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Bohosla

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Psicopatología del vínculo profesor – alumno.

El profesor como agente social


Psicopatología del vínculo profesor-alumno: el profesor como agente socializante (1)
Revista de Ciencias de la Educación, Rosario Argentina, 1975, pp. 53-87

“En Inglaterra conocí una vez a un niño que le preguntó a su padre:´ ¿Saben los
padres siempre más que sus hijos?´, y el padre dijo ´Sí¨. La pregunta siguiente fue:
Papá, quién inventó la máquina a vapor?´, y el padre dijo:´James Watt´, A lo que el
hijo contestó: Pero, por qué no la inventó el padre de James Watt?”
G. Bateson.
Estoy sentado en una mesa de examen; llamo a un alumno; se sienta, me entrega su
libreta que luego deberé firmar y me mira con ojos azorados. Le formulo una pregunta;
ante ella se pone aún más pálido y empieza a balbucear una respuesta. Le pregunto
entonces de que tema quiere hablar. Vacila…Comienzo pues a pensar alguna estrategia
que me permita realmente comprender cuánto sabe este alumno. En ese instante consigo
zafarme de esa situación y me pregunto cuál es el significado que tiene esa interacción,
en la que él parece haber perdido toda capacidad de pensamiento y crítica, y todos mis
actos, por benévolos o generosos que pueda pensarse que sean, parecieran envolverlo
más y más en una trama de sometimiento que aniquila sistemáticamente su capacidad de
reflexión. Me pregunto que significa tomar examen; qué significa dar examen. Me doy
cuenta de que en ese momento configuramos una escena, que aunque diferente en
matices de otras formas de tomar examen, expresa una relación básica que se repite
miles de veces a lo largo de un año y que conforme la manera en que alguna gente
dictamina acerca de la “cantidad de cosas” que otra gente ha aprendido. Cuando
descubro que esas estrategias que he pretendido seguir me aleja cada vez más de mi
objetivo, cambio de rumbo y sugiero al alumno que haga de cuenta que él es el profesor
y yo el alumno y me interrogue acerca de los temas del programa que he desarrollado.
Pero descubro rápidamente que esta consigna es un intento de romper a último
momento, en el punto de la despedida, en el examen final, una red de relaciones
definidas desde muy antiguo, incluso desde mucho antes de que entráramos en relación
él y yo; y que esa red vincular tan férreamente asentada no puede ser rota fácilmente.
En cierto modo ´él está “condenado” a ser alumno y yo estoy “condenado” a ser
profesor. Me digo a mí mismo que posiblemente este alumno sabe; sabe más de lo que
me muestra. Debo entonces ponerle más nota, de aquello que correspondería lo que me
ha contado?
Aparece aquí otra cuestión: este alumno sabe un cinco, sabe un siete, sabe un cuatro?
Hasta qué punto es factible cuantificar sus conocimientos?. Pero, sobre todo, cual podría
ser el valor de esta cuantificación? No quiero saber cuánto sabe, quiero saber cómo lo
sabe, y para esto no puedo hacer otra cosa que participar en esa serie de conductas
rituales, estereotipadas, enfermas y enfermantes llamadas exámenes.
Pienso ahora en otro tipo de relación entre los que enseñan y los que aprenden y me doy
cuenta de que todo lo que me enseñaron de pedagogía, todo lo que pensé alguna vez no
guarda relación con esta escena de persecución donde ataco con una pregunta, me
responden huyendo hacia otro tema, el más conocido; contraatacan con una respuesta
que es intencionalmente cerrada y que me obliga a aclarar la pregunta... Me han
enseñado y he leído que la enseñanza tiene que ver con algo parecido a la
comunicación, a la entrega, al diálogo, a la reflexión conjunta, a la creación, a la toma
progresiva de conciencia, al desarrollo personal y otra serie de atributos característicos
del vínculo humano. No puedo menos que recordarlos en este momento en que la acción
concreta de tomar examen me revele alguna de las variables escondidas tras la
apariencia de una relación interhumana fértil y mutuamente enriquecedora.
Hace muchos años que un conjunto de ideas entorno a la relación entre el que enseña y
el que aprende, me andan preocupando. Siendo profesor y psicólogo, algunas líneas
presentas en mis relaciones con los alumnos no podían pasar desapercibidas. Puesto que
existe una Psicología de la Educación configurada como área de pensamiento dentro de
la pedagogía, recurrí a ello para entender los significados de nuestra interacción como
personas, pero poco, muy poco encontré que me revelase lo que de enfermo tenía
nuestra relación y la forma en que toda la ideología constituida acerca del acto
educativo ocultaba los fundamentales afectos implícitos que, en tanto negados, se
configuraban como enfermantes.
Tantas eran las banalidades que leía que preferí basarme en mis propias reflexiones,
pero tardé mucho tiempo en decidirme a darle forma comunicable a mis ideas. Tenía
mucho miedo de que la forma elegida tergiversara el contenido y se convirtiera en la
negación de lo que quería transmitir. Porque justamente el punto de partida de estas
ideas tiene que ver con todo aquello que se enseña y que se aprende por la forma en que
se enseñan y o no se enseñan determinadas cosas. Es decir que los elementos tácitos, no
explícitos en la relación profesor-alumno, constituyen la trama de lo escindido y que
esto es metacomunicado al definir el profesor su relación con el alumno. Lo
metacomunicado, constituye el trasfondo, generalmente inconciente, sobre el cual – solo
sobre el cual- puede comprenderse el sentido de aquello que en un plano conciente se
comunica y se aprende.
Defino por lo tanto estas reflexiones como un pensar acerca del “como” y no
acerca del “que”, y me adelanto en señalar que por debajo del vínculo explícito de amor,
comunicación, interacción creadora que existe- según muchos- subyace por lo menos en
potencia un vínculo restrictivo, de sometimiento, del que el examen no es más que un
exponente. El es, por ende, la forma en que mejor podemos evaluar no sólo lo que el
alumno ha aprendido, sino la forma en que la relación pedagógica ha sido establecida, y
así, la parálisis, el miedo, la incapacidad del alumno de pensar, etc., no son más que el
producto de la forma en que por lo general se define la enseñanza universitaria.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Uno de los fenómenos sobresalientes de los últimos años lo constituye la
expresión en todos los países del mundo (países de distinta organización social y
política) del movimiento masivo de protesta estudiantil. Estos movimientos tienen a no
dudar características distintas en cada ciudad en que surgen; revelan desencadenantes
concretos que no pueden ser entendidos sino sobre un plano social y político y con
referencia a las características especificas de ese sistema social. Pero encierran también,
a mi entender, un nivel de protesta contra la forma en que se lleva a cabo la enseñanza.
La indagación psicológica de esa vertiente de la protesta no agota, por supuesto, el
problema, pero en tanto esa vertiente está presente, es legítimo tenerla en cuenta. La
protesta que es también – aunque por supuesto “no sólo”- la protesta contra el sistema
universitario caduco, admite un nivel de análisis psicológico. Pero, cómo es conciliable
la imagen de caducidad con formas organizativas que por lo menos en lo externo en los
países desarrollados se nutre mejorando bibliotecas, ampliando becas, incrementando
sistemas de confort y laboratorios, acumulando modernidad, tecnología,
racionalidad…? En qué medida definir el mejoramiento del sistema universitario por la
acumulación de tales metas no sigue ocultando aspectos fundamentales de la interacción
entre los que enseñan y los que aprenden, que debieran ser esquemáticamente
esclarecidos? El desconcierto desaparece al discriminar claramente que “no caduco” no
es sinónimo de tecnocracia y que ninguna reforma meramente planeada sobre los
términos de la tecnología pedagógica puede ser lícitamente considerada un cambio.
