CUADERNILLO 6º Año 2024
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LENGUA Y LITERATURA
Profesora Eliana Rivero
6º AÑO C
CONTENIDOS A TRABAJAR
ETAPA DE DIAGNÓSTICO: La literatura. Concepto y características.
ETAPA DE DIAGNÓSTICO
1
¿Qué es la literatura?
*Es el arte que expresa belleza por medio de las palabras. Es parte de las Bellas
Artes como la música, la escultura, el teatro, la fotografía, la arquitectura, etc.
*Conjunto de obras literarias producidas en una época. Por ejemplo: Literatura
barroca, Literatura romántica, Literatura medieval, Literatura moderna.
*Por literatura también se considera el compendio histórico de una provincia,
país o nación: Ej: Literatura argentina, Literatura catamarqueña, Literatura peruana.
* Se le designa a la producción de obras creativas, estéticas, artísticas, escritas
por autores y avaladas por la crítica literaria.
*Clase de escritos que se distinguen por su belleza de estilo o expresión, a
diferencia de los tratados científicos o trabajos cuya preocupación se centra más en el
contenido que en la forma.
*La literatura es el arte que utiliza como instrumento la palabra. Por extensión,
se refiere también al conjunto de producciones estéticas de una nación, de una época
o de un género.
*La literatura es un arte que utiliza a la lengua con una finalidad estética,
debemos reconocer que lo principal en ella es la palabra, es decir, la manera en que es
trabajada. El lenguaje literario es elaborado, pulido, seleccionado, genera goce, placer
y entretiene gracias a la utilización de recursos literarios (metáforas, comparaciones,
personificaciones, etc.)
La literatura
La palabra literatura procede del latín litera, que significa palabra. Sin embargo,
la literatura, arte que utiliza como medio de expresión la palabra, es anterior a la
invención de la escritura: primero fue oral; las obras se cantaban o se recitaban y así se
transmitían de generación a generación, y solo más tarde fueron puestas por escrito.
Durante mucho tiempo el término literatura se empleó para referirse a todo lo
que está escrito, sin distinción de contenidos. Luego, el significado de obra literaria se
restringió a la obra de imaginación compuesta con voluntad de estilo.
El estilo es la manera de expresarse propia de cada autor, de cada época o de
cada escuela literaria. Por otro lado, en las obras literarias no sólo importa qué se
cuenta sino cómo se cuenta.
Las obras literarias son producto de la imaginación del autor, éste suele contar
historias sobre hechos que nunca han ocurrido, recita poemas que atraen por la
musicalidad de las palabras, etc. Por lo tanto, inventa, aunque eso no significa que no
se inspire en la realidad.
Toda obra literaria es ficción, es decir, invención. Puede relatar hechos
fantásticos, o bien basarse en la realidad. Pero incluso cuando el escritor se inspira en
el mundo real, no lo reproduce estrictamente sino que lo recrea, es decir, lo elabora y
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transforma según sus intereses y su subjetividad. El receptor de la obra literaria se
sumerge en ella conociendo de antemano que es ficción. Para que el lector acepte esa
creación es preciso que mantenga el principio de verosimilitud: los hechos deben ser
coherentes, aceptables y creíbles según la lógica interna de la ficción. Y es que la
ficción se rige por sus propias normas, no por las que impone la realidad.
Características:
*Ficción: todo o que cuentan los textos literarios son hechos inventados, creados por
la imaginación del autor. Por más que el personaje, lugar o acontecimiento específico
sean reales y hayan existido, todo lo que se escribe en nombre de la literatura es
invención, recreación.
3
CONTINUIDAD DE LOS PARQUES, de Julio Cortázar
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios
urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar
lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir
una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías,
volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.
Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado
como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara
una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria
retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión
novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando
línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba
cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance
de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los
robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose
ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo
del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa;
ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama.
Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias,
no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un
mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y
debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como
un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta
esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y
disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario
destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa
hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso
despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla.
Empezaba a anochecer. Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba,
se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte.
Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto.
Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma
malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y
no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños
del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de
la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo
alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del
salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un
sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
4
AXOLOT, de Julio Cortázar
Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del
Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus
oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de
pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel
y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los
leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los
acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos
y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar
inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra
cosa.
En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son
formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género
amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros
rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en
África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en
el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención
de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de
hígado de bacalao.
No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des
Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los
acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea
los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un
primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y
distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera
mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se
amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino)
piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la
cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi
avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles
aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo
separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido
(pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de
quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la
parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se
fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima,
acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus
ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente
carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar
a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo
negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza
vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total
semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el
plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente
una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde
hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una
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excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince
segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se
movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que
no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco
nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga.
El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.
Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los
axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el
tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las
branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de
ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de
ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban.
Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez
de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la
presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a
veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa
entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear
con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de
oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una
profundidad insondable que me daba vértigo.
Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe
el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono
revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La
absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi
reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas…
Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la
cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía.
Eso reclamaba. No eran animales.
Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una
metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé
conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una
reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin
embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me
sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos
seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se
enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban
mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en
ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran
como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos,
había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere
decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin
embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?
Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del
guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los
ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se
daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un
canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me
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influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la
oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso
sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de
los axolotl no tienen párpados.
Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al
inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo
alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban
algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de
los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la
inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba
de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme
que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo
sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al
vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de
oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin
transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el
vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo
comprendí.
Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso
fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino.
Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo
de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que
ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un
pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba
en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un
cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un
axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó
cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un
axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible
pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un
hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que
miraban la cara del hombre pegada al acuario.
Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer
lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por
nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar
mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía
más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados
entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre.
Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-,
y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y
si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de
su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los
primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve,
me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento
va a escribir todo esto sobre los axolotl.
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1. EL TEXTO ARGUMENTATIVO
Se llama argumentación a “la operación por la cual un enunciador busca transformar por
medios lingüísticos el sistema de creencias y de representaciones de su interlocutor” (Plantin).
Por ello, el texto argumentativo es aquel que procura convencer o persuadir al receptor de que
adopte cierto punto de vista, realice determinada acción o refuerce algún conocimiento
preexistente.
El texto argumentativo tiene como objetivo expresar opiniones o rebatirlas con el fin de
persuadir a un receptor. La finalidad del autor puede ser probar o demostrar una idea (o
tesis), refutar la contraria o bien persuadir o disuadir al receptor sobre determinados
comportamientos, hechos o ideas.
La argumentación, por importante que sea, no suele darse en estado puro, suele
combinarse con la exposición. Pero, mientras la exposición se limita a mostrar, la
argumentación intenta demostrar, convencer o cambiar ideas. Por ello, en un texto
argumentativo, además de la función apelativa presente en el desarrollo de los argumentos,
aparecerá la función referencial, en la parte en la que se expone la tesis.
Características de la argumentación:
Puede ser: oral o escrita, formal o informal, pública o privada, lógica o persuasiva.
Es subjetiva: se expresa mediante valoraciones, adjetivos, selección del léxico.
Objeto o tema: tema controvertido, polémico, dudoso
Locutor: toma una posición, revela su manera de ver
Carácter: polémico, dialógico
Objetivo: Provocar adhesión, convencer, persuadir.
Tipos de argumentación:
*Lógica: se utilizan argumentos lógicos. La lógica formal que puede juzgarse en términos
de verdad o de falsedad. Utiliza la demostración.
*Persuadir: se usan argumentos que apelan a los sentimientos.
