Comentario de Apocalipsis
Comentario de Apocalipsis
Comentario de Apocalipsis
El vínculo del Apocalipsis con el resto del Nuevo Testamento es aun más estrecha. El
mensaje que Apocalipsis presenta por medio de visiones simbólicas es el mismo que se
presenta en el resto del Nuevo Testamento: Dios ha enviado a su Hijo para llamar a toda
la humanidad a la reconciliación con él. Los que responden, entablan una relación
permanente con Dios y cuentan con su protección y su dirección. Hay que buscar bajo
el simbolismo de Apocalipsis el evangelio de Jesucristo, y no una cronología de los
últimos días. Si interpretamos el Apocalipsis con referencia a los dos Testamentos,
encontraremos un mensaje emocionante que nos fortalece para enfrentar las peripecias
del peregrinaje cristiano con confianza renovada.
La literatura apocalíptica
Para lectores modernos del Apocalipsis de Juan, es necesario aprender qué es un
apocalipsis, porque no existe tal género en la literatura actual. John J. Collins formuló
esta definición de un apocalipsis: “Apocalipsis” es un tipo de literatura de revelación con
un marco narrativo, en el cual una revelación se comunica por medio de un ser de otro
mundo a un ser humano, manifestando una realidad trascendente que es tanto temporal,
por cuanto contempla una salvación escatológica, como espacial en cuanto se trata de
otro mundo que es sobrenatural (John J. Collins, Revista SEMEIA 14 (1979): 9). En
SEMEIA 36, Adela Yarbro Collins sugiere esta adición a la definición de Collins: ... que
tiene el propósito de interpretar circunstancias actuales y terrenales a la luz del mundo
sobrenatural y del futuro, y de influir tanto en el entendimiento como en la conducta de la
audiencia por medio de autoridad divina. (Adela Yarbro Collins, SEMEIA 36 (1986): 7)
2
La literatura apocalíptica se originó entre los judíos, ca. 200 a.C., tomando elementos de
las Escrituras, de mitos antiguos, y de materiales persas y helenísticas. Fue hija de la
profecía judía. La época de la literatura apocalíptica judía es de 210 a.C. a 200 d.C. Los
cristianos seguían produciendo apocalipsis a través de la edad medieval.
El mensaje central de la literatura apocalíptica es que Dios dirige la historia. Esta verdad
se presenta a veces en la forma, “Dios ha determinado el fin de la historia,” pero ésta
parece ser una manera de decir que controla toda la historia. Los apocalipsis siempre se
producen en un tiempo de pruebas y persecución. Canclini nota que el tiempo actual es
semejante en este aspecto a los tiempos que produjeron los apocalipsis.
c. Predicciones acerca del fin del mundo y del mal. Los apocalipsis presentan la verdad
en la forma de predicciones acerca del pronto fin del mundo, en el cual Dios pondrá fin
al mal y establecerá su reino. El autor presenta su propia época como la crisis
escatológica.
del primer siglo puede ser oscuro y aun desconocido hoy. En algunos casos no podemos
más que especular cuál fue el valor simbólico de cierta figura en un apocalipsis.
f. Visiones. Los apocalipsis se presentan como una serie de visiones que el narrador, un
vidente, experimentó. Con frecuencia dialoga con un mediador celestial, quien le explica
el significado de lo que ha visto. Algunos apocalipsis incluyen un viaje al otro mundo, que
tiene la misma función revelatoria que las visiones. Newport sugiere que la mejor
preparación para comprender la literatura visionaria de Apocalipsis es leer obras
semejantes, como los cuentos de Narnia por C. S. Lewis.
El simbolismo apocalíptico
Para leer un apocalipsis, es esencial entender el sistema extenso de símbolos que se
empleaba en la literatura apocalíptica. Por ejemplo, los números no funcionan
principalmente como indicadores aritméticos sino como símbolos. Cuando el lector de un
apocalipsis encuentra un número, debe pensar primero en su valor simbólico. El valor
aritmético del número generalmente no forma ninguna parte del mensaje del autor. Es
probable que este principio de interpretación es válido también para algunos números en
otras partes de la Escritura.
