Trilogía Sucia de La Habana: Descarnado Viaje Por El Anteparaíso
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POR
Trilogía sucia de La Habana (1998) de Pedro Juan Gutiérrez,1 texto que reúne los
conjuntos de relatos Anclado en Tierra de Nadie, Nada que hacer y Sabor a mí, constituye
un crudo y salvaje recorrido por La Habana entre 1994 y 1997, vale decir: por el período
más nefasto en términos económicos y sociales de la dictadura de Fidel Castro. De esta
forma, Gutiérrez hace descender al lector por una urbe devastada por la miseria, el hambre,
el desenfreno y la violencia, colmada de hombres y mujeres destruidos –pero jamás
derrotados– que se debaten a muerte por sobrevivir, día a día, sin mediar límites morales,
éticos o religiosos. La Habana aparece como una ciudad del pecado, regida por el caos y
alejada de Dios, que se erige como una nueva Babilonia o una nueva Sodoma.
Una nueva Sodoma cuya pobreza y privación no la conduce, en todo caso, a la tristeza
ni a la depresión, sino que, muy por el contrario, a golpe de sexo, ron, música y mariguana
transforma la vida habanera en un verdadero carnaval, que borra las huellas de la ciudad
como espacio vigilado y controlado para ofrecer un reino del desorden. Lejos de la
disciplina y del orden revolucionario, La Habana está atravesada por una cartografía del
placer, que da curso a las más variadas y diversas manifestaciones del deseo sexual –oral,
anal, vaginal, prácticas orgiásticas, entre otras–, al abuso de estupefacientes y al baile.
Gutiérrez cultiva, en suma, un verdadero jardín de las delicias, o de las inmundicias.
Es más, Gutiérrez disecciona como una especie de antiflàneur La Habana, recorriendo
y dando paso en sus cuentos a los espacios más marginales de la urbe, articulando, en
definitiva, un proceso de descanonización de la ciudad monumental de Alejo Carpentier
1
Pedro Juan Gutiérrez (La Habana, 1950) es periodista de la Universidad de La Habana, poeta visual,
escultor y escritor, que tiene a su haber una pentalogía ambientada en La Habana, compuesta por la
Trilogía Sucia de La Habana, El rey de La Habana, El insaciable hombre araña, Animal tropical
y Carne de perro. Acaba de publicar una novela policial denominada Nuestro GG en La Habana
(2004).
52 ALEXIS CANDÍA CÁCERES
Pedro Juan Gutiérrez desarrolla una poderosa, original e intensa prosa que emplea
frases cortas que alternan un lenguaje directo y tajante –que utiliza muchos giros
populares– con un sutil lirismo para dar vida a sesenta cuentos narrados en primera
persona por el propio Gutiérrez, salvo seis relatos que están contados a través de una
tercera persona2 en su Trilogía sucia de La Habana: “Me di cuenta de que el 85%, quizás
el 90% de lo que está escrito en Trilogía es totalmente autobiográfico, crudamente y
excesivamente autobiográfico. A veces pienso que me desnudé demasiado delante del
público, hice un strip-tease demasiado prolongado” (Clark).
Trilogía sucia está compuesta por narraciones duras que tienen que ver, en primer
término, con el pésimo momento por el que atraviesa Gutiérrez a mediados de los noventa:
2
Estos cuentos son “Dale una puñalá, acere”, “El aprendiz”, “Salvación y perdición”, “Visión sobre
los escombros”, “Los hilos del muerto” y “Siempre hay un hijoputa cerca”.
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Y yo creo que ese libro está dentro de una línea muy fuerte de realismo sucio, entendido
como una manera de llegar siempre al límite de la literatura, al límite de los personajes,
de no esconder nada de los personajes. Eso es lo que yo entiendo del realismo sucio. Hay
quien cree que el realismo sucio es hablar de la suciedad material que pueda haber en
Centro Habana o describir escenas sexuales. Pero para mí, escribir de esta manera es
llegar al límite de cada personaje, no esconder. (Clark)
Trilogía sucia tiene como eje central a La Habana que, lejos de la mitificación que
experimenta la ciudad en la obra de autores anteriores, atraviesa por un proceso de
descanonización3 en las manos de Pedro Juan Gutiérrez. Antes de ingresar a su mugrienta
urbe resulta imprescindible, sin embargo, revisar las versiones que otros autores cubanos
han ofrecido sobre La Habana, debido a que permitirán conocer la evolución de la imagen
de la ciudad caribeña y el papel que desempeña, a ese efecto, nuestro animal tropical.
