Que Hace La Pedagogia y Por Que Es Importante para Los Educadores
Que Hace La Pedagogia y Por Que Es Importante para Los Educadores
Que Hace La Pedagogia y Por Que Es Importante para Los Educadores
Es cierto que la Pedagogía no tiene una aplicación práctica inmediata. No está, como la
didáctica, centrada en los aspectos prácticos de la tarea de enseñar. Sin embargo, es
imprescindible para los educadores porque da profundidad, sentido y vuelo creativo a
las cosas que se hacen, se dicen y se piensan en la escuela. Ser maestro, podríamos
decir, no consiste sólo en dominar técnicas de enseñanza sino también, y quizás
fundamentalmente, en construir un posicionamiento ético, político y social. Educar es
algo más que enseñar, aunque ambas – educación y enseñanza – estén profundamente
imbricadas.
Como casi todas las personas han pasado en algún momento de su vida por la escuela,
es frecuente que se compartan con mucha libertad opiniones y análisis acerca de la
educación. Cualquier charla de café es un lugar adecuado para decir cosas que podrían
interpretarse como respuestas posibles a estas preguntas esenciales que plantea la
pedagogía. Así, se dicen cosas tales como:
“Para que mejore la educación hace falta una nueva ley y una reforma en los programas
de estudio”.
“Para ser maestra de primaria o secundaria hay que estudiar más que para ser maestra
jardinera”.
“Los castigos, están mal, pero a veces hace falta ser duro con los chicos”.
Siguiendo estas pistas, desde la Pedagogía se podría esbozar una respuesta a esa
pregunta inicial sobre el “aprender de memoria” (y decimos una respuesta y
no la respuesta, porque las interpretaciones pedagógicas nunca son únicas). Tal
respuesta podría ser la siguiente: estos saberes que se “imponen” a todos los niños del
país (y tal vez del mundo), y que son determinados esencialmente por el Estado, sirven
para que existan puntos de encuentro, experiencias comunes, formas de vida y símbolos
compartidos entre todas las personas. Sirven para que, cuando salimos a la calle y
caminamos entre gente extraña, haya algo en común con los demás. La existencia de
contenidos obligatorios da cuenta de un corpus de experiencias que las escuelas deben
considerar relevantes para ofrecer a los alumnos, y es una idea política, no didáctica. La
asociación entre estos valores fundamentales y la didáctica memorística es una relación
que las culturas escolares han instalado, y que puede pensarse en términos
metodológicos, didácticos, curriculares, políticos, etc.
El filósofo esloveno Slavoj Žižek (2004), cuenta en uno de sus libros una pequeña
historia que muestra un ejemplo de este “punto de encuentro” que brindan las
experiencias comunes de la escuela obligatoria:
Podríamos decir que en esa escena mínima que hizo que se tocaran los universos de
estas dos personas, está la mano de la educación escolar: en algún punto de su historia,
ambos tenían algo en común. La asociación entre esta idea “acumulativa” de lo común
como contenidos obligatorios a ser aprendidos y la idea más general de la convivencia
ciudadana es menos nítida, por supuesto, y para completar el análisis es necesario
pensar la cuestión desde la perspectiva de los métodos de enseñanza.
Volviendo al tema de “estudiar de memoria”, esta oposición entre memorizar y
comprender forma parte de otro gran conjunto de oposiciones, como por ejemplo:
Autoridad del docente VS. Autonomía del alumno; curriculum centrado en los
contenidos VS. Currículum centrado en el niño, entre otras; y tiene que ver además con
las fuertes influencias del pensamiento psicológico en la educación, ya que para suponer
que los chicos “aprenden repitiendo”, o “aprenden razonando”, hace falta analizar
algunos argumentos desde la psicología, que es la ciencia que se ocupa con mejores
herramientas de entender el aprendizaje. Pero a la vez, la psicología es poco sensible al
sentido social de las prácticas educativas. Y hay toda una discusión acerca de si lo que
pasa en las escuelas se debe pensar desde la psicología o no, y en todo caso, desde qué
psicología. Fin del ejemplo.
