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Sexto, Debido A Que en El Mismo Solar Se Encontraba Ubicada La

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La Cárcel El Sexto fue un centro penitenciario de varones

ubicado en el distrito de Lima, en la ciudad homónima, capital


del Perú. Estuvo ubicada en la cuadra 13 de la avenida Alfonso
Ugarte, en pleno centro de la ciudad. Fue conocida como El
Sexto, debido a que en el mismo solar se encontraba ubicada la
Sexta Comisaría de la Guardia Republicana. En la actualidad,
dicho solar se encuentra ocupado por la "Comisaría Alfonso
Ugarte" de la Policía Nacional del Perú.1

Historia[editar]
El edificio fue construido en 1904.
El 27 de mayo de 1984, ocurrió un motín en el penal, que generó
gran impacto al ser el primer evento de esta naturaleza
transmitido en vivo por televisión nacional.2 Un grupo de 60
reclusos tomó como rehenes a varias personas que visitaban el
penal para entregar donaciones, reclamando el fin de los abusos,
mejor alimentación y vehículos para salir del penal. Entre los
rehenes se encontraba la esposa del embajador de Venezuela.
Enterado del incidente, el presidente Fernando Belaúnde
Terry ordenó que se realizaran negociaciones para poner fin al
problema;3 sin embargo, los reclusos se mantuvieron inflexibles y
acrecentaron su violencia, asesinando frente a las cámaras de
televisión a dos de los rehenes. Por la noche, el motín fue
develado por un grupo especial de la Guardia Republicana que
ultimó a 22 internos, hirió a 40 y dispersó al resto. Después del
motín, el penal fue desalojado y la población penitenciaria
trasladada a otros penales de la ciudad. El 8 de marzo de 1986,
el presidente Alan García Pérez clausuró definitivamente el penal
en un acto al que acudió acompañado de su padre Carlos García
Ronceros quien sufrió prisión política en El Sexto por su
condición de militante aprista

Cultura popular[editar]
En el campo de la literatura peruana, destaca el libro El
Sexto de José María Arguedas, quien se inspiró en la
experiencia que pasó preso en este establecimiento y refleja la
realidad carcelaria que se vivió en los años 1930 cuando la
población carcelaria estuvo conformada por presos políticos.78
Posteriormente, en 1993, se estrenó la película
peruana Reportaje a la muerte basada en los hechos ocurridos
durante el Motín del penal El Sexto en 1984.

El motín del penal El Sexto Partiendo de estas ideas líneas


anteriores iniciare la descripción de un acontecimiento histórico
que se desarrolló en el Perú de los años 80 del siglo XX una
época muy intensa por los múltiples fenómenos complejos
gestados por la sociedad de aquellos años, tales como: Crisis
económica, problemas políticos, crecimiento desmesurado y
descontrolado de la población, aumento de la criminalidad,
terrorismo, entre otros.
Según la televisión y la prensa escrita la ciudad de Lima vivió las
15 horas más intensas. Pues aproximadamente las 10:45 de la
mañana del 27 de marzo de 1984 un grupo de reos de alta
peligrosidad integrados por: “Luis García Mendoza (a) Pilatos,
Eduardo Centenaro (a) Lalo, Luis Carbajal Polanco (a) Carioco,
José Gonzales Zavaleta, Jorge Tarazona (a) Papi y Luis Wong
Arteaga a los que se les sumaron otros reclusos.”2 Los cuales
habían realizado un levantamiento en el interior del penal El
Sexto, en dicha situación los reclusos en mención tomaron
como rehenes a trabajadores de dichas instalaciones(dos
trabajadoras sociales, dos abogados, dos psicólogas, una
secretaria, tres empleados de establecimiento de penales) e
iniciaron una serie de exigencias y generaron una situación de:
tensión, victimización, tortura y crimen en contra de algunos de
los rehenes. Dicha situación se desarrolló por más de 15 horas
en el interior de dicho establecimiento penitenciario ubicado en
el cercado de Lima entre el cruce de la hoy avenida Alfonso
Ugarte, la Av. Bolivia, Av. Uruguay y el Jr. Chota.
Más de 10 reclusos iniciaron una revuelta que dejó 22
muertos y 40 heridos. El insólito y violento evento fue
transmitido en vivo por los noticieros la tarde del 27 de
marzo de 1984. Entre las víctimas se encontraba el
narcotraficante peruano ‘Mosca Loca’, quien fue degollado
tras mantener rencillas con los presos por el poder de la
prisión.
La tarde del 27 de marzo de 1984, miles de peruanos presenciaron un
motín en el penal El Sexto transmitido a través de los canales de señal
abierta.
Cerca de las 10 de la mañana de ese martes, cuando se iba a servir el
desayuno en los pabellones del penal, el recluso Víctor Ayala, alias
‘Carioco’, acuchilló al empleado que llevaba las ollas de comida. Ese
fue el inicio del motín, liderado por los reos Luis García Mendoza,
‘Pilatos’, y Eduardo Centenaro Fernández, ‘Lalo’. Participaron otros 10
reclusos más.