Alejo Carpentier conforma una ciudad monumental, uniforme y legible, que mantiene
incólumes sus signos visibles de identificación y que posee una distribución precisa de las
funciones urbanas. La ciudad monumental se levanta como un símbolo del discurso
trascendental sobre la identidad nacional. Así, aún cuando Carpentier diferencia en El
amor a la ciudad pequeñas urbes incorporadas a La Habana, tales como la mexicana, la
francesa, la norteamericana y el barrio chino, todas las cuales son caracterizadas por sus
calles principales y sus lugares típicos, en ningún caso, éstas cuestionan la hegemonía del
centro sobre la periferia. Carpentier no indaga mayormente en las zonas marginales de la
ciudad y se ciñe, en consecuencia, a la ciudad tradicional.
El derrocamiento de Fulgencio Batista, en 1959, tiene importantes efectos sobre La
Habana debido a que no sólo puso término al proyecto de convertir a la ciudad en la capital
mundial del tiempo libre. La victoria de la revolución castrista implica, también, que la
urbe caiga en absoluto abandono por más de veinte años: “La Habana se ‘salvó’, aunque
esa salvación, a la larga, se traduzca en un abandono que, si bien protegió inicialmente a
sus edificios, hoy se encuentra en un estado tan ruinoso que los condena igualmente a la
destrucción [...] la revolución de enero de 1959 vuelve la espalda a la capital” (Álvarez-
Tabío 373). Sólo la declaración de la UNESCO de La Habana como Patrimonio de la
Humanidad, en 1982, saca a la ciudad del ostracismo en que se había encontrado por
décadas.
El ingreso de los “barbudos” a La Habana resulta relevante en la medida en que bajo
su alero emerge una nueva generación de escritores que cuestionan la ciudad monumental
montada por Alejo Carpentier. Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy y Reinaldo
Arenas emprenden una operación de deconstrucción urbana fundamental para entender la
obra de Pedro Juan Gutiérrez: “La tendencia a difuminar la imagen centrada de la ciudad
es común a esta generación de intelectuales y representa, en última instancia, la voluntad
de desmitificar la ciudad monumental, símbolo del discurso trascendental sobre la
identidad nacional” (Álvarez-Tabío 337).
Cabrera Infante tiene como uno de sus objetivos centrales la recuperación de la
memoria de la ciudad, pero lejos de todo intento totalizador, realiza una operación
fragmentaria que busca incorporar los elementos más atractivos de la urbe para componer
3
Para Jean-Francois Lyotard la descanonización consiste en la deslegitimización masiva de los
códigos maestros de la sociedad, un desuso de las metanarrativas, que favorecen, como substitutivo,
las pequeñas historias que preservan la heterogeneidad de los juegos de lenguaje. Ihab Hassan
extiende su alcance –y en este sentido me interesa manejar el concepto– a todos los cánones, a todas
las convenciones de autoridad.
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un mosaico que sustente la rememoración. De esta forma, recupera muchos de los lugares
significativos de la ciudad. Como sea, el aspecto más interesante de los textos de Cabrera
Infante para este trabajo pasa, fundamentalmente, por su tendencia a generar una geografía
del placer, que incorpora el universo nocturno de La Habana, es decir, los cabarets, los
clubes nocturnos, y que subraya, claro está, el consumo de alcohol y el sexo.
La deconstrucción de La Habana es la herramienta que, en mayor medida, emplea
Severo Sarduy para difuminar las tesis uniformes de la ciudad monumental. Sarduy borra
las marcas de la urbe para producir una serie de signos dispares y superpuestos. Emma
Álvarez-Tabío describe de manera idónea el proceso de desmontaje de Sarduy:
Bajo ese prisma, es posible sostener que Sarduy disuelve la trama urbana generando,
a la postre, un espacio en que se superponen no sólo diversas versiones de La Habana –
como acaece en Cocuyo–, sino donde incluso aparecen otras ciudades sobre la metrópolis
caribeña, tal como sucede en Gestos, novela en que la ciudad griega de Tebas emerge sobre
La Habana. Por último, es necesario establecer que –al igual que Cabrera Infante– Sarduy
incorpora en sus textos las caras más oscuras y miserables de la ciudad, que llena de
travestidos, drogadictos, putas y toda clase de seres monstruosos.