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EL PIROPO, de Alejandro Dolina
Los tipos que están juntos en una pizzería y le dicen un piropo a dos minas que
están aterrorizadas a las cuatro de la mañana esperando el 143, no se quieren
levantar a esas minas, SE QUIEREN LEVANTAR A LOS AMIGOS. No sé de qué
manera, pero así funciona.
Un tipo que está a las cuatro de la mañana con cinco amigos y no con las dos
minas esperando el 143 es porque ése es su asunto. No digo que le gusten más
los hombres que las mujeres, digo que prefieren la seguridad de una misoginia
ejercida desde la pizzería a las verdaderas aventuras del amor, que no son
gritarle cosas a las mujeres que pasan por enfrente, son otra cosa, requieren
otra destreza y otra apuesta, de otro orden.
Gritar “che, qué gambas”, eso es un mensaje para el que está al lado: “Che,
mirá qué piola que soy, porque no sos mi amigo y me pasás la mano sobre el
hombro, que me gusta”. Es eso. Y yo detesto todo eso. Y lo he visto muchas
veces.
Tipos que conozco, que ahí están… con sus amigos. No están con su mujer, ni
con su amante, ni con su novia ni con una que les gusta: están con sus amigos.
Yo no digo que esta sea una preferencia sexual; digo que es una preferencia
social y vital: les gusta más conversar con los hombres de mujeres que con
mujeres del mundo.
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LA ESTRUCTURA DEL TEXTO ARGUMENTATIVO
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2.b. ESTRUCTURA DIALOGADA: El planteamiento, la refutación o la justificación y la
conclusión se desarrollan a lo largo de réplicas sucesivas. Es el caso de los debates en los que
es fácil que surjan la controversia, la emisión de juicios pasionales, las descalificaciones y las
ironías.
RECURSOS ARGUMENTATIVOS
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*Ironía: radica en hacer dos afirmaciones una literal y otra sobreentendida. La literal
dice lo contrario de lo que se quiere expresar, es decir, la ironía dice lo contrario de lo que
quiere decir.
Ej: Permitamos el libre consumo de cigarrillo en espacios abiertos porque a nadie le
molesta tener que respirar los residuos de otro.
*Definición: es un breve enunciado para aclarar el sentido de una palabra o idea. Es dar
el concepto de algo y para ello se puede recurrir a la etimología de la palabra. Este recurso, si
bien es expositivo, también sirve en la argumentación pue demuestra que el argumentador
posee conocimientos sobre el tema de defiende.
Ej: Una adicción es el hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas
drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos.
*Hipérbole: exageración
Ej: El cigarrillo es la peor droga del mundo
*Interrogación:
Retórica: Induce una respuesta. La respuesta ya está en la pregunta. La respuesta es
obvia, sabida por todos.
Ej: ¿Quién quiere destruir su propio cuerpo y padecer dolor? (nadie)
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Ej: ¿Usted va a continuar arruinando su vida y la de su familia?
Actividades
1. Según el título ¿Sobre qué crees que tratará el texto? Anoten algunas hipótesis para
luego corroborar si son acertadas o no
2. Lean el texto, enumeren los párrafos
3. ¿Cuál es la tesis que defiende el autor? Resúmela en pocos renglones
4. ¿Por qué creen que el autor colocó entre comillas la palabra “víctimas” y “trauma”?
5. Reconozcan argumentos de autoridad, citas de autoridad
6. ¿Qué otros recursos argumentativos reconocen?
7. ¿Qué plantea el autor en la conclusión final? ¿quiénes son los responsables de cambiar
esta situación?
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Compasión
Jaime Etcheverry
21 de agosto de 2005
Hoy, muchos padres parecen creer que sus hijos son explotados por un
sistema injusto –el escolar– que pretende que encaren con seriedad un esfuerzo
intelectual. No advierten tampoco que éste es, además, un medio para habituarlos
a una manera de enfrentar su vida. Abundan los ejemplos de esta actitud. Incluso
en el ámbito universitario se plantea, como razón para disminuir la exigencia, el
hecho frecuente de que los alumnos trabajan. En las generaciones que nos
precedieron, todos conocemos casos de estudiantes que, trabajando –y no poco
tiempo–, estudiaron con gran sacrificio y completaron su carrera en el lapso
previsto con muy buen rendimiento. El relato de quienes caminaban largas
distancias hasta la universidad para ahorrar el costo del transporte está presente
en la memoria de muchos de nosotros.
Hoy está en crisis esa concepción del poder formativo del trabajo, del valor
que el esfuerzo tiene para modelar la personalidad del ser humano. Por eso, tal
vez corresponda a los jóvenes reaccionar ante la compasión que les demuestran
sus padres y la sociedad actual. Deberían advertir que esta actitud, simpática y
cómoda, esconde una artera traición al germen de posibilidad humana que se
encierra en cada uno de ellos.
2.
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L A P U BL ICID A D
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De acuerdo con el canal de transmisión utilizado, las publicidades se
pueden clasificar de la siguiente manera.
1. Orales: radiales, en las que se usan tonos y cambios de voces, efectos
de sonido, música. Publicidades telefónicas.
2. Visuales: publicidad gráfica, la que aparece en revistas, diarios, afiches
callejeros, etc.
3. Audiovisuales: combinación de los elementos anteriores. Aparecen en
televisión, cine y portales de Internet, el despliegue visual es mayor
que el lingüístico.
La propaganda.
Se aplica a la comunicación que tiene como fin llevar a cabo una acción
intensa de difusión a favor de ideas, instituciones u opiniones.
Está ligada a distintas áreas de la actividad humana como la política, la
ética, la religión, la moral.
Pueden ser generadas tanto por instituciones gubernamentales como
privadas.
No persigue un objetivo comercial, sino que se propone modificar
conductas del receptor en relación con ciertos problemas de la
comunidad, por ejemplo, evitar el consumo de alcohol, tabaco o drogas;
respetar las leyes de tránsito, prevenir enfermedades, etc.
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" Soy publicista: eso es, contamino
el universo", Frederic Beigbeder
“Me llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista: eso es, contamino el universo.
Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis.
Cielo eternamente azul, tías que nunca son feas, una felicidad perfecta retocada con el
PhotoShop. Imágenes relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar,
logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya
habré conseguido que esté pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja, y
siempre me las apaño para que os sintáis frustrados. El Glamour es el país al que nunca
se consigue llegar. Os drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que nunca lo es
durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para lograr que la anterior
envejezca. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no
consume. Vuestro sufrimiento estimula el comercio. En nuestra jerga, lo hemos
bautizado «la depresión poscompra». Necesitáis urgentemente un producto pero,
inmediatamente después de haberlo adquirido, necesitáis otro. […] Idolatráis lo que yo
elijo.[…] Creéis que gozáis de libre albedrío, pero el día menos pensado reconoceréis mi
producto en la sección de un supermercado, y lo compraréis, así, solo para probarlo,
creedme, conozco mi trabajo. […] Vuestro deseo ya no os pertenece: os impongo el mío.
Os prohíbo que deseéis al azar. Vuestro deseo es el resultado de una inversión cuyo
importe esta cifrado en miles de millones de euros. Soy yo quien decide hoy lo que os
gustará mañana.
Una vez leído esto, ¿qué puedo decir? Solo sé que me encanta la publicidad: ser capaz
de contar algo de una manera diferente, atractiva; convencer a la gente; ganarme su
confianza; llevarla a pensar lo que yo quiero que piensen, a actuar como yo quiero que
actúen. Sin embargo, sabemos cual es el objetivo final, y… ¿merece realmente la pena?
