí. No
quisieron meterse bajo la manta (el
cachorro lo intentó, pero su madre tiró
de él por el pescuezo), pero una vez que
me acosté y me cubrí con ella, se
acercaron con cautela y se tumbaron por
encima, incluida la loba tímida. Eran
pesados, y el olor de sus cuerpos
peludos era muy intenso, pero la calidez
de los lobos era divina, y a pesar de
estar descansando tan cerca de la cueva
donde un vampiro había sido asesinado
hacía poco, me quedé dormido en el más
absoluto confort.
***
Me despertaron unos furiosos
gruñidos. Me incorporé bruscamente, y
vi a los tres lobos adultos formando un
semicírculo en torno a mi cama, con el
macho en el medio. El cachorro se
mantenía detrás de mí. Ante nosotros
estaban las Personitas. Flexionaban sus
grises manos a los costados,
moviéndose hacia los lobos.
—¡Alto! —grité, levantándome de
un brinco. Al otro lado del fuego (que se
había extinguido mientras dormía), Mr.
Crepsley y Gavner se habían despertado
bruscamente y apartaron sus mantas.
Salté delante de Streak y gruñí a las
Personitas. Se quedaron mirándome
desde el interior de sus capuchas azules.
Miré a los enormes ojos verdes del que
tenía más cerca.
—¿Qué está ocurriendo? —exclamó
Gavner, parpadeando con rapidez.
La Personita más cercana ignoró a
Gavner, señaló a los lobos y luego se
frotó el estómago. Con eso quería decir
que tenían hambre. Sacudí la cabeza.
—¡A los lobos, no! —dije. ¡Son mis
amigos! Volvió a frotarse el estómago.
—¡No! —grité.
La Personita empezó a avanzar, pero
la que estaba detrás (Lefty) le tocó el
brazo. La Personita miró fijamente a
Lefty, sin moverse, durante un segundo, y
después se alejó arrastrando los pies a
donde había dejado las ratas que habían
cogido mientras cazaban. Lefty se quedó
un segundomás, mirándome con sus
ocultos ojos verdes, antes de reunirse
con su hermano (siempre pensaba en
ellos como hermanos).
—Veo que has conocido a algunos
de nuestros primos —dijo Mr. Crepsley,
acercándose despacio a los restos de la
hoguera, con las palmas de las manos
hacia arriba, para no alarmar a los
lobos. Le gruñeron, pero una vez que
percibieron su olor, se relajaron y se
sentaron, aunque sin perder de vista a
las Personitas que masticaban
ruidosamente.
—¿Primos? —pregunté.
—Los lobos y los vampiros son
parientes —explicó. Las leyendas
cuentan que una vez fuimos iguales,
como originariamente lo fueron el
hombre y el mono. Algunos aprendimos
a andar sobre dos patas y nos
convertimos en vampiros…, mientras
los otros siguieron siendo lobos.
—¿Eso es cierto? —pregunté.
Mr. Crepsley se encogió de
hombros.
—Tratándose de leyendas, ¿quién
sabe? —Se agachó ante Streak y lo
observó en silencio. Streak se sentó
erguido, levantó las orejas y erizó la
pelambrera. Un ejemplar magnífico —
dijo Mr. Crepsley, acariciando el largo
hocico del lobo. Un líder nato.
—Yo le llamo Streak, porque tiene
una raya negra en la barriga —
dije.
—Los lobos no necesitan nombres
—me informó el vampiro. No son
perros.
—No seas aguafiestas —dijo
Gavner, situándose junto a su amigo.
Deja que les ponga nombres si quiere.
No hace ningún daño con eso.
—Supongo que no —convino Mr.
Crepsley. Extendió una mano hacia las
lobas y se acercaron a lamerle la palma,
incluso la tímida. Siempre se me han
dado bien los lobos —dijo, incapaz de
disimular el orgullo en su voz.
—¿Cómo es que son tan amistosos?
—inquirí. Creía que los lobos se
asustaban de la gente.
—De los humanos —dijo Mr.
Crepsley. Los vampiros somos distintos.
Nuestro olor es parecido al suyo. Nos
reconocen como espíritus afines. No
todos los lobos son amistosos (estos
deben haber tenido trato antes con los de
nuestra especie), pero ninguno atacaría
nunca a un vampiro, a menos que esté
muriéndose de hambre.
—¿Has visto más? —preguntó
Gavner. Meneé la cabeza. Es probable
que se dirijan también a la Montaña de
los Vampiros, a reunirse con otras
manadas.
—¿Por qué habrían de ir a la
Montaña de los Vampiros? —pregunté.
—Los lobos vienen siempre que se
celebra un Consejo —explicó. Saben
por experiencia que habrá muchas
sobras para ellos. Los guardianes de la
Montaña de los Vampiros se pasan años
abasteciendo al Consejo. Siempre hay
sobras de comida, que arrojan fuera
para las criaturas silvestres.
—Es un camino muy largo para ir en
busca de unas sobras —comenté.
—No van sólo por comida —dijo
Mr. Crepsley. También van a reunirse, a
saludar a los viejos amigos, a buscar
nuevas parejas y a compartir recuerdos.
—¿Los lobos pueden comunicarse?
—pregunté.
—Pueden transmitirse pensamientos
sencillos los unos a los otros. No hablan
realmente (los lobos no tienen el don de
la palabra), pero pueden compartir
imágenes y transmitir mapas de los
sitios donde han estado, haciendo saber
a los otros dónde abunda o escasea la
caza.
—Hablando de eso, sería mejor que
nos esfumáramos —dijo Gavner. El Sol
se está poniendo y es hora de
marcharnos. Has elegido una ruta larga y
llena de rodeos, Larten, y si no
apresuramos el paso, llegaremos tarde
al Consejo.
—¿Es que hay otros caminos? —
pregunté.
—Pues claro —dijo. Hay docenas
de caminos. Por eso (excepto por los
restos de ese muerto) no nos hemos
encontrado con otros vampiros. Cada
uno viene por una ruta diferente.
Enrollamos las mantas y partimos,
Mr. Crepsley y Gavner sin perder de
vista el sendero, rastreándolo en busca
de alguna señal del asesino del vampiro
de la cueva. Los lobos nos siguieron
entre los árboles, y corrieron a nuestro
lado durante un par de horas, sin
acercarse a las Personitas, antes de
desvanecerse ante nosotros en la noche.
—¿A dónde han ido? —pregunté.
—A cazar —repuso Mr. Crepsley.
—¿Volverán?
—No me extrañaría —dijo, y, al
amanecer, mientras estábamos
acampando, los cuatro lobos
reaparecieron como fantasmas entre la
nieve, y se acostaron con nosotros.
Durante el transcurso del segundo día
con ellos, dormí profundamente, y lo
único que me molestó fue la fría nariz
del cachorro, cuando se introdujo
furtivamente bajo la manta al mediodía
para acurrucarse junto a mí.

Capítulo 6

Procedimos con cautela durante las


primeras noches que siguieron al
hallazgo de la cueva salpicada de
sangre. Pero al no encontrar ningún
rastro del asesino del vampiro, nuestra
inquietud menguó, y disfrutamos de los
placeres esenciales del camino lo mejor
que pudimos.
Correr con los lobos era increíble.
Aprendí mucho observándolos y
haciéndole preguntas a Mr. Crepsley; se
consideraba a sí mismo algo así como
un experto en lobos.
Los lobos no eran muy veloces, pero
nunca se cansaban, aunque recorrieran
veinte o treinta millas al día.
Generalmente cogían animales pequeños
cuando iban a cazar, pero a veces
perseguían presas mayores, trabajando
en equipo. Sus sentidos (vista, oído,
olfato) eran poderosos. Cada manada
tenía un líder, y compartían
equitativamente el alimento. Eran
excelentes escaladores y podían
sobrevivir en todo tipo de condiciones.
Cazamos mucho con ellos. Era tan
maravilloso correr junto a ellos bajo la
clara noche estrellada, sobre la nieve
reluciente, a la caza de un ciervo o un
zorro, y compartir la ardiente y
sangrienta matanza… El tiempo pasó
más rápido junto a los lobos, y las
millas se deslizaban bajo nuestros pies
casi sin percatarnos de ello.
***
Una fría y clara noche, llegamos a un
espeso zarzal que cubría el suelo de un
valle protegido por dos altísimas
montañas. Las espinas eran tan largas y
puntiagudas que podían atravesar
incluso la piel de un vampiro completo.
Nos detuvimos en la entrada del valle
mientras Mr. Crepsley y Gavner
decidían cómo continuar.
—Podríamos trepar por una de las
montañas —meditó Mr. Crepsley—,
pero Darren no tiene tanta experiencia
escalando como nosotros. Podría
descalabrarse si se resbalara.
—¿Y si damos un rodeo? —sugirió
Gavner.
—Nos llevaría demasiado tiempo.
—¿Podríamos excavar un túnel por
debajo? —pregunté.
—También eso —dijo Mr. Crepsley
— nos llevaría demasiado tiempo.
Tendremos que seguir adelante con tanto
cuidado como podamos.
Se quitó el jersey, y lo mismo hizo
Gavner.
—¿Por qué se desnudan? —inquirí.
—La ropa nos protegería un poco —
explicó Gavner—, pero acabarían
hechas jirones. Es mejor que las
conservemos en buen estado.
Cuando Gavner se quitó los
pantalones, vi que llevaba unos
calzoncillos amarillos con elefantes rosa
bordados. Mr. Crepsley se quedó
mirando aquellos calzoncillos con
expresión incrédula.
—Me los regalaron —farfulló
Gavner, ruborizándose intensamente.
—Alguna humana con la que hayas
tenido algún romance, supongo— dijo
Mr. Crepsley, y las comisuras de su
boca, de expresión habitualmente adusta,
se curvaron hacia arriba, amenazando
con abrirla en una rara y incontrolada
sonrisa.
—Era una mujer muy hermosa —
suspiró Gavner, resiguiendo con un dedo
el contorno de uno de los elefantes. Pero
tenía muy mal gusto escogiendo ropa
interior.
—Y novios —agregué
traviesamente.
Mr. Crepsley estalló en carcajadas y
se dobló por la cintura, con las lágrimas
corriéndole por el rostro. Nunca había
visto al vampiro reírse tanto… ¡Nunca
había imaginado que pudiese hacerlo!
Hasta Gavner parecía sorprendido.
Mr. Crepsley tardó un rato en
recuperarse de su ataque de risa.
Cuando se secó las lágrimas y recobró
su sombría personalidad, se disculpó
(como si reírse fuera un crimen). Luego
frotó sobre mi piel una loción con un
olor espantoso, que cerraba los poros,
haciendo que fuera más difícil herirse.
Sin perder más tiempo, avanzamos. El
trayecto fue largo y doloroso. Por más
cuidado que tuviera, cada pocos pasos
pisaba una espina o me hacía un
arañazo. Me protegía la cara lo mejor
que podía, pero para cuando ya
estábamos a medio camino en el valle,
superficiales arroyuelos rojos surcaban
mis mejillas.
Las Personitas no se habían quitado
sus togas azules, aunque se les
estuvieran haciendo jirones. Al cabo de
un rato, Mr. Crepsley les dijo que
caminaran delante, pues así aguantarían
las peores espinas mientras nos abrían
camino a los demás. Casi me compadecí
de aquella silenciosa y resignada pareja.
Los lobos lo tuvieron más fácil.
Estaban acostumbrados a este tipo de
terreno, y se escurrían velozmente entre
las zarzas. Pero no estaban
muycontentos. Habían actuado de un
modo extraño durante toda la noche,
caminando lentamente a nuestro lado,
deprimidos, olfateando el aire con
desconfianza. Podíamos sentir su
ansiedad, pero no sabíamos qué la
causaba.
Estaba mirando a mis pies, pasando
con mucho cuidado por una hilera de
centelleantes espinas, cuando choqué
con Mr. Crepsley, que se había detenido
repentinamente.
—¿Qué pasa? —pregunté, atisbando
por encima de su hombro.
—¡Gavner! —exclamó bruscamente,
ignorando mi pregunta.
Gavner se adelantó a mí arrastrando
los pies, respirando trabajosamente
(solíamos burlarnos de su ruidosa
respiración). Le escuché lanzar un grito
ahogado cuando alcanzó a Mr. Crepsley.
—¿Qué es? —pregunté. Déjenme
ver…
Los vampiros se separaron y vi un
diminuto trocito de tela enganchado en
los zarzales. Algunas gotas de sangre
seca teñían las puntas de las espinas.
—¿Cuál es el problema? —pregunté.
Los vampiros no respondieron de
inmediato. Miraban alrededor con
preocupación, de igual modo en que los
lobos lo habían hecho.
—¿La hueles? —respondió Gavner
finalmente, en voz baja.
—¿El qué?
—La sangre.
Olfateé el aire. Sólo percibí unos
vagos efluvios, porque la sangre ya
estaba seca.
—¿Qué pasa con ella? —pregunté.
—Recuerda hace seis años —dijo
Mr. Crepsley. Cogió el pedazo de tela
del zarzal (los lobos gruñían ahora
intensamente), y me lo acercó a la nariz.
Huélelo bien. ¿Te suena de algo?
No lo hice enseguida (mis sentidos
no eran tan agudos como los de un
vampiro completo), pero luego recordé
una lejana noche en la habitación de
Debbie Hemlock y el olor de la sangre
del demente Murlough mientras yacía
moribundo en el suelo. Mi rostro
palideció cuando comprendí… ¡que se
trataba de la sangre de un vampanez!

Capítulo 7

Atravesamos a buen paso lo que


quedaba del zarzal, sin hacer caso de las
punzantes espinas. Nos detuvimos al
otro lado para vestirnos, y luego
continuamos sin pausa. Había cerca una
estación de paso a la que Mr. Crepsley
estaba decidido a llegar antes del
amanecer. A paso normal, nos habría
llevado algunas horas llegar hasta allí,
pero lo conseguimos en dos. Una vez
dentro y a salvo, los vampiros iniciaron
una acalorada discusión. Nunca se
habían encontrado evidencias de la
actividad de los vampanezes en esta
parte del mundo. Existía un tratado entre
ambos clanes, que prohibía tales
incursiones en territorio ajeno.
—Tal vez fuera un vampanez
vagabundo —sugirió Gavner.
—Hasta el más chiflado de los
vampanezes sabe que es mejor no
acercarse por aquí —discrepó Mr.
Crepsley.
—¿Y qué otra explicación hay? —
inquirió Gavner. Mr. Crepsley consideró
el problema.
—Podría ser un espía.
—¿Crees que los vampanezes se
arriesgarían a provocar una guerra?
—Gavner no parecía muy
convencido de ello. ¿Qué les interesaría
saber que justificara tal riesgo?
—Quizá van detrás de nosotros —
dije en voz baja. No pretendía
interrumpirles, pero sentí que lo había
hecho.
—¿Qué quieres decir? —preguntó
Gavner.
—Quizá descubrieron lo de
Murlough.
El rostro de Gavner palideció y los
ojos de Mr. Crepsley se estrecharon.
—¿Cómo podrían haberlo hecho? —
preguntó bruscamente.
—Mr. Tiny lo sabía —le recordé.
—¿Mr. Tiny sabe lo de Murlough?
—siseó Gavner. Mr. Crepsley asintió
lentamente.
—Pero aunque él se lo hubiera dicho
a los vampanezes, ¿cómo podían saber
que tomaríamos este camino? Podíamos
haber elegido muchas otras rutas. No
podrían predecir por cuál iríamos.
—Puede que estén vigilando todos
los caminos —dijo Gavner.
—No —repuso Mr. Crepsley con
seguridad. Es poco probable.
Cualquiera que sea el motivo que tengan
los vampanezes para merodear por aquí,
estoy seguro de que no tiene nada que
ver con nosotros.
—Espero que tengas razón —gruñó
Gavner, poco convencido.
Lo discutimos un rato más,
incluyendo el asunto de si el vampanez
habría matado al vampiro en la anterior
estación de paso, y luego dormimos unas
pocas horas, turnándonos para vigilar.
Apenas dormí, preocupado por la
posibilidad de ser atacados por asesinos
de rostros purpúreos.
Al caer la noche, Mr. Crepsley dijo
que no deberíamos ir más lejos hasta
que estuviéramos seguros de que el
camino era seguro.
—No podemos arriesgarnos a
tropezar con una pandilla de
vampanezes —dijo. Reconoceremos la
zona, nos aseguraremos de que no hay
peligro, y entonces seguiremos adelante,
como antes.
—¿Es que tenemos tiempo para
reconocimientos? —inquirió Gavner.
—Debemos tenerlo —insistió Mr.
Crepsley. Es mejor perder algunas
noches que caer en una trampa.
Me quedé en la cueva mientras ellos
salían a explorar. No quería hacerlo (no
dejaba de pensar en lo que le había
ocurrido al otro vampiro), pero dijeron
que sólo estorbaría si los acompañaba:
un vampanez podría oírme llegar a cien
yardas de distancia.
Las Personitas, las lobas y el
cachorro se quedaron conmigo. Streak
fue con los vampiros: los lobos
presintieron la presencia del vampanez
antes que nosotros, así que sería útil
tenerlo cerca.
Me sentía solo sin los vampiros y
Streak. Las Personitas seguían siendo
tan distantes como siempre (pasaron
gran parte del día zurciendo sus togas
azules desgarradas), y las lobas
dormitaban fuera. Sólo el cachorro me
proporcionaba compañía. Jugamos
durante horas, en la cueva y entre los
árboles de un bosquecillo cercano.
Llamé Rudi al cachorro, por Rudolph, el
reno de la nariz roja, porque le gustaba
frotar su fría nariz contra mi espalda
mientras yo dormía.
Atrapé un par de ardillas en el
bosque y las guisé, y así las tuve listas
para cuando volvieron los vampiros por
la mañana. Las serví con bayas y raíces
hervidas: Mr. Crepsley me había
enseñado qué tipo de alimentos
silvestres era seguro comer. Gavner me
dio las gracias por la comida, pero Mr.
Crepsley estaba distante y no habló
mucho. No muy lejos habían descubierto
indicios de la presencia de los
vampanezes, y eso les preocupaba: un
vampanez loco no habría borrado su
rastro tan hábilmente. Eso quería decir
que nos enfrentábamos con uno (o más)
con pleno control de sus facultades.
Gavner quería adelantarse
cometeando, para consultarlo con los
demás vampiros, pero Mr. Crepsley no
se lo permitió: respetar las leyes que
prohibían cometear en el camino hacia
la Montaña de los Vampiros era más
importante que nuestra seguridad,
insistió.
Era raro ver cómo Gavner se
mostraba de acuerdo en casi todo lo que
Mr. Crepsley decía. Como General, nos
podría haber ordenado hacer lo que él
quisiera. Pero nunca le vi abusar de su
rango con Mr. Crepsley. Tal vez porque
Mr. Crepsley fue una vez un General de
alto rango. Había estado a punto de
convertirse en un Príncipe Vampiro
cuando renunció. Quizá Gavner aún
consideraba a Mr. Crepsley como a su
superior.
Después de dormir todo el día, los
vampiros se dispusieron a realizar un
nuevo reconocimiento de la zona. Si el
camino estaba despejado,
proseguiríamos nuestro viaje hacia la
Montaña de los Vampiros la noche
siguiente.
Tomé un ligero desayuno, y luego
Rudi y yo fuimos al bosque a jugar. A
Rudi le encantaba alejarse de los lobos
adultos. Así podía explorar libremente,
sin que nadie le arreara un mordisco o le
golpeara la cabeza si se portaba mal.
Intentaba encaramarse a los árboles,
pero la mayoría eran demasiado altos
para él. Finalmente encontró uno del que
colgaban unas ramas bajas, y trepó hasta
la mitad. Una vez allí, miró hacia abajo
y emitió un gañido.
—Vamos —reí. No está tan alto. No
tienes nada que temer.
No me hizo caso y continuó
quejándose. Luego enseñó los colmillos
y gruñó.
Me acerqué más, extrañado por su
conducta.
—¿Qué ocurré? —le pregunté. ¿Te
has atascado? ¿Necesitas ayuda?
El cachorro lanzó un ladrido. Sonó
genuinamente asustado.
—Está bien, Rudi —dije. Voy a
subir a…
Me interrumpió un rugido que me
hizo estremecer hasta los huesos. Al
volverme, vi a un enorme oso oscuro
que avanzaba bamboleándose desde lo
alto de un ventisquero. Aterrizó
pesadamente, sacudiendo la cabeza,
gruñendo, con los ojos fijos en mí… ¡y
entonces arremetió, con los colmillos
centelleando y las garras, infernalmente
curvadas, extendidas, dispuesto a destrozarme!

