Qdukof Thereturn LL
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previo del autor.
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
Historias De Los Hijos
Sinopsis
Malcom Aldrich, duque de Kent, no puede perdonar la traición de Hailee Gambarini y aceptar
al vástago que engendró bajo engaños, por lo que tiene pensado sacarlos de su vida y de
Inglaterra para siempre.
Después de diez años viajando por el continente, Malcom debe volver a Londres para inventar
la trágica muerte de su esposa y primogénito, y así poder acomodar silenciosamente como su
nuevo heredero al hijo bastardo que está en camino. No obstante, nunca se imaginó que volver a
verla generaría un sinfín de contradicciones en su ser, ni mucho menos que Hailee se mostraría
tan ansiosa y dispuesta a hacer lo que fuera con tal de obtener su preciada libertad.
Prólogo
Cuando su padre le sugirió que siguiera a su corazón y luchara por el amor de Malcom, ella
nunca se imaginó que detrás de esa insinuación estaba la idea de atrapar al único hijo de un
duque. Ahora entendía por qué su padre aceptaba que saliera todas las tardes para encontrarse
con Malcom, él lo planeó todo desde un principio y ella fue lo suficientemente estúpida como
para creer que sería aceptada por el marqués de Sutherland.
Una nueva lágrima se deslizó por su pálida mejilla y observó al bebé que ahora mismo tenía
en brazos y dormía plácidamente contra su pecho. Hace cuatro días, ella habría dado todo lo que
tenía por volver a ser Hailee Gambarini y dejar de ser la marquesa de Sutherland, pero ahora…
¿cómo era posible que un ser tan pequeño pudiera generar tanto amor en su corazón?
Era una locura, ¿estaría lista para poder criar a ese niño y enseñarle todo lo necesario para
convertirlo en un hombre de bien?
«Puedo hacerlo, haré lo que sea por él», decretó para sí misma y dejó un casto beso en la
frente de su hijo. El niño llevaba tres días junto a ella y aún no había podido ponerle un nombre,
puesto que esa era la tarea del marqués y él no había ido a verlo.
—Me gusta Connor —confesó con voz suave, acariciando la pequeña naricita de su bebé.
Le encantaba ese nombre, pero ella no tenía el derecho de nombrarlo sin el permiso de su
esposo y dudaba mucho que Malcom apoyara su idea. Él la odiaba con cada fibra de su ser y la
clara prueba de ello era que, desde el día de su boda, no había vuelto a saber más del pelinegro.
«Te quedaste con el título, pero ten por seguro que jamás tendrás mi respeto».
Otra lágrima rebelde se escapó de la comisura de su ojo y ella negó lentamente con la cabeza.
Cometió un terrible error al enamorarse del hijo de un duque, siendo ella la simple hija de un
comerciante sediento de poder.
Las puertas de su habitación se abrieron y la temperatura de la estancia disminuyó a escalas
mayores y ella no supo si fue por el azotador invierno o por el hecho de que su marido acababa
de hacer acto de presencia en Kent Abbey. Dos criadas ingresaron detrás del marqués y Hailee
abandonó su lugar con esfuerzo, aún con su hijo en brazos.
—Milord —musitó con voz débil y se alarmó al ver que su atuendo era totalmente negro. Un
horrible escalofrío recorrió su espina dorsal y se preguntó dónde estaría su suegro, él se había
mostrado muy ansioso con la llegada de su primer nieto—. ¿Y su excelencia? —se atrevió a
preguntar y Malcom le regaló una cínica sonrisa.
—¿Quién lo diría, Hailee? Hasta para engendrar un varón tuviste suerte. —Aferró a su hijo
contra su pecho, sintiendo el inminente peligro—. Mi padre falleció el mismo día que el
primogénito nació.
«Eres una buena chica, Hailee, de verdad te aprecio y respeto y me alegra que seas la esposa
de mi hijo. Te doy mi palabra que, mientras yo esté vivo, ustedes estarán seguros bajo mi
cuidado».
Isambard Aldrich abandonó este mundo sin conocer a su nieto y ahora mismo se sentía más
desprotegida que nunca, dado que su padre le había advertido que nunca le abriría las puertas de
su casa porque su deber era quedarse junto a su esposo.
—Él me dio una razón para celebrar —la voz de su esposo la arrancó de su ensimismamiento
— y tú una para recordar el gran problema que representas en mi vida.
—No lo entiendo —trató de mantenerse serena, pero sujetó a su hijo con mayor firmeza.
—Ya no hay nadie que los proteja —se rio en su cara y chasqueó la lengua, entretenido—.
Las criadas empacarán tus cosas y te irás con tu vástago mañana mismo, ¿me entiendes?
—Tu dote me ayudará a levantar el título y sacarlo de la ruina, por lo que solo te daré diez
libras para que busques un lugar donde quedarte por el momento.
—Los mataré a ambos cuando lo crea conveniente. —Hailee palideció y no supo qué pensar
al ver cómo el alto pelinegro rompía en una sonora carcajada—. Algún día volveré con un nuevo
heredero y tú y él saldrán de mi vida cuando yo anuncie su trágica muerte. Los mandaré lejos de
Londres, a no ser que prefieras que los envíe muchos metros bajo tierra.
—Te devolveré tus nueve mil novecientas noventa libras a mi regreso. Tómalo como un
préstamo, con eso ambos podrán irse y empezar de cero en un lugar donde no me estorben y no
tenga que verlos.
«A no ser que prefieras que los envíe muchos metros bajo tierra».
Debía alejarse de ese lugar lo antes posible, no quería que el nuevo duque de Kent cambiara
de parecer, pero…
—Si salgo ahora él se enfermará —confesó su mayor temor, tal vez si pudiera darle un poco
de tiempo para encontrar un buen lugar donde vivir—. No tengo a donde ir, mi padre no nos
recibirá.
¿Cómo era posible que ella amara tanto a su hijo y él lo odiara de esa manera?
Tragó su amargura al ver como las doncellas preparaban sus baúles sin reparo alguno. En ese
lugar, sin la aprobación del duque, ella no era nadie importante.
Los ojos verdosos del hombre que creyó amar en el pasado no dejaron de mirarla con
desprecio.
—No se puede rechazar algo que nunca reconocí.
—Es tu hijo, el niño que quisiste tener cuando mi padre se ensañó en que me casara con tan
solo diecisiete años.
—Malcom...
—¡No me llames así! —Se encogió en su lugar y se alarmó al oír el llanto de su hijo—. Mi
padre está muerto y tú vuelves a ser una Gambarini junto a ese niño que quiero fuera de mi casa
mañana mismo, ¿me entiendes?
—Pero…
—Te prohíbo mencionar nuestro matrimonio, tú no eres una Aldrich, ¿me entiendes? Si llego
a descubrir que revelaste nuestra unión, te juro que no verás ni un solo penique de tu dote.
Dichas esas palabras el nuevo duque de Kent abandonó la habitación y Hailee se quedó
mirando a su pequeño por largos segundos.
Ella haría hasta lo imposible por protegerlo y esperaría ansiosamente por el regreso del duque.
Sólo esperaba, de todo corazón, que eso no tomara más tiempo del necesario.
Capítulo 1
Malcom debía admitir que su regreso a Kent había tomado más tiempo del esperado, pero el
lidiar con un ducado en quiebra no era una tarea sencilla y ahora que por fin su economía estaba
totalmente estable, podría devolver las asquerosas diez mil libras por las que se casó con una
joven vulgar y sin linaje familiar.
Jamás olvidaría como su padre lo arrojó a la boca del león por un poco de dinero. No le
importó el qué dirán ni las represalias que caerían sobre él por casarse con la hija de un simple
comerciante. Isambard Aldrich sólo pensó en el camino más sencillo para saldar las deudas que
adquirió gracias a sus vicios.
Al final su padre falleció el mismo día que el vástago de Hailee nació y eso le permitió
mantener todo con un perfil bajo y en secreto. Por supuesto, el rey, la corte y todo Londres
sabían que estaba casado y tenía un hijo, pero ninguno de ellos se imaginaba que pronto su
esposa moriría en labor de parto y su primogénito la seguiría debido a la fiebre, dejando así a su
último hijo como único heredero.
Se reclinó en el gran asiento de su escritorio y le dio un sorbo a su copa de coñac. Todo estaba
marchando tal y como lo había planeado. En unas semanas Gwendoly daría a luz a su preciado y
muy esperado varón y Malcom sacaría a Hailee y su vástago de su vida y mente para siempre.
Tal vez su regreso le tomó diez años, pero si de algo estaba seguro, era de que no le tomaría ni
un mes hacer que la rubia y el muchacho abandonaran Inglaterra.
—¿Estás seguro de lo que dices, Philips? —arrastró sus palabras, estudiando el aspecto
avejentado de su mayordomo, quien curiosamente se veía más nervioso de lo normal.
El hombre llevaba trabajando para su familia toda una vida y conocía la historia mejor que
nadie, por lo que estaba muy al tanto de quién era Hailee y lo que tenía pensado hacer con la
rubia y su hijo a partir de ahora.
—¿Tiene una casa? —Había esperado encontrarla trabajando a tiempo completo en una
posada o algo por el estilo—. ¿Crees que esté al tanto de mi regreso? —Ella vivía a dos millas
del pueblo, lo que quería decir que su casa estaba a unos quince minutos a caballo de Kent
Abbey.
—No lo creo, su excelencia —musitó—. Desde el día que usted la echó, ella no ha intentado
acercarse a sus tierras. —Al menos era sensata, porque de haberlo hecho, su gente tenía órdenes
expresas de echarla—. No tenemos contacto alguno con su espo... con la señorita Gambarini —
se corrigió al ver la ira inconfundible en los ojos verdes de su patrón.
—¿Tienes idea de cómo se gana la vida? —Acarició el papel que le entregó, aún no entendía
cómo era posible que ella tuviera una residencia—. Philips —insistió al ver como pasaba su peso
de un pie a otro.
—Tengo entendido que vende pan y galletas a diferentes negocios del pueblo.
—¿Es una panadera? —Grandioso, no había esperado un trabajo más humillante para esa
mujer.
—Hace lo que puede, su excelencia. —Malcom achicó los ojos al ver la hostilidad en el rostro
de su mayordomo—. Al menos es un trabajo honrado —añadió, aprovechándose de la paciencia
que siempre tenía con su persona.
—¿Algo en específico que quiera saber, su excelencia? —lo provocó—. Llevamos años
compartiendo correspondencia y nunca me hizo ninguna pregunta referente a la señorita
Gambarini y su hijo.
Hace diez años, Hailee le había parecido la criatura más hermosa que hubiera visto en su vida
—aunque debía admitir que a sus diecisiete años él no sabía nada de mujeres—, ¿cómo le habría
tratado la vida?
Lo más probable era que la vida le hubiera enseñado una lección del por qué una mujer de su
clase no podía aspirar a un hombre como él.
—¿Quién eres? Nunca antes te he visto por aquí. —Malcom se acercó a la cascada y la
diminuta rubia que estaba de rodillas en la orilla del lago respingó en su lugar y giró el rostro
en su dirección.
Era muy bonita, definitivamente era nueva por estos lares. Malcom nunca antes había visto
una cabellera rubia tan pálida y reluciente, ni mucho menos un rostro tan angelical y perfecto.
—Lo siento —musitó apenada—. Soy Hailee Gambarini, acabo de mudarme a Kent junto a
mi padre. No sabía que estos eran tus dominios.
La joven se incorporó y Malcom se percató de que no era nada diminuta, Hailee era una
mujer alta y poseía un cuerpo muy bonito.
—¿Y tú eres? —Le regaló una pícara sonrisa y Malcom se dio cuenta de que no era tan
tímida como parecía.
—Malcom Aldrich. —Evitó mencionar su título y se acercó a ella con mayor ímpetu. Era un
chico alto, por lo que la altura de la muchacha no lo cohibió—. ¿Qué edad tienes, Hailee? —Se
tomó la libertad de llamarla por su nombre de pila y ella ensanchó su sonrisa.
Ahora fue él quien respingó, al parecer ella pensaba seguir su ejemplo y dejar las
formalidades de lado.
—Diecisiete.
—Es un gusto conocerte. —Le extendió la mano—. Espero que podamos ser buenos amigos.
—No muy seguro aceptó la delicada mano y se quedó observando los ojos color cielo con
demasiada atención.
Ella era como un ángel, pero su falta de cordura y educación era evidente.
¿Es que en su casa no le enseñaron que no debía confiar en extraños ni mucho menos
sonreírles de esa manera?
Maldita la hora que se encontraron aquella tarde y maldita la hora que él regresó al día
siguiente a la misma hora para verla de nuevo.
«Es una campesina, aléjate de ella, Malcom», le había ordenado su difunta madre al descubrir
la extraña amistad que tenía con Hailee y en un principio él la obedeció. Evadió a la rubia por
meses, hasta que un día su madre se enfermó y en menos de una semana lo abandonó para
siempre. La tristeza lo había consumido de tal manera que terminó en la cascada, esperando su
llegada para recibir un poco de consuelo.
—Ella te cuidará desde el cielo —le dijo con demasiada ternura, mientras acariciaba su nuca
con paciencia—. Puedes llorar, Malcom.
—Eso es absurdo, hombre o mujer, eres un ser humano y mereces expresar tus sentimientos.
—Sus palabras lo hicieron tiritar sin control alguno y por breves minutos dejó que sus
emociones lo gobernaran y lloró en silencio.
Su padre ni siquiera había llegado para el entierro de su madre y todo porque seguramente
estaba malditamente borracho en algún club de mala muerte en Londres.
—Ella te odiaba —confesó cuando se sintió lo suficientemente listo para hablar y Hailee
rompió el abrazo para buscarlo con la mirada.
—Soy el hijo del duque de Kent —confesó y los ojos color cielo se abrieron con sorpresa—.
No es adecuado que entre nosotros dos exista una amistad.
—No quiero terminar con nuestra amistad —musitó con voz ronca y entrelazó sus manos—.
Fuiste a la primera persona que vine a buscar después de que mi madre falleciera, de verdad me
gusta estar contigo. Todo este tiempo te extrañé como no tienes idea, Hailee.
—Dime Malcom. —Ella dudó, pero terminó asintiendo—. ¿Entonces podemos ser buenos
amigos?
—Por supuesto —musitó y por alguna extraña razón Malcom volvió a abrazarla.
—¿Cómo te sientes? —tomó asiento en el sillón que estaba junto a la cama y Gwendoly
torció los labios con disgusto.
Gwendoly era una mujer hermosa de cabellera rubia y ojos celestes, pero incluso así nunca le
recordó a Hailee, porque desde el primer día que se conocieron, sus ojos brillaron con astucia y
exteriorizaron el deseo que sentía por él.
Le había tomado un poco de tiempo decidirse, pero finalmente la hizo su querida y después de
dos meses de relación, ella le comunicó sobre su embarazo, algo que sinceramente no había
esperado, pero que de todas formas le sirvió para adelantar su regreso a Kent.
—No falta mucho, una vez que me entregues a mi hijo, ten por seguro que tendrás la vida que
deseas.
La rubia sonrió con un deje de satisfacción, pero incluso así no pudo esconder el malestar que
estaba sintiendo debido al embarazo.
¿Habría sido así de difícil para Hailee hace diez años?
Malcom no tenía la menor idea de cómo era un embarazo, no estuvo junto a Hailee cuando
nació su primer hijo, pero el doctor le había informado que todo estaba en orden y que en pocas
semanas tendría a su hijo en brazos.
—¿Y si es una niña? —inquirió la rubia, generándole una terrible tensión en los hombros—,
¿también me darás todo lo que yo quiera?
Nunca quiso tener hijas, su padre siempre las denominó como un fastidio y un gran gasto.
—Será varón. —Estaba seguro de ello—. Dentro de poco Zachary Aldrich, marqués de
Sutherland, le pondrá fin al horrible silencio que reina en esta casa.
Gwendoly iba a darle un niño saludable y Malcom no tenía la menor duda de ello.
Debido al delicado estado de Gwendoly, Malcom volvió a cenar solo en el gran comedor y
saboreó en silencio del vino que le sirvieron esa noche, preguntándose si en algún determinado
momento empezaría a disfrutar de verdad de toda la fortuna que acumuló en los últimos años.
Los viajes, las juergas y las mujeres eran una distracción agradable, pero no lo llenaban por
completo. Podría jurar que su padre, incluso con un sinfín de deudas encima, fue más feliz de lo
que él estaba siendo ahora mismo mientras estuvo con vida.
—Philips.
—¿Sí, milord?
No tenía nada en contra del cordero, pero por alguna extraña razón prefería degustar algo
dulce.
—Estuvo bien, pero quiero las galletas —zanjó y su mayordomo carraspeó con nerviosismo.
Malcom enarcó una ceja—. ¿Algún problema?
—Ese es el problema, desde hace una semana que no están siendo vendidas en el pueblo y el
día de hoy le informaron a mi esposa que dejarán de hacerlas por un tiempo.
—Me temo que la señorita Marshall sabe perfectamente cuáles son sus galletas favoritas.
—Diablos, de acuerdo, no me des esas malditas galletas —gruñó con disgusto, según tenía
entendido, las mujeres embarazadas eran algo exigentes con su alimentación—. ¿Qué se supone
que haremos cuando las reservas se acaben?
Gwendoly no se encontraba bien y suponía que esas malditas galletas le daban algo de alegría,
puesto que ella amaba las golosinas.
—Podría buscar a la persona que las elabora, pero supongo que el coste será un poco más
elevado si le hacemos un pedido justo ahora que no está trabajando.
Odiaba no salirse con la suya y pocas veces se daba el lujo de pensar en los demás.
Capítulo 2
—¿Y cuánto costó? —curioseó, mientras revisaba su libro de cuentas y una criada dejaba algo
de café y galletas a su alcance.
—Pero no te dije que permitieras que te vieran la cara de idiota —cerró su libro de cuentas,
molesto—. ¿Qué son, galletas de oro? —bramó y se llevó una a la boca, odiando que su sabor
fuera tan bueno.
—Trabajó durante toda la noche para poder hacer la entrega de setenta galletas a primera
hora, su excelencia.
—¿Pretendes que el embarazo de Gwendoly me salga una fortuna? —masticó sus palabras—.
Aún queda un mes para que ella dé a luz y ella querrá estas malditas galletas hasta el último día.
Su mayordomo se pasó un paño de encaje por su frente sudorosa y Malcom achicó los ojos,
receloso.
—Su excelencia, ¿cómo puede insinuar algo así? —Se puso tan rojo como un tomate—. He
servido a su familia por años, di mi palabra de que cuidaría de todos los duques de Kent a los que
llegase a servir.
—Lo siento, perdón, no quise ofenderte —trató de relajarse, últimamente estaba muy tenso.
El silencio de esa casa no le estaba cayendo nada bien—. Quiero que ensillen a mi caballo
después del almuerzo, pienso salir al pueblo.
Llevaba una semana en Kent y tal vez era hora de que hiciera un recorrido por el lugar.
Sus ojos captaron la figura de un niño corriendo por sus tierras y se cruzó de brazos,
disconforme. Él había sido bastante claro con Philips ante la idea de contratar niños, no le
gustaba abusar de ellos, por lo que tendría que hablar con su mayordomo y pedir una explicación
lo antes posible.
El muchacho llevaba prendas negras y había salido de los establos justo ahora que estaban
lustrando las monturas.
Estar en Kent Abbey era malditamente aburrido, ¿cómo era posible que en su juventud
hubiera disfrutado tanto de ese lugar durante sus visitas?
Tal vez si comenzaba a lidiar con la rubia tendría algo más interesante en qué ocupar su
tiempo. Como, por ejemplo, la búsqueda de su nuevo y permanente destino. Si era sincero, no
era necesario que Hailee se quedara hasta el nacimiento de su hijo, pero la idea de mostrarle
como se salió con la suya al final de todo era reconfortante, por lo que quizá podría torturarla un
poco durante el siguiente mes.
—Hace una hora vi como un niño salía de los establos —comentó a mitad del almuerzo y su
mayordomo se atoró con su propia saliva—. Te dije que no quería que contrataras niños,
Philips.
—Ah, ¿sí? —Lo miró de reojo y frunció el ceño al verlo tan pálido—. ¿Entonces qué hacía en
mis dominios?
—A veces viene en busca de pequeños trabajos y es muy bueno ayudando con los caballos.
Dejó sus cubiertos sobre su plato y meditó la situación con bastante calma.
—¿Pagas siete libras por unas cuantas galletas y te das el privilegio de ofrecer trabajos a
medio tiempo cuando se te viene en gana?
El hombre adulto se pasó el paño de encaje por su frente y Malcom suspiró con cansancio.
—No te descontaré nada —gruñó—, sólo quiero saber por qué hiciste un pago tan
extravagante sin consultármelo previamente. —No tenía sentido, su mayordomo era demasiado
listo como para pagar tanto por unas simples galletas.
«Tengo entendido que vende pan y galletas a diferentes negocios del pueblo».
—¿La persona que hace las galletas es Hailee? —masticó sus palabras, sintiendo una
inconfundible ira en el pecho.
Debió suponer que Philips no la dejaría sola después de su partida, el hombre fue la mano
derecha de su padre, por lo que cumpliría con sus deseos hasta el último día de su vida.
—No tiene nada que ver con eso, su excelencia, ella no se ha sentido bien y para elaborar las
galletas tuvo que recibir ayuda de más personas y eso es un gasto extra.
—Pero…
Se había jurado a sí mismo que esa mujer no recibiría un solo penique suyo.
—Y la señorita Marshall…
—¡Haz lo que te ordeno! —vociferó y el hombre dio un paso hacia atrás—. Te prohíbo que
abogues por ella, recuerda que tu deber es servirme, Philips.
El hombre se retiró del comedor seguido de dos criadas y en cuestión de minutos Malcom
tuvo en manos el pedido de galletas que recibieron esa mañana.
Quería saber qué tanto estuvo ayudando a Hailee durante todo este tiempo.
Malcom montó a su semental sin el más mínimo de los problemas y cabalgó a toda prisa, pero
a mitad del camino empezó a ralentizar el trote de la bestia, no muy seguro de cómo abordaría a
la sinvergüenza de Hailee.
Cuando llegó a su destino, lo primero que hizo fue arrugar el entrecejo al encontrarse con una
pintoresca casa de dos pisos.
Tenía entendido que su suegro había fallecido hace siete años, ¿era parte de la herencia que le
dejó su padre?
Pasó la verja con cierto recelo, no muy seguro de estar en el lugar correcto, y bajó de su
semental cuando la puerta principal se abrió.
La mujer era una señora adulta, fácilmente contaba con más de cuarenta años y por su aspecto
pudo deducir que se trataba de una empleada.
—¿De casualidad la señorita Gambarini vive aquí? —Dejó que su semental pasteara y se
acercó a la mujer con paso resuelto.
Ella observó el paquete que tenía en manos y abrió los ojos con sorpresa.
La mujer jadeó y dio un paso hacia atrás, como si él fuera el monstruo del bosque y no un
respetable noble. Malcom no esperó un solo segundo y se adentró a la estancia con paso resuelto,
evaluando el lugar con ojo crítico.
Los muebles eran bonitos, el fuego de la chimenea estaba bien alimentado y en esa casa no
parecía existir la precariedad.
¿Por qué?
¿Cómo diablos hizo Hailee para conseguir una vida tan cómoda?
Empuñó las manos con ira contenida y se volvió hacia la mujer que cerró la puerta con
lentitud.
—Está enferma y debe guardar reposo, la noche anterior nos excedimos al preparar las
galletas que Constance nos solicitó y hoy amaneció en muy mal estado.
Constance era la esposa de Philips y esa mujer la había llamado por su nombre de pila con
bastante familiaridad.
—Seré claro con usted, traje cincuenta y tres galletas conmigo y sólo pagaré tres chelines por
las que faltan, por lo que exijo que me devuelvan el dinero restante.
—Lo siento, pero no trabajamos así. Nosotras dejamos claro cuál era el precio de las galletas
y sus empleados aceptaron.
Esa mujer era una insensata, sólo una idiota le diría que no a un duque.
—¡Hailee! —Subió las escaleras, ignorando los gritos de la mujer—. ¡Hailee!, ¡¿dónde estás?!
Uno podía creer que hacer ese escándalo por unas cuantas libras era absurdo, pero esto iba
más allá del dinero, esto era algo que sobrepasaba todos sus límites porque esa mujer le había
robado la confianza de sus empleados más cercanos.
Llegó al segundo piso y paró en seco cuando una de las puertas se abrió.
Ella salió del cuarto con rapidez, cubierta con un amplio abrigo, y Malcom dio un paso hacia
atrás al darse cuenta que el tiempo no la había cambiado en lo más mínimo, pero que
efectivamente su estado no parecía muy óptimo porque se veía muy pálida y tenía ojeras bastante
profundas.
—Sucede que he venido por mi dinero —escupió con desprecio y captó su atención. Los ojos
color cielo se abrieron de hito a hito al posarse en su persona y le pareció percibir que su palidez
sólo se intensificó—. ¿Siete libras por unas cuantas galletas? ¿Es un robo o qué?
Ella boqueó, incapaz de emitir sonido alguno, y Malcom se rio con cinismo.
—No me digas que no estabas al tanto de mi regreso, Hailee, al parecer tú y mis empleados se
llevan muy bien. —La rubia negó lentamente con la cabeza y él reparó en sus rizos dorados, los
cuales estaban en libertad y más rebeldes que nunca—. Quiero mi dinero —ordenó con voz
tensa, no muy seguro del por qué se sentía tan incómodo con la situación.
Hailee pareció entrar en sí con sus últimas palabras y cuadró los hombros con rapidez.
—Lo siento, su excelencia, pero no aceptamos devoluciones —musitó con sencillez y le dio la
espalda—. Si quiere hablar conmigo, espéreme en mi estudio, no estoy en óptimas condiciones
para atenderlo. —Se encerró en su alcoba, dejándolo con la palabra en la boca, y Malcom utilizó
todo su ingenio para no seguirla.
Tal vez, sólo tal vez, fue un imbécil al generar un alboroto tan estúpido en su primer
encuentro.
Se dirigió a su estudio lo más rápido que pudo y la garganta se le cerró al ver al duque
esperando por ella. No se trataba de un sueño, esto era real, por fin las cosas empezarían a
mejorar en su vida y en la de su hijo.
Sin embargo, él estaba ahí por un reclamo que incluía siete libras.
Se refugió detrás de su escritorio bajo su atenta mirada e imploró para sí misma que Kent sí
haya podido levantar su ducado y ya no estuviera tan arruinado como hace diez años.
«Tú no vas al pueblo desde hace tres semanas», se recordó y agradeció que Isabella les
estuviera brindando su espacio, últimamente vivir con ella estaba resultando un suplicio, odiaba
saberse tan vigilada. «Al menos te ayuda con los quehaceres y Connor», le reprochó una
vocecilla y se sintió algo culpable por renegar hacia la castaña.
—¿Hace cuánto llegó, su excelencia? —arrastró sus palabras y conectó sus miradas.
La piel se le erizó. Él había cambiado mucho en los últimos años y se veía más peligroso y
amenazante que nunca, debía ser muy cuidadosa si no quería salir lastimada de esa reunión.
—No te hagas la tonta —espetó en tono mordaz y ella se preguntó si su pequeño escritorio era
un escudo lo suficientemente bueno—, mis empleados ya te informaron eso.
¿Sus empleados?
—No lo sabía, no estaba al tanto de nada —admitió y eso pareció disgustarlo todavía más. Su
mal humor sólo había empeorado con los años—. De haberlo sabido, lo habría buscado desde el
primer día.
Incluso sintiéndose fatal, Hailee esbozó una hermosa sonrisa. Él no estaba en la quiebra y
pronto ella tendría una pequeña fortuna para escapar de todos los problemas que podrían
avecinarse si se quedaba en Londres.
—Gracias a Dios —suspiró más tranquila, pero en esta ocasión no pudo esconder su tos—.
¿Cuándo podrá entregarme el dinero?
—Su excelencia…
—Nacerá en un mes.
Era bueno saber que no tendría que esperar más de nueve meses, pero…
—Es maravilloso y de verdad me siento feliz por usted, pero un mes es demasiado tiempo, ya
lo esperé diez años y…
—Y al parecer te fue muy bien —acotó él, mirando el lugar con disgusto.
Hailee inhaló con pesadez y empezó a toser sin control alguno en contra de su voluntad.
Sujetó su taza de té con su mano temblorosa y bebió el líquido ardiente con necesidad.
Necesitaba dormir, si no tocaba su cama pronto se desvanecería en cualquier momento.
El duque de Kent eligió un mal momento para reunirse con ella, ahora mismo no tenía cabeza
para negociar.
—¿Qué lo trae por aquí?
Debió suponer que aceptar el pedido de la señora Constance no sería buena idea.
—¿Podría descontarse esas siete libras del dinero que me debe? —musitó jadeante y se
incorporó con lentitud. No estaba en condiciones para seguir con esta conversación—. Iré a
buscarlo cuando me sienta mejor. —Porque ella no podía esperar a que su nuevo heredero
naciera y debía persuadirlo a soltar el dinero lo antes posible.
—No dije que pudieras irte. —Kent se interpuso en su camino y ella se preguntó cómo era
posible que él hubiera crecido a escalas tan alarmantes. No sólo se veía más alto, sino que su
cuerpo ahora era como una montaña de músculos y eso la hacía sentir más pequeña y
desprotegida que nunca ante él.
—Quiero mi dinero.
—No lo tengo —confesó abrumada—. Lo gasté, tenía cuentas pendientes por lo que no
importa cuán berrinchudo sea, su excelencia, ahora mismo no tengo como pagarle. —La cabeza
empezó a darle vueltas y cuando su visión se distorsionó, supo que las cosas no terminarían bien.
Las rodillas le fallaron y esperó que su cuerpo impactara con la fría superficie, pero eso nunca
llegó a suceder porque el duque logró sujetarla a tiempo para impedir su caída.
—Sólo váyase —suplicó con un hilo de voz—, yo haré lo mismo cuando usted me lo ordene
—susurró en voz muy baja antes de ser consumida por la oscuridad.
Un mes.
El duque quería que esperara un mes para poder obtener su preciada libertad y ella no estaba
segura de poder seguir escondiéndose del conde de Herlton por más tiempo.
Cuando su cuerpo volvió en sí y sus párpados comenzaron a abrirse, Hailee esbozó una
pequeña sonrisa al ver la silueta borrosa que estaba frente a ella. Parpadeó varias veces para
acostumbrarse a la luz de las velas y su hijo sonrió al verla completamente despierta.
