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Cuentos Tradicionales

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Está en la página 1de 14

Érase una vez una niñita que lucía una hermosa capa de color rojo.

Como la niña la usaba muy a menudo, todos

la llamaban Caperucita Roja.

Un día, la mamá de Caperucita Roja la llamó y le dijo:

—Abuelita no se siente muy bien, he horneado unas galleticas y quiero que tú se las lleves.

—Claro que sí —respondió Caperucita Roja, poniéndose su capa y llenando su canasta de galleticas recién horneadas.

Antes de salir, su mamá le dijo:

— Escúchame muy bien, quédate en el camino y nunca hables con extraños.

—Yo sé mamá —respondió Caperucita Roja y salió inmediatamente hacia la casa de la abuelita.

Para llegar a casa de la abuelita, Caperucita debía atravesar un camino a lo largo del espeso bosque.

En el camino, se encontró con el lobo.

—Hola niñita, ¿hacia dónde te diriges en este maravilloso día? —preguntó el lobo.

Caperucita Roja recordó que su mamá le había advertido no hablar con extraños, pero el lobo lucía muy

elegante, además era muy amigable y educado.

—Voy a la casa de abuelita, señor lobo —respondió la niña—. Ella se encuentra enferma y voy a

llevarle estas galleticas para animarla un poco.


-¡Qué buena niña eres! —exclamó el lobo. —¿Qué tan lejos tienes que ir?

—¡Oh! Debo llegar hasta el final del camino, ahí vive abuelita—dijo Caperucita con una sonrisa.

—Te deseo un muy feliz día mi niña —respondió el lobo.

El lobo se adentró en el bosque. Él tenía un enorme apetito y en realidad no era de confiar. Así que corrió hasta la

casa de la abuela antes de que Caperucita pudiera alcanzarlo. Su plan era comerse a

la abuela, a Caperucita Roja y a todas las galleticas recién horneadas.

El lobo tocó la puerta de la abuela. Al verlo, la abuelita corrió despavorida dejando atrás su chal. El lobo tomó el chal de

la viejecita y luego se puso sus lentes y su gorrito de noche. Rápidamente, se trepó en la

cama de la abuelita, cubriéndose hasta la nariz con la manta. Pronto escuchó que tocaban la puerta:

—Abuelita, soy yo, Caperucita Roja.

Con vos disimulada, tratando de sonar como la abuelita, el lobo dijo:

—Pasa mi niña, estoy en camita.

Caperucita Roja pensó que su abuelita se encontraba muy enferma porque se veía muy pálida y sonaba terrible.

—¡Abuelita, abuelita, qué ojos más grandes tienes!

—Son para verte mejor —respondió el lobo.

—¡Abuelita, abuelita, qué orejas más grandes tienes!

—Son para oírte mejor —susurró el lobo.

—¡Abuelita, abuelita, que dientes más grandes tienes!

—¡Son para comerte mejor!


estas palabras, el malvado lobo tiró su manta y saltó de la cama. Asustada, Caperucita salió corriendo hacia

la puerta. Justo en ese momento, un leñador se acercó a la puerta, la cual se encontraba

entreabierta. La abuelita estaba escondida detrás de él.

Al ver al leñador, el lobo saltó por la ventana y huyó espantado para nunca ser visto.

La abuelita y Caperucita Roja agradecieron al leñador por salvarlas del malvado lobo y todos
comieron galleticas con leche. Ese día Caperucita Roja aprendió una importante lección:

“Nunca debes hablar con extraños”.


RICITOS DE ORO

Érase una vez una familia de osos que vivían en una linda casita en el bosque. Papá Oso era muy

grande, Mamá Osa era de tamaño mediano y Osito era pequeño.

Una mañana, Mamá Osa sirvió la más deliciosa avena para el desayuno, pero como estaba demasiado

caliente para comer, los tres osos decidieron ir de paseo por el bosque mientras se

enfriaba. Al cabo de unos minutos, una niña llamada Ricitos de Oro llegó a la casa de los osos y

tocó la puerta. Al no encontrar respuesta, abrió la puerta y entró en la casa sin permiso.

En la cocina había una mesa con tres tazas de avena: una grande, una mediana y una pequeña.

Ricitos de Oro tenía un gran apetito y la avena se veía deliciosa. Primero, probó la avena

de la taza grande, pero la avena estaba muy fría y no le gustó.


z

Luego, probó la avena de la taza mediana, pero la avena estaba muy caliente y tampoco le gustó.

