El Diario de Ana Frank: Ditorial Ehuén
El Diario de Ana Frank: Ditorial Ehuén
El Diario de Ana Frank: Ditorial Ehuén
FRANK
EDITORIAL PEHUÉN
Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko
PRINTED IN CHILE
Este texto digital es de carácter didáctico y sólo puede ser utilizado dentro del núcleo familiar, en
establecimientos educacionales, de beneficencia u otras instituciones similares, y siempre que esta utilización
se efectúe sin ánimo de lucro.
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Función de mediar —de intermediar— entre dos mundos, entre dos universos lingüísticos,
conceptuales, emocionales —entre dos cosmologías acaso— es la del traductor. La del intérprete.
Interpretar los signos, las huellas inscritas en un contexto, y convertirlas en pretexto para otro
texto. Suerte de vilano llevado de frontera en frontera por los aires de Babel, especie de veleta
agitada por el soplo del habla, que —cuando coloca la mano sobre el corazón— se esmera en no
traicionar.
Esta vez se trataba de no traicionar el texto de Ana Frank. De afinar al máximo la
transmisión del documento de una vida de chiquilla adolescente. De una escritora incipiente,
mordaz, valiente en la critica de su conducta, en la denuncia de la injusticia apocalíptica que
trasunta con ferocidad todo nuestro siglo —y, cómo que no— TODA nuestra historia. De una
adolescente desarraigada de un mundo lingüístico, que, como tantos laureados creadores
literarios de nuestro siglo, opta por hacer suyo otro, por desentrañar otro y hacerlo visceralmente
suyo.
La traducción de El Diario de Ana Frank —con los ojos puestos en el original holandés y
en la versión alemana— implica trasladar a nuestro mundo sensible un diario de vida adolescente,
profundo, desgarrador, trivial, en ocasiones, que la autora "tradujo" al idioma de su elección —
elección que en si constituye un acto de libertad humana—y que con posterioridad a su
desaparecimiento físico fue nuevamente "traducido" por su padre al idioma familiar para
comprensión de la abuela de Ana, residente en Suiza.
Ana aprendió los secretos del abecedario en alemán, pero escribió por su voluntad en
holandés. El 12 de mayo de 1944 anota: "Después de la guerra quiero de todos modos editar un
libro bajo el titulo de 'El Anexo'. Si resultará, no lo sé aún, pero mi diario será la base". No vivió
para ello.
¿Habrá alguna vez una traducción definitiva, una interpretación definitiva? Una versión
eclosiona otra y ésta dará vida a todavía otras. ¡Intentos de aproximación al original!
Ana nos legó uno de los documentos cimeros en el conjunto testimonial sobre la
inhumanidad del siglo que industrializó la muerte. La novela iba a llamarse, El Anexo —'Het
Achterhuis'. La realidad se llamó 'Diario'. Un diario frente al cual sólo cabe un intimo. ¡Gracias
Ana!
M. B.
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altisonante nombre de "Diario de Vida", salvo que fuera a LA amiga o EL amigo. Y seguramente no le
interesará mucho a nadie.
Y ahora he llegado al punto alrededor del cual gira todo este asunto de mi diario de vida: ¡en
realidad no tengo amiga! Quiero explicar esto en más detalle, pues nadie comprende que una muchacha de
sólo trece años se sienta tan sola. Y, por cierto, llama la atención. Tengo padres, amorosos y querendones,
una hermana de 16 años y, si los sumo, unos treinta conocidos, más o menos. Tengo una corte de
admiradores que me dan en todos los gustos y que durante las horas de clase suelen manipular algún espejito
de bolsillo hasta que logran capturar una sonrisa mía. Tengo parientes, unos tíos y unas tías realmente
encantadores, una linda casa y, en realidad, no me falta nada, salvo... ¡una amiga! Con ninguno de mis
conocidos puedo hacer otras cosas que bromear o cometer disparates. Me es imposible expresarme de veras y
me siento interiormente abotonada. Tal vez esa falta de confianza sea un problema mío, pero las cosas son
así, lamentablemente, y no logro superar mi condición.
Por eso el diario. Con el fin de exacerbar aún más en mí la idea de la amiga ausente, no anotaré sólo
hechos en mi diario, como suele hacer el grueso de la gente, sirio que este diario mismo será mi amiga y esa
amiga habrá de llamarse ¡KITTY!
***
Nadie sería capaz de comprender mis conversaciones con Kitty si no cuento antes algo de mí. Muy a
mi pesar narraré brevemente lo que ha sido mi vida hasta ahora.
Cuando se casaron mis padres, papá tenía 36 años y mamá 25. Mi hermana Margo t nació en
Frankfurt del Meno en 1926. Yo nací el 12 de junio de 1929. Por ser judíos debimos emigrar a Holanda en
1933, país en que mi padre asumió el cargo de director de Travis, S.A. Esta colabora estrechamente con la
firma Kolen & Co., cuyas oficinas están en el mismo edificio.
Nuestra vida transcurrió llena de sobresaltos, pues nuestros parientes que no salieron de Alemania
cayeron bajo el peso de la persecución desencadenada por las leyes de Hitler. Tras elprogrom de 1938, los
dos hermanos de mamá huyeron a América. Nuestra abuela se refugió con nosotros. Entonces tenía 73 años.
Después de 1940 terminaron los buenos tiempos. Primero vino la guerra, luego la rendición, enseguida la
entrada de los alemanes a Holanda. Y así comenzó la miseria. Un decreto dictatorial siguió a otro y los judíos
se vieron especialmente afectados. Tuvieron que llevar una estrella amarilla en su vestimenta, entregar sus
bicicletas y ya no podían viajar en tranvía, para no hablar de automóviles. Los judíos sólo podían hacer
compras entre 3 y 5 de la tarde, y sólo en tiendas judías. No podían salir a la calle después de las ocho de la
tarde y tampoco salir a sus balcones o jardines después de esa hora. Los judíos tenían vedados los teatros y
los cines, así como cualquier otro lugar de entretenimiento público. No podían ya nadar en las albercas
públicas o practicar el tenis o el hockey. Se les prohibieron todos los deportes. Los judíos tenían prohibido
visitar a sus amigos cristianos. Los niños judíos deben acudir exclusivamente a escuelas judías. Así se
amontonan las prohibiciones arbitrarias. Toda nuestra vida estaba sometida a este tipo de presiones. Jopie
suele decirme: "Ya no me atrevo a hacer casi nada, pues siempre pienso que puede estar prohibido".
Abuela murió en enero de este año. Nadie sabe cuánto la quería y cuánto la echo de menos. En 1934
ingresé al jardín infantil del Colegio Montessori y después seguí allí. El año pasado tuve a la directora, la Sra,
K., corrió jefa de mi clase. Al concluir el año nos despedimos emocionadas y lloramos largo rato abrazadas.
Margot y yo debimos proseguir nuestros estudios en el Liceo Judío a partir de 1941.
Nosotros cuatro estamos bien ahora, y así llegó el momento actual y prosigo mi diario.
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de las heladerías suelen haber amables caballeros de nuestro círculo de conocidos o algún admirador perdido,
los que siempre nos ofrecen más helado del que realmente podemos tomar.
Supongo que debe sorprenderte oírme hablar, a mi edad, de admiradores. Desafortunadamente es un
mal inevitable en nuestra escuela. Cuando un compañero me propone acompañarme a casa en bicicleta y se
entabla una conversación, nueve de cada diez veces, se trata de un muchacho enamoradizo y ya no deja de
mirarme. Al cabo de un tiempo el arrebato comienza a disminuir, especialmente porque yo no presto
demasiada atención a sus miradas ardientes y sigo pedaleando a toda velocidad. Cuando el joven no cesa en
sus intenciones, yo me balanceo un poco sobre mi bicicleta, se cae mi cartera y el muchacho se ve obligado a
bajarse para recogerla, tras lo cual me las ingenio para cambiar en seguida de conversación.
Esto es lo que sucede con los más cándidos. Hay otros, por supuesto, que me tiran besos o tratan de
apoderarse de mi brazo, pero ésos equivocan el camino. Bajo diciendo que puedo pasarme sin su compañía, o
bien me considero ofendida, y les digo claramente que se vayan a su casa.
Bueno, la base de nuestra amistad ha quedado establecida. ¡Hasta mañana, Kitty!
ANA
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Los versos resultaron magníficos. Se trataba de una mamá pata y de un papá cisne, con sus tres
patitos; éstos, por charlar demasiado, fueron mordidos a muerte por su padre. Afortunadamente, la broma
agradó a Kepler. Leyó el poema ante nuestra clase y en varias otras, acompañando la lectura con
comentarios.
Desde entonces, no he vuelto a ser castigada, Kepler sólo bromea sobre el tema.
Tuya,
ANA
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Mañana, estoy invitada a casa de él. Mi amiga Jopie siempre me hace bromas sobre Harry. En
verdad, yo no estoy enamorada. Pero tengo el derecho de tener un amigo. Nadie encuentra nada de
extraordinario en que yo tenga un compañero, o, según la expresión de mamá, un cortejante.
Eva me ha contado que una noche, estando Harry en casa de ellos, ella le preguntó:
—¿A quién prefieres, a Fanny o a Ana?
—Eso no te importa —le contestó él.
Durante todo el resto de la velada, no tuvieron ya ocasión de hablar juntos, pero, al irse, él le dijo:
—Si quieres saberlo, prefiero a Ana. Pero no se lo digas a nadie, Y se fue.
Me doy cuenta de que Harry se ha enamorado de mí. Yo lo encuentro divertido, y que cambia mi
vida. Margot diría de él: "Harry es un buen muchacho". Opino lo mismo, y hasta algo más. Mamá no termina
de alabarlo: buen mozo, bien educado, muy amable... Me encanta que todo el mundo, en casa, lo halle de su
gusto. El también ha simpatizado con mi familia, pero encuentra a mis amigas demasiado niñas, y tiene
razón.
Tuya,
ANA
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extenuada, y, aun dándome cuenta de que era la última noche que iba a pasar en mi cama, me dormí de
inmediato. A la mañana siguiente, a las cinco y media, mamá me despertó. Por suerte, hacía menos calor que
el domingo, gracias a una lluvia tibia que iba a persistir todo el día. Cada uno de nosotros se había vestido
como para vivir en el refrigerador, con el fin de llevarse todas las ropas posibles. Ningún judío, en estas
circunstancias, hubiera podido salir de su casa con una valija llena. Yo llevaba puestos dos camisas, tres
calzones, un vestido, encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de medias, zapatos
acordonados, una boina, una bufanda y otras cosas más. Me ahogaba antes de partir, pero nadie se
preocupaba por eso.
Margot, con su cartera llena de libros de clase, había sacado su bicicleta para seguir a Miep hacia un
destino desconocido, al menos, en lo que a mí se refiere. Como vez, yo seguía sin saber dónde quedaba el
lugar misterioso en que nos refugiaríamos. A las siete y media, cerramos la puerta de nuestra casa. El único
ser viviente al que pude decir adiós fue mi gato, que iba a encontrar un buen hogar en casa de vecinos, según
nuestras últimas instrucciones en una breve carta al señor Goudsmit.
Dejamos en la cocina algo de carne para el gato y la vajilla del desayuno; las camas quedaron
deshechas, todo daba la impresión de una partida precipitada. Pero, ¿Qué nos importaban las impresiones?
Teníamos que irnos a todo trance, salir de allí, partir hacia un lugar seguro. Lo demás no contaba ya para
nosotros.
La continuación, mañana.
Tuya,
ANA
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El edificio está constituido de la siguiente manera: en la planta baja hay un gran almacén que sirve
de depósito. Al lado de la puerta del almacén está la puerta de entrada de la casa, detrás de la cual una
segunda puerta da acceso a una escalera. Subiendo esta escalera, se llega ante una puerta, en parte de vidrio
esmerilado, en el que se lee Contabilidad en letras negras. Es el escritorio que da al canal; una amplia sala,
muy clara, con archivos en las paredes, y ocupada por un personal actualmente reducido a tres. Ahí es donde
trabajan, durante el día, Elli, Miep y el señor Koophuis. Atravesando una especie de vestuario, donde hay un
cofre y un gran armario que contiene las reservas de papeles, sobres, etc., se llega a una pequeña habitación
bastante oscura que da al patio; antes era la oficina del señor Kraler y del señor Van Daan, y ahora es el reino
del primero. Además, puede llegarse a la oficina del señor Kraler por una puerta vidriada al final del
vestuario, que se abre desde el interior de la oficina, y no desde afuera.
Por la otra salida de la oficina del señor Kraler hay un corredor estrecho, y se pasa en seguida por
delante de la carbonera y, subiendo cuatro escalones, se llega al fin al aposento que es el orgullo del
inmueble, en cuya puerta se lee: Privado. Allí se ven muebles oscuros e imponentes, el linóleo cubierto de
hermosas alfombras, una lámpara magnífica, un aparato de radio, todo de primer orden. Al lado de esta
habitación, una gran cocina espaciosa, con un fogón de gas con dos hornillas y una pequeña caldera para
baño. Al lado de la cocina, el W.C.
Ese es el segundo piso.
En el corredor de la planta baja hay una escalera de madera blanca, al cabo de la cual se encuentra
un rellano que forma también corredor. Allí se ven puertas a derecha e izquierda; la de la izquierda lleva al
frente de la casa, donde hay grandes habitaciones que sirven de depósito y almacén, y de allí puede subirse al
desván. Puede llegarse también a las habitaciones delanteras por la segunda puerta de entrada, trepando por
una escalera empinada, bien holandesa, como para quebrarse todos los huesos.
La puerta de la derecha lleva a nuestro anexo secreto. Nadie en el mundo sospecharía que esta
simple puerta pintada de gris disimula tantas habitaciones. Se llega a la puerta de entrada subiendo algunos
peldaños; al abrirla, se entra en el anexo.
Frente a esta puerta de entrada, una escalera empinada; a la izquierda, un corredorcito lleva a una
habitación que se ha transformado en el hogar de la familia así como en la alcoba del señor y la señora Frank;
al lado, un cuarto más chico es el estudio y alcoba de las señoritas Frank. A la derecha de la escalera hay una
habitación sin ventana con mesa de tocador para las abluciones; hay también un pequeño reducto donde se ha
instalado el W.C., lo mismo que una puerta con acceso al dormitorio que yo comparto con Margot.
Al abrir la puerta del rellano del tercer piso, sorprende encontrar tanto espacio y tanta luz en el
anexo de una casa tan vieja; las casas que bordean los canales de Amsterdam son las más antiguas de la
ciudad. Esta gran habitación, equipada con una cocina de gas y un fregadero, que antes sirvió de laboratorio,
está destinada a ser el dormitorio de los esposos Van Daan, así como cocina, sala, comedor, estudio o taller.
Un cuartito pegado al corredor servirá de alcoba para Peter Van Daan. Hay un desván tan grande
como las habitaciones que sirven de depósito en el piso de abajo. Y ya te he mostrado en su totalidad nuestro
hermoso "anexo secreto".
Tuya,
ANA
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frazadas, etc., se apilaban hasta el techo. Había que ponerse a trabajar inmediatamente, si queríamos dormir
esa noche en lechos decentes. Ni mamá ni Margot se hallaban en condiciones de cooperar; se dejaron caer
sobre los colchones, agotadas y desdichadas. Mientras que papá y yo, los "ordenadores" de la familia,
queríamos comenzar al momento.
Todo el día estuvimos vaciando cajas, arreglando los armarios, poniendo orden, para por fin caer
muertos de fatiga en camas bien hechas y bien limpias. No habíamos comido nada caliente en todo el día,
cosa que no nos había preocupado en absoluto; mamá y Margot se sentían demasiado cansadas y deprimidas
como para comer, y tanto papá como yo estábamos excesivamente ocupados para pensar en eso.
El martes a la mañana reanudamos el trabajo inacabado. Ellie y Miep, que se ocupan de nuestro
aprovisionamiento, habían ido a buscar las raciones. Papá preparó un rudimentario enmascaramiento de las
luces para impedir que nos vieran desde afuera; fregamos y lavamos el piso de la cocina. Hasta el miércoles,
no tuve un minuto para pensar en la convulsión que, de la noche a la mañana, cambiaba completamente mi
vida. Por fin, he encontrado un momento de tregua para contarte todo esto y para darme cuenta también de lo
que me ha sucedido y de lo que puede ocurrir todavía.
Tuya,
ANA
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No te imaginas cuan opresivo resulta el hecho de no poder salir nunca, y tengo muchísimo miedo de
que seamos descubiertos y fusilados.
Durante el día, debemos caminar silenciosamente y hablar en voz baja, para que no nos oigan en el
depósito.
Me llaman.
Tuya,
ANA
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ANA
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A pesar de todo, el señor Van Daan me prodiga pequeñas amabilidades. Esta mañana mamá ha
vuelto a abrumarme con sus sermones; no puedo soportarlos. Nuestras opiniones son demasiado opuestas.
Papá me comprende, aunque a veces llegue a enfadarse conmigo durante cinco minutos.
La semana pasada, nuestra vida monótona fue interrumpida por un pequeño incidente: se trataba de
Peter y de un libro sobre las mujeres. Margot y Peter tienen permiso para leer casi todos los libros que el
señor Koophuis saca de la biblioteca pública para nosotros. Pero se juzgaba que un libro sobre un tema tan
especial tenía que quedar en manos de las personas mayores. Ello bastó para despertar la curiosidad de Peter:
¿qué podía haber de prohibido en aquel libro? A hurtadillas, se lo sustrajo a su madre, mientras ella charlaba
con nosotros abajo, y escapó al desván con su botín. Todo anduvo bien durante varios días. La señora Van
Daan había observado los manejos de su hijo, pero no se lo dijo a su marido; hasta que éste lo olfateó por sí
solo. ¡Cómo se encolerizó! Al recuperar el libro, creyó la cuestión terminada. Mas no contaba con la
curiosidad de Peter que no se dejó intimidar en absoluto por la firmeza del padre.
Peter trató por todos los medios de leer hasta el fin aquel volumen. Entretanto, la señora Van Daan
había venido a pedirle su opinión a mamá. Mamá juzgaba que, en efecto, aquel libro no era adecuado para
Margot, aun cuando aprobaba que leyera la mayoría de los otros.
—Hay una gran diferencia, señora Van Daan —dijo mamá—, entre Margot y Peter. Ante todo,
Margot es una muchacha, y las muchachas están siempre más adelantadas que los muchachos. Además,
Margot ya ha leído muchos libros serios y no abusa de lecturas prohibidas, y, por último, Margot es más
madura e inteligente, lo que se demuestra por el hecho de que ya casi termina la escuela.
La señora Van Daan se mostró de acuerdo con mamá aunque seguía considerando erróneo permitir a
los jóvenes leer libros escritos para adultos.
Lo cierto es que Peter seguía buscando un momento propicio para apoderarse del libraco, cuando
nadie lo observaba. La otra tarde, a las siete y media, cuando todo el mundo escuchaba la radio en la oficina
privada, él se llevó su tesoro al desván. Debió bajar de allí a las ocho y media, pero el libro era tan palpitante
que no prestó atención a la hora, y apareció en el momento en que su padre regresaba a su habitación.
¿Adivinas la segunda parte? Una bofetadas, un golpe, y el libro cayó sobre la mesa, y Peter al suelo. Esas
eran las circunstancias en el momento de cenar. Peter se quedaba donde estaba, nadie se preocupaba de él,
había sido castigado. La comida prosiguió, todo el mundo estaba de buen humor, se charlaba, se reía. De
pronto un silbido agudo nos hizo palidecer. Todos dejaron cuchillos y tenedores y se miraron con espanto. Y,
en seguida, se oyó la voz de Peter gritando por el caño de la estufa:
—Si ustedes creen que voy a bajar, se equivocan.
El señor Van Daan tuvo un sobresalto, tiró su servilleta y, con el rostro ardiendo, rugió:
—¡Basta! ¿Me oyes?
Temiendo lo peor, papá lo tomó del brazo y lo siguió al desván. Nuevos golpes, una disputa, Peter
volvió a su cuarto, hubo un portazo, y los hombres regresaron a la mesa. La señora Van Daan hubiera
querido guardar un pan con mantequilla para su querido vástago, pero su marido se mostró inflexible.
—Si no se disculpa inmediatamente, pasará la noche en el desván.
Hubo protestas de parte de todo el resto, pues considerábamos que privarle de cenar era ya suficiente
castigo. Y si Peter se resfriaba, ¿adonde irían a buscar un médico?
Peter no se disculpó y volvió al desván. El señor Van Daan resolvió no ocuparse más del asunto; sin
embargo, a la mañana siguiente pude comprobar que Peter había dormido en su cama. Lo que no impidió
que, a las siete, volviera a subir al desván. Fueron menester las persuasiones amistosas de papá para hacerlo
bajar. Durante tres días, miradas de enojo, silencio obstinado; luego todo volvió a la normalidad.
Tuya,
ANA
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apodo de papá). Las personas menos perspicaces suelen advertir tal hecho. De pronto, la señora Van Daan
exclama:
—Yo también soy modesta, y mucho más que mi marido.
¡Qué descaro! ¡Sólo con decirlo demuestra su falta de modestia! El señor Van Daan, que juzgó
necesario aclarar la referencia a su persona, contestó, muy tranquilo:
—Yo no me empeño en ser modesto. Sé por experiencia que las personas modestas no van muy
lejos en la vida.
Y, volviéndose hacia mí:
—Nunca seas modesta, Ana. ¡Así no llegarás lejos en la vida!
Mamá aprobó este punto de vista. Pero la señora Van Daan tenía, naturalmente, que decir su palabra
sobre un tema tan interesante como la educación. Esta vez, se dirigió, no directamente a mí, sino a mis
padres:
—Ustedes tienen un concepto singular de la vida, al decirle a Ana una cosa semejante. En mi
juventud... Pero, ¡ah, qué diferencia! Y estoy segura de que, en nuestros días, esa diferencia existe todavía,
salvo en las familias modernas como la de ustedes.
Este fue un ataque abierto a la forma en que mamá cría a sus hijas.
