El documento explora las analogías entre las anotaciones que hacemos al leer y los sueños. Argumenta que al igual que los sueños resuelven represiones inconscientes, las anotaciones permiten resolver bloqueos conceptuales de manera positiva. También discute la diferencia entre días y noches, y cómo la noche iguala a todas las personas.
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El documento explora las analogías entre las anotaciones que hacemos al leer y los sueños. Argumenta que al igual que los sueños resuelven represiones inconscientes, las anotaciones permiten resolver bloqueos conceptuales de manera positiva. También discute la diferencia entre días y noches, y cómo la noche iguala a todas las personas.
El documento explora las analogías entre las anotaciones que hacemos al leer y los sueños. Argumenta que al igual que los sueños resuelven represiones inconscientes, las anotaciones permiten resolver bloqueos conceptuales de manera positiva. También discute la diferencia entre días y noches, y cómo la noche iguala a todas las personas.
El documento explora las analogías entre las anotaciones que hacemos al leer y los sueños. Argumenta que al igual que los sueños resuelven represiones inconscientes, las anotaciones permiten resolver bloqueos conceptuales de manera positiva. También discute la diferencia entre días y noches, y cómo la noche iguala a todas las personas.
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Las anotaciones que comparto con ustedes son las que hago cuando leo.
Cuando leo, estoy consciente, despierto. De repente me di cuenta de esa obviedad y
me preguntaba ¿Qué pasa cuando no estoy despierto? Cuando duermo no leo, pero sí sueño. Los sueños, me di cuenta, son las anotaciones subrayadas del mundo onírico. Y lo que subraya en este caso no es la consciencia sino el inconsciente. El paralelismo es interesante. En mi vida he leído muchos libros y sigo leyendo muchos, sin embargo, la gran mayor parte de lo que he leído, más de 95% del total, no ha sido digno de subrayarse, al menos según mi criterio. Lo mismo sucede con mi vida personal de la que mis sueños son anotaciones. Si seguimos a la teoría freudiana, los sueños son signi cativos con respecto a la economía libidinal de uno. En la experiencia cotidiana de la vigilia uno reprime ciertas experiencias que no puede expresar públicamente ya que violaría expectativas sociales. En el sueño, los elementos de esas experiencias son disfrazadas y así, en esa presentación, ya no representan un tabú. Al soñarse, la energía psíquica correspondiente a esas experiencias, energía que estaba reprimida o atrapada, se libera. El nudo psíquico se deshace; cualquier conducta negativa asociada con esa represión desvanece, y uye nuevamente la energía. En este orden de ideas, me pregunto si las cosas que subrayo en los libros sean como sueños en la medida en que sean un mecanismo para la resolución de una especie de represión social o colectiva. Bueno, eso suena bastante jungiano. En vez de represión colectiva, mejor algo así como una dispepsia en cierta conversación cultural o intelectual. A lo que voy es que las cosas que subrayo son, al menos para mí, como un laxante; permiten una buena cagada intelectual para que uyan las ideas nuevamente. Me gusta la analogía, pero creo que en cierto punto falla. Es que la dispepsia, sea física o psicológica, es una condición desagradable. Uno se siente mal y quiere superar ese estado. En el caso de la dispepsia intelectual, muchas veces el bloqueo conceptual que mi anotación subrayada resuelve no se experimenta como algo negativo o molesto, sino todo el contrario, como algo positivo, normal o obvio, a saber, nuestras creencias sobre como es el mundo. La losofía cumple su cometido, al menos su cometido socrático, cuando logra tornar extraña y problemática alguna creencia nuestra, cuando lo a oja de su lugar en la arquitectónica de nuestra mente. Aprovechando esa metáfora, les comparto ahora sí una cita que expresa esa idea. Es del pensador