Capítulo 8

El oso me habría matado si no


hubiera sido por Rudi. El cachorro saltó
del árbol, aterrizando en la cabeza del
oso, cegándolo momentáneamente. El
oso rugió y lanzó un zarpazo al
cachorro, que lo esquivó y le mordió
una oreja. El oso volvió a rugir y
sacudió la cabeza furiosamente de un
lado a otro. Rudi se aferró a él durante
un par de segundos, antes de salir
despedido hacia la espesura.
El oso reanudó su ataque contra mí,
pero en el tiempo que el cachorro había
ganado, yo ya había rodeado el árbol y
estaba corriendo hacia la cueva tan
rápido como podía. El oso se bamboleó
detrás de mí, pero cuando se dio cuenta
de que ya estaba demasiado lejos para
poder alcanzarme, rugió rabiosamente,
se dio la vuelta y fue a por Rudi.
Me detuve al escuchar un ladrido
lastimero. Miré por encima del hombro
y vi que el cachorro había vuelto a subir
al árbol, cuya corteza el oso estaba
ahora arrancando con sus garras. Rudi
no corría un peligro inmediato, pero
tarde o temprano resbalaría o el oso lo
haría caer, y eso sería su fin.
No dudé más que un segundo, y
entonces me volví, cogí una piedra y el
palo más grueso que pude encontrar, y
regresé a toda velocidad a intentar
salvar a Rudi.
El oso se apartó del árbol cuando
me vio venir, irguiéndose sobre sus
patas traseras, aceptando mi desafío.
Era una bestia enorme, de tal vez unos
seis pies de altura; su pelaje era negro,
tenía una marca blanca en forma de
medialuna en el pecho, y un hocico
pálido. Sus fauces destilaban espuma y
sus ojos salvajes parecían poseídos por
una rabiosa locura.
Me detuve ante el oso, y golpeé el
suelo con el palo.
—¡Vamos, grizzly! —gruñí.
Rugió y sacudió la cabeza. Le eché
un vistazo a Rudi, esperando que fuera
lo bastante listo para bajar
sigilosamente del árbol y echar a correr
hacia la cueva, pero se quedó donde
estaba, petrificado, incapaz de moverse.
El oso me lanzó un zarpazo, pero me
aparté de la trayectoria de su enorme
pataza. Se alzó sobre las patas traseras y
se dejó caer sobre mí,
con la intención de aplastarme con
su peso. Volví a esquivarle, pero esta
vez por los pelos.
Lanzaba estocadas con la punta del
palo al hocico del oso, apuntando a sus
ojos, cuando las lobas acudieron
precipitadamente. Debieron escuchar el
chillido de Rudi. El oso aulló cuando
una de las lobas saltó y le clavó
profundamente los colmillos en el
hombro, mientras la otra se aferraba a
sus patas traseras, desgarrándolas con
las uñas y los dientes. Se sacudió de
encima a la loba que tenía en la espalda,
y se agachó sobre la que tenía a los pies,
y en ese momento le arrojé el palo,
hincándoselo en la oreja izquierda.
Debí hacerle daño, porque perdió
todo interés en las lobas y se lanzó
contra mí. Me aparté de su camino, pero
una de sus macizas patazas me golpeó la
cabeza y caí al suelo, aturdido.
El oso se dio la vuelta y fue a por
mí, dispersando a las lobas a zarpazos.
Retrocedí gateando, pero no fui lo
bastante rápido. De repente, el oso
estaba sobre mí, erguido, rugiendo
triunfalmente… ¡Me tenía exactamente
donde quería! Le golpeé en el estómago
con el palo, y le tiré la piedra, pero no
pareció acusar golpes tan
insignificantes. Con una mirada maligna,
empezó a descender…
Fue entonces cuando las Personitas
cayeron sobre su espalda, haciéndole
perder el equilibrio. Su llegada no podía
haber sido más oportuna.
El oso debió pensar que el mundo
entero conspiraba contra él. Cada vez
que me tenía acorralado, alguien más se
interponía en su camino. Rugiendo con
todas sus fuerzas, sacudiéndose
furiosamente de encima a las Personitas.
La que cojeaba se apartó de su camino,
pero la otra quedó atrapada debajo de
él.
La Personita levantó sus cortos
brazos y los apoyó contra el torso del
oso, intentando empujarlo a un lado. La
Personita era fuerte, pero no tenía
ninguna oportunidad contra tan pesado
enemigo, y el oso cayó sobre ella y la
aplastó. Hubo un horrible crujido, y
cuando el oso se puso en pie, vi a la
Personita yaciendo despedazada, con los
huesos destrozados sobresaliendo de su
cuerpo, retorcidos en ángulos
sangrientos.
El oso alzó la cabeza y lanzó un
rugido al cielo, y entonces clavó en mí
una mirada hambrienta. Se dejó caer
sobre sus cuatro patas, y avanzó. Las
lobas saltaron sobre él, pero se las
sacudió como si fueran moscas. Yo aún
me encontraba aturdido por el golpe,
incapaz de levantarme. Empecé a
arrastrarme por la nieve.
Mientras el oso se me acercaba para
acabar conmigo, la segunda Personita
(la que yo llamaba Lefty) se colocó
frente a él, cogiéndolo por las orejas, ¡y
le propinó un cabezazo! Era la cosa más
loca que había visto nunca, pero el
resultado fue sorprendentemente
efectivo. El oso gruñó y parpadeó,
atontado. Lefty le dio otro cabezazo, y
estaba echando hacia atrás la cabeza
para propinarle un tercer golpe, cuando
el oso le asestó un zarpazo con la garra
derecha como un boxeador.
Alcanzó a Lefty en el pecho y lo hizo
caer. Su capucha había resbalado
durante la pelea, y pude ver su rostro
gris lleno de suturas y sus redondos ojos
verdes. Llevaba una mascarilla sobre la
boca, del tipo de las que utilizan los
cirujanos. Se quedó mirando al oso, sin
temor, esperando el golpe asesino.
—¡No! —grité. Tropezando con mis
rodillas, le lancé al oso un puñetazo. Me
rugió. Volví a golpearle, y luego agarré
un puñado de nieve y se lo arrojé a la
bestia a los ojos.
Mientras el oso se aclaraba la vista,
busqué un arma. Estaba desesperado:
cualquier cosa sería mejor que mis
manos desnudas. Al principio no vi nada
que pudiera utilizar, pero entonces
reparé en los huesos que sobresalían del
cadáver de la Personita. Actuando por
instinto, rodé hasta donde yacía la
Personita, cogí uno de los huesos más
largos y tiré de él. Estaba cubierto de
sangre y se me escurrió entre los dedos.
Volví a intentarlo, agarrándolo con más
firmeza y removiéndolo de un lado a
otro. Tras unos cuantos tirones, se
quebró cerca de la base y, de repente, ya
no estuve indefenso.
El oso había recuperado la visión y
corrió pesadamente hacia mí. Lefty
todavía estaba en el suelo. Las lobas
ladraban ferozmente, incapaces de
detener la carga del oso. El cachorro
gañía desde su asidero en el árbol.
Sólo podía contar conmigo mismo.
Yo contra el oso. Nadie podía ayudarme
ahora.
Me giré, y haciendo uso de todas mi
súper desarrolladas habilidades
vampíricas, rodé bajo las ávidas garras
del oso, me incorporé de un salto,
escogí el blanco, y clavé profundamente
la punta del hueso en el desprotegido
cuello del animal.
El oso se irguió, con los ojos
desorbitados. Las patas delanteras
cayeron a sus costados. Se quedó así un
momento, jadeando penosamente, con el
hueso sobresaliendo de su cuello.
Entonces se estrelló contra el suelo, se
estremeció horriblemente durante unos
segundos… y murió.
Caí sobre el oso muerto y allí me
quedé. Temblaba y lloraba, más de
horror que de dolor. Ya había estado
cara a cara con la muerte anteriormente,
pero nunca me había visto envuelto en
una lucha tan salvaje como ésta.
Finalmente, una de las lobas (la que
habitualmente se mostraba más tímida)
se me acercó, haciéndome caricias y
lamiéndome la cara, asegurándose de
que me encontraba bien. Le di unas
palmaditas para demostrarle que lo
estaba, y hundí el rostro en su cuello,
secando en su pelaje mis lágrimas.
Cuando me tranquilicé, me puse en pie y
miré a mi alrededor.
La otra loba estaba junto al árbol,
instando a Rudi a que bajara (el
cachorro temblaba incluso más que yo).
La Personita muerta yacía no muy lejos,
su sangre filtrándose entre la nieve y
volviéndola carmesí. Lefty estaba
sentado, inspeccionándose en busca de
posibles heridas.
Me encaminé hacia Lefty, para darle
las gracias por salvarme la vida. Era
increíblemente feo sin la capucha: tenía
la piel gris, y su rostro era una masa de
cicatrices y costuras. No tenía ni orejas
ni nariz (que yo viera), y sus redondos
ojos verdes se situaban en su frente, no
en medio de la cara como la mayoría de
la gente. Estaba completamente calvo.
En otros tiempos podría haber tenido
miedo de él, pero esta criatura había
arriesgado su vida para salvar la mía, y
sólo sentía gratitud.
—¿Estás bien, Lefty? —le pregunté.
Me miró y asintió. Por los pelos —reí a
medias. Asintió de nuevo. Gracias por
venir en mi ayuda. Habría muerto si no
hubierais venido. —Me dejé caer en el
suelo junto a él, y eché un vistazo al oso
y luego a la Personita muerta. Siento lo
de tu compañero, Lefty —dije
suavemente. ¿Deberíamos enterrarlo?
La Personita meneó la gran cabeza,
se dispuso a levantarse, y se detuvo. Me
miró fijamente a los ojos, y yo le
devolví la mirada, interrogativamente.
Por su expresión, casi esperé que
empezara a hablar.
Lefty levantó una mano y tiró
suavemente de la mascarilla que cubría
la mitad inferior de su rostro. Tenía una
boca ancha y llena de agudos dientes
amarillos. Sacó la lengua (de un extraño
color gris, como su piel) y se lamió los
labios. Tras humedecérselos, los frunció
y los estiró unas cuantas veces, y
entonces hizo algo que yo estaba seguro
que las Personitas no hacían jamás. En
un tono chirriante, lento y mecánico…
habló.
—No… me llamo… Lefty. Me
llamo… Harkat… Harkat Mulds.
Y sus labios se extendieron
formando un profundo boquete dentado,
que era lo más cercano a una sonrisa que
él podía esbozar.

Capítulo 9

Mr. Crepsley, Gavner y Streak


habían estado inspeccionando un
laberinto de túneles en lo alto de un
acantilado cuando escucharon los
débiles ecos del fragor de la batalla.
Regresaron a toda prisa, llegando unos
quince minutos después de que yo
hubiera dado muerte al oso. Se quedaron
atónitos cuando les expliqué lo que
había ocurrido y les dije lo de Harkat
Mulds. La Personita había reemplazado
su toga y su capucha, y cuando le
preguntaron si era cierto que podía
hablar, se quedó en silencio durante un
rato tan largo que pensé que no diría
nada. Entonces asintió, y respondió con
voz ronca:
—Sí.
Gavner incluso retrocedió varios
pasos de un salto al oír hablar a
laPersonita, y Mr. Crepsley meneó la
cabeza, asombrado.
—Hablaremos de esto más tarde —
dijo. Primero, cuéntame cómo te
enfrentaste al oso.
Se agachó junto al oso muerto y lo
examinó de arriba abajo.
—Descríbeme cómo te atacó —dijo,
y le conté la súbita aparición del oso y
su salvaje acometida. No tiene sentido.
—Mr. Crepsley frunció el ceño. Los
osos no se comportan de tal modo a
menos que estén nerviosos o muertos de
hambre. El hambre no fue el motivo
(mirad lo bien alimentado que está), y si
no hiciste nada que lo molestara…
—Echaba espuma por la boca —
dije. Creo que estaba rabioso.
—Pronto lo sabremos.
El vampiro se sirvió de sus afiladas
uñas para realizar un corte en el
estómago del oso. Acercó la nariz y
olfateó la sangre que rezumaba de la
herida. Tras unos segundos, hizo una
mueca y se levantó.
—¿Y bien? —inquirió Gavner.
—El oso estaba loco —dijo Mr.
Crepsley—, pero no a causa de la
rabia… ¡Bebió sangre de un vampanez!
—¿Cómo? —boqueé.
—No estoy seguro —repuso Mr.
Crepsley, y miró al cielo. Tenemos
tiempo antes de que amanezca.
Seguiremos las huellas de este oso y tal
vez descubramos algo más por el
camino.
—¿Qué hacemos con la Personita
que ha muerto? —preguntóGavner.
¿Deberíamos enterrarle?
—¿Quieres enterrarle…, Harkat? —
preguntó Mr. Crepsley, al igual que yo
había hecho antes.
Harkat Mulds meneó la cabeza.
—En verdad… no.
—Entonces dejémosle ahí —dijo
secamente el vampiro. Los carroñeros y
los pájaros se encargarán de él. No
tenemos tiempo que perder.
El rastro del oso era fácil de seguir
(incluso un rastreador inexperto como
yo podría haberlo hecho, por la
profundidad de sus huellas y las ramas
rotas).
La noche tocaba a su fin cuando
llegamos a un pequeño montículo de
piedras y encontramos lo que había
vuelto loco al oso. Semienterrado bajo
las rocas se hallaba el cuerpo purpúreo
de cabellos rojos… ¡de un vampanez!
—Por lo machacado que está su
cráneo, debió morir por una caída —
dijo Mr. Crepsley, examinando al
muerto. El oso lo encontró después de
que lo enterraran, y lo sacó fuera. ¿Veis
los trozos que le arrancó a mordiscos?
Señaló unos enormes agujeros en el
estómago del vampanez. Esto fue lo que
lo volvió loco. La sangre de los
vampanezes y los vampiros es venenosa.
Si no lo hubieses matado tú, en
cualquier caso habría muerto en una
noche o dos.
—Así que aquí estaba nuestro
misterioso vampanez —gruñó
Gavner. No me extraña que no
pudiéramos encontrarlo.
—Ya no tenemos que preocuparnos
más por él, ¿verdad? —suspiré.
—Todo lo contrario —masculló Mr.
Crepsley. Ahora tenemos más razones
que antes para preocuparnos.
—¿Por qué? —pregunté. Está
muerto, ¿no?
—Lo está —convino Mr. Crepsley, y
entonces señaló las piedras que había
sobre el vampanez. ¿Pero quién lo
enterró?
***
Acampamos al pie de un acantilado,
y con ramas y hojas construimos un
refugio donde los vampiros pudieran
dormir a salvo del Sol. Una vez que
estuvieron dentro, Harkat y yo nos
sentamos junto a la entrada, y la
Personita nos contó su increíble historia.
Los lobos se habían ido a cazar, excepto
Rudi, que dormitaba hecho un ovillo en
mi regazo.
—Mis recuerdos… no son…
completos —dijo Harkat. Hablar no le
resultaba fácil, y se detenía repetidas
veces para tomar aliento.
Muchos están… borrosos. Os
contaré… lo que… recuerde. En primer
lugar… soy un… fantasma.
Nos quedamos con la boca abierta.
—¡Un fantasma! —exclamó Mr.
Crepsley. ¡Qué absurdo!
—Desde luego —convino Gavner
con una sonrisa. Los vampiros no
creemos en esos disparates, ¿verdad,
Larten?
Antes de que Mr. Crepsley pudiera
responder, Harkat se corrigió:
—Lo que quise… decir… es que
era… un fantasma. Todas… las
Personitas… lo fueron. Hasta… que
aceptaron las condiciones… de Mr.
Tiny.
—No comprendo —dijo Gavner.
¿Aceptar qué condiciones?
¿Cómo?
—Mr. Tiny puede… hablar con…
los muertos —explicó Harkat. Yo no…
abandoné la Tierra… cuando morí. Mi
alma… no podía. Estaba… atrapado.
Mr. Tiny me… encontró. Dijo que me
daría… un… cuerpo, y así yo… podría
volver a la vida. A cambio… debía
servirle, como una… Personita.
Según Harkat, cada Personita había
hecho un pacto con Mr. Tiny, y cada
acuerdo era distinto. No tendrían que
servirle para siempre. Tarde o temprano,
serían libres, y algunos seguirían
viviendo en sus pequeños cuerpos
grises, otros renacerían, y otros se
dirigirían al Cielo o al Paraíso o a
donde quiera que vayan las almas de los
muertos.
—¿Tanto poder tiene Mr. Tiny? —
inquirió Mr. Crepsley. Harkat asintió.
—¿Y cuál fue el pacto que tú hiciste
con él? —pregunté con curiosidad.
—No lo… sé —dijo. No puedo…
recordarlo.
Había muchas cosas que no podía
recordar. No sabía quién había sido
cuando estaba vivo, ni cuándo o dónde
había vivido, ni cuánto tiempo llevaba
muerto. ¡Ni siquiera sabía si era un
hombre o una mujer! Las Personitas eran
asexuadas, lo que significaba que no
eran ni machos ni hembras.
—¿Entonces cómo hay que decirte?
—preguntó Gavner. ¿Él?¿Ella? ¿Eso?
—Él… servirá —dijo Harkat.
Sus ropas azules y sus capuchas eran
para aparentar. Sus mascarillas, por otro
lado, les resultaban necesarias, y
llevaban varias de repuesto,
¡Algunas cosidas en la misma piel
para salvaguardarlas mejor! El aire era
letal para ellos: si respiraban aire
corriente durante diez o doce horas,
morirían. Sus mascarillas poseían
una sustancia química que filtraba el
aire.
—¿Cómo podéis morir, si ya estáis
muertos? —pregunté, confuso.
—Mi cuerpo puede… morir, como
el de… todo el mundo. Si lo hiciera…
mi alma regresaría… al lugar donde…
estaba.
—¿Podrías hacer otro pacto con Mr.
Tiny? —inquirió Mr. Crepsley. Harkat
meneó la cabeza.
—No estoy seguro. Pero no… lo
creo. La posibilidad de… vivir un poco
más… es todo lo que creo… que
conseguiremos.
Las Personitas no podían leer la
mente. Por eso no hablaban nunca. No
estaba seguro de si los demás también
podían hablar. Cuando le pregunté por
qué nunca había hablado antes, esbozó
una torcida sonrisa y dijo que nunca
había tenido que hacerlo.
—Pero debe haber una razón —
insistió Mr. Crepsley. Hace cientos de
años que sabemos de la existencia de las
Personitas, y ninguna ha hablado jamás,
ni siquiera cuando agonizan o sufren un
terrible dolor.
¿Por qué has roto tú un silencio tan
largo? ¿Por qué?
Harkat vaciló.
—Tengo un… mensaje —dijo
finalmente. Mr. Tiny… me encargó…
que se lo diera… a los Príncipes
Vampiros. Así que… tendría que
hablar… tarde o temprano.
—¿Un mensaje? —Mr. Crepsley se
inclinó hacia él, mirándolo con
intensidad, pero volvió a retirarse hacia
las sombras del refugio al recibir un
rayo de Sol. ¿Qué clase de mensaje?
—Es para… los Príncipes —dijo
Harkat. No creo que deba… decíroslo.
—Vamos, Harkat —le apremié. No
les diremos que nos lo ha contado.
Puedes confiar en nosotros.
—¿No lo… diréis? —les preguntó a
Mr. Crepsley y a Gavner.
—Mis labios están sellados —juró
Gavner.
Mr. Crepsley vaciló antes de hacer
la promesa, pero finalmente asintió.
Harkat realizó una larga y trémula
inspiración.
—Mr. Tiny me dijo… que les
dijera… a los Príncipes que la… noche
del… Lord Vampanez… está cerca. Eso
es… todo.
—¿Que la noche del Lord Vampanez
está cerca? —repetí. ¿Qué clase de
mensaje es ése?
—No sé… lo que… significa —dijo
Harkat. Sólo soy… el mensajero.
—Gavner, ¿qué…? —comencé a
preguntar, pero me detuve al ver la
expresión de los vampiros. Aunque el
mensaje de Harkat no tuviera sentido
para mí, obviamente sí lo tenía para
ellos. Sus rostros estaban más pálidos
de lo habitual, y temblaban de miedo.
De hecho, no habrían parecido más
aterrorizados si se hubieran encontrado
en campo abierto ante la inminente la
salida del Sol.

Capítulo 10

Mr. Crepsley y Gavner no me


explicaron enseguida el significado del
mensaje de Harkat (estaban demasiado
anonadados para hablar) y tuve que
escuchar la historia dosificada durante
las siguientes tres o cuatro noches, la
mayor parte por boca de Gavner Purl.
Tenía que ver con lo que Mr. Tiny
había dicho a los vampiros hacía siglos,
cuando los vampanezes se apartaron de
ellos. Una vez que los enfrentamientos
cesaron, visitó a los Príncipes en la
Montaña de los Vampiros y les dijo que
los vampanezes no contaban con una
“estructura jerárquica” (un término de
Mr. Crepsley), lo cual quería decir que
no había Generales ni Príncipes
Vampanezes. Nadie recibía ni daba
órdenes.
—Fue una de las razones por las que
se apartaron de nosotros —dijo Gavner.
No les gustaba la manera de hacer las
cosas de los vampiros. Pensaban que era
injusto que los vampiros corrientes
tuvieran que responder ante los
Generales, y éstos ante los Príncipes.
Bajando la voz para que no le oyera
Mr. Crepsley, añadió:
—Para serte sincero, estoy de
acuerdo con eso. Es hora de cambiar. El
sistema de los vampiros ha funcionado
durante siglos, pero no significa que sea
perfecto.
—¿Quiere decir que preferiría ser
un vampanez? —pregunté,
escandalizado.
—¡Claro que no! —rió. Son
asesinos, y permiten que vampanezes
chiflados como Murlough campen por
ahí a sus anchas. No son en absoluto
mejores que los vampiros. Pero eso no
significa que algunas de sus ideas no
deban ser tenidas en cuenta.
“No cometear durante el camino a la
Montaña de los Vampiros, por ejemplo:
es una norma ridícula, pero sólo puede
ser cambiada por los Príncipes, quienes
no tienen que cambiar algo si no
quieren, pese a lo que el resto de
nosotros pensemos. Los Generales
deben hacer todo lo que los Príncipes
digan, y los vampiros corrientes están
obligados a obedecer a los Generales.
Aunque los vampanezes no creen en
líderes, Mr. Tiny dijo que una noche se
presentaría un campeón. Sería conocido
como el Lord Vampanez, y los
vampanezes le seguirían ciegamente y
acatarían su voluntad.
—¿Y qué hay de malo en eso? —
pregunté.
—Espera a oír lo siguiente —dijo
Gavner gravemente. Por lo visto, no
mucho después de la ascensión al poder
del Lord Vampanez, conducirá a los
suyos a la guerra contra los vampiros. Y
será una guerra, advirtió Mr. Tiny, que
los vampiros no podremos ganar.
Seremos exterminados.
—¿Eso es verdad? —pregunté,
horrorizado. Gavner se encogió de
hombros.
—Eso es lo que nos hemos estado
preguntando durante setecientos años.
Nadie duda de los poderes de Mr. Tiny
(ya ha demostrado que puede ver el
futuro), pero a veces miente. Es un
pequeño y maligno gusano.
—¿Por qué no persiguen a los
vampanezes y los matan a todos? —
inquirí.
—Mr. Tiny dijo que algunos
vampanezes sobrevivirían y el Lord
Vampanez llegaría, como se profetizó.
Además, la guerra contra los
vampanezes causó demasiadas bajas.
Los humanos nos dieron caza y podrían
haber acabado con nosotros. Lo mejor
fue declarar una tregua y olvidar
nuestras rencillas.
—¿Y no hay forma de que los
vampiros puedan ganar a los
vampanezes? —pregunté.
—No estoy seguro —repuso Gavner,
rascándose la cabeza. Hay más
vampiros que vampanezes, y somos tan
fuertes como ellos, así que no veo por
qué no habríamos de derrotarles. Pero
Mr. Tiny dijo que el número no importa.
Aunque queda una esperanza —agregó
—: la Piedra de Sangre.
—¿Qué es eso?
—Ya lo verás cuando lleguemos a la
Montaña de los Vampiros. Es un icono
mágico, sagrado para nosotros. Mr. Tiny
dijo que si lográbamos evitar que cayera
en manos de los vampanezes, una noche,
mucho después de que hubiésemos
perdido la batalla, los vampiros tendrían
una oportunidad para resurgir de sus
cenizas y prosperar de nuevo.
—¿Cómo? —inquirí, frunciendo el
ceño. Gavner sonrió.
—Esa es una cuestión que, cuanto
más se la plantean, más intriga a los
vampiros. Si encuentras la respuesta,
házmelo saber —dijo, con un guiño, y la
conversación terminó con aquella
preocupante incógnita.
***
Una semana después, llegamos a la
Montaña de los Vampiros.
No era la montaña más alta de la
región, pero era empinada y tortuosa, y
parecía casi imposible de escalar.
—¿Dónde está el palacio? —
pregunté, entornando los ojos hacia la
cumbre nevada, que parecía apuntar
directamente hacia la Luna casi llena
sobre nuestras cabezas.
—¿Qué palacio? —replicó Mr.
Crepsley.
—Donde viven los Príncipes
Vampiros.
Mr. Crepsley y Gavner estallaron en
carcajadas.
—¿Qué es tan divertido? —inquirí
secamente.
—¿Cuánto tiempo crees que
podríamos pasar desapercibidos si
hubiésemos construido un palacio sobre
una montaña? —preguntó Mr. Crepsley.
—¿Entonces dónde…? —De repente
lo comprendí. ¡Está en elinterior de la
montaña!
—Pues claro —sonrió Gavner. La
montaña es como una inmensa colmena
de cuevas y cámaras. En ella se
almacena todo lo que un vampiro puede
desear: ataúdes, tinajas de sangre
humana, comida y vino. Sólo verás a los
vampiros en el exterior cuando vayan o
vuelvan de cazar.
—¿Cómo vamos a entrar? —
pregunté.
Mr. Crepsley se dio unos golpecitos
a un lado de la nariz.
—Mira y observa.
Recorrimos la rocosa base de la
montaña. Mr. Crepsley y Gavner estaban
muy excitados, aunque sólo Gavner lo
demostraba. El vampiro más viejo se
comportaba tan desabridamente como de
costumbre, y sólo cuando pensaba que
nadie lo miraba, se permitía una sonrisa
y se frotaba las manos con anticipación.
Llegamos a un riachuelo de unos
veinte pies de anchura. El agua fluía a
raudales, bajando velozmente hacia las
planas llanuras allá a lo lejos. Mientras
seguíamos nuestro camino corriente
arriba, un lobo solitario apareció a poca
distancia y lanzó un aullido. Streak y los
otros lobos se detuvieron de inmediato.
Las orejas de Streak se alzaron; escuchó
un momento, y entonces respondió al
aullido. Meneaba la cola cuando se
volvió hacia mí.
—Se está despidiendo —me informó
Mr. Crepsley, pero yo ya lo había
supuesto.
—¿Tienen que irse? —pregunté.
—Para esto vinieron: para encontrar
a otros de su especie. Sería cruel
pedirles que se quedaran con nosotros.
Asentí, abatido, y me incliné hacia
Streak para rascarle las orejas.
—Ha sido un placer conocerte,
Streak —dije. Luego le di unas
palmaditas a Rudi—: Te echaré de
menos, renacuajo miserable.
Los lobos adultos empezaron a
alejarse. Rudi vaciló, mirándome a mí y
a los lobos que se iban. Por un segundo
pensé que elegiría permanecer a mi
lado, pero entonces lanzó un ladrido,
frotó la húmeda nariz contra mis pies
desnudos y echó a correr tras los demás.
—Volverás a verle —me prometió
Gavner. Los buscaremos cuando nos
vayamos.
—Sí —sorbí, intentando fingir que
me traía sin cuidado. Estaré bien. Sólo
son una panda de viejos lobos tontos.
No me importa.
—Claro que no —sonrió Gavner.
—Vamos —dijo Mr. Crepsley,
conduciéndonos corriente arriba. No
podemos quedarnos aquí toda la noche,
suspirando por unos cuantos lobos
sarnosos.
Le lancé una mirada feroz, y
carraspeó incómodo.
—Ya sabes —añadió suavemente—
que los lobos no olvidan una cara. El
cachorro aún te recordará cuando sea un
viejo lobo gris.
—¿De verdad? —pregunté.
—Sí —dijo, y entonces se volvió y
continuó caminando. Gavner y Harkat le
siguieron. Por última vez, lancé una
mirada por encima de mi hombro a los
lobos que se alejaban, suspiré
tristemente, y luego cogí mi mochila y
los seguí.