La señora Van Daan se había puesto roja de emoción; mamá, en cambio, permanecía impasible. La
persona que enrojece es arrastrada progresivamente por sus emociones y corre el riesgo de perder más pronto
la partida. Mamá, con las mejillas pálidas, quiso zanjar esta cuestión lo más rápidamente posible, y apenas si
reflexionó antes de responder:
—Señora Van Daan, yo opino, efectivamente, que es preferible ser un poco menos modesto en la
vida. Mi marido, Margot y Peter, los tres son demasiado modestos. Su marido, Ana, usted y yo no somos lo
que se puede decir modestos, pero no nos dejamos atropellar.
Entonces exclamó la señora Van Daan:
—Querida señora, no la comprendo. Yo soy verdaderamente la modestia personificada. ¿Qué es lo
que hace a usted dudarlo?
—Nada en especial —respondió mamá—, ¡pero nadie diría que usted brilla por su modestia!
A lo que replicó la señora Van Daan:
—¡Me gustaría saber en qué carezco yo de modestia! Si no me ocupase de mí misma, nadie aquí lo
haría, y se me dejaría morir de hambre.
Esta absurda observación hizo reír a mamá, lo que irritó más aún a la señora Van Daan que continuó
su perorata sazonada de palabras interminables, en un magnífico alemán-holandés y holandés-alemán, hasta
que perdida en sus propias palabras, resolvió abandonar la habitación. Al levantarse, se volvió para dejar caer
su mirada sobre mí. ¡Era como para verlo! En ese momento yo tuve la desgracia de menear la cabeza, casi
inconscientemente, con una expresión de lástima mezclada sin duda de ironía, a tal punto me sentía fascinada
por su oleada de palabras. La señora se crispó, se puso a lanzar injurias en alemán, sirviéndose de una jerga
sumamente vulgar. ¡Era un lindo espectáculo! Si hubiera sabido dibujar, la habría pintado en esa actitud; a tal
punto resultaba cómica, demasiado cómica, la pobre y estúpida mujer.
Después de esta escena, de cualquier modo, estoy segura de una cosa: peleándose abiertamente una
buena vez es como se aprende a conocerse a fondo.
¡Es entonces cuando en realidad puede juzgarse un carácter!
Tuya,
ANA
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mejilla y los cabellos, se levanta la falda por sobre la rodilla, se hace la chistosa... todo para atraer la atención
de Pim. Por suerte, él no la juzga bonita ni ocurrente, y no se presta a ese juego. Por si no lo sabes, soy
bastante celosa por naturaleza, y eso me resulta insoportable. Mamá no intenta conquistar al señor Van Daan,
y yo no he vacilado en decírselo a su mujer.
Peter, es capaz de hacer reír de vez en cuando. Ambos sentimos predilección por los disfraces, y eso
el otro día fue causa de una gran hilaridad general. El apareció con un ajustado vestido de cola perteneciente
a su mamá, y yo, con su traje; él, con un sombrero de mujer, y yo con una gorra. Los mayores rieron hasta
saltárseles las lágrimas. Nosotros también. Nos divertimos de veras.
Elli compró en la tienda de Bijenkorf faldas para Margot y para mí. Son de pacotilla, de la peor
clase, verdaderas bolsas de yute, y costaron, respectivamente 24 y 7,5 florines. ¡Qué diferencia con las de
antes de la guerra!
Te anuncio nuestra última diversión, Elli se las ha arreglado para hacernos llegar, a Margot, a Peter
y a mí, lecciones de taquigrafía por correspondencia. El año que viene, ya verás, esperarnos ser expertos
taquígrafos. De cualquier modo, yo me siento muy importante pensando que estoy aprendiendo seriamente
esa especie de código secreto.
Tuya,
ANA
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partir para Alemania. Ella teme que los aviadores que vuelan sobre nuestras casas dejen caer su cargamento
de bombas, a menudo de millares de kilos, sobre la cabeza de Dirk. Bromas tales como que "nunca recibirá
mil" y "una sola bomba basta", me parecen fuera de lugar. Cierto que Dirk no es el único obligado a partir;
todos los días salen trenes atestados de jóvenes de uno y otro sexo destinados al trabajo obligatorio en
Alemania. Cuando se detienen en el trayecto, en tal o cual cruce, algunos tratan de escapar o pasar a la
clandestinidad; eso resulta a veces, pero en muy pequeña proporción.
Aún no he terminado con mi oración fúnebre. ¿Has oído hablar alguna vez de rehenes? Es su último
invento para castigar a los saboteadores. La cosa más atroz que pueda imaginarse. Ciudadanos inocentes y
absolutamente respetables son arrestados, y aguardan en la cárcel su condena. Si el saboteador no aparece la
Gestapo fusila a un número de rehenes sin más rodeos. Los diarios publican a menudo las esquelas
mortuorias de esos hombres, ¡bajo el título de accidente fatal! ¡Hermoso pueblo, el alemán! ¡Y pensar que yo
pertenecía a él! Pero no, hace mucho tiempo que Hitler nos hizo apatridas. Por lo demás, no hay enemigos
más grandes que estos alemanes y los judíos.
Tuya,
ANA
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Querida Kitty:
Aún me tiembla la mano aunque ya pasaron dos horas desde que recibí ese susto. En el edificio hay
cinco extintores de incendios. El carpintero, o quien sea que se encarga de esa tarea, tenía que venir a
recargar los aparatos; estábamos al corriente, pero nadie nos había advertido que era para hoy.
Sucedió que ninguno de nosotros estaba haciendo intento alguno de permanecer en silencio. De
pronto oí desde el rellano fuertes martillazos del otro lado de nuestra puerta-armario. Inmediatamente pensé
en el carpintero, y fui a decirle a Elli, que comía con nosotros, que no bajase. Papá y yo montamos guardia a
la puerta para enterarnos en qué momento partía el obrero. Después de haber trabajado un cuarto de hora,
dejó su martillo y sus otras herramientas sobre nuestro armario (así lo creímos) y golpeó a nuestra puerta.
Todos palidecimos. ¿Había oído algo y quería examinar aquella armazón misteriosa? Se hubiera jurado que
era eso: golpeaba, tiraba, empujaba sin cesar. Aterrorizada, casi me desvanecí pensando que aquel hombre,
que nos era totalmente extraño, iba a descubrir nuestro hermoso escondite. Y en el preciso instante en que
creí llegaba mi última hora, oí la voz del señor Koophuis, que decía:
—¡Ábranme!, ¿quieren? ¡Soy yo!
Le abrimos inmediatamente. Se le había trabado el pestillo que sujeta la puerta del armario y del que
los iniciados se sirven desde fuera, por eso, nadie pudo prevenirnos de la hora de los trabajos. El obrero se
había ido, y el señor Koophuis, al venir a buscar a Elli, no lograba abrir la puerta-armario.
¡Qué alivio! En mi imaginación, aquel tipo dispuesto a entrar en nuestro refugio asumía
proporciones cada vez más formidables; a la larga, se había transformado en un verdadero gigante y en el
fascista más fanático, por añadidura.
Bien, afortunadamente, por esta vez, el miedo resultó infundado. Pero el lunes nos divertimos
mucho. Miep y Henk Van Santen pasaron la noche con nosotros. Margot y yo dormimos con papá y mamá,
con el fin de ceder nuestro lugar a los jóvenes esposos. Comimos deliciosamente bien. El festín fue
interrumpido por un cortocircuito causado por la lámpara de papá. ¿Qué hacer? Había otros tapones en la
casa, pero la caja con repuestos se encuentra en el fondo del almacén; por eso, dar con él en la oscuridad era
toda una empresa. Los hombres decidieron, sin embargo, arriesgarse, y después de diez minutos pudimos
apagar las velas.
Hoy madrugué mucho. Henk tenía que irse a las ocho y media. Miep bajó a la oficina después de un
buen desayuno en familia, encantada de librarse del trayecto en bicicleta, porque llovía a torrentes.
La semana próxima, Elli, a su vez, vendrá a pasar una noche con nosotros.
Tuya,
ANA
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Papá ha traído del armario grande las tragedias de Goethe y de Schiller; va a leerme algunas páginas
cada noche. Ya hemos comenzado con Don Carlos.
Para seguir el buen ejemplo de papá, mamá me ha puesto en las manos su libro de rezos. He leído
algunas plegarias en alemán, para complacerla; son hermosas, pero no me dicen gran cosa. ¿Por qué me
obliga ella a exteriorizar sentimientos religiosos?
Mañana encenderemos el fuego por primera vez. ¡Cómo vamos a ahumarnos! ¡Hace tanto tiempo
que no se deshollina! ¡Ojalá ese artefacto tire!
Tuya,
ANA
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Más que todo lo demás, es mamá, con su carácter y sus faltas, quien pesa de modo terrible sobre mi
corazón. Ya no sé qué actitud adoptar; no puedo decirle brutalmente que es desordenada, sarcástica y dura...,
y, sin embargo, no puedo soportar que siempre se me acuse.
En todo somos distintas, y chocamos fatalmente. Yo no juzgo el carácter de mamá, porque no me
corresponde juzgar; pero la comparo con la imagen que me he forjado. Y ella no es LA madre. Me es
necesario, pues, cumplir yo misma con esa misión. Me he alejado de mis padres, bogo un poco a la deriva e
ignoro cuál será mi puerto de salvación. Todo eso porque he concebido un ejemplo ideal de madre y esposa
que en nada se asemeja a ella, a quien estoy obligada a llamar mamá.
Siempre me propongo pasar por alto los defectos de mamá, no ver más que sus cualidades, y tratar
de encontrar en mí lo que vanamente busco en ella. Mas no lo he conseguido, y lo desesperante es que ni
papá ni mamá sospechan lo que me ocurre y yo los repruebo por eso. ¿Hay padres capaces de dar entera
satisfacción a sus hijos?
En ocasiones se me ocurre que Dios quiere ponerme a prueba, no sólo ahora sino también más tarde:
debo hacerme buena mediante mi propio esfuerzo, sin ejemplos, con el fin de ser más adelante la más fuerte.
¿Quién leerá estas cartas, si no yo? ¿Quién me consolará? Porque necesito a menudo consuelo; con
mucha frecuencia me faltan las fuerzas, lo que hago no es suficiente, y no realizo nada. No lo ignoro; trato de
corregirme, y todos los días hay que empezar de nuevo.
Me tratan de la manera más inesperada. Un día, Ana es la inteligencia misma y se puede hablar de
todo delante de ella; al día siguiente, Ana es una pequeña ignorante que no comprende nada de nada y que se
imagina haber sacado de los libros cosas formidables. Ahora bien, ya no soy la niñita a quien se festeja con
risas benévolas por cualquier motivo. Tengo mi ideal, es decir, tengo varios; tengo ideas y proyectos, aunque
todavía no pueda expresarlos. ¡Ah!, ¡cuántas cosas acuden a mi mente de noche, cuando me quedo sola,
obligada como estoy durante el día a soportar a quienes me fastidian, y se engañan sobre mis intenciones! Por
eso vuelvo siempre a mi diario, que es para mí el principio y el fin, porque Kitty nunca pierde la paciencia;
yo le prometo que, a pesar de todo, me mantendré firme, recorreré mi camino, y me trago las lágrimas. Pero,
¡cómo me agradaría ver un resultado, ser alentada, aunque solo fuera una vez, por alguien que me quisiera!
No me reproches, recuerda que yo también puedo estar a veces a punto de estallar.
Tuya,
ANA
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algunas costuras. Decidimos, pues, alinear nuestras provisiones de invierno en el desván, y confiar a Peter la
tarea de subirlas. Cinco de las seis bolsas habían llegado a destino sin inconvenientes, Peter estaba subiendo
la sexta, cuando la costura posterior se abrió y dejó caer desde lo alto de la escalera una lluvia, mejor dicho,
una granizada de porotos. Como contenía alrededor de 20 kilos, aquella bolsa derramó su contenido con un
estrépito de juicio final; en la oficina imaginaban ya que la casa iba a hundirse (afortunadamente, no estaba
allí más que el personal de costumbre). Asustado durante un instante, Peter no tardó en echarse a reír al
verme al pie de la escalera, tal como una isla engullida por las olas de porotos que me subían hasta los
tobillos, nos pusimos a recogerlos, pero los porotos son tan pequeños y tan lisos, que siempre quedan algunos
en todos los rincones posibles e imposibles. A raíz de este accidente, ya no pasamos por la escalera sin
recuperar con sendas genuflexiones los restos de los porotos, que llevamos a la señora Van Daan.
Casi me había olvidado de decirte lo más importante: papá se ha restablecido completamente. Tuya,
ANA
P.D. La radio acaba de anunciar que Argel ha caído. Marruecos, Casablanca y Orán están, desde
hace algunos días, en manos de los ingleses. Ahora esperamos las noticias de Túnez.
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Posee un receptor de radio, con transmisiones directas de Londres, Nueva York, Tel Aviv y muchos
otros lugares. Este aparato sólo puede usarse después de las dieciocho horas; no se prohibe sintonizar las
estaciones alemanas, siempre que éstas transmitan música clásica o cosa semejante.
Horas de descanso: De veintidós a ocho de la mañana. El domingo hasta las diez y cuarto. En razón
de las circunstancias, obsérvanse también las horas de descanso diurno indicadas por la dirección. En interés
común, cada cual debe respetar estrictamente las horas de descanso prescritas!!!!
Idiomas extranjeros: Sea el que fuere, ruégase hablar en voz baja y en una lengua civilizada; es
decir que queda excluido el alemán.
Cultura física: Todos los días.
Vacaciones: Prohibición de abandonar el lugar hasta nueva orden.
Lecciones: Una lección de taquigrafía por semana. Inglés, francés, matemática e historia a toda hora.
Horas de comida: El desayuno, todos los días, excepto los festivos, a las nueve de la mañana.
Domingos y feriados: hasta las once y media.
Almuerzo: Parcial o completo, de trece y cuarto a trece y cuarenta y cinco.
Cena: Caliente o fría, sin hora fija, en razón de las transmisiones radiales.
Obligaciones con el Comité de reaprovisionamiento: Estar siempre dispuesto a secundar a nuestros
protectores en las tareas de oficina.
Baños: La "tina" está a disposición de quienes la soliciten, los domingos a partir de las nueve. Se
puede tomar un baño en el W.C., en la cocina, en la oficina privada o en la oficina de adelante, a elección.
Bebidas alcohólicas: Bajo prescripción médica solamente.
Fin.
Tuya,
ANA
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un rico botín. A veces se les paga un rescate, a tanto por cabeza, como en los mercados de esclavos de
antaño. Es demasiado trágico para que tú lo tomes a broma. Por la noche, veo a menudo desfilar a esas
caravanas de inocentes, con sus hijos llorando, arrastrados por algunos brutos que los azotan y los torturan
hasta hacerlos caer. No respetan a nadie, ni a los viejos, ni a las criaturas, ni a las mujeres embarazadas, ni a
los enfermos: todos deben tomar parte en esa ronda de la muerte.
¡Qué bien estamos nosotros aquí, al abrigo y en calma! Podríamos cerrar los ojos ante toda esa
miseria, pero pensamos en los que nos eran queridos, y para los cuales tememos lo peor, sin poder
socorrerlos.
En mi casa, bien abrigada, me siento menos que nada cuando pienso en las amigas que más quería,
arrancadas de sus hogares y caídas en ese infierno. Me da miedo pensar que aquellos que estaban tan
próximos a mí se hallen ahora en manos de los verdugos más crueles del mundo.
¡Por la única razón de que son judíos!
Tuya,
ANA
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No sabía que los vecinos fueran gente, tan interesante... al menos los nuestros. He sorprendido a una
pareja en el momento de sentarse a comer; más allá, toda una familia asistía a la proyección de una nueva
película, y al dentista de enfrente que atendía a una anciana terriblemente asustada.
A propósito de dentistas, el señor Dussel, que tenía reputación de querer a los niños y entenderse
maravillosamente con ellos, se revela un educador del más viejo estilo, y predica largamente sobre urbanidad.
Como yo tengo la rara suerte de compartir mi alcoba, demasiado estrecha, con el honorable
pedagogo, y como se me considera la más mal educada de los tres jóvenes, no sé como esquivar sus
reprimendas y sus sermones, y termino por fingirme dura de oído.
Si la cosa quedara ahí, sería soportable. Pero el señor se muestra un espía de primer orden, y hace de
mamá otra espía, ¿comprendes? Primero me dejo atrapar por él, y en seguida viene el remate de mamá. Si el
día es especialmente fatídico, la señora Van Daan me llama cinco minutos después para hacerme responder
de tal o cual cosa. A diestra y siniestra, por sobre mi cabeza, por todas partes estalla la tormenta.
En realidad, no es fácil ser la figura central "mal educada", el pararrayos de una familia censurante
que vive en un escondite. Por la noche en la cama, pasando revista a los numerosos pecados y faltas que se
me atribuyen, me pierdo de tal manera en ese montón de acusaciones, que o me echo a reír o me pongo a
llorar, según mi estado de ánimo.
En seguida me duermo con la extraña sensación de querer ser distinta de como soy, o también de no
ser como yo quiero, o de proceder quizá de manera distinta a como yo querría o a como yo soy. ¡Ay! No lo
veo tan claro, y tu tampoco, desde luego; discúlpame por esta confusión, pero no me gusta tachar, y,
actualmente, la falta de papel nos prohíbe romperlo. Sólo me resta aconsejarte que no releas la frase
precedente y, sobre todo, que no trates de profundizarla, porque nunca sacarás nada en limpio.
Tuya,
ANA
1
En Holanda se celebra más que el día de Navidad (N. del T.).
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ANA
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Porque se me dice "¡chis, chis!" todo el día cuando hago demasiada bulla, mi compañero de alcoba
se permite lanzarme sus "¡chis, chis!" durante la noche. ¿Es que ya no tengo el derecho de darme vuelta en la
cama? Me niego a hacerle caso, y tengo la firme intención de devolver un "¡chis, chis!" la próxima vez.
Me hace rabiar, sobre todo el domingo, cuando enciende la luz a la mañana temprano para hacer
gimnasia. Eso dura —me parece a mí— horas y horas, porque desplaza constantemente las sillas que coloco
a la cabecera de mi cama para alargarla, bajo mi cabeza todavía dormida. Después de haber terminado sus
ejercicios de ablandamiento, agitando violentamente los brazos, el caballero empieza a arreglarse, yendo ante
todo a la percha para buscar sus calzoncillos. Ida y vuelta. Lo mismo para su corbata, olvidada sobre la mesa,
chocando, como es natural, cada vez contra mis sillas.
Pero, ¿para qué aburrirte con mis viejos señores insoportables? Mis quejas no harán cambiar las
cosas. En cuanto a mis medios de venganza, tales como desenroscar la lámpara, cerrar la puerta con llave,
esconder sus ropas, renuncio a ellos para que reine la paz.
¡Oh, me he vuelto muy razonable! Aquí se necesita buen sentido para todo: para aprender a
escuchar, para callarse, para ayudar, para ser amable y quién sabe para qué más aún. Temo abusar de mi
cerebro, ya de por sí no demasiado lúcido, y que no quede nada de él para después de la guerra.
Tuya,
ANA
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Te confieso que no tengo ninguna gana de ser como Margot; ella, para mi gusto, es demasiado
indiferente y tornadiza; es la primera que cede en una conversación, y está siempre de acuerdo con quien dice
la última palabra. Yo, por mi parte, quiero ser más firme de espíritu. Pero estas tonterías me las guardo para
mí. Se burlarían si las utilizara como defensa.
En la mesa, la atmósfera es muy tensa la mayoría de las veces. Por suerte, los estallidos son
interrumpidos en ocasiones por los "comedores de sopa", es decir, por los pocos iniciados de la oficina que
vienen a visitarnos y son convidados con un plato de sopa.
Esta tarde, el señor Van Daan ha hecho notar, una vez más, que Margot come muy poco.
—Sin duda, para mantener la línea —agregó en tono hiriente.
Tomando la defensa de Margot, como de costumbre, mamá dijo en alta voz:
—No puedo seguir soportando sus estúpidas observaciones.
El señor Van Daan enrojeció, miró fijamente por un segundo, y se calló. A veces suceden cosas
graciosas: pocos días atrás, la señora Van Daan se había exaltado a propósito de sus recuerdos de juventud:
lograba engañar a su, padre, había tenido muchos pretendientes, etcétera.
—Y, ¿saben ustedes? —prosiguió—, mi padre me aconsejó que dijera a un caballero que se estaba
volviendo demasiado intempestivo: "¡Señor, no olvide usted que soy una dama!".
Nos echamos a reír a carcajadas.
Aunque por lo común tan callado, también Peter suele provocar nuestra hilaridad. Siente pasión por
las palabras extranjeras, aun cuando no siempre conozca su significado. Una tarde se prohibió usar el
lavatorio porque había visitas en la oficina. Pero Peter estaba apurado, así que no apretó la descarga. Para
prevenirnos, dejó una nota en la puerta: "S.V.P. gas". Por supuesto, lo que quería decir era: "Cuidado con el
gas", pero pensó que las iniciales quedaban más elegantes. No tenía la más remota idea de que querían decir
"por favor".
Tuya,
ANA
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Desde hace algunos días, las cosas marchan mejor con mamá, pero nunca seremos la una confidente
de la otra. Margot está cada vez más pronta a sacar las uñas, y hay algo que fastidia a papá, aunque él, es
siempre muy bueno.
Nuevo racionamiento de mantequilla y margarina en la mesa. En cada plato se coloca una pequeña
porción. Considero que los Van Daan no realizan un reparto equitativo, pero mis padres temen demasiado las
disputas para permitirse una observación. Por mi parte, creo que a esa gente siempre se le debería pagar con
la misma moneda.
Tuya,
ANA
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El llamado a la puerta (N. del T.).
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centro de la ciudad había gritado: "¡Turquía al lado de los ingleses!". Sus diarios llegaron hasta nosotros con
sus falsas noticias y desengaño.
Los billetes de 500 y de 1000 florines van a ser declarados caducos. Quienes se ocupan del mercado
negro, etc., van a verse en apuros, pero es mucho más serio para los propietarios que ocultan su dinero y para
quienes están escondidos por la fuerza de las circunstancias. Cuando se quiere cambiar un billete de 1000, se
está obligado a declarar y probar su proveniencia. Podrán utilizarse para pagar los impuestos, hasta la semana
próxima.
Dussel ha conseguido un antiguo torno operado a pedal. Bien pronto voy a ser sometida a un
examen minucioso.