—Mejor —mintió.
La visita del duque no le había sentado nada bien y no estaba lista para que Isabella le
informara que el hombre abandonó la casa, totalmente furibundo. Debía dar gracias a los santos
de que Connor pasara clases en el pueblo a esa hora y no se hubiera suscitado un encuentro entre
ellos.
Eran tan parecidos que a veces ella misma se abrumaba con ese hecho.
—Adivina de qué me enteré. —Se veía más entusiasmado de lo normal—. El duque de Kent
llegó al pueblo hace una semana.
—Hoy Philips me dejó tocar a los caballos y los mozos estaban hablando del tema.
Philips y Constance nunca entenderían que Connor no era el marqués de Sutherland, ellos
estaban aferrados a la idea de proteger a su hijo y por eso le permitían pasar más tiempo del
necesario en Kent Abbey, un lugar que ella se juró que jamás volvería a pisar por voluntad
propia. Sin embargo, no podía culpar al matrimonio por nada porque estaba muy segura de que
era su hijo quien iba a meterse a esas tierras.
—¿Por qué no? —hizo un mohín—. Gracias a los trabajos que Philips me da puedo seguir
pagando la escuela.
—Dentro de poco tú no necesitarás trabajar nunca más. —Acarició su coronilla y los ojos
color esmeralda brillaron con cariño.
—¿De verdad? —enarcó una ceja, tenía la leve sospecha de que se traía algo entre manos—.
Podría jurar que estoy hecha un desastre.
Así que por ahí iba la cosa, las últimas dos noches ella no pudo ingerir bocado alguno, por lo
que esta noche Connor se encargaría de que la historia fuera diferente.
Connor no lo decía, pero ella estaba muy al tanto de que odiaba sus galletas y todo porque
cuando no tenían que comer, era lo único que estaba a su alcance.
A diferencia de su hijo, ella sí adoraba sus galletas y no se sintió nada disgustada al tener que
comerlas con un poco de té.
—¿De qué quieres hablarme? —fue directa, lo conocía como a la palma de su mano.
—Son las siete de la noche, ¿por qué irías al pueblo tan tarde? —preguntó ceñuda—. Además,
no sé si lo notaste, pero en cualquier momento empezará a llover y se desatará la tormenta.
—Llegó un circo y quizá pueda ganar algo de dinero si trabajo con ellos esta noche.
—No me digas que piensas trabajar para el conde de Herlton —gruñó Connor y todo su
cuerpo tiritó ante la sola mención del hombre.
Él era la razón por la que llevaba evitando ir al pueblo durante tantas semanas.
—Pero no puedes trabajar porque estás enferma, ¿cómo planeas recibir un pago en ese
estado? —insistió.
—Deja que trabaje esta noche, piensa en mi hermano. —Todo su cuerpo se estremeció y muy
lentamente dejó su taza sobre la mesa—. Le prometí a Lawrence que siempre cuidaría de
ustedes.
Pero se suponía que Lawrance siempre estaría cuidando de ellos para que así Connor pudiera
gozar de una infancia normal.
—He estado pensando que podría ir a buscarlo —comentó Lawrence de un momento para
otro y Hailee lo buscó con la mirada—. Está tomando mucho tiempo, ¿no crees? —entrelazó sus
manos con lentitud y la sentó en su regazo—. Quiero que seas libre, mi amor, no veo la hora de
casarme contigo. No me importa el dinero, yo sólo quiero que te dé tu libertad.
Ella también quería casarse con él, pero se había acostumbrado tanto a su compañía que no
quería que se marchara para buscar a Kent.
—Tienes razón, no puedo dejarlos —acarició su espalda baja y Hailee le sonrió—. Buscaré
otro medio para contactarlo.
—Él regresará y cuando eso suceda, ambos seremos lo suficientemente libres como para
pactar nuestro amor —unió sus labios con suavidad.
Pronto se cumplirían tres meses desde la partida de Lawrence y Hailee aún no podía asimilar
el hecho de que nunca más lo volvería a ver y que una vez más traería al mundo a un bebé que no
podría conocer ni recibir el amor de su padre.
«Seremos la mejor familia, mi amor, te doy mi palabra que a mis hijos no les faltará nada».
Lawrence no sólo la amó y apoyó en la pobreza, sino que recibió a Connor con los brazos
abiertos y durante diez años los acogió en su hogar, brindándoles la educación y protección que
ellos merecían. Lo había amado de tal manera que podría jurar que nunca más volvería a sentirse
tan dichosa.
El difunto vizconde de Portman fue lo mejor que pudo pasarle, pero Dios determinó que su
estadía en su vida debía ser corta.
—Sólo será por unas horas. —Connor la sacó de su letargo y ella forzó una débil sonrisa para
no ponerse a llorar ahí mismo—. Le dije a Gabriel que iría con él.
Connor era tan obstinado como su padre y Hailee estaba segura que el darle una negativa sólo
provocaría que el muy pícaro saliera huyendo de su habitación por la ventana.
—Once.
—Diez —recalcó.
Evitó mostrar la gracia que su negociación estaba generando en ella y puso las manos en
jarras.
Él se marchó y Hailee negó lentamente con la cabeza, abatida. Nunca debió permitir que se
convirtiera en un niño tan independiente.
Extrañaba su voz, su presencia y esa manera tan dulce en la que solía abrazarla antes de
hacerle el amor con tanto abandono y pasión. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas sin
tregua alguna y ella no tuvo más opción que llorar en silencio.
Iba a ser madre por segunda vez y si el duque de Kent no le devolvía su dote lo antes posible,
existía el riesgo de que le arrebataran a su bebé.
Capítulo 4
Pocas veces Malcom sentía vergüenza de sí mismo y en esta ocasión no tenía la menor idea de
cómo lidiar con esa desagradable desazón que se había alojado en la boca de su estómago.
Maldición, tuvo que cargarla para darse cuenta que la mujer a la que quería aplastar como a un
vil insecto era tan frágil como una pequeña copa de cristal.
Ni siquiera Gwendoly, antes de estar encinta, se le había hecho tan liviana como Hailee.
«Le pediré, su excelencia, que la próxima vez sea más cuidadoso y respete la salud de la
señorita Gambarini», le había dicho Isabella con molestia, mientras la cubría con varias mantas.
Debería sentirse complacido, la vio más acabada y miserable que nunca, pero lo cierto era que
la culpabilidad y el miedo lo estaban carcomiendo por dentro. Se había tomado su venganza muy
a la ligera en su juventud y sólo ahora podía ver la magnitud del mal que le estuvo causando a
Hailee en los últimos diez años.
—Quiero que me digas toda la verdad, Philips —exigió y el hombre se dejó caer en el asiento
que estaba frente a él con congoja—. ¿Desde hace cuánto tienes contacto con Hailee?
—Yo… yo…
—Claro que no, el marqués es un niño sano y… —su voz murió al darse cuenta de cómo
había llamado al hijo de Hailee y bajó el rostro, apenado—. Connor es un muchacho inteligente y
sano, su excelencia.
—No te creo.
—Es Connor el que siempre viene por un nuevo trabajo. —La sangre se le congeló—. Tengo
entendido que su madre le ha dicho que no se acerque a la propiedad, pero él siempre vuelve y
pues… nosotros…
—Hailee vive en una casa bonita y tiene una criada a su merced, ¿por qué tiene deudas y por
qué el niño trabaja?
—Porque si no se lo doy, él va al pueblo y hace de las suyas —explicó con pesar y Malcom
apretó la mandíbula.
—¿Es un ladrón?
—No, claro que no —lo miró con disgusto, como si estuviera hablando mal de su propio hijo
—, pero una vez Constance lo sacó de una pelea callejera donde el ganador se llevaría unas
cuantas monedas.
—Quiere dinero para ayudar a su madre, usted la ha visto y su estado no es bueno. Los
últimos meses han sido muy duros para ella.
Malcom observó la hora, pronto serían las once de la noche y había algo que no le permitía
sentirse tranquilo. Tal vez se debía a la tormenta que se avecinaba o al hecho de que la historia
de Philips sólo estaba comenzando.
—¿Quieres decirme que la inclinación del muchacho por las apuestas es reciente?
—Como tres meses, todo comenzó con la trágica muerte del vizconde de Portman.
—Philips…
—Explicado ¿qué?
—Que el bebé que está esperando es del difunto vizconde. —La sangre se le congeló, durante
toda su reunión con Hailee ella había llevado un amplio abrigo, por lo que no vio ninguna
anomalía en su cuerpo. Ni mucho menos la sintió cuando la levantó—. Ellos estaban esperando
su regreso, el vizconde pensaba casarse con ella, pero sufrió un accidente a caballo y…
—Le informé sobre las intenciones del vizconde en mi última carta, yo me enteré de todo esto
cuando él vino a verme porque deseaba información sobre su paradero. Estaba desesperado por
encontrarlo.
Él nunca recibió la última carta de Philips porque para ese entonces ya no estaba en Florencia,
sino de camino a Londres.
—Que la señorita Gambarini estaba esperando a su primer hijo y necesitaba encontrarlo para
que pudieran terminar con su matrimonio de una vez por todas, que él cuidaría de ellos como
llevaba haciéndolo en los últimos diez años.
Malcom llevaba diez años reprimiendo todo tipo de emoción; desde el más cursi hasta el más
explosivo, pero ahora mismo le fue imposible controlar su ira y tiró todo lo que estaba sobre su
escritorio para después golpear la madera con impotencia.
¿El vizconde de Portman y Hailee?
¡¿Cómo diablos pudo pasar algo así sin que nadie lo notara?!
Philips retrocedió varios pasos con los ojos muy abiertos, nunca antes había visto en ese
estado al duque de Kent, por lo que su temor estaba totalmente validado. No había esperado una
reacción de ese tipo, el hombre nunca le preguntó por su esposa e hijo, por lo que llegó a suponer
que esa noticia no le generaría el más mínimo de los cosquilleos.
—¡Ordena que preparen mi caballo y un carruaje! Quiero que tres lacayos vayan conmigo —
ordenó Malcom, señalando la puerta con desespero.
Jamás habría permitido que Lawrence Pierce se quedara con Hailee y realmente fue un idiota
al olvidarse de ese imbécil cuando la expulsó de su casa.
Malcom comprendía que sólo eran amigos y no debía sentirse irritado por su ausencia, pero
desde que su padre llegó a Kent, él sólo deseaba estar y hablar con ella. La extrañaba,
necesitaba escuchar su voz, ver su sonrisa y rodearla entre sus brazos.
¿Cómo haría para trepar al segundo piso sin que nadie lo viera ni notara?
Una melodiosa carcajada llegó a sus oídos y toda su espina dorsal se estremeció al darse
cuenta que Hailee no estaba en su casa, sino más bien llegando a la misma a horas poco
adecuadas.
Se inclinó con más precisión detrás de las ramas y volvió su atención hacia el camino,
captando con rapidez una falda color cielo a lo lejos. A medida que ella se fue acercando, su
enojo sólo incrementó al ver que estaba junto al vizconde de Portman.
Tenía entendido que los Pierce llegaron a Kent hace una semana, ¿cómo era posible que
hablaran con tanta soltura y se llevaran tan bien? Dudaba que ellos se conocieran de antes,
pero Hailee era muy buena haciendo nuevos amigos.
—Me siento muy agradecido de que me haya honrado nuevamente con su compañía, señorita
Gambarini —espetó el imbécil de Portman con cierta duda en su semblante y se rascó la nuca
con nerviosismo—. Usted es una joven muy agradable y disfruto de su compañía.
Portman era un hombre de veinticinco años y contaba con la experiencia suficiente como
para lidiar con jovencitas como Hailee, pero su ansiedad dejaba en evidencia que era un idiota
a la hora de conquistar a una mujer.
«No te culpo, ella es muy hermosa e intimidante», admitió para sí mismo, estudiando la
escena con disgusto.
—Puedes llamarme por mi nombre, Lawrence. —No, Malcom no quería que otro hombre la
tratara con tanta familiaridad—. Además, no debes ponerte colorado, ya te dije que yo también
la paso muy bien contigo.
Tenía unos cuantos kilos de más, su nariz era demasiado larga y encorvada, y todo en él era
corriente. Si no fuera un hombre rico y con título, posiblemente ninguna mujer giraría el rostro
para mirarlo.
—¿De verdad? —Se mostró bastante entusiasmado—. ¿Crees que el día de mañana podamos
vernos en la librería del pueblo? Me gustaría mostrarte unos libros de geografía e historia.
—Si tú lo deseas, yo podría enseñarte a leer. Me quedaré en Kent un corto tiempo, pero
podría enseñarte lo básico.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal al ver como lo abrazaba por el cuello y agradeció
que Portman no le devolviera el gesto, al parecer ni siquiera él había esperado una reacción de
ese tipo.
El vizconde se marchó unos minutos más tarde y Malcom salió de su escondite para tirar del
brazo de Hailee y adentrarla en la arboleda. En un principio ella se asustó e intentó gritar, pero
todos sus miedos se esfumaron cuando sus miradas se encontraron.
—¿Qué haces aquí, Malcom? —se veía muy sorprendida—. Acabas de darme un susto de
muerte.
—¿Qué haces tú fuera de tu casa a esta hora? —la acusó con la mirada y empuñó las manos
al ver como se ruborizaba.
—Conocí a alguien y es agradable conversar con él, perdí la noción del tiempo.
Guiado por los celos la sujetó del mentón e hizo que lo mirara a los ojos.
—Llevo muchos días sin saber de ti —dio un paso en su dirección y el aire empezó a
condensarse entre ellos, estaban más juntos y tensos que nunca—. ¿Ya no te agrado?
—No, claro que me agradas —le sonrió—, pero Lawrence no conoce el pueblo y…
—No te dejé, nosotros solamente somos amigos —aclaró y trató de apartarse, pero Malcom
rodeó su cintura sin previo aviso y la pegó a su cuerpo con determinación—. ¿Qué haces? —
inquirió con un hilo de voz y él tragó con fuerza.
—Dime que vendrás mañana —rogó con voz aterciopelada y juntó sus frentes.
—Yo…
La besó, no dejó que las palabras salieran de su boca y simplemente tomó aquello que tanto
anhelaba. No era muy diestro en el arte de besar, pero dejó todo de sí en los suaves labios de
Hailee.
—Malcom…
—¿Hailee?
—Es mi padre —susurró y Malcom ahogó un juramento y no tuvo más opción que salir
huyendo, no podía permitir que el señor Gambarini los encontrara en una situación poco
favorecedora.
Su estrategia de autoengaño nunca funcionó, Hailee le gustaba mucho y sólo Dios sabía lo
gratificante que le resultó verla en la cascada al día siguiente.
No lo entendía.
Portman se marchó de Kent a los pocos días de su boda, pero al parecer pecó de iluso al creer
que el hombre nunca más volvería a buscar a Hailee.
«Gracias a Dios ¿Cuándo podrá entregarme el dinero?»
«Es maravilloso y de verdad me siento feliz por usted, pero un mes es demasiado tiempo, ya
lo esperé diez años y…»
Quiso ignorar el poco afecto que vio en los ojos de Hailee durante su reencuentro, creer que
su malestar no la estaba dejando reparar en el momento, pero todo indicaba que el único afectado
fue él.
Porque sí, a él sí se le movió el mundo a sus pies cuando la vio salir de su habitación.
Malcom sudó frío durante toda su conversación, se cuestionó por qué sonreía tan abiertamente
ante la idea de recibir su dote y se sintió malditamente asustado cuando ella se desmayó en sus
brazos.
—Su excelencia. —Era Isabella y se veía muy nerviosa—. Bendito sea, necesito su ayuda.
—¿Qué?
—Se fue caminando y la lluvia… —No se quedó a conversar con la mujer, simplemente se
montó a su semental y ordenó a su gente que lo siguiera hacia el pueblo.
Esa mujer era una insensata y ese niño… tragó con fuerza.
«Connor sólo fue a buscar dinero para ayudar a su madre», pensó con pesar, seguro de que ese
era el motivo de su ausencia.
—Su excelencia, creo que sé dónde se encuentra el muchacho —le informó uno de los
lacayos que cabalgaba a la par suyo, se veía lo suficientemente joven como para ignorar el hecho
de que ese “muchacho” era el marqués de Sutherland.
No tenía la menor idea de en cuanto tiempo lo hicieron, pero llegaron al pueblo más rápido de
lo esperado incluso con la tormenta en su estado más crítico. El lacayo lo guio en medio de calles
desoladas y muchas ventanas comenzaron a expulsar luz debido al bullicio.
—Es ahí —le señaló el portón que estaba semi abierto y tanto él como sus hombres bajaron de
sus monturas—. Es una casa de apuestas y el día de hoy hubo una pelea infantil.
—Espérenme aquí —ordenó y se acercó al lugar con paso resuelto, pero no abrió el portón al
darse cuenta que dos personas estaban discutiendo en el interior.
—Lo siento, Hailee, pero el dinero no me importa. —Esa voz… él conocía esa voz. Era el
conde de Herlton—. Si quieres que tu hijo sea atendido por el doctor, ya sabes lo que tienes que
hacer.
—Por favor, doctor Walker, juro que le pagaré toda mi cuenta el día de mañana.
—Lo siento, Hailee, pero ya te he hecho muchos favores y yo también necesito el dinero.
Deberías aceptar la oferta del conde, debes mucho dinero en el pueblo y si las cosas siguen así
los comerciantes irán a buscarte a tu casa.
El sollozo femenino hizo que la piel se le erizara y la impotencia empezó a carcomerle por
dentro.
¿Esos hombres la tratarían de igual manera si supieran que era la duquesa de Kent?
—Yo sólo quiero que lo atiendan —musitó ella con amargura—, él no se ve bien.
—¡Eres una necia! —sus músculos se tensaron al oír el ruido sordo seguido del grito de
Hailee—. Vas a venir conmigo y el día de mañana te darás cuenta que no fue tan malo cuando
veas que tu bastardo sigue con vida.
Malcom abrió la puerta sin dudarlo y la escena con la que se encontró hizo que la bilis trepara
por su garganta. Connor estaba tumbado en el piso, inconsciente y muy mal herido, y a poca
distancia se encontraba Hailee de rodillas con la cabellera mojada apresada en la mano del conde
de Herlton.
Malcom pudo sentir como sus venas se incendiaron por dentro al ver la hilera de sangre en el
mentón femenino y sólo llegó a ver la mitad del recorrido que hizo su lágrima porque con un
firme puño logró apartar al conde del cuerpo de Hailee.
—¡¿Qué pasa contigo, Kent?! —vociferó el conde ni bien recuperó el equilibrio—. Este no es
tu problema.
Sus hombres ingresaron al lugar y él apretó la mandíbula, viendo de reojo como Hailee
gateaba hacia Connor.
—Llévenlos a Kent Abbey —ordenó y luego miró al doctor con dureza—. Lo atenderá y
curará por su propia integridad física, ¿me entiende? —Walker asintió, totalmente horrorizado
por la escena, y empezó a instruir a sus lacayos cómo debían levantar a su hijo.
—¿Por qué diablos interfieres? —recordó que el conde aún estaba presente—. No vas a huir,
maldita zorra —intentó sujetar a Hailee al ver que pretendía levantarse y él volvió a golpearlo
para alejarlo de la rubia—. Maldición, Kent, ¿no llevas ni dos semanas en el pueblo y ya la
quieres para ti? —Ese hombre estaba fuera de sí—. Lo siento, pero somos muchos los que
estamos en lista de espera y esta noche ella terminará en mi cama.
Ese comentario colmó su paciencia y con un movimiento resuelto lo apuntó con su pistola. La
altanería del hombre disminuyó en escalas mayores y recién fue consciente del peligro que
corría.
—No, no lo haga, su excelencia. —Hailee lo sujetó del brazo y por el rabillo del ojo vio cómo
su gente y el doctor salían del lugar para dirigirse al carruaje—. Él no hizo nada malo, no es
necesario llegar tan lejos.
—Te golpeó e intentó violarte —escupió con desprecio y ella sollozó con amargura.
Incluso después de todo el daño que le causó en la última década, ella estaba pensando en él.
—No puedes retarme a duelo por una ramera, su hijo es el bastardo de Kent y…
—¡Es mi esposa y Connor es mi hijo, maldita sea! —volvió a golpearlo y en esta ocasión el
conde terminó en el suelo y lo miró como si se tratase de un fantasma—. Mañana te morirás,
malnacido.
Hailee dio dos pasos hacia atrás, como si de pronto temiera que él también pudiera golpearla,
y toda ella tiritó con violencia.
—¿Sabes algo? —guardó su pistola y el conde se rio—. Mejor te mueres esta noche. —Lo
sujetó de las solapas de su abrigo y lo arrastró hacia el exterior del lugar, donde estrelló un firme
puño en su rostro y lo hizo perder todo el equilibrio.
El carruaje y dos de sus lacayos se habían marchado, por lo que uno de sus hombres estaba a
la espera de cualquier orden que tuviera para él.
—¡Esto no se quedará así, Kent! —bramó el conde—. Todo Londres se enterará de tu secreto
y de la identidad de la ramera que tienes como esposa —farfulló y salió huyendo como el
cobarde que era.
No le importaba.
¡Él se merecía todo esto porque todo esto fue su maldita culpa!
No importaba, nada detendría al conde, él estaba muy dolido con el nuevo giro de los
acontecimientos. Su obsesión por Hailee estaba nublando su buen juicio.
La sangre se le congeló cuando la rubia lo pasó de largo, dispuesta a dejarlo atrás, y con tres
simples zancadas logró alcanzarla y la sujetó del brazo.
Era una tonta, Kent Abbey estaba a más de cuarenta minutos caminando y ni esas calles ni la
carretera eran lugares seguros para ella. El agua hizo que la sangre se esfumara del rostro
femenino y Malcom gruñó con rabia al recordar todo lo que Hailee vivió en los últimos minutos.
¿Quién lo diría?
Él llegó pensando que su nuevo heredero estaba en camino y ella lo recibió con un nuevo
bastardo.
—Vendrás conmigo. —Se quitó el abrigo de lana, la cubrió con la prenda y sin darle
oportunidad alguna a objetar la subió a su caballo.
Debió enviarla en el carruaje, era una noche demasiado fría y ella no estaba en óptimas
condiciones para hacerle frente.
Capítulo 5
Para cualquier persona con sentido común, estar ahí sería como un sueño hecho realidad, pero
Hailee sólo estaba viviendo una horrible pesadilla mientras Constance y dos criadas la bañaban a
una velocidad escalofriante.
Ella podía tolerar eso y más, lo único que quería era ver a su hijo.
«No te acercarás a esa habitación hasta que no recibas un baño y estés con ropa seca», le
había dicho el duque de Kent y como de costumbre en esa casa se hacía todo lo que él decía.
—¿Mi hijo?
—El doctor lo está atendiendo, querida —musitó Constance con voz suave—. Mi esposo está
con él, no debes preocuparte.
Sabía que Philips y Constance amaban a su hijo y se preocupaban mucho por él, pero también
estaba muy al tanto de que ellos se movían al son de las órdenes del duque y ese hombre sería
muy feliz si Connor no existiera.
—Ya estoy. —Hizo el ademán de incorporarse y una criada gritó al ver como perdía el
equilibrio total de su cuerpo y caía nuevamente sobre la bañera.
—¡Cuidado! —chilló el ama de llaves—. Estás muy débil, deja que te ayudemos.
Hailee empezó a respirar con esfuerzo y asintió, pero después de tres intentos, ni Constance
con las dos criadas pudieron ayudarla a levantarse.
—Es imposible —musitó una de las muchachas y Hailee se estremeció cuando la puerta de la
habitación se abrió y el duque ingresó con paso resuelto.
—Háganse a un lado.
Él se había cambiado de ropa y ahora mismo llevaba puestos unos pantalones y una camisa
cuyas mangas estaban remangadas hasta la mitad de sus brazos.
—No seas necia, no puedes ni moverte y no podemos permitir que el agua se enfríe —gruñó e
ignorando sus quejas, metió los brazos dentro de la bañera y la sacó sin el más mínimo de los
esfuerzos.
Constance la cubrió como pudo con rapidez y el duque la dejó sobre el sofá que las criadas
habían acercado al hogar hace unos minutos.
—Mi hijo…
—El doctor lo está atendiendo —le informó y retrocedió con rapidez para que las criadas
pudieran asistirla—. ¿Conseguiste ropa? —Miró a Constance y la mujer asintió—. Alístala,
quiero que el doctor la atienda.
Volvió a salir de la habitación y en esta ocasión ella se sintió lo suficientemente segura como
para dejar que las mujeres secaran su cuerpo y la ayudaran a ataviarse con un vestido que estaba
diseñado para una mujer en periodo de gestación.
No se sentía bien, la cabeza y el cuerpo no dejaban de torturarla, pero estaba segura que si le
dejaban ver a Connor se sentiría mejor.
—Permite que seque tu cabello y luego iremos —musitó Constance y ella sujetó la toalla que
la mujer tenía en manos.
—Me lo secaré en su habitación. —Se incorporó con esfuerzo y el dolor en su vientre bajo ya
no le resultó tan insoportable.
—Espera, cúbrete con una manta, hace frío y… —Salió de la habitación sin dudarlo y paró en
seco al ver al duque ahí, apoyado en la pared de enfrente con los brazos cruzados—. Hailee,
espera por favor.
—Estás embarazada y enferma, creo que lo mejor será que te quedes en cama y luego se te
informará sobre el estado de Connor.
—No tengo la menor idea de cómo es la vida de la nobleza, pero yo no me quedaré tranquila,
mientras mi hijo está siendo atendido por el doctor —soltó con impotencia—. ¿Dónde se
encuentra?
Quedarse a hablar con él sería una pérdida de tiempo. Observó el movimiento de varias
criadas a varios metros de distancia y avanzó en su dirección, dejando a Constance y al duque
atrás.
Todo era su culpa, si no hubiera gastado sus ahorros en su embarazo, Connor no estaría
buscando dinero para pagar su escuela. Lo único que quería era que el doctor le dijera que su hijo
se encontraba fuera de peligro, que todo estaría bien y que pronto podrían volver a su casa.
Apartó las lágrimas de su rostro de un manotazo y paró en seco cuando el duque se plantó
frente a ella, bloqueando su camino.
—Estás descalza, Hailee, así no entrarás en calor —observó Constance y la rabia empezó a
corroerle por dentro.
—¿Y a ustedes qué les importa si logro o no logro entrar en calor? —explotó, siendo más que
injusta porque ellos sólo la estaban ayudando, pero odiaba que no le permitieran reunirse con
Connor.
—Ya me tienes harto —farfulló el duque y todas sus alarmas se prendieron cuando la tomó en
brazos sin previo aviso y la regresó a la habitación que estaba ocupando—. Te quedarás aquí y
esperarás al doctor por las buenas o juro por mis ancestros que te encadenaré a la cama, Hailee.
La tendió en la cama y antes de que pudiera incorporarse la sujetó de los brazos y la obligó a
recostarse sobre los almohadones.
—¿Ignorar su existencia? —masticó sus palabras—. ¿Cómo podría ignorar todo lo que viví en
la última hora, Hailee? —la desafió—. Muy pronto todo Londres sabrá la verdad.
—No debió decirle nada al conde. —Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y la piel se le
erizó cuando él clavó la vista en sus labios.
—Suélteme.
—Tú no vas a decirme qué hacer, Hailee. —Aligeró la fuerza que estaba ejerciendo sobre sus
brazos y ella apartó el rostro con rapidez cuando intentó tocarla—. Te haré un par de preguntas y
vas a responderme con la verdad. —Atenazó su mentón y con la yema de los dedos acarició la
herida que tenía en el labio inferior—. ¿Ese hombre abusó de ti?
Negó lentamente con la cabeza, odiaba que sus ojos verdes estuvieran estudiando sus
facciones.
—Como todo noble, odia el rechazo —se limitó a decir y el duque lanzó un improperio, la
liberó de su agarre y se enderezó para pasar una mano por su cabello con frustración.
¿Qué?, ¿no le daba gusto saber que, después de todo, otro hombre la lastimó como él hubiera
querido hacerlo hace diez años?
Se sentó sobre su lugar y Constance posó una manta en sus hombros con un semblante
abrumado en el rostro. Hailee odió que la mirara con pena; no obstante, se encogió en su lugar
cuando su estómago rugió en protesta.
—Haré que te preparen algo y por tu bien comerás todo lo que venga en la bandeja.
—No comeré nada si no me dejan ver a mi hijo —lo desafió y el duque apretó la mandíbula.
—¿Podrías pensar un poco en ti?
—Lo siento, pero a diferencia suya, yo sí soy una buena madre y mi hijo siempre irá primero.
Kent dio un paso hacia atrás, como si hubiera recibido un golpe demasiado duro en el rostro, y
Hailee no bajó la mirada ni aligeró su semblante. No era la misma jovenzuela a la que rechazó y
abandonó, por lo que él debía entender que no llegaría a su vida para lanzar órdenes a diestra y
siniestra como si ella no tuviera voz ni voto.
Un carraspeo masculino hizo que la tensión en el ambiente bajara a grandes escalas y Hailee
se incorporó al ver a Philips y al doctor en el cuarto.
—¿Cómo está mi hijo? —tambaleó en su lugar y terminó sentada sobre el mullido colchón
con Constance sujetándola del brazo y el duque aniquilándola con la mirada.
—Me temo que Connor recibió una paliza. Tiene tres costillas rotas, golpes por todo el cuerpo
y una pequeña sutura en el pecho. Con un mes de reposo él estará bien, le di mucho láudano para
que su noche no fuera muy dolorosa y calculo que no despertará hasta mañana a mediodía.
—Esta es la medicación y el costo de todo, incluido mis servicios —El doctor le entregó un
pequeño papel cuyo listado era bastante largo y el pánico se apoderó de todas sus extremidades
al leer el monto final.
¿Quince libras?
Hailee contó hasta tres y con mucho cuidado se incorporó y se acercó al duque de Kent para
tenderle el papel. Todos sus movimientos fueron hechos con bastante seguridad y determinación,
por lo que no le sorprendió que el pelinegro la estuviera mirando con incredulidad.
—¿Podría pagar la cuenta y descontarlo de mi dinero? —Conectó sus miradas—. Por favor,
es urgente y no cuento con ahorros.
—Me encargaré de la cuenta —le tendió el papel a Philips y el hombre lo sujetó con rapidez
—. Deje todo lo que necesitaremos y si algo falta mi gente irá a buscar lo restante al pueblo. —
El doctor Walker abrió los ojos con sorpresa—. Ahora atiéndala a ella.
