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La Astrologia en La Biblia

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CAPÍTULO V

ASTROLOGÍA EN LA BIBLIA. ERA DE PISCIS.


EL PEZ DE LOS CRISTIANOS

Cada cual interpreta a su manera la música de los cielos.


Proverbio chino

1. ORÍGENES DE LA ASTROLOGÍA
Para arrojar algo de luz sobre el advenimiento del
cristianismo y su supuesto origen divino será necesario hacer
una breve introducción a la Astrología.
Esta ciencia, que no es más que la interpretación del
movimiento de las estrellas y su influencia en los seres vivos,
sirvió de base en el mundo antiguo para predecir las
estaciones, las épocas de siembra y cosecha, los efectos del
Sol sobre las plantas, y cómo afectaba el crecimiento y
mengua de la Luna sobre las mareas.
Surgió en Caldea –de hecho, a los antiguos astrólogos se les
llamaba “caldeos”–, se extendió posteriormente a
Mesopotamia (77), Egipto(78), Tibet y China, así como a
Grecia, Roma –gracias a personajes como Hiparco de Nicea y
a Claudio Ptolomeo– y el mundo árabe(79).
La Astrología propone la existencia de un cierto determinismo
que rige la vida de un hombre en función de la influencia
recibida por los astros (80).
Algo que va en contra de la postura cristiana, que defiende el
libre albedrío del hombre y que éste es el único responsable
de su propio destino y de alcanzar el Reino de los Cielos en
función de sus obras.
Por tanto, el simple hecho de considerar la existencia de otro
ser, cuerpo, ente o astro, además de Yahvé, que pueda
controlar, aunque sólo sea parcialmente, el destino de los
hombres (81), es una idea absolutamente inconcebible –e
inaceptable– para los literalistas de la Iglesia.
Debido a esta absurda creencia, todo aquel que practicara las
artes adivinatorias era acusado de herejía (82), y era carne
de hoguera para las fauces de la Inquisición, siempre atentas
a cualquier ideología que pudiera mermar el omnipresente
poder de la Iglesia.
Debemos tener en cuenta que el cielo es el arquetipo por
excelencia del orden universal. El dios que preside la corte
celestial es el Soberano y garantiza tanto la perennidad y la
intangibilidad de los ritmos cósmicos como el equilibrio de las
sociedades humanas.
De ahí que surgieran todo tipo de historias mitológicas en
torno a los dioses uranios que representaban la omnipotencia
de los cielos; y que la figura del Dios Padre (83), dueño y
señor de los cielos, fuera una figura repetida en la mayoría de
las religiones antiguas (84), en la que las estrellas
constituyen su ejército. Recordemos que en el Antiguo
Testamento a Yahvé se le llama en numerosas ocasiones el
«Señor de los Ejércitos», y que manifiesta su poder mediante
la tormenta, el rayo y el fuego, anunciándose en varias
ocasiones por el trueno.
Un fenómeno natural que, probablemente, fuera la primera
noción de un poder mayor, de lo divino, experimentada por el
ser humano.
Aunque no existen pruebas documentadas escritas sobre la
utilización de relojes solares y lunares en la prehistoria, sí
existen pruebas irrefutables sobre la existencia de los mismos
y sobre la importancia que se le concedía al estudio de los
cuerpos celestes.
Quizá el más famoso de estos relojes sea Stonehenge,
situado en la llanura de Salisbury, un templo megalítico
empleado para determinar las estaciones a partir del
alineamiento del Sol sobre sus pilares de piedra.
También fueron muy utilizados los relojes lunares, que
comprendían el tiempo transcurrido entre la aparición de una
Luna nueva y la siguiente, de una duración aproximada de
29,5 días, muy parecida al mes actual (85).
La aparición de la semana –que no está basada en ningún
ciclo celeste, sino que proviene de los dioses planetarios
paganos de los cultos astrológicos caldeos y egipcios de la
Antigüedad– se debe a la necesidad de emplear una unidad
de tiempo mayor que un día y menor que un mes.
La duración de siete días proviene de la influencia de los
babilonios sobre los judíos (86). Fueron los babilonios, los
primeros astrónomos científicos, quienes realizaban sus
cuentas en múltiplos de 60, de donde surgieron los conceptos
de minutos y horas para fraccionar el día.