El "Führer de los germanos" ha hablado a sus soldados heridos. ¡Triste audición! Preguntas y
respuestas poco más o menos de esta clase:
—Mi nombre es Heinrich Scheppel.
—¿Dónde fue usted herido?
—En el frente de Stalingrado.
—¿Qué heridas tiene?
—Ambos pies helados y fractura del brazo izquierdo.
Así transcurría esta tremebunda función de títeres. Los heridos parecían estar muy orgullosos de sus
heridas, cuantas más, mejor. Uno de ellos parecía muy turbado, apenas podía hablar, por la simple razón de
que le era permitido tender al Führer la mano (si es que le queda alguna).
Tuya,
ANA
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espera angustiosa durante cinco minutos, por fin, los hombres reaparecieron para decirnos que todo estaba
tranquilo en la casa.
Quedaba entendido que no utilizaríamos el agua de los grifos ni la descarga del W.C. Pero la
emoción causó el mismo efecto en cada uno de nosotros. Puedes imaginarte cuál era la atmósfera después
que todos hubimos visitado el retrete.
Cuando un incidente de tal clase sucede, siempre hay un montón de cosas que se suman a él; y en
este caso: 1°, el carrillón de la Westerturn dejó de sonar, y por lo tanto yo me veía privada de ese amigo que
infaliblemente me infundía confianza; 2°, nos preguntábamos si la puerta de la casa había sido bien cerrada la
víspera, porque el señor Vossen había partido antes de la hora esa tarde, e ignorábamos si Elli pensó en
pedirle la llave antes de que se fuera.
Sólo alrededor de las once y media de la noche comenzamos a sentirnos un poco más tranquilos. Los
ladrones nos habían alarmado a eso de las ocho. A pesar de su rápida fuga, nos hicieron pasar una velada de
execrable incertidumbre. Bien pensado, nos pareció extremadamente improbable que un ladrón se arriesgara
a forzar una puerta de entrada a una hora en que la gente circula aún por las calles. Además, alguien sugirió
que el capataz de nuestros vecinos podía haber trabajado hasta más tarde, que el ruido podía provenir de allí,
puesto que las paredes eran delgadas; en tal caso, la emoción general habría jugado una mala pasada a
nuestro oído, y nuestra imaginación habría hecho lo demás durante aquellos instantes críticos.
Nos acostamos, por fin, aunque nadie tenía sueño. Papá, mamá y Dussel pasaron una noche casi en
blanco; en cuanto a mí, puedo decir, sin exageración, que apenas si cerré los ojos. Al alba, los hombres
bajaron hasta la puerta de entrada, para observar la cerradura: todo estaba en orden, y, por lo tanto, nos
tranquilizamos.
Cuando contamos a nuestros protectores la aventura e inquietud de la noche anterior en todos sus
detalles, se burlaron de nosotros; pasado el susto, es bien fácil reírse de estas cosas. Solamente Elli nos ha
tomado en serio.
Tuya,
ANA
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ANA
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abrumado siempre con sus observaciones intempestivas y sin tacto, y se ha mofado de cosas que yo me
resisto a tomar en broma. Se sintió afectada en lo más íntimo al comprobar que todo amor entre nosotros ha
desaparecido de veras, exactamente como me ocurría a mí al recibir cada día sus duras palabras.
Mamá lloró largo rato y pasó una noche en blanco. Papá no me mira casi, y, cuando sus ojos se
cruzan con los míos, puedo leer en ellos: "¿Cómo has podido ser tan mala, cómo te has atrevido a causar esa
pena a tu madre?".
Ellos esperan que yo me disculpe, pero es imposible disculparme en un caso semejante, porque he
dicho una verdad que, tarde o temprano, mamá se verá obligada a escuchar de todos modos. Ya no necesito
aparentar, pues me he vuelto indiferente a las lágrimas de mamá y a las miradas de papá; por primera vez,
ambos se percatan de lo que siento constantemente. No puedo sino apiadarme de mamá, que se ve obligada a
guardar su compostura ante mí. Por mi parte, he resuelto callarme y mantenerme fría; no retrocederé ante
ninguna verdad, sea la que fuere, pues cuanto más tarde en decirla, más doloroso será oírla.
Tuya,
ANA
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Club de oficiales alemán (N. del T.).
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nunca se logra nada satisfactorio. Durante todo el invierno los Van Daan han dormido sobre un retazo de
franela que no se puede lavar aquí, porque el detergente es malo y escaso. Papá lleva un pantalón raído y una
corbata deshilachada. El corsé de mamá ha exhalado hoy su último suspiro, en tanto que Margot se pasea con
un corpiño dos medidas más chico.
Mamá y Margot se las arreglaron para pasar el invierno con sólo tres camisones para las dos; los
míos se han vuelto tan cortos, que ni siquiera me llegan hasta las rodillas.
Desde luego estas cosas son pasajeras, y por tanto intrascendentes, pero a veces tengo mis
aprensiones: "Nosotros, que nos adaptamos actualmente a nuestras cosas requeteusadas, desde mis calzones
hasta la brocha de afeitar de papá, ¿volveremos a llevar un día el tren de vida de antes de la guerra?
Esta noche, los aviones han bombardeado en tal forma, que cuatro veces empaqueté todas mis cosas.
Hoy, hasta he preparado una maletita con lo estrictamente necesario en caso de huida. Mamá me ha
preguntado, y con razón:
—¿A dónde quieres huir?
Toda Holanda es castigada por las huelgas que paralizaron diversos puntos del país. Ha sido
declarada en estado de sitio, y a todo el mundo se le ha suprimido un cupón de mantequilla. ¡Así se castiga a
los niños malos!
Por la tarde lavé el pelo a mamá. No es nada de fácil con el pegajoso jabón que ahora se consigue.
Mamá tampoco puede ya peinar su gruesa cabellera con el único peine gastado, al que sólo le quedan diez
dientes.
Tuya,
ANA
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Los disparos se reanudaron apenas un cuarto de hora más tarde. Inmediatamente la señora Van Daan
se levantó y bajó a la habitación del señor Dussel, buscando allí la calma que inútilmente procuraba encontrar
al lado de su marido. Dussel la recibió con estas palabras:
—¡Ven a mi cama, hijita!
Lo que provocó en todo el mundo una loca risa histérica, que bastó para ahuyentar el miedo y hacer
olvidar el estruendo de los cañones.
Tuya,
ANA
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Elli nos confía, a Margot y a mí, una gran parte de su trabajo de oficina; eso le ayuda enormemente
y a nosotras nos hace sentirnos útiles e importantes. Se trata de clasificar la correspondencia y de inscribir las
ventas; todo el mundo puede hacerlo, pero nosotras somos muy concienzudas.
Miep siempre anda agobiada como una muía de carga. No hace más que transportar paquetes. Casi
todos los días recorre kilómetros para conseguir algunas hortalizas que trae en grandes bolsas atadas a su
bicicleta. Cada sábado, fielmente, llega con cinco libros de la biblioteca; los esperamos toda la semana con
impaciencia. Exactamente como niños a quienes se ha prometido un juguete.
Las personas libres jamás podrán imaginar lo que los libros significan para quienes están
escondidos. Libros, y más libros, y la radio...
Esa es toda nuestra distracción.
Tuya,
ANA
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El señor Koophuis piensa que estos ladrones y nuestros misteriosos visitantes de hace seis semanas
—que, entonces, no lograron abrir las tres puertas— deben de ser los mismos.
El incidente ha tornado de nuevo tormentosa la atmósfera, pero eso ocurre periódicamente en el
anexo. Por fortuna pudimos salvar la máquina de escribir y la caja con el grueso de dinero que subimos a la
casa todas las noches, para guardarlas en nuestro armario.
Tuya,
ANA
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en nuestro "rincón de seguridad" en el corredor. No había lugar a dudas, la casa temblaba y las bombas no
caían lejos.
Me aferré a mi maletita, más para asirme a algo que para huir, pues, de cualquier modo, nosotros no
podemos salir: la calle nos reserva tantos peligros como los bombardeos. Después de media hora, disminuyó
la cantidad de aviones; en cambio, hubo una enorme batahola en la casa. Peter había vuelto a bajar de su
puesto de observación en el desván. Dussel se hallaba en el despacho. La señora Van Daan se creía a salvo en
la oficina privada. Su marido había visto todo el espectáculo desde la buhardilla. Y nosotros nos habíamos
quedado en el pequeño corredor. Subí a la buhardilla para ver las columnas de humo que se elevaban por
sobre el puerto. Bien pronto nos invadió un olor a quemado, y el cielo se vio cubierto por una bruma espesa.
Un incendio de tales dimensiones no resulta un espectáculo agradable; y, por fortuna, pronto se
extinguió, de manera que cada uno de nosotros pudo volver poco después a sus ocupaciones. Por la noche, a
la hora de la cena, nueva alarma. La comida era buena, pero el ulular de las sirenas me quitó el apetito. Sin
embargo, todo permaneció tranquilo hasta la señal que indicaba el fin de la alarma, tres cuartos de hora más
tarde. Apenas fregados los platos, alarma, el estruendo de las baterías antiaéreas y un número inconcebible de
aviones. "¡Cielos, dos ataques en un solo día es demasiado!". Pero no se nos pedía nuestra opinión: una vez
más, llovían bombas, ahora por el otro lado, por Schiphol4, según el comunicado inglés. Subiendo, bajando,
los aviones hacían vibrar el aire y me ponían la piel de gallina. A cada momento, yo me decía. ¡Dios, ése se
va a caer!
Puedo asegurarte que, al acostarme, a las nueve, no podía sostenerme sobre mis pies. A medianoche
me desperté: los aviones. Dussel estaba desvistiéndose; no hice caso de eso y, al primer cañonazo, salté de mi
cama para ir a refugiarme en la de papá. Dos horas de vuelo y de bombardeo incesantes; luego, silencio. Me
volví a mi cama, y me dormí a las dos y media.
Las siete. Me desperté sobresaltada. Van Daan estaba con papá. Mi primer pensamiento fue el de los
ladrones. Oí a Van Daan decir "todo", y pensé que lo habían robado todo. Pero no. Esta vez la noticia era
maravillosa, la más maravillosa desde hacía varios meses, ¿qué digo?, desde que comenzó la guerra:
"Mussolini renunció, el rey de Italia se ha hecho cargo del gobierno". Lo celebramos alborozadamente, todos
y cada uno. Después de la espantosa jornada de ayer, por fin un buen presagio..., una esperanza. ¡La
esperanza del final, la esperanza de la paz!
Kraler subió a decirnos que Fokker fue arrasado. Esta noche, dos nuevas alarmas. Estoy extenuada
por los bombardeos y la falta de sueño, y no tengo ganas de estudiar. La ansiedad con respecto a lo que
sucederá nos mantiene viva la esperanza de ver el fin de todo eso, quizás este año...
Tuya,
ANA
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El aeropuerto de Amsterdam (N. del T.).
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pongo un batón y corro en zapatillas hasta donde está papá, como lo ha dicho Margot en un verso de
aniversario:
En la noche, al primer disparo, la puerta gime y aparece una niña aferrando una almohada y un
pañuelo.
Llegada al lecho paterno, tengo menos miedo, salvo cuando las sacudidas son demasiado fuertes.
A las 6.45: Rrrring... Es el pequeño despertador de arriba. Crac, pang... la señora lo ha parado... El
señor se ha levantado. Pone agua a hervir y hace sus abluciones.
A las 7.15: Chirría la puerta. Le toca turno a Dussel en el baño. Ya sola, descorro las cortinas... y el
nuevo día principia en el anexo.
Tuya,
ANA
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A la cabeza, el señor Van Daan, que es el primero en servirse, y abundantemente, de todo lo que le
gusta. Ello no le impide dirigir resueltamente la conversación y dar su opinión, que es ley. ¡Pobre de quien se
atreva a contradecirlo! Porque sabe resoplar como un gato enfurecido... ¿Qué quieres?, a mí me agrada tanto
callarme...
Está absolutamente seguro de sus opiniones y persuadido de que es infalible. Es verdad que se trata
de un hombre inteligente, pero ésa no es razón para tanta suficiencia y presunción. Su fatuidad resulta
intolerable.
La señora: Mejor sería que me callara. Ciertos días, cuando está de mal humor, desearía muchísimo
no verla. Bien pensado, ella es la causa de todas las disputas. ¡No cabe duda! Cada uno de nosotros evita con
todo cuidado incurrir en su enojo. Pero podríamos apodarla la provocadora. Cuando puede provocar, está en
su elemento: malquistar a Ana con la señora Frank, malquistar a Margot con papá..., aunque esto es menos
fácil. No exhiben puntos débiles.
En la mesa, jamás se priva de nada, aunque ella, más de una vez, se imagine lo contrario. Las papas
más chicas, los mejores trozos, lo más selecto de todo; "elegir" es la divisa de la señora; los otros tendrán que
esperar hasta que ella haya encontrado lo que desea.
Y habla que habla. Que la escuchen o no, que nos interese o no lo que cuenta, la tiene sin cuidado.
No caben dudas de que piensa. "Lo que yo tengo que decir es lo más importante del día...".
Y con una sonrisa coqueta y pretendiendo saber de todo, se esmera con el uno y el otro, dándole
buenos consejos... Todo eso puede causar buena impresión. Pero, quien la conoce mejor no se engaña.
En suma: es activa, jovial, en caso de buen humor, coqueta, a veces, hasta linda. He ahí a Petronella
van Daan.
El tercer invitado: No se destaca. El señor Van Daan hijo es taciturno y apagado la mayor parte del
tiempo. En cuanto a su apetito, devora al estilo de los miembros de su familia y nunca está satisfecho.
Después de una comida de las más sustanciosas, declara con mucha calma que podría comer aún el doble.
Margot, cuarta invitada: Come como un pajarito y no habla en absoluto. No tiene apetito sino para
las verduras y las frutas. Los Van Daan opinan que se la ha mimado demasiado. En nuestra opinión, su mal
apetito proviene de la falta de aire y de movimiento.
Mamá, quinta invitada: Gran conversadora, excelente apetito. Nunca se la tomaría por la dueña de
casa, como la señora Van Daan. ¿Por qué? Pues porque la señora se ocupa de la cocina, en tanto que mamá
limpia las cacerolas, lava, plancha y asea.
Número 6 y 7: No me extenderé en lo que se refiere a papá y a mí misma. Pim es el más discreto de
todos. Cuida primero de que cada uno se haya servido. El no necesita nada. Todo lo que es bueno, lo destina
a los niños. He ahí la bondad personificada... y, a su lado, el incurable manojo de nervios del anexo secreto.
Dr. Dussel. Se sirve, no mira a su alrededor, come, no habla... Absorbe cantidades enormes y, sea
bueno o malo, nunca dice que no. El pantalón le llega hasta el pecho; lleva una chaqueta roja, zapatillas
negras y gafas de carey. Con esta indumentaria puede vérsele trabajar en la mesita, trabajar siempre, con la
única interrupción de su pequeña siesta al mediodía, sus comidas, etc.; su lugar predilecto..., el W.C. Tres,
cuatro, cinco veces al día. Si alguien se impacienta frente a la puerta del retrete, apretando los puños y
saltando sobre un pie, primero, sobre el otro, después, ¿crees que hace algún caso? ¡Le importa un comino!
De las 17.15 a las 7.30, de 12.30 a 1, de 2 a 2.15, de 6 a 6.15 y de 11.30 a medianoche. No se necesita reloj:
son sus "sesiones" a hora fija. El las observa estrictamente, y no se preocupa para nada de las súplicas del
otro lado de la puerta, que anuncian un desastre inminente.
Número 9: No pertenece a los miembros de la gran familia, pero se cuenta entre los invitados. Elli
tiene muy buen apetito. No deja nada, no es remilgada. La menor cosa le agrada, con gran satisfacción
también de nuestra parte. Siempre de buen humor, servicial, buena. En suma: llena de virtudes.
Tuya,
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Mientras trabajo, no tengo más que levantar los ojos para estar informada. La señora Van Daan trata
de atraer la atención de Dussel. Primero, le lanza una mirada furtiva; él finge no haber notado nada. En
seguida, ella guiña el ojo: él prosigue su trabajo atentamente. Luego, ella se ríe; Dussel mantiene los ojos
bajos. Entonces, mamá se ríe también; Dussel permanece impasible. La señora no ha logrado ningún
resultado, y va, pues, a proceder de otra forma. Corto silencio. Después:
—Putti, ¿por qué no te pones un delantal? Mañana me veré nuevamente obligada a quitar las
manchas de tu pantalón.
—¡No me ensucio!
Otro silencio breve.
—Putti, ¿por qué no te sientas?
—Estoy bien de pie. ¡Lo prefiero!
Intervalo.
—Putti, ¡ten cuidado! ¡Te salpicas!
—Sí, mami, tendré cuidado.
La señora busca otro tema de conversación.
—¿Viste, Putti? Los ingleses no han reanudado los bombardeos. ¿Por qué?
—Porque el tiempo es demasiado malo.
—Pero ayer hacía buen tiempo, y no hubo aviones.
—¿Si habláramos de otra cosa?
—¿Y por qué, si a mí me agrada saber lo que tú piensas de eso?
—Nada.
—¿Porqué, nada?
—¡Cállate, mamita!
—El señor Frank contesta siempre a su esposa cuando ella le pregunta algo, ¿no es verdad? .
La señora ha tocado el punto sensible de su esposo. Este se calla: es su defensa. Y ella prosigue:
—¡Nunca llegará la invasión!
El señor palidece. Viendo el efecto que ha producido, su mujer se ruboriza y luego persiste.
—¡Los ingleses no terminan nunca nada!
La bomba estalla:
—¡Bueno, cállate, por la mierda!
Mamá se muerde los labios para no soltar la carcajada. Por mi parte, me mantengo muy seria.
He ahí una muestra. Eso se repite casi todos los días, a menos que no hayan regañado antes; en tal
caso tenemos la ventaja de que ambos callan con obstinación.
Faltan patatas: subo a buscarlas al desván. Allí encuentro a Peter que espulga al gato. Levanta los
ojos, el gato aprovecha, y, ¡hop!, huye por la ventana abierta al alero. Peter maldice y yo desaparezco riendo.
Tuya,
ANA
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que darme prisa, peinarme ligero, no hablar más, reponer la cama en su lugar. Silencio, es la hora. La señora
se pone sus zapatillas, el señor también; todos los ruidos son ahogados.
Ahora comienza nuestra vida en familia. Yo me dedico a mis lecciones o aparento hacerlo; Margot,
otro tanto; papá se instala con su Dickens, naturalmente, y un diccionario sobre el borde de la cama
desfondada y gimiente, cuyos colchones no merecen ya ni ese nombre; dos almohadas pueden también ser
útiles, pero papá las rechaza enérgicamente:
—¡No las quiero!
Enfrascado en su lectura, no mira a nadie; se ríe de vez en cuando y, a veces, quiere obligar a mamá
a escuchar una anécdota. Respuesta:
—No tengo tiempo.
Se muestra decepcionado por espacio de un segundo, y luego sigue leyendo; un instante después,
impresionado por un párrafo divertido, hace una nueva tentativa:
—Lee esto, madre. No es largo.
Mamá está siempre instalada en el diván, leyendo, cosiendo, tejiendo, o estudiando, según los días.
Le sucede que se acuerda bruscamente de algo, y dice de prisa:
—Ana, acuérdate... Margot, ¿quieres anotar?...
Nuevo silencio, Margot cierra repentinamente su libro, papá arquea las cejas por un momento, luego
reaparece la arruga de su frente, y vuelve a sumirse en su lectura; mamá empieza a parlotear con Margot; yo,
por mi parte, escucho, porque soy curiosa. Pim se ve envuelto en la discusión. ¡Son las nueve! ¡Desayuno!
Tuya,
ANA
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A decir verdad, la había olvidado desde hacía meses. Sí, desde hacía casi un año. Acaso no
completamente, pero nunca se me había aparecido así, en toda su miseria.
Lies, si vives hasta el final de la guerra y vuelves a nosotros, espero poder reunirme contigo y
compensarte un poco por mi omisión.
Pero es ahora cuando ella necesita de mi socorro y no más tarde. ¿Piensa todavía en mí? En caso
afirmativo, ¿de qué manera?
¡Dios mío, protégela, para que al menos no esté sola! ¡Oh!, si Tú pudieras decirle que la
compadezco y la quiero, tal vez encontraría la fuerza para soportar sus males.
Que así sea. Porque no veo solución. Sus grandes ojos me persiguen aún, no me abandonan. ¿Habrá
encontrado Lies la fe en sí misma, o le habrán enseñado a creer en Dios?
Ni siquiera lo sé. Nunca me tomé el trabajo de preguntárselo.
Lies, Lies, si pudiera sacarte de allí, si al menos pudiese compartir contigo todo lo que yo disfruto.
Es demasiado tarde, ya no puedo ayudarla, reparar mis errores. Pero nunca más la olvidaré, y rezaré siempre
por su suerte,
Tuya,
ANA
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Famoso verso de Goéte: "En la cima del mundo, o en las profundidades de la desesperación". (N. del T.).
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respirar aire fresco?". Y como no puedo esconder la cabeza debajo de las frazadas, sino que, al contrario, me
veo obligada a mantenerla alta y mostrarme valiente, los pensamientos vienen y vuelven, innumerables.
Créeme: después del año y medio de vida enclaustrada, hay momentos en que la copa rebasa. Sea cual fuere
mi sentido de la justicia y de la gratitud, no me es posible ahuyentar tales ideas. Ir en bicicleta, bailar, silbar,
mirar a la gente, sentirme joven y libre; tengo sed y hambre de todo eso, y debo esforzarme para disimularlo.
Imagínate que los ocho empezáramos a quejarnos y a poner mala cara. ¿Adonde iríamos a parar? A veces me
hago esta pregunta: "¿Existe alguien en el mundo capaz de comprenderme, sea o no judío, y que viera en mí
a la muchacha que pide nada más que una cosa: divertirse, gozar de la vida?". Lo ignoro, no podría hablar de
eso con nadie, porque me echaría a llorar. Sin embargo, llorar alivia en ocasiones.
