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Baja Edad Media

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Baja Edad Media (s.

xii al xv)[editar]

Guelfos y gibelinos, el Sacro Imperio y la Liga Lombarda[editar]

Artículos principales: Sacro Imperio Romano Germánico, Güelfos y gibelinos, Reino de Italia
(Sacro Imperio Romano) y Liga Lombarda.

La muerte de Carlomagno y las luchas por retener su imperio repartido entre sus diversos hijos
inició un periodo de guerras civiles que no se estabilizaron hasta la creación, a principios del
siglo x, del Reino de Francia y del conglomerado del Sacro Imperio en lo que hoy es Alemania,
el norte y centro de Italia, Suiza, Países Bajos y otros territorios orientales de sus ex dominios.
La ausencia de un poder central fuerte supuso la atomización de estas regiones en principados,
obispados, condados y ciudades prácticamente independientes y con frecuencia enfrentados
entre sí. Esto fue particularmente importante en Italia, donde las ricas ciudades del norte
emergieron como ciudades-Estado comerciales cuasi-independientes. El emperador era
elegido por los principales nobles, lo que facilitó este clima de enfrentamiento que tuvo en
numerosas ocasiones a Italia como campo de batalla.

Enrique IV delante de Gregorio VII en Canossa.

En el siglo x, se introdujo un nuevo elemento de discordia: el enfrentamiento entre la Iglesia y


el Imperio, que fue conocido como la Querella de las Investiduras de 1073, que inició una serie
de conflictos por la primacía del papa o el emperador en la cristiandad y el Sacro Imperio.
Ambos se discutían el sometimiento teórico del poder temporal imperial al religioso papal o
viceversa, y el derecho al nombramiento de los obispos. La lucha dividió Italia
entre güelfos (por los Welfen de Baviera), que apoyaban al papa, y gibelinos (por
los Hohenstaufen de Waiblingen), los defensores del poder imperial. A raíz de esto diversos
emperadores se enfrentaron al papa e invadieron Lombardía, apoyando cuando les convenía
a antipapas. En respuesta, diversos emperadores fueron excomulgados, mientras los Estados
Pontificios rechazaron el poder temporal del emperador y promovieron facciones pro-
eclesiásticas.

Ciudades como Florencia, Milán y Mantua abrazaron la causa güelfa, mientras que otras
como Forli, Pisa, Siena y Lucca se unieron a la causa imperial. Se trataba en general de una
lucha por la autonomía, donde las ciudades que temían el poder del emperador trataban de
contrarrestarlo con la influencia papal, y las cercanas al Lacio Papal buscaban una autoridad
imperial que les garantizara su libertad. Otras veces, eran las luchas intestinas entre ciudades
rivales las que convertían rencillas locales en nuevos episodios de este enfrentamiento: la
güelfa Florencia presentó batalla a la liga gibelina de las otras ciudades toscanas (Arezzo,
Siena, Pistoia, Lucca y Pisa), causando un largo conflicto que tuvo como máximas exponentes
las batallas de Montaperti, en 1260, (que se celebra en la famosa fiesta del Palio di Siena) y la
de Altopascio, en 1325. Sin embargo, muchas veces, en el seno de una ciudad coexistían
ambas tendencias alternándose según la que fuera más fuerte en el momento. Con el tiempo
incluso se desarrollaron subfacciones dentro de cada grupo.

Escudo de los emperadores de la Casa de Hohenstaufen,


reyes de Sicilia y Emperadores del Sacro Imperio.

Enrique IV, comenzó la querella al enfrentarse a Gregorio VII. Llegó a presentarse descalzo y en
penitencia ante él durante el Paseo de Canossa en 1077, para lograr que le levantaran la
excomunión, pero luego volvió a apoyar al antipapa Clemente III contra Gregorio y su
cuñado Rodolfo de Suabia. Los siguientes papas no lograron desactivar el conflicto, hasta
que Calixto II logró con el Concordato de Worms, la paz con el hijo y sucesor de Enrique
IV, Enrique V. Por sus términos se diferenciaba entre la coronación canónica del emperador
por el papa y la laica, y se admitía la autoridad del emperador sobre la Iglesia en Alemania,
previa invasión de Italia por Enrique en 1110.

