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Tema 2

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Tema 2.

Instituciones de la España romana

1. El proceso jurídico de la romanización

i. Derecho romano y derechos indígenas

A) La romanización: Consideraciones generales

La conquista de España por Roma y la subsiguiente colonización son eventos fundamentales que han
moldeado la vida y la cultura hispánicas. Este proceso no solo generó la unidad política en la Península,
superando fragmentaciones previas, sino que también incorporó a los pueblos ibéricos a la gran empresa
cultural liderada por Roma. Este fenómeno contribuyó a la creación de Europa y al sistema de valores de
la sociedad occidental.

Esa cultura romana, original en el derecho y eficaz en las construcciones y obras públicas, fue una cultura
de síntesis, capaz de aglutinar las aportaciones espirituales, sociales y económicas de los pueblos que
formaban parte del imperio. Roma creo un sistema armónico, integrador del pensamiento griego y de las
tradiciones del mediterráneo oriental, donde hizo acto de presencia el cristianismo, aportando a
occidente un orden jurídico, la pax romana, largo período de estabilidad que vivió el Imperio romano.

La romanización de España significo dos cosas: La recepción de esa cultura sincrética llamada cultura
romana. De otra la expansión del cristianismo. La romanización fue un largo proceso asimilado por varios
países y dentro de ellos diversos territorios y pueblos que aportaban sus propios particularismo al
sistema. Esto hizo posible el enriquecimiento por la fluidez de intercambio de ideas, corrientes artísticas,
organización política y desarrollo social por la base de un idioma común y por las comunicaciones de la
infraestructura romana.

B) Roma en España: Pactos y “deditio”

La primitiva ciudad de Roma, la urbs heredera de la polis griega, se había convertido en una potencia
bélica cuando en el S.III a.C. derroto a los cartagineses en la primera guerra púnica e impulso su
hegemonía en Italia, Cerdeña y Sicilia. Tras unos años de equilibrio, Roma firmó con Asdrúbal (General
cartaginés) el Tratado de Ebro para evitar a los cartagineses se expandieran al norte del rio y amenazaran
a las aliadas colonias griegas, formando el segundo conflicto bélico. Bien fuera por la toma de Sagunto
por Aníbal o por presiones de sectores sociales en los senados romano y cartaginés, el caso es que la
nueva declaración de guerra se produjo y con ella tuvo lugar, el 218 a.C el desembarco del ejército
romano en Ampurias que inicia la presencia romana en España.

Desde 218 a.C. hasta el año 19 a.C. Augusto sometió a cántabros y astures, trascurren dos siglos de lentas
conquistas por las guerras y rebeliones, lo que determinara el grado de romanización existente en unas y
otras regiones. Cuando consiguen reprimir los levantamientos de norte se convierte la península en una
provincia pacificada (provincia pacata). Y pasa de ser la iberia a ser la Hispania para los romanos.

En el largo proceso de colonización llegaron ejércitos, pero también comerciantes, agentes de negocios y
emigrantes itálicos quienes se fueron estableciendo. Roma respeto la vida política de las comunidades
indígenas siempre que aceptaran su hegemonía, sometiéndolas sí ofrecían resistencia armada; tenían
dos actitudes los tratados (foedera) o exigencia de rendición incondicional (deditio).

El pacto o foedus supuso la sumisión pacífica y cierta alianza entre los romanos y los indígenas, según
advertimos antes los españoles parecieron entender que pactaban no tanto con un Estado sino con los
caudillos romanos a título personal. Los acuerdos se presentaron en un marco de amistad y cierta
igualdad, llamado “Pacto equitativo” o bajo sumisión “pacto inicuo” (fuedus iniquum). La alteración de
las clausulas por parte de los indígenas, llevaron a los romanos a exigir la rendición sin condiciones.

La deditio constituye el desenlace de la resistencia armada de quienes se quienes se han negado (para
Mommsen fue un contrato internacional; para Ginsburg, un contrato de clientela; para Segré, una mera
convención). Las ciudades así vencidas quedan como ciudades dediticias, a veces subsisten pagando un
tributo a Roma y facilitar tropas (ciudades estipendiarias) y otras arrasadas, pasando a ser dominio
romano. Los habitantes pierden sus derechos y organización política, a veces también la libertad y son
esclavos de los conquistadores, si ellos mismos no optan por darse muerte.