Pese a mis teorías y a lo que me atormenta, la verdadera madre que yo imagino y que me atormenta,
la verdadera madre que yo imagino y que me comprendería me falta a cada instante. Todo cuanto pienso,
todo cuanto escribo le está dedicado, en la esperanza de llegar a ser más tarde para mis hijos la "Mamita"
cuya imagen me he forjado Una "Mamita", que no tomaría necesariamente en serio todo lo que se dice en las
conversaciones generales, pero que sí consideraría seriamente lo que yo dijera. Sin que pueda explicar por
qué, me parece que lo expresa todo. Con el fin de aproximarme a mi ideal, he pensado llamar a mamá
"Mammi", para no decir "Mamita". Ella es, por así decir, la "Mamita" incompleta. ¡Cuánto me gustaría
llamarla así! Y, sin embargo, ella ignora todo eso. Afortunadamente, porque se apenaría demasiado.
Pero ya me he desahogado bastante. Al escribir estas líneas he resucitado un tanto.
Tuya,
ANA
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de mi vida enclaustrada, esta cólera se traducía en algunas palabras vehementes, en algunos golpecitos de pie
a espaldas de mamá, y con eso me calmaba.
Esa época, en la que podía provocar fríamente en mamá una crisis de lágrimas, ha sido bien
superada. Me he vuelto más razonable, y, asimismo, mamá está un poco menos nerviosa. Cuando ella me
fastidia, casi siempre me callo, y ella hace otro tanto, por lo que todo parece marchar mejor. Me es imposible
sentir por mi madre el amor apegado de una hija. Me falta tal sentimiento.
Acallo mi conciencia con la idea de que el papel es menos sensible que mamá; porque ella,
fatalmente, llevaría mis injurias en su corazón.
Tuya,
ANA
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pequeños fastidios de esos pocos días, me regocijo , en cierto modo desde el momento en que voy a sentir ese
secreto una vez más.
Sis Heyster dice también en su artículo que las muchachas de esta edad no están muy seguras de sí
mismas, pero no tardarán en reconocerse mujeres, con sus ideas, sus pensamientos y sus hábitos personales.
En lo que a mí respecta, como me encuentro aquí desde alrededor de mi decimotercer año, he comenzado a
reflexionar sobre mí misma mucho antes que las otras muchachas, y a sentirme "persona". Por la noche, en la
cama, siento a veces una necesidad inexplicable de tocarme los senos y percibir la calma de los latidos
regulares y seguros de mi corazón.
Inconscientemente, tuve sensaciones semejantes mucho antes de venir aquí, porque recuerdo que
una vez al dormir con una amiga, tuve la irresistible necesidad de besarla, lo que entonces hice. Su cuerpo,
con el que ella siempre se había mostrado recatada, me despertaba una gran curiosidad. Le pregunté si, como
prueba de amistad, no me permitiría palpar sus senos, haciendo ella lo mismo con los míos; pero mi amiga se
negó. Cada vez que veo la imagen de una mujer desnuda, como, por ejemplo, Venus, me quedo extasiada.
Me ha sucedido encontrar eso tan maravillosamente bello, que me ha costado retener las lágrimas.
¡Ah, si sólo tuviera una amiga!
Tuya,
ANA
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seguida sentí una mejilla contra la mía; una mejilla muy suave, fresca y bienhechora... Era delicioso,
infinitamente delicioso...
En ese instante me desperté. Su mejilla estaba aún contra la mía, y seguía sintiendo sus ojos
morenos que miraban hasta el fondo de mi corazón, tan profundamente que él podía leer en ellos cuánto lo
había amado y cuánto lo amo todavía. Mis ojos se llenaron de lágrimas ante la idea de haberle perdido de
nuevo, pero al mismo tiempo me recobijo la certidumbre de que aquel Peter sigue siendo mi predilecto y lo
será siempre.
Es curioso notar cuántas imágenes concretas me acuden durante el sueño. Una vez vi a Ani (mi otra
abuela) tan claramente ante mí, que pude distinguir en su piel las gruesas arrugas aterciopeladas. En seguida
se me apareció abuelita como ángel guardián; tras ella, Lies, que representa para mí el símbolo de la miseria
de todas mis amigas y de todos los judíos. Cuando rezo por ella, rezo por todos los judíos y por todos los
desamparados. ¡Y ahora, Peter, mi querido Peter! Nunca antes, se me había aparecido tan claramente. Lo he
visto ante mí. No necesito una fotografía suya. Lo veo. ¡No puedo verlo mejor!
Tuya,
ANA
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Me siento toda turbada por ese sueño. Cuando papá me besó esta mañana, hubiera querido gritarle:
"¡Oh, si tú fueras Peter!". No puedo hacer nada sin pensar en él; durante todo el día no he cesado de
repetirme: "¡Peter! ¡Querido Peter!...".
¿Quién podrá ayudarme ahora? No me queda más que proseguir la vida de todos los días y rogar a
Dios que si alguna vez salgo de aquí, Peter se cruce nuevamente en mi camino, y al leer en mis ojos mis
sentimientos diga: "¡Oh Ana! ¡Si yo lo hubiera sabido, hace mucho tiempo que hubiera acudido a ti!".
Al mirarme al espejo, me he encontrado completamente cambiada. Veo mis ojos claros y profundos,
mis mejillas teñidas de rosa, lo que no me sucedía desde hace muchas semanas; mi boca parece también más
dulce. Parezco dichosa y, sin embargo, no sé qué pensamiento triste ha hecho desaparecer súbitamente la
sonrisa de mis labios. No puedo ser dichosa, porque debo decirme que estoy lejos de los pensamientos de
Peter Wessel. Con todo, sigo viendo sus hermosos ojos que me miran, y siento todavía su mejilla fresca
contra la mía...
¡Peter, Peter! ¿Cómo apartarme nuevamente de tu imagen? ¿Quién podría ocupar tu lugar sin
convertirse en un vil remedo? Te amo. Con un amor incapaz de crecer más en mi corazón. Es tan fuerte, que
necesita expandirse y revelarse en mí de un solo golpe, en toda su magnitud.
Hace una semana, ayer mismo, si me hubieran preguntado cuál de mis amigos sería para mí el mejor
marido, habría contestado: "No lo sé"; mientras que ahora lo gritaría con todas mis fuerzas: "¡Peter Wessel!
¡Porque lo amo de todo corazón, con toda mi alma! ¡Y me abandono completamente a él!". Con una sola
reserva: que sólo toque mi cara.
Una vez que hablábamos sobre sexualidad, papá me dijo que yo aún no podría comprender aquel
deseo. Pero yo sí sabía más de lo que él sospechaba. ¡Nada me es tan caro como tú, mi Peter! Tuya,
ANA
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extraña. Antes, en nuestra casa, cuando no reflexionaba tanto, tenía en ocasiones la sensación de no formar
parte de mi familia. Durante cierto tiempo interpreté asimismo el papel de huérfana; o me dirigía a mí misma
múltiples reproches, diciéndome que nadie tenía la culpa si yo quería hacerme la víctima, cuando todo el
mundo era tan bueno conmigo. Luego llegó un momento en que me esforcé por ser amable: por la mañana, al
oír pasos en la escalera, esperaba ver entrar a mamá, para darme los buenos días; era afectuosa con ella; pero
también porque me sentía feliz de verla tan amable contigo. Luego, bastaba una de sus observaciones un
poco ásperas para que yo me fuera a la escuela toda desalentada. Al regreso, la disculpaba, diciéndome que
podía tener preocupaciones; llegaba, pues, a casa muy alegre, hablaba por diez, hasta qué la misma cosa se
repetía y volvía a irme, pensativa, con mi bolsón con útiles. Otra vez regresaba con la firme intención de
enfurruñarme, lo que olvidaba en seguida, tantas eran las novedades que tenía que contar; ellas eran dirigidas
evidentemente a mamá, que, en mi opinión, debía estar siempre dispuesta a escucharme en cualquier
circunstancia.
Después pasé nuevamente por una época en la que no escuchaba los pasos por la mañana, me sentía
sola, y mojaba una vez más de lágrimas la almohada.
Aquí, en la clandestinidad, las cosas se han agravado aún más. En fin, tú lo sabes. Pero, no obstante
todas estas dificultades, Dios me ha socorrido y me ha enviado a... ¡Peter!
Juego un momento con mi medalloncito, lo beso y pienso: "Después de todo, ¿qué más da? Tengo a
mi Peter y nadie lo sabe". Así, puedo pasar por alto cualquier desaire. ¿Quién sospechará lo que sucede en la
mente de una chica?
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Un tema predilecto de Koophuis y Henk es el de los que se ocultan, así como el de los movimientos
clandestinos. No ignoran que todo cuanto concierne a nuestros semejantes y sus escondites nos interesa de
modo prodigioso, que nos afligimos sinceramente cuando son atrapados, y saltamos de alegría cuando
sabemos que un prisionero se ha escapado.
El tema de las personas que se ocultan se ha tornado una costumbre tan cotidiana como antes el
hábito de poner las pantuflas de papá debajo de la estufa. Son muchas las organizaciones como la "Holanda
Libre", que urden falsos documentos de identidad, suministran dinero a las personas ocultas, preparan
refugios, proveen de trabajo clandestino a los jóvenes. Quienes allí trabajan realizan una acción
desinteresada, ayudan y permiten vivir a otros poniendo muchas veces en peligro su propia vida. El mejor
ejemplo lo tengo aquí: el de nuestros protectores, que nos han sacado adelante hasta ahora, y que, espero,
lograrán su objetivo hasta el final, porque deben resignarse a sufrir la misma suerte que nosotros en caso de
denuncia. Nunca hacen alusión o se han quejado de la carga que, indudablemente, representamos para ellos.
Todos los días suben a nuestra casa, hablan de negocios y de política con los hombres, de
aprovisionamiento y de los fastidios de la guerra con las damas, de libros y de periódicos con los niños. En
todo lo que les es posible, se muestran joviales, traen flores y regalos para los cumpleaños y días de fiesta, y
están siempre dispuestos a sernos útiles. Jamás olvidaremos el valor heroico de quienes luchan contra los
alemanes; pero existe también el valor de nuestros protectores, que nos demuestran tanto cariño y
benevolencia.
Se hacen correr los rumores más absurdos, pero, sin embargo, los hay que son verídicos. Esta
semana, por ejemplo, el señor Koophuis nos ha contado que en la Gueldre hubo un partido de fútbol, uno de
los equipos se componía exclusivamente de hombres que actuaban en la resistencia y el otro de miembros de
la policía. En Hilversum se realizó una nueva distribución de tarjetas de racionamiento, haciendo acudir a
quienes protegen a los que se encuentran ocultos a cierta hora para recoger sus tarjetas, que se hallaban sobre
una mesita, discretamente apartadas. Hay que tener agallas para hacer eso en la nariz y en las barbas de los
nazis.
Tuya,
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—Escuchen todos, y déjense de bromas. Vamos a arreglarnos para conseguir una pequeña lancha.
—No vale la pena. No hay más que tomar un gran cajón, el embalaje de las latas de leche del
desván, y remar con bastones.
—Por mi parte, yo caminaré con zancos. Era campeón en mi juventud.
—Henk van San ten no necesitará hacerlo; cargará a su mujer sobre los hombros y será Miep quien
lleve los zancos.
Ahora puedes forjarte una idea aproximada. Estas charlas son acaso divertidas en el momento, pero
ello no ocurrirá así en la realidad. Ya se verá.
El segundo problema que nos traería una invasión también ha sido discutido. ¿Qué hacer si los
alemanes quieren evacuar Amsterdam?
—Partir con todo el mundo disfrazándonos lo mejor posible, transformándonos. ¡Eso!
—No partiremos bajo ningún pretexto. Lo único que hay que hacer es quedarse aquí. Los alemanes
son capaces de trasladar a toda la población hasta Alemania, y allí dejar morir a todo el mundo.
—Sí, naturalmente, nos quedaremos aquí. Es el lugar más seguro. Vamos a tratar de persuadir a
Koophuis de que venga a habitar la casa con su familia. Trataremos de conseguir una bolsa de virutas y
dormirán en el suelo. Miep y Koophuis podrían traer ya las frazadas.
—Nos quedan treinta kilos de trigo; habrá que pedir más, Henk se ocupará de las legumbres secas;
tenemos todavía alrededor de 30 kilos de porotos y 5 kilos de arvejas, y no olvidemos las 50 latas de
hortalizas.
—Mamá, ¿quieres hacer el inventario de las otras reservas?
—Diez latas de pescado, 40 latas de leche, 10 kilos de leche en polvo, 3 botellas de aceite, 4 tarros
de mantequilla salada, 4 latas de carne, 2 frascos de fresas, 2 frascos de frambuesa con grosellas, 20 botellas
de tomates, 5 kilos de copos de avena, 4 kilos de arroz, y nada más.
No está tan mal. Pero hay que pensar en alimentar a nuestros invitados, y, si transcurren varias
semanas sin poder reaprovisionarnos, nuestras reservas parecerán menos importantes. Tenemos suficiente
carbón y leña, así como velas. Cada cual va a coserse una bolsita para colgársela al cuello, destinada a
guardar el dinero, en caso de partida.
Habrá que redactar listas de las cosas que llevaríamos con nosotros si nos viéramos obligados a huir,
y cada cual puede empezar ya a preparar una mochila. Cuando ese momento se avecine, dos de nosotros
permanecerán en su puesto de observación, uno en la buhardilla trasera, el otro en la de la fachada.
—Dime, ¿qué haremos de todas nuestras reservas si cortan el agua, el gas y la electricidad?
—En tal caso, se cocinará en la estufa, con agua de lluvia hervida. Haremos una reserva de agua,
comenzando por llenar todas las damajuanas.
Oigo conversaciones de este tipo todo el día. La invasión por aquí, la invasión por allá, y las
discusiones sobre el hambre, las bombas, los extintores, los jergones, los certificados de judíos, los gases
asfixiantes, etc. No son cosa para animar a nadie. Una muestra más, si me permites, de las conversaciones de
los hombres del anexo con Henk:
Anexo: —Nosotros tememos que los alemanes, al dar media vuelta, arrastren a toda la población con
ellos.
Henk: —Imposible. No tienen tantos trenes a su disposición.
A: —¿Trenes? ¿Piensa usted que van a instalar a nuestros ciudadanos en pequeños vagones? Nada
de eso. Les dirán que se sirvan de sus piernas como medio de transporte.
(Per pedes apostolomm, como dice siempre Dussel).
H: —No lo creo. Ustedes lo ven todo demasiado tétrico... ¿Qué interés pueden tener en arrastrar a
toda la población?
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A: —¿Ha olvidado usted lo que dijo Goebbels? "Si se nos obliga a retirarnos, cerraremos también la
puerta de todos los territorios ocupados".
H: —Ellos han dicho muchas otras cosas.
A: —¿Cree usted a los alemanes demasiado nobles o demasiado caritativos para tal acción?
Seguramente piensan así: "Si nosotros debemos perecer, todos los que están bajo nuestra dominación
perecerán con nosotros".
H: —Digan ustedes lo que quieran, yo no lo creo.
A: —Siempre la misma historia: no darnos cuenta del peligro hasta que se nos echa encima.
H: —Después de todo, tampoco ustedes saben nada en concreto. Todo eso no son más que
suposiciones.
A: —Nosotros ya hemos pasado por eso, en Alemania primero, aquí después. ¿Y qué sucede en
Rusia?
H: —Olviden ustedes por un instante la cuestión de los judíos. Yo creo que nadie sabe lo que pasa
en Rusia. Los ingleses y los rusos actúan como los alemanes: exageran para hacer propaganda.
A: —No lo creemos. La radio inglesa ha dicho siempre la verdad. Aun admitiendo que sus
transmisiones son exageradas, eso no le impediría a usted reconocer la realidad. Porque no se puede negar el
hecho de que millones de personas inocentes son asesinadas o asfixiadas con gases, sin ninguna
contemplación, lo mismo en Rusia que en Polonia.
Te ahorraré nuestras otras conversaciones. Por mi parte, me siento muy tranquila, y no presto
atención alguna a ese revuelo que hay a mi alrededor. Tanto me da vivir o morir. Ahí tienes a lo que he
llegado. El mundo no va a dejar de girar por mi causa y, de cualquier modo, no seré yo quien cambie los
acontecimientos.
Sólo me resta ver venir las cosas. No me ocupo más que de mis estudios, y confío en que el final
será bueno.
Tuya,
ANA
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Noté esta mañana —seré, honesta— que, con gran alegría de mi parte, Peter no ha dejado de
mirarme de cierta manera. De una manera muy distinta a la habitual; no podría explicártelo de otra forma.
Siempre pensé que Peter estaba enamorado de Margot, y ahora, de repente, tengo la sensación de
que me equivocaba. No lo he mirado durante el día, adrede; al menos, no mucho, pues cada vez que lo hacía
me encontraba con su mirada clavada en mí, y además..., además es verdad, un sentimiento maravilloso me
ha impedido mirarlo demasiado a menudo.
Querría estar sola, completamente sola. Papá no ha dejado de notar que algo me pasa, pero me sería
imposible contárselo todo. Querría gritar: "Déjenme en paz, déjenme sola". ¡Quién sabe! Acaso un día estaré
más sola de lo que desearía.
Tuya,
ANA
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A las doce y media, Peter vino a admirar los regalos que habíamos preparado. Se entretuvo
charlando más tiempo que de costumbre, lo que no habría hecho de haberse tratado de una simple visita de
cortesía. Por la tarde, fui a buscar el café y también las papas, pues me parece bien agasajar a Margot al
menos una vez al año. Peter quitó en seguida de la escalera sus papeles, para dejarme paso, y yo le pregunté
si quería que cerrara la puerta del desván.
—Sí —me contestó—, es preferible. Al volver, no tienes más que golpear: yo te abriré.
Dándole las gracias, subí a la bohardilla, donde pasé diez buenos minutos eligiendo en el gran tonel
las patatas más pequeñas. Me dolía la cintura y empezaba a sentir frío. Naturalmente, no golpeé, y abrí yo
misma la puerta; sin embargo, él acudió a mi encuentro y, muy servicial, se encargó de la cacerola.
—He buscado empeñosamente —dije yo—, pero no las he encontrado más pequeñas.
—¿Has mirado en el tonel grande?
—Sí, he metido bien las manos y lo he revuelto todo.
Cuando llegué al pie de la escalera, Peter, cacerola en mano, se detuvo para examinarla bien.
—¡Ah, es un buen trabajo! —dijo.
Y en el momento en que le tomaba el recipiente, añadió:
—¡Excelente!
Al decir eso, su mirada fue tan tierna, tan cálida, que me enternecí también. Me daba cuenta de que
él quería resultar agradable, y como no sabe ser elocuente, puso en su mirada todo el sentimiento. ¡Cómo le
comprendo y cuánto se lo agradezco! En este mismo instante sigo sintiéndome feliz al evocar sus palabras y
la dulzura de sus ojos.
Mamá hizo notar que no había allí bastantes patatas para la cena. Muy dócil, me brindé para la
segunda expedición.
Al llegar nuevamente hasta la puerta de Peter, me disculpé por molestarlo dos veces seguidas. El se
levantó, se situó entre la escalera y el muro, me tomó por el brazo y me cerro el camino.
—Para mí no es una molestia. Yo lo haré.
Le dije que no valía la pena, que esta vez no necesitaba elegir patatas chicas. Convencido, me soltó
el brazo. Pero al regreso, vino a abrirme la escotilla y, nuevamente, me tomó la cacerola de las manos. En la
puerta, le pregunté:
—¿Qué estudias en este momento?
—Francés —fue la respuesta.
Le pregunté también si no quería mostrarme sus lecciones y, después de haberme lavado las manos,
me senté en el diván.
Le di algunas indicaciones para su lección, y luego nos pusimos los dos a charlar. Me contó que,
más adelante, querría ir a las Indias Holandesas y vivir en una plantación. Habló de su familia, del mercado
negro; pero terminó por decir que se sentía completamente inútil. Le dije que parecía sufrir un fuerte
complejo de inferioridad. Él habló también de los judíos, diciendo que le habría resultado mucho más
cómodo ser cristiano y preguntándome si no podía pasar por tal después de la guerra. Le pregunté si es que
quería hacerse bautizar, pero no se trata de eso. En su opinión, después de la guerra, nadie sabrá si es judío o
cristiano.
Durante un segundo sentí el corazón oprimido: ¡Qué lástima que él no logre todavía desprenderse de
un resto de doblez! Por lo demás, nuestra conversación fue agradable. Hablamos de papá, de la humanidad y
de muchas otras cosas, que ya ni siquiera recuerdo exactamente.
No me fui hasta las cuatro y media.
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Por la noche, volvió a decir algo muy bonito. Se vinculaba a una foto de artista que yo le había
regalado y que pende de la pared de su cuarto desde hace más de un año y medio. Puesto que le gusta tanto,
yo lo invité a escoger algunas otras de artistas de mi colección.
—No —repuso él—. Prefiero tenerla sola a ella; la veo todos los días, y se ha transformado en mi
amiga.
Ahora comprendo mejor por qué abraza a Mouschi con tanta frecuencia. Se ve que él también siente
necesidad de ternura.
Luego dijo también (iba a olvidarlo):
—No conozco el miedo. Sólo me asustan mis propios defectos. Pero pienso en ellos cada vez
menos.
El complejo de inferioridad de Peter es verdaderamente terrible. Se cree siempre estúpido, mientras
que Margot y yo seríamos extraordinariamente inteligentes. No sabe cómo agradecerme cuando lo ayudo a
estudiar francés. Tengo la firme intención de decirle un día: "¡Cállate de una vez, estás mucho más fuerte que
nosotras en inglés y geografía!". Tuya,
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De repente, sentí que las lágrimas me subían a los ojos y entré a toda prisa en W.C., llevándome
conmigo el espejo. Linda cosa estar instalada allí, completamente vestida, mientras las lágrimas dibujaban
manchas oscuras sobre mi delantal rojo. Me sentía terriblemente desgraciada.
Pensaba, poco más o menos, así: "¡Oh Peter, quiere decir que nunca te conquistaré! ¡Quién sabe! Es
probable que no me encuentres ningún atractivo y que no sientas ninguna necesidad de confiarte. Puede ser
que pienses en mí, pero superficialmente. Sólo me resta proseguir sin compañía mi camino, sin confidente,
sin Peter. De nuevo días sin esperanzas, sin consuelo y sin alegría: eso es lo que me espera. ¡Oh, si tan
siquiera pudiera apoyar la cabeza en tu hombro para sentirme menos desesperadamente sola y menos
abandonada! Quizá no sientas ningún afecto por mí y mires a los demás con ojos igualmente tiernos. ¿Por
qué, pues, imaginé que todo eso era sólo para mí? ¡Oh Peter, si pudieras verme y oírme! Es posible que la
verdad sea desoladora: en tal caso, no podría soportarla".