Reinaldo Arenas emprende, por su parte, un proceso de demolición contra La
Habana, que acaba convirtiéndola en una verdadera zona de guerra: “Casas apuntaladas,
paredes derruidas, edificios reducidos a escombros, latas y cartones que tapaban un hueco,
charcos de aguas putrefactas, enormes montones de basura acumulada en las puertas de
los edificios, y sobre todo aquella polvareda y aquella impresión de deterioro general”
(Álvarez-Tabío 337). En la misma línea de los autores anteriores, Arenas se interna en la
cara más sucia de la ciudad; en especial, en aquellos espacios poblados de locas cuya única
obsesión consiste en buscar un hombre.
Pese a que La Habana despierta cierto interés a la administración Castro durante la
década de los 80 del siglo pasado, lo cierto es que son escasos los esfuerzos que emprende
para detener el deterioro de la urbe, salvo, claro está, en lo relativo a la zona turística que
experimenta un explosivo crecimiento tras la disolución de la URSS. Curiosa paradoja la
de La Habana, que luego de tres décadas de proceso revolucionario, acabó, en definitiva,
adquiriendo la misma fisonomía que había diseñado Batista: la capital mundial del tiempo
libre. Batista no contemplaba –al menos no abiertamente–, sin embargo, que el paraíso
turístico conviviera con una ciudad en ruinas. Lo anterior se pone de manifiesto en el
siguiente comentario de Cabrera Infante formulado en 1999: “La Habana hoy parece una
ciudad derruida, no desde el aire como Berlín, sino desde adentro. Pero Berlín, como la
Roma antigua después del incendio, ha sido reconstruida, y La Habana guarda una extraña
belleza entre las ruinas” (Álvarez-Tabío 373).
56 ALEXIS CANDÍA CÁCERES
Precisamente, esa ciudad en ruinas es la que recibe como imaginario urbano Pedro
Juan Gutiérrez. De ahí que parezca ser el escritor llamado a cerrar la destrucción de La
Habana, demoliendo la ciudad hasta sus últimos cimientos.4 Gutiérrez no pretende realizar
una nueva invención de La Habana; por el contrario, más bien apunta a borrar la
inscripción de la lápida tallada por Cabrera Infante, Sarduy y Arenas, con el objeto de dejar
a la ciudad, o más exactamente a su imagen monumental, en un cementerio olvidado de
2666.
Pedro Juan Gutiérrez emplea, en ese sentido, algunas de las estrategias discursivas
de los descanonizadores habaneros para deconstruir La Habana. Así, demuele la ciudad
–en la línea de Arenas– ofreciendo un espacio dantesco, arrasado por la miseria, la pobreza
y la falta de interés de la dictadura castrista:
Berta tiene setenta y seis años. Vive sola, en el octavo piso, penúltimo, de un edificio en
la calle San Lázaro, en Centro Habana. Sale al balcón y se deprime. Parece que un
bombardeo acaba de concluir. Demasiados escombros. La ciudad derruida, murmulla,
rumora. Ya hace tiempo que ni siquiera abre las puertas del balcón. (295)
4
Cabe consignar las disímiles condiciones vitales e históricas en que Cabrera Infante, Sarduy,
Arenas y Gutiérrez conforman sus visiones sobre La Habana. Mientras los primeros construyen la
urbe desde el exilio y, por ende, desde la memoria, dando forma a un espacio estancado dentro de
límites espaciales precisos, esto es: la urbe que abandonaron en las décadas de los setenta y ochenta;
Gutiérrez habla como testigo presencial de la “Situación Especial” que atraviesa La Habana de los
noventa. Las urgentes necesidades de supervivencia económica explican, en gran medida, la mayor
tolerancia hacia la crítica artística por parte de la administración Castro. De ahí que un mayor
número de creadores pueda vivir en la isla. Sin embargo, la condescendencia no implica una buena
recepción. Gutiérrez cuenta con una irregular difusión al interior de su país. Aunque se han
publicado algunos textos líricos son pocas las ediciones de sus producciones en prosa, sobre todo,
aquellas más ácidas para con el régimen. De hecho, del ciclo de Centro Habana sólo fue editado
Animal Tropical, en 2002, que, por lo demás, tuvo una pésima distribución en la nación caribeña.