Desde luego el panorama es más complejo en los países dependientes, donde se
asiste, según sus peculiaridades, cientificistas y de un vago “revolucionarismo” en las
aulas. El tema es complejo y salgo a la crítica de la parcialidad de mi enfoque
remitiéndome a lo que es mi punto de abordaje en este trabajo: la relación interhumana
entre los que en la Universidad enseñan y aprenden.
Tres tipos de vínculos básicos definen las relaciones entre la gente. Estos tres
tipos de vínculos han sido aprendidos con seguridad en el seno familiar. Ella es –quién
lo duda- el primer contexto socializante, Los modelos internos que engendra configuran
el cañamazo de otras relaciones interpersonales más complejas o sofisticadas. Pienso en
un vínculo de dependencia (cuyo modelo intergeneracional: padres-hijos); en un vínculo
de cooperación o mutualidad (cuyo modelo es intersexual: pareja y fraterno: hermano-
hermano) y un vínculo de competencia desglosable en: competencia o rivalidad
intergeneracional, competencia o rivalidad sexual y competencia o rivalidad fraterna.
Las relaciones más complejas entre la gente no pueden ser reducidas a estos tres
vínculos básicos, pero sin embargo, aun en las relaciones más intrincadas podríamos
encontrar resabios de estas tres formas o estructuras básicas, si bien sus contenidos
varían de una situación a otra, ellas se mantienen latentes y en la medida en que son
estructuras arcaicas, muchas veces sólo una lectura profunda las revela ocultas tras el
aspecto externo, manifiesto, de la interacción social.
En la enseñanza, sea cuál sea la concepción del liderazgo –democrático,
autocrático o laisser-faire-, el vínculo que se supone “natural” es el vínculo de
dependencia. El vínculo de dependencia está presente siempre en el acto de enseñanza y
se expresa en supuestos tales como:1) que el profesor sabe más que el alumno, 2) que el
profesor debe proteger al alumno de cometer errores, 3) que el profesor debe y puede
juzgar al alumno, 4) que el profesor puede determinar la legitimidad de los intereses del
alumno, 5) que el profesor puede y/o debe definir la comunicación posible con el
alumno.
Definir la comunicación con el alumno implica el establecimiento del contexto y
de la identidad de los participantes: el profesor es quien pauta el tiempo, el espacio y los
roles de esa relación. Al mismo tiempo el profesor es el que instituye un código y un
repertorio posible. Al hacerlo, integra los códigos y repertorios más compartidos del
lenguaje oral o escrito, los códigos y repertorios institucionales del organismo donde se
imparte la enseñanza, los códigos de su disciplina y los códigos personales o estilos
(éstos, por lo general, más difusos e implícitos) a través de los cuales y sólo a través de
ellos se pueden comprender sus mensajes, pero al mismo tiempo facilitan la no
comprensión de los mismos y, por lo tanto, el entrenamiento del que aprende, hecho
esto de un modo sutil y no conciente. Es a través de lo no comprendido que se infiltra en
el acto de enseñar las características propias del sistema social, las que a pesar de las
diferencias interpersonales, las diferentes ideologías, compresos afectivos, metas y
valores de los profesores, etc., ellos transmiten por el mero hecho de asumir el rol de
tales. Definir la comunicación posible con el alumno implica al mismo tiempo la
circulación de una serie de metamensajes mediante los cuales todos esos supuestos
“naturales” que he enunciado se transmiten e instalan en el acto educativo como una
estructura perpetuadora de las relaciones presentes en el sistema más amplio, en el
contexto dentro del cual está inserta la institución donde se enseña y que es el sistema
de relaciones sociales.
Me refiero, en síntesis, específicamente a todo lo que se dice por el hecho de no
decirlo. El profesor puede pensar que sus intenciones son “buenas” – y serlas a un nivel
conciente-, puede pretender al alumno la reflexión critica, el aprendizaje creador, la
enseñanza activa, la promoción de la individualidad del alumno, su rescate como sujeto,
pero definido el vínculo pedagógico como vínculo de sometimiento, resultaría extraño
que tales objetivos pudieran llegar a concretarse.
En el caso específico de la enseñanza primaria, alusiones tales como “la maestra
es la segunda madre” tornan explícita la continuidad entre la enseñanza y sus vínculos
arcaicos aprendidos en el seno de la familia. Y así como la psicología y la psiquiatría
nos muestran que la relación familiar no es sólo el vínculo que lleva al desarrollo de las
posibilidades humanas, sino que en tanto socializante es también potencialmente un
vínculo alienante; así la enseñanza prolonga y sistemiza estos aspectos polares de la
relación que comenzó a formarse en el hogar. No es difícil así revelar contradicciones
entre lo que se dice y lo que se hace: por ejemplo, se predica cada vez más en la
enseñanza contemporánea los méritos de un aprendizaje activo. Pero en virtud de los
supuestos de una natural dependencia del alumno respecto de su maestro, pareciera
evidenciarse que cuanto más pasivo sea el alumno más se cumplen los objetivos.
Paradójicamente, cuanto más acepte el alumno que el profesor sabe más, que el debe
protegerlo de cometer errores, que debe y puede juzgarlo, que debe determinar la
legitimidad de sus intereses, y que tiene derecho a definir la comunicación posible, tanto
más el profesor puede “transmitir” conocimientos, “verter” en la cabeza del alumno
(siguiendo la metáfora del recipiente y la jarra) los contenidos de su programa. Otra
contradicción la constituye el hecho de que se predica una democratización en las aulas
y una participación cada vez mayor en el aprendizaje, pero quien define el proceso de
comunicación es el que está arriba, y esto condensado a la imagen de la jarra nos
muestra como muchas veces llamamos educación a lo que no es más que
adiestramiento: consecuencia inevitable de la forma en que el alumno aprende, aprende
a aprender de determinada manera (deuteroaprendizaje) y lo primero que el alumno
debe aprender es que “ saber es poder”. El profesor es quien “tiene la manija”, por lo
menos en cuanto a cuáles son los criterios de la verdad de la disciplina que esta
aprendiendo.
Estos planteos aparentemente tan encontrados con lo que el sistema define como
el acto de enseñanza, me lo llevó a buscar en fuentes opuestas al mismo opiniones que
me mostrasen cómo percibe “la otra gente” el tema que estamos estudiando. Jerry
Farber (2) escribe en un periódico underground:
“… se espera que un estudiante de Cal State sepa cuál es su sitio;
llama a un miembro de la Facultad, señor, doctor o profesor, sonría
y se pasea por la puerta del despacho del profesor mientras espera
permiso para entrar; la Facultad les dice que curso seguir, se les
dice qué leer, qué escribir y frecuentemente dónde fijar los
márgenes en su máquina de escribir; se les dice qué es verdad y
qué no lo es. Algunos profesores dicen que alienten las diferencias
pero casi siempre mienten y los alumnos lo saben. ´Dile al hombre
lo que quiere oír o te raja del curso´.

“(…) Ese día otro maestro comenzó informando a su curso que no


le gustan las barbas, los bigotes, el pelo largo en los muchachos,
los pantalones en las chicas y que no tolerará ninguna de esas cosas
en su clase. Todavía más desalentador que este enfoque estilo
Auschwitz de la educación, es el hecho de que los estudiantes lo
aceptan, no han pasado por doce años de escuela pública en vano,
una cosa es tal vez solamente una cosa, es lo que aprendieron en
estos doce años; han olvidado su Algebra, tienen una idea
irreparablemente vaga de Química y Física, han llegado a temer y
odiar literatura, escriben como si se les hubiera hecho una
lobotomía, pero ¡ Jesús, qué bien saben obedecer órdenes ¡ Por lo
tanto, la escuela equivale a un curso de doce años de cómo ser
esclavo´ para niños blancos y negros por igual. Cómo explicar de
otro modo lo que veo en una clase de primer año? Tienen la
mentalidad de los esclavos, obsequiosa y zalamera en la superficie,
hostil y resistente por debajo. Entre estas cosas, en las escuelas se
lleva a cabo muy poca educación. Cómo puede ser de otro modo?