Pero poco después he sentido renacer mis esperanzas, volver mi alegría, en tanto que mis lágrimas
resbalaban aún sobre mis mejillas.
Tuya,
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Mirando afuera, y a Dios, abrazando con una mirada recia y profunda a la naturaleza, me sentí
dichosa, nada más que dichosa, Y Peter, mientras esa dicha esté en ti —gozar de salud, de la naturaleza y de
muchas otras cosas más—, mientras seas capaz de sentirla, siempre volverá a ti.
Puede perderse todo, la riqueza, el prestigio; pero esa dicha en tu corazón sólo puede, cuando más,
ensombrecerse, y volverá a ti siempre, mientras vivas. Mientras levantes los ojos, sin temor, hacia el cielo,
estarás seguro de ser puro y volverás a ser feliz, suceda lo que suceda.
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Lo que nos ayudaría verdaderamente, tanto a nosotros como a Elli, es un cariño abnegado, del que
carece cada uno de nosotros. Nadie, y mucho menos los tontos "sabelotodo" que aquí nos rodean, parece
capaz de comprendernos; porque nosotros somos infinitamente más sensibles y estamos más avanzados en
nuestras ideas que cualquiera de ellos; mucho más de lo que ellos sospechan, y desde hace rato. Mamá se ha
vuelto gruñona nuevamente. Es obvio que está celosa, pues en la actualidad hablo más con la señora Van
Daan que con ella.
Esta tarde atrapé al vuelo a Peter, y charlamos juntos por lo menos tres cuartos de hora. A él le
cuesta lo indecible hablar de sí mismo; y sólo lo logró después de muchas vacilaciones. Las frecuentes
disputas de sus padres sobre política, cigarrillos y un montón de cosas, todo me lo ha contado. Se mostraba
muy tímido.
A mi vez, le he hablado de mis padres. Él defendió a papá, diciendo que era una persona excelente y
que no se podía dejar de quererlo. En seguida, fueron puestas sobre el tapete su familia y la mía. Parece
sorprenderle el hecho de que sus padres no sean siempre personas gratas entre nosotros.
—Peter —le dije—, tú sabes que soy franca. Entonces, ¿por qué no decírtelo, puesto que conocemos
sus defectos?
Entre otras cosas, dije además:
—Peter, me gustaría mucho ayudarte, si tú lo deseas. Estás siempre enquistado entre los dos. Nunca
dices nada. Pero yo sé que todo eso te tortura.
—En efecto, tú podrías socorrerme mucho.
—Lo mejor sería, quizá, que hablases con mi padre. Puedes decírselo todo. Él es muy discreto.
—Sí, tu padre es un verdadero camarada.
—Tú lo quieres mucho, ¿verdad?
Peter asintió con la cabeza, y yo agregué:
—Pues él también te quiere mucho a ti.
Levantó con rapidez la cabeza, y se sonrojó; era realmente conmovedor ver el efecto de estas pocas
palabras.
—¿De veras? —preguntó.
—Claro que sí —dije—; una alusión hoy, otra alusión mañana, y me doy cuenta de lo que quiere
decir.
Peter, como papá, es admirable. ¡Imposible dejar de quererlo!
Tuya,
ANA
6
En los hogares judíos se encienden velas en vísperas del sábado.
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Bajé y me senté en los peldaños, después de dejar la cacerola en el suelo; y nos pusimos a charlar.
Sólo una hora después las patatas llegaron a su destino.
Peter no dijo una palabra sobre sus padres; hablamos únicamente de libros, y de otros tiempos. ¡Qué
mirada tan ardiente tiene ese muchacho! Creo que voy a enamorarme de él. Si ya no lo estoy. Por lo demás,
esta noche, él dejó escapar una palabra al respecto, cuando entré en su habitación, después de haber
terminado de pelar las papas.
—Tengo calor. Basta mirarnos a Margot y a mí para conocer la temperatura. Cuando hace frío,
estamos pálidas; cuando hace calor, estamos coloradas.
—¿Enamorada? —preguntó él.
—¿Por qué he de estar enamorada?
Más bien estúpida, mi respuesta.
—¿Por qué no? —dijo él.
En seguida fue menester que nos reuniéramos con los otros para comer.
¿Que ha querido decir? Esta noche me las he arreglado para preguntarle por fin si mis charlas no le
molestaban, a lo que ha contestado simplemente:
—En absoluto...
¿Se ha expresado así por timidez? No lo sé.
Kitty, estoy exactamente como una enamorada que sólo sabe hablar de su amor. Desde luego, Peter
es verdaderamente adorable. ¿Cuándo podré decírselo? No antes de que él piense lo mismo de mí. Pero soy
perfectamente capaz de cuidarme a mí misma y él lo sabe. Además, Peter disfruta de su soledad; por eso, no
puedo darme bien cuenta de hasta qué punto le agrado. En todo caso, comenzamos a conocernos un poco;
pero atrevernos a decir las cosas que ardemos de ganas de decirnos... ¡Cómo querría haberlo hecho! Eso
vendrá quizá más pronto de lo que pienso, ¡quién sabe! Muchas veces por día él me dirige una mirada de
inteligencia, a la que yo respondo con un guiño, y ambos nos sentimos felices.
Parece absurdo decir que Peter se siente feliz; pero estoy segura de que él experimenta los mismos
sentimientos que yo.
Tuya,
ANA
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La señora Van Daan parece consentir mis charlas con su hijo, pero hoy me hizo una broma algo
pesada:
—¿Puedo dejarlos solos a los dos, allá en el desván?
—Desde luego —contesté—. ¿Pretende usted, por casualidad, ofenderme?
Desde la mañana temprano y hasta la noche, espero ansiosamente ver a Peter.
Tuya,
ANA
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mayoría de mis profesores, y mimada a más no poder por mis padres con bombones, con dinero para
pequeños gastos... ¿Qué más pedir?
Tú te preguntarás cómo tenía a tanta gente prendada. Peter cree que gracias a mis atractivos, pero no
es del todo cierto. Los profesores encontraban ocurrentes mis salidas y mis observaciones; mi rostro era
riente; mi sentido crítico, original y encantador. Yo era una coqueta incorregible y también divertida.
Algunas de mis cualidades me hacían popular, es decir, la aplicación, la honestidad, la franqueza y la
generosidad. Nunca le hubiera negado a un condiscípulo que copiase una de mis tareas; repartía las golosinas
generosamente, y jamás fui vanidosa.
Toda esta admiración, ¿no habría hecho de mi una joven arrogante? Tuve la suerte de ser arrojada
bruscamente a la realidad, y he necesitado más de un año para habituarme a una vida desprovista de toda
admiración.
¿Mi reputación en la escuela? Fue así: siempre la primera en chacotear y en gastar bromas, la eterna
chistosa, nunca llorona ni caprichosa. Para que me acompañasen en bicicleta o ser objeto de una atención
cualquiera, no tenía más que levantar el dedo meñique.
A Ana, la escolar de entonces, la veo ahora como una chiquilla encantadora; pero muy superficial,
que no tiene nada en común conmigo. Peter, muy a propósito, ha dicho de mí:
—Cada vez que te veía, tenías al lado a dos muchachos o más, y una fila de muchachas. Reías
siempre y eras constantemente el centro de la pandilla.
¿Qué queda de aquella muchacha? No he olvidado la risa ni las ocurrencias, y no me canso de
criticar a la gente como antes, quizá más que antes; todavía soy capaz de flirtear, si... quiero. Esa es la
cuestión: me gustaría, por espacio de una velada, de algunos días o de una semana, volver a ser la de antes,
alegre, aparentemente despreocupada. Pero, al cabo de una semana, me sentiría saturada, y vería con gratitud
al primero que llegara y fuese capaz de hablar de algo que valiera la pena. Ya no necesito adoradores o
admiradores seducidos por una sonrisa lisonjera, sino amigos cautivados por mi carácter y mi proceder.
Comprendo que estas exigencias reducirían mucho mi círculo de íntimos, pero ¿qué le vamos a hacer? Lo
importante es conservar algunas personas sinceras a mi alrededor.
A pesar de todo, mi felicidad de entonces tampoco era completa. Con frecuencia me sentía
abandonada. Me movía demasiado de la mañana a la noche para pensar en ello, y me divertía cuanto podía.
Consciente o inconscientemente, trataba de olvidar el vacío que sentía divirtiéndome así. Mientras que ahora
miro las cosas de frente y estudio. Aquel período de mi vida terminó irrevocablemente. Los años de escuela,
su tranquilidad y su despreocupación, nunca más volverán.
Los he superado y ya no los deseo; sería incapaz de seguir pensando únicamente en la diversión; una
pequeña parte de mí exigiría siempre cierta seriedad.
Puedo ver mi vida, hasta este instante a través de una lupa despiadada. Primero, nuestra casa bañada
de sol; luego, aquí desde 1942, el brusco cambio, las disputas, las reprimendas, etc. Me tomaron
desprevenida, como si hubiera recibido un mazazo, y, para darme ánimo, me volví insolente.
La primera parte de 1943: crisis de lágrimas, soledad infinita, lenta comprensión de todos mis
defectos que, graves ya, parecían agravarse aún más. Durante todo el día hablaba sin cesar, tratando de poner
a Pim de mi parte. No lo conseguí. Me hallaba sola ante la difícil tarea de cambiarme a mí misma, con el fin
de no seguir provocando reproches; porque éstos me deprimían y me desesperaban.
La segunda parte del año fue un poco mejor; me transformé en jovencita, y los mayores comenzaron
a considerarme más bien como uno de ellos. Empecé a reflexionar, a escribir cuentos. Por fin comprendí que
los demás no tenían ya el derecho de utilizarme como una pelota de tenis, enviándome a un lado y a otro.
Decidí cambiar y formarme según mi propia voluntad. Pero lo más difícil fue confesarme que ni siquiera
papá sería nunca mi confidente en todas las cosas. Ya no podría tener confianza en nadie, salvo en mí misma.
Después de Año Nuevo, otro cambio: mi anhelo...
Deseaba tener a un muchacho como amigo, y no a una muchacha. Había descubierto también la
dicha, bajo mi caparazón de superficialidad y alegría. De tiempo en tiempo, al volverme más seria, me sentía
consciente de un deseo sin límites por todo lo que es belleza y bondad.
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Y por la noche, en la cama, al terminar mis rezos con las palabras: "Gracias, Dios mío, por todo lo
que es bueno, amable y hermoso", mi corazón se regocija. Lo "bueno" es la seguridad de nuestro escondite,
de mi salud intacta, de todo mi ser. Lo "amable" es Peter, es el despertar de una ternura que nosotros
sentimos, sin osar todavía, ni el uno ni el otro, nombrarla o tan siquiera rozarla, pero que se revelará: el amor,
el porvenir, la felicidad. Lo "hermoso" es el mundo, la naturaleza, la belleza, y todo cuanto es exquisito y
admirable.
No pienso ya en la miseria, sino en la belleza que sobrevivirá. He ahí la gran diferencia entre mamá
y yo. Cuando se está desalentado y triste, ella aconseja:
—¡Pensamos en las desgracias del mundo, y alegrémonos de estar al abrigo!
Y yo, por mi parte aconsejo:
—Sal, sal a los campos, mira la naturaleza y el sol, ve al aire libre y trata de reencontrar la dicha en
ti misma y en Dios. Piensa en la belleza que se encuentra todavía en ti y a tu alrededor. ¡Sé dichosa!
En mi opinión, el consejo de mamá no conduce a nada, porque ¿qué hay que hacer cuando nos
encontramos en desgracia? ¿No salir de ella? En tal caso, estaríamos perdidos. En cambio, juzgo que
volviéndonos hacia lo que es bello —la naturaleza, el sol, la libertad, lo hermoso que hay en nosotros— nos
sentimos enriquecidos. Al no perder esto de vista, volvemos a encontrarnos en Dios, y recuperamos el
equilibrio.
Aquel que es feliz puede hacer dichosos a los demás. Quien no pierda el valor ni la confianza, jamás
perecerá en la calamidad.
Tuya,
ANA
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Estamos constantemente juntas. Eso es lo malo, porque a mí no me gustaría tener a mi confidente siempre a
mi alrededor.
¿Saldré alguna vez de este laberinto de pensamientos, y veré en ellos claro algún día, para quedarme
en paz?
Tuya,
ANA
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mucho tiempo que hubiese contenido esa manía de fumar constantemente, que tiene su marido. Pero necesito
un cigarrillo en seguida, porque los nervios me están dominando. Los ingleses cometen errores a menudo,
pero la guerra adelanta, a pesar de todo; aún tengo el derecho de hablar, y me alegro de no estar en Polonia".
El señor Frank:
"Todo marcha bien, y no necesito nada. Un poco de paciencia todavía. Podemos aguantar. Mientras
haya patatas no digo nada. Tendré que pensar en dar una parte de ración a Elli. La política marcha a pedir de
boca. ¡Soy muy, muy optimista!".
El señor Dussel:
"Se trata de terminar mi tesis a tiempo. La situación política es prometedora. Nunca nos atraparán.
Es imposible. En cuanto a mí, yo...".
"¡Yo, yo, yo...!".
Tuya,
ANA
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—Si tengo la desgracia de suspirar dos veces sosteniéndome la cabeza, me preguntan en seguida si
tengo jaqueca o qué es lo que me pasa.
Dándonos ambas cuenta de lo poco que queda de nuestro ambiente familiar, otrora tan armonioso y
tan íntimo, nos confesamos que es un golpe duro. No es de extrañar: la mayoría de las veces nos encontramos
en postura falsa. Quiero decir que se nos trata como a niñas. Es verdad que lo somos físicamente pero olvidan
que, en el fondo, hemos madurado infinitamente más de lo que por lo general les sucede a otras muchachas
de nuestra edad.
A pesar de mis catorce años, sé con tanta exactitud lo que quiero, puedo decir quién tiene razón y
quién no la tiene, me he formado mis propias opiniones, principios e ideas y —lo que puede parecer extraño
en una adolescente— me siento más cerca de los adultos, que de los niños. Tengo la impresión de ser
absolutamente independiente de todos cuantos conozco.
Si quisiera, aventajaría a mamá en las discusiones y las controversias, pues soy más objetiva que ella
y exagero menos. Soy también más ordenada y más hábil, lo que me da —sí, puedes reírte— una
superioridad sobre ella en muchas cosas. Para amar a una persona, me es menester primero que ésta me
inspire admiración y respeto; sobre toda, admiración. Todo marchará bien cuando pueda conquistar a Peter,
pues lo admiro desde muchos puntos de vista. ¡Es tan amoroso!
Tuya,
ANA
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Reconocimos que ninguno de nosotros confiaba en nuestros padres: los de él habían tratado de
ganarse su confianza pero él no quiso concedérsela. Huía a la buhardilla para renegar completamente solo. En
cuanto a mí, le dije cómo de noche, en la cama, daba rienda suelta a mis lágrimas. Le hablé también de mi
amistad con Margot, muy reciente después de todo, y sin poder decírnoslo todo, porque estábamos siempre
juntas. Hablamos un poco de todo. ¡Oh, ya lo sabía yo! ¡Lo encontré exactamente como me lo imaginaba!
Luego, hablamos de 1942, ¡qué distintos éramos en aquella época! No nos reconocemos como las
personas de entonces. Al principio, ninguno de los dos podía soportar al otro. Él me encontraba fastidiosa; y
en cuanto a mí, yo no había tardado en juzgarlo una nulidad, no comprendía por qué no flirteaba conmigo.
Ahora me regocijo de ello. Cuando él me habló de su aislamiento voluntario, le dije que no veía gran
diferencia entre mi bullicio y su calma; que a mí también me gustaba la tranquilidad, pero que únicamente
lograba estar a solas con mi diario. El dijo que se alegraba de que mis padres tuvieran con ellos a sus hijas;
por mi parte, también yo me alegraba de que él estuviese aquí. Nos dijimos todo eso y además cómo yo lo
comprendía por querer mantenerse apartado y no ignoraba el tipo de relaciones que existían entre él y sus
padres.
—Me agradaría tanto ayudarte.
—¡Pero si tú me ayudas constantemente! —dijo él.
—¿De qué manera? —inquirí muy sorprendida;
—¡Con tu alegría!
Es lo más hermoso que él me haya dicho.
Debe de haber empezado a quererme como amiga, y esto me basta por el momento. Por más que
busque las palabras no las encuentro; a tal punto soy dichosa. Perdóname, querida Kitty. Mi estilo se ha
venido muy abajo.
Sólo te he referido algunas impresiones vitales. Tengo la sensación de compartir un secreto con
Peter. Cada vez que él me mira con esos ojos, con esa sonrisa y ese guiño, me parece que se enciende en mí
una llamita. ¡Con tal que eso siga así! ¡Con tal de que podamos seguir pasando horas juntos, horas y horas de
felicidad!
Tu feliz y agradecida,
ANA
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Anoche, pequeña reprimenda de mamá, desde luego bien merecida. Creo que sería mejor no llevar
demasiado lejos mi indiferencia hacia ella. Hay, pues, que volver a empezar. Tratemos de ser amables, a
pesar de todo, y prescindamos de las observaciones.
Pim se muestra también menos cariñoso. Sus esfuerzos por no seguir tratándome como una niña lo
han enfriado demasiado. Ya veremos.
Basta por hoy. No hago nada más que mirar a Peter: y eso es más que suficiente.
Tuya,
ANA
He aquí una prueba de la bondad de Margot: una carta que he recibido hoy 20 de marzo de 1944.
Ana: Al decirte anoche que no estaba celosa de ti, no fui franca sino en parte. Quiero decir: no
estoy celosa ni de ti ni de Peter. Pero me aflige un poco no haber podido encontrar hasta el momento
alguien con quien hablar de mi sentir y mis pensamientos; y nada de eso puedo esperar por ahora. No es
cuestión de despecho. No tengo por qué guardaros rencor al uno o al otro. Al contrario. Si ambos os tenéis
confianza mutua y llegáis a ser grandes amigos, tanto mejor. Aquí tú te ves privada de todo lo que muchos
otros consideran sólo lo normal.
Además, estoy segura de que la persona con quien a mí me agradaría confiarme y con quien querría
pues intimar no es Peter; confieso que nunca llegaría a eso con él. Ese alguien tendría que adivinarme aun
antes de que yo necesitara hablarle mucho de mí misma. Por esto lo veo superior a mí intelectualmente.
Peter jamás me ha causado tal impresión. Sin embargo, imagino muy bien esa especie de intimidad que ha
surgido entre vosotros.
Nada tienes que reprocharte. Y sobre todo, no pienses que me arrebatas algo. Nada está más lejos
de la verdad. Si os entendéis bien, con ello no haréis más que salir ganando tanto Peter como tú.
Mi respuesta:
Querida Margot:
Tu carta es verdaderamente demasiado amable, pero no me tranquiliza por completo.
La intimidad entre Peter y yo, tal como tú la ves, aún no ha llegado; pero evidentemente una
ventana abierta y la oscuridad se prestan más fácilmente a las confidencias que la luz del día. Así pueden
murmurarse sentimientos que no gritaríamos a los cuatro vientos. Presumo que Peter te inspiraba una
especie de afecto de hermana mayor, y que por lo menos te gustaría tanto como yo. Acaso tengas ocasión de
hacerlo un día, sin que exista esa intimidad con que nosotros soñamos. En tal caso, la confianza tendría que
ser recíproca; he ahí por qué la brecha entre papá y yo se ha ensanchado: por falta de confianza mutua.
No hablemos más de ello ni tú ni yo. Si necesitas saber algo, escríbemelo por favor, podré
confesarte mucho mejor que verbalmente.
No puedes imaginar cuanto te admiro, y mientras sienta a mi lado tu bondad y la de papá —pues en
ese sentido ya no veo gran diferencia entre vosotros dos— conservaré la esperanza de vivir.
Tuya,
ANA
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Sin embargo, Peter se ha vuelto para mí una especie de hermano, exactamente como tú lo has dicho
en tu carta, pero... un hermano menor. Quizá tendamos nuestras antenas el uno hacia el otro y hallemos más
tarde un terreno de mutua confianza, pero aún no estamos en eso y quizá no lo estemos nunca.
Verdaderamente, te lo repito no me compadezcas. Disfruta todo cuanto puedas de la buena
compañía de tu nuevo amigo.
De cualquier modo, ahora encuentro la vida más bella. Creo, Kitty, que el anexo va a ser cruzado
por el soplo de un amor, verdadero. No pienso para nada en casarme con él. No sueño con eso. Es demasiado
joven todavía y no sé qué clase de hombre será más tarde. Tampoco sé si nos amaremos lo bastante como
para que ambos deseemos casarnos. En todo caso, estoy persuadida de una cosa: él me quiere también,
aunque no podría decir de qué manera.
Puede necesitar muy bien una buena camarada o haber sucumbido a mis encantos de muchacha, o
considerarme como una hermana; de ello no llego a formarme una idea muy clara.
Cuando Peter dijo, a propósito de las disputas entre sus padres, que yo lo ayudaba siempre, me
conmovió por entero: era el primer paso de su amistad, en la que quiero creer. Ayer le pregunté qué haría él
si la casa se llenara súbitamente de una docena de Anas que fueran a cada momento a molestarlo. Y él me
contestó.
—¡Si todas fueran como tú, sería bastante agradable!
Es para mí la hospitalidad personificada; debe, pues, sentirse muy contento cuando me ve.
Entretanto, se dedica al francés con aplicación ejemplar, estudia inclusive en la cama hasta las diez y cuarto.
¡Oh! Cuando vuelvo a pensar en el sábado a la noche, en nuestras, palabras, en las delicias de aquel
momento, me siento contenta de mí misma por primera vez. Meditando de nuevo sobre aquello en este
instante, no cambiaría ni una sola palabra de cuanto dije, lo que no me ocurre sino muy rara vez después de
reflexionar.
