Miguel de La Madrid
Miguel de La Madrid
Miguel de La Madrid
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Biografía
1. Los años como alto funcionario del Estado y el partido
2. El sexenio presidencial; batería de actuaciones para mejorar la coyuntura económica
3. Dinamización de las relaciones exteriores de México
4. Los contratiempos de la segunda mitad del mandato
5. Jubilación de la política y fallecimiento en 2012
En esta época en que se presentaba como una joven promesa, de la Madrid empezó a darse a
conocer en los círculos de influencia políticos y a recibir el patrocinio de personalidades como
José López Portillo, profesor suyo en la UNAM y entonces un dirigente medio del Partido
Revolucionario Institucional (PRI), la formación que desde 1929 ejercía la hegemonía política,
un monopolio a todos los efectos, sirviéndose de estructuras formalmente democráticas. En un
sistema donde partido y Estado se imbricaban en un único andamiaje de poder, todavía
claramente autoritario y luego ya más pragmático, no sólo estaba absolutamente vedada la
alternancia política, sino que la mera competitividad electoral era más ficticia que real.
En 1963, siendo presidente de la República Adolfo López Mateos, de la Madrid se dio de alta en
la militancia del PRI, vínculo formal que era la mejor garantía para la plasmación de sus
aspiraciones profesionales en la administración y las finanzas federales. En 1964 Banxico le
otorgó una beca para cursar una maestría en Administración Pública en la Universidad de
Harvard, donde tuvo como docentes al keynesiano Kenneth Galbraith y a otros prestigiosos
economistas. De regreso a México en 1965, la Administración de Gustavo Díaz Ordaz le
reclutó para el Gobierno Federal y le nombró para el importante puesto de subdirector general
de Crédito en la Secretaría (ministerio) de Hacienda.
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Al frente del ministerio, de la Madrid impulsó el Plan Global de Desarrollo (PGD), dado a conocer
en abril de 1980 y cuya meta tangible era obtener una tasa de crecimiento anual del 8% hasta el
final del sexenio, si bien su filosofía subyacía en la planificación del crecimiento nacional a
largo plazo, más allá de la temporalidad que dictaban las administraciones entrantes y
salientes. En todo este tiempo, el licenciado prestó labores de asesoría en numerosas
comisiones técnicas relacionadas con las exportaciones y las finanzas, y representó a México
en el diálogo con los principales organismos financieros multilaterales, como el Fondo Monetario
Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Considerado un miembro del ala liberal del PRI, el 25 de septiembre de 1981 de la Madrid fue
destapado por López Portillo, su mentor desde hacía casi tres décadas, como candidato oficial
a la Presidencia de la República en las elecciones generales del 4 de julio de 1982. La
selección de De la Madrid a través del procedimiento del dedazo entonces vigente -la
designación exclusiva e inapelable del candidato a la sucesión por el mandatario saliente-, no
fue bien recibida por elementos de la vieja guardia priísta bien aposentada en el aparato del
partido.
Manteniendo las formas de una decisión colectiva, la VI Convención Nacional del PRI, celebrada
del 9 al 11 de octubre de 1981, proclamó candidato a de la Madrid contra las aspiraciones de
dignatarios como Jorge de la Vega Domínguez, secretario de Comercio del Gobierno, y Javier
García Paniagua, presidente saliente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del partido.
No obstante ser unos resultados demoledores bajo el punto de vista de cualquier otro país
dotado de un sistema más o menos competitivo, en México llamaron mucho la atención por
tratarse del registro más bajo desde la elección de Adolfo Ruiz Cortines en 1952.
Retrospectivamente, puede remontarse a los comicios de 1982 la génesis del lento declive
electoral del PRI, el cual, empero, iba a retener el poder ejecutivo durante 18 años más.
