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El Zen y La Esgrima

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“El zen y la esgrima” forma parte del libro “El zen

y la cultura japonesa” publicado por primera vez


en Japón en el año 1938. El libro reúne una serie de
conferencias brindadas por Suzuki en Inglaterra y
América en 1936.

Su nombre budista “Daisetsu”, significa “gran


simplicidad”. Dice: “el zen, en esencia, es el arte de
ver dentro de la naturaleza del propio ser, y marca
el camino del cautiverio a la libertad”.

“La espada es el alma del samurai”: por eso, cuando


se habla del samurái, hay que hacerlo también
inevitablemente, de la espada. El samurai que
quiera ser fiel a su vocación tendrá que formularse,
antes que nada, esta pregunta: ¿cómo trascenderé la
vida y la muerte para estar listo en cualquier
momento para dar la vida, si es necesario, por mi
señor? Esto se refiere tanto al riesgo de recibir la

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estocada del enemigo como a la posibilidad de
tener que dirigir la propia espada contra sí mismo.
La espada está, pues, íntimamente unida a la vida
del samurái, y se ha convertido en símbolo de
lealtad y sacrificio de sí.

La espada tiene pues una doble función que


cumplir: destruir cualquier cosa que se oponga a la
voluntad de su dueño y sacrificar todos los
impulsos que surgen del instinto de
autoconservación. La primera función se relaciona
con el patriotismo, a veces con el militarismo,
mientras que la segunda tiene una connotación
religiosa de lealtad y sacrificio de sí. En el primer
caso, la espada puede significar, muy
frecuentemente, destrucción pura y simple, y pasa
a ser entonces símbolo de la fuerza, en ocasiones de
la fuerza diabólica. Por esta razón, precisamente, se
debe controlar y consagrar por la segunda función.
Su propietario consciente piensa siempre en esta
función, para que la destrucción se vuelva contra el
espíritu del mal. La espada se identifica entonces
con la aniquilación de las cosas que obstaculizan el

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camino de la paz, la justicia, el progreso y la
humanidad. Aboga por todo lo que es deseable
para el bienestar espiritual del mundo en general.
Es entonces encarnación de la vida y no de la
muerte.

El zen habla de la espada de la vida y de la espada


de la muerte y es lo propio de un maestro zen saber
cuándo y cómo debe utilizar cada una de ellas.
Mañjusri lleva una espada en su mano derecha y los
sutras en la izquierda. Esto puede recordarnos al
profeta Mahoma, pero la espada sagrada de
Mañjusri no es para matar a los seres vivos, sino la
avaricia, la ira y la sinrazón. Está dirigida hacia
nosotros mismos, pues cuando esta misión se
cumple en nosotros, el mundo exterior, que es
reflejo de lo que está en nuestro interior, queda
también libre de la avaricia, la ira y la sinrazón.

Kusunoki Masashige (1294-1336) acudió al


monasterio zen situado en Hyogo cuando estaba a
punto de enfrentarse al invencible ejército de
Ashikaga Takauji (1305-1358) en Minatogawa, y

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preguntó al maestro: ¿Cuándo un hombre está en
un cruce de caminos entre la vida y la muerte,
¿cómo debe comportarse? Respondió el maestro:
“aparta de ti el dualismo y deja que la espada única
resista serenamente y por sí misma contra el cielo”

Esta “espada única” absoluta no es ni la espada de


la vida ni la espada de la muerte, es la espada de la
que procede este mundo de dualidades y en la que
tienen su ser, es el propio Vairocana Buda. Agarrate
a ella, y sabrás cómo comportarte cuando los
caminos se separan.

La espada representa aquí la fuerza de la claridad


intuitiva o instintiva, que a diferencia del intelecto
no se divide a sí mismo obstaculizando su propio
camino. Marcha hacia adelante sin mirar atrás o a
los costados. Es como el cuchillo de Chuang Tzu
que corta por las articulaciones como si éstas
estuvieran esperando para que las separen. Chuang
Tzu diría entonces: las articulaciones se separan por
sí mismas, y así el cuchillo, incluso después de
muchos años de uso, corta igual que cuando salió

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de las manos de quien lo afiló. La espada única o
realidad única nunca se desgasta después de cortar
a tantas víctimas del egoísmo.