A veces me lo planteo. Si me gusta influenciar en la opinión pública, preferiría que
fuese hacia un fin muy distinto. No se cuál es vuestro punto de vista, futuros
profesionales de la publicidad, pero espero que si tenéis tiempo e interés podáis
contestarme.
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3.EL DEBATE
El debate es una forma de discusión formal y organizada que se caracteriza por
enfrentar dos posiciones opuestas sobre un tema determinado. En otras palabras, el debate es
el intercambio de opiniones críticas, que se lleva acabo frente a un público y con la dirección
de un moderador para mantener el respeto y la objetividad entre ambas posturas. Por otro
lado, cada postura debe exponer su tesis y sustentarla por medio de argumentos y
contraargumentos sólidos y claros. Además, cada posición debe buscar el interés del público,
buscando que éste forme su opinión y, finalmente, contribuya de forma indirecta o no, en las
conclusiones del debate. De esta manera, el debate está formado por tres entidades: los
participantes (un proponente y un oponente), el moderador y el público.
El debate puede estar formado por individuos o grupos; es decir, las posturas pueden
estar sustentadas por más de dos personas, como en el caso de los debates políticos, o por
varias personas como sucede comúnmente en los debates escolares o los televisivos. Los
participantes, sean uno o varios, deberían limitarse al tema establecido, el cual está preparado
para respaldar la postura que defienda o para refutar los argumentos del individuo o grupo
contrario. La calidad y fluidez del debate dependen de la capacidad de escuchar y
contraargumentar, así como del conocimiento de los participantes.
Por otro lado, el moderador es indispensable para llevar acabo un buen debate, ya que
en él recae la responsabilidad de dirigir la discusión y que ésta se desarrolle de acuerdo con las
reglas previamente establecidas y aceptadas por los oponentes. También es responsable de
dar inicio y concluir el debate. Por ello, es importante que el moderador también conozca
sobre el tema, tenga capacidad de análisis y mantenga imparcialidad y tolerancia. Finalmente,
el público es importante porque sus reacciones orientan a los participantes en sus
argumentos; es decir, si el público reacciona de forma favorable, éstos saben que sus
argumentos van en la dirección correcta o viceversa. También depende del público, tanto la
orientación y enfoque del debate como el tipo de argumentos y lenguaje que se utilizará.
Estructura
La estructura del debate está sujeta a las reglas previamente determinadas por los
participantes y el moderador; sin embargo, de manera general, los debates constan de cuatro
fases: la apertura, el cuerpo del debate, sesión de preguntas y respuestas, y la conclusión. La
apertura del debate está a cargo del moderador, quien introduce el tema haciendo especial
énfasis en su interés y actualidad. Además, presenta tanto cada una de los participantes como
las posturas. También explica la dinámica a seguir y recuerda a los participantes las reglas,
previamente establecidas.
El cuerpo del debate está a cargo de los participantes y es la fase que se asigna a la
discusión del tema. Es en esta etapa donde se exponen los argumentos y contraargumentos,
así como toda la información adicional que ayude a la discusión del tema. Por lo general, el
cuerpo del debate se divide en dos bloques: el primero, se defiende una de las posiciones y en
el segundo, la otra. La interacción entre los antagonistas se da en la sesión de preguntas y
respuestas. Esto ayuda a mantener el orden y fomenta la capacidad de escuchar, tanto del
público como de los participantes.
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La sesión de preguntas y respuestas es una parte fundamental dentro del debate porque
es en ella donde el público termina por inclinarse a favor o en contra de una postura. Además,
es la oportunidad de los participantes para clarificar los puntos principales de sus argumentos,
así como reforzar los puntos débiles. Las preguntas pueden estar a cargo del moderador, del
público o de los mismos participantes, pero siempre se realizan de forma ordenada.
Finalmente, en la conclusión del debate se hace un breve resumen de las posturas así como se
anuncia la postura que prevaleció o el grupo ganador del debate, si fuera necesario decirlo.
Esta parte está a cargo del moderador.
1. Vean el programa QUÉ PIENSAN LOS QUE NO PIENSAN COMO YO, del canal Encuentro
sobre EUTANASIA
https://www.youtube.com/watch?v=adDWHkjzmp4
5. ¿Cuál es tu postura personal respecto a este tema? Escribe un breve texto justificando
tu postura.
4.
22
EL ENSAYO
CARACTERÍSTICAS
Tema libre
Estilo sencillo, natural, amistoso.
Subjetividad
Se mezclan elementos (citas, proverbios, anécdotas, recuerdos personales)
Sin orden preestablecido (se divaga), es asistemático.
Extensión variable.
Va dirigido a un público amplio.
Conciencia artística.
Libertad temática y de construcción
23
Estructura del ensayo
La estructura del ensayo es sumamente flexible, ya que toda sistematización es ajena a
su propósito esencial, que es el de deleitar mediante la exposición de un punto de vista que no
pretende agotar un tema.
24
TRABAJO PRÁCTICO: LA CÁUSTICA PICARDÍA, de Marcos Aguinis
1. ¿Cuál es el tema central del texto? Exprésenlo en pocos renglones.
2. ¿Cuál es la postura que tiene Marcos Aguinis sobre este tema? Extrae un fragmento
del texto como ejemplo.
3. Expliquen si consideran que este texto es objetivo o subjetivo.
4. ¿Qué conocimientos previos vinieron a sus mentes cuando leyeron el texto? Piensen
en situaciones, personas, libros, películas, etc. ¿Qué otros ejemplos de viveza criolla de la vida
cotidiana pueden ofrecer?
5. Reconozcan recursos argumentativos
6. Expliquen son sus palabras las siguientes expresiones:
a. El pícaro es un hombre orquesta
b. Tiene el cuerpo elástico y las antenas eréctiles
c. Es el superhombre de Nietzsche.
d. Es un actor
7. Observen el video de la serie Casados con hijos y respondan las siguientes consignas
vinculándolo con el ensayo de Marcos Aguinis La cáustica picardía:
7. A. ¿Cuál es la actitud que tiene Pepe al recibir una tarjeta de crédito a su nombre por
error? ¿Qué le aconseja Moni?
7. B. ¿De qué manera cambia la vida de los Argento el uso de una tarjeta de crédito?
7. C. ¿Qué partes del video les recuerdan a las siguientes frases del ensayo de Aguinis?
-Sus consecuencias a largo plazo son trágicas
-Si las cosas le salen bien, aumenta su megalomanía
-El vivo comete sus fechorías y pone cara de ángel
-No importa si el beneficio es ilegal, es beneficio
-Las soluciones que aporta a sus necesidades, no son la solución verdadera
-Solo encandila a la mirada frívola
7. D. Seleccionen otras frases del ensayo que les resulten significativas para relacionar
con el video y explíquenlas
7. E. Busquen en diarios o revistas, noticias que reflejen la viveza criolla.
7. F. Según la diferenciación entre exitosos y exitistas, analicen el personaje de Pepe
Argento.
25
LA CÁUSTICA PICARDÍA, MARCOS AGUINIS
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debilidades ajenas o empujarlo hacía el ridículo. El vivo redobla su esplendor a costa
de la impotencia del zonzo. Su golpe tiene la característica de aplastar al contrincante
sin dejarle margen para el retruco.
El vivo necesita de la barra. Barra es el auditorio que le festeja sus gracias.