Cuando está serio, tanto como cuando ríe, es hermoso. Es todo amabilidad y bondad. Creo que lo
que más le ha impresionado es el haber descubierto en mí no a la pequeña Ana superficial que los demás
conocen, sino a una criatura totalmente diferente, una persona tan soñadora como él mismo y enfrentados a
idénticas dificultades.
Tuya,
ANA
Mi respuesta a Margot.
Me parece que lo más adecuado será esperar simplemente y ver qué sucede. Peter y yo llegaremos
pronto a una decisión definitiva: o seguimos como antes o iniciamos algo nuevo. No sé lo que
saldría de ello; en cuestiones como ésta, no veo más allá de la punta de mi nariz. Sin embargo he tomado
una decisión, y es ésta: en caso de que Peter y yo trabemos amistad, le diré que tú también lo quieres mucho
y que estás dispuesta a ayudarlo si es necesario. Tú no querrás, ya lo sé; pero a mí no me importa. Ignoro
absolutamente lo que Peter piensa de ti, pero no dejaré de preguntárselo.
No hay nada de malo en ello, estoy seguro. ¡Todo lo contrario! Ven a reunirte con nosotros en el
desván o en otra parte donde estemos. Nunca nos estorbarás, pues de común acuerdo sólo hablamos por la
tarde cuando está oscuro.
¡Valor! Yo también lo necesito, y no resulta siempre fácil. Tu turno llegará más pronto de lo que
crees. ¡Ojalá!
Tuya,
ANA
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su propia juventud? Pareciera que sí. Nos toman siempre en serio cuando decimos algo en son de chanza, y
se ríen cuando hablamos en serio.
Tuya,
ANA
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¡Oh, es interminable! Se trata de no volverse como ellos. ¡Ojo con la vejez! No obstante, los viejos
de aquí no tienen gran cosa que temer.
Te doy como ejemplo una escena durante el discurso de Winston Churchill, querido por todos
nosotros.
Domingo por la noche, a las nueve. La tetera está sobre la mesa, y los invitados hacen su entrada.
Dussel se instala a la izquierda de la radio, el señor Van Daan delante y Peter al otro lado del receptor. Mamá
al lado del señor, y la señora detrás. En la mesa, Pim, flanqueado por Margot y por mí misma. Los caballeros
contienen la respiración. A Peter se le cierran los ojos por el esfuerzo por comprenderlo todo. Mamá está
vestida con un largo batón negro; haciendo caso omiso del discurso, rugen los aviones en ruta hacia el Ruhr7
y hacen estremecer a la señora; Margot y yo estamos tiernamente unidas por Mouschi, dormido sobre una
rodilla de cada una de nosotras; y papá sobre su té. Margot tiene puestos los rizadores; yo estoy en camisón,
demasiado corto y demasiado estrecho para mí.
Al vernos, se diría. "¡Qué familia tan unida, qué intimidad, qué paz!". Por una vez es verdad. Pero
noto con terror que llega el final del discurso. Los mayores apenas si pueden esperarlo, tiemblan de
impaciencia, en su anhelo de discutir tal o cual pormenor. Grr, grr, grr... Una corriente de provocaciones, aún
imperceptible; a la que seguirá la discusión, y la discordia.
Tuya,
ANA
7
Corazón industrial de Alemania. (N. del T.)
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Prefiero recibir de él una explicación a tener que enseñarle algo; querría reconocerle superioridad en
todo, o en casi todo.
¿Qué pueden importarme nuestras madres? ¡Ah, si sólo me hablara!
ANA
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encuentran exactamente enfrente del gran cuartel general alemán, y se acercan a Rumania por el Pruth; están
cerca de Odesa; cada noche aguardamos un comunicado especial de Stalin.
Todo Moscú resuena de salvas; pienso que hacen temblar a la ciudad entera.
Hungría está ocupada por los alemanes; hay allí todavía un millón de judíos, que, indudablemente,
también van a pasar muy malos ratos.
Se murmura un poco menos de Peter y de mí. Ambos somos grandes amigos, estamos juntos
siempre que nos es posible, y hablamos de todo y de todos. Cuando abordamos temas delicados, nunca
necesito recurrir a la moderación, como sería el caso si conversara con otros muchachos. Estábamos
hablando, por ejemplo, sobre la sangre, y de ese tema pasamos al de la menstruación. Él considera que
nosotras, las mujeres, somos muy fuertes. Pero ¿por qué?
Decididamente, mi vida aquí ha cambiado. Ha mejorado mucho. Dios no me ha abandonado, y
nunca me abandonará.
Tuya,
ANA
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esta semana constan de porotos, guisantes partidos, patatas con bolitas de harina, o patatas simplemente,
nabos (por amor de Dios) o zanahorias podridas, y se vuelve a los porotos. Comemos papas en todas las
comidas, empezando por el desayuno, a causa de la falta de pan. Para la sopa utilizamos porotos blancos o
colorados, y patatas o paquetes de sopa Juliana, a la reina, y otra vez porotos colorados. Todo está mechado
de porotos colorados, lo mismo que el pan, que los contiene en buena parte.
Por la noche, comemos siempre patatas aderezadas con salsa sintética, y, además, por suerte, una
ensalada de zanahorias podridas, de nuestra reserva. Una pequeña referencia a las albóndigas, que fabricamos
con la harina del panadero y con levadura: ellas empastan la boca, y son tan pesadas, que causan la impresión
de tener piedras en el estómago. Pero dejemos eso.
Nuestras golosinas, una vez por semana, son: una tajada de paté de hígado, y mermelada sobre pan
seco. No solamente seguimos con vida, sino que, a veces, hasta nos regodeamos con nuestra comida frugal.
Tuya,
ANA
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Hace mucho tiempo que no trabajo en La Vida de Cady; aunque sé muy bien cómo debe continuar
esta obra, no logro llevar mis ideas al papel. Quizá nunca logre terminarla; esta novelita acaso encuentre su
fin en el cesto de los papeles o en la estufa... Ello me dolerá infinitamente, pero, bien pensado, "a los catorce
años se tiene demasiado poca experiencia para incursionar en la filosofía".
¡Bueno, adelante con nuevo valor! Ya llegará eso, pues estoy resuelta a escribir.
Tuya,
ANA
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Este almohadón trajo cola, porque habíamos tomado el que le servía de almohada, y Dussel estaba
furioso. Tenía miedo a las pulgas del desván, y por esa causa hizo una escena delante de todo el mundo. Peter
y yo, para vengarnos, escondimos dos cepillos duros en su cama, y este pequeño intermedio nos hizo reír
bastante.
Pero no reímos mucho tiempo. A las nueve y media, Peter golpeó suavemente a nuestra puerta y
preguntó a papá si quería ir a ayudarle; no podía arreglárselas con una frase inglesa difícil.
—Algo anda mal —le dije a Margot—. ¡Este pretexto es demasiado burdo!
Tenía razón: había ladrones en el depósito. En un mínimo de tiempo, papá, Van Daan, Dussel y
Peter se encontraron abajo, en tanto que Margot, mamá, la señora y yo nos quedamos aguardando.
Cuatro mujeres, unidas por la angustia, hablan sin cesar, y es lo que nosotras hicimos, hasta que
oímos un golpe violento. Luego, silencio absoluto. El reloj señalaba un cuarto para las diez. Todas nos
habíamos puesto pálidas, aunque guardando la calma a pesar del miedo. ¿Qué había sido de nuestros
hombres? ¿Qué significaba aquel golpe? ¿Habían tenido que luchar con los ladrones? A las diez, pasos en la
escalera: papá, pálido y nervioso, entró, seguido del señor Van Daan.
—Apaguen todas las luces. Suban sin hacer ruido. Es de temer que venga la policía.
No había tiempo para sentir miedo. Las luces fueron apagadas; yo apenas si alcancé a tomar un
batón antes de subir.
—¿Qué ha ocurrido? ¡Vamos, cuenten!
Ya no había nadie para hacerlo, pues los cuatro habían vuelto a bajar. No reaparecieron hasta diez
minutos más tarde, todos a la vez: dos de ellos montaron guardia junto a la ventana abierta en el cuarto de
Peter; la puerta del rellano fue cerrada con cerrojo, lo mismo que la del armario giratorio. Se puso un trapo de
lana alrededor del pequeño velador, y fuimos un oído solo.
Al percibir desde el rellano dos golpes secos, Peter bajó al entresuelo y vio que faltaba una plancha
en el panel izquierdo de la puerta del depósito. Giró sobre sus talones para advertir al defensor de la familia,
y los hombres bajaron para reconocer el terreno. Llegados al depósito, Van Daan perdió la cabeza, y gritó:
—¡Policía!
Inmediatamente después, pasos presurosos hacia la salida; los ladrones huían. Con el fin de impedir
que la policía viera el agujero hecho en la puerta, nuestros hombres intentaron reponer la tabla en su sitio,
pero un puñetazo del otro lado la hizo caer al suelo. Durante algunos segundos los nuestros quedaron
perplejos ante tamaño descaro; Van Daan y Peter sintieron nacer en ellos el instinto asesino. El primero dio
algunos golpes en el suelo con un hacha. Silencio de muerte. Nuevos esfuerzos para tapar la tronera. Nueva
interrupción, una pareja que paseaba por el muelle se había detenido y enviaba la luz enceguecedora de una
linterna de bolsillo al interior del depósito. Una interjección de uno de nuestros hombres, y la pareja huyó
entonces como los ladrones. Antes de reunirse con los demás detrás de la puerta disimulada, Peter abrió
rápidamente las ventanas de la cocina y del despacho privado y mandó el teléfono al suelo. Enseguida todos
desaparecieron tras el estante giratorio.
Nosotros suponíamos que la pareja de la linterna iría a advertir a la policía. Era domingo por la
noche, primer día de Pascua; al día siguiente, lunes de Pascua; nadie, vendría a la oficina. Por lo tanto, no
podríamos movernos antes del martes por la mañana. ¿Te imaginas? ¡Dos noches y un día que teníamos que
pasar en semejante angustia! Ninguno de nosotros se hacía ilusiones: la señora Van Daan, la más miedosa, ni
siquiera quería que se tuviera encendido el velador, y nos quedamos en la oscuridad cuchicheando y
diciendo: "¡chis!, ¡chis!" al menor ruido.
Diez y media, once. Ningún ruido. Papá y el señor Van Daan venían a vernos alternativamente.
Once y cuarto: oímos movimiento abajo. En casa, sólo nuestra respiración era perceptible, pues todos
estábamos como clavados. Se oyeron pasos en los pisos inferiores, en el despacho privado, en la cocina, y
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luego... en la escalera que lleva a la puerta disimulada. Nuestra respiración se había cortado. Ocho corazones
latían a punto de romperse, al oírse los pasos en la escalera y las sacudidas en la puerta-armado. Este instante
es indescriptible.
—Ahora estamos perdidos —pensé, viéndonos a todos llevados por la Gestapo aquella misma
noche.
Tiraron de la puerta-armario dos veces, tres veces. Algo cayó, y los pasos se alejaron. Hasta
entonces, estábamos salvados; oí un castañeteo de dientes, no sé dónde; nadie dijo palabra.
El silencio reinaba en la casa, pero había luz al otro lado de la puerta disimulada, visible desde
nuestro rellano. ¿Les había parecido misterioso aquel armario? ¿Se había olvidado la policía de apagar la luz?
Nuestras lenguas se desataron; ya no había nadie en la casa, quizá un guardián ante la puerta...
Recuerdo tres cosas: habíamos agotado todas las suposiciones, habíamos temblado de terror, y todos
necesitábamos ir al W.C. Los baldes estaban en el desván, y sólo el cesto de papeles de Peter de latón podía
servirnos para ese menester. Van Daan fue el primero en pasar. Le siguió papá. Mamá tenía demasiada
vergüenza. Papá llevó el recipiente al dormitorio donde Margot, la señora y yo, bastante contentas, lo
utilizamos, y mamá también, al fin de cuentas. Todos pedían papel; afortunadamente, yo tenía algo en el
bolsillo.
Hedor del recipiente, cuchicheos... Era medianoche, y estábamos todos fatigados.
—Tiéndanse en el suelo y traten de dormir.
Margot y yo recibimos cada una un almohadón y una manta; ella se puso delante del armario, y yo
debajo de la mesa. En el suelo, el hedor era menos terrible; sin embargo, la señora fue discretamente a buscar
un poco de cloro y un repasador para tapar el recipiente.
Cuchicheos, miedo, hedor, pedos y alguien sobre el recipiente a cada minuto: trata de dormir así. De
tan fatigada, caí en una especie de sopor alrededor de las dos y media, y no oí nada hasta una hora después.
Me desperté con la cabeza de la señora sobre uno de mis pies.
—Siento frío. ¿No tiene usted, por favor, algo para echarme sobre los hombros? —pregunté.
No preguntes lo que recibí: un pantalón de lana sobre mi pijama, un suéter rojo, una falda negra y
calcetines blancos. En seguida, la señora se instaló en la silla, y el señor se tendió a mis pies. A partir de ese
momento, me puse a pensar, temblando incesantemente, de suerte que Van Daan no pudo dormir. La policía
iba a volver. Yo estaba preparada para ello. Tendríamos que decir por qué nos ocultábamos. O tropezaríamos
con buenos holandeses y estaríamos salvados, o tendríamos que habérnoslas con nazis, cuyo silencio
trataríamos de comprar.
—Hay que ocultar la radio —suspiró la señora.
—Tal vez en el horno —repuso el señor.
—¡Bah! Si nos descubren, encontrarán la radio también.
—En tal caso, encontrarán el diario de Ana —agregó papá.
—Deberías quemarlo —propuso la más miedosa de todos nosotros.
Estas palabras y las sacudidas a la puerta-armario fueron para mí los instantes más terribles de esta
velada.
¡Mi diario no! ¡Mi diario no será quemado sino conmigo!
Papá ya no replicó nada, afortunadamente.
Se dieron un montón de cosas. Repetir todo aquello no tendría sentido. Consolé a la señora Van
Daan que estaba muerta de miedo. Hablamos de huida, de interrogatorios por la Gestapo, de arriesgarse o no
hasta el teléfono, y de valor.
—Ahora debemos portarnos como soldados, señora. Si nos atrapan, sea; nos sacrificaremos por la
reina y la patria, por la libertad, la verdad y el derecho, como proclama constantemente la emisión holandesa
de ultramar. Pero arrastraremos a otros en nuestra desgracia, eso es lo más atroz.
103
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Después de una hora, el señor Van Daan cedió de nuevo su sitio a la señora, y papá se puso a mi
lado. Los hombres fumaban sin cesar, interrumpidos de tiempo en tiempo por un profundo suspiro, luego una
pequeña necesidad, y así sucesivamente.
Las cuatro, las cinco, las cinco y media... Me levanté para reunirme con Peter en el puesto de vigía,
ante su ventana abierta. Así, tan cerca el uno del otro, podíamos notar los temblores que recorrían nuestros
cuerpos; de vez en cuando nos decíamos alguna palabra, pero, por sobre todo, escuchábamos. A las siete,
ellos quisieron telefonear a Koophuis para que mandase a alguien aquí. Anotaron lo que iban a decirle. El
riesgo de hacerse oír por el guardián apostado ante la puerta era grande, pero el peligro de la llegada de la
policía era más grande aún.
Se concretaron a esto:
Robo: visita de la policía, que ha penetrado hasta la puerta-armario, pero no más lejos.
Los ladrones, al parecer estorbados, forzaron la puerta del depósito y huyeron por el jardín.
Como la entrada principal estaba con cerrojo, sin duda, Kraler había salido en la víspera por la otra
puerta de entrada. Las máquinas de escribir y la de calcular están a salvo en el gran bargueño del despacho
privado.
Avisar a Henk que pida la llave a Elli, y se traslade a la oficina, adonde entrará so pretexto de dar de
comer al gato.
Todo salió a pedir de boca. Telefonearon a Koophuis y trasladaron las máquinas de escribir desde
nuestra casa al bargueño. Luego se sentaron alrededor de la mesa a esperar a Henk o a la policía.
Peter se había dormido. El señor Van Daan y yo quedamos tendidos en el suelo hasta oír un ruido de
pasos firmes. Me levanté suavemente:
—Es Henk.
—No, no, es la policía —respondieron los demás.
Golpearon a nuestra puerta. Miep silbó. La señora Van Daan ya no podía más, estaba pálida como
una muerta, inerte en su silla, y seguramente se habría desmayado si la tensión hubiera durado un minuto
más.
Cuando llegaron Miep y Henk, nuestra habitación era una pintura; sólo la mesa merecía una foto.
Sobre la revista Cine y Teatro, abierta en una página consagrada a las bailarinas, había mermelada y un
medicamento contra la diarrea; además, en revoltijo, dos potes de dulce, un mendrugo grande y otro chico, un
espejo, un peine, fósforos, ceniza, cigarrillos, tabaco, un cenicero, libros, un calzón, una linterna de bolsillo,
papel higiénico, etcétera.
Naturalmente, Henk y Miep fueron acogidos con lágrimas de alegría. Henk, después de haber
arreglado la tronera en la puerta, se puso en camino para avisar a la policía del robo. Después de eso, era su
intención hablar con el guardián de noche Slagter, que había dejado cuatro palabras para Miep, diciendo que
había visto la puerta estropeada y que había avisado a la policía.
Disponíamos, pues, de una media hora para refrescarnos. Jamás he visto producirse un cambio tan
grande en tan poco tiempo. Después de haber rehecho las camas, Margot y yo hicimos cada cual una visita al
W.C.; luego nos cepillamos los dientes, nos lavamos y nos peinamos. En seguida puse en orden el
dormitorio, y muy pronto subí hasta el alojamiento de los Van Daan. La mesa estaba ya bien limpia;
prepararon el té V el café, hicieron hervir la leche iba a ser en seguida la hora del desayuno y nos pusimos a
la mesa. Papá y Peter estaban ocupados en vaciar el papelero de latón y en limpiarlo con agua y cloro.
A las once, ya de vuelta Henk, estábamos todos sentados alrededor de la mesa, agradablemente, y,
poco a poco, empezábamos a volver a la normalidad. Henk contó:
Slagter dormía aún, pero su mujer repitió el relato de su marido: al hacer su ronda por los muelles,
había descubierto el agujero de la puerta; buscó —por tanto— a un agente, y juntos recorrieron el inmueble;
vendría a ver a Kraler el martes para contarle lo demás. En la comisaría aún no estaban al tanto del robo;
tomaron nota para venir el martes. Al pasar, Henk, se había detenido en casa de nuestro proveedor de patatas,
que vive muy cerca de aquí, y le había hablado del robo.
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Amo a los holandeses. Amo a nuestro país. Amo su idioma. Y querría trabajar aquí. Dispuesta a
escribir yo misma a la reina, no cejaré antes de haber logrado ese objeto.
Me siento de más en más apartada de mis padres, progresivamente independiente. Por joven que sea,
enfrento la vida con mayor valor, soy más justa, más íntegra que mamá. Sé lo que quiero, tengo un norte en
la vida, una opinión, mi religión y mi amor. Soy consciente de ser mujer, una mujer con una fuerza moral y
mucho valor.
Si Dios me deja vivir, iré mucho más lejos que mamá. No me mantendré en la insignificancia, tendré
un lugar en el mundo y trabajaré para mis semejantes.
Comprendo en este momento que por sobre todas las cosas necesitaré valor y alegría.
Tuya,
ANA
8
Dos integrantes del gobierno holandés en él exilio, con sede en Londres. (N. del T.).
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que tuvieron que molestar a los vecinos, forzar la ventana de la cocina y entrar por la parte de atrás. A Peter
se le cae la cara de vergüenza por ser tan estúpido.
Te aseguro que eso lo ha trastornado terriblemente. A la hora de comer, cuando mamá dijo que lo
lamentaba sobre todo por Peter, éste casi se puso a llorar. Todos somos tan culpables como él, porque
prácticamente todos los días los hombres preguntan si ha sido descorrido el cerrojo y, precisamente hoy,
nadie lo hizo.
Tal vez logre consolarlo un poco más tarde; ¡me encantaría tanto ayudarle!
Tuya,
ANA
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que antes fuera cuestión de hablar de noviazgo o de matrimonio; pero ni Peter ni yo forjamos ningún
proyecto. Sin duda, mamá tampoco tocó a ningún hombre antes de conocer a papá. ¿Qué dirían mis amigas si
me supieran en los brazos de Peter, mi corazón contra su pecho, mi cabeza sobre su hombro o con su cabeza
pegada a la mía?
¡Vamos, Ana, es vergonzoso! Pero, en realidad, yo no creo que lo sea para nosotros, que estamos
privados de todo, segregados del mundo y abrumados de preocupaciones y angustias, sobre todo en los
últimos tiempos. ¿Por qué nosotros, que nos amamos, habríamos de guardar las distancias? ¿Por qué esperar
hasta la edad conveniente? ¿Por qué pedir demasiado?
Me he propuesto ocuparme de mí misma. El nunca querría causarme un pesar. Razón sobrada para
no escuchar más que nuestros corazones y hacernos ambos felices. ¿Por qué no? Sospecho, Kitty, que tú
adivinas un poco mi vacilación, la cual, se me ocurre, proviene de mi franqueza que se opone a toda
gazmoñería. ¿Crees que debo contarle a papá lo que hago? ¿Es menester que un tercero comparta nuestro
secreto? ¿Qué te parece? Perdería su magia, pero, además, al contarlo, ¿me tranquilizaría yo moralmente?
Voy a pedirle a él su opinión.
¡Así, sí! Todavía tengo muchas cosas que decirle, pues las caricias por sí solas no lo son todo.
Revelarnos nuestros pensamientos. Para eso es menester confiar y tener fe el uno en el otro. Eso nos hará más
fuertes a ambos.
Tuya,
ANA
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matrimonio esta belleza, pero no hemos encontrado a ninguno que nos pareciera adecuado. Tal vez su
hermana, la Princesa Margarita Rosa, se case algún día con el Príncipe Balduino de Bélgica.
Aquí estamos teniendo un contratiempo tras otro. Apenas fueron reforzadas las puertas de la calle,
cuando reapareció el empleado del depósito. Es muy probable que haya sido él quien robó las patatas, y
quiere ahora echar la culpa a Elli. Como es comprensible, todos los habitantes del anexo secreto están
indignados. Elli nunca estuvo tan enojada.
