Cap 9
Cap 9
Cap 9
InterlU del
lO ·
casino en quiebra
El caso
***
Era un frío día de invierno. Tan frío como la lógica de la
prueba matemática. El viento tamborileaba sobre la ventana,
al ritmo del golpeteo de la máquina de escribir de Doris.
-Estaré en mi despacho, Doris -dije.
-Vale, As -replicó alegremente Doris-. ¡Casi he aca-
bado de anotar los gastos de la oficina!
Doris estaba contenta, sí. Demasiado contenta. Sabía tan
bien como yo que el negocio no iba bien. A nadie le interesa ya
la perspectiva de la probabilidad. Uno podía confiar en Doris,
pero cuadrar los libros lleva menos tiempo del que necesita un
electrón para volver a su estado de energía baja.
Desde mi despacho oí el teléfono. Contuve la respiración:
¿sería el cliente que necesitaba?
-Oficina de As Picas, Investigador Probabilístico Priva-
do -oí que canturreaba Doris-. ¿En qué le puedo ayudar?
-tras una pausa, oí que Doris decía-: Un momento por fa-
vor, veré si tiene un hueco para usted.
¡Estaba concertando una visita!
Tenía un hueco para el que había llamado, sí. Doris ~~bía
que no tenía ninguna otra visita aquel día. Pronto aparecio en
165
,a
44Jh.~~
mi oficina, los ojos brillantes tras las gafas rect·
. I . . d J angufarc~
para con f1rmar a v1s1ta e enny Jupi ter del Ed'fi . d· ·
1 1c10
Apuestas Baker. e
A última hora de aquella tarde, oí llegar a alguien u
, D . b . . no~
segundos despues, ons toca a nu puerta.
-As, está aquí Jenny Jupiter.
Jenny entró, e hice lo que pude para no caerme. Era una
monada, sí. Pelo rubio brillante que enmarcaba unos ojos de in-
tenso azul y unos labios carnosos. Piernas tan largas como una
lección aburrida de cálculo. Jersey ceñido a manera de enonne
signo de infinito. Me aferré a mi escritorio y traté de guardar 1a
compostura.
-Esto... , bueno... , siéntese -tartamudeé.
Jenny se sentó rápidamente, pero su expresión no mostra-
ba placer alguno.
-Oh, señor Picas -comenzó-, ¡tiene que ayudarme!
Se trata del salón de apuestas de mi marido, quiero decir, mi
prometido. ¡Está yendo tan mal! Justo ahora que las cosas es-
taban mejorando ... , ahora que George se estaba recuperan-
do ... , ahora que parecía que por fin nuestra boda iba a cele-
brarse...
Supongo que debería haberla consolado, pero no me atre-
vía a rebasar un radio de un metro y medio. En vez de eso, in-
tenté mantener la conversación en un plano profesional. ,,
-Mis honorarios son de cien dólares por hora -empece.
Siempre es mejor acordar la retribución cuando el cliente está
angustiado. Cuando asintió eón la cabeza, continué-. Ahora,
cuénteme los detalles.
-Oh, señor Picas -exclamó otra vez--, el Edificio de
Apuestas Baker (es el local de mi marido) iba de perlas. La
cuenta bancaria engordaba, los clientes se divertían. George Y
yo nos animamos y organizamos nuestra boda para el mes
que viene. Pensábamos que podríamos permitimos una fiesta
grande, que no faltase de nada. Pero ahora... -dijo mientras
se secaba los ojos.
-Prosiga -dije con toda 1a neutralidad de que fui capaz.
166
parecía afectada,
. d d pero aun. así .tenía una actitud de con-
centración y sene a , como s1 supiese con exactitud por qué
estaba allí. Yo respeto eso: conoce tu ecuación antes de resol-
verla, digo siempre.
Se serenó y apoyó las manos en mi mesa, dejando ver un
anillo de diamantes grande y llamativo.