francés Michel Serres, de una entrevista que le hizo Bruno Latour. Dice: “El verbo comprehender signi ca, como sabemos, “mantener unido”. Un edi cio mantiene unidas sus piedras, las cuales no se mueven. ¡Qué forma más simple y oja de comprehender! Para entender, nada debería moverse, como un conjunto de piedras estúpidas y oscuras que siempre mantienen entre sí la misma relación de distancia métrica ja”. ¡Cuantos edi cios ha construido el pensamiento humano, cuantas combinaciones de piedras! En Occidente, hemos optado por la fi fl fi fl fi fi fi fi fl fl metáfora arquitectónica en vez de la hidrológica, por edi cios estáticos en vez de ríos, como el de Heráclito, que uye y uye. Tengo otra cita que uye en esta dirección. Es de Robert Nozick, del prólogo de su libro Anarquía, estado y utopía. Es algo larga. Dice: “Una forma de actividad losó ca es como empujar y llevar cosas para que encajen dentro de algún perímetro establecido de forma especí ca. Todas esas cosas están afuera, y tienen que embonar. Usted presiona y empuja el material dentro del área rígida, metiéndolo dentro de los límites de un lado e hinchando el otro. Corre a la vuelta y presiona la vejiga in ada, produciendo otra en otro lado. Así, usted presiona, empuja y corta las esquinas de las cosas de modo que encajen, y oprime hasta que, nalmente, casi todas ellas, más o menos vacilantes, entran. Aquello que no lo logra es arrojado lejos, de modo que no vaya a notarse. Rápidamente encuentra usted un ángulo desde el cual el objeto muestra un ajuste exacto y toma una instantánea, colocando el obturador en rápido, antes de que algo se hinche notoriamente. Después, de regreso en el cuarto oscuro, retoca los rasgones, roturas y jirones del material del perímetro. Todo lo que resta es publicar la fotografía como una representación de cómo son exactamente las cosas, haciendo notar cómo nada encaja apropiadamente en ninguna otra forma”. Tal y como lo describe Nozick, nuestro afán por el concepto jo, perfectamente embonado, parece casi neurótico, así que libero el concepto de represión que había yo reprimido anteriormente y a rmo que estas anotaciones las veo justamente como sueños vaticinadores. La siguiente cita es de Elias Canetti, de su libro La provincia del hombre. Dice: “Los días son distintos; pero la noche tiene un sólo nombre”. Los mejores aforismos muchas veces enuncian algo que, empíricamente, es una obviedad, algo que no requiere de ningún conocimiento especializado para saber, pero lo dice de tal manera que parece revelar algo profundo que no es obvio, que no está a la vista. Al leer este aforismo, pensé de inmediato en los nombres de los días en inglés: Monday, Tuesday, Wednesday, etc., que todos terminan con la palabra “day”, o sea, “día”. Distinguimos un día del otro con un nombre distinto. Se ve también en el alemán: Montag, Dienstag, Freitag – “Tag” signi ca “día”. Y luego pensé en los nombres de los días en español: Lunes, martes, miércoles, y pensaba ¿dónde está la palabra para día? ¿Por qué el español rompe con este patrón? Investigando, me di cuenta que “lunes” es una abreviación de “lunae dies”, el día de la luna, y martes de “Marti dies”, el día en honor al dios de la guerra, Marte, y así sucesivamente. Bueno, los días son distintos, dice Canetti, pero la noche tiene un sólo nombre. Con la vista distinguimos una cosa de otra, pero la noche, como un velo, cae y vuelve todo indistinto entre sí. La noche en la que todo los gatos son pardos. En todo caso, cerramos los ojos al acostarnos a dormir, y aquí volvemos a tocar, como platicamos al principio, el mundo onírico. Se ha comentado que durante una tercera parte de la vida el rico y el pobre son lo mismo, que en el sueño no se distinguen. La noche y su fi fi fi fl fl fl fl fi fi fi fi fi sueño tienen un solo nombre. Por cierto, son siete días los que nombramos debido, supongo, al libro de Génesis en la Biblia que nos cuenta que Dios creó el mundo a lo largo de seis días, y que el séptimo día descansó. Si hubiera descansado