Se amotinaron, estaban provistos con pistolas, cuchillos y cargas de


dinamita; todo había sido ingresado de contrabando durante la
realización de una obra de teatro que se organizó para la población
penitenciaria. Tomaron como rehenes a 14 personas, entre ellos a tres
reos: los narcotraficantes Guillermo Cárdenas Dávila, ‘Mosca Loca’, y
Eduardo Núñez Baráybar; y Antonio Díaz Martínez, quien estaba preso
por pertenecer a Sendero Luminoso.

Los civiles eran los trabajadores penitenciarios Alfonso Díaz, Magda


Aguilar, Luis Arrese, Marcos Escudero, Amelia Ríos de Coloma, Carmen
Montes, Walter Corrales, Segundo Días Velásquez, Luis Morales,
Rolando Farfán Candia y Carlos Rosales Arias.

Tras tomar el control de la prisión, los rehenes fueron arrinconados en


la parte posterior del tópico.

Cuando se conoció sobre el motín, el entonces presidente Fernando


Belaúnde Terry ordenó que se inicien las negociaciones para encontrar
una solución pacífica. El plan era que esto se realice mientras la
Guardia Republicana, encargada de mantener el orden en las prisiones,
se posicionaba a las afueras de la cárcel.

Los medios de prensa llegaron al lugar y ubicaron sus cámaras en el


techo del colindante colegio Nuestra Señora de Guadalupe. Era la
noticia del momento, miles de personas también sintonizaron desde
sus casas. Algunos vecinos, incluso, comenzaron a alquilar sus
ventanas y terrazas a los periodistas.

De ese modo, en los alrededores de la prisión se observaba a tres


grupos concentrados: la policía, que dirigía sus fusiles contra los
internos, pero no podía disparar; las autoridades, que iniciaban las
negociaciones con los reos, pero no lograban aliviar la angustia de los
rehenes; y la prensa, que informaba al detalle todo lo que sucedía.

Panamericana y América, los dos principales canales de la época,


transmitieron en vivo desde las 11:15 de la mañana.

10 minutos antes del mediodía, el doctor Leoncio Delgado Briones,


fiscal de la Tercera Fiscalía Provincial de Lima, llegó al recinto
penitenciario y recibió las exigencias de los delincuentes, entre las que
estaba su libertad y que les otorguen una camioneta para escapar.

