Apoca Lips Is
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Mientras los profetas se servían de la palabra hablada para dar su mensaje a los
creyentes, los apocalípticos utilizaron la visión relatada en un texto escrito (visión escrita)
para lograr lo mismo.
Estos grupos menores respondieron de distinta manera: o vivieron dentro del gran
grupo, pero con una identidad religiosa propia, o bien, se separaron de la comunidad-madre
y permanecieron extraños abiertamente (hasta las armas) tanto a la cultura como a la
teología que se les quería imponer. Demos un ejemplo de cada uno:
Los fariseos del tiempo de Cristo convivían con el resto de la población judía,
dirigida por los sacerdotes saduceos, pero conservando su propia visión religiosa;
Los esenios, también contemporáneos de Cristo, aceptaban la ley de Moisés y
demás Escrituras, pero se aislaron y se retiraron al desierto (Qumrán, junto al
Mar Muerto) como protesta contra Jerusalén, y allí desarrollaron un movimiento
espiritual y simbólico propio, diferente al judío oficial de Jerusalén en su piedad,
ritos y hasta en el calendario;
Los macabeos, siglo y medio antes de Cristo, se opusieron con las armas a la
dominación cultural y religiosa de Siria , de igual manera que lo hicieron los
zelotas contra los romanos en tiempos de Cristo, para sortear esos momentos de
crisis.
Los mitos antiguos que presentaban la creación del mundo o cosmogonía como una
lucha de divinidades (teomaquia), de gigantes (titanomaquia) o de animales
(teriomaquia);
Antiguos símbolos de desintegración del mundo (v.g. Is 51,9-11; Ez 37);
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Textos proféticos que hablan de la fe bajo un lenguaje diferente al común: Ez 40-48; Is
60-62; Za 1-6.
Con base en estas influencias, las comunidades y pensadores apocalípticos
respondieron a su situación crítica:
En la era cristiana tuvo mucho éxito, aun para los seguidores de Jesús, este tipo del
literatura. Su lenguaje colorido, un tanto exótico y misterioso, les ayudó a promover su fe y
a defenderse en los frentes judío y pagano que los rodeaban, como puede apreciarse en el
capítulo 13 del Evangelio según san Marcos y en el clásico libro del Apocalipsis.
En fin, los profetas apocalípticos (o simplemente “los apocalípticos”) escribieron
en y para tiempos de crisis, preocupados por la urgencia de un mundo en quiebra y al borde
de la aniquilación y firmemente orientados hacia el definitivo reinado de Dios, cuya
aparición gloriosa juzgaban inminente.
1. INTRODUCCION GENERAL.
1.1. Proemio.
Nos basaremos en tres fuentes principales: Ugo Vanni: “Apocalipsis” (Ed. Verbo
Divino); Carlos Mesters: “Esperanza de un pueblo que lucha” (Ed. Paulinas), Cahiers
Evangile: “El Apocalipsis” (Cuaderno No. 9, Ed. Verbo Divino).
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entender y a gustar tan bello mensaje. Es necesario leerlo muchas veces, hasta hacer del
texto algo familiar y atractivo.
1.2. El libro.
El título del libro sugiere ya en género literario apocalíptico (que se extiende del
siglo I a.C. al siglo III d.C. y se desarrolla primero en el ambiente judío y luego también en
el ambiente cristiano). Conviene saber los rasgos característicos de esta literatura:
Se interesa por unos hechos concretos, que tienen que ser interpretados a la luz de Dios
que conduce los acontecimientos de la historia y les da un significado que trasciende su
materialidad;
Este significado se expresa mediante el simbolismo: visiones extáticas, comunicaciones
de ángeles, animales como protagonistas; valor arcano atribuido a los números; juego
complejo de alusiones y tono intencionalmente hermético. En el Apocalipsis hay esto y
mucho más:
El autor define su obra como una profecía (Ap 1,3; 22,7.19) y se designa a sí
mismo como profeta (Ap 10,11; 22,6-9). Se coloca en la línea de los grandes profetas del
AT que exhortan con urgencia a un grupo de oyentes (esto no aparece en la apocalíptica,
sino que es algo típico del autor del Apocalipsis).
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1.4. Estructura del libro.
El Apocalipsis se presenta como obra unitaria:
Prólogo (1,1-3) y termina con un epílogo (22,6-21);
El cuerpo, consta de dos partes generales, desiguales, pero fácilmente reconocibles:
La primera, constituida por siete cartas precedidas de una introducción general (1,4-
3,22);
La segunda tiene una estructura más compleja: se pueden ver en ella cinco
secciones:
a) Ap 4-5, con función introductoria: presenta los elementos y los personajes
que actuarán: Dios, la corte celestial, el Cordero, el libro de los siete sellos.
b) Ap 16,17-22,5 es la quinta sección, con aspecto de conclusión: la
condenación definitiva e irreversible del mal, la exaltación suprema del bien.
Estos dos elementos confluyen en la síntesis final de la Jerusalén celestial. En
medio de estas dos secciones, tenemos un movimiento lineal ascendente.
c) 6,1-7,17: Sección de los sellos, caracterizada por la apertura progresiva de
los 6 primeros sellos por parte del Cordero. El 7º sello abraza toda la parte
siguiente.
d) Sigue la tercera sección (8,1-11,14) caracterizada por la sucesión septenaria
de las trompetas: expresa confrontación dialéctica entre el bien y el mal,
profundizando en la figura de los protagonistas negativos y subrayando la
“parcialidad” histórica de ese conflicto. Se nota que en la historia de la salvación
habrá estancamientos, puntos muertos de una y otra parte.
e) La cuarta sección (11,15-16,16) caracterizada por las tres señales (la
mujer, el dragón, los siete ángeles con siete copas) nos presenta la lucha entre el
bien y el mal en su desarrollo dramático hasta el punto culminante, el “gran día”
(16,16).
Pero este desarrollo hacia adelante no es unívoco. Hay en todas las secciones
elementos que giran libremente hacia adelante o hacia atrás, dando al desarrollo una
fisonomía característica, que lo saca del esquema histórico-cronicista (sucesión temporal en
sentido estricto) y lo coloca en la zona ideal de la metahistoria.
El estilo es excepcional. El estilo está tal vez en el ritmo interior; por eso, pasa de
un capítulo a otro, escucha, medita, reflexiona, llevado siempre hacia adelante como por
una ola misteriosa y envolvente.
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repetitivas, por palabras - clave, por los esquemas literarios, etc. Pero no se ve esclavizado
por los esquemas: tiene una personalidad originalísima. ¿Qué nombre tiene?
1.6. El autor.
1.7.1. Dios.
El autor tiene agudo sentido de Dios que expresa con terminología ordinariamente
veterotestamentaria. Presenta a Dios como el santo (en sentido sacral y moral), justo,
omnipotente. También como el que está sentado en su trono y domina activamente sobre
todo, simplemente como Dios. También se le llama “Padre de Cristo”, adquiriendo una
fisonomía neotestamentaria.
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1.7.2. Cristo.
Para el autor es una figura menos familiar que la de Dios. Aparece una serie de
títulos cristológicos sacados, en parte, del contexto religioso neotestamentario: Se le llama
“El Cordero”, “el Testigo fiel”, “el Amén”, “el Verbo de Dios”, “El Hijo de Dios”, “el
Lucero de la mañana”. El autor sintetiza su concepción de Cristo en la visión inicial (Ap
1,12-20): muerto, resucitado, vivo, Cristo mueve hacia adelante con su energía a su Iglesia.
Respecto a ella, cumple una doble misión: la juzga con su Palabra, purificándola (cap. 1-3);
la ayuda a derrotar las fuerzas hostiles que la acechan, convirtiéndola en su esposa (cap. 4-
21). De este modo, Cristo sube hasta el trono de Dios, prolongando en la realización
histórica de la Iglesia lo que será su victoria personal, obtenida con la resurrección.
1.7.4. La Iglesia.
1.7.5. Escatología.
Para algunos, los hechos son contemporáneos al autor; para otros, esos hechos son
únicamente futuros; otros prescinden de toda referencia a hechos simultáneos o futuros y
dicen que nos ofrece más bien un esquema de salvación.
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Pero en el Apocalipsis hay una particularidad: el sistema lingüístico en el que actúa
no es simple de definir: su lengua es el griego popular (de la koiné), pero su matriz cultural
es substancialmente el AT, donde encuentra una multiplicidad de símbolos ya elaborados.
En cuanto al contacto con el AT, hablaremos en otro momento.
2. EL SIMBOLISMO CÓSMICO.
Los términos que expresan la realidad cósmica como “cielo”, “estrellas”, “sol”,
“mar”, etc., presentan en el Apocalipsis dos niveles de significado: realístico y simbólico,
que aparecen normalmente en el AT, permitiéndonos pasar de un sentido a otro en el
proceso de simbolización.
“Las estrellas” suponen el mismo proceso que el “cielo”: significan las
estrellas en sentido físico y son símbolo de la trascendencia de Dios, de alguna manera
relacionada con la acción creadora. En sentido físico, se pueden entender cuando se habla
de ellas en las alteraciones cósmicas (cf Ap 6,13; 12,4). Pero cuando “estrella” se refiere al
“ángel de la Iglesia” (1,20), cuando indica la caída del cielo a la tierra (9,1), cuando se
aplica a Cristo que se autodefine “la estrella radiante de la mañana” (22,16), es ya
completamente simbólico. Pero el significado que adquiere fundamentalmente es el del
desplazamiento de un elemento celeste que viene a situarse sobre la tierra; luego el
contexto especifica: se tratará de la dimensión celeste, trascendente, que compete a la
Iglesia en su concreción histórica, de la tensión hacia la plenitud del día escatológico que
Cristo resucitado, sentido como presente en la Iglesia le comunica o, por el contrario, se
tratará de una realidad de algún modo trascendente que se encuentra forzosamente (ha
caído) sobre la tierra.
“El sol” . Es casi la criatura física predilecta de Dios. Cuando el autor lo
piensa en términos reales, lo compara con el rostro ( de Cristo (1,16) o con el rostro
de un ángel (10,1). La hermosa idealización que ya se nota en estos dos casos, se hace
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explícita cuando la mujer es llamada “revestida de sol” (12,1) para indicar el espléndido
respeto de Dios en relación con ella.
En todos estos casos se llega a la misma conclusión: el desplazamiento de
significado nos dice que hay en el cosmos, como lo experimenta el autor, un deseo ardiente
(temblor) de novedad, una fuerza concentrada que tiende a sobrepasar el nivel actual de
realidad, implicando, de algún modo, la trascendencia divina.
El cielo que retrocede ( “como un rollo que se envuelve” (6,14), debe
desaparecer para dar lugar a un cielo nuevo (cf 21,1).
Las estrellas son “del cielo” (6,13), tienen el cielo como lugar natural. Pero no
permanecen allí: una parte de ellas es arrancada del cielo y tirada sobre la tierra por la
fuerza del Dragón (12,4), también son golpeadas parcialmente (cf 8,12:
, caen sobre la tierra “como la higuera suelta sus frutos maduros,
sacudida por el viento” (6,13; 8,10).
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En este campo de las alteraciones, se da la combinación violenta e imposible de
elementos y aspectos diversos: se habla de un “monte incendiado de fuego” (8,8), de “un
mar transparente mezclado con fuego” (15,2).
Encontramos un indicio claro para la valoración interpretativa, cuando se afirma
que los hombres, reaccionando a las transformaciones cósmicas, blasfeman contra Dios,
“que tiene el poder sobre tales plagas” (16,9; cf 16,21b).Aún en este contexto negativo, se
ve claro que hay la convicción de que Dios es el dueño absoluto de la naturaleza.
Lo mismo se puede decir a propósito del monte encendido (cf 8,8) y sobre todo del
mar mezclado con fuego (cf 15,2): la alteración parcial, la novedad de la relación agua -
fuego que coexisten, denota que se está gestando una nueva creación.
Cuando se llega al máximo de alteración: sol negro, luna que se convierte en sangre,
estrellas que caen sobre la tierra (cf 6,12-17; 16,1-21), tenemos el máximo de la presencia
transformadora de Dios: el “gran día” está en acto (6,17).