en la noche de cada día, como hacemos nosotros, no habría hecho falta un séptimo día para su descanso y habríamos tenido sólo seis días. Quizá le damos un solo nombre a la noche porque no la valoramos. Es en el día cuando realmente vivimos, bajo la luz del sol donde actuamos y sentimos placer, donde recordamos el pasado y planeamos el futuro. Tanto es así que llenamos la noche de luz arti cial, reduciendo en la medida posible sus fronteras, su alcance. En todo caso, tarde o temprano, tenemos que rendirnos ante el sueño. En el mismo libro, Canetti también nos cuenta algo sobre el sueño. Dice: “Si has visto a una persona dormir, jamás puedes volver a odiarlo”. Me gusta mucho la imagen que esa a rmación produce en mi cabeza, el rostro de uno hundido en el sueño. ¿Tendrá razón Canetti? Es como si el odio dependiera de la vista, no de la vista de uno, sino de dos viéndose recíprocamente. Como dice Antonio Machado: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”. El ojo que se abre y te mira introduce, como dice Sartre, una profunda sensación de auto-consciencia, de ser invadido, vigilado. Cuando uno mira, está simplemente consciente de lo que ve. Pero al ser mirado por otro, se vuelve auto-consciente, se vuelve objeto para sí mismo, es cosi cado, y trata uno de defenderse - huye o reclama al otro, se pone a la defensiva. Pues, puede que esta dinámica de dos vistas, dos miradas, determinando la una a la otra, sea una condición del odio. Como famosamente dice Sartre: “El in erno son los otros”. ¿Y si ese otro está dormido? Si uno va mirando diferentes cosas, una puerta, una cama, luego la cara de una persona ahí dormida, se da una experiencia bastante singular como comenta Canetti en su aforismo. Lo que uno ve ahí no es un ser-en-sí, como la puerta y la cama, un simple objeto, pero tampoco es el ser-para-sí, la candente conciencia que invade y cosi ca, sino algo intermedio. Bueno, en la ontología de Sartre no hay intermedio, pero Canetti me lleva a pensar que sí. Al cerrarse los ojos y dormir, la mirada que antes animaba el rostro desvanece, y todas sus facciones, las arrugas que acentúan los lados de los ojos, la piel que ondula y se colorea, el ceño que se frunce, todos esos detalles que expresan emoción, incluso la del odio, se relajan, toman un aspecto neutro, como si la conciencia se retrocediera del rostro, bajándose como la marea, dejando a la vista un plano desnudo y desamparado, un ser vulnerable. Y quizá lo que nos hace incapaz de volver a odiar esa persona es que reconocemos ahí a nosotros mismos. La vulnerabilidad que sentimos ante la mirada del otro la percibimos ahora en ese rostro dormido, y quizá, como decía Schopenhauer, se despierte cierta compasión por el otro. En el sánscrito del hinduismo, lo cual Schopenhauer introdujo a Occidente, se dice “tat tvam asi” – tú eres eso. La multiplicidad del mundo fenoménico, todos los individuos que la fi fi fi fi fi conciencia distingue y la mirada cosi ca, brota de una dimensión sin diferenciación en el que todo es uno. Schopenhauer lo llamaba la Voluntad, pero nosotros podemos llamarlo simplemente la noche que tiene un solo nombre. La siguiente cita la tomo del diario de Kierkegaard. Dice: “¡Cuidado con los profetas falsos que te llegan vestidos de lobo, pero que realmente, en su interior, son ovejas – es decir, los tra cantes de frases!” Esta cita Kierkegaard la toma del Sermón en la Montaña donde Jesús advierte sobre lobos vestidos de ovejas, sólo que aquí son ovejas vestidas de lobos. Eso es un poco extraño ya que los lobos son los que tienen colmillos; nos pueden matar, las ovejas no. Pues, en cuanto al cuerpo físico sí hay que tener cuidado con los lobos, es por eso que se visten de ovejas, para engañarnos. ¿Y en cuanto al cuerpo espiritual, el alma? Al parecer, Kierkegaard nos está diciendo que es al revés; son las ovejas lo que peligra el espíritu. ¿Por qué? Pues si un profeta nada más enunciara cosas que re ejan el estatus quo, si dijera que las cosas van a seguir siendo tal