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Cuentos Con Ogros

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Cuentos con ogros

fernandobrionestorres@gmail.com
https://cuentosconogros.blogspot.com/?zx=b284d81cadc13448

Briones Torres, Fernando Rene


Cuentos con ogros : Gianbattista Basile, Madame D´Aulnoy / Fernando Rene
Briones Torres ; Adaptado por Fernando Rene Briones Torres. - 1a ed - Ciudadela :
Fernando Rene Briones Torres, 2024.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga


ISBN 978-631-00-3670-0

1. Cuentos Clásicos Infantiles. 2. Literatura Infantil. 3. Cuentos de Hadas. I. Título.


CDD Ch863.9282

Cuentos con ogros tiene licencia CC BY-NC-ND 4.0.© 2 por F


Hecho el depósito que marca la Ley nº 11.723

Cuentos con ogros 2


ÍNDICE
Prefacio ........................................................................................................................4

Cuento del ogro ............................................................................................................5

El naranjo y la abeja ...................................................................................................12

Cuentos con ogros 3


Prefacio

A lo largo de la historia, distintos pueblos han construido relatos en los que seres fantásticos
intervienen en la vida de los seres humanos. Los ogros son criaturas que, actualmente,
forman parte de nuestro lenguaje. Más allá de su origen, la palabra ogro, fue popularizada
por las obras literarias francesas de Charles Perrault y Madame D´Aulnoy. Han pasado casi
más de 300 años y es innegable que su presencia sigue entre nosotros.
En esta selección, encontramos dos autores precursores de los cuentos maravillosos como
género literario que escribieron cuentos con ogros. Por un lado, Giambattista Basile (1566 -
1632), quien fuera el primero en utilizar la palabra ogro en un cuento, y a Madame D
´Aulnoy (1650 - 1705), fundadora del género de los cuentos de hadas.
El cuento de Giambattista Basile está incluido en El Pentamerón,
el cuento de los cuentos. Este libro fue escrito en lengua
napolitana hacia el año 1600 e incluye historias que, más tarde,
masificaron Perrault y los hermanos Grimm como “El gato con
botas”, “Cenicienta” o “La bella durmiente”. Constituye una gran
recopilación escrita de cuentos populares europeos tomados de la
tradición oral.
Marie Catherine, condesa de Aulnoy, fue una
escritora francesa, nacida como Marie Catherine le Jumel de
Barneville en Normandía. Huérfana de padre, tuvo que casarse a los
quince años con un hombre mucho mayor, burgués y libertino, el
Barón d´Aulnoy. Con la ayuda de su madre, acusó a su marido de
alta traición al rey, pero el complot fracasó, su madre fue enviada al
exilio y Madame d'Aulnoy fue condenada a prisión. Pronto, fue
liberada y permaneció un año en un convento. Luego, viajó por
Inglaterra y España. En 1690, regresó a París. Allí, se convirtió en
una autora de éxitos de venta. Aunque inició la moda de los cuentos de hadas al superar en
ventas a Charles Perrault, de quien era contemporánea, fue injustamente olvidada. La
mayoría de sus cuentos de hadas estaban enmarcados en una obra más larga y estaban
destinados a adultos cultos, miembros del círculo de moda en la corte del rey Luis XIV. Sin
embargo, estos cuentos, a menudo historias de amor, fueron adaptados a la literatura infantil.
Es decir que, aunque fueron escritos originalmente para adultos, fueron posteriormente
apropiados para y por niños.

Cuentos con ogros 4


El cuento del ogro
Giambattista Basile
Adaptación de Fernando Briones Torres

abía una vez, en el pueblo de Marigliano, cerca de Nápoles, una mujer


llamada Masella que tenía seis hijas solteras y un hijo varón. Este último se
llamaba Antuono y era tan bruto y vago que su madre continuamente lo insultaba con la
intención de echarlo de su casa, pero él solamente silbaba y miraba hacia otro lado.
Un día, su madre, cansada de la situación, intentó darle una paliza, pero el joven logró
escapar. Caminó durante un día hasta que llegó a los pies de una montaña muy alta. Allí,
encontró una gruta, en la que estaba sentado sobre una raíz, un ogro: un ser de lo más feo
que pueda imaginarse. Era enano, cejijunto, tenía la cabeza más grande que una
calabaza, la frente repleta de verrugas, la nariz chata y con dos ventanillas que parecían
cloacas y una boca enorme de la que salían colmillos gigantescos. En resumen, por su
aspecto, hubiera espantado al más valiente caballero y hecho retroceder al mejor
espadachín. Sin embargo, Antuono pasó frente a él como si nada y le dijo:
- Hola maese, ¿qué te cuentas?,¿cómo estás?, ¿no hay nada que se te ofrezca?, ¿falta
mucho hasta dónde voy?
Al ogro le causaron mucha gracia sus palabras y le contestó:
- ¿Quieres ser mi criado?- ¿Cuánto pagas? - repuso Antuono. Si me sirves bien, nunca te
faltará nada- le respondió el ogro.
Así, sellaron el pacto y Antuono se quedó al servicio del ogro, en cuya casa comía tanto
y hacía tan poco, que engordó y se puso tan rollizo que ya casi no podía ver.
Al cabo de pocos años, Antuono comenzó a extrañar tanto su casita en Marigliano que
empezó a estar cada día más flaco. Entonces, el ogro, que sabía lo que le sucedía al
joven, le dijo:
- Sé que tienes muchas ganas de ver a tu familia y, como te quiero como la niña de mis
ojos, acepto que hagas este viaje. Toma este burro, que evitará que te fatigues durante la
travesía. Pero jamás se te ocurra decirle “arre cacaoro” pues, por el alma de mi abuelo,
juro que, si lo haces, te arrepentirás.

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El joven criado tomó el burro, lo montó y partió al trote. No había hecho ni cien pasos
que se bajó y empezó a gritarle:
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- ¡Arre, cacaoro!
Ni bien pronunciadas esas palabras, el burro comenzó no a hacer caca, sino perlas,
rubíes, diamantes y zafiros. Al ver lo que sucedía, Antuono, radiante de júbilo, llenó una
alforja con todas las joyas, volvió a montar el burro y prosiguió su camino.

Al anochecer, llegó a una posada y le dijo al posadero:


- Ata este burro en el pesebre y dale bien de comer, pero no se te ocurra decirle “arre
cacaoro”, pues si lo haces, te arrepentirás. Y guárdame estas cositas en lugar seguro -
agregó, mientras le entregaba su alforja.
No obstante, el posadero era un maestro en su oficio y un viejo zorro. Cuando oyó
aquella orden estrafalaria y observó todas esas joyas que valían una fortuna, quiso
averiguar el significado de aquellas palabras. Acto seguido, atiborró a Antuono de
comida y le hizo beber todo el vino que aquél pudo tomar, tras lo cual lo ayudó a
acostarse. Una vez que comenzó a roncar, el desprevenido criado fue corriendo al establo
y dijo al burro:
- Arre, cacaoro.
Y el burro comenzó no a hacer caca, sino toda clase de piedras preciosas.
Después de ver semejante espectáculo, el posadero pensó que sería fácil engañar a
Antuono, cambiándole el burro.
Al despertarse por la mañana, el joven le pidió la cuenta al posadero y se marchó con el
animal cambiado y la alforja llena de piedras.
Cuando llegó a su pueblo, antes de entrar a su casa, empezó a gritar:
- ¡Corre mamita, corre, que somos ricos! ¡Despliega manteles, extiende toallas, estira
sábanas y verás tesoros!
Con inmensa alegría, la madre desplegó y extendió todo en el suelo. Entonces, Antuono
trajo al burro, lo hizo caminar sobre las telas y gritó:
- ¡Arre cacaoro!

