Desarrollo de La Personalidad. Act de MUCI
Desarrollo de La Personalidad. Act de MUCI
Desarrollo de La Personalidad. Act de MUCI
“CANTÓN LOURDES”
Cruz
Especialidad: General
Sección: “D”
Año: 2023
DESARROLLO
DE LA
PERSONALIDAD
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Desarrollo de la personalidad
El concepto de desarrollo de la
personalidad puede describirse
como el proceso vital por el que
transcurre todo individuo donde se
establecen unas bases y directrices
de carácter y comportamiento
determinadas a partir de las cuales
se conforman los rasgos, valores y formas de funcionamiento organizados y
estables en el tiempo de dicha persona.
Estos mecanismos devienen como referencia para la persona en sus
interacciones con el contexto (ambiental o físico e interpersonal o social) en el
que se desenvuelve habitualmente.
Los factores de la personalidad
Así, el desarrollo se entiende como el resultado de la confluencia bidireccional
entre unos factores más biológicos o internos (herencia genética) y otros
factores contextuales o externos (ambiente). Entre los primeros se incluye el
temperamento, que se define por una disposición emocional y motivacional
intrínseca e innata que moviliza al sujeto por intereses de carácter primario.
Por otra parte, los factores ambientales pueden clasificarse en influencias
comunes (normas, valores, creencias sociales y culturales externamente
originadas) y las influencias personales (experiencias y circunstancias vitales
particulares de cada sujeto, como por ejemplo, una enfermedad).
Puede decirse, por tanto, que a medida que el sujeto va madurando
biológicamente y va incorporando nuevas experiencias y vivencias externas,
va teniendo lugar el proceso de desarrollo de la personalidad propia.
El fenómeno más importante que caracteriza el desarrollo afectivo del niño o
niña en los primeros años de vida es la formación del apego o vínculo
emocional/afectivo establecido entre el pequeño y una o varias figuras de
referencia (usualmente sujetos pertenecientes al sistema familiar, aunque
puede no serlo en todos los casos). El apego se compone de tres elementos: las
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conductas de apego, las representaciones mentales y los sentimientos
generados a partir de los dos anteriores.
La función principal de la elaboración del vínculo afectivo es tanto facilitar un
desarrollo adaptativo en el área emocional la cual permita al sujeto poder
establecer futuras relaciones interpersonales afectivas funcionales y
adecuadas, como asegurar un desarrollo de la personalidad general
equilibrado. Sin este apoyo, los pequeños no son capaces de establecer
vínculos afectivos necesarios para desarrollar todas sus competencias.
En el proceso de formación del apego pueden distinguirse varias fases en
función de la distinción que va aprendiendo a hacer el bebé sobre las personas
de su entorno social. Así, en los primeros dos meses su incapacidad de
discriminación entre figuras de apego y otras personas motiva que sienta
buena predisposición para la interacción social en general,
independientemente de la persona de que se trate.
A partir de los 6 meses, esta diferenciación se va volviendo más acusada, de
manera que el niño o niña muestra su preferencia por las figuras más cercanas
de proximidad afectiva. A los 8 meses tiene lugar la fase de “angustia del
octavo mes” en la cual el bebé muestra su rechazo a los desconocidos o a las
personas que no forman parte de su círculo de apego más próximo.
Con la consolidación de la función simbólica, a los 2 años de edad, se es capaz
de interiorizar la permanencia del objeto, aun no siendo este físicamente
visible, lo cual posibilita la consolidación del vínculo afectivo.
Posteriormente, el niño comienza una etapa caracterizada por una búsqueda
constante de aprobación y afecto del adulto, experimentando cierta
dependencia emocional y mostrando nuevamente buena predisposición para la
interacción social general.
Finalmente, entre los 4 y los 6 años, el interés del niño se centra en su relación
con los iguales, lo cual afianza el inicio de la etapa de socialización en otros
ambientes distintos al familiar, como por ejemplo, el escolar.
La adquisición de la capacidad de autonomía tiene lugar en los primeros años
de la infancia del niño o niña, una vez se ha empezado a consolidar el proceso
de autoconcepto (como diferenciación de los demás sujetos) y comienza a
superarse la dependencia afectiva del adulto para orientarse a la
experimentación del mundo de forma independiente.
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Al descubrir que pueden interactuar siguiendo las primeras nociones de
normas, valores y creencias interiorizadas (no siempre coincidentes con la de
los adultos entendidos como modelo de aprendizaje) a partir de experiencias
vitales tempranas, su motivación se orienta a regir su comportamiento en
función de sus propias decisiones. Así, se genera una fase de ambivalencia
constante entre la necesidad de depender del adulto y la búsqueda de
autonomía respecto de él, lo cual puede derivar en la manifestación de rabietas
u otras alteraciones conductuales como muestra de la intención de preservar su
independencia.
Este es un proceso delicado, puesto que añadido a que el pequeño puede
resultar muy difícil de manejar, requiere que el adulto marque unas pautas
educacionales estrictas y claras sobre el camino de desarrollo conveniente a
tomar. Esta es una de las ideas fundamentales a destacar en lo referente al
desarrollo de la autonomía del niño o niña.
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El papel de la autoestima
Con la aparición del autoconcepto surge de forma simultánea su componente
valorativo, la autoestima. La autoestima es un fenómeno que se vincula muy
estrechamente a la consecución de un desarrollo psicológico equilibrado y
adaptativo. Por ello, si la evaluación que el individuo realiza sobre el propio
valor como ser humano en interacción con los aspectos y cualidades más
cognitivos relativos al autoconcepto es positiva, este hecho actuará como
factor protector en el futuro en la prevención de alteraciones emocionales
intensas, dificultades a nivel psicológico y, en mayor medida, problemas en la
interacción social con otras personas.