Me gustaría enviar lo que escribo a algún periódico; tal vez me publiquen un cuento, bajo un
seudónimo, por supuesto.
Hasta pronto, darling!
Tuya,
ANA
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Luego he abordado el Brasil; lectura sobre el tabaco de Bahía, la abundancia de café, los habitantes
(un millón y medio) de Río de Janeiro, Pernambuco y Sao Paulo, sin olvidar los del Amazonas. Sus negros,
mulatos, mestizos, blancos, con más de un 50 por ciento de analfabetos, y la malaria. Me quedaba aún tiempo
para recorrer un árbol genealógico: Juan el Antiguo, Guillermo Luis, Ernesto Casimiro I, Enrique Casimiro
I..., hasta la pequeña Margriet Franciska, nacida en 1943 en Ottawa. Mediodía: en el desván he proseguido
mi programa con la historia de las catedrales, hasta la una. ¡Uf!
Después de las dos, la pobre niña (¡hum, hum!) retoma los estudios, empezando por los monos de
nariz aplastada o puntiaguda. ¿Sabrías decirme cuántos dedos tiene un hipopótamo?
Luego le toca el turno a la Biblia: el Arca de Noé, En seguida, Carlos V, en el cuarto de Peter; Henry
Esmond, de Thackeray; al final, comparar el Mississippi con el Missouri.
Tuya,
ANA
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me ha agitado, me ha dado vuelta como a un guante. Después de eso, ¿no tengo derecho, como cualquier
otro, de reencontrar el reposo necesario para recuperarme de tal trastorno? ¡Oh, Peter! ¿Qué has hecho de mí?
¿Qué quieres de mí? ¿En qué va a terminar esto? ¡Ah! Con esta nueva experiencia empiezo a comprender a
Elli y sus dudas. Si yo fuera mayor y Peter me pidiera que me casase con él, qué le diría? ¡Sé honesta, Ana!
Tú no podrías casarte con él pero dejarlo es también difícil. Peter tiene poco carácter todavía, demasiado
poca voluntad, demasiado poco valor y fuerza moral. En el fondo, sólo es un niño, no mayor que yo; no pide
más que dicha y tranquilidad.
¿Es que, en verdad, no tengo más que catorce años? ¿Es que soy todavía una colegiala tonta? ¿Una
personita sin experiencia, desde todo punto de vista? No. Tengo más experiencia que los demás; poseo una
experiencia que pocas personas de mi edad han conocido. Tengo miedo de mí misma, miedo de que mi deseo
me arrastre, y miedo de no mantenerme recta, más tarde, con otros muchachos. ¡Oh, qué difícil es! Los
sentimientos y el corazón están en lucha constante. Cada uno hablará en su momento, pero ¿cómo saber si he
elegido bien ese momento? Tuya,
ANA
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Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko
—Sí —dije—, iba a contártelo. Papá no ve en nuestra amistad ningún mal, pero dice que aquí,
donde estamos uno sobre otro, eso podría llevar fácilmente a cualquier equívoco...
—Quedó convenido entre nosotros, ¿verdad?, que nunca habría rozamientos. ¡Yo tengo la firme
intención de atenerme a eso!
—Yo también, Peter. Pero papá no sospechaba nada, nos creía simplemente buenos camaradas. ¿Te
parece que eso no es posible entre nosotros?
—Claro que sí. ¿Y tú?
—Yo también. Le dije a papá que tengo entera confianza en ti. Porque es verdad, Peter. Tengo la
misma confianza en ti que en papá. Te estimo lo mismo. Y no me engaño, ¿verdad?
—Espero que no.
(Enrojeció ligeramente).
—Yo creo en ti, Peter —proseguí—, estoy segura de que tienes carácter y de que te abrirás paso en
la vida.
Hablamos de toda clase de cosas; más tarde, dije además:
—Sé que, cuando salgamos de aquí, tú ya no pensarás en mí.
Él se exaltó.
—No es verdad, Ana. ¡Oh, no! ¡Tú no tienes ningún derecho a pensar eso de mí!
Me llamaron.
Papá le ha hablado. Peter me dijo hace un momento:
—Tu padre juzga que esta camaradería puede muy bien terminar en amor, pero yo le he contestado
que los dos cuidaríamos de eso.
Papá ha vuelto a decirme que me aparte un poco, y que espacie mis visitas al cuarto de Peter por la
noche; pero no pienso hacerlo. He dicho que, no solamente me gusta la compañía de Peter, sino que tengo
confianza en él; para probárselo, quiero reunirme con él; si no, mi ausencia sería una prueba de desconfianza.
Naturalmente lo hago.
Entretanto, el drama Dussel también amainó. El sábado en la tarde, durante la comida, presentó sus
disculpas en excelente holandés. Van Daan se comportó como un caballero. A Dussel le debe de haber
llevado un día entero aprender de memoria la lección.
El domingo, día de su cumpleaños, transcurrió pacíficamente.
Recibió una botella de un buen vino (cosecha 1919), por parte de los Van Daan (que después de
todo pudieron obsequiarlo), un frasco de legumbres en escabeche, y una caja de hojitas de afeitar. Kraler le
regaló un pote de mermelada de limón, Miep un libro y Elli una planta. Él nos convidó a cada uno con un
huevo.
Tuya,
ANA
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El señor Koophuis vuelve a concurrir a la oficina todas las mañanas. Ha conseguido un nuevo
somier para el diván de Peter, así que éste tendrá que hacer un trabajo de tapicería, lo cual —lógicamente—
no le entusiasma demasiado.
¿Te he dicho que nuestro Muffi ha desaparecido? Se esfumó sin dejar rastros, el jueves último.
Supongo que ya está en el cielo de los gatos, mientras un aficionado a la carne ha hecho de él un plato
delicioso. Quizás alguna muchacha se adornará con su piel. Peter se ha sentido muy afectado.
Desde el sábado almorzamos a las once y media; por economía, el desayuno sólo consta de una taza
de avena; cuesta aún encontrar legumbres: para el almuerzo tuvimos ensalada cocida podrida. Ensalada cruda
o cocida, espinacas... ése es nuestro menú; no hay otra cosa, salvo las patatas podridas: ¡algo delicioso!
No es menester mucha imaginación para comprender esta eterna letanía de la desesperación: "¿De
qué sirve esta guerra? ¿Por qué los hombres no pueden vivir en paz? ¿Por qué esta devastación?".
Pregunta comprensible, pero nadie ha encontrado la respuesta final. En realidad, ¿por qué se
construyen en Inglaterra, aviones cada vez mayores, con bombas cada vez más pesadas y, al mismo tiempo,
casas prefabricadas para la reconstrucción? ¿Por qué se gastan cada día millones en la guerra y no hay un
céntimo disponible para la medicina, los artistas y los pobres?
¿Por qué hay hombres que sufren hambre, mientras que en otras partes del mundo los alimentos
sobran y se pudren? ¿Por qué los hombres han enloquecido así? Jamás creeré que únicamente los poderosos,
los gobernantes y los capitalistas son responsables de la guerra. No. El hombre de la calle también es
responsable. Si no, los pueblos hace rato que se hubieran rebelado. Los hombres han nacido con el instinto de
destruir, matar, asesinar y devorar: hasta que toda la humanidad, sin excepción, no sufra un enorme cambio,
la guerra imperará; las construcciones, las tierras cultivadas serán nuevamente destruidas, y la humanidad no
tendrá más que volver a empezar.
A menudo me he sentido abatida, pero nunca me dejé llevar por la desesperación; considero nuestra
estada aquí como una aventura peligrosa, que se torna romántica e interesante por el riesgo. Cada una de
nuestras privaciones ha sido tratada humorísticamente en mi diario. Me he propuesto, de una vez por todas,
llevar una vida diferente de las simples dueñas de casa. Mis comienzos no están exentos de interés, son
buenos, y únicamente por eso puedo reírme de una situación cómica en los momentos de más grandes
peligros.
Soy joven, muchas de mis cualidades duermen todavía, soy joven y lo suficientemente fuerte como
para vivir esta gran aventura que forma parte de mí, y me niego a quejarme todo el santo día. He sido
favorecida por una naturaleza dichosa, mi alegría y mi fuerza. Cada día me veo crecer interiormente, siento
que se aproxima la libertad, que la naturaleza es bella, percibo la bondad de cuantos me rodean, ¡y
experimento hasta qué punto esta aventura es interesante! ¿Por qué habría de desesperarme?
Tuya,
ANA
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Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko
Eso no se produjo de la noche a la mañana. Llegué a vivir sin el apoyo de mamá o de quienquiera
que fuese, a costa de luchas, de muchas luchas y lágrimas; me costó caro llegar a ser tan independiente.
Puedes reírte y no creerme, pero eso no me importa. Tengo conciencia de haber crecido sola, y no me siento
en lo más íntimo responsable hacia ustedes. Si te digo todo esto es porque no quiero que pienses que me hago
la misteriosa; en cuanto a mis actos, me siento responsable conmigo misma.
Cuando me debatía completamente sola, todos ustedes, y tú también, cerraron los ojos y se taparon
los oídos: nadie me ayudó; al contrario, sólo recibí regaños porque era demasiado revoltosa. Al llamar así la
atención, pensaba acallar mi pena, me obsesionaba silenciar esa voz interior. Durante más de un año y medio
interpreté la comedia, día tras día, sin quejarme, sin apartarme de mi papel, sin desfallecer. Ahora la lucha ha
terminado. He ganado, soy independiente de cuerpo y espíritu; ya no necesito una madre, me he vuelto fuerte
a fuerza de luchar.
Y ahora que tengo la certidumbre de haber superado las dificultades, quiero proseguir sola mi
camino, el camino que me parece bueno. Tú no puedes, no debes considerarme como una niña de catorce
años, porque todas estas miserias me han madurado; me propongo obrar según mi conciencia, y no deploraré
mis actos.
Desde luego, no podrás convencerme de que deje de reunirme con Peter. O me lo prohíbes por la
fuerza, o confías en mí en todo y para todo, ¡y me dejas en paz!".
Tuya,
ANA
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Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko
dejamos sola, que no te hacemos justicia... No, Ana. ¡Eres tú quien comete un gran error al ser así de injusta!
Quizá no querrías decir eso. Pero lo has escrito. ¡No, Ana! ¡Nosotros no merecemos semejante reproche!
¡Oh, es horrible cometer tal error! Es la cosa más innoble que haya hecho en mi vida. Para que él me
respetase, me empeciné en hablar de mis lágrimas y mi pesar con la presunción de una persona mayor. He
tenido una gran pena, desde luego, pero acusar de esa manera al bueno de Pim, él que lo ha hecho todo por
mí, y sigue haciéndolo, era más que innoble.
Tanto mejor si se me ha hecho salir de mi torre de marfil, si mi orgullo ha recibido un pequeño
impacto. Porque fui demasiado presuntuosa ¡Señorita Ana, lo que usted ha hecho está lejos de ser perfecto!
Causar semejante pesar a alguien a quien se dice querer, e intencionalmente, por añadidura, no es más que
una bajeza, ¡una gran bajeza!
Lo que más me avergüenza es cómo papá me ha perdonado; va a quemar la carta, y se ha vuelto tan
amable conmigo que se creería que es él el culpable.
¡No, Ana! ¡Tú tienes todavía mucho que aprender!
¡En lugar de encarar a los demás y acusarlos, harías mejor en volver a empezar!
He tenido mis penas, sí. Pero todos los jóvenes de mi edad pasan por eso, ¿verdad? Yo interpretaba
una comedia antes de tener conciencia de lo que hacía; me sentía sola, pero rara vez vencida. Hay que
avergonzarse de eso, y me avergüenzo terriblemente.
Lo hecho, hecho está; pero es posible corregirse.
Volver a empezar desde el principio, quiero hacerlo, y no debe de ser demasiado difícil, pues tengo a
Peter. ¡Con su apoyo tendré éxito!
Ya no estoy sola en el mundo. Él me quiere y yo lo quiero, tengo mis libros, los cuentos que escribo
y mi diario; no soy demasiado fea ni demasiado tonta; poseo una alegría natural y buen carácter. ¡Ese es,
pues, mi propósito!
Sí, Ana. Has podido comprobar muy bien que tu carta era demasiado dura, y un gran error, y, por si
fuera poco, ¡te sentías orgullosa de haberla escrito! Tomando ejemplo de papá, conseguiré enmendarme.
Tuya,
ANA
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con su descripción del menú; sopa de legumbres con albondiguillas de carne, queso, panecillos, entremeses
con huevos, rosbif, torta de moka, vinos y cigarrillos, todo a discreción (mercado negro).
Miep bebió diez copas. No está mal para una abstemia, ¿en? Si ella hizo así, me preguntó en cuánto
la habrá sobrepasado su marido. Naturalmente, todos los invitados estaban un poco achispados. Entre ellos,
había dos policías militares que fotografiaron a los novios. Dijérase que Miep no puede olvidar un solo
instante a sus protegidos clandestinos: sabiendo que ellos eran de los "buenos", anotó inmediatamente el
nombre y la dirección de esos hombres, por si alguna vez hubiera necesidad de ellos.
Mientras escuchábamos su relato se nos hizo agua la boca. A nosotros, que nos contentamos para el
desayuno con dos cucharadas de sopa de avena y que tenemos el estómago vacío la mayor parte del tiempo
por no comer más que espinacas medio cocidas (para conservar las vitaminas) y patatas podridas, ensalada
cruda o cocida, y nuevamente espinacas. Tal vez lleguemos a ser fuertes como Popeye... ¡aunque de esto no
tengo la menor prueba! Si Miep hubiera podido llevarnos a esa fiesta de compromiso, seguramente no
habríamos dejado un solo panecillo a los otros invitados. Puedo decirte que estábamos literalmente pegados a
ella, sacándole las palabras de la boca, como si nunca jamás hubiésemos oído hablar de cosas buenas y
personas distinguidas.
Y eso les ocurre a las nietas de un millonario.
¡Qué extrañas vueltas tiene la vida!
Tuya,
ANA
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grandeza? Habrá que verlo, pero hasta aquí los temas no me faltan. En todo caso, después de la guerra,
querría publicar una novela sobre el anexo. No sé si lo conseguiré, pero mi diario me servirá de documento.
Además del anexo, se me han ocurrido otros temas. Ya te hablaré de ellos largamente, cuando hayan cobrado
forma.
Tuya,
ANA
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Señor (levantándose): —Bueno, ¿quieres cerrar la boca? Algún día demostraré que tengo razón. Ya
estoy hasta la coronilla de tus tonterías y espero el momento de restregártelo todo por la nariz.
Fin del Primer Acto
Yo no pude evitar una carcajada, mamá tampoco, Peter se mordía los labios. ¡Oh, qué tontos son los
adultos! Antes de hacer observaciones a sus hijos, sería mejor que comenzasen por aprender algo.
Tuya,
ANA
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Ultraje racial. Término racista propio de la ideología nazista. (N. del T.).
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menos veinte propietarios precedentes, está viejo, amarillento, cubierto de garabatos y de correcciones. ¡Un
día, cuando esté de muy mal humor, haré trizas ese detestable Volumen!
Tuya,
ANA
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Francamente, no puedo concebir que los holandeses hagan semejante cosa, ese pueblo bueno,
honrado y leal que, al juzgarlos así, juzga al pueblo más oprimido, al más desgraciado y quizás al más digno
de compasión del mundo entero.
Sólo me resta confiar en que esta ola de odio contra los judíos sea pasajera, que los holandeses se
mostrarán bien pronto tales como son, guardando intacto su sentimiento de justicia y su integridad. Porque el
antisemitismo es injusto.
Y si este horror tuviera verdaderamente que suceder, el pobre puñado de judíos que queda en
Holanda terminaría por dejarla. También nosotros aprontaríamos las valijas y reanudaríamos la marcha,
abandonando a este hermoso país que tan cordialmente nos recibió y que sin embargo, nos vuelve la espalda.
Amo a Holanda. Hasta había confiado en que me serviría de patria, a mí, apatrida, y sigo
esperándolo.
Tuya,
ANA
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de sus nervios demasiado tensos, pero hay momentos en que apenas si logra pronunciar una palabra.
Koophuis y Elli, aún ocupándose bien —y hasta muy bien— de nosotros, tienen sin embargo un mayor
respiro, algunas horas de ausencia —un día, a veces dos días— que les permiten olvidarse del anexo. Tienen
sus propias preocupaciones, Koophuis sobre su salud, y Elli sobre su compromiso, que no es de color de rosa;
pero aparte de eso, tienen sus excursiones, sus visitas, toda una vida de personas libres. Ellos pueden alejarse
de esta atmósfera sombría, aunque sólo sea por poco tiempo; para nosotros, la tensión siempre va en
aumento. Ya hace dos años que estamos aquí, ¿cuánto tiempo vamos a poder resistir esta presión
insoportable y más fuerte cada día?
Como los desagües están obstruidos, debemos hacer correr el agua con cuentagotas; vamos al W.C.
provistos de un cepillo, y conservamos el agua sucia en un recipiente. Hoy, eso puede pasar, pero ¿qué
vamos a hacer si el plomero no puede arreglárselas solo? El servicio municipal no viene hasta el martes.
Miep nos ha enviado un pan de centeno con la inscripción: "Feliz Pentecostés". Esto suena casi a
burla. ¿Cómo ser "feliz" en el estado en que nos hallamos? Tras el arresto del proveedor de hortalizas, el
miedo reina en el anexo. ¡Chis, chis!, por todos lados. Las tareas se hacen con mucho sigilo. ¡Si la policía ha
forzado la puerta del verdulero, nosotros estamos tan expuestos como él! Si nosotros... No. No tengo el
derecho de escribirlo, pero hoy esta cuestión no quiere abandonarme, toda la angustia por la cual ya he
pasado se me impone nuevamente en toda su amplitud.
Esta noche, al ir al W.C. alrededor de las ocho, he tenido que dejar el piso de los Van Daan, donde
todos estábamos reunidos, alrededor de la radio; quería ser valerosa, pero era difícil. Con los otros, me siento
todavía en seguridad relativa, pero no completamente sola. Sé que la casa es grande y que está abandonada;
los ruidos de arriba, ensordecidos, son misteriosos; además, están los bocinazos de afuera. Si me demoro,
comienzo a temblar, pues no puedo dejar de ver cuan terrible es nuestra situación.
Más de una vez me pregunto si, para todos nosotros, no habría valido más no ocultarnos y estar
ahora muertos, antes de pasar por todas estas calamidades, sobre todo por nuestros protectores, que al menos
no estarían en peligro. Ni siquiera este pensamiento nos hace retroceder: amamos todavía la vida, no hemos
olvidado la voz de la naturaleza, a pesar de todo. Que algo acontezca bien pronto, que lleguen las bombas si
es necesario, porque ellas no podrían aplastarnos más que esta inquietud. Que llegue el fin, aunque sea duro;
al menos sabremos si, en última instancia, debemos vencer o perecer.
Tuya,
ANA
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Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko
Lunes: "Me duelen los pies, no tengo ropas más livianas. No puedo lavar los platos con este calor",
todo esto dicho por la señora Van Daan. Fue extremadamente desagradable.
Aún no puedo tolerar el calor; por lo que me alegro de que hoy corra una buena brisa, sin que el sol
haya dejado de brillar.
Tuya,
ANA
10
En inglés en el original. "Ahora vendrán duros combates, pero a ellos, seguirá la victoria. El año 1944 es el año de la victoria
definitiva. ¡Buena Suerte!". (N. del T.).
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Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko
El anexo es un volcán en erupción. ¿Se acerca de veras esa libertad tan largamente esperada? Esa
libertad de la que tanto se ha hablado, ¿no es demasiado hermosa, parecida a un cuento de hadas, para que se
transforme en realidad? Este año, 1944, ¿va a darnos la victoria? Aún no lo sabemos, pero la esperanza nos
hace renacer, nos devuelve el valor, nos restituye las fuerzas. Porque va a ser necesario soportar
valerosamente muchas angustias, privaciones y sufrimientos. Se trata de permanecer tranquilos y de resistir.
A partir de ahora, y más que nunca, tendremos que hundirnos las uñas en la carne antes que gritar. Es el
momento para Francia, Rusia, Italia y también Alemania de hacer oír su miseria; en cuanto a nosotros, aún no
tenemos ese derecho.
¡Oh, Kitty! Lo más hermoso de la invasión es la idea de que podré reunirme con mis amigos.
Después de haber tenido el cuchillo en la garganta, de haber estado durante tanto tiempo oprimidos por esos
horribles alemanes, no podemos menos que sentirnos rebosantes de confianza, al pensar en la salvación y en
los amigos.
Ya no se trata de judíos. Ahora se trata de toda Holanda y de toda Europa ocupada. Margot dice que
quizá yo no pueda ir a la escuela en septiembre o en octubre.
Tuya,
ANA
P.D.— Te mantendré informada de las últimas noticias.
En la noche y en la mañana siguiente los aliados lanzaron maniquíes llenos de explosivos tras las
líneas alemanas. También grandes contingentes de paracaidistas, pintados de negro como medio de
camuflaje. A las siete de la mañana arribaron las primeras lanchas de desembarco. Por la noche se habían
lanzado 5 millones de kg. de bombas sobre ese sector costero. Hoy actuaron veinte mil aviones. Al
producirse el desembarco mismo, las baterías alemanas ya estaban definitivamente silenciadas. Se logró
construir una pequeña cabeza de puente.
Todo va bien, a pesar de lo malo del tiempo. El ejército aliado y los pueblos ocupados son one will
and one hope.11
11
Una sola voluntad y una sola esperanza. (N. del T.).
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más interesantes. Se menciona a Schuman, Clara Wieck, Héctor Berlioz, Johannes Brahms, Beethoven,
Joachim, Richard Wagner, Hans Von Bülow, Antón Rubinstein, Frédéric Chopin, Víctor Hugo, Honoré de
Balzac, Hiller, Hummel, Czerny, Rossini, Cherubini, Paganini, Mendelssohn, etcétera.
Liszt era personalmente un hombre agradable, muy generoso y modesto en lo que respecta a sí
mismo, aunque en extremo vano. Ayudaba a todo el mundo, su arte lo era todo para él, le enloquecían el
coñac y las mujeres, no podía soportar las lágrimas, era un caballero, jamás se hubiera negado a hacer un
favor a nadie, le importaba poco el dinero, y era partidario de la libertad religiosa y política.