Una ilustración clara es Apocalipsis 1:4-5. Juan utiliza la forma de una carta para
identificarse a sí mismo y a sus destinatarios, y luego les desea gracia y paz.
Normalmente en las cartas cristianas, la fuente de estas bendiciones es Dios el Padre y
Jesucristo (Rom. 1:7; 1 Cor. 1:6; 2 Ped. 1:2; Judas 1; etc.), pero en Apocalipsis 1:4-5, la
gracia y la paz vienen de tres personas. La primera es el Dios del Antiguo Testamento,
identificado con una interpretación del nombre Yahveh: aquel que es y que era y que
ha de venir; la tercera es Jesucristo. Parece que Juan se refiere a la Trinidad, pero la
otra “persona” que menciona son los siete espíritus. ¿Creía Juan en nueve personas
de Dios? Desde luego que no. El número siete no funciona aquí de manera matemática
sino como un adjetivo simbólico. Definiremos su sentido en el comentario sobre
Apocalipsis 1:4.
4
Dos: El número del testimonio seguro (11:3). Este significado se basa en un principio de
la ley de Moisés: “Por el testimonio de dos o tres testigos se decidirá un asunto” (Deut.
19:15).
Tres y medio: Este número siempre se refiere a un tiempo, el tiempo de prueba del pueblo
de Dios, en el cual Dios lo protege y provee sus necesidades. El simbolismo se basa en
la frase un tiempo y tiempos y medio tiempo, que en Daniel 7:25 (nota, véase Dan.
12:7; Apoc. 12:14) designa el tiempo en que Antíoco Epífanes ocuparía y profanaría el
templo de Jerusalén en el segundo siglo a.C. Posteriormente la misma cifra se aplicó al
tiempo de la sequía en el ministerio de Elías (Luc. 4:25). En el Apocalipsis de Juan, este
símbolo aparece en los capítulos 11, 12, y 13. Aparece en las formas un tiempo y
tiempos y medio tiempo (1+2+1/2, 12:14); cuarenta y dos meses (31/2 x 12, 13:5); mil
doscientos sesenta días (42 x 30, 11:3) y tres días y medio (11:9).
Cuatro: El mundo en que habita el hombre (4:6; cuatro caballos en 6:1-8). Tal vez se
base en los cuatro puntos cardinales y los cuatro vientos.
Siete: La perfección que resulta cuando Dios obra (1:4, 11). No es una perfección
abstracta; siempre es resultado de la iniciativa personal de Dios. Se basa en los siete
días de la creación.
Diez: Lo completo en la dimensión humana (2:10; 20:2). Tal vez se base en los diez
dedos de un ser humano completo. Tanto “diez” como “siete” representan plenitud, pero
“diez” pertenece a la dimensión humana, mientras “siete” dirige la mira hacia Dios.
Doce: El pueblo de Dios (4:4; 21:12). Se basa en las 12 tribus de Israel. Jesús emplea
este mismo simbolismo cuando llama a 12 discípulos.
El número 144,000 (7:4) se forma por la multiplicación de doce por doce (pueblo de Dios),
combinado con mil (lo completo del hombre). Significa la gran multitud que Dios redime
y hace su pueblo.
Casi todos los números del Apocalipsis son puros símbolos, sin valor matemático. Hay
dos posibles excepciones: los cinco meses en 9:5 se pueden basar en la vida normal de
la langosta y los mil seiscientos estadios (trescientos kilómetros) en 14:20 pueden
corresponder a la extensión de Palestina de norte al sur.
Los colores también son simbólicos en la literatura apocalíptica. Algunos colores que se
encuentran en el Apocalipsis de Juan son:
Blanco (2:17; 6:2), símbolo de victoria, y a veces de pureza. Vestiduras blancas (3:5) son
el “uniforme” del cielo (Marcos 9:3; 16:5); los que tienen vida celestial gozan de la victoria
y de la vida eterna.
Cuerno (5:6): poder. En el idioma hebreo, la palabra que significa “cuerno” también tiene
el sentido de “poder.”
