Vida y Mision Laicos y Religiosos
Vida y Mision Laicos y Religiosos
Vida y Mision Laicos y Religiosos
La iglesia, y de modo particular, la vida religiosa y algunos crisitianos precisan recordar, como
advierte el Cardenal Walter Kasper que "la esperanza cristiana sólo es creíble si en vez de destruir
utopías políticas las erige y alienta… si ofrece alternativas vividas". En nuestro caso la alternativa
consiste en que laicos y religiosos compartan vida y misión. Este paso llevará a una nueva forma de
vida consagrada. Hay clamores que lo piden, hay convicciones que motivan y orientan este
significativo cambio y compromisos para hacer realidad esta nueva forma de vida consagrada.
Todo esto queda englobado bajo el título de un nuevo paradigma de vida consagrada marcado por
el lugar teológico del laico y religioso, misioneros y creyentes. Fundar una nueva forma de vida
consagrada es proclamar de manera nueva la fe y la esperanza; hasta ahí llegamos con una vida y
misión compartida de religiosos y laicos. Los clamores, las voces fuertes y firmes que yo estoy
oyendo últimamente vienen del Espíritu que nos da voz para gritar que:
-Hay una común vocación humana. Nos une una común vocación propia de todos los hombres y
mujeres de nuestros días y que nos acerca a vivir una misma vocación cristiana. Por ello tenemos
que afirmar que el camino de la realización de la persona humana no es la exclusión sino la
inclusión. Nadie es auto suficiente ni debe ser auto referente, todos somos interdependientes.
-El encuentro, signo de los tiempos. Vivimos una época de extraordinaria vitalidad en relación con
la comunicación y la realidad del encuentro. Hoy se nos invita a repensar la comunicación y el
diario vivir en clave de interacción, participación y encuentro.
-La nueva compresión del carisma. Este es el tercer clamor; se está comprendiendo de un modo
diferente “el carisma” de las Congregaciones religiosas; es un don del Espíritu a la Iglesia para el
mundo; los carismas convocan, agrupan y se transforman en misión. En el pasado han sido muchos
los Fundadores que creyeron haber recibido el carisma solo para los religiosos. Ahora está claro que
se debe compartir no solo con los religiosos sino también con los laicos; se ha ido tomando
conciencia de que el Instituto religioso no es el dueño exclusivo del carisma fundacional.
-Notoria disminución del número de los religiosos. A todos estos clamores hay que añadir otro más
pero que no es el único ni el principal. Se ha dado una notoria disminución de fuerzas de los
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institutos religiosos y en opinión de algunos justamente por haber considerado el carisma como una
realidad exclusiva de la vida consagrada. Por ello, para lo que un día los religiosos hacían solos
ahora precisan, sí o sí, una colaboración que lleva poco a la participación. Los religiosos han
necesitado de los laicos. Su individualismo les ha llevado por mal camino y conducido a una pobre
meta. Ello nos confirma que la vitalidad y la solidaridad van unidas.
-La eclesiología de comunión. Otro motivo destacado para dar pasos importantes en el proceso de la
misión y vida compartidas es la influencia en nuestros días de la eclesiología de comunión, hecho
que está generando una nueva dinámica en el interior de la Iglesia. Nos encontramos ante un nuevo
“ecosistema” eclesial en el que las relaciones cambian y cambian las personas. Hace mucho bien a
la Iglesia buscar lo que es nuclear en su vida, lo que nos une a todos, el tesoro común.
-Predominante rol del laicado en la Iglesia. Este clamor no viene solo de los laicos que reclaman
presencia, palabra, acción en la Iglesia. De hecho se están convirtiendo en los nuevos samaritanos,
protagonistas de la nueva evangelización. Ello nos pide a todos una nueva sensibilidad. No hay
duda que la existencia de un laicado adulto y responsable lleva consigo necesariamente la exigencia
de que el clero y los religiosos encuentren su verdadero lugar en la Iglesia y los laicos se sacudan de
encima su pasividad, comodidad e inhibición.
-La realidad de la aparición de las familias carismáticas. Este es clamor de los Fundadores y de
religiosos y laicos que han bebido del mismo pozo: el carisma. Esa agua común les hace miembros
de esa nueva realidad: la familia carismática en la que el carisma es el mismo para todos y la forma
de vivirlo diferente y complementaria.
-Los laicos no queremos ser solo colaboradores. Queremos ser corresponsables y prepararnos p ara
ello y para ello completar lo que los religiosos y religiosas hacen y ofrecer nuestro modo de
entender la misión y también la espiritualidad.
