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La Teoria Organicista Del Estado Como Germen de La

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LA TEORIA ORGANICISTA DEL ESTADO

COMO GERMEN DE LA
GEOPOLÍTICA
Coronel

JOSE ROBERTO IBAÑEZ SANCHEZ

El objeto del estudio de la geopolítica es el conocimiento


de las relaciones naturaleza-instituciones políticas, o mejor de
la influencia de los factores geográficos, económicos, sociales,
etc., en la vida del Estado para obtener conclusiones de carác-
ter político que permitan encausarlo hacia el logro de sus fines
generales y particulares. Por tanto el principal interés de la geo-
política se centra en el Estado, al cual estudia metódica y es-
tructuralmente, porque sólo así puede saberse cómo interac-
túan en él los diversos factores y medir su dinámica y efectos
generales. Caso contrario sería como si la ciencia médica pre-
tendiera diagnosticar y formular pacientes sin enseñar a los
médicos anatomía humana.
La interdependencia y complejidad de los conocimientos
científicos, su metodología y las concepciones modernas en lo
político, económico y social, así como las distancias entre las
ideas y los hechos, hace que el estudio o análisis de cualquiera
de esas áreas del saber, tenga que remontarse a sus gérmenes
más primigenios: máxime el Estado, que por ser la más impor-
tante realidad política, es, en primera instancia fruto de la
formación y la evolución social de la humanidad. Pero, si la

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historia más remota del Estado nos puede remontar a los pro-
pios orígenes de la sociedad, las diferentes doctrinas políticas
se sistematizan y estructuran hasta la edad moderna. Podemos
comparar la antigiiedad de la organización política y la apa-
rición reciente de las teorías políticas; porque el cuestiona-
miento metódico con relación a la racionalidad, finalidad y
aplicabilidad de las formas de organización política es necesa-
riamente posterior a la aparición y desarrollo de tales formas.
Por ello un estudio del Estado debe planearse en función de la
diferencia cronológica entre su realidad y su teoría, aun cuando
antes de la aparición de la ciencia política, hubieran aflorado
ideas o puntos de vista sobre la sociedad políticamente orga-
nizada, las cuales por carecer de visión de conjunto de siste-
matización, de vocación y explicación científica no podemos
considerarlas como doctrina o escuela política. La humanidad
ha realizado su historia condicionada por toda una serie de
limitaciones que le han obstaculizado la plena posibilidad de
hacerla tal como lo hubiera querido.

El Estado como expresión de la comunidad políticamente


organizada tiene dos concepciones fundamentales, una de ca-
rácter general como sociedad humana y otra más estricta co-
mo fuente de poder, pero ambas están profundamente relacio-
nadas y son de todas formas resultado de la evolución social
del hombre desde sus más remotos orígenes; evolución que si
bien puede guardar algunas similitudes en las diversas socie-
dades, cronológicamente no ha sido ni mucho menos uniforme;
baste con decir cómo, mientras la Europa del siglo XV se
adentraba por los elevados caminos del renacimiento y del
Estado moderno, la América precolombina vivía estadios so-
ciales, que iban desde el salvajismo de miles y miles de años
atrás, hasta modelos, tan adelantados como los de los pueblos
medio-orientales donde surgieron las primeras civilizaciones.

La mayoría de tratadistas de la teoría del Estado coinciden


en establecer que las diversas ideas que se tienen sobre el orj-
gen del Estado pueden canalizarse en tres grandes teorías: La
organicista según la cual el Estado es independiente de las
personas y anterior a ellas. La teoría contractual o atomista
que dice que el Estado es una creación de los individuos,
mediante convenciones según las cuales ellos delegaron parte

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de su libertad y poder al Estado para poder convivir. La
tercera teoría es la formalista, trata de conciliar las dos ante-
riores afirmando que el Estado es una formación jurídica.
Las dos primeras concepciones son antagónicas, pues mien-
tras la teoría organicista coloca al Estado por encima del indi-
viduo, la segunda subordina su existencia y poder al que los
individuos quieran darle. Veamos cada una de ellas separa-
damente.

Teoría Organicista del Estado


Las teorías organicistas explican el origen de la sociedad
política por hechos naturales, ajenos a la voluntad del hombre,
que son causa eficiente próxima de esa sociedad. Y como causa
remota considera al hombre social por naturaleza, es decir,
que vive en sociedad por el simple hecho de ser hombre. De
Aristóteles es la conocida frase: “El hombre es un animal po-
lítico”, para significar que el hombre es elemento inseparable
de “la polis” o Estado y que no puede desarrollar su vida hu-
mana si no es dentro del marco social. No quiero sostener que
Aristóteles fuera totalitario, puesto que en el seno del Estado
el ciudadano debía disfrutar sus derechos; sin embargo, el
sabio Estagirita no fue partidario de la igualdad y consideró
la esclavitud como un hecho natural. Además, a él se deben
las primeras concepciones organicistas del Estado cuando sos-
tuvo que los hombres nacieron para ocupar un lugar determi-
nado en la sociedad y que un Estado bueno será aquel en el
cual todos los hombres ocupen el lugar que, para cada una
ellos le designó la naturaleza.