Capítulo 11

Cruzamos sobre la abertura de la


que el arroyo fluía atropelladamente de
la montaña. El ruido resultaba
ensordecedor, especialmente para los
súper sensitivos oídos de un vampiro,
así que nos dimos toda la prisa que
pudimos. Las rocas estaban
resbaladizas, y en algunos puntos
teníamos que formar una cadena. Gavner
y yo resbalamos en una zona muy helada.
Yo iba delante, sujetándome de Mr.
Crepsley, pero la atracción de la caída
me hizo soltarme. Afortunadamente,
Harkat agarró a Gavner y nos subió a los
dos.
Llegamos a la entrada de un túnel un
cuarto de hora después. No habíamos
tenido que trepar demasiado, pero al
mirar abajo comprobé lo empinada que
había sido la escalada. Me alegré de no
tener que subir por una montaña más
alta.
Mr. Crepsley entró primero. Yo fui
tras él. El interior del túnel estaba
oscuro. Iba a preguntarle a Mr. Crepsley
si sería conveniente detenernos a
encender unas antorchas, pero mientras
avanzábamos cautelosamente, advertí
que más adelante el túnel adquiría
luminosidad.
—¿De dónde viene la luz? —
pregunté.
—Es liquen luminoso —repuso Mr.
Crepsley.
—¿Eso es un trabalenguas o una
respuesta? —rezongué.
—Es una clase de hongo que emite
luz —explicó Gavner. Crece en ciertas
cuevas y en el fondo del océano.
—Ah, vale. ¿Crece por toda la
montaña?
—No en todas partes. Utilizamos
antorchas en las zonas donde no lo hay.
Delante de nosotros, Mr. Crepsley se
detuvo y soltó una maldición.
—¿Qué ocurre? —inquirió Gavner.
—La entrada de la cueva —suspiró.
Éste no es el camino.
—¿Eso significa que no podemos
entrar por aquí? —pregunté, alarmado
ante la idea de tener que desandar el
camino después de haber avanzado
tanto.
—Hay otros caminos —dijo Gavner.
La montaña está llena de túneles. Sólo
tenemos que volver y buscar otro.
—Pues será mejor que nos demos
prisa —dijo Mr. Crepsley. No tardará en
amanecer.
Regresamos cansinamente por donde
habíamos venido, esta vez con Harkat al
frente. Una vez fuera, nos movimos lo
más rápido que pudimos (que no era
mucho, dado lo traicionero del terreno),
y llegamos a la entrada del siguiente
túnel minutos después de que el Sol
comenzara a despuntar. Este nuevo túnel
no era tan amplio como el otro, y los dos
vampiros tuvieron que inclinarse aún
más para avanzar. Harkat y yo sólo
teníamos que agachar la cabeza. Allí no
era tan abundante el liquen luminoso,
aunque a nuestra desarrollada visión le
bastaba.
Después de un rato, me di cuenta de
que bajábamos en lugar de subir. Le
pregunté a Gavner por qué.
—Es sólo la trayectoria del túnel —
dijo. Ya subiremos.
Una media hora más tarde, el camino
se interrumpió. Al doblar una esquina,
ascendía casi verticalmente, y nos
obligó a emprender una ardua escalada.
Las paredes se estrechaban contra
nosotros, y yo estaba seguro de que no
era al único al que los nervios le
dejaron la boca seca. Poco después, el
túnel se niveló y se abrió a una pequeña
gruta, donde nos detuvimos a descansar.
Podía oír el rumor del riachuelo que
habíamos cruzado antes, agitándose no
muy lejos, bajo nuestros pies.
Había cuatro túneles que salían de la
cueva. Le pregunté a Gavner cómo
sabría Mr. Crepsley por cuál debíamos
ir.
—El túnel correcto está marcado —
dijo, conduciéndome hacia ellos y
señalando una flecha pequeñita tallada
en la pared al pie de uno de los túneles.
—¿A dónde conducen los otros? —
pregunté.
—A callejones sin salida, a otros
túneles o a las Cámaras.
Las Cámaras era como llamaban a
aquellas zonas de la montaña habitadas
por los vampiros.
—Hay muchos túneles que aún no
han sido explorados y no aparecen en
los mapas. Nunca te desvíes del camino
—me advirtió. Sería muy fácil que te
perdieras.
Mientras los otros descansaban, fui a
echarle un vistazo a Madam Octa, por si
tenía hambre. Se había pasado
durmiendo la mayor parte del viaje (no
le gustaba el frío), pero se despertaba de
vez en cuando para comer. Cuando me
disponía a retirar el paño que cubría la
jaula, vi a una araña arrastrándose hacia
nosotros. No eran tan grande como
Madam Octa, pero parecía peligrosa.
—¡Gavner! —exclamé, apartándome
de la jaula.
—¿Qué ocurre?
—Una araña.
—Oh —sonrió—, no te preocupes.
La montaña está llena de ellas.
—¿Son venenosas? —pregunté,
inclinándome para estudiar a la araña,
que examinaba la jaula con gran interés.
—No —respondió. Su mordedura no
es peor que la picadura de una abeja.
Retiré el paño de la jaula, sintiendo
curiosidad por saber lo que haría
Madam Octa cuando descubriera a la
otra araña. Inmóvil en su sitio, pareció
ignorarla, mientras la otra araña se
acercaba lentamente hacia la jaula. Yo
sabía mucho de arañas (había leído
muchos libros sobre los arácnidos y
visto documentales en televisión cuando
era más joven), pero nunca antes había
visto una así. Era más peluda que
ninguna, y de un extraño color amarillo.
Cuando la araña se fue, alimenté a
Madam Octa con un par de insectos y
volví a cubrir su jaula con el paño. Me
acosté junto los otros y eché una siesta
durante unas horas. En algún momento
me pareció oír risitas de niños en uno de
los túneles. Me senté de golpe, aguzando
el oído, pero ya no se oía nada.
—¿Qué ocurre? —rezongó Gavner
suavemente, abriendo un ojo a medias.
—Nada —dije, inseguro, y le
pregunté a Gavner si en la montaña
vivían niños vampiros.
—No —dijo, cerrando el ojo otra
vez. Que yo sepa, tú eres el único niño
que ha recibido nuestra sangre.
—Entonces habrá sido mi
imaginación —bostecé, y volví a
acostarme, aunque mantuve el oído
alerta mientras dormitaba.
***
Más tarde, nos levantamos y
continuamos adentrándonos en el
interior de la montaña, a través de los
túneles señalizados con flechas.
Después de lo que me parecieron siglos,
llegamos ante una gran puerta de madera
que bloqueaba el túnel. Mr. Crepsley se
arregló un poco y sus nudillos golpearon
con fuerza la puerta. Como no hubo una
respuesta inmediata, llamó una y otra
vez.
Finalmente escuchamos sonidos al
otro lado, y la puerta se abrió. La luz de
una antorcha relumbró en el umbral. El
brillo nos cegó después de haber
caminado durante tanto tiempo en la
oscuridad de los túneles, y nos
protegimos los ojos hasta que se
adaptaron a la luminosidad.
Un vampiro delgado y vestido de
verde oscuro nos miró inquisitivamente.
Frunció el ceño al vernos a Harkat y a
mí y sujetó firmemente la larga lanza que
portaba. Vi a otros detrás de él, también
vestidos de verde, y todos armados.
—¿Qué os trae ante la Puerta? —
espetó el guardia. Los vampiros me
habían dicho que así era como se recibía
a los recién llegados.
—Soy Larten Crepsley y vengo al
Consejo —se presentó Mr. Crepsley.
Ésa era la respuesta habitual.
—Soy Gavner Purl y vengo al
Consejo —siguió Gavner.
—Soy Darren Shan y vengo al
Consejo —dije al guardia.
—Soy… Harkat Mulds… y vengo…
al Consejo —resolló Harkat.
—La Puerta reconoce a Larten
Crepsley —dijo el guardia—, y también
Gavner Purl. Pero los otros dos… —
Nos apuntó con su lanza y meneó la
cabeza.
—Son nuestros compañeros de viaje
—explicó Mr. Crepsley. El chico es mi
asistente. Es un semi-vampiro.
—¿Respondes por él? —inquirió el
guardia.
—Sí.
—Entonces, la Puerta reconoce a
Darren Shan. —Ahora la punta de la
lanza señaló firmemente a Harkat—:
Pero éste no es un vampiro. ¿Por qué
viene al Consejo?
—Su nombre es Harkat Mulds. Es
una Personita, y…
—¡Una Personita! —exclamó el
guardia, bajando la lanza. Se inclinó
hacia Harkat y estudió su rostro con
descaro (Harkat se había quitado la
capucha cuando entramos en los túneles
para ver mejor) . Qué ejemplar tan feo,
¿verdad? —comentó el guardia. Si no
hubiera llevado una lanza, le habría
llamado la atención sobre su grosería.
Creía que las Personitas no podían
hablar.
—Todos los creíamos —dijo Mr.
Crepsley. Pero pueden hacerlo. Al
menos, éste. Trae un mensaje para los
Príncipes y debe dárselo personalmente.
—¿Un mensaje? —El guardia se
rascó la barbilla con la punta de la
lanza. ¿De quién?
—De Desmond Tiny —respondió
Mr. Crepsley.
El guardia palideció, se puso firme y
se apresuró a decir:
—La Puerta reconoce a la Personita
llamada Harkat Mulds. LasCámaras se
abren para todos vosotros. Entrad y sed
bienvenidos.
Dio un paso atrás y nos dejó pasar.
Un par de segundos después, la puerta se
cerró a nuestra espalda y nuestra
búsqueda de las Cámaras de la Montaña
de los Vampiros llegó a su fin.

Capítulo 12

Uno de los guardias vestidos de


verde nos escoltó a la Cámara de Osca
Velm, que era una Cámara de bienvenida
(la mayoría de las Cámaras llevaban los
nombres de vampiros famosos). Ésta era
una pequeña gruta de paredes llenas de
protuberancias y negras del mugre y el
hollín acumulados durante décadas. Era
cálida y estaba iluminada por un par de
candelabros, de los que se desprendía
un humo que inundaba gratamente la
estancia (el humo salía lentamente de la
caverna a través de grietas naturales y
agujeros del techo). Había varias mesas
toscamente talladas y banquetas, donde
los vampiros que llegaban podían
sentarse a descansar o a comer (las
patas de las mesas estaban hechas de
huesos de animales grandes). Junto a las
paredes había cestas hechas a mano
llenas de zapatos, que los recién
llegados podían utilizar. También podías
informarte de quién asistía al Consejo:
había una gran losa negra sobre una
pared, con el nombre de cada vampiro
que iba llegando grabado en ella.
Mientras nos sentábamos a la larga mesa
de madera, vi a un vampiro subirse a un
escabel y añadir nuestros nombres a la
lista. Tras escribir el de Harkat, añadió
entre paréntesis “una Personita”.
No había demasiados vampiros en la
tranquila y neblinosa Cámara: sólo
estábamos nosotros, algunos más que
habían llegado hacía poco, y un par de
aquellos guardias de los uniformes
verdes. Un vampiro de largos cabellos,
sin camisa, se acercó a nosotros con dos
barriletes redondos. Uno estaba repleto
de barras de pan duro, y el otro, medio
lleno de ternillosos pedazos de carne
cruda y también cocida.
Cogimos cuanto quisimos y nos
sentamos a la mesa (allí no había
platos), empleando las uñas y los
dientes para arrancar los pedazos. El
vampiro volvió con tres grandes jarras
llenas de sangre humana, vino y agua.
Pedí un vaso, pero Gavner me dijo que
debía beber directamente de las jarras.
Era difícil (me empapé de agua la
barbilla y el pecho cuando lo intenté por
primera vez), pero era más divertido
que beber de una copa.
El pan estaba rancio, pero el
vampiro trajo unos cuencos de caldo
caliente (los cuencos habían sido
esculpidos en los cráneos de diversas
bestias), y tras partirlo en trozos y
mojarlo en el caldo oscuro y espeso uno
segundos, sabía muy bien.
—Está delicioso —dije, masticando
ruidosamente mi tercer pedazo.
—De lo mejor —convino Gavner. Él
ya iba por el quinto.
—¿Por qué no prueba el caldo? —le
pregunté a Mr. Crepsley, que comía el
pan seco.
—Porque no me gusta el caldo de
murciélago —respondió.
Mi mano se detuvo a medio camino
de mi boca. El trozo de pan empapado
que sujetaba cayó sobre la mesa.
—¿Caldo de murciélago? —aullé.
—Por supuesto —dijo Gavner. ¿De
qué creías que era?
Me quedé mirando aquel líquido
oscuro en mi cuenco. No había buena
iluminación en la caverna, pero al
fijarme ahora descubrí una alita fina y
coriácea flotando en el caldo.
—¡Creo que voy a vomitar! —gemí.
—No seas tonto —rió Gavner. Te
encantaba cuando no sabías lo que era.
Tú sólo imagina que es una deliciosa
sopa de pollo… ¡Comerás cosas peores
que caldo de murciélago mientras dure
nuestra estancia en la Montaña de los
Vampiros!
Aparté el cuenco.
—La verdad es que ya estoy lleno
—murmuré. No tengo más ganas.
Miré a Harkat, que apuraba la última
gota de caldo de su cuenco con un
grueso trozo de pan.
—¿No te importa comer
murciélagos? —pregunté. Harkat se
encogió de hombros.
—No tengo… sentido del gusto…
amigos. Toda la comida… sabe igual…
para mí.
—¿No puedes saborear nada? —
inquirí.
—Murciélagos… perros… fango…
No hay diferencia. Tampoco tengo…
sentido del olfato. Por eso… no tengo
nariz.
—Eso es algo que siempre he
querido preguntar —dijo Gavner. Si no
puedes oler nada porque no tienes nariz,
¿cómo puedes escuchar si no tienes
orejas?
—Tengo… orejas —respondió
Harkat. Están bajo… la piel. — Señaló
dos puntos a cada lado de sus redondos
ojos verdes (llevaba la capucha baja).
Gavner se inclinó hacia Harkat
sobre la mesa para examinar sus orejas.
—¡Las veo! —exclamó, y todos lo
imitamos como tontos.
A Harkat no le importó. Le gustaba
ser el centro de atención. Sus orejas
eran como dátiles secos, apenas visibles
bajo la piel gris.
—¿Puedes oír a pesar de tenerlas
bajo la piel? —preguntó Gavner.
—Bastante bien —repuso Harkat.
No tanto como… los vampiros. Pero
mejor… que los humanos.
—¿Y cómo es que tienes orejas pero
no nariz? —pregunté yo.
—Mr. Tiny… no me dio… una nariz.
Nunca le pregunté… por qué. Quizás a
causa… del aire. Necesitaríamos… otra
mascarilla… para la nariz.
Era extraño pensar que Harkat no
pudiese oler el almizclado aire de la
Cámara ni saborear el caldo de
murciélago. ¡Ahora entendía que las
Personitas nunca se quejaran cuando les
traía aquellos animales podridos y
apestosos, muertos desde Dios sabía
cuándo!
Iba a preguntarle a Harkat si tenía
limitado algún otro sentido, cuando un
viejo vampiro ataviado de rojo se sentó
frente a Mr. Crepsley y sonrió.
—Te esperaba hace semanas —dijo.
¿Por qué has tardado tanto?
—¡Seba! —rugió Mr. Crepsley, y
saltó por encima de la mesa para darle
un abrazo al viejo vampiro. Yo estaba
sorprendido: nunca le había visto
comportarse de una forma tan afectuosa
hacia otra persona. Estaba radiante
cuando soltó al vampiro. —Ha pasado
mucho tiempo, viejo amigo.
—Demasiado —convino el vampiro
más viejo. A menudo te he buscado
mentalmente, esperando que estuvieras
cerca. Cuando sentí que venías, casi no
podía creérmelo.
El vampiro más viejo nos miró de
reojo a Harkat y a mí. Estaba arrugado y
consumido por la edad, pero en sus ojos
ardía la luz de un hombre joven.
—¿No vas a presentarme a tus
amigos, Larten? —inquirió.
—Por supuesto —dijo Mr. Crepsley.
A Gavner Purl ya le conoces.
—Gavner —saludó el vampiro.
—Seba —correspondió Gavner.
—Éste es Harkat Mulds —dijo Mr.
Crepsley.
—Una Personita —observó Seba.
No había vuelto a ver una desde que Mr.
Tiny nos visitó cuando yo era un
muchacho. Bienvenido, Harkat Mulds.
—Hola —respondió Harkat. Seba
parpadeó lentamente.
—¿Puede hablar?
—Espera a oír lo que tiene que decir
—dijo Mr. Crepsley sombríamente.
Luego se volvió hacia mí y me presentó
—: Y éste es Darren Shan… mi
asistente.
—Bienvenido, Darren Shan—me
sonrió Seba, y miró a Mr. Crepsley
extrañado. ¿Tú, Larten… con un
asistente?
—Lo sé —carraspeó Mr. Crepsley.
Siempre dije que nunca tendría uno.
—Y tan joven —murmuró Seba. Los
Príncipes no lo aprobarán.
—La mayoría, probablemente no —
admitió Mr. Crepsley tristemente. Luego
dejó a un lado su melancolía. Darren,
Harkat, éste es Seba Nile, el intendente
de la Montaña de los Vampiros. No os
dejéis engañar por su edad: es tan
astuto, inteligente y taimado como
cualquier vampiro, y hasta aventaja a
quien intente superarle.
—Cosa que sabes por experiencia
—rió Seba entre dientes.
¿Recuerdas cuando te propusiste
robar media cuba de mi mejor vino y
reemplazarlo por otro de mala calidad?
—Por favor —dijo Mr. Crepsley
con expresión dolida. Por aquel
entonces era joven y estúpido. No
necesito que me lo recuerdes.
—¿Qué ocurrió? —pregunté,
encantado ante el malestar del vampiro.
—Cuéntaselo, Larten —dijo Seba, y
Mr. Crepsley obedeció a regañadientes,
como un niño pequeño.
—Primero sacó el vino —refunfuñó.
Vació la cuba y lo reemplazó por
vinagre. Me bebí media botella antes de
darme cuenta. Me pasé toda la noche
vomitando.
—¡No! —Gavner se echó a reír.
—Era joven —gruñó Mr. Crepsley.
No lo conocía bien.
—Pero aprendiste, ¿eh, Larten? —
recalcó Seba.
—Sí —sonrió Mr. Crepsley. Seba
fue mi tutor. Él me enseñó casi todo lo
que sé.
Los tres vampiros se pusieron a
hablar de los viejos tiempos, y me senté
a escucharlos. La mayor parte de las
cosas que decían no despertaron mi
interés (nombres de personas y lugares
que no significaban nada para mí), y al
cabo de un rato me recosté y me dediqué
a contemplar la caverna, observando las
parpadeantes luces de los candelabros y
las formas que el humo trazaba en el
aire. Sólo me di cuenta de que me estaba
quedando dormido cuando Mr. Crepsley
me sacudió suavemente y abrí los ojos
de golpe.
—El muchacho está cansado —
observó Seba.
—Nunca había hecho un viaje como
éste —dijo Mr. Crepsley. No está
acostumbrado a soportar semejantes
privaciones.
—Vamos —dijo Seba,
incorporándose. Os conduciré a vuestras
habitaciones. Él no es el único que
necesita descansar. Ya seguiremos
hablando mañana.
Como intendente de la Montaña de
los Vampiros, Seba se encargaba de los
almacenes y las dependencias. Su
trabajo consistía en asegurarse de que
hubiera suficiente comida, bebida y
sangre para todos, y de que cada
vampiro tuviera un lugar donde dormir.
Tenía ayudantes, pero él lo supervisaba
todo. Aparte de los príncipes, Seba era
el vampiro más respetado de la
montaña.
Seba me pidió que caminara a su
lado mientras salíamos de la Cámara de
Osca Velm para dirigirnos a nuestros
dormitorios. Me señaló varias Cámaras
mientras andábamos, diciéndome sus
nombres (la mayoría impronunciables
para mí, y que no me molesté en
memorizar) y para qué se utilizaban.
—Lleva tiempo habituarse —dijo, al
ver mi aturdida mirada. Las primeras
noches te sentirás perdido, pero te
acabarás acostumbrando a este lugar.
La red de túneles que conectaban las
Cámaras con los dormitorios era fría y
húmeda, a pesar de las antorchas, pero
las diminutas habitaciones (cinceladas
en la roca) eran luminosas y cálidas,
cada una iluminada por una poderosa
antorcha. Seba nos preguntó si
queríamos una habitación grande para
todos, o si preferíamos habitaciones
separadas.
—Separadas —respondió
inmediatamente Mr. Crepsley. Ya he
aguantado bastante los ronquidos de
Gavner durante el viaje.
—¡Qué encantador! —resopló
Gavner.
—A Harkat y a mí no nos importaría
compartir una, ¿verdad? —dije, reacio a
dormir solo en un lugar extraño.
—Por mí… de acuerdo —aceptó
Harkat.
En todas las habitaciones había
ataúdes en lugar de camas, pero cuando
Seba vio mi expresión de disgusto, se
echó a reír y dijo que podía conseguirme
una hamaca si quería.
—Te enviaré a uno de mis ayudantes
mañana —prometió. Dile lo que
necesitas y te lo traerá. ¡Me gusta cuidar
bien de mis invitados!
—Gracias —dije, contento por no
tener que dormir en un ataúd todos los
días.
Seba se dispuso a marcharse.
—¡Espera! —le detuvo Mr.
Crepsley. Hay algo que quiero
enseñarte.
—¿Sí? —sonrió Seba.
—Darren —dijo Mr. Crepsley—,
saca a Madam Octa.
Cuando Seba vio a la araña, se
quedó sin respiración y la contempló
como si quisiera memorizar cada detalle
de ella.
—¡Oh, Larten! —suspiró. ¡Qué
belleza!
Tomó la jaula de mis manos (con
sumo cuidado) y abrió la puertecilla.
—¡No! —siseé. ¡No la saque! ¡Es
venenosa!
Seba simplemente sonrió y metió la
mano en la jaula.
—Nunca he visto una araña a la que
no pueda hechizar —dijo.
—¡Pero…!
—No pasa nada, Darren —dijo Mr.
Crepsley. Seba sabe lo que hace.
El viejo vampiro atrajo a la araña
con los dedos y la hizo salir de la jaula.
Ella se acomodó confortablemente en la
palma de su mano. Seba inclinó el rostro
hacia ella y silbó suavemente. Las patas
de la araña se agitaron, y por su absorta
mirada supe que se estaban
comunicando mentalmente.
Seba dejó de silbar y Madam Octa
le trepó por el brazo. Llegó al hombro y
de allí a la barbilla, bajo la cual se
acurrucó y se relajó. ¡No podía creerlo!
Yo tenía que silbar todo el tiempo (con
la flauta, no con los labios) y
concentrarme ferozmente para que no me
mordiera, pero con Seba era
completamente sumisa.
—Es maravillosa —dijo Seba,
acariciándola. Tienes que contarme más
cosas de ella cuando puedas. Creía
conocer todas las clases de arañas
existentes, pero ésta es nueva para mí.
—Pensé que te gustaría —sonrió Mr.
Crepsley. Por eso la traje. Quería
regalártela.
—¿Te desprenderías de una araña
tan maravillosa? —preguntó Seba.
—Para ti, viejo amigo… cualquier
cosa.
Seba le sonrió a Mr. Crepsley, y
luego miró a Madam Octa. Suspiró con
pesar y meneó la cabeza.
—No puedo aceptar —dijo. Soy
viejo y ya no tengo tanta energía como
antes. Y estoy ocupado intentando
mantener el ritmo en tareas que una vez
realizaba sin el menor esfuerzo. No
tengo tiempo para cuidar de una mascota
tan exótica.
—¿Estás seguro? —inquirió Mr.
Crepsley, decepcionado.
—Me encantaría tenerla, pero no
puedo. —Metió de nuevo a Madam Octa
en su jaula y me la entregó. Sólo los
jóvenes poseen suficiente energía para
atender las necesidades de arañas de tal
calibre. Cuídala, Darren Shan… Es muy
hermosa y muy rara.
—Estaré pendiente de ella —
prometí. Una vez pensé también que la
araña era hermosa, hasta que mordió a
mi mejor amigo y me hizo convertirme
en un semi-vampiro.
—Ahora —dijo Seba—, debo irme.
No sois los únicos recién llegados.
Hasta que volvamos a vernos… adiós.
No había puertas en las diminutas
habitaciones. Mr. Crepsley y Gavner nos
dieron las buenas noches antes de
dirigirse a sus ataúdes. Harkat y yo
entramos en nuestra habitación y
contemplamos nuestros arcones.
—No creo que quepas ahí —dije.
—No hay… problema. Puedo
dormir… en el suelo.
—En ese caso, buenas noches. —
Eché un vistazo a la cueva. ¿Odebería
decir buenos días? Aquí dentro es
imposible saberlo.
No me gustaba la idea de tener que
meterme en el ataúd, pero me contenté
pensando que sólo sería por esa vez. Me
acosté dentro, con la tapa abierta,
mirando el techo de piedra gris. Pensaba
que, con la excitación de haber llegado
al fin a la Montaña de los Vampiros, el
sueño tardaría en llegar, pero en
cuestión de minutos ya lo había hecho, y
dormí tan contento como si hubiera
estado en mi hamaca del Circo de los
Extraños.