No se puede educar a esclavos, sólo se pide adiestrarlos o – para
usar una palabra todavía más horrible y adecuada- sólo se puede
programarlos!.

Tengo alguna experiencia en cuanto a intentos por modificar este estado de


cosas. Casi siempre enfrenté dos tipos de dificultades: primero resistencias mías a
abandonar la seguridad que da un vínculo definido verticalmente, el confort que deriva
de situaciones que van desde la tranquilidad que da una clase “armada” y preparada
rigurosamente, en la que el orden del pensamiento lo impone el profesor, hasta la
comodidad que da el ser tratado a distancia, o gratificaciones narcisistas derivadas de la
suposición o percepción en los alumnos de la expectativa de omnisapiencia referida al
profesor. Pero en mayor grado enfrenté resistencias al cambio presentes en los alumnos.
No en vano, como dice el autor citado, han transcurrido muchos años estableciendo una
relación dual e hipócrita en la idealización del que enseña como fuente inagotable de
sabiduría era contrapuesta con el rechazo que fomenta la forma autoritaria (si no en lo
aparente, por lo menos en lo latente) en que se lleva a cabo la enseñanza.
Tal vínculo dual fomenta una complementariedad entre profesores y alumnos, y
aun aquéllos que más radicalmente se oponen a un sistema autoritario en otras esferas
de la vida social, perpetúan en detalle el verticalismo y se resisten a sustituirlo por un
vínculo simétrico de cooperación complementaria en que la autoridad derive del rol, y
donde la competencia por el rol y el poder que representa sea sustituida por una
verdadera competencia en cuanto al conocimiento, como algo a crear “entre”.
El auténtico interés que desde antiguo la Pedagogía nos muestra como motor del
aprendizaje debiera ser tomado en su sentido etimológico literal como un “estar entre”,
colocando el conocimiento no detrás de la escena educativa, sino en el medio de la
misma, ubicando el objeto a descubrir entre los que enseñan y los que aprenden.
Dificultades para lograr esto no pueden ser imputadas solamente a las personas que
participamos de la perpetuación de este estado de cosas. Tal enfoque psicologista del
problema ocultaría la forma en que el sistema social internalizado por unos y otros se
opone auna modificación del tipo actual de relaciones. Aun cuando el profesor y el
alumno estuvieran en condiciones personales para aceptar nuevas reglas del juego, y
sobre todo de creerlas, pienso que habría, por una parte de lo instituido, un poderoso
intento de asimilar lo novedoso a lo viejo, con lo cual tales modificaciones no serian
más que poner en odres nuevos el vino viejo, procurando reformas fortuitas donde se
modifiquen cosas para que en el fondo de la relación se mantenga incólume.
Mucho se ha hablado del sistema social y de sus relaciones con la enseñanza:
Aquí me interesa enfatizar tres de sus características: su carácter, a) maniqueísta, b)
gerontocrático y c) conservador, pues son estas orientaciones del sistema, y las formas
represivas de imponerlas, las que han de ser internalizadas; y lo queramos no, el modo
en que llevamos a cabo la enseñanza es el vehículo más claro que traslada estas
características propias de “lo social” a esas “redes interpersonales” (patrones yo-tu de
respuesta, diría Sullivan), que definen o llevan a aceptar en un futuro las relaciones
verticales en los sectores extrapedagógicos de la realidad cultural.
El sistema maniqueísta es la medida en que considera que hay absolutamente
cosas verdaderas (en sí) y cosas falsas (en sí); que hay “buenas” y “malas” maneras de
hacer cosas, que hay virtudes y defectos, etc. Esta tabla de valoraciones es la matriz que
permite calificar también las actividades científicas y profesionales, y pueden llegar a
restringir la posibilidad de poner bajo crítica los criterios de verdad y/o eficiencia. No es
casual, por lo tanto, que muchas de las grandes innovaciones en el sistema de ideas se
hayan gestado al margen de la actividad académica. El retraso en la aceptación del
Psicoanálisis por parte de la Psicología y de las Ciencias Sociales oficiales es un claro
ejemplo de que la Universidad es más una forma de conservar la cultura-función
explícita de la misma- que de crearla o modificarla. El maniqueísmo no es tal que inhiba
absolutamente la posibilidad de criticar los principios de validez, pero delega esta
función en una parte especial, élite, del sistema social, que son los científicos, pero para
llegar a serlo y a participar de la inteligencia del sistema es preciso sortear una serie de
escollos. Mucha de la creatividad y originalidad del pensamiento ha quedado adherida a
esos escollos. El sistema de enseñanza, con los hitos que encierra, pareciera consistir de
una manera, muchas veces, en una serie de rituales de iniciación en la que a la par que
se aprende, se aprende a olvidar las formas compulsivas y violentas en que la capacidad
crítica ha sido cercenada. Quiero decir con esto que la crítica no es explícitamente
obstaculizada, pero debe ceñirse a reglas del juego externas (aceptadas “por principio”)
llamándose metodología, tecnología o estrategias de acción que de un modo inadvertido
restringen la libertad para la reformulación de problemas.
En cuanto a la orientación gerontocrática, la forma en que se cubren los cargos
de mayor responsabilidad a través de concursos basados la mayoría de las veces en la
antigüedad y en los antecedentes, revela el supuesto, aun en una sociedad moderna
como la nuestra, de que los viejos saben más. La imagen del catedrático como una
persona anciana dotada de tantos conocimientos como canas y distraída, es la
confirmación de que la responsabilidad en la trasmisión de los conocimientos y pautas
de actividad, están en manos de personas con más condiciones para desatender lo
novedoso, que para estimular su búsqueda. En cuanto al carácter conservador del
sistema, no cabe ninguna duda que por debajo de la llamada resistencia al cambio
imputable a las personas que conviven dentro de un sistema determinado, existe en el
mismo un carácter de latencia –propiedad de toda estructura- que compensa con
movimientos en parte de la misma los cambios habidos en otra. Por eso decía antes que
cualquier innovación que se proponga desde dentro del sistema educativo tal cual está
instituido, será aceptada siempre y cuando sus gérmenes reales innovadores sean
neutralizados y pierden así su carácter revolucionario. Constituirán meras reformas y
mejoramientos para que todo siga como hasta ahora (9).
El término “ritual” que ya he empleado varias veces alude a formas reiteradas de
establecer una continuidad entre una generación y otra. Constituye uno de los canales
mediante el cual se realiza la trasmisión cultural; puede ser enriquecedor en la medida
en que cada acto ritual introduzca características novedosas, de lo contrario los rituales
son formas estereotipadas, mecánicas, desvitalizadas y empobrecedoras con relación a
los miembros que participen en ducho ritual. El ritual de la Primera Clase, el ritual de la
Clase Magistral, el ritual del Trabajo Práctico, el ritual formalizado de un programa, en
cuanto a qué debe aprenderse primero y qué debe aprenderse después, el ritual de los
exámenes, el ritual de las entregas, el ritual de los trabajos monográficos, las tesis de
doctorado, son algunos ejemplos de las múltiples formas que asume la enseñanza y que
admiten ser consideradas en sus dos fases: socialización humanizante y socialización
alienante. Lamentablemente, por lo general entre profesores y alumnos, de allí el
carácter estereotipado que tiene la enseñanza. Importa aquí nuevamente destacar todo lo
que enseña por la forma, a través de la forma en que se enseña.
Jerry Faber destaca que:
“Los casos más tristes, tanto entre los esclavos negros como entre los estudiantes
esclavos, son los de quienes han internalizado tan completamente los valores de
sus amos.” En sumos sacerdotes de misterios arcanos, en jefes de mumbojumbo,
y hasta un maestro más o menos consciente puede verse tiroteado entre la
necesidad de dar y la necesidad de retener, el deseo de liberar a sus estudiantes y
el deseo de esclavizarles a sí.
