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Alimentación Por Insectos

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ALIMENTACIÓN POR INSECTOS

INTRODUCCIÓN

La costumbre de ingerir insectos, denominada entomofagia, ha sido una


práctica arraigada en distintas culturas a lo largo de la historia. La investigación
sobre este fenómeno proporciona información valiosa sobre las preferencias
alimenticias, las tradiciones culturales y la evolución de las percepciones hacia
los alimentos. Este fenómeno no solo ha sido una manifestación de la
adaptabilidad humana en la búsqueda de fuentes alimenticias, sino que
también ha desempeñado un papel crucial en la seguridad alimentaria,
especialmente en regiones donde el acceso a alimentos es limitado.

En la antigua Roma, por ejemplo, el consumo de insectos ofrecía una visión


fascinante de las elecciones alimentarias y las costumbres culturales de esta
civilización milenaria. Sin embargo, a medida que nos adentramos en la Edad
Media, la documentación sobre el consumo de insectos se vuelve escasa,
dejándonos con un conocimiento limitado sobre esta práctica en ese período
específico. Aunque hay indicios de un consumo ocasional, no se puede afirmar
que la entomofagia fuera prevalente en la dieta europea medieval.

A medida que avanzamos en la historia, especialmente durante el


Renacimiento, notamos un resurgimiento de la discusión sobre el consumo de
insectos. Figuras prominentes como Andrea Bacci, Pierre Belon y Conrad
Gesner abordaron los usos culinarios y medicinales de los insectos en sus
escritos, destacando la persistencia de esta práctica a lo largo del tiempo.
Incluso visionarios como Ulisse Aldrovandi y Charles Darwin reconocieron el
valor nutricional de los insectos, anticipando debates contemporáneos sobre la
sostenibilidad y la eficiencia alimentaria.

El interés en el consumo de insectos persistió en el siglo XIX, con figuras como


Vincent M. Holt defendiendo la idea de que estos pequeños organismos
podrían ser una fuente nutritiva y sostenible. Avanzando en el tiempo, la
investigación de Paul Rozin en el siglo XX proporcionó una perspectiva
psicológica y cultural sobre la aceptación de los insectos como alimento,
enriqueciendo la comprensión de las preferencias alimentarias y el
comportamiento humano en diferentes sociedades.

Más allá de la historia occidental, la práctica de consumir insectos se ha


mantenido en diversas culturas alrededor del mundo. Desde las culturas
orientales hasta las americanas, los insectos han sido considerados no solo
como una fuente de nutrientes, sino también como componentes de una cocina
exquisita. Aunque la repugnancia hacia ciertos alimentos, arraigada en la
educación y la cultura, ha persistido en la sociedad europea, la actualidad ha
presenciado un resurgimiento del interés en la entomofagia.

Este renacer del interés no solo se centra en las tradiciones culturales, sino
también en el potencial que los insectos ofrecen como una solución a los
desafíos contemporáneos, como la seguridad alimentaria y la sostenibilidad. El
análisis químico revela que los insectos poseen un perfil nutricional
impresionante, con un alto contenido de proteínas, vitaminas y minerales. La
eficiencia nutricional y la composición única de aminoácidos esenciales
presentes en los insectos los posicionan como una opción viable para abordar
la malnutrición y la escasez de alimentos en diversas regiones del mundo.

Al explorar la composición nutricional de insectos comestibles y examinar su


potencial para mitigar el hambre global, surge una comprensión más profunda
de los beneficios que estos diminutos seres pueden aportar a la mesa global.
Sin embargo, esta investigación no estaría completa sin abordar las
consideraciones críticas relacionadas con la seguridad sanitaria, especialmente
teniendo en cuenta la capacidad de los insectos para transmitir enfermedades
o desencadenar reacciones alérgicas.