Asimismo, los textos de Gutiérrez editados por Anagrama –al menos hasta el 2004– no eran
distribuidos en Cuba.
5
Algunos sitios simbólicos de Centro Habana son el Capitolio –réplica de menor tamaño del de
Washington construido durante la etapa de dominación de los Estados Unidos–, el Parque de la
Fraternidad, la fábrica de Tabacos de Partagás, el Paseo del Prado, el Gran Teatro con su sala García
Lorca, el Museo Nacional de Bellas Artes, el yate Granma, el Museo de la Revolución –antes palacio
presidencial–, la Embajada española y el Museo de la Música.
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6
Benjamin adopta el concepto del flaneur de los textos poéticos de Baudelaire. Para Benjamin, el
flaneur es el hombre que realiza un paseo ocioso y negligente por la ciudad, sobre todo, por los
bulevares, que se erigen como su verdadera vivienda. El flàneur busca la multitud y el mercado para
sumergirse en el gozo que representa la contemplación de la urbe y, especialmente, de las mercancías
que ésta ofrece: “El flaneur es un abandonado en la multitud. Y así es como comparte la situación
de las mercaderías. De esa singularidad no es consciente. Pero no por ello influye menos en él. Le
penetra venturosamente como un estupefaciente que le compensa de muchas humillaciones. La
ebriedad a la que se entrega el ‘flàneur’ es la de la mercadería arrebatada por la [...] corriente de los
compradores” (Benjamin 71).
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Pero no. He navegado mucho en el golfo y sé lo que es el Caribe. Me dan miedo las balsas
[...] La gente los cree valientes porque se lanzan a buscar Miami flotando en un neumático
de camión. Pero no son valientes sino kamikazes” (205).
A pesar de los comentarios del amigo de Pedro Juan Gutiérrez no sólo los locos,
borrachos o dormidos se quedan en Cuba, sino también los salvajes, aquellos depredadores
que están dispuestos a todo por mantener o conseguir una posición en la ciudad:
En medio de una guerra de todos contra todos sólo queda la fuga o la bestialidad; las
dos caras de la misma moneda cubana.
LA NUEVA SODOMA
Pedro Juan Gutiérrez configura en Trilogía sucia una urbe cruzada por el crimen, la
violencia, la locura, la prostitución y las agresiones sexuales. En otras palabras, teje con
una hebra mugrienta una ciudad del pecado, que no tiene que ver con la falta de
religiosidad de la isla –prohibida por la dictadura castrista–, sino más bien con la pérdida
de toda convención moral y ética a raíz de la miseria lacerante: “La miseria destruía todo
y destruía a todos, por dentro y por fuera. Ésta era la etapa del sálvese quien pueda, después
de aquella otra del socialismo y no muerdas la mano del que te da la comidita. Así que al
carajo la piedad y todo eso” (173).
La dramática hambruna que se extiende por toda la isla es el factor que, en mayor
medida, determina que el buen salvaje que convive en relativa armonía bajo un contrato
social, en términos de Rousseau, de paso a un animal tropical desesperado e implacable
que se sume en una guerra de todos contra todos por sobrevivir, al decir de Hobbes.
Aunque son numerosos los relatos que abordan la aguda avidez que se extiende al menos
entre 1991 y 1997, resulta significativo el intento de un grupo de negros por devorar un
animal muerto:
Apenas lograba contener a los negros: un enjambre de negros, con machetes, cuchillos
y sacos. Querían descuartizar al animal y llevárselo a pedazos. Era una jauría. Los conté:
ocho negros, flacos, hambrientos, sucios, con los ojos desorbitados, vestidos con harapos.
El guajiro les explicaba que el animal murió enfermo y se podría rápidamente. Ellos no
le discutían. Sólo le pedían sacarle un pedazo y ellos mismos enterrarían la cabeza, los
cascos, lo que quedara de aquel animal sarnoso y esquelético, cubierto de moscas verdes.