Pero no sucedió nada. Volvió a gritar lo mismo y nada. Nuevamente, gritó y,


nuevamente, nada sucedió. Impacientemente, agarró un palo para golpear al burro y éste,

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al asustarse, comenzó a hacer caca, ensuciando las blancas telas. La pobre Masella, al
ver semejante descarga y al haberse visto ilusionada con salir de la pobreza, tomó el palo
y comenzó a perseguir a Antuono, que no paró de correr hasta llegar a la gruta del ogro.

Aquel, al verlo llegar sin el animal, ya sabía lo que había pasado y lo regañó duramente
por haberse dejado engañar por un posadero.
No había transcurrido un año, cuando una vez más, Antuono sintió fuertes deseos de ver
a su familia. El ogro, feo de cara, pero portador de un buen corazón, le otorgó su
permiso. Además, le regaló un hermoso mantel, mientras le decía estas palabras:
- Llévale esto a tu madre, pero guárdate de decir “ábrete, mantel” y “ciérrate mantel”,
porque te podría ocurrir otra desgracia y la culpa sería solo tuya.

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Después, Antuono partió y, no había hecho ni cien pasos, que puso el mantel sobre el
suelo y dijo:
- Ábrete, mantel - y aparecieron montones de gemas y tesoros que lo dejaron sin aliento.
Luego de juntar todas las riquezas, exclamó:
- Ciérrate, mantel – y siguió su camino.
Al anochecer, llegó a la misma posada y le dijo al posadero que, aquella vez, le había
cambiado el burro:
- Toma, guárdame este mantel, pero que no se te ocurra decirle “ábrete, mantel” ni
“ciérrate, mantel”.
Nuevamente, aquél sospechó algo, por lo que atiborró a Antuono de comida y le hizo
beber todo el vino que el joven pudo tomar, tras lo cual lo ayudó a acostarse. Una vez
que comenzó a roncar, el desprevenido criado fue corriendo a buscar el mantel y
exclamó:
- Ábrete, mantel - y, ante sus ojos, aparecieron tantas riquezas, que no lo podía creer.
Juntó todo el tesoro y, al terminar, dijo:
- Ciérrate, mantel - y buscó un mantel igual para cambiárselo a Antuono.

Al despertarse por la mañana, el joven pidió la cuenta y partió con el mantel cambiado.
Cuando llegó a casa de su madre, entró gritando:
- ¡Esta vez sí salimos de la pobreza! ¡Esta vez sí acabamos con los trapos, los harapos y
los andrajos!
Mientras vociferaba, se iban reuniendo con él, su madre y sus hermanas. A la vista de
ellas, extendió el mantel en el suelo y pronunció:
- Ábrete, mantel – pero no sucedió nada. Continuó intentándolo, sin resultado; al mismo
tiempo, su madre se iba impacientando hasta que, repentinamente, Antuono se dio cuenta
del engaño y exclamó:
- ¡Ese posadero volvió a jugármela! ¡Ya recuperaré mis joyas y el burro y el mantel y le
romperé todos sus cacharros!
Mientras decía esto, vio que su madre tomaba un bastón y, a los gritos, comenzó a
perseguirlo para golpearlo. Entonces, Antuono comenzó a correr y no paró hasta llegar al
sitio del ogro.
Al verlo llegar, el ogro ya sabía lo que había pasado y lo regañó duramente por dejarse
engañar por un posadero.

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Desde ese momento, tres años transcurrieron hasta que el pobre Antuono, nuevamente,
sintió deseos de ver a su familia. El ogro le concedió el permiso para sacárselo de
encima, pero le dio otro regalo y le dijo:
- Toma este garrote labrado como recuerdo mío, pero ten mucho cuidado de decir
“levántate, garrote”, ni “échate, garrote”, que no quiero ser responsable de que algo malo
te suceda.
Otra vez, Antuono partió y no había hecho ni cien pasos, cuando pronunció:
- Levántate, garrote.
Y el garrote comenzó a dar vueltas sobre la espalda del joven, dándole un golpe tras otro
hasta dejarlo tirado en el piso, y continuó propinándole golpes, hasta que Antuono pudo
exclamar:
- ¡Échate, garrote!
Así, el joven continuó caminando todo dolorido, hasta que, al anochecer, llegó a la
misma posada y le dijo al posadero:
- Guárdame este garrote, pero ten cuidado de decir “levántate, garrote”, que no quiero
que nada malo te pase.
El posadero, no pudiendo creer nuevamente su buena suerte, atiborró a Antuono de
comida y le hizo beber todo el vino que el joven pudo tomar, tras lo cual lo ayudó a
acostarse. Una vez que comenzó a roncar, el desprevenido criado fue corriendo a buscar
el garrote y en presencia de su mujer dijo:
- Levántate, garrote.
Entonces, el garrote comenzó a dar vueltas en el aire, dándoles una tremenda paliza a los
posaderos quienes, a los gritos, fueron a buscar a Antuono en busca de ayuda, mientras
eran perseguidos por el garrote.
De esta forma, el joven, al despertarse con los gritos de auxilio de los posaderos,
exclamó:
- Moriréis a garrotazos, si no me devuelven lo que es mío.
- ¡Llévate todo lo que tengo, pero sácame esta maldición de la espalda! - gritó el
posadero.
De manera que, cuando Antuono tuvo consigo a su burro, el mantel y los tesoros que le
habían robado, dijo:
- Échate, garrote.

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Y así, se fue caminando a la casa de su madre, donde pudo demostrar las habilidades del
burro y los poderes del mantel. De modo que enriqueció a su madre, casó a sus hermanas
y ratificó la verdad del dicho:
“Dios protege a los locos y a los niños”.

Cuentos con ogros 11


El naranjo y la abeja
Madame D´ Aulnoy (1650 – 1705)
Adaptación de Fernando Briones Torres

rase una vez, un rey y una reina a quienes no les faltaba nada para ser
felices, solo tener hijos. El rey ya era viejo y la reina ya no esperaba
tenerlos, hasta que un día engordó y dio a luz a la niña más hermosa que nadie haya visto
jamás. La alegría fue grande en la casa real y la llamaron Amada. La reina hizo grabar en
un corazón de turquesa la siguiente inscripción: “Amada, hija del rey de Isla Feliz”. Lo
colocó en el cuello de la princesa con una cadenita de oro, creyendo que la turquesa le
traería suerte, pero no fue así.
Un día, la nodriza la llevó a pasear al mar con el más hermoso clima de verano, pero,
repentinamente, llegó tan terrible tempestad que la pequeña embarcación se rompió en
pedazos y murieron la nodriza y todos los marineros. La princesita, que se encontraba
durmiendo en su cuna, permaneció dentro de ella flotando en el agua, hasta que el mar la
arrojó a un país bastante agradable. Este país ya casi no estaba habitado, desde que el
ogro Devastador y su esposa Tormentina habían llegado para quedarse, pues se habían
comido a todos. Los ogros son gente terrible: una vez que probaron carne fresca (así
llaman a los hombres), ya no saben comer otra cosa.