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4. EL SIMBOLISMO TERIOMORFO.
En algunos casos, se ven los animales en sentido realístico y propio, por ejemplo:
las bestias que devoran la cuarta parte de los habitantes de la tierra (6,8), los caballos,
cuando la sangre llega hasta la altura de sus frenos (14,20), el rugido del león, comparado
con la voz del ángel (10,3), la picadura de los escorpiones (9,5). Pero los animales son
frecuentemente diversos de cuanto nos esperamos y protagonistas de acciones superiores.
Los animales (, a pesar de poseer una identidad que, bien combinada, no tiene
punto de confrontación con la realidad (cf 4,6b- 8 a), ejercen funciones doxológicas (4,8b,
etc.), mandan (6,1-7), entregan las copas a los ángeles (15,7), adoran (19,4). El Cordero,
presentando características fuera delo normal (5,6), ejerce una multiplicidad de acciones
que no terminan de sorprender: toma el libro (5,7), abre los sellos (6,1ss.), se indigna
(6,16), conduce al pasto al rebaño (7,17), combate y vence (cf 7,14), celebra las nupcias
(19,7.9), tiene su trono (22,3). El león vence haciendo abrir los sellos del libro (5,5); las
langostas atormentan a los hombres como si fueran escorpiones y asumen las formas
concretas más desconcertantes (9,7-11; el águila habla pronunciando un grito amenazador e
impresionante (8,13); los caballos, además del sentido realístico asumen proporciones,
colores y actitudes que llegan a lo inimaginable (6,1-8; especialmente 9,16-19). El Dragón,
el primero y el segundo monstruo, además de tener una identidad por encima de toda
representación humana, cumplen acciones igualmente sorprendentes: el dragón arrastra las
estrellas sobre la tierra (12,4), combate en el cielo (12,7), persigue a la mujer (12,13), etc.;
el primer monstruo blasfema el nombre de Dios (13,6), tiene poder sobre toda tribu y
pueblo (13,7); el segundo habla como una serpiente (13,11), construye la imagen del
primer monstruo y le da la vida (13,14-15).
5. SIMBOLISMO ANTROPOLÓGICO.
El agudo sentido que el autor del Apocalipsis posee para ver la Historia como
acontecimiento humano (el hombre como punto de referencia de todos los
acontecimientos), lo lleva a interesarse por el hombre en todos los aspectos de su vida
(vida: = 17 veces; vivir: = 13 veces), por sus manifestaciones y expresiones.
Encontramos muchas expresiones que se refieren al hombre considerado en su
individualidad: el hombre es vitalidad (7 veces); es persona corpórea (cf
18,13); tiene la sangre como elemento determinante de su vida (19 veces); puede
sufrir hambre y sed (cf 7,16), etc.
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sensible el autor a lo que desagrada e irrita: se habla frecuentemente de pasión ( 10
veces), otras de ira ( 6 veces).
El hombre, visto en la óptica de la historia, convive con los demás. El autor insiste
en la convivencia y subraya algunos de sus aspectos exquisitamente humanos, como la
intimidad de la amistad, que se expresa en términos conviviales: se habla de la cena y del
vino.
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la batalla escatológica conclusiva: “Bienaventurado quien guarda y conserva sus vestidos”
(16,15). Unidos al término cualificante blanco (cf simbolismo cromático), los vestidos son
atribuidos a los “vencedores”, empeñados desde ahora en la lucha contra el mal (cf 3,5).
Estos vestidos son prometidos a la Iglesia de Laodicea, de modo que no se vea la vergüenza
de su desnudez (3,18). Estarán vestidos de estas vestiduras los veinticuatro ancianos (4,4).
Hay otro término que se refiere al vestido que es túnica (. Prácticamente es
sinónimo de que en el Apocalipsis se utiliza, en la mayoría de los casos, junto con
el adjetivo “blanco”: a los mártires que preguntan hasta cuándo tardará Dios en vengar su
sangre, les es dada “una vestidura blanca” ( 6,11); todos los participantes en
la salvación escatológica en la primera presentación que se hace de ella, están “vestidos con
vestiduras blancas” (7,9.13). Se insiste, en el mismo contexto, en este
detalle: quienes las visten, las han lavado ( y vuelto blancas ( en la
sangre del Cordero (7,14). Tenemos una última aparición del término “túnica” (,
esta vez no expresamente conectado con el término “blanco”, en el diálogo litúrgico
conclusivo: se dice que son bienaventurados los que “lavaron sus túnicas (22,14).
El vestido del sumo sacerdote (cf Ex 28,4; Dn 10,5; Ez 9,2.11), teniendo en cuenta
el cambio que hace el autor respecto de los textos que hemos citado del AT: la faja de los
muslos pasa al pecho, quiere expresar la nueva función de Cristo, propiamente como sumo
sacerdote del NT.
La túnica salpicada de sangre y con el letrero sobre la túnica y sobre el fémur (dos
detalles que , sin excluirse, no son fácilmente armonizables), más que vista, es pensada
como la capacidad permanente de Cristo, visto como personaje histórico y como individuo
presentado en sí, de ofrecer sobre los enemigos una victoria incontrastada.
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El vestido de lino esplendoroso y puro de la esposa, es visualizado como real, pero
la identificación que hace el autor: “las acciones justas de los santos”, es sólo pensada y
atribuida desde el exterior: entonces, la aplicación que le hace el autor, adquiere valor
simbólico muy notorio.
La túnica blanca dada a los mártires, el vestido blanco de los ancianos, las túnicas
de los salvados, vueltas blancas en la sangre del Cordero, ya no parecen túnicas reales. Las
identificaciones propuestas para revestir el cuerpo resucitado, indican que la túnica no es
percibida ni siquiera mínimamente como tal: tenemos un salto de identidad, típico de la
simbolización radical. Eso sucede, fuera de toda duda, cuando se habla del Cordero
revestido de una pequeña nube; de la mujer revestida de sol; de la ciudad revestida de lino.
Lo mismo, y aún más, se debe decir cuando se trata de conservar o de lavar las propias
túnicas.
En este último caso, la creatividad del autor modifica totalmente la identidad real de
los términos, atribuyéndoles un significado completamente nuevo. Nos preguntamos ahora,
¿qué significa el vestido en estos contextos tan indicativos para el propósito que tiene el
autor? La respuesta no es fácil: el vestido parece expresar sobre todo una situación que se
refiere a la persona cualificándola como tal. Pero el vestido se ve, se valora desde fuera.
De modo que, hablando de vestido, el autor del Apocalipsis quiere:
Poner a las personas en relación de reciprocidad: se nota como una invitación a mirar y
confrontarse. El vestido indica, entonces, la situación de la persona, pero casi
proyectándola hacia el exterior, de la persona en función de los otros que pueden
percibirla.
Así, recorriendo algunos de los ejemplos indicados, Cristo es sumo sacerdote y debe ser
visto y percibido como tal por la comunidad eclesial. Las túnicas blancas que cualifican
a los veinticuatro ancianos, indican una de sus funciones, de las cuales el grupo de los
escuchas (1,3) debe tomar conciencia. Las túnicas de los salvados a nivel
escatológico, indican la reciprocidad de la salvación en la toma de conciencia gozosa
que se tiene de ella viéndola realizada también en los otros. Lo mismo vale para el
atuendo de la esposa. El detalle de la “mujer revestida de sol” es una cualificación de la
mujer misma, pero que debe ser valorada por el grupo que interpreta la “señal”
(, al cual la mujer pertenece.
Finalmente, las túnicas para lavar y guardar, indican una cualificación moral de la
persona cristiana, que hay que renovar y mantener, pero de la persona que debe ser
advertida, comprendida, “vista” con estas cualidades por los otros.
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5.2. Relación hombre - mujer
Se habla de nupcias, pero son las nupcias del Cordero: se festeja su llegada (19,7); se
proclaman bienaventurados los que han sido invitados allí (19,9).
Se habla de la esposa del Cordero. La esposa - mujer (.
El autor elabora ágilmente elementos desunidos del AT en la línea de una experiencia
antropológica común, llegando a hacer del amor entre esposo y esposa la cualificación
específica del amor que se establece entre Cristo resucitado y la Iglesia. Esta paridad
vertiginosa de amor se realizará plenamente a nivel escatológico. Pero la Iglesia, desde
ahora, sabe que es la “esposa” ( que aspira a la presencia completa de Cristo (cf
22,17).
El hombre apocalíptico no se puede pensar aislado: vive junto a los otros y el lugar
natural de la convivencia es la ciudad. También la ciudad ( es un término amado por
el autor del Apocalipsis (lo emplea 27 veces).
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La entiende en su sentido realístico, y lo hace cuando, por ejemplo, habla de las
“ciudades de los paganos” que se desploman (16,19), del lagar pisado “fuera de la ciudad”
(14,20). Se tiene la impresión de una alusión geográfica precisa, cuando se dice que las
fuerzas hostiles “pisotean la ciudad santa” (11,2), o cuando la figura simbólica de la gran
prostituta es vista como concretizada en Roma, llamada la “gran ciudad” (17,18).
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Hay un tercer giro: las puertas del muro, los fundamentos, la plaza, son todos de
material preciosísimo, símbolo antropomórfico del “valor” ( de Dios, presente en la
ciudad. significa “valor” en el AT, pero aquí se reelabora y adquiere el significado
de “valor que se irradia, una preciosidad reluciente, como las piedras preciosas”.
Se impone una conclusión: respecto al nivel realístico del culto del AT el autor
hace, utilizando la misma terminología, un cambio de significado. Estamos en el ámbito
del símbolo. ¿Qué quiere expresar?
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litúrgica fuera del cielo es situada en el contexto terrestre de la nueva creación (cf 15,2-
4).
La transposición de significado propia del símbolo, analizada en el ámbito de la
dimensión atropológico-litúrgica, presenta una doble tendencia. Partiendo del contacto
de intercambio entre Dios y su pueblo que se realiza en el templo, acrecienta, por una
parte, el contacto con Dios, situándolo constantemente en la trascendencia; por otra
parte, el contacto con los hombres, incorporando la sacralidad en el ámbito de los
acontecimientos. De este modo, la liturgia del Apocalipsis, se convierte en una liturgia
de la historia.
Los ángeles están de pie: sobre la tierra (7,1), sobre la tierra y sobre el mar (10,5.8):
es una fuerza de signo positivo en acción. Cristo está de pie: actitud que indica la fuerza
insistente y discreta del amor (“Estoy de pie a la puerta y llamo” 3,20). El Cordero
() está de pie (que indica la fuerza de la resurrección
en contacto con la historia de los hombres.
En dependencia del Cordero ( están los hombres: indica también aquí la
situación de fuerza típica de la resurrección: los dos testigos, después de su muerte,
invadidos por el Espíritu de Vida, están “erguidos sobre sus pies”
(; los vencedores están de pie sobre el mar de
cristal mezclado con el fuego de la nueva creación (15,2) y delante del trono de Dios (cf
7,9).
6. EL SIMBOLISMO CROMÁTICO.
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“Negro”(indica una negatividad que sólo el contexto especifica
ulteriormente: el sol que se vuelve negro como un paño de crin (6,12), pertenece al cuadro
de las alteraciones cósmicas. También el tercer caballo “negro” (6,5), hace presagiar la
negatividad que luego se realizará en el cuadro de la injusticia social indicada por el
caballero y su actitud.
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túnicas del grupo que ya hemos mencionado, y Cristo resucitado considerado
personalmente: el blanco le pertenece.
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Cristo resucitado (2,17). Los ancianos (4,4), los mártires (6,11), todos los salvados
(7,9.13), participan de la situación de Cristo resucitado. El “caballo blanco” (6,2; 19,11)
expresará la fuerza mesiánica propia de Cristo resucitado, que, presente y activa en la
historia del hombre, se desarrolla con leyes y modalidades del todo propias. Los ejércitos
celestes, vestidos de blanco, sobre caballos blancos (19,14) participan de la fuerza
victoriosa e irreversible de la resurrección de Cristo. La “nube blanca” sobre la cual se
encuentra el Hijo del hombre (14,14) expresa la trascendencia típica, respecto a la tierra y a
la humanidad, -que están aún madurando-, de Cristo personalmente ya resucitado.