Roma considero a España territorio provincial y desde 193 a.C. lo “dividió” en dos provincias, Citerior y
Ulterior, también con establecimientos romanos (colonias), donde rigió el derecho de la metrópoli.
Convivieron así los ordenamientos jurídicos indígenas con el propio ordenamiento romano diferenciando
ciudadanos romanos, latinos y los peregrinos. Fuera de las fronteras, quedaban los bárbaros.

1. Ciudadanos. Latinos y peregrinos.

Los ciudadanos romanos (cives romani), parte del pueblo de Roma, tenían plenitud de derechos civiles y
políticos. Son personas jurídicamente capaces que intervienen en el gobierno de la civitas romana y de
los territorios a ella incorporados. Su matrimonio es conocido con plenitud de derechos, etc.

Los latinos constituyen una categoría inferior. Su origen se remonta a la situación de los pueblos del Lacio
confederados con Roma (latini prisci), convertida luego en una cuasi-ciudadanía o ius latii aplicadas a
personas de las provincias que forman parte del imperio. Se regían por el derecho romano en los
aspectos patrimoniales y comerciales para que este quedase regulado, pero no en lo relativo a lo civil, ni
político. No podían contraer matrimonio con romanos (ius connubii- derecho al matrimonio), votar (ius
sugragii) o ser elegidos para cargos en Roma (ius honorum).

Los peregrinos son los extranjeros o no ciudadanos del imperio que conviven sobre las normas amplias
de derecho de gentes (derecho público aplicable a sus relaciones con otros pueblos). Según Dórs son
peregrinos también los mismos latinos, si bien en una acepción mas propia que excluye a los latinos.

2. Las concesiones selectivas del derecho romano

Los beneficios del ordenamiento jurídico propios del derecho romano se concedieron de forma particular
algunos la latinidad y la ciudadanía, hasta que Caracalla en el S. III a.C concede la ciudadanía a todos los
habitantes del imperio, el acceso al derecho romano se limito al nivel intermedio de la latinidad y fue
entendida como una recompensa a particulares otórgales esa latinidad o la eterna ciudadanía.

En la península el mismo derecho se concede de forma esporádica a determinados indígenas por sus
méritos. Nos consta en el año 89 a.C. Pompeyo convirtió en ciudadanos a una serie de caballeros
españoles como premio a su valor (virtutis causa, equites hispanos cives romanos fecit- por causa de la
valentía, hizo ciudadanos romanos a los caballeros hispanos).

Con su contenido propio, mas restringido, fue otorgado el derecho latino tanto a individuos aislados
como a grupos enteros. Según sabemos por tito Livio, concedió la latinidad en el 171 a.C a mas de cuatro
mil hombres nacidos de soldados romanos y mujeres españolas, entre quienes no se había dado el
matrimonio romano (cum quibus connubium non esset- con quienes no existía el derecho al matrimonio).

La latinidad era un paso intermedio para adquirir la ciudadanía en el caso de desempeñar magistraturas
municipales, cuyos titulares y familias se convertían en ciudadanos. Este derecho de los magistrados
municipales llamado minus latium, fue ampliado en el S.II con el gobierno de Adriano, convirtiéndose en
el maius Latium, prolongaba idéntico beneficio a la totalidad de los miembros del consejo municipal. Por
otra parte, la concesión del ius latii a una ciudad permitía que se organizara de modo parecido a las
colonias de ciudadanos romanos.

ii. Las concesiones generales del derecho romano

a) El otorgamiento de la latinidad por Vespasiano

Las personas recibieron el derecho romano completo o el más restringido ius latii, el resto de los
españoles libres persistió en su condición de peregrinos, regirse por el propio derecho tanto en las
relaciones privadas como en las públicas no reguladas por el derecho provincial romano. Se mantuvo
hasta que Vespasiano otorgo la latinidad a todos los españoles.

El hecho de que Vespasiano concediera a toda España ese derecho cuando se vio lanzado a intervenir en
las luchas políticas, encierra una serie de problemas que arranca de la propia dotación del otorgamiento.
Primero esto tuvo lugar en el año 73 o al 74. La segunda cuestión con el alcance real de la concesión
misma. Aunque no todas las ciudades indígenas se convertían en seguida en municipios latinos, muchas
de ellas lo hicieron, organizándose mediante leyes especiales tal vez pretendiendo conservar su antiguo
derecho local.