Bien podemos decir que emprender este camino no es una moda sino una necesidad y una
oportunidad. Con este nuevo empeño la vida consagrada saldrá muy favorecida. Es mucho hablar
de “misión compartida” y “vida compartida”. Para algunos no hay misión compartida sin vida
compartida. La vida compartida da un nuevo horizonte a la misión compartida y no son pocos los
que comienzan a pensar que es condición indispensable para que la misión compartida sea posible.
II. Convicciones
Estas convicciones nacen de una imagen. Religiosos y laicos tenemos que beber del mismo pozo: el
carisma fundacional. Imagen que nos deja iluminados, motivados y orientados para hacer una
camino nuevo.
-Laicos y religiosos beberán de un mismo pozo. Pozo que es manantial cuya vena nunca engaña
(Isaías 58, 11). El agua que brota de este pozo se distribuye por vasos comunicantes a todos los
integrantes de las familias espirituales si creen en la comunión y de ella viven y desde ella se abren
a la misión. Esta imagen del agua que brota y se desparrama y fecunda el campo de la misión nos
lleva a pensar en una rica experiencia de comunidad, interrelación, participación, espiritualidad,
identidad, colaboración, compromiso, formación, misión común y sinergia. Estas son las palabras
que más repiten quienes tienen claro el nuevo papel de la vida consagrada en relación con los
laicos. De esa fuente, de ese carisma, de esa agua que nos llena de vida bebemos; nos trae novedad,
es creativa y da calidad a nuestra existencia evangélica. Ese carisma tiene un dinamismo tal que
promueve efectos especiales entre todos los que comparten la misión de la Familia carismática:
Aglutina, diferencia, estimula, refuerza la identidad cristiana de los integrantes de la Iglesia.
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-Vivir una unión sin confusión es una gran riqueza. Usaremos también una imagen para presentar
esta convicción. Las Familias carismáticas están integradas por diferentes ramas o grupos de laicos
y religiosos. Pero las ramas pueden estar al pie del árbol, cortadas y separadas, y no formar de
hecho parte del árbol y no recibir sabía de unas mismas raíces y tronco. Esto ocurre con alguna
frecuencia. La unión sin confusión nos lleva a ser árbol. Oír esta palabra es evocar la necesaria
sinergia que precisamos en toda familia espiritual y en la Iglesia en este momento. Esta sinergia
tiene que ser mayor y nueva; se logra juntando, uniendo; con ella se multiplica la vida y la energía.
Esta propuesta marca el camino que se recorre unidos sin confundirnos; cada uno –laico-religioso,
aporta su originalidad. Es bueno evocar en el punto de partida que la certeza de nuestras vocaciones
específicas nos inspira y hace que seamos los unos para los otros una constante fuente de riqueza.
Esta complementariedad es un desafío de los religiosos para los laicos y de los laicos para los
religiosos y, por supuesto, se convierte en exigencia de una comunión responsable. Ni la vida
consagrada ni el laicado de manera separada van a llegar a comprender su plenitud ni a mostrar la
plenitud del seguimiento de Jesús. No hay duda que el laico es el espejo en el que debe mirarse el
religioso para comprenderse plenamente y a la inversa. Esto lleva a soñar en una etapa nueva para
estas relaciones. Este momento estará marcado por la creatividad y la búsqueda; por una comunión
que nace de la diversidad. Entre laicos y religiosos hay una tensión vital que se orienta a una
comunión vital. Por lo mismo es decisivo:
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distancia de los laicos; desde esta perspectiva el encuentro, la compañía, la amistad podían llegar a
ser hasta peligrosas. El mensaje ahora es bien distinto. “Encontrarse es todo”. El encuentro supone
cercanía, presencia, interacción, diálogo, amistad, lugares comunes y empleos compartidos..
+ Se pasa de ser destinatarios de la misión a ser responsables y animadores de la misma.
Los laicos dan un paso significativo y cambian de ser espectadores y receptores a ser responsables y
animadores de la vida y la misión cristiana. Se trata de activar el laicado y por supuesto de dejarle
espacio para que sea posible una animación laical. Para ello los laicos se tienen que poner en
movimiento y caminar en la buena dirección y los religiosos en su debido punto.
+ Se pasa comer las migajas al banquete verdadero. Los laicos, en esta Iglesia pueblo de
Dios, se están poniendo de pie; se están sentando a la mesa y siendo comensales a plena ley; se
están juntando y juntándose con los religiosos y éstos con los laicos.
+Se pasa de la sumisión y obediencia a la vinculación. Este paso es muy fuerte. Y muy necesario...
Ha sido larga la historia de sumisión del laico a los religiosos y a los sacerdotes. Sumisión que con
mucha frecuencia se vivió cómodamente por parte de los laicos. La voz de alerta de esta realidad se
dejó oír en el Concilio Vaticano II. La vinculación cambia la relación mutua. Supone una atadura o
relación establecida mediante un vínculo. Supone alianza.