Capítulo 13

Harkat estaba de pie en su ataúd


cuando me desperté, con sus ojos verdes
completamente abiertos. Me desperecé y
le di los buenos días. Tras una breve
pausa, sacudió la cabeza y me miró.
—Buenos días —respondió.
—¿Desde cuándo estás despierto?
—pregunté.
—Me desperté… ahora. Cuando
tú… me has hablado. Me quedé
dormido… de pie.
Fruncí el ceño.
—Pero tienes los ojos abiertos. Él
asintió.
—Siempre están abiertos. No tengo
párpados… ni pestañas. No puedo
cerrarlos…
Cuanto más aprendía sobre Harkat,
más raro me parecía.
—Entonces, ¿puedes ver cosas
mientras duermes?
—Sí, pero… no me doy… cuenta de
ello.
Gavner apareció en la entrada de
nuestra habitación.
—¡En pie, chicos! —tronó. La noche
avanza. Hay trabajo que hacer. ¿Alguien
quiere un caldito de murciélago?
Pedí ir al servicio antes de comer.
Gavner me llevó ante una puertecita con
las letras WC grabadas en ella.
—¿Para qué es esta caseta? —
pregunté.
—Es el servicio —me informó, y
añadió—: ¡No te caigas dentro! Pensé
que era una broma, pero cuando entré
comprendí que su
advertencia era fundada: no había
lavabo ni retrete, sino un agujero
redondo en el suelo que llevaba a la
gorgoteante corriente que discurría bajo
la montaña. Miré dentro (no era lo
bastante grande como para que un adulto
se escurriera por él, pero sí para alguien
de mi tamaño), y me estremecí al ver el
agua oscura e impetuosa al fondo. No
me gustaba nada la idea de agacharme
sobre el agujero, pero como no tenía
más remedio, lo hice.
—¿Todos los servicios son como
éste? —pregunté al salir.
—Sí —rió Gavner. Es la forma más
sencilla de deshacerse de los residuos.
Hay un par de grandes arroyos que salen
de la montaña, y loslavabos están
construidos justo encima de ellos. Las
corrientes se lo llevan todo.
Gavner nos condujo a Harkat y a mí
a la Cámara de Khledon Lurt. Seba Nile
me había señalado esa Cámara el día
anterior, diciendo que allí era donde se
servían las comidas. También me habló
un poco sobre Khledon Lurt: fue un
General Vampiro de gran prestigio, que
murió para salvar a otros vampiros en la
guerra contra los vampanezes, cuando
éstos se apartaron.
A los vampiros les encantaba contar
historias de sus antepasados. Sólo unas
pocas las conservaban escritas, pues
preferían mantenerlas vivas por
tradición oral, transmitiendo sus
historias y leyendas alrededor de una
hoguera o de una mesa de una
generación a otra.
Colgaban del techo unas cortinas
rojas que cubrían las paredes, y había
una gran estatua de Khledon Lurt en el
centro de la Cámara (como la mayoría
de las esculturas de la montaña, había
sido tallada en huesos de animales).
Unas poderosas antorchas iluminaban la
Cámara, y estaba casi llena cuando
llegamos. Gavner, Harkat y yo nos
sentamos a la mesa con Mr. Crepsley,
Seba Nile y un grupo de vampiros
desconocidos para mí. Hablaban ruidosa
y bruscamente. Mucho de lo que decían
tenía que ver con combates y audaces
pruebas de resistencia.
Fue la primera oportunidad que tuve
de observar con atención a un grupo de
vampiros, y pasé el rato mirando aquí y
allá mientras comía. No parecían muy
diferentes de los seres humanos, salvo
por todas las cicatrices causadas por sus
combates y su ardua manera de vivir que
todos ellos mostraban, y no había ni uno
solo (¡la razón era obvia!) que luciera
un bronceado.
Y olían francamente mal. No usaban
desodorante, aunque un par de ellos
llevaban ristras de flores silvestres o
hierbas aromáticas naturales alrededor
del cuello y las muñecas. Aunque los
vampiros procuraban mantenerse
limpios en el mundo de los humanos (un
hedor nauseabundo podría conducir a un
cazavampiros hasta su presa), aquí en la
montaña no se preocupaban por lujos
así. Con todo el mugre y el hollín que
había en las Cámaras, no tenía sentido:
era imposible permanecer limpio.
Advertí que no había ninguna mujer.
Después de mucho mirar, descubrí a una
sentada en un rincón de la mesa, y a otra
sirviendo la comida. Aparte de ellas,
todos los vampiros presentes eran
hombres. Tampoco se veían muchos
viejos; Seba parecía ser el vampiro más
viejo allí presente. Le pregunté acerca
de ello.
—Muy pocos vampiros viven lo
suficiente para llegar a viejos —
respondió. Aunque la vida de los
vampiros es mucho más larga que lade
los humanos, muy pocos de nosotros
alcanzamos los sesenta o setenta años
vampíricos.
—¿Qué quiere decir? —pregunté.
—Los vampiros miden la edad de
dos formas: años terrestres y años
vampíricos —explicó. La edad
vampírica es la edad del cuerpo.
Físicamente, yo tengo unos ochenta. La
edad terrestre son los años que un
vampiro ha vivido. Yo era un
muchachito cuando me transformaron,
así que tengo setecientos años terrestres.
¡Setecientos años! Increíble…
—Aunque muchos vampiros viven
siglos en años terrestres —continuó
Seba—, muy pocos alcanzan los sesenta
en años vampíricos.
—¿Por qué no? —inquirí.
—La vida de un vampiro es dura.
Nos probamos hasta el límite,
sometiéndonos continuamente a pruebas
de fuerza, ingenio y valor. Rara vez
verás a alguno quedarse sentado sin
hacer nada, en pijama y zapatillas,
envejeciendo tranquilamente. La
mayoría, cuando se hacen demasiado
viejos para cuidar de sí mismos,
prefieren ir voluntariamente al encuentro
de la muerte antes que dejar que sus
amigos cuiden de ellos.
—¿Cómo ha vivido usted tanto,
entonces? —pregunté.
—¡Darren! —exclamó Mr. Crepsley
bruscamente, lanzándome una penetrante
mirada.
—No regañes al chico —sonrió
Seba. Su abierta curiosidad resulta
estimulante. He vivido tanto gracias a mi
posición —me dijo. Hace muchas
décadas me pidieron que fuera el
intendente de la Montaña de los
Vampiros. No es un trabajo envidiable,
porque significa vivir encerrado aquí…
sin salir casi nunca a cazar o a luchar.
Pero ser intendente es un trabajo
esencial, y muy honorable, y habría sido
una descortesía por mi parte rechazarlo.
Si fuera libre, hace mucho tiempo que
hubiera muerto, pero quien no se
esfuerza tiende a vivir mucho más
tiempo que quienes lo hacen.
—Me parece un disparate —dije.
¿Por qué se someten a tanta presión?
—Es nuestra forma de vivir —
respondió Seba. Además, disponemos
de mucho más tiempo que los humanos,
así que eso es lo menos preciado para
nosotros. Si, en años vampíricos, un
anciano de sesenta años hubiese sido
transformado a los veinte, habría vivido
más de cuatrocientos años terrestres. Un
hombre acaba hartándose de la vida
después de tanto tiempo.
Intenté verlo desde su punto de vista,
pero no me resultaba fácil.
¡Quizá pensara de forma diferente
cuando cumpliera un siglo o dos!
Gavner se levantó antes de que
termináramos de comer, y dijo que tenía
que irse. Le pidió a Harkat que le
acompañara.
—¿A dónde van? —pregunté.
—A la Cámara de los Príncipes —
dijo. Debo presentarme ante los
Príncipes e informarlos del vampiro y el
vampanez muertos que descubrimos.
También quiero presentarles a Harkat y
que él les transmita su mensaje. Creo
que cuanto antes, mejor.
Cuando se fueron, le pregunté a Mr.
Crepsley por qué no había ido él con
ellos.
—No podemos presentarnos ante los
Príncipes como si tal cosa — dijo.
Gavner es un General, así que tiene
derecho a pedir audiencia. Los vampiros
corrientes tenemos que esperar a que
nos inviten.
—Pero usted fue un General —le
recordé. No les importaría que entrara
un momento a saludarles, ¿verdad?
—Por supuesto que les importaría
—respondió Mr. Crepsley con el ceño
fruncido. Luego se volvió hacia Seba y
suspiró. Le cuesta aprender nuestras
costumbres.
Seba se echó a reír.
—Y a ti te costaba aprenderlas de tu
maestro. ¿Has olvidado con cuánta
pasión cuestionabas nuestro modo de
vida cuando te transformaste? Recuerdo
la noche en que entraste como una
tromba en mis aposentos jurando que
nunca te convertirías en un General.
Opinabas que los Generales eran unos
imbéciles retrasados y que deberíamos
mirar hacia el futuro en lugar de seguir
anclados en el pasado.
—¡Yo jamás dije eso! —jadeó Mr.
Crepsley.
—Sí que lo hiciste —insistió Seba.
¡Eso y más! Eras un joven impetuoso, y
hubo veces en que pensé que nunca te
apaciguarías. A menudo me tentó la idea
de dejarte marchar, pero no lo hice.
Dejé que hicieras tus preguntas y
airearas tu rabia, y llegó el momento en
que aprendiste que no eras el más sabio
del mundo y que las viejas costumbres
no estaban tan mal.
“Los alumnos nunca aprecian a sus
maestros mientras están aprendiendo.
Sólo después, cuando saben más de la
vida, es cuando comprenden la gran
deuda contraída con aquéllos que les
instruyeron. Los buenos maestros no
exigen el elogio o el amor de los
jóvenes. Esperan hasta que llegue el
momento.
—¿Me estás regañando? —inquirió
Mr. Crepsley.
—Sí —sonrió Seba. Eres un buen
vampiro, Larten, pero aún tienes mucho
que aprender sobre enseñanza. No te
apresures en tus críticas. Acepta las
preguntas de Darren y su testarudez.
Respóndele pacientemente y no le riñas
por tener sus propias opiniones. Sólo así
podrá desarrollarse y madurar como lo
hiciste tú.
Sentí un placer culpable al ver cómo
le bajaban los humos a Mr. Crepsley.
Me sentía muy unido al vampiro, pero a
veces su pomposidad me sacaba de
quicio. ¡Era divertido ver cómo recibía
una reprimenda!
—¡Borra de tu cara esa sonrisita de
suficiencia! —espetó cuando volvió los
ojos hacia mí.
—Calma, calma —le regañé. Ya ha
oído lo que ha dicho Mr. Nile:tenga
paciencia y esfuércese por
comprenderme.
Mr. Crepsley tomó aliento para
responderme con un rugido cuando Seba
carraspeó ligeramente. El vampiro miró
a su viejo maestro, dejó escapar el aire
y sonrió tímidamente. En lugar de soltar
el grito, me pidió educadamente que le
pasara una barra de pan.
—Con mucho gusto, Larten —
respondí con ironía, y los tres
intercambiamos una silenciosa risita
mientras los demás vampiros de la
Cámara de Khledon Lurt rugían y
contaban historias y chistes maliciosos a
nuestro alrededor.

Capítulo 14

Tras el desayuno, Mr. Crepsley y yo


fuimos a ducharnos, para quitarnos de
una vez la mugre del camino. Me dijo
que no tendríamos muchas
oportunidades para asearnos mientras
estuviéramos allí, así que era
aconsejable darnos una buena ducha de
entrada. La Cámara de Perta Vin-Grahl
era una enorme caverna con modestas
estalactitas y dos cascadas naturales,
ubicadas ambas cerca de la entrada, a la
derecha. El agua caía desde lo alto en el
interior de un estanque construido por
los vampiros, y fluía hacia un agujero
que había cerca del fondo de la caverna,
por el que desaparecía para unirse a las
corrientes subterráneas.
—¿Qué te parecen las cascadas? —
preguntó Mr. Crepsley, alzando la voz
para hacerse oír por encima del bullicio
del agua corriente.
—Son preciosas —dije, admirando
la forma en que la luz de las antorchas
se reflejaba en el agua. Pero ¿dónde
están las duchas?
Mr. Crepsley sonrió sádicamente y
comprendí dónde íbamos a darnos el
baño.
—¡Ni hablar! —grité. ¡El agua debe
estar congelada!
—Así es —admitió Mr. Crepsley,
quitándose la ropa—, pero no hay otro
sistema en la Montaña de los Vampiros.
Comencé a protestar, pero se echó a
reír, caminó hacia la cascada más
cercana y se sumergió bajo la rociada.
Me dio frío sólo de ver al vampiro
ducharse, pero estaba deseando darme
un baño, y sabía que él se mofaría de mí
todo el tiempo que durase nuestra
estancia si me echaba atrás. Así que,
tras despojarme de mis ropas, caminé
hasta el borde del estanque, probé el
agua con los dedos de los pies (¡uagh!),
y entonces me metí de un brinco y me
entregué al abrazo de la segunda
cascada.
—¡Oh, tío! —rugí, impactado por
frío. ¡Esto es una tortura!
—¡Desde luego! —exclamó Mr.
Crepsley. ¿Entiendes ahora por qué tan
pocos vampiros se molestan en bañarse
mientras dura el Consejo?
—¿Acaso tienen alguna ley contra el
agua caliente? —chillé, frotándome
furiosamente el pecho, la espalda y los
brazos a toda velocidad para acabar
cuando antes con el baño.
—Claro que no —respondió Mr.
Crepsley, saliendo de su cascada y
pasándose una mano por su mechón
pelirrojo, antes de sacudirse como un
perro. Pero el agua fría es lo
suficientemente buena para las
otrascriaturas silvestres de la naturaleza,
así que optamos por no calentarla… Al
menos, no aquí, en el corazón de nuestra
patria.
Había unas toscas y ásperas toallas
junto al estanque, y me envolví en un par
de ellas en cuanto me aparté de la
cascada. Durante unos minutos sentí
como si se me hubiera congelado la
sangre, pero cuando recuperé la
sensibilidad, pude disfrutar de la calidez
de las gruesas toallas.
—¡Qué tonificante! —comentó Mr.
Crepsley mientras se secaba.
—Diga mejor aniquilante —
rezongué, aunque secretamente había
disfrutado en cierta forma de la
originalidad de aquellas duchas
primitivas.
Mientras nos vestíamos, observé el
techo de roca y las paredes, y me
pregunté cuán viejas serían las Cámaras.
Se lo pregunté a Mr. Crepsley.
—Nadie sabe exactamente cuándo
llegaron los primeros vampiros a este
lugar, ni cómo lo encontraron —dijo.
Los más viejos descubrieron artefactos
de unos tres mil años de antigüedad, y es
probable que durante mucho tiempo sólo
fueran utilizados ocasionalmente, por
pequeños grupos de vampiros errantes.
Hasta donde nosotros sabemos, las
Cámaras se establecieron como base
permanente hace unos catorce siglos,
cuando los primeros Príncipes se
instalaron en ellas y comenzaron a
celebrarse los Consejos. Las Cámaras
han crecido desde entonces. Hay
vampiros que trabajan en su estructura
todo el tiempo, excavando nuevas
estancias, ampliando las viejas y
construyendo túneles. Es una labor larga
y agotadora (no se permite el
equipamiento mecánico), pero tenemos
tiempo de sobra.
Cuando salimos de la Cámara de
Perta Vin-Grahl, la noticia del mensaje
de Harkat ya se había extendido. Le
había dicho a los Príncipes que la noche
del Lord Vampanez estaba cerca, y los
vampiros andaban alborotados.
Pululaban por la montaña como
hormigas, difundiendo el rumor entre
quienes todavía no lo habían oído,
discutiendo acaloradamente y haciendo
planes absurdos acerca de matar a todos
los vampanezes que encontraran.
Mr. Crepsley me había prometido
llevarme a ver las Cámaras, pero lo
pospuso a causa de la conmoción. Dijo
que iríamos cuando las cosas se
calmaran: si lo hiciéramos ahora, podría
acabar pisoteado por una horda de
vampiros en estampida. Fue una
desilusión, pero sabía que él tenía razón.
No era el mejor momento para ir a
explorar.
Cuando llegamos a mi dormitorio, un
joven vampiro se había llevado nuestros
ataúdes y estaba colgando unas hamacas.
Se ofreció a buscar ropa nueva para Mr.
Crepsley y para mí. Se lo agradecimos,
y lo acompañamos a uno de los
almacenes para equiparnos. Los
almacenesde la Montaña de los
Vampiros estaban llenos de tesoros
(alimentos, tinajas de sangre y armas
ocultas), pero sólo les dediqué una
breve mirada; el joven vampiro nos
condujo directamente a las habitaciones
donde se guardaba la ropa, y nos dejó
solos para que escogiéramos lo que
quisiéramos.
Busqué algo que se asemejara a mis
viejas ropas, pero allí no había trajes de
pirata, así que elegí un jersey marrón,
unos pantalones oscuros y unos zapatos
cómodos. Mr. Crepsley se vistió
completamente de rojo (su color
favorito), aunque la ropa que escogió no
era tan extravagante como la que
habitualmente llevaba.
Mientras se ajustaba la capa, me di
cuenta de lo similar que era su gusto en
el vestir al de Seba Nile. Sonrió cuando
se lo mencioné.
—He copiado muchas cosas de Seba
—dijo—, no sólo su forma de vestir,
sino también su manera de hablar. No
siempre he utilizado este tono preciso y
mesurado. Cuando tenía tu edad, hablaba
atropelladamente y decía lo primero que
se me pasaba por la cabeza. Los años
que pasé en compañía de Seba me
enseñaron a hablar más despacio, y a
pensar antes de hablar.
—¿Quiere decir que yo podría
acabar pareciéndome a usted algún día?
—inquirí, alarmado ante la idea de
llegar a ser tan serio y estirado.
—Podrías —dijo Mr. Crepsley—,
aunque yo no apostaría por ello. Seba
contaba con todo mi respeto, y me
esforzaba por imitarle. Tú, en cambio,
pareces decidido a llevarme la contraria
en todo.
—No soy tan malo —repliqué, pero
tenía que reconocer que había algo de
verdad en sus palabras. Yo siempre
había sido un cabezota. Admiraba a Mr.
Crepsley más de lo que él imaginaba,
pero no soportaba la idea de parecer un
pelele sometido a su santa voluntad. ¡A
veces, desobedecía al vampiro sólo
para que no pensara que ponía atención
a sus palabras!
—Además —añadió Mr. Crepsley
—, yo no tengo ni el corazón ni el deseo
de castigarte cuando te equivocas, como
Seba hacía conmigo.
—¿Por qué? —pregunté. ¿Qué le
hacía?
—Era un profesor justo pero severo
—dijo Mr. Crepsley. Cuando le dije que
deseaba imitarle, empezó a poner más
atención en mi vocabulario. Cada vez
que yo decía que yo decía algo
inconveniente…
¡me arrancaba un pelo de la nariz!
—¡Bromea! —reí.
—Es en serio —respondió
abatidamente.
—¿Con pinzas?
—No… Con las uñas.
—¡Auch!
Mr. Crepsley asintió.
—Le pedí que dejara de hacerlo…
que ya no quería imitarle… pero no me
hizo caso. Creía que había que acabar lo
que se empieza. Tras varios meses de
aguantar que me arrancara los pelos de
la nariz, tuve una idea genial, y me los
chamusqué con un hierro candente (¡algo
que te aconsejo que no intentes hacer!),
para que no volvieran a crecer.
—¿Y qué pasó?
Mr. Crepsley se ruborizó.
—Empezó a arrancarme los pelos de
otro sitio aún más sensible.
—¿De dónde? —inquirí
ansiosamente. El vampiro enrojeció aún
más.
—No te lo diré… Es demasiado
embarazoso.
Más tarde, cuando me encontré a
Seba y se lo pregunté, se echó a reír
perversamente y respondió: “¡De las
orejas!”
Mientras nos poníamos los zapatos,
un vampiro rubio y esbelto con un traje
de color azul intenso irrumpió
violentamente en la habitación, cerrando
de golpe la puerta tras él. Se apoyó
contra ella, jadeando, sin percatarse de
nuestra presencia, hasta que Mr.
Crepsley le habló.
—Kurda, ¿eres tú?
—¡No! —chilló el vampiro,
agarrando el pomo. Entonces se detuvo y
volvió la cabeza por encima del
hombro. ¿Larten?
—Sí —asintió Mr. Crepsley.
—Eso es diferente.
El vampiro se relajó y fue a nuestro
encuentro. Cuando se acercó lo
suficiente, reparé en las tres pequeñas
cicatrices rojas que tenía en la mejilla.
Me resultaron vagamente familiares,
pero no sabía por qué.
—Te andaba buscando. Quiero que
me hables de ese Harkat Mulds y su
mensaje… ¿Es cierto?
Mr. Crepsley se encogió de
hombros.
—Sólo he escuchado rumores. No
nos contó nada mientras veníamos hacia
aquí.
Mr. Crepsley no había olvidado la
promesa hecha a Harkat.
—¿Ni una palabra? —inquirió el
vampiro, tomando asiento sobre un
barril tumbado.
—Nos dijo que el mensaje era sólo
para los Príncipes —dije yo.
El vampiro me miró con curiosidad.
—Tú debes ser Darren Shan. He
oído hablar de ti. —Me estrechó la
mano. Yo soy Kurda Smahlt.
—¿De qué huías? —le preguntó Mr.
Crepsley.
—De las preguntas —rezongó
Kurda. Tan pronto como empezó a
circular la noticia de la presencia de esa
Personita y su mensaje, todo el mundo
me ha perseguido para que les
confirmara si era verdad.
—¿Y por qué tendrían que
preguntártelo a ti? —inquirió Mr.
Crepsley.
—Porque sé más sobre los
vampanezes que la mayoría. Y por mi
ordenación… Es increíble cuánto llegan
a esperar de uno en cuanto sube de
estatus…
—Gavner Purl me lo contó.
Felicidades —dijo Mr. Crepsley, con
cierta frialdad.
—No estás de acuerdo —observó
Kurda.
—No he dicho eso.
—No tienes que hacerlo. Está
escrito en tu cara. Pero no me importa.
No eres el único que tiene objeciones.
Estoy acostumbrado a ser objeto de
polémica.
—Disculpe —dije—, pero ¿qué es
una ordenación?
—Es el ascenso en la escala de la
organización —me explicó Kurda.
Hablaba en un tono ligero, y, tanto en sus
labios como en sus ojos, afloraba una
perenne sonrisa. Me recordaba a
Gavner, y de inmediato simpaticé con él.
—¿Y a qué cargo lo han ascendido?
—pregunté.
—Al más alto —sonrió. Voy a ser
Príncipe. Habrá una gran ceremonia y un
lío tremendo. —Hizo un mohín. Me temo
que será muy aburrido, pero no hay
forma de evitarlo. Los siglos de
tradición, el cumplimiento de las normas
y todo eso.
—No deberías hablar tan a la ligera
de tu ordenación —gruñó Mr. Crepsley.
Es un gran honor.
—Ya lo sé —suspiró Kurda. Lo
único que quiero es que la gente no haga
una montaña de un grano de arena. No he
hecho nada grandioso.
—¿Y por qué le nombran Príncipe
Vampiro? —pregunté.
—¿Por qué lo preguntas? —replicó
Kurda, con un brillo en los ojos.
¿Planeas ponerlo en práctica?
—No —reí entre dientes—, es
simple curiosidad.
—No hay un patrón determinado —
dijo. Para llegar a ser General, estudias
durante algunos años y pasas unas
pruebas con regularidad. Los Príncipes,
en cambio, son elegidos
esporádicamente y por diversas razones.
“Generalmente, un Príncipe es
alguien que se ha distinguido en
numerosas batallas y se ha ganado la
confianza y la admiración de sus
colegas. Es nominado por uno de los
Príncipes, y si los demás están de
acuerdo, asciende automáticamente de
rango. Si alguno tiene algo que objetar,
votan los Generales, y se acepta la
decisión de la mayoría. Si dos o más
Príncipes están en contra, se rechaza la
moción.
“Las votaciones estuvieron muy
ajustadas —dijo, con una amplia
sonrisa. El cincuenta y cuatro por ciento
de los Generales creen que soy un
candidato adecuado. ¡Lo cual significa
que poco menos de la mitad creen que
no lo soy!
—Fue la votación más ajustada que
ha habido nunca —dijo Mr. Crepsley.
Kurda sólo tiene ciento veinte años, lo
que le convierte en el Príncipe más
joven que hayamos tenido jamás, y
muchos Generales opinan que es
demasiado joven para merecer su
respeto. Lo aceptarán una vez que haya
sido nombrado (la decisión de la
mayoría no se puede cuestionar), pero a
regañadientes.
—Vamos —dijo Kurda—, no me
encubras dejando que el chico piense
que es mi edad lo que les molesta. Ven
aquí, Darren. —Me acerqué y flexionó
el brazo derecho, intentando hacer
sobresalir los bíceps. ¿Qué opinas?
—No son gran cosa —respondí
sinceramente. Kurda lanzó un grito de
gozo.
—¡Que los dioses de los vampiros
nos protejan de la sinceridad de los
niños! Pero tienes razón: no son gran
cosa. Cada uno de los otros Príncipes
tiene bíceps del tamaño de bolos. Los
Príncipes son siempre los más altos,
fuertes y valientes entre los vampiros.
Yo soy el primero que ha sido elegido
por esto —se dio un golpecito en la
cabeza—: Mi cerebro.
—¿Quiere decir que usted es más
inteligente que los demás?
—En cierto modo —dijo, e hizo una
mueca. En realidad, no — suspiró.
Simplemente, utilizo el cerebro más que
la mayoría. No creo que los vampiros
deban aferrarse a las viejas costumbres
tan estrictamente como lo hacen. Pienso
que deberíamos avanzar y adaptarnos a
la vida de principios del siglo veinte. Y
sobre todo, creo que deberíamos
esforzarnos por conseguir la paz con
nuestros enemistados hermanos, los
vampanezes.
—Kurda es el primer vampiro desde
la firma del tratado de paz que está en
consorcio con los vampanezes —dijo
Mr. Crepsley ásperamente.
—¿En consorcio? —inquirí,
inseguro.
—Me he reunido con ellos —
explicó Kurda. He pasado gran parte de
los últimos treinta o cuarenta años
buscándolos, hablando con ellos y
conociéndolos mejor. Así fue como
conseguí estas cicatrices —se señaló el
lado izquierdo de la cara. Tuve que
dejar que me marcaran, como una forma
de entregarme a ellos y obtener su
misericordia.
Ahora ya sabía por qué esas
cicatrices me resultaban familiares:
¡había visto marcas similares en un
humano a quien Murlough, el vampanez
demente, había convertido en su presa
seis años atrás! Los vampanezes eran
muy tradicionales y marcaban a sus
presas antes de matarlas, haciéndoles
siempre tres arañazos en la mejilla
izquierda.
—Los vampanezes no son tan
diferentes de nosotros como la mayoría
de los vampiros cree —continuó Kurda.
Muchos están deseando volver a nuestro
lado. Habrá que firmar algunos
compromisos (ambas partes tendrán que
ceder en ciertas cuestiones), pero estoy
seguro de que podremos llegar a un
acuerdo y vivir juntos de nuevo, como
una sola raza.
—Por eso va a ser ordenado —dijo
Mr. Crepsley. Muchos Generales (el
cincuenta y cuatro por ciento, al menos),
piensa que ya es hora de que nos
reunamos con los vampanezes. Los
vampanezes confían en Kurda, pero son
reacios a negociar con los otros
Generales. Cuando Kurda sea Príncipe,
controlará por completo a los
Generales, y los vampanezes saben que
ningún General desobedecerá una orden
de un Príncipe. De modo que si él envía
a un vampiro a parlamentar, los
vampanezes confiarán en él y aceptarán
hablar. Ésa es la idea, al menos.
—¿No estás de acuerdo con ello,
Larten? —preguntó Kurda. Mr. Crepsley
parecía preocupado.
—Hay muchas cosas que admiro de
los vampanezes, y nunca me he opuesto
a que lleguemos a un entendimiento con
ellos. Pero yo no me apresuraría a
concederles un portavoz entre los
Príncipes.
—¿Crees que me utilizarían para
imponer entre nosotros sus creencias,
como hicimos con ellos? —sugirió
Kurda.
—Algo así.
Kurda meneó la cabeza.
—Quiero crear un clan de iguales.
No intentaría imponer ningún cambio
con el que el resto de los Príncipes y los
Generales no estuvieran de acuerdo.
—Si es así, te deseo suerte. Pero las
cosas están ocurriendo demasiado
rápido para mi gusto. Si aún fuera un
General, habría promovido una campaña
en tu contra.
—Espero vivir lo suficiente para
demostrarte que tu falta de confianza en
mí carece de fundamentos —suspiró
Kurda, y luego se volvió hacia mí. ¿Qué
opinas tú, Darren? ¿No crees que ha
llegado la hora de un cambio?
Vacilé antes de responder.
—No sé lo suficiente sobre
vampiros y vampanezes para opinar
sobre eso —dije.
—Tonterías —resopló Kurda. Todo
el mundo tiene derecho a opinar. Vamos,
Darren, dime lo que piensas. Me gusta
saber lo que opinan los demás. El
mundo sería un lugar más sencillo y
seguro si todos dijéramos libremente lo
que pensamos.
—Bueno —dije lentamente—, no
estoy seguro de que me guste la idea de
hacer tratos con los vampanezes (creo
que no está bien matar a los humanos de
los que se bebe), pero si puede
persuadirlos de que dejen de matar,
sería estupendo.
—Este chico tiene cerebro —dijo
Kurda, haciéndome un guiño. Lo que has
dicho resume en dos palabras mis
propios argumentos. Matar a los
humanos es deplorable y es una de las
concesiones que los vampanezes tendrán
que hacer antes de firmar cualquier
acuerdo. Pero a menos que hablemos
con ellos y nos ganemos su confianza,
nunca se detendrán. ¿Y no sería mejor
cambiar algunas de nuestras costumbres
si con ello consiguiéramos detener una
matanza?
—Desde luego —convine.
—Hum —gruñó Mr. Crepsley, y no
volvió a decir nada más sobre el tema.
—En cualquier caso —dijo Kurda
—, no puedo quedarme aquí escondido
para siempre. Ya es hora de volver y
seguir eludiendo preguntas. ¿Seguro que
no podéis decirme nada más sobre esa
Personita y su mensaje?
—Me temo que no —respondió
cortantemente Mr. Crepsley.
—Oh, bueno. Supongo que ya me
enteraré cuando vaya a la Cámara de los
Príncipes y lo vea por mí mismo. Espero
que disfrutes de tu estancia en la
Montaña de los Vampiros, Darren.
Podríamos encontrarnos una vez que se
haya calmado todo este caos y charlar
tranquilamente.
—Me gustaría —dije.
—Larten —saludó a Mr. Crepsley.
—Kurda.
Salió de la estancia.
—Kurda es simpático —comenté.
Me gusta.
Mr. Crepsley me miró de reojo, se
rascó la larga cicatriz que surcaba su
mejilla izquierda, dirigió una mirada
pensativa a la puerta por la que Kurda
había salido y volvió a gruñir.
—Hum.