—Con todo el respeto que se merece, su excelencia, atendí a Connor porque usted así lo
ordenó, pero Hailee me debe seis libras y fui muy claro con ella al decirle que no volvería a
atenderla hasta que cancele su cuenta.
Constance jadeó sorprendida por el descaro del doctor y Hailee miró al anciano con disgusto e
hizo un mohín con los labios, ¿por qué tenía que ser tan chismoso?
—No importa —se encogió de hombros y se cruzó de brazos—. Total, ni me siento mal —
mintió y la garganta comenzó a arderle—. Sepa que tardaré más en pagarle sus seis libras.
El día de mañana le pediría al duque otro adelanto para saldar esa deuda, ahora mismo estaba
algo molesta con Walker, ¿cómo se le ocurría delatarla delante de tantas personas?
Tenía dos opciones, podía pedirle el adelanto al duque o esperar que lady Portman llegue a
Kent. Estaba bastante segura de que Isabella mandaría a buscar a su jefa y lo primero que la
vizcondesa viuda haría sería pagar su cuenta con el doctor para saber cómo se encontraba su
preciado nieto.
—No es asunto suyo —respondió con molestia y el doctor lanzó un juramento y alzó la mano
en su dirección, como si quisiera golpearla, aunque ambos sabían que eso nunca sucedería
porque era su forma de regañarla, y Hailee se alarmó al ver como el duque sujetaba la muñeca
del anciano con bastante determinación.
—No, espere. —Hizo que lo soltara—. Es sólo un juego —se explicó rápidamente y miró a
Walker con preocupación—. Iré a buscarlo al pueblo, le prometo que saldaré mi deuda en la
siguiente semana. —Aguantó su tos y la visión se le cristalizó por el picor en su garganta.
—Ay, Hailee —suspiró Walker con frustración—, te regalaré esto. —Sacó un brebaje de su
maletín y con la nariz chorreante ella le sonrió.
—Dije que la atienda, Walker, ¡no haga que lo repita de nuevo o perderé la paciencia! —
elevó la voz con autoridad—. Yo pagaré toda su cuenta esta misma noche.
—Esto es suficiente.
Se hizo del brebaje y lo estudió con curiosidad, agradeciendo que Constance le entregara un
pañuelo para sonar su nariz.
—Y deje de llamarla Hailee y tratarla con tanta confianza. Le ordeno que empiece a respetar a
mi esposa, la duquesa de Kent, porque si no lo hace, juro que me encargaré de hundir su carrera
y dejarlo en la calle, Walker.
Su semblante se ensombreció y bajó las manos con frustración. Durante años se esmeró
ávidamente en esconder ese secreto y Kent no estaba valorando su esfuerzo. Walker palideció
ante la nueva orden de su excelencia y a partir de ese momento todo rastro de familiaridad se
esfumó y Hailee se sentó en el sofá junto al hogar para que pudiera revisarla.
—Haz perdi… —carraspeó—. Ha perdido mucho peso, eso no es bueno si consideramos que
lleva casi siete meses de embarazo, su excelencia.
Vio la rigidez en los hombros del duque y le sonrió con diversión, tratando de lidiar con la
tensión del momento.
En ese momento Walker se atoró con su saliva y Hailee comprendió su error, por lo que
comenzó a pensar a mil por hora para encontrar una buena solución para su problema.
—Aunque sabe qué, Walker, no me siento bien. Últimamente duermo mucho, no tengo
mucho apetito y me siento muy débil. —No era mentira, pero empeoró los síntomas para hacer
más creíble un posible fallecimiento durante el parto—. ¿Usted cree que algo podría salir mal
durante el parto?
Connor estaba débil, pero se curaría; no obstante, el duque podría utilizar el último suceso
para justificar la pérdida de su primer hijo y así acomodar al niño que pronto nacería.
Asintió, después de todo, las cosas podrían salir muy bien para Kent.
—Por el bien de la carrera del doctor, esperemos que no —amenazó el duque y tanto ella
como Walker palidecieron.
Lo miró con recelo, ¿no se suponía que él inventaría su trágica muerte una vez que tuviera a
su segundo hijo?
—Usted, su excelencia, es una mujer llena de vida, dudo mucho que un simple parto pueda
apagar su luz —musitó Walker de pronto, captando su atención—. Incluso en este estado puede
trabajar e ir al pueblo bajo la lluvia, creo que nadie en esta habitación tiene nada que temer.
—Ah, ¿sí? —siseó—. Hable por usted —acotó en voz baja, mirando con disgusto a Kent.
—Sin embargo, usted también necesita reposar, su excelencia. —Hailee sonaba mil veces
mejor, pero por el momento no podía quejarse—. Sugiero un reposo total hasta el día del parto.
—Está bromeando, ¿verdad? —El doctor la miró con los ojos muy abiertos y ella lo miró con
obviedad—. Debo trabajar, el pueblo se quedará sin pan si no…
—Soy muy activa, no puedo quedarme en cama durante los siguientes meses —explicó con
nerviosismo—. Incluso consideré la opción de hacer un viaje largo.
—¿Un viaje? —Frunció el ceño—. Nunca saliste de Kent y… —Walker se dio cuenta que
estaba dejando las formalidades de lado y carraspeó—. No lo sugiero, a no ser que quiera que el
hijo del duque nazca en alta mar.
—Debe cuidarse mucho, su excelencia, recuerde que todo puede suceder a última hora.
—Lo haré.
Porque si algo llegaba a sucederle, Connor se quedaría solo. Tal vez podría llegar a un
acuerdo con lady Victoria Pierce para lidiar con su embarazo de manera más cómoda durante los
últimos meses, pero esa mujer…
«Quiero al bebé, te daré la suma de dinero que quieras, no me importa si es hombre o mujer,
sólo quiero criarlo a mi lado. Es lo único que me queda de Lawrence».
El doctor abandonó la habitación seguido del duque y Philips, y Hailee odió que las lágrimas
le tomaran ventaja delante de Constance, quien se sentó junto a ella y la consoló en silencio
mientras empezaba a secar sus rizos rebeldes.
—Si tan sólo él siguiera vivo. —Acunó su vientre con congoja, pensando lo diferente que
habría sido todo con Lawrence aquí—. ¿Cuánto tiempo crees que dure la tormenta? No tengo
cómo irme y dudo que pueda cargar a Connor.
—¿Puedo escribirle a Isabella? Estoy segura que mandó a llamar a lady Portman y tal vez ella
podría venir por nosotros en su carruaje.
—Gracias.
—Por lo que más quieras, Constance, déjame ir con mi hijo —rogó con congoja y la mujer la
miró con pena—. No suelo ser exigente, pero con esta barriga me costará mucho dormir en un
sofá, ¿puedes conseguir un camastro para mí? Dormiré en su habitación, ¿qué tal si me necesita a
lo largo de la noche?
—Pero…
—No dormiré aquí, ni siquiera podré pegar un ojo por la preocupación, quiero estar junto a él.
***
—Escuchaste al doctor, Philips, a partir de mañana Hailee debe comer cinco veces al día y a
Connor deben limpiarle la herida cada ocho horas.
—¿Ellos se quedarán, su excelencia? —inquirió el hombre, atónito, aún sin poder creer la
preocupación que él había demostrado por los recién llegados en las últimas horas.
Constance solía ser muy reservada, por lo que Malcom hizo un gesto con la mano para
brindarle la confianza suficiente para que pudiera continuar.
—Por favor, permita que el día de mañana un carruaje lleve a la señorita Gambarini y a
Connor a su casa.
Se tensó.
—¿Por qué nadie llama a Connor por su apellido? —quiso saber y sus empleados respingaron
con desconcierto, puesto que él nunca permitió que su hijo llevara su apellido—. ¿Joven
Gambarini?
—¿Por qué?
—Ellos no se irán a ninguna parte, Constance, por lo que no necesitarán ningún carruaje.
—¿Eso quiere decir que se quedarán aquí como huéspedes o nuevos empleados? —inquirió
Philips con mucha cautela y él se frotó los ojos, abatido.
Todo indicaba que sus empleados tenían un muy mal concepto de su persona.
Constance suspiró.
—Instalaron un camastro junto a la cama del marqués y ella se quedó allí, no quiso dormir en
otro lugar y está segura de que el día de mañana usted la hará abandonar la propiedad. —Era
normal que Hailee no esperara nada bueno de él, por su culpa ella estuvo viviendo un verdadero
infierno en los últimos meses—. Me pidió que le escribiera a Isabella porque es probable que la
vizcondesa viuda de Portman llegue mañana a Kent y ella tenía pensado pedirle que pasara por
ellos en su carruaje.
—Pueden retirarse —rodeó su escritorio para hacer exactamente lo mismo y miró a Philips—.
Tengo un duelo al amanecer, vendrás conmigo.
—Sabemos que ella tiene muchas ofertas de ese tipo, pero nunca nos imaginamos que lo del
conde fuera una obsesión.
Poco importaba, todas esas ofertas morirían cuando él pusiera al conde en su lugar.
Se dirigió al segundo piso con paso resuelto, pero no ingresó a su habitación, sino que hizo
una parada en el cuarto donde Hailee y Connor se encontraban. Tal y como Constance se lo dijo,
ella estaba en un camastro y la escena se le hizo desquiciante.
Se acercó a la cama con paso titubeante y paró en seco al ver el perfil de su hijo.
Tenía su rostro, sus facciones, su cabello e incluso sus manos.
La piel se le erizó cuando Hailee giró sobre su eje con un suave gemido adolorido y su
pequeño vientre volvió a quedar en evidencia bajo las sábanas. Ella estaba esperando un hijo de
otro hombre y él debería buscar la manera de deshacerse de ese bebé, pero…
—Con todo el respeto que se merece, su excelencia, esta noticia es muy repentina para mí y
debo advertirle que el embarazo de su esposa no está marchando como debería.
—Hace unas semanas lord Herlton la sometió a unos cuantos golpes y ella presentó un
sangrado, fue la última vez que la atendí y desde ese entonces ella no volvió al pueblo. Es
evidente que el embarazo siguió su curso porque su vientre creció, pero el estado de su esposa
no es óptimo.
Si por un momento pensó en dejar a Herlton con vida, todos sus planes cambiaron al recibir
esa noticia.
—Quiero discreción, Walker. —El doctor asintió con rapidez—. Usted recibirá una buena
paga si logra que ese bebé vea la luz. —Porque si de algo estaba seguro, era de que Hailee lo
odiaría toda una eternidad si perdía a ese hijo.
—Sí, ellos se quedarán aquí a partir de ahora y me gustaría pedirle un favor —acotó
rápidamente, sorprendiendo al hombre—. ¿Podría hablarme de las deudas que ella tiene en el
pueblo?
Malcom empuñó sus manos contra el dosel con impotencia y se preguntó por qué diablos
empezaba a dudar del plan que ideó durante tantos años. Por alguna extraña razón, la idea de
subir a Hailee a un barco y enviarla lejos de su vida para siempre ya no parecía gustarle.
«Porque muy en el fondo, temes que otro hombre vuelva a robarte su corazón».
O peor aún, temía que otro imbécil volviera a ejercer violencia sobre ella.
Su visión se tornó rojiza y abandonó la habitación como alma que se lleva el diablo.
—Su excelencia —paró en seco al ver a su lacayo totalmente empapado junto a Philips y
frunció el ceño al ver la palidez de su mayordomo.
—¿Qué sucedió?
—Lord Herlton tomó la carretera con la intención de irse a Londres y la tormenta y el camino
enlodado provocaron que cayera por una pendiente. Hace media hora se confirmó su muerte, su
excelencia.
Cinco años.
Hailee llevaba cinco años viviendo en la casa de Lawrence y no tenía la menor idea de por
qué él nunca le pedía nada a cambio; es decir, le estaba dando un techo seguro, ropa para ella y
su hijo, comida y todo lo que ella pensó que no tendría cuando salió de Kent Abbey.
«No te traje aquí para que seas parte del servicio, Hailee», le había dicho a la semana de lo
que la llevó a esa casa porque ella intentó sumarse a la cocina y como resultado él le llamó la
atención.
—¿No crees que soy algo tonta? —inquirió con preocupación, viendo de reojo como
Lawrence revisaba los apuntes de Connor, quien a su corta edad ya sabía escribir y sumar
gracias a él.
—No sé leer, escribir, ni sumar y mi hijo parece muy listo en todo eso con tan solo cinco años
—musitó apenada, ¿por qué tenía que ser tan idiota?
Lawrence dejó los apuntes de Connor de lado y abandonó su lugar para caminar en su
dirección.
—No negaré que tu hijo es un pequeño genio, pero creo que, si tú quisieras, también podrías
aprender. —Ella le sonrió con amabilidad y ladeó el rostro con resignación—. ¿Qué te detiene?
—¿Por qué eres tan bueno con nosotros? —preguntó con un hilo de voz y empuñó las manos
en la falda de su vestido—. No me dejas trabajar, gastas una pequeña fortuna al tener que
mantenernos y ahora te ofreces a nutrir mis conocimientos. No te entiendo.
Nunca olvidaría cómo él llegó al pueblo en su semental y se plantó frente a ella sin dudarlo
en el momento que se sintió más perdida y sola que nunca.
«Sabía que pasaría», había dicho para sí mismo, pero ella llegó a escucharlo.
—No soy bueno con las palabras, pero creo que es evidente que solo te estoy demostrando el
gran amor que siento por ti. —La visión se le cristalizó—. Esto que siento por ti es real y tal vez
he sido algo idiota al no tocar el tema contigo en los últimos años. —Sujetó sus manos con
ternura y dejó un casto beso en el dorso de ambas—. ¿Crees que algún día podrás sentir lo
mismo que yo?
—Yo te rechacé por Malcom. —Una lágrima se deslizó por su mejilla, cometió un terrible
error al dejarse llevar por sus emociones y seguir al marqués—. ¿Cómo pudiste perdonarme?,
¿cómo pudiste aceptarme en tu vida cuando Connor es su hijo?
—Porque te amo y el amor es lo suficientemente fuerte como para perdonar. —Le sonrió y
besó su frente con ternura—. ¿Y cómo no amar a Connor? Es el niño más dulce e inteligente que
he conocido en mi vida.
—¿Creerías en mi amor si te digo que me siento igual que tú? —Acunó su rostro y lo besó
con ternura—. No lo hago por tu dinero ni generosidad, llevo años pensando en ti y lo mucho
que me gusta tenerte cerca.
—No me des explicaciones, yo creeré en cualquier afirmación que salga de tu boca, mi amor.
—Porque eres tan transparente que no sabes mentir. Sé que me quieres, nunca dejas de
mirarme y tratas de estar cerca cuando…
—¿Tan obvia soy? —se ruborizó y Lawrence se rio por lo bajo antes de unir sus labios una
vez más—. Connor…
—Sí, sí puedes.
Hailee despertó con lágrimas en los ojos y Constance, quien en ese momento estaba en la
habitación, vigilándolos a ambos junto a una criada, se arrodilló junto a ella con rapidez para
sujetarla por los hombros y hacerla volver en sí.
—¿Por qué, Constance?, ¿Por qué tuvo que morirse? —sollozó con amargura y dejó que la
abrazara por los hombros—. Nos amábamos e íbamos a formar nuestra propia familia.
—Debes calmarte, Hailee, trata de respirar —le rogó—. Estás sudando y tu temperatura subió.
Todo era tan injusto, ¿qué mal hizo ella para que la vida le arrebatara a Lawrence?
—Lo extraño, no hay día que no piense en él —confesó con voz rota y se aferró a la mujer
como si de eso dependiera su vida—. Si pierdo a mi hijo, perderé lo único que me queda de él.
—¿El doctor?, ¿qué hora es? —el pánico se apoderó de su ser—. Tenemos que irnos… —
Aunque aún era de noche.
—¿Las ocho? —empezó a reír con histeria y las lágrimas no dejaron de bajar por sus mejillas
—. ¿Cómo pueden ser las ocho si cuando me dormí eran las doce?
—Debemos irnos, quiero irme —fue más clara y todo en ella tiritó cuando el duque apareció
en su campo de visión.
—Es la medicación, su excelencia —musitó Philips y le entregó algo al duque—. Dele esto.
—Mi hijo…
Y como él estaba huyendo de Connor, lo mejor sería que fuera llevada a otra habitación.
—No lo hice.
—No nos haga daño —suplicó y él la miró con los ojos muy abiertos—. Está bien, no me
entregue el dinero, pero déjenos ir.
—Usted dijo que nuestra muerte no le vendría nada mal… —susurró antes de caer rendida por
la impresión y el miedo.
Si el duque no quería devolverle el dinero, ella se iría en silencio, no había necesidad de que
se deshiciera de ellos.
***
«Algún día volveré con un nuevo heredero y tú y él saldrán de mi vida cuando yo anuncie su
trágica muerte. Los mandaré lejos de Londres, a no ser que prefieras que los envíe muchos
metros bajo tierra. Te devolveré tus nueve mil novecientas noventa libras a mi regreso. Tómalo
como un préstamo, con eso ambos podrán irse y empezar de cero en un lugar donde no me
estorben y yo no tenga que verlos».
Por todos los santos, ¿Hailee pensaba que la razón por la que los tenía en su casa era porque
quería matarlos?
«No, por favor, no más… No lo entiende, ya no quiero soñar con él. Me duele abrir los ojos y
no tenerlo a mi lado».
«¿Por qué, Constance?, ¿Por qué tuvo que morirse? Nos amábamos e íbamos a formar nuestra
propia familia».
«Lo extraño, no hay día que no piense en él. Si pierdo a mi hijo, perderé lo único que me
queda de él».
—Se lo dije, Kent, retenerla a su lado no será nada sencillo —espetó Victoria Pierce,
adentrándose a la habitación con paso resuelto, y Malcom se obligó a sí mismo a recordar que la
mujer llevaba horas en su casa, esperando la oportunidad perfecta para hablar con Hailee—. Ella
y mi hijo se amaron, tenían pensado casarse e incluso a pesar de esto —indicó toda la estancia—
yo bendecí su amor porque era real y sincero.
—No era imposible porque estaba sucediendo —gruñó la mujer adulta y él inhaló con
pesadez—. Usted le prometió su libertad y ellos creyeron en su palabra.
—No debieron ser tan ilusos —siseó con impotencia y empuñó sus manos.
—Y usted no debería ser tan sinvergüenza. —La fulminó con la mirada—. Dejó a su esposa e
hijo en la calle, si mi hijo no hubiera llegado por ellos habrían muerto por el frío.
—Yo…
—Su hijo y Hailee saben todo lo que saben porque mi hijo los preparó.
—Usted no siente interés por Hailee y Connor —la desafió y la mujer respingó—. Usted
quiere a su nieto.
—¿Cuánto le ofreció por el bebé? —quiso saber—. ¿Por eso quiere que le dé su libertad? Para
que así sea más fácil quitarle a su hijo. —Malcom no era estúpido, esa mujer siempre actuaria a
su conveniencia—. No es lo mismo quitarle el bebé a una mujer soltera e indefensa que a un
duque, ¿no es así?
—Por supuesto, Hailee querrá que el niño que viene en camino goce de comodidades y una
buena educación, querrá que tenga todo lo que sueña para Connor. —La tensión se apoderó de su
cuerpo—. Seamos realistas, si no hubiese sido por mi hijo, ella sería una ramera y su hijo estaría
limpiando chimeneas y establos.
—Largo.
—Es lo único que me queda de mi amado hijo, quiero que tenga lo mejor —insistió la mujer y
Malcom contó hasta tres.
—Hailee no le entregará a su hijo, milady —trató de ser razonable con ella.
—No, no puedo.
—Esto no se quedará así —farfulló la mujer y golpeó el piso con su bastón—. No dejaré a mi
nieto bajo el cuidado de un hombre tan desalmado como usted, ¿qué garantía tengo yo de que no
los dejará en el abandono cuando se aburra de ellos?
—¿Habla en plural?
Despachar a la vizcondesa viuda no fue una tarea sencilla y no supo si alarmarse o alegrarse al
ver a Philips en su despacho dos horas más tarde.
Había sido un día demasiado largo y por primera vez en años no tenía la menor idea de qué
debía hacer, normalmente siempre tenía un plan, pero ahora mismo se sentía demasiado
desorientado.
—La duquesa despertó y ahora mismo se encuentra cenando en la alcoba de lord Sutherland.
—Era bueno saber que Hailee se estaba alimentando y se sentía mejor—. No está al tanto de la
visita de lady Portman, ¿deberíamos decírselo?
Philips alzó las cejas con sorpresa, pero se recuperó de la conmoción que le generó su
pregunta con rapidez.
—Dos veces, pero fue algo breve —sonrió con cariño—. Sólo llamó a su madre y a lord
Portman, aún está divagando.
¿Es que ambos lo atormentarían con el recuerdo del difunto vizconde?
—¿De verdad nunca estuviste al tanto de su relación? —le indicó el asiento que estaba frente
a él y su mayordomo aceptó su invitación para iniciar con esa conversación—. ¿Por qué lo
quieren tanto?
—Él les dio un techo el mismo día que usted los echó, su excelencia.
—Pudiste escribirme.
—Con todo el respeto que merece, su excelencia, le prometí a su difunto padre que siempre
cuidaría de usted, su esposa e hijo. Temía que al decirle lo que estaba sucediendo, usted hiciera
algo peor contra la duquesa y el niño. En el fondo consideraba que en Kent estaban más seguros.
—Escondiste su amorío.
—En aquel entonces ellos no eran amantes y estoy seguro de eso porque cuando el difunto
vizconde se presentó en Kent Abbey, fue él mismo quien me confesó que llevaban cinco años en
una relación.
—Lo que quiere decir que en un principio Hailee solo fue su acto de caridad.
—Si Hailee se rehusó a volver, ¿por qué entablaste una relación con mi hijo?
—Es una historia curiosa porque recuerdo ese día como si hubiera sido ayer. —La ansiedad
empezó a carcomerle por dentro—. No sé si recuerda, pero hace cuatro años nació un potrillo.
—Resulta que lord Sutherland ama los caballos y se enteró mediante algunos rumores en el
pueblo sobre el suceso, por lo que vino a husmear un poco en los establos.
—Cuando lo vi, fui a él con toda la intención de echarlo, pero cuando el niño se dio cuenta de
mi presencia y se giró en mi dirección, yo no pude emitir palabra alguna, su excelencia.
—¿Por qué?
—Si dormido cree que se parece a usted, debería ver sus grandes ojos color esmeralda. Era
como retroceder en el tiempo y tenerlo en Kent Abbey.
—Lo reconociste.
Philips asintió.
—No pude echarlo; a decir verdad, lo invité a pasar a la cocina para invitarle las tartas del
repostero.
—Ya veo…
—Constance también lo reconoció con bastante facilidad y desde ese momento le dijimos que
siempre que necesitara algo podía venir a buscarnos a Kent Abbey. —Sonrió con melancolía—.
Sé que no hicimos lo correcto, él nos contó que su madre se lo había prohibido, pero que había
algo en este lugar que siempre lo llamaba.
Porque era su hogar, eran sus tierras y él sabía que pertenecía allí.
—¿Te das cuenta que tengo a mi esposa, hijo y a mi querida bajo el mismo techo y en un mes
nacerá mi bastardo?
Philips carraspeó.
—No debería verlo de esa manera, estoy seguro de que lady Kent no le prestará la más
mínima atención. —Lo miró con curiosidad—. Ella ya no lo ama, su excelencia, ¿ha visto como
lo trata? —Philips estaba siendo demasiado directo para su gusto—. Ella lo respeta y ahora
mismo sólo quiere salir de aquí.
—Pero lo es, Philips, y según tus palabras sólo hace falta mirarlo a los ojos para darlo por
sentado.
—Su excelencia —exteriorizó su abatimiento—, Connor cree que es un bastardo, que no tiene
apellido y ha pasado por momentos muy duros desde la muerte del vizconde.
Sabía que la situación era complicada, pero no podía renunciar a su hijo. No tenía más
alternativa que hablar con la verdad y afrontar la situación.
—¿Qué fue lo que hice, Philips? —No recibió una respuesta inmediata—. Ella debe odiarme.
—Pero…
—Ahora él no está —le cortó— y quizá usted podría remediar su error entregándole todo lo
que por derecho le corresponde.
—Yo creo que así, lady Kent podría considerar la opción de aceptarlo en su vida.
—Está atravesando un embarazo complicado y esa no es una opción para ella, tiene que
guardar reposo.
—Tiene dos meses para convencerla de que en Kent Abbey estará mucho mejor que en
cualquier otro lugar.
—Lo intentará por las buenas y si no consigue nada, supongo que hará lo que todo duque con
su poder y fortuna suele hacer.
Era detestable pensar de esa manera, pero él no permitiría que Hailee y Connor se marcharan
a ninguna parte.
Una vez que estuvo en su habitación, la culpabilidad empezó a carcomerlo por dentro al darse
cuenta que durante diez años nunca se detuvo a pensar en su esposa e hijo cuando su situación
realmente pudo haber sido muy mala.
¿Cómo diablos iba a odiar al hombre que les dio una segunda oportunidad en la vida cuando
él les dio la espalda?
—¡Qué casualidad que justo el día que decides entregarte a mí, nuestros padres nos
encuentran! —indicó la habitación que estaban ocupando en la pequeña cabaña de caza y
Hailee comenzó a vestirse.
—¡Tú jamás serás digna de estar a mi lado! —le cortó con rabia y ella lo miró con tristeza—.
Me casaré contigo sólo porque mi padre me ordenó hacerlo, pero ten por seguro de que nunca
dejarás de ser la vulgar hija de un simple comerciante oportunista.
—¡Era mentira! —mintió—. Yo te dije todas esas estupideces para meterme entre tus piernas,
pero no con el objetivo de casarme contigo, se suponía que ibas a ser mi amante —escupió y ella
sollozó con amargura.
Su hijo era el resultado de un acto de amor puro y sincero, y él manchó todo eso con su
horrible actitud al creer que Hailee planeó todo junto a su padre. Era evidente que fueron sus
padres los que les pusieron esa trampa. Gambarini quería subir un escalón social y su padre
quería el dinero.
Hailee se marchó de Kent Abbey amándolo y diez años después volvió a poner un pie dentro
de la propiedad sin sentir el más mínimo aprecio por su persona.
Capítulo 7
—No entiendo por qué tengo tanto sueño —musitó su hijo, robándole una pequeña sonrisa, y
Hailee besó su frente con ternura—. ¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
Los párpados de Connor comenzaron una lenta pelea entre permanecer abiertos o cerrador y
Hailee le dio un pequeño empujoncito para que pudiera cerrarlos.
—Al menos por fin pudiste desayunar. —Volvió a besarlo y deseó estrecharlo entre sus
brazos—. Me diste un susto de muerte, Connor, y juro que voy a castigarte cuando te sientas bien
—prometió en voz alta y enderezó la espalda con vitalidad renovada.
Aunque odiara reconocerlo, Kent Abbey había sido su hogar durante nueve meses hace diez
años, por lo que conocía muy bien cuál era el camino hacia la cocina. Los vestidos que
Constance le entregó el día de ayer eran las prendas más cómodas que pudieron llegar a su poder,
con el embarazo sus antiguos vestidos habían quedado algo justos en los lugares indeseados.
—¿Su excelencia? —La mujer salió del lugar con paso apresurado y la miró con los ojos muy
abiertos—. ¿Qué hace aquí? ¿Desea algo en específico? Debió tirar del cordón.
—Tranquila —se rio y alzó las manos en son de paz—, no me llames así, soy Hailee.
Ella tragó con fuerza y miró por encima de su hombro hacia la cocina.
—Quiero saber si puedo ayudar en algo —evitó que la sujetara del brazo y dio un paso hacia
atrás.
—Dudo mucho que mi estadía aquí sea gratis —se dio unos toquecitos en el mentón,
pensativa—. Y en el hipotético caso de que así fuera —que dudaba mucho—, me gustaría un
empleo, un sueldo no me vendría nada mal —admitió y Constance desencajó la mandíbula con
incredulidad—. ¿Debería hablar con el duque sobre el tema? —Torció los labios con disgusto, tal
vez él no estaría dispuesto a darle ni un penique—. Me hubiera encantado evitarlo, pero tiene
lógica —reconoció con los ánimos por los suelos.
—Pero ya me siento bien. —Dio una vuelta sobre su lugar con la intención de demostrarle
que estaba como nueva y la sangre se le congeló cuando al terminar en su lugar de partida, el
duque apareció en su campo de visión detrás de Constance.
Estaba junto a Philips y estuvo en la cocina todo este tiempo, había escuchado su
conversación. Por su aspecto dedujo que llegó de su cabalgata matutina y se distrajo conversando
con la pareja.
—Bien para trabajos que no incluyan levantar objetos pesados —aclaró y dio un paso hacia
atrás cuando él se plantó frente a ella—. O podría intentarlo si usted así lo quiere.
No tenía pruebas, pero estaba segura de que él era más fuerte que el conde de Herlton.
Se llevó una mano a la pequeña herida que tenía en el labio inferior. El duque nunca le había
levantado la mano, pero tal vez se debía al hecho de que no llegaron a compartir mucho tiempo
juntos cuando él comenzó a odiarla.
—Estás pálida —observó él con voz tensa y ella dio un paso hacia atrás al abandonar su
letargo—. Ven conmigo. —Intentó pasarla de largo, pero luego lo pensó mejor y sujetó su brazo
para guiarla durante todo el camino hacia su despacho.
Su marcha no fue lo suficientemente rápida como para agitarla, pero su agarre sí le generó
algo de inquietud.
—¿Por qué está molesto? —Se armó de valentía y decidió enfrentarlo—. Fue usted el que dijo
que debíamos quedarnos. —No aceptaría ningún reclamo de su parte respecto al tema—. Aunque
si lo desea podemos irnos —dijo atropelladamente, ¿sería esta su oportunidad perfecta para dejar
Kent Abbey?
El duque la hizo entrar a su despacho y lejos de empujarla sin cuidado alguno, la guio hacia
uno de los asientos que estaba frente a su escritorio y la instó a tomar asiento.
—Seré claro contigo, Hailee. —Tomó su respectivo lugar—. Tú no estás aquí en calidad de
empleada y no te quiero ver pidiendo un oficio a ninguno de mis empleados —aseveró con
disgusto y tiró su fusta sobre la fría madera—. El único deber que tienes es reposar, el doctor fue
muy claro contigo.
—No es sencillo —admitió con un mohín—, estoy segura de que puedo ocupar mi tiempo en
algo más productivo.