7. EL SIMBOLISMO ARITMÉTICO.
Pasemos a los casos más típicos, para aclarar el mecanismo: el número siete, ya en
el AT indica la completez, la totalidad: es un dato que el autor del Apocalipsis recoge de su
ambiente cultural y considera adquirido. Pero la impronta cualitativa de significado no
deriva de él. Es suya sí la aplicación que hace del número, sea a nivel explícito (siete
iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas, etc.), sea a nivel de estructura literaria en
la enumeración de siete elementos. En ambos casos, quiere indicarnos un tipo de totalidad
que luego el contexto determina y aclara.
Contrapuesta a siete es la mitad de siete: tres y medio. Se tiene una totalidad partida
por la mitad, una parcialidad. El contexto indicará el contenido preciso y se tendrá,
entonces, una parcialidad de duración, de intensidad, etc. Los cuarenta y dos meses en los
cuales será pisoteada la ciudad santa indican, por ejemplo, en 11,2 la duración limitada, la
emergencia de esa situación. El hecho de que sea indicada en meses en lugar de años,
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acentúa la duración en sentido distributivo: se experimentará el peso de esa situación: el
tiempo parecerá larguísimo a pesar de la conciencia de que se trata de una emergencia.
La totalidad dividida por mitad en la línea del tiempo -tres años y seis meses- es
distribuida en días. Ese procedimiento artificioso subraya y puntualiza hasta lo cotidiano,
las características de una situación que fundamentalmente se piensa como transitoria: así
los dos testigos profetizando por “mil doscientos sesenta días” (11,3), el equivalente de tres
años y medio, aseguran cotidianamente su presencia y actividad en la emergencia que la
iglesia está viviendo. La mujer es alimentada en el desierto por “mil doscientos sesenta
días” (12,6): el número indica la asistencia cotidiana por parte de Dios, como sucedía con
el maná en el AT, durante el período de la contraposición a las fuerzas hostiles.
La misma idea de una totalidad convertida en fragmentariedad, se expresa mediante
las fracciones: “la tercera parte”, que se convierte en un motivo literario en la sección de
las trompetas (cf 8,7-12); tenemos la cuarta parte en 6,8.
Mientras que el número siete indica diversos tipos de totalidad, que sólo el contexto
precisa, el número mil expresa la totalidad propia del nivel de Dios y de la acción de Cristo
(¡es una cifra elevada!).
El tiempo, que es neutro si se lo considera en el estado de la mera sucesión
cronológica, se convierte en sagrado, si se considera en él la presencia y la acción de
Cristo: tendremos los mil años (Ap 20,1-6). El tiempo mismo como duración cronológica,
será cualificado como “tiempo breve” 6,11; 20,3) si en él se considera
presente la acción antitética de Cristo: las fuerzas históricas que le son hostiles.
Típico del Apocalipsis (fruto del proceso creativo en el que quiere envolver al
lector) es la combinación de los números mediante operaciones aritméticas, siempre
artificiosas, pero simples en sí mismas. El ejemplo más interesante es la cifra de ciento
cuarenta y cuatro mil que resulta de 12 X 12 X 1000: se tendrá una multiplicación ideal de
las doce tribus de Israel y de los Doce apóstoles del Cordero: AT y NT se compenetrarán
para formar un único pueblo de Dios pero que resulta aumentado cualitativamente respecto
a los valores presentes en el AT y el NT. La multiplicación por mil relaciona a este pueblo
de Dios, aun cuando no en toda su totalidad, a los mil años propios de la presencia activa
de Dios y de Cristo en la historia de los hombres. Se podrá señalar que esa acción de Dios
está presente y actuante en esa densa realidad del pueblo de Dios -si no en su totalidad- por
lo menos en un número muy considerable del mismo. Una lectura similar podría hacerse de
Ap 7,1-8 donde posiblemente las doce mil personas señaladas de cada una de las tribus
resulta de la multiplicación de 12 X 1000, con alusión a los Doce apóstoles y al mil del
tiempo de Dios y de Cristo.
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El juego creativo con los números expresa una presión hacia algo mejor, hacia lo
más, hacia lo nuevo. Es algo marcante e insistente.
8. CONCLUSIÓN SOBRE LAS CONSTANTES SIMBÓLICAS.
Nos referimos a la estructura del símbolo que puede ser percibida por el grupo que
escucha, reaccionando, e interpreta (cf 1,3).
Una vez tomado en cuenta el valor de los símbolos usados, bastará meterse en su
concatenación, para captar sin solución de continuidad, el mensaje que el autor quiere
comunicar. Tomemos algunos ejemplos que clarifiquen lo dicho:
Ap 6,1-8: El autor presenta, en la serie de los sellos, los cuatro caballos con sus
respectivos jinetes. Se tiene primero un conocimiento claro del simbolismo teriomorfo,
antropológico y cromático utilizados. Bastará seguir el texto paso a paso, para percibir
que existen en la historia las fuerzas negativas de la violencia, la injusticia y la muerte,
que se desencadenan con modalidades y leyes que se escapan a la verificabilidad
humana y, en cierto sentido, la trascienden; pero que, no obstante, están bajo el control
de Dios. Al lado de estas fuerzas negativas, hay una positiva, el jinete del caballo
blanco, y su desarrollo literario sigue paralelo al de las otras fuerzas.
Ap 14,14-20: el autor habla del Hijo del hombre que, junto con los ángeles, recoge la
mies y la uva de la vendimia. Entran diversas categorías de símbolo que hemos
analizado: el simbolismo cósmico y cromático de la nube blanca, el simbolismo
antropológico de la mies, la vendimia y el culto. Pero todo está amalgamado en una
narración continuada, que se desarrolla linealmente. El lector y quienes escuchan, que
tienen ya conocimiento de las categorías simbólicas utilizadas por el autor, perciben sin
dificultad el mensaje: en una situación de trascendencia, pero siempre en relación con la
historia de los hombres, Cristo resucitado sigue su desarrollo, hasta la conclusión
definitiva.
La organización literaria de los símbolos, hasta ahora bastante simples, se torna, a veces,
compleja y refinada: es el caso del capítulo 18: el simbolismo antropológico de
Babilonia - Ciudad, es elaborado en la forma literaria de un drama litúrgico. Es
suficiente un conocimiento previo del simbolismo antropológico referido a la
convivencia, para meterse espontáneamente en el pequeño drama y captar el cuadro
teológico impresionante, que el autor presenta de la ciudad consumista, radicalmente
secularizada.
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Existe, pues, en el Apocalipsis, la capacidad de dar a los símbolos una expresión
concatenada, una estructura continuada y coherente. Pero no siempre es así. En la mayoría
de los casos, el trabajo creativo lleva al autor no sólo a expresar el símbolo cambiando de
significado real, sino también a hacer la presentación y la estructura intermitente:
Un ejemplo lo vemos al comienzo del septenario de las cartas: 1,12-20: tenemos
una presentación de Cristo resucitado. El autor parece seguir un esquema conocido en el
AT y llamado “Cantos de descripción”: se describen sucesivamente las partes del cuerpo
humano. Hay coherencia y continuidad. Pero luego hay una sorpresa: el lector - intérprete
no logra interpretar con un ritmo constante y continuado. Los diversos símbolos presentes
parecen obligar a un ritmo fraccionado: hay como espacios vacíos entre una expresión
simbólica y otra, y entonces el lector - escucha es obligado a llenarlo explicitando al
máximo su interpretación, antes de seguir adelante.
Será posible “ver la voz” (1,12 a ) si, con un instante de reflexión, se explicita que
se trata de una visión intelectual, más pensada que vista realmente. La posición
indeterminada “en medio de los candeleros de oro (1,12b) se supera y clarifica mediante un
suplemento que el lector - escucha es estimulado y casi obligado a expresar: deberá
disponer mentalmente los siete candeleros como en círculo, y el Hijo del hombre ocupará
el centro; con este esfuerzo de integración y focalización estamos ya en el camino de la
interpretación que, teniendo en cuenta el significado de los símbolos utilizados, emerge con
toca claridad: Cristo resucitado está al centro de la Iglesia que desarrolla una acción
litúrgica.
Después de esta pausa integrativa, se podrá continuar la lectura del texto, sin
obstáculos, descifrando sosegadamente los diversos elementos simbólicos que el autor
propone, uno tras otro: el vestido, el blanco de los cabellos, los ojos, los pies, la voz (1,14-
15), nos dicen que Cristo resucitado ejerce una función sacerdotal, que está al nivel de la
trascendencia propia de Dios, que tiene la capacidad de purificar, característica del
simbolismo antropomórfico del fuego, que su voz tiene el timbre de la voz de Dios...
Lo mismo vale para la “espada afilada de doble filo que sale de su boca”: la
dificultad de una representación fantástica inmediata, empuja a una elaboración intelectual
de cada uno de los elementos simbólicos: Cristo dirige continuamente su Palabra y esta
Palabra tiene una capacidad cautivante del todo particular (aguda y de doble filo).
La frase que sigue está de nuevo en discontinuidad: el rostro de Cristo “que brilla
como el sol cuando está en toda su potencia”, no es del todo adaptable con la espada que
sale de su boca. Se tiene una fractura con lo que precede: la imagen de la espada que sale
26
de la boca tiene que ser como cancelada, dejando la fantasía despejada para recoger la
nueva imagen con todo su alcance.
Este es el modo más común con el cual el autor construye sus símbolos. Ejemplo
claro de estos niveles sucesivos, encontramos sobre todo en la segunda parte del
Apocalipsis:
Hay un tercer tipo de estructuración del material simbólico: mientras en los casos
anteriores, una pausa reflexiva elaborando e interpretando el material propio de cada
elemento simbólico permite superar la discontinuidad, hay casos en lo cuales el símbolo se
vuelve redundante. Cuando, por ejemplo, en Ap 14,19-20 tenemos una primera uva tirada
en la cuba de la cólera de Dios y luego sale de allí sangre, la continuidad fantástica se
interrumpe: entre el vino, la cuba de la ira y la sangre hay espacios vacíos. La
interpretación los colma: le simbolismo antropológico de la uva se refiere a la maduración
del mal de la humanidad, el simbolismo exquisitamente antropológico del “gran lagar de la
cólera de Dios” expresa la implicación personal de Dios en la destrucción del mal; la
sangre expresa, en la línea del simbolismo antropológico, todo el ambiente en el que se
desenvuelve el mal, los enemigos. Pero cada uno de los elementos simbólicos que siguen
inmediatamente son rebeldes a una interpretación: “salió sangre del lagar hasta llegar a la
altura de los frenos de los caballos, en una extensión de mil seiscientos estadios” (14,20b).
Ni los frenos, ni los caballos, ni mil seiscientos estadios presentan un significado plausible:
el autor, entonces, ha querido, mediante esta redundancia, únicamente acentuar cuanto
había dicho antes, dando una impresión del poder espaventoso de Dios, como se expresa
por la cantidad de la sangre.
27
preciosas (21,19-20), su indicación detallada no tiene un significado correspondiente: no
hay un significado preciso del jaspe, zafiro, calcedonia, esmeralda...se tiene una
acentuación repetida doce veces, de la preciosidad que indica el “valor” de Dios que
comunica su gloria a la ciudad. La redundancia, también aquí, multiplica el significado de
fondo.
El símbolo contiene un elemento interno que empuja hacia una explicitación, tiende
a ser interpretado. Si nos detenemos en la expresión tosca, el símbolo quedaría inerte, como
la música que estuviese escrita, sin ser ejecutada. Esta tendencia del símbolo hacia su
interpretación, está claramente explicitada en el Apocalipsis. A veces el autor mismo
agrega una línea interpretativa al símbolo que utiliza: en Ap 4,5, por ejemplo, después de
presentar las siete lámparas delante del trono, dice que “estas son” los siete espíritus de
Dios. Los siete ojos del Cordero (, son interpretados explícitamente como “los
siete espíritus de Dios mandados sobre la tierra” (5,6). La ciudad de 11,8 “que es llamada
Sodoma o Egipto”, el dragón, se dice que es “la serpiente antigua, aquel que es llamado
Diablo y Satanás...” (12,9); el vestido de la esposa, explicado como “las buenas acciones de
los santos” (19,8), etc.