Tras los Enriques, gobernó Lotario II, derrotado por Rogelio II de Sicilia y enfrentado a Conrado
III. Este noble era el primer Hohenstaufen, familia que comenzó a acumular poder en
Alemania. Probablemente el mayor enfrentamiento entre papa y emperador se produjo con su
hijo Federico I Barbarroja, emperador entre 1155 y 1190, cuya activa política italiana acentuó
la intervención imperial. Las ciudades del norte de Italia se vieron involucradas en la guerra,
cambiando frecuentemente de partido. La Liga Lombarda fue una alianza establecida el 1 de
diciembre de 1167 entre 26 Ciudades Opositoras del norte de Italia, entre las que
destacan Milán, Cremona, Mantua, Bérgamo, Brescia, Plasencia, Bolonia, Padua, Treviso, Vicen
za, Verona, Lodi, Parma y Venecia. Posteriormente se unieron otras cuatro ciudades más, hasta
formar un total de 30. El propósito inicial de la Liga era combatir la política italiana de Federico
I, que en aquel momento reclamaba el control total sobre el norte de Italia. La respuesta
imperial quedó expresada en la Dieta de Roncaglia, y fue llevada a cabo con la invasión de
1158 y luego otra vez en 1166. La Liga recibió el apoyo incondicional del papa Alejandro III y
sus sucesores, deseosos tanto de verse libres de la influencia imperial como de aumentar su
poder en la península itálica. En la batalla de Legnano (29 de mayo de 1176), las tropas
imperiales fueron derrotadas, y Federico se vio forzado a firmar una tregua de seis años (1177-
1183). La situación se resolvió al finalizar ésta, cuando ambas partes firmaron el Tratado de
Constanza, según el cual las ciudades italianas reconocían la soberanía del emperador de
Alemania, pero a su vez éste se veía obligado a reconocer la jurisdicción propia de cada ciudad
sobre sí misma y su territorio circundante, lo que supuso el reconocimiento de su
independencia de facto.

Sarcófago de Federico II, rey de Sicilia y emperador del Sacro


Imperio, en la Catedral de Palermo. Profundo reformador de Italia y gran guerrero, a su
muerte se propagó la leyenda de que solo dormía en espera de volver a su reino.

Tras Barbarroja, su hijo Enrique VI reuniría tanto el reino alemán como el de Sicilia, por su
matrimonio con Constanza I de Sicilia. El güelfo Otón IV gobernaría brevemente (1208-1218),
dejando el Ducado de Spoleto bajo dominio papal en 1213, pero terminó alejándose del
papado y trató de restaurar la autoridad imperial en Italia, solo para caer ante el
gibelino Federico II Hohenstaufen, rey de Sicilia e hijo de Enrique VI. Con Federico II, Stupor
Mundi (el asombro del mundo), los Hohenstaufen recuperaron el trono imperial alemán.
Federico II reagrupó unos poblados de los Abruzos para fundar la ciudad de L'Aquila en 1254,
reorganizó el Reino de Sicilia con las Constituciones de Melfi, y fundó la Universidad de
Nápoles. El intento del papa de reunir a las ciudades güelfas contra él desencadenó, en 1229,
una nueva invasión imperial, que fue seguida por nuevas luchas e incluso una excomunión de
Federico en 1239. Hacia el final de su vida, el papa Inocencio IV logró sin embargo una victoria
en la batalla de Parma. Su muerte en 1250 marcó un interregno en el trono imperial, a medida
que su hijo Conrado IV y su nieto, Conradino de Hohenstaufen, se enfrentaban al papa en
Alemania y en Italia.