Por último, probó la avena de la taza pequeña y esta vez la avena no estaba ni fría ni caliente,

¡estaba perfecta! La avena estaba tan deliciosa que se la comió toda sin dejar ni un poquito.

Después de comer el desayuno de los osos, Ricitos de Oro fue a la sala. En la sala había tres sillas: una grande, una

mediana y una pequeña. Primero, se sentó en la silla grande, pero la silla era muy

alta y no le gustó. Luego, se sentó en la silla mediana, pero la silla era muy ancha y tampoco le gustó.

Fue entonces que encontró la silla pequeña y se sentó en ella, pero la silla era frágil y se rompió bajo su peso.

Buscando un lugar para descansar, Ricitos de Oro subió las escaleras, al final del pasillo había un cuarto

con tres camas: una grande, una mediana y una pequeña. Primero, se subió a la cama grande, pero

estaba demasiado dura y no le gustó. Después, se subió a la cama mediana, pero estaba

demasiado blanda y tampoco le gustó. Entonces, se acostó en la cama pequeña, la cama no estaba ni demasiado

dura ni demasiado blanda. De hecho, ¡se sentía perfecta! Ricitos de Oro se quedó profundamente dormida.

Al poco tiempo, los tres osos regresaron del paseo por el bosque. Papá Oso notó inmediatamente que

la puerta se encontraba abierta:

—Alguien ha entrado a nuestra casa sin permiso, se sentó en mi silla y probó mi avena

—dijo Papá Oso con una gran voz de enfado.


—Alguien se ha sentado en mi silla y probó mi avena

—dijo Mamá Osa con una voz medio enojada.

Entonces, dijo Osito con su pequeña voz:

—Alguien se comió toda mi avena y rompió mi silla.

Los tres osos subieron la escalera. Al entrar en la habitación, Papá Oso dijo:

—¡Alguien se ha acostado en mi cama!

Y Mamá Osa exclamó:

—¡Alguien se ha acostado en mi cama también!

Y Osito dijo:

—¡Alguien está durmiendo en mi cama!

—y se puso a llorar desconsoladamente.

El llanto de Osito despertó a Ricitos de Oro, que muy asustada saltó de la cama y corrió

escaleras abajo hasta llegar al bosque para jamás regresar a la casa de los osos.
En un pueblito no muy lejano, vivía una mamá cerdita junto con sus tres cerditos. Todos
eran muy felices hasta que un día la mamá cerdita les dijo:
—Hijitos, ustedes ya han crecido, es tiempo de que sean cerditos adultos y vivan por sí mismos.
Antes de dejarlos ir, les dijo:
—En el mundo nada llega fácil, por lo tanto, deben aprender a trabajar para lograr sus sueños.

Mamá cerdita se despidió con un besito en la mejilla y los tres cerditos se fueron a vivir en el mundo.
El cerdito menor, que era muy, pero muy perezoso, no prestó atención a las palabras de
mamá cerdita y decidió construir una casita de paja para terminar
temprano y acostarse a descansar.
El cerdito del medio, que era medio perezoso, medio prestó atención a las palabras de mamá
cerdita y construyó una casita de palos. La casita le quedó chueca porque
como era medio perezoso no quiso leer las instrucciones para construirla.
La cerdita mayor, que era la más aplicada de todos, prestó mucha atención a
las palabras de mamá cerdita y quiso construir una casita de ladrillos. La construcción de
su casita le tomaría mucho más tiempo.
Pero esto no le importó; su nuevo hogar la
albergaría del frío y también del temible lobo feroz...
Y hablando del temible lobo feroz, este se encontraba merodeando por el bosque cuando
vio al cerdito menor durmiendo tranquilamente a través de su ventana. Al lobo le entró
un enorme apetito y pensó que el cerdito sería un muy delicioso bocadillo, así que tocó
a la puerta y dijo:
—Cerdito, cerdito, déjame entrar.
El cerdito menor se despertó asustado y respondió:
—¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.
El lobo feroz se enfureció y dijo:
Soplaré y resoplaré y tu casa derribaré.
El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas y la casita de paja se vino al piso. Afortunadamente, el
cerdito menor había escapado hacia la casa del cerdito del medio mientras
el lobo seguía soplando.