Me ha parecido interesante la forma tan sencilla en que describe este autor cómo
el educador puede verse motivado interiormente a ejercer de poder de determinada
manera y cómo la organización propia de la institución académica puede alentar el
establecimiento de un vínculo tan especial en que se ejerza sus conocimientos como un
instrumento de regresión y control social. Esto sólo puede lograrse si, y sólo sí, se
cumple la condición de esconder lo que no se sabe.
Vemos aquí planteando enseñanza lo que hace un momento expresaba como una
característica de los alumnos en los momentos del examen. ¿Cuál situación es reflejo de
cuál ? Pareciera que gran parte de la relación entre profesores y alumnos consiste en
desatender sistemáticamente, ignorar continuamente aquello que se desconoce a los
efectos de trabajar sobre lo conocido y lo seguro. Está planteada así una forma de
perpetuar lo viejo y, conocido antes que indagadora de lo desconocido. ¿Cuántos
profesores se preocupan realmente por que sus alumnos aprendan a formularse
preguntas? La mayor parte de nosotros estamos empeñados en que ellos den respuestas;
y no cualquiera, sino aquella que coincidan con la que nosotros como profesores ya
hallamos formulado para un problema que nosotros hemos seleccionado, o que nuestra
disciplina nos señala como importante. “ Importante” según criterios de relevancia
asentados tanto sobre postulados teóricos como sobre netas bases ideológicas; no
siempre esclarecidos desde una perspectiva epistemológica ni orientados por una actitud
socialmente comprometida, axiológicamente explícita. No resulta imposible entender
entonces porque la estructura acedémica constituye muchas veces un lastre contra la
investigación o, por lo menos, un severo obstáculo para el desarrollo de esas actitudes
que desde un punto de vista psicológico debiera definir a un investigador ( desconfianza
ante lo obvio que “naturalmente” es o “debe ser” así, antidogmatismo radical,
honestidad intelectual, compromiso social). Sin embargo, desde cierto ángulo, no cabe
duda de que los universitarios están en un rol, privilegiado dentro de la comunidad. Este
privilegió no deriva sólo del hecho de que son pocos los que tienen acceso a la
enseñanza superior, sino de la posibilidad que supuestamente el estudio brinda, de
insertarse una vez estudiado entre los que más conozcan la totalidad xxxx cultural.
Esta afirmación debe de ser, sin embargo, tomada con cautela. Tal privilegio se
relativiza si observamos que ese sistema que podemos considerar como un mosaico
complejo de relaciones entre fenómenos solo puede ser armado y comprendido si se
entra en posesión de la totalidad de piezas que constituye el rompecabezas; pero para
egresar de la universidad hace falta cumplir con requisitos tales que solo permiten entrar
en posesión de nociones parciales acerca de los constituyentes de la cultura puesto que,
al mismo tiempo, se cercena la posibilidad de comprender la totalidad de la misma. Con
esto quiero decir que a la par de brindar a los alumnos conceptos e instrumentos para la
construcción y eventual modificación del sistema social, asistimos a un cersenamiento
de la posibilidad de acceder a los datos centrales que permitirían una captación
completa y por lo tanto ideológica del mismo. Insisto en que se enseña tanto con lo que
se enseña como con aquello que no se enseña; muchas veces lo que no se enseña es lo
vital. La distorsión tanto academicista como tecnocrática de la enseñanza no son más
que un ejemplo de la forma en que estimulamos la formación de especialistas en un
sector de la realidad social, que al desconocer el sentido de las relaciones más profundas
entre las partes del sistema socio-cultural en que estamos inmersos, se constituirán
eficientes perpetuadores del estado de cosas actual.
Existe una serie de argumentos que basados en la complejidad actual de la
cultura, defienden la necesidad de promover la formación que especialistas. Pero la
desvinculación respecto de los aspectos más complejos e intrincados que dan sentido a
las partes, no puede ser defendida sino a costa de racionalizaciones que apuntalan la
necesidad de, marginara aquellos grupos a los que, explícitamente, se les concede roles
de vanguardia en la promoción de cambios carentes de la percepción del sentido social
auténticamente humano que habría que dar a esos cambios. El “especialista” no es más
que un ilustre enajenado. Un ensayista contemporáneo se han referido en otro contexto,
a esta situación mostrando la forma en que el ambiente es el contexto que estimula la
parcialización de los conocimientos y la restricción de los conocimientos y la restricción
de los grados de libertad de pensamiento autónomo y es internalizado conformando
desde “adentro” de los especialistas y profesionales sus modos de pensamiento y acción,
tornándolo muchas veces en perpetuador de las situaciones dadas o, lo que es lo peor, en
ideólogos del conformismo o de un vacuo reformismo. Marshall McLuhan (10) expresa:
El profesionalismo es ambiental, el amateurismo es antiambiental; el profesionalismo
funde al individuo en patrones del ambiente total, el amateurismo procura desarrololar la
conciencia total del individuo y su percepción crítica de las normas fundamentales de la
sociedad; el amateurismo puede producir pérdidas, el profesionalismo tiende a clasificar y a
especializarse, a aceptar sin crítica las normas fundamentales del ambiente; las normas
fundamentales que surgen de la reacción masiva de sus colegas hacen la conciencia. El experto
es el hombre que se queda permanentemente en el mismo sitio.
No estoy defendiendo con esto la necesidad de prescindir de las instituciones de
enseñanza y remitir a una acción irreflexiva la actividad de los técnicos, científicos y
profesionales. Por en contrario, entiendo que debemos procurar la formación de
universitarios capaces de entender y asumir su actividad con el sentido de una autentica
praxis, y que la formación de este tipo de intelectual no puede efectuarse con las formas
tradicionales que aun ahora impregnan la enseñanza, traducidas en el vínculo profesor-
alumno. Lo que destaco del texto citado es el carácter comprometido que encierra en
concepto de amateur.
Siempre me llamó la atención, al estudiar biografías de grandes descubridores o
inventores, observar las luchas internas (muchas veces externas) contra lo aprendido
(que es reflejo del contexto ambiental internalizado), Severas crisis internas precedían
aquellos descubrimientos o comprensiones más importantes acerca de las relaciones
entre los hombres o de ellos con la naturaleza o la cultura. Esto es negado cuando se
enfatiza que el descubrimiento consiste en un acto intuitivo o irreflexivo que las grandes
ideas o concepciones eran producto de un acto accidental. Por el contrario, parecieran
estar basadas en una laboriosa elaboración en lo que lo accidental o lo causal solo
desencadenan un proceso dadas disposiciones especiales, En algunos casos “el
accidente” cumple la función de quebrantor por oposición frontal del cañamazo de
ideas racionales que frenaban el acceso a ese descubrimiento. A pesar de los múltiples
puntos obscuros que aún presenta el análisis psicológico del “contexto del
descubrimiento” hay algunas evidencias biográficas como para pensar que a veces sólo
mediante una alta carga de emocionalidad pudiera romperse ese esqueleto rígido,
internalizado, que señala “lo correcto”, “lo verdadero y lo falso”, definido por el
sistema. Holton señala que los escritores de textos sobre historia de las ciencias muchas
veces han alimentado una falacia experimentalista, la falsa noción de que la teoría fluye
siempre directamente del experimento. Bastaría examinar la propia explicación del
científico para refutar tal punto de vista.
El propio Einstein, por ejemplo, dice que “No hay cambio lógico para el
descubrimiento de estas leyes elementales; existe únicamente el camino de la intuición”.
Sea esto cierto o no, pareciera que sólo una ruptura (el camino del accidente o de la
intuición) con respecto a las nociones intelectuales internalizadas permite acceder a una
más penetrante comprensión de los fenómenos. Pero, volviendo a nuestro alumno
universitario, ¿qué observamos? A medida que transcurren los años de su formación
académica descubrimos una progresiva pérdida de ingenuidad tanto como de
originalidad, una mayor banalidad en la comunicación, una intensificación del temor al
ridículo, tendencia a asumir las modas y las pautas del consumo de la ciencia
característicos de sus futuros colegas y un sometimiento a sistemas de seguridad en los
cuales la orientación de su acción de ciñe a valores propios del “principio de
rendimiento” (Marcuse), tales como la satisfacción retardada de las necesidades, una
restricción del placer en el aprendizaje, una mayor fatiga y un énfasis en la
productividad (desde notas hasta antecedentes para incluir en el vitae currículo).