2. LA ASTROLOGÍA EN LA BIBLIA

Debido a esta innegable influencia de los cuerpos celestes


sobre el comportamiento del ser humano, los antiguos
asignaron a determinados grupos de estrellas nombres y
formas, además de dotarlos de personalidades propias y de
sus propias “historias y hazañas”, y las fueron transmitiendo
de generación en generación, especialmente por medio de las
autoridades religiosas; desde siempre, la Astronomía-
Astrología ha estado íntimamente ligada a la religión.
El Antiguo Testamento, como no podía ser de otra manera,
no es más que una reconstrucción alegórica adaptada por el
pueblo hebreo de estas tradiciones astrológicas que los
literalistas de la supuesta “Palabra de Dios” no saben –o no
quieren– aceptar.
A pesar de que existen dentro de la propia Biblia ciertos
comentarios negativos sobre la Astrología –insertados a lo
largo de los siglos a medida que los literalistas veían peligrar
la hegemonía de la Iglesia– encontramos varios pasajes
clarificadores acerca de la suprema importancia de la
Astrología en la religión: como dice el propio Génesis (1,14):
«Dijo luego Dios(87) (Elohim): Haya en el firmamento de los
cielos estrellas para separar el día de la noche, y servir de
señales a estaciones, días y años.»
En Job (9, 7–9) encontramos: «Él manda al Sol, y éste no
brilla y guarda bajo sello las estrellas. Él sólo viene de los
cielos y camina sobre las crestas del mar. Él creó las Osa, el
Orión y las Pléyades y las cámaras del cielo austral.» O en
Job (38, 31–33): «[Yahvé pregunta a Job] ¿Has atado tú los
alzos de las Pléyades o puedes soltar las ataduras del Orión?
¿Eres tú el que a su tiempo hace salir las constelaciones [el
Zodíaco] y quien guía a la Osa con hijos? ¿Has enseñado tú a
los cielos su ley y determinado su influjo sobre la tierra?»
Hecho éste que se insiste en Amós (5, 8): «Él hizo las
Pléyades y el Orión, Él torna las tinieblas en aurora y del día
hace la noche oscura, llama las aguas del mar y las derrama
sobre el haz de la tierra. Yahvé es su nombre.» Las Pléyades
(88), las estrellas polares o las «Siete Hermanas»,
correspondían a los Siete Hator de los egipcios, que eran, a
su vez, los «siete seres que hacen decretos» con los que los
muertos se encontrarían en sus viajes después de la muerte a
través de las siete esferas.
Las Pléyades representan un papel muy importante dentro
del judaísmo, como lo indica el símbolo del Menorah sagrado,
candelabro de siete brazos (seis más el tallo), decorados con
simbología genital femenina (lirios y almendras), tal y como
se indica en Éxodo (25, 31–33): «[Yahvé hablo a Moisés
diciendo]: Harás un candelabro de oro puro, con su base, su
tallo, su cálices, su globos y sus lirios saliendo de él. Seis
brazos saldrán de sus lados, tres del uno y tres del otro. Tres
cálices, a modo de flores, con sus globos y lirios; tres cálices,
a modo de flores de almendro, con sus globos y lirios el
segundo…» También encontramos simbología astrológica en
Salmos (19, 2,5): «Los cielos pregonan la gloria de Dios, y el
firmamento anuncia la obra de sus manos. El día transmite el
mensaje al día, y la noche pasa la noticia. No son discurso ni
palabras cuya voz pueda oírse. Su pregón sale por toda la
tierra, y sus palabras llegan hasta los confines del orbe. Puso
en ellos una tienda para el sol…» Esta “tienda” representa un
santuario o templo sagrado o de culto, por lo que se deduce
que los cielos son, en realidad, un templo del Sol y de los
cuerpos celestiales.
Los templos, tal y como los definió Joseph Campbell, son «la
proyección en el espacio terrestre de una morada del mito.»
Tanto la Luna como el Sol eran representaciones de Dios,
Yahvé y poseían personalidad propia –Isaías (24,23): «Y la
Luna se sonrojará, y avergonzárase el sol.» Incluso Pablo, ya
en el Nuevo Testamento, también hace alusión a la
Astrología.
Tenemos un claro ejemplo en Corintios I (15, 40–41): «Y hay
cuerpos celestes y cuerpos terrestres, y uno es el resplandor
de los cuerpos celestes y otro el de los terrestres. Uno es el
resplandor del Sol, otro el de la Luna y otro el de las
estrellas, y una estrella se diferencia de la otra por su
resplandor [gloria].» Pasaje éste que denota un claro acento
astro-teológico.
Además, en todo el Evangelio (89), Jesús se refiere a “eras”
(que son las divisiones que preceden a los equinoccios); así,
al igual que Moisés fue creado para anunciar la era de Aries,
Jesús serviría, como el Avatar (reencarnación en el pez
Matsya de la deidad india Visnhú), para anunciar la era de
Piscis (90). Hecho éste que se constata por el repetido uso de
la imagen del pez en todo el Evangelio.