—¡No lo harás! —elevó la voz y ella se encogió en su lugar, provocando que él cerrara los
labios en una fina línea y lanzara una maldición por lo bajo—. ¿Por qué me llevas la contraria?
—Se pasó la mano por sus negros cabellos que estaban atados en una coleta baja—. Lo haces
todo más difícil.
—No es llevarle la contraria, es sólo que usted y yo no tenemos el mismo estilo de vida.
—¿De verdad seguirás con las tontas formalidades? —Parpadeó varias veces, consternada—.
Antes solías llamarme por mi nombre
—Antes no tenía clara cuál era mi posición, su excelencia —enfatizó en la última palabra y
las aletas de la nariz masculina se agitaron con violencia—. ¿De qué quiere hablar conmigo si no
es de trabajo o dinero?, ¿para qué me trajo aquí? —El rostro masculino se tornó rojizo y se
preguntó si no estaba siendo algo insolente al dirigirse a él de esa manera.
—¿Crees que no tenemos nada de qué hablar? —farfulló y ella negó con la cabeza—. Estás
embarazada, Hailee.
—El bebé que esperas es el nieto de la vizcondesa viuda de Portman, una de las mujeres más
influyentes y respetables de Londres.
—¿Cómo lo sabe?
—Ella vino a buscarme. —El miedo se apoderó de todas sus extremidades—. Quiero que me
digas qué fue lo que te ofreció a cambio del bebé.
—No es su problema.
—Hailee…
—¡No es su problema! —Perdió los estribos y él abrió los ojos con sorpresa—. Es mi bebé y
nada de lo que esa mujer me ofrezca hará que se lo entregue, ¿me entiende?
—Nunca sugerí algo así. —Tragó con fuerza y negó rápidamente con la cabeza—. Pero lady
Portman está empeñada en quedarse con el bebé.
—¿De verdad no puede? —esbozó una sonrisa llena de esperanza y el duque se reclinó en su
asiento, pensativo.
—Claro, ¿cuándo has visto que una vizcondesa le robe un hijo a un duque?
La sangre se le congeló y lo miró con recelo, odiando que esa sonrisa creída se dibujara en su
apuesto rostro. No se había dado cuenta de lo mucho que él había cambiado, incluso se dejó
crecer la barba.
—No es…
—Tú eres mi esposa y me perteneces, por ende —señaló su vientre—, ese bebé también me
pertenece.
—Déjeme tenerlo, yo me iré junto a mis hijos y nunca le pediremos nada; es más, le aseguro
que nunca más volverá a saber de nosotros. —Todo rastro de diversión se esfumó del rostro
masculino y la miró con dureza—. Lady Portman me ofreció quince mil libras por el bebé —
confesó atropelladamente—, me dijo que se encargaría de brindarle todas las comodidades y que
le daría el futuro que se merece, pero es mi bebé, es lo único que me queda de Lawrence y no
puedo ni pienso renunciar a él.
—No has cambiado nada —musitó para sí mismo con cansancio—. ¿Por qué tienes que ser
tan transparente?
—No, no lo es —ladró con disgusto—, pero he de admitir que daría lo que fuera por no tener
nada que ver con ese bebé. —Clavó la vista en su vientre y ella se incorporó de un salto—.
Siéntate.
—No tendrá nada que ver con él —ignoró su orden—, recuerde que una vez que me entregue
mi dinero, tengo la obligación de salir de Londres para siempre.
Giró sobre su eje con toda la intención de salir de su despacho, pero lanzó un gritillo cuando
de un momento para otro el duque la sujetó de la cintura y la empotró contra la pared con
bastante facilidad y sin necesidad de ejercer violencia contra su cuerpo.
—Yo no voy a lastimarte —siseó y ella apartó el rostro al darse cuenta que estaban muy
juntos—. Herlton está muerto. —El pánico se apoderó de su ser—. Intentó ir a Londres en medio
de la tormenta para regar nuestro secreto y el camino se deslizó.
—El doctor me contó lo que Herlton te hizo hace un mes. —Walker no debió hablar del tema
con nadie, era muy humillante que las demás personas supieran que Herlton tuvo la potestad de
golpearla. Dio un respingo en su lugar cuando la mano del duque rozó su brazo y lo miró con
recelo—. Tu embarazo no está marchando como debería, Hailee —lo dijo con tanto cuidado que
por un momento pensó que se sentía preocupado por ella—. ¿Por qué te empeñas en llevarnos la
contraria?, ¿acaso no puedes simplemente quedarte en cama?
—No tengo esa costumbre —confesó con voz ronca y trató de apartar el brazo, pero él se
cernió todavía más sobre ella y en esta ocasión su mano terminó rozando su mejilla—. Basta, por
favor, me está asustando.
—¿Por qué? —su aliento acarició la piel de su rostro y el miedo no hizo más que
incrementarse—. ¿Cuándo te he dañado físicamente, Hailee? —quiso saber—. ¿Cuándo te he
puesto una sola mano encima para que me mires con tanto temor? —le reclamó y una lágrima se
deslizó por su mejilla.
Sólo un poco.
—Aún no dije que pudieras irte —arrastró sus palabras y todo su cuerpo se sacudió cuando
posó su amplia mano en su abultado vientre, se veía tan concentrado en su labor que no supo si
lo estaba haciendo con buenas o malas intenciones—. Se ve algo pequeño para siete meses —
comentó distraído—. No tengas miedo, yo...
—Ah… —jadeó adolorida cuando su bebé pateó su vientre con más fuerza de la necesaria y
el duque dio un paso hacia atrás, sorprendido.
—Parece que no le caigo bien. —Se quedó mirando su mano y Hailee se sujetó el vientre y
empezó a respirar con dificultad—. ¿Qué te sucede? —Abandonó su letargo y la tomó en brazos
para recostarla en el diván más cercano—. Diablos, Hailee, no debes tenerme miedo, jamás los
lastimaría.
—Dije que los enviaría lejos una vez que tuviera a mi repuesto —susurró con un hilo de voz y
nuevamente acarició su vientre, pensativo—. Pero ya oíste al doctor, tú debes reposar hasta el día
del parto y…
—Sí.
—No te importó echarnos en pleno invierno, ¿por qué velarías por el bebé de otro hombre? —
Los párpados comenzaron a pesarle, ahora entendía la razón por la que debía reposar; las
emociones fuertes no le sentaban nada bien.
—Yo sólo quiero que estén bien —balbuceó y Hailee no pudo entender sus palabras, por lo
que se sintió bastante desconcertada al sentir como la acogía entre sus brazos antes de que cayera
profundamente dormida.
***
—Por favor, Malcom, dame una oportunidad para demostrarte que puedo ser una buena
esposa. —La miró con rencor, ella se veía hermosa en su vestido de novia, pero incluso así se
creía incapaz de creer en sus palabras—. Nosotros…
—Soy un duque, hijo de dos nobles, y tú eres una maldita oportunista que tuvo la suerte de
embarazarse en su primera vez.
—¿Esta es la vida que quieres? —conectó sus miradas—. ¿Crees que serás feliz acumulando
tanto odio y desprecio en tu corazón?
—A Londres.
Se dirigió a la puerta principal de Kent Abbey y paró en seco al ver a su padre junto al
carruaje que lo llevaría hacia la ciudad.
—No seas tonto, Malcom, es tu esposa.
—Esa muchacha te ama, si te marchas ahora lo perderás todo, ¿de verdad quieres vivir junto
a una esposa que te odiará hasta el último día de su existencia?
—Supongo que al igual que usted, sólo tendré que saltarme a su velorio para dejar claro que
el sentimiento es mutuo —escupió y se zafó de su agarre.
Él también creía que la amaba y que el sentimiento era mutuo, pero al parecer Hailee sólo
estuvo buscando su posición social desde un principio.
—¿Cómo la viste? —preguntó una vez que Constance bajó al primer piso y la mujer respingó
en su lugar—. ¿Está mejor?, ¿comió toda su cena?
—Ambos están bien, su excelencia —lo miró con pena y analizó sus siguientes palabras—,
pero si me permite decirle esto, creo que debe tener paciencia, aún es muy pronto para
presionarla. Lord Sutherland apenas y está volviendo en sí, la duquesa está muy agobiada.
—¿Qué se supone que debo hacer? —susurró con impotencia—. Ni siquiera puedo ver a mi
propio hijo.
Porque la idea de que Connor lo reconociera con una simple mirada le generaba pavor, no
tenía la menor idea de si podría justificar su ausencia y el hecho de que él nunca llevó el apellido
y título que por derecho le correspondía.
—Tómese un poco de tiempo —sugirió su ama de llaves—, si la asusta ella no querrá salir de
su refugio y eso sólo complicará todo.
El duque llevaba cinco días fuera de Kent y Hailee no hacía más que rezar en silencio para
que la estadía del noble en Londres no hiciera más que alargarse. No tenía la menor idea de por
qué se marchó, pero según Philips, su excelencia tenía unos asuntos que atender en la corte.
Él estaba actuando muy extraño. Cuando se reunieron en su despacho y ella se desmayó, pudo
sentir cómo la rodeó entre sus brazos antes de que eso sucediera. La garganta se le cerró, la
última vez que lord Kent le mostró una muestra de afecto fue cuando cometió el terrible error de
entregarse a él y lo que llegó a continuación fueron horribles desplantes.
Hailee dejó de caminar de un lugar a otro y miró a su hijo con los ojos muy abiertos.
Su estado era cada vez más óptimo y lo menos que quería era que él quisiera pasear por la
propiedad del duque, de más estaba decir que a Connor le generaba mucha ilusión estar ahí. En
su mente, Kent era un hombre generoso y amable que había extendido su mano para ayudarlos
en un mal momento.
¿Cómo le explicaría que hace diez años fue él quien los echó a la calle?
—Lo siento, ¿quieres un poco de agua? —Se acercó a la jarra que estaba junto a la cama y le
sirvió un poco—. Bebe, estás algo pálido.
Connor la obedeció y se quejó un poco por el esfuerzo que representó mover el torso.
—Comprendo que estoy castigado —dijo de pronto, mirando la ventana con anhelo—, pero
¿de verdad debemos permanecer encerrados todo el tiempo? —Las manos comenzaron a sudarle
—. ¿No debería ir con el duque y agradecer su hospitalidad?
—No es necesario —musitó con voz aguda—. El doctor dijo que debes permanecer en reposo
por un mes.
—Entramos a invierno, ese sol no te calentará en lo más mínimo. —Su hijo le regaló una
sonrisa traviesa y la piel se le erizó al confirmar lo parecido que era a su padre—. Además, esta
no es nuestra casa, no podemos pasearnos por el lugar sólo porque sí. —Empleó una nueva
estrategia y su hijo asintió.
¿Por qué su hijo creía que eran las peores parias de Londres?
«Tu esposo quiere sacarlos del país, claro que lo son», le aclaró una vocecilla y ella apretó la
mandíbula.
—Dame tiempo —pidió de pronto—, veré qué puedo hacer por ti.
Tal vez si Philips le confirmaba que el duque retrasaría su llegada, ella podría darse unos
minutos al día para sacar a Connor al jardín.
—Gracias madre. —Sus ojos brillaron con ilusión—. ¿Qué tal si pregunta si podríamos ir a
los establos? Ayer vi que llegaron nuevos caballos y…
Por esa razón no le gustaba que su habitación estuviera tan lejos de la de Connor, ahora que él
se encontraba mejor, debía vigilarlo más que nunca.
—Por cierto, qué linda se ve en ese vestido, el rosa le sienta muy bonito —observó su hijo y
ella se ruborizó.
«Lord Kent envió todo esto para usted y lord Sutherland, su excelencia, no puede rechazarlo»,
le había dicho Constance con preocupación. «Piense en lord Sutherland, ha crecido tanto que
necesitará nuevas ropas y en este invierno requerirá de nuevos abrigos».
Llegaron más de cinco baúles con ropa para ella y Connor, y Hailee no se atrevió a rechazar
los vestidos que ahora sí estaban a su medida y ya no eran tan grandes como los anteriores. A
decir verdad, llevaba meses requiriendo nuevos interiores y abrigos, por lo que dejarse llevar por
el orgullo en esa situación sería algo absurdo.
«Lo más probable es que lo descontará de mi dote», pensó en aquel momento y se limitó a
encogerse de hombros.
—Tú también adquiriste nuevas prendas —le contó y su hijo la miró con interés, pero no hizo
ninguna pregunta al respecto.
La doncella que estaba a cargo de cuidar a su hijo ingresó a la habitación y Hailee le pidió que
aguardara por ella, que iría a hacer unos mandatos y que a su regreso esperaba verlo tal y como
lo había dejado.
—Cómo usted ordene, madre —le sonrió y ella temió que hiciera alguna imprudencia.
Él era muy orgulloso, demasiado para su gusto, pero ¿qué podía esperar del primogénito de un
duque?
—Antes de que me eches, debes saber que no saldré de aquí hasta hablar contigo —dijo nada
más entrar a la cocina y Constance la observó con frustración, al parecer no podía llevarle la
contraria a la esposa del duque—. ¿Sabes algo de su excelencia? —inquirió con cautela—. ¿Si su
regreso tomará mucho tiempo?
—Se trata de mi hijo, quiere salir de su habitación, pero no quisiera provocar un encuentro
desagradable.
—Eso depende de la velocidad con la que efectúe su viaje, mi esposo cree que estará aquí
antes del amanecer.
Por alguna extraña razón, esa noticia relajó sus músculos. Sólo era cuestión de días para que
la nevada diera inicio.
—Dudo mucho que su excelencia se niegue a hacerlo —comentó distraída y Hailee se sentó
en la mesa, bajo su atenta mirada—. ¿Puedo ayudarla en algo más?
—En nada, sólo quiero ver lo que haces. —Vio como picaba las verduras con habilidad—.
¿Puedo ayudarte? —preguntó minutos después.
—No.
—El doctor dijo que justamente eso es lo que tiene que hacer.
—Pescado. —Su estómago rugió y la boca se le hizo agua. Abrió la boca con la intención de
decir algo, pero Constance dijo—: No, no puede ayudar.
—Tal vez no lo sepas, pero cocino muy rico —comentó con un mohín en los labios y estudió
el lugar con curiosidad—. Tengo hambre.
En un abrir y cerrar de ojos, Hailee tuvo una gran porción de tarta de frambuesas y una taza
de té a su disposición.
—Gracias.
—Se ve con mejor semblante y ha subido de peso —añadió Constance con mayor soltura
unos minutos después.
—Todos son muy buenos conmigo y Connor, siempre se preocupan de que tengamos lo
necesario. —Clavó la vista en la ventana—. Pronto anochecerá.
—Aún es temprano.
—Ya veo… —susurró—. He de admitir que me parece extraño que lady Portman no haya
venido a buscarme ahora que el duque no está en Kent Abbey.
—Lo siento, su excelencia, pero el señor prohibió el ingreso de la vizcondesa viuda a Kent
Abbey.
—¿Por qué? —No entendía por qué el duque estaba siendo tan considerado con ellos—. Creo
que hay un error, lady Victoria no es una mala mujer. —Por todos los santos, la madre de
Lawrence debía estar muerta de los nervios.
Hailee negó lentamente con la cabeza, tal vez lo mejor sería escribirle una misiva y explicarle
un poco más de la situación. Lo único que ella quería era que Victoria creyera en su capacidad
para cuidar de su hijo.
—¿Se siente bien? —inquirió con preocupación al ver que se estaba aferrando a la pared y se
acercó a ella sin dudarlo—. Tome asiento, ¿desea algo en específico?
Se sentía una estúpida por no haber pensado en esa mujer con anterioridad. Llevaba días en
esa casa y era la primera vez que se encontraban cara a cara.
No debería sorprenderle, el duque era un hombre apuesto y suponía que tenía mucho dinero.
—Si sigo comiendo las galletas que me enviaron vomitaré, ¿no pueden conseguir las que me
gustan?
—Yo las haré —espetó con entusiasmo y Constance la miró con horror—. Mucho gusto, mi
nombre es Hailee Gambarini —se presentó y la rubia de ojos azules la miró con interés y
curiosidad.
—Soy Gwendoly Marshall. —Parecía una joven amable—. No quiero ofender tu entusiasmo,
pero yo quiero unas galletas en específico.
—Soy la persona que las hace —le informó y los ojos de Gwendoly brillaron con emoción.
—¿Lo dices en serio? ¿Malcom te mandó a buscar para que las hicieras?
Constance no pudo reprimir su jadeo y Hailee meditó su respuesta antes de asentir. Llevaba
días sin hacer algo productivo y la idea de hornear unas cuantas galletas le fascinaba.
Gwendoly palideció y Hailee reprobó a Constance con la mirada, al parecer el ama de llaves
se rehusaba a verla atendiendo a la amante del duque.
—Claro que puedo. —Con un par de broches ajustó mejor sus bucles dorados y sujetó el
primer mandil que tuvo a su alcance, permitiendo así que su pequeño vientre se marcara bajo la
prenda—. ¿Cuáles son tus preferidas, Gwendoly? —La mujer boqueó, no muy segura de cómo
proseguir, y ella negó con la cabeza—. No temas, yo no te odio ni te juzgo. El duque y yo somos
dos extraños que pronto tomaremos caminos distintos.
—Me gustan las de chocolate —musitó con pena—. De verdad lo siento, su excelencia, pero
realmente se me antojaron sus galletas.
—Dime Hailee, por favor. —Gwendoly relajó los hombros—. Constance, ayúdame a
conseguir los ingredientes. —Empezó a enunciar un listado de todo lo que necesitaría y la mujer
adulta le entregó todo lo solicitado a regañadientes—. ¿Llevas mucho tiempo en Kent Abbey? —
integró a Gwendoly en la conversación.
—Un poco más de seis meses, es un lugar bastante tranquilo. Él me envió aquí desde que se
enteró de mi embarazo.
—Lo es —musitó, más atenta en la masa que estaba amasando que en la mujer—, no hay
mucho entretenimiento por estos lares.
—Soy actriz —le contó—, fue un cambio bastante duro para mí.
—¿De verdad? —Abrió los ojos con sorpresa y la buscó con la mirada—. Siempre soñé con ir
a un teatro, debe ser un lugar hermoso.
—¿Cómo es posible? —Empezó a dudar de su palabra—. El duque de Kent posee uno de los
mejores palcos.
«¡Tú jamás serás digna de estar a mi lado! Me casaré contigo sólo porque mi padre me ordenó
hacerlo, pero ten por seguro de que nunca dejarás de ser la vulgar hija de un simple comerciante
oportunista».
—No vivo aquí —respondió con sencillez y empezó a separar la masa en pequeñas porciones
—. ¿Te sientes cómoda? —preguntó de pronto, sabía que con el vientre abultado permanecer en
un solo lugar podría ser horrible.
—Sí, lo estoy. —Respingó al ver su atenta mirada en ella—. ¿Y usted? ¿No está cansada?
—Para nada —le sonrió—. No seas tan formal conmigo, dime Hailee —insistió.
—¿Puedo preguntar cuánto tiempo lleva gestando? —inquirió Gwendoly con cierta
incomodidad.
La mujer se tensó.
—¿Por qué todos asumen que será un niño?
La garganta se le cerró.
—¿Quieres una niña? —preguntó con paciencia y la mujer se relajó—. Sea lo que sea, será un
bebé precioso porque tú eres muy guapa.
—Gracias —se ruborizó—, pero preferiría que fuera un varón. Ellos tienen más suerte.
—¿Eso crees?
—Por supuesto, un hombre puede labrarse un futuro, una mujer… —Ambas torcieron el gesto
con preocupación, comprendiendo mejor que nadie el significado de esas palabras.
—Nunca lo vi de esa manera. —Su voz tembló y miró su vientre con preocupación.
Constance se encargó de hornear las galletas y Hailee se sentó junto a Gwendoly, ignorando
el hecho de que tenía partes del rostro y el cabello manchados con harina.
—Yo sólo quiero que mi hijo sea amado por su padre, él me prometió que Zachary lo tendrá
todo.
—¿Zachary?
—Sí, Malcom eligió ese nombre —comentó con una pequeña sonrisa en el rostro—. Zachary
Aldrich.
—No es su hijo. —Gwendoly palideció—. Descuida, él lo sabe y no tiene problema con ello.
—Pero…
—Debo entregarle al niño, pero él me prometió que me comprará una casa y me entregará los
fondos necesarios para poder tener una vida cómoda, lejos de mi horrible pasado. —Era una
promesa significativa y Hailee no pudo evitar preguntarse qué tan rico era el duque—. No podré
ser parte de su vida, pero quiero creer que mi hijo siempre sabrá del gran amor que siento por él.
—Yo sé que así será —susurró conmovida y acunó su mano para brindarle consuelo.
Su situación debía ser muy mala para tener que renunciar a su hijo, puesto que ella se creía
incapaz de hacer algo así.
—¿Tú tienes un nombre para tu bebé? —preguntó Gwendoly mientras le daba un mordisco a
su galleta—. Definitivamente adoro tus galletas.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —musitó en tono confidencial y ella asintió—. ¿Él lo
aceptará?
Hailee se rio.
—El duque no aceptará nada que venga de mí y la clara prueba de ello es Connor.
Decirlo en voz alta era doloroso, pero también liberador, uno debía ser valiente y aceptar su
realidad.
—¿Connor?
—Estás al tanto de que una vez que tu hijo nazca, lord Kent me sacará de su vida para
siempre, ¿verdad? —tragó con fuerza y dejó su taza de lado.
—No lo sabía.
—No diré nada —dijo Gwendoly con preocupación—, pero ¿quién es Connor?
—Es el niño al que tu hijo reemplazará cuando el duque invente su trágica muerte.
Gwendoly jadeó.
Lo que quería decir que ni siquiera naciendo hombre pudo recibir sus beneficios.
Constance y Gwendoly palidecieron al ver al duque bajo el umbral de la puerta, pero Hailee
sólo le dio un mordisco a su galleta de vainilla. Con suerte, después de esta escena, él le
permitiría volver a su casa junto a Connor.
Capítulo 9
¿En qué momento se le ocurrió pensar que Hailee y Gwendoly nunca coincidirían?
«El duque no aceptará nada que venga de mí y la clara prueba de ello es Connor».
Cerró las manos en dos puños y empezó a respirar con dificultad. Estaba comenzando a
aborrecer la ligereza con la que ella hablaba de todas las estupideces que hizo en el pasado.
Malcom prefería los gritos, los insultos e incluso los golpes, puesto que la fría calma de Hailee lo
estaba sacando de quicio.
—¿En qué diablos estuviste pensando al ponerte a hornear galletas en mi cocina? —escupió
con rabia, considerando que si las cosas seguían así muy pronto echaría fuego por la boca—.
Eres mi esposa, la duquesa y ella…
¿En qué tipo de monstruo se había convertido para rebajar a su esposa hasta ese nivel?
—Estás exagerando.
Hailee hizo un gesto con la mano para restarle importancia y su mandíbula se desencajó, esto
era una locura. Comprendía que su corazón seguía siendo tan puro como antes, pero existían
límites para expresar su bondad.
¿Qué tipo de venganza era esta?, ¿cómo unas palabras tan simples y sinceras podían cortarlo
por dentro?
No, no eran sus palabras, sino su fría indiferencia ante el hecho de que Gwendoly se
encontraba en Kent Abbey.
¿De verdad no existía un punto de retorno?, ¿de verdad ella lo había borrado por completo de
su corazón?, ¿por qué no se sentía afectada por el embarazo de Gwendoly?
En contra de su voluntad, sus ojos evaluaron su aspecto y el corazón se le encogió al ver que
llevaba puesto el vestido que él mismo había elegido para ella. Sabía que le gustaría, era una
prenda tan dulce y encantadora como ella. Tenía el cabello alborotado en un moño desordenado
y tanto su cabello como su mejilla portaban rastros de harina.
Todo indicaba que en los últimos días su aspecto había mejorado, sus mejillas estaban más
llenas y ahora sus labios poseían color.
—¿Por qué es la primera vez que la veo? —preguntó de pronto, obligándolo a salir de su
letargo, y empuñó las manos en dos puños—. Ella se ve muy cansada, no tiene buen aspecto, ¿no
debería mandar a buscar al doctor?
—Hailee…
«Tú no te irás a ningún lado, Hailee», quiso decirle, pero dedujo que lo mejor sería ignorar su
frustración por el momento.
—Creí que ella estaría al tanto de todo —admitió con pesar—, pero ¿importa? Igual en unas
semanas Connor y yo estaremos muertos para todo Londres.
¿Cómo iba a decirle que estaban más vivos que nunca porque acababa de anunciar sus
nombres ante su rey?
—Te lo estás tomando muy a la ligera —arrastró sus palabras y ella frunció el ceño—. Hablas
de eso con demasiada soltura.
Hailee se ruborizó.
—Lo siento —reconoció su falta—, es sólo que no quiero incomodar a nadie y no entiendo
por qué todos se refieren a mí como si fuera la duquesa de Kent.
—Y yo tan benevolente. —Las formalidades se habían ido y eso debería generarle algo de
tranquilidad, pero no fue así. Tenía la leve sospecha de que sus problemas apenas y estaban
empezando—. ¿Por qué nos retienes en Kent Abbey?, ¿qué ganas brindándonos el techo que nos
arrebataste hace diez años?
—Me temo que no tengo respuestas para ti —fue sincero y se reclinó en su lugar, tratando de
mostrarse sereno ante la situación—. Tal vez sólo quiero ayudarte y darte la comodidad de dar a
luz en un lugar seguro.
—Mientras tú estés cerca, ningún lugar será seguro —escupió y la sangre en sus venas se
congeló—. Sé que eres muy rico, Gwendoly me dijo que le ofreciste una pequeña fortuna por su
hijo y no logro entender por qué te rehúsas a devolverme mi dinero.
—¿Tu dinero? —enarcó una ceja, entretenido—. Desde el momento que te casaste conmigo,
ese dinero pasó a ser mío.
—Acababa de cumplir dieciocho años, dije muchas estupideces —soltó con frustración.
—¿Qué tal si necesito tu dote para deshacerme de Gwendoly? —Hailee palideció—. ¿Qué
crees que es más importante?
—Supongo que…
—Dijiste que no tienes dinero ahorrado, ¿entregarías a tu bebé por quince mil libras?
—No —musitó con frustración—, pero aceptaría la oferta de trabajo de lady Portman y me
convertiría en su dama de compañía.
Porque esa oferta incluía estudios para Connor y un futuro próspero para el hijo de Lawrence.
—Me temo que esa no es una opción, las duquesas no son damas de compañía.
Malcom no le dio una respuesta inmediata y en lugar de eso estiró el cuerpo en su dirección.
—No tengo la menor idea —confesó con voz ronca y la miró con deseo contenido.
—¿Por eso me impides reunirme con lady Portmand? —Ella no se percató de la intensidad de
su mirada—. Por favor, déjame hablar con ella, es la madre de Lawrence y se preocupa mucho
por mi estado.
—Ella no sabe nada —confesó abrumada—, no he querido recibir su ayuda económica por
miedo a que utilice esa excusa para quedarse con mi bebé.
—Tú dijiste…
—No debería meterse —susurró ella con frustración—. Lawrence amaba a su madre y yo
jamás podría torturarla de esta manera.
—Deje que yo me encargue de todo. —Todo indicaba que Hailee aún no estaba entendiendo
lo que él tenía pensado hacer a partir de ahora—. Pienso escribirle y le pediré que no interfiera,
llegaré a un acuerdo con ella.
—¿Es necesario?
—Claro que es necesario —dijo apasionadamente—. ¿Qué haré si mi bebé es una niña? No
puedo tener una niña y pretender que todo irá bien sin dinero —soltó con congoja—. Los
hombres son…
Malcom alzó una mano para que guardara silencio y odió que sus simples palabras le hubieran
erizado la piel.
—Yo nunca dije que permitiría que tú y mi hijo se marchen. —Un tenso silencio se cernió
sobre ellos y por un momento olvidó como respirar. Ella fue incapaz de decir algo al respecto y
Malcom decidió tomar el control de la situación—. Hablas de tu embarazo con mucha soltura, ya
te lo había mencionado, pero nunca haces nada por brindarme una explicación.
—¿Por qué tendría que darle una? —inquirió con ira contenida y la rabia brilló en sus
hermosos ojos color cielo—. ¿Acaso usted me explicó cómo concibió a su segundo hijo con
Gwendoly?
Hailee abandonó su lugar con determinación y Malcom hizo lo propio, ninguno se atrevió a
romper el contacto visual.
—Pues yo soy una mujer que se enamoró perdidamente del difunto vizconde de Portman. —
Malcom habría preferido recibir un golpe en el vientre—. Una mujer que lo amó con intensidad
y que está segura que nunca más volverá a sentir algo similar por nadie.
—Cuida tus palabras, Hailee —advirtió con voz tensa y ella se rio.
«Yo nunca me enamoré de Gwendoly», quiso decirle, pero prefirió guardar silencio.
—No entiendo cómo pasó —confesó con voz suave y acunó su vientre—, estuve con
Lawrence durante cinco años y no hubo ninguna consecuencia hasta hace siete meses.
Cinco años, ese hombre tuvo a su mujer entre sus brazos durante cinco años y él solamente
pudo amarla por una tarde.
«Porque tú así lo decidiste», le aclaró una vocecilla y los celos empezaron a carcomerlo por
dentro.
—Te olvidaste bastante rápido del amor que sentías por mí.
—¿Tú dirías que alguna vez existió amor en aquello que tuvimos hace diez años? —preguntó
distraída, mirando un punto fijo en su escritorio—. Tú sólo querías mi virtud y utilizar mi cuerpo
para aprender todo lo que hasta ese momento desconocías.
—¡Eso es mentira! —bramó con rabia y rodeó su escritorio con rapidez, ella intentó salir
huyendo, pero él no se lo permitió y la acorraló entre su cuerpo y el borde del mueble—. ¿Cómo
te atreves a decir que no hubo amor cuando concebimos a nuestro hijo? Yo nunca reprimí mis
sentimientos, siempre dije en voz alta lo mucho que te amaba.
—Olvidaste tu dichoso amor una vez que nuestros padres nos encontraron en la cama.
—¡Me atrapaste! —la zarandeó, pero al darse cuenta de que estaba fuera de sí, trató de
controlarse—. Me engañaste sólo porque querías mi título.
—Yo no te atrapé —lo miró con desprecio—. Desde un principio te advertí que lo nuestro no
era posible, incluso te dije que no debíamos ser amigos, pero fuiste tú quien se empeñó en pasar
tiempo conmigo.
