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Cuentos para Niños

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Caperucita roja

Érase una vez una niñita que lucía una hermosa capa de color rojo. Como la niña la usaba muy a
menudo, todos la llamaban Caperucita Roja.

Un día, la mamá de Caperucita Roja la llamó y le dijo:

—Abuelita no se siente muy bien, he horneado unas galleticas y quiero que tú se las lleves.

—Claro que sí —respondió Caperucita Roja, poniéndose su capa y llenando su canasta de galleticas
recién horneadas.

Antes de salir, su mamá le dijo:

— Escúchame muy bien, quédate en el camino y nunca hables con extraños.

—Yo sé mamá —respondió Caperucita Roja y salió inmediatamente hacia la casa de la abuelita.

Para llegar a casa de la abuelita, Caperucita debía atravesar un camino a lo largo del espeso
bosque. En el camino, se encontró con el lobo.

—Hola niñita, ¿hacia dónde te diriges en este maravilloso día? —preguntó el lobo.

Caperucita Roja recordó que su mamá le había advertido no hablar con extraños, pero el lobo lucía
muy elegante, además era muy amigable y educado.

—Voy a la casa de abuelita, señor lobo —respondió la niña—. Ella se encuentra enferma y voy a
llevarle estas galleticas para animarla un poco.

—¡Qué buena niña eres! —exclamó el lobo. —¿Qué tan lejos tienes que ir?

—¡Oh! Debo llegar hasta el final del camino, ahí vive abuelita—dijo Caperucita con una sonrisa.

—Te deseo un muy feliz día mi niña —respondió el lobo.

El lobo se adentró en el bosque. Él tenía un enorme apetito y en realidad no era de confiar. Así que
corrió hasta la casa de la abuela antes de que Caperucita pudiera alcanzarlo. Su plan era comerse a
la abuela, a Caperucita Roja y a todas las galleticas recién horneadas.

El lobo tocó la puerta de la abuela. Al verlo, la abuelita corrió despavorida dejando atrás su chal. El
lobo tomó el chal de la viejecita y luego se puso sus lentes y su gorrito de noche. Rápidamente, se
trepó en la cama de la abuelita, cubriéndose hasta la nariz con la manta. Pronto escuchó que
tocaban la puerta:

—Abuelita, soy yo, Caperucita Roja.

Con vos disimulada, tratando de sonar como la abuelita, el lobo dijo:

—Pasa mi niña, estoy en camita.

Caperucita Roja pensó que su abuelita se encontraba muy enferma porque se veía muy pálida y
sonaba terrible.

—¡Abuelita, abuelita, qué ojos más grandes tienes!


—Son para verte mejor —respondió el lobo.

—¡Abuelita, abuelita, qué orejas más grandes tienes!

—Son para oírte mejor —susurró el lobo.

—¡Abuelita, abuelita, que dientes más grandes tienes!

—¡Son para comerte mejor!

Con estas palabras, el malvado lobo tiró su manta y saltó de la cama. Asustada, Caperucita salió
corriendo hacia la puerta. Justo en ese momento, un leñador se acercó a la puerta, la cual se
encontraba entreabierta. La abuelita estaba escondida detrás de él.

Al ver al leñador, el lobo saltó por la ventana y huyó espantado para nunca ser visto.

La abuelita y Caperucita Roja agradecieron al leñador por salvarlas del malvado lobo y todos
comieron galleticas con leche. Ese día Caperucita Roja aprendió una importante lección:

“Nunca debes hablar con extraños”.


Cuento de los tres cerditos

En un pueblito no muy lejano, vivía una mamá cerdita junto con sus tres cerditos. Todos eran muy
felices hasta que un día la mamá cerdita les dijo:

—Hijitos, ustedes ya han crecido, es tiempo de que sean cerditos adultos y vivan por sí mismos.

Antes de dejarlos ir, les dijo:

—En el mundo nada llega fácil, por lo tanto, deben aprender a trabajar para lograr sus sueños.

Mamá cerdita se despidió con un besito en la mejilla y los tres cerditos se fueron a vivir en el
mundo.