-Los últimos meses, las cosas empezaron a ir mal. Los
clientes comenzaron a ganar las apuestas. El dinero de la cuen-
ta disminuyó. Y después, estos últimos días, dos jugadores em-
pedernidos han ganado mucho, mucho de verdad -hizo una
pausa efectista y me miró a los ojos antes de seguir-, ¡prácti-
camente nos han dejado sin blanca, señor Picas!
Me obligué a no mirar su jersey y traté de pensar. No en-
cajaba, la verdad. Con los casinos, las cosas están amañadas.
Las probabilidades están arregladas. La balanza se inclina a
favor de la casa. Sí, alguien que apueste fuerte puede ganar
de cuando en cuando. Pero a la larga, la casa gana. Así es. Es
la ley de los grandes números. Viene incluida en el paquete.
Jenny se levantó y me tendió la mano para darme las gra-
cias. Me sorprendí a mí mismo preguntando:
-¿Por qué no vamos ahora mismo?
Salimos. Soplaba un viento helado. Mi coche estaba en el
taller, como siempre, así que condujo ella. En su asiento de
atrás se amontonaban documentos financieros, un kit de cos-
méticos, un sándwich de atún envuelto en plástico transpa-
rente, una novela romántica en edición de bolsillo, y una guía
de viaje de las islas griegas de la que sobresalía un sobre. Ah,
Grecia, la cuna de la geometría, la patria de Euclides, Pitágo-
ras, Arquímedes y ...
Jenny debió de ver que miraba. Tiritando, dijo: , .
_-¿Sabe?, en Atenas ayer hizo un calor esplendido,
¡vemtiún grados centígrados!
Al observar su pie sobre el acelerador me di cuenta de
que a mí tampoco me vendría mal un poco de calor. . ,,
Había nevado mucho el día anterior, así que la conduccion
t
fue lenta, pero finalmente llegamos al Edificio de ApueS as
167
Baker. Jenny subió las escaleras y yo Ja seguí de u, .
distraído que un matemático que ultüna una pruei.)a rl,;.1_ ir;
en
cóctel. un
- Aquí es, señor Picas - indicó, haciendo un gesto en.
volvente con la mano.
Observé con detenimiento. Era como otros mil casin .
un bar en la parte de atrás, suaves melodías de jazz emití:·
por un altavoz solitario, un humo tan espeso como una identi~
dad trigonométrica. Los clientes pululaban, jugando al bfack-
jack, al póquer, a las máquinas tragaperras y a la ruleta. Al-
gunos tenían un aspecto ostentoso, otros parecían atravesar
una racha tan mala como un adicto a la lotería.
Jenny me llevó a un despacho en la parte trasera.
-Mi marido, George Baker -dijo, presentándome a un
tipo grande, de hombros cuadrados y nariz torcida- . Quiero
decir, mi prometido -se corrigió con una sonrisa tímida diri-
gida a Baker, quien también sonrió.
-Guapa, ¿verdad? -preguntó Baker cuando Jenny se fue.
-No me he fijado-respondí con frialdad.
-Nos casamos el mes que viene -continuó. Parecía tan
enamorado como un alumno de doctorado que acaba de esco-
ger el tema de su tesis.
-Bueno, al grano -repliqué-. Jenny dice que última-
mente están perdiendo dinero. Necesito detalles. Todos.
-Es cierto -suspiró Baker-. Justo la semana pasada
dos jugadores distintos ganaron el primer premio a las traga-
perras, el de las tres cerezas: ¡veinte mil dólares de premio!
¡No puedo permitirme dos así seguidos! ¡Me estoy arruinan-
do! Normalmente sólo salen las tres cerezas unas ocho veces
al año. ¡Algo va mal!
Tenía mala pinta, la verdad.
-Esos dos jugadores de las tres cerezas, ¿están aquí ahora?