Tuya,
ANA
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La señora me juzga tonta porque soy más veloz que ella para comprender las cosas; juzga que
adolezco de inmodestia porque ella adolece mucho más; encuentra mis vestidos demasiado cortos porque los
suyos son más cortos aún. Asimismo, me juzga presuntuosa porque ella es de eso dos veces más culpable que
yo al hablar de cosas de las que no tiene ninguna noción. Mas he aquí uno de mis proverbios predilectos:
"Hay algo de verdad en cada reproche". Y estoy dispuesta a admitir que soy presuntuosa.
Ahora bien, no tengo muy buen carácter, y te aseguro que nadie me regaña y me critica tanto como
yo misma. Entonces, si mamá agrega a ello sus buenos consejos, las prédicas se acumulan y se tornan a tal
punto insoportables, que, desesperando de no poder nunca salir de eso, me vuelvo insolente y me pongo a
contradecirla. Y, por último, recurro al mismo estribillo: "¡Nadie intenta comprenderme!".
Esta idea está anclada en mí y, por discutible que pueda parecer, hay a pesar de todo una brizna de
verdad en esto también. Las acusaciones que me dirijo a mí misma cobran a menudo tales proporciones, que
siento sed de una voz reconfortante que se interese un poco por lo que pasa en mí. ¡Ay! Por mucho que
busque, todavía no he encontrado esa voz.
Yo sé que esto te hace pensar en Peter, ¿verdad, Kitty? De acuerdo. Peter me quiere. No como
enamorado, sino como amigo. Su devoción aumenta con los días. Sin embargo, no comprendo qué nos
detiene a los dos; hay algo misterioso que nos separa. A veces pienso que el deseo irresistible que me impelía
hacia él era exagerado, pero eso no puede ser verdad: porque si me ocurre no reunirme con él por dos días
seguidos, mi deseo se vuelve más fuerte que nunca... Peter es bueno y amable, mas no puedo negar que me
decepciona en muchas cosas. Le reprocho, sobre todo, que reniegue de su religión; sus conversaciones sobre
la alimentación y otras cosas que me desagradan han revelado varias divergencias entre nosotros. Pero sigo
persuadida de que mantendremos nuestro propósito de no regañar nunca. A Peter le gusta la paz, es tolerante
y muy indulgente. No permitiría a su madre que le dijera todas las cosas que acepta de mí, y hace denodados
esfuerzos por mantener sus cosas en orden. Sin embargo, continúa guardando para sí sus sentimientos más
íntimos. ¿Por qué nunca me deja entreverlos? Su naturaleza es mucho más cerrada que la mía, es verdad,
pero hasta las naturalezas más reacias sienten en un momento dado la necesidad irresistible de liberarse, tanto
y más que las otras, que yo he experimentado.
Ambos hemos pasado en el anexo los años en que uno se forma: hablamos y volvemos a hablar
siempre del porvenir, del pasado y del presente, pero, como ya te dije, parecía faltarme lo esencial, y sé que
está ahí.
Tuya,
ANA
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Mirar el cielo, las nubes, la luna y las estrellas me apacigua y me restituye la esperanza; no se trata,
en verdad, de imaginación. Es un remedio mucho mejor que la valeriana y el bromuro. La naturaleza me hace
humilde y me preparo a soportar todos los golpes con valor.
Excepto raras ocasiones, me ha tocado la desdicha de mirar a través de vidrios sucios y visillos
cargados de polvo. Mi gozo se desvanece, pues la naturaleza es la única cosa que no tolera ser deformada.
Tuya,
ANA
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acción, ello no significa más que algunos destrozos en Inglaterra y material de propaganda para la prensa
nazi. Por lo demás, los nazis temblarán aun más al reparar en que el "peligro bolchevique" no está lejos.
Todas las mujeres alemanas de la región costera que no trabajan para la Wehrmacht son evacuadas a
Grominga, Fiesland y la Gueldre. Mussert12 ha declarado que, en caso de desembarco en nuestra tierra, se
pondrá el uniforme de soldado. ¿Va a pelear ese gordiflón? Hubiera podido empezar un poco antes, en Rusia.
Finlandia, que había rechazado los ofrecimientos de paz, ha roto de nuevo las conversaciones; tendrán de qué
arrepentirse esos idiotas.
¿Cuánto más habremos avanzado para el 27 de julio?
Tuya,
ANA
12
Mussert era el líder del Movimiento Nacional Socialista Holandés. (N. del T.).
13
Se anuncia mal tiempo hasta el 30 de junio. (N. del T.).
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resulta más difícil hacerlo cuando se es un hombre consciente en la vida. Como tal, es doblemente arduo
seguir firmemente una ruta a través del mar de los problemas, sin dejar de ser recto y perseverante. Eso me
vuelve cavilosa; durante días enteros, busco y rebusco un medio radical de curarlo de esa palabra terrible:
"fácil".
Lo que le parece tan fácil y tan hermoso lo arrastrará a un abismo donde no hay amigos ni apoyo, ni
nada que se vincule a la belleza; un abismo del que es casi imposible salir. ¿Cómo hacérselo comprender?
Todos vivimos sin saber por qué ni con qué norte, y siempre buscamos la felicidad; vivimos todos
juntos y cada cual de manera diferente. Los tres fuimos educados en un buen ambiente, estamos capacitados
para el estudio, tenemos la posibilidad de realizar algo, y muchas razones para esperarla felicidad, pero
debemos hacer algo para alcanzarla. Realizar una cosa fácil no demanda ningún esfuerzo. Hay que practicar
el bien y trabajar para merecer la dicha, y no se llega a ella a través de la especulación y la pereza. La pereza
seduce, el trabajo satisface.
No comprendo a las personas que desdeñan el trabajo, aunque no es el caso de Peter; lo que le falta
es un objetivo determinado; se considera poco listo y demasiado mediocre para llegar a un resultado. ¡Pobre
muchacho! Nunca ha sabido lo que es hacer a los demás felices, y eso yo no puedo enseñárselo. No tiene
religión, se burla de Jesucristo, y blasfema usando el nombre de Dios; tampoco yo soy ortodoxa, pero me
entristece su desdén, su soledad y su pobreza de alma.
Pueden regocijarse quienes tienen una religión, pues no le es dado a todo el mundo creer en lo
celestial. Ni siquiera es necesario temer el castigo, después de la muerte; no todos creen en el purgatorio, el
infierno y el cielo, pero una religión, sea cual fuere, mantiene a los hombres en el camino recto. El temor a
Dios otorga la estimación del propio honor, de la propia conciencia. ¡Qué hermosa sería toda la humanidad, y
qué buena, si, por la noche, antes de dormirse, cada cual evocase cuanto le ocurrió durante el día, y todo lo
que hizo, llevando cuenta del bien y del mal en su línea de conducta! Inconscientemente y sin titubeos, las
personas se esforzarían por enmendarse, y es probable que después de algún tiempo se hallarán frente a un
buen resultado. Todo el mundo puede probar este simple recurso, que no cuesta nada y que indudablemente
sirve para algo. "En una conciencia tranquila es donde radica nuestra fuerza". El que lo ignore puede
aprenderlo y hacer la prueba.
Tuya,
ANA
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Henk llegó a la una y nos dijo que era el cartero. Peter volvió a bajar... para oír el timbre una vez
más y para girar de nuevo sobre sus. talones. Yo me puse a escuchar, primero junto a la puerta-armario;
luego, despacio, avancé hasta la escalera. Peter se unió a mí, y nos inclinamos sobre la balaustrada como dos
ladrones, para oír las voces familiares de los nuestros. Peter bajó algunos peldaños, y llamó:
—Elli...
Ninguna respuesta... Otra vez:
—Elli...
El estrépito de la cocina dominaba la voz de Peter. De un salto, echó a correr hacia abajo. Con los
nervios en tensión, me quedo en el lugar, y oigo:
—Márchate, Peter. Ha venido el contador. No puedes quedarte aquí.
Era la voz de Koophuis. Peter vuelve suspirando, y cerramos la puerta-armario. A la una y media,
Kraler aparece por casa, exclamando:
—¡Caramba! Por donde paso no veo más que fresas: fresas para el desayuno, Henk come fresas,
¡huelo fresas en cualquier sitio! Vengo aquí para librarme de esos granos rojos, ¡y ustedes los están lavando!
El resto de las fresas se puso en conserva. Esa misma noche, las tapas de dos vasijas habían saltado;
papá hizo en seguida mermelada de su contenido. En la mañana siguiente, otras dos vasijas abiertas, y por la
tarde, cuatro, pues Van Daan no las había esterilizado convenientemente. Y papá hace mermelada todas las
noches.
Comemos la avena con fresas, el yogur con fresas, el pan con fresas; fresas de postre, fresas con
azúcar y fresas con arena. Durante dos días, es el vals de las fresas. En seguida se acabó la reserva, salvo la
de los tarros puesto bajo llave.
—Ven a ver, Ana —me llamó Margot—. El verdulero de la esquina nos ha enviado guisantes
frescos. Nueve kilos.
—¡Qué amable ha sido! —respondí.
Muy amable, sí, pero la tarea de desgranarlos... ¡Puah!
—Todo el mundo a la tarea mañana por la mañana, para desgranar los guisantes —anunció mamá.
En efecto, a la mañana siguiente la gran cacerola de hierro enlozado apareció sobre la mesa después
del desayuno, para no tardar en llenarse de guisantes hasta el borde. Desvainarlos es una tarea fastidiosa, y es
más bien un arte desprender la piel interior de la vaina; pocas personas conocen las delicias de la vaina de los
guisantes una vez desprovista de su piel. El sabor no lo es todo; la enorme ventaja es que se obtiene un
volumen mayor.
Quitar esta piel interior es un trabajito muy preciso y minucioso, indicado quizá para los dentistas
pedantes y los burócratas meticulosos; para una impaciente como yo, es un suplicio. Comenzamos a las
nueve y media; a las diez y media, me levanto; a las once y media, vuelvo a sentarme. Me zumban los oídos:
quebrar las puntas, sacar los hilos, quitar la piel y separarla de la vaina, etc. La cabeza me da vueltas. Verdor,
verdor, gusanito, hilito, vaina, vaina podrida, vaina verde, verde, verde.
Se transforma en una obsesión. Hay que hacer algo. Y me pongo a hablar aturdidamente de todas las
tonterías imaginables, hago reír a todo el mundo, o los aburro enormemente. Con cada hilo que quito más me
convenzo de que no quiero ser tan solo una simple ama de casa.
A mediodía almorzamos por fin, pero después a reanudar la tarea, hasta la una y cuarto. Al terminar,
tengo una especie de mareo; los otros también, poco más o menos. Dormí hasta las cuatro, y me siento
todavía embrutecida por esos detestables guisantes.
Tuya,
ANA
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le he dejado tomar parte alguna en mi vida interior, sino que a menudo lo enfado con mi irritabilidad,
alejándolo de mí todavía más.
Eso me hace meditar mucho: ¿cómo es que Pim me fastidia a ese extremo? No aprendo casi nada
estudiando con él, y sus caricias me parecen afectadas; querría estar tranquila y querría sobre todo que me
dejase un poco en paz..., hasta el día en que vea ante él a una Ana mayor, más segura de sí misma. ¿Es ésa la
razón? Porque el recuerdo de su reproche sobre mi terrible carta me sigue doliendo. Es que resulta muy
difícil ser verdaderamente fuerte y valeroso desde todos los puntos de vista.
Sin embargo, no es ésa mi mayor decepción. No. Peter me preocupa mucho más que papá. Me hago
bien cargo de que soy yo quien le ha conquistado, y no viceversa: lo idealicé, viéndole apartado, sensible y
amable, como un muchacho que necesitaba cariño y amistad. Había llegado al punto en que me era necesario
alguien a quien confiar mis sentimientos, un amigo que me señalase el camino que debía seguir, y,
atrayéndole lenta pero seguramente hacia mí, lo conquisté, aunque con dificultad. Por fin, después de haber
obtenido su amistad, hemos llegado a una intimidad que, bien pensada, ahora me parece inadmisible.
Hemos hablado de las cosas más secretas, pero, hasta aquí, hemos callado en cuanto a lo que
colmaba y sigue colmando mi corazón. Continúo sin forjarme una idea exacta de Peter. ¿Es superficial? ¿O
lo frena su timidez, incluso conmigo? Pero, abstracción hecha de eso, he cometido un grave error: alejé todas
las otras posibilidades de asegurar nuestra amistad al aproximarme a él mediante esas relaciones íntimas. Él
no desea más que amar, y yo le gusto cada día más; de eso me he dado bien cuenta. En cuanto a él, nuestros
encuentros le bastan; mientras que a mí me producen el efecto de un nuevo esfuerzo que obliga a volver a
empezar cada vez, sin, a pesar de todo, poder decidirme a abordar los temas que tanto me agradarían poner en
claro. He atraído a Peter a la fuerza, mucho más de lo que él pueda sospechar. Ahora bien, él se aferra a mí, y
yo aún no he hallado la forma de que él pise con sus propios pies. Después de haberme percatado —bastante
rápidamente, desde luego— de que no podía ser el amigo copartícipe de mis pensamientos, no he cesado de
aspirar a elevarlo por sobre su horizonte limitado y a magnificarlo en su juventud.
"Porque, en el fondo, la juventud es más solidaria que la vejez". Esta frase, leída en ya no recuerdo
qué libro, se me ha quedado grabada, porque la encuentro justa.
¿Es posible que nuestra permanencia aquí resulte más difícil a los mayores que a los jóvenes? No.
Indudablemente, eso no es verdad. Las personas adultas ya se han formado una opinión sobre todo, y no
suelen vacilar ante sus actos en la vida. Nosotros los jóvenes tenemos que hacer doble esfuerzo para
mantener nuestras opiniones, en esta época en que todo idealismo ha sido aplastado y destruido, en que los
hombres revelan su lado peor, en que la verdad, el derecho y Dios son puestos en duda.
Quien pretende que los mayores del anexo afrontan una vida mucho más difícil, no comprende sin
duda hasta qué punto nosotros somos asaltados por nuestros problemas... problemas para los cuales acaso
somos demasiado jóvenes, pero que no dejan de imponérsenos; hasta que tras largo tiempo, creemos haber
hallado la solución, generalmente una solución que no parece resistir a los hechos, pues éstos terminan por
destruirla. He ahí la dureza de esta época, tan pronto como los idealismos, los sueños, las bellas esperanzas
han tenido tiempo de germinar en nosotros, son súbitamente atacados y del todo devastados por el espanto de
la realidad.
Asombra que yo no haya abandonado aún todas mis esperanzas, puesto que parecen absurdas e
irrealizables. Sin embargo, me aferró a ellas, a pesar de todo, porque sigo creyendo en la bondad innata del
hombre. Me es absolutamente imposible construirlo todo sobre una base de muerte, miseria y confusión. Veo
el mundo progresivamente transformado en desierto; oigo, cada vez más fuerte, el fragor del trueno que se
acerca, y que anuncia tal vez nuestra muerte; me compadezco del dolor de millones de personas; y, sin
embargo, cuando miro el cielo, pienso que todo eso cambiará y que todo volverá a ser bueno, que hasta estos
días despiadados tendrán fin, y que el mundo conocerá de nuevo el orden, el reposo y la paz.
Mientras lo espero, pongo mis pensamientos al abrigo y velo por ellos, para el caso de que, en los
tiempos venideros, puedan todavía realizarse.
Tuya,
ANA
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mismo para las personas profundas, una simple distracción de una velada, que se olvida bien pronto. No está
mal. Cuando se trata de mí, sobre el "no está mal". Es aún algo peor. Me fastidia decírtelo. Pero ¿por qué no
he de hacerlo, si sé que es la verdad? Esta parte que toma la vida a la ligera, la parte superficial, sobrepasará
siempre a la parte profunda y, por consiguiente, será siempre vencedora. Puedes imaginar cuántas veces he
tratado de rechazarla, de asestarle golpes, de ocultarla. Y eso que, en realidad, no es más que la mitad de todo
lo que se llama Ana. Pero no ha servido de nada, y yo sé por qué.
Tiemblo de miedo de que todos cuantos me conocen tal como me muestro siempre descubran que
tengo otra parte, la más bella y la mejor. Temo que se burlen de mí, que me encuentren ridícula y
sentimental, que no me tomen en serio. Estoy habituada a que no me tomen en serio, pero es "Ana la
superficial" la que se ha habituado y quien puede soportarlo; la otra, la que es "grave y tierna", no lo
resistiría. Cuando, de veras, he llegado a mantener a la fuerza en el proscenio a "Ana la buena" durante un
cuarto de hora, ella se achica en cuanto hay que elevar la voz y, dejando la palabra a Ana número uno,
desaparece antes de que yo me dé cuenta.
"Ana la tierna" nunca ha aparecido, pues, ante el público, ni una sola vez; pero, en la soledad, su voz
domina casi siempre. Sé con exactitud cómo me gustaría ser, puesto que lo soy... interiormente; pero ¡ay!,
soy la única que lo sabe. Y ésta es quizá, no, es, seguramente, la razón por la cual yo llamo dichosa a mi
naturaleza interior, mientras que los demás juzgan precisamente dichosa mi naturaleza exterior. Dentro de
mí, "Ana la pura" me señala el camino; exteriormente, sólo soy una cabrita desprendida de su cuerda, alocada
y petulante.
Como ya te he dicho, veo y siento las cosas de manera totalmente distinta a como las expreso ante
los demás; por eso me denominan, alternativamente, volandera, coqueta, pedante y romántica. "Ana la
alegre" se ríe de eso, responde con insolencia, se encoge indiferente de hombros, pretende que no le importa;
¡pero ay!, "Ana la dulce" reacciona de la manera contraria. Para ser completamente franca, te confesaré que
eso no me deja indiferente, que hago infinitos esfuerzos por cambiar, pero que me debato siempre contra
fuerzas que me son superiores.
Una voz solloza dentro de mí: "Ya ves, ya ves adonde has llegado: malas opiniones, rostros burlones
o consternados, antipatías, y todo eso porque no escuchas los buenos consejos de tu propia parte buena" ¡Ah,
cuánto me gustaría escucharla! Pero eso no sirve de nada. Cuando me muestro grave y tranquila, doy la
impresión a todo el mundo de que interpreto una comedia, y en seguida recurro a una pequeña broma con el
fin de zafarme; para no hablar de mi propia familia, que, persuadida de que estoy enferma, me hace engullir
tabletas contra las jaquecas y los nervios, me mira la garganta, me tantea la cabeza para ver si tengo fiebre,
me pregunta si estoy constipada y termina por criticar mi mal humor. Ya no puedo soportarlo: cuando se
ocupan demasiado de mí, primero me vuelvo áspera, luego triste, revertiendo mi corazón una vez más con el
fin de mostrar la parte mala y ocultar la parte buena, y sigo buscando la manera de llegar a ser la que tanto
querría ser, lo que yo sería capaz de ser, si... no hubiera otras personas en el mundo.
Tuya,
ANA
EPILOGO
La llamada "policía verde" holandesa penetró en el anexo el 4 de agosto. Arrestó a todos los allí
ocultos, además de Kraler y Koophuis. Todos fueron internados en el campo de concentración para
holandeses.
El "anexo" fue saqueado por la Gestapo. Miep y Elli descubrieron posteriormente las hojas del
diario de Ana entre los documentos, diarios viejos y revistas que quedaron desparramados por el suelo. Con
excepción de algunos pasajes carentes de mayor interés público, se reprodujo fielmente el texto original de
las anotaciones de Ana Frank.
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De los clandestinos habitantes del anexo sólo retornó el Sr. Frank, Kraler y Koophuis lograron
sobrevivir a las penurias del campo de concentración holandés y pudieron volver a sus hogares.
Anne murió de tifus en el campo de exterminio de Bergen-Belsen en marzo de 1945, dos meses
antes de la liberación de Holanda por las fuerzas aliadas.
El viernes 10 de mayo de 1940 al amanecer, Hitler lanzó ochenta divisiones que irrumpieron,
simultáneamente, en Bélgica y Holanda. Junto con las tropas, llegó la siniestra Gestapo para hacer cumplir
entre otras, las leyes raciales dictadas por el régimen nazi.
Los Frank, como otras familias judias alemanas, habían emigrado a Holanda, en 1933, huyendo del
antisemitismo. Se instalaron en Amsterdam. A la llegada de los alemanes no pudieron abandonar el país y, el
lunes 6 de julio de 1942, se refugiaron en el "anexo secreto", ubicado en las mismas oficinas de Otto Frank.
Hoy la casa es un museo.
Menos de un mes antes, Ana, la hija menor de sólo trece años, había comenzado a escribir su Diario.
Lo hace hasta el 1° de agosto de 1944. Tres días después, hacia las 10.30 de una mañana de verano, irrumpe
en el anexo la Grüne-Polizei y sus ocho habitantes, más sus protectores Kraler y Koophuis, son arrestados y
enviados a campos de concentración. El fascista holandés que los denunció ganó 60 florines —7,50 por
cabeza— por entregar al grupo.
El Diario de Ana Frank es uno de los testimonios más conmovedores de una víctima del delirio a
que llegó el mundo por la acción de los nazis. Fue encontrado, en medio del caos dejado por la Gestapo en el
refugio, por las buenas amigas Miep y Elli, junto a doce relatos y una novela inconclusa, todos escritos por
Ana en holandés. Será su padre Otto Frank, el único sobreviviente de la familia, quien lo publicará en alemán
en 1954.
Después de la detención, son llevados al campo de concentración de Westerbock, todavía en
Holanda. Más tarde a Auschwitz, en Polonia, donde Ana pierde su larga cabellera. Los nazis rapaban a las
mujeres porque el cabello era materia prima para correas de trasmisión y ayudaba a cerrar herméticamente
los submarinos.
Hacia fines de octubre de 1944, Margot y Ana son trasladadas al campo de concentración de
Bergen-Belsen, en Alemania. Margot muere en febrero de 1945. Ana en marzo del mismo año, dos meses
antes de la entrada de las tropas británicas al campo; dos meses antes de la liberación de Holanda. Ana Frank
todavía no cumplía los dieciséis años, había nacido el 12 de junio de 1929...
Mariano Aguirre
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