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Tormentina, que siempre encontró la manera de atraer personas, porque era mitad hada,
pudo oler a la pobre princesita a una legua de distancia y corrió a la orilla a buscarla
antes que Devastador la encontrara. Los ogros son seres codiciosos y nunca nadie tuvo
rostros más espantosos que ellos, que tienen un ojo entrecerrado en la mitad de su frente,
la boca tan grande como un horno, la nariz ancha y plana, grandes orejas de burro, pelos
de punta y joroba por delante y por detrás.
Sin embargo, cuando Tormentina vio a Amada en su rica cuna, envuelta en pañales de
brocado dorado que jugaba con sus pequeñas manos y cuyas mejillas eran como rosas
blancas mezcladas con carmesí y su boquita roja y risueña, entreabierta, que parecía
sonreír al feo monstruo que fue a devorarla, conmovió a Tormentina con una lástima que
jamás había sentido y resolvió alimentarla. Se decía que, si tenía que comérsela, no la
comería pronto.
La tomó en sus brazos, se ató la cuna a la espalda y regresó a su cueva.
- Mira, Devastador -le dijo a su marido -. Aquí, tienes una carne fresca bien gordita, muy
delicada, pero te juro que no le hincarás un diente; ella es muy pequeña y hermosa y
quiero alimentarla. La casaremos con nuestro ogrillo y tendrán ogruelos de una figura
extraordinaria, lo que nos alegrará la vejez.
- Bien dicho -respondió Devastador-, tienes más ingenio que gordura. Déjame mirar a
esta niña, me parece hermosa.
- No la comerás -contestó Tormentina poniendo a la pequeña entre sus grandes garras.
- No, no -dijo el ogro-, antes preferiría morir de hambre.
Entonces, ocurrió una especie de milagro, en el que Devastador, Tormentina y el ogrillo
acariciaron a Amada de una manera humana. Pero la pobre niña, que sólo veía estos
monstruos a su alrededor y no la teta de su nodriza, comenzó a hacer una mueca. Gritó
con todas sus fuerzas, haciendo retumbar la cueva de Devastador. La ogresa, temiendo
que esto hiciera enojar a su marido, la tomó y la llevó al bosque, donde la siguieron los
ogritos. Tenía seis, y cada uno era más horrible que el otro.
Es necesario recordar que Tormentina era mitad Hada y que su poder consistía en
sostener una varita de marfil y desear algo. Entonces, tomó su varita y exclamó:
- Deseo, en nombre del hada real Trusio, que pronto venga la cierva más bella de
nuestros bosques, dulce y pacífica, que deje a su cervatillo y alimente a esta linda
criatura que me regaló la luna.
En ese momento, apareció la cierva y los ogritos celebraron. El animal se acercó y dejó
que la princesa tomara la teta. Entonces, la ogresa llevó a la princesita de regreso a su

Cuentos con ogros 13


cueva con la cierva que corría detrás de ella, saltando y festejando. Cuando lloraba la
niña, la cierva tenía la leche lista y los ogritos la mecían.
De este modo, la hija del rey creció en alto, mientras en el palacio de sus padres, la
lloraban noche y día, porque la creían en el fondo de las aguas. Por esa razón, el rey
pensó en elegir un heredero. Habló con la reina, que le dijo que hiciera lo que
considerara más apropiado, porque su querida Amada estaba muerta, que ella no
esperaba más niños, que ya había esperado bastante, que durante quince años había
sufrido la desgracia de perderla y que sería algo extraordinario volver a verla. Por lo
tanto, el rey decidió pedirle a su hermano que eligiera entre sus hijos al que juzgara más
digno de reinar y que se lo enviase pronto. Los embajadores recibieron su despacho y
todas las instrucciones necesarias. Vivía muy lejos, pero los embajadores fueron
embarcados en buenos barcos y el viento les era favorable, por lo que llegaron en poco
tiempo al castillo del hermano del rey, quien tenía un gran reino. Cuando le pidieron que
ofreciera a uno de sus hijos para suceder al rey, el señor de ese gran reino lloró de
alegría. Les dijo que enviaría al que hubiera elegido él mismo para sucederlo en su trono
y así lo hizo: envió al segundo de sus hijos, el príncipe Amado. Los embajadores se
sorprendieron cuando lo vieron. Tenía solo dieciocho años y su belleza no disminuía en
nada su aire noble y marcial, que inspiraba, a la vez, respeto y ternura. El príncipe sabía
del afán del rey tío de verlo y de la intención del rey, su padre, de hacerlo
diligentemente. Así que se despidió y fue embarcado rumbo al mar profundo.

En la cueva de Devastador, cuidaban a la joven princesa, que crecía tanto en belleza


como en edad, y se podía afirmar que el amor, las gracias y todas las diosas reunidas
nunca habían tenido tantos encantos. Parecía que, cuando ella estaba en esa cueva
profunda con los ogros, allí, hubieran descendido el sol, las estrellas, el cielo. La
crueldad que vio en estos monstruos la hizo más gentil y, como conocía su terrible
inclinación por la carne fresca, trataba de salvar a los desgraciados que caían en sus
manos, exponiéndose a menudo a todas sus furias, pero el ogrillo intercedía siempre por
ella, ya que le había tomado cariño.
- ¡Pobre de mí! -pensaba la princesa-, tener que casarme con este detestable monstruo.
Aunque no sabía nada de su nacimiento, suponía que tenía un origen noble por la
riqueza de sus pañales, la cadena de oro y la turquesa, pero lo sabía aún mejor por el
sentir de su corazón. Ella no sabía ni leer ni escribir, hablaba la jerga de ogresa y vivía
en perfecta ignorancia de todas las cosas del mundo. Sin embargo, nunca dejó de tener
tan buenos principios de virtud, de dulzura y de naturalidad como si hubiera sido criada
en la corte más educada del universo.

Cuentos con ogros 14


Se había hecho con piel de tigre unas botas y un traje con los brazos medio desnudos,
llevaba un carcaj con flechas en el hombro y un arco en el cinturón. Sus rubios cabellos
estaban atados con una soga marinera y caían libres sobre sus hombros. Así, equipada,
cruzaba el bosque como una segunda Diana, la diosa cazadora. Ella solo comía lo que
cazaba y pescaba y, con este pretexto, a menudo, se alejaba de la terrible cueva
- Cielo -dijo un día, derramando lágrimas-, ¿qué te he hecho para haberme destinado a
este ogrillo cruel?, ¿por qué no me dejaste morir en el mar?, ¿no puedes tener un poco de
compasión por mi dolor?
Entonces, se dirigió a los dioses y les pidió ayuda.