3. EL SIMBOLISMO DEL PEZ EN EL CRISTIANISMO


Aunque, incluso hoy en día, se hace creer que el pez es un
anagrama que representa a Jesucristo por las palabras
ICHTYS (Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador), en realidad hace
referencia a la palabra griega empleada para pez: Ikhthus.
También se mantuvieron ciertos iconos de la antigua era de
Aries como el cordero (Agnus Dei: «Cordero de Dios»(91)).
Tal y como nos aclara Marija Gimbutas: «El simbolismo del
pez abarca desde el de ser un emblema de la vulva, o el falo,
al de ser un símbolo del alma o del barco místico de la
vida»(92).
La imagen del pez asociada a la Diosa simboliza el
nacimiento, ya que lo que precede al nacimiento del bebé es
la rotura de aguas en el útero materno.
En su representación como “espíritu de las aguas”, es una de
las imágenes más antiguas de la vida regenerada, y solía
asociarse a la Diosa. De hecho, la tradición de comer pescado
el viernes, día de la diosa Venus, deidad de la regeneración,
sigue vigente en algunos países hoy en día, como en España
o Italia.
La imagen del pez también se relaciona con el bautismo, la
celebración del segundo nacimiento –tal y como “manda”
Jesús en Juan (3,5): «Quien no nazca del agua y del Espíritu,
no puede entrar en el reino de los cielos»–, pues en tal
ceremonia al neófito se le “saca” del agua como a un pez.
Jonás renace de una ballena –un «gran pez»–, al igual que
Gilgamesh(93), Vishnú y Hércules, que debe descender al
fondo del mar para encontrar la hierba de la inmortalidad, o
Teseo, que se sumerge en las profundidades para obtener la
corona dorada de Thetis, la diosa del océano.
Todos ellos no son más que las representaciones iniciáticas
de los misterios de la muerte y resurrección. El “milagro” de
los panes y los peces del Nuevo Testamento está asociado a
la comida ritual de la multiplicación de los peces
(simbolizando la regeneración propiciada por la Diosa) y los
panes, fruto de la germinación de la semilla fecundada por el
dios Sol.
Esto nos lleva a un matrimonio sagrado, hieros gamos, del
dios Sol con la diosa Naturaleza, representado por la
ceremonia ritual de la comida de dos de sus elementos más
simbólicos y representativos. El pez es otra de las
“coincidencias” que relacionan al cristianismo con el
paganismo.
En Juan (21,11) encontramos: «Subió Simón Pedro y arrastró
la red a tierra, llena de ciento cincuenta y tres peces
grandes.» Este número era muy conocido entre los
pitagóricos.
La relación 153:265 –llamada por Arquímedes la «medida del
pez»– es la relación entre la altura y la longitud de dos
círculos (recordemos que los pitagóricos concebían a Dios
como una esfera perfecta) unidos en un matrimonio simbólico
que representa la unión perfecta del espíritu y la materia, de
tal forma que cuando la circunferencia de uno toca el centro
del otro se obtiene una imagen simbólica de dos peces
unidos. Esta representación cobraría forma posteriormente
con el simbolismo de los anillos en las ceremonias
matrimoniales católicas de la actualidad, en las que el
hombre y la mujer introducen en el dedo anular de su pareja
el anillo como símbolo de entrega espiritual de lo mejor que
hay en cada uno (94).