Enrique VIII, terminó con el interregno al ser elegido emperador en 1308, y pese a pertenecer
a una dinastía distinta volvió a enfrentarse por Italia con la Iglesia. El papa, Clemente V, contó
esta vez con el apoyo de Sicilia, que, pese a la disputa con la Corona de Aragón, estaba en
manos de los proeclesiásticos Anjou de Francia. En 1314 fue elegido Luis IV de Baviera, que
acogió a teólogos contrarios al papa como Marsilio de Padua o Miguel de Cesena, y se
enfrentó al papa Juan XXII. Apoyó al antipapa Nicolás V contra él, mientras el papa apoyaba
a Carlos IV de Luxemburgo como Rey de Romanos. Este accesió en 1355 al trono, con el apoyo
del papa. Su hijo, Wenceslao de Luxemburgo, tuvo que afrontar la creciente independencia de
los nobles italianos y el Cisma de Occidente desde el comienzo de su reinado como Rey de
Romanos en 1376. En 1400, fue depuesto por Roberto del Palatinado, que fue derrotado
por Gian Galeazzo Visconti cuando trató de imponer su autoridad sobre Milán. Segismundo de
Luxemburgo llegó al poder en 1410, volviendo a usar el título de emperador y reinó hasta que,
en 1437, Federico III de Habsburgo comenzó la desde entonces interrumpida sucesión de
emperadores de la familia austríaca de los Habsburgo.

Ciudades-Estado italianas: Comuni y Signorie[editar]

Artículos principales: Ciudades-estado italianas, Signoria y Comuna medieval.

Así, estos continuos conflictos dieron la ocasión para forjar ciudades-Estado autónomas,
gobernadas por repúblicas (Comuni) o por gobernantes nobiliarios (Signoria) locales, que
gracias al enfrentamiento entre los grandes poderes de la época, no estaban supeditados a
nadie. Historiadores contemporáneos suelen asociar las Signorie al fracaso de las repúblicas en
mantener la ley y el orden. No era raro que una ciudad se ofreciera a un líder poderoso para
garantizar su prosperidad: Pisa lo hizo posteriormente con Carlos VIII de
Francia y Siena con César Borgia ante la presión de sus enemigos florentinos. Cada ciudad
mantenía su peculiar equilibrio entre un gobierno y otro con distinto poder de los
gobernantes. A veces, una república nominal enmascaraba el control de una pequeña
aristocracia o incluso de una sola familia. Florencia era una república controlada sin embargo
por la familia Médici, la más rica de la ciudad. En otras, directamente los derechos hereditarios
de una familia eran parte del derecho de la ciudad como en las monarquías modernas.

El delicado equilibrio entre la Iglesia, la nobleza local, y una pequeña burguesía fluctuante, con
los conflictos permitió el establecerse de repúblicas como la República de Pisa, cuyas leyes de
mar son reconocidas por el papa en 1077, la República de Lucca, nacida en 1119, o la República
de Siena en 1125, las tres en la región de la Toscana. Bolonia, sede desde 1088 de
la universidad más antigua de Occidente, también tuvo una república, alternada con épocas
bajo la órbita de Milán o el papado. Ciudades costeras
como Venecia, Génova, Ancona o Amalfi, crearon un subtipo particular de repúblicas,
las repúblicas marítimas, fuertemente ligadas al comercio internacional. De forma no
sostenida en el tiempo, otras muchas ciudades italianas alternaron gobiernos nobiliarios con
revoluciones y repúblicas de dispares duraciones.

En verde, la máxima extensión del poder milanés de


los Visconti.
Particularmente clave fue la evolución de Milán, que devendría en la mayor potencia del norte
de Italia. El señorío de Milán estuvo en manos de la familia Della Torre, que lo perdió al
enfrentarse al arzobispo de la ciudad, Otón Visconti. Con el ascenso de Otón y de su
sobrino, Mateo I Visconti, cabeza de sus ejércitos, en 1277 comenzó el reinado de los Visconti.
Apoyaron al emperador en el norte de Italia y llegaron a sitiar Génova en 1318. Azzone
Visconti conquistaría las ciudades papales de Bérgamo, Cremona y Lodi, ampliando su poder
en la región.