Cuando había mal tiempo y creía que el mar se había llevado a los desafortunados a la
orilla, la princesa se dirigía allí para ayudarlos y asegurarse que no llegaran a la cueva de
los ogros.
Cuentos con ogros 15
Una de esas veces, hubo un viento terrible durante toda la noche. Amada se levantó tan
pronto como amaneció y corrió hacia el mar. Allí, vio a un hombre que flotaba con un
tablón entre sus brazos e intentaba llegar a la orilla, a pesar de la violencia de las olas
que lo empujaban hacia atrás. Finalmente, el mar lo empujó hasta la arena, donde
permaneció tendido sin moverse. La princesa se acercó, aunque lloraba por verlo con la
palidez de la muerte, le brindó toda la ayuda que pudo. Usó ciertas hierbas que largaban
tanto olor que hacían regresar a quienes se desmayaban. Las apretó entre sus manos y las
frotó sobre los labios y las sienes del joven. Él abrió los ojos y quedó tan cautivado por
la belleza del vestido de la princesa, que no podía determinar si era un sueño o una
realidad. El hombre habló primero y ella le habló a su turno. Se entendían muy poco y se
miraban con una atención mezclada de asombro y de placer. La princesa solo había visto
algunos pobres pescadores que había logrado salvar de los ogros, ¿qué podría haber
pensado cuando vio al hombre más bello y más magníficamente vestido del mundo?
Aquél era el príncipe Amado, su primo, cuya flota había sido azotada por una furiosa
tormenta y había naufragado contra los arrecifes. Los tripulantes fueron empujados por
los vientos y perecieron en el mar o llegaron a playas desconocidas.
El joven príncipe, por su parte, admiraba que bajo ropas tan extravagantes y, en un país
que parecía desierto, hubiera encontrado a una persona tan maravillosa. En esta sorpresa
mutua, continuaron hablando sin entenderse. Algunos de sus gestos sirvieron de
intérpretes a sus pensamientos. La princesa de repente cambió la expresión de su rostro
al pensar en el peligro al que se iba a exponer este desconocido. El príncipe, temiendo
que se sintiera mal, se acercó a ella y quiso tomar sus manos, pero Amada lo empujó y le
mostró cómo ponerse a salvo. Empezó a correr delante de él, volvió sobre sus pasos y le
hizo una señal para que la imitara, él huyó y regresó también. La princesa se enojó,
porque no la entendía; entonces, tomó sus flechas y las llevó a su corazón para mostrarle
que lo matarían.
Amado pensó que ella quería matarlo, se arrodilló y esperó el golpe. Cuando la princesa
vio esto, ya no supo qué hacer, ni cómo expresarse y, mirándolo tiernamente, le dijo:
- Estarás aquí víctima de mis horribles hospedadores y, con los mismos ojos con los que
tengo el placer de mirarte, tendré que ver como mueres destrozado.
Ella lloró y el príncipe continuaba sin comprender nada de todo esto. A pesar de todo,
logró hacerle entender que quería que la siguiera: lo tomó de su mano y lo condujo a una
roca con una caverna, cuya abertura, muy profunda, miraba hacia el mar. Era el lugar al
que ella iba para llorar sus desgracias o el que usaba para dormir cuando el sol era muy
ardiente como para volver a la cueva de los ogros.
Amada había adornado la caverna con telas hechas de alas de mariposa de muchos
colores y, con juncos trenzados, había construido un lecho. En grandes y profundas

Cuentos con ogros 16


conchas marinas, había ramos de flores y las llenaba de agua, como si fuesen floreros.
También, había muchos otros detalles más que, a pesar de su sencillez, tenían algo tan
delicado, que hacían que fuera fácil juzgar a través de ellos el buen gusto y la habilidad
de la princesa.
A continuación, ella lo hizo sentarse. Para mostrarle que quería que se quedara allí, le
trajo algo de comer, deshizo el cordón que tomaba su cabello y lo ató al brazo del
príncipe. Además, ató el otro extremo a los pies de la cama. Luego, se fue. Aunque él se
moría de ganas de seguirla, no lo hizo, porque tenía miedo de desagradarle y empezó a
abandonarse a reflexiones a las que la presencia de la princesa distraía.
- ¿Dónde estoy? -se dijo-, ¿A qué país me ha llevado la fortuna? is barcos están
destruidos, mi gente se ahogó, ¡y encuentro, en lugar de la corona que me fue ofrecida,
una roca triste donde busco retiro! ¿Qué personas encontraré aquí? A juzgar por la
persona que me rescató, son deidades, pero el miedo que tiene de que yo la siga, ese
lenguaje duro y bárbaro, que suena tan mal en su preciosa boca, me deja solo temer una
aventura más desastrosa que la que ya he pasado.
Más tarde, la joven regresó con toda la prisa posible, porque no había dejado de pensar
en el príncipe. Era tan nueva en los sentimientos tiernos, que no estaba en guardia contra
ellos. Le mostró todos los guisados que para él trajo; entre otros, cuatro loros, seis
ardillas asadas al sol, fresas, cerezas, frambuesas y otras frutas. Los platos estaban
hechos de madera de cedro, el cuchillo de piedra, las servilletas con hojas de grandes
árboles y muy suaves y una concha marina, para beber agua.
El príncipe le mostró su gratitud con señas, usando la cabeza y las manos. Cuando llegó
la hora de la separación, ella le hizo comprender claramente que se iba y ambos
empezaron a suspirar. Se levantó y quiso salir, pero el príncipe se arrojó a sus pies,
rogándole que se quedara. Ella lo empujó hacia atrás. tomando un aire levemente severo,
por lo que tuvo que acostumbrarse rápidamente a obedecerla.
Cuando la princesa regresó a la cueva, se encontró entre los ogros y los ogritos. Observó
al horrible ogrillo, como al monstruo que sería su marido, y pensó en los encantos del
desconocido que acababa de dejar y estuvo a punto de lanzarse de cabeza al mar. Pero el
temor a que Devastador y Tormentina sintieran el olor a carne fresca, que fueran directo
a la roca y devoraran al príncipe, la mantuvo despierta hasta que se levantó con el día.
Tomó camino hacia la orilla, corrió hasta allí, voló cargada de loros, monos y un pájaro,
frutas, leche y de todo lo que pensaba que era lo mejor para él. El príncipe, que había
sufrido tanto cansancio en el mar y había dormido tan poco, se durmió al amanecer.
- ¡Cómo! - dijo, despertándolo - .Estuve pensando en ti desde que te dejé y ni siquiera he
cerrado los ojos, ¿y tú sí puedes dormir?