En esta investigación, profundizamos en la historia amplia y diversa del


consumo de insectos, explorando sus implicaciones culturales, nutricionales y
medioambientales. Desde las civilizaciones antiguas hasta la vanguardia de la
investigación contemporánea, examinaremos cómo la entomofagia ha
evolucionado y resurgido a lo largo del tiempo, desafiando las percepciones
arraigadas y ofreciendo perspectivas novedosas sobre la intersección entre la
alimentación humana y el reino de los insectos.
DESARROLLO

1.1. Los insectos en la dieta humana a lo largo de la historia

Es probable que los insectos hayan sido una fuente crucial de alimentación
para las primeras poblaciones humanas, aunque confirmar su consumo en
tiempos prehistóricos es difícil debido a la escasa conservación de evidencias
(Sutton, 1995; Raubenheimer & Rothman, 2013). Se han encontrado restos de
insectos en heces fosilizadas de antiguos humanos en cuevas de Estados
Unidos y México (Mannino & Thomas, 2023). El arte rupestre, que se remonta
a decenas de miles de años, muestra representaciones de insectos, como
abejas y escarabajos, junto con grandes animales de caza (Mithen, 1999).
Aunque el simbolismo detrás de estas representaciones no siempre es claro,
probablemente tenían significado para las comunidades prehistóricas. En este
contexto, el consumo de insectos pudo haber desempeñado un papel crucial en
la dieta de los primeros humanos debido a la abundancia y valor nutricional que
ofrecían (Baiano, 2020).

En la cueva Les Trois Frères en el suroeste de Francia, se halló un grabado de


un "saltamontes de cueva" en un hueso animal del Paleolítico Superior,
posiblemente vinculado a prácticas alimenticias (Renfrew & Bahn, 2016).
Altamira, una cueva en el norte de España, con pinturas de animales y diseños
abstractos de hace unos 36,000 años, también representa insectos comestibles
y nidos de abejas, revelando aspectos de las prácticas alimenticias
prehistóricas.

A lo largo de diversas culturas, incluyendo el Antiguo Cercano Oriente, la


incorporación regular de insectos en la dieta ha sido practicada (Paoletti, 2005).
La Biblia, específicamente Levítico 11:20-23, describe ciertos insectos alados
como langostas, grillos y saltamontes, considerados aptos para el consumo,
mientras que otros se consideran impuros. En este pasaje bíblico, se establece
una distinción entre insectos con "cuatro" patas que se consideran impuros y
otros insectos alados que son considerados limpios. La razón detrás de esta
distinción no está clara y podría deberse a características visibles de los
insectos reconocidas por los antiguos israelitas o a creencias culturales y
religiosas que asociaban a los insectos con la muerte e impureza. Algunos
académicos sugieren que la inclusión de estos insectos en la lista de animales
impuros podría relacionarse con su asociación con ambientes áridos y
polvorientos, considerados impuros en la antigua cultura israelita (Thomas,
1992). En el Nuevo Testamento, se hace referencia a Juan el Bautista
alimentándose en el desierto con langostas y miel silvestre, según Mateo 3:4.
Este ejemplo respalda la idea de que el consumo de insectos era parte de las
prácticas alimenticias en ciertos contextos culturales y religiosos.

En la antigua Grecia, el consumo de insectos no era una práctica común ni


destacada en comparación con otras fuentes alimenticias. Los griegos se
basaban principalmente en una dieta que incluía cereales, frutas, verduras,
legumbres, pescado, carne (principalmente cordero y cerdo) y productos
lácteos, sin considerar a los insectos como una parte significativa de sus
hábitos culinarios o tradiciones culturales (Dalby & Grainger, 2002).

A pesar de ello, algunas fuentes históricas, como los escritos del filósofo
Aristóteles, hacen mención del uso de ciertos insectos, como las orugas
Cossus, en la antigua Grecia. Aristóteles describió cómo estas orugas eran
utilizadas como cebo para la pesca, ya que eran efectivas para atraer peces.
Además, señaló que estas orugas eran consumidas por personas que vivían en
áreas rurales, destacando su sabor dulce y a nuez (DK Publishing, 2018).