Es digno de destacar que, cuando se hacen las


espadas, el herrero invoca la ayuda del dios
guardián. Para invitarle a acudir al taller, lo rodea
con cuerdas consagradas, que excluyen a los malos
espíritus, mientras celebra la ceremonia de ablución
y se viste con ropas ceremoniales con que realiza su
trabajo. Mientras golpea la barra de hierro y la baña
con fuego y con agua, el herrero y su ayudante
están en un estado mental particularmente
intensificado. La espada así producida es una
verdadera obra de arte. La espada japonesa tiene un
profundo atractivo para el alma del pueblo. Los
japoneses la miran, en verdad, no como un arma de
destrucción, sino como un objeto de inspiración.

Masamune vivió en la última parte del período


Kamakura, y sus obras son universalmente
estimadas por todos los expertos por su excepcional
calidad. En lo que atañe a su filo, la espadas de

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Masamune quizá no sean superiores a las de
Muramasa, uno de sus más cualificados discípulos,
pero a Masamune se le atribuye algún tipo de
inspiración moral que tiene su origen en su propia
personalidad. La leyenda dice así: alguien trató
alguna vez de probar el filo de una espada de
Muramasa, y la colocó en una corriente de agua,
observando qué ocurría con las hojas muertas que,
arrastradas por la corriente, chocaban contra ella.
Comprobó que todas las hojas que daban contra el
filo quedaban cortadas en dos. Colocó a
continuación una espada de Masamune, y cuál no
sería su sorpresa al constatar que las hojas eludían
la espada. La Masamune no estaba inclinada a
matar; era algo más que un instrumento de corte,
mientras que la Muramasa no podría trascender al
acción de corte, pues no había nada divinamente
inspirado en ella. La Muramasa era terrible, la
Masamune es humana. Una es despótica e
imperialista, la otra es sobrehumana, si cabe
expresarse de esa forma. Masamune casi nunca
grabó su nombre en la empuñadura, aunque tal

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cosa era práctica habitual entre los fabricantes de
espadas.

En Japón, como también quizá en otros países, el


mero conocimiento técnico de un arte no es
suficiente para convertir a nadie en un verdadero
maestro; se debe haber profundizado lo bastante,
además, en el espíritu interior. Este espíritu sólo es
captado cuando la mente está en completa armonía
con el principio de vida, esto es, cuando se alcanza
un cierto estado de mente conocido como mushin
(wu-shin en chino), “no mente”. En la terminología
budista, esto significa ir más allá del dualismo de
todas las formas de vida y de muerte, bien y mal,
ser y no ser. Aquí es donde todas las artes se
fusionan en el zen.

II

Carta de Takuan a Yagyu Tajima No Kami


Munenori sobre el misterio del Prajna inmutable

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Sentimientos que acompañan a la fase de
estancamiento de la Ignorancia.

“Ignorancia” (avidya) significa ausencia de


iluminación, es decir, ilusión. La “fase de
estancamiento” se refiere al “punto en el que la
mente se fija para permanecer en él”. En la
enseñanza budista hablamos de cincuenta y dos
fases o etapas, una de las cuales es aquella en la que
la mente se aferra a cualquier objeto que encuentra.
Esta actitud es conocida como tomaru, "detención”,
“fijación”, “estancamiento”. La mente queda unida
a un objeto en lugar de pasar de un objeto a otro
(como haría si siguiera su propia naturaleza).

En el caso de la esgrima, por ejemplo, cuando el


oponente trata de golpearte, tu mirada percibe de
inmediato el movimiento de su espada y te
esfuerzas en seguirlo. Pero tan pronto como esto
ocurre, dejas de ser dueño de ti mismo, y puedes
estar seguro de que te golpearán. Esto es lo que se

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llama “fijación” (pero hay otra forma de enfrentarse
a la espada del adversario)

Por supuesto, ves la espada a punto de golpearte,


pero no permites que tu mente “se fije” ahí. No
tengas intención de contraatacarle en respuesta a su
amenazante movimiento, no abrigues
pensamientos calculados de ningún tipo. Percibe
simplemente el movimiento del oponente, no
permitas que tu mente se “detenga” con él, avanza
hacia el oponente y utiliza su ataque para volverlo
contra él. Entonces la espada que quiere matarte
pasará a ser tuya y el arma caerá sobre el
adversario.