—Tu padre.
—Eras un marqués y mi padre debió seguirme a uno de nuestros encuentros, ambos sabíamos
que si él descubría nuestra amistad buscaría atraparte.
—No mientas, tú fuiste para atraparme —escupió, aún dolido por ese suceso, y ella se rio con
histeria.
—Yo fui porque te amaba, Malcom. —Un escalofrío recorrió su espina dorsal y empezó a
temblar sin control alguno—. Fui a ti porque creí que tú estabas dispuesto a obviar todo con tal
de estar conmigo, fui a ti porque confiaba en que nuestro amor lo podría todo, pero ¿qué sabes tú
del amor? —preguntó con impotencia—. En ese momento sólo estabas jugando con la vulgar
hija de un comerciante.
—¿Ya no me amas?
—Claro que no te amo, ¿cómo podría amar al hombre que rechazó a mi hijo y me abandonó a
mi suerte?
La rabia se apoderó de su ser y en esta ocasión rodeó su pequeña cintura y juntó sus cuerpos
con vehemencia, siendo bastante cuidadoso a la hora de manejar el pequeño vientre de su esposa.
—Suéltame, Malcom —suplicó, su miedo era más que palpable y él acarició su mejilla con
mucho cuidado, dispuesto a apartar el rastro de harina que llevaba observando desde hace mucho
tiempo.
—He sido muy infeliz en los últimos años, Hailee —confesó con aspereza e inhaló su
delicioso olor—. El dinero, mis conocidos y las mujeres no borraron mi amargura.
—Yo también te amaba y tuve a nuestro hijo con mucha ilusión. Fui lo suficientemente ilusa
como para creer que Connor podría unirnos, pero nos echaste de tu vida sin un atisbo de
compasión.
Era muy consciente de sus errores, pero no tenía caso seguir pensando en el pasado.
—Tal vez lo único que necesito para ser feliz es mantenerlos a ti y a mi hijo a mi lado. —El
pavor que brilló en sus ojos le resultó desquiciante—. Sigues siendo mi esposa, ante la ley eres
mi mujer y solamente mía.
—No, no puedes…
Inclinó el rostro con la intención de besarla, pero ella lo apartó con rapidez.
—Por favor, Malcom, debes entrar en sí.
—Estás sucia. —Dio un paso hacia atrás y la liberó de su cautiverio—. Ordena que te
preparen un baño, tienes todo el cabello lleno de harina y hueles… —«tan bien, eres como el
postre que quiero devorar»— horrible.
—Hailee… —la llamó antes de que intentara cerrar la puerta—. La casa está rodeada, no
podrás huir a ninguna parte y recuerda que, si me llevas la contraria, puedo quitarte a mi hijo.
Odiaba tener que hacerle una amenaza de ese tipo, pero tenía la leve sospecha de que su
esposa era toda una fierecilla dispuesta a salirse con la suya.
—Y tenemos visitas, el duque de Beaufort y su hijo llegaron conmigo, así que quiero que
cenes esta noche con nosotros.
Ian Lawler era su mejor y único amigo, por lo que no dudó en invitarlo a su casa a apreciar el
gran desastre que había causado en la última década.
«Te dije que abandonar a tu esposa no era una buena», le había dicho Ian, dándole unas
palmaditas en el hombro después de oír todas sus desgracias, y Malcom sólo pudo frotarse el
rostro con pesar.
—Todo Londres está al tanto de que mi heredero se llama Connor Aldrich y mi mujer Hailee
Aldrich.
—¿Qué? —Se volvió hacia él, estaba tan pálida como una hoja.
El juego se había terminado, nadie mataría a nadie en el siguiente mes y él sólo buscaría la
manera de recuperar a su familia.
Capítulo 10
«Tenemos que huir», presionó su vientre con firmeza y miró de reojo a las doncellas que la
estaban bañando. «Pero tiene la casa vigilada, seguro nos tiene a ambos muy bien vigilados. No
llegaremos muy lejos».
Era injusto, no entendía en qué momento él cambió de parecer y eso le resultaba muy
frustrante.
¿Qué habría sucedido si Lawrence siguiera con vida?, ¿a qué tipo de obstáculo se habrían
enfrentado con la llegada de Malcom?
La piel se le erizó y dejó que las mujeres secaran su cuerpo con destreza. No estaba
acostumbrada a todas esas comodidades y no pensaba cometer el mismo error dos veces. Confiar
en la palabra de Malcom sería un terrible error, ¿qué tal si una vez que ella diera a luz él
cambiaba de parecer?
Era muy probable porque iba a tener al hijo de otro hombre, un hombre que fue su amante
durante cinco años y al cual amó con cada fibra de su ser.
«Con suerte y él mismo nos echará de su casa», fue optimista y dejó que la prepararan para la
cena de esa noche en la que tendría que conocer al amigo de Malcom, otro duque, para ser
precisa.
Estudió su aspecto en el espejo de su habitación y una vez más quedó fascinada con otro de
sus nuevos vestidos. Era uno de color azul real que portaba bordados plateados con detalles
turquesas, una pieza hermosa y glamurosa que quedaba a la perfección con sus ojos y bucles
dorados.
Hailee forzó su mejor sonrisa y, antes de bajar al comedor principal, se dirigió a la alcoba de
su hijo. La sangre se le congeló al ver que no estaba solo y un niño de no más de diez años estaba
sentado junto a él, leyendo un libro.
—¿Connor? —la garganta se le cerró y su hijo la miró con sorpresa, pero el niño de cabello
negro y ojos turquesas sólo alzó la vista—. Hola —cerró la puerta—, ¿y tú eres…?
El muchacho bajó de la cama de un salto y se plantó frente a ella, llevaba ropas muy finas y
era bastante guapo.
—Oh por Dios —jadeó horrorizada, sin dejarlo terminar—. ¿Eres el hijo del duque de
Beaufort? —Miró a Connor y su hijo negó rápidamente con la cabeza.
—Así es, ¿por qué nadie me dijo que había otro niño en casa? Él está enfermo, quiero hacerle
compañía y creo que podríamos cenar juntos, así no estaré solo en el cuarto de niños con mi
niñera.
Él hablaba mucho.
Huyó de la habitación, antes de que el niño preguntara si era la duquesa de Kent, y mandó a
llamar a Constance, quien asumió la tarea de vigilar la conversación de Connor y Liam durante
las siguientes horas.
Bajó al primer piso con paso apresurado para contarle a Marlom lo sucedido, pero paró en
seco al encontrarlo hablando animadamente junto a un hombre de cabellera rubia y aspecto
elegante. Se veía más grande que su esposo, quizá unos cinco o siete años más adulto.
—Hailee… —musitó Malcom cuando reparó en su presencia y dio un paso hacia atrás al
notar como sus cejas se elevaban con sorpresa—. Ven, querida, déjame presentarte a mi buen
amigo Ian Lawler, duque de Beaufort. —El pelinegro caminó en su dirección y no le dio tiempo
a objetar porque la sujetó del brazo y la acercó hacia el duque—. Te presento a mi esposa Haile
Aldrich, Beaufort.
El hombre le sonrió con coquetería y ella dio por sentado que no se parecía en nada al niño
que estaba comiendo junto a Connor.
—Mucho gusto, su excelencia. —Hizo una tímida venia y respingó en su lugar cuando el
duque dejó un casto beso en el dorso de su mano.
—El gusto es mío, lady Kent —espetó con aspereza y ella apartó su mano con rapidez—. Mi
buen amigo olvidó comentarme que está casado con una de las mujeres más bellas de Inglaterra.
Lo miró de reojo, ¿qué tipo de noble le daba la libertad a su esposa para viajar por el
continente?
—Hailee… —la voz de Malcom la obligó a girar el rostro con rapidez—. Tus ojos en mí,
querida —siseó y abrió los ojos con horror al darse cuenta que estaba celoso.
Beaufort era un hombre agradable y al parecer se llevaba bastante bien con Malcom, puesto
que era la primera vez desde que se reencontraron que lo veía tan relajado y alegre. Ella se limitó
a comer en silencio y evitó por todos los medios llamar la atención de los hombres, no era como
si pudiera unirse a su conversación y opinar sobre las fiestas de Londres y sus extravagantes
actividades.
—¿Conoce Londres, lady Kent? —le preguntó Beaufort de un momento a otro y ella respingó
en su lugar.
—No, su excelencia —respondió con timidez—. No tengo el placer. —Se mantuvo con la
mirada fija en su plato.
—Iremos pronto. —Todos los músculos de su cuerpo se tensaron cuando Malcom acunó su
mano—. ¿Verdad, querida? Una vez que nuestro hijo nazca, estaremos por allá.
Inhaló profundamente y apartó su mano con la excusa de que quería limpiarse la comisura de
la boca.
—No lo creo, querido. —Detectó la diversión en los ojos del rubio—. Soy una madre devota
y no dejaré a mi bebé en Kent para ir a Londres, pero si gusta puede ir usted, es evidente que está
acostumbrado a esa vida bohemia.
Beaufort el dio un rápido sorbo a su copa de vino y Hailee achicó los ojos al percibir como
escondía su sonrisa.
—Sabes que no iré a ningún lado sin ti. —Malcom masticó sus palabras y ella dejó su
servilleta de lado—. Y nunca dije que dejaríamos a nuestro bebé, él y Sutherland vendrán con
nosotros.
No tenía la menor idea, pero era evidente que uno de los dos estaba fuera de la fórmula de
Malcom y ella no permitiría que fuera su hijo.
—Quédate en tu lugar —ordenó Malcom y ella abrió los ojos con sorpresa.
—Debe sentirse exhausta por el embarazo, Kent. —El rubio decidió abogar por ella—.
Permite que se retire, no me gustaría ser el culpable de una mala noche.
—Vete a descansar.
No le dio ni un segundo para reconsiderar su decisión y salió de la estancia tan rápido como
se le fue posible. Nunca podría ocupar el lugar de duquesa y nunca se sentiría a gusto comiendo
junto a nobles, Malcom estaba demente si creía que ella aceptaría algo así de buenas a primeras.
***
—Podría jurar que describiste a tu esposa como una mujer tonta y sumisa.
—Eso fue hace más de nueve años —gruñó en respuesta y odió que su amigo se riera por lo
alto.
—Te odia, Malcom, y creo que debes ser más cuidadoso si no quieres empezar el juego del
gato y el ratón.
—No lo hará, está siendo muy bien vigilada y mi hijo aún está herido.
—¿Puedo saber por qué la rechazaste con tanto ímpetu? Es una mujer preciosa —se sentó
frente a él y Malcom lo miró con disgusto.
—Si no supiera que amas locamente a tu esposa, te mataría por pensar de esa manera.
—Tengo dos ojos y ahora entiendo un poco más la obsesión de Herlton. —Su amigo conocía
toda la historia—. ¿Qué harás con el bebé que está esperando? Es evidente que esa mujer no
renunciará a él.
—Debo reconocerlo, prometí que ese niño tendría todo y llevo mucho tiempo esperando por
él.
—Liam encontró a Connor y ha estado con él desde que llegamos. —Malcom se tensó—. Le
pedí que no hablara del marqués ni de lady Kent, por lo que no necesitas alarmarte, él sólo quiere
a alguien con quien pasar el tiempo.
—Es porque no le diste un hermano —se mofó e Ian sonrió con amargura.
—Muero por más hijos, pero mi esposa… —Esa víbora era demasiado esquiva y tenía a su
marido a sus pies—. Debo mejorar mis finanzas, Liam irá a Eton dentro de poco y otro bebé
podría ser una gran responsabilidad.
—¿Tú ya hablaste con él? —inquirió su amigo con cautela y él negó con la cabeza—. ¿Por
qué?
—Dicen que es muy parecido a mí y que él podría reconocerme con una sola mirada.
—Lo sé, lo sé —susurró con frustración—, quiero que vaya a Eton, que haga amigos y
consiga todo lo que quiera, pero tengo miedo.
Ian era el único amigo que poseía, el único que realmente amaba y quien lo amaba de verdad,
por lo que lo consideraba como un miembro más de su familia. De no haber sido por él, Malcom
se habría ahogado en la amargura hace mucho tiempo.
—Ha sido un día largo —espetó su amigo de repente—, es hora de que me retire a mi
dormitorio.
—Sí, me pasa muy seguido con mi esposa —suspiró larga y llanamente—. Estás enamorado,
mi buen amigo.
—Desde hace diez años, Ian. —Ahora entendía por qué nunca pudo amar a ninguna de sus
amantes, en su corazón sólo había espacio para Hailee.
—Tonta —musitó, ¿qué tan cansada tenía que estar para dormirse en ese estado?
Le quitó los escarpines con mucho cuidado e inhaló con pesadez al ver sus tobillos envueltos
en sus finas medias; no obstante, dispersó su mente y comenzó a abrirle el vestido que le
quedaba malditamente bien con mucho cuidado. Deshizo la cama en uno de los laterales y
armándose de valor le quitó el vestido hasta dejarla únicamente en su camisola antes de meterla
debajo de las sábanas.
Por esa razón era incapaz de imponerse, porque la amaba tanto que quería que fuera ella
misma quien le abriera los brazos y le diera un lugar en su lecho.
—Te amo, Hailee —juntó sus frentes con pesar y rozó las puntas de sus narices.
—Yo también —respondió soñolienta y Malcom usó todo su autocontrol para no unir sus
labios—. Yo también te amo, Lawrence.
Lo mejor sería que saliera de esa habitación antes de que cometiera una locura.
Capítulo 11
—¿Lo dices de verdad? —susurró Connor en voz muy baja y Liam levantó el candelabro con
una pequeña sonrisa presumida en el rostro.
—Por supuesto, el duque de Kent es muy amigo de mi padre y nunca se molestaría por una
simple visita a sus establos.
—Él compró un potrillo muy valioso hace unos días, mi padre dijo que varios nobles se
pelearon por él, pero que Kent dio la mejor oferta.
—Espera, no puedo ir tan rápido —siseó una vez que llegaron a las escaleras y se armó de
valor para ignorar el dolor y bajar peldaño por peldaño—. Si mi madre se entera me matará,
tengo prohibido abandonar mi habitación. —Miró por encima de su hombro al sentir una extraña
presión en la nuca, pero no vio nada extraño.
—Tengo prohibido salir. —Se encaminaron por un estrecho pasillo que los llevaría hacía la
puerta trasera de la casa—. Nosotros no vivimos aquí.
—¿De verdad? —Su nuevo amigo lo miró con curiosidad—. ¿Por qué no?
Él se rio.
—Te pareces mucho a tu padre. —La sangre se le congeló y por un momento olvidó como
respirar—. Tú eres el marqués de Sutherland, ¿verdad?
—Estás diciendo tonterías —arrastró sus palabras, sintiendo una extraña presión en el pecho
—. Sólo soy Connor.
—Además, tu madre es muy elegante y bonita, el vestido que hoy llevaba puesto se veía muy
costoso, ni siquiera mi padre puede comprarle uno así a mi madre.
—No necesitas mentirme, Connor —le dio unos golpecitos en el brazo—, sé que eres el hijo
de lord Kent y creo que seremos tan buenos amigos como lo son nuestros padres.
—No me toques —apartó su mano con brusquedad. Comprendía que no podía tratar así al
hijo de un duque, pero… ¡él no podía decir cosas de ese tipo tan a la ligera!—. Estás equivocado,
no soy el hijo de ese señor ni de nadie —gruñó con molestia—. Yo no tengo padre. —Lo dejó
atrás e ignoró su llamado—. Quiero estar solo, no me sigas —ordenó con disgusto y lidiando con
su malestar, corrió lo más rápido que pudo y se refugió en los establos.
No le tenía miedo a la oscuridad, él había aprendido a vivir con ella, pero por alguna extraña
razón, ahora mismo era incapaz de controlar su respiración y el miedo que se acrecentaba en su
pecho.
Un suave relinchido captó su atención y Connor recordó al potrillo, por lo que apartó los
malos pensamientos de su cabeza por unos instantes y buscó al animal con los ánimos renovados.
Le daría una mirada y luego iría a buscar a su madre, sólo ella podría darle la respuesta que
necesitaba y desmentir la afirmación de Liam.
—Ahí estas —musitó, vislumbrando la pequeña sombra, y se asomó al establo con mucha
cautela—. No te asustes —pidió al ver que se removía con inquietud y estiró una mano con
mucho cuidado, entrando en pánico al ver como el animal avanzaba en su dirección con mucho
entusiasmo y posaba el hocico contra su mano—. Madre santa, me has asustado —admitió con
un hilo de voz, pero no se apartó.
Al parecer era del agrado del potrillo y eso le dio la oportunidad de acariciarlo con mayor
libertad.
—Ven —le pidió y para su sorpresa el animal lo siguió hacia aquel punto donde la luz de la
luna alumbraba la paja—. Eres hermoso —musitó anonadado, apreciando el pelaje oscuro. No
pudo contenerse más y acarició el lomo del potrillo, aún era una cría, pero algún día alguien lo
montaría.
Un afortunado.
Toda la emoción del momento mermó y Connor se mordió el labio inferior con impotencia.
—Él miente, ¿verdad? —espetó con un hilo de voz, sintiéndose un idiota por hablarle a un
potrillo—. Yo no soy el hijo del duque de Kent, es imposible.
—Me temo que Liam no te mintió, Sutherland. —Un escalofrío recorrió su espina dorsal y
logró retroceder a tiempo para impedir que el potrillo lo golpeara, puesto que la voz del recién
llegado lo alteró más de lo debido—. Cuidado. —Una fuerza mayor tiró de sus brazos hacia atrás
y toda la piel se le erizó cuando el hombre lo sobrepasó y se encargó de guardar al potrillo con
bastante agilidad, antes de que lo lastimara.
—Lo siento, yo no debería estar aquí —susurró entrecortadamente y cuando intentó salir
huyendo, él lo sujetó del brazo con suavidad.
—Sutherland…
En ese momento ignoró el dolor en sus costillas y corrió lo más rápido que pudo hacia la casa
grande, pero no logró llegar a su destino porque una vez más ese hombre se interpuso en su
camino.
—¡No huyas! —le ordenó y se arrodilló frente a él para sujetarlo de los brazos.
El pánico lo invadió. Quizá la luz de la luna no era la mejor de todas, pero le resultaba
imposible no reconocer esos rasgos.
—Tú no eres un bastardo —espetó con rapidez, como si pudiera leerle la mente—. Eres
Connor Aldrich, el marqués de Sutherland, mi hijo.
—Y tu madre es Hailee Aldrich, duquesa de Kent, y la mujer que se quedará a mi lado hasta
el último día de su vida.
—¡No! —Implementó tanta violencia al luchar por su libertad, que cuando el duque ya no
pudo retenerlo, Connor terminó sobre su trasero y provocó que todo su vientre se encogiera por
el dolor—. Arg —gimió y se hizo un ovillo sobre la hierba.
—¡Connor! —La voz del duque fue apagada por el grito de su madre y él odió que una
lágrima se deslizara por su mejilla—. ¡¿Qué fue lo que le hizo?! —Hailee empujó a Kent por el
pecho y se arrodilló junto a él—. ¿Qué sucedió, cariño? —inquirió con lágrimas en los ojos y él
no le dio una respuesta.
—Me duele —musitó con esfuerzo y aferró sus costillas, viendo de reojo como Liam corría
hacia ellos.
—Hazte a un lado, Hailee. —El duque de Kent lo tomó en brazos con mucho cuidado y todo
su cuerpo se estremeció cuando empezó a gritarle a Philips para que mandara a buscar al doctor
al pueblo—. Lo siento mucho, Connor —susurró en su oído cuando lo dejó sobre el mullido
colchón—, yo no quería que te enteraras de esta manera.
Ahora que la luz del hogar podía brindarle un mejor panorama del rostro del duque, Connor
entendió mejor por qué su madre le advirtió que no debía abandonar su habitación sin su
permiso.
No había forma de ignorar el parecido que existía entre ellos.
Quizá fue el dolor o la conmoción, pero Connor agradeció que la oscuridad lo acogiera y lo
alejara del horrible descubrimiento.
***
De no haber sido porque Liam la despertó, ella ni siquiera se habría enterado del encuentro
entre Connor y Malcom. Por todos los santos, ¿es que su hijo nunca la obedecería?, ¿por qué se
empeñaba en llevarle la contraria?
—Lo siento, pero lord Sutherland debe estar en cama durante las siguientes semanas. Si se
avanzó algo en su mejora, hoy retrocedimos muchos pasos —les informó el doctor Walker y ella
sollozó con impotencia—. Le di láudano para calmar el dolor, serán días difíciles y ustedes
tendrán que hacer lo mismo durante los siguientes días para ayudarlo con el malestar.
El duque de Beaufort se había llevado a Liam con él y el doctor les brindó la mala noticia en
el despacho de Malcom, por lo que una vez que Philips se marchó con Walker, Hailee no pudo
contenerse más y explotó contra su esposo.
—Hailee…
—Uno que es ridículamente fuerte porque hasta ese niño de nueve años pudo notarlo —
escupió con desprecio.
—¡Basta! —ordenó él con fiereza, pero no la amedrentó—. Conozco mi error, no pido que lo
olvides porque es imposible, pero te prohíbo que vuelvas a tocar ese tema porque ahora las cosas
son diferentes.
Se rio con histeria.
—Es una locura —sollozó—, tú no te das cuenta del daño que acabas de hacerle a mi hijo.
—También es el mío —musitó abatido y ella lo recriminó con la mirada, pero no dijo nada al
respecto—. Yo sólo quiero lo mejor para él y cuando lo vi en los establos no pude contenerme,
Hailee, se veía lleno de dudas y agobiado, debía hablar con él.
—Estoy desesperado.
—Deja de creer que lo único que importa son tus sentimientos, Malcom —ordenó con
frialdad y él cuadró los hombros con rapidez—. ¿Cuánto tiempo llevas sufriendo, una semana?
Connor lleva diez años sin un padre y nunca se ha quejado ni ha hecho algo egoísta.
—Te estoy pidiendo una oportunidad para hacer las cosas bien.
—No. —Sintió inmensas ganas de golpearlo—. Conmigo a tu lado, podrás darles más que
eso.
—Pero no quiero estar a tu lado —soltó con dureza—. Lo nuestro murió en el pasado, no
quiero revivir esa tortura, no quiero volver a confiar en el hombre que…
—Yo también era una niña e incluso así tuve que lidiar con todos tus desplantes.
—Perdóname, Hailee. —Rodeó su escritorio para plantarse frente a ella—. Los quiero, quiero
recuperarlos y formar la familia que siempre debimos ser.
—¿Qué familia? —preguntó con histeria—. Tendremos hijos de otras personas y Connor
nunca te reconocerá como su padre.
—Suéltame.
—¿Esperas que olvidemos todo el daño que nos has causado sólo porque eres miserable?
Malcom no le dio una respuesta inmediata y en lugar de eso la sujetó del mentón y conectó
sus miradas.
—Espero que me den una oportunidad para demostrarles lo mucho que puedo amarlos.
Todo su cuerpo se sacudió con violencia cuando él inclinó el rostro con la intención de unir
sus labios y empezó a forcejear para obtener su libertad.
—Suéltame.
Cuatro días.
Pasaron cuatro malditos días desde que se encontró con su hijo en los establos y no había
momento del día en el que pudiera hablar con Connor, él aún estaba delicado y dormía la mayor
parte del tiempo bajo la supervisión de Hailee, quien como era de esperarse llevaba evitándolo
con bastante precisión.
—Las fiestas navideñas están muy próximas y no tengo noticias de mi esposa —musitó Ian,
pensativo, y Malcom pateó la nieve con impotencia—. Relájate, pronto ella vendrá a buscarte, no
puede esconderse toda una vida.
—No se trata de eso —gruñó con disgusto—, le confesé mi amor y ella me rechazó.
—Perdió al padre de su hijo hace muy poco, Malcom. —Ian fue bastante cauteloso al decir
aquello—. Lamento decirte esto, pero tú la perdiste el día que decidiste marcharte y dejarla atrás
junto a tu hijo, no puedes exigir nada.
—Me duele —confesó con tristeza—. Ni siquiera ahora puedo estar con ellos y brindarles
seguridad.
—Lo sé.
—¿Sutherland sabe sobre Gwendoly? —Un escalofrío recorrió su espina dorsal y negó
lentamente la cabeza—. Debes sacarla de aquí, Malcom.
—Hablaré con ella antes de la cena y la enviaré a una casa que arrendé para ella mañana a
primera hora.
—Sí.
—¿Reconocerás a su hijo?
—Creo que lo mejor que puedes hacer es dejar a ese niño con su madre y brindarle todo lo
necesario desde el anonimato, no puedes obligar a Hailee a criar un hijo que tuviste con tu
amante, no si quieres recuperar su amor.
—No puedo abandonar a mi hijo, no puedo cometer el mismo error dos veces —soltó con
frustración.
—Lamento mucho lo que sucedió con Liam, nunca me imaginé que el parecido entre ustedes
sería tan evidente. —Sonrió con amargura, Connor era idéntico a él—. Ha sido criado solo y no
sabe recibir un «no» por respuesta.
—Lo sé —se rio—, fue a buscar a Hailee para que castigara a Connor por salir de su alcoba,
¿verdad?
Su amigo se ruborizó.
—Lo siento.
—Está muy arrepentido, no se desprende de tu esposa y creo que trata de ayudarla en todo lo
que puede.
—¿Él te ha dicho algo de Hailee? —inquirió con timidez y su amigo sonrió abiertamente.
—Que hubiera dado todo lo que tiene porque su madre fuera así de amorosa.
—El más grande de todos. —Le dio una palmadita en el hombro—. Deberíamos volver,
pronto anochecerá y supongo que deseas hablar con Gwendoly.
En realidad, ahora mismo, sólo quería darle un fin a su mejor botella de whisky.
***
—Lo digo en serio, lady Kent, fue mi culpa que Connor saliera de su habitación.
Hailee observó a su hijo con seriedad y Connor le regaló una débil sonrisa.
—Quiero matarte —soltó con impotencia, le dolía verlo tan pálido—. ¿Por qué lo hiciste?
—Quería ver al potrillo —confesó con voz suave y ella puso las manos en jarras.
Sabía que su hijo soñaba con tener un caballo, pero… Se tensó. Ahora podría tenerlo, si ella
se lo pedía a Malcom, estaba segura que él le regalaría uno sin dudarlo.
—¿Tú o el duque? —Se tensó, aún estaba dolido por todo lo ocurrido.
Ellos tenían una conversación pendiente y ahora él parecía estar lo suficientemente lúcido
como para entenderla.
El pequeño pelinegro se marchó y ella arrugó el entrecejo, ¿por qué se aferraba tanto a su
amistad con Connor?
Ellos ni se conocían.
—Lamento mucho haberte escondido algo tan importante. —Su hijo la observó con fijeza—.
Me temo que lord Kent ha decidido mantenernos a su lado y yo no tengo el poder para ir en
contra de su voluntad.
—Si tú aceptaras tu posición, tendrías todo lo que siempre quisiste. —Su hijo apartó el rostro
con brusquedad—. Yo quiero que estudies, Connor, quiero que vayas a una buena escuela,
formes grandes amistades y en un futuro armes tu propia familia.
—Me temo que no tenemos otra opción, mi deber es quedarme con ese hombre. —No estaba
segura de hasta donde podría llegar Malcom con tal de salirse con la suya, por lo que no quería
llevarle la contraria ahora que su hijo estaba tan delicado—. Voy a perdonarlo y aceptaré mi
destino.
—¿Por qué?
La visión se le cristalizó.
Odiaba que su hijo fuera muy consciente de todo lo que pasó en los últimos años, pero
agradecía que fuera lo suficientemente sensato como para no abordar el tema de por qué ella
estuvo junto a Lawrence todo este tiempo cuando en realidad era la duquesa de Kent.
—Le dará todo lo que siempre quise para ti —mintió, aún no estaba segura de nada.
—Comprendo.
Él iba a aceptar su decisión sólo para que su hermano no pasara por momentos difíciles. Se
sentó en la cama con cautela y lo abrazó, su hijo fue lo mejor que pudo pasarle en la vida.
—Algún día entenderás que todos merecemos una segunda oportunidad en la vida —susurró,
no quería que viviera con rencor en su corazón—. Cuando crezcas y conozcas al amor de tu vida,
comprenderás que no somos tan perfectos como quisiéramos.
Vio un brillo especial en sus ojos y determinó que hablaría con Malcom esta misma noche
sobre el tema.
—Descansa.
Abandonó la habitación con un nudo en la garganta y una vez que se encontró a una distancia
prudente, expulsó todo el aire que tenía atorado en los pulmones. Había aceptado, Connor
entendió la situación mejor de lo esperado y ahora llevaría el apellido y el título de su padre sin
objeción alguna.
—Comprendo —la voz de Gwendoly la hizo enderezar la espalda y miró la puerta que estaba
semi abierta con interés—. Lady Kent es una mujer encantadora y no merece esta humillación,
debí haberme ido desde el primer día que nos encontramos. —Se oía débil y cansada.
—Lo siento, Gwendoly, pero amo a mi esposa y si quiero recuperar su amor debo hacer lo
correcto.
Silencio.
En ese momento la rabia se apoderó de su ser e ingresó a la habitación sin previo aviso para
cerrar a su espalda. Como era de esperarse, Malcom se volvió con rapidez por la intromisión y
Gwendoly abrió los ojos de hito a hito.
—Su excelencia…
—¿Qué haces aquí? —preguntó él con molestia, cubriendo a la mujer que estaba en la cama
con su cuerpo, y Hailee lo miró con rencor.
—¿Cómo te atreves, Malcom? —escupió con desprecio y él se tensó—. ¡No puedes echarla!
—explotó—. Tendrá un hijo tuyo, un hijo que tú se lo pediste.
—No se irá a ningún lado —decretó con firmeza—, si ella se va, haré hasta lo imposible por
huir con mi hijo.
—Llevamos semanas así —lo encaró y no pudo retener la lágrima que se deslizó por su
mejilla—. ¿Por qué siempre echas a las mujeres de tu vida como si no tuvieran valía alguna? —
Apartó la lágrima con violencia, él era tan frustrante.
—No se trata de eso —se explicó atropelladamente y ella volvió el rostro al sentir la delicada
mano de Gwendoly en su brazo.
—Él sólo quiere que tú te sientas cómoda en tu hogar —le habló sin formalidades de por
medio—. Lo hace por ti y se siente muy mal por tener que hacerlo.
