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Caso Alem - Candiotti

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FALLO DE LA CORTE SUPREMA.

Buenos Aires, 15 de diciembre de 1893.


Vistos:

En el recurso interpuesto por el senador al congreso nacional doctor Leandro N. Alem,


del auto de foja veinte y nueve en que el Juez de Sección de Santa Fe se declara
incompetente para decretar su libertad, con motivo de la detención que sufre, después
del auto de excarcelación de foja once; detención que, según se establece, ha sido
ordenado por el Poder Ejecutivo Nacional en virtud de las facultades del estado de
sitio, es menester tomar en cuenta las dos distintas causales en que el recurrente
funda sus agravios.

La primera de ellas consiste en la afirmación de que el auto del Juez a quo que ordenó
su excarcelación bajo fianza, no ha sido cumplido por el funcionario ejecutivo
encargado de su custodia; y la segunda, en que ha sido nuevamente detenido en
arresto, por orden del poder administrativo, violándose en su persona las inmunidades
constitucionales que le amparan como miembro del senado nacional.

En cuanto a la primera de dichas causales, de autos resulta que el mandato del Juez de
Sección fue acatado y cumplido por los funcionarios a quienes les fue notificado, sin
que en momento alguno se haya puesto en cuestión su eficacia.

Las excarcelaciones bajo de fianza decretadas por los jueces en un proceso dado,
refiriéndose sólo a la materia judicial pueden afectar las facultades políticas que
durante el estado de sitio corresponden al Poder Ejecutivo.

Así lo ha entendido y resuelto con oportunidad y justicia el Juez de Sección, y esta


Corte entiende que está suficientemente fundado el fallo apelado, en lo que se refiere
a la primera de las causales que motivan el recurso.

En cuanto a la segunda causal, para poder resolver con acierto el punto en debate, es
necesario estudiar otras cuestiones que le son anexas, y de cuya solución depende el
fallo que corresponde dictarse en la presente.

Desde luego es indispensable precisar los objetos del estado de sitio y el alcance de las
facultades que durante él puede ejercer el Presidente de la República, para detenerse
después a estudiar el carácter de las inmunidades de los Senadores y Diputados, y los
objetos que la Constitución ha tenido en vista al acordarlas.

El artículo 23 de nuestra ley fundamental es el único que puede servir para determinar
sus propósitos al establecer el estado de sitio.

El estado de sitio que ese artículo autoriza es un arma de defensa extraordinaria que la
Constitución ha puesto en manos de los poderes políticos de la nación, para que, en
épocas también extraordinarias, puedan defenderse de los peligros que amenacen
tanto a la Constitución como a las autoridades que ella crea.
Cuando la Constitución Argentina ha considerado necesario suspender las garantías
constitucionales que acuerdan algunas de sus cláusulas, por tiempo y en parajes
determinados, lo ha hecho en términos tan expresos, que difícilmente podría
recurrirse, por necesidad a la interpretación para tener pleno conocimiento de sus
propósitos, Perfectamente definidos y limitados.

Solo “en caso de conmoción interior ó de ataque exterior, que ponga en peligro el
ejercicio de la Constitución y de las autoridades creadas por ella, se declarará en
estado de sitio la provincia ó territorio donde exista la perturbación del orden”.
(Constitución Nacional, art.23).

Sin esfuerzo se deduce lógicamente de este texto constitucional que “el objeto
primordial del estado de sitio, es la defensa de la Constitución y de las autoridades
federales que ella crea”.

Con estos propósitos, y como medio eficaz de alcanzados, el artículo 23 agrega que,
“allí”, donde el estado de sitio sea declarado, “quedarán suspendidas las garantías
constitucionales “.

Si de un lado los objetos del estado de sitio son la defensa de la Constitución y de las
autoridades, y del otro, durante ese tiempo, quedan suspendidas las garantías
constitucionales, corresponde averiguar qué carácter tienen dentro de nuestra ley
orgánica las inmunidades de los miembros del Congreso, y si aquellas pueden quedar
comprendidas entre las garantías constitucionales que el estado de sitio suspende.

En nuestro mecanismo institucional, todos los funcionarios públicos son meros


mandatarios que ejercen poderes delegados por el pueblo, en quien reside la
soberanía originaria. Al constituir el gobierno de la Nación, ese pueblo dividió los
poderes de esa soberanía en los tres grandes departamentos en los cuales depositó el
ejercicio de todas sus facultades soberanas, en cuanto se refiriesen a dictar, ejecutar y
aplicar las leyes en el orden nacional.