Cuentos con ogros 17


El príncipe la miró y la escuchó, sin entenderla. Luego, le dijo:
- ¡Qué alegría! -mientras le besaba las manos-. ¡Qué alegría! Me parece que hace un
siglo que dejasteis este peñón.
Y habló largamente, hasta que recordó que ella no le entendía y suspiró tiernamente y se
mantuvo silencioso. Ella le habló y le dijo que tenía crueles preocupaciones de que
Devastador y Tormentina lo descubrieran, que no se atrevía a esperar a que él estuviera a
salvo por mucho tiempo en ese lugar, pero que también, al deambular, se exponía a ser
devorado. Entonces, juró huir con él.
En ese momento, sus ojos se cubrieron de lágrimas y unió sus manos ante él de manera
suplicante. Desesperado por no comprenderla, el príncipe se arrojó a sus pies y le hizo
entender por señas que prefería morir antes que abandonarla. Ella sintió tan intensamente
este testimonio de la amistad del príncipe que, para mostrarle lo conmovida que estaba,
se sacó de su brazo la cadena de oro con el corazón de turquesa que la reina, su madre, le
había colgado al cuello, y lo ató al brazo del príncipe de la manera más elegante del
mundo. A pesar de la emoción, Amado no dejó de fijarse en los caracteres grabados en la
turquesa, los miró con atención y leyó: “Amada, hija del rey de Isla Feliz”.
Nunca hubo un asombro como el suyo, porque sabía que la princesita que había muerto
se llamaba Amada No tenía dudas de que ese corazón había sido suyo, pero no sabía si
esa preciosa salvaje era la princesa o si el mar había arrojado esta joya sobre la arena y
ella la había encontrado.
Miraba a Amada con extraordinaria atención y cuanto más la miraba, más le parecía
encontrar un cierto parecido familiar y los rasgos de ternura en su alma, le aseguraban
que la salvaje que tenía frente a sus ojos, era su prima.
Durante cuatro días, la princesa llevó desde la mañana todo lo que necesitaba para
alimentar al príncipe y se quedaba con él todo el tiempo que podía.
Un día, Amada regresó tarde, temiendo ser regañada por la horrible Tormentina. Sin
embargo, fue sorprendida con una mesa cargada de frutas y, al pedirle permiso a
Devastador para tomar algunas, le informó que eran para ella, que el ogrillo había ido a
buscarlas y que, finalmente, era hora de hacerlo feliz, que quería que se casara con su
hijo en tres días. La princesa, ocultando su aflicción, respondió que los obedecería sin
repugnancia, siempre que quisieran esperar un poco más. Devastador se enojó y
exclamó:
- ¿¡Por qué no te como!?
La pobre princesa cayó inconsciente del miedo entre las garras de Tormentina y el
ogrillo que, por amarla mucho, le rogó tanto a Devastador, que logró calmarlo.

Cuentos con ogros 18


Después de esta situación, Amada no logró dormir, esperó el día con impaciencia y
corrió hasta la roca. Cuando vio al príncipe, cuya pasión por ella aumentaba día a día,
comenzó a verter lágrimas. No sabía cómo hacerse entender, hasta que, finalmente, se
soltó el pelo, se puso una corona de flores en la cabeza y, tocando con su mano la de
Amado, le mostró que la usaría de esta manera con otro. Y así, el joven comprendió la
desgracia de que se iba a casar con otro.
El príncipe estaba a punto de expirar a sus pies, no conocía los caminos ni los medios
para escapar y ella tampoco. Lloraron y se miraron, como diciendo que, quizás, valía la
pena morir, antes que separarse. La princesa estuvo con él hasta el anochecer y, cuando
volvía por el bosque, se clavó una larga espina que le traspasó el pie. Afortunadamente
para ella, no estaba lejos de la cueva de los ogros, pero tuvo muchas dificultades para
llegar, porque su pie estaba todo ensangrentado. Devastador, Tormentina y los ogritos la
ayudaron. Sufrió mucho dolor cuando hubo que sacar la espina, los ogros buscaron
hierbas, se las pusieron en el pie y se fue a la cama, mientras pensaba en su querido
príncipe.
- Mañana no podré caminar -se dijo-, ¿qué pensará de no verme? Yo le hice entender que
me obligaban a casarme y creerá que no pude defenderme. ¿Quién le dará de comer?
Morirá si viene a buscarme, está perdido Si le envío un ogrito, Devastador será
informado.
Se echó a llorar, suspiró y quiso levantarse temprano en la mañana, pero le era imposible
caminar; su lesión era demasiado grande. Cuando vio que quería salir, Tormentina le dijo
que si daba un paso más, se la iba a comer.
Por su parte, el príncipe, que vio pasar la hora en que ella solía llegar, empezó a afligirse
y temer; más avanzaba el tiempo, más aumentaba su alarma. Todos los tormentos del
mundo le parecían menos terribles que las preocupaciones a las que entregaba su amor.
Al final, decidió ir a buscar a su amable princesa. Caminó sin saber dónde iba. Tras
caminar una hora, escuchó ruidos y vio una cueva de la que salía un humo espeso y se
dirigió hacia allí, en busca de novedades Entró y al poco de avanzar vio a Devastador,
quien, agarrándolo de repente con una fuerza terrible, lo hubiera devorado si los gritos
que lanzó mientras luchaba no hubiesen llegado a los oídos de su amante. Ante esta voz,
Amada no sintió nada que pudiera detenerla, salió de su gruta y entró donde Devastador
retenía al pobre príncipe. Estaba pálida, temblando, se arrodilló ante él y le rogó que
guardara la carne fresca para el día de su boda con el ogrillo y le prometió comerlo. Ante
estas palabras, Devastador se alegró tanto al pensar que la princesa quería adoptar sus
costumbres, que soltó al príncipe y lo encerró en la gruta donde dormían los ogritos.
No obstante, Amada pidió permiso para alimentarlo bien, con la excusa de que no
perdiera peso y le hiciera honor a la comida de la boda. Cuando el príncipe la vio entrar,

Cuentos con ogros 19


tuvo una alegría que disminuyó cuando ella le mostró la herida de su pie. Su dolor tomó
nueva fuerza y lloraron juntos por mucho tiempo. Hizo que los ogritos le trajeran musgo
fresco, que cubrió con una alfombra de plumas para poder hacerle una cama al príncipe.
Devastador, Tormentina y la princesa dormían dentro de una gruta de la cueva. El ogrillo
y los cinco ogritos dormían en otra, donde también dormía el príncipe. Es la costumbre
de la ogrería que cada noche el ogro, la ogresa y los ogritos se pusieran en la cabeza una
hermosa corona de oro. Duermen así: esta es su única magnificencia. Preferirían ser
ahorcados y estrangulados, antes que no hacerlo.
Mientras todos dormían, la princesa, que estaba pensando en su amable amante y en la
promesa de los ogros de no comerlo, imaginó que, si alguno de ellos tuviera hambre
durante la noche -lo que casi siempre pasaba cuando tenían carne fresca-, podría pasar
algo terrible. Por lo que se levantó, se cubrió apresuradamente con su piel de tigre y,
tanteando sin hacer ruido, fue a la gruta donde dormían los ogritos, tomó la corona del
primero que encontró y la colocó sobre la cabeza del príncipe, que no se atrevió a
moverse, ya que no sabía quién le estaba realizando esta ceremonia. Entonces, la
princesa volvió a su cama. Apenas había entrado, cuando Devastador, soñando en la
buena comida que se haría con el príncipe, se despertó. Se levantó pensando en ello y se
dirigió a la gruta donde dormían los ogritos. Como no podía ver claramente, por temor a
posibles malentendidos, palpó con la mano las cabezas y se arrojó sobre el que no tenía
corona, triturándolo como a un pollo. La pobre princesa, que escuchó el sonido de los
huesos del infortunado ogrito, se desmayó, al temer que fuera su amante. Por su parte, el
príncipe, que estaba aún más cerca de ello, sintió todo el terror que uno puede tener en
semejante ocasión.
El día sacó a la princesa de su terrible dolor. Se apresuró a buscar al príncipe y le dio a
entender por señas su miedo de verlo cubierto de los dientes asesinos de estos
monstruos. Tormentina, mientras tanto, vio que la caverna estaba llena de sangre y
descubrió que le faltaba su ogrito más pequeño. Entonces, lanzó un grito horrible.
Devastador comprendió enseguida lo que había sucedido. Él le susurró que, al tener
hambre, había cometido un error y que había creído comer carne fresca. Tormentina
fingió calmarse, porque Devastador era cruel y, si ella no hubiera tomado en serio sus
excusas, él mismo la habría devorado. Los jóvenes lloraron juntos, se tomaron de la
mano y, cada uno en su propio idioma, se juraron de una vez por todas, amor recíproco y
eterno. Ella le mostró los pañales que tenía cuando Tormentina la encontró y la cuna en
la que estaba y, así, el príncipe reconoció el escudo de armas de Isla Feliz.
Al llegar la hora de dormir, como en la noche anterior, la princesa, presa de las mismas
preocupaciones, se levantó silenciosamente y entró en la gruta donde estaba el príncipe.
Tomó suavemente la corona de un ogrito y la colocó sobre la cabeza de su amante, quien

