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Vida y Mision Laicos y Religiosos

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Una nueva forma de vida cristiana

Vida y misión compartida: religiosos y laicos

La iglesia, y de modo particular, la vida religiosa y algunos crisitianos precisan recordar, como
advierte el Cardenal Walter Kasper que "la esperanza cristiana sólo es creíble si en vez de destruir
utopías políticas las erige y alienta… si ofrece alternativas vividas". En nuestro caso la alternativa
consiste en que laicos y religiosos compartan vida y misión. Este paso llevará a una nueva forma de
vida consagrada. Hay clamores que lo piden, hay convicciones que motivan y orientan este
significativo cambio y compromisos para hacer realidad esta nueva forma de vida consagrada.

I. Clamores de laicos y religiosos


Ha llegado el momento de dar este paso que tendrá consecuencias en el “hábitat” de muchos
religiosos, en el quehacer teológico; en el lenguaje que empleemos que será más inclusivo; en la
antropología que nos llevará a un distinto modo de pensar, sentir y proceder; en un modo diferente
de estar en el mundo; en una identificación de las fuerzas motivadoras, movilizadoras de la
experiencia mística común a laicos y religiosos; en las concretas opciones ocupacionales; en la
visión de la iglesia; en el modo mismo de entender a Dios, Dios padre y madre; en la figura
histórica de Jesús que se sitúa por encima de los laicos y los religiosos y se hace hermano y nos
centra en lo que es común, su seguimiento; en el Espíritu, fuente de vida y de comunión y hacedor
de alianzas; en la fuerza radical de Cristo resucitado que confirma toda vinculación de vida y
destruye barreras y termina con la separación entre pueblos; en la radical importancia de la memoria
y el testimonio de los laicos y religiosos, la que nace de la lectura orante conjunta de la palabra y
que incide en sus vidas de laicos y religiosos que claman y Dios les oye.

Todo esto queda englobado bajo el título de un nuevo paradigma de vida consagrada marcado por
el lugar teológico del laico y religioso, misioneros y creyentes. Fundar una nueva forma de vida
consagrada es proclamar de manera nueva la fe y la esperanza; hasta ahí llegamos con una vida y
misión compartida de religiosos y laicos. Los clamores, las voces fuertes y firmes que yo estoy
oyendo últimamente vienen del Espíritu que nos da voz para gritar que:

-Hay una común vocación humana. Nos une una común vocación propia de todos los hombres y
mujeres de nuestros días y que nos acerca a vivir una misma vocación cristiana. Por ello tenemos
que afirmar que el camino de la realización de la persona humana no es la exclusión sino la
inclusión. Nadie es auto suficiente ni debe ser auto referente, todos somos interdependientes.

-El encuentro, signo de los tiempos. Vivimos una época de extraordinaria vitalidad en relación con
la comunicación y la realidad del encuentro. Hoy se nos invita a repensar la comunicación y el
diario vivir en clave de interacción, participación y encuentro.

-La nueva compresión del carisma. Este es el tercer clamor; se está comprendiendo de un modo
diferente “el carisma” de las Congregaciones religiosas; es un don del Espíritu a la Iglesia para el
mundo; los carismas convocan, agrupan y se transforman en misión. En el pasado han sido muchos
los Fundadores que creyeron haber recibido el carisma solo para los religiosos. Ahora está claro que
se debe compartir no solo con los religiosos sino también con los laicos; se ha ido tomando
conciencia de que el Instituto religioso no es el dueño exclusivo del carisma fundacional.

-Notoria disminución del número de los religiosos. A todos estos clamores hay que añadir otro más
pero que no es el único ni el principal. Se ha dado una notoria disminución de fuerzas de los

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institutos religiosos y en opinión de algunos justamente por haber considerado el carisma como una
realidad exclusiva de la vida consagrada. Por ello, para lo que un día los religiosos hacían solos
ahora precisan, sí o sí, una colaboración que lleva poco a la participación. Los religiosos han
necesitado de los laicos. Su individualismo les ha llevado por mal camino y conducido a una pobre
meta. Ello nos confirma que la vitalidad y la solidaridad van unidas.