como son, pues no sería profeta sino más bien un ideólogo del sistema imperante. Los profetas verdaderos no anuncian la paz sino que sus palabras constituyen, como decía Jesús, una espada; anuncian que ruptura habrá, un nuevo comienzo. En esto son como lobos que devoran lo existente para abrir paso para lo que vendrá. Entonces, cuidado con las ovejas vestidas de lobos; son profetas falsos. Sus palabras no son profecías, sino frasecitas; son tra cantes de frases, dice Kierkegaard. De hecho, en vez de ser ideólogos del Estado sería mejor llamarlos mercadólogos. El mercadólogo utiliza la retórica y la psicología para persuadirnos a comprar jabón y cereal, celulares y coches. Pero el tra cante de frases que menciona Kierkegaard no nos vende cosas sino ideas. Sí, pueden ser ideas políticas, pero el contexto aquí es netamente espiritual. Por la época en que vivió, supongo que estaba pensando en los pastores luteranos, en sus sermones y las frases que usaban para dirigir y controlar emocionalmente a los feligreses. Hoy en día, yo pienso en la industria de auto-ayuda y en los memes sobre el amor, la felicidad y el éxito. Estas personas se presentan como lobos, como personas fuertes cuyo mensaje lo comunican como si fuera una espada, pero en realidad son ovejas cuyo mensaje no es más que papilla espiritual. El problema para Kierkegaard no es tanto las frases sino cómo se toman. La gente las toma como si fueran la conclusión de un argumento, un pedazo de verdad que pueden cómodamente guardar en un cajón de la mente, o como si fuera una joyita que, junto con otras, hilan en un collar que llevan puesto para verse bien, para sentirse bien. Esta comodidad es justo lo que Kierkegaard, siguiendo a su maestro Sócrates, trataba de tirar de su pedestal. La vida del espíritu no es un estado estático sino un movimiento, y lo que más mueve el alma o la mente es la duda, el cuestionamiento. Para Kierkegaard, la fe y el conocimiento son fenómenos subjetivos que no pueden adquirirse como un producto que se compra en la tienda; implican más bien un trabajo personal. Como verdadero lobo del espíritu, Kierkegaard sabía fi fi fi fi fl muy bien mover el espíritu de los que lo escuchaban, muy a diferencia de las ovejas contemporáneas que con sus frasecitas sólo lo adormecen. Pues ahorita iba a pasar a la siguiente cita o frase y de repente me vi implicado en mis propias palabras. No soy un gran lobo como Kierkegaard, pero sí estoy consciente del peligro del espíritu ovino. Lo que espero compartirles en esta sección de Anotando Ando, no son frases sin más sino cómo una frase, al rascarle un poquito, logra mover el espíritu. Parafraseando a Marshall McCluhan, el movimiento es el mensaje. Bueno, la última cita viene de un lósofo que se llama Nicholas Rescher. Trabaja en la Universidad de Pittsburgh en los EU, ha publicado más de 100 libros y 400 artículos, y tiene 94 años de edad. La cita la tomo de uno de los libros de Rescher que se llama “The Strife of Systems” que sería algo así como “el con icto de los sistemas”. La primerísima línea del libro dice: “Si dos personas están de acuerdo, una de ellas no es lósofo”. A primera vista, a primera leída, suena un tanto chistoso, como si fuera una broma, y uno se ríe, pero está comunicando ahí algo importante. Vamos a analizarlo para ver qué dice. La primera parte de la cita nos da los elementos que tenemos que considerar: dos personas y la posibilidad de que estén de acuerdo sobre algún tema. El tema del acuerdo es bivalente, es decir, puede haber acuerdo o desacuerdo. La segunda parte de la cita introduce una bivalencia, si se puede decir, en las posibilidades de personas, es decir, puede ser lósofo o no serlo. En aras de simplicidad, vamos a llamar estas dos posibilidades lósofo y persona normal. Bien, en cuanto a las posibles combinaciones de personas, puede haber dos personas normales, una persona normal y un lósofo, y dos lósofos. Y entre estas tres relaciones la posibilidad de que haya acuerdo o no. Con este esquema, volvamos