El otorgamiento del derecho latino, significada que se requería desempeñar una magistratura municipal
para ser ciudadano. La mayoría de la población aceptó de buen gusto la decisión, pues daba la entrada a
sus familias al derecho romano, sin embargo, alguna parte de la población se atemorizo ante las posibles
cargas fiscales o el desinterés en adoptar el sistema de las magistraturas municipales romanas. Esto hizo
que la ciudadanía alcanzara a la inmensa mayoría de los indígenas.

b) Caracalla y la concesión de la ciudadanía.

El proceso de romanización culmina con una constitución del emperador Antonino Caracalla en el año
212, que otorga la ciudadanía a todos los súbditos del imperio. Aunque esto simplemente plasma una
realidad, porque prácticamente todos lo eran ya, gracias a la latinidad y del maius latium. Todo ello con el
fin de reorganizar el censo, y beneficiando solo a aquellos grupos más marginales.

1. La cláusula restrictiva de la “Constitutio Antoniniana”

La lectura suscita una incógnita que constituye el centro polémico de la constitución imperial. Se concede
a toda la población excepto a los dediticios, que no se sabe quiénes son exactamente habiendo múltiples
teorías sobre las personas a las que englobaba este término.

Hay dos interpretaciones principales sobre la concesión de ciudadanía por parte de Caracalla. Según la
primera tesis por Meyer, se sostiene que Caracalla otorgó la ciudadanía a todos excepto a los dedicticios,
indicando que su intención era preservar las organizaciones ciudadanas a pesar de la generalización de la
ciudadanía romana. Por otro lado, la segunda tesis, propuesta por Gino Segré, sugiere que la concesión
fue general y sin restricciones, y la excepción de los dedicticios se referiría solo a la continuidad de las
organizaciones ciudadanas de esas ciudades en particular. En última instancia, la discrepancia radica en si
la excepción se aplica a nivel personal (los dedicticios) o a nivel de las organizaciones ciudadanas de
ciertas ciudades.

Para la tesis de Meyer se excluían a los peregrinos dedicticios que vivían en el campo para beneficiar a los
habitantes de las ciudades. En oposición a esa tesis, D´Ors negó que los peregrinos dedicticios
constituyeran una categoría jurídica determinada, situación que según él si tenían los llamados dediticios
elianos, aquellos esclavos delincuentes quienes obtuvieron la libertad quedando en un status peculiar.

Frente a la posición de Segré, quien supuso la existencia de unas ciudades dedictias (identificadas por las
llamadas tributarias que pagaban un estipendio), a cuya organización habría afectado la excepción del
edicto, D´Ors sostiene que las civitas dediticia no existió, que sus términos implican una contradicción y
que en modo alguno hubiera podido equipararse la civitas dediticia, de existir, con la civitas tributaria.

2. Los peregrinos posteriores y la diferenciación social

Al concluir D´Ors con que los dedictios era un espejismo y que el edicto convirtió en ciudadanos a todos
los súbditos, su tesis encuentra obstáculo en los textos posteriores al año 212 siguen apareciendo. Es
claro que el ámbito territorial no fue otro que el orbe romano propio de la jurisdicción de emperador. Los
barbaros no afecto esa ciudadanía, pero irían adquiriendo en el futuro la ciudadanía por diversos
procedimientos: concesiones especiales, integración de nuevas regiones al mundo romano o porque se
filtraban en las ciudades. Este último fenómeno D´Ors podría explicar los nuevos peregrinos a estos
barbaros asentados.

Los peregrinos y dediticios posteriores son los barbaros, tras la Constitución Caralla, han penetrado en el
Imperio. La debilitación del concepto civitas romana por el ensanchamiento imperial, lleva consigo que el
peregrino quede convertido en ciudadanos desapareciendo la tradicional frontera jurídica entre las
personas cobrando fuerza la diferenciación social. Se distingue así los honestiores, clases
económicamente poderosas y los humiliores, estrato inferior de la sociedad. Al ser proclamado el
cristianismo religión oficial, los cristianos también se diferenciaron de los herejes (creencias contrarias a
la fe de Cristo y de su Iglesia). Y los propios judíos, convertidos en ciudadanos habrían de ser marginados
del beneficio igualitarismo cívico del 212, mediante procedimientos que limitaron su libertad y capacidad
de actuación.

2. Organización provincial y municipal de Hispania

i. El régimen provincial

Las revueltas existentes por la situación del imperio dieron lugar a las primeras organizaciones
provinciales.