Estaban. Baker los señaló con bastante más que un poco
de rabia en la voz. Uno de ellos, Johnson, aún en las traga-
perras, llevaba un traje tan brillante como una moneda de dos
caras. El otro, Alberts, se había pasado a la mesa de póquer,
168
ba siendo desplumado por un joven de ojos fur-
ia que es ta
~n Il rnado Richards.
ovos Richie el Furtivo -rezongó Baker-. Cuando píen-
- t' ~ne una mano fuerte, va de farol. Cuando crees que
sas qufe ~l tiene buenas cartas. El chico nunca pierde.
es un l ar de
' lo que d130·· se me atraganto.' Nunca p1er
· de, ¿no?
Ag O . d
nadie que no p1er a nunca.
No hay ,
Observé un rato mas el local. En la mesa de la ruleta, un
. n de aspecto nervioso hacía girar el disco y recogía las
JOV:stas. cuando la velocidad de la ruleta disminuía, chillaba
«·No va más!». Baker exp1·1co' que por 1o genera l Jenny se
apu
o~upaba de la ruleta, p~r~ Franki~ trabajaba hoy porque ella
tenía el día libre, para v1s1tarme pnmero y ahora para cuadrar
las cuentas en el despacho trasero. Alrededor de la ruleta ha-
bía unos cuantos perdedores solitarios, incluido un nervioso
inútil de mediana edad que llevaba el nudo de la corbata aflo-
jado y la camisa sucia.
-Se llama Alfa Beta -explicó Baker-. Viene casi to-
dos los días y sólo apuesta diez dólares en cada giro, siempre
al negro. El tipo es tan inseguro que la mitad de las veces se
echa para atrás y al final no apuesta -continuó con una risa.
En la mesa de blackjack, la crupier era una morena atrac-
tiva que se llamaba Lisa. Repartía como una auténtica profe-
sional, vigorosa y limpiamente, y tan rápido como un conglo-
merado de ordenadores Beowulf. Baker dijo que llevaba unos
dos años allí, que trabajaba bien y ganaba sus buenas primas,
pero que no sabía mucho de su pasado. En aquel momento
estaha desplumando a un empresario achispado que apostaba
fue~e Yseparaba los pares cuando podía, pero que nunca pa-
~ecia ganar. Baker dijo que se llamaba MacDonald y que iba
º~bveces por semana, jugaba siempre al blackjack con Lisa Y
se 1 Sas·iempre con aspecto más triste que cuando llegaba.
e me ocurrió una cosa.
gaperras
-¿Conserva usted los totales diarios de las distintas tra-
y mesas.? -pregunte. ,
-·P1 or supuesto! -resopló Baker-. ¿Qué clase de salón
169
de apuestas de mala muerte piensa que regento?
leo yo, pero claro que los tenemos. · Nunca 10,
Volvimos a su despacho, y llamó a Jenny para quetr .
los libros en que trabajaba. ªJese
Cuando nos sentamos, me preguntó:
-¿Qué es lo que está pasando?¿ Ya se ha hecho una 1·ctea?
La verdad, empezaba a barruntar algo. Pero fue ento ·
cuando llegó Jenny, con una bandeja con los libros de conta~~'.
dad y dos tazaS humeantes de café. Dejó los libros sobre la mes~
de Baker y se agachó para dejar con cuidado un café frente a
Baker y otro frente a mí. Su trabajo con los números no había
modificado sus encantos, y perdí e1 hilo de mis pensamientos.
-Esto ... bueno ... gracias por el café -munnuré. Jenny
esbozó una sonrisa que podría caldear el cero absoluto_y des-
pués se fue. Baker y yo la seguimos con la mirada. Sólo cuan-
do salió del despacho me recuperé y volví a los libros.
-Bueno, ¿qué piensa entonces? -preguntó Baker, dan-
do un sorbo a su café-. A ver, con lo que le pagamos, ¡nece-
sitamos respuestas!