-La eclesiología de comunión. Otro motivo destacado para dar pasos importantes en el proceso de la
misión y vida compartidas es la influencia en nuestros días de la eclesiología de comunión, hecho
que está generando una nueva dinámica en el interior de la Iglesia. Nos encontramos ante un nuevo
“ecosistema” eclesial en el que las relaciones cambian y cambian las personas. Hace mucho bien a
la Iglesia buscar lo que es nuclear en su vida, lo que nos une a todos, el tesoro común.

-Predominante rol del laicado en la Iglesia. Este clamor no viene solo de los laicos que reclaman
presencia, palabra, acción en la Iglesia. De hecho se están convirtiendo en los nuevos samaritanos,
protagonistas de la nueva evangelización. Ello nos pide a todos una nueva sensibilidad. No hay
duda que la existencia de un laicado adulto y responsable lleva consigo necesariamente la exigencia
de que el clero y los religiosos encuentren su verdadero lugar en la Iglesia y los laicos se sacudan de
encima su pasividad, comodidad e inhibición.

-La realidad de la aparición de las familias carismáticas. Este es clamor de los Fundadores y de
religiosos y laicos que han bebido del mismo pozo: el carisma. Esa agua común les hace miembros
de esa nueva realidad: la familia carismática en la que el carisma es el mismo para todos y la forma
de vivirlo diferente y complementaria.

-Los laicos no queremos ser solo colaboradores. Queremos ser corresponsables y prepararnos p ara
ello y para ello completar lo que los religiosos y religiosas hacen y ofrecer nuestro modo de
entender la misión y también la espiritualidad.

Bien podemos decir que emprender este camino no es una moda sino una necesidad y una
oportunidad. Con este nuevo empeño la vida consagrada saldrá muy favorecida. Es mucho hablar
de “misión compartida” y “vida compartida”. Para algunos no hay misión compartida sin vida
compartida. La vida compartida da un nuevo horizonte a la misión compartida y no son pocos los
que comienzan a pensar que es condición indispensable para que la misión compartida sea posible.

II. Convicciones
Estas convicciones nacen de una imagen. Religiosos y laicos tenemos que beber del mismo pozo: el
carisma fundacional. Imagen que nos deja iluminados, motivados y orientados para hacer una
camino nuevo.

-Laicos y religiosos beberán de un mismo pozo. Pozo que es manantial cuya vena nunca engaña
(Isaías 58, 11). El agua que brota de este pozo se distribuye por vasos comunicantes a todos los
integrantes de las familias espirituales si creen en la comunión y de ella viven y desde ella se abren
a la misión. Esta imagen del agua que brota y se desparrama y fecunda el campo de la misión nos
lleva a pensar en una rica experiencia de comunidad, interrelación, participación, espiritualidad,
identidad, colaboración, compromiso, formación, misión común y sinergia. Estas son las palabras
que más repiten quienes tienen claro el nuevo papel de la vida consagrada en relación con los
laicos. De esa fuente, de ese carisma, de esa agua que nos llena de vida bebemos; nos trae novedad,
es creativa y da calidad a nuestra existencia evangélica. Ese carisma tiene un dinamismo tal que
promueve efectos especiales entre todos los que comparten la misión de la Familia carismática:
Aglutina, diferencia, estimula, refuerza la identidad cristiana de los integrantes de la Iglesia.