A) Provincia y “Lex provinciae”

La expansión de Roma inicia dentro de Italia con la incorporación de territorios peninsulares pasan a
integrarse en la estructura federal del estado-ciudad. Por las conquistar ultramarinas de Sicilia y Cerdeña
revelarían la ineficacia de ese régimen de gobierno de la urbs, hubo de ser ampliado con la creación de
dos pretores para regir las islas. Tuvo que tener lugar el 227 a.C. y en ella situamos el punto de partida
provincial romano, ordenador de la integración política.

La palabra provincia, proviene de “Pro -Vincere”, concepto que englobaba a las facultades que tiene un
magistrado para regir y dominar la nueva demarcación, pasando luego a designar el propio ámbito
geográfico donde esas funciones eran ejercidas. El territorio de la provincia fue considerado dominio
público del pueblo romano (ager publicus) y sus habitantes ostentaron la condición de peregrinos.

Tras la conquista militar y cuando la paz reinaba, Roma procedía a ordenar jurídicamente el territorio una
ley de la provincia (lex provinciae) contemplaba las atribuciones del magistrado encargado, el estatus
legal y la organización de las ciudades. El senado para ello mandaba a 10 senadores, que se encargaban
de establecer el régimen jurídico de acuerdo con la autoridad militar. Para esas fechas los territorios
peninsulares ya estaban dividida en dos (la citerior y la Ulterior) y dictaba ya leyes distintas según
aventuró Schulten.

B) División de España en provincias

Probablemente desde comienzos del S.II a.C, más en concreto desde la derrota cartaginesa en Ilipa el año
206, los romanos consideraron la península territorio provincial, sujeto a los procónsules designados por
el Senado. Sin embargo, el desarrollo de la estrategia bélica en dos frentes diversos y ejércitos
independientes, debió condicionar a Escipión, dividir esa única circunscripción administrativa en dos
provincias sobre las respectivas militares: El valle del Ebro y la costa levantina, de un lado y Andalucía de
otro. Las nombraron Ulterior y Citerior, cuyo criterio quizás era la cercanía con Roma. Sin embargo, poco
a poco se fueron ampliando debido a la conquista romana, hasta incluir en la Citerior la totalidad de la
costa mediterránea y el norte de España; y la Ulterior daba cabida a la parte meridional y a los territorios
de occidente.

1. Las reformas de Augusto

La larga crisis de la República en Roma origina nuevas fórmulas de gobierno. Dueño Augusto del poder
desde el 32 a.C, propone al senado volver a la república (año 27) renunciando a los poderes
extraordinarios que disfrutaba. Siendo aclamado y recibiendo nuevos títulos, el imperio proconsular y los
cargos de cónsul, censor y tribuno de la plebe por dicha decisión. Con plenos poderes, procedió a una
reordenación de las provincias del Imperio.

Las desigualdades eran notorias en la provincia Ulterior, contrastaba una zona andaluza ricamente
romanizada, con la zona occidental más pobre y conflictiva. La primera reforma fue dividir esa provincia
Ulterior en dos: Bética sobre Andalucía y la Lusitania comprendían amplios territorios de Portugal junto a
extremeños y Salmantinos en el año 27 a.C.

La provincia Citerior se mantuvo con ese nombre, al que fue en seguida incorporado el de
Tarraconense. También dividió todas las provincias en dos categorías: Senatoriales (Bética),
pacificadas que seguían dependiendo del estado e imperiales (Citerior y la Lusitania),
requerían mayor control y presencia de tropas y dependían del emperador. Se trataba de una
dependencia directa o inmediata, el emperador podía ejercer en virtud de sus poderes cierta facultar de
vigilancia indirecta de las provincias senatoriales.

Al concluir las guerras en el norte de la Península y lograr la paz. La provincia de Citerior incorporo a los
cántabros, mientras que astures y galaicos dependieron de la Ulterior o de la Lusitania. Las fronteras de las
provincias fueron remodeladas entre los años 7 y 2 a.C. Augusto separó de la Lusitania los territorios del
norte del Duero, que pasaron a la Citerior, la cual se acrecentó con el distrito minero de Castulo (Linares) y
otras regiones hasta entonces pertenecientes a la Bética. Augusto con tales medidas obtuvo el control
directo de las riquezas mineras, custodiadas por su ejército.