Cinco minutos después, los amotinados hicieron explotar un petardo


en la puerta del penal, lo cual generó movimiento entre las fuerzas
policiales. Luego, llegó el batallón de la Guardia Republicana ‘Yapan
Atic’ (‘Los que todo lo pueden’, en quechua). Así, los muros del penal se
llenaron de francotiradores y expertos en tácticas antisubversivas.
EL INICIO DE LA VIOLENCIA
Los amotinados se enteraron de que la televisión estaba transmitiendo
en vivo la revuelta y empezaron a mostrar carteles con mensajes,
escritos con lápiz labial, exigiendo su libertad. También obligaron a los
rehenes a gritar, desde el techo, que se les concediera sus reclamos
mientras los amenazaban con un cuchillo en la yugular. Empezaba lo
insólito.

Ante la demora de las autoridades para entregarles el vehículo


solicitado para fugarse, a la 1:55 de la tarde, los delincuentes cobraron
la vida de su primera víctima, el agente penitenciario Carlos
Rosales. Fue llevado al techo del penal y, a plena vista de las cámaras
y personas, fue rociado con kerosene y después quemado vivo.
Algunos miembros de la Guardia Republicana, que estaban apostados
en el muro, lograron rescatar al hombre en llamas y lo trasladaron aún
con vida al hospital Arzobispo Loayza. Estuvo internado en el pabellón
de quemados, pero falleció unos días después, el 2 de abril.

Los delincuentes dijeron que si no recibían el vehículo, a las 3:00 de la


tarde asesinarían a otro rehén. Así, a las 2:56 de la tarde, otro
empleado penitenciario, Rolando Farfán, capitán de la guardia, fue
llevado al techo. El recluso Juan Alberto González, alias ‘Beto’, le
disparó en el abdomen a quemarropa, ignorando los gritos de piedad
del hombre.

Momentos después, un papel con las exigencias cayeron sobre la


prensa. El periodista Teodoro Federico Laya Mari, jefe de la página
policial del Diario de Marka, leyó la carta:

“Señor Fiscal:

Somos 12 internos que hemos tomado esta actitud porque queremos lo


siguiente:

1.- Dos camionetas que no sean cerradas con lunas polarizadas.

2- Qué despejen la Av. Bolivia.

3- Qué no nos sigan porque nos llevaremos los rehenes, los cuales
eliminaremos uno por uno, durante el trayecto, siempre y cuando Uds.
nos sigan.

4- Que los vehículos se encuentren en buen estado, aceite, gasolina, etc.

5- Qué tengan chóferes.

6- Qué las camionetas ingresen al patio.

7 - Qué una vez que botemos a los rehenes si quieren nos matan, pero
déjennos en libertad”.
A las 4:25 de la tarde inició un incendio en la sección de enfermería del
penal y, a las 5:50 de la tarde., llegó el diputado Jorge Díaz León, de la
Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, para
conversar con los amotinados.

A las 6:10 p.m., el empleado del penal Walter Corrales,


ensangrentado, logró escapar por el techo, pero en su intento de fuga
los delincuentes le propiciaron varias cuchilladas en la pierna y un
balazo a quemarropa en la cintura. Logró salvarse y sobrevivir a las
heridas.

Llegaba la noche y los amotinados siguieron mostrándose violentos


ante las cámaras de televisión. Le cortaron el rostro a otro de los
rehenes.

EL RESCATE
A las 9:50 de la noche, la Guardia Republicana informó a los
amotinados que accedían a entregarles un vehículo e hizo ingresar una
camioneta policial, pero se trataba de un rescate al estilo del ‘Caballo
de Troya’. El vehículo estaba ocupado por agentes fuertemente
armados y equipados con bombas lacrimógenas.

En ese instante se cortó la electricidad en el centro penitenciario y los


policías, los que ingresaron en la camioneta y los que estaban
apostados en los muros, lanzaron gases paralizantes y bombas
lacrimógenas.

Los francotiradores abrieron fuego contra los amotinados y los policías


procedieron a separar a los rehenes y alejarlos. Casi todos fueron
rescatados con vida, incluida la psicóloga Amelia Ríos de Coloma,
quien había recibido un impacto de bala en la mandíbula. Años
después, escribió el libro ‘Rehenes en el Infierno’, contando su
experiencia.