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-Vivir una unión sin confusión es una gran riqueza. Usaremos también una imagen para presentar
esta convicción. Las Familias carismáticas están integradas por diferentes ramas o grupos de laicos
y religiosos. Pero las ramas pueden estar al pie del árbol, cortadas y separadas, y no formar de
hecho parte del árbol y no recibir sabía de unas mismas raíces y tronco. Esto ocurre con alguna
frecuencia. La unión sin confusión nos lleva a ser árbol. Oír esta palabra es evocar la necesaria
sinergia que precisamos en toda familia espiritual y en la Iglesia en este momento. Esta sinergia
tiene que ser mayor y nueva; se logra juntando, uniendo; con ella se multiplica la vida y la energía.
Esta propuesta marca el camino que se recorre unidos sin confundirnos; cada uno –laico-religioso,
aporta su originalidad. Es bueno evocar en el punto de partida que la certeza de nuestras vocaciones
específicas nos inspira y hace que seamos los unos para los otros una constante fuente de riqueza.
Esta complementariedad es un desafío de los religiosos para los laicos y de los laicos para los
religiosos y, por supuesto, se convierte en exigencia de una comunión responsable. Ni la vida
consagrada ni el laicado de manera separada van a llegar a comprender su plenitud ni a mostrar la
plenitud del seguimiento de Jesús. No hay duda que el laico es el espejo en el que debe mirarse el
religioso para comprenderse plenamente y a la inversa. Esto lleva a soñar en una etapa nueva para
estas relaciones. Este momento estará marcado por la creatividad y la búsqueda; por una comunión
que nace de la diversidad. Entre laicos y religiosos hay una tensión vital que se orienta a una
comunión vital. Por lo mismo es decisivo:

 Identificar lo que es común entre laicos y religiosos


 Identificar lo que es diferente entre laicos y religiosos
 Reforzar y profundizar lo que es común a los laicos y religiosos
 Hacer complementario lo que es diferente entre laicos y religiosos

-Tenemos que pasar de lo vertical a la horizontal o de lo jerárquico a lo comunional. Esta


maravillosa intuición viene del Concilio Vaticano II. Esta convicción también va acompañada de
una imagen. Y se convierte en un una gran afirmación: todos necesitamos un suelo común donde
nos enraizamos y que permite, dar la adecuada base a la vida y misión compartida. Una vez más,
este espíritu pide estructuras adecuadas. La savia del árbol, la espiritualidad requiere de las ramas,
del tronco, de las hojas y del fruto. Nos conduce a la raíz; no nos deja en la superficie. No nos
confunde. Lleva a la conversión, al cambio real de vida y fácilmente entra en el juego del dar y del
recibir, del buscar y del encontrar y así acogemos, leemos y celebramos la verdadera vida. Todos
los elementos que hemos ido enumerando, tanto los que nos diferencian como los que crean nexo y
conexión entre laicos y religiosos son circulares y horizontales. No podemos dejar de reconocer que
nuestra historia personal así se hace circular. En el centro ponemos a Jesús que es el motor de
nuestro movimiento. El hace también circulares la misión, la comunión y la espiritualidad.
-Nos sitúa en un nuevo ecosistema eclesial y sociocultural. Un ecosistema es un sistema biológico
formado por una comunidad de seres vivos y por el medio ambiente en el que se desarrollan. Si el
ecosistema cambia hay especies que nacidas en otro ecosistema desaparecen en el nuevo y otras se
resisten a desaparecer y otras surgen, brotan y florecen como nuevas. Este ecosistema postconciliar
supone desmontar otro que ya no debe continuar existiendo y montar el nuevo. Vamos a usar y
comentar unas imágenes ya señaladas que son muy significativas y describir su sentido:

+ Se pasa de la pirámide al círculo Se trata de pasar de la mesa rectangular alargada a la


mesa redonda. Por supuesto en esta mesa se sientan todos y el que asume la animación de la vida de
la misma es un “primus inter pares”; y se sienta como todos y no en la cabecera porque ésta no
existe. En la Iglesia circular se prefiere la comunión vital y la vida circula y se intercomunica. En
ella la vida consagrada se encuentra a gusto y en su lugar.
+ Se pasa de la separación al encuentro. No hay duda que la vida consagrada tiene una
historia en la que la palabra separación, distanciamiento ha sido clave. Ser religioso suponía tomar