El mar (17:15) representa la maldad (Daniel 7:2). Los hebreos nunca fueron un pueblo
marítimo, y tenían miedo del mar (Job 26:12; Sal. 74:13; 89:9). Es interesante que la
enumeración de la creación de Dios en Génesis 1 no menciona la creación del mar o de
sus aguas, aunque Dios separa éstas con el firmamento (Gén. 1:6), y las reúne para que
aparezca la tierra seca (1:9-10). Parece que cuando se compuso esta poesía a la acción
creadora de Dios, el mar ya era símbolo de la maldad, y el autor de Génesis 1 no quería
atribuir a Dios la creación del mal.
Es posible que Juan también maneja el mar como un símbolo de separación (Apoc. 4:6).
Fue el mar que lo separaba de sus amados hermanos e hijitos en Asia, de manera que
para él el mar representa separación.
El arco iris (4:3) es un símbolo del pacto de Dios (Gén. 9:12-13). Por lo tanto, representa
su fidelidad y su amor misericordioso.
Algunos de estos símbolos parecen extraños hoy, y pueden estorbar nuestro entendi-
miento del Apocalipsis. Sin embargo, los primeros lectores los conocían bien, y Juan los
emplea para comunicar su mensaje con claridad, no para esconder (véase Newport, p.
43).
lo interpretaron espiritualmente. Ticonio, al fin del cuarto siglo, inició una nueva manera
de interpretar: pasaba de un objeto particular al hecho universal que simbolizaba, p. ej.
de Jerusalén a la iglesia. Agustín y la mayoría de los escritores de la Edad Media
siguieron a Ticonio.
Estas interpretaciones tan diferentes surgen de distintas ideas en cuanto al contenido del
Apocalipsis. La escuela historicista busca interpretar el Apocalipsis como una historia
cronológica de la iglesia. La futurista ve en el libro una descripción de los últimos días de
este mundo antes de la segunda venida de Cristo, y los eventos que su regreso
producirá. La preterista sostiene que Juan está describiendo, a la luz de la soberanía de
Cristo, su propia situación y la de las iglesias a las cuales escribe. La idealista encuentra
en los símbolos del Apocalipsis fuerzas que operan continuamente en la vida de la iglesia
y del mundo, de manera que cada símbolo puede corresponder a varias figuras o eventos
en la historia.
Preterista. Sostiene que Juan describe la situación actual de las iglesias de Asia. Busca
en la época de Juan los eventos, personas, etc., simbolizados. Desde luego, reconocen
que los últimos capítulos del Apocalipsis están describiendo la esperada consumación
de la historia.
católicos de esta escuela entienden que la cronología termina con Constantino. Los
reformadores encontraron en el libro una profecía de la apostasía de la iglesia romana.
Este método aparentemente permitiría al intérprete identificar el momento que él vive en
la cronología del Apocalipsis y descubrir lo que va a pasar a continuación. Sin embargo,
hasta la fecha toda predicción del futuro basada en una interpretación historicista del
Apocalipsis ha resultado equivocada, y los historicistas se han visto obligados a hacer
constantes ajustes porque el fin resulta más lejos que esperaban.
Futurista. Interpreta todo el libro como predicción de los últimos días de la historia. Tiende
a tomar mucho más del Apocalipsis como literal que las otras escuelas. Hay que dividir
los futuristas en dos escuelas, radicalmente diferentes entre sí:
Los premilenialistas dispensacionalistas enseñan que Apocalipsis 4-19 describe los siete
años de la Gran Tribulación, inmediatamente antes de la venida de Cristo para inaugurar
el milenio, su reino de mil años sobre la tierra. Se llaman “dispensacionalistas” porque
dividen la historia del hombre en siete dispensaciones, en cada una de las cuales Dios
juzga a los hombres por criterio distinto. Francisco Ribeira, un jesuita español, desarrolló
este sistema hacia fines del siglo XVI, pero J. N. Darby le dio su forma moderna en la
primera mitad del siglo XIX. Es la interpretación dada en las notas de la Biblia de estudio
“Schofield.”