Otras dinastías también aprovecharon los acontecimientos para fundar Estados en el norte de
Italia. La Casa de Saboya, una familia borgoñona que había unificado la Marca de Turín y
el Condado de Saboya, alcanzó el título ducal del emperador Segismundo en 1416. La
familia Montefeltro controlaba Urbino y Pésaro desde 1213, siendo agraciados en 1443 con el
título de duques de Urbino. Rávena, que estaba bajo dominio papal, cayó en 1218 bajo los
Traversari, a los que en 1270 sustituyeron los Da Polenta. Rímini cayó en manos de la familia
Malatesta en 1239, que desde 1285 también gobernaron en Pésaro y que temporalmente
ocuparon Ancona. Camerino, destruida en 1256, fue desde su reconstrucción, en 1262,
liderada por los Varano, que lo convirtieron en el Ducado de Camerino. La familia Gonzaga se
hizo, bajo Luigi Gonzaga, con el dominio de Mantua en 1328, que convirtieron con el tiempo
en marquesado y ducado. La Casa de Este, vicarios del papa en Ferrara desde 1332, recibieron
en 1452 el gobierno del Ducado de Módena del emperador Federico III de Habsburgo, y
el Ducado de Ferrara del papa Paulo II en 1471. Los Baglioni controlaron, salvo interludios, la
ciudad de Perugia desde 1393.

Estados italianos en 1494

Muchos de estos Estados nobiliarios fueron, en diversos periodos, sometidos u anexionados


por los milaneses (tanto en la etapa de los Visconti como en la de los Sforza), que pasaron a ser
la principal potencia de Lombardía. Pavía, Alessandria, Lodi y Parma pasaron a depender
del Ducado de Milán. Diversos miembros de la familia Visconti intervinieron en Cerdeña. El
cénit de este dominio fue el reinado de Gian Galeazzo Visconti, que alcanzó la máxima
expansión territorial después de las guerras contra los señores de Padua, en el Véneto, y de
Florencia en Toscana. Conquistó Verona, Vicenza, Bolonia y temporalmente Padua. Compró el
título de duque de Milán en 1395 por cien mil florines al emperador Wenceslao, y derrotó a su
sucesor Roberto cuando trató de acabar con su poder.
A su muerte, sin embargo, empezó el declive de los Visconti, que fueron perdiendo
territorios. Venecia, que había comenzado su expansión en el Véneto, erosionó las posesiones
milanesas en el oriente de Italia. El intento de su hijo, Filippo Maria Visconti, de conquistar
la Romaña en 1423, le hizo enfrentarse al emperador y perder Bérgamo y Brescia. Cuando con
su muerte la dinastía Visconti se extinguió, en 1447, Milán pasó a ser la República Ambrosiana,
a pesar de las pretensiones del duque de Orleans, legítimo heredero. Orleans fue incapaz de
tomar posesión de su herencia, pero la República fue corta. El aventurero Francesco Sforza,
casado con una hija del último Visconti, tomó Milán en 1450 y se autoproclamó duque, en
enfrentamiento a los pretendientes franceses.

Como la mayor parte de Europa, Italia fue asolada en ese tiempo por la peste negra, que en
1348 causó un grave daño demográfico al acabar con un tercio de la población del país. 28
Culturalmente, esta convulsa época sentó las bases del esplendor culturar siguiente,
destacando el poeta Dante Alighieri y su Divina Comedia, una de las obras clásicas del idioma
italiano, que datan de estos tiempos.

Las Vísperas sicilianas y el surgimiento del Reino de Nápoles[editar]

Artículos principales: Vísperas sicilianas, Corona de Aragón, Casa de Anjou-Sicilia y Reino de


Nápoles.

Reino de Nápoles (Casa de Anjou) en naranja, Reino de Sicilia


insular (Corona de Aragón) en rojo. En amarillo las conquistas de Ladislao I de Nápoles,
perdidas a su muerte.

