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Más Que Un Carpintero

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JOSH MCDOWELL - MAS QUE UN

CARPINTERO
DEDICADO A:
Prefacio
CAPITULO I ¿Qué hace a Jesús tan diferente?
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
CAPITULO II ¿Señor, mentiroso o lunático?
¿FUE ÉL UN MENTIROSO?
¿FUE JESÚS ACASO UN DEMENTE?
¿FUE JESÚS EL SEÑOR?
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
CAPITULO III ¿Qué dice la ciencia?
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
CAPITULO IV ¿Son confiables los documentos bíblicos?
LA PRUEBA BIBLIOGRÁFICA
LA PRUEBA DE LAS EVIDENCIAS INTERNAS
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
CAPITULO V ¿Quién moriría por una mentira?
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
CAPITULO VI ¿Para qué sirve un Mesías muerto?
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
CAPITULO VII ¿Se enteró de lo que le ocurrió a Saulo?
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
CAPITULO VIII ¿Se puede aplastar a un hombre bueno?
LA SEPULTURA DE JESÚS
LA TUMBA VACÍA
LA TEORÍA DE LA TUMBA EQUIVOCADA
LA TEORÍA DEL DESVANECIMIENTO
LA TEORÍA DEL CADÁVER ROBADO
EVIDENCIAS DE LA RESURRECIÓN
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
CAPITULO IX Que se identifique el verdadero Mesías
UNDA DIRECCIÓN EN LA HISTORIA
TREINTA PIEZAS DE PLATA
OJECIÓN: TALES PROFECÍAS SE CUMPLIERON POR COINCIDENCIA
OTRA OBJECIÓN
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
CAPITULO X ¿Es que no hay otro camino?
CAPITULO XI Él cambió mi vida
¿Ha oído usted las Cuatro Leyes Espirituales?
PRIMERA LEY
SEGUNDA LEY
TERCELA LEY
CUARTA LEY
NOTA DEL EDITOR
A petición del autor, publicaciones importantes y de origen español, han
sido adaptadas al material bibliográfico que aparece al final de algunos
capítulos. Segunda Edición en castellano 1997. Versión corregida y
editada por el Ministerio Hispano de Cruzada Estudiantil y Profesional
Para Cristo. Guillermo Luna, editor.
DEDICADO A:

Dick y Charlotte Day, cuyas vidas siempre han sido reflejo de que Jesús
fue más que un carpintero.
Prefacio
Hace aproximadamente unos 2.000 años, Jesús entró a la raza humana, en
una pequeña comunidad judía. Fue miembro de una familia pobre, de un
grupo minoritario, residiendo en una de las naciones más pequeñas del
mundo. Vivió aproximadamente 33 años, de los cuales sólo los últimos
tres los dedicó al ministerio público.

Sin embargo, en todas partes del mundo la gente todavía le


recuerda. La fecha en nuestros periódicos matutinos y en la declaración de
derechos de autor en los textos universitarios dan testimonio de que la
vida de Jesús ha sido la más extraordinaria que haya existido en este
mundo.

Al preguntar a H. G. Wells, el renombrado historiador, cuál ha


sido la persona que ha dejado la impresión más perdurable en la historia,
replicó que, si juzgamos la grandeza de un personaje según su influencia
en la historia: De acuerdo a esa prueba, Jesús es el primero”.

El historiador Kenneth Scott Latourette dijo: “Con el paso de los


siglos se acumula la evidencia de que, según el efecto que sigue
produciendo en la historia, la vida de Jesús es la más revolucionaria en
este planeta, y esta influencia parece ser cada vez mayor”.

De Ernest Renán citamos la siguiente observación: “Jesús fue el


genio religioso más grande que ha existido. Su belleza es eterna y Su reino
nunca tendrá fin. En todos los aspectos, Jesús es único y no hay nada
que pueda compararse con Él. Toda la historia es incomprensible sin
Cristo”.
CAPITULO I

¿Qué hace a Jesús tan diferente?


Recientemente, conversaba con un grupo de personas en la ciudad de
Los Angeles, y les hice la pregunta: 64 En su opinión, ¿quién es Cristo?”
Ellos respondieron que fue un gran líder religioso. Estuve de
acuerdo. Jesucristo fue un gran líder religioso. Sin embargo, creo que fue
mucho más que eso.

Los hombres y las mujeres a través de los siglos han tenido


opiniones divididas con respecto al significado de esta pregunta: «¿Quién
es Jesús?» ¿Por qué hay tanto conflicto sobre este personaje? ¿Por qué su
nombre, más que el de cualquier otro líder religioso, causa irritación? ¿Por
qué usted puede hablar de Dios y nadie se disgusta, pero tan pronto como
menciona a Jesús, la gente suele evitar la conversación? O si no se ponen
a la defensiva. Una vez, estando en Londres, le mencioné a un taxista algo
acerca de Jesús, e inmediatamente él me respondió: «No me gusta discutir
sobre religión y mucho menos acerca de Jesús».

¿En qué sentido es Jesús diferente de otros líderes religiosos? ¿Por


qué la gente no se ofende cuando oyen los nombres de Buda, Mahoma o
Confucio? La razón es que ninguno de estos declaró ser Dios, pero Jesús
sí lo afirmó. Ese es el motivo por lo cual Él es tan diferente de los demás
líderes religiosos.

No transcurrió mucho tiempo para que las personas que


conocieron a Jesús se dieran cuenta que Él estaba haciendo aseveraciones
sorprendentes con respecto a Sí mismo. Estaba claro, sin duda alguna, que
sus declaraciones le identificaban con alguien que era muchísimo más que
un simple maestro o profeta. Era obvia la afirmación de Jesús de ser
divino. Se presentaba como la única Vía para la comunión con Dios,
la única Fuente para el perdón de los pecados y el único Camino para la
salvación.

Para muchos, esto es exclusivista y demasiado restringido, esa es


la razón por la que no quieren creer. No obstante, el meollo del asunto no
está en lo que nosotros pensemos o creamos, sino en la afirmación de lo
que Jesús declaró ser.

¿Qué nos dice el Nuevo Testamento referente a Jesucristo? A


menudo oímos la expresión: «la Deidad de Cristo». Esto significa que
Jesucristo es Dios.
El obispo evangélico español, Juan Bautista Cabrera, en su tratado
Manual de Doctrina y Controversia, plantea la definición de Dios como;
«Espíritu supremo existente por sí mismo, e infinito en todo género
de perfecciones… Como nadie lo ha creado, Él es la causa de todo».1 Esta
definición de Dios es conveniente para todos los teístas, incluyendo a los
musulmanes y a los judíos. El teísmo nos enseña que Dios es personal y
que el universo fue concebido y creado por Él. Dios lo sustenta y lo
gobierna en el presente. El teísmo cristiano añade una nota a esta
definición: «y quien llegó a encarnarse como Jesús de Nazaret».

Jesucristo es realmente un nombre y un título. El nombre, Jesús,


se deriva de la forma griega del nombre Josué, cuyo significado es Jehová
—Salvador, o el Señor salva. El título Cristo se derivó de la palabra griega
que traduce Mesías (o de la palabra hebrea Mashiach—Daniel 9:26), y
significa el Ungido. El título «Cristo», incluye dos funciones: la de rey y
la de sacerdote. Su título afirma que Jesús es el Rey y Sacerdote prometido
en las profecías del Antiguo Testamento. Esta afirmación constituye uno
de los aspectos decisivos para la comprensión correcta de Jesús y de la fe
cristiana.

El Nuevo Testamento presenta categóricamente a Cristo como


Dios. Los nombres que se le dan en el Nuevo Testamento son de tal
naturaleza que solamente pueden ser atribuidos apropiadamente a Dios.
Por ejemplo, a Jesús se le llama «Dios» en la siguiente declaración: «...
aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de
nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tito 2:13; compárese con San
Juan 1:1; Hebreos 1:8; Romanos 9:5; 1 Juan 5:20, 21). Las Sagradas
Escrituras le atribuyen características que sólo son ciertas en cuanto a
Dios. Jesús es presentado como un Ser existente por Sí mismo (San Juan
1:4; 14:6); omnipresente (San Mateo 28:20; 18:20); omnisciente (San Juan
4:16; 6:64; San Mateo 17:22-27); omnipotente (Apocalipsis 1:8; San Lucas
4:39-55; 7:14, 15; San Mateo 8:26, 27); y como Uno que posee vida eterna
(1 Juan 5:11, 12, 20; San Juan 1:4).

Jesús recibió la honra y adoración que sólo se le rinde a Dios. En


un enfrentamiento que tuvo con Satanás, Jesús le dijo: «Vete Satanás,
porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás» (San
Mateo 4:10). Sin embargo, Jesús recibió adoración como Dios (San Mateo
14:33; 28:9), y en ciertas ocasiones exigió que se le adorara como Dios
(San Juan 5:23; compárese con Hebreos 1:6; Apocalipsis 5: 8-14).

La mayoría de los seguidores de Jesús eran judíos devotos que


creían en un Dios verdadero. Eran monoteístas convencidos, no obstante,
le reconocieron como el Dios encarnado.

Debido a su vasta preparación rabínica, Pablo no estaría en la


disposición de reconocer la deidad de Jesús, ni rendir adoración a un
simple carpintero de Nazaret, y mucho menos a llamarle «Señor».
Sin embargo, esto es lo que Pablo hizo. Le confesó como el Cordero de
Dios, y como Dios, cuando dijo: «Por tanto, mirad por vosotros, y por
todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para
apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre»
(Hechos 20:28.)

Pedro, después de que Cristo le preguntó: «Y vosotros, ¿quién


decís que soy yo?», confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»
(San Mateo 16:15, 16). Jesús no corrigió la conclusión del discípulo,
sino que reconoció la validez y el origen de dicha conclusión y dijo:
«Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne
ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (San Mateo 16:17). Marta,
una seguidora de Jesús, le dijo: «... yo he creído que tú eres el Cristo, (el
Mesías) el Hijo de Dios, que has venido al mundo» (San Juan 11:27).
Además, está Natanael, quien pensaba que de Nazaret no podía salir
algo bueno. El reconoció que Jesús era «el Hijo de Dios; el Rey de Israel»
(San Juan 1:49).

Cuando Esteban estaba siendo apedreado, «él invocaba y decía:


Señor Jesús, recibe mi espíritu’ (Hechos 7:59). El escritor del libro de
Hebreos llama a Cristo, Dios, cuando escribe: «Mas del Hijo dice: Tu
trono, oh Dios, por el siglo del siglo» (Hebreos 1:8). Juan el Bautista
anunció la venida de Cristo diciendo: «... y descendió el Espíritu Santo
sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que
decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (San Lucas
3:22).

También tenemos la confesión de Tomás, mejor conocido como


«el incrédulo». Quizás él fue un estudiante graduado. Él dijo: «Si no viere
en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los
clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré». Yo me identifico con
Tomás. Lo que dijo fue algo así como esto: «No todos los días se levanta
alguien de entre los muertos, o afirma ser el Dios encarnado. Necesito
evidencias». Ocho días más tarde, después que Tomás había compartido
sus dudas con respecto a Jesús, con los demás discípulos, «Llegó Jesús,
estando las puertas cerradas y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu
mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Tomás
le contestó: «¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: «Porque me has visto,
Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (San Juan
20: 26-29). Jesús aceptó el reconocimiento que Tomás le hizo de su
divinidad. Le reprendió por su incredulidad, pero no por su adoración.
En este punto, un crítico pudiera interponer la objeción de que
todas estas referencias se toman de lo que otros dijeron acerca de Cristo y
no de lo que Él dijo con respecto de Sí mismo. La acusación que se
hace en el aula universitaria es que las personas que se relacionaron con
Cristo lo entendieron mal, así como nosotros seguimos entendiéndolo mal
todavía. Dicho esto, en otros términos, equivalentes: Jesús nunca afirmó
categóricamente ser Dios.

Bueno, yo pienso que Él hizo esta afirmación, y creo que aquello


que se relaciona con la deidad de Cristo procede directamente de las
páginas del Nuevo Testamento. Son abundantes las referencias que se
hacen a esta verdad, y su significado es claro. Un hombre de negocios que
escudriñaba las Escrituras para comprobar si Cristo declaró ser o no ser
Dios, dijo: «Cualquiera que lea el Nuevo Testamento, y no llegue a
la conclusión de que Jesús afirmó ser divino, está tan ciego como aquel
que en un día claro diga que no puede ver el sol».

El Evangelio según San Juan describe una acalorada discusión que


se produjo entre Jesús y algunos judíos, porque Jesús sanó a un cojo el día
sábado; le dijo que se levantara, tomara su lecho y anduviera. «Y por
esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque
hacía estas cosas en el día de reposo. Sin embargo, Jesús les respondió: Mi
padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por esto, los judíos aún
más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino
que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios»
(San Juan 5:16-18).

Usted podría decir: Mire, Josh, yo puedo decir: «Mi padre hasta
ahora trabaja, y yo trabajo. ¿Y qué? Eso no prueba nada». Cuando
estudiamos un documento, hemos de tener en cuenta el lenguaje, la
cultura y especialmente la persona o las personas a quienes se dirigió. En
este caso, la cultura era la judía, y las personas a quienes se dirigió eran
los dirigentes religiosos. Veamos cómo entendieron los judíos lo que
les dijo Jesús hace 2.000 años en su contexto cultural: «Por esto, los judíos
aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo,
sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a
Dios» (San Juan 5:18). ¿Por qué esa reacción tan drástica?

Porque Jesús dijo: «mi Padre», no dijo «nuestro Padre»; y luego


agregó: «hasta ahora trabaja». Estas dos expresiones que Jesús usó lo
hacen igual a Dios, obrando en el mismo nivel de actividad que Dios.
Los judíos no se referían a Dios por medio de la expresión «mi Padre».
Cuando lo hacían, le agregaban la modificación «que está en el cielo». Sin
embargo, Jesús no se expresó de esa manera. El habló de modo que
los judíos no podían interpretar equivocadamente cuando El llamó a Dios
«mi Padre». Jesús también implicó que mientras Dios trabajaba, Él, el
Hijo, también estaba trabajando. Los judíos volvieron a entender la
implicación de que Él era Hijo de Dios. Como consecuencia de esa
declaración, el odio de los judíos aumentó. Hasta ese momento ellos
trataban principalmente de perseguirlo, pero fue entonces cuando
comenzaron a desear matarlo.

Jesús no sólo afirmó ser igual a su Padre, sino que también


sostuvo que era uno con el Padre. Durante la fiesta de la Dedicación en
Jerusalén, algunos dirigentes judíos se le acercaron para preguntarle si en
verdad Él era el Cristo. Jesús concluyó su respuesta con las siguientes
palabras: «Yo y el Padre uno somos» (San Juan 10:30). «Entonces los
judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle. Jesús les respondió:
Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me
apedreáis? Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te
apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces
Dios”» (San Juan 10:31-33).

Podríamos preguntarnos por qué se produjo una reacción tan


violenta cuando Jesús dijo que era uno con el Padre. Una implicación por
demás interesante surge de esta declaración cuando se estudia en el texto
griego. El erudito en griego bíblico, A. T. Robertson, escribe que la
palabra «uno» en griego, es de género neutro, no masculino, y no indica
que son uno en persona o en propósito, sino uno en «esencia o
naturaleza». Luego agrega Robertson: «Esta categórica declaración es el
clímax de las afirmaciones de Cristo con respecto a la relación entre el
Padre y El (el Hijo). Dicha afirmación despertó en los fariseos una ira
incontrolable».

Es obvio que en la mente de quienes oyeron la declaración de


Jesús, no había duda de que Él estaba afirmando que era Dios. Así, por
ejemplo, León Morris, director del Ridley College, Melbourne, dice
que: «los judíos sólo podían considerar las palabras de Jesús como
blasfemia, y procedieron a tomar el juicio en sus propias manos. Estaba
escrito en la ley que la blasfemia contra Dios debía ser castigada
mediante lapidación (Levítico 24:16). Sin embargo, estos hombres estaban
impidiendo que el correspondiente proceso de la ley tomara curso. No
estaban preparando una acusación formal para que la autoridad ejecutara
la acción necesaria. Como consecuencia de su furia, se estaban
disponiendo a ser jueces y verdugos a la vez» .3

A Jesús lo amenazaron con apedrearlo por causa de su


«blasfemia». Los judíos entendieron claramente su enseñanza, pero,
podríamos preguntarnos, ¿se detuvieron a considerar si Sus afirmaciones
eran ciertas o no?

Jesús se expresó continuamente de Sí mismo en el sentido de que


Él era uno en esencia y naturaleza con Dios. Él afirmó osadamente: «si a
mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais» (San Juan 8:19); «el
que me ve, ve al que me envió» (San Juan 12:45); «El que me aborrece a
mí, también a mi Padre aborrece» (San Juan 15:23); «... para que todos
honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al
Padre que le envió» (San Juan 5:23); etc. Estas citas indican claramente
que Jesús se consideró más que un hombre: Él es igual a Dios. Los que
dicen que Jesús estuvo más cerca o en mayor intimidad con Dios que
otros, deben considerar Su declaración: «El que no honra al Hijo, no honra
al Padre que le envió».
En una ocasión, mientras daba una conferencia en una clase de
literatura en la Universidad de West Virginia, un profesor me interrumpió
diciendo, que el único Evangelio que dice que Jesús afirmó ser Dios es el
Evangelio según San Juan, y éste fue el último que se escribió. Luego
agregó que el Evangelio según San Marcos, el primero que fue escrito, no
menciona ni una sola vez que Jesús haya afirmado ser Dios. Era obvio que
este hombre no había leído el Evangelio según San Marcos, y si lo había
hecho, no había puesto mucha atención en su lectura.

Para responderle abrí dicho Evangelio. Allí se nos dice que Jesús
afirmó tener la potestad para perdonar pecados: «Al ver Jesús la fe de
ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (San Marcos
2:5; véase también San Lucas 7:48-50). Según la ley judía, esto era algo
que sólo Dios podía hacer. En Isaías 43:25 se limita esta prerrogativa
únicamente a Dios. Los escribas preguntaron: «¿Por qué habla éste así?
Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?» (San
Marcos 2:7). De inmediato Jesús preguntó qué sería más fácil: «¿decir al
paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: ¿Levántate, toma
tu lecho y anda?»

Guiu M. Camps comenta estas preguntas en los siguientes


términos: «Aquí, Jesús comienza perdonando los pecados, y además de
demostrar su poder divino, manifiesta que ha venido para salvarnos del
pecado.... Sólo Dios puede perdonar los pecados ... Jesús no quiere decir
que perdonar los pecados sea más fácil que hacer caminar a un paralítico.
Si solamente dijere «Tus pecados te son perdonados», sus oyentes no
podrían comprobar si sus palabras se habían cumplido, pero si además
dice al paralítico: «Levántate, toma tu lecho y anda», todos podían
comprobar que, efectivamente, tenía el poder para realizar lo que dijo, es
decir, perdonar los pecados.4 Esta fue la causa por la cual los dirigentes
religiosos lo acusaron de blasfemia. Lewis Sperry Chafer escribe: «Nadie
en la tierra tiene autoridad ni derecho de perdonar pecados. Nadie
podría perdonarlos, excepto Aquél contra quien todos han pecado. Cuando
Cristo perdonó pecados, El los perdonó verdaderamente, no estaba
ejerciendo una prerrogativa humana. Puesto que nadie que no sea
Dios puede perdonar pecados, queda demostrado categóricamente que, al
Cristo perdonar pecados, Él es Dios.5

Este concepto de perdón me molestó durante mucho tiempo


porque no lo comprendía. Un día, en una clase de filosofía, al responder
una pregunta acerca de la deidad de Cristo, cité los versículos que acabo
de mencionar del Evangelio según San Marcos. Uno de los graduados
asistentes desafió mi conclusión, de que el hecho de que Cristo perdonó
pecados no necesariamente era una demostración de su deidad. Dijo que
él podía perdonar a alguien, y eso no demostraría que estaba afirmando ser
Dios. Mientras pensaba en lo que el asistente me estaba diciendo, me llegó
de repente la razón por la cual los dirigentes religiosos reaccionaron contra
Cristo. Sí, uno podría decir: «Te perdono», pero eso sólo puede hacerlo la
persona contra la cual se ha pecado. Dicho esto, en otros términos,
equivalentes, si tú pecas contra mí, yo puedo decir: «Te perdono».
Sin embargo, eso no era lo que Cristo estaba haciendo. El paralítico había
pecado contra Dios el Padre, y luego Jesús, mediante su propia autoridad,
le dijo: «Tus pecados te son perdonados». Sí, nosotros podemos perdonar
las ofensas cometidas contra nosotros, pero de ningún modo podemos
perdonar los pecados cometidos contra Dios; eso sólo lo puede hacer Dios.
¡Eso fue exactamente lo que Jesús hizo!

No nos extrañe, pues, que los judíos reaccionaran de esa forma


cuando un carpintero de Nazaret hizo tan osada afirmación. Este poder de
Jesús para perdonar pecados es un asombroso ejemplo de cómo El
ejerció una prerrogativa que sólo le corresponde a Dios.

También en el Evangelio según San Marcos tenemos el juicio


contra Jesús 14:60-64). Aquellos procedimientos judiciales constituyen una
de las más claras referencias al hecho de que Jesús afirmó ser
divino. «Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio, preguntó a
Jesús, diciendo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas
él callaba, y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y
le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y
veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y
viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgando su
vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Habéis oído la
blasfemia; ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron, declarándole ser
digno de muerte».

Al principio, Jesús no quiso responder, de manera que el sumo


sacerdote lo sometió a juramento. Estando bajo juramento, Jesús tenía que
contestar (y me agrada que lo hiciera) a la pregunta: «¿Eres tú el Cristo, el
Hijo del Bendito?» El respondió: «Yo soy».

Un análisis de este testimonio de Cristo demuestra que Él afirmó


ser (1) el Hijo del Bendito (Dios); (2) el que se ha de sentar a la diestra del
poder; y (3) el Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo.
Cada una de estas afirmaciones es específicamente mesiánica. El efecto
acumulativo de las tres es significativo. El Sanedrín, que era el tribunal
judío, captó los tres puntos, y el sumo sacerdote respondió rasgando
su vestidura y diciendo: «¿Qué más necesidad tenemos de testigos?» Por
fin lo habían oído ellos mismos. Fue declarado culpable por Sus propias
palabras.

Robert Anderson señala: Ninguna evidencia corroborativa es más


convincente que la de testigos hostiles, y el hecho de que el Señor haya
aseverado ser Dios, se establece incuestionablemente mediante la acción
de sus enemigos. Tenemos que recordar que los judíos no eran una tribu
de ignorantes salvajes, sino un pueblo sumamente culto e intensamente
religioso; y el Sanedrín, basado en este cargo, sin siquiera una voz
que disintiera, decretó su muerte. El Sanedrín era el consejo nacional, que
estaba compuesto por sus más destacados dirigentes religiosos, entre los
cuales estaban incluidos hombres de la talla intelectual de Gamaliel y de
su gran discípulo, Saulo de Tarso.6
Está claro, entonces, que este es el testimonio que Jesús quiso dar
acerca de Sí mismo. También vemos que los judíos comprendieron que Él,
mediante su respuesta, estaba afirmando que era Dios. Entonces quedan
dos alternativas que enfrentar: o sus afirmaciones fueron una blasfemia, o
Él era Dios. Sus jueces comprendieron claramente el asunto, tan
claramente, en efecto, que lo crucificaron y luego lo
escarnecieron, diciéndole: «Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere,
porque ha dicho: Soy Hijo de Dios» (San Mateo 27:43).

