El Nuevo Nacimiento
El Nuevo Nacimiento
El Nuevo Nacimiento
La conversación que tuvo lugar entre Nicodemo y Jesús, y que empieza en los
versículos que quedan transcritos, es uno de los pasajes más importantes de la
Biblia. En ninguna otra parte se tratan de una manera tan explícita y vigorosa
esos dos temas sublimes: el renacimiento y la salvación por medio de la fe. Todo
siervo de Cristo debiera estudiar profundamente este capítulo.
Notemos, ante todo, cuan débiles son a veces los primeros pasos que da un
cristiano que más tarde viene a ser fuerte en la fe.
No puede dudarse mucho que Nicodemo fuese a ver a Jesús de noche por falta
de valor. Tenía miedo de lo que la gente pudiera creer o hacer en caso de que
llegara a saber que había tenido una entrevista con Jesús. Y sin embargo, algún
tiempo después ese mismo Nicodemo habló a favor de Jesús en pleno día ante
el concilio de los judíos. "¿Juzga nuestra ley a hombre alguno," dijo "si primero
no oyere de él y entendiere lo que ha hecho?" Juan 7.51.
Aún más llegó el día en que ese mismo Nicodemo fue uno de los dos únicos
hombres que tributaron honor al cadáver de nuestro Señor. Si, él ayudó a José
de Arimatea a sepultar a Jesús cuando aún los mismos apóstoles lo habían
abandonado y habían huido. Su conducta al fin fue mejor que la principio;
aunque empezó mal acabó bien.
La historia de Nicodemo nos enseña que no debemos desdeñar en materias
religiosas "el día de los pequeños principios" No hemos de decidir que una
persona no posee la gracia divina, porque en sus primeros pasos en la senda
del bien manifieste timidez y vacilación. Recordemos de qué manera recibió
nuestro Señor a Nicodemo. él no quebró la caña rajada ni apagó el pabilo que
humeaba. Mat. 12.20. A imitación suya, tratemos con dulzura y amabilidad a los
que empiecen a manifestar interés en asuntos religiosos. Principio quieren las
cosas. Los que al principio hacen las más ruidosas protestas de su fe y de la
sinceridad de sus convicciones, no son siempre los más constantes y los más
fuertes. Judas Iscariote era ya apóstol cuando Nicodemo empezaba apenas a
ver unas vislumbres de luz. Empero, más tarde, a tiempo que Nicodemo
ayudaba a sepultar el cadáver del Salvador, Judas Iscariote se estaba
ahorcando por haberlo traicionado.
Notemos en seguida que cambio tan estupendo es el que nuestro Señor dijo que
era necesario para la salvación, y que expresión tan notable usó para denotarlo.
A Nicodemo dijo: "El que no naciere otra vez no puede ver el reino de Dios." y a
fin de aclarar más a su interlocutor esa idea la repitió en distintas palabras: "el
que no renaciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios."
Con esto quiso dar a entender a Nicodemo que ninguno podía hacerse su
discípulo a menos que su alma fuese purificada y renovada por el Espíritu tan
completamente como el cuerpo humano lo es por el agua. Todo lo que se
necesitaba para adquirir los derechos del judaísmo era nacer de la raza de
Abrahán. Para gozar de los privilegios del reino de Cristo, es preciso nacer
nuevamente del Espíritu.
El cambio, pues, de que trató nuestro Señor no es un cambio ligero o superficial;
no es tan solo una reforma, una enmienda, una mutación moral, un cambio
externo de vida. Es un cambio radical de corazón, de voluntad, de carácter; es
una resurrección, es una nueva creación; es un tránsito de la muerte a la vida;
es la inoculación en nuestros corazones de un principio celeste; es dar a luz una
nueva criatura, de nueva índole, nuevos hábitos, nuevos gustos, nuevas
aspiraciones, nuevas ideas, nuevas opiniones, nuevas esperanzas, nuevos
temores. Todo esto, sin exceptuar nada, implica el nacer otra vez.
Lo que hace que este cambio de corazón sea absolutamente indispensable para
nuestra salvación es el estado de corrupción en que nacemos todos, sin
excepción alguna. "lo que es nacido de la carne, carne es." "El ánimo carnal es
enemistad contra Dios." Rom. 8.7 Venimos al mundo sin fe, sin temor o amor
hacia Dios. Por naturaleza no nos sentimos inclinados a servirle u obedecerle, o
a cumplir con su santa voluntad.
Y téngase presente que este cambio no es un don o gracia que nosotros mismos
podamos otorgarnos. Hasta el nombre de renacimiento que le dio Nuevo
Testamento Señor es prueba de ello. Ningún hombre es autor de su propia
existencia, y ningún ser humano puede renovar su propia alma. Más fácil cosa
sería que un muerto se diera vida a si mismo, que el hombre no convertido se
hiciera espiritual. Es menester que intervenga un poder de lo alto, el mismo
poder que creo los cielos y la tierra. 2 Cor. 4.6 Notemos, finalmente, la
interesante comparación de que hizo uso nuestro Señor para explicar el
renacimiento. Habiendo percibido que Nicodemo estaba atónito y confundido de
lo que le había dicho, misericordiosamente se dignó sacarlo de su asombro con
el símil del viento.
Muchos de los fenómenos del viento son inexplicables. "No sabes," dice nuestro
Señor, "de donde viene, o a donde va." No podemos palparlo con las manos
Juan ni verlo con los ojos. Cuando sopla, no podemos decir en donde empezó a
hacerse sentir, o hasta donde seguirá acariciando las plantas o encrespando las
aguas. Pero no por eso negamos su existencia. Lo propio sucede con las
operaciones del Espíritu cuando el hombre nace de nuevo. Páresenos
misteriosas, singulares, incomprensibles en muchos respectos. Pero es
insensatez dejar por eso de creer en ellas.
Más, por misterioso que sea el viento, podemos asegurarnos de su presencia
por sus efectos. Lo propio sucede con las operaciones del Espíritu cuando el
hombre nace de nuevo. Maravillosas e incomprensibles como son, siempre las
podemos percibir. El renacimiento no es un hecho que se pueda mantener
oculto. En el que haya nacido del Espíritu los frutos del Espíritu se manifestarán
siempre.
¿Deseamos saber cuales son las señales que indican el renacimiento?
Podemos encontrarlas en la primera epístola de S. Juan. El hombre que nace de
Dios "cree que Jesús es el Cristo," "no comete pecado," "hace justicia," "ama a
los hermanos," "vence al mundo," "se guarda del maligno." Juan 5.1; 3.9; 2.29;
3.14; 5.4; 5.18.
Preguntémonos seriamente, en conclusión, si sabemos por experiencia propia lo
que es este maravilloso cambio. ¿Hemos nacido otra vez? ¿Se ven en nosotros
las señales del renacimiento? ¿Puede oírse el susurro del Espíritu en nuestra
conversación diaria? Vendrá el día en que los que no hayan sido regenerados
desearán no haber nacido nunca.