2. Reformas de Diocleciano y Constantino

El esquema heredado de Augusto, con las tres provincias persistió con ligeros ajustes durante los dos
primeros siglos de nuestra era. En esa etapa fue sustraído a la Bética el distrito minero de Sisapo en
beneficio de la Tarraconense, provincia que perdió la zona occidental, con lo que la Lusitania pudo dar
cabida a la totalidad de los antiguos territorios de los vetones.

A principios del S.III el emperador Caralla forma una nueva Península, la Hispania nova Citerior
Antoniniana sobre Asturias y Galicia. Pero pocos años volvió al régimen triprovincial.

Al principios del S.III, probablemente el año 214, Caracalla formo en la península una nueva provincia, la
Hispania nova citerior Antoniniana, sobre Asturias y Galicia. Creación efímera que volvió a su origen.

Al concluir el siglo III, Diocleciano (284-305) lleva a cabo una segunda reforma provincial, debido a que
Roma está a punto de caer, y el intenta aplazarlo. Lleva a cabo una reorganización del Imperio bajo la
dependencia de amplias diócesis. El imperio quedo repartido en doce diócesis, dirigida cada una por un
vicario, con un total de ciento una provincias. Desaparece además la distinción de provincias senatoriales
e imperiales, todas dependen del emperador a través de su vicario en la diócesis y del gobernador de la
provincia.

Dividió la península en Oriente y occidente, donde fue asociado al gobierno el emperador Maximiano.
Dividiéndose en España la tarraconense o citerior en: la Tarraconense, la Cartaginense y la Galletia.
Mientras que los territorios de Marruecos formaron parte de la diocesis española y englobados en una
provincia llamada: Nova Hispania Ulterior Tingitana, con capital en Tingis (Tánger).

Bajo el gobierno de Constantino (306-337) cuando surgieron las prefecturas siendo las máximas unidades
administrativas de oriente y occidente. En cada una de ellas la prefecturas se compuso de diócesis, y esta
diócesis de distintas provincias. Debieron existir cinco prefecturas: dos en Oriente y tres en Occidente,
quedando estas últimas reducidas a dos: Italia y las Galias. Entre los años 385 y 400, se organizan las
Baleares como provincia independiente.

Habiendo en el siglo V, la notitia Dignitatum (documento de la época romana tardía que proporciona un
registro detallado de la organización y disposición de las fuerzas militares y civiles), nos informa que la
diócesis de las Españas (Diocesis Hispaniarum), perteneciente a la prefectura de las Galias, consta de
siete provincias: las cinco peninsulares (Bética, Lusitania, Tarraconense, Cartaginense y Galicia), la insular
de Baleares y la africana Mauritania-Tingitana.

C) Sistema de Gobierno

1. Los magistrados

Cuando la península se dividió en dos provincias, el gobierno de estas se otorgó a dos pretores (Jefes
militares), que en épocas difíciles dependían de un cónsul (magistrado) designado por Roma que
mandaba en las dos provincias. Tras la dictadura de Sila (82-79 a.C), el gobierno provincial recayó en
exmagistrados, dando dos provincias cada año a quien anteriormente había sido cónsul, convirtiéndose
en procónsules. Mientras que las restantes eran gobernadas por propretores, quienes antes habían sido
pretores.
Hasta las reformas de Diocleciano, el gobernador provincial era la máxima autoridad civil y militar,
comenzaba publicando edictos, el edicto provincial, que debían ajustarse al marco jurídico general de la
lex provinciae. Los gobernadores tenían que respetar la organización indígena en los términos marcados
por la ley de provincial, si bien razones de alta política justificaron intervenciones de carácter
extraordinario (Ej.: prohibiendo costumbres).

A la llegada del gobernador a la provincia, su antecesor pierde toda significado pública. El nuevo
magistrado puede dictar normas que estime oportunas y revocar disposiciones anteriores. La actuación
en la España de la república no debió ser un modelo de honestidad y honradez, aunque tenían la
posibilidad estas comunidades perjudicadas acudir al Senado. Sin embargo, el acceso a estas
instituciones no era fácil, teniendo que contar con un patrono de la provincia, que asumiera la tutela y
protección de los intereses provinciales. Además, la pertenencia de los patronos al orden senatorial
condiciono esa defensa de los provinciales ante los intereses cerrados de su propio grupo social.
Finalmente, las llamadas leges respetundarum iniciada con la ley Calpurnia del 149 a.C. pretendía
amparar a los súbditos de los abusos y exacciones arbitrarias pero pocas veces funciono.