Pero más frecuentemente, parece estimular y casi provocar al que lee o escucha,
mediante indicaciones, sugerencias, referencias, proponiendo una línea interpretativa,
puntualizando conclusiones por alcanzar. Quiere, a toda costa, que el lector - escucha, sea
envuelto activamente, completando ese proceso de actividad que ha introducido el autor al
formular el símbolo.
Algunos ejemplos permitirán documentar y precisar estas afirmaciones:
Hacia la conclusión de la aparición inicial, encontramos una frase (se trata de un
mensaje que Cristo le ha confiado) en la cual el autor aparece empeñado en decodificar
dos expresiones simbólicas, particularmente difíciles: “La explicación del misterio de
las siete estrellas que has visto en mi mano y de los siete candeleros de oro es esta: las
siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias y los siete candeleros son las siete
iglesias” (1,20). Primero tenemos en 1,12-16 el primer paso del estado tosco de los
materiales simbólicos (candeleros y estrellas); luego son colocados ambos bajo el
término “misterio” (, que está indicando un significado escondido,
misterioso: indica que hay que pasar del símbolo en estado puro a su interpretación
elaborada. En tercer lugar, el autor precisa su interpretación.
Hay otro contexto importante: en Ap 17,3-6 es presentada una de las figuras de la última
sección, “la gran prostituta” (: con un tipo de estructura discontinua,
28
el autor presenta primero el monstruo, luego la mujer que está sentada en él. Se detiene,
con cierta redundancia de imágenes, particularmente en la descripción de la mujer. Hay
un simbolismo antropológico que aún debe ser decodificado: la instancia está presentada
de tal modo al autor, que le hace intercalar a los detalles simbólicos el término
“misterio” que, en un primer momento, aparece como un paréntesis e indica que los
diversos elementos simbólicos deben ponerse en movimiento hacia la interpretación,
alcanzado el nivel del “” (17,5-6): el estado psicológico de estupor
corresponde a la percepción plena del símbolo y la expresa. Hay en el símbolo una
carga, un dinamismo que hace presión y exige una interpretación. El símbolo tosco ha
asumido la dimensión de un interrogante punzante e inquietante que quiere una
respuesta: se ha convertido en misterio. Y el “misterio”, el significado enigmático que
hay que explicar, es aclarado inmediatamente por el ángel intérprete, mediante una serie
de indicaciones:
Por ejemplo, después de la presentación del cuadro simbólico de las langostas (9,1-
6), tenemos una serie de indicaciones sobre la dimensión perceptible y concreta:
“poder como el que tienen los escorpiones de la tierra”; “el tormento que producen es
como el del escorpión” (v. 5); la apariencia de estas langostas era parecida a la de
caballos preparados para la guerra” (9,7); los rostros como rostros humanos...” (v. 7).
Todas estas indicaciones concretas las deben asumir las langostas, mediante un
proceso de interpretación y de aplicación en la historia de los hombres (9,1-11).
Al cuadro de los 144000 presentado en Ap 14,1-3 sigue mediante un triple “estos
son”, la indicación de tres categorías que corresponden, realísticamente, al cuadro
simbólico.
30
11. ALGUNAS CONCLUSIONES.
¿Quién habla a cada una de las iglesias? El Cristo de la aparición inicial (1,12-20) y
de la primera celebración doxológica (1,4-6).
32
2. La “visión” inicial (Ap 1,12-20).
Claramente vemos contacto literal con Dn 10,1-21. El autor del Apocalipsis retoma
el esquema de Daniel:
Indicación del lugar y otras circunstancias: Dn 10,1-4 Ap 1,9-11
Aparición “trascendente” 5-6 12-16
Reacción de debilidad de parte del que “ve” 7-9 17 a
Intervención de quien se aparece y encargo 10-21 17b-20.
Ofrezco, primero que todo una traducción del texto, lo más fiel que se puede al
texto griego y sin respetar mucho la gramática castellana:
Y cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Y El puso su derecha sobre mí,
diciendo: No temas. Yo soy el primero y el último, y el viviente, y estaba
muerto y he aquí que ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las
llaves de la muerte y del hades. Escribe, por tanto, esto que has visto, las cosas
que ya son y las que han de suceder después de éstas; el misterio de las siete
estrellas que has visto a mi derecha, y los siete candeleros de oro. Las siete
estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete
iglesias”.
v. 14: “Su cabeza y su cabellos blancos”. Se parte de Dn 7,9. Allí se dice del “anciano
de los días”, que su vestido es blanco como la nieve y los cabellos de su cabeza como
lana pura (En los LXX encontramos “lana blanca”). El autor del Apocalipsis retoma el
texto de Daniel y lo adapta al esquema de los “cantos de descripción”, y hace los
siguientes cambios:
“Sus ojos como llamas de fuego”. Encontramos un contacto literal con Dn 10,6 (ke
lappide ‘es: antorchas de fuego; LXX expresa genéricamente la
trascendencia del personaje. El autor del Apocalipsis substituye “antorchas” (lappide) por
“llamas” ( de fuego, indicando una fuerza penetrante, devoradora (no algo que
simplemente ilumina). Ap 2,23; 2,18b explican el sentido de esta fuerza penetrante: es la
actividad de Cristo juez que “escruta los riñones y el corazón y da a cada uno según sus
obras” (Sal 62,13).
34
“Su voz como voz de muchas aguas”: Tenemos contacto literal con Ez 1,24 y 43,2.
El tema predominante es la gloria divina. Dios no habla explícitamente. Es importante ver
que la voz de Cristo es equivalente a la voz del Omnipotente. Aquí no se acentúa la palabra
de Cristo (se hará en el versículo siguiente), sino la voz, su timbre, que describe a Cristo en
el contexto de la gloria de Yahveh.
v. 16: El verso está estructurado en tres frases, unidas por la conjunción . Aquí
cesa el contacto literal con el AT. Los que el autor del Apocalipsis dice es totalmente
nuevo:
“De su espada estaba saliendo una espada afilada, de doble filo”: Retomando una
imagen de Is 49,2, el autor expresa aquí la eficacia de la Palabra que Cristo continuamente
dirige a su iglesia y que posee una fuerza de penetración irresistible.
“Y su rostro como cuando el sol brilla en toda su potencia”: indica “aspecto
externo”, en general, pero también “rostro”, “cara” (cf Jn 11,44). Hay reminiscencias
escasas y vagas (Jc 5,31). Más sugestivo es el paralelo con la Transfiguración, tal vez hay
contacto literal con Mt 17,2 ( = “Su rostro se puso brillante como el sol”). En todo caso, la
expresión tiene una fuerte carga emotiva que intenta manifestar la experiencia prolongada
de Cristo que el autor ha madurado en el ambiente litúrgico eclesial. La luz del rostro de
Cristo es la luz trascendente de Cristo resucitado.
Es claro el contacto literal con Is 44,6: “Así dice Yahveh Sebaoth: Yo soy el
Primero y el Ultimo”, y con Is 48,12. Yahveh es visto aquí sobre todo en su trascendencia.
En Ap 1.8, Dios es llamado “Alfa y Omega”. El mismo título es aplicado a Cristo n Ap
22,13.
35
Es transferida a Cristo la prerrogativa de la trascendencia de Yahveh, pero que se
historiza en el interior del desarrollo de la cosas: Dios y Cristo están al comienzo y al fin de
la serie homogenizada de la Historia de la Salvación.
“El Viviente”: la plenitud de vida, propia de Dios en el AT es afirmada de Cristo
resucitado. En cuanto viviente es el primero y el último en la Historia de la Salvación.
“Y estaba muerto y ahora estoy viviendo por los siglos de los siglos”. Se presenta el
misterio pascual en dos fases: muerte y resurrección. La muerte, influyendo en el presente,
pertenece al pasado; la resurrección, en cambio, pertenece al presente continuado en la
Historia de la Salvación: Y he aquí que...
“Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”: Cristo, como consecuencia de su
muerte y resurrección, tiene el señorío completo de la muerte y del lugar que le
corresponde, y participa a los otros su muerte y su inmortalidad.
“Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias”. “Angel de la Iglesia” indica
probablemente la dimensión trascendente, escatológica de la Iglesia. El “ángel de la
Iglesia” es un exponente de la Iglesia, expresión de la Iglesia, que, en parte se identifica
con ella, pero también la supera (nivel angélico). Hay, entonces, una correspondencia en el
desarrollo del símbolo: “Angeles de las iglesias” indican aquel elemento celeste que
“estrellas” expresan luego más claramente.
36
3.1. Estructura de cada una de las cartas.
c) Juicio de Cristo a cada una de las iglesias. Es juicio positivo y negativo. Esta
función se explicita sobre todo en Ap 2,23b: “Sabrán todas las Iglesias que yo soy el que
escruta los riñones y el corazón”.
d) Exhortación particular. Se hace según la situación de cada una de las iglesias. Se
caracterizan aquí: la invitación a la conversión (2,5.16.21.22; 3,3.19) y el
recuerdo (
f) Promesa hecha por Cristo: “A quien vence...le daré...” Mencionando “el vencedor”, se
supone un contexto de lucha. A quien la supere, se le ofrecen dones que se realizan
parcialmente en esta vida y encuentran su plenitud en la fase escatológica.
“Aquel que tiene los siete espíritus de Dios”: son siete ángeles que están ante el
trono de Dios, o, preferiblemente, la totalidad de su Espíritu en sus manifestaciones
concretas (cf 5,6).
37
“Y las siete estrellas”: indican los ángeles de las siete iglesias (1,20), o sea,
probablemente, las iglesias mismas en su dimensión celeste. Cristo tiene firmemente en su
mano esa dimensión, asegurando de ese modo la realización escatológica de la Iglesia. Y la
acción concreta del Espíritu (ya mencionada) se refiere de modo especial a esta realización.
Dado el grave peligro que envuelve toda la vida cristiana, la exhortación tiende, por
una parte, a hacer salvar lo salvable y, por otra, a provocar un cambio (transformación)
radical. Ambos elementos serán favorecidos y estimulados por un estado de vigilancia.
Vigilancia: Es una actitud que debe ser estable en la Iglesia, sacudiendo la inercia
actual. ¿Cuál es el motivo que estimula la vigilancia? La venida de Cristo que, por su
indeterminación cronológica (v. 3b), exige una atención constante. La actitud del cristiano
debe ser la del que espera al Señor que ya llega (de improviso).
3.2.5. La promesa.
“Al que vence” (en permanencia, continuamente). Se trata de la superación
constante de las dificultades de la vida cristiana, incluso eventualmente el martirio. Así
como a los vencedores de Sardes, le sucederá al que los imite: será revestido de vestiduras
blancas (Ap 6,11; 7,13). Estas vestiduras simbolizan la situación trascendente,, sobrenatural
38
de salvación conectada con la resurrección de Cristo, de la cual esa situación es una
participación. Algunos han visto aquí la resurrección de los cuerpos de los cuerpos de los
fieles: ¡es demasiado!
Es invariable en todas las cartas. La síntesis es la siguiente: Hay que aplicar el oído,
es decir, adquirir una capacidad de escucha, que no es otra cosa que una disponibilidad
interior a la vez que aguda inteligencia y reflexión. Sólo así se puede percibir lo que el
Espíritu, que actualiza el mensaje de Cristo, quiere decir permanentemente.
39
CAPITULO II: LA SEGUNDA PARTE DEL APOCALIPSIS. SECCION
INTRODUCTORIA (4,1-5,14).