Estas características observables en los alumnos a medida que transcurre su
formación, muestran a las claras la instauración progresiva de un “superyó científico”,
en la que el conocimiento se instaura sobre la fórmula “saber es poder”. De este modo la
relación establecida entre el profesor y el alumno en el plano de lo interpersonal, donde
el saber presunto del profesor es el instrumento de coerción con el cual puede instaurar
el poder dentro del aula, es traducida en el plano intrapersonal en modos progresivos de
castración intelectual, ¿A qué quedan reducidos entonces los privilegios de un alumno
universitario? ¿Qué resortes sociales intervienen en este proceso o, más bien, qué
utilidad obtiene el sistema de los privilegios que brinda a esos pocos que tiene acceso a
las aulas universitarias? Aludiendo a la situación en los países desarrollados, Paul
Godman(11) nos da una pista que revela lo ilusorio del privilegio desde el punto de
vista del cambio estructural:
El mayor de los grupos excluidos de los valores sociales es el de los jóvenes. El
cincuenta por ciento de la población tiene menos de veintiséis años. El sistema escolar
en general es una manera de mantener “congelados” a los jóvenes; es muy poco lo que
del mismo tiene valor educativo o vocacional, pero a todos se les tiene que confinar y
procesar en las escuelas durante doce años, por lo menos, y más del cuarenta por ciento
del grupo de edad un poco mayor desperdicia otros cuatro años más en los institutos de
enseñanza superior. La enseñanza universitaria de releva por lo tanto como un
organismo represivo a dos puntas. Por un lado sobre la presunción de una marginación
de la actividad social y una postergación de la inserción en el sistema social de grupos
más sensibilizados para percibir la necesidad de cambios radicales (12); y por otro lado,
dentro del mismo ámbito universitario a través de la instrumentación de formas internas
de restricción y control manifiestas en un modo sutil por lo menos en tres modos: a) la
instauración de un “superyo científico” contra el cual resulta, como vimos, difícil
revelarse; b) a través de la distorsión tecnográfica que forma especialistas en un sector
de la realidad en la cual pueden insertarse los egresados sólo a condiciones de que
presindan de una percepción profunda y crítica en la realidad; y c) a través de las formas
ritualizadas de relación que fomentan el metaaprendizaje de aquello que no ha de
conocerse ( por ejemplo, el modo en que a) y b) tiene lugar). Las características, por lo
general, escanciadas y escotomizadas en la descripción de la realidad universitaria son
activadas a través del ejercicio de la actividad docente.
Los profesores somos responsables de muchas de estas situaciones.
Posiblemente los comentarios de Farber acerca de las características personales
pueden esclarecer porque se da una clara educación entre el sistema académico y ciertos
miembros del mismo, como algunos profesores. Quizás esos comentarios pequen de ser
excesivamente psicologistas, y el problema es tan claro. Pero lo que sí esta claro, y en lo
que coincido plenamente es en la denuncia del claro isomorfismo que existe en las
relaciones del sistema social de la sociedad global y las relaciones imperantes en el aula.
Solo percibiendo este paralelo podremos los profesores safarnos del error que se nos
induce a jugar. En caso contrario caeríamos en la situación descriptiva por Brecht
magníficamente en, “El preceptor”, la castración física del protagonista es el símbolo de
la castración mental y esto asegura el sistema representado por un personaje de que ese
preceptor se ha convertido en un maestro ideal.
Todo lo que venimos viendo aleja la imagen romántica que habla de la
educación como de un acto de amor. Si lo es, lo es sólo bajo las características que
Laing describe:
Pero nadie nos hace sufrir la violencia que perpetramos y que nos infligimos; las
recriminaciones, reconciliaciones, el éxtasis y la agonía de un amorío, se basan en la
ilusión socialmente condicionada de que dos verdaderas personas tienen relaciones.
Dadas las circunstancias este es un peligroso estado de alucinación o ilusión una
mezcolanza de fantasías, estallidos, hacia fuera y hacia adentro de corazones
destrozados, resarcimientos y venganzas (...), Pero cuando la violencia de disfraza de
amor una vez que se produce la fisura entre el ser y el yo, interior y exterior, bien y mal,
todo el resto no es si no una danza infernal de falsas cualidades. Siempre se admitió que
si se divide el ser por la mitad, si se insiste en arrebatar esto sin aquello, si uno se aferra
al bien sin el mal, rechazando al uno en pro del otro, sucede que el disociado impulso
malo, ahora malo en un doble sentido, retorna para impregnar y posesionarse del bien y
dirigirlo hacia sí mismo.
Pero, ¿qué hay de malo –muchos podríamos preguntarnos todavía ahora en el
acto de enseñar? ¿Dónde está la agresión, sí conscientemente tales efectos nos son
ajenos?
Bastaría con leer algunos de los testimonios de la bibliografía reciente para
darnos cuenta de que la mayor parte de los actos educativos están más teñidos de
violencia que de amor afectuoso, y evidentemente no podría ser de otro modo si se
acepta que la enseñanza no puede ser entendida aisladamente del contexto social más
amplio en que ella tiene lugar. La violencia y contraviolencia del sistema social
inevitablemente tiene un registro de aulas, Por no citar más que un autor, veamos cómo
describe Henry (13) la enseñanza en la escuela primara:
Un observador acaba en el aula de un quinto grado para completar el periodo de
observación. La maestra dice: “¿Cuál de estos niños buenos y corteses quiere tomar el
abrigo del observador que se agitan parecería que todos reclaman ese honor. La maestra
elige a un niño y este toma el abrigo del observador. La maestra condujo gran parte de
la clase de aritmética preguntando: “¿Quién quiere darnos la respuesta de próximo
problema?” A la pregunta seguía el habitual conjunto de manos que se agitan
compitiendo por responder, Lo que aquí nos llama la atención es la precisión con que la
maestra lograba movilizar las potencialidades de una correcta conducta social de los
niños así como la velocidad con que ellos respondían. El gran número de manos
agitándose en alto resultaba absurdo pero no había alternativa. ¿Qué ocurriría si
hubieran permanecido inmóviles en sus sillas? Un maestro especializado presenta
muchas situaciones de manera tal que una actitud negativa solo pueda concebirse como
una traición. El resultado de las preguntas del tipo “¿cuál de estos niños buenos y
corteses quiere tomar el abrigo del observador y colgarlo?” es cegar a los niños hasta lo
absurdo, coligarlos a admitir que lo absurdo es existencia, que es mejor un existir
absurdo que no existir en modo alguno. El lector habrá observado que no se pregunta
“quién sabe la respuesta del próximo problema” sino “quién quiere decirla”. Lo que en
otros tiempos de nuestra cultura se expresaba como un desafío a los conocimientos
aritméticos se convierte en una invitación para participar en el grupo. El problema
esencial es que nada es excepto aquello que se hace por alquimia del sistema. En una
sociedad en que la competencia por los bienes culturales básicos es un pivote de acción,
no es posible enseñar a la gente a amarse los unos a los otros. Así se vuelve necesario
que la escuela enseñe a los niños a odiar y sin que parezca hacerlo, pues nuestra cultura
no puede tolerar la idea de que los niños se odien mutuamente. ¿Cómo logra la escuela
esta ambigüedad?