Examiné los libros. Estaban los totales, día a día, de las
cantidades ganadas o perdidas en cada máquina tragaperras Y
en cada mesa de juego. Sí, señor, mis sospechas se confirma-
ban. Todo empezaba a encajar.
-Creo que tengo algo -le dije a Baker.
Baker se levantó agitado.
-¡ Sabía que lo conseguiría! ¡Ahora cazaremos a esos bas-
tardos! -Salió del despacho y gritó-: ¡Johnson! ¡Alberts!
¡Venid aquí!
Jenny pasaba junto a la mesa de la ruleta, entonces vacía,
y Baker dijo:
-Jenny, mejor que tú también oigas esto.
Cuando regresó al despacho, Baker trastabilló un poco Y
se desplomó rápidamente en su silla.
-Vaya, no me encuentro muy bien -musitó-. Estoy
a~go mare_ado. Tiene gracia, me sentía estupendamente hace
solo un mmuto.
170
otros llegaron enseguida.
LOS ? . . ,. J
-¿
. Qué es lo que pasa. -ex1gio ohnson enfurruñado ,
traJ·e más relumbrante que nunca-. ¡Ya he ganado
con e1 ,. . .
,s de mil pavos en esa maquma, y no pienso dejarlo ahora!
ma lientes tienen sus derechos, ¿sabes?
Los Alberts,
e mas ' ·¡, murmuraba:
,. doci
-Quizá me haga bien descansar de Richie el Furtivo.
Algunos clientes más, entre ellos MacDonald y hasta Ri-
ehards, se asomaron por la ,.puerta para . ver qué pasaba. Pero
yo miraba a Jenny, que entro con parsimonia al despacho y se
apoyó en una de las, ~aredes junto a la pue1:'1.
Baker estaba palido, pero se las arreglo para refunfuñar:
-Picas, infórmeles sobre ... sobre el. .. -y se calló.
Aunque la indicación era tenue, la consideré el pie para
.. . ,,
nu mtervencion.
-Escuchen -ladré-. Este local ha estado perdiendo di-
nero a espuertas, y es hora de averiguar por qué. -Mis pala-
bras fueron recibidas por un coro de «No es problema mío»
y «¿Qué está sugiriendo, señor?», pero no les hice caso y pro-
seguí-. La semana pasada, dos clientes -miré de hito en
hito a Johnson y Alberts- ganaron un premio de 20.000 dó-
lares cada uno por tres cerezas. Eso sólo debería suceder
ocho veces al año. ¿Cuál es la probabilidad de que se den dos
premios así en una semana?
-¡Que me aspen si lo sé! -bramó Johnson-. La ver-
dad, ¡que me aspen si me importa! -se dirigió a la puerta.
-¡No tan deprisa! -grité a mi vez-. Les diré cuál es la
prob~bilidad. -Mis oyentes se recostaron en sus asientos y
Susprraron, resignados a la lección-. Ocho veces al año co-
rresponde a una media de O 154 premios por semana -lo cual
~uscitó unos cuantos gruñidos sobre «¿Como se pueden ganar
,i 54 premios?», pero continué-. Como los premios distin-
tos son independ'ientes entre sí la probabilidad de que comci- . .
dan d .
os en la misma semana es' -todos se incorporaron en es-
pera de . 1ª respuesta- solo ,. algo más de 1% -se quedaron
Paralizados , preguntandose ,. ·
cómo interpretar 1a ci"fra-. Es
171
baja -adnútí-, pero no tanto como para no
,. I . suceder
De hecho, segun e agrupanuento de Poisson deb nuncil.
~ ,. en a Ocu .
durante una. semana cada dos anos, . as1
. que ya iba siendo
. h rnr
Sobrevino un momento de silencio mientras todo . ~r<t.
