Tema 2
Tema 2
Tema 2
TRABAJO DE WITTGENSTEIN)
PUNTO 1: INTRODUCCIÓN
1. Lenguaje y realidad
• Si las palabras son algo distinto de las cosas a las que representan, qué
relación existe entre ambos y en qué medida el lenguaje es vehículo del
pensamiento para conocer la realidad.
Pero el estudio del lenguaje dio un gro radical a partir de la famosa distinción del
lingüista Ferdinand de Saussure entre lenguaje como lengua y como habla
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De modo que el lenguaje es, por un lado, una estructura, es decir, la realidad se
acierta que hace que las cosas se miren en cierta forma unas a otras. Ya Platón
advertía que articulamos el mundo en y por el lenguaje, no habiendo, en realidad,
verdad alguna en las cosas singulares sino en el logos, red de significaciones
interrelacionados. Pero, por otro lado, esta estructura se concreta con ocasión del
discurso hablado y las referencias que en él intervienen. Para Aristóteles, el logos
implica esencialmente referencia al objeto. Hablar es decir algo, referirse a algo.
Hoy decimos que toda lengua es una ordenación abstracta del mundo producida
por la comunidad, pero que se actualiza en el discurso individual. A través del
discurso se manifiesta el mundo que parece como el terreno común que todos
reconocen y que liga entre sí a todos los que hablan.
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3. Conocimiento y lenguaje en la obra de Wittgenstein
• Filosofía y ciencia
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Las conclusiones para la filosofía son éstas: la filosofía debe renunciar a
constituirse como una teoría o compendio de verdades sobre la realidad,
sobre el mundo y el hombre. Cualquier establecimiento de contenidos
teóricos sólo corresponde a la ciencia. La filosofía sólo debe quedar como
una actividad de clarificación mediante una labor de análisis de la
estructura lógica del lenguaje. Además, corresponde a la filosofía
entendida como un análisis formal, la tarea de autodisolver lo que
tradicionalmente ha venido siendo, demostrando el sinsentido de los
enunciados que se ha estado expresando.
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PUNTO 2: MOORE Y RUSSELL
1. G. E Moore
Moore (1873-1958) es, en general, un defensor del realismo del sentido común,
es decir, apuesta por la tesis de que el mundo es como es con independencia de
nuestro conocimiento o de lo que digamos de él. En su obra hay una parte
empirista -heredera de la tradición de Locke o de Hume, etc.- y otra centrada en
la lógica del lenguaje (y la dificultad de su propuesta está en cómo encajan -o de
si encajan- estas dos partes). Moore subrayó que no todo puede ser captado por
los sentidos; así la lógica y la matemática - aunque también la ética como se verá
al final- no tratan de hechos del mundo sino de relaciones ideales que no están
propiamente en el espacio o en el tiempo (y, también, hay conceptos científicos
que se refieren a fenómenos que no podemos captar sensorialmente de modo
directo -por ejemplo, el concepto de “átomo”, o el de “electrón” etc.).
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Moore sostiene, en este contexto, que la “verdad material” -comprobable por la
experiencia sensorial y consistente en la adecuación o la correspondencia entre
los juicios y la realidad empírica- depende de la previa y básica “verdad formal”,
es decir, de una serie de relaciones lógicas entre los conceptos y las proposiciones.
Un enunciado o una serie de ellos que no respete las leyes lógicas -que no sea
lógicamente correcto- no puede por lo tanto ser ni verdadero ni falso. ¿Por qué?
Porque carece de sentido (la verdad formal, en definitiva, es una condición previa
de la verdad material, de la verdad empírica). Como el resto de los autores de la
filosofía analítica Moore pretende así equilibrar las tesis de un realismo empirista
con una serie de tesis logicistas (según las cuales el lenguaje -tanto el ordinario
como el lenguaje especializado de las ciencias- debe adecuarse a la lógica, es
decir, a las relaciones formales entre los conceptos y las proposiciones).