—Yo no quiero que te vayas. —Gwendoly le sonrió con agradecimiento—. No te odio ni odio
a tu bebé, no pienso quitarle nada de lo que por derecho le corresponde —le informó con
seguridad y se volvió hacia Malcom—. Debe reconocerlo.
—Hailee… —la miró con los ojos muy abiertos—, será un…
—Será mi hijo —zanjó con determinación, pensando en cómo le gustaría que trataran a su
bebé si estuviera en el lugar de Gwendoly—. Yo tengo amor suficiente para criarlo junto a mi
bebé.
—Muchas gracias, su gracia —musitó Gwendoly con voz rota y ella asintió antes de salir
rápidamente de esa habitación.
Fue algo insensata al meterse, pero debía hacerlo. Ella mejor que nadie sabía cómo era tener
un bebé sin padre y era una experiencia que no se la deseaba a nadie.
Ingresó a su habitación sin poder controlar el temblor de su cuerpo y sollozó con amargura.
—Hailee… —Malcom ingresó a los segundos, se veía agitado y nervioso—. Tengo que
explicarte lo que sucedió.
—¿Por qué? —Se abrazó a sí misma y lo miró con miedo—. ¿No te bastó con Connor?, ¿por
qué no aprendes de la lección?
—Lo hice por ustedes, no quiero que Connor se sienta mal y que tú creas que no me importan
—espetó atropelladamente—. No iba a abandonarlo, pero creí que si te pedía que lo aceptaras me
odiarías.
—Te odiaría si no lo hicieras —confesó y rompió el llanto cuando él la rodeó entre sus
brazos.
—Connor aceptará tu apellido y título siempre y cuando aceptes a mi bebé —le informó y
todo su cuerpo tiritó al sentir los labios masculinos contra su hombro.
Miró el techo de su habitación con impotencia, ¿algún día entendería que entre ellos no habría
más que un matrimonio cordial y armonioso?
—Gracias por aceptar a mi hijo —susurró Malcom en voz muy baja y presionó su abrazo—.
No sabes cómo me alivia.
—Soy un imbécil, olvidé que amo a la mujer más bondadosa y buena que he conocido en mi
vida.
—Sí, Malcom, y lo peor que pudiste hacer hace diez años es olvidar que me amabas.
El hombre se tensó contra su cuerpo como una vara y ella rompió el abrazo con lentitud.
Él olvidó el amor que sentía por ella y por eso estaban donde estaban, pero no podía culparlo
ni odiarlo, porque gracias a eso, ella pudo compartir los mejores diez años de su vida junto a
Lawrence
—Hailee…
—Sonará atrevido de mi parte —lo interrumpió—, pero es mucho pedir que me permitas
acceder a un potrillo para Connor. —Juntó sus manos a la altura de su regazo con nerviosismo—.
Con el dinero de mi dote, por supuesto.
—El potrillo por el que él causó todo un revuelo es suyo —le informó con voz neutra,
mirándola con fijeza—. Lo compré para él en Londres.
—Olvídate de tu dote. —Bajó el rostro con tristeza, al parecer, una vez más, volvía a quedarse
sin un solo penique—. Ahora tú eres dueña de toda mi fortuna y de mi corazón.
Capítulo 13
En su vida había sido un amo indulgente ni mucho menos había elevado la voz para dirigirse a
sus criados, pero en ese momento se sentía fuera de sí.
Sabía que no lo había abandonado, ella jamás dejaría atrás a Connor, pero maldición. Estaba
nevando, toda su tierra estaba cubierta por un manto blanco y ella estaba embarazada, no podía
vagar por su tierra como si fuera una jovenzuela saludable.
«Encuéntrenla o todos serán carne muerta», les había dicho a sus criados antes de salir en su
búsqueda.
Ella se desmayaba en el momento menos pensado, tenía buenos y malos momentos, y la idea
de que algo le hubiera sucedido lo horrorizaba. Llevaba más de una hora desaparecida y él sentía
que podría hacer arder en llamas todo Kent si no encontraba a su mujer.
«Tal vez es mucho pedir, pero me gustaría que me ayudaras a hacerla feliz, Lawrence», pensó
con tristeza, preguntándose si algún día él podría sanar el corazón herido y desolado de Hailee.
***
—¡No puedes jugar conmigo! —explotó Hailee con enojo y Malcom abrió los ojos de hito a
hito—. No puedes besarme, citarme en el lago y hacer de cuenta que no sucedió nada raro entre
nosotros.
Inhaló profundamente, él estaba muy equivocado si creía que guardaría silencio y se haría a
la desentendida.
—Hailee, yo…
—Sé sincero, Malcom, porque de eso dependerá que siga viniendo a nuestros encuentros.
Lawrence le agradaba, era un buen hombre y quería enseñarle todo aquello que ella
desconocía, pero Malcom… él la hacía sentir tan viva y confundida.
—¿Por qué me besaste? —fue directa y sus bucles dorados danzaron con el viento.
Necesitaba una respuesta contundente para saber cómo actuaria de ahora en adelante—. ¿Fue
porque me viste con Lawrence?
—Sí —avanzó en su dirección con paso resuelto y ella no retrocedió—. Te besé porque me
puse malditamente celoso de ese idiota, ¿contenta?
—¡Me gustas, Hailee! —Ahora fue ella quien lo miró anonadada—. Creo que te amo, nunca
antes he sentido algo así por una mujer.
¿Amor?
—Malcom…
La falta de experiencia en ambos casos fue evidente, pero Hailee se aferró al cuello
masculino con firmeza y dejó que sus cuerpos se relajaran y poco a poco sus bocas encontraran
un ritmo agradable.
—Mmm —suspiró contra su boca, enterrando las manos en sus negros cabellos, y la sangre
se le incendió cuando él rodeó su cintura y juntó sus cuerpos con precisión—. Malcom… —
musitó jadeante, percatándose de una extraña presión en su vientre bajo, y él gimió con
necesidad—. Espera, alguien podría vernos.
—Tranquila. —Entrelazó sus manos y rompió el beso por unos segundos para guiarla detrás
de una arboleda—. Aquí estaremos seguros —volvió a besarla y por largos minutos, Hailee trató
de familiarizarse con todas las sensaciones que surgieron en su cuerpo.
Hailee observó el lago congelado y barrió el terreno con la mirada, admirando como la nieve
cubría toda la tierra y le brindaba un aspecto mágico.
«No pienses en lo que pudo ser, mi amor, vive el ahora y sé feliz», recordó las palabras de
Lawrence y sollozó con congoja.
—¿Cómo voy a ser feliz si no estás conmigo? —musitó con voz quebrada y enterró el rostro
en sus manos—. ¿Qué se supone que haré ahora?
Se sentía más perdida que nunca y lo único que podía hacer era rogar en silencio para que
Lawrence le enviara una señal, algo que le permitiera saber si estaba haciendo lo correcto al
aceptar su posición como duquesa de Kent.
La falta de un buen abrigo hizo que su cuerpo se encogiera por la fría brisa que heló sus
huesos y un escalofrío recorrió su espina dorsal al sentir como una cálida prenda se posaba sobre
sus hombros, acabando rápidamente con su sufrimiento.
—Quiero creer que tienes una buena razón para explicar tu huida de Kent Abbey —musitó
Malcom con voz tensa y ella apartó las lágrimas de su rostro con rapidez.
—¿Tienes idea de lo asustado que me sentí cuando me dijeron que llevabas más de cincuenta
minutos desaparecida? —siseó, rojo de la cólera—. Estuve a punto de echar a todos mis criados a
la calle por incompetentes.
—En que no me dejarías salir si lo hacía —admitió y él gruñó con disgusto—. Lo ves, soy tu
rehén.
Los brazos masculinos la acogieron y en ese momento se dio cuenta de que él le había cedido
su abrigo. Cerró los párpados con fuerza, ¿quién era ese hombre que tenía en frente que no se
parecía en nada al niño que conoció hace diez años?
—Eres igual de necia que Connor. —Besó su coronilla—. ¿Algún día entenderás que sólo
quiero protegerlos?
—¿Podrías soltarme? —suplicó con un hilo de voz y agradeció en silencio que le brindara su
libertad.
—Lo siento mucho, mi amor, pero en este estado me creo incapaz de dejarte sola.
—¿Por qué?
—Porque debo cuidarlos. —Posó su amplia mano en su vientre, helándole las venas—. El
bebé llegará en cualquier momento y no quiero que me tome por sorpresa.
—No —se apartó con demasiada brusquedad y como resultado sus botas resbalaron sobre el
hielo, provocando que todo su cuerpo se fuera hacia atrás—. ¡Malcom!
Todo sucedió demasiado rápido y el rugido adolorido del pelinegro le anunció que su cuerpo
fue un perfecto escudo para impedir que se hiciera daño sobre el hielo.
—Te odio. —Lo golpeó en el pecho, ahora mismo ella se encontraba encima de su marido—.
¿Por qué lo hiciste?, ¿por qué actúas de esta manera?
—Porque yo te amo y quiero creer que Lawrence me trajo hasta Kent para que cuide de
ustedes a partir de ahora.
La visión se le cristalizó y muy lentamente se incorporó sobre sus rodillas para implementar
algo de distancia. Era la primera vez que él nombraba a Lawrence y el hecho de que el odio no
estuviera impreso en su voz la inquietaba.
—Hailee…
—Te pido —juntó los ojos con fuerza e inhaló con pesadez—. No, te suplico, que no vuelvas
a nombrarlo.
—¿Por qué? —Malcom se sentó en su lugar y estiró la mano para acariciar su pálida mejilla
—. ¿Tan difícil te resulta creer que quizá yo podría…?
—Nunca vas a reemplazarlo —explotó y se incorporó con rapidez—. Tú nunca serás como
Lawrence. —Él siguió sus movimientos y la sujetó del brazo al ver que nuevamente tambaleaba
sobre el hielo—. Déjame en paz, ya me encontraste y ahora puedes irte.
—No quiero reemplazarlo, ese no es mi objetivo —le dijo de pronto y ella lo fulminó con la
mirada—. Pero quiero protegerlos y cuidar de ustedes de la misma manera que él lo hizo.
—Basta —imploró y el miedo se apoderó de su ser al ver como se encogía por el dolor y se
llevaba una mano a la espalda baja—. Malcom…
—Estoy bien, sólo regresemos —masticó sus palabras y ella lo abrazó por la cintura.
—Lo siento.
—Descuida, mi amor.
¿Por qué seguía tratándola con tanta amabilidad?, ¿acaso no debería estar molesto por su
malgenio y terquedad?
—Lo soporté por Connor —confesó con un hilo de voz—, pero no creo que tenga el valor
para subirme a uno ahora mismo.
—Bueno, vamos caminando.
Malcom sujetó las riendas del animal y poco a poco el dolor en su espalda fue mermando y se
sintió lo suficientemente listo como para caminar solo, aunque tampoco era como si ella fuera de
mucha ayuda.
—Lawrence murió al caer de uno —musitó con voz débil y él meditó sus siguientes palabras
—. Odio que Connor los adore, pero comprendo que es algo normal, desde muy pequeño sintió
un amor inexplicable por ellos.
—A mí me encantan los caballos —confesó en voz baja y ella lo miró de reojo—. Te doy mi
palabra que lo convertiré en un gran jinete y no permitiré que algo malo le suceda.
—Gracias.
—Ya tiene un lugar listo en Eton. —Su corazón empezó a bombear sin control alguno—.
Creo que Liam y él se llevarán muy bien, estarán en el mismo curso.
—Es una gran noticia —musitó con ansiedad—, él se pondrá muy contento.
—Quiero pedir tu permiso para hablar con Connor —soltó sin el más mínimo de los reparos y
Hailee paró en seco—. Ya ha pasado más de una semana desde el incidente y creo que debo
reunirme con él.
—Tienes razón —afrontó la situación con valentía—. Quiero que mi hijo abandone su
habitación y deje de esconderse de su nueva realidad.
—¿Podrías estar presente? Creo que necesitaré de tu ayuda para que él pueda sentirse seguro
ante mi presencia.
Connor era explosivo y aunque Malcom se estuviera controlando con bastante proeza, Hailee
era muy consciente de que esa cualidad de su hijo era una herencia de su padre.
***
Tal vez pecó de iluso al creer que sería sencillo enfrentar a su hijo, un niño de tan solo diez
años, puesto que ahora mismo, mientras pasaba el umbral de la puerta, Malcom estaba utilizando
todo su autocontrol para lidiar con el temblor de sus piernas.
Connor estaba ahí, de pie junto a su cama, mirándolo con una fijeza escalofriante.
—Su excelencia —arrastró sus palabras y cuando intentó hacer una venía, él lo interrumpió.
—Ni siquiera lo intentes, hijo —musitó con esfuerzo y lo sintió tensarse—, ¿cómo te sientes?
—Caminó en su dirección y detuvo su marcha cuando los delgados hombros se cuadraron con
valentía.
Miró a Hailee de reojo, ella estaba muy nerviosa y al parecer la rebeldía de su hijo era algo
con lo que ni siquiera ella podía lidiar.
—Sutherland —quería que comenzara a sentirse a gusto con su título y entendiera todo el
poder que portaba con él.
—Soy Connor.
—Hijo… —Se hincó en un pie para estar a su altura, aunque la distancia aún era algo
razonable—. Sí, tú eres Connor Aldrich, mi primogénito y el marqués de Sutherland.
—Toda mi vida he sido solo Connor, su excelencia, no necesita llamarme de otra manera.
Era evidente que tomaría un tiempo hacerle entender que los amaba más que a nada en la
vida.
—Lamento mucho el no haber estado para ustedes, Connor —susurró con esfuerzo y odió que
la voz se le quebrara—. He cometido muchos errores y dejarlos aquí fue el primero de mi gran
lista. —Observó a Hailee, quien se veía muy conmocionada con sus palabras—. Espero que
algún día puedan perdonarme y aceptarme en sus vidas.
—Su excelencia —Hailee tuvo que intervenir y muy suavemente lo empujó por el hombro
para que soltara a Connor—. Creo que…
—Me gustaría estar solo —susurró su hijo, manteniendo la mirada gacha—. Por favor.
—Entiendo. —Sonrió con amargura y con los ánimos desplomados se incorporó—. Te daré tu
espacio y el tiempo que quieras, pero deja de esconderte, por favor, esta es tu casa y eres libre de
ir a donde quieras.
—Yo estoy seguro que a ti te encantaría pasar más tiempo con tu potrillo y ponerle un
nombre. —Lo vio ruborizarse y sonrió con ternura, le habría gustado entregarle a su nuevo
potrillo de otra manera, pero el acercamiento que quería estaba muy lejos de su alcance—.
Ayúdame con tu recuperación y muy pronto pasarás clases de equitación.
—Adelante.
—¿Malcom?
Era Hailee y él no pudo controlar sus impulsos, sólo corrió hacia ella para abrazarla. Gracias a
los santos lo recibió en silencio y acarició su espalda, brindándole consuelo.
—Necesita tiempo —musitó ella y odió que una lágrima se deslizara por su mejilla, pero no
sintió vergüenza por ello, esa mujer le había enseñado a expresar sus emociones.
—Malcom...
—Jamás tendré como agradecerle a Lawrence todo lo que hizo por ustedes. —Ella se tensó en
sus brazos y él presionó su abrazo para impedir que quisiera romperlo—. Lo respeto y lo admiro
—agregó con rapidez—. No me pidas que no lo nombre, porque no reconocer todo lo que hizo
por ustedes sería injusto. Entiendo el amor que sientes por él y lo respeto porque gracias a ese
hombre ustedes siguen vivos y por ende yo también, porque de haberlos perdido, créeme que ya
me habría pegado un tiro desde hace mucho.
Si ella pensaba decirle algo, nunca lo sabría porque Philips llamó a la puerta y no dudó un
solo segundo en informarle que lady Portman se encontraba en el recibidor y exigía reunirse con
él lo antes posible.
—Victoria —musitó Hailee, rompiendo el abrazo con rapidez, y él la miró con fijeza—.
Debemos recibirla, me gustaría… —su voz fue muriendo y Malcom tiritó cuando su delicada
mano apartó las lágrimas de su rostro—. No sé qué sucederá a partir de ahora, pero te prometo
que no seré una enemiga para ti y te ayudaré en todo lo que pueda.
—Gracias.
Hailee Aldrich valía oro, incluso después de todo lo ocurrido, ella estaba dispuesta a
permanecer a su lado y ayudarlo a ganar el amor de su hijo.
Malcom se dio unos minutos para organizar sus emociones y se sentó junto a Hailee una vez
que la vizcondesa viuda de Portman estuvo frente a ellos, muy bien acomodada en el sillón más
ancho y cómodo de su despacho.
—Hasta que por fin se digna en recibirme, Kent —gruñó la mujer adulta y él le sonrió con
cinismo.
—Supongo que ahora tomará las cosas con mayor calma, milady, no me gusta que me exijan
nada.
—Milady… —Hailee le cortó y miró con cierto pavor a la mujer—. Lo siento mucho, yo…
—Tú darás a luz muy pronto —le interrumpió y Malcom se tensó, ¿por qué le hablaba en ese
tono a su mujer?—. Sé sensata, si vas a quedarte con tu esposo, entrégame al bebé. Estoy segura
que Kent no querrá criar al bastardo de nadie.
Lady Victoria estaba utilizando la dura verdad, al menos la que ella creía conveniente, por lo
que Malcom enderezó la espalda y entrelazó su mano con la de Hailee al verla tan abrumada.
—Pero…
—Y si usted quiere tener algo que ver con nuestro hijo, le pediré que empiece a comportarse
con propiedad. Mi esposa es una duquesa, no es cualquier mujer, y debe tratarla como tal. —
Victoria palideció—. Fue criada en una buena cuna, milady, sabe el tratamiento que merece una
duquesa.
—¿Lo dice en serio? —Los ojos de Hailee brillaron con emoción contenida.
—Muchas gracias, lady Portman. —Hailee se incorporó con rapidez y la vizcondesa viuda
hizo lo propio.
—Por favor, manténganme al tanto de todo, quiero estar segura de que mi nieto o nieta nacerá
en perfecto estado.
Malcom se sorprendió al ver la facilidad con la que la mujer abandonó su casa y enarcó una
ceja. No estaba seguro de nada, pero podría jurar que Victoria Pierce le traería ciertos dolores de
cabeza en un futuro.
Por el rabillo del ojo vio como Hailee daba silenciosos aplausos de emoción y sonrió con
ternura.
Si ella pudo aceptar a Zachary, él no tendría el más mínimo problema de aceptar a… ¿cómo
se llamaría?
—Te amo tanto, Hailee —soltó de pronto, incapaz de controlar sus emociones, y guiado por
el amor y el deseo aplastante que sentía por ella, buscó sus labios sin previo aviso y los unió con
rapidez.
—¡No! —lo empujó por el pecho con espanto y no supo qué pensar al verla tan asustada.
—No vuelvas a tocarme en tu vida, Malcom Aldrich. —Su corazón se encogió—. O juro que
tomaré a mis hijos y huiré de tu vida para siempre.
—Hailee…
—Estás demente si crees que aceptaré algo así —decretó y guiado por la rabia e impotencia,
la apresó entre sus brazos y la besó con violencia—. Eres mi mujer, te amo y quiero todo contigo
—gruñó y empujó su lengua contra sus labios para profundizar el beso.
«Para», se dijo a sí mismo y muy lentamente redujo la intensidad de su beso hasta que dejó un
casto beso en los labios femeninos y se alejó
Ella no necesitó que repitiera la orden y Malcom decidió encerrarse en su despacho para
ahogar sus penas con alcohol. Todo era su culpa, él mismo se había buscado todo este
sufrimiento y el rechazo de Hailee estaba totalmente justificado.
—¡Te amo, Hailee! —gritó Malcom antes de lanzarse al lago y a lo lejos pudo escuchar la
melodiosa carcajada de la rubia, quien no se sentía lo suficientemente lista como para bañarse
en el lago con él.
—Deja de ser tan escandaloso —pidió entretenida cuando salió a la superficie y Malcom
envió atrás todos sus rizos oscuros y nadó en su dirección.
—¿Te apena que exprese mis emociones en voz alta? —ronroneó y estiró la mitad de su
cuerpo hacia adelante para unir sus labios.
Odiaba admitirlo, pero ella tenía razón, debía tratar de ser menos ruidoso.
—¿Te he dicho que hoy te ves más bella que nunca? —suspiró con ilusión, estudiando sus
bellas facciones.
—Es que cada día te veo más hermosa, ¿qué me has hecho? No me dirás que eres una bruja y
me tienes hechizado, ¿verdad?
—¿Tú me amas? —le preguntó y no le gustó ver el temblor en sus labios—. Nunca me lo has
dicho, ¿por qué?
Ella podría ser su amante, no sería el primer noble en tener dos hogares.
—Nadaré contigo. —Comenzó a quitarse el vestido y todo su cuerpo se tensó al ver como su
blanca piel empezaba a quedar expuesta.
«La necesito, quiero que sea la primera mujer en mi vida», reconoció para sí mismo y sonrió
con picardía cuando Hailee saltó al agua, permitiendo así que su camisola se aferrara a sus
lindas curvas y él pudiera tomarse la libertad de abrazarla.
¿Por qué no podía decirle que lo amaba?, ¿podría ser que sólo él se sintiera de esa manera?
—He hecho cosas impensables por ti, Malcom, ¿de verdad necesitas preguntar lo evidente?
—¿Tú… te entregarías a mí? —inquirió y la sintió tensarse en sus brazos—. Nunca he estado
con una mujer y me gustaría que fueras la primera —se sinceró.
—Mi padre tiene grandes proyectos para mí, él cree que puedo encontrar un buen esposo y si
me entrego a ti perdería toda posibilidad de conseguirlo.
No recibió una respuesta, pero en esta ocasión se besaron con ansiedad y sus cuerpos no
soportaron la tensión de estar tan juntos y expuestos una vez que salieron del agua, por lo que
retozaron sobre la hierba por largos minutos en los que Malcom no hizo más que apreciarla y
tocarla.
Ella le confesó que se entregó a él por amor y si bien nunca se lo dijo en voz alta en aquel
entonces, Malcom era incapaz de dudar de su palabra. Sin embargo, él que expresó su amor en
voz alta desde un principio, fue el primero en abandonarla.
Su mayor error fue pensar como duque y menospreciarla, ni siquiera su padre fue cruel con
ella, puesto que durante el embarazo de Hailee, Isambard Aldrich se quedó a su lado y la apoyó
durante los nueve meses que él prefirió mudarse a Londres y fingir que nada raro estaba
sucediendo en Kent.
Se sirvió una nueva copa de whisky para lidiar con sus penas, pero los gritos femeninos que
escuchó en el piso superior prendieron todas sus alarmas y se dio cuenta de que eligió la peor
noche para emborracharse.
Si Hailee pensó que nada podría empeorar durante las siguientes horas, se equivocó.
Después de un parto de más de doce horas, la rubia logró expulsar al bebé de su cuerpo, pero
presentó un sangrado que el doctor y su gente no pudieron controlar y como resultado ella ya no
estaba.
El niño llevaba horas en esa habitación, bajo la supervisión de una niñera y una nodriza, y
Hailee se sentía una tonta por haber sido una cobarde después de lo sucedido.
Malcom y Beaufort tuvieron que irse para encargarse del entierro de Gwendoly, pero ella
estuvo ahí, ella pudo quedarse con Zachary, pero en lugar de eso se escondió en su habitación y
empezó a llorar sin consuelo alguno.
Tenía miedo.
¿Qué sería de sus hijos si ella moría?, ¿Malcom cuidaría de ellos o los abandonaría?
Él… ¿cómo reaccionaría si algo malo llegaba a sucederle durante o después del parto?
Ni siquiera pudo ver a su bebé, él sólo se marchó y lo dejó atrás, como si ese niño no hubiera
perdido a su madre biológica.
—Lo siento —sollozó con amargura y besó su pequeña frente—. Debí quedarme contigo
desde un principio.
Porque era su hijo, porque ella le dio su palabra a Gwendoly de que cuidaría y amaría a
Zachary hasta el último día de su vida.
Ya era de noche, no tenía noticias de Malcom ni del duque, pero quería creer que el entierro
de Gwendoly fue digno y esa amable mujer podría descansar en paz.
Dejarse llevar por el miedo no era una opción ahora mismo que tenía dos hijos bajo su
cuidado. Su deber era ser optimista y creer que todo marcharía bien el día de su alumbramiento.
«Empezaré a hacer reposo, no moveré un solo dedo de ser necesario», susurró para sí misma y
se subió a la cama con mucho cuidado para recostar a Zachary sobre el mullido colchón.
El pensar en Connor sólo le hizo sentir más culpable, había evitado a su hijo la mayor parte
del día y todo para que no la viera llorar ni temblar del miedo, pero ¿qué más podía hacer?
Estaba embarazada, era normal que después de lo sucedido no pudiera sentirse tranquila.
—¿Madre? —Enderezó la espalda con rapidez y la visión se le cristalizó al ver como Connor
salía de su armario—. Lo siento, pero sólo así podría verla.
—Eres un niño muy rebelde. —Se bajó de la cama con rapidez para rodearlo en sus brazos—.
Perdóname, no debí evitarte durante la tarde.
Todo parecía indicar que el hijo del duque de Beaufort adoraba el chisme.
—Tú estarás bien, ¿verdad, madre? —su voz se quebró y ella se arrodilló frente a él—. No
vas a dejarme con ese hombre, ¿verdad?
En ese momento se dio cuenta que Connor tenía la vista fija en el pequeño bulto que estaba
sobre su cama y ella tragó con fuerza, no muy segura de cómo proseguir.
—Cariño…
—¿Quién es?
Connor la miró con los ojos muy abiertos y luego miró su vientre abultado, ella se rio con
ternura.
—Es el hijo del duque. —No le gustó el odio que brilló en sus ojos ante la mención y toda la
piel se le erizó cuando Connor se subió a la cama y se arrodilló junto Zachary—. Hijo…
—Huir ya no es una opción —musitó con voz ronca y con la yema de los dedos rozó la
pequeña mejilla—. Yo creí que, quizá más adelante, tú, mi hermano y yo podríamos huir del
duque —confesó y lo miró con pesar.
Era muy inocente como para entender que no existía lugar en el mundo donde pudieran
esconderse de su padre. Malcom los amaba y como todo duque, se aferraría a ellos como si de
eso dependiera su vida.
—Pero no podemos dejarlo, madre. —Su corazón empezó a bombear sin control alguno—. Es
mi hermano, ¿qué tal si el duque decide abandonarlo? No puedo permitir algo así, debo
quedarme y convertirme en el marqués de Sutherland, estudiar y forjar una fortuna para poder
cuidarlos en caso de que un día el duque no quiera hacerlo.
—Tu padre cometió muchos errores, Connor —arrastró sus palabras y se acercó a él al ver la
sorpresa en su rostro—, pero quiero que dejes de pensar en él como si fuera un monstruo.
—Nos abandonó.
—Pero regresó y ahora estamos con él. —Connor apretó la mandíbula con enojo—. El duque
de Kent nos ama y quiero que empieces a mirarlo como tu padre, por favor.
—Pero…
—Él es muy bonito —comentó de pronto y ella se unió a él en la cama—. ¿De verdad no nos
parecemos en nada? —La miró con tristeza.
—Me temo que no —estiró la mano y alborotó su cabellera—, aunque puede que los dos sean
unos tozudos de primera. —Eso renovó los ánimos de su hijo.
—Es tan rubio como tú, madre —observó y ella asintió—. ¿De qué color son sus ojos?
—Es una posibilidad —susurró con cansancio—, su madre era muy bella y portaba unos ojos
celestes muy grandes y hermosos.
Mellizos.
Acunó su vientre con rapidez y rezó en silencio para que las diferencias físicas entre Zachary
y su bebé fueran mínimas.
—¿Estás cansado? —inquirió varios minutos más tarde y Connor sacudió el rostro con
rapidez y negó con la cabeza, al tiempo que sujetaba la manita de su hermano—. Bien, es hora de
meterte a la cama.
Él no saldría de su alcoba, por lo que hizo lo más prudente y metió tanto a Connor como a
Zachary bajo de las sábanas. Sus hijos no se quedarían solos, ellos se tenían el uno al otro y
ahora tenía la certeza de que Zachary nunca más volvería a permanecer solo en una estancia bajo
el cuidado de una niñera y su nodriza.
«Estás demente si crees que aceptaré algo así. Eres mi mujer, te amo y quiero todo contigo».
Se acarició los labios con las manos temblorosas y juntó los ojos con fuerza.
La única razón por la que se quedaría con Malcom era el futuro de sus tres hijos, lo mejor
sería descartar esos absurdos pensamientos de su cabeza y mantener la cabeza en alto y el
corazón congelado.
No tenía la menor idea de en qué momento sucedió, pero el sueño la venció y los brazos de
Morfeo la acogieron. El peso de una prenda ardiente la hizo removerse en su lugar y abrió los
párpados con lentitud al darse cuenta que se sentía más incómoda de lo normal. Se alarmó al ver
una sombra negra sobre ella e intentó incorporarse, pero entonces él susurró:
—Descuida, la niñera y la nodriza se quedarán con ellos. —Se oía cansado, todo indicaba que
no fue un día fácil para él—. Me temo que este diván no es apropiado para que duermas en él.
No tenía la menor idea del por qué lo hizo, pero a medida que él fue avanzando por el pasillo,
ella empezó a romper la coraza de su caparazón y sollozó con amargura, provocando que
Malcom parara en seco.
—Tengo miedo —confesó aquello que tanto la estaba atormentando—. No me quiero morir,
no quiero dejarlos solos, yo tengo mucho amor para darles.
El abrazo masculino se hizo más certero y en ese momento se sintió tan segura en sus brazos
que lo abrazó por el cuello como si de eso dependiera su vida.
—No pasará, mi amor, haré que el doctor se mude aquí si es necesario. —Besó su coronilla y
ella sollozó con amargura, al tiempo que él retomaba su marcha.
—Prométeme que, si algo me sucede, cuidarás de ellos. —La recostó sobre un mullido
colchón, pero Hailee no se atrevió a romper su abrazo, quería aferrarse a la seguridad que él
representaba ahora mismo—. Prométemelo.
—Prométemelo —insistió.
—Malcom…
—Por favor.
—Lo prometo.
—Te doy mi palabra que, a partir de ahora y pase lo que pase, yo siempre velaré por la
felicidad de mi familia.
¿Podía creerle?