Los hechos productores de la sociedad política pudieron


ser la vecindad, el lugar, el dominio del territorio, el paren-
tesco (gens) o un hecho de fuerza. En la historia hay Estados
generados en esta suerte de hechos.
Partiendo de la posición aristotélica, las teorías orgánicas
consideran al Estado como un organismo físico. “¿Por qué,
decía Santamaría, no hemos de designar con el nombre de or-
ganismo a éste conjunto de órganos del Estado, si por organis-
mo entendemos un conjunto de órganos ordenados sistemáti-
camente que constituyen y representan una unidad vital? El

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que se llame organismos a las plantas o a los animales ¿habrá
de impedirnos afirmar que el Estado es, o mejor dicho, tiene
un organismo?”. De esta forma, el Estado es similar a un orga-
nismo, porque tiene multiplicidad de órganos que jerarquiza-
dos e interrelacionados cumplen una variedad de funciones
y con su acción concurren a mantener la vida del todo. Por
tanto, la sociedad es una unidad orgánica en la cual los indi-
viduos mantienen relaciones de miembros y sólo pueden ser
comprendidos partiendo de la naturaleza del todo.

Bajo el influjo de las anteriores ideas que asimilan al


Estado con un organismo vivo, se llegó finalmente a quienes
identifican estos dos conceptos; Spencer y otros notables fi-
lósofos especialmente alemanes, consideraron a la sociedad
y al Estado, dotada de las mismas funciones y órganos que
un organismo físico. Ya Aristóteles había comparado el orga-
nismo animal a una ciudad bien ordenada, comparación que
basta invertir para tener la concepción organicista. Y final-
mente no han faltado los que sostienen la doctrina superorgá-
nica o psicológica que considera a la sociedad y al Estado
como algo superior al organismo físico. Lilienfeld afirmó que
el organismo social es el superior y más desenvuelto de los
organismos existentes, y Guillermo Federico Hegel dijo que
el sujeto en la historia es el pueblo organizado en Estado y
solo en este se obtiene el máximo nivel humano.

Las teorías organicistas de comparación e identificación


del Estado con los organismos físicos, dieron margen para
que se aplicaran a la sociedad doctrinas de evolución y leyes
de desarrollo. Augusto Comte formuló tres momentos o perío-
dos sucesivos: el teleológico, el metafísico y el positivo; Spencer
aplicó al organismo social la evolución como si fuera cualquier
otro organismo, lo cual determina la lucha por la existencia y
el triunfo de los más fuertes, así se llegó a Nietzche con el
mito del superhombre.

Pero además, las doctrinas organicistas a veces se presen-


tan adornadas de espiritualidad. El Estado presenta una uni-
dad o personalidad moral, con voluntad propia que es ética-
mente la más valiosa. Tal consideración nos lleva a pensar que

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la comunidad política tendría un alma independiente de los
individuos, una conciencia colectiva y una voluntad también
independiente.

Otros aspectos que determinaron estas concepciones orga-


nicistas fueron los modos de desarrollo orgánico de la sociedad,
según los cuales, la sociedad y consecuentemente el Estado
nace, crece, decae y muere; porque son fenómenos propios de
todos los organismos compuestos que son finitos y temporales.
El positivismo pretende que este desarrollo ha sido y debe se-
guir como en todos los organismos, tres períodos que denomi-
na la unidad, la variedad y la armonía, períodos con los cuales
intenta exponer la historia universal.

Algunos critican al organicismo biológico señalando varias


situaciones: en primer lugar, que las sociedades en la medida
que se desarrollan se aferran más a un territorio determinado,
es decir se hacen más territoriales, lo cual es contrario al ente
biológico. En segundo lugar, que la sociedad más alta es la
que menos sufre por la pérdida de un órgano; y, en tercer
lugar, el Estado no es un ente concreto, sus elementos no
tienen un sitio fijo, gozan de independencia en proporción al
desarrollo social; por ende, en la sociedad política son posi-
bles ciertos fenómenos que no tienen equivalencia en el orga-
nismo vivo. Finalmente el ente biológico tiene un solo fin, la
vida del todo, las partes no tienen valor sino en cuanto llevan
a mantener la vida del todo; la sociedad política, en cambio,
pese a que tiene sus propios fines, solo se entiende si sirve
al bien de las personas; todo individuo no es sólo un medio,
sino también un fin en sí mismo con valor absoluto.