,. d. h Al . s asun11a
ban lo que h a b1a 1c o. gu1en preguntó si «pois ·
,. d al son>> era
«pez» en frances. Pero gra u. mente se fueron dando cuenta de
que aquello exculpaba a los Jugadores de las tragaperras • se vis-
.
lumbró un destello de placer, pero después regresó el enfad
-O sea, ¿que nos ha llamado sólo para decirnos esoº~
-inquirió Johnson. ·
Hasta Baker, atontado como estaba, hizo acopio de la
ira necesaria para gemir:
-Con lo que le pagamos, ¿eso es todo lo que se le ocurre?
-Los premios de las tres cerezas -traté de recuperar el
control- son lo que nos despistó a todos. Me desconcerta-
ron, porque sus tragaperras son revisadas con regularidad y
no pueden ser manipuladas. Así que a la larga, tal y como es-
tán diseñadas, deberían favorecer a la casa. Pero sus pérdidas
no proceden de las máquinas. No encajaba. -Baker parecía
confundido y, por tanto, seguí adelante-. Una vez caí en la
cuenta de que los dos premios en una semana no eran tan im-
probables después de todo, decidí buscar en otra parte.
Mi público estaba entregado, así que proseguí:
-Después examiné la mesa de póquer. ¿ Cómo podía ga-
nar siempre Richards? Supuse que hacía trampa.
Al oírlo, Richards saltó, levantó los puños y exclamó:
-¡ Cómo se atreve!
-Tranquilo -le dije-. Carece de importancia. En el
póquer, la casa se queda una parte de cada mano, de manera
que gane quien gane la casa siempre vence. -Richards se-
guía con mala cara, así que añadí-: Dado que la casa es mi
cliente ahora, me da igual que Richards pulverice a su rival
como si fuese una reducción al absurdo.
Este comentario los descolocó: nadie entiende las prue-
bas lógicas en estos tiempos. Pero aun así Richards pareció
aplacado y bajó los brazos. Mientras lo hacía, vi que bajo su
172
izquierda asomaba la esquina de un rey de diaman-
01anga d ,
ero los jugadores e poquer no eran los que pagaban
tes. P , d.. d
. rvi· cios as1 que no IJe na a.
' .
-Lo que nos lleva a la mesa de blackJack -anuncié-.
E Lisa es la crupier más hábil que he visto en mi vida.
A~uesto que antes de trabajar aquí timaba a la gente. Reparte
rápido que seguro que podría ocultar cualquier carta en
tanalquier momento y nad'1e se dana , cuenta.
cu Lisa, que había asomado la cabeza por la puerta, frunció
el ceño, sin saber si sentirse ofendida por lo que había sugeri-
do O halagada por mi alabanza de su destreza.
-Además, su habilidad no se limita a las cartas. Al prin-
cipio me sorprendió que el pobre MacDonald siguiera apos-
tando todos los días, a pesar de perder. Entonces lo descubrí.
Se trataba de lo único que la probabilidad no puede predecir.
¡El amor! ¡Se había enamorado de Lisa! -MacDonald pare-
cía avergonzado, la cabeza hundida entre los hombros como
un electrón en un pozo de potencial. Mezclada con la inco-
modidad de Lisa, vi un atisbo de sonrisa. Los otros jugadores
la acusaron con la mirada. De manera extraña, una imagen de
mi secretaria Doris cruzó por mi mente.
-Esto también -les dije-, carece de importancia. Sea
lo que fuera lo que Lisa hiciese en el pasado, ahora está traba-
jando para mi cliente y ganando mucho dinero para él, tam-
bién. Se ha ganado sus primas, amigos.
Los jugadores miraron a Lisa con un horror recién descu-
bierto y, cada uno a su manera, prometió no volver a jugar al
blackjack. Baker, hundido aún en su silla, parecía a la vez im-
presionado por la diligencia de Lisa y preocupado por que
mis revelaciones ahuyentasen a sus clientes.