Los premilenialistas históricos reconocen más vínculo entre el Apocalipsis y los tiempos
en los cuales éste fue escrito, pero todavía enfatizan el cumplimiento futuro de sus
símbolos. Newport dice que los elementos principales de la interpretación premilenialista
histórica son: 1) Apocalipsis tuvo significado para los cristianos del primer siglo. 2) Tiene
implicaciones para cada generación. (3) Describe en una perspectiva amplia los últimos
días de la historia.
fin, o principios--y que cuando llega a Apocalipsis 20, lo interpreta de la misma manera
que ha aplicado a todo el libro.
Yo insisto en que el libro tiene pertinencia primero a su propio día; no podemos aplicarlo
correctamente al nuestro sin entender primero cómo se aplicaba en aquel día. Así que la
base de mi interpretación es preterista. Sin embargo, normalmente doy más desarrollo a
la aplicación de esta interpretación en la actualidad. Por lo tanto, la presente
interpretación es mayormente idealista en su contenido.
Autor y fecha
Aunque la literatura apocalíptica en general es seudónima, parece que el Apocalipsis de
Juan es una excepción. En 1:9, Juan se identifica como hermano de sus lectores y
compañero en el sufrimiento que ellos experimentan. En 22:10, Juan recibe la orden,
No guardes en secreto ... este libro, porque el tiempo está cerca; el verbo traducido
“guardar en secreto” significa literalmente “sellar.” Normalmente al fin de un apocalipsis,
hay una orden de “sellar” el libro (Daniel 8:26; 12:4, 9), porque su mensaje es para un
tiempo lejano. Este sello aparece en función de la seudonimidad. Explica cómo el libro
pudo haber sido escrito hace tantos siglos y publicado hasta ahora: quedaba sellado,
pero ahora se han abierto los sellos, porque en los planes de Dios el tiempo del fin ha
llegado. Apocalipsis 22:10 rompe con esta ficción y aclara que Juan no es un seudónimo
del pasado, sino el verdadero autor de la obra. La mayoría de las autoridades hoy están
de acuerdo en que el visionario y autor de Apocalipsis se llamaba Juan y fue un cristiano
del primer siglo d.C.
¿Quién es este Juan que escribió el Apocalipsis? La tradición del segundo siglo lo
identificó como Juan el apóstol, hijo de Zebedeo. Justino Mártir, Ireneo, el Canon de
Muratori, Clemente de Alejandría, y Tertuliano identifican al autor de Apocalipsis como
10
este Juan. El primero que lo dudó fue Dionisio de Alejandría (m. 264), quien se basó en
las diferencias radicales de estilo y de gramática entre el Apocalipsis y el Cuarto
Evangelio.
A favor de la identificación del Juan del Apocalipsis como el hijo de Zebedeo, se pueden
notar ciertas semejanzas entre el Apocalipsis y las otras obras asociadas con Juan: los
títulos Logos (Apoc. 19:13; Jn. 1:1, 14; 1 Jn. 1:1) y “Cordero”1 aplicados a Jesús (Apoc.
5:6; 22:1 y veintisiete veces más; Jn. 1:29, 36); “agua de vida” (Apoc. 7:17; 21:6; 22:1,
17; Jn. 4:10-15; 7:38); “el que salga vencedor” (siete veces entre Apoc. 2:7 y 3:21; 1 Jn.
2:13; 5:5); el mismo contraste absoluto entre lo bueno y lo malo, y el énfasis en ser
testigos (Apoc. 1:2; 6:9; 11:3; Jn. 1:7, 41; 1 Jn. 1:2; etc.) y en obedecer los mandamientos
de Dios (Apoc. 1:3; 3:10; 12:17; 14:12; Jn. 14:15, 21; 15:10; 1 Jn. 2:3-4; 3:22, 24; 5:2-3;
etc.). También, estas obras surgen de la misma región. El Apocalipsis se dirige a siete
iglesias alrededor de Efeso, y la tradición de la iglesia asocia el evangelio de Juan y sus
tres cartas con esta misma ciudad.