A las teorías organicistas están adscritas en mayor o me-


nor medida fuera de los ya nombrados Aristóteles, Comte.
Spencer y Hegel, Worms, Lilienfeld y otros. Esta teoría es la
base fundamental para la estructuración de la geopolítica a
comienzos del presente siglo.

Concepción contractual o atomista


Parte de concebir a la sociedad sólo como a una suma de
individuos, el grupo carece de realidad por cuanto se consi-

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ol

dera una ficción, una abstracción; la sociedad carece de vida


propia porque no hay más vida que la de los individuos que
la integran.
Describe una etapa prepolítica de la sociedad, llamada
“estado de naturaleza, sin politicidad. Sólo más tarde por vo-
luntad de los individuos se habría realizado un “contrato o
pacto social” en el cual la convivencia quedó organizada. Pero
no todos los gestores o adscritos a esta teoría tienen igual idea
sobre el estado de naturaleza del hombre, previo a la forma-
ción de la sociedad política, para Hobbes, tal estadio estuvo
dado por una guerra de todos contra todos “Homus homini
Lupus”, Locke tiene una versión menos pesimista del estado
prepolítico y habla del sentido común que todo hombre posee
y lo conduce a superar los conflictos de intereses de la vida
social. Y, finalmente Rousseau afirma: “el hombre es bueno
por condición natural y solamente las circunstancias histórico-
sociales inadecuadas a la exigencia de su naturaleza le han
viciado”.
El enfoque diferente del estado de naturaleza lleva a
paralela diferencia del poder político: Hobbes con su pesimis-
mo postula un gobierno autocrático sintetizado en su famosa
frase: “gobierno absoluto o caos”. El ecléctico Locke afirma
que en el pacto social solamente delega en el poder político
aquella libertad indispensable para la convivencia; por eso la
monarquía constitucional es su fórmula. El idealista Rousseau
enmarca la teoría diciendo que del estado de naturaleza se
pasa a la sociedad como si los hombres vivieran en él, a la
erección de un poder que no es el de un solo individuo que se
impone a los demás con facultades soberanas derivadas del
pacto, sino que es el poder de la ley expresión de la voluntad
general; divaga entre la democracia directa o el absolutismo
democrático.

Un enfoque distinto pero que también concibe una etapa


prepolítica, corresponde al marxismo, por cuanto a la luz de
esta teoría la sociedad política emerge cuando se escinde en
clases sociales, para Marx y Engels, el Estado es el resultado
de la evolución social en la cual la propiedad y los privilegios
quedaron desigualmente distribuidos. Las clases superiores de-
tentan la propiedad y los medios de producción, tierras, fá-

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bricas, etc., aun cuando no gobiernan directamente sino a
través de una institución social, el Estado, conservan siempre
una ventaja y de manera indirecta unifican las diferentes
formas de poder bajo su mando. Por eso, para el marxismo el
Estado es un instrumento de dominación de una clase a otra
bajo el régimen burgués o capitalista, pero en cambio en el
modelo socialista, el Estado sirve al proletariado que es la
inmensa mayoría, con miras a llegar, al comunismo o sociedad
sin clases donde necesariamente desaparecerá el Estado.

Concepción Formalista del Estado


Concibe al Estado como una formación jurídica, dice so-
bre el particular Kelsen: “He desarrollado la tesis de que Esta-
do y Derecho coinciden, en tanto que el Estado como orden
es idéntico a la ordenación jurídica —ya total, ya parcial— y
de que el Estado como sujeto jurídico o persona, no es más que
la personificación del orden jurídico —ya total, ya parcial—,
Ahora bien, estas tesis contradicen la opinión corriente según
la cual, Estado o Derecho son dos cosas distintas, que se en-
cuentran unidas de una cierta manera. Ordinariamente se con-
cibe al Estado, como “soporte”, “creador” y “protector” del
Derecho; se hace preceder temporalmente el Estado al Dere-
cho; y se dice que más tarde —en el proceso histórico— se
somete más o menos voluntariamente al Derecho; a su propio
derecho; o por así decirlo, se obliga a sí mismo jurídicamente.
La construcción teórica correcta de esta relación entre Derecho
y Estado, ha sido considerada, como el problema más difícil
de la teoría del Estado, la cual no ha sabido aportar hasta
ahora más que resultados llenos de contradicciones. Y esto es
harto comprensible, pues el dualismo entre Derecho y Estado
es sólo uno de los numerosos ejemplos de duplicación de un
objeto de conocimiento, de los cuales está llena la historia del
espíritu humano”.
Por lo anterior, la teoría jurídica del Estado es una especie
de conciliación entre las concepciones organicistas y contrac-
tualistas del Estado, pero no como simple intento para con-
jugarlas o armonizarlas sino como una síntesis de la contra-
dicción entre las dos. No es que el Estado aparezca antes que
el individuo, ni que los individuos mediante pacto voluntaria-