H. B. Swete explica el significado de la rasgadura del manto del


sumo sacerdote: «La ley prohibía al sumo sacerdote rasgar su vestidura
por asuntos privados (Levítico 10:6; 21:10); pero cuando actuaba
como juez, era costumbre exigirle que expresara de este modo su horror
ante cualquier blasfemia pronunciada en su presencia. Así se manifestaba
el desagravio del perturbado juez. Si no hubiera aparecido alguna
evidencia digna de confianza, el acto de rasgar la vestidura hubiera podido
dejarse sin efecto; pero el Prisionero se había incriminado a Sí mismo».7

Comenzamos a comprender que aquél no fue un juicio ordinario,


como lo indica el abogado Irwin Linton: «Único entre los juicios
criminales es éste, en el cual lo que se ventila no son las acciones, sino
la identidad del acusado. El cargo criminal que se hizo contra Cristo, la
confesión o testimonio que se dio en presencia del tribunal, en el cual se
basó éste para declararlo culpable, el interrogatorio que le hizo
el gobernador romano, y la inscripción que le colocaron sobre la cruz en el
momento de crucificarlo, todo ello se relaciona con el asunto de la real
identidad y dignidad de Cristo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién
es hijo?»8

El juez Gaynor, el connotado jurista de la Corte de Nueva York,


en su discurso sobre el tema del juicio contra Jesús asume la posición de
que la blasfemia fue el único cargo que se presentó contra Él en el
Sanedrín. Así dice: «Está claro que, según cada una de las narrativas del
Evangelio, el alegado crimen por el cual Jesús fue juzgado y declarado
culpable fue la blasfemia: ... Jesús había estado afirmando que Él tenía
poder sobrenatural, lo cual en un ser humano era blasfemia”» 9(está
citando a San Juan 10:33). (El doctor Gaynor se refiere al hecho de que
Jesús «se hizo igual a Dios», no a lo que Él dijo con respecto al Templo.)

En la mayoría de los juicios, a la gente se la juzga por lo que ha


hecho; pero esto no ocurrió en el caso de Cristo. Jesús fue juzgado por
quien era.

El juicio de Jesús debiera ser suficiente para demostrar


convincentemente que Él confesó su divinidad. Sus jueces atestiguan sobre
eso. Asimismo, el día de su crucifixión, sus enemigos reconocieron que Él
había afirmado que era Dios venido en carne. «De esta manera también los
principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los
ancianos, decían: A otros salvó, a Sí mismo no se puede salvar; si es el
Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en
Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios»
(San Mateo 27:41-43).
CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

CAPÍTULO I

1. Juan Bautista Cabrera, Manual de Doctrina y Controversia (II),


Madrid, pp. 9,19.

2. Archibald Thomas Robertson, Word Pictures in the New Testament


(Cuadros hechos con palabras en el Nuevo Testamento), Nashville,
Broadman Press, 1932, Vol. 5, p. 186.

3. León Morris, “»The Cospel According to John”» (El Evangelio según


San Juan), The New international Commentary on The New Testament (El
nuevo comentario internacional sobre el Nuevo Testamento), Grand
Rapids, William B. Eerdmans Publishing Co., 1971, p. 524.

4. Guiu M. Camps, LA BIBLIA (XVIII/1. Evangelio se-gons sant Mateu


(Monestir de Monserrat, 1963), pp. 127,128.

5. Lewis Sperry Chafer, Teología sistemática, Traducción de M.


Francisco Lié vano R., José María Chicol y Rodolfo Mendieta,
Publicaciones Españolas, Dalton, Georgia, 1974, Tomo II, p. 469.

6. Robert Anderson, The Lordfrom Heaven (El Señor del cielo),


Londres, James Nisbet and Co., Ltd., 1910, p. 5.

7. Henry Barclay Swete, The Gospel According to Sí Mark (El


Evangelio según San Marcos), Londres, Mac-millan and Co., Ltd., 1898),
p. 339.
8. Irwin H. Linton, The Sanhedrin Verdict (El veredicto del Sanedrín),
Nueva York, Loizeaux Brothers, Bible Truth Depot, 1943, p. 7.

9. Charles Edmund Deland, The Mis-Trials of Jesús (Los juicios nulos


contra Jesús), Boston, Richard G. Badger, 1914, pp. 118, 119.
CAPITULO II

¿Señor, mentiroso, o lunático?

Las claras afirmaciones que hizo Jesús en cuanto a que Él era Dios
eliminan el complot muy generalizado de los escépticos que consideran a
Jesús solamente un buen moralista o un profeta que habló muchas
cosas profundas. A menudo esa suele ser la única conclusión aceptada por
los eruditos, o el resultado obvio del proceso intelectual. El problema
radica en que muchas personas mueven su cabeza en señal de
asentimiento, y jamás se percatan de la falsedad de tal razonamiento.

Para Jesús, era de suma importancia saber quién creían los


hombres y las mujeres que era Él. Por el sólo hecho de decir lo que Jesús
dijo y afirmar lo que Él afirmó con respecto a Sí mismo, uno no podría
llegar a la conclusión de que Él fue precisamente un buen moralista o
profeta. Esa alternativa no se le ofrece a un individuo, y Jesús nunca tuvo
esa intención.

C. S. Lewis, quien fuera profesor de la Universidad de Cambridge


y quien en un tiempo también fuera agnóstico, comprendió esto
claramente. Él escribe: «Aquí estoy tratando de evitar que alguno diga la
gran tontería que la gente a menudo dice de Él: ‘Estoy dispuesto a aceptar
que Jesús fue un gran maestro de moral, pero no acepto su declaración de
ser Dios.’ Eso es precisamente lo que no debemos decir. Un hombre que
hubiera sido sólo un hombre, y hubiera dicho la clase de cosas que Jesús
dijo, no hubiera sido un gran maestro de moral. Hubiera sido un loco del
mismo nivel del que dice que es un huevo cocido—, o el mismo diablo del
infierno. Uno tiene que decidir. O bien este hombre fue, y es, el Hijo de
Dios, o de lo contrario fue un loco o algo peor».
Y añade Lewis: «Puedes encerrarle por ser un tonto, puedes
escupirle y matarle por ser un demonio; o caer a sus pies y llamarle Señor
y Dios. Sin embargo, no salgamos favoreciendo la necedad de que Él fue
un gran maestro humano. Él no dejó eso para que nosotros lo decidamos.
No tuvo esa intención».1

F. J. A. Hort, quien pasó 28 años haciendo un estudio crítico del


texto del Nuevo Testamento, escribe: «Sus palabras (las de Jesús) fueron
tan completamente parte y expresiones de Sí mismo, que no tendrían
ningún significado como declaraciones abstractas de verdad pronunciadas
por Él como un oráculo divino o profeta. Quitémosle a Él como tema
primario (aunque no final) de cada una de estas declaraciones, y se
harán añicos.

Según las palabras de Kenneth Scott Latourette, historiador del


cristianismo en la Universidad de Yale: «Lo que hace tan notable a Jesús
no son sus enseñanzas, aunque éstas serían suficientes para darle
distinción. Es una combinación de las enseñanzas con el hombre mismo.
Estos dos elementos son inseparables». «Tiene que ser obvio», concluye
Latourette, «para cualquier lector reflexivo de los relatos del Evangelio,
que Jesús consideró que Él y su mensaje eran inseparables. Él fue un gran
maestro, pero fue más que eso. Sus enseñanzas acerca del reino de
Dios, acerca de la conducta humana y de Dios fueron importantes, pero
desde el punto de vista de Jesús, no se podían divorciar de su Maestro, sin
ser adulteradas» .3

Jesús afirmó que era Dios. No dejó abierta ninguna otra opción.
Su afirmación tiene que ser cierta o falsa. De modo que es algo que
debemos considerar seriamente. La pregunta de Jesús a sus discípulos:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (San Mateo 16:15) tiene varias
alternativas.
En primer lugar, consideremos la posibilidad de que esta
afirmación, de que Él era Dios, sea falsa. Si fue falsa, entonces no nos
quedan sino dos alternativas: O Él sabía que era falsa tal afirmación o no
lo sabía. Consideraremos cada alternativa por separado y examinaremos
las evidencias.

¿FUE ÉL UN MENTIROSO?

Si cuando Jesús hizo sus afirmaciones, sabía que Él no era Dios,


entonces mentía y engañaba deliberadamente a sus seguidores. Sin
embargo, si Él fue mentiroso, entonces también fue hipócrita, puesto que
les dijo a otros que fueran honrados a cualquier costo, aunque Él mismo
enseñó y vivió una mentira descomunal. Aún más, Él fue un demonio,
pues les dijo a otros que confiaran en El con respecto a su destino eterno.
Si Él no podía respaldar sus afirmaciones, y lo sabía, entonces fue
inexplicablemente malvado. Finalmente, también hubiera sido un tonto,
pues por afirmar que era Dios, fue crucificado.

Muchos dirían que Jesús fue un buen maestro de moral. Seamos


realistas. ¿Cómo pudo Él haber sido un gran maestro de moral y con
conocimiento de causa engañar al pueblo en el aspecto más importante de
su enseñanza: su propia identidad?
Tendríamos que concluir lógicamente que Él fue deliberadamente
un mentiroso. Este concepto acerca de Jesús, sin embargo, no coincide con
lo que sabemos, ya sea acerca de Él, o de los resultados de su vida
y enseñanzas. Dondequiera que el nombre de Jesús ha sido proclamado,
hay vidas que han cambiado hacia el bien, naciones que han cambiado
hacia lo mejor, ladrones que se han convertido en hombres
honrados, alcohólicos que vuelven a la sobriedad, individuos llenos de
odio que han llegado a ser canales de amor, personas injustas que han
llegado a ser justas.
William Lecky, uno de los más notables historiadores de la Gran
Bretaña y decidido oponente al cristianismo organizado, escribe: “»Le
estaba reservado al cristianismo presentar al mundo un personaje ideal
que a través de los cambios de 18 siglos ha inspirado los corazones de los
hombres con un amor apasionado; se ha manifestado capaz de actuar en
todas las edades, las naciones, los temperamentos y las condiciones;
no sólo ha sido el más sublime ejemplo de virtud, sino el más fuerte
incentivo para la práctica de ella..,. El simple resumen de estos tres cortos
años de vida activa ha hecho más para regenerar y suavizar a la
humanidad que todas las discusiones de los filósofos y las exhortaciones
de los moralistas”» .4

El historiador Philip Schaff dice: «Este testimonio, si no es cierto,


tiene que ser una absoluta blasfemia o una locura. La primera hipótesis no
puede permanecer ni un momento ante la pureza moral y dignidad
de Jesús, reveladas en cada una de Sus palabras y obras, y reconocidas por
el consenso universal. El autoengaño en una cuestión tan importante, y con
un intelecto tan claro en todos los aspectos, y tan sano, está igualmente
fuera de toda cuestión. ¿Cómo podía ser un entusiasta o loco uno que
nunca perdió la calma, que navegó serenamente por encima de todas las
aflicciones y persecuciones, como el sol sobre las nubes, que siempre
contestó de la manera más sabia las preguntas tentadoras, que calmada y
deliberadamente predijo Su muerte en la cruz, Su resurrección al tercer
día, el derramamiento del Espíritu Santo, la fundación de la Iglesia, y la
destrucción de Jerusalén, ¿predicciones que se cumplieron literalmente
todas? Un Personaje tan original, tan completo, tan consistente, tan
perfecto, tan humano y, sin embargo, tan superior a toda la grandeza
humana, no puede ser un fraude ni una ficción. El poeta, como bien se ha
dicho, en este caso hubiera sido más grande que el héroe. Se
necesitaría más que un Jesús para inventar a Jesús» .5

En otro de sus escritos, Schaff nos ofrece un argumento


convincente contra la posibilidad de que Cristo hubiera podido ser un
mentiroso: «En nombre de la lógica, del sentido común y de la
experiencia, ¿cómo hubiera podido un impostor, que es un hombre
engañoso, egoísta y depravado, haber inventado y mantenido
consistentemente desde el principio hasta el fin, el carácter más puro y
noble que se ha conocido en la historia con el más perfecto aire de verdad
y realidad? ¿Cómo hubiera podido Él concebir y desarrollar exitosamente
un plan de beneficencia sin paralelo, de magnitud moral y de sublimidad, y
sacrificar su propia vida por él, en presencia de los más vigorosos
prejuicios de su pueblo y de su época»(6a)

Si Jesús quiso que el pueblo lo siguiera y creyera en Él como Dios,


¿por qué se presentó a la nación judía? ¿Por qué tenía que ir como un
carpintero nazareno a un país tan pequeño en tamaño y población y
tan absolutamente adherido a la unidad indivisible de Dios? ¿Por qué no
fue a Egipto o, aún mejor, a Grecia, donde creían en varios dioses y en sus
múltiples manifestaciones?

Alguien que viva como Jesús vivió, que enseñe como Jesús
enseñó, y muera como Jesús murió no puede ser un mentiroso. ¿Cuáles
son las otras alternativas?

¿FUE JESÚS ACASO UN DEMENTE?

Si es inconcebible que Jesús hubiera sido un mentiroso, entonces,


¿no hubiera podido Él pensar de Sí mismo que era Dios, pero
equivocadamente? Al fin y al cabo, es posible ser sincero y a la vez estar
equivocado. Sin embargo, tenemos que recordar que el hecho de que
alguno piense de sí mismo que es Dios, especialmente en una cultura
ferozmente monoteísta, y luego decirles a otros que su destino eterno
depende de creer en Él, no es un leve vuelo de la fantasía, sino el
pensamiento de un loco en el sentido más amplio de esta palabra. ¿Fue
Jesús un demente?
Eso de creer alguno que es Dios puede sonarnos como si en la
actualidad alguien creyera que es Napoleón. Estaría teniendo
alucinaciones, se engañaría a sí mismo, y probablemente sería necesario
encerrarlo para que no se hiciera daño, ni se lo hiciera a otros.
Sin embargo, en Jesús no observamos las anormalidades ni el desequilibrio
que puede notarse en los dementes. Su equilibrio y compostura
ciertamente hubieran sido asombrosos si Él hubiese estado loco.

Noyes y Kolb, en un interrogatorio médico,7 describen al


esquizofrénico como una persona que es más abstracta que realista. El
esquizofrénico desea escapar de la realidad. Enfrentémonos a esto: el
hecho de creerse Dios ciertamente hubiera sido huir de la realidad.

A la luz de las otras cosas que sabemos acerca de Jesús, es difícil


imaginar que Él estaba mentalmente perturbado. Aquí tenemos a un
Hombre que habló algunas de las verdades más profundas de que se
tenga noticia. Sus instrucciones han liberado a muchos individuos que se
hallaban en esclavitud mental. Clark H. Pinnock pregunta: «¿Fue El un
alucinado con respecto a su grandeza, un paranoico, un engañador sin
mala intención, un esquizofrénico?»

Repetimos, la cordura y profundidad de sus enseñanzas sólo sirven


para apoyar el argumento que favorece su total sanidad mental. ¡Qué
maravilloso sería ser tan cuerdos como lo fue El!1,8 Un estudiante de
una universidad de California me dijo que su profesor de psicología había
dicho en clase que «Lo único que él tiene que hacer es tomar la Biblia y
leer a muchos de sus pacientes porciones de ella. Ese es todo el
consejo que ellos necesitan».

El psiquiatra J. T. Fisher declara: «Si tomaras la suma total de


todos los artículos autorizados que hayan escrito los más calificados
psicólogos y psiquiatras sobre el tema de la salud mental, si los
combinaras y refinaras y les sacaras el exceso de verbalismo, si les sacaras
toda la sustancia y desecharas los adornos, y si estas partes de puro
conocimiento científico no adulterado fueran expresadas concisamente por
el más capaz de todos los poetas vivientes, tendrías una desproporcionada
e incompleta suma del Sermón del Monte. Al comparar esa suma con las
palabras de Jesús, la primera saldría grandemente perjudicada. Durante
casi dos mil años, el mundo cristiano ha tenido en sus manos la solución
completa para sus intranquilos e infructíferos anhelos. Aquí... se presenta
el plano para una vida humana exitosa, llena de optimismo, salud mental y
contentamiento» .9

C. S. Lewis escribe: «Es muy grande la dificultad histórica para


dar a la vida, a las palabras y a la influencia de Jesús cualquier explicación
que no sea más difícil que la del cristianismo. La discrepancia entre la
profundidad y la sanidad de su enseñanza moral, y el exuberante delirio de
grandeza que tuvo que haber detrás de sus enseñanzas teológicas, a
menos que El en verdad sea Dios, jamás se han
explicado satisfactoriamente. Por lo tanto, las hipótesis no cristianas se
suceden una tras otra con la intranquila fertilidad de la estupefacción».10

Philip Schaff razona: «¿Está inclinado un intelecto de esta


naturaleza, (claro como el cielo, fortificante como el aire de la montaña,
agudo y penetrante como una espada, completamente sano y vigoroso,
siempre dispuesto y siempre dueño de sí mismo), a un radical y
absolutamente serio engaño con respecto a su propio carácter y a su propia
misión? ¡Absurda imaginación!» (6b)

¿FUE JESÚS EL SEÑOR?

Personalmente no puedo llegar a la conclusión de que Jesús fue un


mentiroso ni un loco. La única alternativa que queda es la de aceptar que
Él fue el Cristo, el Hijo de Dios, tal como lo afirmó.
Cuando trato esto con personas del pueblo judío, la mayoría de las
veces es interesante lo que ellos responden. Por lo general, me dicen que
Jesús fue un dirigente religioso, recto, un buen hombre, o alguna clase
de profeta. Luego les hablo acerca de las declaraciones que Jesús hizo con
respecto a Sí mismo y les presento los argumentos que expongo en este
capítulo sobre las tres alternativas mentiroso, demente o Señor). Cuando
les pregunto si creen que Jesús fue un mentiroso, la respuesta es un
rotundo: «¡No!» Luego les pregunto: «¿Creen que fue un demente?»
Entonces viene la respuesta: «Por supuesto que no». «¿Creen que Él
es Dios?» Antes que yo pueda respirar de lado, ya está la respuesta
resonante: «No, en absoluto». Sin embargo, uno no cuenta con muchas
opciones.

El asunto importante en estas tres alternativas no es cuál de ellas


es la posible, ya que es obvio que todas son posibles. La pregunta es:
«¿Cuál es la más probable?» Sin embargo, su decisión respecto a lo que
Cristo es, no tiene que ser el fruto de un razonamiento intelectual sin
fundamento. No puede usted colocarlo en la galería como un gran maestro
de moral. Esa no es una opción válida. Él es un mentiroso, o un demente,
o bien, el Señor y Dios. Usted ha de decidir. Como dijo el apóstol Juan:
«Estas (señales) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre»; esto
último es lo más importante (San Juan 20:31).

Las evidencias están claramente a favor de que Jesús es el Señor.


Algunas personas, sin embargo, rechazan estas claras evidencias, por causa
de las implicaciones morales que conllevan. No quieren enfrentarse a
la responsabilidad ni a las implicaciones de llamarlo Señor.
CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

CAPÍTULO II

1. C. S. Lewis, Mere Christianity (Cristianismo y nada más), Nueva


York, The Macmillan Company, 1960, pp. 40,41.

2. F. J. A. Hort, Way, Truth, and the Life (Camino, verdad y la vida)


Nueva York, Macmillan and Co., 1894 p. 207.

3. Kenneth Scott Latourette, A History of Christianity (Historia del


cristianismo), Nueva York, Harper and Row, 1953, pp. 44,48

4. William E. Lecky, History of European Moráis from Augustus to


Charlemagne (Historia de las morales europeas desde Augusto hasta
Carlomagno), Nueva York D. Appleton and Co., 1903, Vol 2, pp. 8,9

5. Philip Schaff, History of the Christian Church (Historia de la Iglesia


Cristiana), Grand Rapids, William B. Eerd-mans Publishing Co. 1962. Re-
impresión del original publicado en 1910, p. 109.

6. Philip Schaff, The Person of Christ (La persona de Cristo), Nueva


York, American Tract Society, 1913,6a pp. 94-95; 6b p. 97.

7. Arthur P. Noyes y Lawrence C. Kolb, Modern Clinical Psychiatry


(Psiquiatría clínica moderna), Filadelfia Saunders, 1958, Quinta edición.

8. Clark H. Pinnock, Set Forth Your Case (Establezca su argumento),


Nueva Jersey, The Craig Press, 1967, p. 62.
9. J. T. Fishery L. S. Hawley, A Few Buttons Missing (Los pocos
botones que faltan), Filadelfia, Lippincott, 1951, p. 273

10. C. S. Lewis, Miracles: A Preliminary Study (Milagros Un estudio


preliminar), Nueva York, The Macmillan Company, 1947, p. 113.
CAPITULO III

¿Qué dice la ciencia?


Muchas personas tratan de aplazar su dedicación personal a Cristo, al
divulgar la hipótesis de que, si no se puede probar algo científicamente, tal
cosa no es verdad ni digna de aceptación. Puesto que la deidad y
la resurrección de Jesús, no se pueden probar científicamente, las personas
del siglo veinte concluyen equivocadamente que no pueden aceptar a
Cristo como Salvador ni creer en Su resurrección.

Es frecuente que en una clase de filosofía o de historia me enfrente


a este desafío: «¿Puede usted probarlo científicamente?» Mi respuesta
suele ser: «Bueno, no, no soy científico». Inmediatamente se pueden
escuchar risitas en la clase e invariablemente se oyen voces que dicen:
«No me hable acerca de eso»; o «¿Se da cuenta? Uno tiene que aceptarlo
todo por fe.» (Se refieren a una fe ciega.)

Hace poco tiempo, en un vuelo a Boston, le estaba hablando al


pasajero que viajaba a mi lado del porqué creo que Cristo es lo que El
afirmó que era. El piloto, que pasaba cerca de nosotros saludando a los
pasajeros, oyó parte de nuestra conversación.

—Usted tiene un problema —me dijo.

—¿Qué problema? —le pregunté.

—Que no puede probar eso científicamente —me respondió.


Es sorprendente la mentalidad a la que ha descendido la
humanidad moderna. De algún modo, en la actualidad tenemos
muchísimas personas que sustentan la opinión de que, si algo no se puede
probar científicamente, no es verdadero. Bueno, ¡eso no es verdad! Existe
un problema para probar cualquier cosa relacionada con una persona o un
acontecimiento histórico. Debemos entender la diferencia que existe
entre la prueba científica y lo que llamo la prueba histórica legal. Déjenme
explicar estas dos clases de prueba.

La prueba científica se basa en la demostración de que algo es un


hecho mediante la repetición del mismo en presencia de la persona que lo
cuestiona. Hay un ambiente controlado en que pueden hacerse las
observaciones, deducir datos y verificar empíricamente la hipótesis.

Ramón Canal, Licenciado en Filosofía y Letras explicando las


pruebas científicas dice: «Toda ciencia utiliza para su trabajo teórico un
método objetivo». Este método consiste en un conjunto de criterios
específicos que tienden a determinar decisivamente la validez de la teoría.
Estos procedimientos de verificación reciben la denominación general de
experimentación. La experimentación consiste en una institución
sistemática de experiencias; es la construcción controlada de situaciones
nuevas destinadas a contrastar materialmente las hipótesis y resultados de
una teoría científica. Está, por lo tanto, articulada con la teoría:
experimentación y teoría son los medios de trabajo que constituyen la
condición misma de una investigación científica

La prueba de la verdad de una hipótesis mediante el uso de


experimentos controlados es una de las claves técnicas del moderno
método científico. Por ejemplo, alguien dice: «El jabón marca Ivory no
flota». Llevo, pues, a la persona a la cocina, vierto 20 centímetros de agua
en el fregadero de los platos, a una temperatura de 82.7 grados F. y dejo
caer allí el jabón. Se hacen las observaciones, se sacan los datos, y con
esto ha sido verificada empíricamente una hipótesis: El jabón marca Ivory
flota.
Ahora bien, si el método científico fuera el único método para
probar algo, no podrías probar que estuviste presente en tu primera hora
de clase esta mañana, o que hoy almorzaste. No hay modo de repetir
esos eventos en una situación controlada.

Esto es lo que se ha llamado la prueba histórica legal, que se basa


en demostrar que algo es un hecho que está fuera de toda duda razonable.
En otros términos, se llega a un veredicto basado en el peso de
las evidencias. Esto, quiere decir, que no haya base razonable para dudar
de la decisión. Esta prueba depende de tres tipos de testimonio: el
testimonio oral, el testimonio escrito y la exhibición de objetos (tales
como un rifle, una bala, una libreta). Si usamos el método legal para
determinar lo que ocurrió, podemos probar muy bien, fuera de cualquier
duda razonable que estuvimos en clase, esta mañana: los amigos nos
vieron, leñemos los apuntes que tomamos en clase, el profesor nos
recuerda.