—Tengo miedo —confesó—, sé que tú puedes hacer lo que se te apetezca conmigo, pero…
—No puedo dormir con tanta ropa —admitió con pesar y durante los siguientes tres minutos,
dejó que él la despojara de su abrigo, vestido, medias y finalmente de su corsé, y tímidamente se
cubrió con las sábanas, viendo cómo ahora Malcom se encargaba de su propia ropa.
Sin la presión de todas sus ropas, su cuerpo se relajó casi en el instante y cayó profundamente
dormida en la cama del hombre que alguna vez adoró con cada fibra de su ser.
***
Ella no podía morirse, si ella se iba… Malcom se cubrió los ojos con su antebrazo y sollozó
con amargura, la muerte de Gwendoly no había hecho más que instalar un terrible temor en su
pecho.
—Todo saldrá bien, mi amor. —La acurrucó contra su costado—. Yo estaré a tu lado y no
permitiré que tu luz se apague.
Tres semanas más tarde, Malcom volvió a presenciar un nuevo parto, pero en esta ocasión se
quedó en la habitación incluso en contra de la voluntad del doctor y permaneció junto a Hailee
durante horas, aferrando su mano y susurrándole palabras de apoyo.
Connor le había prometido que se quedaría con Zachary y cuidaría de él, por lo que tenía el
consuelo de que su hijo mayor estaba lo bastante distraído como para sumirse en el miedo y la
desesperación por el estado de su madre.
«Lo aceptaré, dejaré de renegar con esta vida, pero por favor cuide a mi madre, no permita
que nada malo le suceda, por favor», las palabras de su hijo retumbaron en su cabeza y empezó a
rezar en silencio.
El llanto del bebé retumbó en sus oídos dos horas más tarde y Hailee sonrió con emoción y
lágrimas en los ojos al darse cuenta que todo había terminado mejor de lo esperado. Malcom
hizo lo mismo y besó su frente con cariño, agradeciendo que ella se viera tan vital y llena de
vida.
—Es una niña —les informó el doctor y a los pocos minutos todo su cuerpo se sacudió al ver
como Hailee sujetaba a la bebé entre sus brazos.
—Es igual a ti. —Tan rubia y perfecta como su madre—. Seraphina Aldrich —dijo sin
pensarlo y todas sus alarmas se prendieron al percibir la tensión en el cuerpo femenino—. Lo
siento, es tu decisión.
Haría bien en recordar que ahora mismo su matrimonio con Hailee no era más que un acuerdo
cordial.
—Los mellizos Aldrich están listos para ser presentados —musitó y Hailee asintió.
Zachary y Seraphina eran tan pálidos y rubios como su madre, por lo que en un futuro nadie
podría dudar de su procedencia
Capítulo 15
Era uno de los días más especiales de su vida y por esa razón Hailee se levantó temprano para
poder ser ella misma quien alistara a los mellizos para su bautizo. Zachary y Seraphina llevaban
puestos trajes blancos, acordes para la ocasión, y ambos se veían angelicales con sus hermosas
cabelleras rubias y ojos azules.
«Es normal, son hermanos», decretó en silencio y besó la mejilla regordeta de su hijo, quien
tenía cierto afán de sonreírle la mayor parte del tiempo y eso siempre derretía su corazón.
Era una lástima que Connor se encontrara en Eton, pero él le había escrito para dejarle claro
que se sentía feliz por sus nuevas actividades y amistades, y que les enviaba un fuerte abrazo a
sus hermanos junto a sus mejores felicitaciones.
Sonrió con amargura, su hijo aún no perdonaba a su padre y por esa razón inventaba cualquier
excusa con tal de no regresar a Kent Abbey, ni siquiera el amor que sentía por los mellizos era
tan fuerte como para camuflar su desagrado, y ella no estaba segura si Malcom era consciente de
ello.
—¿Hailee? —La voz masculina llegó a sus oídos y en contra de su voluntad toda la piel se le
erizó en respuesta—. ¿Mi amor?
Malcom era muy cuidadoso con su aspecto físico y la moda, por lo que era bastante normal
que Hailee portara vestidos elegantes y sofisticados, todos elegidos por su esposo. Empezaba a
comprender mejor por qué le regaló su vestido lavanda, él quería que sus trajes hicieran juego.
—Te ves hermosa —reconoció levemente abrumado y ella se ruborizó, odiando que sus
brazos estuvieran tan expuestos y sus pechos se marcaran con tanta precisión en el escote de su
vestido. Acarició sus guantes con nerviosismo, llevaban un año conviviendo juntos en Kent
Abbey y aún no estaba acostumbra a sus halagos y muestras de atención.
—No más que ellos —recuperó la compostura y señaló a los niños que estaban en la cama.
—Por supuesto.
Hailee se inclinó para sujetar a Seraphina, puesto que aún no estaba segura si el amor que
Malcom le profesaba era real, pero Zachary gruñó en respuesta y sujetó su mano, exigiendo su
atención.
—Ellos ya tienen a sus favoritos —le recordó y sin el más mínimo de los reparos sujetó a su
sonriente hija y besó su mejilla regordeta—. Es hora, sus padrinos y nuestros invitados ya están
en el jardín.
—Tratar con la vizcondesa viuda, su hijo y la esposa del mismo es muy agotador —le aclaró
con fingida congoja.
—Se irán en tres días —se sintió algo nerviosa, por su culpa Malcom debía lidiar con ellos—.
Lo siento.
—Sólo es una broma —soltó con una mueca y ella tomó a Zachary en brazos con rapidez—.
Aunque, la duquesa de Beaufort sí me cae mal —acotó en tono confidencial y ella asintió,
sonriente.
—No entiendo cómo el duque pudo casarse con una mujer así.
Hailee no podía negar ese hecho, la mujer era simplemente hermosa y su hijo había heredado
esa virtud, pero…
—Es rara.
—Bueno, no hablemos así de la futura madrina de Zachary —le guiñó el ojo y ella asintió.
—¿Bajamos?
Su esposo asintió y ambos se dirigieron al jardín junto a sus hijos. Saludaron a los invitados
como si fueran una feliz pareja y todo estuviera bien en su vida conyugal, pero Hailee se sentía
cada más inquieta por esa situación.
De lo único que estaba segura, era de que últimamente no le gustaba en lo más mínimo.
¿Se habría dado cuenta de que la duquesa de Beaufort se lo estaba comiendo con los ojos?
Malcom llevaba un año en Kent Abbey, ella sabía que no tenía una amante, pero ¿cuánto
tiempo más él podría soportar la ausencia del coito en su día a día?
El bautizo marchó a la perfección y sólo un ciego podría poner en tela de juicio el amor que
lady Victoria sentía por su nieta. Clavó la vista en el cielo, preguntándose cómo habría sido todo
si Lawrence siguiera a su lado, y en esta ocasión su mente bloqueó sus pensamientos y se quedó
mirando a su esposo, quien ahora hacía girar en el aire a su hija.
—Creo que hiciste un buen trabajo —espetó lady Victoria, posicionándose junto a ella, y
Hailee bajó el rostro, apenada—. ¿Qué sucede?, ¿no te gusta que tu hija sea la amada hija de un
duque?
—Lawrence…
—Él se marchó, Hailee. —Sus miradas se encontraron—. Y te aseguro que donde quiera que
esté, mi hijo se siente en paz.
—Porque su familia está bajo el cuidado de un hombre que los ama y quiere lo mejor para
ellos. —Sus ojos se clavaron en el duque—. Lawrence ha muerto, ya no pertenece a este mundo
y creo que debes dejarlo marchar.
—Yo…
—Una nunca sabe cuándo será el último día. —Suspiró la mujer con cansancio—. El regreso
del duque hace un año generó grandes cambios en tu vida, pero su partida… ¿crees que podrías
soportarlo?
Victoria le sonrió.
—Mi hijo te amaba, fuiste su gran amor y yo siempre te estaré agradecida por haberlo hecho
tan feliz en sus últimos años de vida.
—Lo sé —musitó con orgullo— y mi Lucien seguirá sus pasos —decretó, mirando a su
pequeño nieto con amor.
Ella y su familia eran las únicas personas que conocían su secreto en cuanto a los mellizos,
además de lord Beaufort, y todo parecía indicar que estaban más que dispuestos a mantenerlo tal
y como estaba.
Una vez más miró a su esposo y sintió un horrible nudo en la garganta al sentirse tan culpable
por todo lo que estaba sintiendo ahora mismo.
¿Podría ser que Malcom se hubiera salido con la suya y ella estuviera a un paso de amarlo una
vez más?
Esa noche, después de que todos sus invitados cenaran y se retiraran a sus habitaciones,
Hailee y Malcom se quedaron en el salón dorado para disfrutar de una taza de té junto al hogar.
Aún estaban algo emocionados por el gran día que vivieron y tenían mucho que conversar.
—Fue agradable ver nuevos rostros —admitió con un suspiro y se apoyó en el respaldar del
sofá con cansancio—, pero admito que también resultó algo agotador para mí.
—¿Te gustó?
¿Por qué siempre la miraba con esa hermosa sonrisa en el rostro y ese brillo especial en sus
ojos?
—Sí, me gustó.
—¿Te gustaría ir a Londres conmigo para la siguiente temporada? —Hailee se enderezó con
rapidez y lo miró con los ojos muy abiertos—. Me gustaría presentarte en sociedad, llevarte a
bailes e incluso al teatro, que conozcas gente del círculo y…
—¿Sí? —Se inclinó en su dirección, él estaba sentado en el sillón que tenía en frente.
—Para —ordenó y sus ojos se tornaron oscuros—. Eres Hailee Aldrich, mi duquesa, y eso es
lo único que importa.
—Tú estás a la altura de cualquiera. —Abandonó su lugar para sentarse junto a ella y no
apartó la mirada de sus ojos—. Lady Victoria te ayudará si no te sientes segura, ella también cree
que es prudente que te presentes en sociedad porque en un futuro nuestros hijos serán
demandados en los salones de baile.
—¿Crees que es prudente? —Lo miró con preocupación—. No es tan sencillo —admitió con
pesar—. He vivido en diferentes pueblos toda mi vida.
—Pero ahora eres una duquesa. —Acunó su mano con firmeza—. Ven conmigo, confía en
mí, mi amor.
Él asintió.
—No quiero irme sin ustedes, la idea de dejarlos… —Se sacudió en su lugar y ella se rio por
lo bajo—. Por favor, ustedes llenan de luz y alegría mis días, no quiero alejarme de esa agradable
sensación por una tonta temporada.
Comprendía que su deber como duquesa de Kent era hacer acto de presencia en Londres, más
si quería que en un futuro sus hijos consolidaran buenos matrimonios. Malcom acarició el dorso
de su mano y cuando intentó retirarla, él no se lo permitió.
—Descuida —arrastró sus palabras, mirándola con fijeza—, tú sólo escucha los latidos de mi
corazón.
Dejó que la guiara durante los primeros pasos y no se atrevió a decirle que fue Lawrence
quien perfeccionó ese arte que antes solía ser un punto débil, pero él debió deducirlo porque
percibió la tristeza en su rostro, seguido del entendimiento y la felicidad.
—Gracias —decidió relajarse—, tú no lo haces tan mal —bromeó y él enarcó una ceja,
entretenido.
—¿Eso crees? —achicó los ojos, recelosa—. ¿Qué tal si lo hacemos más rápido? —inquirió y
antes de que pudiera objetar, Malcom empezó a moverla con demasiada rapidez y violencia por
el salón, como si estuvieran danzando el vals más rápido en la faz de la tierra.
—¡No! ¡Malcom, cuidado! —carcajeó por lo alto, aferrándose a sus hombros—. ¡Malcom! —
chilló cuando él pisó su vestido por error y ambos cayeron en la alfombra a pocos centímetros de
distancia del hogar.
—Lo siento —rio él, rodeando su cintura, y Hailee se recostó en su fornido pecho,
entretenida.
—Tu pelo… —respingó cuando él acarició el gran mechón que quedó en libertad y conectó
sus miradas—. Te ves tan hermosa. —La mano masculina descendió por su brazo con lentitud y
no opuso resistencia cuando comenzó a abrir los botones de su guante—. ¿Puedo?
Malcom la despojó de su guante derecho y todo su cuerpo se estremeció cuando entrelazó sus
manos, pensativo.
Malcom se sentó con mucha delicadeza sobre su trasero y Hailee se arrodilló frente a él.
—Porque si te quedas un minuto más, olvidaré la promesa que te hice y te haré todo lo que te
hago en mis sueños.
No entendía por qué no se levantaba y salía huyendo, en un pasado lo había hecho con mucha
frecuencia, pero ahora…
—Malcom.
—¿Qué, Hailee? —Se pasó una mano por el cabello con frustración.
No hizo nada, se quedó inmóvil en su lugar, mirándola como si ella fuera el descubrimiento
más raro de Inglaterra.
—Lo mejor será que me vaya. —Intentó levantarse, pero como si algo se hubiera apoderado
de él, Malcom la sujetó de la muñeca y tiró de ella sin contemplación alguna para tenderla en la
alfombra y cernirse sobre ella—. Ah —gimió sorprendida por el brusco movimiento y lo observó
ojiplática.
—¿Qué haces?
—Sueño.
Unió sus labios con rapidez, como si temiera que pudiera cambiar de parecer, y Hailee gimió
y abrió su boca para él, dejando así que Malcom pudiera saborearla y penetrarla como tanto
deseaba hacerlo.
Capítulo 16
Malcom no era un chiquillo sin experiencia, pero ahora mismo, mientras poseía la boca de la
mujer que amaba con cada fibra de su ser, era incapaz de pensar con claridad. Le parecía un
milagro que no estuviera temblando sin control alguno y fuera capaz de enredar sus lenguas con
destreza.
Por un momento pensó que este día nunca llegaría, que su esposa jamás permitiría el contacto
de sus labios y sus cuerpos, pero ahí estaban ellos, tumbados en la alfombra de un salón,
besándose con pasión desmedida.
—Malcom…
Él llevaba un año expresando y demostrando su amor, ahora mismo sólo quería concentrarse
en amar su cuerpo correctamente.
Un cuerpo que solo poseyó una vez, pero que marcó su vida para siempre.
Cuando liberó sus labios, sonrió con satisfacción al verlos rojos e hinchados, seguramente
adormecidos por el tratamiento que les dio en los últimos minutos. Ella respiraba agitadamente y
sus pechos se marcaban en el ribeteado del vestido lavanda.
Se quitó los guantes con rapidez y rozó la suave piel con el dorso de su mano.
Ella había cambiado mucho, sus pechos ya no eran pequeños y sus caderas habían ganado
más volumen con el pasar de los años, por lo que la boca se le hizo agua al comprender que todo
lo que estaba debajo de ese vestido era un misterio para él.
Sus ojos color manantial estaban atravesando una tormenta y Malcom le quitó el segundo
guante con lentitud, admirando su tersa piel. Ella no estaba bajo los efectos del alcohol, Hailee
no bebía, lo que quería decir que por fin su esposa empezaba a desearlo.
Empezó a regar un camino de besos por su cuello y clavícula y ella gimió en respuesta cuando
deslizó su vestido por su hombro y mordió su piel con picardía.
—Malcom… —suspiró con necesidad y de un tirón bajó el escote del vestido para dejar sus
pechos en libertad.
—Mmm… —gruñó en respuesta por la gloriosa imagen y rezó en silencio para que su cuerpo
no lo traicionara y esto no terminara antes de empezar.
Rodeó uno de los senos con su amplia mano y cubrió el segundo con su boca, deleitándose del
cúmulo de emociones que se alojaron en su ingle. Su falo empujaba con violencia dentro de sus
pantalones, pero Malcom no pensaba permitir que la lujuria arruinara ese momento de intimidad.
—¡Ah! —gritó cuando mordisqueó su pezón y se pasó al segundo pecho, cada vez más
ansioso—. Sí, ah, Malcom —se aferró a sus hombros, clavando las uñas en su abrigo, y él talló
su cuerpo con lujuria, posando sus manos en la cadera femenina.
Ella no se tensó, ni siquiera se inmutó, por lo que concentró su peso en sus rodillas y rodeó las
pantorrillas femeninas antes de empezar a ascender en una larga caricia que tenía como objetivo
levantar las tediosas faldas que lo alejaban de su gran tesoro.
—Abre las piernas para mí, mi amor —rogó con un hilo de voz, temiendo que volviera en sí y
retrocediera, pero gracias a los santos no sucedió y pronto obtuvo un mejor lugar entre las alas
del paraíso.
A partir de ese momento, dejó de torturar sus pechos y se encargó de sus interiores. Cuando
su fragancia inundó sus fosas nasales, Malcom inspiró profundamente y la buscó con la mirada,
ella lo observaba con fijeza y timidez y al parecer no era consciente que el marco de sus pechos y
su boca semi abierta era una invitación directa para ir al infierno.
—¿Hace cuánto? —inquirió con voz ronca y rozó sus labios internos con necesidad—. ¿Hace
cuánto me deseas y por qué no me lo dijiste?
Esa mujer no tenía la menor idea del infierno que él vivía durante el día y la noche,
imaginándose como sería hacerle el amor.
—No lo sé —confesó—. Ah… —hundió un dedo en su interior, estaba tan receptiva—. Oh,
Malcom —se removió con inquietud, reaccionando con inmediatez a los movimientos de su
dedo, y adentró uno nuevo para intensificar su tortura—. ¡Ah!
Sus pechos bambolearon sin tregua alguna y él volvió a tomar posesión de uno con la boca,
multiplicando la tortura para su mujer.
—¡Sí! —jadeó y todo su cuerpo tiritó cuando sus paredes vaginales comenzaron a absorber
sus dedos.
Estaba cerca.
—No, no lo hagas —lloriqueó cuando dejó su pecho en libertad y Malcom descendió con
rapidez para reemplazar sus dedos por algo mejor—. ¡Ah!
Le hizo el amor con la boca, arremetiendo contra ella con hambre desmedida, como si ese
simple bocado pudiera acabar con su hambre por la eternidad, y rodeó sus muslos con fuerza
para impedir que lo golpeara con las piernas. La inmovilizó, la torturó y su miembro empezó a
bombear sin control alguno y a hincharse todavía más dentro de sus pantalones.
—¡Malcom!
La saboreó sin reparo alguno, bebiendo de su elixir como un sediento recién salido del
desierto, y se preguntó si algún día podría cansarse de esto.
Se incorporó sobre sus rodillas con pericia, comprendiendo que ya no podría seguir
soportando de aquel momento por más tiempo, y la sangre se le congeló cuando Hailee sollozó.
—¿Hailee? —La buscó con la mirada y no pudo mover un solo músculo al ver como
retrocedía sobre su lugar, cerraba sus piernas y comenzaba a arreglar el escote de su vestido—.
¿Qué sucede, mi amor?, ¿te he hecho daño?
Ella negó rápidamente con la cabeza y se incorporó tambaleante, obligándolo a sujetarla por
los brazos.
—Nunca dije que me conformaría con tu amistad y debo recordarte que fuiste tú quien
permitió que ocurriera todo esto.
Comprendió su error al ver la palidez en su rostro y torció los labios con impotencia.
Sus lágrimas la delataron y Malcom le brindó su libertad para que pudiera refugiarse en su
alcoba. Entendía que Lawrence fue un hombre importante en su vida, pero el vizconde estaba
muerto, ¿es que siempre sería una sombra entre ellos?
¿Acaso no existía la posibilidad de que ella aprendiera a amarlo de nuevo sin sentir culpa por
sentirse de esa manera?
No tenía la menor idea de qué fue lo que sucedió esta noche, pero él se encargaría de
averiguar cuáles eran los sentimientos de su esposa.
***
Hailee sonrió con nostalgia al ver los muebles y acarició la pequeña mesa del comedor.
Victoria amaba su pequeña casa de campo y siempre la tenía en perfecto estado a pesar de que
ahora mismo nadie viviera en ella.
Ya había pasado una semana desde el bautizo de sus hijos, lo que quería decir que llevaba
siete días huyendo de Malcom como un ratón cobarde. No tenía la menor idea del por qué no
pudo continuar la noche que decidió abrir nuevamente su corazón.
Malcom fue muy bueno con ella y le había hecho sentir viva de nuevo, pero…
Juntó los ojos con fuerza y se sentó en el sofá que estaba frente a la chimenea, ese lugar que
antes solía ocupar junto a Lawrence.
Victoria le había dado su bendición, le había hecho ver que no estaba haciendo nada malo al
darse una nueva oportunidad en el amor, pero incluso así ella dudó en el momento más
importante.
Esbozó una débil sonrisa y apartó las lágrimas de su rostro con lentitud.
—Fuiste el primer amor más bello que tuve, Lawrence —musitó en voz alta, conteniendo la
respiración—, me diste una hija hermosa y quiero creer que Malcom será un excelente padre
para nuestra Seraphina, como también esposo y compañero de vida para mí.
Su amor estuvo destinado a ser, pero la vida decidió que durara muy poco.
Lawrence le había dado un hogar, una familia y la fortaleza para convertirse en quien era
ahora, por lo que estaba segura que nunca lo decepcionaría, porque mientras ella fuera sincera
consigo misma y actuara con el corazón, él siempre estaría orgulloso.
Malcom merecía su sinceridad, debía saber que había conseguido su objetivo y una vez más
su corazón estaba latiendo por él.
¿Y cómo no hacerlo?
Si le estaba brindando la familia que siempre quiso y no había día que no demostrara
fervientemente lo focalizado que estaba en darles protección.
—Este es mi adiós —suspiró y abandonó su lugar con lentitud, dándole una última mirada a la
casa en la que fue muy feliz.
—¿Podemos irnos?
Llegó a Kent Abbey con toda la intención de reunirse con Malcom y expresarle todo lo que
ahora mismo estaba sintiendo, pero el miedo la paralizó al verlo en medio del recibidor junto a
Philips.
Estaba tan pálido como una hoja y tenía una carta en la mano.
—¿Malcom? —Dio dos pasos en su dirección y paró en seco cuando sus miradas se
encontraron.
Su esposo llegó a ella en un abrir y cerrar de ojos y Hailee lo abrazó con firmeza, entendiendo
el significado de sus palabras.
—Dime que vendrás a Londres conmigo —suplicó con voz rota y ella presionó su abrazo.
Beaufort se había suicidado por el abandono de su esposa, quien decidió fugarse con su
amante, y de no haber sido por la mentira que Malcom inventó sobre un accidente en carruaje,
ahora mismo el ducado estaría por los suelos y todo el mundo se encontraría juzgando a Ian por
tal acto de cobardía.
La duquesa de Beaufort nunca fue de su agrado y ahora entendía el por qué, lo cierto era que
le costaba entender cómo alguien podía generar tanto mal sin pensar en las consecuencias. Ian
amó a su esposa y lo hizo hasta el último día de su vida.
—¿Te sientes cómoda, mi amor? —Malcom la arrancó de su letargo y lo buscó con la mirada,
por un momento olvidó por completo que se encontraban en el velorio de Ian—. Perdón, he
estado algo distraído.
—Estoy bien, tranquilo. —Lo sujetó del brazo con cariño y él le regaló una débil sonrisa.
A partir de ese momento empezó el verdadero reto para Hailee porque no le pasó
desapercibido que algunas mujeres la miraron con altivez, desprecio e incluso mofa, como si ella
fuera una mosca en medio de abejas.
—Te tienen envidia, saben que nunca pondrán ostentar tu título, riqueza ni belleza —le
susurró Malcom con picardía y eso le dio la valentía suficiente para enderezar aún más la espalda
y levantar el mentón con orgullo.
Era una duquesa y esas mujeres tendrían que aprender a lidiar con su presencia.
A diferencia de las mujeres, muchos hombres fueron excesivamente amables con ella, algo
que a su esposo no le gustó en lo más mínimo.
—Será difícil acostumbrarme a eso —confesó Malcom una vez que quedaron rezagados en
uno de los laterales del salón—, la nobleza inglesa es de lo peor.
Frunció el ceño.
—Pero Ian y tú son buenas personas. —Él negó con la cabeza—. ¿Qué te agobia?
—Era mi único amigo, nunca he podido sentirme a gusto con otras personas.
—Todos eran hombres sin visión ni rumbo alguno, sólo querían diversión.
Hailee barrió el lugar con la mirada y enderezó la espalda con rapidez al ver como dos
hombres los observaban a la distancia, se veían algo adultos, posiblemente fueron amigos de lord
Beaufort.
Él se rio.
—Mira este salón, está repleto, él era muy querido entre sus conocidos.
Le sonrió con ternura, el problema con Malcom era que no era muy bueno expresando sus
emociones y todo porque durante diez años se hundió a sí mismo con su amargura.
—Lady Kent… —se volvió hacia Victoria, no le sorprendía que la mujer estuviera ahí,
después de todo iban a enterrar a un duque—, me gustaría presentarle a unas amigas.
—Ve, amor —susurró Malcom y sintiendo un horrible nudo en la garganta lo dejó atrás, pero
agradeció a los santos que los hombres que observó hace unos minutos estuvieran caminando
hacia él.
—¿Quiénes son esos hombres? —inquirió y Victoria miró por encima de su hombro para ver
a quienes se refería.
—El hijo de Winchester debe estar en el mismo curso que Sutherland, quien sabe y en un
futuro se vuelven grandes amigos.
No podía negar que este nuevo presente le gustaba mucho, el panorama para su futuro y el de
sus hijos era simplemente maravilloso y lo mejor de todo era que ahora Malcom estaba junto a
ella, dispuesto a caminar a la par suya durante sus siguientes aventuras.
Él no los abandonaría de nuevo, los amaba y sería incapaz de repetir ese error dos veces. Tal
vez lo más sensato era que dejara de sentir miedo y comenzara a apreciar más los esfuerzos de su
marido.
—¡¿Qué haces, Malcom Aldrich?! —chilló horrorizada al ver como su esposo sujetaba a su
hija por su espaldita, mientras ella se aferraba al asiento del sofá e intentaba dar sus primeros
pasos.
—La ayudo, ella quiere caminar —susurró con emoción contenida y miró a Seraphina—,
¿crees que dé sus primeros pasos?
—Apenas cumplirá un año, Connor no caminó hasta su año y dos meses —le contó y ahogó
un jadeo cuando su hija se lanzó a los brazos de su padre.
—Pues ella lo hará más rápido, es muy lista y tenaz —soltó con orgullo y se incorporó—.
Zachary no muestra mucho interés por el momento, pero creo que será un buen observador —
añadió entretenido y ella levantó a su hijo en brazos al ver que estaba a pocos metros de
distancia junto a todos sus juguetes.
Aún no se acostumbraba a que su esposo se los robara para pasar la tarde con ellos.
—Sólo ten cuidado, por favor, he visto que eres algo liberal con los mellizos.
Cuando cuidó de Connor, ella fue muy cuidadosa en todos los aspectos.
—Quiero que tengan confianza, mi amor —le explicó—, ellos deben saber que son capaces de
hacer todo lo que se propongan.
—Ahí entro yo, bastante dispuesto a protegerlos de cualquier peligro. —Le guiñó el ojo y el
corazón se le encogió.
«No sigas, por favor, no estoy segura si estoy lista para amarte de nuevo», pensó abrumada y
se dirigieron al jardín.
Lo amaba y quería una vida plena junto a él, lejos del miedo y la incertidumbre, pero
comprendía que ahora mismo no era un buen momento para hablar sobre el tema, Malcom estaba
muy afectado por la muerte de Ian, pero al menos su conversación con Winchester y Nolfolk
parecía haberlo animado.
Debía admitir que sus esposas también fueron de su agrado, por lo que seguramente en un
futuro cercano estarían conversando de nuevo.
Cuando el entierro hubo finalizado se dirigieron a Kent House y Hailee no tenía la menor idea
de cómo lidiar con Malcom, él estaba sumido en un profundo silencio y no hacía más que mirar a
la nada.
—Malcom…
—¿Te puedo pedir un favor antes de que lleguemos a Kent House? —le cortó y conectó sus
miradas.
—Claro que puedes —musitó con un hilo de voz y la piel se le erizó cuando acunó su mejilla.
—Bésame, te lo suplico —susurró con esfuerzo y ella no perdió el tiempo y unió sus labios
con suavidad; no obstante, ese no era el tipo de beso que quería su esposo, por lo que pronto
Malcom arremetió contra su boca y le robó un suave gemido al penetrar en su cavidad.
Lo abrazó por el cuello, dispuesta a ahogar la tristeza del hombre que amaba con placer.
—Malcom —suspiró contra sus labios y lo ayudó a levantar sus faldas al sentir la
desesperación en sus movimientos.
Él se quitó el guante con ayuda de los dientes y Hailee gimió con sorpresa cuando de un
momento para otro se abrió paso entre sus interiores y la penetró con dos dedos.
—¡Ah! —tiró la cabeza hacia atrás y él volvió a besarla con la intención de acallar todos sus
gemidos, mientras el carruaje seguía en movimiento—. Mmm… —clavó las uñas en su chaqué,
disfrutando del bamboleo del vehículo y el movimiento de los dedos masculinos y como si él lo
hubiera calculado, liberó su orgasmo en el momento que el carruaje se detuvo.
—¿Cenaremos juntos? —preguntó jadeante y él negó con lentitud al tiempo que le arreglaba
sus faldas—. Malcom…
Lo miró con tristeza, le habría encantado quedarse a su lado, pero ella debía respetar su
decisión.
—De acuerdo.
Durante los siguientes cinco días, Hailee no supo qué pensar al darse cuenta de que Malcom
la estaba evadiendo. No recordaba que él fuera el tipo de hombre que se refugiara en su soledad
en momentos como estos, por lo que determinó que, si esa noche no bajaba a cenar, ella iría a
verlo.
Tal vez se sentía culpable; es decir, en ese momento, acababan de enterrar a su amigo.
Se frotó la frente con nerviosismo, ¿habría sido muy cínica al permitir algo así?
Las siguientes horas fueron una tortura, pero cuando bajó al comedor y no vio a Malcom en la
mesa, se volvió hacia el mayordomo.
—Perfecto, no pienso cenar esta noche —decretó y se retiró del comedor con paso seguro.
Malcom no podía huir de ella, si él no se sentía bien, para eso estaba ella ahí, para apoyarlo y
serle de ayuda. No negaría que extrañaba a sus hijos, pero ellos estaban en buenas manos junto a
Philips y Constance; en cambio Malcom… él estaba tan solo y no entendía por qué, puesto que
ella viajó hasta Londres justamente para evitar eso.
—¿Malcom? —llamó a su puerta con seguridad, pero no obtuvo una respuesta—. ¿Estás ahí,
Malcom? —insistió y cuando se dispuso a tocar de nuevo, la puerta se abrió y no supo qué
pensar al ver a su alto esposo ataviado en su bata de dormir frente a ella.