Misión compartida
-Niveles de misión compartida. Estos varios modos están entrelazados pero no hay duda que el
tercero significa más y es más que el primero y el segundo y el cuarto nos sitúa en la mejor óptica:
la coadjutoría; la colaboración: la co-participación; la compañía. Ser compañero de misión es
mucho.
-Es importante recordar quién nos convoca a la misión compartida y para qué. Nos convoca el
Señor y nos envía en misión el Señor. A él seguimos y servimos todos y por encima de cualquier
otra mediación por muy necesaria que sea.
-Sugerencias prácticas: La meta que tenemos por delante es ambiciosa: llegar a una adecuada
explicitación de lo que supone pasar de trabajar los laicos “para” los religiosos a trabajar “con” los
religiosos en una obra común. Este giro y este cambio de proposición son decisivos. Ello le supone
al religioso y al laico: Saber delegar; potenciar cada vocación; complementarse en la acción.
-Cultivar la confianza recíproca. No puede faltar la confianza para que esta mutua relación que llega
hasta la participación pueda darse y funcionar bien. Esta confianza no se debe dar por supuesta. No
es fácil que la confianza exista y cuando existe hay que cultivarla y favorecerla.
-Mantener el espíritu del carisma. Reto importante es lograr que perviva el carisma fundacional,
que ocupe un lugar frontal en las personas y en las instituciones en las que los laicos van a
participar y que lo permee todo. Este aspecto es fundamental.
-Revisar y actualizar los lugares concretos de misión. Con mucha frecuencia hay una deficitaria
presencia de laicos comprometidos en los diversos ámbitos de la vida pública. Los espacios en los
que tradicionalmente hemos expresado la fe en la vida ordinaria se han ido reduciendo o
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desapareciendo. Con todo, se acepta y reconoce la presencia de la Iglesia en la educación, la acción
social, los hospitales, las cárceles, las misiones en lugares de primera evangelización o de nueva
evangelización y de promoción humana. La misión educativa en obras de los religiosos no es solo
de los religiosos. Los laicos están integrados, cada vez más, en la gestión y animación de los centros
educativos y, por supuesto, en la labor pastoral.
-Evaluar el camino hecho y las experiencias realizadas. Este punto es importante en la búsqueda en
la que estamos implicados. En general, la misión compartida está generando un cristianismo más
adulto y más eclesial, más integral y más carismático y una vida religiosa más participativa,
comprometida y compartida.
Vida compartida
Hablar de vida compartida es nuevo. Está comenzando a aparecer en los documentos de las
Congregaciones. El lenguaje que nos permite referirnos a esta realidad es el de coparticipación, de
familia evangélica o carismática y de una realidad más amplia que nace de la sinergia espiritual y
comunitaria. Este aspecto está necesitado de motivación y de precisión, pero tiene mucho futuro. En
el fondo nace de una profunda y repetida convicción: no hay misión compartida sin vida
compartida. Ello no supone vivir bajo el mismo techo.
La vida compartida pide intensidad en el intento; exigencia y entrega. Exige, también, una cultura
común y unas expresiones culturales que nacen de las mismas intuiciones carismáticas y llevan a
expresiones similares. Religiosos y laicos estamos llamados a interactuar en la vida y, por supuesto,
no solo en el proyecto apostólico sino en:
la vocación,
la consagración,
la comunidad,
la formación,
el descanso,
el proyecto misionero.
El símbolo que lo visibiliza es el de la mesa redonda. “Como ramos de olivo en torno a tu mesa,
Señor, así son los hijos de la Iglesia”. En torno a la mesa se sienta uno, se reúne. Nos sentimos
cerca y a veces unidos. Cuando estamos a la mesa pareciera que no tenemos prisa. La mesa hace
grupo, hace comunidad. Junta vidas. Por eso llegamos a decir: “toda la mesa” se puso en pie y
expresó su acuerdo unánime. Por tanto, no hay vida compartida sin comunidad. Parece que este
camino que hemos comenzado es prometedor. Para recorrerlo no puede faltar el impulso interior del
carisma. La vida compartida sólo la pueden tener quienes han asimilado el mismo carisma y ese
carisma les envuelve y mueve; se transforma en espiritualidad, en forma de vida comunitaria, en
formación conjunta. En una palabra, se convierte en fuente de vida y marca a quienes tienen vida
con unas actuaciones propias de las personas movidas por el Espíritu.
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encontrará anécdota, acontecimientos, visiones, mensajes, celebraciones, inicios, mitos y creencias.
Solo así rebrotará el carisma y renacerá con una vitalidad única y fresca. Así llegamos a la necesaria
refundación que supondrá, entre otras medidas, una revisión de los textos constitucionales.