El método científico sólo puede usarse para probar lo que se puede


repetir. No es adecuado para probar, o desaprobar muchos asuntos con
respecto a una persona o a un evento histórico. El método científico no
es apropiado para responder a preguntas como éstas: «¿Vivió Jorge
Washington?» «¿Fue Martin Luther King un dirigente que defendió los
derechos civiles?» «¿Quién fue Jesús de Nazaret?» «¿Fue Roberto
Kennedy procurador general de los Estados Unidos de Norteamérica?»
«¿Resucitó Jesucristo de entre los muertos?» Las respuestas para estas
preguntas están fuera de la esfera de la prueba científica, y tenemos
que colocarlas en el ámbito de la prueba legal. En otras palabras, el
método científico, que se basa en la observación, la acumulación de datos,
la hipótesis, la deducción y la verificación experimental para hallar y
explicar las regularidades empíricas de la naturaleza, no tiene las
respuestas finales para preguntas como éstas: «¿Se puede probar la
resurrección?» «¿Se puede probar que Jesús es el Hijo de Dios?» Cuando
los hombres y las mujeres confían en el método histórico legal, tienen que
examinar la veracidad de los testimonios.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención es que la fe
cristiana no es una fe ciega e ignorante, sino más bien una fe inteligente,
racional. Cada vez que en la Biblia se invita a una persona para que
ejerza la fe, se trata de una fe inteligente. Jesús dijo en San Juan 8: «...
conoceréis la verdad», no dijo: la ignoraréis. A Cristo se le preguntó:
«¿cuál es el gran mandamiento en la ley?» Él respondió: «Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, y con toda ... tu mente». El problema que
tienen muchas personas es que aparentemente se quedan en lo relacionado
con el corazón. Los hechos relacionados con Cristo nunca les llegan a la
mente. Dios nos dio una mente que ha sido renovada por el Espíritu Santo
para que conozcamos a Dios, y también un corazón para amarlo y una
voluntad para escogerlo.

Necesitamos funcionar en cada uno de los tres aspectos para tener


una máxima relación con Dios y glorificarlo. No sé lo que te pasa a ti,
pero con respecto a mí, mi corazón no puede regocijarse en lo que mi
mente ha rechazado. Mi corazón y mi mente fueron creados para trabajar
conjuntamente en armonía. Nunca ha sido llamado un individuo para
que cometa el suicidio intelectual al confiar en Cristo como Salvador y
Señor.

En los siguientes cuatro capítulos expondremos las evidencias que


nos demuestran la confiabilidad de los documentos escritos, y la
credibilidad del testimonio oral y de los informes de los testigos oculares
con respecto a Jesús.
CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

CAPÍTULO III

1. Ramón Canal, Diccionario Enciclopédico Salvat Universal (VII


CIENCIA), Salvat Editores, S. A., Barcelona, 1969), p. 29 s.
CAPITULO IV
¿Son confiables los documentos bíblicos?
El Nuevo Testamento es la principal fuente histórica que nos provee
información acerca de Jesús. Debido a esto, durante los siglos XIX y XX,
muchos críticos, han atacado la confiabilidad de los documentos bíblicos.
Tal parece que hay una constante oleada de acusaciones que no tienen
fundamento histórico, o que han sido descartadas por la investigación y
por los descubrimientos arqueológicos.

En cierta ocasión, mientras daba unas conferencias en la


Universidad del Estado de Arizona, un profesor que había llevado a su
clase de literatura a escucharme, se me acercó, después que concluí una
charla al aire libre y me dijo: «Señor McDowell, usted está basando sus
afirmaciones con respecto a Cristo en un documento secundario el cual es
obsoleto. Hoy demostré en mi clase que el Nuevo Testamento fue escrito
mucho tiempo después de Cristo; por lo cual, lo que allí se registra no
puede ser exacto.»

Yo le respondí: «Sus opiniones o conclusiones, con respecto al


Nuevo Testamento tienen 25 años de atraso.»

Las opiniones de ese profesor con relación a los documentos que


hacen referencia a Jesús tienen su origen en las conclusiones del crítico
alemán, F. C. Baur. Este supuso que la mayoría de las Escrituras del
Nuevo Testamento no fueron escritas sino casi al final del siglo segundo
A.D., y llegó a la conclusión de que estos manuscritos
procedían básicamente de mitos o leyendas desarrollados durante
el período transcurrido entre la vida de Jesús y el tiempo en que los
documentos fueron escritos.
Sin embargo, en el siglo 20, los descubrimientos arqueológicos
han confirmado la exactitud de los manuscritos del Nuevo Testamento. El
descubrimiento de los antiguos manuscritos (el manuscrito John Ryland,
130 A.D.; el papiro Chester Beatty, 155 A.D.; y el papiro Bodmer II, del
año 200) sirvió de puente entre el tiempo de Cristo y los manuscritos
existentes de fecha posterior.

Millar Burrows de la Universidad de Yale, dice: «Otro resultado


de comparar el Nuevo Testamento griego con el lenguaje de los papiros
(descubiertos), es el aumento de confianza en la exacta transmisión
del texto del Nuevo Testamento». Descubrimientos de esta naturaleza han
acrecentado la seguridad de los eruditos en la confiabilidad de la Biblia.

Willium Albright, considerado el más destacado arqueólogo


bíblico a nivel mundial, escribe: «Podemos afirmar con absoluta seguridad
que ya no hay ninguna base sólida para determinar el tiempo en que se
escribió el Nuevo Testamento en fecha posterior al año 80 A.D. Esto
quiere decir que fue escrito dos generaciones antes de las fechas indicadas
por los críticos contemporáneos más radicales del Nuevo Testamento, las
cuales son los años 130 y 150”» .2 Él reitera este concepto en una
entrevista concedida a la revista Christianity Today (cristianismo Hoy):
«En mi opinión, cada uno de los libros del Nuevo Testamento fue
escrito por un judío bautizado entre el año 40 y el 80 del primer siglo A.D.
(Es muy probable que haya ocurrido entre el año 50 y el 75)»?
Sir William Ramsay es considerado uno de los arqueólogos de más
renombre en la historia. Estudió en una escuela alemana de historia que
enseñaba que el libro de Los Hechos fue producto de la mitad del siglo
segundo A.D., y no del primer siglo, como el libro parece dar a entender.
Luego de leer la crítica moderna acerca del libro de Los Hechos, llegó al
convencimiento de que ése no era un documento fidedigno con relación a
los acontecimientos de ese período de la historia (el año 50 A.D.) y que,
por lo tanto, no merecía que lo tuviera en consideración un historiador.
Así que, en su investigación sobre la historia del Asia Menor, Ramsay le
puso muy poca atención al Nuevo Testamento.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo, su investigación lo
obligó a considerar los escritos de Lucas. Observó la meticulosa precisión
de los detalles históricos, y paulatinamente empezó a cambiar su actitud
hacia el libro de Los Hechos. Se vio forzado a concluir que «Lucas es un
historiador de primera categoría ... este autor debe ser colocado al lado de
los más grandes historiadores”» .4 Como consecuencia de la exactitud de
los detalles, Ramsay aceptó al fin que Los Hechos no era un documento
del siglo segundo sino del primero.

Muchos de los críticos modernistas se están viendo obligados a considerar


que el Nuevo Testamento fue escrito en una fecha anterior a la que antes
habían fijado. Las conclusiones del doctor John A. T. Robinson, en su
nuevo libro Redating the New Testament (donde se establecen nuevas
fechas para la escritura del Nuevo Testamento), son asombrosamente
radicales. Su investigación lo condujo a la certidumbre de que todo el
Nuevo Testamento fue escrito antes de la caída de Jerusalén, hecho que
ocurrió en el 70 A.D.5

Hoy los críticos de «la forma» dicen que el material fue divulgado
oralmente hasta que fue escrito en la forma de Evangelios. Aunque el
período fue mucho más corto de lo que antes se creía, concluyen que los
relatos del Evangelio tomaron la forma de la literatura popular (leyendas,
cuentos, mitos y parábolas).

Una de las objeciones más grandes contra la idea del desarrollo de


la tradición oral, que sustentan los críticos de la forma, es que el período
de la tradición oral (tal como lo definen los críticos) no tiene la suficiente
duración para permitir las alteraciones que estos críticos alegan.
Con respecto a la brevedad del factor tiempo en relación con la escritura
del Nuevo Testamento, Simón Kistemaker, profesor de Biblia en la
Universidad de Dordt, escribe:44 Normalmente, la acumulación del folklore
entre los pueblos de culturas primitivas tomó muchas generaciones; es
un proceso gradual que se extendió a través de muchos siglos. Sin
embargo, de acuerdo a lo que dice el pensamiento de la crítica de la
forma, debemos concluir que los relatos de los Evangelios se produjeron y
coleccionaron en un tiempo menor que el de una generación. Según los
términos del enfoque de la crítica de la forma, la formación de
las unidades individuales del Evangelio tiene que ser entendida como un
proyecto comprimido con un acelerado curso de acción»

A. H. McNeile, ex Profesor de Divinidad en la Universidad de


Dublin, desafía el concepto de la tradición oral que sostienen los Críticos
de la Forma. Señala que los Críticos de la Forma no tratan la tradición de
las palabras de Jesús tan rigurosamente como debieran. Un cuidadoso
estudio de 1 Corintios 7:10, 12, 25 muestra la esmerada preservación y la
existencia de una genuina tradición de escribir estas palabras. En
la religión judía se acostumbraba que el estudiante aprendiera de memoria
las enseñanzas de los rabinos. Un buen alumno era como una cisterna
recubierta que no pierde una gota» (Mishna, Aboth, ii, 8). Si confiamos en
la teoría de C. F. Burney en su obra The Poetry oj Our Lord, (La poesía de
nuestro Señor», 1925), podemos asumir que mucha de la enseñanza de
nuestro Señor fue dada en la forma poética del arameo, con lo cual se
hacía fácil memorizarla.7

Paul L. Maier, profesor de historia antigua de la Universidad de


Occidente del Estado de Michigan, escribe: «Los argumentos según los
cuales el cristianismo creó su mito de la resurrección a lo largo de
un período de tiempo, o que los documentos originales fueron escritos
muchos años después del acontecimiento, simplemente no son objetivos» .8
Al analizar la Crítica de la Forma, Albright escribió: «Sólo los críticos
modernos, que carecen de método y perspectiva histórica, pueden tejer una
red especulativa como aquélla con la que los Críticos de la Forma han
rodeado la tradición del Evangelio». La conclusión personal de Albright
fue que un período de 20 a 50 años es tan insignificante que no permite
ninguna corrupción apreciable del contenido esencial, ni siquiera de
las palabras específicas de las declaraciones de Jesús».9
A menudo, cuando hablo con alguien acerca de la Biblia,
sarcásticamente responde que no puede confiarse en lo que dice la Biblia.
¿Por qué? Porque fue escrita hace casi dos mil años. Abundan los errores
y las discrepancias. Respondo diciendo que puedo confiar en las Sagradas
Escrituras. En seguida, presento un incidente que ocurrió durante una
conferencia en una clase de historia. Yo aseguré que personalmente creía
que había más evidencias que respaldaban la confiabilidad del Nuevo
Testamento que las existentes en favor de cualquier grupo de diez obras
de la literatura clásica en conjunto.

El profesor de la clase de historia, se sentó en una esquina con una


sonrisita burlona, como si estuviera diciendo: «¡Caramba! ¡Vaya, vaya!»
Yo le pregunté:

«¿De qué se ríe usted?»

«De la audacia suya al hacer la declaración, en una clase de


historia, de que el Nuevo Testamento es confiable», respondió. «Eso es
ridículo.»

Bien, realmente aprecio cuando alguno hace una declaración como


ésa, porque siempre me gusta hacer la siguiente pregunta, la cual nunca
me han contestado en forma positiva:

«Dígame, señor, desde su perspectiva como historiador, ¿cuáles


son las pruebas que usted aplica a cualquier obra literaria o histórica para
determinar si es exacta o fidedigna?»

Lo sorprendente fue que él no tema ninguna prueba.


Inmediatamente le dije: «Yo sí tengo algunas pruebas.» Soy de la opinión
que la confiabilidad histórica de las Sagradas Escrituras debe ser probada
utilizando los mismos criterios con los cuales son probados los
documentos históricos. El historiador militar C. Sanders enumera y explica
los tres principios básicos de la historiología. Son: la prueba bibliográfica,
la prueba de las evidencias internas y la prueba de las evidencias
externas»10

LA PRUEBA BIBLIOGRÁFICA

La prueba bibliográfica es un examen de la transmisión textual


mediante la cual los documentos llegaron hasta nosotros. En otras
palabras, al no tener los documentos originales, ¿cuán confiables son las
copias que tenemos en relación con el número de manuscritos (MSS) y el
intervalo de tiempo transcurrido entre el original y la copia existente?

Podemos apreciar la tremenda riqueza de autoridad del manuscrito


del Nuevo Testamento, al compararlo con material textual procedente de
otras fuentes antiguas notables.

Tenemos a nuestra disposición la historia escrita por Tucídides


(460-400 A.C.), la cual se basa sólo en ocho manuscritos que datan del
año 900 A.D., es decir, de 1,300 años después que él escribiera. Los
manuscritos de la historia de Herodoto son de una fecha
igualmente posterior y escasos, sin embargo, como lo dice F. F. Bruce,
«Ningún erudito en literatura clásica estaría dispuesto a escuchar el
argumento de que la autenticidad de Herodoto o de Tucídides sea puesta
en duda por el hecho de que los manuscritos más primitivos de sus obras
que podemos leer fueron escritos 1.300 años después de escritas las obras
originales».'1

Aristóteles escribió su obra Poética alrededor del 343 A.C. Sin


embargo, la más antigua copia que tenemos de ella data del 1.100 A.D.
Eso quiere decir que entre el original y esta copia hubo un período de
cerca de 1.400 años. Sólo existen cinco manuscritos de esta obra.
César compuso su Historia de las guerras gálicas entre el 58 y el
50 A. D. La autoridad de su obra, en lo que se refiere a manuscritos, se
basa en nueve o diez manuscritos escritos mil años después de su muerte.

Cuando llegamos a la autoridad del Nuevo Testamento en lo que a


manuscritos se refiere, en contraste, la abundancia de material es casi
desconcertante. Después de los descubrimientos de los antiguos
manuscritos en papiro que sirvieron como puente entre los tiempos de
Cristo y el siglo segundo, otros manuscritos en abundancia salieron a la
luz. Hoy existen más de 20,000 copias de manuscritos del Nuevo
Testamento. De la ¡liada, por ejemplo, existen 643 manuscritos, y es la
obra que ocupa el segundo lugar en cuanto a autoridad de manuscritos,
después del Nuevo Testamento.

Sir Frederic Kenyon quien fuera director y principal bibliotecario


del Museo Británico, y cuya autoridad es indiscutible, al investigar sobre
el valor de los documentos, concluye: «El intervalo entre las fechas de
la composición original y la más primitiva evidencia existente es tan
pequeño que, verdaderamente, es insignificante. De modo que, el último
bastión para dudar en cualquier forma de que las Escrituras nos
han llegado tal como fueron escritas, ha sido destruido. Tanto la
autenticidad como la integridad general de los libros del Nuevo
Testamento pueden considerarse como definitivamente establecidas».12

El erudito en Nuevo Testamento griego, J. Harold Greenlee,


añade: «Puesto que los eruditos aceptan como generalmente fidedignos los
escritos de los antiguos clásicos, aunque sus manuscritos más antiguos
fueron escritos muchísimo tiempo después que los originales, y el número
de manuscritos existentes es en muchos casos mínimo, queda claro que la
fidelidad del texto del Nuevo Testamento está igualmente confirmada».13

La aplicación de la prueba bibliográfica al Nuevo Testamento nos


confirma que, en lo que a manuscritos se refiere, tiene más autoridad que
cualquier obra de la literatura clásica. Si agregamos a esa autoridad
el hecho de que durante más de 100 años se le ha hecho una intensa crítica
textual al Nuevo Testamento, uno puede concluir que se ha establecido un
auténtico texto del Nuevo Testamento.

LA PRUEBA DE LAS EVIDENCIAS INTERNAS

Lo único que ha determinado la prueba bibliográfica es que el texto


que actualmente tenemos es el que originalmente se escribió. Todavía
queda por determinar si ese documento es creíble y hasta qué punto.
Esto corresponde a la crítica interna, que es la segunda prueba que C.
Sanders plantea sobre historicidad.

En este punto, la crítica literaria todavía sigue la máxima de


Aristóteles: «El beneficio de la duda se le debe atribuir al documento
mismo, no al crítico». Dicho de otra manera, y tal como John W.
Montgomery lo resume: «Uno tiene que oír las afirmaciones del
documento que está analizando, y no asumir que hay fraude o error, a
menos que el autor se descalifique a sí mismo mediante contradicciones o
aspectos inexactos conocidos con respecto a los hechos».14

El doctor Louis R. Gottschalk, ex profesor de historia en la


Universidad de Chicago, esquematiza su método histórico en una guía que
muchos usan en la investigación histórica. Gottschalk señala que la
«capacidad para decir la verdad» del escritor o del testigo le es útil al
historiador para determinar la credibilidad, «aunque el testimonio de esta
capacidad se encuentre en un documento obtenido por fuerza o mediante
fraude, o en cualquier otro sentido censurable, o se base en testimonios de
referencia, o proceda de un testigo interesado».15

Esta «capacidad para decir la verdad» está íntimamente


relacionada con la proximidad del testigo, tanto geográfica como
cronológicamente, a los acontecimientos que escribe. Los escritos del
Nuevo Testamento sobre la vida y la enseñanza de Jesús fueron redactados
por hombres que habían sido testigos oculares de los eventos reales y de
las enseñanzas de Cristo, o por personas que relataron lo que les
dijeron directamente los testigos oculares.

Lucas 1:1-3: «Puesto que ya muchos han tratado de poner en


orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal
como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y
fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí. después de
haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen,
escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo».

2 Pedro 1:16: «Porque no os hemos dado a conocer el poder y la


venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino
como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad».

I Juan 1:3: «... lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para
que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión
verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo».

San Juan 19:35: «Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es


verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis».

San Lucas 3:1: «En el año decimoquinto del imperio de Tiberio


César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de
Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de
Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia ...»

Esta proximidad a los acontecimientos que se escribieron es un


medio muy efectivo para certificar la exactitud de lo que retiene el testigo.
El historiador, sin embargo, también tiene que hacer frente al
testigo ocular que consciente o inconscientemente dice falsedades, aunque
haya estado cerca del evento y sea competente para decir la verdad.
Los datos que da el Nuevo Testamento acerca de Cristo estaban
en circulación durante la vida de aquéllos que vivieron cuando Cristo
estuvo en la tierra. Estas personas, realmente podían confirmar o negar
la exactitud de los acontecimientos. En defensa de su argumento a favor
del Evangelio, los apóstoles habían acudido al conocimiento común que se
tenía de Jesús, aun al enfrentar a sus más implacables oponentes. Ellos no
sólo dijeron: «Mirad, nosotros vimos esto», o «Nosotros oímos que...»;
sino que les devolvieron el reto, y justo frente a sus críticos más severos
dijeron: «Vosotros también sabéis acerca de estas cosas...» «Vosotros las
visteis; vosotros mismos sabéis acerca de ello». Es mejor que uno tenga
cuidado cuando les dice a sus opositores: «vosotros mismos lo
sabéis», pues si no tiene razón en lo que dice y si no es exacto, es
rechazado inmediatamente y se lo echarán en cara.

Hechos 2:22: «Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús


nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas,
prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como
vosotros mismos sabéis ...» Hechos 26:24-28: «Diciendo él estas cosas en
su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te
vuelven loco. Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que
hablo palabras de verdad y de cordura. Pues el rey sabe estas cosas,
delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso
que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón. ¿Crees,
oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. Entonces Agripa dijo a
Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano».

Con respecto al valor de la fuente primaria de los documentos del


Nuevo Testamento, F. F. Bruce dice: «Pero los predicadores primitivos no
sólo tuvieron que vérselas con testigos amistosos; hubo otros
que estuvieron menos dispuestos pero que también estaban enterados de
los hechos más importantes del ministerio y de la muerte de Jesús». Los
discípulos no podían exponerse a la presentación de datos inexactos,
mucho menos a la manipulación maliciosa de los hechos, pues habrían
sido descubiertos de inmediato por quienes se hubiesen sentido satisfechos
de poder hacerlo. Pero sucedió todo lo contrario: uno de los puntos fuertes
que surgen de la predicación inicial de los apóstoles, es la confianza con
que apelan a los conocimientos que tenían aquellos que los escuchaban.
No sólo dijeron: «Nosotros somos testigos de estas cosas», sino
que agregaron, «como vosotros mismos sabéis» (Hechos 2:22). Si hubiese
habido cualquier tendencia a apartarse de los hechos en cualquier sentido,
la presencia de posibles testigos hostiles en el auditorio habría servido
posteriormente de correctivo.16

Ernesto Trenchard, durante unos cincuenta años, enseñó exégesis


en España y su magisterio ha llegado a formar «escuela». Sus libros sobre
esta materia son conocidos en la América Latina. Comentando los
fragmentos correspondientes a Hechos 2:22 y 26:26-29, destaca las
amplias repercusiones que las obras de Jesús tuvieron en círculos nada
sospechosos de influencia cristiana: ...las características principales del
ministerio de Jesús eran conocidas por el reiterado testimonio de muchos
testigos, favorables o contrarios. Uno que se llamaba «Jesús Nazareno»
había vivido entre ellos y en los estrechos límites territoriales de
Palestina había llevado a cabo un ministerio extraordinario. Los milagros
eran innegables y formaban parte de la conversación en miles de hogares y
puntos de reunión de los judíos. Pedro declara que estas obras eran
las «credenciales» que Dios dio a este Varón con el fin de que todos
supiesen que Su misión era divina.

«El ministerio de Jesucristo había dejado honda huella en la


memoria de los habitantes de Jerusalén, y aun los incrédulos en cuanto a la
misión mesiánica de Jesús reconocen que alguien ‘poderoso en palabra
y hechos había recorrido los caminos de Galilea y de Judea, y que
extraños acontecimientos que nunca se habían explicado
satisfactoriamente, acontecieron en Palestina. El testimonio de Jesucristo y
de sus apóstoles no se llevó a cabo en ‘algún rincón’ sino a la vista de
todo el pueblo, desde los grandes hasta los pequeños».17
Will Durant, quien se preparó para la disciplina de la investigación
histórica, y pasó su vida analizando documentos de la antigüedad, escribe:
“» A pesar de los prejuicios y de los conceptos teológicos preconcebidos
de los evangelistas, ellos registran muchos incidentes que, si sólo hubieran
sido inventores, los hubieran encubierto: la competencia entre los
apóstoles para lograr los primeros puestos en el reino, la huida de ellos
luego del arresto de Jesús, la negación de Pedro, el hecho de que Cristo no
hizo milagros en Galilea, las referencias que algunos de sus oyentes
hicieron a la posibilidad de que Jesús estaba loco, la incertidumbre inicial
de Jesús con respecto a su misión, la confesión que Él hizo de ignorancia
con respecto al futuro, los momentos de amargura que experimentó,
el clamor desesperado que expresó en la cruz. Nadie que esté leyendo
estas escenas puede dudar de la realidad del Personaje que hay en ellas.
Que unos pocos hombres sencillos hubieran inventado en una sola
generación una Personalidad tan poderosa y atrayente, tan excelsa y
ética, y tan inspiradora de una visión de hermandad humana, hubiera sido
un milagro mucho más increíble que cualquiera de los que se registran en
los Evangelios. Luego de dos siglos de alta crítica, los bosquejos de la
vida, el carácter y la enseñanza de Cristo permanecen razonablemente
claros, y constituyen el más fascinante rasgo de la historia del hombre
occidental”».18

LA PRUEBA DE LAS EVIDENCIAS EXTERNAS

La tercera prueba de la historicidad es la de las evidencias


externas. Lo que se discute en este caso es si otro material histórico
confirma o niega el testimonio interno de los documentos en cuestión. En
otras palabras, ¿cuáles son las fuentes que existen, fuera de la literatura
que se está analizando, que comprueban su exactitud, confiabilidad y
autenticidad?