Las mezclas, las variaciones de estos motivos nos dan la articulación de fondo de
todo el conjunto de los capítulos 4-5:
Presentación “estática” del trono divino y de los elementos que lo rodean: Ap 4,1-8;
Sigue una celebración doxológica de Dios que se sienta allí: Ap 4,9-11;
Presentación del libro y de los siete sellos: Ap 5,1-5;
Toma de posesión del libro por parte del Cordero: Ap 5,6-7;
Reacción doxológica conclusiva: Ap 5,8-14.
Cada uno de los motivos literarios tiene un significado teológico particular referido
a todo el libro.
40
su situación trascendente. Tal situación se funda sobre los apóstoles, sobre las tribus de
Israel; se lleva a cabo mediante un intercambio entre cielo y tierra y tiene su expresión en
las doxologías. Cada comunidad eclesial que escuche podrá llenar siempre estos esquemas
con sus personajes concretos (ángeles, mártires, profetas...).
“Los cuatro vivientes” (: ¿Tendrán un sentido mitológico? ¡De ningún modo!
Juan es alérgico a lo pagano. Son símbolo de la naturaleza o también seres angélicos,
particularmente cercanos a Dios. El autor del Apocalipsis, retomando la imagen del AT (Ez
1,5-10; Is 6,2) presenta en Ap 4,6b-8 una elaboración literaria propia que se desarrolla en
cuatro estadios sucesivos, en la misma “columna simbólica”:
Inicia y termina con los “ojos” que, para el autor, simbolizan el Espíritu (5,6).
Además, los vivientes intervienen de lo alto de la trascendencia hacia los hombres (cf 6,1-
7) y alaban a Dios junto a lo creado (cf 5,13-14, etc.).
Se puede pensar que, análogamente a lo dicho de los ancianos, los vivientes son
como esquemas que expresan, por una parte, la acción múltiple de Dios que, saliendo de la
trascendencia, se pone en contacto concreto con la Historia de la Salvación, expresada y
realizada de modo particular por la acción del Espíritu; por otra, la reacción de todo lo
creado ante la iniciativa divina, reacción siempre animada por el Espíritu.
Está en la mano derecha del que está sentado = pertenece total y exclusivamente a Dios;
Está ya escrito ( tiempo perfecto) completamente por dentro y por fuera.
Es un detalle “pensado”, no “visto”, que indica la “completez” ya actuada de lo escrito.
Está “sellado con siete sellos”. El rollo está sellado y cerrado completamente (con siete
sellos), de tal modo que su contenido es absolutamente inaccesible.
Y el contenido, ¿cuál es? Se han dado interpretaciones sin término...Pero los niveles
simbólicos que acabamos de expresar, nos dan la clave: el autor expresa que el libro
completo está en manos de Dios, todo, inaccesible completamente. Pero los sellos se van
abriendo progresivamente. Ni siquiera termina la revelación del contenido con la apertura
del séptimo sello; porque en las series septenarias, el último elemento engloba la parte
siguiente. Dicha revelación de contenido continúa en todo el Apocalipsis. Por tanto, el
contenido del libro es el mismo Apocalipsis y expresa el plan salvador de Dios que debe
realizarse históricamente. Tal plan es propio de Dios, ya se ha formulado enteramente, es
inaccesible.
41
“EL Cordero” (, según la clara indicación simbólica de Ap 5,6 es Cristo
muerto y resucitado, en la plenitud de su eficiencia mesiánica, en la posesión completa de
su Espíritu, que empuja hacia adelante el desarrollo de la Historia de la salvación.
Si recogemos todos estos elementos en una visión de conjunto, podemos decir:
Dios tiene la iniciativa absoluta y del dominio exclusivo en el desarrollo concreto de la
Historia de la Salvación; revela y pone en marcha este desarrollo mediante la acción de
Cristo Cordero; participan en esta revelación y actuación los diversos elementos situados
entorno al trono de Dios. Finalmente, notamos que en el desarrollo de los capítulos 4-5
ocupan un puesto especial las doxologías: hacen pensar en un esquema litúrgico
subyacente, que es muy difícil precisar detalladamente.
Hay que tener en cuenta el marco literario del pasaje: está situado después de la
gran doxología que concluye el capítulo cuarto. Este texto constituye como un punto de
pasaje entre Dios, su corte celestial y la intervención del Cordero.
42
Está “sellado con siete sellos”: el rollo está sellado y cerrado y lo está totalmente (siete
sellos), hasta tal punto que su contenido es totalmente inaccesible.
Ya sabemos que acerca del contenido del libro se han dado cantidad de
interpretaciones. Para nosotros, es claro que, dado lo dicho acerca de los niveles
simbólicos, notamos que el autor expresa su concepción acerca del libro: está en manos de
Dios, completo, totalmente inaccesible.
Pero los sellos son abiertos progresivamente y el contenido del libro es revelado
exactamente mediante esta apertura. Y dado que el séptimo elemento de cada serie
septenaria engloba la parte siguiente, la revelación del contenido del libro no se detiene en
el séptimo sello (8,1), sino que continúa en todo el Apocalipsis. Por tanto, el contenido del
libro es el mismo del Apocalipsis y expresa el plan salvífico de Dios que debe actuarse
históricamente; tal plan es propio de Dios, y está ya formulado por completo, es
inaccesible.
v.4: “yo lloraba mucho”: es el llanto desesperado de la humanidad que, no pudiendo leer el
libro con el plan de Dios, no alcanza a explicarse la realidad en la cual vive.
Hay, además un contacto contextual con Is 11,1: “Brotará un vástago del tronco de
Jesé (padre de David) y un retoño de sus raíces florecerá”. El sentido mesiánico del texto se
aplica en el Apocalipsis a Cristo, que aquí se llama “raíz de David” y no de Jesé. Con esta
variación se explicita el contacto entre Cristo y toda la dinastía real, que tiene como cabeza
a David. Cristo la asume toda y la lleva a su máximo desarrollo: la victoria de Cristo se
vuelve así en la victoria de todo el AT.
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El Apocalipsis expresa aquí una síntesis suya en relación con el plan de Dios y su
puesta en acción por medio de Cristo, que corresponde substancialmente a la presentación
del “misterio” escondido en Dios, luego revelado y actuado en Cristo, como lo presenta el
autor de la carta a los Efesios.
CAPITULO III : SECCION DE LOS SELLOS (5,1-7,17).
1. Aspectos generales.
Podemos agrupar en un bloque los cuatro primeros sellos y en un segundo los tres
últimos. El sexto y el séptimo tienen alguna conexión por el motivo literario “vestidura
blanca” () que aparece un poco cariado en 6,11; 7,9.13.14). El séptimo
sello, aparentemente vacío de contenido engloba el septenario de las trompetas: Se hizo
silencio (8,1-2); Y vi () a los siete ángeles. El contenido del séptimo
sello es el silencio de media hora y los ángeles con las trompetas.
Como no tienen los sellos un desarrollo que los conecte entre sí, están
explícitamente conectados con la sección final: véase Ap 6,2 y 19,11; 6,8 y 20,13-14.
El primer sello (6,9-11) -también como una expresión de una reflexión sapiencial-
presenta la acción ejercida sobre el desarrollo de la Historia de la Salvación por la plegaria
de los santos. Al mismo tiempo, precisa la naturaleza teológica del arco cronológico
intermedio: se expresa el cumplimiento de la plenitud querida por Dios...todavía un breve
tiempo...hasta que fueran completados sus consiervos” (6,11b).
44
El sexto sello, tiene una articulación más compleja (6,12-7,17). La intervención de
por sí ya presente y continua de Dios en la Historia, es considerada en su parte conclusiva
(“el gran día” 6,17); luego con un desplazamiento retrospectivo, típico
del Apocalipsis, se habla de una salvación anticipada respecto a la intervención final
punitiva (7,1-8); y luego se habla de la salvación definitiva, completa bajo todos los
aspectos (7,9-17).
Presenta algunas características literarias propias, sobre todo una serie septenaria de
convulsiones cósmicas (6,12-14):
45
Y todos los montes (.
Y todas las islas se movieron de su sitio
(
Las dos series septenarias tienden a una conclusión fuertemente dramática: está muy
resaltada la expresión “porque ha llegado el gran día”, precedida de una exclamación
(“caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en trono y de la cólera
del Cordero” 6,16) y seguida de una interrogación retórica (“¿quién podrá sostenerse?”
6,17b).
“Y el sol...y la luna...”. Hay estos contactos literales: Am 8,9: “El sol se pondrá a
medio día”; Is 13,10: “El sol se oscurecerá a su salida y la luna no dará su resplandor”; Is
50,3: “Vestiré el cielo de tinieblas y le cubriré de saco”; Jl 3,4: “El sol se cambiará en
tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor”.
46
El autor retoma de Amós e Isaías el contexto general del “día del Señor”, además
toma de Joel la expresión “en sangre” referida a la luna. Pero hace la propia elaboración
como se ve por la construcción de la frase y algunos detalles nuevos: “negro como un paño
de crin” (vestido de pelo negro), “la luna entera”. La presencia de Dios, ya indicada por el
terremoto, es activa y tiene una fuerza particular.
vv. 13-14: El punto de partida del autor parece ser Is 34,4: “Y todas las potencias de los
cielos serán disueltas; el cielo será enrollado como un rollo y todas sus potencias
desaparecerán (we kolseba’am ; los LXX traducen interpretando:
ibbol = ir a menos, desaparecer; los LXX traducen caer,
porque leyeron mal el hebreo: ippol. Símaco sigue esta mala versión y traduce “como la
hoja seca cae de la vid y del árbol de higos”.
El autor reelabora el material de Isaías metiéndolo en su contexto y
transformándolo, y agrega como suya propia la expresión conclusiva “y todo monte y toda
isla...” De esta manera se explicita la presencia activa de Dios, constituida de poder y
fuerza aspaventosos.
“Se escondieron en las cuevas...” No se trata de una fuga real, sino de un símbolo
que indica el sentido insuperable de miedo que golpea a todas las categorías de personas.
v. 16: “Y dicen a los montes y a las rocas...” El autor del Apocalipsis retoma
literalmente a Os 10,8: “los altos lugares de la iniquidad, pecado de Israel, serán
destruidos; espinas y zarzas crecerán sobre sus altares; y dirán a los montes: cubrimos; y
a los collados: cae sobre nosotros”. El contacto con Oseas explicita la negatividad de la
situación moral de las personas de quienes se trata. Su culpabilidad se les revela a ellas
mismas tan grave que desean desaparecer. Es una toma de conciencia que desemboca en
la desesperación; no en el arrepentimiento: “cubrimos, hacednos desaparecer de la vista
del que está sentado en el trono...”. Dios, presente y actuante, se manifiesta irresistible:
tiene un “rostro”, entra en contacto personal con las diversas categorías de personas.
“Y de la ira del Cordero”: es la ira que juzga y castiga; de Cristo Mesías en relación
con sus enemigos. El término tiene una función evocadora, casi como una “cifra”
o una “sigla” que evoca al Cordero, pero con el contenido que el autor del Apocalipsis le ha
dado la primera vez que ha aparecido en Ap 5,6: Cristo resucitado en la plenitud de su
eficiencia mesiánica, que comporta también la destrucción del mal.
v. 17: “El gran día de su ira”. Se retoma la concepción del AT del “día de Yahveh” (cf
Jl 2,11; Na 1,6; Ml 3,2). El día es llamado “grande” enfáticamente: es la intervención
culminante, escatológica de Dios en la Historia de la Salvación.
Esta intervención es vista aquí bajo el aspecto de castigo y destrucción del mal: “de
su ira”, o sea, del desagrado que tienen Dios y Cristo en relación con el mal. En las otras
dos partes del sexto sello, que siguen, se pondrán de relieve los aspectos positivos de la
intervención de Dios y de Cristo.
47
2.4. Visión de conjunto.
1.1.Perfil literario.
A las últimas tres trompetas se sobreponen tres “ayes” (, que tienen en la
personificación literaria, la fisonomía de amenazas vivientes. Confieren así a las últimas
trompetas una acentuación literaria que se convierte en un crescendo dramático.