Actúa para que lo vean y lo aplaudan, para que lo festejen con asombro. El vivo actúa
como si estuviese en un escenario. Actúa sin darse pausa. Ha sustituido su vida por el
representar. Es un maestro del fraude, que empaqueta en fina seducción. Incluso ha
inspirado el universo de la historieta con un personaje creado por Lino Palacio y que
alcanzó amplia popularidad: Avivato. Es notable que aún mantenga vigencia fuera de
nuestro país, porque publican la tira en varios periódicos importantes, como The Miami
Herald, donde aparece todos los días. ¿Qué muestra?: un argentino oportunista, falso,
sobrador, holgazán, coimero y listo para hacerse de cualquier ventaja.
Tanto ha enamorado el vivo a nuestra mentalidad, que se convirtió en minusvalía
carecer de su talento. El que no es vivo es zonzo o gil. Así de rotundo. Y todo zonzo,
en consecuencia, se desesperará por demostrar lo contrario. Los observadores de la
barra son los jueces, que a menudo festejan ruidosamente cómo el vivo destruye a su
víctima. Es una moderna variación del circo romano, pero sin sangre. Por eso no es
osado afirmar que, desde que apareció el vivo con su irresistible seducción, resulta
intolerable ser un zonzo en la Argentina. Tanto, que es preferible ser inmoral. "Me
encarcelaron por ladrón, pero no por zonzo", se escucha confesar.
En España se publicó la siguiente semblanza de un caso típico.
Argentino viaja a España,
Argentino conoce a española,
Argentino enamora a española,
Argentino vive con española,
Argentino vive de la española,
Argentino administra el sueldo de la española,
Argentino desaparece.
Española queda embarazada, sin joyas, sin muebles, con números rojos en el banco,
facturas atrasadas y el teléfono cortado por cien llamadas a Rosario.
28
los cubiertos del avión, sino con las toallas de los hoteles y algunos objetos de
quioscos. La ganancia es mínima, pero es grande el placer de la transgresión. Una
especie de resarcimiento por injusticias de las que ni se tiene memoria. A veces las
cosas subieron de tono, en especial con los exiliados que buscaban la forma para
llamar por teléfono a larga distancia sin pagar. Ser " ventajero" empujó hacia delitos
que ya no eran de poca monta: muchos se vanagloriaron de "reventar" tarjetas de
crédito ajenas, "pinchar teléfonos" y "clavar" garantes. De ahí surgió la siguiente
pregunta:
-¿Cómo se hace para meter 2.500 argentinos en una cabina telefónica?
-Muy fácil. Basta con decirle a uno solo que puede hablar gratis a Buenos Aires.
Vamos ahora al fondo del asunto. Allí aparece un rasgo básico: el vivo no cree
en la justicia. Según Julio Mafud, es un ateo perfecto, porque no cree en nada. Es
escéptico y pesimista a ultranza. "En lo único que cree (en el caso de creer) es en él
mismo." Aparenta tener muchas ideas, pero no se juega por ninguna. Desprecia la ley.
Más aún: la ley es un obstáculo que se debe saltear... o burlar. ¡Siempre! El fraude
jamás lo escandaliza, porque constituye uno de sus recursos más frecuentes. Para el
vivo, la honestidad es una palabra hueca, ingenua, arcaica. De la misma forma
descalifica la transparencia: jamás confesará a otro -ni siquiera a sí mismo- qué le
pasa o cómo le va; y está seguro de que los otros hacen lo mismo con él. El mundo es
un garito lleno de cepos. Los demás seres humanos no existen para ayudar: son
enemigos potenciales que lanzarán el zarpaso al menor descuido. Por eso la viveza
criolla consiste, precisamente, en atacar sin importar la ley y sin que la víctima pueda
devolver el golpe.
El vivo aparenta inteligencia, conocimientos, brillo y ejerce seducción. Pero se
basa en la mala fe, el engaño y la inmoralidad. Bordea la psicopatía.
En realidad, es el vivo quien padece el eterno miedo de caer en el ridículo y morder el
polvo de los derrotados. Por eso jamás baja la guardia ni deja pasar una ocasión en la
que pruebe ante el público -una y otra vez- que es un triunfador.
Le obsesiona la necesidad de demostrar que es todo un hombre: macho, seductor y
líder. "¿Sabés qué es algo peor que contraer el sida?: la fama de marica que te queda
después de muerto."
Quiere ser el número uno, el mejor. Por eso se cubre con la armadura del
caballero que jamás pierde, jamás pide disculpas, jamás se equivoca. Por lo general
no recurre a la violencia física, pero si las circunstancias obligan, para no
mostrarse flojo -pecado mortal-, recurrirá a los gritos, las amenazas e incluso se
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lanzará hacia una batalla en la cual será molido a golpes con tal de no hacer
sospechar que le falta testosterona. Aunque se consuma de dolor, evitará derramar
lágrimas porque "llorar es cosa de maricas".
El vivo es una persona que necesita triunfos urgentes. Es un exitista, no
un exitoso. Rasgo que se puede extender a vastas franjas de nuestra sociedad. Entre
ambos existen categóricas diferencias que vengo señalando desde hace tiempo. El
exitista sufre ansiedad y anhela controlarla con rápidos alimentos a su autoestima; se
conforma con migajas porque no puede esperar. El exitoso, en cambio, posterga su
satisfacción, invierte esfuerzo, confía en sí mismo y aspira a un resultado mayor. Por
eso el vivo, que no puede ser sino un exitista, busca las ventajas de corto plazo.
Acumula ganancias chicas que ni siquiera logra cambiar por una grande. Las
soluciones que aporta a sus necesidades no son la solución. Recoge halagos de la
barra, una ovación fugaz a un éxito menor, apenas un bálsamo a su ruinosa egolatría.
Quiere ser un invicto guerrero, gran señor, pero es apenas un hombre diminuto que
necesita encubrir su impotencia.
El vivo es, además, un resentido. Su minúscula gloria se amasa con la desgracia
del prójimo. Disfruta de la humillación del otro, del pobre punto, porque la ha evitado
para sí. Es la humillación que en realidad merece él mismo -por incapaz y tramposo-, y
que teme recibir. Sabe, aunque lo niega, que no es gran señor ni invicto guerrero. Es
apenas un actor mediocre que se defiende con sable de lata. Su terror al ridículo
deriva de su pánico al desenmascaramiento. Por eso no le importa el sufrimiento de
los burlados, los desplazados, los estafados. La única persona que nunca debería ser
postergada o vencida es él.
Sería su derrumbe total.
De la centenaria picaresca española y de la ideología que prevaleció entre los
hidalgos heredó su desdén por el esfuerzo. "El vivo vive del zonzo y el zonzo de su
trabajo", repite para su menguada conciencia.
La prestidigitación de la viveza arrima algún dinero a sus manos, sin que las
deba mortificar en duras tareas. Así pensaban los hidalgos, y así siguieron pensando
generaciones de descendientes; la viveza tiene un lamentable carácter estructural.
En los años de la conquista y la colonización, América era fabulosa por sus
excedentes de oro y plata. Bastaba recoger una fortuna ya hecha. O quitársela a los
indios. Por las buenas si la cosa venía fácil, o por las malas si se ponía complicada.
No era preciso rebajarse al nivel de la servidumbre o de la esclavitud, porque no era
digno de hidalgos. La consigna tácita decía: No hay que producir, sino apropiarse de
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los productos. Y para apropiarse no hay que trabajar, sino ser vivo. La historia abunda
en ejemplos.
Pero la historia no siempre aclara quién es el burlador y quién es el burlado. Uno
y otro descienden de conquistados y conquistadores, de criollos, mestizos e
inmigrantes. Hubo suficiente movilidad para que el burlado pase a ser burlador y
viceversa, generando confusión. Ahora bien; puede una persona ocupar diferentes
roles, pero los roles nunca dejan de estar presentes, con definición inconfundible.