Es muy relevante que no exista una discrepancia muy elevada entre el yo real
(aquello que el individuo representa) y el yo ideal (aquello que al individuo le
gustaría representar) para consolidar un desarrollo psíquico y emocional
adaptativo y adecuado o equilibrado).
Otro aspecto fundamental es el papel que juegan las evaluaciones externas
sobre el nivel de autoestima que presenta cada sujeto. Así, la imagen que los
demás poseen de uno mismo y la valoración que realizan sobre sus
competencias o conductas influyen notablemente en la percepción del
pequeño sobre sí mismo.
A partir del tercer o cuarto año, la búsqueda de la aprobación por parte del
adulto se relacionaría con esta cuestión, ya que esta motivación se realiza con
la finalidad última de establecer un nivel aceptable de autoestima. Tal y como
se ha comentado anteriormente, en esta etapa pueden surgir conflictos, a nivel
de conductas de oposición del niño ante las figuras educacionales y otros
adultos, derivados de la contraposición entre la protección del adulto y la
búsqueda de autonomía del pequeño. Por ello, un aspecto fundamental a tener
muy en cuenta deviene el estilo educativo que los padres ejercen sobre el niño.
Un estilo educativo caracterizado por una combinación equilibrada entre
control/disciplina/autoridad y afecto/comprensión parece fomentar un elevado
nivel de autoestima y, además, una menor probabilidad de manifestación de
rabietas y comportamiento negativista. De esta manera, es indispensable que
los educadores entiendan la importancia del aumento progresivo de autonomía
por parte del niño y que a medida que tiene lugar su maduración como ser
humano, debe disminuirse paulatinamente el control exhaustivo de todas
aquellas decisiones relativas al niño.
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Evolución a través de las diferentes etapas vitales
Para establecer una cronología de las
etapas del desarrollo de la
personalidad resulta interesante partir
de la clasificación de las principales
etapas vitales.
Partiendo de ellas como referencia,
veamos de qué manera se va
desarrollando la estructura psicológica
de los seres humanos.
2. Infancia
Según el sujeto va creciendo, va desarrollando poco a poco diferentes
capacidades cognitivas y físicas que le van a permitir captar la realidad,
empezar a intentar entender cómo funciona el mundo y cómo el propio ser
puede influir y participar en el.
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Esta etapa se caracteriza por la adquisición de valores, creencias y normas
provenientes del exterior, de una manera inicialmente imitativa y con pocos
tintes críticos. La personalidad empieza a formarse según las características
del temperamento van siendo confrontadas a la realidad, adquiriendo patrones
de comportamiento y maneras de ver mundo y formándose el carácter.
En esta etapa la autoestima tiende a ser inicialmente elevada debido al elevado
nivel de atención que se suele prodigar al menor en el entorno familiar. Sin
embargo en el momento de la entrada al mundo escolar tiende a disminuir,
debido a que se deja atrás el entorno familiar para entrar en uno desconocido
en el que confluyen numerosos puntos de vista.
3. Pubertad y adolescencia
La adolescencia, el punto en que pasamos de ser niños a ser adultos, es una
etapa clave en la formación de la personalidad. Se trata de una etapa vital
compleja en que el organismo se encuentra en proceso de cambio, al tiempo
que se aumentan las expectativas respecto al comportamiento del individuo y
este empieza a experimentar diferentes aspectos y realidades.
Se trata de un momento vital caracterizado por la necesidad de diferenciarse,
siendo frecuente que aparezca una ruptura o separación respecto a los adultos
al cargo y un cuestionamiento continuo de todo lo que hasta entonces se le ha
inculcado.
Se aumenta el número de entornos en los que la persona participa, así como el
número de personas con las que interactúa, propiciando junto a los cambios
hormonales y el aumento en la capacidad de abstracción propia de la
maduración cognitiva hará que experimente diferentes roles que le enseñaran
que le gusta y que se espera de él o ella. Se da una potenciación de la
búsqueda de vinculación social y aparecen las primeras relaciones. El
adolescente busca una identidad propia a la vez que un sentimiento de
pertenencia al entorno social, intentando insertarse como parte de la
comunidad y del mundo.
En esta etapa la autoestima tiende a variar producto de las inseguridades y los
descubrimientos propios de la adolescencia, A través de la experimentación el
adolescente va a ir probando diferentes maneras de ver la vida, quedándose e
introyectando algunos aspectos y variando otros. Se busca una identidad
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propia, búsqueda que con el tiempo cristaliza en una personalidad
diferenciada.
4. Adultez
Se considera que es a partir de la adolescencia cuando podemos hablar de
personalidad propiamente dicha, habiéndose forjado ya un patrón
relativamente estable de conducta, emoción y pensamiento.
Esta personalidad aún va a variar a lo largo de la vida, pero a grandes rasgos la
estructura va a ser semejante salvo que suceda algún acontecimiento muy
relevante para el sujeto que le empuje a realizar cambios en su manera de
visualizar el mundo.
En relación a otras etapas vitales, la autoestima tiende a subir y en general el
autoconcepto del adulto tiende a intentar acercar su yo real con el ideal, por lo
que la timidez disminuye, en caso de haber sido elevada anteriormente. Como
consecuencia, deja de tener tanta importancia lo que los demás opinen de uno
mismo, y pueden llevarse a cabo actividades que en etapas anteriores darían
vergüenza.
5. Ancianidad
Si bien en general la personalidad sigue siendo estable la llegada a la vejez
supone la progresiva vivencia de situaciones como la pérdida de habilidades,
actividad laboral y seres queridos, cosa que puede afectar en gran medida a
nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Se registra una tendencia a la
disminución de la extraversión y la autoestima.