a la cita: “Si dos personas están de acuerdo, una de ellas no es lósofo”. El autor básicamente está dándonos la condición de que haya acuerdo, a saber, que una de las dos personas no sea lósofo. Si es así, entonces entre las dos personales normales, puede haber acuerdo dado que una de ellas no es lósofo. Si una es una persona normal y la otra es lósofo, también puede haber acuerdo por la misma razón. La única combinación que no cumple con la condición que establece el autor es la de dos lósofos. Su a rmación es simplemente una forma elegante y chistosa de decir que los lósofos son contreras; casi por principio, sostienen la posición contraria de su interlocutor. Si este último es una persona normal, el acuerdo es posible porque el lósofo puede convencerle de su posición. Pero un lósofo frente a otro, al parecer no. Obviamente, es una exageración decir que dos lósofos cualesquiera no pueden estar de acuerdo sobre nada; claro que pueden serlo. Sin embargo, como generalización, y tomando en cuenta la larga historia de la losofía, es bastante atinada. El desacuerdo entre los lósofos es la regla más que la excepción. En 2,400 fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fl años de losofía en Occidente no se ha llegado a un acuerdo sobre nada, que yo sepa, mientras que en 500 años de ciencia se ha logrado un muy amplio acuerdo sobre al menos los principio y logros básicos de la ciencia. ¿Por qué es así? Pues el subtítulo del libro del que tomo la cita es “Un ensayo sobre los fundamentos y las implicaciones de la diversidad losó ca”. El autor tiene una respuesta a esta diversidad o desacuerdo, que no lo ve como negativo, sólo que no les puedo decir qué es porque no he terminado de leer el libro. Desde mi punto de vista, hay mucho desacuerdo porque el ser humano, incluyendo el lósofo, es egoísta y orgulloso; ante la mirada del otro no quiere verse como débil o vencido. Los cientí cos también son egoístas pero lo que impide que sean contreras inveterados es la Madre Naturaleza, las enseñanzas que les impone a través de los experimentos. La diferencia entre el cientí co y el lósofo es el experimento empírico. Entonces ¿a qué se debe esta notoria incapacidad de estar de acuerdo? ¿Será su ego? Desde hace tiempo digo que la única diferencia entre un doctor en losofía y una persona normal de la calle es que el doctor en losofía es simplemente más hábil para justi car sus prejuicios, que detrás de la argumentación hay un dogmatismo que no se quiere reconocer. ¿Será eso? Yo creo que en parte sí, pero seguramente los demás lósofos o al menos la inmensa mayor no estarían de acuerdo conmigo. Por su conducta, por lo que veo en los argumentos de pasillo y en congresos académicos, su explicación preferida sería simplemente que uno tiene razón y el otro no. Si el otro pensara bien, estaría de acuerdo con uno. Mi explicación del fenómeno en términos del egoísmo no es propiamente losó ca sino psicológica. Si la psicología fuera una ciencia, a lo mejor un experimento podría hacerse para ver si tengo razón o no. Sin embargo, la psicología no es una ciencia y yo en todo caso soy lósofo. Entonces aquí les va de mi parte una posible explicación losó ca. Si se puede hablar de la naturaleza humana, yo diría que hay algo en nuestra forma de ser que es atraído al misterio. Imagínate que algún día los lósofos si lograran ponerse de acuerdo. Si ese día llegara, tendrían que decir, “bueno, pues ya lo hemos resuelto todo, no hay nada más que hacer, ya podemos ir a casa y hacer otra cosa”. Es para mí impensable no sólo que ese día llegara sino que estuviéramos contentos en dejarlo todo y hacer otra cosa. Sin ese misterio, no seríamos lo que somos. Quizá sea un poco como lo que dice Schopenhauer sobre el amor. Los jóvenes realmente piensan que están enamorados y que esa sensación es de lo que se trata todo. Para Schopenhauer, esa enloquecedora emoción que llamamos amor no es más que el ardid de la naturaleza, una artimaña que emplea para propagar la especie. Este último