La fisonomía general del septenario que resulta, es la siguiente: las primeras cuatro
trompetas tienen un esquema y una extensión casi igual. La quinta y la sexta tienen un
desarrollo más largo y complejo; la séptima, coincidiendo con el último “ay”, abraza toda
la materia siguiente. Hay que poner de relieve dos motivos literarios típicos:
Sonar la trompeta ( que sólo aparece en esta sección del Apocalipsis, y que
determina el desarrollo de todo el septenario (8,6.7.8.10.12.13; 9,1.13; 10,7; 11,15);
La “tercera parte” (, también típica de esta sección (8,7.8.10.11.12; 9,15.18;
12,4), que le dan un cierto tono unitario.
48
1.2. Perfil teológico.
Las “plegarias de los santos” le dan el carácter dinámico al desarrollo del septenario
(cf 8,1-6). Es un elemento teológico característico.
49
“Y me fue dada una caña semejante a una vara y me fue dicho: levántate y
mide el templo de Dios y el altar y los que adoran en él. Y el patio, el que está
fuera del templo, déjalo aparte y no lo midas, porque ha sido entregado en
manos de los gentiles y estos pisotearán la ciudad santa por cuarenta y dos
meses. Y a mis dos testigos les daré el don de profetizar, cubiertos de sayal,
durante mil doscientos sesenta días.
Estos son los dos olivos y los dos candeleros que está delante del Señor de la
tierra. Y si alguno quiere hacerles mal, un fuego sale de su boca y devora a sus
enemigos. Y si alguno quiere hacerles mal deberá morir así.
Estos tienen el poder de cerrar el cielo, para que no caiga la lluvia durante los
días de su actividad profética, y tienen el poder sobre las aguas de tal modo
que pueden convertirlas en sangre, y de golpear la tierra con toda clase de
plagas, todas las veces que quieran.
Y cuando hayan cumplido su testimonio, el monstruo que sale del abismo hará
guerra contra ellos, los vencerá y los matará. Y su cadáver permanecerá en la
plaza de la gran ciudad, que es llamada simbólicamente Sodoma, Egipto, y
donde también su Señor fue crucificado. Y hombres de pueblos, tribus,
lenguas, naciones miran su cadáver durante tres días y medio y no permiten
que sus cadáveres sean colocados en un sepulcro. Y los habitantes de la tierra
se alegran a costa de ellos y exultan y se envían regalos recíprocamente, puesto
que estos dos profetas habían atormentado a los habitantes de la tierra.
El episodio de los dos testigos, colocado entre el juramento solemne del ángel y el
comienzo de la séptima trompeta (11,15), constituye probablemente el contenido del
“pequeño libro”, que el mismo ángel le entrega a Juan (Ap 10,8-10).
Aparecen dos motivos literarios:
Una indicación temporal:
cuarenta y dos meses 11,2b
mil doscientos sesenta días 11,3b
11,9b
tres días y medio 11,11 a
después de tres días y medio 11,13 a
en esta misma hora
50
Una indicación topográfica: 11,2b
La ciudad santa 11,13b
sobre la plaza de la ciudad
Esta sucesión, inversa respecto a la natural, saca la narración del tiempo mismo y la
coloca más allá de la historia.
Se puede formular así: ¿Quiénes son estos “dos testigos” que se presentan como
protagonistas de este episodio? Las opiniones pueden resumirse así:
Son personajes del AT: Elías y Enoc (Hipólito, Tertuliano, Jerónimo, Juan Damasceno,
Pedro Damián...).
Son personajes reales del NT: Pedro y Pablo (Boismard, Munk...); Santiago y Juan
(Hirsh); dos judíos convertidos (Gelin); dos personajes futuros por identificar (Haugg,
Zahn); etc.
Los dos testigos expresan personajes simbólicos (Feuillet, Brütsch, Rissi, etc.) con
determinaciones ulteriores del simbolismo: poder de testimonio profético; actividad
apostólico-profética de la Iglesia durante la persecución; la Iglesia en Jerusalén; el
testimonio dado por la Iglesia frente al judaísmo cristiano; los maestros y predicadores
cristianos (Considine).
51
2.3. Exégesis de los versículos en particular.
“El templo, el altar y a los que adoran en él”: se trata del templo, del altar, del culto
de la Jerusalén renovada, mesiánica. A este complejo litúrgico ideal, propio del nuevo
pueblo de Dios se le asegura una permanencia indefectible, simbolizada precisamente por
la acción de medir.
v. 4: ¿Quiénes son los dos testigos? Parece que el mismo autor se hiciera esta
pregunta, e interrumpiendo la narración apenas comenzada, da a la asamblea de
escuchas (cf Ap 1,3) toda la serie de indicaciones que puedan ayudar al discernimiento
sapiencial de identificación. Las indicaciones van hasta el v. 6. Las fórmulas que
introduce las precisiones hermenéuticas es “estos son...”.
“Los dos olivos y los dos candeleros”: Hay contacto contextual con Za 4,1-14. En
algunos puntos, el contacto es literal. Za 4,2-3: “...miro y he aquí un lamparario (menrath;
LXX todo de oro, con una reserva encima, siete lámparas están sobre el
lamparario, como también siete boquillas para las lámparas que están encima. Junto a él
hay dos olivos (senim zethim; LXX uno a la derecha y otro a la izquierda...”;
Za 4,11: “Tomé entonces la palabra y dije: “¿Qué significan estos dos olivos a derecha e
izquierda del lamparario?”; Za 4,14: “El dijo: estos son los dos ungidos que están delante
del Señor de toda la tierra. Los dos unidos son Josué y Zorobabel. El autor del Apocalipsis
identifica los dos testigos con los dos olivos, o sea, con el candelero; de ellos dice
solamente que están delante del Señor, evitando cuidadosamente otras alusiones. De aquí se
deduce que los dos testigos no pueden identificarse con los “dos ungidos” (Josué y
52
Zorobabel), y que, positivamente, en el nuevo culto del nuevo pueblo de Dios tienen una
función permanente.
Pero tenemos también un contacto con Jr 5,14: “He aquí que volveré mis palabras
en su boca un fuego y devorará a este pueblo como leña” Se especifica que el fuego es la
Palabra de Dios.
“El monstruo que sale del abismo...”: La imagen del “monstruo”, “bestia” (
deriva de un contacto contextual y literal y literal con Dn 7,3: “Cuatro bestias enormes
salieron del mar” y 7,21: “Y había visto aquel cuerno que hacía la guerra a los santos y los
venció”. Como el autor del Apocalipsis indicará con claridad en el capítulo 13, el
“monstruo” representa una fuerza de origen hostil, demoniaca, que se encarna
históricamente en el estado pagano que se hace adorar. Los dos testigos caen víctimas de
esta fuerza.
53
señor fue crucificado”, recuerda evidentemente a Jerusalén. El autor agrega, casi haciendo
más compleja la cuestión: “la cual es llamada simbólicamente Sodoma, Egipto...”.
vv. 9-10: Se resalta enfáticamente el triunfo de las fuerzas hostiles negativas: todos
pueden ver ese triunfo resaltado (el cadáver de los dos testigos); tratan de hacerlo
permanente (no hay sepultura para ellos); expresan externamente su alegría (dones).
Pero todo este triunfo es efímero (“tres días y medio”, mitad de siete indica
imperfección).
v. 11: “Y después de tres días y medio”: Después del período, cualitativamente breve,
del triunfo de las fuerzas del mal.
v. 12: “Oyeron una voz del cielo”: La voz que los dos testigos escuchan es la
voz misma de Dios o, más probablemente, de Cristo (cf 4,1).
“Subieron al cielo en una nube”: Así se completa el ciclo de los dos testigos; la
nube subraya la situación de trascendencia en la cual los dos se encuentran ahora.
“Y los miraron sus enemigos”: incluso esta última parte del triunfo de los dos
testigos es perceptible para sus enemigos.
54
“Siete mil personas”: es la décima parte de setenta mil que constituía la población
total de la ciudad. Es aquella parte de los hombres que son víctima de la intervención de
Cristo.
“Los restantes llenos de estupor”: los hombres que no son víctima de la intervención
de Dios, dándose cuenta de dicha intervención en los otros, sacan de ello las debidas
consecuencias, convirtiéndose.
1. Visión de conjunto.
Hay otros términos, que aparecen con frecuencia notoria, suficiente como para constituir
“motivos literarios”: “mujer” ( 12,1.4.6.13.14.15.16.17), “dragón” (
12,3.4.7.9.13.16.17), “hoz” ( 14,14.15.16.17.18.19).
La contraposición entre “cielo” y “tierra”. Es típico de esta sección el desarrollo
narrativo: se parte de la lucha entre la mujer y el dragón (12,1-8). La lucha se dilata en
las dos “prolongaciones” del “dragón” (primer monstruo: 13,1-10; segundo monstruo:
13,11-18), como también en los descendientes de la mujer (12,12). Mediante la
intervención de siete ángeles con siete copas, se llega a una conclusión (15,15ss.).
Tal desarrollo narrativo es interrumpido por un episodio que, sin tener con él
conexión literaria, resulta aislado y con existencia propia: el Cordero sobre el monte Sión
(14,1-5). El mensaje de los tres ángeles (14,6-13), en paralelo con la intervención del hijo
del hombre (14,14-20), representa un crescendo del desarrollo narrativo, que desemboca
luego en el septenario de las copas (15,1-16,16).
Los dos monstruos expresan dos características diversas y conectadas del poder del
dragón: el poder político que se hace adorar y sus profetas.
Los ciento cuarenta y cuatro mil sobre el monte Sión con el Cordero representan y
expresan una salvación completa, realizada con anticipación funcional respecto a otros.
56
2. El tercer signo y el cántico de los vencedores (15,1-16,1).
“Y vi en el cielo otro signo, grande y maravilloso: siete ángeles que tenían siete
plagas, las últimas, pues en ellas se consuma la cólera de Dios. Y vi como un
mar de cristal, mezclado con fuego y a los que habían triunfado sobre la Bestia
y su imagen y sobre la cifra de su nombre: estaban de pie sobre el mar de
cristal, llevando las cítaras de Dios. Y cantaban el cántico de Moisés siervo de
Dios y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente. Justos y verdaderos tus caminos, oh rey de las gentes.
¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque Tú eres santo;
porque todas las gentes llegarán y se postrarán delante de Ti; porque tus
juicios se hicieron manifiestos.
Y después de esto vi, y se abrió el templo de la tienda del Testimonio en el cielo
y salieron del templo los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de
lino puro, resplandeciente,, y ceñidos al pecho con cinturones de oro. Y uno de
los cuatro vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro colmadas de la
cólera de Dios viviente por los siglos de los siglos. Y el templo se llenó de humo
que provenía de la gloria de Dios y de su poder, y ninguno podía entrar en el
templo hasta que se consumaran las siete plagas de los siete ángeles.
Y oí una voz potente que desde el templo decía a los siete ángeles: id y
derramad sobre la tierra las siete copas de la cólera de Dios”.
El desarrollo literario es el siguiente: hay una presentación global del “signo”: los
ángeles con las siete copas (15,1), sigue una acción litúrgica terrestre (15,2-4) introducida
por la expresión “y vi” (15,2 a); tenemos en seguida una acción litúrgica celeste (15,5-8),
introducida por la expresión “después de esto vi” (14,5 a). Las dos acciones litúrgicas dan
un impulso dinámico al desarrollo septenario de las copas (16,1).
Los contactos con el AT tienen un interés particular: indican el esquema del Exodo,
al cual se alude explícita y repetidamente: El “cántico de Moisés” (15,3), la “tienda del
testimonio” (15,5), las “siete plagas” (15,1.6.8), el “mar” (15,2).
57
2.2. Exégesis de los versículos en particular.
“Angeles”: son los ángeles que continuamente toman parte activa en el desarrollo de
la salvación.