Cuentos con ogros 20


no se atrevió a detenerla, y volvió a su cama. La bárbara Tormentina se despertó
sobresaltada al soñar con el príncipe que había encontrado, hermoso como el día y muy
apetitoso. Tenía tanto miedo de que Devastador se lo comiera solo, que creyó mejor
prevenir. Se deslizó sin decir palabra en la gruta de los ogritos y tocó suavemente sus
cabezas hasta sentir una de ellas sin corona. Y lo devoró en tres bocados. Los jóvenes, al
escuchar todo, temblaron de miedo, pero tuvieron la seguridad de que pasarían la noche
tranquilos.
- Cielo -rogaba la princesa-, ayúdanos, inspírame en lo que debemos hacer para terminar
con esta situación tan apremiante.
El príncipe no rezaba con menos ardor y, a veces, sentía el deseo de atacar a los dos
monstruos y luchar contra ellos, pero ¿cómo tener alguna ventaja sobre ellos? Eran casi
tan altos como gigantes y su piel era resistente a pistolas, de modo que, pensó con mucha
cautela que sólo la astucia podría sacarlos de ese horrible lugar.
Tan pronto como amaneció, Tormentina encontró los restos de su pequeña criatura y
llenó el aire con un horrible aullido.
En ese momento, Amada recordó la varita de marfil que usaba Tormentina y, si a la
ogresa le servía, pensó que, quizás, a ella también. Corrió hacia la gruta donde
Tormentina había dormido esa noche y la encontró escondida en un agujero.
Cuando al fin la sostuvo en sus manos, dijo:
- Deseo, en nombre del hada real Trusio, hablar el idioma que habla el que amo.
Habría pedido muchos otros deseos, pero justo entró Devastador. La princesa, en
silencio, se guardó la varita y se acercó muy suavemente al príncipe.
- Querido extraño -le dijo-, tus penas me conmueven más sensiblemente que las mías.
Estas palabras dejaron al príncipe asombrado y confundido.
- Te escucho, adorable princesa. Hablas mi idioma, espero que tú entiendas que mi
sufrimiento no importa, que eres más querida para mí que mi propia vida, que la luz, más
que todo lo que es más adorable en la naturaleza.
- Mis expresiones son más simples -le respondió la princesa-, pero no serán menos
sinceras. Siento que daría cualquier cosa que tengo en la roca del mar, mis ovejas, mis
corderos, en fin, todo lo que poseo, por el sólo placer de veros.
Ella le contó sobre el poder de la varita encantada y él le informó sobre el origen de su
nacimiento y su vínculo. Entonces, la princesa sintió una inmensa alegría.
Sin embargo, no tenían tiempo que perder para arreglar sus asuntos. Era cuestión de huir
de los monstruos enojados y buscar rápidamente asilo para sus amores inocentes.

Cuentos con ogros 21


Prometieron amarse eternamente y unir sus destinos tan pronto como pudieran casarse.
La princesa le dijo a su amante que, cuando Devastador y Tormentina durmieran, iba a
buscar su camello grande para que lo montaran y se fueran a donde el cielo quisiera
conducirlos.
Al fin, llegó la noche tan deseada, la princesa tomó un poco de harina y amasó con sus
manos una tortilla de porotos. Luego, mientras sostenía la varita de marfil, dijo:
- Porotos, frijoles pequeños, deseo en nombre del Hada real Trusio, que hables si es
necesario hasta que estés cocido.
Puso la tortilla bajo las cenizas calientes y fue a buscar al príncipe que la esperaba muy
impaciente en la fea gruta de los ogritos.
- Vamos -le dijo ella-, el camello está atado en el bosque. Que el amor y la fortuna nos
guíen.
Encontraron el camello y se pusieron en marcha, sin saber hacia dónde se dirigían. Al
mismo tiempo, Tormentina, que tenía la cabeza tan llena de tristeza que no la dejaba
dormir, se dio vuelta y estiró su brazo para sentir si la princesa ya estaba en su cama y, al
no encontrarla, gritó con voz de trueno:
- ¡¿Dónde estás, niña?!
- Aquí estoy, cerca del fuego- respondió el frijol.
- ¿Vienes a la cama? - preguntó Tormentina.
- Duerme, duerme...- respondió el frijol.
La ogresa, temiendo despertar a su Devastador, no habló más; pero dos horas después,
volvió a tocar la cama de Amada.
- ¿Qué, pequeña perdida? ¿Aún no quieres irte a la cama?
- Me caliento mientras puedo -contestó el poroto.
Siguieron conversando durante toda la noche, hasta que el frijol no volvió a contestar,
porque ya estaba cocido. Este silencio la preocupó, se levantó y buscó a la princesa por
todos lados; tampoco encontró al príncipe, ni su varita. Entonces, lanzó un grito tan
fuerte que inundó con él los bosques y los valles.
- ¡Despierta, pequeño mío! ¡Despierta, hermoso Devastador! ¡Tu Tormentina ha sido
traicionada, la carne fresca ha huido!
Devastador abrió el ojo y, como un león, rugió, bramó, aulló, echó espuma.
- ¡Vamos, vamos! -gritó-. Necesito mis botas de siete leguas para perseguir a nuestros
fugitivos.

Cuentos con ogros 22


Y se calzó las botas con las que cada uno de sus pasos le hacía avanzar siete leguas.
Los jóvenes disfrutaban el placer de estar juntos, de llevarse bien y, con la esperanza de
no ser perseguidos, avanzaban en su camino… hasta que la princesa vio al terrible
Devastador.

- ¡Príncipe, estamos perdidos! Mira este monstruo horrible que viene hacia nosotros
como un trueno. ¿Qué vamos a hacer, en qué nos vamos a convertir?
- Deseo, en nombre del hada real Trusio, que nuestro camello se convierta en un lago,
que el príncipe sea una barca y yo, una anciana barquera.
En ese mismo momento, aparecieron el lago, la barca y la barquera. Devastador llegó
hasta la orilla y gritó:
- ¡Hola, vieja madre eterna! ¿No has visto pasar un camello? ¿Y un joven y una niña?