El cerdito menor, que era muy, pero muy perezoso, no prestó atención a las palabras de mamá
cerdita y decidió construir una casita de paja para terminar temprano y acostarse a descansar.

El cerdito del medio, que era medio perezoso, medio prestó atención a las palabras de mamá
cerdita y construyó una casita de palos. La casita le quedó chueca porque como era medio
perezoso no quiso leer las instrucciones para construirla.

La cerdita mayor, que era la más aplicada de todos, prestó mucha atención a las palabras de mamá
cerdita y quiso construir una casita de ladrillos. La construcción de su casita le tomaría mucho más
tiempo. Pero esto no le importó; su nuevo hogar la albergaría del frío y también del temible lobo
feroz...

Y hablando del temible lobo feroz, este se encontraba merodeando por el bosque cuando vio al
cerdito menor durmiendo tranquilamente a través de su ventana. Al lobo le entró un enorme
apetito y pensó que el cerdito sería un muy delicioso bocadillo, así que tocó a la puerta y dijo:

—Cerdito, cerdito, déjame entrar.

El cerdito menor se despertó asustado y respondió:

—¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.

El lobo feroz se enfureció y dijo:

Soplaré y resoplaré y tu casa derribaré.

El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas y la casita de paja se vino al piso. Afortunadamente, el
cerdito menor había escapado hacia la casa del cerdito del medio mientras el lobo seguía
soplando.

El lobo feroz sintiéndose engañado, se dirigió a la casa del cerdito del medio y al tocar la puerta
dijo:

—Cerdito, cerdito, déjame entrar.

El cerdito del medio respondió:

— ¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.


El lobo hambriento se enfureció y dijo:

—Soplaré y resoplaré y tu casa derribaré.

El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas y la casita de palo se vino abajo. Por suerte, los dos
cerditos habían corrido hacia la casa de la cerdita mayor mientras que el lobo feroz seguía
soplando y resoplando. Los dos hermanos, casi sin respiración le contaron toda la historia.

—Hermanitos, hace mucho frío y ustedes la han pasado muy mal, así que disfrutemos la noche al
calor de la fogata —dijo la cerdita mayor y encendió la chimenea. Justo en ese momento, los tres
cerditos escucharon que tocaban la puerta.

—Cerdita, cerdita, déjame entrar —dijo el lobo feroz.

La cerdita respondió:

— ¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.

El lobo hambriento se enfureció y dijo:

—Soplaré y soplaré y tu casa derribaré.

El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas, pero la casita de ladrillos resistía sus soplidos y
resoplidos. Más enfurecido y hambriento que nunca decidió trepar el techo para meterse por la
chimenea. Al bajar la chimenea, el lobo se quemó la cola con la fogata.

—¡AY! —gritó el lobo.

Y salió corriendo por el bosque para nunca más ser visto.

Un día cualquiera, mamá cerdita fue a visitar a sus queridos cerditos y descubrió que todos tres
habían construido casitas de ladrillos. Los tres cerditos habían aprendido la lección:

“En el mundo nada llega fácil, por lo tanto, debemos trabajar para lograr nuestros sueños”.
Blanca nieves y los siete enanitos

Érase una vez una joven y bella princesa llamada Blancanieves que vivía en un reino muy lejano
con su padre y madrastra.

Su madrastra, la reina, era también muy hermosa, pero arrogante y orgullosa. Se pasaba todo el
día contemplándose frente al espejo. El espejo era mágico y cuando se paraba frente a él, le
preguntaba:

—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?

Entonces el espejo respondía:

— Tú eres la más hermosa de todas las mujeres.

La reina quedaba satisfecha, pues sabía que su espejo siempre decía la verdad. Sin embargo, con el
pasar de los años, la belleza y bondad de Blancanieves se hacían más evidentes. Por todas sus
buenas cualidades, superaba mucho la belleza física de la reina. Y llegó al fin un día en que la reina
preguntó de nuevo:

—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?

El espejo contestó:

—Blancanieves, a quien su bondad la hace ser aún más bella que tú.