4. SIMBOLOGÍA ASTROLÓGICA. PRECESIÓN Y


EQUINOCCIOS. INFLUENCIA DE LOS CULTOS LUNARES
Para explicar detalladamente la simbología astrológica
contenida en la Biblia, será necesario realizar una aclaración
astronómica fundamental: el eje de la Tierra no es estable,
ya que la Tierra no es una esfera perfecta, sino que está
aplanada en los polos y abultada a lo largo del ecuador.
Reacciona a la influencia gravitatoria del Sol y la Luna como
una peonza giratoria cuya rotación está distorsionada por una
fuerza externa.
Este hecho origina lo que se llama la precesión de la
Tierra(95). Este fenómeno implica que el eje de la Tierra en sí
mismo rota en círculo, generando un movimiento cónico
alrededor del polo fijo de la eclíptica(96).
Una rotación completa alrededor de este cono tarda
aproximadamente unos 25.920 años. A este periodo de
tiempo se le llama Año Platónico, Gran Período o Año Sideral.
Está determinado por la revolución de los equinoccios, y
corresponde al tiempo en que las estrellas vuelven a sus
puntos de origen con respecto a los equinoccios en función de
una sucesión constante.
Visto desde un observador de la Tierra, el fenómeno de la
precesión se traduce en que el Sol va “desplazando” su punto
de salida hacia el ocaso y viceversa.
Así, cuando se ha producido un ciclo completo de 25.920
años el punto por el que sale el Sol es el mismo punto en el
que se ponía al comienzo del ciclo.
En un año la precesión es de cincuenta segundos, en setenta
y dos años es de 1 grado, en 2.160 años sería de 30 grados y
en 25.920 tendríamos el ciclo completo de 360 grados.
Esta traslación del eje de la Tierra origina cambios en el
ecuador celeste, de modo que el punto de intersección entre
dicho ecuador y la eclíptica —el equinoccio vernal— se
traslada de este a oeste a lo largo del círculo de la eclíptica;
es decir, en dirección opuesta al Zodíaco normal.
Este fenómeno hace que se desplace el punto vernal y que se
trasladen asimismo los signos del Zodíaco(97).
Una consecuencia del fenómeno de la precesión es que, de
año en año, el equinoccio de primavera se retrasa unos 11
minutos y 14 segundos.
Hiparco de Nicea descubrió este retraso hace más de 2.000
años y lo denominó precesión de los equinoccios.
Este retraso hace que tanto los equinoccios como los
solsticios se retrasen una media de un día más o menos cada
125 años.
Este hecho afecta de manera fundamental a la celebración de
la Navidad.
Para explicar la determinación de esta fecha debemos
comenzar diciendo que Mithra, la deidad persa, fue declarado
dios protector de Roma hacia el año -62 y que se celebraba
su nacimiento la noche del 24 al 25 de diciembre pues, en
aquella época, el solsticio de invierno se producía el 25 de
diciembre.
La primera Navidad se celebró con el papa Liberio, en el año
353, el 24 de diciembre –si bien no fue consentida por las
autoridades romanas hasta el siglo IX–; aunque, debido al
fenómeno de la precesión de los equinoccios, el solsticio de
invierno ocurría el 21 de diciembre; y el equinoccio de
primavera tenía lugar el 21 de marzo –celebrándose el 24 de
marzo–.
En el concilio de Nicea, en el año 325, se obvian esos 3 días y
se impone como fecha fija para el equinoccio de primavera el
21 de marzo, y para el solsticio de invierno el 21 de
diciembre, con lo que se desliga el sentido original solar del
fenómeno de la Navidad.
Pero la sentencia del concilio no solucionó el retraso de los
equinoccios de 11 minutos y 14 segundos por año, lo que