58
“Llevando las cítaras de Dios”: las cítaras son llamadas “de Dios”, en cuanto
pertenecen al mundo sagrado de Dios, son cítaras litúrgicas (cf 5,8; 14,2). Los victoriosos
están cumpliendo una acción litúrgica, que se expresará en el himno de la nueva creación.
vv. 3b-4: Tenemos un verdadero y propio himno que, tomando el material del AT,
presenta una fisonomía literaria original. Una confrontación sinóptica con el AT lo
muestra claramente:
v. 5: “El templo...en el cielo”: el templo celeste es visto aquí como una proyección
trascendente de la “tienda del Testimonio” (Ex 38,21; 40,34).
v. 6: Los ángeles tienen ( ya las últimas plagas; están encargados de ellas,
pero aún en sentido genérico. Ellos salen ( del templo como llevando fuera de
él el carácter de sacralidad propio del templo mismo y que ellos expresan incluso en sus
vestidos (sacerdotales).
60
CAPITULO VI: SECCION CONCLUSIVA (Ap 16,17-22,5).
1. Visión de conjunto.
61
Babilonia, la “prostituta”, no era otra cosa que la concretización de las fuerzas del
mal, la última emanación terrestre del demonio, luego del dragón, del primero y segundo
monstruos y de los reyes de la tierra. Después de una intervención de Cristo guerrero
(19,11-16), todas estas fuerzas negativas son vencidas y anuladas: los reyes de la tierra, el
primero y segundo monstruos (19,17-21). También el dragón es vencido definitivamente:
su fracaso está encuadrado en el contexto más general del desarrollo dialéctico y antitético
de la Historia de la Salvación (20,1-10). Sigue un balance definitivo en relación con los
hombres y la destrucción de la muerte, último enemigo (20,11-15).
Procúrese una cuidadosa lectura del texto en griego o, por los menos, en una buena
traducción. Puede tenerse en cuenta esta cuidadosa traducción:
62
Y oí una gran voz procedente del trono que decía: he aquí la morada de Dios
con los hombres, y habitará con ellos y ellos serán su pueblo y Dios mismo,
personalmente con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y la
muerte ya no existirá más, ni llanto ni grito, ni fatiga, porque el primer mundo
ha pasado.
Y dijo aquel que se sienta sobre el trono: he aquí que yo hago todo nuevo. Y
dice: escribe que estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: se han
cumplido. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Yo a quien tiene sed
le daré a beber de la fuente del agua de la vida, gratuitamente. Quien vence
tendrá esto en herencia, y yo seré Dios para El y él será para mí hijo.
Pero a los viles, los incrédulos, los abominables, los homicidas, los lujuriosos,
los hechiceros, los idólatras y los mentirosos les está reservado el estanque de
fuego incandescente y de azufre, y este es la muerte segunda”.
“El mar ya no existía”: El mar es visto en el Apocalipsis como una fuerza hostil a
Dios, de tipo casi demoníaco-abismal (cf 13,1); como tal, debe desaparecer. Pero otros
pasajes sugieren una transformación radical más que destrucción: el mar, en la nueva
creación, se vuelve “de cristal” (cf 4,6; 15,2), cambiando de naturaleza.
63
v. 2: “Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén”: se retoma el simbolismo genérico del
AT, que ve en Jerusalén la expresión ideal del pueblo de Dios convertido en “santo” por
la cercanía de Yahveh (templo). Esta Jerusalén es “nueva”, en la línea de Is 60,1-9 ( y
también de Ez 48,35), la Jerusalén renovada expresa el pueblo de Dios en su situación
escatológica, conectada con la acción del Mesías; “santa”: expresa la pertenencia al
ámbito divino. En la parte “auditiva” (vv. 3ss.) se precisará esta pertenencia.
“Bajar del cielo, (viniendo) de Dios): Jerusalén es también el símbolo del pueblo de
Dios a nivel terrestre (cf 11,1ss.); pero ahora, en la fase escatológica, ha superado
definitivamente la dialéctica entre el mal y el bien, y ya no está expuesta a las fuerzas
hostiles. Es “santa”, es decir, pertenece toda ella al nivel de la trascendencia. Más aún, es
obra personal de Dios: la proveniencia indica la naturaleza.
“Dispuesta como una esposa adornada para su esposo”: “como expresa aquí una
metáfora, que luego se explicitará en su contenido (cf 21,9b). El amor nupcial recíproco,
expresa -en la línea simbólica del AT- la relación interpersonal que se ha establecido entre
Cristo muerto y resucitado (“cordero”: cf 5,6) y su pueblo. La Jerusalén está ya en aquella
situación definitiva que la hace digna de amar y de ser amada como esposa. Con su vida
cristiana concreta (cf 19,8), ella ha contribuido a alcanzar el máximo nivel (“dispuesta”,
“adornada”) en el cual se encuentra.
v. 3: “Y oí una gran voz procedente del trono”: comienza la parte “auditiva” del
esquema literario del pasaje. Se quiere aclarar lo referente a la parte “visiva”.
“He aquí la morada de Dios con los hombres”: el contacto literario, contextual y
literal con Ez 37,27, es muy estricto: “entre ellos estará mi morada; yo seré su Dios y ellos
serán mi pueblo”. El autor del Apocalipsis retoma la idea básica de Ezequiel,
desarrollándola en dos direcciones: la Jerusalén misma, el pueblo, la morada de Dios, y no
necesitaremos más de un templo particular (cf 21,22); el aspecto personal de la presencia
de Dios se resalta particularmente. En esta pertenencia recíproca, personal y sin límites
alcanza su culmen la fórmula del pacto (“yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi
pueblo”).
v. 4: “Y enjugará toda lágrima de sus ojos”: Hay un contacto literal con Is 25,8: “y
enjugará el Señor las lágrimas de todo rostro”. En Isaías se habla de Dios que,
respondiendo a la expectativa del pueblo, lo libera de toda negatividad. El autor del
Apocalipsis retoma el tema de fondo de Isaías, pero lo hace suyo, desarrollándolo y
ampliándolo (cf también Is 35,10; 65,19): indica las consecuencias de esta acción
liberadora de Dios que El cumple personalmente: “ya no habrá más muerte, ni gemido,
ni grito, ni fatiga, pues el primer mundo ( pasó”. La muerte, con todo su
séquito de males (cf 6,8) es el elemento objetivo que produce más dificultad, más
lágrimas al hombre. Su eliminación tiene un relieve especial. Después vienen los
64
aspectos subjetivos que causan el llanto y lo expresan: el lamento desesperado, el grito
y, en general, todo lo que es fatiga y pena: incluso todo este conjunto es eliminado.
v. 5: “Y dijo aquel que se sienta en el trono: He aquí que hago nuevo todo”: la
renovación escatológica se presenta como obra de Dios, “aquel que se sienta en el trono”
y, aquí, implícitamente, como fruto de la acción del “Cordero” (cf 22,3b). Presentada
primero como un hecho cumplido en el futuro, la renovación escatológica es ahora
indicada también como presente, en cierto modo simultánea a la comunidad eclesial que
escucha (“he aquí estoy haciendo nuevo todo”). El hecho futuro es el punto de llegada al
cual tiende dinámicamente en el presente la acción creadora y renovadora de Dios.
“Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin”: con esta expresión se motiva la
afirmación precedente. La realización de las promesas de Dios está garantizada porque el
mismo Dios - Cristo (cf 22,13), se encuentra al comienzo y en la conclusión de la serie
homogénea de la Historia de la Salvación. Dicha serie homogénea está indicada por los
extremos que encierran la totalidad intermedia, alfa y omega: el valor simbólico de las dos
letras se explicita por los dos sustantivos que las especifican “principio” (, comienzo
de la creación; “fin” (realización final de la creación misma.
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v. 7: “El vencedor tendrá esto en herencia”: El discurso se dirige ahora más
explícitamente a la asamblea litúrgica presente. Como en la primera parte (cc. 2-3), la
victoria indica el trabajo activo por superar las dificultades de la vida cristiana. La
“herencia” es la herencia escatológica.
“Yo seré Dios para él y él será para mí hijo”: notamos el contacto literal con 2S
7,14: “Yo seré para él como padre y él me será como un hijo”. Dios le dice esto a David,
refiriéndose a Salomón. El autor del Apocalipsis afirma que en la fase escatológica la
relación del hombre con Dios llegará al máximo de la cercanía Padre - hijo. Sustituyendo
“Dios” por “padre” indica una cierta equivalencia entre los dos términos: Dios es para el
hombre plenamente tal en cuanto Padre, y viceversa, plenamente Padre en cuanto Dios.
Ap 21,8 Ap 22,15
Y a los cobardes fuera los perros
y a los infieles
y a los infames
y a los asesinos los asesinos
y a los lujuriosos los lujuriosos
y a los hechiceros los hechiceros
y a los idólatras los idólatras
y a los embusteros
y todo amigo de falsedades
Cada una de las indicaciones: “cobardes” son aquellos que temen el riesgo de las
dificultades de la vida cristiana; los “desleales” en relación con los otros; los “infames” son
los justamente despreciados por los cristianos a causa de su vida licenciosa; los “asesinos”,
son los que utilizan la violencia física en daño de los demás; los “lujuriosos”, aquellos que
practican una vida sexual licenciosa; los “hechiceros”, aquellos que utilizan medios
ocultos, mágicos en perjuicio de los demás; los “idólatras”, aquellos que practican el culto
y la vida propios de la idolatría.
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una negatividad absoluta e irreversible, casi una muerte al cuadrado, que retoma los
elementos negativos de la muerte que nosotros constatamos.
67
APENDICE : LA ESPIRITUALIDAD APOCALÍPTICA.
1. La Escuela Apocalíptica.
¿Cuáles son las características más destacadas, desde el punto de vista formal, de la
literatura apocalíptica?
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indican, casi siempre, aspectos cualitativos que no tienen conexión lógica con su
formulación: para citar un ejemplo, el siete, indica totalidad, la mitad de siete (tres y
medio) indica parcialidad, lo incompleto. Además, el simbolismo es artificioso y
rebuscado, frecuentemente rayando el límite de lo inexpresable.
3. El contenido: Es difícil, prácticamente imposible resumirlo en pocas palabras. Emergen
algunos temas que podemos considerar típicos. Una característica fundamental de la
apocalíptica es su atención delicada a los hechos de la historia:
a. Los hechos son vistos exactamente como son, en su crudo realismo.
b. Los hechos necesitan una interpretación, una lectura en profundidad, en la cual
se da un hilo religioso en el que se nota la intervención de Dios.
c. Los hechos de la historia tienden a una conclusión: es el aspecto escatológico que
constituye, con todas sus subdivisiones (muerte, juicio, felicidad eterna,
condenación eterna, Reino de Dios definitivamente establecido, etc.), el aspecto
más preponderante de la literatura y de la teología apocalíptica.
d. Los hechos de la historia son vistos en camino. Se tiene un desarrollo dialéctico
determinado por su choque, siempre en el ámbito de la historia, entre el bien y el
mal. Están de parte del bien, Cristo, los cristianos, que colaboran activamente
con él; están de parte del mal, aquellos que eligen estar contra Cristo y se sitúan
de parte del Maligno. La lucha tiene episodios alternos, comporta siempre una
tensión que se hace sentir a veces más intensamente. Los cristianos pueden ser
superados en esta vida por las fuerzas hostiles del mal, pero, dada la Palabra de
Dios que infaliblemente alcanzará su efecto, tendrán al final el triunfo y la
superación. Los hombres no combaten el mal por sí solos: colaboran con Cristo;
al lado de Cristo y junto a los hombres, pero siempre en armonía con el uno y
con los otros, encontramos otras fuerzas: los ángeles, acerca de los cuales insiste
particularmente la literatura apocalíptica.
Estas son las grandes líneas de la escuela apocalíptica que comienza a florecer de manera
relevante en el siglo II a.C., que continuará en la era cristiana, ramificándose en
apocalíptica judía y apocalíptica cristiana; continuará luego floreciendo hasta el siglo III
d.C. Emergerán luego la patrística griega en el ambiente occidental y las tradiciones
rabínicas escritas en el ambiente judío, que serán las encargadas de señalar el fin de este
género literario apocalíptico.