En zen esto se conoce como “quitarle el arma al


enemigo y utilizarla para matarlo”. La idea es que
la espada del adversario, al ser transferida a tus
manos, se convierte en instrumento de su propia
destrucción. Esto es “no espada” en tu
terminología. Tan pronto como la mente se “fija” a
un objeto de cualquier naturaleza dejas de ser
dueño de ti y puedes estar seguro de caer, víctima

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de la espada del enemigo. Si te opones a él, tu mente
será arrebatada por él. Por tanto, ni siquiera pienses
en ti mismo. (Es decir, la oposición de sujeto y
objeto debe ser trascendida).

Para los principiantes, no es una mala idea


mantener la mente atenta y concentrada en su
propia disciplina. Es importante que tu atención no
sea atraída por la espada o su movimiento. Cuando
tu mente está preocupada por la espada, te
conviertes en tu propio cautivo, puest tu mente
queda presa de algo externo y pierdes el control. En
budismo esta “fijación” de la mente recibe el
nombre de ilusión, de ahí los “sentimientos que
acompañan a la fase de estancamiento de la
ignorancia”.

(El “inconsciente” del esgrimista y el


“inconsciente” de los psiconanalistas no deben
confundirse, pues el primero está libre de la noción
del yo. El perfecto practicante de esgrima no toma
conocimiento de la personalidad del enemigo,
como tampoco de la suya propia. Es un espectador

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indiferente del drama fatal de la vida y la muerte en
el que él mismo es el participante más activo. A
pesar de toda la preocupación que tiene o debería
tener, está por encima de sí mismo, trasciende la
comprensión dualista de la situación: sin embargo
no es un místico contemplativo, está en el centro
mismo de un combate mortal. Esta distinción se
debe tener en cuenta cuando comparamos la
cultura oriental con la occidental. Incluso en artes
tales como la esgrima, donde el principio de
oposición está presente con evidencia absoluta, se
aconseja a aquel que está más directamente
implicado en ello que se libere de esta idea)

III

Dónde localizar la mente

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La pregunta que a menudo se formula es, entonces,
ésta: ¿hacia dónde se debe dirigir la mente (o la
atención)? Cuando se dirige a los movimientos del
adversario, es apresada por ellos. Cuando se dirige
a su espada es apresada por ella. Cuando se dirige
a defenderse es apresada por la idea de defensa.
Cuando se dirige a la posición que el oponente
asume, es apresada por ella. En todos los casos, los
hechos nos dicen que no está claro dónde se debe
dirigir la mente.

La pregunta es, pues: ¿dónde hay que poner la


mente, en definitiva?

Yo respondo: “la cuestión no es localizar la mente


en ninguna parte concreta, sino dejarla ocupar todo
el cuerpo, dejarla fluir a través de todo tu ser.
Cuando esto sucede, utilizas las manos cuando son
necesarias, utilizas las piernas o los ojos cuando son
necesarios, y ningún tiempo ni energía se
despilfarrarán inútilmente. (La localización de la
mente significa su congelación. Cuando deja de

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fluir libremente, cuando se la necesita, no es ya la
mente en su mismidad.)

(La localización no está restringida al ámbito físico


del ser. La mente también puede quedar
psicológicamente prisionera. Por ejemplo, uno
puede ponerse a deliberar cuando se impone una
acción inmediata, como en el caso del esgrimista. La
deliberación sin duda interfiere y “fija” el curso del
flujo mental. No recurras a la deliberación, ni a la
discriminación. En lugar de localizar, guardar en
cautividad o congelar la mente, déjala ir por sí
misma libremente, sin estorbos ni inhibiciones. Sólo
cuando se hace esto, la mente está lista para
moverse cuando es necesario por todo el cuerpo, sin
“fijación” en parte alguna.

Los hombres y mujeres zen hablan en su enseñanza


sobre lo justo o lo verdadero (sho) y lo parcial (hen).
Cuando la mente llena enteramente el cuerpo, se
dice que está en actitud justa: cuando está
localizada en alguna parte específica, es parcial o
unilateral. La mente justa está igualmente

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distribuida por todo el cuerpo y no es en absoluto
fragmentadora. La mente parcial, por el contrario,
está dividida y es unilateral. Al zen no le gusta la
parcialización o localización. Cuando la mente se
mantiene endurecida en un lugar no consigue
penetrar o fluir por todas las partes del cuerpo.
Cuando no es parcializa según un plan
esquemático, se difunde de forma natural por todo
el cuerpo.