Pero aunque nos detengamos aquí, esto apenas empieza. Podríamos seguir largamente
analizando la cuestión. Nos quedamos aquí, porque esto es sólo un ejemplo. ¿Un
ejemplo de qué? Un ejemplo de cómo la Pedagogía desarrolla y profundiza las ideas
sencillas (como aquella de “estudiar de memoria, no sirve”) convirtiéndolas en asuntos
más complejos, atravesados de historia, ideología, política, problemas sociales,
epistémicos y filosóficos.
Por supuesto, cada uno tiene sus propias maneras de decir las cosas, porque cada
experiencia de conocimiento es única e irrepetible. La finalidad de aprender este
vocabulario no es anular o reprimir nuestras formas espontáneas de hablar, sino
brindarle a estas formas espontáneas la posibilidad de enriquecerse y crecer. Reformular
el vocabulario, es decir, cuestionarnos con qué palabras hablamos de la educación no es
una mera cuestión de léxico. El ejercicio de repensar los conceptos es, de hecho, uno de
los ejes centrales de la pedagogía, porque las palabras tienen un poderoso efecto sobre
el mundo, y su uso abre o cierra caminos para las políticas, las prácticas escolares y los
deseos de las comunidades de construir proyectos.
A modo de ejemplo de este vocabulario, me gustaría mostrar dos pistas. La primera es,
por qué no, una definición de educación. La otra, una lista de palabras (y de ideas) que
atraviesan esta aproximación a la Pedagogía.
Apenas tres observaciones acerca de esta frase, una por cada oración del párrafo. En
primer lugar, en ella se emplean algunas palabras que tienen sentido dentro de teorías y
debates más amplios, que hace falta conocer y comprender previamente para darles
sentido. Comienza hablando de la escuela moderna y los sistemas educativos modernos.
¿Qué es eso? No se refiere, claro, a las escuelas que se fundaron más recientemente ni a
las que están equipadas con computadoras, sino a las que surgieron en la llamada Era
Moderna, con las ideas de la ilustración, la revolución francesa y los ideales de la
ciencia positivista. Por eso habla en pasado (dice: “se han constituido”) y opone esa
escuela a un “hoy” donde esa forma de pensar la escuela estaría en crisis.
En segundo lugar, utiliza algunas palabras propias del lenguaje de la justicia educativa:
igualdad, homogénea, oportunidades, normalización, reproducción, diferencias de
origen. Cada una de estas palabras tiene sentido dentro de las teorías que las produjeron.
La palabra “reproducción”, por ejemplo, está tan utilizada y discutida en la Pedagogía
que hasta existe una corriente de investigaciones que se denomina “teorías de la
reproducción”, basadas originalmente en las ideas de Karl Marx y en las de un
sociólogo francés que tradujo muchas ideas marxistas a la educación: Pierre Bourdieu,
autor del libro La Reproducción, junto con J.C.Passeron. En la segunda oración del
párrafo se plantea una tesis fundamental de la pedagogía crítica de las últimas décadas
del siglo XX: aunque no lo parezca, la escuela es esencialmente injusta y colabora a que
los ricos sigan siendo ricos y los pobres, pobres.
Este texto presentará, en lo que resta, tres grandes conjuntos de ideas. En primer lugar,
una serie de preguntas esenciales que la pedagogía formula y desde las que se pueden
pensar los principales problemas de la educación. En segundo lugar presentaré tres
racionalidades o modos de pensar que, según la opinión de muchos autores, fueron las
principales maneras de pensar la educación en los últimos 200 años. Esto va a resultar
útil porque cada vez que nos encontremos con ideas acerca de la educación podremos
reconocer las influencias que reciben de cada una de estas formas de pensar. Finalmente
presentaré un comentario acerca de la historia de la educación que consiste en definir
algunos momentos históricos importantes, especialmente alrededor de los cambios
sociales de lo que suele llamarse la ilustración o la modernidad. La historia puede
contarse de muchas maneras, claro, pero en general todos coinciden en reconocer ciertas
grandes etapas. Y conocerlas, nos servirá para entender a qué se refieren a veces los
textos cuando dicen “en el surgimiento de los sistemas educativos”, por ejemplo, o a
qué se refieren las personas en la calle cuando dicen “antes” y “hoy en día”.