¿Tiene este género literario una espiritualidad característica? Es la pregunta que trataremos
de aclarar en seguida. Para ello distinguiremos dos niveles, limitándonos en nuestra
búsqueda al Nuevo Testamento: el Apocalipsis de Juan y los otros escritos apocalípticos
que encontramos en el ámbito del Nuevo Testamento.
69
La actitud fundamental es un sentido agudo, en ciertos momentos desconcertante,
de la trascendencia de Dios. Los hechos de la historia no suceden al acaso, no pertenecen a
un mundo extraño a Dios. No obstante el mal, no obstante las tensiones dramáticas que los
hechos de la historia, leídos adecuadamente, suscitan, permanece suficientemente claro el
dominio de Dios sobre todo. Dios es el dueño absoluto de la historia; Dios es quien tiene en
su mano todos los elementos de la historia del hombre, comenzando por lo estrictamente
humano, la historia, para llegar hasta todo lo que dice relación al ambiente físico en el que
el hombre vive. La espiritualidad del hombre apocalíptico es, sobre todo, una toma de
conciencia de esta trascendencia absoluta de Dios. Ella exige ser vivida con abandono total,
por encima de cualquier acontecimiento, he incluso por encima de toda comprensión: Dios
lo sabe todo, lo puede todo, lo sigue todo.
70
Toda la teología y, por tanto, toda la espiritualidad de la apocalíptica está orientada
hacia la conclusión de la historia, hacia el final, hacia el retorno de Cristo. A este propósito
se nota una tensión creciente. Los hechos dramáticos de la historia no señalan un fin
inmediato, sino que empujan hacia allá. La fecha del final permanece como un secreto
completamente inaccesible. Dar una fecha, así fuera aproximada, sería una ociosidad
peligrosa.
“En cuanto a aquel día y a aquella hora, ninguno sabe nada, ni los ángeles
del cielo, ni siquiera el Hijo, sino solamente el Padre” (Mc 13,32).
“Hermanos: estoy diciendo esto: El tiempo es corto. Por tanto, los que
tienen mujer, vivan como si no la tuvieran. Los que lloran, como si no
llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen, los que
compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo como si no
disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa” (1Co 7,29-31).
El hecho de un final cierto y el no saber cuándo, por una parte, relativizan todos los
valores de la vida, y por otra, comprometen al cristiano a aprovechar todos los recursos.
Sería una actitud superficial la de quien frente a la parusía se abstuviera de actuar en la
historia presente:
71
“A quien tiene se le dará y se encontrará en la abundancia, y a quien no
tiene le será quitado incluso lo poco que tiene” (Mt 25,29).
Esta frase, a primera vista enigmática y casi contradictoria y que parece remontarse
a las palabras mismas de Jesús, se explica muy bien en la perspectiva en la que nos estamos
moviendo: los dones de Dios, aquello que cada uno tiene, es algo funcional, no definitivo.
Se debe emplear, eso sí, con todo gusto, esfuerzo y creatividad. Cuando el desarrollo de la
historia se concluya, cuando el amo regrese, además de los dones que hemos recibido,
hemos de presentar aquellos frutos que hemos conseguido. Si no hay ese “algo más”,
incluso lo poco nos será quitado. Si hemos empleado bien los dones recibidos, nos
encontraremos en un nivel cualitativo superior: tendremos en abundancia.
“Puesto que todas estas cosas han de disolverse así, con cuánto empeño
conviene que os comportéis, santa y piadosamente, esperando y
acelerando la venida del día del Señor” (2Pe 3,11-12).
“He aquí que yo estoy con vosotros hasta el perfeccionamiento último del
mundo” (Mt 28,20).
72
muerto y resucitado comparte nuestra condición humana y la sabrá concluir junto a
nosotros.
73
de silencio, interrupciones, como sugieren y casi imponen las numerosas anomalías
gramaticales, puestas ex profeso para provocar la reflexión. La experiencia que el grupo de
oyentes está llamado a hacer es típicamente espiritual: se trata, en la primera parte (Ap 1,4-
3,22) de someterse al juicio de Cristo resucitado, creído y sentido presente en medio de su
Iglesia, por una purificación complete, una verdadera actitud penitencial, que ponga al
grupo de oyentes en capacidad sea de escuchar al Espíritu que actuará en la segunda parte,
sea de colaborar en la victoria de Cristo, que le será propuesta como una opción.
Emerge ahora la tercera etapa de corte penitencial en sentido propio (Ap 2,3). Es
siempre Cristo resucitado, presente en medio de la Asamblea litúrgica, el que habla en
primera persona. Dirigiéndose a las “siete Iglesias de Asia”, o sea, a toda la Iglesia (cf.
simbolismo del “siete”), a todas las Iglesias que se constituirán en el futuro y llegarán a ser
una asamblea, presenta su mensaje hablando en primera persona. El mensaje como tal se
articula en seis puntos concatenados. Los cuatro primeros se suceden sin variación alguna,
mientras que los dos últimos invierten el orden en las cuatro últimas cartas. Ellos son:
Los primeros cuatro puntos del esquema constituyen un perfil “in crescendo” de
purificación penitencial: la Iglesia en asamblea, toma contacto con Cristo (dirección),
redescubre lo que Cristo significa para ella (autopresentación), acoge el juicio de Cristo
74
(juicio), es transformada por el imperativo de Cristo que corresponde al juicio (exhortación
particular).
Pero los hechos de la historia, como tales, desconciertan. La relación que ellos
tienen con Dios, no sólo no parece a primera vista, sino que huye completamente, hasta
convertirse en un signo negativo: algunos acontecimientos de la historia en su
dramaticidad, y en el absurdo del mal que allí se realiza, parecen excluir una presencia
activa de Dios. En realidad, no es así. Todos los hechos de la historia, todas las personas
que son sus protagonistas, en una palabra, todo lo que es real, depende directamente de
Dios y está determinado por El. El autor lo explicita mediante la presentación del libro
sellado con “siete” sellos (Ap 5,1). El libro está colocado en la mano derecha de Dios: por
tanto, está completamente en su poder. En el libro está escrito todo lo que se relaciona con
la historia: no hay en el libro ningún espacio vacío. Pero es completamente imposible
leerlo: está sellado con “siete” sellos; la imagen indica la completa heterogeneidad, la
imposibilidad absoluta de poder alcanzar un contacto directo con el contenido del libro.
Entonces hay desmayo causado por el desconcierto y la desesperación )cf. Ap 5,3-5).
75
Sigue luego, en toda la prolongada y compleja segunda parte del libro (Ap 6,1-
22,5), una serie de paradigmas que son propuestos por el grupo de escuchas para poder, a
la luz de Cristo, interpretar profundamente la propia historia.
Este es el trabajo que ocupa al grupo de escuchas en toda la segunda parte del
Apocalipsis. Se tratará de mirar con realismo los hechos simultáneos, captar todos sus
aspectos, aún los más desconcertantes; de tener luego la fe ardorosa de decirse y de decir
que todos estos hechos son determinados por Dios, previstos y valorados por El, pero que
son inteligibles sólo a la luz de Cristo, relacionándolos con El. Esta relación será
especificada por cada uno de los esquemas interpretativos y deberá ser focalizada situación
por situación. En esta óptica de la historia que se interpreta refiriéndola a Cristo, el grupo
de escuchas pasa revista a todas las realidades que encuentra en su situación (el Estado, la
propaganda, los centros de poder, que el autor llama los “reyes de la tierra”). En una
palabra, observa y analiza todos los aspectos, lugares, personas, situaciones...que
condicionan de algún modo la vida de los hombres.. El grupo de escuchas verificará, si el
mundo en el que se encuentra está abierto o no a la trascendencia de Dios. Un mundo
organizado sólo a nivel terrestre, cerrado a Dios, se convierte en la ciudad consumista, la
“gran prostituta”, “Babilonia”, que exactamente por estas pretensiones constituye un
sistema de vida horizontal y autosuficiente, pero que se desmorona desde dentro. Este
sistema terrestre de vida no coexiste pacíficamente con el sistema de apertura a Dios, de
sintonía con El y con Cristo, que es propio de los cristianos. Hay una tensión permanente
que desemboca, casi siempre, aun cuando no de la misma manera, en la persecución. Los
cristianos están empeñados con Cristo a superar este sistema terrestre antitético que podrán
encontrar a su paso. Podrán vencer, podrán también momentáneamente ser vencidos y
hasta muertos. Pero la energía de Cristo resucitado penetra en el campo de la historia, de la
cual participan los cristianos juntamente con El, llevará a un triunfo irreversible, que se
realizará en la conclusión última, escatológica, del movimiento dialéctico entre bien y mal
de la historia de hoy. El esfuerzo por colaborar con Cristo, para “vencer” con El, había
madurado ya en la primera parte del Apocalipsis; la escucha del Espíritu, también propia
de la primera parte, se realiza en la segunda. Esa escucha consiste en la capacidad que
tiene el grupo de escuchas, por una parte, para decodificar el mensaje profético del
Espíritu referente a su historia, que le llega a través del lector; por otra, para aplicar
sapiencialmente a la historia así interpretada, sus opciones operativas. El grupo deberá
decidir, una vez efectuada una cuidadosa lectura de los signos de los tiempos, qué
decisiones y qué iniciativas pide de su parte la situación de la historia que está viviendo..
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plegarias de los santos, significando así su perfeccionamiento y purificación. Ahora sí, las
plegarias de los santos llegan directamente a Dios y, desde Dios, llega una repuesta en la
misma línea:
Con todas estas imágenes se indica una intervención directa de Dios en el sistema
terrestre de los hombres que lo hace tambalear, pero que depende directamente de la
presión de las plegarias de los santos.
“Después de esto oí como una gran voz de una multitud incontable que
decía en el cielo: ‘aleluya’: la salvación , la gloria y la fuerza son de
nuestro Dios / porque justos y verdaderos son sus juicios, porque ha
condenado a la gran prostituta...
‘Aleluya’, porque el Señor nuestro Dios, el Omnipotente reinó:
Exultemos y alegrémonos y démosle su gloria,
porque llegó el tiempo de las Nupcias del Cordero
y su esposa se preparó
y le fue dado revestirse de un vestido de lino espléndido y puro.
El lino son las acciones justas de los santos” (Ap 19,2.6-8).
Tenemos una presentación del final, con características particulares: Causa gran
impresión la sobriedad extrema de parte del autor en presentarnos, tanto la destrucción del
mal, como la potenciación del bien. Evitando con cuidado elementos de pura fantasía, el
autor alcanza a interpretar profundamente, tanto la destrucción del mal como el triunfo del
bien. En este contexto de destrucción, por una parte, y de potenciación por la otra, es
introducida la segunda venida de Cristo (cf. Ap 19.11-16). No se hace de ella una
descripción particular, sino una reflexión que se propone al grupo de oyentes, se hacen
apreciar con toda propiedad y claridad todos los avances llevados a cabo por la presencia
activa de Cristo que ya está en acto en el ámbito de la historia, en la cual vive el grupo de
oyentes. La venida de Cristo es, por ello, como el punto de llegada de elementos ya
presentes: es como la floración completa de una serie de brotes, que el grupo de escuchas
puede encontrar en su historia..
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apocalíptico sabe mirar de frente a esta realidad, manteniendo realísticamente su esperanza,
su confianza total en Dios. Todo esto encuentra en el Apocalipsis una organización
sistemática, en la cual todos los componentes tienen su puesto en el conjunto. Y es así
como el Apocalipsis se convierte en una espiritualidad global: la espiritualidad típica de la
asamblea que, en contacto prolongado con Cristo, se deja purificar por El, lee la propia
historia, colabora activamente con Cristo en la victoria sobre el mal, mira el presente y
mira el futuro con la esperanza sólida de quien sabe que, a pesar de todo, el bien triunfará
ciertamente.
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CUESTTIONARIO AUXILIAR PARA EL ESTUDIO DEL APOCALIPSIS.
I : INTROCUCION GENRAL.
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CUESTIONARIO AUXILIAR PARA EL ESTUDIO DEL APOCALIPSIS
II : INTRODUCCION ESPECIAL Y EXEGESIS.
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