El 1 de diciembre de 1982 de la Madrid tomó posesión del cargo con mandato hasta 1988, en un
momento de "emergencia" económica, según la expresión que él mismo empleó. Así, el
hundimiento en junio de 1981 de los precios internacionales del petróleo, con mucha diferencia
el primer producto de exportación de México, debido a una saturación de la oferta en los
mercados, había repercutido inmediatamente en toda la estructura productiva y financiera
nacional, y reventado el engañoso auge desarrollista de los últimos años (merecedor en su
momento del ditirambo de "milagro mexicano"), que basaba la industrialización en el
endeudamiento.
Para apagar las luces rojas en todas las cuentas públicas, detener la escalada de los precios y
atajar la evaporación de las reservas de divisas, López Portillo había optado por ampliar el
control estatal sobre la economía de tipo mixto mediante la nacionalización de la banca privada
(1 de septiembre de 1982) y la implantación del control de cambios antes de fijar un tipo
devaluado del peso.
Toda vez que estas medidas no dieron los resultados apetecidos, López Portillo hubo de
decretar la moratoria en el pago de la deuda externa. Cuando la transferencia del mando a de la
Madrid, el país se encontraba ya en recesión económica, la inflación rozaba el 100% anual, la
deuda externa, la mayoría a corto plazo, alcanzaba los 87.000 millones de dólares y el sistema
financiero estaba al borde de la quiebra por la caída de los ingresos de exportación y la fuga de
capitales.
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El flamante mandatario mantuvo por el momento el intervencionismo financiero y monetario, y
anunció un plan anticrisis de diez puntos que incidía en la austeridad y la recuperación de la
liquidez, y que postergaba la recuperación de la inversión, el consumo y el crecimiento. En
líneas generales, dicho plan consistió en recortes en el gasto público, inversiones selectivas en
actividades productivas y creadoras de empleo, subidas de los tipos de interés con el objeto de
atraer los capitales financieros, alzas impositivas y tarifarias, y eliminación de subvenciones a
productos básicos de la cesta de la compra.
Sin embargo, por talante personal y por su análisis del problema, en la actuación de De la
Madrid asomaron discrepancias con algunos de los grandes rasgos característicos de la etapa
lopezportillista. Una temprana y vigorosa depreciación del peso con respecto al dólar se
interpretó como el primer paso para el levantamiento del control de cambios en el mercado
monetario, y el presidente, aunque aseguró que la nacionalización y la reestructuración del
sistema bancario eran irreversibles, solicitó al Congreso la apertura al capital privado de un
tercio de los activos de la veintena de entidades a que la reforma había dado lugar.
Por otro lado, la campaña anticorrupción se cobró dos notorias víctimas. A la cabeza, Arturo
Durazo Moreno, alias El Negro, el todopoderoso y gansteril jefe de Policía y Tránsito del
Distrito Federal entre 1976 y 1982, quien además había sido amigo desde la infancia y hombre
de confianza de López Portillo. Durazo vio el final de su imperio personal con el tránsito a la
nueva Administración y el 30 de junio de 1984 fue detenido en Puerto Rico por el FBI a
requerimiento de las autoridades aztecas, que le procesaron por tráfico de drogas, tenencia de
armas, extorsión, homicidio en múltiple grado y otros cargos por delitos presuntamente
cometidos durante el sexenio lopezportillista, en el que amasó con escandalosa impunidad una
colosal fortuna; extraditado en 1986, El Negro recibió una condena de 16 años de prisión, de
los que sólo cumpliría seis.
El otro preboste de la etapa precedente caído en desgracia fue Jorge Díaz Serrano, antiguo
director de Pemex, destituido en 1981 por López Portillo por discrepancias en torno a la política
de precios del petróleo. Díaz fue desaforado como senador y terminó también entre rejas por
las ilegalidades cometidas durante su gestión al frente del monopolio energético, entre las que
destacó, en pleno boom petrolero, la venta de crudo en el mercado abierto de Ámsterdam por un
valor sustancialmente superior a los precios oficiales establecidos por la empresa; Díaz y sus
colaboradores descontaron estas transacciones del balance oficial de cuentas y las divisas
obtenidas habrían terminado en sus bolsillos.