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Así pues, todas las éticas que tradicionalmente han tratado de definir el bien han
terminado fracasando (o equivocándose, diciendo cosas como que el bien es el
placer o el bien es lo útil, etc.). El bien es una propiedad “simple”-carece de partes
en las que se pueda descomponer-, “irreductible” -no se puede explicar o entender
desde otras propiedades distintas- y “objetiva” -está o no está en una persona o en
una cosa con independencia de lo que nosotros creamos-. Que el bien no sea
definible no implica sin más que sea incognoscible: el bien -esa propiedad
intrínseca de algunas personas o cosas- se conoce de un modo “intuitivo”, es decir,
la captamos en las cosas o en las personas de un modo directo e inmediato
(podemos equivocarnos, pero el error se debe entonces en que confundimos la
intuición del bien con algo distinto).
Además de la parte puramente teórica de la ética -que reposa sobre la tesis de que
el bien se intuye como una propiedad de algo- la propuesta de Moore incluye una
parte práctica en la que se aborda el problema de los “medios” para alcanzar el
bien: ¿cómo se realiza y alcanza el bien una vez captado intuitivamente? Los
“medios” que conducen al fin, al bien, sí son susceptibles de definición y de
razonamiento; así en el razonamiento moral se justifican unos medios como
apropiados y se rechazan otros como inadecuados a la hora de conseguir el bien
que se busca lograr. La propuesta ética de Moore, pese a su rigor y su claridad,
contenía muchos aspectos problemáticos -por ejemplo, ¿cómo se relacionan la
parte teórica y la parte práctica de la ética del bien?, etc.-, y por ello fue un tema
de debate y discusión dentro de las éticas propuestas en el marco de la filosofía
analítica inglesa.
2. Bertrand Russell
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Russell, además del planteamiento que se acaba de exponer, se propuso
fundamentar el conocimiento matemático -un conocimiento independiente de los
hechos del mundo- a partir de la lógica formal (desarrollada en el siglo XIX por
autores como Frege, etc.). La obra principal de este proyecto fue los Principia
Mathematica publicada en 1910. Russell explica que las proposiciones de la
matemática forman un sistema deductivo cuyos axiomas básicos proceden de la
ciencia de la lógica (por ejemplo, el principio de identidad, el de no-contradicción,
el de tercero excluido, etc.). ¿Por qué se fijó Russell en el conocimiento
matemático (intentando para este una fundamentación en la lógica)? Porque sigue,
aunque con recursos nuevos, una vieja tradición pitagórica y platónica según la
cual “la Naturaleza está escrita en fórmulas matemáticas” (la estructura de la
realidad, está, según esta tesis tradicional, en último término en lo matemático, en
lo cuantitativo).
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¿Qué explica en último término esta “correspondencia” entre hechos y
proposiciones? Este fue el tema del que se ocupó su discípulo Wittgenstein en el
libro que publicó en 1921. El denominado “atomismo lógico” implicaba una
“metafísica”, es decir, una descripción general de cómo es la realidad, de cómo es
el mundo. Sostiene Russell que el mundo está integrado por hechos
independientes que, además, se relacionan entre sí; los hechos, además, son
múltiples, particulares y cambiantes. Y estos hechos -cuando son conocidos- se
reflejan en proposiciones verdaderas. Esta propuesta filosófica enseguida se
encontró con una serie de problemas, algunos fueron rápidamente resueltos con
éxito pero otros quedaron sin resolver (mostrando así que este planteamiento es
deficiente en puntos concretos).
• Paradojas insolubles
Hay tres tipos de proposiciones del lenguaje que son difícilmente explicables y
entendibles desde el atomismo lógico. Cada uno de estos tipos presenta por lo
tanto una paradoja que no se deja abordar satisfactoriamente dentro de este marco
teórico. Los herederos de Russell -por un lado, Wittgenstein, por otro el
positivismo lógico del Círculo de Viena- intentaron aportar para estas paradojas
una solución apropiada. ¿Qué proposiciones son las que plantean dificultades?