Las escuelas
¿Qué es una escuela? ¿Por qué las escuelas son como son (es decir: separan a los
niños por edades, funcionan dentro de un determinado calendario y horario, enseñan lo
que enseñan y no otras cosas, tienen pupitres y pizarrones y tizas y cuadernos y libros,
y no otros objetos o modos de comunicar)? ¿Cómo llegó la escuela a convertirse en lo
que es? ¿Seguirá siendo siempre así, o irá cambiando? ¿Cómo cambia la escuela, y
por qué? ¿La escuela es un lugar de armonía y entendimiento, o un lugar de luchas y
conflictos? ¿O ambas cosas? ¿Puede educarse sin escuela?
El sentido de educar
¿Para qué existen las escuelas? ¿Para qué una sociedad necesita escuelas y educación
obligatoria? ¿Es cierto, como dicen algunos políticos, algunos próceres, algunos
parientes mientras hacen el asado, que “la educación hace un país mejor”? ¿Es cierto
que mejora la vida de los que se educan? ¿Por qué? ¿Cómo han ido modificándose los
fines de la escuela a lo largo de la historia? ¿A qué distintos intereses ha respondido la
institución escolar? ¿Qué significa la experiencia escolar para los estados, las
culturas, las comunidades, las familias, los individuos?
La justicia educativa
¿Es justa la escuela? ¿Les da a todos los chicos las mismas oportunidades de aprender
y de educarse? ¿Cómo hace un maestro, una escuela, un Estado, para distribuir la
educación con justicia, en forma equitativa? ¿Cómo se piensa la idea de “ser justos”
en la escuela desde la perspectiva del estado? ¿Y cómo se la piensa desde la
perspectiva del maestro? ¿Es posible educar con igualdad, cuando las personas son
tan diferentes entre sí? ¿Cómo puede pensarse una educación que sea, a la vez,
igualitaria y respetuosa de las diferencias?
La relación adulto-niño
¿Qué significa “ser niño”? ¿Cómo es el “reglamento implícito” para ser un niño y
para ser un adulto? ¿Cuáles son las reglas tácitas para que niños y adultos se
relacionen? ¿Cómo llegaron a establecerse estas “reglas”? ¿Qué hace falta para ser
maestro? ¿Cualquiera puede serlo? ¿Por qué en general las maestras son mujeres? ¿El
maestro tiene “autoridad”? ¿Qué significa esto?
¿Cómo se relacionan las ideas sobre la educación con las ideas sobre otros aspectos de
la vida en sociedad? Es decir: ¿pensamos distinto sobre educación si pensamos distinto
sobre política, sobre economía, sobre música, sobre cine…? ¿Por qué las escuelas son
lugares en los que se da tanta importancia a los rituales patrióticos? ¿Qué rol
desempeñan las familias de los alumnos en la escuela?
Tomaz Tadeu Da Silva, un pedagogo brasileño que estudia las teorías del curriculum (es
decir, que le interesa la pregunta acerca de qué se enseña en las escuelas, por qué, desde
qué supuestos, etc.) plantea tres palabras para ordenar las teorías sobre educación. Habla
de lo tradicional, lo crítico y lo poscrítico. Y muestra en un cuadro al comienzo de su
libro algunas ideas que caben dentro de cada tipo de respuesta a estas preguntas
pedagógicas (1999):
A estas teorías tradicionales, críticas y pos-críticas también se las ha llamado tecnicistas,
críticas y culturales. O positivistas, sociohistóricas y subjetivistas. O eficientistas,
marxistas y psicoanalíticas. En fin, cada denominación se apoya en algún rasgo o
influencia de estas grandes corrientes, pero lo que tienen todos en común es que
reconocen tres grandes energías que se expresan en ciertas discusiones que vuelven, una
y otra vez.