Capítulo 15

Pasaron dos noches largas y


tranquilas. Harkat había tenido que
quedarse en la Cámara de los Príncipes
para responder a sus preguntas. Gavner
tuvo que atender sus asuntos como
General, y sólo le veíamos cuando se
arrastraba hasta su ataúd a la hora de
dormir. Pasé la mayor parte del tiempo
con Mr. Crepsley, en la Cámara de
Khledon Lurt (tenía que ponerse al día
hablando con viejos amigos a los que no
había visto en muchos años), o visitando
los almacenes con él y con Seba Nile.
El viejo vampiro estaba más
preocupado que la mayoría por el
mensaje de Harkat. Era el segundo
vampiro más viejo de la montaña (el
más viejo de todos era un Príncipe,
Paris Skyle, que tenía más de
ochocientos años) y el único que había
estado aquí cuando Mr. Tiny los visitó y
realizó su profecía cientos de años atrás.
—Muchos de los vampiros actuales
no creen en las viejas historias
—dijo. Piensan que la advertencia
de Mr. Tiny es un cuento que inventamos
para asustar a los jóvenes vampiros.
Pero yo recuerdo cómo fue. Recuerdo el
modo en que retumbaron sus palabras en
la Cámara de los Príncipes, y el miedo
que nos embargó a todos. El Lord
Vampanez no es una simple leyenda. Es
real. Y ahora, al parecer, se está
acercando.
Seba se sumió en el silencio. Había
estado bebiendo una jarra de cerveza
tibia, y de repente parecía haber perdido
todo interés en ella.
—Aún no ha llegado —dijo Mr.
Crepsley fervientemente. Mr. Tiny es tan
viejo como el mismo tiempo. Cuando
dice que la noche se acerca, puede que
se refiera a que sea dentro de unos
cientos o quizá miles de años.
Seba meneó la cabeza.
—Ya hemos tenido cientos de años:
siete siglos enfrentándonos a los
vampanezes, resistiéndonos a ellos.
Tendríamos que haberlos exterminado a
todos, cualesquiera que fueran las
consecuencias. Habría sido mejor
dejarnos llevar al borde de la extinción
por los humanos que ser aniquilados por
los vampanezes.
—Eso es una estupidez —masculló
Mr. Crepsley. Yo prefiero enfrentarme a
ese mítico Lord Vampanez que a un
humano real blandiendo una estaca. Y tú
también.
Seba asintió abatidamente y dio un
sorbo a su cerveza.
—Puede que tengas razón. Soy
viejo. Ya no razono con tanta claridad
como antes. Tal vez sean sólo los
temores de un viejo que ha vivido
demasiado. Aún así…
Tan pesimistas reflexiones estaban
en boca de todos. Incluso aquellos que
se burlaban abiertamente ante la idea de
un Lord Vampanez siempre acababan sus
frases con un “aún así…”, o un “sin
embargo…”, o un “pero…”. La tensión
flotaba en el aire polvoriento de los
túneles y las Cámaras de la Montaña de
los Vampiros en constante expansión,
agobiando a todos los presentes.
El único al que no parecían
preocuparle los rumores era Kurda
Smahlt. Volvió a nuestras habitaciones,
tan optimista como siempre, la tercera
noche después de que Harkat hubiera
entregado su mensaje.
—¡Saludos! —dijo. He tenido un par
de noches moviditas, pero al fin las
cosas se han calmado y dispongo de
unas cuantas horas libres. Había
pensado en llevar a Darren a conocer
las Cámaras.
—¡Estupendo! —dije, con una
sonrisa radiante. Mr. Crepsley iba a
llevarme, pero no habíamos tenido la
oportunidad.
—¿Te importa que venga conmigo,
Larten? —preguntó Kurda.
—En absoluto —repuso Mr.
Crepsley. Me siento abrumado por el
honor que su Eminencia nos concede,
encontrando tiempo para hacer de guía
tan cerca de su ordenación —añadió con
cortante ironía, pero Kurda ignoró su
sarcasmo.
—Puedes acompañarnos si quieres
—le ofreció alegremente.
—No, gracias —rechazó Mr.
Crepsley, con una ligera sonrisa.
—De acuerdo —dijo Kurda. Tú te
lo pierdes. ¿Listo, Darren?
—¡Listo! —contesté, y salimos de la
habitación.
***
Kurda me llevó primero a ver las
cocinas. Eran unas cavernas enormes,
construidas a gran profundidad bajo la
mayoría de las Cámaras. Unos grandes
fuegos ardían vivamente, y los cocineros
trabajaban por turnos las veinticuatro
horas durante el Consejo. Tenían que
alimentar a todos los visitantes.
—Esto es más tranquilo el resto del
tiempo —dijo Kurda. Normalmente no
hay más de treinta vampiros residiendo
aquí. A menudo tienes que cocinar para
ti mismo si no quieres comer con el
resto a la hora fijada.
De las cocinas pasamos a las
Cámaras establo, donde se criaban y
alimentaban ovejas, cabras y vacas.
—Nunca podríamos traer suficiente
leche y carne para alimentar a todos los
vampiros —explicó Kurda cuando le
pregunté por qué tenían animales vivos
en la montaña. Esto no es un hotel,
donde puedas llamar a un proveedor y
reponer los alimentos cuando quieras.
Traer comida es complicado. Es más
sencillo criar aquí a los animales por
nuestra cuenta y sacrificarlos cuando es
necesario.
—¿Y la sangre humana? —pregunté.
¿De dónde la sacan?
—De donantes generosos —
respondió guiñándome un ojo, y
haciéndome avanzar (sólo mucho
después comprendí que había eludido la
cuestión).
La Cámara de Cremación fue nuestra
siguiente parada. Allí se incineraba a
los vampiros que morían en la montaña.
—¿Y si no quieren ser incinerados?
——inquirí.
—Por extraño que parezca, es raro
que un vampiro pida ser enterrado A—
dijo. Tal vez tenga que ver con todo el
tiempo que han pasado en ataúdes
estando vivos. De todos modos, si
alguien pide un entierro, se respetan sus
deseos. No hace mucho, llevábamos a
nuestros muertos hasta una corriente
subterránea y dejábamos que se los
llevara el agua. Hay una cueva, muy por
debajo de las Cámaras, que se abre a
una de las corrientes más grandes. Se
llama la Cámara del Último Viaje,
aunque ya no solemos usarla. Te la
enseñaré si bajamos por ese camino.
—¿Por qué habríamos de hacerlo?
—pregunté. Pensaba que esos túneles
sólo se utilizaban para entrar y salir de
la montaña.
—Una de mis aficiones es la de
hacer mapas —dijo Kurda. Llevo
décadas intentando hacer mapas exactos
de la montaña. Con las Cámaras es fácil,
pero los túneles son mucho más
complicados. Nunca han sido señalados,
y muchos están torpemente esbozados.
Intento recorrerlos cada vez que vengo,
y hacer planos de unas cuantas zonas
desconocidas, pero no tengo tanto
tiempo como quisiera para trabajar en
ello. Y aún tendré menos cuando sea
Príncipe.
—Parece una afición interesante —
dije. ¿Podría acompañarle la próxima
vez que vaya a hacer mapas? Me
encantaría ver cómo lo hace.
—¿De verdad te interesa? —Parecía
sorprendido.
—¿Y por qué no? Se echó a reír.
—Estoy acostumbrado a que el resto
de los vampiros se queden dormidos
cada vez que empiezo a hablarles de
mapas. La mayoría nosienten el menor
interés en asuntos tan mundanos. Entre
los vampiros se suele decir que los
mapas son para los humanos. La mayoría
prefieren descubrir nuevos territorios
por su cuenta, a pesar de los peligros,
que seguir un mapa.
La Cámara de Cremación era una
gran habitación octogonal con un techo
alto lleno de grietas. En el centro había
un foso (donde se quemaba a los
vampiros muertos), y un par de largos y
nudosos bancos en el rincón más
apartado, hechos de huesos. Dos
mujeres y un hombre estaban sentados en
los bancos, susurrándose unos a otros,
con un niño a sus pies, jugando con
huesos de animales dispersados. No
tenían aspecto de vampiros: eran
delgados, de apariencia enfermiza,
cabellos lacios y ropas harapientas;
tenían la piel mortalmente pálida y
reseca, y sus ojos eran
espeluznantemente blancos. Los adultos
se levantaron cuando entramos, cogieron
al niño y desaparecieron por la puerta
que había al final de la estancia.
—¿Quiénes son? —pregunté.
—Los Guardianes de esta Cámara
—respondió Kurda.
—¿Son vampiros? —indagué. No lo
parecen. Y pensaba que yo era el único
niño vampiro de la montaña.
—Y lo eres —dijo Kurda.
—Entonces, ¿quién…?
—¡Pregúntamelo más tarde! —
exclamó Kurda con una inusual
brusquedad. Parpadeé ante su tono
cortante, y me sonrió y se disculpó de
inmediato. Te lo diré cuando hayamos
concluido el recorrido — dijo
suavemente. Da mala suerte hablar de
ellos aquí. No soy supersticioso por
naturaleza, pero prefiero no tentar al
destino en lo que respecta a los
Guardianes.
Aunque había excitado mi
curiosidad, no aprendí más sobre
aquellos extraños Guardianes hasta
mucho después, ya que al final del
recorrido no me encontraba en
condiciones de preguntar nada y me
había olvidado completamente de ellos.
Dejé a un lado el tema de los
Guardianes y me dediqué a examinar el
foso crematorio, que era sólo un agujero
excavado en el suelo. En el fondo había
hojas y ramas que esperaban el fuego.
Había grandes ollas en torno al agujero,
con un palo en cada una. Me pregunté
para qué servirían.
—Son morteros para los huesos —
dijo Kurda.
—¿Qué huesos?
—Los de los vampiros. El fuego no
quema los huesos. Cuando se apaga el
fuego, se sacan los huesos, se meten en
las ollas y se reducen a polvo con los
morteros.
—¿Y qué hacen con el polvo? —
pregunté.
—Lo usamos para espesar el caldo
de murciélago —respondió Kurda con
absoluta seriedad, y soltó una carcajada
cuando me vio ponerme verde. ¡Es
broma! El polvo se lanza al viento, en el
exterior de la montaña, para dejar libre
el espíritu de los vampiros muertos.
—No sé si me gusta este sistema —
comenté.
—Es mejor que enterrar a una
persona y dejar que se la coman los
gusanos —dijo Kurda. Aunque,
personalmente, me gustaría que me
embalsamaran cuando me llegue la hora.
—Hizo una pausa durante un instante, y
se echó a reír de nuevo.
Dejamos la Cámara de Cremación y
nos dirigimos a las tres Cámaras
Deportivas (individualmente se las
llamaba la Cámara de Basker Wrent, la
de Rush Flon’x y la de Oceen Pird,
aunque la mayoría de los vampiros las
llamaban simplemente las Cámaras
Deportivas). Estaba ansioso por verlas,
pero mientras íbamos hacia allí, Kurda
hizo una pausa ante una puertecita,
inclinó la cabeza, cerró los ojos y se
tocó los párpados con la punta de los
dedos.
—¿Por qué hace eso? —pregunté.
—Es la costumbre —dijo, y siguió
adelante. Yo me quedé mirando la
puerta.
—¿Cómo se llama esta Cámara? —
pregunté. Kurda vaciló.
—No creo que quieras conocerla —
dijo.
—¿Por qué no? —insistí.
—Porque es la Cámara de la Muerte
—respondió en voz baja.
—¿Es otra Cámara de Cremación?
Él meneó la cabeza.
—Es una sala de ejecuciones.
—¿Ejecuciones?
Ahora sentía una enorme curiosidad.
Kurda se dio cuenta y suspiró.
—¿Quieres entrar? —inquirió.
—¿Puedo?
—Sí. Pero no es un lugar agradable.
Sería mejor seguir directamente hacia
las Cámaras Deportivas.
¡Semejante advertencia no hizo más
que aumentar mis deseos de ver lo que
acechaba tras aquella puerta! Al darse
cuenta, Kurda la abrió y me hizo pasar.
La Cámara estaba escasamente
iluminada, y al principio pensé que no
había nadie. Entonces descubrí a uno de
aquellos pálidos Guardianes, sentado al
fondo entre las sombras. No se levantó
ni pareció percatarse de nuestra llegada.
Empecé a preguntarle a Kurda, pero al
instante el General sacudió la cabeza y
siseó en voz baja:
—¡De ningún modo vamos a hablar
de ellos aquí!
No vi nada terrorífico en aquella
Cámara. Había un foso en el centro y
unas jaulas de madera liviana colocadas
junto a las paredes, pero, aparte de eso,
estaba vacía y no tenía nada de especial.
—¿Qué hay de terrible en este lugar?
—pregunté.
—Te lo enseñaré —dijo Kurda, y me
condujo al borde del foso. Miré hacia el
fondo oscuro y entonces vi docenas de
afiladas lanzas en el suelo, apuntando
amenazadoramente hacia arriba.
—¡Estacas! —jadeé.
—Sí —confirmó Kurda suavemente.
Éste es el origen de la leyenda de la
estaca que atraviesa el corazón. Cuando
un vampiro es traído a la Cámara de la
Muerte, se le ata dentro de una jaula
(una de ésas que están junto a la pared)
y la suspenden con cuerdas sobre el
foso. Luego se la deja caer desde lo alto
y las estacas atraviesan al vampiro. La
muerte es a menudo lenta y dolorosa, y
no es raro que a un vampiro se le tenga
que dejar caer tres o cuatro veces antes
de morir.
—Pero ¿por qué? —Me sentía
horrorizado. ¿A quiénes matan aquí?
—A los ancianos o a los lisiados,
junto con los locos y los traidores
—respondió Kurda. Los vampiros
viejos o lisiados piden la muerte. Si son
lo suficientemente fuertes, prefieren
luchar hasta la muerte, o adentrarse en la
espesura y morir cazando. Pero los que
carecen de la fuerza o la habilidad para
morir por su cuenta piden que les traigan
aquí, donde puedan enfrentarse a la
muerte con valor.
—¡Eso es horrible! —grité. ¡Los
ancianos no deberían morir así!
—Estoy de acuerdo —dijo Kurda.
Creo que los vampiros tienen un
concepto equivocado de la nobleza. Los
viejos y los enfermos a menudo tienen
mucho que ofrecer, y, personalmente,
pienso aferrarme a la vida tanto como
me sea posible. Pero la mayoría de los
vampiros se mantienen en la vieja
creencia de que la vida sólo vale la
pena mientras uno sea capaz de
arreglárselas solo.
“Con los vampiros locos es distinto
—prosiguió. A diferencia de los
vampanezes, decidimos no dejar que
nuestros locos anden sueltospor el
mundo, atormentando y masacrando a
los humanos. Y ya que es demasiado
complicado mantenerlos encerrados (un
vampiro loco sería capaz de abrirse
camino a zarpazos a través de una pared
de piedra), ejecutarlos es el modo más
piadoso de acabar con ellos.
—Podrían ponerles camisas de
fuerza —sugerí. Kurda sonrió con
amargura.
—No existe camisa de fuerza que
pueda contener a un vampiro. Créeme,
Darren, matar a un vampiro loco es un
acto de misericordia, tanto para el
mundo en general como para el propio
vampiro.
“Y lo mismo para los vampiros
traidores —añadió—, aunque no hay
muchos así. Destacamos por nuestra
lealtad; una de las ventajas de apegarse
a las viejas costumbres. Aparte de los
vampanezes (que al apartarse de
nosotros fueron considerados traidores,
y ejecutados como tales los que fueron
capturados), sólo han sido ejecutados
seis traidores en mil cuatrocientos años
desde que los vampiros viven aquí.
Miré las estacas con un escalofrío,
imaginándome a mí mismo atado en una
jaula, colgando sobre el foso, esperando
la caída.
—¿Les vendan los ojos? —pregunté.
—A los vampiros locos, sí, por
compasión. Los vampiros que eligen
morir en la Cámara de la Muerte
prefieren prescindir de ello: desean
mirar a la muerte a la cara y demostrar
que no la temen. A los traidores, en
cambio, se les coloca en las jaulas boca
arriba, de modo que den la espalda a las
estacas. Para un vampiro es una
deshonra morir atravesado por la
espalda.
—Pues yo preferiría darles la
espalda —resoplé. Kurda sonrió.
—Afortunadamente, nunca tendrás
que elegir. Luego me dio unas
palmaditas en el hombro y dijo:
—Este sitio es deprimente, y más
vale evitarlo. Vayamos a jugar a algo.
Y me hizo salir rápidamente de la
Cámara, ansioso por dejar atrás al
misterioso Guardián, las jaulas y las
estacas.