Principalmente estas:
o Las frases que denotan hechos generales (por ejemplo “todos los
cisnes son blancos”).
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PUNTO 3: EL PROYECTO EPISTEMOLÓGICO DEL TRACTATUS
1. El sentido del lenguaje no puede ser expresado por el lenguaje (o en la
proposición no puede figurar su forma de figuración)
Empecemos notando cómo la misma objeción que había sido hecha a la obra de
Bradley, a saber, que su propia teoría era suicida desde un punto de vista lógico,
puede hacerse al atomismo lógico de Russell y su formulación en Wittgenstein.
Al insistir Bradley en que únicamente la naturaleza del Absoluto era no-
contradictoria, se concluía la necesaria falsedad de cualquier verdad enunciable,
ya que el único enunciado realmente aceptable sería aquel que afirma el todo
simultáneamente, enunciado que no podía establecerse. Del mismo modo, según
la tesis del atomismo lógico, una proposición puede ser significativa si puede
haber un hecho atómico al que corresponde, o si es una función de verdad en caso
de ser compleja, de las proposiciones de este tipo. Pero la mayoría de las
proposiciones que el atomismo lógico, incluido el del propio Wittgenstein,
intentaron establecer, no son de ninguna de estas dos clases. La mayoría de estas
proposiciones no afirmaban hechos, sino que intentaban más bien hablar sobre
hechos y, concretamente, sobre las relaciones entre proposiciones y hechos.
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2. La proposición como unidad de significado
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Un objeto particular, sin embargo, no puede ser -como Russell suponía-
cosas como un punto blanco o una pea roja. Porque el que un objeto
particular se blanco o rojo es ya un hecho acerca de él. Es él mismo
simplemente, el que puede ser blanco o rojo, y puede decirse
erróneamente, entonces, que es incoloro. Así pues, puesto que un objeto
es lo que puede entrar en una configuración, él no puede ser una
configuración; debe ser simple. Ahora bien, no todas las proposiciones que
encontramos en cualquier lenguaje son proposiciones atómicas. ¿Cuáles
son, entonces, las proposiciones que realmente establecemos?: son
veritativo-funcionales compuestas de proposiciones atómicas.
“No hay modo posible de hacer una inferencia de la existencia de una situación
a la existencia de otra situación totalmente diferente… No existe ningún nexo
causal que justifique inferencia. La creencia en el nexo causal es superstición”
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3. La distinción entre lo dicho y lo mostrado
Pero, ¿Por qué, tras afirmar esto, no se puede considerar a Wittgenstein como n
positivista lógica o un empirista racial? Pues porque no termina siendo
consecuente del todo, como le pasaba a Russell. A pesar de afirmar que “Los
límites de lenguaje son los límites de mi
mundo”, Wittgenstein recurre al
subterfugio de la “indecibilidad” de lo
“inexpresable” para dar cabida a una
metafísica y a una ética, a la que sitúa
más allá del mundo de lo expresable.
Todo ello constituye lo que él llama “lo
místico”: “lo inexpresable es lo
místico”, de lo que no se puede ni
afirmar ni negar con fundamento. El
neopositivismo lógico acabará con esta
En 1946, el debate sobre la naturaleza
duplicidad de planos, presente en la obra
de la moral y la ética llevó a una pelea
de sus predecesores en el análisis, y se
(con atizador de por medio) entre
propondrá como objetivo demostrar que
Wittgenstein y Popper.
toda metafísica carece de sentido.