En la etapa siguiente, tras la división de las provincias en senatoriales e imperiales, pasaron a ser
gobernadas por cónsules (Asia y África) o pretores (Y todas las demás, incluido Bética) designados por el
Senado. Quienes gobernaban las provincias senatoriales eran procónsules al frente de la administración
civil, en ellas el quaestor se encargaban de los asuntos financieros. En las provincias imperiales el
gobernador era un legado pudiendo asimismo pertenecer a las clases consular o pretoria. Estos legados
los designada el emperador quien también les apartaba cuando creía oportuno. Estos estaban en el
poder el tiempo suficiente para conocer el territorio, sin que la gestión se prolongase mucho para que no
pudiesen llevar a cabo abuso.

En el bajo imperio, con la división de prefecturas, diócesis y provincias, los prefectos del pretorio ocupan
la cúspide de la administración territorial. Los cuatro prefectos, dos en la zona oriental y dos en la
occidental, representan al emperador en esas grandes prefecturas compuestas por diócesis a cuyo frente
figura un vicario, delegado con la máxima autoridad en la diócesis. Desaparecida la diferenciación entre
provincias senatoriales e imperiales, todas quedaron bajo el poder de unos gobernadores titulados
“presidentes”. (praesides provnciae).

2. Las asambleas populares

En un principio, no fueron reconocidas, en algunas zonas como Grecia, Sicilia y Macedonia se llegó a
decretar su disolución. Más tarde, cogieron importancia política como centros donde se rendía culto al
emperador, y sus sacerdotes fueron, tras los oficiales romanos, los más importantes personajes de las
provincias. El sumo sacerdote, flamen provinciae, disfruto de una situación privilegiada y singular,
presidiendo las misiones especiales que el emperador enviaba a la provincia.

El carácter político fue mas claro cuando, al margen de sus atribuciones religiosas, se pronunciaron sobre
la gestión de los gobernadores salientes. En principio se hizo para expresar el agradecimiento
protocolario a quien concluía su mandato, pero luego criticaron la administración de los gobernadores y
solicitando la reparación de los abusos ocasionados.

Estas asambleas con finalidad religiosa pero indirectamente política fueron importantes en las provincias.
El sumo sacerdote era elegido por los delegados de las distintas ciudades, desempeñando un cargo anual
que debió de ocurrir por los indígenas mas romanizados. También empezaron el culto a las emperatrices,
que desempeñaban su cargo durante un tiempo y a veces de carácter vitalicio flaminicae perpetuae).

Algún autor destaca que tales asambleas aparecen antes en las provincias mas necesitadas de
romanización, esas reuniones tuvieron especial importancia en Tarraconense. En opinión de Hinojosa,
fue un anticipo histórico de las futuras asambleas representativas. En la península debió desempeñar un
importante papel, destacado por Sánchez Albornoz, en el proceso global de la unificación superadora del
fragmentarismo reinante.
ii. El régimen municipal

A) Clases de ciudades

La civilización romana era de carácter urbano, conteniendo las leyes ciudadanas. Hubo territorios que
vivieron al margen de ese espíritu ciudadano (Egipto, Siria, la Tracia),condiciono su menor romanización,
patente en cambio en otras zonas, concretamente en el Occidente europeo. El estatuto de las ciudades
dependió de la condición jurídica de sus habitantes. Existieron ciudades romanas, latinas y peregrinas,
cuyo régimen fue eco de la expansión del Estado-ciudad sobre la geografía del Imperio, que respondió al
trato otorgado en razón de la actitud durante la conquista. Con el concepto de ciudad nos referimos,
tanto el núcleo urbano, como los propios territorios (fundii tributarii) sometidos a su jurisdicción.

Entre esas comunidades ciudadanas contamos las indígenas o peregrinas, variables en su naturaleza
según el acuerdo suscrito con Roma, las romanas de colonias y municipios regidos por tal derecho, y las
latinas también de colonias y municipios donde imperaba el ius latii (derecho latino). La diferencia entre
colonias y municipios no es clara. Los municipios la mayoría de las veces, son ciudades preexistentes
habitadas, que se las dota de derecho romano, organizándose bajo formas romanas, es decir, parten de
una realidad ciudadana preexistente. Mientras que las colonias, son ciudades de nueva formación.
Aunque otras se fundaron por la unión de un grupo de romanos a una ciudad indígena. Los “ciudadanos”
de estas ciudades, al principio, tenían derecho que se asemejaban a los de los latinos romanos. Más
tarde, tuvieron igualación de estatus como destaca Merchán Fernández.