Los nombres elegidos aquí para nombrarlas están poco utilizados, pero son muy
descriptivos de estas grandes esencias: orden fundante, crítica socio-
histórica y crítica cultural-subjetiva. A continuación, algunas observaciones sobre
cada uno.
Orden fundante
Como veremos unas páginas más adelante, esta idea surgió con mucha fuerza en el
período histórico conocido como la Ilustración. El “padre de la Pedagogía”, Jan Amos
Comenius, sostenía una serie de principios pedagógicos basados en la idea de que había
que “enseñar todo a todos” (el principio de la pansofía). Imaginemos cuánto sistema
hace falta para eso, cuántos detalles hay que prever, y en qué medida resulta necesario
“fundar un orden”.
Sirva de ejemplo de este modo de pensar en los sistemas educativos una frase de un
pedagogo del siglo XVII llamado Julien de Paris. Él escribió:
“Sólo la educación puede ejercer a la larga una influencia decisiva y radical sobre la
regeneración del hombre, la mejora de las sociedades, la verdadera civilización y la
prosperidad de los estados. Cada generación, si se confiase a maestros dignos de su
misión, debería ser la continuación perfeccionada de la generación a la que sustituye.
De esta forma la especie humana progresaría firme y seguramente en el amplio camino
del progreso en el que la organización social, prudente y firmemente constituida, no
correría el peligro de funestos trastornos, crisis periódicas y espantosas catástrofes que
con demasiada frecuencia la envían a caminos retrógrados” (3).
Pero la energía del orden fundante no está sólo en los viejos años de la modernidad.
Cada vez que los maestros nos encontramos en una reunión de personal y necesitamos
acordar los modos de planificar la enseñanza, de organizar los momentos de la jornada
escolar, de gestionar los problemas y desafíos de la vida cotidiana, esta energía surge,
imprescindible, como un espacio instituyente que es un arma poderosa para que le
demos a nuestra vida en común una forma lo más parecida posible a nuestros deseos y
utopías. Por eso no me gusta llamar a esta racionalidad “tradicional”: porque no es algo
superado que haya quedado atrás, sino una forma de pensar el mundo que no atraviesa
profundamente y son la cual careceríamos de herramientas para moldear la experiencia
de la vida en común.
La idea de fundar un orden, sin embargo, aunque sea absolutamente necesaria y esté
vigente en nuestros días, es una idea problemática que en el pensamiento pedagógico ha
generado otras dos grandes racionalidades o modos de pensar, que describiré a
continuación.
El ideario del orden fundante tal como se ha concretado en los sistemas educativos ha
sido criticado, y mucho. Las otras dos racionalidades surgen como críticas al orden
fundante, y consisten en distintas maneras de ver los grandes problemas que genera la
intención de fundar un orden. Porque, claro, cuando se pretende crear un “reglamento”
general, siempre habrá singularidades y perspectivas que resulten vulneradas,
subordinadas, acalladas o invisibilizadas. Un conjunto de críticas tiene que ver con
la mirada sociopolítica, y el otro con la mirada cultural o subjetiva. Vayamos por
partes.
Sin embargo, también hay quienes miran esa foto y reconocen en ella algunos rasgos
violentos. Y se preguntan si vale la pena homogeneizar a todos los alumnos bajo el
“disfraz de igualdad” del delantal blanco. Se preguntan asimismo (y dudan) si es verdad
que al enseñarles a todos lo mismo y al mismo tiempo, se garantiza la igualdad.