Cuentos con ogros 23


La barquera, que estaba parada en medio del lago, se puso las gafas en la nariz y,
mirando a Devastador, le hizo un gesto para decirle que los había visto y que habían
pasado por el prado hacia la izquierda. El ogro le creyó y se fue hacia la izquierda del
camino.
Como quería volver a su forma natural, la princesa tocó tres veces con su varita el lago,
la barca y a ella misma y, así, volvieron a la normalidad. Subieron nuevamente al
camello y se fueron hacia la derecha, para no encontrarse con el enemigo.
Mientras avanzaban, deseaban encontrar a alguien para preguntarle el camino hacia Isla
Feliz. Vivían de los frutos del campo, bebían agua de las fuentes y dormían bajo los
árboles sin preocuparse de las fieras, porque la princesa tenía su arco y sus flechas.
Después de que Devastador hubiera viajado por montañas, bosques y llanuras, regresó a
su cueva, donde Tormentina y los ogritos lo esperaban impacientes. Se había hecho de
cinco o seis personas que, lamentablemente, habían caído en sus garras.
- ¿Y bien? -le gritó Tormentina-. ¿Encontraste y te comiste a los fugitivos? ¿No me has
guardado pies ni zarpas?
- Creo que se han ido -le respondió Devastador-. Corrí como un lobo en todas
direcciones sin encontrarlos y sólo vi a una anciana en una barca en un lago, que me dio
algunas indicaciones.
- ¿Qué te dijo ella? -interrogó impaciente Tormentina.
- Que se habían ido hacia la izquierda del camino -contestó Devastador.
- Eres un incauto que se ha dejado engañar. Si los atrapas, no les hagas nada, que me
quiero vengar.
Otra vez, Devastador engrasó las botas de siete leguas y salió desesperado. Los jóvenes
salían de un bosque donde habían dormido durante la noche cuando lo vieron venir. El
príncipe quería enfrentarlo en lucha, pero Amada le dijo:
- La varita nos será de gran ayuda. En nombre del hada real Trusio, que el príncipe se
transforme en un retrato; el camello, en una columna y yo, en enano.
El enano tocaba la trompeta cuando Devastador, que estaba avanzando, se detuvo y le
preguntó:
- ¿No has visto pasar a un muchacho guapo, una joven y un camello?
- Yo le responderé -dijo el enano-. Está buscando una amable damisela y su montura, los
conocí ayer en este lugar, mientras paseaba con un caballero vencedor de las justas y
torneos que tuvieron lugar en honor de Merlusine. Aquí, puede ver en este retrato su
vívida imagen. Fue ganador de una diadema con seis diamantes. Antes de partir, la dama

Cuentos con ogros 24


desconocida me dijo: “Enano, mi amigo, te pido un favor. Por si acaso puedes
aconsejarle al gigante grande y poco común que tiene un solo ojo en medio de la frente,
que nos deje en paz y nunca más nos verá”. Después, subió a su cabalgadura y se
alejaron.
- ¿Hacia dónde?.
- Hacia esa pradera verde, bordeando el bosque - contestó el enano.
- Si mientes -replicó el ogro-, ten por seguro, pequeña criatura inmunda, que te enviaré
un mensaje.
- Mi boca no miente -contestó el enano-, hombre vivo no puede encontrarme en fraude,
pero vete rápido si quieres matarlos antes de que se vayan a dormir.
Entonces, el ogro se alejó. El enano tocó el retrato, la columna y a sí mismo tres veces
con la varita para volver a su forma habitual.
Nuevamente, Devastador corrió en vano sin encontrar a los amantes. Al sentirse cansado
como un perro, decidió volver a su cueva.
- ¿Vuelves sin nuestros prisioneros? -lloró Tormentina, mientras se arrancaba los pelos
erizados-. No te acerques a mí o te estrangularé.
- No, solo encontré un enano, una columna y un retrato – dijo el ogro.
- Estoy muy loca por confiarte el cuidado de mi venganza, como si fuera muy pequeña
como para hacerlo yo misma.
Inmediatamente, la ogresa se puso las botas de siete leguas y partió tras los amantes
fugitivos. Los jóvenes vieron venir a Tormentina, vestida con piel de serpiente, cuyos
colores abigarrados eran sorprendentes. Llevaba sobre su hombro un garrote de hierro y
miraba atentamente hacia todos lados.
- Estamos perdidos -dijo Amada, llorando-, aquí está la cruel Tormentina. Su apariencia
me congela la sangre; ella es más hábil que Devastador. Si uno de nosotros habla con
ella, nos reconocerá y nos devorará.
- ¡Para morir, amor! -gritó el príncipe-, ¡no nos abandonemos! Nuestro amor no puede
desaparecer de una manera tan bárbara.
- Vamos varita, haz tu deber -exclamó la princesa, animada por el príncipe-. Deseo, en
nombre del hada real Trusio, que el camello sea un cajón, que el querido príncipe sea un
hermoso naranjo y yo, una abeja volando a su alrededor.
Amada le dio tres golpes, como de costumbre, y cambiaron al instante.

Cuentos con ogros 25


Como la horrible ogresa se había quedado sin aliento, caminó hasta sentarse debajo del
naranjo. La princesa abeja tuvo el placer de picarla en mil lugares. Por muy dura que
fuera su piel, la picaba y la hacía gritar y revolcarse por el pasto. El príncipe naranjo
moría de miedo por su princesa. Hasta que Tormentina, toda ensangrentada, se alejó.
Cuando la princesa estaba por retomar su primera forma, desdichadamente, unos viajeros
que atravesaban el bosque, encontraron la varita y se la llevaron. Difícilmente exista un
revés más desafortunado que este.
El príncipe, abrumado de dolor, exclamaba:
- Que su corazón no cambie a pesar de la metamorfosis que nos provoca nuestra
desgracia, que ella me ame hasta que muera. Qué infeliz soy -prosiguió-, me encuentro
encerrado bajo la corteza de un árbol, soy un naranjo, no tengo movimiento. ¿Qué será
de mí, si me abandonas, querida? ¡Pequeña abeja!, pero ¿por qué te alejarías de mí?
Encontrarás en mis flores un rocío agradable y un licor más dulce que la miel para
alimentarte. Mis hojas te servirán de lecho para descansar y no tendrás nada que temer,
ni travesuras de araña.
Tan pronto como el naranjo terminó sus quejas, la abeja respondió así:
- Príncipe, no tengas miedo, nunca te dejaré de amar.
Más tarde, el bosque donde estaba el naranjo sirvió de paseo a una princesa que vivía en
la zona. Tenía un magnífico palacio, tenía juventud, belleza e ingenio. Su nombre era
Linda. Ella no se quería casar, porque temía no ser siempre amada por el único a quien
elegiría como su marido. Y como tenía grandes posesiones, construyó un castillo
suntuoso, en el que sólo recibía señoras y ancianos, más filósofos que galanes, sin
permitir que se acercaran otros caballeros. El calor del día la hizo salir durante la noche
con todas sus damas a caminar por el bosque. El olor del naranjo la sorprendió, porque
nunca había visto uno y estaba muy asombrada de haberlo encontrado. Linda prohibió
que nadie tomara una sola flor y ordenó llevarlo hasta su jardín, al que también fue la
fiel abeja que dormía dentro de una de sus flores. Linda se sentó debajo del naranjo y
estaba a punto de regresar a su palacio para llevar unas flores, cuando la abeja vigilante
salió, zumbando bajo las hojas en donde hacía guardia, y picó a la princesa con tanta
fuerza, que ésta pensó que se desmayaría. Linda llegó a su casa sintiéndose enferma.
El príncipe habló con Amada:
- ¿Qué dolor te aqueja mi querida Abeja contra la joven Linda? La enfrentaste
cruelmente.
- Todo lo que eres tú me pertenece, por eso defiendo tus flores -contestó la princesa.