En la antigua sociedad romana, en cambio, el consumo de insectos era más


común y se consideraba tanto un manjar como una fuente de alimento para los
menos privilegiados. Plinio el Viejo, un autor y naturalista romano del siglo I
d.C., escribió extensamente sobre el mundo natural y mencionó el consumo de
langostas, saltamontes, escarabajos, hormigas y orugas en la alimentación
romana. Estos insectos eran preparados de diversas formas, ya sea asados,
fritos o incluso engordados en frascos especiales (Rudolph, 2017).

Las referencias literarias de autores como Ovidio, Horacio y Marcial también


ilustran cómo el consumo de insectos estaba asociado con el lujo y la
sofisticación en banquetes y ocasiones especiales. Incluso el poeta Petronio
Arbiter, en su obra "Satyricon", satirizó la extravagancia de la élite romana al
representar un banquete donde se sirven escarabajos y saltamontes asados.
Aunque el consumo de insectos no era una práctica básica en la dieta romana,
su ingesta se volvía más frecuente en situaciones de hambruna o durante
campañas militares en regiones donde los alimentos tradicionales escaseaban.
Esta diversidad culinaria en la antigua Roma se refleja en escritos literarios y
obras satíricas que destacan los gustos variados y, a veces, extravagantes de
la sociedad de esa época (Olivadese & Dindo, 2023).

1.2. Los insectos como fuente de proteína

El análisis químico revela que la composición de la carne de insectos comparte


similitudes con la de animales superiores. Algunos investigadores sostienen la
creencia de que los insectos podrían suministrar una cantidad significativa de
las calorías necesarias en regiones donde la disponibilidad de alimentos es
limitada, ofreciendo así una solución para combatir el hambre a nivel mundial.
Además, los insectos muestran una eficiencia nutricional elevada, equiparable
a la del pollo, al convertir eficientemente el alimento consumido en peso
corporal. Es importante destacar que muchos de los insectos aptos para el
consumo son vegetarianos estrictos. Estos insectos son una fuente rica en
proteínas y vitaminas del grupo B, y presentan un contenido mineral elevado,
especialmente en sodio, potasio, fósforo y calcio (Quirce et al., 2013; Schabel,
2010).

La Tabla 1 presenta la composición de varios insectos comestibles


reconocidos, considerando que, en una misma especie, orden y familia, los
componentes de cada insecto pueden variar, especialmente según la dieta del
animal. En el caso de las langostas y los saltamontes, más del 70% de su peso
consiste en proteínas. Se observa un contenido notablemente alto de grasas en
las orugas de los escarabajos, así como en las larvas en general,
independientemente de la especie de insecto. Por otro lado, las hormigas
mieleras tienen niveles bajos de proteínas, pero son destacables por su
contenido considerable de hidratos de carbono, lo que respalda la
recomendación de su consumo (Tello & Moreno, 2002).
La calidad de las proteínas está determinada por los tipos de aminoácidos
presentes en su composición. Los aminoácidos esenciales, como la lisina,
valina, leucina, treonina, isoleucina, metionina, cisteína, triptófano y
fenilalanina, deben ser adquiridos a través de la dieta, ya que no pueden ser
sintetizados durante el metabolismo de los alimentos consumidos. Varios
estudios indican que la abundancia de estos aminoácidos en los insectos
supera los estándares establecidos por la FAO para la ingesta de aminoácidos
esenciales indispensables, como se muestra en la Tabla 2.

Las proteínas de los insectos exhiben una elevada digestibilidad, con cifras que
varían entre un 33% y un 95%. Es importante señalar que el umbral para
considerar un alimento como "concentrado proteínico" es del 60%. La Tabla 3
presenta una comparación entre el contenido de proteínas y grasas en los
insectos y la hamburguesa.