Si un niño llega a la escuela después de haber pasado por una serie de experiencias
culturales, acercamientos al lenguaje, lecturas y estímulos ofrecidos en su entorno
familiar, seguramente se encontrará receptivo a las enseñanzas de la escuela, que le
resultarán familiares y parecidas a las experiencias que se le venían ofreciendo en el
hogar. Otro niño, cuyos padres no habían concurrido a la escuela, o que por sus
condicionantes socioeconómicos carecen del tiempo y los recursos para brindar ese
entorno culturizante, recibe las mismas enseñanzas de sus maestros, pero obtiene peores
calificaciones. Cuando la escuela le pone una buena nota al primero y una mala nota al
segundo – afirman los críticos a esta racionalidad del orden fundante – lo que está
haciendo es “castigar al pobre por ser pobre” y “premiar al rico por ser rico”. Porque en
general, y no casualmente, la relación de las personas con la cultura está bastante
asociada a su nivel socioeconómico.
De esta manera, la escuela “igual para todos” es en realidad injusta, porque culpa a los
propios alumnos de su fracaso, por ser pobres. En palabras de uno de los más
importantes referentes de esta corriente, Pierre Bourdieu, lo que la escuela hace
es reproducir las desigualdades de origen de los estudiantes. Esto significa que,
responsabilizando a los propios alumnos de su éxito o fracaso, se oculta el hecho de que
ya desde el comienzo algunos tenían mejores posibilidades que otros para ser exitosos,
pues la escuela está hecha “a la medida de los ricos”. La desigualdad que existe en la
sociedad, entonces, se reproduce en la escuela.
Los representantes de este tipo de crítica suelen reconocerse bajo el título de pedagogía
crítica y nueva sociología de la educación. También existen algunas conexiones entre
este modo de ver la escuela y las propuestas didácticas de la llamada Escuela Nueva. La
pedagogía crítica analiza lo que pasa en la escuela más allá de la necesidad de que el
sistema de enseñanza sea eficaz. Se pregunta ¿eficaz para qué? ¿Eficaz para reforzar los
intereses de qué sectores sociales y económicos? A una pedagogía crítica le interesa
destacar los problemas políticos y sociales que permanecen ocultos detrás de los asuntos
“técnicos”. Ese orden, dirán, tiene grietas. Grietas de injusticia social, de paradojas
éticas, de ocultamiento de las relaciones de poder.
Crítica cultural-subjetiva
Un segundo conjunto de críticas al orden fundante tiene que ver con otro efecto de la
homogeneidad que este orden promueve. Esta homogeneidad, afirman, ignora no sólo
las diferencias de origen “injustas” (ser rico, ser pobre) y las relaciones de poder que
existen dentro de la escuela, sino también algunas diferencias que existen entre los
alumnos y que son valiosas e importantes para ellos. El orden fundante, en su afán de
“igualar”, homogeneiza. O sea: considera y fuerza a ser iguales a todas las personas, aún
cuando no lo sean tanto, ni en todos los aspectos. Porque obviamente todos sienten
distinto, creen distinto y viven su vida de acuerdo a valores diferentes. Y no se trata de
una homogeneidad ingenua, porque decide de antemano cual es la “verdadera
civilización” y cuáles los “funestos trastornos”, retomando las palabras de Julien de
París que citamos antes.
La crítica cultural-subjetiva denuncia esta falta de consideración de lo singular, y apunta
a mostrar que, en general, la cultura a la que la educación escolar llama “verdadera”, es
la cultura del hombre blanco, occidental, inspirada en los valores europeos y asociada a
la estética y la cultura de la clase media urbana. Privilegia, digamos, unos modos de
vida por sobre otros, omitiendo la importancia de las distintas identidades que conviven
en la escuela. Dictamina una normalidad arbitraria y somete a maestros y alumnos a su
silenciosa hegemonía, para juzgar a todo aquél que no encaje en esa norma. Hay
personas de distintas creencias religiosas, de diversas culturas de origen, nacionalidades,
cosmovisiones éticas, orientaciones sexuales, o simplemente con distintas experiencias
de vida. Pero el que no se ajusta a ese modo de vida hegemónico, podría ser
injustamente discriminado o estigmatizado como “el diferente”. Esta es esencialmente
la crítica al orden fundante que se propone desde esta visión cultural-subjetiva.