Gottschalk argumenta que «la conformidad o el acuerdo con otros


hechos conocidos, históricos o científicos, es a menudo la prueba decisiva
del testimonio, bien sea de uno o más testigos».,5
Dos amigos del apóstol Juan confirman la evidencia interna de los
informes de Juan. El historiador Eusebio preserva escritos de Papias,
arzobispo de Hierápolis (130 A.D.) El Anciano (el apóstol Juan)
acostumbraba decir también esto: «Y el Presbítero (el apóstol Juan) decía
esto: Marcos, habiendo sido el intérprete de Pedro, escribió con mucha
exactitud todo lo que él (Pedro) mencionó acerca de lo dicho y hecho
por Cristo, aunque no ordenadamente. Porque Marcos no había oído al
Señor ni lo había seguido, sino, como dije, a Pedro, el cual ajustaba sus
enseñanzas según las necesidades y no como si estuviera haciendo una
compilación de los dichos del Señor. Por lo tanto, Marcos no cometió
errores al escribir las cosas tal como las menciona; y es que puso atención
en una sola cosa: no omitir nada de cuanto había escuchado ni incluir
ninguna declaración falsa entre todo ello».19

Ireneo, obispo de Lyon (180 A.D. Ireneo, fue discípulo de


Policarpo, arzobispo de Esmirna, quien había sido cristiano durante 86
años, y fue discípulo de Juan el apóstol), escribió: «Mateo publicó su
Evangelio entre los hebreos (es decir, judíos) en su propia lengua,
cuando Pedro y Pablo estaban predicando el Evangelio en Roma y
fortaleciendo a la iglesia allí. Después de su partida (es decir, su muerte,
que una sólida tradición coloca en el tiempo de la persecución neroniana
en el año 64), Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro, personalmente
nos entregó por escrito la sustancia de la predicación de Pedro. Lucas, el
compañero de Pablo, escribió en un libro el Evangelio predicado por su
maestro. Entonces Juan, el discípulo del Señor, el que se recostó sobre el
pecho de Jesús (ésta es una referencia a Juan 13:25; 21:20), produjo su
propio Evangelio mientras vivía en Efeso, en Asia»20

La arqueología ofrece frecuentemente un poderoso testimonio


externo. Contribuye a la crítica bíblica, no en sentido de la inspiración y
de la revelación, sino por el hecho de las evidencias que provee sobre la
exactitud de los acontecimientos que se narran. El arqueólogo Joseph Free
escribe: «La arqueología ha confirmado innumerables pasajes que han sido
rechazados por los críticos por considerarlos anti-históricos o
contradictorios de los hechos conocidos»2

Ya vimos que la arqueología hizo que Sir William Ramsey


cambiara sus convicciones, al principio negativas, acerca de la historicidad
de Lucas, y llegara a la conclusión de que el libro de Los Hechos era
exacto en su descripción de la topografía, las antigüedades y la sociedad
del Asia Menor.

F. F. Bruce dice que «donde se ha sospechado que Lucas fue


inexacto, y la exactitud ha sido vindicada la evidencia de alguna
inscripción (evidencia externa), se puede decir legítimamente que la
arqueología ha confirmado los datos del Nuevo Testamento».22

A. N. Sherwin-White, un historiador clásico, escribe que «para el


libro de Los Hechos, la confirmación de su historicidad es abrumadora».
Continúa diciendo que «cualquier intento de rechazar su
historicidad básica, aun en materia de detalles, ahora puede
parecer absurdo. Los historiadores romanos hace mucho tiempo que lo
consideran verídico».23

Después de intentar personalmente aniquilar la historicidad y la


validez de las Sagradas Escrituras, he llegado a la conclusión de que son
históricamente fidedignas. Si alguna persona descarta la Biblia, por no
considerarla veraz en este sentido, tendrá que descartar casi toda la
literatura de la antigüedad. Uno de los problemas que constantemente
enfrento, es la intención de muchos, de aplicar un patrón o prueba a
la literatura secular, y otra a la Biblia. Tenemos que aplicar la misma
prueba, si la literatura que se investiga es secular o religiosa. Habiendo
hecho esto, creo que podemos decir: «La Biblia es fidedigna, y su
testimonio acerca de Jesús es cierto».
El doctor Clark H. Pinnock, profesor de teología sistemática en la
Universidad Regent, refiriéndose a la Biblia declara: «No existe un
documento del mundo antiguo cuyo testimonio sea un conjunto textual e
histórico tan coherente y espléndido, que ofrezca una combinación tan
monumental de datos históricos, los cuales permiten hacer una decisión
inteligente. Una persona intelectual mente honesta no puede desechar una
fuente de esta clase. El escepticismo con respecto a las credenciales
históricas del cristianismo se basa en un prejuicio no razonable, que se
opone a todo lo sobrenatural.»24
CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

CAPÍTULO IV

1. Millar Burrows, What Mean These Stones ( ¿Qué significan estas


piedras?), Nueva York, Meridian Books, 1956, p, 52.

2. William F. Albright, Recent Discoveries in Bible


Lands (Descubrimientos recientes en las tierras bíblicas), Nueva York,
Funk and Wagnalls, 1955, p. 136.

3. William F. Albright, Christianity Today, Vol. 7, 18 de enero de 1963,


p. 3.

4. Sir William Ramsay, The Bearing of Recent Discovery on the


Trustworthiness ofthe New Testament (Testimonio de los descubrimientos
recientes sobre la veracidad del Nuevo Testamento), Londres, Hodder and
Stough-ton, 1915, p. 222.

5. John A. T. Robinson, Redating the New Testament (Se establecen


nuevas fechas para la escritura del Nuevo Testamento), Londres, SCM
Press, 1976.

6. Simón Kistemaker, The Gospels in Current Study (Los Evangelios en


el estudio actual), Grand Rapids, Baker Book House, 1972, pp. 48, 49.

7. A. H. McNeile, An Introduction to the Study ofthe New Testament


(Introducción al estudio del Nuevo Testamento), Londres, Oxford
University Press, 1953, p. 54.
8. Paul L. Maier, First Easter: The True and Unfamiliar Story (El primer
día de resurrección: La historia verdadera y rara), Nueva York, Harper and
Row, 1973, p. 122.

9. William F. Albright, From the Stone Age to Christianity (Desde la


edad de piedra al cristianismo), segunda edición, Baltimore, John Hopkins
Press, 1946, pp. 297,298.

10. C. Sanders, Introduction to Research in English Lite-rary History


(Introducción a la investigación de la historia literaria inglesa), Nueva
York, Macmillan Com-pany, 1952, p. 143 y siguientes.

11. F. F. Bruce, The New Testament Documents: Are They Relialble?


(Los documentos del Nuevo Testamento: ¿Son confiables?), Downers
Grove, Illinois 60515; In-terVarsity Press, 1964, p. 16 y siguientes; p. 33.

12. Sir Frederic Kenyon, The Bible and Archaeology (La Biblia y la
arqueología), Nueva York, Harper and Row, 1940, pp. 288,289.

13. J. Harold Greenlee, Introduction to New Testament Textual


Criticism (Introducción a la crítica textual del Nuevo Testamento), Grand
Rapids, William B. Eerd-mans Publishing Company, 1964, p. 16.

14. John Warwick Montgomery, History and Christianity (Historia y


cristianismo), Downers Grove, Illinois, Inter Varsity Press, 1971, p. 29.

15. Louis R. Gottschalk, Understanding History (Comprensión de la


historia), Nueva York, Knopf, 1969, segunda edición, pp. 150; 161; 168.

16. F. F. Bruce, M. A. ¿Son fidedignos los documentos del Nuevo


Testamento? Traducido al castellano por Daniel Hall. (Editorial Caribe,
San José, Costa Rica, 1957), p. 47.
17. Ernesto Trenchard, Los Hechos de los Apóstoles: Un Comentario,
Biblioteca de Cursos de Estudio Bíblico (Literatura Bíblica, Madrid,
1964), pp. 70 y 546.

18. Will Durant, Caesar and Christ, en The Story ofCiviliza-tion Vol 3,
(César y Cristo, en La historia de la civilización), Nueva York, Simón &
Schuster, 1944, p, 557.

19. Eusebio de Cesárea. Historia Eclesiástica 111:39, 15. Texto Versión


española, introducción y notas por Argimiro Velasco Delgado, O. P.
(B.A.C., Madrid, 1973), I,p. 194.

20. Ireneo, Contra herejías 3:1.1.

21. Joseph Free, Archaeology and Bihle History (La arqueología y la


historia bíblica), Wheaton, Illinois, Scripture Press, 1969, p. 22.

22 F. F. Bruce, “»Archaeological Confirmation ofthe New Testament”»


(Confirmación arqueológica del Nuevo Testamento), en la obra Revelation
and the Bible (La revelación y la Biblia), editado por Cari Henry, Grand
Rapids, Baker Book House, 1969, p. 331.

23. A. N. Sherwin-White, Román Society and Román Law in the New


Testament (La sociedad romana y la ley romana en el Nuevo Testamento),
Oxford, Clarendon Press, 1963, p. 189.

24. Clark Pinnock, Set Forth Your Case (Establezca su argumento),


Nueva Jersey, The Craig Press, 1968, p. 58.
CAPÍTULO V

¿Quién moriría por una mentira?


Una de las áreas que frecuentemente se omite entre los retos que se le
hacen al cristianismo es la transformación de los apóstoles de Jesús. Sus
vidas cambiadas manifiestan un sólido testimonio que valida las
afirmaciones del Señor. Siendo que la fe cristiana es histórica, para poder
investigarla debemos confiar firmemente en el testimonio, tanto escrito
como oral.

Hay muchas definiciones de historia, pero la que prefiero es ésta:


«es un conocimiento del pasado basado en el testimonio». Si alguien dice:
«Yo no creo que esa sea una buena definición»; le pregunto: «¿Cree usted
que Napoleón vivió?» La respuesta casi siempre es: «Sí». «¿Lo ha visto
usted?» Y se me responde que no. «Entonces, ¿cómo lo sabe?» Bueno,
sencillamente está confiando en el testimonio.

Esta definición de historia tiene un problema inherente. El


testimonio debe ser confiable, pues de lo contrario, quien lo oiga estará
mal informado.

El cristianismo implica conocimiento del pasado que se


fundamenta en el testimonio; de manera que podemos preguntar: «¿Fueron
fidedignos los testimonios orales originales acerca de Jesús? ¿Se puede
confiar en que ellos transmiten correctamente lo que Jesús dijo e hizo?»
Yo creo que sí.

Puedo confiar en el testimonio de los apóstoles porque, de aquellos


12 hombres, 11 murieron mártires por causa de dos cosas: la resurrección
de Cristo y su Fe en Él como Hijo de Dios. Ellos fueron torturados
y flagelados, y finalmente se enfrentaron a la muerte, la cual se les aplicó
por medio de algunos de los métodos más crueles entonces conocidos:
1) Pedro, crucificado.
2) Andrés, crucificado.
3) Mateo, a espada.
4) Juan, murió de muerte natural.
5) Santiago, hijo de Alfeo, crucificado.
6) Felipe, crucificado.
7) Simón, crucificado.
8) Tadeo, asesinado por las flechas enemigas.
9) Santiago, el hermano de Jesús, apedreado.
10) Tomás, con una lanza.
11) Bartolomé, crucificado.
12) Santiago (Jacobo), hijo de Zebedeo, a filo de espada.
La respuesta que suele oírse detrás de todo esto es: «¿Y eso qué, si
mucha gente ha muerto por defender una mentira; de manera que, ¿Qué
prueba ese hecho?» Sí, mucha gente ha muerto por defender una mentira,
pero porque pensaban que era la verdad. Ahora bien, si la resurrección
nunca hubiera ocurrido (si esto hubiera sido falso), los discípulos lo
hubieran sabido. No encuentro la manera de demostrar que ellos hubieran
podido estar engañados. Por lo tanto, estos once hombres no sólo hubieran
muerto por una mentira (aquí está el meollo del asunto), sino que también
sabían que era una mentira. Sería difícil hallar un grupo de 11 personas en
la historia que hayan muerto por defender una mentira, sabiendo que era
mentira.

Tenemos que estar enterados de varios factores a fin de poder


apreciar lo que ellos hicieron. Primero, cuando los apóstoles escribieron o
hablaron, lo hicieron como testigos oculares de los acontecimientos
que describían.

Pedro dijo: «Porque no os hemos dado a conocer el poder y la


venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino
como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad» (2 Pedro
1:16). Los apóstoles indiscutiblemente sabían la diferencia entre mito,
leyenda y realidad.

Juan destacó la importancia del testimonio ocular para los judíos:


«Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras
manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la
hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba
con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os
anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y
nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo
Jesucristo» (1 Juan 1:1-3).
Lucas dijo: «Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden
la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como
nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y
fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de
haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen,
escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo”» (San Lucas 1:1-3).

Del mismo modo, en el libro de Los Hechos, Lucas describió el


período de 40 días después de la resurrección, cuando los seguidores del
Señor lo observaron muy de las cosas que Jesús comenzó a hacer y a
enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber
dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había
escogido; a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo
con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y
hablándoles acerca del reino de Dios (Hechos 1:1-3).

Juan comienza la última parte de su Evangelio diciendo «Hizo


además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las
cuales no están escritas en este libro» (Juan 20:30).

El contenido principal de estos testimonios oculares estaba


vinculado con la resurrección. Los apóstoles fueron testigos de la vida
resucitada del Señor: Hechos 3:15 Hechos 4:33 Hechos 5:32 Hechos
10:39 1 Juan 1:2 Hechos 22:15 Hechos 23:11 Hechos 26:16, San Lucas
24:48 San Juan 15:27 Hechos 1:8 Hechos 2:24,32 Hechos 10:41 Hechos
13:31 1 Corintios 15:4-9 1 Corintios 15:15

En segundo lugar, los apóstoles mismos tenían que estar


convencidos de que Jesús había resucitado de los muertos. Al principio, no
lo creyeron. Habían huido y se habían escondido (San Marcos 14:50). No
titubearon en expresar sus dudas. Sólo creyeron después de tener amplias
y convincentes evidencias. Es lo que ocurrió con Tomás, quien dijo que no
creería que Cristo había resucitado de los muertos hasta que pusiera el
dedo en las marcas de los clavos. Posteriormente, Tomás murió como
mártir por la causa de Cristo. ¿Estaba él engañado? Él apostó su vida a
que no estaba engañado.

Veamos ahora a Pedro El negó a Cristo varias veces, mientras el


Señor era juzgado. Finalmente, abandonó a Jesús. Sin embargo, algo le
sucedió a este cobarde. Poco tiempo después de la crucifixión y sepultura
de Cristo, Pedro se presentó públicamente en Jerusalén a pesar de las
amenazas de muerte, predicando intrépidamente que Jesús era el Cristo y
que había resucitado. Finalmente, Pedro fue crucificado con la cabeza
hacia abajo. ¿Estaba él engañado? ¿Qué le había ocurrido? ¿Qué era lo que
lo había transformado en forma tan dramática en un osado león por la
causa de Jesús? ¿Por qué estaba dispuesto a morir por Cristo? La única
explicación que me satisface está en 1 Corintios 15:5: «y que apareció a
Cefas (Pedro)» (véase San Juan 1:42).

Un ejemplo clásico de un hombre convencido contra su propia


voluntad fue el de Jacobo, el hermano de Jesús (véase San Mateo 13:55;
San Marcos 6:3). Aunque Jacobo no fue uno de los doce apóstoles
originales (San Mateo 10:2-4), fue posteriormente reconocido como tal
(Gálatas 1:19), como también lo fueron Pablo y Bernabé (Hechos 14:14).
Cuando el Señor estaba vivo, Jacobo no creyó en su hermano Jesús como
el Hijo de Dios (San Juan 7:5). Tanto él, como sus hermanos y hermanas,
pudo haberlo despreciado. '«¿Quieres que el pueblo crea en ti? Bien, ¿por
qué no te vas a Jerusalén y haces allí tus obras?» Para Jacobo tuvo que
haber sido humillante el hecho de que Jesús andaba por los alrededores
trayéndole ridículo a la familia mediante sus afirmaciones («Yo soy el
camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí», San Juan
14:6; «Yo soy el buen pastor; ... y... mis ovejas ... me conocen», Juan
10:14).

Sin embargo, algo le ocurrió a Jacobo. Después que Jesús fue


crucificado y sepultado, hallamos a Jacobo predicando en Jerusalén. Su
mensaje era que Jesús murió por los pecados, resucitó y está vivo. Con
el tiempo, Jacobo llegó a ser una de las columnas de la Iglesia en
Jerusalén, y escribió un libro: La epístola universal de Santiago. Lo
comenzó de la siguiente manera: «Santiago, siervo de Dios y del Señor
Jesucristo». Se refería a su Hermano. Posteriormente, Santiago murió
como mártir, apedreado por orden de Ananías el sumo sacerdote (Josefo).
¿Estaba engañado Jacobo? ¡No! La única explicación posible se halla en I
Corintios 15:7: «Después apareció a Jacobo».

Si la resurrección fue una mentira, los apóstoles lo hubieran


sabido. ¿Estaban ellos perpetuando un fraude colosal? Esa posibilidad es
incompatible con lo que sabemos acerca de la calidad moral de sus vidas.
Ellos condenaron personalmente la mentira y dieron importancia a la
veracidad. Animaron al pueblo a conocer la verdad. El historiador Edward
Gibbon, en su famosa obra The History of the Decline and Fall of the
Román Empire (Historia de la decadencia y caída del Imperio
Romano), da como una de las razones del rápido éxito del cristianismo,
«la más pura y austera moral de los primeros cristianos». Michael Green,
rector de la Universidad de San Juan, en Nottingham, observa que la
resurrección «fue la creencia que cambió los corazones quebrantados de
los seguidores de un rabino crucificado, en unos valerosos testigos y
mártires de la iglesia primitiva. Esta fue la confesión que separó a los
seguidores de Jesús de los judíos, y los transformó en la comunidad de
la resurrección. Los podían poner en la cárcel, flagelarlos, matarlos, pero
no podían hacer que ellos negaran su convicción de que, al tercer día, él
resucitó».1

En tercer lugar, la intrépida conducta de los apóstoles,


inmediatamente después que se convencieron de la resurrección, hace
improbable que todo ello fuera un fraude. Se convirtieron en personas
decididas casi de la noche a la mañana. Pedro, quien había negado
a Cristo, se puso en pie, y aun ante las amenazas de muerte, proclamó que
Jesús vivía después de haber resucitado. Las autoridades arrestaron a los
seguidores de Cristo y los azotaron; sin embargo, los azotados pronto
volvieron a la calle para hablar nuevamente de Jesús (Hechos 5:40-42).
Los amigos de ellos les notaron el ánimo que tenían, y sus enemigos se
dieron cuenta del valor que demostraban. Ellos tampoco predicaron en un
pueblo pequeño y olvidado, sino en Jerusalén.

Los seguidores de Jesús no hubieran podido enfrentarse a la tortura


y a la muerte, a menos de que hubiesen estado absolutamente convencidos
de la resurrección de Jesús. La unidad de su mensaje y el
desarrollo posterior de su conducta fue sorprendente. Cabe la posibilidad
de que haya discrepancias en un grupo numeroso; sin embargo, todos ellos
estuvieron totalmente de acuerdo en cuanto al hecho de la resurrección. Si
ellos estaban engañados, es difícil explicar por qué ninguno de ellos cedió
al estar sometido a presión.

Pascal, el filósofo francés, escribió: «El argumento según el cual


los apóstoles fueron impostores es absolutamente absurdo. Sigamos esta
acusación hasta su conclusión lógica: Imaginémonos a aquellos
once hombres reunidos luego de la muerte de Jesucristo, haciendo la
decisión de conspirar para decir que Él había resucitado. Eso hubiera
constituido un ataque tanto contra las autoridades civiles como contra las
religiosas. El corazón del hombre está extrañamente inclinado a la
inconstancia y al cambio; las promesas lo hacen vacilar; las cosas
materiales lo tientan. Si alguno de esos hombres se hubiera rendido a
tentaciones tan seductoras, o se hubiera entregado a los más apremiantes
argumentos de la prisión y la tortura, todos se hubieran perdido».2

«¿Cómo se cambió, casi de la noche a la mañana», pregunta


Michael Green, «este grupo de entusiastas que desafiaron la oposición, el
cinismo, el ridículo, las penurias, la prisión y la muerte en tres
continentes, mientras en todas partes predicaban a Jesús y la
resurrección?»3

Un escritor desconocido narra descriptivamente los cambios que


ocurrieron en las vidas de los apóstoles: «El día de la crucifixión estaban
llenos de tristeza; el primer día de la semana, de alegría. En la
crucifixión estaban sin esperanza; el primer día de la semana,
sus corazones se iluminaron de certidumbre y esperanza. Cuando les llegó
por primera vez el mensaje de la resurrección, se manifestaron incrédulos
y fue difícil convencerlos, pero tan pronto como llegaron a estar seguros
de este hecho, nunca volvieron a dudar de él. ¿Cuál sería la explicación de
tan sorprendente cambio en estos hombres en un tiempo tan corto? El sólo
hecho de que el cuerpo haya sido removido del sepulcro nunca hubiera
podido transformar sus espíritus y caracteres. Tres días no hubieran sido
suficientes para que brotara una leyenda que los afectara tanto.

Se necesita tiempo para un proceso de crecimiento legendario. Lo


que a ellos les sucedió es un hecho psicológico que demanda una completa
explicación. Pensemos en el carácter de los testigos: hombres y mujeres
que le dieron al mundo la enseñanza ética más elevada que jamás se haya
conocido, y que, según el testimonio de sus enemigos, la pusieron en
práctica en sus vidas. Pensemos en el absurdo psicológico de imaginarnos
a un grupito de individuos deprimidos, que un día estaban encogidos de
miedo en el Aposento Alto, y unos pocos días después se transformaron
en una compañía que ninguna persecución pudo silenciar; y luego tratar de
atribuir este dramático cambio a nada más convincente que una invención
que ellos estaban tratando de imponer al mundo. Simplemente, eso carece
de sentido».

Kenneth Scott Latourette escribe: «Los efectos de la resurrección


y del descenso del Espíritu Santo sobre los discípulos fueron... de suprema
importancia. Hombres y mujeres desanimados y desilusionados que
tristemente recordaban los días en que ellos habían esperado que Jesús era
el que había de redimir a Israel, se convirtieron en una compañía de
entusiastas testigos».4

Paul Little pregunta: «Estos hombres quienes ayudaron a


transformar la estructura moral de la sociedad, ¿fueron mentirosos
consumados o dementes fascinados? Es más difícil creer en estas
alternativas que creer el hecho de la resurrección, y no existe ni una pizca
de evidencia que las apoye».5

La firmeza de los apóstoles, hasta la muerte, no se puede explicar


de cualquier modo. Según la «Encyclopedia Britannica “» (Enciclopedia
Británica), Orígenes registra que Pedro fue crucificado con la cabeza
hacia abajo Herbert Workman describe la muerte de Pedro: «Así Pedro,
como nuestro Señor había profetizado, fue ceñido por otro y llevado a
morir en la Vía Aurelia, en un inclemente lugar que estaba cercano a los
jardines de Nerón sobre la colina del Vaticano, donde muchísimos de sus
hermanos ya habían sufrido una muerte cruel. Por petición propia, Pedro
fue crucificado con la cabeza hacia abajo, pues se consideró indigno de
sufrir como su Maestro» ,6

Harold Mattingly, en su texto de historia, escribe: «Los apóstoles


San Pedro y San Pablo, ¿sellaron su testimonio con su propia sangre»?
Tertuliano escribió que «ningún hombre estaría dispuesto a morir a
menos que estuviera seguro de poseer la verdad».8 Simón Greenleaf,
profesor de leyes de la Universidad de Harvard, hombre que durante años
dictó conferencias sobre cómo quebrantar a un testigo y determinar si
está mintiendo o no, concluye: «Difícilmente nos ofrecen los anales de las
guerras un ejemplo igual de constancia heroica, de paciencia y de
intrépido valor. Ellos tuvieron todos los motivos posibles para revisar
cuidadosamente los fundamentos de su fe y las evidencias de los grandes
hechos y verdades que ellos mismos afirmaban».9

Los apóstoles se sometieron a la prueba de la muerte para


confirmar la veracidad de lo que proclamaban. Creo que puedo confiar en
este testimonio más que en el de la mayoría de las personas que encuentro
hoy, individuos que no están dispuestos ni siquiera a pasar al otro lado de
la calle en apoyo de lo que creen y, mucho menos a morir por esa causa.
CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

CAPÍTULO V

1. M ichael Green, “» Prefacio del Editor”» en George Eldon Ladd, l


Believe in the Resurrection of Jesús (Creo en la resurrección de Jesús),
Grand Rapids, William B. Eerdmans Publishing Co., 1975.