Y con el objeto de asegurar la estabilidad de ese mismo gobierno que el pueblo creaba,
éste estableció, en la misma constitución, ciertos artículos que limitaron sus propias
atribuciones soberanas, negándose a sí mismo el derecho de deliberar ó de gobernar
por otros medios que los de sus legítimos representantes y declarando suspensas sus
propias garantías constitucionales allí donde una conmoción interior ó un ataque
exterior, que pusiese en peligro el ejercicio de la Constitución ó de las autoridades que
ella crea, haga necesario declarar el estado de sitio.

De esta serie de prescripciones constitucionales resulta que las facultades del estado
de sitio, en cuanto se refiere a las autoridades creadas por la Constitución, deben
ejercitarse dentro de ella misma. El estado de sitio, lejos de suspender el imperio de la
Constitución, se declara para defenderla, Y lejos de suprimir las funciones de los
poderes públicos por ella instituidos, les sirve de escudo contra los peligros de las
conmociones interiores ó de los ataques exteriores.
Toda medida que, directa ó indirectamente, afecte la existencia de esos poderes
públicos, adoptada en virtud de las facultades que el estado de sitio confiere, sería
contraria a la esencia misma de aquella institución, y violaría los propósitos con que la
ha crearlo el artículo 23 de la Constitución.

Ahora bien: la supresión de las garantías constitucionales, que trae como consecuencia
inmediata la declaración del estado de sitio, en cuanto se refiere a las personas,
autoriza al Presidente de la República “a arrestarlos ó trasladarlos de un punto a otro
de la Nación, si ellas no prefirieran salir del territorio Argentino “.

Puede adoptarse cualquiera de estas medidas, tratándose de un miembro del


Congreso Nacional?

El artículo 61 de la Constitución establece que “ningún Senador ó Diputado, desde el


día de su elección hasta el de su ceso, pueda ser arrestado, excepto en el caso de ser
sorprendido in fraganti en la ejecución de algún crimen que merezca pena de muerte,
infamante ó aflictiva.

Esta prescripción determina la regla ineludible: los miembros del Congreso no pueden
ser arrestados; y, al lado de la regla, coloca la única excepción: el caso da ser
sorprendido in fraganti en la comisión de algún delito.

Sean cuales fueren los actos que se atribuyan al Senador Alem para motivar su arresto,
en virtud de las facultades que el estado de sitio confiere, ellos no podrían incluirse en
la excepción que este artículo consigna.

Para que un miembro del Congreso pueda ser arrestado, es menester que se le
sorprenda in fraganti en la comisión de un delito; y actos como éste no caen, en caso
alguno, bajo, la acción política del Presidente de la República que, durante el estado de
sitio “no puede condenar por sí ni aplicar penas”, sino bajo la acción de los tribunales,
que son los depositarios del poder judicial de la Nación, y, por tanto, los únicos
competentes para entender en caso de delito.

Y es tal el celo que la Constitución ha tenido por guardar esta inmunidad dada a los
miembros del Poder Legislativo contra los arrestos posibles de sus personas, que, aún
en estos casos de excepción, cuando el Poder Judicial interviene, éste está obligado a
dar cuenta a la Cámara respectiva, con la información sumaria del hecho, la que, en los
casos de querella por escrito, necesita el concurso de dos terceras partes de los votos
de sus miembros para ponerlo a disposición del Juez competente para su juzgamiento
(Constitución Nacional, arts. 61 y 62).

Se ve, pues, que aun tratándose de los actos de indiscutible jurisdicción de los
tribunales ordinarios, cuando ellos ordenan el enjuiciamiento de un Senador ó
Diputado, la Cámara respectiva tiene acción decisiva sobre la persona de sus
miembros, con prescindencia completa de las resoluciones de los demás poderes de la
Nación.
Siendo esto así, ¿Cómo puede concebirse que la misma Constitución haya autorizado
el arresto de los Senadores ó Diputados, sin la base de la comisión de un delito, solo
como consecuencia emergente del estado de sitio, y sin que pueda tomar intervención
alguna la Cámara a que pertenezcan esos miembros del Congreso ó el Poder Judicial,
encargado de amparar todos los derechos?

Para que las facultades políticas discrecionales puedan ser ejercidas con amplia
libertad por el Presidente de la República, sobre las personas y las cosas, es que la
Constitución ha declarado suspensas las garantías constitucionales durante el estado
de sitio; pero esta suspensión de garantías es solo en cuanto afecta a las personas y a
las cosas, y no a las autoridades creadas por la Constitución.

