Bohosla
Bohosla
Bohosla
“En Inglaterra conocí una vez a un niño que le preguntó a su padre:´ ¿Saben los
padres siempre más que sus hijos?´, y el padre dijo ´Sí¨. La pregunta siguiente fue:
Papá, quién inventó la máquina a vapor?´, y el padre dijo:´James Watt´, A lo que el
hijo contestó: Pero, por qué no la inventó el padre de James Watt?”
G. Bateson.
Estoy sentado en una mesa de examen; llamo a un alumno; se sienta, me entrega su
libreta que luego deberé firmar y me mira con ojos azorados. Le formulo una pregunta;
ante ella se pone aún más pálido y empieza a balbucear una respuesta. Le pregunto
entonces de que tema quiere hablar. Vacila…Comienzo pues a pensar alguna estrategia
que me permita realmente comprender cuánto sabe este alumno. En ese instante consigo
zafarme de esa situación y me pregunto cuál es el significado que tiene esa interacción,
en la que él parece haber perdido toda capacidad de pensamiento y crítica, y todos mis
actos, por benévolos o generosos que pueda pensarse que sean, parecieran envolverlo
más y más en una trama de sometimiento que aniquila sistemáticamente su capacidad de
reflexión. Me pregunto que significa tomar examen; qué significa dar examen. Me doy
cuenta de que en ese momento configuramos una escena, que aunque diferente en
matices de otras formas de tomar examen, expresa una relación básica que se repite
miles de veces a lo largo de un año y que conforme la manera en que alguna gente
dictamina acerca de la “cantidad de cosas” que otra gente ha aprendido. Cuando
descubro que esas estrategias que he pretendido seguir me aleja cada vez más de mi
objetivo, cambio de rumbo y sugiero al alumno que haga de cuenta que él es el profesor
y yo el alumno y me interrogue acerca de los temas del programa que he desarrollado.
Pero descubro rápidamente que esta consigna es un intento de romper a último
momento, en el punto de la despedida, en el examen final, una red de relaciones
definidas desde muy antiguo, incluso desde mucho antes de que entráramos en relación
él y yo; y que esa red vincular tan férreamente asentada no puede ser rota fácilmente.
En cierto modo ´él está “condenado” a ser alumno y yo estoy “condenado” a ser
profesor. Me digo a mí mismo que posiblemente este alumno sabe; sabe más de lo que
me muestra. Debo entonces ponerle más nota, de aquello que correspondería lo que me
ha contado?
Aparece aquí otra cuestión: este alumno sabe un cinco, sabe un siete, sabe un cuatro?
Hasta qué punto es factible cuantificar sus conocimientos?. Pero, sobre todo, cual podría
ser el valor de esta cuantificación? No quiero saber cuánto sabe, quiero saber cómo lo
sabe, y para esto no puedo hacer otra cosa que participar en esa serie de conductas
rituales, estereotipadas, enfermas y enfermantes llamadas exámenes.
Pienso ahora en otro tipo de relación entre los que enseñan y los que aprenden y me doy
cuenta de que todo lo que me enseñaron de pedagogía, todo lo que pensé alguna vez no
guarda relación con esta escena de persecución donde ataco con una pregunta, me
responden huyendo hacia otro tema, el más conocido; contraatacan con una respuesta
que es intencionalmente cerrada y que me obliga a aclarar la pregunta... Me han
enseñado y he leído que la enseñanza tiene que ver con algo parecido a la
comunicación, a la entrega, al diálogo, a la reflexión conjunta, a la creación, a la toma
progresiva de conciencia, al desarrollo personal y otra serie de atributos característicos
del vínculo humano. No puedo menos que recordarlos en este momento en que la acción
concreta de tomar examen me revele alguna de las variables escondidas tras la
apariencia de una relación interhumana fértil y mutuamente enriquecedora.
Hace muchos años que un conjunto de ideas entorno a la relación entre el que enseña y
el que aprende, me andan preocupando. Siendo profesor y psicólogo, algunas líneas
presentas en mis relaciones con los alumnos no podían pasar desapercibidas. Puesto que
existe una Psicología de la Educación configurada como área de pensamiento dentro de
la pedagogía, recurrí a ello para entender los significados de nuestra interacción como
personas, pero poco, muy poco encontré que me revelase lo que de enfermo tenía
nuestra relación y la forma en que toda la ideología constituida acerca del acto
educativo ocultaba los fundamentales afectos implícitos que, en tanto negados, se
configuraban como enfermantes.