La mente se debe dejar a sí misma, absolutamente


libre para moverse según su propia naturaleza. No
localizar o fragmentar es la finalidad de la
enseñanza espiritual. Cuando no está en ninguna
parte, está en todas partes.

Las principales tesis de la carta de Takuan a Yagyu


Tajima no kami están expresadas en los pasajes que
acabamos de traducir. La idea fundamental es
preservar la absoluta fluidez de la mente (kokoro),
manteniéndola libre de las deliberaciones
intelectuales y las perturbaciones afectivas de

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cualquier clase que puedan surgir de la ignorancia
y la ilusión.

La fluidez de la mente y el Prajna Inmutable


pueden parecer contradictorios, pero en la vida real
son idénticos. Cuando tienes uno, tienes el otro,
pues la mente en su mismidad es a la vez mutable
e inmutable, está continuamente fluyendo, no
“fijándose” nunca a ningún punto, y sin embargo
hay un centro que nunca está sujeto a ninguna clase
de movimiento, permaneciendo siempre idéntico a
sí mismo.

La dificultad estriba en cómo identificar ese centro


de inmovilidad con sus movimientos nunca fijados.
Takuan aconseja al esgrimista que resuelva su
dificultad en el uso de la espada cuando realmente
enfrenta al oponente. El esgrimista debe enfrentarse
así constantemente a una contradicción lógica.

En la medida en que la advierte, es decir, en la


medida que está lógicamente mentalizado, sus
movimientos siempre estarán obstaculizados de

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una u otra forma –esto es suki*-, y el enemigo sacará
sin dudas buen partido de ello.

Por tanto, el esgrimista no se puede permitir el


entregarse a una improductiva actividad intelectual
cuando el adversario está perpetuamente alerta
para detectar el más ligero suki en la parte
contraria. No puedes relajarte y al mismo tiempo
conservar deliberadamente el estado de tensión ni
por un solo instante, pues esto es lo que hace que la
mente se “fije” y pierda su fluidez. ¿Cómo,
entonces, se puede estar relajado y en tensión
simultáneamente? Aquí está la perpetua
contradicción, aunque presentada ahora en forma
diferente.

*Suki significa literalmente cualquier espacio entre


dos objetos por el que algo puede penetrar. Se crea
un suki mental o psicológico cuando la relajación
sigue a un estado de tensión.

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Cuando la situación se analiza intelectualmente,
nunca se puede escapar a la contradicción en una
forma u otra, movimiento y sin embargo no
movimiento, en tensión y sin embargo relajado,
viendo todo lo que avanza hacia uno y sin embargo
sin la menor ansiedad sobre lo que vaya a ocurrir,
sin ningún propósito definido, sin nada
conscientemente calculado, sin anticipación ni
expectativas, en resumen, manteniéndose
inocentemente como un niño, y sin embargo con
toda la astucia y los recursos de la más aguda de las
inteligencias, con una mente plenamente madura:
¿cómo puede hacerse esto? Ningún esfuerzo de
intelección, por grande que sea, puede siquiera
servir de ayuda en esta paradójica situación.

Lo que se conoce como kufu es el único camino para


alcanzar este resultado. El kufu es completamente
personal e individual, debe desarrollarse dentro de
uno mismo, en la propia vida interior. Kufu
significa literalmente “esforzarse”, “luchar”, “tratar

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de encontrar la salida”, o, en términos cristianos,
“invocar incesantemente la ayuda de Dios”.
Psicológicamente hablando, equivale a suprimir
todas las posibles inhibiciones, tanto intelectuales
como afectivas o emotivas, y manifestar lo que está
almacenado en el inconsciente, dejándolo actuar de
forma completamente independiente respecto a
cualquier clase de interferencia por parte de la
consciencia. El kufu, por consiguiente, se deberá
dirigir hacia la forma de eliminar las inhibiciones,
aunque no analíticamente. Podríamos decir que el
kufu debe realizarse volitivamente, como un
proceso que implica a toda la personalidad; es
decir, que debe ser totalizador, creciendo desde las
profundidades del propio ser.