Demos ahora otra vuelta de tuerca.
Las humillaciones efectuadas por los vivos no tienen que haber sido sufridas por
nosotros, personalmente, para registrar sus efectos: basta con que hayan sido
aplicadas a otros para también temerlas. La sistemática violación a la ley que se
registra en el devenir latinoamericano abrió las compuertas de injusticias sin cuento.
Los engaños eran y son moneda corriente. La institución de la encomienda, por
ejemplo, fue una avivada gigante, porque los encomenderos se olvidaron de sus
obligaciones para con los indios y mestizos, y sólo se ocuparon de robarles el producto
de su trabajo. Y muchos de sus descendientes -caudillos, estancieros, patrones y
jefes- la consolidaron. Esas humillaciones estaban legitimadas por
el desprecio primordial y sostenido hacia los diferentes (inferiores), llámense indios,
mestizos, criollos, negros o inmigrantes, todos ellos considerados puntos, o candidatos
a punto, o reverendos giles. La insistente ofensa generó rencor. Hasta que la
impotencia ante la humillación y el desprecio empezó a hervir. El resultado es
tremendo: padecen los de abajo, es cierto, pero también los de arriba en la vengativa
mirada que esperan recibir. El vivo teme la represalia y se desespera por repetir sus
proezas antes de que le saquen la ventaja que, para él, será tragedia.
En conclusión, ser vivo en la Argentina, también equivale a seguir vivo. Los
seres patéticos necesitan defenderse, negar sus miserias. Para lograrlo infligen
estocadas a diestra y siniestra. Sobre todo -como dijimos-, necesitan evitar que la
sanción caiga sobre ellos, porque la vida misma ya se había encargado de abrirles
heridas sin cuento. Ser vivo, en definitiva, es realizar una escaramuza sin lamentar
daños personales, sean presentes o futuros. Es cierto que no liquida al enemigo, pero
sí logra molestarlo. En realidad, nunca quiso destruirlo del todo, sino usarlo para
beneficiarse, para gozar el aplauso de la barra, para sentirse mejor. Las escaramuzas
lo ilusionan, le hacen suponer que la impotencia no existe y que su inferioridad es sólo
aparente.
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Se impone una aclaración: que lo disequemos y logremos comprender, no
significa que lo vayamos a justificar.
Por ejemplo, en la Argentina creció hasta niveles sin paralelo la institución
de colarse, es decir meterse como sea, poner cara de póquer y ubicarse donde no
corresponde, sea una cola, una fiesta, un transporte público, un club, un lugar donde
ya no quedan más sitios, y así en adelante. Los vivos se meten. Siempre.
Va una anécdota. En un gran salón de fiestas entraban tantos colados que su dueño,
un extranjero de pocas pulgas, se enteró de que había un experto en distinguirlos y
echarlos a la calle. Lo convocó.
-Necesito que alguien me pesque a esos vivos.
-Soy el mejor que encontrará en plaza; modestamente, ¿vio?
-¿Cuánto cobra usted?
-Mil doscientos la noche.
-¡Es muy caro!
-Si, caro. Pero el mejor.
El empresario lo contrató a regañadientes.
Esa misma noche el salón se llenó con más gente de la prevista. De súbito se detuvo
la música y el experto apareció en el escenario. Tomó el micrófono con tranquila
firmeza.
-¡Señoras y señores, tengan ustedes muy buenas noches! Mi actuación será muy
breve. Pido a las personas de la concurrencia que sean amigas del novio, que se
coloquen a la izquierda del salón, por favor.
Unos treinta individuos se corrieron hacia la izquierda.
-¡Muchas gracias! Solicito ahora con fina delicadeza a las personas que sean amigas
de la novia, se sitúen a la derecha de la sala.
Entre rumores y cuchicheos otro grupo se corrió hacia la derecha.
-Muy bien. Muchísimas gracias. Ahora: tanto quienes forman el grupo de la derecha
como quienes se han situado a la izquierda, ¡se me las toman inmediatamente de
aquí! ¡Esto es un bautismo, reverendos hijos de su madre!
La etapa aluvional incrementó el uso de la viveza. Los inmigrantes fueron objeto
de muchísimas estafas. No hicieron la América enseguida, como prometían sus
sueños o los sueños que les vendieron funcionarios inescrupulosos. Una cosa eran las
bellas palabras de la Constitución y otra la difícil realidad. Las puertas estaban abiertas
para que ingresaran y se pusieran a trabajar. Pero sólo como mano de obra barata. Se
les retaceó la tierra porque ya estaba repartida. Sarmiento se escandalizaba: así como
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nuestra dirigencia era más generosa que las de los Estados Unidos en la recepción de
extranjeros, era al mismo tiempo mezquina y errada en el otorgamiento de tierras, lo
cual demoró el arraigo, perjudicó la cultura del esfuerzo y dañó el sentido de la
responsabilidad.
La viveza se transformó en un deporte, porque empezaron a venderse buzones y
tranvías. Durante una de las frecuentes plagas de langostas alguien inventó un
aparato baratísimo y eficaz para matarlas.
La modesta caja que terminaría con esa plaga contenía dos tablitas, una
marcada con la letra A y otra con la B; las instrucciones decían: "Coloque la langosta
sobre la tablita A y péguele fuerte con la tablita B"...
¿Ingenio? ¿Humor? Con graves consecuencias en todo caso. Hace unas décadas se
difundió la proeza de un industrial que vendió una partida de zapatos al exterior y
despachó unidades de un solo pie, total -pensaba- "cuando se den cuenta ya habré
cobrado el dinero". O el caso de la piel de yacaré: vendía tanto que, para no frenar los
beneficios del negocio, decidió imprimir los dibujos y relieves del yacaré sobre cuerina.
También muchos cajones de fruta encubrían las podridas con una capa superior en
buen estado. ¿Delincuencia? ¿Psicopatía?
Con frecuencia el vivo recurre a las agachadas para esquivar los cepos. Pero se
ocupa de disimularlas: no quiere parecer débil ni cobarde. La viveza, justamente, es el
arma que lo preserva: "madrugar antes de que te madruguen".
Bajo su máscara se agazapa un ser desamparado.
La viveza, por lo tanto, también puede ser interpretada como una reacción, una
forma retorcida y neurótica de lucha. Explicaría los ingredientes de su falsa
omnipotencia, hondo encono y estudiada habilidad para dar golpes sorpresivos que no
dejen lugar a la respuesta. El vivo desprecia la ley que siempre lo despreció a él y se
burla de los valores que jamás lo respetaron. Se le han sumado y sedimentado
convicciones antisociales. Como señalamos antes, podemos entenderlo, pero no
justificarlo.
Su tragedia se ahonda al advertir que está resentido de veras, pero -como dice
Ezequiel Martínez Estrada-, se trata de un encono que no puede definir lo que quiere.
Una última observación.
La viveza crece bajo el autoritarismo. Se cuela con poco ruido entre los colmillos
del poder, al que halaga y, al mismo tiempo, pincha huidizamente las encías. No tiene
escrúpulos en participar del festín transgresor. La ley es socavada por los mandamás
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de turno. El vivo es cómplice y trata de obtener el mayor provecho posible. La
corrupción -toda corrupción- le excita los sentidos.
Hemos de preguntarnos, entonces, si los desaparecidos, esa brutal desgracia
que nos convirtió en uno de los ejemplos más crueles de la maldad humana, no son la
gran avivada del Proceso. Los dueños del poder secuestraban, torturaban, asesinaban
y luego... con cara de angelitos piolas, decían:"Se han ido al exterior", "no sabemos
nada". Pero sabían. Porque antes de abandonar el poder cometieron el cobarde delito
de quemar miles de archivos, tal como los delincuentes que borran prolijamente sus
huellas. Si no se consideraban culpables, ¿por qué los destruyeron? Esa sola actitud
representa una confesión de parte.