La represión, pienso, está en la mayor parte de los actos educativos que
emprendemos y no sólo abrimos perspectivas sino a costa de negar la forma en que
hemos seleccionado esas perspectivas erigiéndonos en la autoridad que debe dictaminar
acerca de cuáles perspectivas son válidas y cuáles perspectivas son inválidas. En la
medida en que los profesores sigamos por ejemplo seleccionando las alternativas
posibles, las alternativas no serán otra cosa que imposiciones y la liberalización de las
aulas no será más que una forma sutil y engañosa de seguir operando como agentes
socializantes en el sentido represivo del término. En la medida en que la represión es tan
más peligrosa cuando es oculta y velada para represores y reprimidos, creo que
debiéramos reflexionar acerca de las relaciones existentes entre el aprendizaje y la
agresión
Dos podrían ser las fuentes posibles de agresión en la tarea educativa. En primer
lugar el vínculo que configura la trama en la que el acto educativo tiene lugar, que se
establece bajo una forma de dependencia en que se trueca seguridad por sometimiento
y, en segundo lugar, porque el aprendizaje implica siempre una reestructuración tanto en
los conocimientos adquiridos como de relaciones que los individuos que aprenden han
establecido en sus conocimientos. Tal reestructuración implica -o puede implicar- desde
la perspectiva del que aprende, fantasías de ataque a lo conocido, y sobre todo
sentimientos de frustración referidos a la necesidad de modificar a veces de un modo
sustancial sus puntos de vista cuando no se perciben simultáneamente cuáles deben ser
aquellos mediante los cuales deberá reemplazarlos. Por otra parte, el reemplazo de
ciertos conocimientos por otros puede requerir demoras y supone la puesta en juego de
la capacidad yoica del educando de tolerar la ambigüedad y la consiguiente ansiedad
por ella suscitada ambas fuentes posibles de agresión, dirigidas tanto al profesor como
al alumno, permanecen escondidas bajo sistemas de racionalización y justificación.
Tanto para uno como para otro los designios “saber es poder” y “la ignorancia justifica
el sometimiento”, se han hecho carne en ambos. El conocimiento implicará, por lo
tanto, derechos no sólo sobre la realidad que pueda ser conocida y modificada sino,
también, sobre las personas. Es el modo en que se ejerce el poder lo que otorga a la
relación profesor y alumno las características de un vínculo alienante.
La agresión asume formas directas e indirectas. Bajo la forma directa basta
observar el modo en que se comporta un profesor en las situaciones de examen, en la
comunicación dentro del aula, en la comunicación informal con sus alumnos para
reconocer una mezcla difusa de deseos y dificultad de acercamiento a los alumnos. Es
una muletilla en los diálogos en que el profesor lleva las de perder.
“¿Usted sabe con quién está hablando?” Esta forma lo recoloca en la cátedra, la
distancia de la situación de conflicto interpersonal con la que se ve enfrentado, y así se
ubica en un papel superior. Tomando la cátedra como baluarte, contesta desde ahí de un
modo oracular. Desde luego, esta situación tiene su contrapartida en la forma habitual
en que los alumnos se dirigen a sus profesores, considerándolo fundamentalmente en las
facetas de su rol referidas al ejercicio de la autoridad y articulando
complementariamente el modo autocrático, demagógico, paternalista, etc., en que el
profesor ejerce su poder. De resultas de esto el profesor es para los alumnos una
autoridad que además enseña, de la misma manera que para el profesor el alumno es un
subordinado que además aprende.
Sería ocioso mostrar agresión bajo la forma de castigos, sanciones, aplazos o
limitaciones por parte de los profesores; más interesante, en cambio, es reflexionar
acerca de las formas indirectas de agresión o formas latentes de agresión. Una de las
más interesantes, se me ocurre, es el modo en que el profesor muestra la sabiduría que
ha alcanzado y posee y lo inaccesible de ella para los alumnos. En ese sentido el
profesor estimula en el alumno la determinación de un vínculo ambiguo con él y su
disciplina en la que el alumno es el tercero excluido planteando el conocimiento como
una meta a lograr y estimulando pretendidamente la motivación en el alumno para
intentar alcanzar dicho conocimiento, lo coloca a distancia de él y se erige a sí mismo
como intermediario que, a la par que muestra, esconde. E l conocimiento como meta
puede presentársele al alumno un objeto inalcanzable que estimula su frustración sin
darle simultáneamente el sentido de la misma. El carácter agresivo de tal conducta no
está en la frustración implicaba, pues que es cierto que el profesor sabe mas que el
alumno y es cierto que él es el intermediario entre el alumno y la disciplina.
Lo que convierte a tal modalidad en un ataque directo no visible es la falta de
sentido, o la falta de conciencia que se le permite tener al alumno de esa distancia con
respecto al objeto y la posibilidad real de que la misma sea acortada sucesiva y
paulatinamente, y fundamentalmente que el profesor no es le poseedor de ese objeto
sino un facilitador del acercamiento del alumno al mismo. Cuando, en lugar de esto, el
alumno percibe al profesor, o el profesor se ubica en una posición de barrera o filtro, la
resultante es una paralización total o parcial del alumno. Cuando esta forma de agresión
del profesor sobre el alumno no se consuma, el alumno puede ser llevado a aprender lo
que desde ese momento debe ser su relación con la ciencia o con la disciplina que
estudia y aquello que no debe ser incluido en esa relación. El alumno se convierte en un
alumno universitario no sólo cuando vocacionalmente define su aspiración hacia cierto
sector de objetos de la realidad sino cuando acta la autoridad (o la institución supone
que así será), y acata la idea de que la relación con lo que enseñan y a ser aprendido
debe basarse en un modelo triangular en el que el profesor es poseedor del objeto al cual
aspira, a quien debe intentar asemejarse como requisito previo para entrar en posesión
del mismo. El alumno debe aprender antes que su maestría, que sólo si llega a ser como
el profesor tendrá derecho a conocer. Que el profesor sea una figura de identificación no
es algo que sorprenda a nadie. El tema a explorar es el de las características con las que
el alumno se identifica, los canales por los que tiene lugar y el resultado de la
identificación. El profesor exhibe antes que sus dudas, su certidumbre, y se erige por lo
tanto en un modelo parcial y pretendidamente omnisapiente. De ahí que el alumno sólo
puede aspirar a fragmentos de conocimiento y esto en determinado orden y articulación.
Es ésta otra de las maneras en las que el profesor ejerce el control y se convierte en
guarda-barreras del ingreso del alumno en la cultura y, al mismo tiempo, en sentido
inverso, en el control del ingreso del conocimiento en la conciencia del alumno.
Dada así la relación, qué duda cabe de que pasarán el rito de iniciación los
menos valientes, los menos originales, los menos revolucionarios: la universidad
convertida en una fábrica de conformistas, en una institución conservadora y
perpetuadora por excelencia, formadora de especialistas que conociendo sectores
aislados de la realidad, se insertan en la realidad social sólo como ejecutores de
decisiones.
El cientificismo, reiteradamente denunciado como una enfermedad de nuestra
enseñanza universitaria, revela así no sólo una vertiente pedagógica ligada a una
concepción de la ciencia y de su enseñanza alienadas, sino también, por lo menos uno
de sus significados políticos. Lucien Goldmann (14) escribe:
Hoy en día, con excepción de unos cuanto círculos gobernantes extremadamente
reducidos, el hombre, el individuo, encuentra cada vez más un número cada vez menor de
sectores de la vida social en los que todavía puede tener iniciativa y responsabilidad; se lo está
convirtiendo en un ser al que sólo se le pide que ejecute decisiones que se han tomado en otras
partes y al cual, a cambio de esto, se le dé una garantía de posibilidades de consumo
incrementado.