1. Ciudades indígenas o peregrinas.

Las ciudades indígenas fueron clasificadas como peregrinas, si no han sido destruidas. Estas se dividen en
tres tipos: Federadas, libres y estipendiarías.

Las ciudades federadas, son aquellas que tenían un pacto con Roma, conservado en las dos ciudades e
irrompible. Gozaban de la mejor situación de todas, aunque eran escasas. Parecen semejantes a las libres
por al no tener que pagar impuestos ordinarios, destacar que las ciudades federadas eran libres, no todas
las libres eran federadas ni se benefician de ese optimo estatus.

Estas ciudades no tenían que pagar impuestos, además podían hacer uso tanto de su ordenamiento
jurídico, como del romano. Aunque no podían hacer una política internacional independiente, pues
dependían de última instancia de las decisiones del senado.

Las ciudades libres o inmunes no tenían asegurada su libertad y autonomía bajo ningún tratado, si no
por la mera concesión de Roma, pudiendo ser retirada. No teniendo ni que pagar impuestos, y teniendo
autonomía jurídica, pero dependían de la última instancia del Senado. Por tanto, la gran diferencia es el
carácter revocable del pacto

Las ciudades estipendiarías eran las más numerosas, pero a pesar de ello, existe confusión sobre su
ordenamiento jurídico, debido a las variantes propias de organización indígena. Pudieron regirse por sus
propias leyes, aunque dependientes de la soberanía romana, siendo los asuntos internos controlados por
el gobernador. Soportaron el pago de impuestos, cargas fiscales y tenían que facilitar tropas a Roma.

2. Colonias y municipios romanos

En Roma hubo 3 clases principales de ciudades: municipios, colonias y prefecturas. No nos interesa la
ultima ya que no aparece en la vida de las provincias.

Las colonias tuvieron un papel muy activo en la romanización. Utilizadas con dos objetivos: Como
puestos avanzados en la conquista del país y como asentamiento de los veteranos y sus familias tras
haber realizado el servicio militar. En ocasiones una plaza recibía la condición y el rango de colonia sin
nuevos ciudadanos. Adriano hizo frecuente uso de esta posibilidad de erigir colonias honorarias
(reconocidas). Otras veces grupos de romanos se establecían junto a una comunidad indígena, cuyos
miembros quedaban convertidos en latinos.
La formación de las colonias se realiza mediante la visita de una comisión romana al sitio elegido. Esa
comisión procede al trazado de dos líneas perpendiculares, de norte a sur y de este a oeste, cuya
intersección sitúa el forum o plaza central. Marcado asimismo el perímetro de la ciudad, se procede al
reparto de las parcelas cuadradas de terreno (centuriae) y, dentro de ellas, de los lotes de tierras (sortes)
para los colonos. Los campos quedaron como comunales para uso de los vecinos. La fundación de una
colonia tenía la intención de trasplantar la imagen de la Roma-ciudad al territorio provincial.

Los municipios aparecen como ciudades provinciales a las que se les ha concedido el régimen jurídico
latino o romano, organizando su propia constitución de acuerdo con el gobernador. En primer lugar,
fueron las ciudades itálicas relacionadas con Roma, pero sin derechos políticos (civitates sine sufragio),
pero al adquirir más tarde un reconocimiento plenario se habló de los munícipes, es decir de sus
habitantes, como ciudadanos no nacidos en Roma. Tras las reformas de Cesar, Augusto potenció la
conversión de todas las ciudades indígenas en municipios.

Con la concesión de Vespasiano, todas las ciudades indígenas de la península pasaron a regirse por el
derecho latino, quedando sus magistrados y familias convertidos en ciudadanos. Tras el otorgamiento
general de la ciudadanía por Caracalla, dejó de tener sentido la diferencia entre colonias y municipios
romanos y latinos.

c) El gobierno local

El gobierno de las ciudades corresponde al pueblo reunido en los comicios (asambleas), al senado o curia
municipal, y a los magistrados elegidos en principio directamente por el pueblo y luego a través de la
curia.