Tantas eran las banalidades que leía que preferí basarme en mis propias reflexiones,
pero tardé mucho tiempo en decidirme a darle forma comunicable a mis ideas. Tenía
mucho miedo de que la forma elegida tergiversara el contenido y se convirtiera en la
negación de lo que quería transmitir. Porque justamente el punto de partida de estas
ideas tiene que ver con todo aquello que se enseña y que se aprende por la forma en que
se enseñan y o no se enseñan determinadas cosas. Es decir que los elementos tácitos, no
explícitos en la relación profesor-alumno, constituyen la trama de lo escindido y que
esto es metacomunicado al definir el profesor su relación con el alumno. Lo
metacomunicado, constituye el trasfondo, generalmente inconciente, sobre el cual – solo
sobre el cual- puede comprenderse el sentido de aquello que en un plano conciente se
comunica y se aprende.
Defino por lo tanto estas reflexiones como un pensar acerca del “como” y no
acerca del “que”, y me adelanto en señalar que por debajo del vínculo explícito de amor,
comunicación, interacción creadora que existe- según muchos- subyace por lo menos en
potencia un vínculo restrictivo, de sometimiento, del que el examen no es más que un
exponente. El es, por ende, la forma en que mejor podemos evaluar no sólo lo que el
alumno ha aprendido, sino la forma en que la relación pedagógica ha sido establecida, y
así, la parálisis, el miedo, la incapacidad del alumno de pensar, etc., no son más que el
producto de la forma en que por lo general se define la enseñanza universitaria.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Uno de los fenómenos sobresalientes de los últimos años lo constituye la
expresión en todos los países del mundo (países de distinta organización social y
política) del movimiento masivo de protesta estudiantil. Estos movimientos tienen a no
dudar características distintas en cada ciudad en que surgen; revelan desencadenantes
concretos que no pueden ser entendidos sino sobre un plano social y político y con
referencia a las características especificas de ese sistema social. Pero encierran también,
a mi entender, un nivel de protesta contra la forma en que se lleva a cabo la enseñanza.
La indagación psicológica de esa vertiente de la protesta no agota, por supuesto, el
problema, pero en tanto esa vertiente está presente, es legítimo tenerla en cuenta. La
protesta que es también – aunque por supuesto “no sólo”- la protesta contra el sistema
universitario caduco, admite un nivel de análisis psicológico. Pero, cómo es conciliable
la imagen de caducidad con formas organizativas que por lo menos en lo externo en los
países desarrollados se nutre mejorando bibliotecas, ampliando becas, incrementando
sistemas de confort y laboratorios, acumulando modernidad, tecnología,
racionalidad…? En qué medida definir el mejoramiento del sistema universitario por la
acumulación de tales metas no sigue ocultando aspectos fundamentales de la interacción
entre los que enseñan y los que aprenden, que debieran ser esquemáticamente
esclarecidos? El desconcierto desaparece al discriminar claramente que “no caduco” no
es sinónimo de tecnocracia y que ninguna reforma meramente planeada sobre los
términos de la tecnología pedagógica puede ser lícitamente considerada un cambio.
Desde luego el panorama es más complejo en los países dependientes, donde se
asiste, según sus peculiaridades, cientificistas y de un vago “revolucionarismo” en las
aulas. El tema es complejo y salgo a la crítica de la parcialidad de mi enfoque
remitiéndome a lo que es mi punto de abordaje en este trabajo: la relación interhumana
entre los que en la Universidad enseñan y aprenden.
Tres tipos de vínculos básicos definen las relaciones entre la gente. Estos tres
tipos de vínculos han sido aprendidos con seguridad en el seno familiar. Ella es –quién
lo duda- el primer contexto socializante, Los modelos internos que engendra configuran
el cañamazo de otras relaciones interpersonales más complejas o sofisticadas. Pienso en
un vínculo de dependencia (cuyo modelo intergeneracional: padres-hijos); en un vínculo
de cooperación o mutualidad (cuyo modelo es intersexual: pareja y fraterno: hermano-
hermano) y un vínculo de competencia desglosable en: competencia o rivalidad
intergeneracional, competencia o rivalidad sexual y competencia o rivalidad fraterna.
Las relaciones más complejas entre la gente no pueden ser reducidas a estos tres
vínculos básicos, pero sin embargo, aun en las relaciones más intrincadas podríamos
encontrar resabios de estas tres formas o estructuras básicas, si bien sus contenidos
varían de una situación a otra, ellas se mantienen latentes y en la medida en que son
estructuras arcaicas, muchas veces sólo una lectura profunda las revela ocultas tras el
aspecto externo, manifiesto, de la interacción social.
En la enseñanza, sea cuál sea la concepción del liderazgo –democrático,
autocrático o laisser-faire-, el vínculo que se supone “natural” es el vínculo de
dependencia. El vínculo de dependencia está presente siempre en el acto de enseñanza y
se expresa en supuestos tales como:1) que el profesor sabe más que el alumno, 2) que el
profesor debe proteger al alumno de cometer errores, 3) que el profesor debe y puede
juzgar al alumno, 4) que el profesor puede determinar la legitimidad de los intereses del
alumno, 5) que el profesor puede y/o debe definir la comunicación posible con el
alumno.
