Unidad Didáctica 3.
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3.
EL SER HUMANO.
INTRODUCCIÓN.
A primera vista, el ser humano es uno más entre los seres que pueblan el universo.
Sin embargo, se diferencia de los demás porque es capaz de pensar, de reflexionar,
entre otras cosas, sobre sí mismo, intentando saber qué es y por qué es así. Teniendo
esto en cuenta, no es de extrañar que una de las principales ramas de la filosofía haya
sido aquella que se ha ocupado de investigar qué es el ser humano.
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inmortal). Para Platón, el alma tiene como función controlar los apetitos del cuerpo y
dirigir la vida del hombre en su conjunto. Así, Platón identificó ser humano y alma.
Con esta caracterización del ser humano como ante todo un ser que tiende al
desarrollo pleno de sus capacidades biológicas, especialmente la razón, la vida del
hombre pasa, ante todo, por el cultivo del estudio y la vida en sociedad y el ejercicio de
la política.
1.5. EL SER HUMANO PARA LA FILOSOFÍA MEDIEVAL Y MODERNA.
La distinción entre cuerpo y alma que establecieron los dos filósofos anteriores, así
como la identificación del hombre con su espíritu y el conflicto que este mantiene con
el cuerpo (propio de la filosofía platónica) fue algo que se reforzó con el cristianismo,
cuyo credo animaba a cultivar una vida espiritual acorde a los mandatos divinos y a
alejarse del pecado, alimentado principal aunque no exclusivamente por las apetencias
del cuerpo.
Durante todo el período medieval, la filosofía adoptó esta imagen cristiana del ser
humano y del tipo de vida que debía llevar. Para saber cómo desarrollar esa vida
espiritual, resultaba necesario no solo observar los preceptos recogidos en las
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Sagradas Escrituras, sino también conocer de forma profunda qué somos en cuanto
alma o espíritu.
San Agustín (IV-V) fue uno de los padres de la Iglesia y uno de los filósofos que
teorizó sobre el modo de alcanzar un conocimiento amplio del alma. Para ello, el
hombre debe realizar la introspección, es decir, ha de volverse sobre sí mismo y llevar
a cabo un examen de sí, de su interioridad. Ese ejercicio de autoconciencia, para lo
cual el hombre debe alejarse de lo mundano (exterioridad), le descubre a Dios como
Santísima Trinidad y con ello, la verdad de todas las cosas.
Descartes asumió una visión dualista del hombre (compuesto de cuerpo y alma) y
amplió tal concepción al establecer cuál era el rasgo principal del alma, componente
con el que se identificaba el ser humano.
Este filósofo francés consideró que el cuerpo (no solo humano) es toda realidad
material que se extiende en el espacio y que obedece a las leyes de la física. El alma es
una realidad específicamente humana, no es material y por ello, además de no poder
localizarla en el espacio, no obedece a las leyes necesarias de la naturaleza.
Además, consideró que cuerpo y alma eran sustancias, es decir, realidades que
podían existir por sí solas sin necesidad la una de la otra (el cuerpo puede existir sin el
alma y el alma sin el cuerpo).
Pensar en cuerpos sin alma es fácil: si echamos un vistazo a la realidad,
encontraremos una colección inmensa de este tipo de seres (este papel, esa mesa,
etc.). Sin embargo, nos resulta difícil pensar en almas sin cuerpo. ¿Bajo qué
condiciones es posible pensarnos a nosotros mismos, en cuanto conciencia o alma, sin
nuestro cuerpo?
Descartes consideró que, cuando despertamos de un sueño muy intenso (esos que
por un momento creemos que son reales) nos damos cuenta que lo que habíamos
vivido mientras dormíamos no era real, y que lo real es el estado en el que nos
encontramos al despertar (se le llama vigilia). Si el modo de determinar si es real
aquello que experimentamos (y vemos, sentimos, etc.) es comparándolo con otro
estado (como ocurre cuando comparamos los sueños con la vigilia), ¿cómo podremos
confirmar que la realidad que experimentamos al estar despiertos es real si no
podemos “despertar” de la vigilia? (Tendríamos que poder salir de este estado y
comparar).