-Y esto nos lleva, por último, a la mesa de la ruleta. Pues
sí, la pobre, vieja, infrautilizada, ignorada, vilipendiada mesa
de ruleta.
Varios jugadores se burlaron al oírme mencionar la ruleta
Yha~ta Baker pareció decepcionado. Pero fue Lisa, rezuman-
do aun desdén, la que habló:
173
b
. -¡ Venga ya! -soltó- . ¡Probamo~. y re v1samos,,
·
1
ta igual que las tragaperras! -1os jugadores . ·. e ,¿¡ ,
un murmullo. asintieror, ·~ ..
- Puede que así sea -concedí- , pero hay ,
1nanera de calcular una integra] doble. -De nue:as .de ~'ti
/ / Parec1an
d esconcerta .
d os, as1 que prosegm- . Al principio descarté la
ruleta. Los Jugadores nunca/l apuestan
. más de diez dól ares
cada vez, norma Imente so o a1 roJO o al negro, con lo que 1
premios sólo son de diez dólares cada vez. Además, Ja pro~'.
bilidad favorece a la casa, así que a largo plazo ningún juga.
dor puede ganar dinero con 1a ruleta. No hay manera. Imposi-
ble. -Todos estuvieron de acuerdo.
-¡ Eso es! -exclamó uno.
-Es decir -alcé 1a voz por encima del barullo-, nadie
puede ganar dinero jugando limpio -nuevos gritos de pro-
testa.
-Ya le he dicho que se revisa la ruleta -casi gritó Lisa.
-Oh, no pienso en el disco. Pienso en las apuestas. -Ha-
bía captado su atención, así que continué-. Se me ocurrió al
oír a Frankie gritar «¡No va más!» -se oyeron algunas risas
porque la repetición del grito de Frankie había exasperado un
poco a todo el mundo-. Pensé, ¿y si no hubiese un límite
para hacer apuestas?¿ Y si uno pudiera cambiar su apuesta
después de que la bola se detuviese?
Frankie, que había estado escuchando tímidamente desde
el salón, se abrió paso a empellones, con la cara roja.
-¡Escúcheme, señor! -aulló-. Sé que a algunos no les
gusta cómo digo las indicaciones. ¡Pero hago bien mi trabajo
Y nunca, jamás, dejaría que nadie cambiase su apuesta des-
pués de que el disco se detuviese!
-Venga, hombre, Frankie --dije con amabilidad-, nadie
te está acusando de nada. Sé que haces bien tu trabajo --esto lo
detuvo en seco, y juro que prorrumpió en sollozos ahogados
por la emoción contenida. Por suerte para todos nosotros, salió
del despacho.
-No, Frankie no -dije a los demás-. Frankie es un
174
buen tipo. ~ero sólo era el sustituto. Todos saben quién es la
erupier habitual de
d la ruleta -desde
. luego que lo sabían . eon
rnis palabras, ~o os se vo 1vieron a mirar a Jenny, al menos
aquellos que aun no la estaban observando.
Jenny actuó con calma. Demasiada calma.
-¿Por qué, señor Picas?-dijo con una sonrisa-. Espero
haber hecho nada_mal. Si hay algo que pueda hacer para
00
ayudar a atrapar a ~men haya estado engañando a mi marido,
es decir, nú prometido, dígamelo, amigo -me miró con esos
ojos azul intenso, el cabello sedoso sobre las mejillas, y vacilé
por un instante. Pero me obligué a desviar la mirada y a seguir.
-Jenny no podía manipular la ruleta, sería demasiado ob-
vio. Lo que sí podía hacer era dejar que, de vez en cuando, un
cómplice retirase su apuesta después de que la bola se detuvie-
se, si veía que perdía. De ese modo, a la larga, tendría menos
pérdidas que ganancias y sacaría beneficios.
Se levantaron gritos de protesta. Incluso Baker, que ahora
escuchaba absorto, se preguntó cómo unas cuantas apuestas
de diez dólares podían suponer una diferencia tan grande
para bien o para mal.