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PUNTO 4: CONOCIMIENTO Y JUEGOS DEL LENGUAJE
1. Wittgenstein se retracta
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2. La irreductible diversidad de los usos del lenguaje
La crítica de Wittgenstein lleva a cabo en sus Investigaciones parte de esta tesis básica:
no existe un lenguaje ideal que refleje los únicos hechos existentes (aquellos que pueden
ser verificados), sino que hay multitud de lenguajes que no tienen entre sí nada en común;
ni se unen en un lenguaje superior del que dependa, ni apuntan a una realidad que tras él
se oculta. No hay lenguaje ideal, no hay “significados” ni “esencias” permanentes. Hay
pluralidad de realidades que se justifican por sí mismas en su pura inmediatez. Son estas
realidades plurales las que hay que mirar en sí mismas, tratando de captar la función que
desempeñan en diversos contextos. Por todo esto, pensar en un lenguaje ideal que
responda a unas esencias es furto de una gran confusión que el propio lenguaje ha creado,
y que deshacer mediante la atención al lenguaje tal como se da en sus usos y funciones.
Todo juego de lenguaje es un uso que constituye, en su conjunto, una forma de vida. El
lenguaje no es algo único e ideal, sino que es empírico, complejo y cambiante. Forma
parte de la historia natural y cultural de los seres humanos. Por tanto, no ha de otorgarse
ningún privilegio al juego del lenguaje de la descripción o de la representación de los
hechos. Los usos descriptivos son también irreductiblemente múltiples. Pretender traducir
y reducir el extraordinario y cambiante polimofismo de los lenguajes al lenguaje de la
descripción teoría es una ilusión y un abuso. Pues la descripción unifica y homogeniza a
costa de negar la diversidad y el cambio. La universalidad del lenguaje teórico de la
filosofía, que pretende expresar la esencia de todo el lenguaje, no es más que una
apariencia engañosa.
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De hecho, los juegos del lenguaje cambian y hasta desparecen. No hay tras de ellos ningún
universo de sentido inmutable. Sólo las reglas de uso dan al lenguaje su relativa
estabilidad e identidad como instrucción, reglas que gobiernan una actividad común pero
que sólo existen mientras la acción común las respete y las indique su vigencia. Pero
seguir una regla no es más que una práctica habitual más allá de la cual no tiene sentido
buscar un fundamento último. Lo único que se comprueba es que esos juegos de lenguaje
se practican y que, por razones y causas diversas, cambian y hasta desparecen.
3. El significado es el uso
Así pues, Wittgenstein rompe con el modelo referencial del significado, que había
constituido el núcleo filosófico de su Tractatus y el eje de la tradición filosófica desde
Platón a Husserl. En general, la filosofía ha basado el significado en una relación que
hace referir las proposiciones lingüísticas a las realidades no verbales, siendo el sujeto
capaz de captar dicha relación. Las investigaciones filosóficas se oponen a esta
concepción, y defienden que el significado no depende de la referencia ni es la referencia.
El significado de toda proposición depende de su uso, el cual puede ser también un uso
referencial, pero este no es el único.
Por otro lado, el uso nunca es único ni singular sino que cualquier palara remite a una
familia de usos cuya coherencia es analógica, al igual que los miembros de una misma
familia se pueden parecer sin tener todos ellos el mismo rasgo común. Es un autoengaño
querer reducir el significado de una palabra a un concepto único que quedará
comprendido en su definición. Lo único que se puede hacer es dar ejemplo de cómo se la
usa. No se puede sustituir la diversidad experimentada y practicada de los usos por la
unidad pensada del significado ideal. Esta es, por lo demás, para Wittgenstein, la fuente
del dualismo que opone el mundo material, aparente y cambiante, al mundo “esencial”
racional e inmutable de la realidad.