La reina se llenó de ira y ordenó la presencia del cazador y le dijo:

—Llévate a la joven princesa al bosque y asegúrate de que las bestias salvajes se encarguen de ella.

Con engaños, el cazador llevó a Blancanieves al bosque, pero cuando estaba a punto de cumplir las
órdenes de la reina, se apiadó de la bella joven y dijo:

—Corre, vete lejos, pobre muchacha. Busca un lugar seguro donde vivir.

Encontrándose sola en el gran bosque, Blancanieves corrió tan lejos como pudo hasta la llegada del
anochecer. Entonces divisó una pequeña cabaña y entró en ella para dormir. Todo lo que había en
la cabaña era pequeño. Había una mesa con un mantel blanco y siete platos pequeños, y con cada
plato una cucharita. También, había siete pequeños cuchillos y tenedores, y siete jarritas llenas de
agua. Contra la pared se hallaban siete pequeñas camas, una junto a la otra, cubiertas con colchas
tan blancas como la nieve.

Blancanieves estaba tan hambrienta y sedienta que comió un poquito de vegetales y pan de cada
platito y bebió una gota de cada jarrita. Luego, quiso acostarse en una de las camas, pero ninguna
era de su medida, hasta que finalmente pudo acomodarse en la séptima.

Cuando ya había oscurecido, regresaron los dueños de la cabaña. Eran siete enanos que cavaban y
extraían oro y piedras preciosas en las montañas. Ellos encendieron sus siete linternas, y
observaron que alguien había estado en la cabaña, pues las cosas no se encontraban en el mismo
lugar.

El primero dijo: —¿Quién se ha sentado en mi silla?


El segundo dijo: —¿Quién comió de mi plato?

El tercero dijo: —¿Quién mordió parte de mi pan?

El cuarto dijo: —¿Quién tomó parte de mis vegetales?

El quinto dijo: —¿Quién usó mi tenedor?

El sexto dijo: —¿Quién usó mi cuchillo?

El séptimo dijo: —¿Quién bebió de mi jarra?

Entonces el primero observó una arruga en su cama y dijo: —Alguien se ha metido en mi cama.

Y los demás fueron a revisar sus camas, diciendo: —Alguien ha estado en nuestras camas también.

Pero cuando el séptimo miró su cama, encontró a Blancanieves durmiendo plácidamente y llamó a
los demás:

—¡Oh, cielos! —susurraron—. Qué encantadora muchacha

Cuando llegó el amanecer, Blancanieves se despertó muy asustada al ver a los siete enanos
parados frente a ella. Pero los enanos eran muy amistosos y le preguntaron su nombre.

—Mi nombre es Blancanieves —respondió—, y les contó todo acerca de su malvada madrastra.

Los enanos dijeron:

—Si puedes limpiar nuestra casa, cocinar, tender las camas, lavar, coser y tejer, puedes quedarte
todo el tiempo que quieras—. Blancanieves aceptó feliz y se quedó con ellos.

Pasó el tiempo y un día, la reina decidió consultar a su espejo y descubrió que la princesa vivía en
el bosque. Furiosa, envenenó una manzana y tomó la apariencia de una anciana.

— Un bocado de esta manzana hará que Blancanieves duerma para siempre — dijo la malvada
reina.

Al día siguiente, los enanos se marcharon a trabajar y Blancanieves se quedó sola.

Poco después, la reina disfrazada de anciana se acercó a la ventana de la cocina. La princesa le


ofreció un vaso de agua.

—Eres muy bondadosa —dijo la anciana—. Toma esta manzana como gesto de agradecimiento.

En el momento en que Blancanieves mordió la manzana, cayó desplomada. Los enanos, alertados
por los animales del bosque, llegaron a la cabaña mientras la reina huía. Con gran tristeza,
colocaron a Blancanieves en una urna de cristal. Todos tenían la esperanza de que la hermosa
joven despertase un día.