La eficiencia nutricional de los insectos, a la que se ha hecho mención


anteriormente, es un aspecto de especial interés. Estos poseen una notable
capacidad para transformar los diversos alimentos que consumen en tejidos
corporales de mayor calidad nutricional. Como ejemplo, las orugas del taladro
del maíz (Heliothis zea) exhiben un contenido de casi el 42% de proteínas,
mientras que la planta de maíz de la que se alimentan contiene menos del 9%.
De manera similar, las orugas de la mariposa que se alimenta de chumberas
(Laniifera cyclades) contienen aproximadamente un 46% de proteínas, en
comparación con el 5% presente en las pencas de chumbera que perforan. Por
último, las orugas del gusano blanco del maguey (Aegiale hesperiaris) poseen
un 31% de proteína, superando ligeramente el 8% de su hospedador. Es por
esta razón que algunos entomólogos sugieren que criar insectos podría ser
más fácil y menos costoso en comparación con la cría de vacas y otras
especies animales (Tello & Moreno, 2002; Ramos et al., 2008).

A pesar de que las propiedades nutricionales de los insectos no eran conocidas


por las antiguas culturas orientales y americanas, estos pequeños animales se
convirtieron en una fuente común de alimentación para dichas civilizaciones.
En la actualidad, los insectos no solo deben ser considerados como una fuente
de nutrientes, sino también como ingredientes de una cocina más o menos
refinada y selecta. Esto es válido a pesar de la aversión que la cultura europea,
arraigada en una larga tradición educativa, pueda mostrar hacia ellos. Es
importante destacar que los sentimientos de repugnancia y rechazo hacia
ciertos alimentos a menudo tienen más que ver con antecedentes culturales
que con razonamientos lógicos; se reconoce que las preferencias
gastronómicas se ven fuertemente influenciadas por las experiencias de la
infancia y pueden perdurar a lo largo de la vida.

1.3. Los insectos como transmisores de enfermedad

Los artrópodos e insectos, en general, pueden ser portadores de enfermedades


y representar riesgos para la salud humana. Este riesgo puede manifestarse de
varias maneras, siendo importante considerar estas circunstancias al manipular
o ingerir insectos (Fleta, 2008). En primer lugar, los artrópodos pueden causar
enfermedades directamente, como la sarna, tungiosis, miasis y pediculosis,
resultantes de la acción del propio artrópodo. Además, las mordeduras y
picaduras de arañas, escorpiones, garrapatas e himenópteros pueden inocular
venenos y sustancias tóxicas, con efectos que varían en gravedad. También,
algunas partes de los artrópodos, como aguijones de abejas o restos de
ectoparásitos, pueden ser tóxicos y causar molestias e infecciones. En
segundo lugar, existe la posibilidad de hipersensibilidad y alergias provocadas
por la picadura de insectos como abejas, avispas y hormigas, así como por
cucarachas, polillas y escarabajos, lo que puede resultar en reacciones
alérgicas de diversa intensidad. Además, los insectos pueden comportarse
como vectores mecánicos o biológicos de enfermedades. Los vectores
mecánicos, como moscas y cucarachas, pueden transportar agentes
infecciosos pasivamente, mientras que los vectores biológicos, como mosquitos
y chinches, se infectan al picar a un individuo infectado y luego transmiten el
agente infeccioso al alimentarse de otro huésped susceptible. Es importante
señalar que muchos de estos riesgos pueden mitigarse si se toman
precauciones, como evitar la manipulación directa de insectos, adquirirlos de
fuentes confiables y conocidas, asegurarse de que se hayan alimentado
exclusivamente de vegetales y cocinarlos adecuadamente, ya que esto puede
eliminar posibles alérgenos, sustancias tóxicas y riesgos de transmisión de
enfermedades (Fleta, 2018).

CONCLUSIONES

En síntesis, la práctica ancestral de consumir insectos, la entomofagia, ha


demostrado ser una constante en la historia humana, adaptándose y
persistiendo a lo largo de las eras. Desde la antigua Roma hasta el
Renacimiento e incluso la actualidad, hemos observado cómo diversas culturas
han aprobado o rechazado el consumo de insectos, revelando una compleja
interacción entre factores culturales, ambientales y nutricionales.