Capítulo 16

Las Cámaras Deportivas eran unas


cuevas gigantescas, llenas de
escandalosos, alborotadores y
entusiastas vampiros. Eran exactamente
lo que necesitaba para animarme
después de la inquietante visita a las
Cámaras de Cremación y de la Muerte.
En cada una de las tres Cámaras
tenían lugar varias competiciones. En su
mayoría eran pruebas de combate físico
(lucha, boxeo, kárate, levantamiento de
pesos, y cosas así), aunque el ajedrez
también gozaba de gran aceptación, ya
que agudizaba los reflejos y el ingenio.
Kurda encontró asientos para
nosotros junto al corro que contemplaba
la lucha, y nos pusimos a ver a los
vampiros intentando inmovilizar a sus
oponentes o lanzarlos fuera del ring.
Había que ser rápido de vista para
seguir sus movimientos, pues los
vampiros son mucho más veloces que
los humanos. Era como ver una pelea
grabada en video con el botón de avance
rápido presionado.
Las contiendas no eran solamente
más rápidas que sus equivalencias
humanas, sino también más violentas.
Huesos rotos, rostros ensangrentados y
contusiones estaban a la orden de la
noche. A veces, me dijo Kurda, el daño
era aún peor: los vampiros podían llegar
a matarse tomando parte en esos juegos,
o resultar tan gravemente heridos que el
viaje hacia la Cámara de la Muerte era
lo único que deseaban.
—¿Por qué no utilizan protecciones?
—pregunté.
—No creen en ellas —dijo Kurda.
Preferirían romperse el cráneo a llevar
casco. —Suspiró con disgusto. A veces
pienso que nunca entenderé del todo a
mi gente. Quizá me hubiera ido mejor si
hubiese seguido siendo humano.
Nos dirigimos a otro ring. En éste,
unos vampiros se pinchaban con lanzas
el uno al otro. Era algo parecido a la
esgrima (había que pinchar o cortar al
adversario tres veces para ganar), sólo
que mucho más peligroso y sangriento.
—Es horrendo —manifesté con voz
ahogada, mientras un vampiro al que le
habían abierto de un tajo la mitad
superior de un brazo reía como si nada y
felicitaba a su contrincante por tan buen
golpe.
—Deberías verlos cuando luchan en
serio —dijo alguien a nuestra espalda.
Esto sólo es un ejercicio de
calentamiento.
Me volví y vi a un vampiro pelirrojo
con un solo ojo. Vestía una túnica de
cuero de color azul oscuro y pantalones.
—A este juego lo llaman el arrancaojos
—me informó—, porque muchos
pierden un ojo, o ambos, mientras lo
practican.
—¿Fue así como perdió el suyo? —
indagué, mirando fijamente la cuenca
vacía de su ojo izquierdo y las
cicatrices que la rodeaban.
—No —respondió con una risita. Lo
perdí luchando contra un león.
—¿En serio? —exclamé.
—En serio.
—Darren, éste es Vanez Blane —
dijo Kurda. Vanez, éste es…
—Darren Shan —asintió Vanez,
estrechándome la mano. He escuchado
los rumores. Ha pasado mucho tiempo
desde que alguien de su edad pisó las
Cámaras de la Montaña de los
Vampiros.
—Vanez es el instructor —explicó
Kurda.
—¿Está a cargo de los juegos? —
pregunté.
—Apenas —dijo Vanez. Los juegos
están más allá incluso del control de los
Príncipes. Los vampiros somos
luchadores, lo llevamos en la sangre. Si
no es aquí, donde sus heridas puedan ser
atendidas, será fuera, donde se
desangrarían hasta la muerte sin recibir
ayuda. Vigilo un poco las cosas, eso es
todo —concluyó, esbozando una amplia
sonrisa.
—Y también adiestra a los vampiros
en la lucha —dijo Kurda. Vanez es uno
de nuestros instructores más valiosos.
La mayoría de los Generales de los
últimos cien años se han entrenado bajo
su supervisión. Incluido yo. —Se frotó
la nuca haciendo una mueca.
—¿Todavía estás enfadado por
aquella vez que te dejé inconsciente de
un mazazo, Kurda? —inquirió Vanez
gentilmente.
—No lo habrías conseguido si no me
hubieras pillado por sorpresa —
refunfuñó Kurda . ¡Creí que era un
cuenco de incienso!
Vanez aulló de risa y se golpeó las
rodillas.
—Siempre has sido brillante,
Kurda… excepto en lo concerniente a
las armas de combate. Uno de mis
peores alumnos —dijo, dirigiéndose a
mí. Veloz como una anguila, fibroso y
fuerte, pero no soportaba mancharse las
manos de sangre. Una vergüenza, podría
haber hecho maravillas con la lanza si
hubiera puesto suficiente dedicación.
—No hay nada maravilloso en
perder un ojo en un combate —bufó
Kurda.
—Lo es si ganas —objetó Vanez.
Cualquier herida es tolerable mientras
salgas victorioso.
Observamos despedazarse
mutuamente a los vampiros durante
media hora más (nadie perdió un ojo
mientras estuvimos allí), y luego Vanez
nos guió por las Cámaras, hablándome
de los juegos y cómo fortalecían a los
vampiros y los preparaban para vivir en
el mundo exterior.
De las paredes de las Cámaras
colgaban todo tipo de armas (algunas
antiguas, otras de uso general) y Vanez
me dijo cómo se llamaban y de qué
forma se utilizaban; incluso descolgó
algunas para hacerme unas
demostraciones. Eran unos pavorosos
instrumentos de destrucción: lanzas
dentadas, afiladas hachas, largos y
centelleantes cuchillos, pesados mazos,
bumeranes con bordes cortantes que
podían matar a ochenta yardas, garrotes
con las puntas llenas de púas, martillos
de guerra con cabezas de piedra capaces
de hundir el cráneo de un vampiro de un
golpe bien dado… Al cabo de un rato
me di cuenta de que no había armas de
fuego ni arcos con flechas, y pregunté la
razón de su ausencia.
—Los vampiros sólo pelean cara a
cara —me informó Vanez. No utilizamos
armas que se utilicen a distancia, como
pistolas, arcos u hondas.
—¿Nunca? —pregunté.
—¡Jamás! —dijo tajantemente.
Nuestra confianza en las armas de mano
es sagrada para nosotros… y también
para los vampanezes. Cualquier vampiro
que recurra a un arma de fuego o a un
arco se ganará el desprecio de todos
para el resto de su vida.
—Y aún solían ser más retrógrados
—replicó Kurda. Hasta hace doscientos
años, se suponía que un vampiro sólo
debía utilizar un arma fabricada por él
mismo. Cada vampiro se hacía sus
propios cuchillos, lanzas o garrotes.
Ahora, por fortuna, eso ha quedado
atrás, y podemos adquirir armas en
cualquier establecimiento. Pero muchos
vampiros aún se aferran a las viejas
costumbres y la mayor parte de las
armas utilizadas en los Consejos han
sido fabricadas a mano.
Dejamos las armas atrás, y nos
detuvimos junto a una serie de estrechos
tablones superpuestos. Unos vampiros
se balanceaban sobre ellos y cruzaban
de uno a otro, tratando de lanzar a sus
oponentes al suelo con unos largos
bastones de punta roma. Cuando
llegamos había seis vampiros en acción.
Minutos después, sólo quedaba uno
arriba: una mujer.
—¡Bien hecho, Arra! —aplaudió
Vanez. Como siempre, tu equilibrio es
impresionante.
La vampiresa saltó de las tablas y
aterrizó junto a nosotros. Iba vestida con
una camiseta blanca y unos pantalones
beige. Tenía el cabello largo y oscuro,
atado a la espalda. No era
particularmente hermosa (tenía un
semblante duro y algo ajado), pero
después de haber pasado tanto tiempo
mirando los feos caretos llenos de
cicatrices de los vampiros, me pareció
una estrella de cine.
—Kurda, Vanez… —saludó a los
vampiros, y luego clavó en mí sus
gélidos ojos grises. Y tú debes ser
Darren Shan. —No parecía
impresionada en lo más mínimo.
—Darren, ésta es Arra Sails —dijo
Kurda. Le tendí la mano, pero ella me
ignoró.
—Arra no le estrecha la mano a
aquéllos que no se han ganado su
respeto —susurró Vanez.
—Y respeta a muy pocos de
nosotros —añadió Kurda en voz alta.
¿Aún te niegas a estrecharme la
mano, Arra?
—Nunca estrecharé la mano de
alguien que rehuye la lucha — respondió
ella. Cuando seas Príncipe, me inclinaré
ante ti y acataré tus órdenes, pero jamás
te estrecharé la mano, ni bajo amenaza
de muerte.
—No creo que Arra votara por mí
en las elecciones —dijo Kurda con
humor.
—Yo tampoco lo hice —declaró
Vanez, con una perversa sonrisa.
—¿Te das cuenta de lo que es un día
normal en mi vida, Darren? — rezongó
Kurda. A la mitad de los vampiros que
hay aquí les encanta restregarme que
votaron en mi contra, mientras que la
mitad que sí lo hizo, casi nunca lo
admiten públicamente por miedo a que
los demás los miren con desprecio.
—Da igual —repuso Vanez, riendo
entre dientes. Todos tendremos que
rendirte pleitesía cuando seas Príncipe.
Sólo aprovechamos para chincharte
mientras podamos.
—¿No es un delito burlarse de un
Príncipe? —pregunté.
—Bueno, tanto como burlarnos… —
dijo Vanez. Esas cosas no se hacen.
Estudié a Arra mientras ella recogía
una astilla de uno de sus bastones de
punta roma. Parecía tan fuerte como
cualquier vampiro varón, no tan fornida,
pero sí musculosa. Mientras la
observaba, pensé en que había visto muy
pocas mujeres vampiro, y pregunté al
respecto.
Se hizo un largo silencio. Los dos
hombres parecían incómodos. Iba a
olvidarme del asunto, cuando Arra me
miró enarcando las cejas, y respondió:
—A las mujeres no les compensa ser
vampiros. El clan entero es estéril, así
que, para muchas, esta vida carece de
alicientes.
—¿Estéril? —inquirí.
—No podemos tener hijos —
concluyó.
—¿Qué…? ¿Ninguno puede…?
—Tiene que ver con nuestra sangre
—dijo Kurda. Ningún vampiro puede
engendrar ni procrear hijos. La única
forma de perpetuar la especie es
compartir nuestra sangre con los
humanos.
Me quedé estupefacto. Naturalmente,
hacía mucho tiempo que había dejado de
extrañarme que no hubiera más niños
vampiro, y que a todos les sorprendiera
tanto conocer a un joven semi-vampiro,
porque tenía tantas cosas en qué pensar
que nunca me había detenido a
considerarlo a fondo.
—¿Eso también se aplica a los semivampiros?
—pregunté.
—Me temo que sí —dijo Kurda,
frunciendo el ceño. ¿Es queLarten no te
lo había dicho?
Moví la cabeza con expresión
aturdida. ¡No podría tener hijos! No
había pensado mucho en ello (teniendo
en cuenta que sólo cumplía uno por cada
cinco años humanos, pasaría mucho
tiempo antes de que estuviera preparado
para ser padre), pero siempre había
asumido que tenía esa elección. Ahora
me alarmaba comprender que nunca
podría tener un hijo o una hija.
—Eso no está bien —musitó Kurda.
Nada, nada bien.
—¿Qué quiere decir? —pregunté.
—Se supone que los vampiros deben
informar de estas cosas a los humanos
que aspiran a serlo, antes de darles su
sangre. Es una de las razones por las que
casi nunca convertimos a niños:
preferimos hacerlo con gente que sabe
dónde se mete y lo que van a recibir.
Convertir a un niño de tu edad ya es
bastante malo, pero no advertirle de las
consecuencias… —Kurda meneó la
cabeza con abatimiento, mientras
intercambiaba una mirada con Arra y
Vanez.
—Tendrás que informar de esto a los
Príncipes —dijo Arra.
—Debo hacerlo —convino Kurda
—, pero estoy seguro de que Larten
pensaba hacerlo él mismo. Esperaré a
que lo haga. No sería justo adelantarnos
sin darle la oportunidad de explicar sus
motivos. ¿Puedo contar con vosotros
para guardar silencio sobre este asunto?
Vanez asintió, y un momento
después, también Arra.
—Pero si no habla enseguida… —
gruñó ella amenazadoramente.
—No lo entiendo —dije. ¿Mr.
Crepsley va a tener problemas por
haberme dado su sangre?
Kurda intercambió otra mirada con
Arra y Vanez.
—Probablemente, no —dijo,
tratando de quitarle importancia al
asunto. Larten es un vampiro viejo y
astuto. Sabe cómo son las cosas. Estoy
seguro de que podrá ofrecer a los
Príncipes una explicación satisfactoria.
—Y ahora —dijo Vanez, sin darme
tiempo a preguntar nada más—,¿qué te
parecería competir contra Arra en las
barras?
—¿Se refiere a subirnos a esas
tablas? —pregunté, encantado.
—Seguro que podremos encontrar un
bastón a tu medida. ¿Tú qué dices, Arra?
¿Alguna objeción a medirte con un
adversario más pequeño?
—Será una nueva experiencia —
meditó la vampiresa. Estoy
acostumbrada a derribar a hombres más
altos que yo. Será interesante
enfrentarme a uno más pequeño.
Se subió a las tablas de un salto, e
hizo girar el bastón sobre la cabeza y
bajo los brazos. Lo giraba más rápido
de lo que mis ojos podían seguir, y
empecé a pensar que tal vez no fuera tan
buena idea batirme con ella; pero si me
echaba atrás ahora, parecería un
cobarde.
Vanez encontró un bastón lo
suficientemente pequeño para mí, y
empleó unos minutos en enseñarme
cómo utilizarlo.
—Sujétalo por el centro —me
instruyó. De este modo podrás golpear
con cualquiera de los extremos. No lo
balancees con demasiada fuerza o tu
propio ataque se volverá contra ti.
Apunta a sus piernas y a su estómago.
Olvídate de la cabeza, eres demasiado
pequeño para apuntar tan alto. Intenta
zancadillearla. Ve a por sus rodillas y a
por los dedos de los pies: esos son los
puntos débiles.
—¿Y no le dices nada sobre cómo
defenderse? —le interrumpió Kurda. En
mi opinión, eso es lo más importante.
Han pasado once años desde que Arra
fue vencida en las barras. Enséñale
cómo procurar que no le parta el cráneo,
Vanez, y olvídate de lo demás.
Vanez me mostró cómo bloquear los
golpes bajos y los dirigidos a los
costados y a la cabeza.
—El truco es mantener el equilibrio
—dijo. No es lo mismo luchar sobre las
barras que en el suelo. No puedes
limitarte a parar un golpe.
Tienes que mantenerte firme sobre
tus pies, y estar listo para el siguiente. Y
a veces es mejor encajar un golpe que
esquivarlo.
—Tonterías —resopló Kurda. Tú
esquiva todos los que puedas, Darren.
¡No quiero devolverte a Larten en
camilla!
—Pero ella no me hará daño en
serio, ¿verdad? —pregunté, alarmado.
Vanez se echó a reír.
—¡Claro que no! Kurda sólo te está
liando. No te lo va a poner fácil (Arra
no conoce el significado de esa
palabra), pero seguro que no se pasará
demasiado contigo. —Alzó la mirada
hacia Arra y murmuró en voz muy baja
—: Al menos, eso espero.

Capítulo 17

Me quité los zapatos y me subí a las


barras. Tardé uno o dos minutos en
acostumbrarme a ellas, caminando a lo
largo, concentrándome en mantener el
equilibrio. Sin el bastón era fácil (los
vampiros poseemos un gran sentido del
equilibrio), pero con él, la cosa se
complicaba. Amagué algunos golpes
para probar, y estuve a punto de caerme.
—¡Golpes cortos! —masculló
Vanez, corriendo a sostenerme.
¡Los giros largos serán tu fin!
Seguí el consejo de Vanez y pronto
le cogí el truco. En un par de minutos
más, ya saltaba de una barra a otra,
agachándome y brincando, y estaba listo.
Nos situamos en medio de las barras
y entrechocamos nuestros bastones a
modo de saludo. Arra sonreía: era obvio
que no creía que tuviera la más mínima
posibilidad contra ella. Nos apartamos y
Vanez dio una palmada para que diera
comienzo el combate.
Arra atacó inmediatamente y me
golpeó en el estómago con el extremo de
su bastón. Mientras intentaba evitarla,
trazó un amplio círculo con su bastón en
busca de mi cabeza: ¡un aplasta-cráneos!
Me las arreglé para alzar mi bastón al
mismo tiempo y desviar el golpe, pero
el impacto estremeció todo mi cuerpo,
obligándome a doblar las rodillas. El
bastón se me resbaló de las manos, pero
logré retenerlo antes de que cayera.
—¿Es que pretendes matarlo? —
gritó Kurda, furioso.
—Las barras no son para niñitos
incapaces de defenderse —repuso
Arra con sarcasmo.
—¡Pues se acabó! —resopló Kurda,
acercándose a zancadas hasta mí.
—Como desees —dijo Arra,
bajando el bastón y volviéndome la
espalda.
—¡No! —rugí, poniéndome en pie y
levantando el bastón. Kurda se paró en
seco.
—Darren, no tienes por qué…
—Quiero hacerlo —le interrumpí.
Luego, me volví hacia Arra—: Vamos…
Estoy listo.
Arra me encaró con una sonrisa,
pero ahora no expresaba burla, sino
admiración.
—El semi-vampiro tiene carácter.
Me alegra saber que el chico no es un
redomado pusilánime. Ahora, veamos
hasta dónde te lleva tu espíritu.
Atacó de nuevo sin previo aviso,
lanzando golpes cortos y cortantes de
izquierda a derecha. Los bloqueé lo
mejor que pude, aunque tuve que encajar
alguno en los brazos y los hombros.
Retrocedí hasta el extremo de la tabla,
lentamente, protegiéndome, y entonces,
la esquivé de un salto en el momento en
que trazaba un amplio arco hacia mis
piernas.
Arra no había previsto aquel salto y
perdió el equilibrio. Aproveché para
lanzar mi primer ataque en aquella
prueba y golpearla con contundencia en
el muslo izquierdo. No dio la impresión
de que le hubiera hecho mucho daño,
pero aquello la cogió por sorpresa y
lanzó un rugido de sorpresa.
—¡Un punto para Darren! —gritó
Kurda, entusiasmado.
—Esto no va por puntos —gruñó
Arra.
—Será mejor que tengas cuidado,
Arra —dijo Vanez, ahogando una risita,
con su único ojo centelleando. Me
parece que el chico es capaz de
vencerte, y nunca podrías volver a
aparecer por las Cámaras si un semivampiro
adolescente llega a derrotarte
en las barras.
—La noche en que me supere
alguien como él, dejaré que me metas en
una de las jaulas de la Cámara de la
Muerte y que me lances contra las
estacas —gruñó Arra. Ahora estaba
furiosa (no soportaba las provocaciones
de quienes la observaban desde el
suelo), y cuando se volvió nuevamente
hacia mí, su sonrisa había desaparecido.
Me moví cautelosamente, consciente
de que un buen golpe no significaba
nada. Si me confiaba y bajaba la
guardia, ella acabaría conmigo en un
abrir y cerrar de ojos. Mientras
avanzaba hacia mí, yo retrocedí poco a
poco. La dejé acercarse un par de pasos,
y entonces salté a otra barra. Volví a
retroceder, y salté a otra, y luego a otra.
Esperaba sacarla de quicio. Si
conseguía alargar el duelo, quizá lograra
hacerla perder los estribos y cometer un
error. Pero la paciencia de los vampiros
es legendaria, y Arra no era la
excepción. Me persiguió como una gata
a un pajarillo, ignorando las pullas de
quienes se habían congregado bajo las
barras para contemplar la lucha,
tomándose su tiempo, permitiéndome
continuar con mis tácticas evasivas,
esperando el momento justo para atacar.
Al final me acorraló y no tuve más
opción que pelear. Le lancé un par de
golpes bajos (tratando de golpear sus
pies y sus rodillas, como me había
aconsejado Vanez), pero no eran lo
bastante fuertes y los encajósin
pestañear. Mientras me agachaba para
golpear sus pies una vez más, saltó a la
barra contigua y descargó la parte plana
de su bastón sobre mi espalda. Rugí de
dolor y me dejé caer de bruces. El
bastón se me cayó al suelo.
—¡Darren! —gritó Kurda,
precipitándose hacia mí.
—¡Déjalo! —exclamó Vanez,
sujetándolo.
—¡Pero está herido!
—Sobrevivirá. No lo avergüences
delante de todos. Déjale luchar. A
regañadientes, Kurda obedeció a Vanez.
Arra, mientras tanto, había decidido
que ya había acabado conmigo. En lugar
de golpearme, metió la punta roma de su
bastón bajo mi estómago e intentó
empujarme fuera de la barra. Volvía a
sonreír. Dejé rodar mi cuerpo, pero me
sujeté a la barra con las manos y los
pies para no caer. Di la vuelta por
completo hasta que quedé colgando al
revés, y entonces recuperé mi bastón del
suelo y golpeé a Arra entre las
pantorrillas. Con un súbito giro, la hice
caer. Lanzó un chillido, y durante una
fracción de segundo tuve la certeza de
que la había tirado y vencido, pero se
agarró a la barra y se mantuvo allí,
como yo había hecho. Sin embargo, su
bastón había caído al suelo y rodaba
fuera de su alcance.
Los vampiros que se habían reunido
a presenciar el combate (ahora había
unos veinte o treinta alrededor de las
barras) aplaudieron entusiásticamente,
mientras nos incorporábamos sin dejar
de vigilarnos el uno al otro. Alcé el
bastón y sonreí.
—Parece que soy yo ahora el que
lleva ventaja —apunté con
fanfarronería.
—No por mucho tiempo —dijo
Arra. ¡Voy a arrancarte ese bastón de las
manos y a partirte la cabeza con él!
—¿Ah, sí? —sonreí. Pues
adelante… ¡Inténtalo!
Arra extendió las manos hacia mí.
En realidad, no me esperaba que fuera a
atacarme sin el bastón, y no estaba
seguro de lo que debía hacer. No me
gustaba la idea de golpear a un
contrincante desarmado, y menos a una
mujer.
—Pues recoger el bastón, si quieres
—le ofrecí.
—No está permitido abandonar las
barras —replicó.
—Pues que te lo alcance alguien.
—Eso tampoco está permitido.
Retrocedí.
—No pienso atacarte si no tienes
algo con lo que defenderte —dije. ¿Te
parece bien que tire mi bastón y
luchemos cuerpo a cuerpo?
—Un vampiro que abandona su arma
es un estúpido —dijo Arra. Si tiras el
bastón, te lo clavaré en la garganta para
que aprendas lo que significa subirse a
las barras.
—¡De acuerdo! —mascullé, irritado.
¡Hagámoslo a tu modo! Dejé de
retroceder, levanté el bastón y arremetí
contra ella.
Arra estaba inclinada (en esa
posición su centro de gravedad era más
bajo y sería más difícil arrojarla al
suelo), así que apunté a su cabeza. Le
lancé un golpe a la cara con la punta del
bastón. Esquivó el primer par de golpes,
pero el tercero la alcanzó en la mejilla.
No la hizo sangrar, pero le produjo un
feo verdugón.
Ahora fue Arra la que retrocedió.
Cedió terreno a regañadientes,
resistiendo mis golpes más suaves,
parándolos con los brazos y las manos y
reculando sólo para esquivar los más
fuertes. A pesar de lo que me había
dicho a mí mismo, acabé confiándome
en exceso y creí tenerla ya donde quería.
En lugar de intentar doblegarla poco a
poco, decidí darle enseguida el golpe de
gracia, y eso demostró mi inexperiencia.
Disparé velozmente el extremo del
bastón hacia un lado de su cabeza, con
la intención de darle en la oreja. Fue un
golpe al azar, ni tan certero ni tan rápido
como debería haber sido. Di en el
blanco, pero sin la potencia necesaria, y
antes de que pudiera asestar otro golpe,
las manos de Arra entraron en acción.
La derecha agarró el extremo del
bastón, sujetándolo con fuerza. La
izquierda se cerró en un puño y se
estrelló en mi mandíbula. Me golpeó de
nuevo y vi las estrellas. Mientras se
disponía a propinarme un tercer
puñetazo, reaccioné automáticamente
tratando de ponerme fuera de su alcance,
y entonces, de un rápido tirón, me
arrebató el bastón de las manos.
—¿Y ahora, qué? —gritó
triunfalmente, haciendo girar el bastón
sobre su cabeza. ¿Quién lleva ahora
ventaja?
—Tranquila, Arra —dije
nerviosamente, retrocediendo ante su
fiera expresión. Te dije que podías
recoger tu bastón, ¿recuerdas?
—Y me negué —respondió con
rabia.
—Deja que coja un bastón, Arra —
dijo Kurda. No puedes pretender que se
defienda con las manos desnudas. No
sería justo.
—¿Tú qué dices, chico? —me
preguntó ella. Dejaré que pidas otro
bastón, si es lo que quieres.
Por su tono, supe que si lo hacía no
lograría que tuviera una opinión
precisamente elevada de mí.
Sacudí la cabeza. Habría dado
cualquier cosa por tener un bastón, pero
no podía pedir un trato especial, no
cuando Arra no lo había hecho.
—Está bien —dije. Lucharé sin él.
—¡Darren! —aulló Kurda. ¡No seas
estúpido! Retírate si no quieres otro
bastón. Has luchado bravamente y has
demostrado tu valor.
—No tienes por qué avergonzarte si
te retiras ahora —agregó Vanez. Miré a
Arra a los ojos y vi que ella esperaba
que me resignara y
abandonara.
—No —dije. No me retiraré. No
bajaré de estas barras hasta que me
arrojen de ellas.
Me adelanté, inclinándome, como
había hecho Arra.
Parpadeó, sorprendida, y, alzando el
bastón, se dispuso a concluir la lucha.
No perdí el tiempo. Paré su primer
golpe con la mano izquierda, encajé el
segundo en el estómago, esquivé el
tercero, y desvié el cuarto con la mano
derecha. Pero me dio de lleno con el
quinto en la cabeza. Doblé las rodillas,
aturdido. Percibí el silbido del bastón
de Arra cortando el aire antes de
impactar en el lado izquierdo de mi
rostro, y me estrellé contra el suelo.
Lo siguiente que supe fue que estaba
mirando fijamente al techo, rodeado de
vampiros preocupados.
—¿Darren? —decía Kurda con la
angustia temblando en su voz.
¿Estás bien?
—¿Qué… ha pasado? —resollé.
—Te noqueó —dijo. Has estado
inconsciente durante cinco o seis
minutos. Ya íbamos a pedir ayuda…
Me senté, sobreponiéndome al dolor.
—¿Por qué da vueltas la habitación?
—gemí. Vanez se echó a reír y me ayudó
a incorporarme.
—Se recuperará —dijo el instructor.
Ningún vampiro ha muerto nunca por
una pequeña conmoción. Se recobrará y
volverá a estar como nuevo.
—¿Aún falta mucho para llegar a la
Montaña de los Vampiros? —pregunté
débilmente.
—¡El pobre chico no sabe ni dónde
está! —barbotó Kurda, y se dispuso a
cogerme en brazos.
—¡Espera! —grité, con la cabeza un
poco más despejada. Mis ojos buscaron
a Arra y la vi sentada en una de las
barras, aplicándose crema sobre su
magullada mejilla. Me solté de Kurda,
avancé a trompicones hacia la
vampiresa, y me detuve ante ella,
esforzándome por mantener el tipo.
—¿Sí? —inquirió ella, mirándome
cautamente. Le tendí la mano, y dije:—
Estréchamela.
Arra miró mi mano, y luego a mis
ojos desenfocados.
—Una buena pelea no te convierte
en un guerrero —declaró.
—¡Estréchamela! —repetí, furioso.
—¿Y si no quiero?
—Volveré a subirme a esas barras y
lucharé contigo hasta que lo hagas —
gruñí.
Arra me estudió con detenimiento, y,
finalmente, asintió y me estrechó la
mano.
—Que el poder sea contigo, Darren
Shan —dijo ásperamente.
—Que el poder… —repetí con un
hilo de voz, y entonces me desvanecí en
sus brazos y permanecí inconsciente
hasta que me desperté en mi hamaca la
noche siguiente.