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mente den nacimiento al Estado; es que del hecho de vivir en
sociedad surge la necesidad de establecer un sistema normati-
vo en aras de la convivencia. El Estado y consecuentemente el
Derecho, emanan de la sociedad y por tanto resulta inocuo
preguntar cuál existió primero, sólo se puede comprender la
naturaleza de una Institución social si se considera como un
orden que regula la conducta humana.

Teorías del Estado y Geopolítica


Las teorías organicistas del Estado que, asimilan o iden-
tifican a la sociedad política con el organismo vivo y aun
llegan a considerarla como ente superorgánico, a finales del
pasado y comienzos del presente siglo, se aunaron con las nue-
vas dimensiones de la geografía política para consolidarse y
sistematizarse en una nueva ciencia, LA GEOPOLITICA, en
cuyo proceso influyeron además las concepciones Darwinianas,
el determinismo Hegeliano y el método científico de la Escuela
positiva. Fueron sus gestores: El científico alemán Federico
Ratzel, el Almirante norteamericano Alfred Mahan, el profesor
británico Halford Mackinder, y el profesor sueco Rudolf Kjellen
a quien cupo la gloria de bautizar la nueva ciencia, en su obra
aparecida en 1916 “El Estado como manifestación de Vida”,
en la cual concibe al Estado como un organismo vivo o “un
fenómeno en el espacio”.

Sin embargo, el hecho de que la geopolítica hubiera teni-


do su gestación y nacimiento en la Alemania guerrera de este
siglo, nación que agobiada por sus necesidades y aspiraciones
particulares, no dudó en tomar las lecciones de esta ciencia en
beneficio propio, con sentido reivindicatorio y expansionista,
que llevó a desencadenar las dos grandes hecatombes mundia-
les, hizo creer a las democracias, que la Geopolítica era deter-
minística e imperialista y por tanto una seudociencia o ciencia
nazi. Por eso en Europa Occidental y en América se conoció
más como reacción frente a las ideas nacional-socialistas que
que como fuente organizada y cierta de conocimientos. Pero
mientras esto ocurrió en Occidente, la Unión Soviética sí supo
comprender y medir la importancia de la Geopolítica y la
estudió profunda y extensamente, obteniendo al concluir la

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Segunda Guerra Mundial, los frutos que no alcanzó la Alema-
nia de Hitler. “Las fronteras del comunismo se corrieron mil
kilómetros al Oeste” afirmaba Arnold Toynbee.
Sólo hasta cuando Occidente despertó de su letargo, la
Geopolítica cobró su debida importancia y actualmente se es-
tudia e investiga en profundidad y se procura su utilidad prác-
tica en todos los países desarrollados y en otros que luchan
por salir del subdesarrollo. Desafortunadamente en Colombia
el conocimiento de esta ciencia prosigue limitado a reducidos
círculos políticos e intelectuales, incomprendido o equivocada-
mente interpretado. Con toda razón un notable expresidente
colombiano sostenía recientemente, cómo uno de los mayores
problemas en la proyección de Colombia, radicaba en la falta
de conciencia geopolítica de sus dirigentes, en la ignorancia del
pueblo y desinterés de sus líderes por comprender la impor-
tancia de nuestra posición continental y mundial.

El concepto determinístico de la geopolítica ha sido reva-


luado significativamente por otras corrientes del pensamiento
político contemporáneo no germánico, hasta el punto de que
la geopolítica estudia no sólo la influencia que ejerce en el
Estado los factores geográficos, sino también la que motivan
los factores sociales, económicos, etc., con miras a obtener
conclusiones políticas que permitan al estadista, conducir y
orientar acertadamente al Estado y al politólogo estudiar sus
fenómenos objetivamente y formular soluciones acordes con
la realidad socio-económica.
Resulta entonces la Geopolítica de suma importancia no
sólo para el estadista y politólogo sino para el internacionalis-
ta, para el simple abogado, para el sociólogo, para el econo-
mista, para el periodista, para el militar y en general para
todo hombre culto que desee servir eficientemente a su Patria;
por cuanto esta ciencia le va a permitir el conocimiento de los
múltiples factores que influyen decisivamente en la vida del
país y frecuentemente determinan su destino. Sólo así se lo-
grará la verdadera identidad nacional y se podrán mantener
y obtener con facilidad los objetivos y fines para los cuales se
constituyó y organizó políticamente la comunidad.

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