Esta situación trae consigo un estrechamiento y un peligroso y cuantioso
empobrecimiento de su personalidad. Añadamos que es éste un fenómeno que se
encuentra todavía en su infancia y que amenaza cobrar porciones mayores en la medida
en que se desarrolle el capitalismo organizativo. Aunque la producción en más se lleva a
cabo ya en muchas esferas y abarca toda clase de bienes, no obstante, el verdadero
capitalismo organizativo o de producción en masa, aquel cuya producción, que tal vez
esté todavía muy limitada, amenaza con desarrollarse en el futuro, es el del especialista
que simultáneamente es una suerte de iletrado y se ha graduado en la universidad. Es
éste un hombre que se ha familiarizado con un campo de producción y que posee
grandes conocimientos profesionales que le permiten ejecutar, de manera satisfactoria e
incluso sobresaliente, las tareas que se le asignan, pero que progresivamente está
perdiendo contacto con el resto de la vida humana, y cuya personalidad, de tal modo,
está siendo deformada y encogida en grado extremo.
Los alumnos que, cada vez en un grado mayor, se acercan a las carreras
humanísticas –y esto en todos los países del mundo- nos revelan una búsqueda del
hombre que está cada vez más alejado de las universidades o de las carreras
pretendidamente científicas o técnicas. Lamentablemente no se trata de recuperar al
hombre a través de una carrera. Las ciencias del hombre, lamentablemente, no son más
humanas que el resto. Las mismas observaciones enunciadas hasta ahora que se aplican
a ellas, no están excluidas de la necesidad de una revisión crítica sistemática de sus
objetivos y contenidos. Recuperar al hombre es la tarea de toda carrera, sobre todo
teniendo en cuenta que la alineación no es un fenómeno restringido al plano del vínculo
profesor y alumno. Es una búsqueda que rebasa la elección de tal o cual carrera. Se trata
no de un humanismo en el sentido de incluir materias filosóficas o reemplazar tales
contenidos por otros en los planes de estudio, sino de un humanismo que muestre al
conocimiento como una construcción de los hombres que, así como puede contribuir a
mejorar, enriquecer y humanizar la vida de los hombres, puede servir como refuerzo
ideológico para justificar una progresiva esclavitud.
Volviendo nuevamente al ámbito estricto del aula, vemos que estos problemas se
traducen en actitudes o modalidades específicas de los que enseñamos. Estas
modalidades se definen según la forma en que cada uno haya encarado el conflicto
básico entre enseñar –en el sentido lato de mostrar, hacer ver, ampliar perspectivas- y
oculto –en el sentido de retener, distorsionar, controlar, eclipsar, escotomizar,
parcializar- el conocimiento. El conflicto entre enseñar y ocultar admite, como lo he
estado haciendo -quizá de un modo demasiado desordenado- distintos niveles de
análisis en la perspectiva personal, grupal, institucional, cultural.
Surge claridad sobre la imagen del acto de enseñar que puede ser vista como una
suerte de rito de iniciación.
Estos son cada vez más sofisticados, institucionalizados. Se traducen en los
largos años que transcurren desde que el alumno ingresa hasta que egresa y debe
integrarse en el mundo ocupacional. Hay rituales donde predomina la agresión sobre el
amor; rituales donde el pasaje a una nueva situación está asentada sobre el ocultamiento,
la parcialización la renuncia a pedazos de uno mismo; rituales en los que se encubre
sistemáticamente la forma en que se busca la educación de un individuo a un estado de
cosas en que debe limitarse a ser un mero ejecutor de decisiones. Es lícito aplicar aquí la
interpretación freudiana según la cual los ritos de iniciación serían a los demás e
instaurar de este modo el tabú, sancionar la norma, prevenir el parricidio. Sería
lamentable que los ataques a las figuras poderosas detentadoras del poder traigan
aparejando como respuesta una incrementación de la culpa y un fortalecimiento de
nuevas restricciones. No es necesario subrayar más mi idea de que entiendo al orden
académico como coercitivo. Quisiera, para sintetizar, mostrar tres formas que asume la
restricción y tres posibles respuestas.
Existe en primer lugar una restricción que podríamos llamar física, que consiste
en la exclusión de la vida civil (como vimos en Goodman). Esta restricción varia de país
en país y tiene un sentido específico en el nuestro, en que el ingreso, y sobre todo la
permanencia, en la universidad es, en cierto modo, un privilegio. La exclusión de la vida
civil asume distintas formas ideológicas, desde
“A la universidad de viene a estudiar” hasta una concepción de la universidad
como isla (sea democrática, sea revolucionaria). La respuesta a esta forma de restricción
es la progresiva politización, donde se incrementó la preocupación por el afuera y se
rompen los límites de la universidad como una isla de cultura dentro de una comunidad
donde ocurren acontecimientos de naturaleza política sólo aptos para “los granates” o
para “los políticos”.
2) Una forma indirecta de restricciones es la formación de especialistas a través
de la fragmentación del conocimiento, o la sustitución del conocimiento por una franca
transmisión de ideología. Es este caso la respuesta requerida es una crítica filosófico-
científica que apunte a los aspectos ideológicos y a los supuestos que dan sentido a
aquello que se enseñe.
3) Otra forma indirecta de restricción deriva del modo en que se enseña que,
como hemos tratado de mostrar, constituye una fuente de aprendizaje de modalidades y
de relaciones a través de las cuales sé meta-aprenden modelos que reproducen la
verticalidad externa en el ámbito universitario. Constituyen un reflejo del autoritarismo
social y, político, a la par de articularse con modelos internos, arcaicos, propios de las
primeras etapas de la socialización en el grupo familiar. La respuesta a este tipo de
restricción sólo puede provenir de un saneamiento, esclarecimiento y modificación del
rol docente que quiebre el circuito del que, de un modo inadvertido, participamos.
Enseñar a los alumnos a pensar y a ejercer la reflexión crítica es una meta que
frecuentemente mencionamos como inherente a la función docente. Sin embargo,
muchas veces esto no pasa de ser una enunciación de buenos propósitos. Repetidores en
lugar de seres pensantes, receptores en lugar de evaluadores, es el producto lógico de las
formas en que enseñamos, que reflejan aquellas según las cuales hemos aprendido. Por
lo tanto, cuando hablo de la necesidad de esclarecer y tomar conciencia del modo en que
nos insertamos en esta trama represiva de relaciones estoy aludiendo a algo más que
estudiar pedagogía o aprender las mejores formas de transmitir conocimientos; estoy
pensando en la posibilidad de recordar como único antídoto contra la repetición
Si el docente se coloca en una situación de recordar, su inclusión inconciente y
perpetuante en el sistema de relación puede redefinirse.
Pareciera una necesidad imperiosa ante todo no negar el vínculo de dependencia
(consecuencia inevitable de haber comenzado a conocer su materia antes que sus
alumnos) sino, antes bien, recordarla y, modificar su sentido. Tratar de volver a pensar y
a sentir como única forma de convertir la situación de aprendizaje en una situación
autoconsciente, a través de una sistemática crítica de los contenidos y autocrítca de los
métodos con los que esos contenidos son transmitidos. No trato de negar la autoridad –
hacerlo equivaldría a embarcarnos en la ficción de un no-poder con sus variantes de
ingenuidad, demagogia o populismo-. Trato de criticar la autoridad como principio y
ciertas formas de autoritarismo por principio. Coincido con Cooper (15) que “en el
fondo, el problema consiste en diferenciar la autoridad –auténtica de la inauténtica-. La
autoridad de las personas que la invisten, habitualmente les es atribuida por definiciones
sociales arbitrarias más que sobre la base de cualquier aptitud real que pueda poseer”.
En cuanto a los profesores, vale la advertencia del autor: “sí el personal tenía esa
valentía de abandonar esa posición falsa en la que la autoridad radicaba en investiduras
a través de roles y definiciones sociales arbitrarias, podía descubrir fuentes reales de
autoridad (...) La característica esencial del liderazgo autentica es la renuncia al impulso
de dominar a los otro. Dominación significa control de la conducta de los otros cuando
esa conducta representa para el líder aspectos proyectados de su propia existencia.