supuso serios problemas para la Iglesia.
Esto se debía a que la Pascua de Resurrección tenía que
celebrarse el primer domingo siguiente a la primera Luna
llena después del equinoccio de primavera(98), tal y como se
impuso en el concilio de Nicea.
En ese momento el Sol se encuentra en el signo de Aries
(mes de Nisán), y la Luna en el signo de Libra.
Este hecho da una idea muy significativa de la influencia del
culto lunar en el cristianismo, pues, tras el equinoccio de
primavera, momento en el que el dios Sol “triunfa” sobre la
noche, debe proceder a su descenso al infierno (del latín
inferus, “inferior”) durante tres días (los que desaparece del
firmamento nocturno la Luna en cada uno de sus ciclos) para
morir en la carne y resucitar en espíritu.
Así sucedía en la mayoría de las religiones mistéricas, donde
el héroe debía morir y resucitar al tercer día, como es el caso
de Tammuz, Dionisos, Osiris/ Horus, Attis, etc.
Estos problemas continuaron hasta que, en el año 1582, el
papa Gregorio XIII y su astrónomo Clavius propusieron el
establecimiento de un nuevo calendario en el que se
corregirían los diez días de error acumulados desde el concilio
de Nicea.
Es el que hoy se denomina calendario gregoriano, nuestro
calendario actual. Esta medida dio lugar a que, en los países
católicos romanos donde se adoptó este calendario, al 4 de
octubre de 1582 le siguió el 15 de octubre(99).
En los países protestantes la reforma no se adaptó hasta
1752 y en Rusia hasta 1917.
El equinoccio vernal tarda aproximadamente 26.000 años en
hacer una revolución completa alrededor de la eclíptica; es
decir, a través de las doce constelaciones. Tarda una doceava
parte de este tiempo —aproximadamente 2.160 años— en
recorrer cada signo zodiacal.
En la Antigüedad, el equinoccio vernal se ubicó entre los
signos de Piscis y Aries –el equinoccio otoñal se situaba en
Libra–, aunque en la actualidad se ubica en la zona fronteriza
entre las constelaciones de Piscis y Acuario –el equinoccio
otoñal se sitúa ahora en Virgo–, moviéndose lentamente
hacia Acuario. Debido a que las constelaciones carecen de
límites claros, es difícil definir exactamente cuándo el
equinoccio vernal pasará de la constelación de Piscis a la de
Acuario, es decir, cuándo comenzará la llamada Era de
Acuario, el nuevo ciclo cósmico o Nueva Era. Dependiendo de
donde se dibuje este límite, ocurrirá en algún momento entre
los años 2000 y 2200.
Cabe resaltar que en esos momentos de cambios de Era, la
Tierra cruza la línea del equinoccio en el plano sideral –
periodo que puede durar varias décadas–, momento en el
que, según la Astrología, pueden tener lugar importantes
transformaciones en el pensamiento y el comportamiento del
hombre. Así pues, la simbología alegórica de la Biblia con
respecto al advenimiento del Mesías es bastante clara: la
llegada del Redentor, del Salvador, no es más que la llegada
de la Era de Piscis, la última de las eras zodiacales. El fin de
esta Era y el comienzo de un nuevo ciclo zodiacal en Acuario
es anunciado en el Apocalipsis; pero, con una correcta
interpretación de su llamado “juicio final”, podemos deducir
que se está refiriendo al fin de una Era, la de Piscis, y al
comienzo de un nuevo ciclo cósmico, representado por la
nueva Era de Acuario.
En este nuevo ciclo se producirá una renovación completa del
mundo atendiendo a los conceptos cíclicos ancestrales de
regeneraciones periódicas del universo.