es realmente de lo que se trata. Pasando a nuestro tema, quizá la falta de acuerdo en la losofía sea el ardid que la naturaleza emplea para perpetuar no la especie sino el espíritu. Sin ese misterio que nunca se resuelve, el fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi fi espíritu moriría y nos convertiríamos en “meros” animales, lo cual a lo mejor no sería tan malo considerando el estado en que hemos puesto el mundo. No sé si tengo razón en lo que digo, y no sé si estás de acuerdo con lo que digo, ¡pero tienes que admitir que la idea ha movido tu espíritu! Quisiera cerrar este episodio de Anotando Ando con una pequeña re exión navideña ya que estamos a unos días de esa fecha tan importante para tantas personas. La navidad es para mí una temporada que me provoca mucha nostalgia. La palabra nostalgia viene del griego. Nostos signi ca retornar a casa y algos signi ca dolor. Entonces nostalgia expresa ese deseo de volver a casa o a algún estado de cosas en el pasado en el que te sentías bien comparado con el ahora. Lo que añoro de Navidad es esa época de niño antes de que supiera que Santa Claus no era real, cuando la magia era posible, antes de que el maldito imperio cientí co con sus pruebas empíricas demostraran que era un mero cuento. Todavía recuerdo la mirada en la cara de mi madre cuando con solemne seriedad le pregunté si Santa Claus era real. No recuerdo qué me respondió, pero la mirada de pánico que duró unos dos o tres segundos antes de responder me lo decía todo. En los 38 años que llevo como adulto viviendo fuera de la casa de mis padres, nunca he puesto árbol, escarcha, esferitas y los demás adornos. A lo mejor por eso me vean como un grinch, pero no es eso, sino sólo que Navidad es para los niños y esa magia que no se puede recuperar realmente en el mundo de los adultos. Pre ero dejarlo así y buscar la magia en otros ámbitos de la vida. Bueno, esa cuestión de nostalgia me hizo pensar en cosas por las que siento nostalgia. Podría hablar de varias cosas pero mejor les comparto sólo una. Hace unos días tuve una reunión en casa. Unos amigos trajeron su hijo de 6 años de edad. En algún momento, se quedó viendo un teléfono antiguo que tengo como de los años 40. Es negro, el auricular es pesado y tiene por supuesto esa cosa giratoria con hoyitos, uno por cada número. El niño levantó el auricular pero no lo puso a su oreja. No supo hacer con él. Cuando le expliqué y le dije que antes para marcarle a uno se tenía que girar esa pieza metiendo el dedo en el hoyito y dándole vuelta de acuerdo con cada número, se quedó empujando los números pero no entendía eso de girar. En n, fue fascinante ver el abismo entre el mundo de este pequeño ser y el mío. La nostalgia que esta experiencia me provocó fue no sólo la experiencia de usar esos teléfonos análogos, sino algo más especí co. Recuerdo que tenía memorizados los números telefónicos de mis cinco mejores amigos, pero no sólo la serie de números simbólicos – 472-3895 por ejemplo, sino también el tiempo que cada número tardaba en girarse para volver a su lugar original después de “marcarlo”. O sea, el número telefónico de un amigo dado era una combinación particular de siete tiempos distintos junto con el sonido del aparato girándose, de modo que sabía si marcaba mal porque uno de los números no daba con el tiempo correcto que sentía en la memoria de mi oído. Es difícil explicar bien, pero sé que gente de cierta edad fi fi fi fi fi fl fi entenderá lo que quiero decir. Creo que lo que esa gente añora, yo incluido, es una vida más análoga. Bueno, ciertos aspectos porque sin duda nuestra era digital tiene sus propios bene cios. Ha hecho posible la Fonda Filosó ca por ejemplo. Entonces, aunque esta época me vuelve medio nostálgico con deseo de volver a casa, me doy cuenta que esta casa de la Fonda, una casa que es de ustedes y en la que me han dado posada, no pide nada a esos recuerdos de niño. Espero que siga muchos años para que nunca llegue el momento en que sienta nostalgia por ella. fi fi