A la muerte de Conradino de Hohenstaufen en 1266, el papado maniobró para colocar en el


trono napolitano a Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia, a fin de acabar con al
influencia imperial gibelina en el reino. A esta intromisión papal se opuso Manfredo I de Sicilia,
hijo del rey, que logró algunos éxitos iniciales en su lucha, pero fue definitivamente derrotado
– y muerto – en la batalla de Benevento. La oportunidad llevó al rey aragonés, Pedro III, a
reclamar el reino, al ser su mujer hija del último representante de la dinastía legítima. Carlos
fue impopular por sus impuestos y su administración, y esto, en 1282, le valió una feroz
revuelta popular conocida como las Vísperas sicilianas. Pedro acudió entonces en apoyo de los
sublevados sicilianos, ganándose el trono de la parte insular del Reino de Sicilia. En 1302 la Paz
de Caltabellota dejaba la isla a la dinastía aragonesa, mientras, la parte continental del hasta
entonces Reino de Sicilia – ahora conocida como Reino de Nápoles – a los Anjou. Como fue
típico en la Corona de Aragón, el nuevo territorio insular terminó en manos de una rama
menor de la familia real, siendo Pedro sucedido por su segundo hijo, Jaime II de Aragón.
En Nápoles, los Anjou reorganizaron la administración y protegieron las universidades y la
cultura.

A la muerte de Roberto I de Nápoles hubo una guerra por la sucesión entre Juana I de
Nápoles y Carlos de Durazzo, que dio un breve gobierno de Luis II de Anjou y finalmente dio el
trono a Ladislao I, que impondría su autoridad hasta Italia central y del norte. Con la muerte de
Ladislao, en 1414, Nápoles perdió sus conquistas y dejó a una reina sin herederos.

La Corona de Aragón en 1443, incluyendo sus posesiones


en Italia.

A raíz de una concesión del papa Bonifacio VIII, que trató de reunificar el reino siciliano en
1295 con la Paz de Anagni, dando a Jaime II de Aragón Córcega y Cerdeña a cambio de su
renuncia a Sicilia, comenzó la intervención aragonesa en territorios sardos y corsos. La
oposición siciliana a los Anjou hizo que en el trono siciliano continuaran los aragoneses
con Federico II de Sicilia. Por otro lado, el dominio aragonés sobre Cerdeña y Córcega fue
disputado por potencias marítimas como la República de Pisa (cuyo obispo había recibido
también en donación Cerdeña de Gregorio VII durante la Guerra de las Investiduras) y
la República de Génova, cuyo interés comercial chocaba con los anteriores. La dominación
efectiva significó largas guerras y conflictos dinásticos. Córcega, que no llegó a ser ocupada de
forma efectiva por la Corona de Aragón, terminó entregándose en 1347 a la República de
Génova a cambio de protección.

Fue Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso, quien de nuevo logró unir Mallorca y el Rosellón al
tronco principal, y pacificar Cerdeña. Su hijo y sucesor, Martín I de Aragón, reunió de nuevo
Sicilia y Aragón con su matrimonio con Leonor de Sicilia. Además, su victoria en la batalla de
Sanluri, supuso la supresión del último intento sardo de independencia.

La adopción de Alfonso V de Aragón por la última reina angevina, Juana II de Nápoles, le dio
justificaciones a este para heredar y reclamar el trono napolitano. Apoyado por el Ducado de
Milán, Alfonso conquistó el reino en 1442, que legó a su hijo bastardo Ferrante, el cual resultó
una avezado gobernante.

Las repúblicas marítimas[editar]

Artículos principales: Repúblicas marítimas, República de Venecia, República de


Génova, República de Pisa y República de Amalfi.
Bandera que agrupa los emblemas de las cuatro principales
repúblicas marítimas: desde arriba a la izquierda, en sentido horario, los emblemas
de Venecia, Génova, Amalfi y Pisa.