Una familia carismática es una parte de la Iglesia entendida como pueblo de Dios en comunión
cuyas distintas vocaciones, servicios y modos de vida ni se imponen ni se superponen sino que
caminan por la vida completándose para bien de todos y en el servicio del Reino. Pero ahora se está
encontrando algo que bien podemos llamar una nueva estructura bajo la cual se integran y entran
en comunión personas de una y otra forma de vida cristiana, agraciadas con el mismo don
carismático. Esa estructura es “la familia carismática”: En estos últimos años, la conciencia de
mutua pertenencia bajo un mismo carisma colectivo ha ido creciendo. Ahí están las familias
carismáticas trinitaria, agustiniana, dominicana, marista, ursulina, lasaliana, marianista… Este
acontecimiento es fuerte y está ya en parte reconocida su entidad en la exhortación Vita consecrata:
“el carisma de un instituto de vida consagrada puede ser compartido con los laicos “(VC, 54).
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Este proceso le toca recorrerlo a concretos religiosos y laicos. Por supuesto que tiene una doble
etapa. En primer lugar se debe dar la incorporación a un grupo o rama de la familia. Esa pertenencia
permite poner pie en la familia. El proceso de incorporación pasa por etapas diversas. Al recorrerlas
se consigue pasar una puerta que nos deja dentro de la casa, dentro de la familia. Para ello, por
supuesto, hay que haber recibido llamada para entrar y leído en frontispicio de la casa el nombre de
la familia, que viene del carisma; y el apellido, que viene del grupo en el que uno se integra.
Es necesaria reflexión teológica para que se puede dar este paso en la vida cristiana con tino y
sabiduría. Pero se precisa, también la narración y la comunicación acertada de lo que se está
viviendo. Hay necesidad de comunicarnos más sobre los caminos recorridos por grupos diversos en
la Iglesia para hacer este nuevo tramo de vida de la misma. Lo que se vive hay que convertirlo en
imágenes, palabras y gestos. Se precisa narrarlo y hacerlo bien. Hay camino hecho y en parte como
barca en alta mar llevada por el soplo y a veces por el viento del Espíritu en medio de vertiginosas
corrientes del cambio de época y de significativos cambios en la vida consagrada. En ese contexto
poco a poco vamos configurando y siendo configurados en este escenario de nueva eclesialidad y
nueva ciudadanía en el que se están gestando y, no sin dolor, las nuevas familias carismáticas y
también el nuevo modo de vivir la vida religiosa. Las experiencias no han sido fáciles.
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IV, Juntos somos más y mejores
La unión hace la fuerza para nacer y crecer a esta forma de vida consagrada que tenemos como
desafío en nuestros días. Eso se consigue uniendo vidas y uniendo fe, juntando fuerzas y pasión
evangelizadora que llevarán a desplegar potencialidades. Así se va haciendo historia común. Así la
gracia fundante se convierte en pasión evangelizadora y multiplicadora de vida cristiana.
Hay que dar con el momento y el lugar en el que comienza lo nuevo. La poeta María Cine confía
que, En algún lugar, quedará un espacio y un programa abierto a la esperanza si se encara el
presente con lucidez de espíritu:
Para hacer un camino, por supuesto, hay que dar el primer paso. La vida y misión compartida es
primer paso para una forma de vida religiosa nueva. Corren “tiempos recios”, decía Santa Teresa,
en los que se precisan “amigos fuertes de Dios” para iniciar la marcha. Esta misión es ardua,
delicada la tarea y exigente el compromiso. Hay religiosos que tienen que dejar de hacer
determinadas cosas y comenzar a realizar otras. Para ello se deben convertir los gritos de laicos y
religiosos en clamores del Espíritu, en convicciones compartidas y compromisos de nueva forma de
vida consagrada.
Es tiempo de pasar a la acción. No hay duda que si una Congregación religiosa replantea su
función y su manera de estar al interior de una familia carismática y de la Iglesia a partir de su
nueva relación con los laicos este simple hecho llevará a una verdadera refundación y a una nueva
forma de vida. Ello supone importantes cambios de mentalidad y de modo de proceder. No puede
ser de otra forma ya que hemos nacido para estar y trabajar “con” otros, con el pueblo de Dios. Bien
podemos parangonar la frase de San Agustín y decir que con los laicos el religioso es cristiano;
para los laicos es religioso. El laico con los religiosos es cristiano y para nosotros es laico.
El futuro sólo Dios lo sabe y está ciertamente en sus manos. Sigamos descubriéndolo y
anticipándolo juntos, religiosos y laicos. En manos del Señor están nuestras vidas consagradas a la
vivencia de un carisma y así podremos dar gloria al Padre y servir más y mejor a los hombres y
mujeres de nuestros días. No hay duda que una mayor compañía e interacción entre laicos y
religiosos llevará a hacer y ser más de lo que hacemos y somos. Juntos somos más y mejores.
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