Cuentos Tradicionales
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Cuentos Tradicionales
—Abuelita no se siente muy bien, he horneado unas galleticas y quiero que tú se las lleves.
—Claro que sí —respondió Caperucita Roja, poniéndose su capa y llenando su canasta de galleticas recién horneadas.
—Yo sé mamá —respondió Caperucita Roja y salió inmediatamente hacia la casa de la abuelita.
Para llegar a casa de la abuelita, Caperucita debía atravesar un camino a lo largo del espeso bosque.
—Hola niñita, ¿hacia dónde te diriges en este maravilloso día? —preguntó el lobo.
Caperucita Roja recordó que su mamá le había advertido no hablar con extraños, pero el lobo lucía muy
—Voy a la casa de abuelita, señor lobo —respondió la niña—. Ella se encuentra enferma y voy a
—¡Oh! Debo llegar hasta el final del camino, ahí vive abuelita—dijo Caperucita con una sonrisa.
El lobo se adentró en el bosque. Él tenía un enorme apetito y en realidad no era de confiar. Así que corrió hasta la
casa de la abuela antes de que Caperucita pudiera alcanzarlo. Su plan era comerse a
El lobo tocó la puerta de la abuela. Al verlo, la abuelita corrió despavorida dejando atrás su chal. El lobo tomó el chal de
cama de la abuelita, cubriéndose hasta la nariz con la manta. Pronto escuchó que tocaban la puerta:
Caperucita Roja pensó que su abuelita se encontraba muy enferma porque se veía muy pálida y sonaba terrible.
Al ver al leñador, el lobo saltó por la ventana y huyó espantado para nunca ser visto.
La abuelita y Caperucita Roja agradecieron al leñador por salvarlas del malvado lobo y todos
comieron galleticas con leche. Ese día Caperucita Roja aprendió una importante lección:
Érase una vez una familia de osos que vivían en una linda casita en el bosque. Papá Oso era muy
Una mañana, Mamá Osa sirvió la más deliciosa avena para el desayuno, pero como estaba demasiado
caliente para comer, los tres osos decidieron ir de paseo por el bosque mientras se
enfriaba. Al cabo de unos minutos, una niña llamada Ricitos de Oro llegó a la casa de los osos y
tocó la puerta. Al no encontrar respuesta, abrió la puerta y entró en la casa sin permiso.
En la cocina había una mesa con tres tazas de avena: una grande, una mediana y una pequeña.
Ricitos de Oro tenía un gran apetito y la avena se veía deliciosa. Primero, probó la avena
Luego, probó la avena de la taza mediana, pero la avena estaba muy caliente y tampoco le gustó.
Por último, probó la avena de la taza pequeña y esta vez la avena no estaba ni fría ni caliente,
¡estaba perfecta! La avena estaba tan deliciosa que se la comió toda sin dejar ni un poquito.
Después de comer el desayuno de los osos, Ricitos de Oro fue a la sala. En la sala había tres sillas: una grande, una
mediana y una pequeña. Primero, se sentó en la silla grande, pero la silla era muy
alta y no le gustó. Luego, se sentó en la silla mediana, pero la silla era muy ancha y tampoco le gustó.
Fue entonces que encontró la silla pequeña y se sentó en ella, pero la silla era frágil y se rompió bajo su peso.
Buscando un lugar para descansar, Ricitos de Oro subió las escaleras, al final del pasillo había un cuarto
con tres camas: una grande, una mediana y una pequeña. Primero, se subió a la cama grande, pero
estaba demasiado dura y no le gustó. Después, se subió a la cama mediana, pero estaba
demasiado blanda y tampoco le gustó. Entonces, se acostó en la cama pequeña, la cama no estaba ni demasiado
dura ni demasiado blanda. De hecho, ¡se sentía perfecta! Ricitos de Oro se quedó profundamente dormida.
Al poco tiempo, los tres osos regresaron del paseo por el bosque. Papá Oso notó inmediatamente que
—Alguien ha entrado a nuestra casa sin permiso, se sentó en mi silla y probó mi avena
Los tres osos subieron la escalera. Al entrar en la habitación, Papá Oso dijo:
Y Osito dijo:
El llanto de Osito despertó a Ricitos de Oro, que muy asustada saltó de la cama y corrió
escaleras abajo hasta llegar al bosque para jamás regresar a la casa de los osos.