Definir la comunicación con el alumno implica el establecimiento del contexto y
de la identidad de los participantes: el profesor es quien pauta el tiempo, el espacio y los
roles de esa relación. Al mismo tiempo el profesor es el que instituye un código y un
repertorio posible. Al hacerlo, integra los códigos y repertorios más compartidos del
lenguaje oral o escrito, los códigos y repertorios institucionales del organismo donde se
imparte la enseñanza, los códigos de su disciplina y los códigos personales o estilos
(éstos, por lo general, más difusos e implícitos) a través de los cuales y sólo a través de
ellos se pueden comprender sus mensajes, pero al mismo tiempo facilitan la no
comprensión de los mismos y, por lo tanto, el entrenamiento del que aprende, hecho
esto de un modo sutil y no conciente. Es a través de lo no comprendido que se infiltra en
el acto de enseñar las características propias del sistema social, las que a pesar de las
diferencias interpersonales, las diferentes ideologías, compresos afectivos, metas y
valores de los profesores, etc., ellos transmiten por el mero hecho de asumir el rol de
tales. Definir la comunicación posible con el alumno implica al mismo tiempo la
circulación de una serie de metamensajes mediante los cuales todos esos supuestos
“naturales” que he enunciado se transmiten e instalan en el acto educativo como una
estructura perpetuadora de las relaciones presentes en el sistema más amplio, en el
contexto dentro del cual está inserta la institución donde se enseña y que es el sistema
de relaciones sociales.
Me refiero, en síntesis, específicamente a todo lo que se dice por el hecho de no
decirlo. El profesor puede pensar que sus intenciones son “buenas” – y serlas a un nivel
conciente-, puede pretender al alumno la reflexión critica, el aprendizaje creador, la
enseñanza activa, la promoción de la individualidad del alumno, su rescate como sujeto,
pero definido el vínculo pedagógico como vínculo de sometimiento, resultaría extraño
que tales objetivos pudieran llegar a concretarse.
En el caso específico de la enseñanza primaria, alusiones tales como “la maestra
es la segunda madre” tornan explícita la continuidad entre la enseñanza y sus vínculos
arcaicos aprendidos en el seno de la familia. Y así como la psicología y la psiquiatría
nos muestran que la relación familiar no es sólo el vínculo que lleva al desarrollo de las
posibilidades humanas, sino que en tanto socializante es también potencialmente un
vínculo alienante; así la enseñanza prolonga y sistemiza estos aspectos polares de la
relación que comenzó a formarse en el hogar. No es difícil así revelar contradicciones
entre lo que se dice y lo que se hace: por ejemplo, se predica cada vez más en la
enseñanza contemporánea los méritos de un aprendizaje activo. Pero en virtud de los
supuestos de una natural dependencia del alumno respecto de su maestro, pareciera
evidenciarse que cuanto más pasivo sea el alumno más se cumplen los objetivos.
Paradójicamente, cuanto más acepte el alumno que el profesor sabe más, que el debe
protegerlo de cometer errores, que debe y puede juzgarlo, que debe determinar la
legitimidad de sus intereses, y que tiene derecho a definir la comunicación posible, tanto
más el profesor puede “transmitir” conocimientos, “verter” en la cabeza del alumno
(siguiendo la metáfora del recipiente y la jarra) los contenidos de su programa. Otra
contradicción la constituye el hecho de que se predica una democratización en las aulas
y una participación cada vez mayor en el aprendizaje, pero quien define el proceso de
comunicación es el que está arriba, y esto condensado a la imagen de la jarra nos
muestra como muchas veces llamamos educación a lo que no es más que
adiestramiento: consecuencia inevitable de la forma en que el alumno aprende, aprende
a aprender de determinada manera (deuteroaprendizaje) y lo primero que el alumno
debe aprender es que “ saber es poder”. El profesor es quien “tiene la manija”, por lo
menos en cuanto a cuáles son los criterios de la verdad de la disciplina que esta
aprendiendo.
Estos planteos aparentemente tan encontrados con lo que el sistema define como
el acto de enseñanza, me lo llevó a buscar en fuentes opuestas al mismo opiniones que
me mostrasen cómo percibe “la otra gente” el tema que estamos estudiando. Jerry
Farber (2) escribe en un periódico underground:
“… se espera que un estudiante de Cal State sepa cuál es su sitio;
llama a un miembro de la Facultad, señor, doctor o profesor, sonría
y se pasea por la puerta del despacho del profesor mientras espera
permiso para entrar; la Facultad les dice que curso seguir, se les
dice qué leer, qué escribir y frecuentemente dónde fijar los
márgenes en su máquina de escribir; se les dice qué es verdad y
qué no lo es. Algunos profesores dicen que alienten las diferencias
pero casi siempre mienten y los alumnos lo saben. ´Dile al hombre
lo que quiere oír o te raja del curso´.