El lobo feroz sintiéndose engañado, se dirigió a la casa del cerdito del


medio y al tocar la puerta dijo:
—Cerdito, cerdito, déjame entrar.
El cerdito del medio respondió:
— ¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.
El lobo hambriento se enfureció y dijo:
—Soplaré y resoplaré y tu casa derribaré.
El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas y la casita de palo se vino abajo. Por suerte, los
dos cerditos habían corrido hacia la casa de la cerdita mayor mientras que el lobo
feroz seguía soplando y resoplando. Los dos hermanos, casi sin respiración
le contaron toda la historia.
—Hermanitos, hace mucho frío y ustedes la han pasado muy mal, así que disfrutemos
la noche al calor de la fogata —dijo la cerdita mayor y encendió la chimenea.
Justo en ese momento, los tres cerditos escucharon que tocaban la puerta.
—Cerdita, cerdita, déjame entrar —dijo el lobo feroz.
La cerdita respondió:
— ¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.
El lobo hambriento se enfureció y dijo:
—Soplaré y soplaré y tu casa derribaré.
El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas, pero la casita de ladrillos resistía sus
soplidos y resoplidos. Más enfurecido y hambriento que nunca decidió trepar el techo
para meterse por la chimenea. Al bajar la chimenea, el lobo se quemó la cola con la fogata.
—¡AY! —gritó el lobo.
Y salió corriendo por el bosque para nunca más ser visto.

Un día cualquiera, mamá cerdita fue a


visitar a sus queridos cerditos y
descubrió que todos tres habían construido
casitas de ladrillos. Los tres cerditos
habían aprendido la lección:

“En el mundo nada llega fácil, por lo tanto,


debemos trabajar para lograr nuestros
sueños”.
PINOCHO

Érase una vez un anciano carpintero llamado Gepeto que era muy feliz haciendo juguetes
de madera para los niños de su pueblo.
Un día, hizo una marioneta de una madera de pino muy especial y decidió llamarla Pinocho.
En la noche, un hada azul llegó al taller del anciano carpintero:
—Buen Gepeto
—dijo mientras el anciano dormía has hecho a los demás tan felices,
que mereces que tu deseo de ser padre se haga realidad.
Sonriendo, el hada azul tocó la marioneta con su varita mágica:
—¡Despierta, pequeña marioneta hecha de pino… despierta!
¡El regalo de la vida es tuyo!
Y en un abrir y cerrar de ojos, el hada azul dio vida a Pinocho.

—Pinocho, si eres valiente, sincero y desinteresado, algún día serás un niño de verdad
—dijo el hada azul
—. Luego se volvió hacia un grillo llamado Pepe Grillo, que vivía en la alacena de Gepeto.
—Pepe Grillo dijo el hada azul—, debes ayudar a Pinocho. Serás su conciencia
y guardián del conocimiento del bien y del mal.

Al día siguiente, Gepeto envió con orgullo a su pequeño niño de madera


a la escuela, pero como era tan pobre, tuvo que vender su
abrigo para comprar los libros escolares:
—Pinocho, Pepe Grillo te mostrará el camino
—dijo Gepeto—. Por favor, no te distraigas y llega a la escuela a tiempo.
Pinocho salió de casa, pero nunca llegó a la
escuela. En cambio, decidió ignorar los
consejos de Pepe Grillo y vender los libros
para comprar un tiquete para el teatro de
marionetas
.
Cuando Pinocho comenzó a bailar con las
marionetas, el titiritero sorprendido con las
habilidades del niño de madera, le preguntó si quería unirse a su espectáculo de marionetas. Pinocho
aceptó alegremente.
Sin embargo, las intenciones del malvado titiritero eran muy diferentes; su plan era hacerse
rico con la única marioneta con vida en el mundo. De inmediato, encerró a Pinocho y a Pepe Grillo en
una jaula. Fue entonces que Pinocho reconoció su error y comenzó a llorar. El hada azul apareció de la
nada.
Aunque el hada azul conocía las razones por las cuales Pinocho se encontraba atrapado, aun así, le
preguntó:
—Pinocho, ¿por qué estás en esta jaula?
Pero Pinocho no quiso contarle la verdad, entonces algo extraño sucedió. Su nariz
comenzó a crecer más y más. Cuanto más hablaba, más crecía.
—Cada vez que digas una mentira, tu nariz crecerá — dijo el hada azul.
—Por favor, haz que se detenga—dijo Pinocho—, prometo no mentir de nuevo.
Al día siguiente, camino a la escuela, Pinocho conoció a un niño:
—Ven conmigo al País de los Juguetes. ¡En este lugar todos los días son vacaciones
—dijo el niño con emoción—.
Hay juguetes y golosinas y lo mejor de todo, ¡no tienes que ir a la escuela!
Olvidando nuevamente los consejos del hada azul y Pepe Grillo, Pinocho salió
corriendo con el niño al País de los Juguetes. Al llegar, se divirtió muchísimo jugando y comiendo
golosinas.
De pronto, las orejas de Pinocho y los otros niños del País de los Juguetes
comenzaron a hacerse muy largas. Por no querer ir a la escuela, ¡se estaban
convirtiendo en burros!
Convertidos en burros, Pinocho y los niños llegaron a un circo. El maestro de ceremonias hizo que
Pinocho trabajara para el circo sin descanso. Allí, Pinocho se lastimó la
pierna mientras hacía trucos. Enojado, el maestro de ceremonias lo tiró al mar junto con Pepe Grillo.