5. REPRESENTACIONES ZODIACALES
Las representaciones simbólicas de los signos del Zodíaco,
que aparecen en innumerables ocasiones en la Biblia, siempre
y cuando fijemos la ubicación en el hemisferio norte, podrían
tener la siguiente explicación(100): –Aries es el carnero
bíblico y representa al dios de la guerra griego Ares (Marte
para los romanos), hijo de Zeus.
Traduciendo este simbolismo mitológico, Yahvé equivaldría a
Zeus, y Jesús, el hijo de Dios, correspondería a Ares, el que
restablecerá el orden, el Cordero de Dios.
La representación de Aries como el cordero/carnero puede
tener su fundamento en que en los meses de marzo/abril es
el tiempo en el que nacen los corderos (resurgir de la vida,
nuevo comienzo). –Tauro es el toro porque abril/mayo es el
tiempo de la labranza y el cultivo.
Tiene su origen mitológico en las reminiscencias del
minotauro en Creta (derrotado por Hércules).
El toro es el emblema del evangelista Lucas. –Géminis se
representa mediante los gemelos, llamados así por Castor y
Pólux, las estrellas mayores (y gemelas) en su constelación, y
porque mayo/junio es el tiempo del “incremento” o “hacerse
doble” del Sol, cuando alcanza su mayor fuerza. La leyenda
griega los encarna en los Dioscuros (hijos gemelos de Zeus).
–Después de que el Sol alcanza su fuerza en el solsticio de
verano, empieza a disminuir en Cáncer (junio/julio), por lo
que se llama a esas estrellas el cangrejo, que “camina hacia
atrás”.
El fundamento mitológico se asienta en el desprendimiento de
la naturaleza material del hombre para partir en busca del
espíritu, de la inmortalidad, a través de un proceso de muerte
y resurrección.
El símbolo del cangrejo proviene de la leyenda griega de Hera
y Lerna. –Leo es el león porque, durante el calor de
julio/agosto, los leones de Egipto salían del desierto. Leo
representa al sol. En la iconografía cristiana, el león es el
símbolo del Evangelio de Marcos. «El león, animal solar, es,
en la Antigüedad y en la Edad Media, un emblema de la
justicia y al mismo tiempo de poder; el signo del León es, en
el Zodíaco, el domicilio propio del Sol. El Sol de doce rayos
puede considerarse como representación de los doce Adityas;
desde otro punto de vista, si el Sol simboliza a Cristo(101),
los doce rayos son los doce apóstoles [la palabra apóstol
significa enviado, agente, misionero, o mensajero, y los rayos
son también ‘enviados por el sol’]»(102).
Esta aureola del Sol se ha intentado reproducir de diversas
formas: aureolas en los santos imitando un hálito de santidad
–práctica que fue copiada de la cultura babilónica, que
también representaba a sus dioses y diosas con rayos
dorados alrededor de sus cabezas–, coronación de los reyes o
la tonsura de los monjes, con el fin de reflejar el carácter
divino de quienes se pretendía encumbrar. –Virgo,
originalmente la Gran Madre Tierra, es la «Virgen de las
espigas, que tiene una vaina de trigo», y simboliza
agosto/septiembre, la época de la cosecha. Mitológicamente
representa a Venus, que, finalmente, derivaría en la Virgen
María, de ahí que el símbolo de Virgo sea una joven
adolescente. –Libra es la balanza, lo que refleja el equinoccio
otoñal (septiembre/octubre), cuando el día y la noche son de
nuevo iguales en fuerza. Simboliza la búsqueda del equilibrio
que mantiene al universo en movimiento. Mitológicamente, se
basa en la tradición babilónica en la que el dios Zibanitú