• Describir es explicar
No se trata, entonces, de estudiar el lenguaje para hacerlo científico, sino de verlo tal cual
es y descubrir el uso y función de los lenguajes que empleamos en cada situación, si
realmente queremos comprender el lenguaje. Para ello, ha de empezarse poniendo de
manifestó como los llamados problemas filosóficas no son sino pseudo problemas que
hay que disolver. No sólo hay que olvidar todo intento de justificar esencias y realidades
últimas mediante el establecimiento de un lenguaje científico, como pretendía el
atomismo lógico. La inicial tarea de la filosofía es ahora proporciona una terapia a esa
enfermedad, “enseñar al mosquito al salir de la mosquitera”, deshacer embrollos
descubriendo sus causas y conseguir una claridad completa.
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Pero, ante tal tarea es preciso advertir que el pensamiento está secuestrado, “embrujado”
por el lenguaje. Por ello, en lugar de pensar la necesidad de un leguaje ideal, un
significado, es preciso aprender a ver los lenguajes en su dimensión plural, contextual,
vital. Cada lenguaje se justifica por sí mismo, como una forma de vida. La vida cambia y
con ella los hechos físicos; de igual modo los usos y funciones de lenguaje ordinario. Este
ha de ser, pues, el punto de partido en su radicalidad: “no preguntes por el significado,
pregunta por el uso”. Hay pues que hace hacer volver a las palabras de un empelo
metafísico al cotidiano, haciéndolas entrar en el “juego del lenguaje” que es el verdadero
hogar de la palabra, y no la proposición. El lenguaje es una actividad que tiene muchos
usos y funciones, como cualquier actividad humana. Entender el lenguaje es advertir su
complejidad. Ninguna de las palabras o frases que usamos tiene un significado fijo; éste
cambia según las situaciones en que se usa. Tampoco tiene una vivencia permanente;
desparece en un momento determinado y da lugar al nacimiento de otro significado.
Hay una relación tan estrecha entre juegos de lenguaje, formas de vida y aprendizaje de
los diversos términos de su uso que Wittgenstein niega cualquier posible interpretación
nominalista de su concepción. O hay, para él, significados que, entendidos como
nombres, expresen cosas singulares. El nominalismo sigue manteniendo la relación
nombre-cosa como algo fijo y permanente que se opone a la concepción del lenguaje
como pura actividad inmanente a la propia forma de vida y, por tanto, cambiante en la
media en que ella cambia. En definitiva, mientras para los atomistas lógicos, conocer es
nombrar, para el segundo Wittgenstein conocer es poder, es decir, dominar una técnica.
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4. Lenguaje, conocimiento y realidad.
Comentado algunos pasajes de las investigaciones filosóficas, Hintikka ve, sin embargo,
una relación entre juegos de lenguaje y realidad como “conexión vertical, no sólo entre
los juegos de lenguaje, sino también entre estos y la realidad”.
• La verdad como coherencia interna
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Así quien en el paso del Tractatus a las Investigaciones filosóficas, lo que se ha
producido ha sido esta reducción del lenguaje a un puro formalismo, que no es
posible nada más que cuando la forma lógica se ha desencantado y ha quedado
reducida a pura convención. Y esto no ha sido posible hasta que no se han
eliminado de los signos lingüísticos todo significado intuitivo. Lo que hay como
sustrato del leguaje no son ciertamente esencias, pero tampoco impresiones ni
sensaciones procedentes de una naturaleza humana común como realidad última.
Lo que hay es un vacío, la simple coherencia de unas conexiones y de unas
relaciones en un sistema que anda tiene que ver con la descripción de unos
contenidos.
Pero además dice Wittgenstein que ese proceso de reducción del lenguaje a su
completa convencionalidad y formalización es un proceso inexorable. También
otros muchos filósofos contemporáneos (inclusive la escuela de Frankfurt o el
mismo Heidegger) han hablado de la inexorabilidad del proceso de
racionalización y de formalización de la experiencia como tendencia íntima y
última de pensamiento occidental. O sea, Wittgenstein piensa que, precisamente
porque las reglas del lenguaje y su uso son convencionales, por eso su operar
resulta inexorable y objetivo. La objetividad y eficacia del lenguaje se deben a
que estamos obligados a utilizar sus reglas y a operar con ellas con una exactitud
tan inexorable que no hay lugar ni para reducciones psicolgicistas de su validez,
ni tampoco, en sentido estricto, por interpretaciones pragmatistas de este
funcionamiento exitoso. Pues el uso del lenguaje no se realiza privadamente y
según se vaya a uno bien o mal con él, sino que es un operar común. Lo
característico de la convención es que todos tenemos que jugar el mismo juego
con las mismas reglas.