Por el culo le salían gusanos y pus. (137)
El hambre motiva, entonces, que los habaneros utilicen todos los medios que están
a su disposición para pervivir siquiera un poco más. Ante la muerte, Pedro Juan Gutiérrez,
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parece sugerir que todo es válido. Aún la mendicidad, sobre todo entre los más débiles,
que se extiende como una plaga por las calles de La Habana: “Una pandilla de negritos y
blanquitos nos rodearon en ese momento pidiendo algo. Lo que fuera. Ponían cara de
hambre, extendían la mano y ronroneaban: “Señor, por favor, dénos algo para comer,
dénos algo para comer, dénos algo para comer” (173-174).
Uno de los efectos directos de las crisis económicas sobre la población es el deterioro
de las viviendas y la brutal expansión del hacinamiento en los hogares. Más aún, al
considerar las olas migratorias que se producen desde las provincias hasta la capital, las
que persiguen mejores estándares de vida. Todo lo que, sin embargo, no hace sino
empeorar las condiciones habitacionales y salubres de La Habana:
Lo jodío allí son los vecinos y el baño colectivo. El baño más asqueroso del mundo,
compartido por cincuenta vecinos, que se multiplican, porque la mayoría son de Oriente.
Vienen a La Habana en racimos, huyendo de la miseria [...] Y se las arreglan para vivir
todos en un cuarto de cuatro por cuatro metros [...] Y en el baño la mierda llega al techo.
En ese baño cagan, mean y se bañan todos los días no menos de doscientas personas.
Siempre hay cola [...] Mucha gente, yo entre ellos, nunca hacemos cola: cago en un papel
y lanzo el bulto de mierda a la azotea del edificio del lado. (81)
Pero antes de que ellos se acostaran, todos los hombres de Sodoma, sin excepción, jóvenes
y ancianos, rodearon la casa. Llamaron a Lot y le dijeron “¿Dónde están esos hombres
(ángeles) que llegaron a tu casa anoche? Échalos para afuera, para que abusemos de ellos”
Lot salió de la casa, cerrando la puerta detrás de sí y les dijo: “Les ruego, hermanos míos,
que no cometan tal maldad. Oigan, tengo aquí dos hijas que todavía son vírgenes. Se las
voy a traer para que ustedes hagan con ellas lo que quieran, pero dejen tranquilos a estos
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Sodoma representa, entonces, los pecados carnales y la violencia, debido a que sus
habitantes pretenden violar a los enviados de Dios. Ciertamente, significa también la
tradicional condena judeocristiana a la homosexualidad. Aunque las mujeres no eran
consideradas como seres humanos en esa época, no deja de ser curioso que el hombre más
justo de Sodoma, Lot, ofreciera a sus hijas para ser abusadas a cambio de los forasteros.
Con todo, Sodoma puede considerarse como la máxima locación del pecado en La Biblia
en la medida que no existen siquiera diez justos en toda la urbe, lo que habría impedido,
acorde a la promesa que Dios le hizo a Abraham, la condena de la misma; “Yave dijo: “en
atención a esos diez, yo no destruiré la ciudad” (Génesis 18: 32).
Babilonia constituye, a su vez, el adversario de Jerusalén –la ciudad santa– y, en
consecuencia, de la voluntad de Dios. Principalmente, porque el rey Nabucodonosor
destruyó, saqueó y asesinó a los habitantes de la urbe, quienes habían caído en desgracia
a los ojos de Dios, debido a la corrupción que campeaba en Sión durante el ataque del rey
caldeo. Más aún, Babilonia acrecienta la ira divina debido a que profana y saquea el templo
sagrado de Jerusalén, adora imágenes paganas, se sume en la lujuria y, sobre todo, se burla
de los poderes divinos:
Excitado por el vino, el rey Belsasar mandó a traer las copas y tazones de oro y plata que
su padre Nabucodonosor se había llevado del templo de Jerusalén. Las copas y los tazones
fueron traídos, y bebieron en ellos el rey, sus mujeres, sus concubinas y todos los demás
asistentes al banquete. Todos bebían vino y alababan a sus ídolos, hechos de oro, plata,
bronce, hierro, madera y piedra. (Daniel 5: 1-4)
Trilogía sucia plasma un espacio urbano que, como las ciudades bíblicas, está
penetrado por los pecados aborrecidos por el Dios del Viejo Testamento. Al igual que
Sodoma y Babilonia, La Habana también se ha alejado de Yavé, pero no por la degradación
individual, sino más bien por la determinación del gobierno castrista que prohíbe las
manifestaciones religiosas. De todas formas, conviven resabios de la cultura cristiana con
muestras de la religión ‘pagana’ caribeña, dedicada a Ochún, Yemanyá, Changó y Babalú.