2. Robert W. Gleason (Editor), The Essential Pascal (El esencial Pascal).


Traducido al inglés por G. F. Pullen Nueva York, Mentor-Omega Books,
1966, p. 187.

3. Michael Green, ManAlive! (¡Hombre vivo!), Downers Grove, Illinois,


InterVarsity Press, 1968, pp. 23, 24.

4. Kenneth Scott Latourette, A History of Christianity (Historia del


cristianismo), Nueva York, Harper and Brothers Publishers, 1937, Vol. I,
p. 59.

5. Paul Little, Know Why You Believe (Entiende por qué crees),
Wheaton, Illinois, Scripture Press Publications, Inc., 1971, p. 63.

6. Herbert B. Workman, The Martyrs of the Early Church (Los mártires


de la iglesia primitiva), Londres, Charles H. Kelly, 1913, pp. 18, 19.

7. Hirold Mattingly, Román Imperial Civilization (La civilización


imperial romana), Londres, Edward Ar-nold Publishers, Ltd., 1967, p. 226.

8. Gastón Foote, The Transformation of the Twelve (La transformación


de los doce), Nashville, Abingdon Press 1958, p. 12.
9. Simón Greenleaf, An Examination of the Testimony oj the Foitr
Evangelists by the Rules ofEvidence Adminis-tered in the Courts of
Justice (Examen del testimonio de los cuatro evangelistas según las
normas que se aplican a los testimonios en los tribunales de
justicia) Grand Rapids, Baker Book House, 1965, reimpresión de la
edición de 1874, Nueva York, J. Cockroft and Co., p. 29.
CAPITULO VI

¿Para qué sirve un Mesías muerto?


Muchos han muerto por una causa justa. Consideremos al estudiante de
San Diego, California, quien se prendió fuego, suicidándose en protesta
contra la guerra de Vietnam. En la década de los 60, muchos budistas se
quemaron con el fin de llamar la atención del mundo hacia la región sur-
oriental de Asia.

El problema que ocurrió con los apóstoles fue que su buena causa
murió en la cruz. Ellos creyeron que Jesús era el Mesías. Jamás pensaron
que Él podía morir. Estaban convencidos de que el reino de Dios sería
establecido por Él, y que reinaría sobre el pueblo de Israel.

A fin de comprender la relación de los apóstoles con Cristo, y


entender por qué la cruz les resultaba incomprensible, debemos captar la
actitud que había hacia el Mesías en el tiempo de Cristo.

La vida y las enseñanzas de Jesús estaban en serio conflicto con la


especulación mesiánica de los judíos de ese entonces. Desde la infancia, se
le enseñaba al judío que cuando el Mesías viniera, sería un líder
dominante, victorioso y político. El libertaría a los judíos del poder
extranjero, y restauraría a Israel al lugar que le correspondía. La noción de
un Mesías sufriente era «completamente extraña a la concepción judía del
mesianismo».1

E. F. Scott nos da su explicación con respecto al tiempo de Cristo:


«Fue un período de intensa excitación. Los líderes religiosos se dieron
cuenta que era casi imposible reprimir el fervor del pueblo, que en todas
partes esperaba la aparición del Libertador prometido. Esta esperanza, sin
ninguna duda, había aumentado por los recientes sucesos históricos.

«Durante más de una generación, los romanos se habían


inmiscuido en la vida del pueblo judío, y sus medidas represivas incitaban
el espíritu patriótico hacia la revolución. El sueño de una liberación
portentosa, y de un Mesías rey que la ejecutaría, adquirió un nuevo
significado en ese tiempo crítico. Sin embargo, eso no era nada nuevo.
Detrás del fermento del cual tenemos evidencia en los Evangelios,
podemos discernir un largo período de creciente anticipación.

«Para el pueblo en general, el Mesías seguía siendo lo que había


sido para Isaías y sus contemporáneos: el Hijo de David que traería
victoria y prosperidad a la nación judía. A la luz de las referencias del
Evangelio, difícilmente se puede dudar de que la concepción popular que
se tenía del Mesías era principalmente nacional y política»

El erudito judío Joseph Klausner escribe: «El Mesías llegó a ser


cada vez más, no sólo un prominente jefe político, sino también un
hombre de prominentes cualidades morales”».3 Jacob Gartenhaus refleja
las creencias prevalecientes entre los judíos del tiempo de Cristo: «Los
judíos esperaban al Mesías como aquel que los libertaría de la opresión
romana ... la esperanza mesiánica era, básicamente, una liberación
nacional»4

La Enciclopedia Judía declara que los judíos «anhelaban al


prometido libertador de la casa de David, que los libertaría del yugo del
abominable usurpador extranjero, y pondría fin al impío dominio romano,
y en su lugar establecería su propio reino de paz y justicia».5 En ese
tiempo, los judíos se refugiaban en el Mesías prometido y los apóstoles
tenían las mismas creencias del pueblo que los rodeaba. Como dice Miller
Burrows, «Jesús era tan diferente a lo que todos esperaban que fuera el
hijo de David, que sus propios discípulos estimaron casi imposible
conectar la idea del Mesías con 11» .6 Las graves informaciones que Jesús
les dio con relación a su crucifixión no fueron bien recibidas por sus
discípulos (San Lucas 9:22). «Parece haber existido la esperanza», observa
A. B. Bruce, «de que Él tenía un punto de vista muy deprimente de la
situación, y que sus temores resultarían sin base ... un Cristo crucificado
era un escándalo y una contradicción para los apóstoles; exactamente
como continuó siéndolo para la mayoría del pueblo judío después que el
Señor ascendió a la gloria».7

Alfred Edersheim, quien fue catedrático en Grinfield sobre la


Versión de los Setenta en Oxford, tuvo razón al llegar a la conclusión de
que «lo más disímil en torno a Cristo fueron sus propios tiempos».8

Uno puede detectar en el Nuevo Testamento la actitud de los


apóstoles hacia Cristo: su expectación de un Mesías reinante. Después que
Jesús les dijo a sus discípulos que tenía que subir a Jerusalén y padecer,
Jacobo y Juan le pidieron que les prometiera que en su reino ellos podrían
sentarse, uno a su derecha, y el otro a su izquierda (San Marcos 10:32-38).
¿En qué tipo de Mesías estaban pensando ellos? ¿En un Mesías sufriente,
crucificado? Por supuesto que no, sino en un jefe político. Jesús
les explicó que habían entendido mal lo que Él había venido a hacer; no
sabían lo que estaban pidiendo. Cuando Jesús predijo sus sufrimientos y
crucifixión, los doce apóstoles no pudieron ni siquiera imaginarse lo que
quería decir (San Lucas 18:31-34). Debido a sus tradiciones y formación
religiosa, los apóstoles creían haber dado con la solución de sus
problemas. Luego llegó el Calvario. Se diluyeron todas las esperanzas
de que Jesús fuera su Mesías. Desanimados, regresaron a sus hogares.
¡Habían perdido todos esos años!

El doctor George Eldon Ladd, profesor de Nuevo Testamento en el


Seminario Teológico Fuller, en Pasadena, California, escribe «Esta fue
también la razón por la cual sus discípulos lo abandonaron en cuanto
fue arrestado. Sus mentes estaban totalmente persuadidas con la idea de un
Mesías conquistador, cuyo papel era el de someter a sus enemigos. Sin
embargo, cuando lo vieron aparentemente vencido y derramando
sangre bajo la furia de los latigazos, como prisionero indefenso en las
manos de Pilato, y que después fue sacado de la ciudad, se despedazaron
todas las esperanzas mesiánicas que habían puesto en Jesús. Es un hecho
psicológico que sólo oímos aquello que estamos preparados para
comprender. Las predicciones de Jesús con respecto a sus sufrimientos y
muerte cayeron en oídos sordos. Los discípulos, no obstante, las continuas
advertencias de Él, no estaban preparados para comprender la magnitud de
su alcance ...»9

Unas pocas semanas después de la crucifixión, a pesar de sus


dudas anteriores, los discípulos estaban en Jerusalén proclamando a Jesús
como Salvador y Señor, como el Mesías de los judíos. La única
explicación razonable que puedo ver en este cambio, se halla en 1
Corintios 15:5: «apareció ... después a los doce». ¿Qué otra cosa habría
producido que los desalentados discípulos se lanzaran a testificar, sufrir,
y morir por un Mesías crucificado? Indudablemente1 y tuvo que ser cierto
que El «se presentó vivo con muchas pruebas indubitables,
apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino
de Dios» (Hechos 1:3).

Sí, muchas personas han muerto por una causa buena, pero la
causa noble de los apóstoles murió en la cruz. Sólo la resurrección y el
posterior contacto con Cristo convenció a sus seguidores de que Él era
el Mesías. De esto dieron ellos testimonio, no sólo con sus labios y sus
vidas, sino con su propia muerte.
CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

CAPÍTULO VI

1. Encyclopaedia International, 1972, Vol. 4, p. 407.

2. Emest Findlay Scott, Kingdom and the Messiah (El reino y el


Mesías), Edinburgh, T. & T. Clark, 1911, p. 55.

3. Joseph Klausner, The Messianic Idea in Israel (La idea mesiánica en


Israel), Nueva York, The Macmillan Co., 1955, p. 23.

4. Jacob Gartenhaus, “» The Jewish Conception of the Messiah”» (“»El


concepto judío del Mesías”»), Christianity Today, 13 de marzo de 1970,
pgs. 8-10.

5. The Jewish Encyclopaedia (Enciclopedia judía), Nueva York, Funk


and Wagnalls Co., 1906, Vol 8, p. 508.

6. Millar Burrows, More Light on the Dead Sea Scrolls (Más luz sobre
los rollos del mar Muerto), Londres, Secker & Warburg, 1958 p. 68.

7. A. B. Bruce, The Training ofthe Twelve (La preparación de los doce),


(original publicado en 1894), Grand Rapids, Kregel Publications,1971, p.
177.

8. Alfred Edersheim, Sketches of Jewish Social Life in the Days of


Christ (Esbozos de la vida social judía en los días de Cristo), Edición
reimpresa, Grand Rapids, Wi-lliam B. Eerdmans Publishing Co., 1960, p.
29.
9. George Eldon Ladd, / Relieve in the Resurrection of Jesús (Creo en la
resurrección de Jesús), Grand Rapids, William B. Eerdmans Publishing
Co., 1975, p. 38.
CAPITULO VII

¿Se enteró de lo que le ocurrió a Saulo?


Jack, un amigo mío que ha dado conferencias en muchas universidades, se
quedó muy sorprendido un día cuando llegó a una de ellas. Se percató, de
que los estudiantes habían hecho los arreglos para que aquella noche
tuviera una discusión pública con un «ateo universitario». Su oponente era
un elocuente profesor de filosofía, y opositor recalcitrante de la fe
cristiana. A Jack le tocó hablar primero. El presentó diversas pruebas
sobre la resurrección de Jesús, la conversión del apóstol Pablo, y dio su
testimonio personal de cómo Cristo había cambiado su vida siendo él
un estudiante universitario.

Cuando le llegó el momento de hablar al profesor, estaba muy


nervioso. No pudo rebatir las evidencias de la resurrección, ni el
testimonio personal de Jack, de manera que se dedicó al tema de la
conversión radical de Pablo al cristianismo. Utilizó el argumento de que
«con frecuencia, las personas pueden estar tan envueltas psicológicamente
en aquello que combaten que terminan abrazándolo».

En este punto mi amigo sonrió con actitud gentil, y respondió: «Es


mejor que tenga cuidado, señor, porque corre el riesgo de llegar a ser
cristiano».

Uno de los testimonios más influyentes dentro del cristianismo lo


constituyó el hecho de que Saulo de Tarso, quizás el antagonista más
encarnizado del cristianismo, llegara a ser el apóstol Pablo. Saulo era
un hebreo fanático, un líder religioso. El hecho de haber nacido en Tarso
le dio la oportunidad de estar en contacto con la cultura más avanzada de
su tiempo. Tarso era una ciudad universitaria que se destacaba por su
cultura y sus filósofos estoicos. Estrabo, el famoso geógrafo griego, alabó
a Tarso por estar tan interesada en la educación y la filosofía.1

Pablo, como su padre, tenía la ciudadanía romana, un privilegio


muy distinguido. Parecía estar bien versado en la cultura y en el
pensamiento helénico. Tenía gran dominio de la lengua griega y desplegó
su habilidad dialéctica. Pablo, citó palabras de los poetas y filósofos menos
conocidos:

Hechos 17:28: «Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos;


como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje
suyo somos» (Arato, Cleanto).

1 Corintios 15:33: «No erréis; las malas conversaciones corrompen


las buenas costumbres» (Menandro).

Tito 1:12: «Uno de ellos, su propio profeta, dijo: Los cretenses,


siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos» (Epaminondas).

La educación de Pablo fue judía y la recibió bajo la estricta


doctrina de los fariseos. Cuando tenía alrededor de 14 años de edad, fue
enviado a estudiar bajo la dirección de Gamaliel, uno de los más grandes
rabinos de su tiempo, el nieto de Hillel. Pablo afirmaba que él no sólo era
fariseo, sino hijo de fariseo (Hechos 23:6). Él se podía jactar: «... y en el
judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación,
siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres» (Gálatas 1:14).

Si uno ha de comprender la conversión de Pablo, es necesario que


entienda por qué era tan vehementemente anticristiano: la razón era su
devoción a la ley judía, y esto fue lo que provocó su tremendo odio a
Cristo y a la Iglesia primitiva.
«Pablo se sentía insultado con el mensaje cristiano», nos dice
Jacques DuPont, «no por causa de la afirmación de que Jesús era el
Mesías, (sino),... porque le atribuía a Jesús el papel de Salvador, con lo
cual se le quitaba a la ley todo valor en el propósito de la salvación ...
(Pablo fue) violentamente hostil a la fe cristiana, como resultado de la
importancia que él le acreditaba a la ley como camino de salvación» ?

La Enciclopedia Británica declara que la nueva secta del judaísmo,


cuyos participantes se autodenominaban cristianos, golpeaba la esencia de
la formación judía de Pablo y sus estudios rabínicos.(lb) El exterminio de
esta secta llegó a ser su pasión (Gálatas 1:13). De modo que Pablo
comenzó su persecución a muerte contra «el nombre de Jesús de Nazaret»
(Hechos 26:9-11). Literalmente, Pablo «asolaba la iglesia» (Hechos 8:3).
Se marchó a Damasco con las credenciales que lo autorizaban para arrestar
a los seguidores de Jesús y llevarlos prisioneros para luego someterlos a
juicio.

Después, algo le ocurrió a Pablo: «Saulo, respirando aún


amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo
sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si
hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a
Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que, al llegar cerca de
Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y
cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué
me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a
quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él,
temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor
le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. Y
los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la
voz, mas sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo
los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en
Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.
«Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a
quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor.
Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha,
y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí,
él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le
pone las manos encima para que recobre la vista» (Hechos 9:1-12).

Es aquí donde podemos apreciar por qué los cristianos temían a


Saulo. Entonces Ananías respondió: «Señor, he oído de muchos acerca de
este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun
aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los
que invocan tu nombre. El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido
me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes,
y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario
padecer por mi nombre. Fue entonces Ananías y entró en la casa, y
poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se
te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas
la vista y seas lleno del Espíritu Santo’. Y al momento le cayeron de los
ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue
bautizado. Y habiendo tomado alimento, recobró fuerzas» (Hechos 9:13-
19a). Pablo dijo: «¿No he visto a Jesús el Señor nuestro?» (1 Corintios
9:1). Pablo comparó la aparición de Cristo de la que fue objeto, con las
apariciones del Señor a los apóstoles después de la resurrección: «y al
último de todos... me apareció a mí.» (1 Corintios 15:8)

Pablo no sólo vio a Jesús, sino que lo vio de un modo irresistible.


Él no proclamó el Evangelio porque no tenía otras opciones, sino por
necesidad: «Porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare
el evangelio!» (1 Corintios 9:16).
Nótese que el encuentro de Pablo con Jesús, y la subsecuente
conversión, fueron repentinos e inesperados. «Pero aconteció que yendo
yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me
rodeó mucha luz del cielo.» (Hechos 22:6) Pablo no tenía ninguna idea de
quién podría ser ese personaje celestial. El anuncio de que era Jesús de
Nazaret, lo dejó atónito y atemorizado.

Puede que desconozcamos todos los detalles, tanto cronológica como


psicológicamente de lo que le sucedió a Pablo en el trayecto a Damasco,
pero sí sabemos esto que lo que le pasó afectó radicalmente cada área de
su vida.

En primer lugar, el carácter de Pablo fue dramáticamente


transformado. La Enciclopedia Británica lo describe antes de la conversión
como un intolerante, amargado, perseguidor, y fanático religioso;
orgulloso y temperamental. Después de su conversión, se describe como
un hombre paciente, bondadoso, sufrido y abnegado.10 Kenneth Scott
Latourette dice: «Sin embargo, lo que integró la vida de Pablo, y trasladó
este temperamento casi neurótico, de la oscuridad a una influencia
permanente fue una profunda y revolucionaria experiencia religiosa»3

En segundo lugar, se transformó la relación de Pablo con los


seguidores de Jesús. «Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos
que estaban en Damasco”» (Hechos 9:19). Y cuando Pablo fue a ver a los
apóstoles, éstos le dieron «la diestra en señal de compañerismo».

En tercer lugar, el mensaje de Pablo fue transformado. Aunque


todavía amaba su herencia judía, se había cambiado de un amargado
antagonista de la fe cristiana a un determinado protagonista. «En seguida
predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de
Dios.» (Hechos 9:20) Las convicciones intelectuales de Pablo habían
cambiado. La experiencia que había tenido lo obligaba a reconocer que
Jesús era el Mesías, lo cual estaba en conflicto directo con las
ideas mesiánicas de los fariseos. El nuevo concepto que él tenía de Cristo
significaba una revolución total para su pensamiento.4 Jacques DuPont
observa con mucha perspicacia que después que Pablo «había
negado vehementemente que el hombre que había sido crucificado pudiera
ser el Mesías, reconoció que Jesús en realidad era el Mesías, y, como
consecuencia, tuvo que volver a formular todas sus ideas mesiánicas»?

También, ahora podía comprender que la muerte de Cristo en la


cruz, la cual había parecido como una maldición de Dios y el deplorable
fin de una vida, fue realmente el medio por el cual Dios, a través de
Cristo, estaba reconciliando al mundo consigo mismo. Pablo llegó
a entender que, por medio de la crucifixión, Cristo llegó a ser maldición
por nosotros (Gálatas 3:13), y que (Dios) «lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.» (2 Corintios 5:21) En
vez de ser una derrota, la muerte de Cristo fue una gran victoria, coronada
por la resurrección. La cruz ya no era una «piedra de tropiezo», sino la
esencia de la redención mesiánica de Dios. La predicación evangelizadora
de Pablo se puede resumir del modo siguiente: «declarando y exponiendo
por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese,
y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él,
es el Cristo.» (Hechos 17:3)

En cuarto lugar, la misión de Pablo fue transformada. Antes era


uno que odiaba a los gentiles, y llegó a ser un portavoz del Evangelio a los
gentiles. Dejó de ser un judío zelote, para ser un predicador a los gentiles.
Como judío y fariseo que era, consideraba a los despreciables gentiles
como inferiores al pueblo escogido por Dios. La experiencia de Damasco
lo convirtió en un dedicado apóstol, y la meta de su misión era la de servir
a los gentiles. Pablo comprendió que el Cristo que le había aparecido a él
era el Salvador para todos los pueblos. Pablo dejó de ser un fariseo
ortodoxo cuya misión era la de preservar el estricto judaísmo, para ser un
propagador de la nueva secta radical llamada cristianismo, a la cual él se
había opuesto tan violentamente. Hubo tal cambio en él que «todos los que
le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén
a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos
ante los principales sacerdotes?» (Hechos 9:21)
El historiador Philip Schaff declara: «La conversión de Pablo no
sólo marca un momento decisivo en su historia personal, sino también una
época importante en la historia de la iglesia apostólica, y
consecuentemente en la historia de la humanidad. Fue el evento
más fructífero después del milagro de Pentecostés, y aseguró la victoria
universal del cristianismo».5

En cierta ocasión, durante la hora del almuerzo en la Universidad


de Houston, me senté junto a un estudiante. Mientras hablábamos acerca
del cristianismo, él hizo la declaración de que no hay ninguna evidencia
histórica con respecto al cristianismo ni a Cristo. Su especialidad era
la historia, y me di cuenta que uno de sus libros era un texto de la historia
romana. Reconoció que en el libro había un capítulo que trataba acerca del
apóstol Pablo y el cristianismo. Luego de leer el capítulo, al estudiante le
pareció interesante que la parte que trataba acerca de Pablo comenzara
describiendo la vida de Saulo de Tarso, y terminara con una descripción
de la vida del Apóstol Pablo. En el penúltimo párrafo, se hacía la
observación de que no estaba claro qué era lo que había ocurrido entre
estas dos etapas en la vida de este hombre. En seguida abrí el libro de
Los Hechos, y le expliqué la aparición de Cristo a Pablo después de la
resurrección. Este estudiante comprendió que ésa era la más lógica
explicación de la conversión de Pablo. Posteriormente, él también aceptó a
Cristo como su Salvador.

Elías Andrews comenta: «Muchos han encontrado en la


transformación radical de este fariseo de fariseos» la evidencia más
convincente de la verdad y del poder de la religión a la cual él se
convirtió, como también el supremo valor y el supremo lugar de
la Persona de Cristo.1 Archibald MacBride, profesor de la Universidad de
Aberdeen, escribe con respecto a Pablo: «Junto a sus hazañas ... las de
Alejandro y Napoleón palidecen en cuanto a su significado.»6 Clemente
dice que Pablo «soportó las cadenas siete veces; predicó el Evangelio en el
Oriente y en el Occidente; llegó hasta el límite del Occidente; y murió
como mártir por disposición de los gobernantes»
Pablo declaró vez tras vez que el Jesús viviente y resucitado había
transformado su vida. Estaba tan convencido de la resurrección de Cristo
de entre los muertos, que, por esta fe, murió como mártir.

Dos profesores de la Universidad de Oxford, Gilbert West y Lord


Lyttleton, se dispusieron a destruir el fundamento de la fe cristiana. West
iba a demostrar la falacia de la resurrección, y Lyttleton iba a probar que
Saulo de Tarso nunca se había convertido al cristianismo. ¡Los dos
llegaron a la conclusión opuesta de la que querían demostrar, y se
convirtieron en ardientes seguidores de Jesús!

Lord Lyttleton escribe: «La conversión y el apostolado de San


Pablo por sí solos, considerados correctamente, fueron en sí una
demostración suficiente para probar que el cristianismo es una revelación
divina» .8 Él mismo llega a la conclusión de que si los 25 años de
sufrimiento y servicio que Pablo dedicó a Cristo fueron una
realidad, entonces su conversión fue cierta, porque todo lo que él hizo
empezó con aquel repentino cambio. Si su conversión fue cierta, Jesucristo
se levantó de los muertos, pues todo lo que hizo Pablo se lo atribuyó al
hecho de haber visto a Cristo resucitado.
CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

CAPÍTULO VII

1. The Encyclopaedia Britannica (Enciclopedia británica), publicada por


William Benton, Chicago, Encyclopaedia Britannica, Inc., 1970, Vol.
17,p.469;pp. 476; 473; 469.

2. Jacques DuPont, “»The Conversión of Paul, and its Influence on His


Understanding of Salvation by FaitlT (“» La conversión de Pablo, y la
influencia que ésta tuvo en su comprensión de la Salvación por la fe”» ),
Apostolic History and the Gospel (La historia apostólica y el Evangelio),
editado por W. Ward Gasque y Ralph P. Martin, Grand Rapids, Wm. B.
Eerdmans Publishing Co., 1970 pp. 177; 76.