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exterior sobre la base de los principios tradicionales de la diplomacia mexicana, cuales eran la no
injerencia en la soberanía nacional de los estados, la defensa de la libre determinación de los
pueblos, la defensa de la democracia y el respeto de los Derechos Humanos, la confianza en la
solución pacífica de los conflictos y la promoción de la cooperación entre las naciones en el
sentido más amplio. Las administraciones de Echeverría y López Portillo habían jugado a
fondo la carta de la independencia nacional en política exterior, y la singular posición del país
norteamericano, que tenía el estatuto de observador en el Movimiento de los No Alineados,
había permitido a México explorar unos interesantes cauces de diálogo entre el Norte y el Sur.
De la Madrid y sus colegas situaron los conflictos armados que afligían la región en sus
contextos autóctonos, caracterizados por profundas fracturas políticas, sociales y económicas,
y rechazaron como simplista la visión de Estados Unidos, que los inscribía en la dialéctica
global de la Guerra Fría y en el plano de confrontación Este-Oeste: para la Administración de
Ronald Reagan, las guerrillas triunfantes en Nicaragua e insurgentes en El Salvador y
Guatemala eran sobre todo expresiones del expansionismo comunista soviético en esta parte
del mundo. Washington encontraba particularmente repudiable la actitud de México hacia el
régimen sandinista de Managua, que le parecía complaciente, si no amparadora, a pesar de los
fuertes déficits democráticos de la Junta de Gobierno que había derrocado a la dictadura
somocista.
Los trabajos del Grupo de Contadora resultaron instrumentales para el arranque, tras la
adopción de los Acuerdos de Esquipulas II (agosto de 1987), que se basaban en el proyecto de
paz firme y duradera en Centroamérica elaborado por el presidente costarricense Óscar Arias,
de procesos de paz civil y reconciliación nacional en todos los países citados. Si los esfuerzos
fructificaban, Centroamérica debería quedar libre de los asfixiantes niveles de violencia
política, tras décadas de represión, insurgencia y guerra sucia, y muchos miles de muertos, en
las postrimerías de los ochenta.
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negativas de un año tan infausto como 1985. El pago de la siempre atosigadora deuda externa
obligó al Estado a hacer fuertes emisiones de moneda que generaron desconfianza en el peso y
por lo tanto inflación, mientras que la continuación de las penurias financieras situó al PIRE en
la picota. El deterioro se vio acelerado por la tendencia bajista de las cotizaciones internacionales
del petróleo, la debilidad también de los mercados de las materias primas no petroleras que
México exportaba, y la carrera alcista del dólar.
El terrible terremoto del 19 de septiembre de 1985, además del coste en vidas humanas (entre
10.000 y 40.000 muertos, balance impreciso que sigue sin esclarecerse), cargó a las apuradas
cuentas públicas los gastos de la reconstrucción material en el devastado Distrito Federal. La
actitud inicial de la Presidencia de rechazar cortésmente los ofrecimientos internacionales de
socorro porque, según ella, el país ya contaba con medios suficientes para las labores de
rescate y desescombro fue objeto de duras críticas. Sin embargo, el PRI ganó con la
contundencia habitual las elecciones legislativas del 7 de julio al Congreso y a las asambleas de
los estados, no sin recibir las impugnaciones de la oposición por el concurso de los tradicionales
mecanismos de fraude.
En 1986 retornó el saldo deficitario a las cuentas federales, las reservas de divisas descendieron
a un nivel peligroso, el peso entró en caída libre con respecto al dólar y el crecimiento para el
conjunto del año fue ampliamente negativo: el retroceso alcanzó el 3,8% del PIB. México
experimentó por enésima vez las consecuencias de tener su estructura económica atada al
ciclo perverso del petróleo, que obligaba a endeudarse y a desequilibrar gravemente las
balanzas de pagos y comercial para adquirir unos capitales y unas tecnologías de explotación
de los que el país carecía.