Detrás de la entidad horrible llamada desaparecidos reinó el festín transgresor, el
resentimiento, la rapiña, el desprecio, y la patológica sensación de víctima que otorga
el derecho de convertirse en victimario. La "guerra sucia" justificaba todo, incluso
olvidarse de que las Fuerzas Armadas representan al Estado y no pueden actuar al
margen de la ley. Pero en lugar de hacerlo como autorizaba la misma ley, incluso la
militar, y asumirlo de frente, el Proceso eligió la ruta de viveza. Que es muy argentina.
Y nos ha costado caro.
Por ende, si ese genocidio es la expresión trágica de la estructural viveza criolla,
se añade un motivo muy poderoso para decidir que a esa corrosiva picardía le ha
llegado la hora de una despiadada descalificación.
Poco antes de morir, Marco Denevi efectuó una lúcida oposición entre vivos,
inteligentes y estúpidos. Todo un hallazgo. Vale la pena intentar una síntesis. La
reacción mental del hombre inteligente es dinámica: busca el camino de la solución
por múltiples vericuetos hasta encontrar la salida. En latín, salida se dice exitus, que
los ingleses tradujeron por exit. De ahí que, por lo general, la inteligencia conduzca al
éxito.
El latín posee también otro verbo, stupere, que significa quedarse quieto, inmóvil,
paralizado, como si lo frenase un muro. De ahí deriva la palabra estúpido: hombre que
permanece entrampado por un problema sin dar con la salida, aunque a veces se
agite o convulsione. "Las dos únicas reacciones del estúpido serán la resignación o la
violencia, dos falsas salidas, dos fracasos."
La viveza, por último, "es la habilidad mental para manejar los efectos de un
problema sin resolver el problema". El vivo se mueve para eludir los efectos del
problema, o desviarlos contra un tercero. Es inescrupuloso e inmoral, parece
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inteligente y despierto, pero sólo encandila a la mirada frívola. Jamás resuelve los
problemas de fondo.
¿Qué pasaría si los vivos se convierten en mayoría? Como son mayoría,
ocuparán el gobierno. Pero, como son también inmorales y egoístas, no se esmerarán
en el beneficio de la sociedad, sino de ellos mismos. Los estúpidos quedarán
estupefactos, es decir más estúpidos aún. Los inteligentes armarán sus valijas para
huir. Y los vivos que no están en el gobierno maniobrarán para obtener parte del botín.
La voracidad de los vivos se regodeará con la rapiña. Pero el país que comandan -el
barco en que navegan- terminará por hundirse junto con ellos.
Toda semejanza con la realidad, ¿es pura ficción?
Sinopsis:
A diferencia de las culturas orientales, que concibieron al amor como un arte, es decir,
como una práctica que se aprende y se perfecciona, Occidente caracterizó al amor como un
fenómeno irracional que deja al individuo inerme frente al sufrimiento, a merced de fuerzas
completamente externas a sí mismo.
Esta concepción está presente cuando alguien dice "Cada vez que me enamoro lo hago
como la primera vez", con lo que prueba que a través de los años no aprendió nada sobre el
amor. El objetivo de este libro es identificar una serie de falacias que caracterizan al discurso
amoroso en particular atención al nexo que Occidente estableció entre amor y sufrimiento.
Para ello se estudian las formas en que los discursos sobre el amor han sido construidos
históricamente y articulan nuestras formas contemporáneas de vivir.
Falacias del amor realiza una historia y un cuestionamiento de las concepciones
hegemónicas sobre el amor que han predominado desde la antiguedad hasta nuestros días,
problematizando la correlación estrecha entre amor y sufrimiento presente en la mitología
griega, reforzada por el amor cortés, el romanticismo y la cultura de masas. El propósito no es
histórico sino filosófico: revisar las ideas heredadas para apostar a formas más plenas de vivir
el amor.
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desde el exterior —mediante las flechas de un dios caprichoso— que deja al individuo inerme,
a merced de fuerzas completamente externas a sí mismo.
La concepción hegemónica que hemos heredado de los griegos identifica al amor como
una forma particular y breve de éste que conocemos como enamoramiento, una exquisita
efervescencia con pronta fecha de vencimiento, basada en la idealización y en la ausencia del
ser amado. Esta noción ha dado lugar a una recurrente falacia en el discurso amoroso, la de la
ambigüedad que supone el uso de la palabra amor con sentidos diversos a lo largo de un
mismo razonamiento…
(...) “Entender el amor como un sentimiento espontáneo y repentino (tal es la concepción del
flechazo), y no como una relación que se construye a lo largo del tiempo, supone el desarrollo
de altas dosis de idealización, en particular por parte de las mujeres, que aún son más
educadas para el amor que los hombres.
Durante siglos, la visión platónica sobre el amor será la que más influencia ejercerá en
Occidente, que acentúa la descalificación platónica del cuerpo a favor del alma (dualismo) y
adopta la perspectiva platónica del deseo entendido como ausencia. Estas dos concepciones,
sumadas a la que está presente en el mito del andrógino tal como aparece en El banquete – y
que hoy conocemos como la de la “media naranja”- ejercen aún una enorme influencia en el
mundo contemporáneo.
En El banquete, Sócrates afirma que todo lo que sabe sobre el amor lo aprendió de una
hetaira, Diótima, que en cierta oportunidad le relató cómo se produjo el nacimiento de Eros:
En el banquete celebrado tras el nacimiento de Afrodita, la diosa del amor, viene a mendigar
una mujer llamada Penía. Allí ve a Poros, un hombre embriagado de néctar que duerme
profundamente en el jardín. Por su carencia de recursos, Penía decide concebir un hijo con
Poros, y a los nueve meses nace Eros, que hereda la indigencia de su madre y, de su padre, la
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valentía y el deseo de ir tras las personas buenas y bellas. Entonces, Eros, el amor, está
siempre a mitad camino entre lo humano y lo divino, es hijo de la riqueza y de la pobreza.
Quien lo posee todo no precisa amar a otro. El amor supone la imperfección del amante. Hasta
aquí, una buena idea: quien nada posee nada tiene para ofrecer, quien todo lo posee no
necesita nada y sólo puede amarse a sí mismo como Narciso.
Pero Platón da un paso más e identifica al amor con la carencia, con la incompletitud y la
permanente insatisfacción. El amor es deseo y el deseo es carencia. El amor nunca se sacia,
escribe Platón. Nunca está contento ni satisfecho. Se anula cuando se satisface. Eros necesita
de la ausencia del otro, no de su presencia, de allí que esta concepción sea conocida como “la
concepción del deseo como ausencia”. De ella se nutren el amor cortés, el romanticismo, y
toda forma de amor cuya intensidad dependa de la frustración y de la desdicha. Los folletines,
los melodramas, las películas de la época dorada de Hollywood, y las canciones de la cultura de
masa son el eco de esta celebración del amor a partir de la ausencia del ser amado. Esta
perspectiva también está presente en los tangos donde el varón llora durante años porque una
mujer lo abandona, y en los boleros, a partir de la desdicha que suscita una amante
inalcanzable.