pesaba las almas en una balanza, en un rito muy similar al
del dios egipcio Thot. –Escorpio es el escorpión porque, en las
áreas desérticas, las fuertes tormentas de octubre/noviembre
se llamaban “escorpiones”, y porque esta época del año es la
del “picotazo en la espalda” del Sol, pues comienza su
descenso hacia la Tierra. El equinoccio otoñal, el momento en
el que el Sol “comienza a morir”, tenía lugar en la Antigüedad
en la constelación de Escorpio, por lo que este animal ha sido
considerado desde hace milenios como un icono de la muerte.
Su fundamento mitológico es la leyenda del escorpión que
atacó a Orión (el hijo de la Tierra) cuando forzó a Ártemis,
recibiendo por su ayuda una constelación como premio. –
Sagitario es el “arquero vengador” que hiere en los flancos y
debilita al Sol durante su aproximación en
noviembre/diciembre al solsticio de invierno.
La base mitológica es la del centauro Quirón, que simboliza
las dos partes de la naturaleza humana (voluntad e instinto),
representando la mitad del cuerpo animal (equino) las
pasiones y los instintos que mantienen clavado al hombre en
la tierra; mientras que el arco y la parte humana representan
el alma del hombre y su deseo de ascender a las estrellas, es
decir, a lo espiritual. –En Capricornio, el Sol debilitado
encuentra el «sucio, aciago macho cabrío», que arrastra hacia
abajo al héroe solar en diciembre/enero. Representa el
trabajo arduo, duro, y su simbolismo (mitad cabra y mitad
pez) se basa en la leyenda griega del dios Pan. –Acuario es el
aguador porque, en el hemisferio norte, enero/febrero es el
tiempo de las lluvias invernales. Acuario representa la
evolución del espíritu para su entrega hacia el prójimo, y su
carácter mitológico puede provenir de uno de los trabajos de
Hércules. –Piscis se representa mediante peces porque
febrero/marzo es el tiempo en que se rompe la capa de hielo
y se pesca a los peces engordados. El simbolismo de los dos
peces proviene de uno de los trabajos de Hércules, en el que
tenía que limpiar los establos de Augías. Para tal labor,
Hércules desvió los cauces de los ríos Alfeo y Peneo
(simbolizados por dos peces). Quienes interpretaban
literalmente la Biblia deseaban a toda costa que se cumpliera
el mensaje sagrado del Génesis (49, 10– 12): «No faltará de
Judá el cetro ni de entre sus pies el báculo hasta que venga
aquel cuyo es, y a él darán obediencia los pueblos. Atará a la
vid su pollino. A la vid generosa el hijo de la asna; lavará en
vino sus vestidos, y en la sangre de las uvas su ropa. Brillan
por el vino sus ojos.» Lo que, traducido literalmente,
significa: cuando reine alguien que no sea del pueblo de Judá,
vendrá el Mesíasredentor.
A raíz de esto, los literalistas llegaron incluso a pensar que
Herodes I, el Grande, primer extranjero en convertirse en rey
de la nación judía, sería el Redentor y Salvador. Pero, como
es natural, la figura de Herodes no era propia para la
encarnación de un mesías, por lo que tuvieron que inventarse
una nueva figura ambientada en esa misma época que
cumpliera los designios del Génesis. Realmente, si se aplica
una traducción alegórica de este pasaje, debería traducirse
como que Judá, el “cachorro de león”, es en realidad la
constelación de Leo, y el gobernante empapado en vino a
quien Judá pasa el cetro es Virgo, el tiempo de la cosecha de
la uva.