El no poder demostrar que es real lo que experimentamos cuando estamos
despiertos nos impide afirmar sin reservas que sean reales los cuerpos que vemos,
oímos o tocamos. Es decir, nos obliga a dejar en el aire que su existencia sea real y a
dudar de ella, y esto es algo que se extiende a nuestro propio cuerpo.
Ahora bien, por mucho que dudemos de la existencia de los cuerpos que vemos
(incluido el nuestro) hay algo que es indudable: el mismo hecho de dudar que YO llevo
a cabo.
Si dudo, pienso, y si pienso, existo como pensamiento (a pesar de dudar sobre mi
cuerpo).
Estos apuntes se concentran en la célebre cita de Descartes: pienso, luego existo.
Con ella, Descartes muestra:
-Que el alma (realidad con la que se identifica el ser humano) es ante todo
pensamiento.
-Que podemos pensar en almas sin cuerpo (porque su realidad es algo que no
podemos confirmar).
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1.6. LA CONCEPCIÓN MONISTA-MATERIALISTA DEL SER HUMANO.
A lo largo de la historia de la filosofía también encontramos concepciones del ser
humano monistas, que sostienen que el alma y el cuerpo no son realidades
diferenciadas y separadas sino que forman parte de lo mismo. De entre las diferentes
propuestas monistas, destacó el materialismo de Julien Offray de La Mettrie en el siglo
XVIII.
La Mettrie defendió que no había más que una única realidad: el cuerpo, de carácter
material y sensible. Este filósofo creía que aquello que se conoce popularmente como
alma/espíritu debía ser entendido como un estado más del cuerpo, de tal modo que
las sensaciones, los pensamientos, los sentimientos o las emociones son alteraciones
corporales que responden a una serie de principios biológicos. Pensar o sentir no es
algo tan diferente de digerir los alimentos o expulsar la orina: en ambos casos,
hablaríamos de estados orgánicos que obedecen a leyes biológicas.
Esta postura equipara al ser humano a una máquina o a una realidad cuyas acciones
(también esas que decimos que son propias del alma o del espíritu) parecen están
programadas por la naturaleza (leyes biológicas), de tal modo que, cuando
conozcamos todos los principios orgánicos que rigen el cuerpo, en especial los del
cerebro, no existirán secretos en relación a la experiencias humanas y a su
comportamiento.
1.7. CRÍTICAS A LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA.
Si todo lo que el ser humano puede sentir, pensar y hacer responde a principios
determinados previamente por la naturaleza, el hombre se equipara a una máquina y
no es libre, de tal modo que no podríamos considerar que es dueño de su vida (su vida
la haría la naturaleza con los principios que rigen sus pensamientos y su conducta).
Uno de los rasgos característicos del ser humano es su voluntad, esto es, la facultad
o la capacidad del ser humano para querer.
Gracias a ella, el ser humano puede elegir entre varias opciones o posibilidades
(querer una concreta de entre muchas). Aunque la naturaleza nos determinase, por
ejemplo, a tener ciertos deseos, siempre queda en manos del ser humano satisfacerlos
o renunciar a ellos: quererlos o no quererlos. Aunque estemos programados para
actuar de un modo concreto ante una situación determinada, siempre podemos
querer no actuar así (y no hacerlo). Esta capacidad de querer nos descubre que
podemos resistirnos a ser y a hacer lo que la naturaleza ha dispuesto y que, aunque
sea en pequeño grado, somos libres (y por tanto, no equiparables a las máquinas).
1.8. CONCEPCIÓN EXISTENCIALISTA: EL HOMBRE COMO PROYECTO.
En el siglo XX se desarrolló una corriente llamada existencialismo que puso el acento
en la libertad como rasgo característico del ser humano.
Para Sartre, uno de sus filósofos más representativos, el hombre no tiene esencia
(características y cualidades definidas y compartidas por todos los seres humanos). Su
manera de ser es un proyecto, algo por hacer y realizar a partir de las decisiones que
va adoptando a lo largo de su vida, esto es, a partir de las elecciones concretas que
realice de entre varias opciones, en cada momento, y que suponen que no estamos
determinados por la naturaleza (de ahí su célebre cita: estamos condenados a ser
libres).