El resurgimiento contemporáneo del interés en la entomofagia se debe, en


parte, a la creciente conciencia de los desafíos globales, como la seguridad
alimentaria y la sostenibilidad. El análisis químico detallado ha revelado que los
insectos poseen propiedades nutricionales notables, con un equilibrio
impresionante de proteínas, vitaminas y minerales esenciales. Esta
composición única, combinada con la eficiencia nutricional de los insectos,
sugiere que podrían ser una solución práctica para abordar la malnutrición y la
escasez de alimentos en diversas partes del mundo.

Sin embargo, a pesar de estos beneficios potenciales, es importante abordar


las preocupaciones relacionadas con la seguridad sanitaria. Los insectos, como
cualquier alimento, pueden ser portadores de enfermedades y desencadenar
reacciones alérgicas. La conciencia y la regulación rigurosa son fundamentales
para garantizar que la entomofagia se integre de manera segura en las
prácticas alimentarias globales.

Para finalizar, la aceptación generalizada de los insectos como fuente


alimenticia va más allá de solo la nutrición; implica un cambio en las
percepciones arraigadas y una apertura a nuevas posibilidades culinarias. A
medida que avanzamos hacia un futuro en el que la seguridad alimentaria y la
sostenibilidad son prioritarias, la entomofagia resalta como una opción
intrigante y viable. La historia de la entomofagia, desde sus orígenes históricos
hasta su renacimiento contemporáneo, proporciona una perspectiva sobre la
complejidad de nuestras conexiones con la alimentación. Además, indica la
posibilidad de que los insectos desempeñen un papel fundamental en la dieta
global en el futuro.

BIBLIOGRAFÍA

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ANEXOS

Tabla 1.- Valor nutritivo de algunos insectos comestibles (g/100 g de insecto).

Insecto (Orden) Proteínas Grasas Sales Fibra Extracto libre


minerales cruda de nitrógeno
Libélulas (Odonata) 56,22 22,93 4,20 16,61 0,02

Langostas, saltamontes
77,63 4,20 2,40 12,13 4,01
(Orthoptera)

Chinches (Hemiptera) 62,8 9,67 8,34 10,46 8,70

Mariposas (Lepidoptera) 58,82 6,80 6,09 26,22 1,98

Moscas (Diptera) 35,81 5,80 31,12 22,00 5,18

Escarabajos (Coleptera) 31,21 34,30 1,72 32,72 0,05

Hormigas, abejas, avispas


60,60 10,61 5,36 10,18 13,14
(Hymenoptera)

Fuente: Fleta (2018)

Tabla 2.- Contenido de aminoácidos esenciales en insectos comestibles


(mg/L).

Saltamontes Chinches* Escarabajos**


(Orthoptera) (Hemiptera) (Coleoptera)
Isoleucina 5,3 3,9 4,8
Leucina 8,7 7,8 7,8

Lisina 5,7 5,0 5,3

Metionina y Cisteina 3,3 7,5 4,6

Fenilalanina y Tirosina 19,0 14,3 10,9

Treonina 4,0 3,9 4,0

Triptófano 0,6 0,6 0,8

Valina 5,1 5,9 6,2

Total 51,7 48,6 44,6

*Se valora en los huevos, que es lo que se consume


**Pupas y larvas
Fuente: Fleta (2018)

Tabla 3.- Contenido de proteínas y grasas de algunos insectos en comparación


con las de la hamburguesa (g/100 g).

Proteínas Grasas
Hamburguesa (valor
21 17
medio)

Termitas africanas 38 46

Larva de polilla 46 10

Langosta 42-76 6-50

Crisálida de mosca 63 15
Abeja (seca) 90 8

Fuente: Fleta (2018)

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