Apuntando a los factores subjetivos que pueden impregnar la forma en que
habitualmente ejercemos nuestro liderazgo de un modo falso, valdría la pena reflexionar
acerca del modo en que el control del otro expresa la forma en que el líder produce en sí
mismo la ilusión de su propia organización interna esta cada vez más perfectamente
ordenada. De esta forma, ante un mundo contradictorio, caótico, en el que no somos
totalmente poseedores de nuestras decisiones, ni creadores de nuestra historia, podemos
llegar a mantener la ilusión de que desde nuestro baluarte catedrático conocemos,
controlamos y manejamos, cuando simplemente estamos delegando en el alumno
nuestro propio sometimiento, nuestro propio desconocimiento y nuestra propia
incapacidad de invertir de un modo más activo en la modificación de la cultura y de la
sociedad de la que formamos parte.
Asumir esto encierra dos modificaciones: 1) la necesidad de darnos cuenta de
que debemos renunciar –y para siempre – a la ingenuidad de pensar la enseñanza como
algo referible exclusivamente al ámbito educativo. Como he tratado de controlarlo a
través de ideas propias y ajenas, referir la tarea educativa al plano exclusivo de la
relación docente-alumno es una concepción a la vez ingenua e irresponsable; 2) es la
responsabilidad nuestra asumir esta relación como parte del sistema social, lo que
remite al imperativo de insertarse en un mundo crítico frente a él.
Planteo que la tarea de enseñar es esencialmente, y no sólo de un modo
incidental, una tarea política. El sentido que puede darse a ese rol político es lo que está
en cuestión. ¿Seremos perpetuadores de este estado de cosas y formaremos cada vez
más, personas no pensantes, analfabetos instruidos o, por el contrario, inscribiremos
nuestra acción educativa en un contexto desalienante con todos los riesgos internos y,
externos que tal asunción implica?
Si la educación es frustración, y, es agresión y represión, no lo es sólo porque el
profesor así se lo proponga. Es así porque traduce en el momento en que enseña una
realidad social y política que debe entendérsela no sólo como el “contexto” en que su
conducta se inserta, sino como la trama real y profunda que da sentido a lo que realiza
en su tarea.
No trato de propugnar una polarización de nuestro sistema educativo; nuestro
sistema educativo es político. Lo que debe plantearse –como lo expresa Marcuse- es
“una contrapolitíca que se oponga a la política establecida y, en este sentido, debemos
enfrentarnos a esta sociedad como ella lo hace, a través de una movilización total.
Debemos enfrentarnos al adoctrinamiento para la servidumbre con el adoctrinamiento
para la libertad. Debemos generar en nosotros mismos, tratar de generar en otros la
necesidad instintiva de una vida sin miedos, sin brutalidad y sin estupidez, y debemos
ver que podemos generar la repugnancia intelectual e instintiva ante los valores de una
opulencia que propaga la agresión y el sometimiento por el mundo entero”.
La tarea propuesta rebasa por supuesto el límite de las escuelas y de las
universidades y será imponente, a menos que así sea. Sin embargo, mucho hay que
hacer en las escuelas, en los institutos y en las universidades. Se trata de esclarecer el
sentido de esa política y el modo en que los profesores estamos dispuestos a ser
auténticos educadores “abarcando la mente y el cuerpo de nuestros alumnos, su
pensamiento y su imaginación, sus necesidades intelectuales tanto como efectivas” a los
efectos de convertirlos en auténticos sujetos. Instaurar al alumno como persona, como
eje de nuestra labor pedagógica para así incorporarlo, sí, pero de un modo más
consciente y más crítico, en la sociedad de la que forma parte. Nuestro verdadero
compromiso es triple: como científicos y educadores, crear una nueva imagen al
hombre, (rol desmitificante); como auténticos humanistas, crear la imagen de un
hombre nuevo (rol reestructurante); como ciudadanos, contribuir al nacimiento de un
hombre nuevo (rol revolucionario).

(1) Boholavsky, Rodolfo “Psicopatología del vínculo profesor-alumno: el


profesor como agente socializante”. En Problemas de Psicología Educacional. Revista
de Ciencias de la Educación, Axis 1º. De Rosario, Argentina, 1975. * * Responsables
de captura, edición y revisión: Ma. Antonia Padilla Vargas y Julio A. Varela Barraza.
(2) “Academicismo”, término que apunta a indicar situaciones en las que se
releva el carácter académico de la educación sobre cualquier tipo de implicaciones
sociales o políticas. (N. del A.)
(3) “Cientificismo”, planteamiento que destaca el carácter apolítico y objetivo de
la ciencia, sin tomar en cuenta su función ideológica. (N.del A.)
4) Lineamientos, normas y lenguajes aceptados de hecho por la Institución
educativa.
(5) Vínculos que se refieren a la relación de la familia nuclear, entremadre e
hijos, entre padres e hijos, entre hermanos. (N.del A.)
(6) Farber, Jerry, “El estudiante es un negro”, en Hopkins, Jerry, El librehippie,
Buenos Aires, Editorial Brújula, 1969.
(7) En términos freudianos y dicho de una manera esquemática, se habla de
narcisismo como amor que retorna a uno mismo, esto es que el sujeto se tome a sí
mismo como objeto de amos. (N. del A.)
(8) Formas sociales que penetran tan intensamente ( por la vía del aprendizaje)
que se aceptan como naturales; entre otras la relación de desigualdad entre alumno y
maestro. (N.del A.)
(9) Algunas personas que conocen estas reflexiones las han tildado de nihilistas
o por lo menos de pesimistas, criterio que no comparto.
Negar la posibilidad de un cambio profundo en la pedagogía equivaldría
a cerrar los ojos a la historia. Pero el optimismo no debe inducir a ingenuidad en cuanto
a las dificultades serias que acarreará cualquier intento profundamente renovador.
Dificultades contextuales (sociales, económicas, políticas) tanto como personales e
interpersonales (que es el objeto de este informe), en la medida en que el contexto no
opera sólo como “marco” sino como subtexto, trama intrincada, generalmente
inconciente, de relaciones que son correlativas (pero no mecánicamente determinadas
por) del las relaciones contextuales y que dan sentido al texto: el acto educativo.
Simplemente, que considero banal cualquier modificación meramente textual que
atienda a la forma en que lo contextual y subtextual habrían de ser concomitantemente
(sino, previamente) modificados. En el punto intermedio en que la Pedagogía se instala,
entre los sistemas y las personas, los valores y los instrumentos técnicos, si algo puede
esperar de la Psicología es justamente la posibilidad de lectura de ese subtexto (lo que
vagamente llamamos “interno”, “variables” personal o subjetiva, “estructura
endopsíquica”, etc.) Eso intento hacer, con optimismo pero sin ingenuidad. (Nota de R.
Bohoslavsky.) .*
* Vale prestar especial cuidado a la nota de R Bohoslavsky. Si no se atiende con
profundidad a la serie de elementos sociales y psicológicos que subyacen en el acto
educativo, se corre el riesgo de confundir los cambios formales con cambios
estructurales, fenómeno bastante frecuente en las reformas educativas (N. del A.).
(10) McLulan, M. El medio es el mensaje. Piados, Buenos Aires, 1969.
(11) Godman, Paul, “Valores objetivos”, en Cooper, D., Psiquiatría y
antipsiquiatría, Piados, Buenos Aires, 1971
(12) El refrán “socialista a los veinte, conservador a los cuarenta” debe
especificar: “ ... sobre todo en la universidad has mordido el anzuelo de una
especialización renumerada, y te has dejado ambientar convenientemente.
(13) Henry, J., citado por Laing, R en Experiencia y alineación en la sociedad
contemporánea, Piados, Buenos Aires, 1971.
(14) Golmann, Lucien, “Crítica y dogmatismo en literatura”, en Cooper, C., y
otros. Dialéctica de la liberación. Siglo XXI Editores, México, 1969.
(15)Cooper, D., Psiquiatría y antisiquiatría. Piados, Buenos Aires, 1971.

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