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distancia de los laicos; desde esta perspectiva el encuentro, la compañía, la amistad podían llegar a
ser hasta peligrosas. El mensaje ahora es bien distinto. “Encontrarse es todo”. El encuentro supone
cercanía, presencia, interacción, diálogo, amistad, lugares comunes y empleos compartidos..
+ Se pasa de ser destinatarios de la misión a ser responsables y animadores de la misma.
Los laicos dan un paso significativo y cambian de ser espectadores y receptores a ser responsables y
animadores de la vida y la misión cristiana. Se trata de activar el laicado y por supuesto de dejarle
espacio para que sea posible una animación laical. Para ello los laicos se tienen que poner en
movimiento y caminar en la buena dirección y los religiosos en su debido punto.
+ Se pasa comer las migajas al banquete verdadero. Los laicos, en esta Iglesia pueblo de
Dios, se están poniendo de pie; se están sentando a la mesa y siendo comensales a plena ley; se
están juntando y juntándose con los religiosos y éstos con los laicos.
+Se pasa de la sumisión y obediencia a la vinculación. Este paso es muy fuerte. Y muy necesario...
Ha sido larga la historia de sumisión del laico a los religiosos y a los sacerdotes. Sumisión que con
mucha frecuencia se vivió cómodamente por parte de los laicos. La voz de alerta de esta realidad se
dejó oír en el Concilio Vaticano II. La vinculación cambia la relación mutua. Supone una atadura o
relación establecida mediante un vínculo. Supone alianza.

III. Propuestas y compromisos para una nueva forma de vida consagrada


En las últimas décadas los Institutos religiosos se están acostumbrando a hablar de “misión
compartida” y más como una evidencia que como un problema. Para que podamos hablar de misión
compartida los actores tienen que estar situados en un contexto relacional y dialogal; para todos
ellos esa tarea tiene que ser respuesta de una llamada a vivir un mismo carisma y así ser enviados a
una misma misión.

Misión compartida

-Niveles de misión compartida. Estos varios modos están entrelazados pero no hay duda que el
tercero significa más y es más que el primero y el segundo y el cuarto nos sitúa en la mejor óptica:
la coadjutoría; la colaboración: la co-participación; la compañía. Ser compañero de misión es
mucho.

-Es importante recordar quién nos convoca a la misión compartida y para qué. Nos convoca el
Señor y nos envía en misión el Señor. A él seguimos y servimos todos y por encima de cualquier
otra mediación por muy necesaria que sea.

-Sugerencias prácticas: La meta que tenemos por delante es ambiciosa: llegar a una adecuada
explicitación de lo que supone pasar de trabajar los laicos “para” los religiosos a trabajar “con” los
religiosos en una obra común. Este giro y este cambio de proposición son decisivos. Ello le supone
al religioso y al laico: Saber delegar; potenciar cada vocación; complementarse en la acción.

-Cultivar la confianza recíproca. No puede faltar la confianza para que esta mutua relación que llega
hasta la participación pueda darse y funcionar bien. Esta confianza no se debe dar por supuesta. No
es fácil que la confianza exista y cuando existe hay que cultivarla y favorecerla.
-Mantener el espíritu del carisma. Reto importante es lograr que perviva el carisma fundacional,
que ocupe un lugar frontal en las personas y en las instituciones en las que los laicos van a
participar y que lo permee todo. Este aspecto es fundamental.

-Revisar y actualizar los lugares concretos de misión. Con mucha frecuencia hay una deficitaria
presencia de laicos comprometidos en los diversos ámbitos de la vida pública. Los espacios en los
que tradicionalmente hemos expresado la fe en la vida ordinaria se han ido reduciendo o

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desapareciendo. Con todo, se acepta y reconoce la presencia de la Iglesia en la educación, la acción
social, los hospitales, las cárceles, las misiones en lugares de primera evangelización o de nueva
evangelización y de promoción humana. La misión educativa en obras de los religiosos no es solo
de los religiosos. Los laicos están integrados, cada vez más, en la gestión y animación de los centros
educativos y, por supuesto, en la labor pastoral.

-Evaluar el camino hecho y las experiencias realizadas. Este punto es importante en la búsqueda en
la que estamos implicados. En general, la misión compartida está generando un cristianismo más
adulto y más eclesial, más integral y más carismático y una vida religiosa más participativa,
comprometida y compartida.

Vida compartida

Hablar de vida compartida es nuevo. Está comenzando a aparecer en los documentos de las
Congregaciones. El lenguaje que nos permite referirnos a esta realidad es el de coparticipación, de
familia evangélica o carismática y de una realidad más amplia que nace de la sinergia espiritual y
comunitaria. Este aspecto está necesitado de motivación y de precisión, pero tiene mucho futuro. En
el fondo nace de una profunda y repetida convicción: no hay misión compartida sin vida
compartida. Ello no supone vivir bajo el mismo techo.