Y el día llegó cuando un apuesto príncipe que cruzaba el bosque en su caballo, vio a la hermosa
joven en la urna de cristal y maravillado por su belleza, le dio un beso en la mejilla, la joven
despertó al haberse roto el hechizo. Blancanieves y el príncipe se casaron y vivieron felices para
siempre
Riquete el copete

Érase una vez, hace mucho tiempo atrás, un rey y una reina que vivían muy felices, pero anhelaban
ser padres. Después de años de espera, la reina dio a luz a un niño. Pero el niño era muy poco
agraciado y la reina siendo vanidosa y superficial se sintió decepcionada por la apariencia de su
hijo. Sin embargo, un hada que estaba presente en el nacimiento le otorgó al pequeño el regalo de
la sabiduría, además lo dotó con el don de impartirle a la persona a quien más quisiera, la
sabiduría que él mismo poseía. Esto consoló un tanto a la reina.

Con el transcurrir del tiempo el consuelo se convirtió en orgullo, pues tan pronto como el niño
comenzó a hablar, cautivó a todos con sus actos de nobleza y palabras de sabiduría. Por cierto,
olvidé mencionar que cuando el pequeño príncipe nació tenía un mechón de pelo en la cabeza. Por
esta razón todos lo llamaban Riquete el del Copete, pues Riquete era el apellido de la familia.

Al cabo de siete u ocho años, la reina de un país vecino dio a luz a dos niñas. La primera hija poseía
una hermosura sin comparación. La reina se sintió muy feliz, pero el hada que había asistido al
nacimiento de Riquete el del Copete le advirtió que la niña no sería inteligente. Aquello afligió
mucho a la reina; pero unos instantes después sintió una pena mucho mayor, pues resultó que la
segunda hija que dio a luz carecía de toda belleza.

Conmovida, el hada concedió a las niñas dos dones: a la mayor, el don de transmitir toda su belleza
a quien la ame; a la menor, inteligencia y talento.

Pronto, las princesas crecieron. Cuanto más crecían, más brillaban sus virtudes y defectos.
Mientras que la mayor se hacía más hermosa, también era más torpe e ignorante. Tenía muchos
pretendientes, pero su torpeza e ignorancia los hacía huir. Por otro lado, la menor se hizo
inteligente y talentosa. Las conversaciones sobre su inteligencia y talento se extendieron por todas
partes. Muy pronto, la hija menor tuvo muchos amigos y pretendientes. La mayor no tenía a nadie
a pesar de su belleza.

Acongojada por su soledad, la hija mayor decidió ir al bosque. Riquete el del Copete paseaba por el
mismo lugar donde se encontraba la bella princesa y al notar que lloraba se acercó para
preguntarle:

— ¿Cómo es posible que, siendo tan hermosa, tengas algo de qué lamentarte?

A esto la princesa respondió:

— Prefiero ser tan simple como tú y tener un poco de inteligencia, que ser tan hermosa y al mismo
tiempo ignorante y torpe.

— ¡Creo tener la solución para tu problema! —exclamó Riquete el del Copete—. Poseo el don de
impartir mi sabiduría a quien yo más quiera y sé que tú eres esa persona. Por lo tanto, depende de
ti recibir mi sabiduría. La única condición es que aceptes casarte conmigo.

—Me casaré contigo en un año —dijo la princesa sin pensarlo, como de costumbre.

Al día siguiente, la princesa había olvidado su promesa.


Con el paso del tiempo, todo el reino comenzó a notar la extraordinaria transformación de la
hermosa princesa. Sus palabras reflejaban una profunda sabiduría con la que atrajo muchos
pretendientes guapos y valientes. Sin embargo, ninguno era de su gusto.

Una mañana, la princesa regresó al bosque a llorar a causa de su soledad, cuando escuchó un
alboroto. Decenas de cocineros y servidores reales preparaban un banquete de boda.
Preguntándose qué estaba pasando, se topó con Riquete el del Copete.

De repente, la princesa recordó su promesa de casarse con él.

—No puedo casarme contigo —dijo en tono de disculpa—. Antes era ignorante y no sabía qué tipo
de promesa estaba haciendo. Ahora que soy sabia, no sé qué hacer.