Si esta amplitud se diese a las facultades que el estado de sitio confiere, resultaría
saltante la incongruencia en que habría incurrido nuestra Constitución autorizando por
el artículo 23 el estado de sitio para garantir la existencia de las autoridades creadas
por ella, y autorizando por el mismo artículo al Presidente para destruir los poderes
legislativo y judicial, por medio del arresto ó la traslación de sus miembros, durante el
estado de sitio.

Reconocida en el Poder Ejecutivo la facultad de arrestar a un Senador ó Diputado,


queda sentado el principio, y reconocido, en consecuencia, el derecho del Presidente
para arrestar a todos los miembros del Congreso, en los casos de conmoción interior ó
de ataque extranjero.

Ejercida discrecional mente y sin control esa facultad que el artículo veinte y tres de la
Constitución confiere al Presidente, ella puede venir a modificar substancialmente las
condiciones de las cámaras del Congreso: ejerciéndose esa facultad sobre sus
miembros y alternándose el resultado de las decisiones, parlamentarias, por la
calculada modificación de las mayorías, ó impidiendo en absoluto el funcionamiento
del Poder Legislativo, o arrestándose ó trasladándose por la sola voluntad del
Presidente, los senadores ó diputados en el número necesario para producir esos
resultados.

En un fallo de esta Suprema Corte se ha establecido precisamente, tratándose de los


privilegios parlamentarios, que “el sistema de gobierno que nos rige, no es una
creación nuestra. Lo hemos encontrado en acción, probado por largos años de
experiencia, y nos lo hemos apropiado. Y se ha dicho con razón, que una de las grandes
ventajas de esa adopción, ha sido encontrar formado un vasto cuerpo de doctrina, una
práctica y una jurisprudencia que ilustran y completan las reglas fundamentales, y que
podemos y debemos utilizar en todo aquello que no hayamos podido alterar por
disposiciones peculiares “.(Serie segunda, tomo X, página 236).

En el caso sub-judice, si bien las disposiciones de la constitución Argentina alteran las


disposiciones análogas de la constitución norte-americana, lo hacen por una
peculiaridad que tiene aquella, y que sirve para ensanchar el alcance de la inmunidad
contra el arresto de que gozan los miembros de nuestro congreso nacional.
El artículo primero, sección primera, párrafo primero de la Constitución de los Estados
Unidos, consagra este privilegio en los términos siguientes: “Gozarán (los Diputados y
Senadores) en todos los casos, excepto en los de traición, felonía y perturbación de la
paz (breach of the peace) del privilegio de no ser arrestados, mientras asistan a sus
respectivas cámaras y al ir y al volver a las mismas “.

Las diferencias que entre este artículo y el de la constitución Argentina existen, son
dos: la primera, que mientras que en los Estados Unidos puede ser arrestado, por
orden judicial, en cualquier momento un miembro del Congreso que haya cometido
delito, por la Constitución Argentina el arresto sólo puede tener lugar cuando el
senador ó diputado, es sorprendido infraganti, es decir, en el acto mismo de la
comisión del delito. La segunda diferencia, es que en los Estados Unidos la inmunidad
dura sólo el tiempo de las sesiones de las cámaras y el necesario para ir y volver al
Congreso, mientras que en la República Argentina esa inmunidad dura para los
diputados y senadores desde el día de su elección hasta el de su cese.

Fueron indudablemente razones peculiares a nuestra propia sociabilidad y motivos de


alta política los que aconsejaron estas enmiendas hechas al modelo que se tenía
presente por los constituyentes argentinos.
Se buscaba, sin duda alguna, dar a los miembros del Congreso Nacional aún mayores
garantías para el desempeño de sus funciones que aquellas de que gozaban los
legisladores de la Nación Americana, asegurando su independencia individual y la
integridad de los poderes.

Esto no obstante, la jurisprudencia de aquella Nación sirve sólo para justificar la


inteligencia que en este fallo se da a las cláusulas recordadas de la Constitución
Nacional.

En la doctrina norte-americana “para que sea legal y constitucional el arresto de un


miembro del Congreso, es indispensable que exista un delito por él cometido”; y, en
estos casos, el arresto no es un acto político, emergente del estado de sitio, sino un
acto ordinario y de jurisdicción del Poder Judicial.

Del hecho de que las inmunidades acordadas a los senadores y diputados les amparen
contra el arresto político que autoriza el estado de sitio, no puede desprenderse su
impunidad para conspirar contra la paz de la República.