A lo largo de 1987 el equipo presidencial dio pábulo al optimismo con la recuperación de las
exportaciones no petroleras gracias al valor competitivo del peso y a la firma de importantes
acuerdos crediticios con la banca internacional. Además, se produjo una recuperación del
precio del barril de crudo, lo que llenó de golpe el agujero en las reservas de divisas y elevó su
nivel hasta el valor histórico de los 15.000 millones de dólares.
El 5 de octubre de 1987 la Bolsa Mexicana de Valores (BMV) vivió una jornada de euforia, pero
en el lapso de unas breves horas las dinámicas especulativas actuaron con crudeza y se activó
un proceso incontrolado de ventas que hasta el día 28 hizo perder al parqué bursátil el 50% de
su volumen de capitalización. El desfondamiento, coincidente con el Lunes Negro (19 de
octubre) de la Bolsa de Nueva York, sólo pudo ser detenido con la entrada urgente de la
Nacional Financiera (Nafinsa) en las operaciones de compra.
El 18 de noviembre el Gobierno dispuso una devaluación del peso del 55% y fijó el tipo de
cambio intervenido en las 2.278 unidades por dólar, haciéndolo coincidir con el tipo de cambio
libre; al principio de sexenio, el dólar se había cambiado a 150 pesos, lo que da una idea del
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grado de depreciación sufrido por la moneda mexicana en estos años. Entre enero y diciembre
de 1987 el peso perdió el 192% de su valor y la inflación para los doce meses registró la tasa
del 160%. En diciembre de 1988 la moneda iba a acumular una devaluación del 3.270% desde
diciembre de 1982.
De hecho, con de la Madrid se cerraba una época, pues el mandatario, a diferencia de sus
predecesores, renunció a incrementar el presupuesto federal como fórmula para contener las
presiones sociales; ahora, esas presiones, impelidas por el crecimiento demográfico, la
industrialización, la urbanización y la mejora del nivel educativo, sumaban a las preocupaciones
materiales de siempre unas exigencias sin precedentes de mayor apertura y pluralismo
políticos, reflejando la emergencia de una sociedad civil más compleja y madura.
El destape de Salinas suscitó profundo descontento en la vieja guardia priísta por el perfil del
elegido y también, por el método utilizado, en un sector renovador que tenía como capitanes a
Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo del presidente Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940)
y ex gobernador de Michoacán, y a Porfirio Muñoz Ledo, ex presidente del CEN, el cual venía
propugnando una profunda reforma interna para que el partido se desprendiera de sus
estructuras autoritarias y se abriera a la sociedad civil. Cárdenas y Muñoz articularon la
Corriente Democrática en el seno del PRI, y cuando el primero lanzó su aspiración presidencial
contra las advertencias del CEN los rebeldes quedaron formalmente excluidos del partido. La
escisión del ala izquierda del PRI era irreversible.
Con vistas a los comicios de 1988, el Gobierno Federal aprobó una serie de reformas
institucionales y electorales por las que la Cámara de Diputados del Congreso fue aumentada
de los 400 a los 500 miembros, y la cuota de elegibilidad por el sistema proporcional de 100
escaños a 200. También, se introdujo la llamada "cláusula de gobernabilidad", según la cual
al partido que obtuviera la mayoría relativa de diputados elegidos por el sistema mayoritario y al
menos el 35% del voto nacional se le asignaban automáticamente los escaños necesarios para
alcanzar la mayoría absoluta. Una y otra reformas reforzaron las posibilidades electorales tanto
del PRI como de los partidos minoritarios.
En un contexto económico ligeramente menos sombrío (la inflación había emprendido una
senda descendente) que unos meses atrás, tuvieron lugar las esperadísimas y trascendentales
elecciones generales del 6 de julio de 1988, en las que Salinas iba a batirse con Cárdenas,
lanzado a la lid presidencial como candidato de la coalición izquierdista Frente Democrático
Nacional (FDN).