—¿Por qué me evades? —preguntó con frustración—. ¡Ah! —lanzó un gritillo cuando sujetó
su muñeca y tiró de ella en su dirección para adentrarla a su habitación y cerrar la puerta con
rapidez—. ¿Qué diantres pasa contigo? —lo enfrentó con disgusto y el enojo murió en su
garganta al sentir como la rodeaba firmemente con sus brazos.
—¿Por qué viniste, Hailee? —preguntó con impotencia y ella lo abrazó con fuerza.
—Porque me preocupas, llevo días sin saber de ti y tengo miedo. No puedes permanecer
encerrado toda una vida, Malcom —musitó y él rompió el abrazo con lentitud para después
recostarse boca abajo en su cama.
—¿Qué te atormenta?
—Esa víbora causó su muerte, esa maldita acabó con la vida de mi mejor amigo sólo porque
él estaba pasando por un mal momento económico —escupió y Hailee odió que la visión se le
cristalizara. Lo cierto era que le parecía muy injusto, Ian no merecía ese final—. ¿Cómo le
informaré sobre esto a Liam?, ¿con qué cara le confesaré lo sucedido con su padre, Hailee?
Parpadeó varias veces para no romper en llanto, Malcom no necesitaba más problemas.
—Él no habría querido verte así. —Se acercó a la cama y acarició su nuca—. Debes ser
fuerte, Malcom, Liam necesitará nuestro apoyo a partir de ahora.
—¿Lo aceptarás?
Liam era un miembro de su familia y era el mejor amigo de Connor, ella jamás concebiría la
idea de dejarlo solo.
—Prométeme que nunca me dejarás —imploró Malcom con aspereza y lo miró con sorpresa
al tiempo que él aferraba sus manos con demasiada fuerza, ¿por qué estaba tan nervioso?—.
Júrame que, pase lo que pase, estarás a mi lado siempre, mi amor.
—No me iré a ninguna parte, siempre y cuando tú así lo quieras —susurró contra la boca
masculina y no opuso resistencia cuando él rodeó su cintura y con un hábil movimiento la tendió
en la cama y se cernió sobre ella.
—Te necesito, mi amor… —susurró con voz ronca, uniendo sus frentes—. Quiero hacerte el
amor.
Ella también lo amaba, pero no quería hacerle una confusión que pudiera ser confundida con
lástima. Prefería que el día que Malcom se enterara de su amor, ambos se encontraran en un
mejor estado y sus cuerpos no estuvieran tan tensos por la necesidad de sentirse el uno con el
otro.
Lo despojó de su bata de dormir, acariciando sus firmes músculos con curiosidad, y separó las
piernas para él, dispuesta a sentirlo por segunda vez en la vida.
—Todavía no —regó un camino de besos por su cuello—, aún es muy pronto y quiero besar
todos los rincones de tu cuerpo antes de fundirme en ti.
El tiempo perdió relevancia a partir de ese momento y Hailee sólo se enfocó en las manos que
vagaron por su cuerpo, en los labios que besaron y exploraron todos sus rincones, y finalmente
en el falo que dividió su piel y la marcó una vez más como la mujer de Malcom Aldrich.
Lo abrazó por el cuello con firmeza y atenazó las piernas en su cintura para recibir cada una
de sus arremetidas. En un principio fueron suaves, tortuosas y casi adictivas, pero luego sus
respiraciones comenzaron a alterarse y Malcom empezó a bombear contra ella a la misma
velocidad de los latidos de su corazón.
Dos adultos que alcanzaron la cima al mismo tiempo y se aferraron a los brazos del otro para
no caer en el abismo.
Se amaban y el regreso del duque hace un año no hizo más que brindarle una nueva
oportunidad para ser feliz.
O al menos eso fue lo que Hailee pensó hasta que a la mañana siguiente no encontró a
Malcom por ningún lugar de la casa.
—Su excelencia ordenó que se retirara a Kent Abbey antes del mediodía. —La sangre se le
congeló, pero utilizó todo su ingenio para no exteriorizar todo lo que estaba sintiendo—. Asegura
que no quiere que los mellizos estén solos y usted estará mejor allá.
Sin embargo, ya no era la misma niña de hace once años, por lo que Hailee actuaria con
propiedad y sólo se retiraría en silencio. Después de todo, ella ya había salido adelante una vez y
suponía que una segunda vez ya no sería tan difícil, menos si consideraba que al menos ahora era
la duquesa de Kent.
***
Malcom llevaba dos semanas en Londres y sentía que en cualquier momento enloquecería si
no iba por su esposa e hijos, pero…
Por esa razón la evadió por días, porque después de atacarla en el carruaje se sintió un maldito
miserable y decidió marcar ciertos límites, pero ella lo arruinó todo al visitarlo en su habitación.
Ella lo hizo por pena, porque no soportó verlo tan destruido por la muerte de su amigo.
Se frotó el rostro con frustración, necesitaba armarse de valor y dar la cara, pero aún no tenía
una excusa lo suficientemente válida como para explicarle su proceder. Dios santo, le prometió
que nunca la forzaría y esa noche… Se estremeció.
Le hizo el amor, la hizo suya una vez más y él daría todo lo que tenía para repetir esa
experiencia.
«Ella no te perdonará», le dijo la misma vocecilla de hace unos segundos y él gruñó con
disgusto. Si quería su perdón, debía llegar con algo que realmente tuviera la capacidad de hacerla
muy feliz.
—Piensa, Malcom, piensa —tamborileó los dedos sobre su macizo escritorio y dio un
respingo en su lugar cuando su mayordomo le anunció que tenía una visita—. ¿De quién se trata?
—gruñó, no tenía humor para lidiar con nadie.
Enderezó la espalda con rapidez, ¿qué hacía Victoria Pierce en su propiedad en Londres?
—Hazla pasar —decidió recibirla y empleó su mejor esfuerzo para recomponer su estado.
—Buenas noche, lord Kent. —Curioso, se veía más tranquila de lo normal. Ella solía ser más
altanera—. Lamento visitarlo a esta hora, pero hay un tema que me urge hablar con usted.
Alzó las cejas con sorpresa y le indicó el lugar que estaba frente a su escritorio.
—¿Por qué debería? Usted es su padre y la cabeza de su familia. —Esa mujer era muy buena
manipulando la situación, pero Malcom nunca tomaría una decisión sin antes consultarla con
Hailee, menos si era referente a sus hijos.
Sin embargo, estaba seguro de que esa mujer no se iría sin ser escuchada.
—Antes que nada, debe jurarme que este secreto será uno familiar.
La sorpresa lo golpeó con fuerza, de todas las cosas que esperó escuchar, esa ni siquiera pasó
por su cabeza. Estaba al tanto que el hijo menor de la mujer llevaba años casado, pero nunca se
imaginó que su esposa sería capaz de traicionarlo.
—¿Lucien?
—Es el único nieto que tengo, su excelencia —siseó la mujer y se sintió un idiota por hacer
esa pregunta—. Todo indica que mi hijo no es apto para procrear porque nunca pudo embarazar
a su esposa ni amantes, pero ella sólo necesitó un desliz para terminar encinta.
—Lo siento mucho, lady Portman —espetó, no muy seguro de qué decirle—, pero no
entiendo por qué me cuenta esto.
La garganta se le cerró.
—Yo…
—Piénselo, somos una familia respetable y nuestro título es uno de los más antiguos. ¿Acaso
usted no aspira a encontrar un buen marido para su adorada hija?
La piel se le erizó y dedujo que a Hailee le encantaría saber que Seraphina podría llevar el
apellido de su padre en un futuro.
«Yo también soy su padre, yo amo a Seraphina», pensó con impotencia, pero no se atrevió a
decirlo en voz alta.
—Yo…
—Seraphina será mi única heredera. —Estaban hablando de una de las herencias más grandes
de Londres—. Creo que Hailee se sentirá muy contenta si pacta un matrimonio de este calibre
para su hija, eso garantizará su éxito en sociedad.
Malcom cuadró los hombros con inmediatez y comenzó a ver la luz al final del túnel.
Claro, Hailee sólo lo perdonaría si él llegaba a casa con un futuro arreglado y maravilloso
para Seraphina.
Hailee ni siquiera era capaz de contar cuántas veces Malcom le había hecho esa confesión en
voz alta antes de echarla de Londres y obligarla a regresar a Kent Abbey totalmente sola; no
obstante, ¿por qué se sorprendía?
En el pasado había sido exactamente igual: él gritando a los cuatro vientos el amor que sentía
por ella, para al final despreciarla y echarla de su vida.
Ladeó el rostro apresuradamente al darse cuenta que una vez más estaba pensando en su
esposo y clavó la vista en la ventana de la habitación de los mellizos. Ya habían pasado dieciséis
días y él ni siquiera le había enviado una misiva.
El grito de Seraphina la hizo volver en sí y sonrió al ver que su hija se estaba aferrando al
poste de la cama muy dispuesta a dar sus primeros pasos, mientras Zachary sólo miraba sus
juguetes.
Su hija era un demonio al lado de su bebé y sólo esperaba que en un futuro no fuera muy
traviesa ni les ocasionara muchos problemas, no estaba segura si algo así sería del agrado de
Malcom.
Seraphina empezó a llamar a su padre con suaves balbuceos y Hailee se mordió el labio
inferior con impotencia, ¿por qué diablos se encargó de conquistar su corazón si desde un
principio tenía pensado abandonarlas?
—Cuiden a los mellizos —ordenó a las niñeras que estaban haciendo exactamente eso y salió
huyendo de esa habitación.
En el último año se había sentido muy cómoda y feliz en Kent, pero nunca se imaginó que la
razón de esa dicha sería el hecho de que Malcom estaba junto a ella. Apartó las lágrimas de su
rostro con firmes manotazos y apretó la mandíbula.
***
—¡Philips! —lo llamó con entusiasmo nada más entrar y el mayordomo paró en seco a medio
camino, un paso más y lo habría golpeado con la puerta—. ¡Qué gusto verte, Philips! —Lo
abrazó, como si fuera su mejor amigo, y comenzó a barrer el lugar con la mirada.
Había estado tan ansioso por llegar a su casa que no pensó en su semental.
Ya lo recompensaría.
Le dio unas palmaditas en el hombro y se dirigió a la biblioteca con paso resuelto, ya más
tarde visitaría a sus hijos. Una vez que se disculpara con Hailee y le hablara sobre su acuerdo con
lady Portman, todos sus problemas se esfumarían.
Ingresó a la estancia sin llamar y el aire se atoró en sus pulmones cuando ella levantó el rostro
del libro que estaba leyendo para conectar sus miradas. Estaba tan emocionado que no percibió la
tensión en el cuerpo femenino ni cómo ella apretó los labios en una fina línea.
—Mi amor… —Sólo llegó a dar dos pasos dentro de la estancia porque la forma en la que ella
cerró el libro dejó muy en claro que estaba furiosa—. Hailee… —la miró con tristeza.
—Por un momento pensé que le tomaría diez años volver a Kent, su excelencia —ironizó con
frialdad y él tragó con fuerza—. ¿A qué vino?, ¿no le bastó con humillarme una noche y ahora
quiere adoptar la costumbre? —Abandonó su lugar.
Esa noche él le hizo el amor, pero no podía culparla por pensar lo peor; para su esposa, ella
fue vilmente forzada.
—¡Ambos lo hicimos! —vociferó con enojo, haciéndolo respingar, ¿por qué se alteraba de esa
manera?—. Así que haga de cuenta que nunca sucedió y regrese a Londres, disfrute de su vida en
la ciudad y los placeres que esta ofrece.
—No quiero irme, la pasé muy mal las dos semanas que estuvimos separados —soltó con
frustración, ¿de verdad no le permitiría explicarse?—. No tenía el valor para venir y disculparme,
no encontraba una excusa adecuada para presentarme a ti después de…
Cuadró los hombros con rapidez, ella estaba muy molesta y no sería nada sensata ni
congruente con la conversación.
—Vine a Kent porque los extrañaba, creo que no debo darte explicaciones de todo lo que
hago —aseveró y ella cerró las manos en dos puños.
—No, no debe. —Intentó pasarlo de largo, pero él bloqueó su camino—. ¿Qué quiere?
—Vine con buenas noticias —aligeró la tensión de su cuerpo y le regaló una sonrisa sincera.
—Bien —acunó sus manos, incluso en contra de su voluntad, y dio un paso en su dirección—.
He pactado el mejor acuerdo matrimonial que te puedes imaginar para Seraphina.
Silencio.
Había esperado que ella fuera más expresiva, pero si lo pensaba detenidamente, aún faltaba
agregar la información que realmente le alegraría.
—Ella se casará con Lucien Pierce, el futuro vizconde de Portman.
—¡¿Su primo?! —se soltó de su agarre y lo miró con horror, acababa de volver en sí—. ¿Qué
diantres estuviste pensando al aceptar algo así, Malcom? —siseó con ira contenida—. Mi hija no
tendrá un matrimonio arreglado.
Si por un momento pensó que esa noticia haría feliz a su esposa, se equivocó, y fue la firme
cachetada que se estrelló en su rostro lo que le hizo comprender que acababa de cometer un
terrible error.
—¿Quién te crees? —escupió, roja de la cólera, y él acarició su mejilla, lidiando con su ira
interna—. ¿Quién diablos te crees para decidir algo así por mi hija?
—Su padre —aseveró con firmeza y Hailee apretó la mandíbula—. Soy su padre y perdona si
sólo estuve pensando como duque y traté de arreglar un excelente futuro para mi hija.
—¡No es tu hija! —Lo empujó por el pecho y esa simple afirmación hizo que algo dentro de
él se rompiera en mil pedazos—. ¡Seraphina no es tu hija y nunca lo será! —escupió sulfúrica.
La observó con fijeza, comprendiendo que nada de lo que dijera apagaría su furia, y dio un
paso hacia atrás. Tal vez él le estaba haciendo más daño del imaginado, el amor no se imponía y
era justamente eso lo que Malcom llevaba haciendo en el último año al obligarla a vivir bajo su
techo.
Hailee debió percibir su conmoción porque de un momento para otro relajó los hombros y
dejó de mirarlo como si fuera un ser vil y despreciable.
—Malcom…
—Comprendo que jamás podré borrar todo el daño que te causé hace diez años —le cortó,
dispuesto a ponerle un fin a toda esta farsa que sólo los estaba torturando, y respiró
profundamente para contener sus emociones—, pero no te has puesto a pensar que quizá, sólo
quizá, ¿estás siendo muy dura conmigo?
Hailee palideció y abrió la boca para decir algo, pero fue incapaz de emitir palabra alguna.
—He dado todo de mí para demostrarte mi amor y he amado a mis hijos… —se mordió la
lengua con impotencia— a los niños —se corrigió— por igual. —Aunque le doliera aceptarlo,
Hailee tenía razón, su hermosa Seraphina no llevaba su sangre y tal vez se estaba tomando
muchas libertades al decir que era su hija en voz alta—. Han sido mi razón de ser, mi hogar y la
razón de mi felicidad, pero ahora empiezo a cuestionarme si todo este esfuerzo está mereciendo
la pena. —Miró el techo de la estancia para lidiar con el picor en sus ojos—. ¿Te parece justo
decirme algo así justo ahora?
—Yo… yo… —se veía abrumada—. No debiste pactar ningún acuerdo sin antes preguntarme
—susurró con un hilo de voz, encogiéndose en su lugar.
¿Acababa de darse cuenta que el golpe que le propinó estaba totalmente injustificado?
—Pensé que te haría mucha ilusión saber que tu hija llevaría el apellido de su único padre —
soltó con amargura y Hailee bajó el rostro, apenada—. Tuve la estúpida idea de que tal vez una
noticia de ese calibre me ayudaría a conseguir tu perdón después de haber abusado de ti la última
vez que nos vimos —confesó con un hilo de voz y las manos comenzaron a temblarle.
—¿Qué? —lo miró con horror y ahora fue él quien bajó el rostro.
—Estaba muy triste y desorientado, en ese momento me sentía muy vulnerable y actué de
manera egoísta al pedirte que pasaras la noche conmigo. —Ella merecía una disculpa—. Lo
siento, Hailee, en ese momento fuiste la luz a la que me aferré para no caer en la amargura y no
me di cuenta del daño que te estaba haciendo.
—Sobre Seraphina —la interrumpió, quería terminar esa conversación lo antes posible, pero
había muchos temas que abordar—. Debiste decirme que no me acercara, debiste pedirme que
mantuviera mi distancia, no debiste permitir que la amara si no tenías intención alguna de
permitirme ser un padre para ella —la voz se le quebró y cerró las manos en dos puños.
Jamás pensó que algo así podría herirlo tan profundamente, pero si era sincero, ni siquiera él
llegó a creer que amaría a sus hijos con esta intensidad.
—Olvida lo que te dije, estaba muy molesta y… —Ella intentó acercarse y él dio dos pasos
hacia atrás—. Escúchame, Malcom, por favor —suplicó con desespero.
—Estoy harto de luchar contra un muerto —confesó y empezó a respirar con dificultad, lo
mejor sería entender de una vez por todas que su esposa nunca volvería a amarlo—. Esta guerra
me está matando en vida.
Era momento de tirar la toalla y entender que nunca más volvería a recuperar el amor de su
esposa.
—Perdóname —sollozó ella con desesperación—, ¿por qué nunca me dijiste cómo te sentías?
—Porque no quería presionarte —sonrió con amargura—. Entiendo que no soy bienvenido en
tu vida y lo mejor será que me marche, pero antes de hacerlo quiero prometerte que ustedes
siempre tendrán todo lo que necesiten.
—Lo mejor será que me marche y te deje vivir tu vida con plenitud, es evidente que, a
diferencia de Lawrence, yo sólo estoy destinado a lastimarte.
Dichas esas palabras salió de la biblioteca y su casa con paso apresurado y se montó a su
semental con demasiada brusquedad para salir huyendo de Kent Abbey. Renunciar a Hailee y sus
hijos no estaba resultando fácil y si no huía, cambiaria de parecer en cualquier momento y eso
sólo demostraría lo egoísta que podía llegar a ser.
—¡Malcom, espera! —gritó y él sólo impulsó el cuerpo hacia adelante y azuzó a Tormenta
con mayor ímpetu, ignorando el cómo su semental empezaba a mover el hocico como protesta.
—¿Qué sucede? —Intentó tirar de las riendas y abordar su huida al darse cuenta de la fatiga
del animal, pero fue demasiado tarde.
Tormenta se elevó sobre sus patas traseras, lanzando un fuerte relinchido, y él sólo vio cómo
su cuerpo se alejaba de su montura.
—¡Malcom!
El eco del grito de Hailee retumbó en su cabeza y finalmente todo se volvió oscuro.
Capítulo 19
«Han sido mi razón de ser, mi hogar y la razón de mi felicidad, pero ahora empiezo a
cuestionarme si todo este esfuerzo está mereciendo la pena. ¿Te parece justo decirme algo así
justo ahora?»
«Estoy harto de luchar contra un muerto. Esta guerra me está matando en vida».
Hailee sollozó con impotencia al recordar las palabras de Malcom y sujetó su cabeza con
frustración mientras ladeaba el rostro en modo de negación. Esto era una pesadilla, esto no podía
estar sucediéndole, ¡su esposo debía ponerse bien!
—Perdóname, mi amor —sollozó con voz quebrada y sujetó la mano del pelinegro.
El doctor les había dicho que era un milagro que él siguiera con vida, pero que debían esperar
a que despertara para cerciorarse de que el golpe que recibió en la nuca no causó grandes daños.
Llevaba tres días inconsciente y la idea de que no despertara no dejaba de atormentarla.
«Ayúdame, Lawrence», suplicó angustiada. «No permites que me lo quiten, lo necesito», lloró
en silencio y entrelazó sus dedos con los de Malcom.
No tenía la menor idea de cuánto tiempo transcurrió, pero no le gustó que Philips fuera a
buscarla.
Esa mujer estaba muy equivocada si creía que permitiría que siguiera inmiscuyéndose en su
matrimonio.
—Sólo serán unos minutos, amor mío. —Acarició su mejilla e inhaló profundamente antes de
salir de la habitación y reunirse con la madre de Lawrence en el despacho de su marido—. ¿Qué
hace en Kent? —preguntó ni bien ingresó a la estancia y la mujer se volvió en su dirección.
—¿Qué sucedió con el duque?, ¿por qué no me mandaste a buscar? —se veía muy alterada.
—Se pasó de lista al ir con mi marido, lady Victoria. —Tal vez era momento de recordar cuál
era su rango social y poner a cierta mujer en su lugar—. ¿Qué pretendía?
—Lo mejor para su nieta será conocer el amor de la misma manera que lo hizo su difunto
padre.
Victoria se aferró al respaldar del asiento más cercano y miró el escritorio con fijeza.
—Debe dejarme ir, milady —musitó de pronto con suavidad y la mujer cerró los ojos con
cansancio—. Ahora tengo a Malcom, no debe sentirse en obligación conmigo.
—Mi hijo…
—Su hijo ya no está con nosotros —sonrió con ternura y se acercó a ella para posar una mano
en su brazo—. Estaré bien, debe permitir que viva mi vida.
En el fondo comprendía que ella no dejaba de inmiscuirse porque quería cerciorarse de que
tanto ella como Seraphina se encontraban bien bajo el cuidado de Malcom.
Victoria iba a decir algo, pero un bullicio en el exterior hizo que la piel se le erizara y todas
sus alarmas se prendieran. Corrió hacia la puerta y paró en seco al ver como Malcom se
adentraba al lugar con paso tambaleante y varios lacayos siguiendo sus pasos.
Estaba despierto.
La visión se le cristalizó y lo primero que hizo fue servirle de bastón cuando él perdió el
equilibrio.
Ambos terminaron de rodillas en el piso.
—Lárguese, Victoria —siseó él con esfuerzo y ella tragó con fuerza, ¿por qué le dijeron que
lady Portman se encontraba en Kent Abbey?—. No hay acuerdo, mis hijos se casarán por amor
con las parejas que elijan.
Todo su cuerpo se estremeció y dejó que las lágrimas de felicidad se deslizaran por sus
mejillas al tiempo que lo abrazaba por la cintura.
—¿Mientras mi esposa la enfrenta totalmente sola? Claro que no, yo siempre estaré aquí para
protegerla —musitó con esfuerzo y Hailee apoyó la mejilla en su pecho.
—Te amo tanto, Malcom —soltó sin pensarlo y no se atrevió a soltarlo a pesar de sentir la
terrible tensión que se alojó en su cuerpo—. Sabía que despertarías, tú me prometiste que
siempre estarías para nosotros.
Los brazos masculinos la rodearon con suma delicadeza y ella conectó sus miradas.
—Perdóname —soltó con impotencia y rompió en llanto—. Estaba molesta contigo y dije
cosas sin sentido, creí que no me amabas, que todo lo que me dijiste fue una mentira porque me
enviaste de regreso a Kent y tú te quedaste en Londres —susurró atropelladamente y acunó su
demacrado rostro.
—¿De verdad me amas? —sus ojos verdes brillaron con ilusión y ella unió sus labios con
suavidad.
—Esta escena me genera repulsión, pero a la vez mucho alivio —reconoció la mujer con una
sonrisa en el rostro y ella tragó con fuerza—. A partir de ahora, dejo a Hailee y Seraphina bajo tu
completo cuidado, Kent. —Ella lo abrazó por el cuello, mirando a Victoria con cariño—. Sin
embargo…
—Si Lucien quiere casarse con nuestra hija —le cortó—, tendrá que luchar por su amor y
conseguir su mano en matrimonio —zanjó ella con determinación y Malcom asintió.
—Son unos tontos —siseó Victoria, comprendiendo que en esta ocasión no se saldría con la
suya y antes de marcharse, espetó—: pero incluso con su negativa ante el acuerdo matrimonial
de Lucien y Seraphina, ustedes deben permitir que ella venga todos los veranos conmigo.
Estaba claro que no pensaba perder contacto con su nieta.
Hailee tuvo que romper el abrazo para que los lacayos ayudaran a Malcom a regresar a su
cama y ella permaneció a la par suya durante todo el trayecto. Él estaba pálido, abandonar su
cama debió representar un gran esfuerzo, porque lanzó un suspiro de alivio cuando estuvo
nuevamente sobre su mullido colchón.
Una vez que se quedaron solos en la habitación, Hailee no perdió el tiempo y se recostó junto
a él.
—Perdóname, mi intención nunca fue causarte este daño —confesó con un hilo de voz—. Sé
que eres el padre de Seraphina, ella te adora y estos días no ha hecho más que llamar a su
adorado padre —sonrió con congoja—. Fui una tonta al rechazarte.
—Sí, te amo e iba a decírtelo el día que partimos a Londres —confesó y lo abrazó por el
pecho con mucho cuidado—. No me entregué a ti porque sintiera pena ni mucho menos porque
me sintiera obligada, lo hice porque te amo y quería estar contigo esa noche.
—Hailee…
—Jamás los abandonaré, mi amor. —Él esbozó una débil sonrisa—. Te garantizo que aún me
quedan muchos años de vida para cuidar de ustedes.
—Dime que estoy vivo, Hailee… —la piel se le erizó—, dime que esto es real.
Se apoyó sobre su codo con rapidez y dejó que la mirara por largos segundos.
—Estás más vivo que nunca, mi amor —y ella daba gracias por eso—. Descansa, por favor,
déjame cuidarte a partir de ahora.
Poco a poco Malcom dejó que sus párpados se cerraran y Hailee entrelazó sus manos con
determinación, comprendiendo que quizá el destino los separó por un largo tiempo en el pasado,
pero que en ese lapso ambos crecieron y maduraron de una manera que ahora mismo los ayudó a
crear el hermoso vínculo que tenían.
FIN
Epílogo
“Nos volvemos a encontrar, queridos lectores, y esta nota es muy especial, porque todo indica
que la familia Aldrich vuelve a ser protagonista de un nuevo escándalo. Mi pregunta es: ¿quién
es la joven que apareció en los brazos de lord Seymour Aldrich y por qué su gemelo y él
terminaron a los golpes esa noche en Los cuadriláteros del infierno?
Según fuentes cercanas, lord Sutherland y Zachary Aldrich tuvieron sus dificultades para
separar a sus hermanos pequeños que, por supuesto, después de viajar durante años por el
continente, ya no son tan pequeños.
Sección de chismes aristócratas de lady Berricloth”.
«Ya estoy muy viejo para esto», pensó distraídamente, observando la ventana de su despacho
con preocupación y esbozó una pequeña sonrisa al ver como Hailee ingresaba a la estancia con
paso apresurado.
—Mucho mejor ahora que estás aquí —estiró la mano y la sentó en su regazo con mucho
cuidado.
Tal vez eran unos ancianos, pero eran los ancianos más felices de Inglaterra.
—Lamento mucho lo que sucedió —susurró abatida—. He tratado de hablar con Randall,
pero no entiende de razones y Seymour es demasiado juicioso y nada lo hará cambiar de parecer.
Malcom suspiró.
—Al parecer no resultó tan ventajoso el tener a nuestros hijos tan jóvenes, todo indica que aún
estamos destinados a lidiar con más escándalos —ironizó y analizó la situación con paciencia.
Connor se casó bajo un escándalo porque fue encontrado de infraganti con su esposa,
Seraphina fue víctima de Lucien, quien logró meterse bajo sus sábanas en una fiesta campestre
con el objetivo de atraparla, y Zachary sólo necesitó hacer un viaje por el continente para casarse
con una extrajera a la cual embarazó y no supo tratar durante los primeros nueve años de
matrimonio.
«Bueno, al menos ahora todos son felices y tienen sus respectivas familias», acotó con mayor
serenidad, pero...
—Tenemos que hacer algo —susurró su esposa, pensativa—, Randall tiene que entender que
esa joven es la prometida de su hermano.
Los gemelos Randall y Seymour llegaron diez años después de Seraphina y Zachary, el doctor
solía decir que eran un milagro, sus hijos que eran un fastidio porque eran demasiado traviesos
—aunque en el fondo amaban a sus hermanos— y él… bueno, adoraba a sus hijos, pero nunca
pensó que la libertad que les brindó llegaría tan lejos.
Aunque debió imaginarlo; es decir, Connor, Zachary y Seraphina eran dueños de los clubes
más populares de Londres, se labraron su futuro y amasaron grandes fortunas por sí solos, ¿por
qué Randall y Seymour serían la excepción?
—Me juré a mí mismo que todos mis hijos elegirían a sus futuras parejas por voluntad propia.
—Y al final todos se casaron por obligación y por idiotas —acotó ella, levemente entretenida.
—Supongo que no tengo más opción que arreglar un matrimonio para Randall.
Él no podía huir con la prometida de Seymour, poco importaba que todo se tratase de un mal
entendido debido al parecido físico de ambos hermanos, esa joven estaba destinada al gemelo
más serio y juicioso y Malcom no iba a permitir que sus hijos terminaran en un duelo por una
mujer.
En ese momento alguien llamó a la puerta y Malcom no permitió que Hailee se parara cuando
Connor ingresó a su despacho. Por favor, era absurdo sentir pena por algo así, ellos eran marido
y mujer y su hijo ya era todo un hombre y padre de familia.
Le había tomado mucho tiempo mejorar su relación con Connor, pero todo mejoró después de
que él se casara y entendiera que nadie era perfecto y a veces, cuando de la mujer que amabas se
trataba, uno podía ser más imbécil de lo normal.
—Padre, Madre —esbozó una sonrisa entretenida por la escena y Malcom miró a su hijo con
orgullo y amor, él había llegado muy lejos a pesar de todas las adversidades—. Traje esto para
usted, padre, creo que son las únicas mujeres cuyas familias querrían emparentar con Randall —
acotó con diversión, entregándole una lista—. Mire el lado bueno, ya no tendrá que buscar
esposa para Seymour.
—¡No hables así de tu hermano, Connor! —ordenó Hailee y su primogénito se rio por lo alto.
—Los amo, pero sabemos que los gemelos son unos demonios. —Le guiñó el ojo.
—No estaría tan contento, recuerda que tú también tienes un par similar —le recordó con
retintín y su hijo palideció al tiempo que su esposa se reía con diversión.
—¿Quiénes son ellas? —inquirió Malcom con curiosidad, había cuatro nombres en esa lista.
Y una de esas cuatro jóvenes se convertiría en la esposa de Randall Aldrich, el hombre que
ahora mismo estaba desesperado por quedarse con la mujer de su gemelo.
Historias de los hijos