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• La filosofía como terapia del lenguaje
Si se tiene esto en cuenta, una labor de análisis del lenguaje no puede soslayar la
problemática de la que depende su propia significación. Es muy propio de la
filosofía analítica afirmar que cualquier problema resulta profundo simplemente
cuando todavía no está lo suficientemente aclarado, o sea cuando no esté resuelto
y, por tanto, eliminando como problema. Disolver estos problemas es curar el
lenguaje y eso da un sentido a la filosofía como terapia del lenguaje.
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• El problema del lugar de la crítica
Así que lo único que corresponde hacer, como análisis filosófico de un juego de
lenguaje, es simplemente describirlo en su funcionalidad práctica y señalar el tipo
de terapia que puede resultar útil en ese juego. Pero esto plantea dos preguntas:
o ¿Por qué esa imagen estática de los juegos del lenguaje en Wittgenstein
como situación normal, incluso cuando semejante estaticidad puede
parecer contradictoria por lo dicho antes? ¿Acaso el formalismo
paradigmático que el significado tenía en el Tractatus se traspasa ahora al
concepto de juego? Porque, al menos en parte, permanece como criterio
de la verdad la adecuación del juego a un determinado estado de hecho
que ahora se designa como situación normal.
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Si la comprensión del lenguaje como pluralidad de juegos lingüísticos expresa un
desecantamiento de la lógica y de la filosofía metafísica como búsqueda de lo
esencial y de la unidad, ¿cómo es que el concepto mismo de juego se cristaliza, se
moraliza y se convierte en una estructura establece? Esto hace difícil concebir
usos diversos del juego lingüístico llamado normal. Por ejemplo, en el caos del
lenguaje filosófico o político hace difícil pensar o reconocer usos ideológicos y
responder a ello reformando las reglas de ese uso.
En realidad, lo que Wittgenstein llama “lo místico” no es más que esa experiencia
del mundo como todo limitado. Cuando leemos en el Tractatus que los límites del
lenguaje son los límites del mundo, esa experiencia global del límite es la que da
origen a lo místico. Por tanto, lo místico no está allí donde se trascienden los
límites, sino que es la experiencia radical del mundo dentro de sus límites. Y
significa que en el mundo todo es como es y sucede como sucede. Es decir, que
en el mundo no hay ningún valor, como ya Nietzsche había dejado caer. En este
punto, lo que Wittgenstein hace es formalizar en buna medida la teoría
schopenhaueriana del mundo como representación, lo que significa que la relación
mundo-representación ya no puede trascenderse. Y sentir sus límites es lo místico.
Pero lo místico no es sólo el conocimiento de los límites del mundo, sino que es
también y al mismo tiempo el conocimiento del formalismo como mero limite.
Por eso puede cumplir estas dos funciones:
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Esto es importante porque sin lo místico el formalismo tendría a abarcarlo todo.
Exorcizar lo místico significaría creer que no existe nada que callar, y será
también no enterarse de su función de fundación correcta de la esfera del
formalismo. Si lo místico no obligara a reconocer ningún límite, entonces el
formalismo querría prestarse como verdad y tendería a eliminar de sí todo límite.
Por eso lo místico, que es con lo que termina el Tractatus, es ya el primer paso
hacia el punto de vista del juego de lenguaje que desarrollan las obras posteriores
de Wittgenstein. Pues reconocer todo lo que es necesario callar es esencial para
definir los límites entre los que es posible describir algo
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