Pues bien: los comicios supusieron un enorme baldón en el historial de De la Madrid justo en la
recta final de su mandato, ya que luego de cerrarse las urnas y de avanzarse unos resultados
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que sonreían a Cárdenas, se produjo un incompresible y altamente sospechoso apagón en el
sistema de computación del voto, que precisamente se estrenaba. Fue la famosa caída del
sistema, expresión que en su sentido literal aludía al inexplicable colapso informático (así
definió el apagón en el procesado de datos el secretario de Gobernación, Manuel Bartlett) y en
su sentido metafórico al final de una era política, la de la incontestable hegemonía del PRI.
El 13 de julio, tras una semana de caos y de trifulca política, la Comisión Federal Electoral
anunció que Salinas era el vencedor con el 50,4% de los votos frente al 31,1% de Cárdenas y
el 17% del panista Jesús Clouthier del Rincón, unos resultados que hicieron poner el grito en el
cielo a la oposición y que fueron tachados de fraudulentos dentro y fuera de México. Esta
amañada elección fue, a la postre, uno de los últimos reflujos antidemocráticos de un partido
en decadencia, que en lo sucesivo ya no podría llamarse hegemónico sino más bien
predominante o mayoritario. Entonces, lo que quedó certificado fue que de la Madrid, si acaso un
líder de transición en la transformación económica de México, no había sido el introductor de
la, para muchos, todavía más urgente reforma política.
Aparte, pasó a formar parte del Consejo InterAcción, una organización animada por
mandatarios retirados de todo el mundo y dedicada a elaborar informes y estudios con finalidad
asesora en diversas áreas de ámbito internacional. El mexicano presidió los grupos de
expertos de alto nivel sobre Ecología y Economía Globales, y sobre Balance y Perspectivas de
los Progresos y Retos en América Latina, que publicaron sus respectivas conclusiones en
febrero de 1990 y febrero de 1998. Además, ingresó en el Consejo Internacional del Centro
Shimon Peres por la Paz. En cuanto al propio México, entre enero de 1990 y diciembre de 2000
fungió de director general del Fondo de Cultura Económica (FCE), a cuyo frente coordinó la
Biblioteca Hispanoamericana, un ambicioso proyecto cultural acordado por la I Cumbre
Iberoamericana en Guadalajara, México, en 1991.
En un voluminoso relato de más de 800 páginas, el autor pasaba revista a los sucesos
acaecidos en su período de gobierno con acentos autocríticos y sin esconder las escandalosas
elecciones que le dieron colofón. Sobre el particular, de la Madrid confesaba el escalofrío que
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en julio de 1988 le produjo conocer los primeros datos del conteo electoral que ponían en
cabeza a Cárdenas. Aunque no desvelaba nada de verdadero interés para los historiadores, de
la Madrid, daba la sensación, venía a reconocer implícitamente que aquellas votaciones fueron
una gran estafa democrática. En 2006 apareció en las librerías, también con el sello editorial
del FCE, Una mirada hacia el futuro, un ensayo con diagnósticos y perspectivas de la política y
la economía mexicanas.
En mayo de 2009 el ex presidente sobresaltó a la opinión pública mexicana con una entrevista
periodística en la que acusaba a su sucesor, Salinas, de ser un "delincuente" por su complicidad
con las actividades ilícitas de sus hermanos Raúl y Enrique, a los cuales vinculó con el
narcotráfico, y por haberse apropiado de "la mitad" de la llamada partida secreta de la
Presidencia. El entrevistado dijo sentirse "muy decepcionado" luego de comprobar su
"equivocación" cuando hizo el destape de 1987, solo que entonces él carecía de "elementos de
juicio" sobre la "moralidad" del designado.
El estupor del público aumentó cuando, a las pocas horas de divulgarse la grabación en cinta
de esta entrevista, de la Madrid dio a conocer, mediante correo electrónico enviado a las
redacciones de prensa, un breve comunicado donde se retractaba de todo lo dicho alegando un
estado de salud convaleciente que según él no le permitía "procesar adecuadamente diálogos
o cuestionamientos", luego sus respuestas en la entrevista "carecían de validez y exactitud". Al
día siguiente, el aludido, Salinas, tomó a su vez la palabra para expresar los sentimientos de
"dolor" e "indignación" que le habían producido los comentarios de De la Madrid.
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