El resurgimiento económico y demográfico de los siglos xi y xii tuvo un gran efecto en Italia,
donde confluían dos de los principales ejes económicos de la cristiandad. Ahí se
interconectaban las rutas que, desde las ciudades comerciales del norte de Alemania y
el Báltico (agrupadas en la Hansa), atravesaban el Rin y el Ródano hacia Italia, con las rutas
marítimas que a través del Mediterráneo trasportaban las especias y productos de lujo de
Oriente y los países musulmanes.

Convertidas en emporios comerciales, muchas ciudades costeras italianas experimentaron un


desarrollo económico que les llevó a crear flotas mercantes y barrios comerciales en Oriente
(Palestina, Bizancio, Siria, Egipto...). Algunas, particularmente Génova y Venecia, extendieron
su dominio a islas y puertos a lo largo del mar Mediterráneo y el mar Negro, forjando
auténticos imperios de ultramar. Políticamente, supuso el ascenso social de los comerciantes,
que formaron una oligarquía gobernante en muchas de las ciudades del centro y del norte de
Italia. Es la etapa de las repubbliche marinare (las repúblicas marítimas).

Venecia estaba formada por las islas pobladas por los supervivientes de Aquilea, que habían
estado nominalmente bajo soberanía bizantina dentro del Exarcado de Rávena. Con Orso
Ipato, en el 726, comenzó un autogobierno local que terminó reconocido en el 803 por
el Imperio Bizantino y el Sacro Imperio. Aunque evolucionó en el tiempo, las grandes familias
de la ciudad lograron un sistema en el que el dogo o gobernante era electivo, y un consejo le
supervisaba. Poco a poco, Venecia se extendió hasta dominar el Véneto, a medida que
el ducado de Milán y el Patriarcado de Aquilea perdieron poder. Sus rutas marítimas surcaban
el mar Adriático hasta las islas del Mediterráneo Oriental. Sus posesiones incluyeron en su
apogeo el Friul, Istria, Dalmacia, Zara, Rávena, Ragusa, Durazzo, Corfú, las islas Jónicas,
el Archipiélago egeo, Eubea, Imbros, Tenedos, Creta y Chipre. Sus delegaciones comerciales
abarcaban hasta Oriente Medio, y expedicionarios como el famoso Marco Polo llegaban hasta
el Imperio Mongol en China, siguiendo la Ruta de la Seda.
El Mediterráneo oriental hacia el fin del periodo de las repúblicas
marítimas. Los Estados italianos que dominaron algunos de estos territorios fueron
la República de Venecia (territorios en verde) y la República de Génova (territorios en
amarillo).

Génova era un antiguo puerto ligur que, dejado de la mano imperial, terminó sin más señor
que su obispo. Sin embargo, con el tiempo, las magistraturas elegidas ganaron importancia.
Las principales familias nobiliarias y comerciantes, como los Grimaldi, los Doria y los Spínola,
lucharon por el poder sobre un Estado que llegó a
controlar Liguria, Córcega, Cerdeña, Lesbos, Samos, Caffa...entre otras posesiones de ultramar.
Sin embargo con el tiempo decayó, perdiendo Cerdeña frente a Aragón, posesiones en Oriente
frente a Venecia en la Guerra de Chioggia, y trayendo la peste a Europa desde el mar Negro.
Terminaría entrando primero en la órbita del Reino de Francia (1394–1409), para después
tener una etapa en la que fue regida por los Visconti milaneses.

Otras repúblicas marítimas incluyen a Pisa, república que tuvo su parte en la lucha marina
contra los árabes en Salerno, Regio y Palermo, además de controlar Córcega, Cerdeña, y el mar
Tirreno, antes de ser desbancada por Génova y entrar en la órbita
florentina; Amalfi, repúblicas independiente de facto del poder bizantino y lombardo cuando
estos flaquearon, tuvo una significativa importancia histórica antes de ser englobada en
el Reino de Sicilia por los reyes normandos , siendo las Tabulae amalphitanae (o Leyes
amalfitanas) el origen del Derecho marítimo. Las ciudades de Ancona y Ragusa (esta última sita
en la actual costa croata) son también a veces consideradas repúblicas marítimas.

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