Los reos Núñez Baraybar y Díaz Martínez también fueron rescatados


ilesos, pero Guillermo Cárdenas Dávila, ‘Mosca Loca’, fue degollado
por los reos que mantenían rencillas con él debido a su posición de
poder en la prisión.

‘Pilatos’, cabecilla del motín, se negó a rendirse y se atrincheró en el


baño. Murió baleado, junto a otros dos amotinados. Juan Alberto
González Zavaleta, ‘Beto’, se escondió en su celda, pero a la mañana
siguiente se suicidó quemando su colchón y pegándose un tiro en el
corazón.

Pasada la medianoche del 28 de marzo, el motín había terminado


cobrando un saldo de 22 vidas y dejando 40 heridos.

¿QUÉ PASÓ DESPUÉS?


El gobierno desalojó el penal El Sexto, pues antes de este episodio ya
había presentando varios problemas de hacinamiento e inseguridad.
Los reos fueron trasladados al penal San Jorge y al de Lurigancho. Dos
años después, el presidente Alan García lo cerró definitivamente y el
terreno fue entregado a la Séptima Región Policial.
Ocho presos fueron sentenciados a penas de entre 15 y 20 años de
cárcel, culpables de las muertes producidas por el motín.

Algunos culparon a la prensa de exacerbar la violencia, pero lo cierto es


que la vieja cárcel era una bomba de tiempo a punto de estallar. Tres
años antes del motín, un enfrentamiento entre bandas criminales de
limeños y chalacos había dejado 31 muertos, 29 de ellos calcinados y
asfixiados.

El Establecimiento Penitenciario de Lima, conocido popularmente


como El Sexto, fue una cárcel ubicada en la cuadra 13 de la avenida
Alfonso Ugarte, a solo una cuadra del colegio Guadalupe, y debe su
nombre a que en la misma edificación se encontraba la Sexta
Comisaría de la Guardia Republicana. Fue construido en 1904 y sus
fríos y hacinados pabellones inspiraron la novela ‘El Sexto’ de José
María Arguedas, que fue publicada en 1961 y está basada en los
horrores carcelarios que sufrió el propio escritor andahuaylino,
quien fue un preso político de este lugar entre 1937 y 1938.

Las armas que portaban habían sido ingresadas de contrabando


durante la realización de una obra de teatro que se organizó para la
población penitenciaria. Tras tomar el control de la prisión, los
rehenes fueron arrinconados en la parte posterior del tópico.

A las 4:25 p. m. se inició un incendio en la sección de enfermería del


penal y, a las 5:50 p. m., llegó el diputado Jorge Díaz León de la
Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados,
buscando entablar una conversación con los amotinados.
Por su parte, ‘Pilatos’, cabecilla del motín, se negó a rendirse y se
parapetó en el baño, muriendo baleado en el intercambio de
disparos junto a otros dos amotinados. Juan Alberto González
Zavaleta, ‘Beto’, se escondió en su celda, pero a la mañana siguiente
decidió suicidarse quemando su colchón y pegándose un tiro en el
corazón.
“Todo el Sexto parecía vibrar, con su inmundicia y su apariencia de
cementerio, en ese grito agudo que era arrastrado por el aire como
el llanto final de una bestia”. José María Arguedas, El Sexto

. De ellos solo se supo sus alias: Beto, Chalaco, Chino Sakoda, Pajarito y
Papi. Lo que siguió fue una cobertura sin precedentes por parte de los
medios de comunicación de la época, con canales de televisión
transmitiendo en vivo durante las 15 horas que duró el motín.

Las imágenes transmitidas en vivo conmovieron a la opinión pública,


generando un debate nacional sobre la seguridad en las prisiones y
la responsabilidad del Estado en garantizar la protección de los
ciudadanos, incluso cuando están privados de libertad.

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