Los miembros del Congreso, como todos los habitantes de la Nación, están sujetos a
las leyes penales; y si conspirasen, ó produjesen actos de sedición ó rebelión, su
arresto procedería, no en virtud de las facultades del estado de sitio, sino en virtud de
las facultades que tiene el poder judicial para aprehender a los presuntos delincuentes
sometidos a su jurisdicción, ó para reclamarlos a sus cámaras respectivas.

Por otra parte, aun en los casos en que no exista propiamente delito, cada Cámara es
el juez de sus miembros, y este es el creado contra la participación posible de los
Senadores ó Diputados, en asuntos que pueden afectar al orden público.
El estado de sitio no puede llegar hasta el seno del parlamento, para levantar de su
asiento a uno de sus miembros, porque la existencia del cuerpo y su funcionamiento
regular depende precisamente de esa existencia; pero cada Cámara tiene acción sobre
todos y cada uno de sus miembros.

La razón substancial de estas prerrogativas de las Cámaras sobre sus miembros, es


porque son sus privilegios los que se consideran violados; porque aunque la inmunidad
de arresto de los miembros del Congreso es personal, ella tiene por objeto “habilitarles
para desempeñar sus deberes como tales, y son esenciales a este fin “, y es por esta
razón que, “cuando un miembro del Congreso está ilegalmente arrestado ó detenido,
es deber de la asamblea adoptar medidas inmediatas y efectivas para obtener su
libertad”, porque “los privilegios de sus miembros son parte de la ley de la tierra”,
puesto “que el gran objeto de la institución de esos privilegios es asegurarles su
asistencia a las asambleas legislativas”. (Cushing, Ley parlamentaria americana, páginas
224 a 238).

La Constitución no ha buscado garantir a los miembros del Congreso con una


inmunidad que tenga objetos personales, ni por razones del individuo mismo a quien
hace inmune.

Son altos fines políticos los que se ha propuesto, y si ha considerado esencial esa
inmunidad, es precisamente para asegurar no solo la independencia de los poderes
públicos entre sí, sino la existencia misma de las autoridades creadas por la
Constitución.

De todo lo expuesto resulta que, en tanto que no se trate del arresto autorizado, por
excepción, por el artículo 61 de la Constitución, los miembros del Congreso nacional no
pueden ser arrestados. Las facultades del estado de sitio no alcanzan hasta ellos, sobre
quienes sólo tiene jurisdicción en esos casos la propia Cámara a que pertenecen.

En cuanto a la nota de 26 de Septiembre de 1893, que el Juez a quo invoca en el dúo


décimo considerando del fallo apelado, que se dice dirigida por el honorable Senado al
Poder Ejecutivo, confiriéndole autorización para arrestar al Senador Alem, desde luego
se extraña que no figure en autos el documento en que se apoya aquel funcionario, si
es que alguna vez ha sido producido en ellos, y que resulta se hallaba en poder del
Procurador Fiscal, según la conferencia telegráfica celebrada con la Secretaría de esta
Corte.

Pero aún admitiendo en los autos el documento que se ha recibido en esta Corte por la
vía telegráfica, y que aparece ser el que tuvo presente el Juez a quo al negar su
competencia para decretar la libertad del Senador Alem, fundándose en que el Senado
Nacional había autorizado su arresto, ese documento, no expresa semejante
autorización.
En su texto solo dice que: “El Senado de la Nación, en presencia del mensaje de V. E.,
fecha de hoy, ha resuelto manifestarle que, en el caso ocurrente; puede hacer uso de
sus facultades constitucionales con relación al senador electo doctor Leandro N. Alem,
cuyos términos no implican una autorización especial para arrestar al senador Alem,
durante y por las facultades del estado de sitio, máxime cuando el Senado solo se
pronunciaba a propósito del caso ocurrente en la fecha del mensaje, y se pronunciaba
dejando al Poder Ejecutivo que usara de sus facultades constitucionales.

Es ese precisamente el punto estudiado en este fallo, y resultando de él que, entre las
facultades constitucionales del Presidente de la República durante el estado de sitio,
no entra la de arrestar, a los miembros del Congreso, basta esta sola consideración
para negar a la nota de la referencia la importancia decisiva que le atribuye el Juez a
quo en su fallo.

Por estos fundamentos, se revoca la sentencia apelada corriente a foja 29, y se declara
que las inmunidades constitucionales del senador electo doctor Leandro N. Alem, no
están limitadas por el estado de sitio, y que debe ser puesto en libertad; a cuyo efecto,
devuélvanse los autos al Juzgado de su procedencia.

Benjamín Paz.- Luis V. Varela.- Abel Bazan.- Octavio Bunge.- Juan E. Torrent.-

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