Más relevante que lo anterior, sin embargo, es que la ciudad de Pedro Juan Gutiérrez está,
como sus símiles religiosas, atravesada por una red de maldad que incluye asesinatos,
robos, profanaciones, agresiones físicas, violencia sexual, entre muchos otros pecados.
El séptimo círculo del infierno está representado en la Trilogía, fundamentalmente,
por la serie de asesinatos que acaecen en las calles habaneras: “Por la mañana apareció una
mujer apuñalada en la calle. Era una mulata bellísima y alta, con una falda negra muy corta
y una blusa y un ajustador blancos empapados en sangre [...] La gente decía que engañaba
al marido con otros hombres. Fue tanto que el tipo no pudo más y la tasajeó” (85).
Asimismo, por el máximo desespero y desolación que implica el suicidio:
TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA: DESCARNADO VIAJE POR EL ANTEPARAÍSO 61
El domingo 25 de diciembre [...] Angelito subió hasta la azotea. Tenía unos sesenta años
y vivía en el cuarto piso del edificio [...] Lo dejé subir hasta los tanques y, sin perder
tiempo, se lanzó a la calle. Cuarenta y cinco metros de vuelo libre. Los primeros que se
acercaron al cadáver aplastado contra el asfalto fueron dos perros callejeros. Comieron
un buen pedazo del cerebro sangrante y caliente. (113)
7
Pedro Juan Gutiérrez no cultiva el erotismo sino directamente la obscenidad y la pornografía.
Ambos conceptos serán definidos en el apartado siguiente.
62 ALEXIS CANDÍA CÁCERES
No se trata, sin embargo, de una mera actitud misógina, sino de simple supervivencia.
Lo anterior queda de manifiesto al considerar que el propio Pedro Juan Gutiérrez se
convierte en jinetero: “Entonces me dediqué a algo más fácil y que da más dinero. Me metí
a pinguero. Pero con las viejas. Con las turistas. No tengo estómago para los maricones”
(224). La prostitución le cuesta, por cierto, dos años en la cárcel.
Trilogía sucia tiene, además, numerosas páginas dedicadas a pecados menores, tales
como el robo, el comercio de estupefacientes –en especial de mariguana–, el juego ilegal,
entre muchas otras prácticas, que configuran una ciudad que, perfectamente, podría ser
barrida por una lluvia de fuego o azufre según los códigos de Yavé. Una Habana que
simboliza, en definitiva, la miseria del hombre en una alegoría de la Cuba castrista.
CARNAVAL EN LA HABANA
8
Mijail Bajtin sostiene que los ritos carnavalescos están regidos por un principio cómico que los aleja
de todo carácter místico u eclesiástico; por el contrario, son más bien una parodia a los cultos. Sin
embargo, tenían una estrecha relación con las fiestas religiosas debido a que, por lo general, se
desarrollaban durante los días previos a la cuaresma. Asimismo, tienen como uno de sus ejes
centrales la noción de juego, que tiene que ver con que la vida es representada por elementos lúdicos;
el disfraz y la máscara hacen de la inversión su juego preferido. Bajo ese prisma, es dable comprender
que el carnaval carece de fronteras espaciales y que su única norma es la libertad, lo que implica la
abolición de las relaciones jerárquicas, las reglas y los tabúes. En el carnaval lo sagrado se vuelve
subversivo y el mundo se pone al revés. La multitud se entrega al desenfreno lúdico, se abre a las
críticas y a los excesos. Bajtin sostiene que el carnaval penetra en el reino utópico de la universalidad
y la abundancia. Abundancia que se caracteriza por el elevado consumo de alcohol, de comida y por
la profusión de las prácticas sexuales. Lo anterior no implica que el carnaval sea una conmemoración
sin trascendencia; por el contrario, tiene una profunda relación con el tiempo: “las fiestas, en todas
sus fases históricas, han estado ligadas a períodos de crisis, de trastorno, en la vida de la naturaleza,
de la sociedad y del hombre” (Bajtin 13). De ahí que éste pueda considerarse como un estado peculiar
del mundo que representa su renacimiento y su renovación.
TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA: DESCARNADO VIAJE POR EL ANTEPARAÍSO 63
que necesitaba, de una manera u otra, liberar presión: “En Centro Habana la gente vive
del aire. Nadie tiene dólares y la gente ya se acostumbró a vivir con agua con azúcar, ron
y tabaco, y mucho tambor. Es así. Mientras estamos vivos hay que seguir pa’lante como
sea. Luchar por la vida porque la muerte está segura” (263). Precisamente, esa inminencia
de la muerte, el desamparo y la desesperación, impulsa a los habaneros a vivir un carnaval
que no tiene un marco temporal preciso, ni un significado ritual y que surge de manera
espontánea en los más diversos puntos de la isla.
Aunque existen ciertos elementos subversivos frente a la férrea disciplina impuesta
al “hombre nuevo” y que, a todas luces, constituyen una liberación transitoria frente a los
cánones de la dictadura castrista –soterrada, claro está, pues lo contrario equivalía a la
prisión o a sesiones de electroshocks–, no existe una inversión del orden ni menos una
abolición de las relaciones jerárquicas. En consecuencia, tampoco hay máscaras ni
bufones.
Se trata de un carnaval que pasa por el juego, la comicidad y, sobre todo, por la
abundancia. Pese a su carácter paradójico –dadas las privaciones que enfrentaba
Cuba–, sus habitantes se sumen en los excesos de la música, el sexo, la bebida y la
mariguana: “Entonces estás cargado de furia y de rabia y hay que descompresionar. Todos
sabemos cómo: alcohol, sexo, drogas. Bueno, otros se hartan de chocolates o de comida
compulsiva, no sé. Aquí en el barrio todos tienen mucho sexo y algo de alcohol, y
mariguana” (210).
Trilogía sucia puede simbolizarse, en ese sentido, como una colmena, que está
saturada de miembros ansiosos de ser parte de una fiesta sin fin. Y es que en medio de la
miseria, el ron, la mariguana y el sexo aparecen como los medios más efectivos de
esparcimiento y evasión. Como sea, si los estimulantes son los señores del regocijo, el sexo
es el emperador del carnaval habanero.
Pedro Juan Gutiérrez es, en ese sentido, un animal sexual –como atestiguan la gran
mayoría de sus relatos– que tienen al sexo como eje central. De ahí que Roberto Bolaño
calificara a Gutiérrez como un Prometeo sexual desencadenado: “Su querencia por las
mujeres no conoce edad (aunque ciertamente nadie ha dicho de él que sea un pedófilo, más
bien al contrario), ni raza (Gutiérrez enarbola la bandera del arcoiris), ni rencores
personales (es capaz de enamorarse de las peores víboras de la tierra)” (Bolaño 213).
Ahora bien, para profundizar el tratamiento de la sexualidad por parte de Gutiérrez
resulta clave conocer la diferencia entre erotismo y obscenidad-pornografía. Laura
Hernández considera que el erotismo no tiene género, “es un diálogo entre dos ontologías
que buscan un bien común: el paraíso perdido del clímax orgásmico a través de los cinco
sentidos, creando en el ‘otro yo’ un estado de elevación sensorial; un ritual sacro, donde
el hombre y la mujer: el cielo y la tierra, se fusionan como espejos mutuos” (Hernández
26). Malcolm de Chazal rescata, también, el sentido trascendente del erotismo:
La sensación de nacer que experimenta el alma y la sensación de morir que sufre el cuerpo,
ese tironeo horrible nos acarrea toda la angustia de la muerte. La voluptuosidad no es otra
cosa que un núcleo de nacimiento en el centro de una cáscara de muerte; cuyo “vértigo”
reside íntegramente en ese momento preciso en que la “cáscara” se desprende de la
almendra, como un fruto maduro que se separa del árbol. (Bataille, “La felicidad” 95)
64 ALEXIS CANDÍA CÁCERES
Es algo rechazado del que uno no se separa, del que uno no se protege de la misma manera
que de un objeto. Extrañeza imaginaria y amenaza real, nos llama y termina por
sumergirnos. No es por lo tanto la ausencia de limpieza o de salud lo que vuelve abyecto,
sino aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los
límites, los lugares, las reglas. (Kristeva 11)
Oh, no resistí la tentación y, después de un buen rato jugando con ella, ya había tenido
tres orgasmos, se la metí por el culo. Muy despacio, bien mojada con los líquidos de su
vagina. Poco a poco. Metiendo y sacando y masturbándole el clítoris con mi mano. Ella
TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA: DESCARNADO VIAJE POR EL ANTEPARAÍSO 65
rabiaba de dolor, pero pedía más y más. Mordía la almohada, pero retrocedía el culo y me
pedía que se la metiera hasta el tronco. (10)
Por otra parte, parece atractivo el cuento “Yo claustrofóbico” debido a que narra una
relación homoerótica en público: “Era ya el atardecer y el bosquecito no es muy tupido [...]