—Comprendo lo que dices y estoy dispuesto a cancelar la boda —respondió Riquete el del Copete,
intentando contener las lágrimas—. Pero quiero saber si hay algo en mí, aparte de mi apariencia,
que te desagrade.

La princesa no encontró respuesta. Riquete el del Copete no era apuesto, pero albergaba en su
corazón las más hermosas virtudes.

Entonces, la princesa recordó al hada y el don que le había regalado:

“El hada me otorgó la capacidad de hacer bella a la persona que me ame. ¡Todo lo que tengo que
hacer es pensar en sus cualidades!” se dijo la hermosa princesa.

En ese preciso instante, Riquete el del Copete se transformó en un apuesto príncipe. La hermosa
princesa lo llevó de vuelta a su palacio y le presentó a sus padres. Con el consentimiento del rey y
la reina, la princesa y Riquete el del Copete se casaron y vivieron felices para siempre.

Algunas personas afirman que el final feliz de esta historia no es el resultado del regalo de un hada,
sino que el amor provocó la transformación de Riquete el del copete. Pues es bien sabido: el amor
verdadero no se basa en la apariencia física.
Cuento de rapunzel

Había una vez una pareja que por mucho tiempo deseaba tener un bebé, hasta que por fin ese
deseo se hizo realidad. A través de la ventana trasera de la pequeña casa donde vivían, podían ver
un espléndido jardín que estaba lleno de las más bellas plantas y las más suculentas frutas y
vegetales. El jardín estaba rodeado por un alto muro, y nadie se atrevía a entrar a él, porque
pertenecía a una bruja muy malvada.

Un día, la mujer se asomó a la ventana y vio en el jardín un huerto de espinacas frescas y verdes.
Tanto era su anhelo de probarlas que se enfermó gravemente.

El hombre, muy preocupado por la salud de su esposa, decidió tomar el riesgo de entrar al jardín
de la bruja. De manera que, en la noche trepó el alto muro que separaba el jardín, rápidamente
desenterró un puñado de espinacas y se lo llevó a su mujer. Ella inmediatamente preparó una
ensalada, la cual se deleitó en comer.

Las espinacas eran tan deliciosas, que al día siguiente su deseo se hizo aún más grande.
Nuevamente, el hombre quiso complacerla y se dispuso a trepar el muro. Pero tan pronto había
desenterrado el puñado de espinacas, para su horror, vio a la bruja parada frente a él:

—¿Cómo puedes atreverte a entrar a mi jardín y como un ladrón llevarte mis espinacas? Te juro
que pagarás por esto —dijo la bruja con un tono muy amenazante.

—Le ofrezco mis disculpas —respondió el hombre con voz temblorosa—, hice esto por necesidad.
Mi esposa está embarazada y al ver sus espinacas sintió un anhelo que se apoderó de ella, desde
ese entonces ha estado muy enferma.

La ira de la bruja disminuyó un poco, y dijo:

—Si las cosas son como dices, te permitiré tomar todas las espinacas que quieras, estas salvarán la
vida de tu esposa, pero bajo una condición: me tienes que dar el hijo que tu esposa va a tener. Yo
seré su madre, conmigo será feliz y nunca le faltará nada.

El pobre hombre estaba tan aterrorizado que no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto la
esposa dio a luz, la bruja se llevó a la niña y la llamó Rapunzel.

Rapunzel se convirtió en la niña más hermosa bajo el sol. Cuando tenía doce años, la bruja la
encerró en una torre en medio de un espeso bosque. La torre no tenía escaleras ni puertas, solo
una pequeña ventana en lo alto. Cada vez que la bruja quería subir a la torre, se paraba bajo la
ventana y gritaba:

—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!

La niña dejaba caer por la ventana su larga trenza dorada y la bruja subía la torre.

Muchos años después, el hijo del rey estaba cabalgando por el bosque. Al acercarse a la torre,
escuchó una canción tan hermosa que lo hizo detenerse. Era Rapunzel, que estaba pasando el
tiempo cantando con su dulce y hermosa voz. El príncipe quiso alcanzarla, y buscó una puerta en la
torre, pero no encontró alguna.
Entonces, cabalgó al palacio. Sin embargo, la canción le había llegado tan profundo al corazón, que
siguió regresando al bosque todos los días para escucharla.