Para clarificar el sentido de la inmovilidad de la


mente más móvil, Takuan distingue la mente
original de la mente engañosa, que es un estado
intelectualmente escindido de la consciencia. La
mente original es una mente inconsciente de sí,
mientras que la mente engañosa está dividida

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contra sí misma, interfiriendo la libre acción de la
mente original.

La mente original es honshin y lamente engañosa es


moshin. Hon significa “original”, “primario”,
“real”, “verdadero”, “nativo” o “natural” y mo
significa “no real”, “decepcionante”, o
“decepcionado”, “engañoso” o “engañado”. Shin
es kokoro, es decir, “mente”, en su más amplio
sentido.

La mente engañosa se puede definir como la mente


intelectual y afectivamente sobrecargada. De este
modo, no le es posible moverse de un lugar a otro
sin fijarse y reflejarse sobre sí, y esto obstruye su
fluidez originaria. La mente entonces se coagula
antes de hacer un segundo movimiento, pues el
primero todavía subsiste –el suki del esgrimista- y
esto es algo que se debe evitar con el máximo
cuidado. Esto corresponde a la mente consciente de
sí (ushin no shin en japonés). Ser consciente es algo
característico de la mente humana, lo que la
diferencia de la mente animal. Pero cuando la

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mente se hace consciente de sus obras, deja de ser
instintiva y sus órdenes se acompañan de cálculos
y deliberaciones, lo que significa que la conexión
entre ella y los miembros ya no es directa, pues la
identidad entre el elemento ordenador y sus
agentes ejecutivos se ha perdido. Cuando el
dualismo aparece, la personalidad total nunca se
manifiesta como en sí misma es. Takuan llama a
esta situación “fijación”, “detención”, o
“congelación”.

La mente consciente es ushin no shin en contraste


con mushin no shin, mente inconsciente de sí.
Mushin significa literalmente “no-mente”, es la
mente negándose a sí misma, abandonándose, una
mente sólidamente congelada permitiéndose
relajarse en un estado de perfecta indefensión.

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IV

El estado mental de no-mente (Mushin no Shin)

Una mente insconsciente de sí es una mente que


no está en absoluto perturbada por sentimientos
de ninguna clase. Siempre fluye, nunca se detiene
ni se convierte en algo sólido. Cuando no tiene
discriminación que hacer, ni preferencia afectiva
que seguir, llena completamente el cuerpo,
penetrando cada parte del mismo, sin estacionarse
en ninguna. No es nunca como una piedra o un
trozo de madera. (Siente, se mueve, nunca
descansa) Si puede encontrar un lugar cualquiera
de descanso, es que no es un estado mental de no-
mente. La no-mente no guarda nada para ella. Se
conoce también como munen, “no-pensamiento”.
Mushin y munen son sinónimos.

Cuando el estado de mushin o munen es


alcanzado, la mente se mueve de un objeto a otro,
fluyendo como una corriente de agua, llenando

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todos los rincones. En esta situación, la mente
cumple todas las funciones que se requieren de
ella.

Takuan cita un antiguo poema, sobre una fase del


amor romántico:

Pensar que no estoy


pensando* en ti
todavía es pensar en ti.
Trataré entonces de no pensar
que no estoy pensando en ti.

*”Pensar” es omou en japonés. Omou significa no


sólo “pensar” sino también “recordar”, “anhelar”,
“amar”, etc. Tiene un valor tanto intelectual como
afectivo. La palabra es casi un término general para
todo lo que pasa por la mente. Por consiguiente, no
pensar (omowanu) es conservar la mente
completamente vacía de todo contenido, un estado
blanco de vacuidad que es mushin o munen.

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Antes de dejar a Takuan, quiero referirme a lo que
se puede considerar como una eterna paradoja, que
puede expresarse así: ¿cómo es posible mantener la
mente en estado de no-pensamiento, cuando su
función es pensar? ¿Cómo puede la mente ser a la
vez mente y no-mente? El problema no es sólo
lógico y psicológico, es también metafísico. La
cuestión no ha sido nunca presentada a la mente
occidental, yo creo, según la forma en que Oriente
la plantea.

La tradición sostiene que Yagyu Tajima no kami


Munemori dejó un poema a uno de sus hijos
transmitiéndole el secreto de esta escuela de
esgrima.