Estas críticas suelen sostenerse desde los llamados estudios culturales, desde la teoría
de género, los movimientos que estudian la multiculturalidad y también de algún modo
desde el psicoanálisis. De lo que se trata es de recuperar la identidad, la singularidad, la
diferencia: salvarla del efecto “normalizador” de la escuela. Una crítica parecida podría
hacérsele a la industria de la moda, que promueve que todas las personas se vistan del
mismo modo, por ejemplo.
En los discursos que buscan incluir a la diversidad, entonces, hay también un trasfondo
político que demanda ser deshilvanado, toda vez que la relación entre “incluidores” y
“diversos” es, finalmente, reflejo de las mismas formas de discriminación que pretende
denunciar.
El primer ejemplo apunta a unas palabras que estuvieron muy de moda en las escuelas
hace algunos años, y que se proponían clasificar a los contenidos de la enseñanza en tres
categorías: conceptuales, procedimentales y actitudinales. Los libros de didáctica nos
dirán que se trata de las tres cosas que podemos esperar que un alumno aprenda:
conceptos, procedimientos y actitudes. Palabras y teorías, por un lado, pero también
modos de hacer y disposiciones del espíritu.
Desde una mirada pedagógica podríamos decir que los contenidos procedimentales y
actitudinales están allí para denunciar que los conceptuales no son los únicos, ni los más
importantes. Que el hecho de haber pensado siempre la enseñanza como algo centrado
en teorías y conceptos (que fundan un orden) ha impedido ver que también se podían
enseñar procedimientos y actitudes. La relación entre esas racionalidades y esta sencilla
clasificación, claro, no es lineal. Pero sí podemos suponer que los teóricos de la
didáctica pueden y quieren hacer esta clasificación, porque de algún modo están
atravesados de estas grandes corrientes de pensamiento.
Hay también una conocida distinción entre enfoques de la enseñanza, propuesta por
Gary Fenstermacher y Jonas Soltis, que servirá como segundo ejemplo. Ellos sugieren
que existen tres grandes energías que pueden atravesar al docente a la hora de construir
su compromiso con el aprendizaje de sus alumnos. Los llama: enfoques “del ejecutivo”,
“del liberador” y “del terapeuta”. Como sus títulos ya lo sugieren, refieren a las energías
del docente, que podrían estar puestas en “hacer llegar el mensaje” (ejecutivo),
“concientizar y emancipar la mente” (liberador) y “acompañar la realización personal”
(terapeuta). Es un libro interesante que vale la pena leer, y no nos detendremos aquí a
profundizar estos enfoques. Sí, en cambio, señalemos que estos conceptos parecen ser
posibles (pensables, necesarios) porque existen en nuestra cultura estas tres grandes
visiones que tan claramente se asocian a cada enfoque.
Un poco de historia
Cuando los historiadores se proponen organizar el conocimiento de un tema a lo largo
del tiempo, recurren a una de sus principales estrategias: la periodización. Como la
palabra lo indica, consiste en establecer períodos. De este modo, partiendo el tiempo en
épocas y poniéndole un nombre a cada época, resulta más sencillo analizar los grandes
movimientos de hechos, ideas y discursos que se fueron modificando a lo largo de la
historia.