-No, claro, no supondría una gran diferencia al princi-
pio. Pero imaginemos que ese cómplice viene cada día, pasa
ocho horas aquí, y apuesta al negro cada treinta segundos.
Dieciocho veces de cada treinta y ocho saldrá negro Yél ga-
nará diez dólares. En cuanto al resto de las veces, pongamos
que este cómplice está atento a la imagen de una bola oscura
sobre una casilla roja. Supongamos que hasta la mitad de las
sta
veces que sale rojo, se las arregla para retirar su apu~ · En-53
t~nc~s en cada giro, en vez de tener una pérdida ~edla d~ .
centimos, ganará por término medio -hice un calculo rapt-
t
do- 1,84 dólares. Después de un mes, llegará haS a, ª ver,
uno s cmcuenta
· y cuatro mil.
ES ta última cifra acabó de desorientarlos por completo.
¿Cómo d' d d' · erables dólares
po 1an unas pocas apuestas e 1ez mis
acumul . d los grandes al
arse hasta alcanzar cincuenta y cuatro e .
rnes? Re . . , d Los cambios pe-
. petic1on y cantidad, ése es e1roo o.
175
queños a corto plazo, repetidos una y otra vez, prod
. L ucen , arn
bios grandes a1 ca bo de1 tiempo. o bastante grand ·
· e, com o
para tumbar a Baker. Un Jugador tuvo la osadía de cue .
. , ~llonar
mis cálculos, pero rep l1que:
-Soy Investigador Privado Probabilista, amigo. Un pro-
fesional .
Continué con mi relato:
-Cuando examiné los libros de Baker ya sabía lo que
buscaba. Y, como esperaba, las cifras de la ruleta son negati-
vas casi cada día de los últimos cuatro meses. Y eso, amigos
míos, es casi tan raro como un chuletón en Chez Jacques. - El
interés crecía por momentos-. Bueno, son sólo unos miles
aquí y otros miles allá, pero se van acumulando. Y la cuestión
es que como Jenny llevaba la contabilidad de Baker, nadie se
dio cuenta de que los números eran chocantes. De hecho, el
propio Baker no supo que había problemas hasta la racha
inesperada de cerezas triples, cuando de repente no pudo pa-
gar las facturas.
La gente miraba ahora a Jenny con una mezcla de rabia y
compasión. Ya sabía yo que les iba a costar creer que era cul-
pable. Por desgracia, aún no había tenninado.
-Lo más difícil fue identificar al cómplice de Jenny.
Y entonces me di cuenta. Tenía una guía de viaje de las islas
griegas en su coche, y sabía qué temperatura hacía en Atenas.
Estaba planeando un viaje de ida a Grecia. El sobre que había
en su guía sólo podía ser una cosa: un billete de avión. Y, ¿con
qu~én viajaría? Bueno, probablemente con un griego. ¡Al-
gmen como Alfa Beta, que debe de ser griego porque su nom-
bre son las dos primeras letras del alfabeto griego!
Al oírlo Baker intentó ponerse de pie.
-¡Beta, Beta! -gritó-. ¡Entra aquí!
-Oh, Beta ya se ha ido -expliqué-. Se escabulló de 1a
~esa de ruleta en cuanto Jenny le hizo una señal. La propia
~nny se estaba yendo cuando la llamaste. Habían planeado
bien s~ huida, y se llevaban las ganancias de Beta a la ruleta,
ademas del enorme anillo de compromiso, de diamantes, de
176
Jenny. Esa pal~brería de Jenny, que si «mi marido .