Detrás de la técnica

debes saber que está el espíritu (ri);

está amaneciendo;

abre la ventana,

y ahí está, ¡la luz de la luna brilla en el interior!

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Podemos decir que esto es profundamente
místico. Pero hay algo extraño en todo ello: ¿qué
tiene que ver el arte de la espada –que, hablando
con claridad, consiste en matarse unos a otros- con
un contenido como el expresado en el poema sobre
la luna al despuntar el día?

El autor nos habla aquí, naturalmente, de una luz


interior en la psicología del practicante de esgrima.
Yagyu el maestro sabe que el espíritu (ri) o
experiencia interior (satori) debe respaldar el arte,
y eso sólo se alcanza cuando se miran
profundamente los espacios más interiores de la
mente de la vacuidad (sunyata) que es la
metafísica de mushin no shin (“mente de no
mente”).

Esta “vacuidad mental” se aplica a todas las


actividades que podemos realizar, por ejemplo, a
la danza como a la esgrima. El danzante toma el
abanico y empieza golpeando el suelo con los pies.
Si tiene la más mínima intención de demostrar su
habilidad, deja de ser un buen danzante, pues su

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mente se “fija” a cada instante. En cualquier
actividad es importante olvidar la “mente” y llegar
a ser uno con lo que se hace.

El perfecto maestro de esgrima evita la pelea o el


enfrentamiento. Luchar significa matar. ¿Cómo
puede un ser humano llegar a matar a un
semejante? Estamos hechos para amarnos y no
para matarnos.

La espada es un instrumento infausto para matar


en algunas circunstancias inevitables. Por
consiguiente, cuando se deba usar, habrá que
utilizar la espada que da vida y no la espada que
da muerte. La cuestión, sin embargo, es utilizar el
arte como un medio para avanzar en el estudio de
la Vía (Tao). Cuando es adecuadamente utilizado,
nos ayuda en forma eficaz al cultivo de la mente y
el espíritu.

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Pensar es útil en muchos sentidos, pero hay
algunas ocasiones en que pensar interfiere con el
trabajo, y hay que dejar los pensamientos a un
lado y permitir que el inconsciente tome las
riendas. En tales casos, dejas de ser dueño de tu
propia consciencia y te conviertes en un
instrumento en manos de lo desconocido. Lo
desconocido no tiene consciencia de ego y
consecuentemente no tiene propósito de ganar la
contienda, porque se mueve en el nivel de la no
dualidad, donde no hay sujeto ni objeto. Ésta es la
aplicación práctica de la doctrina de Lao Tsé del
“no hacer”.

Estar alerta significa ser extremadamente serio, y


ser extremadamente serio significa ser sincero con
uno mismo, y es la sinceridad lo que finalmente
conducirá a descubrir el Camino del Cielo. El
Camino del Cielo está por encima del yo, y es
mushin, "no-mente”, o munen, “no-pensamiento.
Cuando mushin es realizado, la mente no conoce
obstrucciones ni inhibiciones y queda emancipada

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de los pensamientos de vida y muerte, ganancia y
pérdida, victoria y derrota.

La espada, por consiguiente, debe ser un


instrumento para matar el ego, que es la raíz de
todas las luchas y desavenencias. La escuela de
Yagyu hace de “beber de un solo trago las aguas
del Río del Oeste” la culminación de la enseñanza
de la esgrima, en lo que atañe al principio
espiritual. Los detalles técnicos deben quedar
subordinados al principio, que es lo que realmente
debe configurar la personalidad espiritual de los
esgrimistas.

Entonces…

-¿no hay “secreto de tansmisión” en la esgrima?

-La verdad última nunca se puede transmitir de


una persona a otra. Viene desde el interior. Toda la
disciplina técnica está dirigida a conseguir que el
aspirante llegue a ver eso. Lo mismo ocurre con la
enseñanza en general. No hay mucha utilidad en
la mera erudición. Puedes leer todos los libros que

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existen sobre el tema del aprendizaje y el camino
espiritual, pero la culminación es comprender el
misterio del ser, y la realización viene del interior
de ti mismo, pues no puede venir de ninguna otra
parte. Si viniera de fuera, no sería tuya sino de
otro.

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