La vida compartida pide intensidad en el intento; exigencia y entrega. Exige, también, una cultura
común y unas expresiones culturales que nacen de las mismas intuiciones carismáticas y llevan a
expresiones similares. Religiosos y laicos estamos llamados a interactuar en la vida y, por supuesto,
no solo en el proyecto apostólico sino en:

la vocación,
la consagración,
la comunidad,
la formación,
el descanso,
el proyecto misionero.

El símbolo que lo visibiliza es el de la mesa redonda. “Como ramos de olivo en torno a tu mesa,
Señor, así son los hijos de la Iglesia”. En torno a la mesa se sienta uno, se reúne. Nos sentimos
cerca y a veces unidos. Cuando estamos a la mesa pareciera que no tenemos prisa. La mesa hace
grupo, hace comunidad. Junta vidas. Por eso llegamos a decir: “toda la mesa” se puso en pie y
expresó su acuerdo unánime. Por tanto, no hay vida compartida sin comunidad. Parece que este
camino que hemos comenzado es prometedor. Para recorrerlo no puede faltar el impulso interior del
carisma. La vida compartida sólo la pueden tener quienes han asimilado el mismo carisma y ese
carisma les envuelve y mueve; se transforma en espiritualidad, en forma de vida comunitaria, en
formación conjunta. En una palabra, se convierte en fuente de vida y marca a quienes tienen vida
con unas actuaciones propias de las personas movidas por el Espíritu.

Ampliar la tienda y habitarla y llenarla con el calor del amor primero


El proceso hasta llegar a una real vida y misión compartida puede ser largo. Hay que seguirlo con
atención ya que puede debilitar la identidad y diluir los perfiles y exigencias de la vocación tanto de
los religiosos como de los laicos. Pero la apertura de los grupos a la comunión es algo decisivo. Es
importante que la comunidad, tanto de religiosos como de laicos, se abra y deje de ser un círculo
cerrado y se transforme en una espiral abierta. El gran reto es conseguir que todos lleguemos a
retomar la historia y encontrar encarnaciones señeras y conjuntas de ese carisma. En esa historia se

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encontrará anécdota, acontecimientos, visiones, mensajes, celebraciones, inicios, mitos y creencias.
Solo así rebrotará el carisma y renacerá con una vitalidad única y fresca. Así llegamos a la necesaria
refundación que supondrá, entre otras medidas, una revisión de los textos constitucionales.

Una familia carismática es una parte de la Iglesia entendida como pueblo de Dios en comunión
cuyas distintas vocaciones, servicios y modos de vida ni se imponen ni se superponen sino que
caminan por la vida completándose para bien de todos y en el servicio del Reino. Pero ahora se está
encontrando algo que bien podemos llamar una nueva estructura bajo la cual se integran y entran
en comunión personas de una y otra forma de vida cristiana, agraciadas con el mismo don
carismático. Esa estructura es “la familia carismática”: En estos últimos años, la conciencia de
mutua pertenencia bajo un mismo carisma colectivo ha ido creciendo. Ahí están las familias
carismáticas trinitaria, agustiniana, dominicana, marista, ursulina, lasaliana, marianista… Este
acontecimiento es fuerte y está ya en parte reconocida su entidad en la exhortación Vita consecrata:
“el carisma de un instituto de vida consagrada puede ser compartido con los laicos “(VC, 54).

La fidelidad creativa mantiene la dimensión carismática y evangélica de la Iglesia; esa fidelidad


ahora no actúa solamente desde y al interior de un Instituto religioso sino desde los diversos grupos
que componen la familia carismática. Ella nos exige:

- Desarrollar el “somos familia”


Como en toda familia hay padres, núcleo primario del que todo parte, y del que viene una fuerza de
compenetración solidaria muy intensa;¸hay hijos.. En una familia carismática el núcleo estable
representa el carisma oficial y lo tiene vitalmente asimilado; por sus venas corre esa sangre. Los que
lo integran están intensamente identificados con el carisma.