Por otro lado, la gramática del Apocalipsis (en el griego, no reflejada en las traducciones)
es muy distinta a la del evangelio y de las cartas de Juan. De hecho, es única en el Nuevo
Testamento, llena de solecismos (expresiones que no siguen las reglas de la gramática).
Dionisio se basó en esta diferencia radical para sostener que el autor del Evangelio no
puede ser también autor del Apocalipsis. Charles Cutter Torrey, en un artículo publicado
en Documents of the Primitive Church (1941), opina que estos no son errores accidenta-
les, sino que el autor escribió así a propósito, porque los errores son de ciertas clases
bien definidas, y el autor observa en unos pasajes las mismas reglas que viola en otros
pasajes. Swete también comenta que Juan no siempre, o tal vez nunca, escribió así por
ignorancia. Es posible que Juan pretendía crear un sabor extranjero o semítico con estos
solecismos.
En conclusión, hay evidencia interna que apoya la identificación del vidente Juan como
el autor del evangelio y de las cartas de Juan, y también evidencia interna en contra de
ella. Algunos estudiantes postulan otro Juan como autor del Apocalipsis. Aun en el tercer
siglo, Dionisio de Alejandría afirmó que el autor del Apocalipsis fue un hermano llamado
Juan, distinto al apóstol. No es posible lograr certidumbre, pero tampoco es necesario
establecer la identidad exacta del autor para entender el mensaje del Apocalipsis. La
hipótesis de esta interpretación es que el Juan del Apocalipsis es el apóstol, hijo de
Zebedeo.
1
Aunque las palabras son distintas.
11
Propósito
Juan escribe para alentar a las iglesias de Asia Menor en medio de la persecución. Su
tema es la segunda venida de Cristo, pero no la ve como exclusivamente futura, sino
como una realidad presente. Jesucristo, igual que Dios el Padre, es “el que viene” (Apoc.
1:4, 7, 8; 4:8; Mat. 11:3; Luc. 7:19; Is. 35:4; 40:10; 62:11; 66:15; etc.), el que
constantemente interviene en los eventos de la historia para proteger a los que creen en
él y para castigar y llamar al arrepentimiento a los rebeldes. Las circunstancias difíciles
en que se encontraban las iglesias no significaban que Dios estuviera lejos; precisamente
en medio de sus problemas él las acompaña.
12
Bosquejo de Apocalipsis
Introducción (1:1-8)
Conclusión (22:6-21)
13
Exposición de Apocalipsis
Juan describe el contenido de su Apocalipsis como lo que sin demora tiene que
suceder. Esta frase y el tiempo de su cumplimiento está cerca en el versículo 3
indican que Juan describe eventos inminentes. Sin embargo, el regreso de Cristo no
ocurrió en la generación de los lectores ni ha ocurrido en los 1,900 años que han pasado
después. ¿Se equivocó Juan? Es la tesis de esta interpretación que Juan aplica la verdad
de la segunda venida de Cristo a su propio día y a la situación de las iglesias a las cuales
escribe. Las cosas que él describe efectivamente sucedieron sin demora, en la vida
terrenal de sus lectores. Las mismas cosas todavía están sucediendo y sucederán al
final de la historia.
Jesucristo manda esta revelación a Juan por medio de su ángel. Los ángeles en el
Apocalipsis generalmente no son símbolos. Más bien sirven para facilitar la acción del
drama y la revelación de Dios. Son parte del “ropaje” apocalíptico; una de las
características de la literatura apocalíptica son ángeles.
que escuchan, porque su libro iba a ser leído en una reunión o culto de cada una de las
congregaciones de Asia Menor.
En esta felicitación de Juan, el énfasis no cae sobre el acto de leer o de oír, sino sobre
la obediencia. Serán dichosos solamente si hacen caso del mensaje de esta profecía.
Igual a toda la Biblia, el Apocalipsis fue escrito para modificar nuestra actuación y
relaciones, no simplemente para aumentar nuestra información. Juan no escribía con el
propósito de satisfacer curiosidad acerca de los eventos del fin del mundo, sino para
orientar a sus lectores acerca de la manera en que deben responder a los
acontecimientos que enfrentan en su propia generación.