André Comte- Spoville escribirá: “¿Me amas todavía?, te pregunta. Contestas que sí, por
supuesto. Y sin embargo la verdad es que ya no te hace tanta falta, y que ella te necesita
menos. Ese sentimiento volverá, así está hecho el cuerpo, a fuerza de estar ahí todos los días,
todas las noches, todas las tardes, todas las mañanas, terminarás empero, por extrañarla cada
vez menos; es inevitable. Eros se apacigua. Eros se aburre: tienes lo que ya no te falta, lo que se
llama una pareja. Los hombres, me decía una de mis amigas, rara vez mueren de amor: se
duermen antes y las mujeres se mueren a veces de ese adormecimiento”.
Lo que no explica Platón es cómo es que pueden existir parejas felices, cómo es posible
desear al otro porque está allí y su presencia nos llena de regocijo, cómo es posible disfrutar
de una comida porque hemos comenzado a deleitarnos con su sabor y no porque nos vemos
privados de ella.
“Si sólo deseáramos aquello de lo que carecemos- escribe Comte-Spoville-, creo que
nuestra vida sexual sería aún más complicada y menos placentera. Un hombre y una mujer que
se aman y se desean, ¿De qué podrían carecer, por todos los dioses, cuando hacen el amor?
¿Del otro? Por cierto que no, ya que está allí, ya que se ofrece plenamente y está disponible.
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El amor está en el gozo, incluso herido y no en la ausencia que lo desgarra. No amo lo
que me falta, pero a veces me falta lo que amo. ¡Adiós Platón!, amar a un ser es desear su
presencia, el placer y la alegría que ofrece. Stendhal lo dice así: es el placer de ver, tocar, sentir
con todos los sentidos y tan cerca como sea posible un objeto amable y que nos ama. Si los
amantes siguen deseándose y han vivido juntos durante años, se trata de una potencia más
que de carencia, han sabido transformar la locura de los comienzos en alegría, en dulzura, en
gratitud, lucidez, confianza, felicidad de estar juntos, en philia. Renunciaron a ser uno solo
porque conviven con sus contrapuntos y disonancia como para querer transformarlo en un
monólogo imposible. Pasaron del amor loco al amor sabio. (…) La pasión no dura, no puede
durar: el amor debe morir o cambiar. Quien intenta ser fiel a su pasión a toda costa traiciona al
amor, al devenir y a la vida, que no se puede reducir a algunos meses de pasión dichosa (o a
varios años de pasión desdichada). Además, someter el amor al descontrol de la pasión es ser
infiel con los que se ama, incluso apasionadamente. La promesa de seguir enamorado es una
contradicción en los términos, es como garantizar que se va a seguir siempre con fiebre o
enloquecido. Todo amor que se compromete debe augurar algo más que la pasión.
No es casual que Platón no haya escrito nada de valor sobre la amistad. En la amistad-
afirma Comte-Sponville- el amor no se brinda en la carencia sino en la presencia. Amamos a
nuestros amigos tal cual son y cuando no faltan. Aristóteles juzgó a la amistad de suma
importancia y entendió que sin amistad la vida sería un error, que la amistad es condición de
felicidad porque constituye un refugio contra la desdicha, porque es deseable en sí misma. A
diferencia de Platón, Aristóteles prefiere utilizar la palabra philia, que refiere tanto al amor por
los hijos como al amor entre amantes y al del marido por su mujer, especialmente cuando
“ambos cifran su alegría en la virtud del otro”. Philia es una palabra más restringida que la
española amor o la francesa amour (que incluyen hasta el amor a dios), pero más amplia que
nuestra “amistad”, que no incluye la relación entre padres e hijos. En la mayor parte de los
textos griegos de este período, no obstante, el término más utilizado para referir al amor que
involucra la dimensión sexual es Eros. Aristóteles, Spinoza, Stendhall, Deleuze y Comte-
Sponville ven la plenitud del amor. “Amar es alegrarse”, escribe Spinoza. Platón y buena parte
de la tradición platónica subrayan la carencia, la conquista, el dolor del deseo entendido como
ausencia, un deseo que nos condena a juzgarnos de por vida como animales insatisfechos.
39
Actividades
Cada nuevo invento desplaza a los antiguos en la medida en que el público acude a aquella
técnica que le da más. El cine mató al vodevil, la televisión al radio y el color al blanco y negro.
Las tres dimensiones acabarán sin duda con la bidimensionalidad, y los casetes puede que
maten a la televisión de masas. ¿Cuál es la tendencia general? ¿A qué se llegará en último
término?
Una casete ordinaria produce sonidos y proyecta luz, porque ese es precisamente su
propósito. Pero ¿por qué invadir la esfera de otras personas ajenas a ellos? La casete ideal
sería visible y audible para la persona que la está utilizando, y para nadie más. Las que hoy
existen necesitan una serie de mandos: un botón de encendido y apagado y otros para regular
el color, el volumen, el brillo, el contraste… La dirección del cambio será hacia una
simplificación de los controles. En último término habrá un solo botón…, o ninguno.
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Cabría imaginar una casete que estuviese siempre perfectamente ajustada; que empezara a
funcionar en cuanto uno la mirara; que se parara en cuanto uno dejara de mirarla; que pudiera
avanzar o retroceder deprisa o despacio, a saltos o con repeticiones, a placer del usuario. Qué
duda cabe que ése es el aparato de nuestros sueños: una casete que puede contener
información sobre infinitos temas; que es autónoma, manejable, parsimoniosa en el consumo
de energía, perfectamente privada y sometida en gran medida al control de la voluntad. ¿Será
sólo un sueño? ¿Tendremos algún día una casete así? La respuesta es un sí rotundo. No es que
la vayamos a tener algún día, es que la tenemos ya; para ser más exactos: existe desde hace
siglos. El ideal que he descrito es la palabra impresa: el libro, la revista, un objeto ligero,
privado y manipulable a voluntad.
¿Piensa usted que el libro, a diferencia de la casete, no produce sonido e imágenes? Pues se
equivoca.
Es imposible leer sin oír las palabras en la mente y sin ver las imágenes que producen. Y con la
ventaja de que son sonidos e imágenes propios, no inventados por otros. Las imágenes y el
sonido que ofrecen todos los demás medios de entretenimiento son “congelados”, y tienen un
nivel de detalle que mejora con el avance de la tecnología. El resultado es que los medios
exigen cada vez menos del usuario. Incluso se insertan cuñas musicales y risas pregrabadas
para felicitar determinadas emociones en el cliente sin esfuerzo de su parte. La persona a
quien le cuesta leer (y a la mayoría le cuesta) recurrirá a estos productos “congelados”, y
seguirá siendo un espectador pasivo.
La palabra impresa, por el contrario, presenta un mínimo de información. Todo lo demás tiene
que ponerlo el lector: la entonación de las palabras, la expresión de los rostros, la acción y el
escenario han de ser extraídos de estas sartas de símbolos en blanco y negro. El libro es una
empresa compartida entre el escritor y el lector, como ninguna otra forma de comunicación
puede serlo.
Si usted pertenece a esa pequeña y afortunada minoría para quienes la lectura es fácil y
agradable, el libro, en cualquiera de sus manifestaciones, le será irreemplazable e
indestructible, porque exige participación. Por agradable que sea el papel de espectador,
participar siempre es mejor.
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La lengua sucia
Jaime Etcheverry
11 de mayo de 2014
Desde hace algunos años se está generalizando en los medios de comunicación
el empleo de un lenguaje vulgar y grosero, cuando no abiertamente soez. No se trata
de situaciones excepcionales mediante las que se busca relatar algún hecho particular
o reproducir un diálogo circunstancial, sino del modo en que rutinariamente se dirigen
al público quienes lo hacen desde la radio o la televisión. Los participantes en esas
emisiones también se tratan entre sí recurriendo al más variado repertorio de insultos
e improperios dichos en un tono que trasunta descalificación mutua y hasta violencia.