- El camino hacia una nueva forma de vida cristiana hecho de creatividad y de


experimentación
Ello supone hacer un camino nuevo; en él el riesgo no falta; no está del todo clara la meta y las
etapas. Por lo mismo, nos podemos equivocar. Estamos buscando un nuevo paradigma; ello supone
originalidad. Supone, también, dejar de hacer y de ser algo de lo que hacíamos y éramos. Nos pide
nacer de nuevo. Una familia evangélica tiene que estar situada en el contexto de la vida consagrada
de hoy y del laicado, de la Iglesia y de la sociedad pide nuevo espíritu y nuevas estructuras.

-Pide fomentar una cultura común


Un carisma que si no se hace cultura no tiene ningún futuro y no lo tiene la institución
correspondiente. Fomentar una cultura común es crear un modo de pensar, sentir y proceder
cercano.
- Pasar por un necesario cambio de mentalidad: metanoia y conversión
La visión de “vida y misión compartida” está implicando mucho más de lo que se sospechaba. Está
llevando más allá de las barreras, divisiones y separaciones de los “estados de vida cristiana”.
Requiere una apertura de mente y corazón, una auténtica “meta-noia” o cambio de mentalidad.
También podemos hablar de una verdadera conversión que nos supone dejar de hablar de “mí”
misión compartida.

- Iniciar de manera adecuada el proceso hacia la Familia evangélica o carismática


Hay que saber a dónde apuntamos para llegar a la meta. Estamos buscando más comunión de vida y
de misión. Por tanto, tenemos que evitar en el proceso para llegar a esa meta las tensiones indebidas
y apuntar a una expansión de comunión al servicio de la vida y de la misión eclesial. No podemos
olvidar que aspiramos a ser una familia y nacida de una lectura carismática del evangelio.

- Describir los procesos personales para la integración en una Familia evangélica

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Este proceso le toca recorrerlo a concretos religiosos y laicos. Por supuesto que tiene una doble
etapa. En primer lugar se debe dar la incorporación a un grupo o rama de la familia. Esa pertenencia
permite poner pie en la familia. El proceso de incorporación pasa por etapas diversas. Al recorrerlas
se consigue pasar una puerta que nos deja dentro de la casa, dentro de la familia. Para ello, por
supuesto, hay que haber recibido llamada para entrar y leído en frontispicio de la casa el nombre de
la familia, que viene del carisma; y el apellido, que viene del grupo en el que uno se integra.

- Aceptar una nueva formación para la colaboración y la participación


Hay un nuevo aspecto que debe entrar en nuestros programas de formación. Necesitamos –
religiosos y laicos- adquirir la competencia para la colaboración y la participación; lo cual supone
más que saber trabajar en equipo. Ello nos supone pasar de ser hombres y mujeres para los demás a
ser hombres y mujeres con los demás.

- Lleva a tener un lenguaje común


Es muy importante al crear una realidad nueva elaborar un lenguaje que nos permita “decir” y
“nombrar” lo que nace; un lenguaje compartido que expresa, vincula, ahonda, comparte y transmite
experiencias fundantes. Evoca raíces. Pero sobre todo nos habla de un presente prometedor. Da
sentido y renueva. Describe el contexto del cambio. No es exclusivo ni excluyente pero sí propio de
los que viven esa nueva realidad y nos da identidad. Viene espontáneamente a nuestros labios y nos
hace sentirnos cuerpo, equipo y comunidad que sabe decirse y comunicarse.

- Supone implicarse en las decisiones


Hemos recibido un don, un carisma que ha de dar su fruto y para ello debemos buscar los cauces
debidos. Ello solo se consigue obrando en consecuencia y tomando decisiones. Lo cual supone abrir
unos campos y cerrar otros, comenzar a hacer algunas cosas y dejar otras. Esto es indispensable si
queremos concretar los grandes ideales. Tenemos que aspirar a que lo que hagamos sea lo mejor
que podemos hacer

- Llegar a tener un núcleo


El núcleo de referencia no puede faltar en la Familia carismática; así como tampoco pueden faltar
los diferentes grados de pertenencia. Ese núcleo es como el corazón que envía sangre bien
oxigenada al resto del cuerpo que con sencilla humildad la reciben y la hacen circular.