En el agua, el hechizo se rompió y Pinocho volvió a su forma de marioneta, pero


una ballena que nadaba cerca abrió su enorme boca y se lo tragó entero. En la oscuridad del
estómago de la ballena, Pinocho lloró mientras que Pepe Grillo intentaba consolarlo.
Fue en ese momento que vio a Gepeto en su bote:
—Hijo mío, te estaba buscando por tierra y mar cuando la ballena me tragó.
¡Estoy tan contento de haberte encontrado! —dijo Gepeto.
Los dos se abrazaron encantados.
—De ahora en adelante seré bueno y responsable—, prometió Pinocho entre lágrimas.

Aprovechando que la ballena dormía, Gepeto, Pinocho y Pepe Grillo prendieron una fogata dentro de
ella y saltaron de su enorme boca cuando el fuego la hizo estornudar. Luego, navegaron hasta llegar a
casa. Pero Gepeto cayó enfermo, Pinocho lo alimentó y cuidó con mucho esmero y dedicación.

—Papá, iré a la escuela y trabajaré mucho para llenarte de orgullo— dijo Pinocho.

Cumpliendo su promesa, Pinocho estudió mucho en la escuela. Entonces un día sucedió algo
maravilloso. El hada azul apareció y le dijo:
—Pinocho, eres valiente, sincero y tienes un corazón bondadoso y desinteresado,
mereces convertirte en un niño de verdad.Y fue así como el niño de madera se convirtió en un niño de
verdad. Gepeto y Pinocho vivieron felices para siempre.
EL PATITO FEO

En la granja había un gran


alboroto: los polluelos de
Mamá Pata estaban
rompiendo el cascarón.
Uno a uno, comenzaron a
salir. Mamá Pata estaba tan
emocionada con sus
adorables patitos que no
notó que uno de sus huevos,

el más grande de todos, permanecía intacto.


A las pocas horas, el último huevo comenzó a romperse. Mamá Pata, todos los polluelos y los animales
de la granja, se encontraban a la expectativa de conocer al pequeño que tardaba en nacer. De repente,
del cascarón salió un patito muy alegre.
Cuando todos lo vieron se quedaron sorprendidos, este patito no era pequeño ni amarillo y tampoco
estaba cubierto de suaves plumas. Este patito era grande, gris y en vez del esperado
graznido, cada vez que hablaba sonaba como una corneta vieja.
Aunque nadie dijo nada, todos pensaron lo mismo: “Este patito es demasiado feo”.
Pasaron los días y todos los animales de la granja se burlaban de él. El patito feo
se sintió muy triste y una noche escapó de la granja para buscar un nuevo hogar.
El patito feo recorrió la profundidad del bosque y cuando estaba a punto de darse por
vencido, encontró el hogar de una humilde anciana que vivía con una gata y una gallina.
El patito se quedó con ellos durante un tiempo, pero como no estaba contento, pronto se fue.

Al llegar el invierno, el pobre patito feo casi se congela. Afortunadamente, un campesino


lo llevó a su casa a vivir con su esposa e hijos. Pero el patito estaba aterrado de los niños, quienes
gritaban y brincaban todo el tiempo y nuevamente escapó, pasando el invierno en un estanque
pantanoso.

Finalmente, llegó la primavera. El patito feo vio a una familia de cisnes nadando en el estanque
y quiso acercárseles. Pero recordó cómo todos se burlaban de él y agachó la cabeza avergonzado.
Cuando miró su reflejo en el agua se quedó asombrado. Él no era un patito feo,
sino un apuesto y joven cisne. Ahora sabía por qué se veía tan diferente a sus hermanos
y hermanas. ¡Ellos eran patitos, pero él era un cisne! Feliz, nadó hacia su familia

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