Un día, mientras estaba escondido detrás de un árbol, vio a la bruja acercarse y la escuchó decir:

—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!

Sabiendo cómo subir la torre, el príncipe regresó en la noche y gritó:

—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!

Rapunzel dejó caer su trenza pensando que era la malvada bruja y el príncipe subió.

Al principio Rapunzel se asustó, pero el príncipe le explicó que la había escuchado cantar y que su
hermosa voz le había robado el corazón.

Rapunzel perdió el miedo y cuando él le preguntó si lo tomaría como esposo, ella aceptó feliz.

Los dos pensaron que la mejor manera para que Rapunzel escapara de la torre, sería que el
príncipe le trajera un hilo de seda todos los días y que ella lo tejiera en una escalera para luego
descenderla.

Pero un día, mientras Rapunzel estaba tejiendo la escalera, la bruja vino a visitarla y gritó:

—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!

Cuando la bruja malvada entró en la habitación de Rapunzel, vio la escalera y se enojó muchísimo:

—¡Me has traicionado! —dijo furiosa.

Sin decir más, la malvada bruja tomó un par de tijeras y cortó el hermoso cabello de Rapunzel. Al
día siguiente, cuando el Príncipe llegó con más hilo de seda, la bruja lo engañó arrojándole la
trenza por la ventana para que él subiera. Al entrar a la torre, no vio a su querida Rapunzel sino a la
bruja.

—Nunca volverás a ver a tu Rapunzel— dijo la bruja en medio de carcajadas.

El príncipe estaba tan desesperado por encontrar a Rapunzel que, sin pensarlo, saltó de la torre y
cayó sobre unas espinas que lo dejaron ciego.

Durante muchos años, vagó por el bosque hasta que tropezó con un hermoso lago. Allí escuchó un
canto que reconoció al instante… ¡era la voz de su quería Rapunzel! Cuando Rapunzel vio al
príncipe, se abalanzó sobre él llorando. Sus lágrimas se posaron sobre los ojos del príncipe y pudo
él volver a ver. Rapunzel y el príncipe se casaron y fueron felices para siempre.
El traje nuevo del emperador

En una ciudad muy remota vivía un emperador cuyo único interés en la vida era vestirse con ropa
de moda. Era tan grande su vanidad que se cambiaba de traje varias veces al día para que todos
pudieran admirarlo.

Un día cualquiera, dos estafadores se acercaron al emperador manifestando que eran excelentes
sastres y que podían coserle un traje magnífico. Sería tan ligero y fino que parecería invisible, pero
solo para aquellos que eran ignorantes.

El emperador estaba muy emocionado de contar con un traje que le permitiera saber cuáles de sus
funcionarios eran aptos de los cargos que ocupaban y ordenó a los supuestos sastres comenzar su
trabajo de inmediato, pagándoles una enorme suma de dinero.

Después de un tiempo, el rey le pidió a un anciano ministro que fuera a ver cuánto habían
progresado los dos sastres con su traje. El ministro vio a los dos hombres agitando tijeras en el aire,
pero no podía ver la tela. Sin embargo, se quedó en silencio por temor a ser llamado ignorante.

—Se encuentra usted muy callado señor ministro, ¿acaso no puede ver la maravillosa tela? —dijo
uno de los estafadores.

—Claro que sí la veo. Esta tela está muy bella y así se lo comunicaré a nuestro emperador —
respondió el anciano ministro sin querer parecer ignorante.

Los estafadores pidieron entonces más dinero, el cual fue a parar a sus bolsillos. No gastaron ni en
un trozo de hilo y continuaron trabajando en las máquinas vacías.

Poco después el emperador envió a otro funcionario de su confianza a observar el estado de su


traje e informarse de la fecha de entrega.

El funcionario miró y miró la supuesta tela, pero como nada había, nada pudo ver.

—¿Verdad que es hermosa? —preguntaron los dos tramposos, señalando hacia el aire.