3. Kenneth Scott Latourette, A History of Christianity (Historia del


cristianismo), Nueva York, Harper & Row 1953, p. 76.

4. W. J. Sparrow-Simpson, The Resurrection and the Chris-tian Faith


(La resurrección y la fe cristiana), Grand Rapids, Zondervan Publishing
Co., 1968, pp. 185,186.

5. Philip Schaff, History ofthe Christian Church (Historia de la Iglesia


Cristiana), Vol. I, Apostolic Christianity (Cristianismo Apostólico), 1-100
D. C., Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1910, p. 296.

6. Chambers’s Encyclopaedia (Enciclopedia Chambers), Londres,


Pergamon Press, 1966, Vol. 10, p. 516.

7. Philip Schaff, History ofthe Apostolic Church (Historia de la iglesia


apostólica), Nueva York, Charles Scribner, 1857, p. 340.
8. George Lyttleton, The Conversión ofSt. Paul (La conversión de San
Pablo), Nueva York, American Tract Society, 1929, p. 467.
CAPÍTULO VIII

¿Se puede aplastar a un hombre bueno?


Me encontraba en la Universidad de Uruguay cuando un estudiante me
dijo:

—Profesor McDowell, ¿por qué no puede usted refutar el


cristianismo?
—Entonces le respondí: Por una simple razón: Hay un
acontecimiento en la historia que soy incapaz de negar: la resurrección de
Jesucristo.

Después de más de 700 horas de estudiar este tema e investigar


concienzudamente sus fundamentos, llegué a la conclusión de que la
resurrección de Jesucristo, o es uno de los fraudes más perversos,
malignos y sin escrúpulos que jamás se hayan perpetrado, o es el suceso
más importante de la historia.

El acontecimiento de la resurrección extrae del reino de la filosofía


la pregunta: «¿Es válido el cristianismo?”», y la convierte en una pregunta
de historia. ¿Tiene el cristianismo una base históricamente aceptable?
¿Hay suficiente evidencia disponible que garantice la fe en la
resurrección?

A continuación, citamos algunos de los hechos más relevantes en


torno a la resurrección: Jesús de Nazaret, un profeta judío que afirmó ser
el Cristo profetizado en las Sagradas Escrituras judías, fue arrestado,
juzgado como un criminal político, y crucificado. Tres días después de su
muerte y sepultura, algunas mujeres que fueron a ver su tumba
encontraron que el cuerpo había desaparecido. Sus discípulos afirmaron
que Dios lo había levantado de los muertos y que El, se les
había aparecido varias veces antes de ascender al cielo.

A partir de este fundamento, el cristianismo se difundió por todo


el imperio romano y ha continuado ejerciendo su gran influencia a través
de los siglos.

¿Ocurrió realmente la resurrección?

LA SEPULTURA DE JESÚS

De acuerdo a las costumbres funerarias de los judíos, el cuerpo de


Jesús fue envuelto en un lienzo. Unas 100 libras de especias aromáticas,
mezcladas hasta formar una sustancia pegajosa, se aplicaron a los lienzos
de tela que le fueron colocados alrededor del cuerpo.1

Después de que el cuerpo fue colocado en una tumba cavada en la


roca, una piedra, sumamente grande (que aproximadamente pesaba dos
2

toneladas), fue rodada por medio de palancas, y colocada en la entrada al


sepulcro.3

Una guardia romana, compuesta por hombres rigurosamente


disciplinados, fue asignada para custodiar el sepulcro. El temor al castigo
«produjo una perfecta atención al deber, especialmente en las vigilias de
la noche”».4 Esta guardia colocó en la tumba el sello romano que indicaba
poder y autoridad.5 El sello tenía el propósito de impedir que la tumba
fuera profanada.

Cualquiera que hubiera tratado de mover la piedra de la entrada del


sepulcro habría roto el sello y, como consecuencia, la justicia romana
habría actuado con su severidad tradicional.
Sin embargo, la tumba estaba vacía.

LA TUMBA VACÍA

Los seguidores de Jesús dijeron que Él había resucitado de los


muertos. Anunciaron que Jesús se les apareció durante un período de 40
días, manifestándoseles, y dando muchas «pruebas indubitables» (algunas
versiones dicen: «pruebas infalibles»).6 Pablo, el apóstol, dijo que
Jesús apareció a más de 500 de sus seguidores al mismo tiempo, la
mayoría de los cuales todavía vivían y podían confirmar lo que Pablo
escribió.7

A. M. Ramsey escribe: «Creo en la resurrección, en parte porque


hay una serie de hechos que son inexplicables sin ella» .8 Ante el hecho de
que la tumba vacía era «demasiado notorio para poderlo negar».
Paul Althaus declara que la resurrección «no hubiera podido sostenerse en
Jerusalén durante un solo día, ni siquiera durante una sola hora, si el hecho
de que la tumba estaba vacía no se hubiese establecido claramente ante
todos los interesados»

Paul L. Maier concluye: «Si se pesan cuidadosa y justamente


todas las evidencias, es justificable, según los cánones de la investigación
histórica, llegar a la conclusión de que la tumba en que Jesús fue sepultado
se halló realmente vacía en la mañana del primer día de resurrección.
Hasta ahora no se ha descubierto ni una pizca de evidencia en las fuentes
literarias, ni en la epigrafía, ni en la arqueología que niegue esta
afirmación».10

¿Cómo podemos explicar el hecho de la tumba vacía? ¿Será


posible explicarlo asignándole una causa natural?
Basados en las abrumadoras evidencias históricas, los cristianos
creemos que Jesús resucitó corporalmente en el tiempo y en el espacio
mediante el poder sobrenatural de Dios. Las dificultades para creer
esto pueden ser grandes, pero los problemas que conlleva la incredulidad
presentan dificultades mucho mayores.

La situación de la tumba, luego de la resurrección, es significativa.


El sello romano fue roto, lo cual significaba la crucifixión automática con
la cabeza hacia abajo de aquellos que lo rompieron. La gran piedra fue
quitada y removida, no sólo de la entrada del sepulcro, sino de toda la
zona del sepulcro como tal, parecía como si alguien la hubiera levantado y
la hubiera llevado, u La guardia había huido. Justino, en su Resumen
49.16 enumera 18 faltas por las cuales un pelotón de guardia hubiera
podido ser condenado a muerte. Entre éstas se incluye el quedarse
dormido o dejar sin guardia la posición que se le asignó.

Las mujeres llegaron y hallaron la tumba vacía, sintieron pánico y


regresaron a contárselo a los hombres. Pedro y Juan corrieron hacia la
tumba.

Juan llegó primero pero no entró en ella. Miró hacia adentro, y allí
estaban los lienzos funerarios, un poco ahuecados, pero la vio vacía. El
cuerpo de Cristo había pasado a través de los lienzos hacia una nueva
existencia. Reconocemos que esto haría que creyeras, al menos por el
momento.

Las teorías que se ofrecen para explicar la resurrección basadas en


causas naturales son débiles; y más bien ayudan a robustecer la confianza
en la verdad de la resurrección.

LA TEORÍA DE LA TUMBA EQUIVOCADA


Una teoría defendida por Kirsopp Lake asume que las mujeres que
informaron que el cuerpo no estaba en la tumba, fue porque habían ido a
otro sepulcro. Si fue así, entonces los discípulos que acudieron a
comprobar el anuncio de las mujeres también debieron equivocarse de
tumba. Es evidente, sin embargo, que las autoridades judías, que habían
pedido que una guardia romana vigilara el sepulcro para impedir que el
cuerpo fuera robado, no se hubieran equivocado con respecto a
la localización de la tumba. Tampoco se equivocaron los guardias
romanos, pues ellos estuvieron allí.

Si hubiera habido otra tumba relacionada con este asunto, las


autoridades judías no hubieran perdido tiempo, sino que hubiesen exhibido
el cuerpo que estaba en la verdadera tumba, silenciando para siempre y en
forma eficaz, cualquier rumor acerca de la resurrección.

Otro intento que se hace para explicar la resurrección afirma que


las apariciones de Jesús después de la resurrección fueron ilusiones o
alucinaciones colectivas. Esta teoría carece del apoyo de los
principios psicológicos que rigen a las apariciones y alucinaciones.
Tampoco coincide con la situación histórica, ni con el estado mental de los
apóstoles.

De modo que, ¿dónde estaba el verdadero cuerpo, y por qué no


fue exhibido?

LA TEORÍA DEL DESVANECIMIENTO

Popularizada por Venturini hace varios siglos, y citada con mucha


frecuencia actualmente, la teoría del desvanecimiento dice que Jesús
realmente no murió; sino que solamente se desmayó por el agotamiento y
la pérdida de sangre. Todos pensaron que había muerto, pero
posteriormente se reanimó, y los discípulos creyeron que había resucitado.
Samuel Vila, conocido por sus escritos de carácter apologético
rebatiendo la obra escrita por Ibarreta, La religión al alcance de todos, al
analizar una posible reanimación natural de Cristo en el sepulcro,
responde: Esta hipótesis sólo tiene la ventaja de ser un poco más absurda
que las anteriores porque participa de los inconvenientes de ambas
(alucinación, robo del cuerpo, fraude, etc.) sin aportar ninguna ventaja. En
efecto: ¿cómo podía un cuerpo herido, debilitado por la pérdida de sangre
y por los tormentos que antecedieron a la crucifixión, traspasado por la
lanza del soldado, y embalsamado con unas 100 libras de ungüento
aromático, dentro de un estrecho sarcófago (lo que por sí solo habría
bastado para asfixiarle) volver a la vida, levantar una pesada losa que
cuatro mujeres no serían capaces de remover, y encaminarse por sí mismo
al cenáculo de Jerusalén?

«... Por otra parte, es muy fácil de presumir que esta aparente
resurrección, aun cuando de momento hubiese llenado de algarabía el
círculo de los discípulos, estaba condenada al fracaso. Ninguno de sus
discípulos habría estado dispuesto a dar la vida por un Cristo extenuado
que necesitó de sus auxilios para volver a su natural vigor. Aquella visión
de dolor y flaqueza de un Cristo postrado sobre un lecho, habría sido de
poca ayuda para su fe. Sólo la visión del Hijo de Dios con poder podía
llenar de un heroísmo hasta la muerte el corazón atribulado de los
desalentados apóstoles».12

LA TEORÍA DEL CADÁVER ROBADO

Otra teoría muy divulgada, sostiene que los discípulos robaron el


cadáver de Jesús mientras la guardia dormía.13 La depresión y la cobardía
de sus seguidores, es un argumento muy sólido contra la posibilidad
de que, repentinamente, los discípulos se convirtieran en hombres
decididos, capaces de enfrentarse a los disciplinados soldados que
custodiaban la tumba, e impunemente robaran el cadáver de Jesús. Es
evidente que ninguno de ellos estaba en condiciones, ni siquiera,
de intentar una hazaña semejante.
J. N. D. Anderson ha sido decano de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Londres, presidente del Departamento de Derecho Oriental
en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos y director del Instituto de
Estudios Legales Avanzados de la Universidad de Londres. Al comentar
sobre la propuesta de que los discípulos robaron el cuerpo de Cristo, dice:
«Esto hubiera sido totalmente contrario a todo lo que sabemos acerca de
ellos: su enseñanza ética, la calidad de sus vidas, su firmeza en el
sufrimiento y en la persecución. Ni eso explicaría su dramática
transformación, de abatidos y descorazonados seguidores, en testigos a
quienes ninguna oposición pudo silenciar».14

La teoría de que las autoridades judías o romanas cambiaron de


lugar el cuerpo de Cristo, no es una explicación más razonable para la
tumba vacía, que la del robo por parte de los discípulos. Si las autoridades
hubieran tenido el cuerpo en su poder o sabían dónde estaba, ¿por qué,
cuando los discípulos anunciaron la resurrección, no explicaron que ellos
habían tomado el cuerpo?

Si ellos lo tenían, ¿por qué no explicaron exactamente dónde


estaba? ¿Por qué no recuperaron el cadáver, lo pusieron en una carreta y lo
llevaron por el centro de Jerusalén? Dicha prueba ciertamente,
habría destruido al cristianismo.

El doctor John Warwick Montgomery comenta: «Se necesita


credibilidad para aceptar que los cristianos primitivos pudieron haber
inventado la leyenda y luego haberla predicado entre aquellos individuos
que fácilmente hubieran podido refutarla simplemente exhibiendo el
cuerpo de Jesús».5

EVIDENCIAS DE LA RESURRECCIÓN
El profesor Thomas Arnold, quien durante catorce años fue rector
de la Universidad de Rugby, fue autor de los tres volúmenes de la famosa
obra Historia de Roma, y era presidente del Departamento de Historia
Moderna en la Universidad de Oxford, estaba bien familiarizado con
el valor de las evidencias para determinar los hechos históricos. Él dijo:
«He estado acostumbrado durante muchos años a estudiar la historia de
otras épocas, y a examinar y pesar las evidencias de los que han escrito
acerca de esos tiempos, y no conozco ningún acontecimiento de la historia
de la humanidad que esté probado por las mejores y más completas
evidencias de todo tipo, para la comprensión de un investigador imparcial,
que la gran señal que Dios nos ha dado de que Cristo murió y resucitó de
los muertos».16

El erudito inglés Brooke Foss Westcott dijo: «Tomando todas las


evidencias en conjunto, no es mucho decir que no hay acontecimiento
histórico mejor o más variadamente sustentado que la resurrección de
Cristo. Nada, sino el presumir anticipadamente que ésta tiene que ser falsa
pudiera haber sugerido la deficiencia en la prueba de ella».17

El doctor Simón Greenleaf fue uno de los juristas de más prestigio


de los Estados Unidos. Él fue el famoso Royall Professor of Law (profesor
de Derecho Real) en la Universidad de Harvard, y sucedió al
magistrado Joseph Story como profesor de Derecho Danés en la misma
universidad. H. W. H. Knotts, en su obra Diccionario de biografías
americanas, (Dictionary of American Biography), dice acerca de él: “»A
los esfuerzos de Story y Greenleaf se atribuye el encumbramiento de la
Escuela de Derecho de Harvard, a la eminente posición que ocupa entre
las universidades de derecho de los Estados Unidos de Norteamérica”».
Mientras desempeñaba el cargo de profesor de Derecho en la Universidad
de Harvard, Greenleaf escribió un volumen en el cual examinó el valor
legal del testimonio de los apóstoles con respecto a la resurrección
de Cristo. Observó que era imposible que los apóstoles «pudieran haber
persistido en afirmar las verdades que ellos habían narrado, si Jesús
realmente no hubiera resucitado de los muertos, y si ellos no hubieran
sabido tan ciertamente ese hecho como sabían cualquier otro».18 Greenleaf
concluyó que la resurrección de Cristo era uno de los acontecimientos
mejor comprobados de la historia según las leyes de evidencia legal que se
administran en los tribunales de justicia.

Otro abogado, Frank Morison, se dedicó a refutar las evidencias


de la resurrección. Él pensó que la vida de Jesús fue una de las más bellas
que jamás se haya vivido, pero cuando se trataba de la resurrección,
él pensaba que alguien había interpolado un mito en la historia de Jesús.
Se propuso escribir una narración de los últimos días de Jesús y, por
supuesto, descartaría la resurrección. Él concluyó que un enfoque de
Jesús, inteligente y racional, descontaría por completo la resurrección. Sin
embargo, al confrontar los hechos objetivamente, y auxiliado por su
formación jurídica, tuvo que cambiar su modo de pensar. Con el
tiempo escribió un libro que en su época llegó a ser el de mayor venta:
Who moved the stone? (¿Quién quitó la piedra?) El primer capítulo lo
tituló: «El libro que rehusó ser escrito», y el resto de los capítulos tratan
decisivamente con las evidencias de la resurrección de Cristo.19

George Eldon Ladd concluye: «La única explicación racional de


estos hechos históricos es que Dios levantó a Jesús en forma corporal”» .20
El que cree en el Señor Jesucristo hoy puede confiar
definitivamente, como ocurrió con los primeros cristianos, de que su fe no
se basa en mitos y leyendas, sino en el sólido hecho histórico del Cristo
resucitado y de la tumba vacía.

Lo más importante de todo, es que el individuo que cree, puede


experimentar personalmente el poder del Cristo resucitado en su vida. En
primer lugar, puede saber que sus pecados le son perdonados.21 En
segundo lugar, puede estar seguro de la vida eterna y de que él mismo
resucitará de entre los muertos.22 Y tercero, que puede ser liberado de una
vida vacía y sin significado, y ser transformado en una nueva criatura en
Cristo Jesús.23
¿Cuál es su evaluación y cuál es su decisión? ¿Qué piensa de la
tumba vacía? Después de examinar las evidencias desde el punto de vista
jurídico, Lord Darling, expresidente del Tribunal Supremo de Justicia de
Inglaterra, llegó a la conclusión de que «hay evidencias tan abrumadoras,
tanto positivas como negativas, basadas en hechos como en circunstancias,
que ningún jurado inteligente en el mundo podría dejar de pronunciar el
veredicto de que la resurrección es un hecho histórico verdadero»
CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

CAPÍTULO VIII

1. San Juan 19:39,40.

2. San Mateo 27 :60.

3. San Marcos 16:4.

4. George Currie, The Military Discipline ofthe Romans from the


Founding of the City to the Cióse of the Republic (La disciplina militar de
los romanos desde la fundación de la ciudad hasta el fin de la
república). Extracto de una tesis publicada bajo el patrocinio del Consejo
de Graduados de la Universidad de Indiana 1928, pp. 41-43.

5. A. T. Robertson, Word Pictures in the New Testament (Cuadros


expresados con palabras en el Nuevo Testamento), Nueva York, R. R.
Smith, Inc., 1931, p. 239.

6. Hechos 1:3.

7. 1 Corintios 15:3-8.

8. Arthur Michael Ramsey, God, Christ and the World (Dios, Cristo y el
mundo), Londres, SCM Press, 1969 pp. 78 -80.

9. Paul Althaus, Die Wahrheit des Kirchlichen Osterglau-bens (esta obra


está en alemán), Güitersloh, C. Bertels-mann, 1941, pp. 22, 25 y
siguientes.
10. Independent, Press-Telegram, Long Beach, California sábado 21 de
abril de 1973, p. A-10.

11. Josh McDowell, Evidencia que exige un veredicto, traducido por


René Arancibia Muñoz; publicado por la Cruzada Estudiantil y Profesional
para Cristo, Oficina Latinoamericana: P.O. Box 883228 Miami, Florida
33283 USA, 1975, p. 224.

12. Samuel Vila, La Religión al alcance del pueblo (Réplica a la obra de


Ibarreta, La Religión al alcance de todos (Editorial Juan de Valdés,
Madrid, 1935), p. 91ss.

13. Mateo 28: 1 -5.

14. J. N. D. Anderson, Christianity: The Witness ofHistory (El


cristianismo: Testimonio de la historia), copyright Tyndale Press, 1970.
Usado con permiso de InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois, pág.
92.

15. John Warwick Montgomery, History and Christianity (La historia y


el cristianismo), Downers Grove, Illinois, InterVarsity Press, 1972, p. 78.

16. Thomas Amold, Christian Lifedts Hopes, Its Fears, and Its Cióse (La
vida cristiana: sus esperanzas, sus temores y su fin), Londres, T. Fellowes,
1859, sexta edición, p. 324.

17. Paul E. Little, Know Why You Relieve, (Comprende por qué crees),
Wheaton, Scripture Press Publications, Inc., 1967, p. 70.

18. Simón Greenleaf, An Examination ofthe Testimony ofthe Four


Evangelists by the Rules ofEvidence Administered in the Courts of Justice
(Examen del testimonio de los cuatro Evangelistas según las normas de
evidencia administradas en los tribunales de justicia), Grand Rapids, Baker
Book House, 1965. Reimpresión de la edición de 1874, Nueva York, J.
Cockroft and Co., 1874, p. 29.

19. Frank Morison, Who Moved the Stone (¿Quién quitó la piedra?),
Londres, Faber and Faber, 1930.

20. George Eldon Ladd, I Believe in the Resurrection of Jesús (Creo en


la resurrección de Jesús, Grand Rapids, William B. Eerdmans Publishing
Co., 1975, p. 141.

21. 1 Corintios 15:3.

22. 1 Corintios 15:19-26.

23. Juan 10:10, 2 Corintios 5:17.

24. Michael Green, Man Alive (Hombre vivo), Downers Grove, Illinois,
InterVarsity Press,1968, p. 54.
CAPÍTULO IX

Que se identifique el verdadero Mesías


Jesús tuvo varias credenciales para apoyar sus declaraciones de que Él era
el Mesías, el Hijo de Dios. En este capítulo quiero citar una credencial
frecuentemente pasada por alto, una de las más profundas: el
cumplimiento de la profecía en Su vida.

Una vez tras otra, Jesús apeló a las profecías del Antiguo
Testamento para validar sus afirmaciones como el Mesías. En Gálatas 4:4
leemos: «pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su
Hijo nacido de mujer y nacido bajo la ley». Aquí tenemos una referencia a
las profecías cumplidas en Jesucristo. «Y comenzando desde Moisés, y
siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo
que de él decían» (San Lucas 24:27). «Y les dijo: Estas son las palabras
que Os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se
cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los
profetas y en los salmos» (San Lucas 24:44). Él les dijo: «Porque
si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él» (San
Juan 5:46). También dijo: «Abraham vuestro padre se gozó de que había
de ver mi día» (San Juan 8:56). Los apóstoles, los escritores del
Nuevo Testamento, etc, constantemente se referían a la profecía cumplida
para demostrar sus afirmaciones de que Jesús era el Hijo de Dios, el
Salvador, el Mesías. «Pero Dios ha cumplido así lo que había antes
anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer»
(Hechos 3:18). «Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días
de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las
Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los
muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo (Hechos
17:2, 3). «Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí:
Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que
fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras» (1
Corintios 15:3, 4).

En el Antiguo Testamento hay 60 profecías mesiánicas


principales, y aproximadamente 270 ramificaciones que se cumplieron en
una persona, Jesucristo. Es útil ver todas estas predicciones que se
cumplieron en Cristo como Sus «señales». Probablemente usted nunca se
ha dado cuenta de la importancia que los detalles de su nombre y de su
dirección tienen, y, sin embargo, estos detalles son los que le diferencian
de los cuatro mil millones de personas que habitamos en este planeta.

UNA DIRECCIÓN EN LA HISTORIA

Aun con mayor detalle, Dios escribió una «dirección» en la


historia para distinguir a su Hijo, el Mesías, el Salvador de la humanidad,
de cualquier persona que haya vivido en la historia, en el pasado, el
presente, y el futuro. Las especificaciones de esta «dirección» pueden
encontrarse en el Antiguo Testamento, un documento que fue escrito en un
período de más de 1.000 años, el cual contiene más de 300 referencias de
la venida de Jesús. Usando la ciencia de las probabilidades, hallamos que
la posibilidad de que se cumplan 48 de estas profecías en una persona, es
de una en 10157 (diez elevado a la potencia 157).

La tarea de igualar la dirección de Dios con la de un hombre es


mucho más compleja por la sencilla razón de que todas las profecías
acerca del Mesías fueron dadas por lo menos 400 años antes que Él
apareciera. Algunos podrían discrepar, y decir que estas profecías fueron
escritas después del tiempo de Cristo, y fraguarlas de modo que
coincidieran con Su vida. Esto bien podría ser factible hasta que
descubramos que la Versión de los Setenta, la traducción griega del
Antiguo Testamento hebreo, fue traducida entre el año 150 y el 200 A.C.
Esta traducción al griego muestra que hubo por lo menos un lapso de 200
años entre el tiempo en que se escribieron las profecías y su cumplimiento
en Cristo.
Indiscutiblemente, Dios estaba escribiendo una «dirección» en la
historia que sólo se podría cumplir en el Mesías. Ha habido
aproximadamente unos 40 hombres que han reclamado ser el Mesías judío.
Sin embargo, sólo Uno, Jesucristo, citó las profecías cumplidas para
corroborar sus afirmaciones, y solamente sus credenciales respaldaron esas
afirmaciones.

¿Cuáles fueron algunos de esos detalles? ¿Y qué acontecimientos


debían preceder y coincidir con la aparición del Hijo de Dios?