En un pueblito no muy lejano, vivía una mamá cerdita junto con sus tres cerditos. Todos
eran muy felices hasta que un día la mamá cerdita les dijo:
—Hijitos, ustedes ya han crecido, es tiempo de que sean cerditos adultos y vivan por sí mismos.
Antes de dejarlos ir, les dijo:
—En el mundo nada llega fácil, por lo tanto, deben aprender a trabajar para lograr sus sueños.
Mamá cerdita se despidió con un besito en la mejilla y los tres cerditos se fueron a vivir en el mundo.
El cerdito menor, que era muy, pero muy perezoso, no prestó atención a las palabras de
mamá cerdita y decidió construir una casita de paja para terminar
temprano y acostarse a descansar.
El cerdito del medio, que era medio perezoso, medio prestó atención a las palabras de mamá
cerdita y construyó una casita de palos. La casita le quedó chueca porque
como era medio perezoso no quiso leer las instrucciones para construirla.
La cerdita mayor, que era la más aplicada de todos, prestó mucha atención a
las palabras de mamá cerdita y quiso construir una casita de ladrillos. La construcción de
su casita le tomaría mucho más tiempo.
Pero esto no le importó; su nuevo hogar la
albergaría del frío y también del temible lobo feroz...
Y hablando del temible lobo feroz, este se encontraba merodeando por el bosque cuando
vio al cerdito menor durmiendo tranquilamente a través de su ventana. Al lobo le entró
un enorme apetito y pensó que el cerdito sería un muy delicioso bocadillo, así que tocó
a la puerta y dijo:
—Cerdito, cerdito, déjame entrar.
El cerdito menor se despertó asustado y respondió:
—¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.
El lobo feroz se enfureció y dijo:
Soplaré y resoplaré y tu casa derribaré.
El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas y la casita de paja se vino al piso. Afortunadamente, el
cerdito menor había escapado hacia la casa del cerdito del medio mientras
el lobo seguía soplando.
Érase una vez un anciano carpintero llamado Gepeto que era muy feliz haciendo juguetes
de madera para los niños de su pueblo.
Un día, hizo una marioneta de una madera de pino muy especial y decidió llamarla Pinocho.
En la noche, un hada azul llegó al taller del anciano carpintero:
—Buen Gepeto
—dijo mientras el anciano dormía has hecho a los demás tan felices,
que mereces que tu deseo de ser padre se haga realidad.
Sonriendo, el hada azul tocó la marioneta con su varita mágica:
—¡Despierta, pequeña marioneta hecha de pino… despierta!
¡El regalo de la vida es tuyo!
Y en un abrir y cerrar de ojos, el hada azul dio vida a Pinocho.
—Pinocho, si eres valiente, sincero y desinteresado, algún día serás un niño de verdad
—dijo el hada azul
—. Luego se volvió hacia un grillo llamado Pepe Grillo, que vivía en la alacena de Gepeto.
—Pepe Grillo dijo el hada azul—, debes ayudar a Pinocho. Serás su conciencia
y guardián del conocimiento del bien y del mal.
Aprovechando que la ballena dormía, Gepeto, Pinocho y Pepe Grillo prendieron una fogata dentro de
ella y saltaron de su enorme boca cuando el fuego la hizo estornudar. Luego, navegaron hasta llegar a
casa. Pero Gepeto cayó enfermo, Pinocho lo alimentó y cuidó con mucho esmero y dedicación.
—Papá, iré a la escuela y trabajaré mucho para llenarte de orgullo— dijo Pinocho.
Cumpliendo su promesa, Pinocho estudió mucho en la escuela. Entonces un día sucedió algo
maravilloso. El hada azul apareció y le dijo:
—Pinocho, eres valiente, sincero y tienes un corazón bondadoso y desinteresado,
mereces convertirte en un niño de verdad.Y fue así como el niño de madera se convirtió en un niño de
verdad. Gepeto y Pinocho vivieron felices para siempre.
EL PATITO FEO
Finalmente, llegó la primavera. El patito feo vio a una familia de cisnes nadando en el estanque
y quiso acercárseles. Pero recordó cómo todos se burlaban de él y agachó la cabeza avergonzado.
Cuando miró su reflejo en el agua se quedó asombrado. Él no era un patito feo,
sino un apuesto y joven cisne. Ahora sabía por qué se veía tan diferente a sus hermanos
y hermanas. ¡Ellos eran patitos, pero él era un cisne! Feliz, nadó hacia su familia