“Estaré perdiendo la razón o la vista”, pensó el funcionario. Al igual que el anciano ministro se
quedó callado y alabó la tela que no existía.

—¡La tela que he visto es maravillosa! —le dijo al emperador.

Finalmente, el traje estaba listo. Al igual que el anciano ministro y el funcionario, el emperador no
podía ver nada, pero tampoco quería parecer ignorante. De modo que admiró el supuesto traje y
agradeció a los sastres, quienes maliciosamente le dijeron:

—Señor emperador, su traje nuevo es tan digno de admiración que debe lucirlo frente a todos.

Feliz con los halagos, el emperador desfiló con su traje nuevo por la calle principal. La gente podía
ver al emperador desnudo, pero nadie lo admitía por temor a ser considerado ignorante. Así que el
emperador siguió caminando.

Todos elogiaron la tela invisible, sus colores y maravillosos patrones. El emperador estaba muy
complacido, hasta que por fin, un niño gritó:
—¡El emperador está desnudo!

Fue entonces que todos comenzaron a reír y a murmurar, muy pronto gritaron:

—¡El emperador está desnudo, el emperador no lleva nada!

El emperador repentinamente se dio cuenta de que tenían razón, pero pensó para sí mismo:
“Ahora debo seguir fingiendo hasta el final o pareceré aún más ignorante”. Fue así que el
emperador siguió caminando airoso, mientras la multitud reía a carcajadas.
Hansel y Gretel

Un humilde leñador vivía con sus dos hijos y su nueva esposa en un bosque a las afueras del
pueblo. El niño se llamaba Hansel y la niña, Gretel. Todos los días el leñador trabajaba sin
descanso. Sin embargo, llegó un momento en el que no le alcanzaba para el sustento de su familia.
Preocupado, el leñador le dijo a su esposa una noche:

—No tengo lo suficiente para comprar pan y mantequilla, ¿qué haré para alimentarnos y alimentar
a los niños?

—Esto es lo que haremos —respondió la mujer—, mañana por la mañana, llevaré a Hansel y a
Gretel a la entrada del pueblo y los dejaré ahí; una familia acaudalada se apiadará de ellos y vivirán
una vida muy cómoda y feliz. Entonces, solo tendremos que preocuparnos por nosotros.

—Jamás lo permitiré —dijo el hombre—. ¿Cómo crees que puedo abandonar a mis hijos?

—Debes hacerlo —refutó la mujer—. Si no lo haces, todos vamos a tener hambre.

Los dos niños, incapaces de dormir por el hambre, habían escuchado la conversación. Llorando,
Gretel le dijo a su hermano:

—Hansel, no puedo creer lo que hemos escuchado.

—No te preocupes Gretel —respondió Hansel con voz tranquila—. Tengo una idea.

Al amanecer, la malvada mujer despertó a sus dos hijastros gritando:

—¡Levántense ya, no sean flojos! Vamos al mercado a comprar alimentos.

Luego, les dio a los pequeños un trozo de pan y les dijo:

—Este es el almuerzo; no se lo coman enseguida, porque no hay más.

Gretel guardó el pan en su delantal. Hansel puso el suyo en el bolsillo de su abrigo y lo desmenuzó
en secreto, con cada paso que daba, arrojaba las migas de pan en el camino.

—Espérenme aquí —dijo la madrastra cuando se encontraban en medio del bosque—, ya regreso.

Sin embargo, pasaron las horas sin que volvieran a saber de la mujer. Tan grande era su maldad
que los había abandonado sin tomarse la molestia de dejarlos en el pueblo.

Hansel y Gretel se sentaron en la oscuridad y compartieron el pedazo de pan de Gretel. Pronto, los
dos niños se quedaron dormidos. Cuando despertaron en medio de la noche, Gretel comenzó a
llorar y dijo:

—¿Cómo encontraremos el camino a casa?

Hansel la consoló diciéndole:

—Espera a que salga la luna, luego seguiremos mi camino de migas de pan hasta la casa. Sin
embargo, cuando salió la luna no pudieron seguir el camino porque las aves del bosque se habían
comido las migas. Los dos pequeños se encontraban perdidos en el bosque.
Después de muchos días y noches de vagar por el bosque, los niños hallaron una casita que estaba
hecha con pan de jengibre.

