3 - Fragmentos 1984
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Fragmento 2
El Partido dijo que Oceanía nunca había sido aliada de Eurasia. Él, Winston Smith, sabía que Oceanía había
estado aliada con Eurasia cuatro años antes. Pero, ¿dónde constaba ese conocimiento? Sólo en su propia
conciencia, la cual, en todo caso, iba a ser aniquilada muy pronto. Y si todos los demás aceptaban la mentira
que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y
se convertía en verdad. «El que controla el pasado —decía el slogan del Partido—, controla también el futuro.
El que controla el presente, controla el pasado.» Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza,
nunca había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo.
Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona debía
lograr sobre su propia memoria. A esto le llamaban «control de la realidad». Pero en neolengua había una
palabra especial para ello: doblepensar.
— ¡Descansen! —ladró la instructora, cuya voz parecía ahora menos malhumorada.
Winston dejó caer los brazos de sus costados y volvió a llenar de aire sus pulmones. Su mente se deslizó por
el laberíntico mundo del doblepensar. Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad
mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo
que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la
moralidad mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el Partido es el guardián de
la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a la
memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al
procedimiento mismo. Ésta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la
inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de
autosugestión. Incluso comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar.
Fragmentos de 1984 de George Orwell
1º Bachillerato – Literatura Universal
Fragmento 3
Winston comprendió, por la respiración de Julia, que estaba a punto de volverse a dormir. Le habría gustado
seguirle contando cosas de su madre. No suponía, basándose en lo que podía recordar de ella, que hubiera
sido una mujer extraordinaria, ni siquiera inteligente. Sin embargo, estaba seguro de que su madre poseía
una especie de nobleza, de pureza, sólo por el hecho de regirse por normas privadas. Los sentimientos de ella
eran realmente suyos y no los que el Estado le mandaba tener. No se le habría ocurrido pensar que una acción
ineficaz, sin consecuencias prácticas, careciera por ello de sentido. Cuando se amaba a alguien, se le amaba
por él mismo, y si no había nada más que darle, siempre se le podía dar amor. Cuando él se había apoderado
de todo el chocolate, su madre abrazó a la niña con inmensa ternura. Aquel acto no cambiaba nada, no servía
para producir más chocolate, no podía evitar la muerte de la niña ni la de ella, pero a la madre le parecía
natural realizarlo. La mujer refugiada en aquel barco (en el noticiario) también había protegido al niño con
sus brazos, con lo cual podía salvarlo de las balas con la misma eficacia que si lo hubiera cubierto con un
papel. Lo terrible era que el Partido había persuadido a la gente de que los simples impulsos y sentimientos
de nada servían. Cuando se estaba bajo las garras del Partido, nada importaba lo que se sintiera o se dejara
de sentir, lo que se hiciera o se dejara de hacer. Cuanto le sucedía a uno se desvanecía y ni tú ni tus acciones
volvían a figurar para nada. Te apartaban, con toda limpieza, del curso de la historia. Sin embargo, hacía sólo
dos generaciones, se dejaban gobernar por sentimientos privados que nadie ponía en duda. Lo que importaba
eran las relaciones humanas, y un gesto completamente inútil, un abrazo, una lágrima, una palabra cariñosa
dirigida a un moribundo, poseían un valor en sí. De pronto pensó Winston que los proles seguían con sus
sentimientos y emociones. No eran leales a un Partido, a un país ni a un ideal, sino que se guardaban mutua
lealtad unos a otros. Por primera vez en su vida, Winston no despreció a los proles ni los creyó sólo una fuerza
inerte. Algún día muy remoto recobrarían sus fuerzas y se lanzarían a la regeneración del mundo. Los proles
continuaban siendo humanos. No se habían endurecido por dentro. Se habían atenido a las emociones
primitivas que él, Winston, tenía que aprender de nuevo por un esfuerzo consciente. Y al pensar esto, recordó
que unas semanas antes había visto sobre el pavimento una mano arrancada en un bombardeo y que la había
apartado con el pie tirándola a la alcantarilla como si fuera un inservible troncho de lechuga.