- Establece estructuras de comunión y de integración


Estas estructuras se encaminarán a fortalecer los lazos entre los integrantes de la Familia
carismática y también entre los diferentes grupos que la constituyen. Tienen varias proyecciones:
una hacia una mayor y mejor asimilación del carisma, pozo desde donde todo mana; otra, la mejor
integración de los componentes de la Familia carismática; la tercera se encamina a fortalecer la
fidelidad creativa.

Es necesaria reflexión teológica para que se puede dar este paso en la vida cristiana con tino y
sabiduría. Pero se precisa, también la narración y la comunicación acertada de lo que se está
viviendo. Hay necesidad de comunicarnos más sobre los caminos recorridos por grupos diversos en
la Iglesia para hacer este nuevo tramo de vida de la misma. Lo que se vive hay que convertirlo en
imágenes, palabras y gestos. Se precisa narrarlo y hacerlo bien. Hay camino hecho y en parte como
barca en alta mar llevada por el soplo y a veces por el viento del Espíritu en medio de vertiginosas
corrientes del cambio de época y de significativos cambios en la vida consagrada. En ese contexto
poco a poco vamos configurando y siendo configurados en este escenario de nueva eclesialidad y
nueva ciudadanía en el que se están gestando y, no sin dolor, las nuevas familias carismáticas y
también el nuevo modo de vivir la vida religiosa. Las experiencias no han sido fáciles.

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IV, Juntos somos más y mejores

La unión hace la fuerza para nacer y crecer a esta forma de vida consagrada que tenemos como
desafío en nuestros días. Eso se consigue uniendo vidas y uniendo fe, juntando fuerzas y pasión
evangelizadora que llevarán a desplegar potencialidades. Así se va haciendo historia común. Así la
gracia fundante se convierte en pasión evangelizadora y multiplicadora de vida cristiana.

Hay que dar con el momento y el lugar en el que comienza lo nuevo. La poeta María Cine confía
que, En algún lugar, quedará un espacio y un programa abierto a la esperanza si se encara el
presente con lucidez de espíritu:

“En algún lugar por el desencanto


tiene que haber un rayo de luz y una fe que no pierda
que disipe las tinieblas del futuro inmediatamente la fe en sí misma”
una esperanza que no se deje matar

Para hacer un camino, por supuesto, hay que dar el primer paso. La vida y misión compartida es
primer paso para una forma de vida religiosa nueva. Corren “tiempos recios”, decía Santa Teresa,
en los que se precisan “amigos fuertes de Dios” para iniciar la marcha. Esta misión es ardua,
delicada la tarea y exigente el compromiso. Hay religiosos que tienen que dejar de hacer
determinadas cosas y comenzar a realizar otras. Para ello se deben convertir los gritos de laicos y
religiosos en clamores del Espíritu, en convicciones compartidas y compromisos de nueva forma de
vida consagrada.

Es tiempo de pasar a la acción. No hay duda que si una Congregación religiosa replantea su
función y su manera de estar al interior de una familia carismática y de la Iglesia a partir de su
nueva relación con los laicos este simple hecho llevará a una verdadera refundación y a una nueva
forma de vida. Ello supone importantes cambios de mentalidad y de modo de proceder. No puede
ser de otra forma ya que hemos nacido para estar y trabajar “con” otros, con el pueblo de Dios. Bien
podemos parangonar la frase de San Agustín y decir que con los laicos el religioso es cristiano;
para los laicos es religioso. El laico con los religiosos es cristiano y para nosotros es laico.

El futuro sólo Dios lo sabe y está ciertamente en sus manos. Sigamos descubriéndolo y
anticipándolo juntos, religiosos y laicos. En manos del Señor están nuestras vidas consagradas a la
vivencia de un carisma y así podremos dar gloria al Padre y servir más y mejor a los hombres y
mujeres de nuestros días. No hay duda que una mayor compañía e interacción entre laicos y
religiosos llevará a hacer y ser más de lo que hacemos y somos. Juntos somos más y mejores.

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