Para empezar, necesitamos acudir a Génesis 3:15, donde


encontramos la primera profecía mesiánica. En toda la Escritura, sólo un
Hombre nació de la «simiente» de una mujer; todos los demás nacieron de
la simiente de un hombre. La «simiente» se refiere a Uno que habría de
venir al mundo para deshacer las obras del diablo («herirlo en la cabeza»).

En Génesis 9 y 10 Dios delimitó la «dirección» aún más. Noé


tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Todas las naciones que hoy existen en
el mundo provienen de estos tres hombres. En esta declaración Dios
eliminó dos tercios de las naciones de la línea del Mesías. El Mesías
vendría por la línea de Sem.

Luego, pasando al año 2000 A.C., hallamos que Dios llamó a un


hombre llamado Abraham para que saliera de Ur de los Caldeos. Con
Abraham, Dios se hizo aún más específico, al declarar que el Mesías
sería uno de sus descendientes.1 Todas las familias de la tierra serían
bendecidas por medio de Abraham. Cuando Abraham llegó a ser padre de
dos hijos, Isaac e Ismael, muchos de los descendientes de Abraham fueron
descartados cuando Dios seleccionó al segundo de los hijos de Abraham,
Isaac.2
Isaac tuvo dos hijos: Jacob y Esaú, y Dios escogió el linaje de
Jacob. Jacob tuvo 12 hijos, y de allí se originaron las doce tribus de
3

Israel. Entonces Dios escogió la tribu de Judá como tribu mesiánica, y


así descartó a once de las doce tribus israelitas. Y entre todas las familias
de la tribu de Judá, la familia de Isaí fue la divinamente escogida.4 Uno
puede ver aquí la probable estructura.

Isaí tuvo ocho hijos y en 2 Samuel 7:12-16, y en Jeremías 23:5, la


Biblia dice cómo Dios excluyó a las siete octavas partes de la estirpe
familiar de Isaí. Leemos que el Hombre de Dios no sólo sería de la
simiente de una mujer, del linaje de Sem, de la raza de los judíos, del
linaje de Isaac, del linaje de Jacob, de la tribu de Judá, sino también que
sería de la casa de David.

Una profecía que data del año 1012 A.C., también predice que las
manos y los pies de este Hombre serían horadados (es decir, Él sería
crucificado). Esta descripción fue escrita unos 800 años antes que los
romanos emplearan este castigo.

En Isaías 7:14 se predice que nacería de una virgen: un nacimiento


natural de una concepción sobrenatural, un criterio más allá de la
posibilidad humana para planearlo o controlarlo. Varias profecías que se
registran en Isaías y en los Salmos6, describen el ambiente social que el
Hombre de Dios encontraría y la respuesta que recibiría; su propio pueblo,
el pueblo judío, lo rechazaría, y los gentiles creerían en Él. Habría
un precursor (Isaías 40:3; Malaquías 3:1), que sería una voz en el desierto,
prepararía el camino delante del Señor. Este fue Juan el Bautista.

TREINTA PIEZAS DE PLATA

Nótese, también, las siete ramificaciones de una profecía7 que van


precisando cada vez más el drama. Dios indica que el Mesías (1) sería
traicionado, (2) por uh amigo, (3) que sería vendido por 30 piezas, (4)
de plata, (5) que serían arrojadas al suelo, (6) del Templo, y (7) que se
invertirían en la compra del campo del alfarero.

En Miqueas 5:2, Dios elimina todas las ciudades del mundo y


selecciona a Belén, una ciudadela con menos de 1.000 habitantes, como el
sitio del nacimiento del Mesías.

Después, en una serie de profecías, Dios incluso define el tiempo


general en que llamará al Hijo del Hombre. Por ejemplo, en Malaquías
3:1, y en otros cuatro versículos del Antiguo Testamento8 se indica que el
Mesías vendría mientras todavía estuviera el Templo de Jerusalén. Esto es
de gran significado cuando comprendemos que el Templo fue destruido en
el año 70 A.D., y desde entonces, no ha sido reconstruido.

Así que fueron predichos: el linaje preciso, el lugar, el tiempo, y el


modo como había de nacer; las reacciones del pueblo, la traición y cómo
moriría. Estos son sólo una breve selección de los muchísimos y
variados detalles que constituyen la «dirección» que Dios ha dado para
identificar a su Hijo, el Mesías, el Salvador del mundo.

OBJECIÓN: TALES PROFECÍAS SE CUMPLIERON POR


COINCIDENCIA

Un crítico podría argumentar: «¿Por qué no podríamos decir que


algunas de estas profecías se cumplieron en Kennedy, en Luther King, en
Nasser, etc.?»

Sí, uno podría posiblemente hallar que una o dos de estas profecías
se cumplen en otros hombres, pero no todas las 60 profecías principales ni
las 270 que se derivan de ellas. En efecto, si usted puede encontrar
a alguien que no sea Jesús, sea que esté vivo o muerto, en quien se
cumplan sólo la mitad de las predicciones concernientes al Mesías, las
cuales pueden estudiarse en la obra «El Mesías en ambos Testamentos”»,
(Messiah in Both Testaments) por Fred John Meldau, la organización
Christian Victory Publishing Company, de Denver, Colorado, Estados
Unidos de Norteamérica, está dispuesta a darle una recompensa de mil
dólares.

H. Harold Hartzler, de la Afiliación Científica Americana, en el


prefacio de un libro de Peter W. Stoner, escribe: «El manuscrito de la obra
Science Speaks (La ciencia habla) ha sido cuidadosamente revisado por
un comité de miembros de la Afiliación Científica Americana y por el
Consejo Ejecutivo del mismo grupo, y en general se ha encontrado que es
fidedigno y exacto con respecto al material científico allí presentado.
El análisis matemático que allí se incluye se basa en principios de
probabilidad que son completamente dignos de crédito, y el profesor
Stoner ha aplicado estos principios de un modo adecuado y convincente» .9
Las siguientes probabilidades se toman de dicho libro para demostrar que
la coincidencia es regida por la ciencia de las probabilidades. Stoner dice
que, usando la ciencia moderna de las probabilidades con referencia
a ocho profecías, «encontramos que la posibilidad de que en un hombre de
los que han vivido hasta ahora se cumplieran las ocho profecías, sería de
una en cien mil billones (1017). Ese número equivale a un 1 seguido de 17
ceros. Para ayudarnos a comprender esta asombrosa probabilidad, Stoner
la ilustra suponiendo que «tomamos cien mil billones de dólares (1017) en
monedas de plata y los extendemos sobre la superficie del estado de Texas.
Alcanzarían a cubrir todo el estado formando una capa de monedas de más
de 60 centímetros de espesor. Ahora marcamos una de estas monedas de
plata (de un dólar), y regamos todo el volumen de monedas
completamente por todo el estado. Le vendamos a un hombre los ojos y le
decimos que puede viajar tanto como desee, pero que tiene que conseguir
la moneda de plata de un dólar que está marcada y decir que ésa es la
moneda correcta. ¿Qué posibilidad tendría de encontrar la moneda
marcada? Precisamente la misma que hubieran tenido los profetas al
escribir estas ocho profecías de tal modo que todas llegaran a cumplirse en
un solo hombre, desde su tiempo hasta el tiempo presente, con la
condición de que ellos las escribían según su propia sabiduría.
«Ahora bien, estas profecías fueron dadas por inspiración de Dios,
o los profetas simplemente escribieron lo que ellos pensaban que debían
escribir. En este último caso, los profetas sólo tenían una posibilidad
en cada cien mil billones de posibilidades de que se cumplieran en algún
hombre; pero todas ellas se cumplieron en Cristo.

«Esto significa que el sólo cumplimiento de estas ocho profecías


en Cristo prueba que Dios inspiró la Escritura, de una manera tan
categórica que sólo carece de una posibilidad en cada cien mil billones
para que sea absoluta» .9

OTRA OBJECIÓN

Otra objeción es que Jesús procuró intencionalmente cumplir las


profecías judías. Esta objeción parece plausible mientras no
comprendamos que muchos de los detalles del Mesías que había de venir
estaban completamente fuera del control humano. Por ejemplo, el lugar de
su nacimiento. Simplemente puedo oír a Jesús en el vientre de María,
mientras ella cabalgaba en el asno: «Mamá, no llegaremos ...» Cuando
Herodes les preguntó a los principales sacerdotes y escribas: «dónde había
de nacer el Cristo», ellos dijeron: «En Belén de Judea; porque así está
escrito por el profeta» (Mateo 2:5). El tiempo de su venida; la manera de
su nacimiento; la traición de Judas y el precio de la traición; el modo de su
muerte; la reacción de la gente: las burlas, las escupidas, el hecho de que
se quedarían mirándolo; de echar suertes sobre sus vestidos; que no
romperían su manto, etc. La mitad de estas profecías están fuera de la
posibilidad de que Él las hubiera cumplido intencionalmente. Él no podía
ingeniárselas para nacer de la simiente de la mujer, del linaje de Sem, de
los descendientes de Abraham, etc. No nos extraña, pues, que Jesús y sus
apóstoles apelaran continuamente a las profecías cumplidas para acuñar
sus afirmaciones.

¿Por qué Dios se tomó todas estas molestias? Creo que Él quería
que Jesucristo tuviera todas las credenciales necesarias cuando vino al
mundo. No obstante, lo más fascinante con respecto a Jesucristo es que
Él vino para transformar vidas. Sólo Él probó que eran exactas las
centenas de profecías del Antiguo Testamento le anunciaban su venida.
Sólo Él puede cumplir la mayor de todas las profecías para los que
le aceptan: la promesa de una vida nueva: «Os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros.... De modo que, si alguno está
en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son
hechas nuevas».10
CITAS BIBLIOGRÁFICAS:

CAPÍTULO IX

1. Génesis 12:17,22.

2. Génesis 17: 21.

3. Génesis 28, 35:10-12, Números 24:17.

4. Isaías 11:1-5.

5. Salmo 22:6-18; Zacarías 12:10; compárese con Gálatas 3:13.

6. Isaías 8:14; 28:16; 49:6; 50:6; 52:53; 60:3; Salmo 22: 7, 8; 118:22.

7. Zacarías 11:11-13; Salmo 41; compárese con Jeremías 32:6-15 y San


Mateo 27:3-10.

8. Salmo 118:26; Daniel 9:26; Zacarías 11:13; Hageo 2: 7-9. Si se desea


una exposición más completa sobre la profecía del capítulo 9 de Daniel,
recomiendo que se vean las p. 172-175 de mi libro Evidencia que exige un
veredicto publicado en castellano por la Cruzada Estudiantil y Profesional
para Cristo, Oficina Latinoamericana: P.O. Box 883228 Miami, Florida
33283 EE.UU., 1975.

9. Peter W. Stoner y Robert C. Newman, Science Speaks (La ciencia


habla), Chicago, Moody Press, 1976,pp. 106-112.

10. Ezequiel 36:25-27; 2 Corintios 5:17.


CAPÍTULO X

¿Es que no hay otro camino?


Recientemente, en la Universidad de Texas, se me acercó un
estudiante ya graduado, y me preguntó: «Por qué es Jesús el único camino
para relacionarse con Dios?» Yo había demostrado que Jesús afirmó
categóricamente ser el único camino hacia Dios, que el testimonio de
la Biblia y el de los apóstoles era confiable, y que había suficientes
evidencias para garantizar la fe en Jesús como Señor y Salvador. No
obstante, él persistía en la pregunta: «¿Por qué Jesús? ¿No hay algún otro
camino para establecer la relación con Dios? ¿Qué acerca de Buda? ¿O
de Mahoma? ¿No puede un individuo simplemente y llanamente llevar una
buena vida? Si Dios es un Dios de amor, ¿no aceptaría a todas las
personas tal y como son?»

Un hombre de negocios me dijo en cierta ocasión:


«Incuestionablemente usted ha probado que Jesucristo es el Hijo de Dios.
¿No hay también otras maneras para relacionarse con Dios aparte de
Jesús?»

Los comentarios mencionados, son una muestra de las muchas


preguntas que la gente se hace hoy, del porqué debemos confiar en Jesús
como Señor y Salvador a fin de tener comunión con Dios y experimentar
el perdón de los pecados. Al estudiante le contesté diciéndole que
muchas personas no comprenden la naturaleza de Dios. Por lo general,
suelen preguntar: «¿Cómo puede un Dios amante permitir que un pecador
vaya al infierno?» Entonces yo preguntaría: «¿Cómo puede un Dios santo,
justo y recto permitir que un pecador esté en Su presencia?»
Una comprensión equivocada de la naturaleza básica y del carácter de
Dios ha sido la causa de muchos problemas teológicos y éticos. La
mayoría de la gente comprende que Dios ama, y no van más allá. El
problema es que Él no sólo es un Dios de amor, sino que también es un
Dios recto, justo y santo.

Básicamente conocemos a Dios por medio de Sus atributos. Un


atributo no es parte substancial de Dios. Tiempo atrás, yo solía pensar que
si tomaba todos los atributos de Dios: la santidad, el amor, la justicia,
la rectitud, etc. y los unía, la suma total sería igual a Dios. Ahora bien, eso
no es cierto. Un atributo no es algo que es parte de Dios, sino algo que es
manifiesto en Él. Por ejemplo, cuando decimos que Dios es amor, no
queremos decir que una parte de Dios es amor, sino que el amor es algo
que está presente y es real y verdadero en Dios. Cuando Dios ama,
sencillamente muestra lo que Él es.

He aquí un problema que se desarrolló como resultado del pecado


que entró en la humanidad. Dios, en la eternidad pasada, decidió crear al
hombre y a la mujer. Fundamentalmente creo que la Biblia indica que Él
creó al hombre y a la mujer con el propósito de compartir con ellos Su
amor y gloria. Sin embargo, cuando Adán y Eva se rebelaron y siguieron
su propia senda, el pecado se introdujo en la raza humana. En ese instante,
los seres humanos se convirtieron en pecadores, separados de Dios. Esta
fue la circunstancia crítica en que Dios se encontró. Él creó al hombre y a
la mujer para compartir Su gloria con ellos; sin embargo, ellos
menospreciaron el consejo y el mandamiento divino, y escogieron pecar.
Así que, Él se acercó a ellos con Su amor para salvarlos. Por el hecho de
que Él no sólo es un Dios amoroso, sino que también es santo, justo y
recto, Su misma naturaleza condena a cualquier pecador. La Biblia dice:
«Porque la paga del pecado es muerte». De modo que podríamos decir
que, Dios tenía un problema.

Dentro de la Trinidad —Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el


Espíritu Santo— se tomó una decisión. Jesús, Dios el Hijo, incorporaría a
Sí mismo la naturaleza humana. Llegaría a ser el Dios Hombre. Esto se
describe en Juan 1, donde dice que «El Verbo fue hecho carne y habitó
entre nosotros», y en Filipenses 2, donde dice que Cristo Jesús se despojó
a Sí mismo y se hizo semejante a los hombres.

Jesús fue el Dios Hombre. Fue tan hombre como si nunca hubiera
sido Dios, y tan Dios como si nunca hubiera sido hombre. Por decisión
propia, vivió una vida sin pecado, en completa obediencia al Padre. La
declaración bíblica de: «La paga del pecado es muerte» no se le imputa a
Él, porque El no sólo fue un hombre finito, sino también un Dios infinito;
tenía la infinita capacidad de tomar sobre Sí los pecados del mundo.
Cuando Jesucristo fue crucificado hace casi dos mil años, el santo, justo y
recto Dios derramó Su ira sobre Su Hijo. Cuando Jesús dijo: «Consumado
es», el requerimiento de la justicia de Dios quedó totalmente satisfecho.
Usted podría decir que en ese momento Dios quedó «libre» para tratar a la
humanidad con amor, sin tener que destruir al pecador, ya que, por
medio de la muerte de Jesús en la cruz, la justa naturaleza de Dios quedó
satisfecha.

Con frecuencia hago a las personas la siguiente pregunta: «¿Por


quién murió Jesús?» Usualmente contestan: «Por mí», o «por el mundo».
Entonces digo: «Sí, eso está correcto, ¿pero por quién más murió?»
Y suelen responder: «Bueno, no lo sé». Entonces añado: «Por Dios el
Padre». Como puedes ver, Cristo no sólo murió por nosotros, sino también
por obediencia al Padre. Esto es descrito en Romanos 3, donde se
nos habla sobre la propiciación. La palabra propiciación básicamente
significa satisfacer una demanda. Cuando Jesús murió en la cruz, no sólo
murió por nosotros, sino que murió para satisfacer la santa y justa
demanda de la naturaleza de Dios.

Un incidente que tuvo lugar hace ya varios años en California,


ilustra lo que Jesús hizo en la cruz a fin de resolver el problema que Dios
tenía por el pecado de la humanidad. Una joven mujer fue detenida por
exceso de velocidad. Se le multó y tuvo que comparecer ante el juez. Este
leyó la denuncia y le preguntó: «¿Se declara culpable o inocente?» La
muchacha respondió: «¡Culpable!» El juez dio un golpe con el mazo y le
impuso una multa de cien dólares, o diez días de arresto. Entonces ocurrió
algo sorprendente. El juez se levantó, se quitó la toga, descendió y se
colocó al frente del estrado, sacó su cartera y pagó la multa. ¿Cuál es la
explicación de esto? El juez era el padre de la joven. Él amaba a su hija,
sin embargo, era un juez justo. Su hija había violado la ley, y él no podía
simplemente decirle: «Como te quiero mucho, te perdono;
puedes marcharte». Si él hubiera hecho eso, no habría sido un juez justo,
ni habría defendido la ley. Sin embargo, él amaba tanto a su hija que
estuvo dispuesto a despojarse de su toga judicial, bajar de su puesto,
colocarse al frente y, representándola como su padre, pagó la multa.

Esta ilustración nos da una idea de lo que Dios hizo por nosotros a
través de Cristo. Nosotros pecamos. La Biblia dice: «La paga del pecado
es muerte». No importaba cuánto nos hubiera amado Dios, Él tenía que
dar el golpe con el mazo y decir muerte, porque Él es un Dios justo
y recto. Sin embargo, como Él es amor, nos amó tanto que estuvo
dispuesto a descender de su trono en forma del hombre Cristo Jesús, y
pagar el precio por nosotros, que fue la muerte de Cristo en la cruz.

En este punto muchas personas hacen la pregunta: «¿por qué Dios


no pudo simplemente perdonar?» Un ejecutivo de una gran corporación
dijo: «Mis empleados a menudo rompen alguna cosa, y yo simplemente
los perdono». Entonces añadió: «¿Trata usted de decirme que yo
puedo hacer algo que Dios no puede hacer?» La gente falla en darse
cuenta que donde hay perdón tiene que haber un pago. Por ejemplo,
digamos que mi hija rompe una lámpara en mi casa. Yo soy un padre
amante y perdonador, por lo tanto, la coloco en mi regazo, la abrazo y le
digo: «No llores, mi amor, papi te ama y te perdona». Con frecuencia, la
persona a la cual le digo esto, suele responderme: «Bueno, eso es lo que
Dios ha debido hacer». Es entonces cuando yo pregunto: «Y ¿quién paga
la lámpara?» El caso es que soy yo quien la paga. El perdón siempre tiene
un precio. Supongamos que alguien te insulta delante de otras personas, y
tú posteriormente le dices con cordialidad: «Te perdono». ¿Quién paga el
precio del insulto? Tú lo pagas.
Esto es lo que Dios ha hecho. Dios dijo: «Te perdono». Pero
estuvo dispuesto a pagar Él mismo el precio por medio de la cruz.
CAPITULO XI

Él cambió mi vida
Jesucristo vive. El hecho de que yo estoy vivo y esté haciendo las cosas
que hago, es una evidencia de que Jesús resucitó de entre los muertos.

Santo Tomás de Aquino escribió: «Hay dentro de cada alma una


sed de felicidad y significado». En mis años de adolescencia yo quería ser
feliz. No hay nada errático en eso. Quería ser una de las personas
más felices del mundo. También deseaba tener una vida llena de propósito.
Quería respuestas para las preguntas: «¿Quién soy?» «Por qué estoy
aquí?» «¿Hacia dónde voy?»

Aún más que eso, quería ser libre. Quería ser uno de los hombres
más libres en todo el mundo. La libertad no significa para mí salir y hacer
lo que me venga en gana. Cualquiera puede hacer eso, y mucha gente
lo está haciendo. La libertad es «la capacidad de hacer lo que uno sabe que
debe hacer». La mayoría de las personas saben lo que deben hacer, pero
no tienen el poder para hacerlo: están esclavizados.

Así que empecé a buscar respuestas. Tal parece que casi iodos
practican alguna clase de religión, de modo que, imitando esta actitud, me
marché a una iglesia. Sin embargo, pensé que había encontrado la iglesia
equivocada. Algunos de ustedes saben de qué estoy hablando: Me sentí
por dentro peor de lo que me sentía por fuera. Iba a la iglesia por la
mañana, por la tarde y por la noche.

Siempre soy muy práctico, y cuando algo no funciona lo


abandono. Así que abandoné la religión. Lo único que gané de la religión
fue que una vez deposité en la ofrenda 25 centavos y tomé 35 de vuelta
para un batido de leche. Eso es más o menos lo que muchas
personas logran de la «religión».

Comencé a preguntar si el prestigio sería la respuesta. Ser un


líder, aceptar alguna causa, entregarme a ella, y u ser conocido”», pudiera
darme la felicidad que buscaba. En la primera universidad a la que asistí,
los líderes estudiantiles controlaban el dinero y disponían de él. Así que
me eligieron como candidato para presidente del primer año y fui elegido.
Fue fantástico ser bien conocido por todos en la universidad. Todos
me decían: «¡Hola, Josh!» Tomaba decisiones, gastaba el dinero de la
universidad y el dinero de los estudiantes, para conseguir los
conferenciantes que yo quería. Eso fue grandioso pero el entusiasmo se
esfumó, como todo lo que había probado anteriormente. Me levantaba el
lunes por la mañana, casi siempre con dolor de cabeza como consecuencia
de las actividades de la noche anterior y mi actitud era: «Bueno, aquí
vienen otros cinco días.» Yo sólo existía de lunes a viernes. La felicidad
giraba en torno a tres noches de la semana: viernes, sábado y domingo.
Entonces comenzaba de nuevo el círculo vicioso.

¡Ah!, pero yo engañaba a todos en la universidad. Ellos pensaban


que yo era el tipo más despreocupado de la escuela. Durante las campañas
políticas usábamos la expresión: «La felicidad es Josh.» Organicé más
fiestas con el dinero de los estudiantes que ningún otro, pero nunca
comprendieron que mi felicidad era como la de muchas otras personas.
Dependía de mis propias circunstancias. Cuando las cosas me salían bien,
yo me sentía dichoso. Cuando me salían mal, entonces me sentía
despreciable.

Yo era como un barco en el océano, movido de un lado para otro


por las olas de las circunstancias. Hay un término bíblico que describe ese
tipo de vida: el infierno. Sin embargo, no pude hallar a ninguna persona
que viviera de otro modo, ni pude encontrar a nadie que pudiera decirme
cómo vivir de un modo distinto, o darme la fortaleza que necesitaba para
ello. Todos me decían lo que yo debía hacer, pero ninguno podía darme el
poder para hacerlo. Entonces empecé a sentirme frustrado.

Sospecho que son muy pocas las personas que hay en las
universidades y colegios de este país, que sean más sinceras en su
búsqueda por encontrar significado, verdad y propósito para la vida de lo
que fui yo. Todavía no había hallado lo que buscaba, pero en primera
instancia no lo comprendí. En la universidad y sus alrededores, noté que
había un pequeño grupo de personas: ocho estudiantes y dos miembros de
la facultad. Noté que había algo diferente en sus vidas. Parecían saber por
qué creían lo que creían. A mí me gusta estar cerca de esa clase de gente.
No me importa si ellos están o no de acuerdo conmigo. Algunos de
mis amigos más íntimos se oponen a algunas cosas de las que yo creo,
pero admiro a los hombres y a las mujeres que tienen convicción.

(No son muchos los que encuentro, pero los admiro cuando los
hallo.) Por eso es que algunas veces me siento mucho más cómodo
con algunos líderes radicales, que con muchos creyentes. Algunos
creyentes que conozco son tan sosos que me pregunto si 50% de ellos
están disfrazados de cristianos. Sin embargo, las personas de aquel
pequeño grupo parecían saber a dónde iban, aunque esto es muy raro entre
estudiantes universitarios.