cir' mi prometido», pretendía despistarnos. 'T'1ema , 'qmero de-•
tanta
bilidades de casarse
. . con Baker como las t·iene 1a cara de s posi-
moneda de sahr cien veces seguidas. una
Mi público caviló sobre la cuestión • y el propio . 8 aker pa
reció destr0zado, pero continué sin pausa. -
-Cuando
. las tres. cerezas
. irrumpieron ines peradamente
cas10naron una cns1s financiera prematura , tu vieron · que
Y 0
acelerar la escapada. Es probable que pensasen irse ayer, pero
los aeropuertos estaban
.d' , cerrados
. .por la nieve. Así que en vez
de es~, J:nny dec1 10 segmr l~s ms~cciones de Baker y me
namo. Solo estaba ganando tiempo, imaginando que podría
escapar antes de que yo averiguase nada. -Sonreí y miré a
mi alrededor-. En eso se equivocaba.
Los jugadores no podían creer que una mujer tan guapa
como Jenny se escapase con alguien tan extraño como Beta.
Era el momento de pasar a mi última noticia. El batazo de
home run. El quod erat demonstrandum. El as que llega cuan-
do tienes el agua hasta el cuello. Mi As de Picas, por así decir.
-Hay algo más -dije-. Justo cuando Baker los llamó
a todos aquí, empezó a sentirse débil, mareado. -Una ojeada
rápida a Baker confinnó que seguía así-. Sin embargo había
estado despierto y activo basta ese momento. ¿Qué había
cambiado? Entonces lo descubrí: Jenny le había servido café
Yél había dado el primer sorbo justo antes de sentirse mal.
¿Coincidencia? Probablemente no. De los !440 minutos de
un día, ¿por qué desfallecería el mismo minuto en que bebió
el café de Jenny? Eso inclinaba la balanza. Era el factor deci-
sivo. Jenny había drogado a Baker, confundiéndolob", paratrato
qu~
no se diese cuenta de su huida. Apuesto a que tam ien
de drogarme a nú·' por eso no bebí. -Mirando h. dlas1 laboratono
iazas sobre
1ª mesa, proseguí-: Seguro que los c 1cos e
encontrarán. que a estos cafés
, •les ,hanw·echado algo. . -soy
de laboratono
1
En realidad no conoc1a a rungun e co .
probabilista, no químico--, pero supuse que a)gutend::.,
g6n lugar, sabría qué pruebas había que ]Jacer. JennY
177
haberlo supuesto también. . porque de repente se acere0,
volcar las tazas. L a v1 a tiempo y le agarré las mu~ Pa.ru
mero. neca~ pn.
Así que allí estaba, cara a cara con la mujer ,,
que había visto en mi vida. Lloraba mansamente ~ as guapa
,, . ,, 1 ' o que vol
v1a sus OJOS mas azu es,,, sus .pestañas
. ,,más largas · Me senti, más·
nauseabundo,, que un sandwich de Jamon ,, . tirado a la bas ura en
la cafetena de la facultad de Matemat1cas. A veces me pre _
taba por qué me había hecho IPP, en vez de conseguir un gr:.
petable puesto de profesor en alguna buena universidad.
La policía pescó a Jenny y Beta sin ningún problema, y
fueron condenados a más años de los que lleva escribir una
tesis doctoral. El negocio de Baker floreció de nuevo y estaba
tan agradecido que me pagó el doble de mis honorarios.
En cuanto a mí, descubrí que no sólo en matemáticas las
ideas más sencillas son las mejores. A veces los más cercanos
también son los más queridos. Doris y yo nos enamoramos y
nos casamos en una ceremonia sencilla e íntima. Nuestro ne-
gocio de IPP sigue renqueando. Baker vino a nuestra boda Y
lo vemos de vez en cuando. Cuando está de buen humor, nos
invita al casino a jugar un poco a la ruleta. En ocasiones, con
un guiño, me deja retirar una apuesta perdida al negro, sólo
para mostrarle a Doris cómo sucedió.
***
Así acaba la historia de As Picas, IPP. Belleza, riqueza,
veneno, engaño, resolución: la teoría de la probabilidad lo
tiene todo.
178