1. Los magistrados.

Las magistraturas recaen en dos dunviros, cuyas atribuciones fueron de carácter judicial. Se encargaban
de convocar y presidir las reuniones de los comicios y de la curia o el senado. Su mandato tenía una
duración anual, hasta ese momento gobernaban de forma independiente. Un dunviro podía vetar a otro,
todo esto con el fin de que el gobierno no recayese solo en una persona.

Los dos ediles se encargaban de la vigilancia a los ciudadanos. Ambos son dos instituciones diferentes,
juntos forman un cuerpo de cuatro (quattor viri). Se sospecha que el régimen de duunviros era propio de
las colonias, mientras que el cuerpo de cuatro propio de los municipios.

La administración financiera era llevada por dos cuestores, que tenían a una serie de suboficiales
alternos (apparitores), muy numerosos en las ciudades de importancia. Tenían acceso a las magistraturas
los mayores de 25 años. Normalmente accedían aquellas personas con solvencia económica, pues este
cargo suponía el hacer frente a grandes cargas fiscales (suma honoraria) para sufragar los cargos
públicos.

Ante la ausencia de los dunviros estos estaban representados por un magistrado extraordinario, prefecto
municipal, quien asumía el papel en caso de nos esta nombrado o si habían abandonado el municipio. A
veces era elegido como primer magistrado el propio emperador, como esta designación era honorifica, el
emperador delegaba entonces en un prefecto, quien se hacía cargo en solitario del gobierno municipal.

En el Bajo Imperio la dirección de las ciudades quedó en manos de los curatores. Estos funcionarios
fueron fundamentalmente de dos tipos: aquellos designados para misiones especiales a elección de los
comicios (in comitiis facto curatori); y los llamados curatores rei publicae, que en realidad eran agentes
representativos del emperador para intervenir la vida municipal en casos conflictivos. La generalización
de este procedimiento, que ocasionó el desplazamiento de la elección comicial en favor de los oficiales
imperiales, coincide con la crisis y la decadencia del municipio romano. En la época decadencia del
imperio por las exacciones fiscales, hace acto de presencia un defensor de la ciudad (defensor civitatis)
para proteger a la plebe de injusticias y excesos. Designado en principio por el prefecto y, finalmente
elegido por el pueblo a quien debía defender. Con competencias diversas, el defensor civitatis no
desempeñó muy satisfactoriamente su misión, extorsionando a veces él mismo a sus propios protegidos.
2. La curia municipal

El consejo municipal (curia, senatus) estaba formado a imagen del senado romano, una asamblea
compuesta de 100 personas (decuriones), tenían los máximos poderes legislativos, políticos, judiciales y
militares. Por lo que sus decisiones, resultaban primordiales para los duunviros.

Los decuriones disfrutaban de dignidad y reconocimiento: precedencias en actos solmenes, traje


especial, exención de penas inflamantes o ventajas en el reparto de donativos públicos. Eran elegidos
cada cinco años mediante un procedimiento de reclutación. Para ello se exigía la ciudadanía municipal y
una edad mínima de treinta años, más tarde ampliada, y una solvente posición económica. El
nombramiento fue vitalicio, pudiendo ser apartados por actos de indignidad. De forma ordinaria los
exmagistrados pasaban a formar parte de la curia municipal. Como ha señalado Merchán, la voluntad
popular se reflejó tanto en la asamblea como en los agentes ejecutivos. Más tarde ese espíritu
democrático quedó cautivo de las oligarquías familiares.

Los acuerdos en el Senado eran adoptados de ordinario y por mayoría simple, aunque a veces por escrito
o bajo juramento. Habiendo que estar presentes la mayoría de los decuriones para celebrar las sesiones,
no exigiéndose número especial en los casos de tumulto quedando presentes en acta.

Con la crisis económica del bajo Imperio, la curia era obligado a recoger el pago de impuestos, y ser
decurión o curial se convirtió en un cargo con enojosas responsabilidades financieras ya que, ante el
imago de impuestos, debían ponerlo de su bolsillo, por lo que nadie quería pertenecer al senado
municipal. Los emperadores hubieron de aplicar medidas de extrema dureza, disponiendo de los bienes
del curial muerto ab intestato (sin testamento) sin descendencia pasasen a la curia (según ordenó
Constantino el año 318) o estableciendo la adscripción forzosa a esos oficios de manera hereditaria.
Pasando de ser un orgullo a un castigo. En consecuencia, las personas se iban a los lugares donde las
instituciones no le podían perseguir. Por tanto, el motivo por el que Roma cae es porque poco a poco
caen las constituciones.

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