—¡Comamos! —dijo Hansel—, mordisqueando el techo mientras Gretel probaba parte de la


ventana.

De repente, la puerta se abrió y una anciana salió cojeando apoyada en un bastón. Hansel y Gretel
estaban tan asustados que dejaron caer los pedazos de jengibre que habían estado comiendo. La
anciana sonrió muy amablemente y les dijo:

—Soy una viejita muy solitaria, me siento muy feliz de verlos.

La anciana los condujo al interior de su casa, cocinándoles una maravillosa cena. Luego, los llevó a
dos lindas camitas, y Hansel y Gretel durmieron cómodamente. Pero la amable anciana era en
realidad una bruja que usaba su casa para atrapar a los niños y convertirlos en muñecos de
jengibre.

Temprano en la mañana, la bruja encerró a Hansel en una jaula mientras dormía. Luego despertó a
Gretel y le dijo:

—Levántate floja, y ayúdame a preparar el horno. ¡Voy a convertir a tu hermano en un muñeco de


jengibre!

Gretel lloró al escuchar las palabras de la bruja, pero no tuvo más remedio que hacer lo que le
ordenaba. Cuando la niña encendió el fuego del horno, la bruja le dio una nueva orden:

—Métete adentro y mira si el horno está lo suficientemente caliente.

En el momento que Gretel estuviera dentro, la bruja tenía la intención de cerrar el horno y
convertir a la pobre niña en una muñeca de jengibre. Pero Gretel conocía las crueles intenciones
de la bruja y respondió:

— No sé qué hacer, ¿cómo entro al horno?

—La puerta es lo suficientemente grande, mírame entrar —respondió la bruja muy molesta.

Luego, abrió la puerta del horno mágico y se metió adentro. Gretel instantáneamente cerró la
puerta. Una vez dentro del horno, ¡la bruja se convirtió en una muñeca de jengibre!

Gretel liberó a Hansel de su prisión. A la salida de la casa de la bruja, Hansel tropezó con un baúl
lleno de joyas. Los dos niños se llenaron los bolsillos de oro, perlas y diamantes. Felices,
recorrieron el bosque hasta que vieron a su padre en la distancia.

El angustiado hombre abrazó a sus hijos con fuerza, todos los días salía a buscarlos. Tanta era su
pena que no quiso volver a saber de su malvada esposa. Hansel sacó las joyas de sus bolsillos, y
dijo con emoción:

—Mira papá, nunca tendrás que volver a cortar leña.

Fue así que esta pequeña familia vivió feliz para siempre.
Fragmento! De! Romeo !y !Julieta:

ROMEO [adelantándose] Se ríe de las heridas quien no las ha sufrido.

Pero, alto. ¿Qué luz alumbra esa ventana?

Es el oriente, y Julieta, el sol. Sal, bello sol, y mata a la luna envidiosa, que está enferma y pálida de
pena porque tú, que la sirves, eres más hermoso. Si es tan envidiosa, no seas su sirviente. Su ropa
de vestal es de un verde apagado que sólo llevan los bobos ¡Tírala!

(Entra JULIETA arriba, en el balcón]

¡Ah, es mi dama, es mi amor!

¡Ojalá lo supiera!

Mueve los labios, mas no habla. No importa:

hablan sus ojos; voy a responderles.

¡Qué presuntuoso! No me habla a mí. Dos de las estrellas más hermosas del cielo

tenían que ausentarse y han rogado a sus ojos

que brillen en su puesto hasta que vuelvan.

¿Y si ojos se cambiasen con estrellas? El fulgor de su mejilla les haría avergonzarse,

como la luz del día a una lámpara; y sus ojos lucirían en el cielo tan brillantes que, al no haber
noche, cantarían las aves. ¡Ved cómo apoya la mejilla en la mano! ¡Ah, quién fuera el guante de
esa mano por tocarle la mejilla!

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