cerca de nosotros, dos muchachos se besaban desaforadamente y en un instante se bajaron
la cremallera de los pantalones, sacaron sus pingas y se acostaron en la tierra, desesperados,
a mamárselas mutuamente, en un 69” (32).
Aunque la Trilogía sucia está narrada desde la perspectiva masculina en una sociedad
enormemente machista como la cubana, resulta interesante considerar que los personajes
femeninos están lejos de ser simples objetos del deseo. De hecho, están más en la línea de
Lilith9 que en la de Eva y, por ende, no sólo están dispuestas a disfrutar el sexo, sino que
exigen la satisfacción de sus deseos. Hayda, Isabel, Margarita están en esa línea. Una línea
en que la mujer deja de ser espectadora y pasa a ser protagonista del erotismo en una
ciudad, como La Habana, que también para ellas es un carnaval.
Pedro Juan Gutiérrez traza con los tonos negros y rojos de su realismo sucio y
pornográfico un descarnado anteparaíso de La Habana castrista. Gutiérrez continúa y, a
la vez, parece finalizar la tradición descanonizadora que habían empezado Arenas, Sarduy
y Cabrera Infante, cumpliendo, de una vez por todas, las promesas apocalípticas anunciadas
con los últimos tiros de la revolución. Gutiérrez no sólo acaba con la ciudad monumental,
sino que borra todos los indicios de la metrópoli caribeña, vaciando de contenidos los
andamios de la metrópoli con el fin de dejar la vida nada más que a flor de piel, vale decir:
al nivel de las pequeñas historias de los hombres y las mujeres de La Habana.
Trilogía sucia de La Habana plasma, en buena medida, la ciudad del Dios Jano
debido a que, al igual que la deidad romana, tiene dos caras: un rostro ominoso producto
de la miseria hiriente y una faz hermosa impulsada por la música del carnaval. Gutiérrez
diseña una cartografía urbana en que se superponen fragmentariamente el cielo –ron, sexo
y esperanza– y el infierno –hambre, pobreza y crimen–.
Pedro Juan Gutiérrez actúa como un antiflaneur que rescata fragmentariamente
aquellos elementos que, bajo su juicio desesperado y superviviente, merecen ser revelados,
expulsados o vomitados en sus relatos. Sus incansables recorridos por la ciudad permiten
distinguir –sin que él lo diga en ninguna parte, desde luego– las imágenes urbanas de los
balseros y de la estampida de los animales tropicales como signos de una urbe que, a pesar
de los destellos de alegría es, fundamentalmente, una ciudad del pecado. Ciudad del
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En la primera versión del Génesis, se señala que Lilith fue hecha con el mismo barro que Adán y,
por ende, es su igual. Representa a la impetuosa sexual que prefirió dejar el paraíso cuando él no
aceptó sus deseos y su erotismo al pedirle que cambiara de postura al hacer el amor porque no quería
estar bajo él. Por el contrario, Eva, a la que Dios forma con la costilla de Adán, es la carne de su carne.
Así ella siempre será parte de él y estará sujeta a su arbitrio. Eva es la conciencia culpable del género
femenino, la que, por pensar y decidir, transgredió las leyes divinas y como castigo estará repitiendo
los ciclos de caída, culpabilidad y fecundidad.
66 ALEXIS CANDÍA CÁCERES
pecado que permite, a todas luces, conectarla con las oscuras ciudades bíblicas. Es más:
La Habana se erige como una nueva Sodoma, signada a fuego por su mirada obscena –en
términos de su exhibición– de la realidad a partir de una retórica del exceso y de la
abyección.
BIBLIOGRAFÍA