Lo grave es que, como la escuela prácticamente ha renunciado a enseñar la
lengua porque considera que basta con que los niños la hablen, los verdaderos
maestros de los chicos son hoy esas personas que así se expresan desde los medios de
comunicación. La enseñanza de la lengua en la escuela pretendía introducir a los
alumnos en el manejo de la lengua pública. Pero hoy, al haberse borrado las fronteras
entre lo público y lo privado en todas las actividades sociales, la escuela también ha
desertado de esa tarea y los chicos aprenden la lengua de quienes, para expresarse
públicamente, recurren a un habla que incluso llega a ser aún más crudo que el que
utiliza su propia familia en privado. A propósito de esos nuevos maestros , afirmé en
estas páginas hace más de una década: "El lenguaje vulgar que emplean, que cosifica y
degrada al ser humano, no hace sino reflejar interiores vulgares y hasta ha perdido ya
todo efecto provocador. El repertorio de groserías sucumbe, devaluado por la
inflación. El lenguaje pretendidamente actual , convertido en chic, revela ignorancia,
primitivismo, escaso repertorio de palabras".
En esa misma nota sobre la devaluación de la lengua recurrí a un párrafo de
Vaclav Havel en el que el destacado intelectual checo y ex presidente de su país se
interrogaba: "¿Quién plaga el lenguaje y la conversación con clichés, con una sintaxis
mal estructurada y con expresiones putrefactas que fluyen negligentemente de boca
en boca y de pluma en pluma? ¿No son estos severos ataques al lenguaje también
asaltos contra la raíz de nuestra identidad? ¿Y nosotros, que los usamos bastante
gustosos, no somos también responsables de ellos?" Efectivamente lo somos con
nuestra indiferencia ante esta generalización de lo grosero y chabacano, indiferencia
que esconde en realidad el deseo de aparentar ser más modernos, más desinhibidos,
más desprejuiciados, sobre todo, más jóvenes. Es tal la presión social para justificar
esas prácticas que, ante el peligro cierto de ser acusado de puritanismo, me siento
obligado a aclarar que me mueve a escribir estas líneas la genuina preocupación por la
calidad de las palabras que construyen el mundo interior de las nuevas generaciones.
Porque, como decía el biólogo y Premio Nobel francés François Jacob, "somos una
mezcla de ácidos nucleicos y recuerdos, de sueños y proteínas, de células y palabras".
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Tal vez la mejor síntesis de lo que intento expresar se encuentre en un párrafo
del ensayo La lengua sucia , del intelectual y político venezolano Arturo Uslar Pietri,
que señalaba a mediados del siglo pasado: "La palabrota que ensucia la lengua termina
por ensuciar el espíritu. Quien habla como un patán, terminará por pensar como un
patán y por obrar como un patán. Hay una estrecha e indisoluble relación entre la
palabra, el pensamiento y la acción. No se puede pensar limpiamente, ni ejecutar con
honradez lo que se expresa en los peores términos soeces". Uslar Pietri concluye con
una frase memorable: "Es la palabra lo que crea el clima del pensamiento y las
condiciones de la acción". Gran cierre para una lúcida descripción de las consecuencias
del deterioro de un patrimonio común que no ha hecho sino agravarse con el
transcurrir del tiempo ante la indiferencia cómplice de todos.
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ELOGIO DE LA TRISTEZA, Alejandro Dolina
Cuando uno trata de abordar estos asuntos, es generalmente mal mirado. Las
personas simpaticonas afirman que esas no son cosas para tratar, los comerciantes se
ríen de uno y los maniseros ácratas declaran que la angustia ante la muerte es un
berretín de burgueses. Todos prefieren examinar otros asuntos y hasta hay quienes
manifiestan que la preocupación metafísica es literatura de evasión. Los Hombres
Sensibles de Flores han creído siempre que todos los otros temas son diversiones.
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Todas estas meditaciones tienen por objetivo justificar la tristeza de algunas
personas. Mas aún. Casi puede decirse que cuando más inteligente, profundo y
sensible es un caballero, mayor será su tristeza. Pocos genios han sido alegres.
Por el contrario, las exhortaciones a la alegría suelen proponer la interrupción
del pensamiento. "Es mejor no pensar".
Casi todos los aparatos y artificios que el hombre ha inventado para producir
alegría están destinados también a suspender toda reflexión: las cantinas de la Boca,
las maquinas llamadas Flippers, la música disco, el baile.
Pero hay algo más: la tristeza parece tener más fuerza que la alegría. Una
halagüeña y otra espantosa. Imaginemos que ha acertado en la quiniela y ha muerto
su hermano. Si este señor no es un canalla, prevalecerá la tristeza. El hombre sufrirá
ante la desgracia y no le servirá de consuelo la percepción del premio. Y eso para no
mencionar la evidente mayoría de sucesos desgraciados que esperan a un hombre en
su vida: más veces estará uno frente a la muerte que en posesión de números
premiados.
Aquí el error capital consiste en confundir las arduas cuestiones de la vida real
con los problemas del manual del alumno bonaerense. En la vida no anda uno
extrayendo raíces cuadradas ni buscando soluciones a ejercicios aritméticos. Allí hay
que vérselas con la soledad, la angustia, el desencuentro y la injusticia. Y esos no son
los problemas, sino tragedias y no es que uno se preocupe, sino que se desespera.
Lloraba Solón desconsoladamente la muerte de su hijo.
Tristeza Criolla
En esta tierra, cada vez que un pensador se encuentra ocioso, no encuentra el
mejor ejercicio que imaginar nuevas teorías acerca de la tristeza o alegría de nuestro
pueblo.
En los últimos años, la novedad consiste en sostener que no somos tristes o que,
si lo somos, constituye esto un gran defecto.
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Somos tristes con la tristeza que -según Unamuno- es el precio de la vida
conciente. Y con la tristeza que heredamos de quienes vinieron a conquistar estas
desolaciones. Y con la tristeza hija del resentimiento de quien padecieron
postergaciones. Basta con examinar las obras de los artistas argentinos de todos los
tiempos para advertir que la mayor parte de ellas -y las mejores- son tristes, graves,
austeras. No obstante, puede ocurrir que alguien declare que nos estamos volviendo
alegres y utilice como argumento las carcajadas del público ante los chistes de Porcel o
el júbilo que desata la ecuación de alguna murga.
Somos tristes. Y si alguien tiene alguna duda, que examine atentamente esta
revista que, según se supone, debe ser divertida.
Virtudes de un triste
No esta mal ser triste, los garanto.
El que se entristece se humilla, se baja del caballo, abandona el orgullo.
Quien está triste se ensimisma, reflexiona, piensa. (De donde resulta que la
tristeza es hija y madre de la meditación).
Si me permiten entrar en el pantanoso terreno de la confidencia, les informaré
que suelo elegir a mis amigos entre la gente triste.
Final Feliz
No hemos sido hechos alegres ni tristes, me parece.
En cambio estoy seguro de que hemos sido hechos libres. Podemos elegir entre
la alegría y la tristeza.
Pero, en todo caso, la alegría a la que debemos apostar no es la que significa
olvidar nuestros pesares.
Hay una alegría superior, acaso reservada a muy pocos hombres. Para alcanzarla
hace falta coraje, sabiduría y sentimiento. A veces, santidad.
Ser alegres, a pesar de todo, conociendo nuestro trágico destino: he allí un
desafío para paisanos guapos.
Claro, esa alegría nada tiene que ver con los goles de Kempes, no los programas
de Olmedo. Es triste, pero es así.
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