_______________________
NOTAS: 77. El perfeccionamiento de la Astrología en esta
zona pudo deberse a la necesidad de controlar las
imprevisibles crecidas del Tigris y el Éufrates.
78. En este caso las crecidas del Nilo eran mucho más
estables, y estaban precedidas por las apariciones anuales de
la estrella Sothis (Sirius), la «estrella de Isis», la «Señora del
Cosmos.»
79. Lacuela, Jorge G. Astrología: Entender los signos del
zodíaco para mejorar las relaciones personales. Ed. Óptima.
2004, p. 9.
80. Personajes tan ilustres como Kepler, el científico del siglo
XVI (que, entre otras cosas, calculó las órbitas elípticas de los
planetas del Sistema Solar), pensaba que los cuerpos
celestes emiten una radiación que influye directamente en el
ser humano.
81. Jung hace una interesantísima reflexión acerca del
destino de los hombres. «Me ha hecho la más profunda
impresión de que lo nuevo que el destino guarda, rara vez, o
nunca, corresponda a la expectativa consciente y, lo que es
aun más notable, contradiga igualmente a los instintos
arraigados, tal y como los conocemos, y sea sin embargo una
expresión extraordinariamente precisa de la personalidad
total, una expresión que no se podría en absoluto imaginar
más completa.» (Jung, C.G. & R. Wilhelm. El secreto de la
flor de oro. Ed. Paidós. 1955, p. 33).
82. Este término (del griego haíresis) no tenía inicialmente
las connotaciones negativas que la Iglesia se encargó de
atribuirle, sino que, en la literatura clásica, se llamaba
“herejía” a cualquier opinión, escuela filosófica, grupo o
partido político o religioso.
83. Aunque el culto a la Gran Diosa (la Madre Naturaleza) era
el culto más extendido en la Antigüedad, algunas culturas
como la griega, la india o la egipcia, también concibieron el
aspecto masculino de un Dios Padre. El significado
etimológico de la figura divina del Dios Padre no es originario
del cristianismo, sino que parte de la mitología griega en
forma de Zeus Pateras, el dios padre del cielo, que a su vez
toma el nombre de la versión india Dyaus Pitar. Éste, a su
vez, está relacionado con el egipcio Ptah, y de Pitar procede
la palabra pater, o padre. Zeus equivale a Dyaus, que se
convirtió en Deos, Deus, y, finalmente en Dios.
84. Ver nota XV de Notas Complementarias.
85. El calendario que empleamos en la actualidad proviene
del calendario romano que, a su vez, derivaba del calendario
lunar. Hacia la mitad del siglo I d.n.e., y tras varios años de
confusiones generadas por no fijar con exactitud la duración
de un mes, surgió el llamado calendario Juliano,
fundamentado en el calendario solar (originario de los
egipcios) y que establecía la duración de un año en 365,25
días. Pero esta duración del año solar no era exacta, ya que
era 11 minutos y 14 segundos demasiado largo. Tras la
sucesión de los equinoccios en fechas que no eran las
previstas, finalmente el papa Gregorio XIII hizo algunos
ajustes en el calendario juliano para obtener el calendario
usado en la actualidad (calendario gregoriano).
86. Los astrónomos descubrieron que, además del Sol y la
Luna, había cinco estrellas brillantes que cambiaban de
posición con respecto a otras que parecían fijas en el cielo:
Venus, Mercurio, Júpiter, Saturno y Marte.
87. Ver nota XVI de Notas Complementarias.
88. Estrellas de gran importancia dentro de la filosofía
esotérica, pues aparecen en el cielo al principio de la
primavera, es decir, cuando el Sol ha “triunfado” sobre las
tinieblas y los días comienzan a ser más largos que las
noches
89. En los primeros siglos tras la venida de Jesús, el término
griego evangelion («evangelio»), poseía un significado
diferente al concepto actual (asociado con los llamados
Evangelios Canónicos). Originalmente se asociaba a los
mensajes que distintas personalidades (gobernantes o
personajes de alto rango) hacían y que anunciaban un
acontecimiento futuro de cierta importancia. Después del
siglo I, la Iglesia comenzó a emplear este término para
designar a los documentos que contenían el mensaje de
Jesús, que, por esa época, eran mucho más numerosos que
los que la Iglesia se encargó de difundir, tal y como
demostraron los textos de Nag Hammadi y los manuscritos
del Mar Muerto.
90. Ver nota XVII de Notas Complementarias.
91. Ver nota XVIII de Notas Complementarias.
92. Gimbutas, Marija. Diosas y Dioses de la Antigua Europa:
7.000–3.500 a.n.e. Ed. Istmo. 1991, p. 121.
93. Ver nota XIX de Notas Complementarias.
94. Esta costumbre puede tener sus orígenes en el
intercambio de anillos y brazaletes hechos con plantas del
Nilo que realizaban las parejas del antiguo Egipto cuando se
juraban amor eterno. En la actualidad, la tradición de colocar
el anillo en el dedo anular de la mano izquierda tiene sus
orígenes en las creencias romanas de que la vena de este
dedo iba directa al corazón.
95. Fenómeno descubierto por Hiparco de Bitinia en torno a
los años 140 ó 130 a.n.e.; aunque es posible que ya lo
conocieran los astrólogos de Babilonia y Egipto.
96. La eclíptica es el plano que contiene la órbita de la Tierra
alrededor del Sol. Visto desde la Tierra, corresponde a la línea
que recorre el Sol al moverse por el cielo. Los astrónomos la
utilizan como plano fundamental de uno de los sistemas de
referencia para medir la posición relativa de los objetos
astronómicos, ya que permanece muy estable sobre el fondo
de las «estrellas fijas.»
97. Ver nota XX de Notas Complementarias.
98. Ver nota XXI de Notas Complementarias
99. Una curiosidad producida en el santoral femenino es que
Santa Teresa murió el día 4 de octubre y se enterró al día
siguiente, el 15 de octubre.
100. Acharya S. La conspiración de Cristo. Ed. Valdemar.
2006.
101. El Sol es, quizás, la única imagen razonable de un Dios
–al menos de un Dios Padre– ya que es la fuente de energía
que mantiene vivo a nuestro mundo. «El padre visible del
mundo es el Sol –nos dice Carl Jung–, el fuego celeste; de ahí
que padre, dios, Sol, fuego, sean sinónimos mitológicos. El
conocido hecho de que en la fuerza del Sol se adora la gran
fuerza procreadora de la naturaleza, dice claramente que el
hombre adora en la divinidad la energía del arquetipo.»
(Jung, Carl Gustav. Símbolos de transformación. Ed. Paidós.
2005, p. 113).
102. Guénon, René. El Rey del Mundo. Luis Cárcamo, editor.
1987, p. 44.

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