Capítulo 18

Dos noches después de mi encuentro


con Arra Sails, Mr. Crepsley y yo
fuimos llamados a presencia de los
Príncipes. Yo aún me sentía entumecido
por el combate, y Mr. Crepsley tuvo que
ayudarme a vestirme. Gemí mientras
levantaba los brazos sobre la cabeza: la
piel estaba negra y azul allí donde había
recibido los golpes de Arra.
—No puedo creer que hayas sido tan
estúpido para desafiar a Arra Sails —
suspiró Mr. Crepsley. No había dejado
de tomarme el pelo al respecto desde
que se enteró, aunque en el fondo yo
sabía que se sentía orgulloso de mí.
Hasta yo me lo habría pensado antes de
enfrentarme a ella en las barras.
—Supongo que eso significa que soy
más valiente que usted —dije, con una
sonrisa de satisfacción.
—Estupidez y valor no son lo mismo
—me amonestó. Podías haber salido
seriamente herido.
—Habla como Kurda —dije,
enfurruñado.
—Hay ciertas cosas con las que no
estoy de acuerdo con Kurda (él es un
pacifista, lo cual va contra nuestra
naturaleza), pero tiene razón cuando
dice que a veces es mejor evitar la
lucha. Cuando una situación es
desesperada y no tiene sentido pelear,
sólo un estúpido insistiría en combatir.
—¡Pero no era desesperada! —
exclamé. ¡Estuve a punto de derrotarla!
Mr. Crepsley sonrió.
—Es imposible razonar contigo.
Pero así son la mayoría de los vampiros.
Es señal de que estás aprendiendo.
Ahora, acaba de vestirte y ponerte
presentable. No debemos hacer esperar
a los Príncipes.
***
La Cámara de los Príncipes se
encontraba en el punto más alto del
interior de la Montaña de los Vampiros.
Sólo tenía una entrada, un túnel largo y
ancho custodiado por un batallón de
Guardias de la Montaña. Nunca había
subido hasta aquí, pues nadie podía
utilizar el túnel a menos que tuviera
asuntos que resolver en la Cámara.
Los guardias uniformados de verde
vigilaron cada paso que avanzamos por
el túnel. No estaba permitido llevar
armas en la Cámara de los Príncipes, ni
portar nada que pudiera utilizarse como
un arma. No se permitía llevar zapatos
(era muy fácil ocultar una pequeña daga
bajo las suelas) y nos registraron de
arriba abajo en tres zonas distintas del
túnel. ¡Incluso nos revolvieron el pelo
por si escondíamos algún alambre en él!
—¿Por qué tantas precauciones? —
le susurré a Mr. Crepsley. Creía que los
Príncipes eran respetados y obedecidos
por todos los vampiros.
—Y lo son —respondió. Esto es más
por tradición que por otra cosa.
Al final del túnel irrumpimos en una
enorme caverna con una extraña y
blanca bóveda resplandeciente. No se
parecía a ninguna otra construcción que
hubiese visto: las paredes latían como si
estuvieran vivas, y no pude distinguir
ninguna grieta ni ensambladura.
—¿Qué es esto? —pregunté.
—La Cámara de los Príncipes —
respondió Mr. Crepsley.
—¿De qué está hecha? ¿De roca,
mármol, hierro…? Mr. Crepsley se
encogió de hombros.
—Nadie lo sabe.
Me llevó hasta la bóveda (los únicos
guardias a ese lado del túnel se
agrupaban ante las puertas de la
Cámara) y me indicó que colocara las
manos sobre ella.
—¡Está caliente! —exclamé. ¡Y
vibra! ¿Qué es?
—Hace mucho tiempo, la Cámara de
los Príncipes era como cualquier otra —
respondió Mr. Crepsley con su
acostumbrada retórica. Una noche, llegó
Mr. Tiny y dijo que nos traía un regalo.
Fue poco después de que la escisión de
los vampanezes. El “regalo” fue la
bóveda (construida por las Personitas,
jamás vistas por ningún vampiro), y la
Piedra de Sangre. La bóveda y la Piedra
son elementos mágicos. Son…
Uno de los guardias de las puertas
nos llamó.
—¡Larten Crepsley! ¡Darren Shan!
Nos apresuramos hacia allí.
—Ya podéis entrar —dijo el
guardia, y golpeó las puertas cuatro
veces con la larga lanza que portaba.
Las puertas se abrieron deslizándose
sobre sí mismas (como si fueran
electrónicas) y entramos.
Aunque no había antorchas ardiendo
en el interior de la Cámara de los
Príncipes, la estancia irradiaba tanta luz
como si fuera de día, mucho más
luminosa que ningún otro lugar en la
montaña. La luz provenía de las paredes
de la misma bóveda, por medios
desconocidos para todos, excepto para
Mr. Tiny. Había largos bancos (como los
de las iglesias) dispuestos en círculo en
torno a la bóveda, dejando un amplio
espacio en el centro, donde se alzaban
cuatro tronos de madera sobre una
tarima, pero sólo tres Príncipes los
ocupaban. Mr. Crepsley me había dicho
que siempre había al menos un Príncipe
que se saltaba los Consejos, en caso de
que algo les ocurriera a los otros. No
había nada que colgara de las paredes,
ni pinturas, ni retratos ni banderas.
Tampoco había estatuas. Era un lugar
para tratar asuntos, sin pompa ni
ceremonia.
La mayor parte de los asientos
estaban ocupados. Los vampiros
comunes se sentaban en la retaguardia y
los del medio estaban reservados al
personal de la montaña, como guardias y
gente así. Los Generales Vampiros
ocupaban los asientos delanteros. Mr.
Crepsley y yo nos encaminamos hacia la
tercera hilera del frente, y nos sentamos
junto a Kurda, Gavner Purl y Harkat
Mulds, que nos estaban esperando. Me
alegró volver a ver a la Personita, y le
pregunté cómo le había ido.
—Preguntas… respuestas… —
respondió. Decir la misma cosa… una y
otra… y otra…vez.
—¿Has recordado más cosas? —
pregunté.
—No.
—Pero no porque no lo haya
intentado —rió Gavner, inclinándose
hacia mí para apretarme el hombro.
Prácticamente lo hemos torturado con
preguntas, tratando de que recordara
algo. Y no se quejó ni una vez. Si yo
hubiera estado en su lugar, no habría
tardado en mandarlo todo al infierno.
¡Ni siquiera le han permitido dormir!
—No necesito… dormir mucho —
dijo Harkat tímidamente.
—¿Ya te has recuperado de tu
combate con Arra? —preguntó Kurda.
Gavner se adelantó antes de que pudiera
responder.
—¡Me lo han contado! ¿En qué
diablos estabas pensando? ¡Preferiría
que me arrojaran a un foso lleno de
escorpiones que enfrentarme en las
barras a Arra Sails! La he visto hacer
picadillo a una veintena de vampiros
curtidos en una noche.
—En aquel momento me pareció una
buena idea —respondí con una amplia
sonrisa.
Gavner nos dejó para ir a discutir
algo con algunos de los Generales
(los vampiros siempre estaban
debatiendo asuntos serios en la
Cámarade los Príncipes), y, mientras
esperábamos, Mr. Crepsley me habló un
poco más sobre la bóveda.
—La bóveda es mágica. No hay
ningún modo de entrar aquí, excepto a
través de esas puertas. Nada puede
atravesar esas paredes, ni herramientas,
ni explosivos, ni ácido. Es el material
más duro conocido por humanos o
vampiros.
—¿De dónde proviene? —pregunté.
—Nadie lo sabe. Las Personitas lo
trajeron en vagones cubiertos. Les llevó
meses levantar las paredes, capa por
capa. No se nos permitió ver cómo las
construían. Nuestros mejores arquitectos
las han estudiado muchas veces desde
entonces, pero ninguno ha conseguido
desentrañar sus misterios.
“Las puertas sólo pueden ser
abiertas por los Príncipes Vampiros —
prosiguió. Pueden hacerlo apoyando las
palmas directamente sobre ellas, o
desde sus tronos, presionando los
reposabrazos.
—Deben ser electrónicas —dije.
Los paneles de las puertas ‘leen’
sus huellas digitales, ¿verdad?
Mr. Crepsley meneó la cabeza.
—Esta Cámara se construyó hace
cientos de años, mucho antes de que la
idea de la electricidad cobrara forma en
la mente del hombre. Funciona de un
modo paranormal, o mediante una forma
de tecnología mucho más avanzada que
cualquiera que conozcamos.
“¿Ves esa piedra roja que está detrás
de los Príncipes? —inquirió. Sobre un
pedestal a unos quince pies tras la
tarima había una piedra oval, el doble
de grande que una pelota de fútbol. Es la
Piedra de Sangre. Es la llave, no sólo de
la bóveda, sino de la misma longevidad
de la raza de los vampiros.
—¿Long… qué? —pregunté.
—Longevidad. Significa una larga
duración de la vida.
—¿Y qué tiene que ver una piedra
con una larga vida? —pregunté,
confundido.
—La Piedra sirve a diversos
propósitos —dijo. Cada vampiro,
cuando acepta formar parte del clan,
debe situarse ante la Piedra y colocar
las manos sobre ella. La Piedra parece
tan lisa como una bola de cristal, pero
es ultrasensible al tacto. Hace que fluya
la sangre y la absorbe (de ahí su
nombre), vinculando al vampiro a la
mentalidad colectiva del clan para
siempre.
—¿Mentalidad colectiva? —repetí,
deseando por millonésima vez desde
que lo conocí que Mr. Crepsley utilizara
palabras más simples.
—Tú ya sabes que los vampiros
pueden buscar mentalmente a aquéllos
con los que mantienen un vínculo, ¿no?
—Sí.
—Bien, pues mediante el sistema de
la triangulación también podemos buscar
y encontrar a otros con los que no
tenemos ningún lazo, a través de la
Piedra.
—¿Triangu… qué? —gruñí,
exasperado.
—Han de hacerlo vampiros
completos cuya sangre haya sido
absorbida por la Piedra —dijo. Cuando
un vampiro le entrega su sangre, también
le confía su nombre, por el cual la
Piedra y los demás vampiros le
reconocerán a partir de entonces. Si yo
quisiera buscarte una vez que le hayas
dado tu sangre a la Piedra, sólo tendría
que poner mis manos sobre ella y pensar
en tu nombre. En unos segundos la
Piedra me permitiría conocer tu
localización exacta en cualquier lugar de
la Tierra.
—¿Aunque yo no quiera que me
encuentren? —pregunté.
—Sí. Pero conocer tu localización
no serviría de mucho: para cuando yo
llegara a donde estabas cuando realicé
la búsqueda, tú ya te habrías ido. Por
eso es necesaria la triangulación, en la
cual deben participar tres personas. Si
quisiera encontrarte, podría contactar
con alguien con quien mantuviera un
vínculo mental (Gavner, por ejemplo), y
transmitirle tu paradero. Yo le guiaría a
través de la Piedra de Sangre, y así él
podría seguir tu rastro.
Lo medité en silencio durante un
rato. Era un sistema ingenioso, pero le
encontraba algunos inconvenientes.
—¿Cualquiera podría utilizar la
Piedra de Sangre para encontrar a un
vampiro? —indagué.
—Cualquiera con la habilidad
mental para realizar una búsqueda —
respondió Mr. Crepsley.
—¿Incluso un humano o un
vampanez?
—Hay muy pocos humanos que
posean una mente lo suficientemente
avanzada como para utilizar la Piedra
—dijo—, pero los vampanezes pueden
hacerlo.
—Entonces, la Piedra es peligrosa,
¿no? —sugerí. Si un vampanez pusiera
las manos en ella, ¿no podría seguir el
rastro de cada vampiro (o al menos el
de aquéllos cuyos nombres conozca) y
guiar a sus compañeros hasta ellos?
Mr. Crepsley sonrió sombríamente.
—La paliza que te dio Arra Sails no
ha afectado a tu capacidad de
razonamiento. Tienes razón: la Piedra de
Sangre podría ser el fin paratoda la raza
de los vampiros si cayera en manos
equivocadas. Los vampanezes nos
darían caza hasta exterminarnos.
También podrían encontrar a aquéllos
cuyos nombres desconocen, porque la
Piedra permite a su usuario encontrar a
los vampiros tanto por su localización
como por su nombre, por lo que podrían
rastrear a cada vampiro en Inglaterra,
América o cualquier otra parte, y enviar
a los suyos tras ellos. Por eso
guardamos la Piedra con tanto celo, y
jamás se descuida la seguridad de la
bóveda.
—¿No sería más sencillo destruirla?
—pregunté. Kurda, que había estado
escuchando, se echó a reír.
—Eso fue lo que les propuse a los
Príncipes hace décadas —dijo. La
Piedra puede resistir las herramientas
corrientes o los explosivos, al igual que
las paredes de la bóveda, pero eso no
significa que sea imposible deshacerse
de ella. ‘Arrojemos esa maldita cosa a
un volcán’, les supliqué, ‘o hundámosla
en lo más profundo del mar’. Pero no
quieren ni oír hablar de eso.
—¿Por qué no?
—Hay varias razones —respondió
Mr. Crepsley, adelantándose a Kurda. La
primera es que la Piedra sirve para
localizar a los vampiros que están
perdidos o se encuentran en apuros, o a
los locos que andan sueltos. Es bueno
recordar que estamos unidos al clan por
algo más que la tradición, y que siempre
podemos contar con ayuda si hemos
seguido el buen camino, o ser castigados
si no lo hemos hecho. La Piedra nos
mantiene a raya.
“La segunda razón es que
necesitamos la Piedra de Sangre para
abrir las puertas de la bóveda. Cuando
un vampiro se convierte en Príncipe, la
Piedra es una parte fundamental de la
ceremonia. El elegido forma un círculo
con otros dos Príncipes. Cada uno
utiliza una mano para transmitirle su
sangre mientras apoyan la otra sobre la
Piedra. La sangre fluye de los viejos
Príncipes al nuevo, y luego a la Piedra,
y completa un círculo. Al final de la
ceremonia, el nuevo Príncipe podrá
controlar las puertas de la Cámara. Sin
la Piedra, ser Príncipe sólo sería un
título.
“Y la tercera razón por la que no
destruimos la Piedra es el Lord de los
vampanezes. —Su rostro se
ensombreció. La leyenda dice que el
Lord Vampanez borrará de la faz de la
Tierra a toda la raza de los vampiros
cuando ascienda al poder, pero a través
de la Piedra, una noche resurgiremos de
nuevo.
—¿Y eso cómo será? —pregunté.
—No lo sabemos —dijo Mr.
Crepsley. Pero ésas fueron las palabras
de Mr. Tiny, y como el poder de la
Piedra es también suyo, nopodemos
ignorarlas. Ahora, más que nunca, es
necesario proteger la Piedra. El mensaje
de Harkat sobre el Lord Vampanez ha
hecho mella en el corazón y el espíritu
de muchos vampiros. Con la Piedra, hay
una esperanza. Si nos deshiciéramos
ahora de la Piedra, sucumbiríamos al
terror.
—¡Por las entrañas de Charna! —
masculló Kurda. No podemos perder el
tiempo con esas viejas fábulas.
Deberíamos librarnos de la Piedra,
cerrar la bóveda y construir una nueva
Cámara de los Príncipes. Aparte de todo
lo demás, es una de las principales
razones por las que los vampanezes se
resisten a hacer tratos con nosotros. No
quieren acercarse a ninguna de las
herramientas mágicas de Mr. Tiny, ¿y
quién podría reprochárselo? Tienen
miedo de quedar atados a la Piedra y no
poder mantener su independencia
respecto al clan de los vampiros, porque
podríamos utilizarla para perseguirlos.
Si nos libráramos de la Piedra, ellos
volverían con nosotros, y ya no serían
vampanezes (porque todos
compondríamos la gran familia de los
vampiros), y desaparecería la amenaza
del Lord Vampanez.
—¿Acaso piensas destruir la Piedra
cuando seas Príncipe? —inquirió
Mr. Crepsley.
—Mencionaré esa posibilidad —
asintió Kurda. Es un asunto delicado, y
no espero que los Generales estén de
acuerdo, pero con el tiempo, cuando las
negociaciones con los vampanezes
vayan por buen cauce, espero que sabrán
comprender mi punto de vista.
—¿Mencionaste esto cuando fuiste
elegido? —preguntó Mr. Crepsley.
Kurda se removió, incómodo.
—Bueno, no, pero esto es política.
No siempre puedes decirlo todo. Pero
no le he mentido a nadie. Si alguien me
hubiera preguntado lo que opino de la
Piedra, se lo habría dicho. Sólo que…
no me… preguntaron—concluyó
débilmente.
—¡Política! —resopló Mr. Crepsley.
Triste día para los vampiros cuando
nuestros Príncipes se dejen enredar
voluntariamente en las despreciables
redes de la política.
Alzó orgullosamente la cabeza, le
dio la espalda a Kurda y clavó la mirada
en la tarima.
—Creo que le he ofendido —me
susurró Kurda.
—Se ofende fácilmente —dije,
sonriendo. Entonces, le pregunté si yo
tendría que vincularme a la Piedra
de Sangre.
—Probablemente no, hasta que te
conviertas en un vampiro completo—
dijo Kurda. En el pasado, el vínculo
estaba permitido para los semivampiros,
pero no es habitual.
Iba a hacerle más preguntas sobre la
misteriosa Piedra de Sangre y la
bóveda, cuando un General de semblante
serio golpeó estruendosamente el suelo
de la tarima con un pesado bastón y
anunció mi nombre y el de Mr. Crepsley.
Había llegado el momento de
conocer a los Príncipes.

