Pasion Por Las Almas-9
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CAPÍTULO 4
¿Por qué escuchar el evangelio
dos veces antes que todos
lo hayan escuchado una vez?
R ECURRAMOS a Mateo 9.35–38: «Y recorría Jesús todas las ciudades y aldeas». Note por favor, que
«recorría» todas las ciudades y aldeas. No se instaló en ninguna comunidad. Jesús nunca fue un pastor.
Se hallaba continuamente en marcha. «Y recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las
sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el
pueblo».
Pero, «al ver las multitudes tuvo compasión de ellas». ¿Y qué nos acontece a nosotros? ¿Qué
sucede cuando vemos las multitudes? ¿Tenemos compasión de ellas? Él tuvo compasión de ellas,
porque estaban desamparadas y dispersas «como ovejas que no tienen pastor».
«Entonces dijo a sus discípulos: “A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos”». Este es,
pues, el problema. Y el problema de aquellos días es también el de nuestros días: mucha mies, pocos
obreros. Nacen más niños paganos que nunca antes. Ahora bien, para tal dramática situación, la
solución sigue siendo: «Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies».
¿Podría quedarme en Canadá?
Hace años, recorrí la Biblia para ver si podía quedarme en Canadá y seguir obedeciendo a Dios. Me
preguntaba si sería posible disfrutar de un confortable pastorado: no cruzar nunca las fronteras de mi
país y seguir cumpliendo con los mandamientos de mi Señor. ¿Quedaría Dios conforme?
Al estudiar la Biblia, hallé expresiones como éstas: «todas las naciones», «todo el mundo», «toda
criatura», «todo linaje, lengua, pueblo y nación»; «los extremos de la tierra». En otras palabras,
descubrí que el evangelio debía ser presentado al mundo entero. Cada nación y lengua debían
escucharlo.
Cuando vi eso, la pregunta fue: ¿viven todas las naciones en Canadá? Si así fuese, y si no hubiesen
naciones viviendo fuera de las fronteras de mi patria, entonces podría permanecer en ella, predicar aquí
el evangelio y nunca franquear los límites. Pero si existe una nación fuera de los límites de Canadá,
tengo la obligación de dejar mi país, cruzar fronteras e ir a esa nación. Si yo no puedo, tengo que hallar
sustitutos y enviarles como mis representantes. Y si nada de ello hago, seré un cristiano falto en el día
de la recompensa.
Amigo, ¿cuál es tu situación? Sabes que el evangelio debe ser presentado a todas las naciones, a
todo el mundo, lengua y pueblo, hasta las partes más remotas de la tierra. ¿Qué haces tú en este
sentido? ¿ Qué es lo que harás? O debes ir tú mismo o debes enviar a alguien en tu lugar, y ¡ay de ti si
nada llevas a cabo! Las órdenes de Dios han de obedecerse, sus mandamientos han de ser ejecutados:
no hay camino para eludirlos.
Traté de ir
Cuando tenía dieciocho años fui a los indios de la Columbia Británica. Habité completamente solo en
una pequeña choza en una reserva indígena cerca de Alaska, a unos seis mil kilómetros de mi hogar.
Allí permanecí algo más de un año, dándome cuenta que necesitaba más preparación. Al fin retorné a la
civilización, siguiendo por seis años un curso de teología, hasta que logré graduarme y ordenarme para
el ministerio del evangelio.
Me presenté ante la Junta de Misiones Extranjeras de la Iglesia Presbiteriana y me ofrecí para
trabajar en la India. Mi caso fue considerado con mucho cuidado; tuve que presentarme personalmente
ante las autoridades y al fin se llegó a una decisión: fui rechazado. Las autoridades pensaban que no era
persona adecuada para el trabajo misionero y así fui desechado.
Volví a mi tierra para trabajar allí. Asumí el pastorado de la Iglesia Presbiteriana de Dale, Toronto,
y luego del Tabernáculo de la Alianza; pero no me hallaba satisfecho. Yo sabía que debía hacer algo.
Había captado la visión. Finalmente, la emprendí por mi propia cuenta, yendo a los campos misioneros
rusos de Europa, predicando a extensas multitudes por todas partes de Letonia, Estonia, Polonia,