Muchas veces los nombres que se le da a las épocas tienen que ver con personas que
cumplieron un rol importante dentro de esos procesos, ideas o discursos. Otras veces,
remiten a leyes, guerras o revoluciones. El problema con las periodizaciones es que al
mismo tiempo que ayudan a comprender grandes procesos de enorme complejidad,
pueden terminar simplificando demasiado las cosas. Podríamos terminar creyendo, por
ejemplo, que durante el peronismo todas las cosas que sucedían respondían a unas
idénticas leyes, emanadas puramente del peronismo. O que en tiempos de la ley 1420
todos los problemas educativos se limitaban a los planteos que esa ley contenía. Y la
realidad es siempre demasiado rica y compleja como para rotularla bajo un nombre. En
cualquier caso, lo que nos interesa aquí es simplemente identificar apenas algunos de los
más importantes referentes que se han tomado en cuenta para periodizar la historia de la
educación en nuestra región.
Una de las instituciones que comenzó a pensarse en esta época es, claro, la escuela
pública. El pedagogo Jan Amos Comenius, a quien ya hemos mencionado como el
“padre de la Pedagogía”, publicó en 1658 un libro de ilustraciones que es considerado
uno de los primeros libros de texto de la historia. En el Orbis Sensualium Pictus hay un
capítulo dedicado a la escuela, donde se muestra la siguiente imagen:
Ahora bien, este gran abrazo hacia la razón, la ciencia y el progreso generó
movimientos sociales y científicos realmente descomunales. La relación de las
sociedades con el conocimiento cambió. Y ese cambio, con sus procesos políticos e
institucionales, dio lugar a la escuela. Hacia mediados del siglo XIX los Estados
europeos (y no mucho después, los de nuestro continente) tenían sistemas educativos
que, en su estructura, se parecían ya bastante a los que conocemos en la actualidad. Para
esa época aparecieron figuras públicas que acompañaron y sostuvieron la creación de
los sistemas educativos. Domingo F. Sarmiento en nuestro país, claro, pero también
otros países tuvieron sus “próceres educativos”, como José Pedro Varela en Uruguay o
José Escalada en Paraguay, entre otros. Comenzó en esos años la época de oro de la
educación pública.
Ya a fines del siglo XIX, la sociedad comenzó a pensar a la educación y al rol social de
la escuela como algo fundamental. La educación se volvió una “razón de Estado”, es
decir: algo que tiene un enorme interés público y de lo que los gobiernos se tienen que
ocupar. Por eso a partir de la segunda mitad del siglo XIX los Estados van creando
leyes, ministerios, recursos económicos, procurando la formación de maestros e
involucrándose en la discusión sobre los contenidos de enseñanza. Lo que hasta ese
momento había sido un asunto más bien privado o local, que le interesaba a las
corporaciones de maestros, a los padres de familia o a la iglesia, pasa a ser un asunto
público de altísima relevancia.
Para finalizar, una nota de rigor acerca del alcance de estas reflexiones. Las breves
consideraciones que hemos compartido en estas páginas acerca de la pedagogía, sus
preguntas, sus caminos habituales, ha tenido el propósito de ofrecer un primer
acercamiento al pensamiento que se centra en la educación escolar para organizar sus
desafíos, repensarla, reinventarla. Como todo panorama general, sin embargo, ha debido
omitir muchas cosas importantes, y ha esbozado, de un modo tal vez demasiado amplio,
un escenario que está repleto de sutilezas, complejidades y sentidos a los que vale la
pena llegar a partir de lecturas más específicas y diversas. El propósito es, finalmente,
tentar la curiosidad para seguir avanzando y alentar el recorrido – interminable,
apasionante – de pensar la pedagogía.
Bibliografía
Aguirre, Ma. E. (2001) “Enseñar con textos e imágenes. Una de las aportaciones de
Juan Amós Comenio”, Revista Electrónica de Investigación Educativa, 3 (1).
Bourdieu, P. y Passeron, J.C. (1995) La reproducción. Elementos para una teoría del
sistema de enseñanza, México: Fontamara. Una versión digital del libro puede hallarse
en: https://socioeducacion.files.wordpress.com/2011/05/bourdieu-pierre-la-
reproduccion1.pdf o en https://goo.gl/UnoKEW
Faria Filho, L., Gonçalves, I., Gonçalves Vidal, D. y Paulillo, A. (2004) “A cultura
escolar como categoría de análise e como campo de investigaçao na historia da
educaçao brasileira”, Educaçao e Pesquisa, Sao Paulo, v30, n.1, abril.