Cuentos con ogros 26


- Hay algunas que caen en el piso; ¿No te importaría si la princesa se hubiera adornado
con ellas su pelo?
- No -dijo la abeja en un tono agrio-, el asunto no es igual para mí. Sé, ingrato, que estás
más conmovido por ella que por mí. Hay una gran diferencia entre una bella princesa,
ricamente vestida, de rango considerable, y una princesa desdichada a quien viste
cubierta con una piel de tigre, en medio de varios monstruos que sólo le daban malos
modales, cuya belleza es demasiado mediocre para detenerte.

Ella lloró tanto como una abeja puede llorar y el disgusto del naranjo, por molestar a su
princesa, llegó tan lejos que todas sus hojas se pusieron amarillas, varias ramas se
marchitaron y pensó que moriría. La noche transcurrió entre reproches, pero al
amanecer, un viento céfiro complaciente que los venía escuchando los reconcilió.
Sin embargo, Linda, que se moría por tener un ramo de flores de naranja, se levantó y
bajó al jardín para recolectarlas. Pero como sucedió con anterioridad, al extender la
mano, sintió que la abeja celosa la picaba tan violentamente que le falló el corazón. Por
lo que regresó a su habitación de muy mal humor.

Cuentos con ogros 27


- No entiendo -dijo-, ese árbol que encontramos, cada vez que quiero tomar una flor de
él, las abejas que lo guardan me penetran con sus aguijones.
Una de sus hijas, que era ingeniosa y muy alegre, le dijo riendo:
- Yo soy de la opinión, señora, que se arme como una amazona y que, siguiendo el
ejemplo de Jasón, cuando quería tomar el vellocino de oro, vosotras vayáis
valientemente a buscar las hermosas flores de ese bonito árbol.
Linda pensó que era una buena idea y se puso un casco cubierto de plumas, una coraza
ligera y guanteletes y, al son de trompetas, timbales, pífanos y oboes, entró en su jardín
seguida por todas sus damas, que se habían armado siguiendo su ejemplo y que llamaban
guerra a esta fiesta de abejas y amazonas. Linda desenvainó su espada con fuerza y cortó
la rama más hermosa del naranjo.
- ¡Váyanse, abejas terribles! -gritó-. ¡Vengo a desafiarte! ¿Serás lo suficientemente
valiente como para defender lo que amas?
Pero Linda y todos los que la acompañaban oyeron del tronco del naranjo un “¡ay!”
lastimero, seguido de un profundo suspiro y vieron fluir sangre de la rama cortada.
- ¡Cielo! -exclamó-. ¿Qué he hecho? ¡Qué milagro!
Luego, tomó la rama sangrienta y, en vano, la acercó para unirla nuevamente. Se sintió
atrapada por un miedo y una preocupación terribles. La pobre abejita, desesperada ante
la desastrosa aventura de su querido naranjo, pensó que, en vez de buscar la muerte en la
punta de esa espada fatal para vengar a su querido príncipe, prefería vivir para él. Y
pensando en el remedio que necesitaba, le imploró que la complaciera, que volaría hasta
Arabia para traerle un bálsamo y, así, el amor la llevó a realizar rápidamente este gran
viaje. Trajo, entonces, un poco de bálsamo maravilloso en sus alas y en la punta de sus
patitas, con lo que curó a su príncipe. Amada le puso bálsamo todos los días; el naranjo
lo necesitaba, porque la rama cortada era uno de sus dedos. ¡Con qué intensidad sentía la
abeja los sufrimientos del naranjo! Ella se culpaba por el afán que tenía de defender sus
flores.
Aterrada por lo que había visto, Linda ya no dormía ni comía. Enseguida, resolvió
mandar a llamar a las hadas para tratar de aclarar algo que le parecía tan extraordinario.
Envió embajadores y les encargó grandes regalos para invitarlas a venir a su corte.
Entre las primeras que llegó a casa de Linda, estaba la reina hada Trusio. Era la persona
con más conocimientos en el arte de las hadas. Examinó la rama y el naranjo, olió las
flores y el olor humano la sorprendió. No ahorró en conjuros hasta que, de repente,
desapareció el naranjo y apareció el príncipe más bello y mejor hecho. El joven, que
tenía a su amable abeja entre sus manos, se postró a los pies de Trusio.

Cuentos con ogros 28


- Gran reina, te debo infinitamente que me devuelvas a la edad de la vida, pero si quieres
que te deba mi alegría, te pido que me devuelvas a mi princesa.
Mientras decía estas palabras, mostró la abejita en la que siempre tenía sus ojos.
- Serás feliz -respondió la generosa Trusio, que comenzó sus ceremonias e hizo aparecer
a la princesa Amada, con tanto encanto, que no había una sola de las damas que no se
sintiera celosa.
A continuación, Linda le pidió que le narrara sus aventuras. La gracia y el buen aire con
el que habló la princesa interesó a toda la asamblea. Cuando ella contó que todas las
maravillas las hacía por virtud del nombre de Trusio y su varita, se levantó un grito de
alegría en la habitación y todos rogaron al Hada para completar este gran trabajo.
Trusio, por su parte, estaba muy contenta por todo lo que escuchaba y abrazaba con
fuerza a la princesa.
- Como te he sido tan útil sin conocerte -dijo-, ahora que te conozco, ¿qué puedo hacer a
tu servicio? Soy amiga del rey, tu padre, y de la reina, tu madre. Vámonos rápido en mi
carro volador hacia Isla Feliz, donde seréis recibidos como os merecéis.

Cuentos con ogros 29


Pero Linda les pidió que se quedaran con ella un día más, durante el cual, les dio ricos
regalos y la princesa Amada dejó su piel de tigre para llevar ropa de una gran belleza.
Finalmente, se fueron con Trusio conducidos por el aire hasta Isla Feliz, donde fueron
recibidos por el rey y la reina. La belleza y la sabiduría de Amada combinadas la
hicieron la admiración de su siglo. Su querida madre la amaba desesperadamente. Las
grandes cualidades del príncipe Amado no eran menos encantadoras que su buena
apariencia. Su matrimonio aconteció y nunca hubo una ceremonia tan pomposa.
Llegaron las gracias con ropas festivas, los amores estuvieron allí, sin que se les hubiera
pedido y, por su orden expresa, se nombró al hijo mayor del príncipe y de la princesa,
Amor Fiel.
Es difícil encontrarlo, ya que nació de este encantador matrimonio. Feliz es quien lo
conoce sin equivocarse.

Cuentos con ogros 30


Este libro fue editado en
el año 2024, en la Ciudad
de Buenos Aires,
Argentina

Cuentos con ogros 31

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