Capítulo 19

Los tres Príncipes Vampiros que


asistieron al Consejo eran Paris Skyle,
Mika Ver Leth y Arrow (el Príncipe
ausente se llamaba Vancha March).
Paris Skyle lucía una gran barba
gris, un largo y suelto cabello blanco, y
le faltaba la oreja derecha. Con sus
ochocientos años terrestres, o más, era
el vampiro viviente más viejo. Era
venerado por todos, no sólo por su
avanzada edad y posición, sino también
por las hazañas que había llevado a
cabo cuando era más joven. Según la
leyenda, Paris Skyle había estado en
todas partes y hecho de todo. Muchas de
las historias eran exageradas: se decía
que había viajado con Colón a América
e introducido el vampirismo en el
Nuevo Mundo, que había luchado junto a
Juana de Arco (al parecer, una
simpatizante de los vampiros) e
inspirado a Bram Stoker su infame
“Drácula”. Pero eso no quería decir que
aquellas historias no fueran ciertas: los
vampiros eran, por su mera existencia,
criaturas sorprendentes.
Mika Ver Leth era el Príncipe más
joven, con tan “sólo” doscientos setenta
años de edad. Tenía un brillante cabello
negro y unos ojos penetrantes, como los
de un cuervo, y vestía enteramente de
negro. Parecía aún más severo que Mr.
Crepsley (su frente estaba surcada de
arrugas, al igual que las comisuras de
sus labios), y me dio la sensación de que
rara vez sonreía, si es que lo hacía.
Arrow era un hombre fornido y
calvo, con grandes flechas tatuadas en
sus brazos y sienes. Era un temible
luchador, y su odio hacia los
vampanezes era legendario. Había
estado casado con una humana antes de
convertirse en General, que fue
asesinada por un vampanez que venía a
enfrentarse a Arrow. Regresó al clan,
hosco y retraído, y se entrenó para
convertirse en General. Desde entonces
se dedicó con devoción a su trabajo, sin
importarle nada más.
Los tres Príncipes eran hombres
fuertes y musculosos. Incluso el anciano
Paris Skyle parecía ser capaz de cargar
un toro sobre sus hombros con una sola
mano.
—Bienvenido, Larten —le dijo
Paris a Mr. Crepsley, acariciándose la
larga barba y contemplándole con ojos
cálidos. Me alegra verte en la Cámara
de los Príncipes. No esperaba volver a
verte.
—Prometí que volvería —replicó
Mr. Crepsley, inclinándose ante
elPríncipe.
—Y nunca lo dudé —sonrió Paris.
Pero no pensaba vivir lo suficiente para
recibirte. Me han crecido demasiado los
colmillos, viejo amigo, y he perdido la
cuenta de mis noches.
—Nos sobrevivirás a todos, Paris
—dijo Mr. Crepsley.
—Lo veremos —repuso Paris con un
suspiro. Fijó su atención en mí mientras
Mr. Crepsley se inclinaba ante los otro
Príncipes. Cuando el vampiro volvió a
mi lado, el viejo Príncipe dijo—: Éste
debe ser tu asistente… Darren Shan.
Gavner Purl nos ha hablado muy bien de
él.
—Tiene buena sangre y un corazón
fuerte —dijo Mr. Crepsley. Un excelente
asistente, que una noche llegará a ser un
excelente vampiro.
—¡Una noche, por supuesto! —
resopló Mika Ver Leth, mirándome con
los ojos entornados, de un modo que no
me gustó. ¡Es sólo un niño! No
admitimos a niños en nuestras filas.
¿Qué locura te poseyó para…?
—Por favor, Mika —le interrumpió
Paris Skyle. No nos precipitemos. Todos
conocemos a Larten Crepsley, y
debemos tratarle con el respeto que
merece. No sé por qué decidió dar su
sangre a un niño, pero estoy seguro de
que podrá explicárnoslo.
—Yo sólo creo que es un disparate,
en momentos como éstos — refunfuñó
Mika, antes de guardar silencio. Cuando
lo hubo hecho, Paris se volvió hacia mí
y sonrió.
—Debes perdonarnos si te hemos
parecido descorteses, Darren. No
estamos acostumbrados a los niños. Ha
pasado mucho tiempo desde la última
vez que nos presentaron a uno.
—En realidad no soy un niño —
musité. He sido un semi-vampiro
durante ocho años. No es culpa mía que
mi cuerpo no haya crecido.
—¡Precisamente! —exclamó Mika.
Es culpa del vampiro que te dio su
sangre. Él…
—¡Mika! —le atajó Paris. Este
vampiro de noble prestigio y su asistente
han venido ante nosotros de buena fe, en
busca de nuestra aprobación. La
obtengan o no, merecen ser escuchados
con cortesía, no puestos en evidencia tan
groseramente frente de sus compañeros.
Mika contuvo su lengua, se levantó y
se inclinó ante nosotros.
—Lo siento —dijo, con los dientes
apretados. He hablado sin esperar mi
turno. No volverá a pasar.
Un murmullo se extendió por toda la
Cámara. De aquellos susurros deduje
que era bastante inusual que un Príncipe
se disculpara ante un subordinado,
especialmente uno que había dejado de
ser un General.
—Vamos, Larten —dijo Paris,
mientras nos traían unas sillas. Siéntate
y cuéntanos cómo te ha ido desde la
última vez que nos vimos.
Una vez sentados, Mr. Crepsley les
relató su historia. Les habló a los
Príncipes de su asociación con el Cirque
Du Freak, de los lugares donde había
estado y la gente que había conocido.
Cuando llegó a la parte de Murlough,
pidió hablar en privado con los
Príncipes. Les contó en susurros lo del
vampanez demente y cómo lo matamos.
La noticia les inquietó bastante.
—Esto es preocupante —meditó
Paris en voz alta. ¡Si los vampanezes se
enteran, lo utilizarían como pretexto
para iniciar una guerra!
—¿Qué motivo tendrían? —
respondió Mr. Crepsley. Yo ya no formo
parte del clan.
—Si están lo bastante furiosos, eso
no les importará —dijo Mika Ver Leth.
Si el rumor sobre el Lord Vampanez es
cierto, debemos andarnos con mucho
cuidado en lo que atañe a nuestros
primos de sangre.
—Aun así —dijo Arrow,
interviniendo por primera vez en la
conversación—, no creo que Larten esté
equivocado. Sería diferente si fuera un
General, pero es un agente libre y no
está sujeto a nuestras leyes. Si yo
hubiera estado en su lugar, habría hecho
lo mismo. Actuó con discreción. No
creo que debamos reprochárselo.
—No —convino Mika. Y clavando
los ojos en mí, añadió—: Eso, no.
Dejando atrás el asunto de Murlough,
regresamos a nuestras sillas y volvimos
a hablar en voz alta para que todos en la
Cámara pudieranoírnos.
—Ahora —dijo Paris Skyle,
adoptando una expresión grave—
debemos volver al asunto de tu asistente.
Todos sabemos que el mundo ha
cambiado mucho en los últimos siglos.
Los humanos se protegen más los unos a
los otros y sus leyes son más estrictas
que nunca, particularmente en lo
referente a sus jóvenes. Por eso dejamos
de dar nuestra sangre a los niños. Ni
siquiera en el pasado solíamos hacerlo
con frecuencia. Han pasado noventa
años desde que el último niño fue
aceptado en nuestras filas. Cuéntanos,
Larten, por qué decidiste romper con
esta reciente tradición.
Mr. Crepsley se aclaró la garganta y
miró a los Príncipes a los ojos, uno tras
otro, hasta detenerse en Mika.
—No tengo ninguna razón válida —
respondió tranquilamente, y la Cámara
entera estalló en exclamaciones apenas
contenidas y en apagados y atropellados
comentarios.
—¡Silencio en la Cámara! —gritó
Paris, y al instante cesó todo ruido. Al
volverse hacia nosotros, su expresión
reflejaba una gran preocupación. Vamos,
Larten… Déjate de bromas. No puedes
haber convertido a un niño por un
simple capricho. Debiste tener una
razón.
¿Tal vez mataste a sus padres y
decidiste que era tu deber cuidar de él?
—Sus padres viven —dijo Mr.
Crepsley.
—¿Los dos? —inquirió Mika.
—Sí.
—Entonces, ¿no estarán buscándole?
—preguntó Paris.
—No. Fingimos su muerte y lo
enterraron. Creen que está muerto.
—Al menos en eso actuaste con
prudencia —murmuró Paris. Pero¿por
qué le diste tu sangre, en primer lugar?
—Como Mr. Crepsley no respondió,
Paris se volvió hacia mí—: Darren,
¿sabes tú por qué lo hizo?
Esperando librar al vampiro de un
serio problema, dije:
—Descubrí la verdad sobre él, así
que tal vez lo hizo en parte para
protegerse. Puede que pensara que no
tenía más remedio que convertirme en su
asistente o matarme.
—Es una excusa razonable —apuntó
Paris.
—Pero no es la verdad —dijo Mr.
Crepsley, suspirando. Nunca temí que
Darren me delatara. De hecho, el único
motivo por el que descubrió la verdad
sobre mí fue porque intenté convertir a
un amigo suyo, un muchacho de su edad.
La Cámara volvió a estallar en
controversia, y esta vez a los
vociferantes Príncipes les llevó varios
minutos apaciguar a los vampiros.
Cuando al fin se restauró el orden, Paris
reanudó el interrogatorio, más
preocupado que nunca.
—¿Intentaste convertir a otro niño?
Mr. Crepsley asintió.
—Pero su sangre estaba
contaminada por el mal. No habría sido
un buen vampiro.
—A ver si lo he entendido —dijo
Mika, enfurecido. Intentaste convertir a
un chico, y no pudiste. Su amigo te
descubrió… ¿y lo convertiste a él en su
lugar?
—En pocas palabras, sí —admitió
Mr. Crepsley. Y además lo hice a toda
prisa, sin revelarle toda la verdad sobre
nosotros, lo cual esimperdonable.
Alegaré en mi defensa que le estudié
durante un tiempo antes de
transformarlo, y cuando lo hice estaba
convencido de su honestidad y su
fortaleza de carácter.
—¿Qué hiciste con el primer
muchacho… el de la sangre malvada?—
quiso saber Paris.
—Él sabía quién era yo. Había visto
en un viejo libro un retrato mío de hace
mucho tiempo, de cuando utilizaba el
nombre de Vur Horston. Me pidió que le
convirtiera en mi asistente.
—¿A él tampoco le explicaste
nuestras costumbres? —inquirióMika.
¿No le dijiste que no le damos nuestra
sangre a los niños?
—Lo intenté, pero… —Mr. Crepsley
sacudió tristemente la cabeza. Fue como
si no pudiera controlarme. Sabía que
cometía un error, pero a pesar de todo lo
habría convertido, de no ser por su
infecta sangre. No puedo explicar por
qué, porque ni siquiera yo lo entiendo.
—Tendrás que darnos un argumento
mejor que ése —le advirtióMika.
—No puedo —dijo suavemente Mr.
Crepsley—, porque no tengo ninguno.
Se escuchó un cortés carraspeo a
nuestra espalda, y Gavner Purl se
adelantó.
—¿Puedo intervenir en nombre de
mis amigos? —solicitó.
—Naturalmente —dijo Paris.
Escucharemos de buen grado lo que
tengas que decir, si contribuye a aclarar
las cosas.
—No sé si podré hacerlo —dijo
Gavner—, pero me ha alegrado
comprobar que Darren es un muchacho
extraordinario. Hizo el viaje a la
Montaña de los Vampiros (toda una
proeza para alguien de su edad), y luchó
contra un oso intoxicado por la sangre
de un vampanez en el camino. Y estoy
seguro de que ya habréis oído hablar de
su combate con Arra Sails hace unas
noches.
—Lo hemos oído —dijo Paris,
ahogando una risita.
—Es inteligente y valiente,
ingenioso y honesto. Creo que reúne
todas las cualidades para convertirse en
un vampiro extraordinario. Si se le da la
oportunidad, no me cabe duda de que la
aprovechará. Es joven, pero ha habido
vampiros aún más jóvenes que él en
nuestras filas. Usted sólo tenía dos años
cuando se convirtió, ¿no es cierto,
Excelencia? —Se dirigía a Paris Skyle.
—¡Ésa no es la cuestión! —gritó
Mika Ver Leth. Aunque este chico
llegara a ser el próximo Khledon Lurt,
eso no cambia nada. Los hechos son los
hechos: los vampiros no le dan su sangre
a los niños. Sesentaría un peligroso
precedente si dejamos pasar esto sin
tomar medidas.
—Mika tiene razón —dijo Arrow
con voz queda. El valor y la habilidad
de este chico no son la cuestión. Larten
actuó mal al dar su sangre a un niño, y
debemos atenernos a eso.
Paris asintió lentamente.
—Ellos están en lo cierto, Larten.
Sería un error por nuestra parte echar
tierra sobre este asunto. Tú mismo jamás
habrías tolerado que las reglas se
rompieran, si estuvieras en nuestro
lugar.
—Lo sé —dijo Mr. Crepsley, con un
suspiro. No busco perdón, simplemente
consideración. Y pido que no se tomen
represalias contra Darren. La culpa es
mía, y sólo yo debo ser castigado.
—No sé qué castigo podríamos
imponerte —dijo Mika, incómodo. Y no
pretendo hacer de ti un escarmiento para
los demás. Arrastrar tu nombre por el
lodo es lo último que deseo.
—Ninguno de nosotros lo desea —
concordó Arrow. Pero ¿qué opción
tenemos? Actuó mal, y debemos juzgarle
por su error.
—Pero juzgarle con clemencia —
razonó Paris.
—No pido clemencia —declaró
firmemente Mr. Crepsley. No soy un
joven vampiro que actuó por ignorancia.
No espero un trato especial. Si vuestra
decisión es que sea ejecutado, aceptaré
tal veredicto sin quejarme. Si…
—¡No pueden matarle por mi causa!
—grité, con voz ahogada.
…si decidís someterme a una prueba
—continuó, ignorando mi arrebato—,
me someteré a cualquier reto que
dispongáis para mí, y moriré
afrontándolo si es preciso.
—No habrá ninguna prueba —bufó
Paris. Los retos se reservan para
quienes aún no se han probado en
combate. Te lo diré una vez más: tu
reputación no es el problema.
—Tal vez… —dijo Arrow
dubitativamente, y calló de nuevo.
Prosiguió segundos después—: Creo
que tengo la solución. Hablar de retos
me ha dado una idea. Hay un modo de
resolver esto sin tener que matar a
nuestro viejo amigo ni ensuciar su buen
nombre. —Y apuntándome con un dedo,
declaró con frialdad—: Pongamos a
prueba al chico.

Capítulo 20

Se hizo un largo y deliberativo


silencio.
—Sí —murmuró Paris finalmente.
Pongamos a prueba al chico.
—¡Dije que no quería que
involucrarais a Darren en esto! —objetó
Mr. Crepsley.
—No —le contradijo Mika. Dijiste
que no querías que le castigáramos.
Bien, no lo haremos: una prueba no es
un castigo.
—Es justo, Larten —convino Paris.
Si el chico se prueba a sí mismo,
daremos por válida tu decisión de
convertirle y el asunto quedará zanjado.
—Y el deshonor será suyo si fracasa
—añadió Arrow. Mr. Crepsley se rascó
la larga cicatriz.
—Es una solución honesta —
reflexionó—, pero la decisión es
deDarren, no mía. No le obligaré a
someterse a ninguna prueba.
Se volvió hacia mí.
—¿Te sientes preparado para
probarte ante el clan y limpiar nuestro
nombre?
Me removí nerviosamente en mi
silla.
—Hum… ¿De qué tipo de prueba
están hablando exactamente? —
pregunté.
—Buena pregunta —dijo Paris. No
sería justo pedirle que se batiera contra
uno de nuestros guerreros, un semivampiro
no es rival para un General.
—Y encargarle una búsqueda
llevaría demasiado tiempo —
dijoArrow.
—Entonces, sólo quedan los Triales
—murmuró Mika.
—¡No! —gritó alguien a nuestra
espalda. Me giré y descubrí el rostro
enrojecido de Kurda, avanzando a
zancadas hacia la tarima. ¡No voy a
permitirlo! ¡El chico no está preparado
para los Triales! ¡Si os empeñáis en
someterle a ellos, tendréis que esperar a
que crezca!
—No habrá que esperar —gruñó
Mika, levantándose y dando varios paso
hacia Kurda. Somos nosotros quienes
ostentamos aquí la autoridad, Kurda
Smahlt. Aún no eres un Príncipe, así que
no actúes como si lo fueras.
Kurda se contuvo y le lanzó a Mika
una mirada iracunda, antes de doblar una
rodilla e inclinar la cabeza.
—Mis disculpas por hablar sin
esperar mi turno, Excelencia.
—Disculpas aceptadas —gruñó
Mika, volviendo a su asiento.
—¿Tengo el permiso de los
Príncipes para hablar? —solicitó Kurda.
Paris intercambió una mirada con Mika,
que se encogió de hombros
fríamente.
—Lo tienes —dijo.
—Los Triales de Iniciación están
destinados a los vampiros
experimentados —dijo Kurda—, no a
los niños. No sería justo someterle a
ellos.
—La vida nunca ha sido justa para
los vampiros —dijo Mr. Crepsley. Pero
puede ser honesta. No me gusta la idea
de que Darren se someta a los Triales,
pero es una decisión honesta, y la
apoyaré si él está de acuerdo.
—Disculpen —dije—, pero ¿qué
son esos Triales—Paris me sonrió
bondadosamente.
—Los Triales de Iniciación son una
serie de pruebas para vampiros que
aspiran a convertirse en Generales —me
explicó.
—¿Y qué tendría que hacer?
—Llevar a cabo cinco actos de
valor físico —dijo. Las pruebas se
escogen al azar y son distintas para cada
vampiro. En una hay que sumergirse
hasta lo más profundo de un estanque y
recuperar un medallón. En otra hay que
esquivar unas piedras mientras caen. En
otra, cruzar una sala cubierta de carbón
encendido. Algunas pruebas son más
difíciles que otras, pero ninguna es fácil.
El riesgo es grande, y aunque muchos
vampiros sobreviven, no es raro que
ocurra alguna muerte por accidente.
—No debes aceptar, Darren —siseó
Kurda. Los Triales son para vampiros
completos. Tú no eres lo bastante fuerte,
rápido y experimentado. Estarás
firmando tu sentencia de muerte si les
dices que sí.
—No estoy de acuerdo —dijo Mr.
Crepsley. Darren es capaz de superar
los Triales. No le resultará fácil, y
tendrá que luchar, pero no le permitiría
hacerlo si pensara que no sabría
arreglárselas.
—Votemos —dijo Mika. Yo apoyo
los Triales. ¿Arrow?
—Yo también. Los Triales.
—¿Paris?
El más antiguo vampiro viviente
movió la cabeza con incertidumbre.
—Kurda tiene razón al decir que los
Triales no son para niños. Confío en tu
criterio, Larten, pero temo que tu
optimismo sea exagerado.
—¿Puedes sugerirnos algún otro
modo? —inquirió Mika, cortante.
—No, pero… —Paris suspiró
profundamente. ¿Qué opinan los
Generales? —preguntó, dirigiéndose a
los presentes en la Cámara. Hemos
escuchado a Kurda y a Mika. ¿Alguien
más quiere añadir algo?
Los Generales murmuraron entre
ellos, hasta que una figura familiar se
levantó y se aclaró la garganta.
Era Arra Sails.
—Respeto a Darren —dijo. He
estrechado su mano, y quienes me
conocen saben lo que eso significa para
mí. Creo en Gavner Purl y en Larten
Crepsley cuando dicen que será una
valiosa adición a nuestras filas.
“Pero también estoy de acuerdo con
Mika Ver Leth: Darren debe probarse a
sí mismo. Todos nosotros hemos pasado
por los Triales. Las pruebas nos han
ayudado a ser como somos. Como mujer,
las probabilidades estaban en mi contra,
pero las superé y me gané mi lugar en
esta Cámara como una igual. No debería
haber excepciones. Un vampiro que no
es capaz de remolcar su propio peso no
nos es de ninguna utilidad. Aquí no hay
sitio para niños que necesitan que les
cambien los pañales y les arropen en sus
ataúdes al amanecer.
“En definitiva —concluyó—, no
creo que Darren nos defraude. Creo que
superará los Triales y se probará a sí
mismo. Tengo confianza en él.—Me
sonrió y luego miró ferozmente a Kurda.
Y quienes digan lo contrario (aquéllos
que quieren envolverlo en celofán) no
merecen ser escuchados. Negarle a
Darren el derecho de tomar parte en los
Triales es avergonzarle.
—Nobles palabras —dijo Kurda
con sarcasmo. ¿Las repetirás en su
funeral?
—Mejor morir con orgullo que vivir
con deshonor —replicó Arra. Kurda
maldijo en voz baja.
—¿Y tú qué opinas, Darren? —
preguntó. ¿Te enfrentarás a la muerte
sólo para probarte ante estos idiotas?
—No —dije, y advertí que una
expresión apenada cruzaba fugazmente
por el rostro de Mr. Crepsley. Me
enfrentaré a la muerte para probarme a
mí mismo —proseguí. Cuando el
vampiro de la capa roja escuchó eso,
sonrió con orgullo y alzó un puño
cerrado como saludo.
—Que vote la Cámara —dijo Paris.
¿Quiénes pensáis que Darren debe
emprender los Triales de Iniciación? —
Todos los brazos se alzaron. Kurda se
apartó con disgusto. ¿Darren? ¿Estás
decidido a seguir?
Miré a Mr. Crepsley y le hice una
señal para que se agachara. En un
susurro, le pregunté qué ocurriría si
decía que no.
—Caerías en desgracia y serías
expulsado de la Montaña de
losVampiros con deshonor —declaró
solemnemente.
—¿Usted también? —pregunté,
sabiendo lo mucho que significaba para
él su reputación.
Lanzó un suspiro.
—A los ojos de los Príncipes, no,
pero sí a los míos. Elegí darte mi
sangre, y tu vergüenza sería la mía.
Lo consideré minuciosamente. Había
aprendido mucho de Mr. Crepsley, cómo
pensaba y cómo vivía, durante los ocho
años en que le había servido como
asistente.
—No podría soportar una vergüenza
semejante, ¿verdad? —inquirí. Su
expresión se suavizó.
—No —dijo en voz baja.
—¿Iría en busca de una muerte
prematura? ¿Cazaría animales salvajes y
lucharía con vampanezes, arriesgándose
sin cesar hasta que alguno de ellos le
matara?
—Algo así —admitió con un rápido
asentimiento.
No podía permitir que eso ocurriera.
Seis años atrás, cuando íbamos tras
Murlough, el vampanez loco que había
secuestrado a Evra, Mr. Crepsley había
estado dispuesto a ofrecer su vida por la
del niño- serpiente. Habría hecho lo
mismo por mí si hubiera caído en las
manos del asesino. Esos Triales no me
daban buena espina, pero si
afrontándolos conseguía que Mr.
Crepsley conservara su honor, me sentía
en la obligación de colocarme en la
línea de fuego.
Me levanté sin vacilar, me encaré
con los Príncipes, y declaré firmemente:
—Acepto someterme a los Triales.
—Entonces está decidido —dijo
Paris Skyle, con una sonrisa de
aprobación. Vuelve mañana y te diremos
cuál será tu primera prueba. Ahora
debes irte a descansar.
Así acabó la recepción. Abandoné la
Cámara con Gavner, Harkat y Kurda.
Mr. Crepsley se quedó discutiendo
algunos asuntos con los Príncipes.
Supuse que tendría algo que ver con el
mensaje que Harkat
les había comunicado de parte de
Mr. Tiny, y sobre el vampanez y el
vampiro muertos que encontramos en el
camino.
—Estoy contento… de irme por…
fin —dijo Harkat mientras íbamos hacia
las puertas. Ya empezaba… a aburrirme
del… mismo y viejo… escenario.
Le sonreí, pero luego miré a Gavner,
preocupado.
—¿Cómo de duros son esos Triales?
—pregunté.
—Muy duros —suspiró.
—Tanto como las paredes de la
Cámara de los Príncipes —
rezongóKurda.
—No son tan duros —dijo Gavner.
No exageres el peligro, Kurda, acabarás
asustándole.
—Eso es lo último que pretendo —
respondió Kurda, sonriéndome
animosamente. Pero los Triales están
pensados para vampiros completos
hechos y derechos. Yo me pasé seis años
preparándome para ellos, como la
mayoría de los vampiros, y aún así los
pasé por los pelos.
—Darren lo hará bien —insistió
Gavner, aunque apenas pudo ocultar un
asomo de duda en su voz.
—Además —dije, intentando animar
a Kurda—, siempre puedo retirarme si
los obstáculos son demasiado grandes
para mí.
Kurda me miró duramente.
—¿Es que no escuchas? ¿No lo
entiendes?
—¿A qué se refiere? —pregunté.
—Nadie abandona los Triales —
dijo Gavner. Podrás fracasar, pero no
retirarte. Los Generales no te lo
permitirían.
—Bueno, pues fallaré —dije,
encogiéndome de hombros. Tiraré la
toalla si las cosas se ponen feas…
Fingiré que me he torcido un tobillo o
algo…
—¡No lo ha entendido! —rugió
Gavner. ¡Tendrían que habérselo
explicado bien antes de dejar que
aceptara! Ahora ha dado su palabra y no
se puede echar atrás. ¡Por la sangre
negra de Harnon Oan!
—¿Qué es lo que no he entendido?
—pregunté, confuso.
—En los Triales, el fracaso sólo
conlleva un destino: ¡la muerte! —
respondió Kurda sombríamente. Me
quedé mirándolo, incapaz de pronunciar
palabra. La mayoría de los que fallan,
mueren en el intento. Pero si fracasaras
y no murieras, te llevarán a la Cámara
de la Muerte, te atarán a una de las
jaulas, te colgarán sobre el foso y…
Tragó saliva, apartó los ojos y
concluyó en un terrible susurro—: …¡te
dejarán caer sobre las estacas hasta que
mueras!

CONTINUARÁ…

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