Skliar, C. y Duschatzky, S. (2000) “La diversidad bajo sospecha: Reflexiones sobre los
discursos de la diversidad y sus implicancias educativas”, Cuadernos de Pedagogía de
Rosario, 7, 2000.
(3) Tomado de: Beech, J. «El malestar en la docencia: lidiando con los nuevos discursos
acerca de la identidad nacional, en Brailovsky, D. (comp.): Sentidos perdidos de la
experiencia escolar. Angustia, desazón, reflexiones, Buenos Aires: Novedades
Educativas, col. Ensayos y Experiencias, 2008. Una versión digital puede hallarse
en: http://www.igualdadycalidadcba.gov.ar/SIPEC-CBA/publicaciones/documentos/
Jason_Beech-El_malestar_en_la_docencia.pdf o en http://goo.gl/zS2yvV
¿Qué es una escuela? ¿Por qué las escuelas son como son (es decir: separan a los
niños por edades, funcionan dentro de un determinado calendario y horario, enseñan lo
que enseñan y no otras cosas, tienen pupitres y pizarrones y tizas y cuadernos y libros,
y no otros objetos o modos de comunicar)? ¿Cómo llegó la escuela a convertirse en lo
que es? ¿Seguirá siendo siempre así, o irá cambiando? ¿Cómo cambia la escuela, y
por qué? ¿La escuela es un lugar de armonía y entendimiento, o un lugar de luchas y
conflictos? ¿O ambas cosas? ¿Puede educarse sin escuela?
El sentido de educar
¿Para qué existen las escuelas? ¿Para qué una sociedad necesita escuelas y educación
obligatoria? ¿Es cierto, como dicen algunos políticos, algunos próceres, algunos
parientes mientras hacen el asado, que “la educación hace un país mejor”? ¿Es cierto
que mejora la vida de los que se educan? ¿Por qué? ¿Cómo han ido modificándose los
fines de la escuela a lo largo de la historia? ¿A qué distintos intereses ha respondido la
institución escolar? ¿Qué significa la experiencia escolar para los estados, las
culturas, las comunidades, las familias, los individuos?
La justicia educativa
¿Es justa la escuela? ¿Les da a todos los chicos las mismas oportunidades de aprender
y de educarse? ¿Cómo hace un maestro, una escuela, un Estado, para distribuir la
educación con justicia, en forma equitativa? ¿Cómo se piensa la idea de “ser justos”
en la escuela desde la perspectiva del estado? ¿Y cómo se la piensa desde la
perspectiva del maestro? ¿Es posible educar con igualdad, cuando las personas son
tan diferentes entre sí? ¿Cómo puede pensarse una educación que sea, a la vez,
igualitaria y respetuosa de las diferencias?
La relación adulto-niño
¿Qué significa “ser niño”? ¿Cómo es el “reglamento implícito” para ser un niño y
para ser un adulto? ¿Cuáles son las reglas tácitas para que niños y adultos se
relacionen? ¿Cómo llegaron a establecerse estas “reglas”? ¿Qué hace falta para ser
maestro? ¿Cualquiera puede serlo? ¿Por qué en general las maestras son mujeres? ¿El
maestro tiene “autoridad”? ¿Qué significa esto?
¿Cómo se relacionan las ideas sobre la educación con las ideas sobre otros aspectos de
la vida en sociedad? Es decir: ¿pensamos distinto sobre educación si pensamos distinto
sobre política, sobre economía, sobre música, sobre cine…? ¿Por qué las escuelas son
lugares en los que se da tanta importancia a los rituales patrióticos? ¿Qué rol
desempeñan las familias de los alumnos en la escuela?