Estas personas a las cuales comencé a observar, no sólo hablaban


acerca del amor, sino que participaban activamente. Parecían estar por
encima de las circunstancias de la vida universitaria. Esto hacía parecer
que todos los demás estaban bajo una pila de dificultades. Una cosa
importante que noté fue que parecían tener felicidad, una condición de ser
que no dependía de las circunstancias. Parecían poseer una fuente interna
y constante de gozo. Ellos eran tan felices que me intrigaban. Tenían algo
que yo no tenía.

Como ocurre con la mayoría de los estudiantes, cuando alguien


tenía algo que yo no tenía, yo lo quería. Esa es la razón por la cual les
ponen cadenas y candados a las bicicletas de los estudiantes en las
universidades. Si la educación fuera realmente la respuesta, la universidad
probablemente sería la sociedad más justa, moral y pacífica que existiera.
Pero no lo es. Así que decidí hacerme amigo de esta gente que me
intrigaba.

Dos semanas después de esa decisión, estábamos sentados


alrededor de una mesa en el centro estudiantil: seis estudiantes y dos
miembros de la facultad. La conversación comenzó sobre el tema de Dios.
Si usted es una persona insegura y la conversación se centra en Dios, usted
tiende a poner gran resistencia. Toda universidad o comunidad tiene un
«hablador», un fulano que dice: «¡Uf!... el cristianismo, ¡ja! ¡ja! Eso es
para los tímidos, no es nada intelectual». (Generalmente, mientras más
grandilocuente sea el «hablador», mayor es el vacío que siente.)

Había algo que me molestaba, de modo que finalmente busqué a una de las
estudiantes, una mujer muy bella (yo solía pensar que todas las cristianas
eran feas); me recosté en la silla, porque no quería que los demás pensaran
que yo estaba interesado, y le dije:

—Dime, ¿qué cambió sus vidas? ¿Por qué la vida de ustedes es tan
diferente de las de los demás estudiantes, de los otros líderes estudiantiles
de la universidad y de los profesores? ¿Por qué?

Esa joven debió tener una enorme convicción. Me vio directamente


a los ojos, sin sonreír, y dijo dos palabras que nunca pensé que oiría como
parte de una solución en la universidad.

Ella dijo:

—Cristo Jesús.
—¡Ah! por Dios —le dije—, no me vengas con esa basura. Estoy
harto de religión; estoy harto de la iglesia; estoy harto de la Biblia. No me
vengas ahora con basura religiosa.

—Espera —me replicó como un disparo—, no dije religión, dije


Jesucristo. Enseguida señaló algo que yo nunca había sabido antes. El
cristianismo no es una religión. La religión es el esfuerzo humano por
abrirse camino hacia Dios mediante las buenas obras. El cristianismo es
Dios buscando a los hombres y mujeres a través de Jesucristo
ofreciéndoles una comunión con El mismo.

Probablemente hay más personas en las universidades que tienen


conceptos equivocados con respecto al cristianismo que en cualquier otra
parte del mundo. Recientemente conocí a un auxiliar de cátedra que
hizo la observación, en un seminario para graduados, que «cualquiera que
entra en una iglesia llega a ser cristiano» . Yo le respondí: «¿Entrar en un
garaje lo convierte en automóvil?» No hay correlación. Un cristiano
es alguien que pone su confianza en Cristo.

Mis nuevos amigos me desafiaron intelectualmente a examinar las


afirmaciones según las cuales Jesucristo es el Hijo de Dios; que,
encarnándose, vivió entre hombres y mujeres reales, y murió en la cruz
por los pecados de la humanidad, fue sepultado y tres días después
resucitó y puede cambiar la vida de una persona en pleno siglo XX.

Yo pensé que eso era una farsa. Es más, creía que la mayoría de
los cristianos se estaban volviendo idiotas. Conocía a algunos cristianos y
esperaba que alguno de ellos hablara en el salón de clase, para poderlo
desarmar por un lado y aniquilarlo por el otro, y así adelantarme al golpe
del inseguro profesor. Me imaginaba que, si algún cristiano tenía, aunque
fuera una célula cerebral, ésa moriría de soledad. No sabía nada mejor.
Sin embargo, esta gente me desafió vez tras vez. Finalmente
acepté el desafío, pero lo hice por orgullo, para refutarles. Sin embargo, no
sabía que había hechos; no sabía que había evidencias que una
persona pudiera evaluar.

Finalmente, mi mente llegó a la conclusión de que Jesucristo era


Quien dijo ser. Efectivamente, lo que yo estaba preparando con mis dos
primeros libros era mi plan de ataque para refutar al cristianismo. Como
no logré hacer eso, terminé siendo cristiano, y ya llevo 13 años
documentándome sobre por qué creo que la fe en Cristo Jesús es
intelectualmente aceptable.

En ese tiempo, yo tenía un problema muy serio. Mi mente me


decía que todo esto era cierto, pero mi voluntad me empujaba en otra
dirección. Descubrí que llegar a ser cristiano era más bien algo que
destruía el «yo». Jesucristo desafió directamente mi voluntad a que
confiara en Él. Permítame parafrasear lo que Él me dijo: «¡Mira! He
estado de pie frente a la puerta y constantemente estoy llamando. Si
alguno oye que lo estoy llamando, y abre la puerta, Yo entraré»
(Apocalipsis 3:20). No me importaba que Jesucristo hubiera caminado
sobre las aguas, o que convirtiese el agua en vino. No estaba interesado en
tener un «aguafiestas» cerca de mí. No podía pensar en una mejor manera
de arruinar un buen momento de disfrute que un grupo como ese. De
modo que mi mente me decía que el cristianismo era verdadero, pero mi
voluntad se iba en otra dirección.

Cada vez que me acercaba a aquellos entusiastas cristianos, el


conflicto comenzaba. Si usted, estimado lector, ha estado con personas que
son felices, mientras usted se siente desgraciado, entenderá cómo
pueden fastidiarlo. Ellos se sentían tan felices, y yo tan desdichado, que
literalmente me levanté y abandoné el centro de estudiantes. Llegué al
extremo en que me acostaba a las diez de la noche, y no lograba
conciliar él sueño sino hasta las cuatro de la mañana. ¡Yo sabía que tenía
que sacar eso de mi mente para no volverme loco! Yo siempre tenía mi
mente abierta, pero no tan abierta como para que se me saliera el cerebro.

Como estaba con la mente predispuesta, el 19 de diciembre de


1959, a las ocho y treinta minutos de la noche, durante mi segundo año en
la universidad, llegué a ser cristiano, convirtiéndome a Jesucristo. Alguien
me preguntó:

—¿Y cómo lo sabes? —Entonces respondí: «Mira, yo estaba allí.


Mi vida ha cambiado».

Esa noche hice oración. Le pedí a Dios cuatro cosas para


establecer una relación con el Resucitado, con el Cristo vivo, las cuales
desde entonces han transformado mi vida.

Primero dije: «Señor Jesús, te doy gracias porque moriste en la


cruz por mí». En segundo lugar, le dije: «Te confieso todas las cosas que
hay en mi vida que no te agradan, y te pido que me perdones y
purifiques». (La Biblia dice: «si vuestros pecados fueren como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos», Isaías 1:18). En tercer lugar, le
dije: «Ahora mismo, de acuerdo a la mejor manera que lo he entendido, te
abro la puerta de mi corazón y de mi vida, y creo en ti como mi Salvador
y Señor. Toma el control de mi vida. Cámbiame desde adentro. Hazme ser
la clase de persona que era Tu intención cuando me creaste»; y lo último
que dije en mi oración fue: «Gracias porque has entrado en mi vida, por
medio de la fe». Esa era una fe no basada en la ignorancia, sino en las
evidencias y en los hechos de la historia y la Palabra de Dios.

Estoy seguro de que usted ha oído a varias personas religiosas que


hablan acerca del «rayo de luz» durante su conversión. Bueno, a mí,
después de orar, no me ocurrió nada. Nada en absoluto. Y todavía no me
han brotado alas. En realidad, luego de hacer esa decisión me sentí peor.
Literalmente sentí que iba a vomitar. Me sentí terriblemente abatido. «¡Oh,
no!, ¿dónde te has metido ahora?» me preguntaba. Realmente sentí
como que iba a perder la razón (¡y estoy seguro de que algunas personas
piensan que lo hice!).

Puedo decirle una cosa: en un período de seis meses a un año y


medio, descubrí que no había perdido la razón. Mi vida había sido
transformada. Me hallaba en un debate con el jefe del departamento de
historia en una universidad del medio-oeste norteamericano, y le dije que
mi vida había sido cambiada, y me interrumpió diciendo: «McDowell,
¿estás tratando de decirme que Dios realmente cambió tu vida en
pleno siglo XX? ¿Cuáles áreas de tu vida?» Luego de explicarle por
espacio de 45 minutos me dijo: «Está bien, es suficiente».

Uno de las áreas de las que le hablé fue acerca ce mi ansiedad.


Siempre tenía que estar ocupado. Siempre tenía que estar en la casa de mi
novia, o en algún oí: u lugar participando de una sesión de planificación.
Caminaba por toda la universidad, y mi mente era como un torbellino de
conflictos que rebotaba contra las paredes. Me sentaba, trataba de estudiar
o meditar, y no podía. Sin embargo, unos pocos meses después que hice la
decisión de recibir a Cristo, cierta paz mental se desarrolló. No se me
malentienda. No estoy hablando de ausencia de conflictos. Lo que encontré
en esta relación con Jesús no fue tanto la ausencia del conflicto, sino la
capacidad para enfrentarlos. No cambiaría eso por nada de este mundo.

Otra de las áreas que empezó a cambiar fue mi mal carácter. Solía
perder los estribos por el solo hecho de que alguno me mirara mal.
Todavía tengo las cicatrices de una riña en la cual casi maté a un hombre
durante mi primer año en la universidad. Mi mal genio era una parte tan
vital de mí que yo no trataba conscientemente de cambiarlo. ¡Llegué al
extremo de perder mi compostura sólo para descubrir que ya no había
enojo en mí! Sólo una vez en 14 años perdí los estribos; ¡y esta vez lo
compensé con unos seis años de dominio propio!
Hay otra área de la cual no me siento orgulloso. Sin embargo, lo
menciono, por la sencilla razón de que muchas personas necesitan ese
cambio en sus vidas, y yo hallé la fuente de cambio: una comunión viva
con el Cristo resucitado y viviente. Esa área es el odio. Yo sentía mucho
odio. No era algo que se manifestaba externamente, pero había una forma
de fastidio interno en mi vida. Me sentía disgustado con la gente, con
las cosas, con los asuntos. Como muchas otras personas, me sentía
inseguro. Cada vez que conocía a alguien que fuera diferente de mí, esa
persona se convertía en una amenaza para mí.

Además, había un hombre a quien yo odiaba más que a cualquier


otra persona en el mundo: mi padre. Odiaba su terquedad. Para mí, él era
el alcohólico del pueblo. Si usted es de una población pequeña, y uno de
sus padres es alcohólico, sabe de qué le estoy hablando. Todos conocen la
vida de los demás. Mis amigos llegaban a la escuela y hacían chistes
diciendo que mi padre se hallaba en el centro del pueblo. Ellos no
pensaban que eso me disgustaba y yo me comportaba como otras
personas: me reía por fuera, pero permítame decirle que lloraba por
dentro. Yo salía al establo y veía a mi madre golpeada tan
salvajemente que no podía levantarse, tirada en el estiércol detrás de las
vacas. Cuando los amigos llegaban a visitarnos, yo sacaba a mi padre, lo
ataba en el establo y estacionaba el carro cerca del granero. Les decíamos
a los amigos que él había tenido que ir a alguna parte. No creo que alguien
hubiera podido odiar más a cualquiera de lo que yo odié a mi padre.

Después que tomé la decisión de recibir a Cristo, tal vez como


cinco meses después, el amor de Dios por medio de Cristo entró en mi
vida, y fue tan poderoso que sacó de allí el odio. Fui entonces capaz de
mirar directamente a mi padre y decirle: «Papá, te amo». Se lo dije con
toda sinceridad. Después de algunas de las cosas que yo había hecho, esto
lo conmovió.

Cuando empecé a estudiar en una universidad privada, tuve un


serio accidente de tránsito. Fui llevado a la casa con un aparato de tracción
en el cuello. Nunca olvidaré el momento en que mi padre entró en
mi habitación. Me preguntó: «Hijo, ¿cómo puedes tú amar a un padre
como yo?» y le dije, «Hace seis meses yo te despreciaba». Entonces le
compartí mis conclusiones acerca de Jesús: Papá, yo permití que Cristo
entrara en mi vida. No puedo explicártelo completamente, pero como
resultado de esa comunión he encontrado la capacidad para amarte y
aceptarte, y no sólo a ti, sino a otras personas tal como son.

Unos 45 minutos después, se produjo una de las más grandes


emociones de mi vida. Una persona de mi propia familia, mi padre, que
me conocía tan bien que yo no podía aparentar nada delante de él, me
decía: «Hijo, si Dios puede hacer en mi vida lo que he visto que ha hecho
en la tuya, entonces quiero darle la oportunidad». Allí mismo mi padre
hizo oración junto conmigo y creyó en Cristo.

Generalmente, los cambios ocurren a medida que pasan los días,


semanas, meses y hasta años. Mi vida fue transformada en un tiempo de
seis meses a un año y medio. La vida de mi padre fue cambiada ahí,
ante mis propios ojos. Eso fue como si alguien hubiera bajado y hubiera
encendido la luz. Nunca antes, ni después, he visto un cambio tan rápido.
Después de eso, mi padre probó whisky solamente una vez. Sólo se lo
acercó a los labios, y eso fue todo. He llegado a una conclusión: una
relación personal con Jesucristo cambia las vidas.

Usted puede reírse del cristianismo, puede burlarse de él y


ridiculizarlo. Sin embargo, la fe cristiana es eficaz. Transforma las vidas.
Si usted confía en Cristo, comience a observar sus actitudes y acciones,
pues Jesucristo está ocupado en cambiar vidas.

A pesar de todo, el cristianismo no es algo que se puede imponer


por la fuerza a los demás. Usted tiene su vida, y yo tengo la mía. Lo único
que tengo que hacer es compartirle lo que he aprendido. Después de eso,
es usted quien debe decidir.
Tal vez la oración que yo pronuncié podría ayudarle:

«Señor Jesús, te necesito. Gracias por haber muerto en la cruz por mí.
Perdóname y límpiame. En este mismo instante confío en Ti como
Salvador y Señor. Hazme la clase de persona que Tú quieres que yo sea.
En el nombre de Cristo. Amén
¿Ha oído usted las
Cuatro Leyes Espirituales?
Así como hay leyes naturales que rigen el universo, también hay leyes
espirituales que rigen nuestra relación con Dios.

PRIMERA LEY

Dios le ama y le ofrece un plan maravilloso para su vida.

El amor de Dios

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo


unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna.
San Juan 3:16

El plan de Dios

(Cristo afirma): «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan
en abundancia.» (Una vida completa y con propósito.)
San Juan 10:10

¿Por qué es que la mayoría de las personas no están experimentando esta


vida en abundancia? Porque...

SEGUNDA LEY
El hombre es pecador y está separado de Dios, por lo tanto, no puede
conocer ni experimentar el amor y plan de Dios para su vida.

El hombre es pecador

Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.


Romanos 3:23

El hombre fue creado para tener compañerismo con Dios, pero debido a su
voluntad terca y egoísta, escogió su propio camino y su relación con Dios
se interrumpió. Esta voluntad egoísta, caracterizada por una actitud de
rebelión activa o indiferencia pasiva, es una evidencia de lo que la
Biblia llama pecado.

El hombre está separado

«Porque la paga del pecado es muerte» (esto es separación espiritual de


Dios).
Romanos 6:23
Este diagrama ilustra que Dios es santo y que el hombre es pecador. Un
gran abismo lo separa. Las flechas señalan que el hombre está
tratando continuamente de alcanzar a Dios para establecer una relación
personal con Él a través de sus propios esfuerzos, tales como vivir una
buena vida, filosofía o religión, pero siempre falla en su intento.
La tercera ley explica la única respuesta para este dilema...
TERCERA LEY

JESUCRISTO ES LA ÚNICA PROVISIÓN DE DIOS PARA EL


PECADO DEL HOMBRE. SÓLO A TRAVÉS DE ÉL PUEDE USTED
CONOCER A DIOS PERSONALMENTE Y EXPERIMENTAR SU
AMOR Y PLAN.

El murió en nuestro lugar

Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros.
Romanos 5:8

Él resucitó de entre los muertos

Cristo murió por nuestros pecados ...fue sepultado, y ... resucitó al tercer
día conforme a las escrituras ... apareció a Pedro, y después a los doce.
Después apareció a más de quinientos.
1 Corintios 15:3-6

Él es el único camino a Dios

Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al


Padre, sino por mí.
San Juan 14:6
Este diagrama ilustra que Dios ha tomado la iniciativa de cruzar el abismo
que nos separa de ÉE1, al enviar a Su Hijo Jesucristo a morir en la cruz en
nuestro lugar para pagar el precio de nuestro pecado.

Pero, no es suficiente conocer estas tres leyes, ni aun sólo aceptarlas


intelectualmente...

CUARTA LEY

DEBEMOS INDIVIDUALMENTE RECIBIR A JESUCRISTO COMO


SEÑOR Y SALVADOR, PARA PODER CONOCER Y
EXPERIMENTAR EL AMOR Y EL PLAN DE DIOS PARA
NUESTRAS VIDAS.

Debemos recibir a Cristo

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios.
San Juan 1:12
Recibimos a Cristo por Fe

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros
pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
Efesios 2:8,9

Cuando recibimos a Cristo experimentamos un Nuevo nacimiento

(Lea San Juan 3:1-8.)

Recibimos a Cristo por medio de una invitación personal

(Cristo dice): He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz.


y abre la puerta, entraré a él.
Apocalipsis 3:20

El recibir a Cristo comprende un cambio de actitud hacia Dios, confiar en


Cristo para que Él entre a nuestras vidas, perdone nuestros pecados y haga
de nosotros la clase de personas que Él quiere que seamos. El sólo aceptar
intelectualmente que Jesucristo es el Hijo de Dios y que murió en la cruz
por nosotros, no es suficiente. Ni tampoco, el tener una experiencia
emocional. Recibimos a Cristo por fe, como un acto de la voluntad.
Estos dos círculos representan dos clases de vidas:
¿Cuál círculo representa realmente su vida?
¿Cuál círculo le gustaría que representara su vida?

A continuación, se explica cómo puede usted recibir a Cristo:

Usted puede recibir a Cristo por fe ahora mismo mediante la oración.


(Orar es hablar con Dios.)

Dios conoce su corazón y no tiene tanto interés en sus palabras, como en


la actitud de su corazón. La siguiente oración se sugiere como guía:

Señor Jesús, te necesito. Gracias por morir en la cruz por mis pecados. Te
abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Salvador y Señor. Gracias
por perdonar mis pecados y por darme vida eterna. Toma control del trono
de mi vida y hazme la clase de persona que Tú quieres que yo sea.

¿Expresa esta oración el deseo de su corazón?

Si es así, haga esta oración ahora y Cristo vendrá a morar en su vida


tal como Él lo ha prometido.

¿Cómo saber que Cristo mora en su vida?

¿Ha recibido a Cristo en su vida? De acuerdo con Su promesa en


Apocalipsis 3:20: ¿Dónde está Cristo ahora mismo con relación a usted?

Cristo dijo que entrará en su vida. ¿Le engañaría Él? ¿En qué basa su
seguridad de que Dios contestó su oración? (En la fidelidad de Dios
mismo y Su Palabra.)
La Biblia promete vida eterna a todos los que reciben a Cristo

Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está
en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de
Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el
nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para
que creáis en el nombre del Hijo de Dios.
1 Juan 5:11-13

Agradezca a Dios continuamente que Cristo está en su vida y que Él


nunca lo dejará (Hebreos 13:5). Usted puede saber, basado en Sus
promesas, que la vida de Cristo habita en usted y que tiene vida eterna
desde el mismo momento en que lo invita a Él a entrar en su vida. Él no le
engañará. Un recordatorio importante...

No dependa de los sentimientos

La base de nuestra autoridad es la promesa de la Palabra de Dios, la


Biblia, no lo que sentimos. El cristiano vive por fe (confianza) en la
fidelidad de Dios mismo y Su Palabra. El diagrama de este tren ilustra la
relación entre el hecho (Dios y Su Palabra), la fe (nuestra confianza en
Dios y Su Palabra) y nuestros sentimientos (el resultado de nuestra fe y
obediencia) (Lea San Juan 14:21.)

La máquina correrá con o sin los vagones. Sin embargo, sería inútil jalar
el tren mediante los vagones. De la misma forma, nosotros no dependemos
de sentimientos o emociones, sino que ponemos nuestra fe (confianza) en
la fidelidad de Dios y en las promesas de Su Palabra.

Ahora que ha recibido a Cristo

En el momento en que usted recibió a Cristo por fe, como un acto de su


voluntad, muchas cosas ocurrieron, incluyendo las siguientes:

• Cristo entró en su vida (Apocalipsis 3:20 y Colosenses 1:27).


• Sus pecados le fueron perdonados (Colosenses 1:14).
• Usted ha llegado a ser un hijo de Dios (San Juan 1:12).
• Tiene ahora vida eterna (San Juan 5:24).
• Usted comienza la gran aventura para la cual Dios lo creó (San Juan
10:10; 2 Corintios 5:17 y 1 Tesalonicenses 5:18). ¿Puede usted pensar en
algo más extraordinario que le haya ocurrido que el recibir a Cristo? ¿Le
gustaría dar gracias a Dios en oración ahora mismo por lo que Él ha hecho
por usted? El hecho mismo de dar gracias a Dios es una demostración de
fe.

Para disfrutar su nueva vida a plenitud...

Sugerencias para el crecimiento cristiano

El crecimiento cristiano es el resultado de permanecer confiando en Cristo


Jesús. «El justo por la fe vivirá» (Gálatas 3:11). Una vida de fe le
capacitará para confiar a Dios cada vez más todo detalle de su vida, y para
practicar lo siguiente:

C Converse con Dios en oración diariamente (San Juan 15:7).


R Recurra a la Biblia diariamente (Hechos 17:11). Comience con el
evangelio de San Juan.

I Insista en confiar a Dios cada aspecto de su vida (1 Pedro 5:7).

S Sea lleno del Espíritu de Cristo —permítale vivir Su vida en usted.


(Gálatas 5:16-17; Hechos 1:8).

T Testifique a otros de Cristo verbalmente y con su vida (San Mateo 4:19,


San Juan 15:8).

0 Obedezca a Dios todo el tiempo (San Juan 14:21).

Congréguese en una buena iglesia

La palabra de Dios nos amonesta «No dejando de reunirnos» (Hebreos


10:25). Los leños arden cuando están juntos, pero si usted pone uno a un
lado se apagará. Esto mismo ocurre en su relación con otros cristianos. Si
usted no pertenece a una iglesia, no espere que lo inviten para
hacerlo. Tome la iniciativa; llame al pastor de una congregación cercana
donde Cristo sea exaltado y Su Palabra sea predicada. Empiece esta
semana, y haga planes de asistir regularmente.
Josh McDowell pensaba que los creyentes estaban fuera de sí. Él les
refutaba y les discutía su fe. Pero con el tiempo vio que sus argumentos no
tenían validez. Jesucristo en verdad era Dios en la carne. Josh comenzó a
dictar conferencias en universidades lanzando retos a todos aquellos que
eran escépticos como él.

En Más que un carpintero el autor nos presenta la persona que transformó


su vida: Jesucristo. Es un libro de argumentos convincentes para los
escépticos en cuanto a la deidad de Jesús, su resurrección y sus reclamos
como Señor en las vidas de ellos.
El autor es graduado del Wheaton College, donde obtuvo su licenciatura.
Además, es graduado del Seminario Teológico Talbot con una maestría en
divinidades. Desde el año 1966 ha viajado dando conferencias en diversos
países. Otro dé sus libros evidencia que demanda un veredicto

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