Siguiendo la costumbre de las cartas griegas, Juan manda un saludo a sus destinatarios.
El saludo acostumbrado entre los griegos fue jairin, “regocijarse”; los judíos se saludaban
diciendo shalom, “paz.” Los cristianos combinaban los dos saludos en uno: gracia (jaris,
semejante en sonido a jairin) y paz. La gracia es el favor de Dios, dirigido a los que
merecen solamente su condenación. La paz es el bienestar que resulta de la gracia en
la vida del creyente. De acuerdo al sentido de la palabra hebrea shalom, paz incluye
prosperidad, salud y bienestar, pero el centro del shalom son buenas relaciones, con
Dios y con otros seres humanos.
Juan describe la fuente de la gracia y la paz con una tríada (4b-5a). Primero, menciona
a aquel que es y que era y que ha de venir.2 Al leer este título, muchos piensan
inmediatamente en Jesucristo. Sin embargo, el tercer miembro de la tríada (5a) es
Jesucristo, y no parece lógico que Juan lo mencionara dos veces en ella. Cuando
descubrimos que el segundo miembro es el Espíritu Santo, se vuelve claro que el primero
tiene que ser Dios el Padre. El título enfatiza la eternidad de Dios, y es una interpretación
2
La forma gramatical que Juan emplea aquí es llamativa. Emplea la preposición apo, que se usa exclusivamente con el caso
genitivo, pero expresa su complemento en el caso nominativo, que no se usa con preposiciones. Juan utiliza participios para decir
aquel que es y que ha de venir, pero en medio usa un verbo indicativo para expresar el que era. Es probable que usa el
nominativo para enfatizar la calidad absoluta y eterna de Dios. El segundo verbo no es participio porque en el griego, no existe un
participio pasado del verbo eimi que Juan emplea.
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del nombre Yahvé (el SEÑOR o Jehovah en algunas versiones) con el cual Dios se
describe a sí mismo en el Antiguo Testamento (Ex. 3:14-15, etc.). Dios es el que “es”
eternamente, el único que existe por su propia naturaleza y voluntad, y no porque fue
creado. Es el que da existencia a todas las demás personas y a todas las cosas.
En la tercera cláusula de esta descripción, Juan cambia el verbo que usa; no dice, “y que
será,” sino “y que viene” (el participio es presente). En el contexto de las primeras dos
cláusulas, esta última expresa la existencia futura de Dios, pero también recoge las
descripciones de Dios en el Antiguo Testamento como “el que viene” (Sal. 50:3; 96:13;
Mal. 3:1; etc.). Este verbo interpreta la tensión entre la trascendencia de Dios y su
inmanencia. Dios es trascendente; no es parte del universo, ni limitado a una existencia
dentro de él, porque no es criatura sino Creador. Sin embargo, no está alejado de su
creación, sino que viene constantemente para establecer la justicia y limitar la maldad.
“El que viene” es una descripción dinámica del interés y la actividad constantes del Dios
trascendente en su creación.
A la vez, el verbo “venir” trae a la mente del lector cristiano la esperada venida de Cristo,
que es el tema del Apocalipsis. La aplicación del verbo al Padre, Dios del Antiguo
Testamento, confirma que la venida de Cristo es la intervención de Dios, prometida en
las profecías del Antiguo Testamento. En Jesucristo, Dios viene a su creación para darse
a conocer y para juzgar a sus criaturas.
El segundo miembro de la tríada que da gracia y paz se describe como los siete
espíritus que están delante de su trono. Antes notamos que la referencia aquí es al
Espíritu Santo (p. 2). El Espíritu se encuentra delante del trono de Dios, para servirle. El
número siete expresa la perfección del Espíritu y su procedencia de Dios. Así que los
siete espíritus es equivalente simbólico de los títulos Espíritu Santo y Espíritu de Dios.
En Isaías 11:2, la palabra Espíritu aparece cuatro veces, modificada por siete genitivos.
Algunos piensan que Juan alude a estos “siete espíritus.” Por otro lado, Zacarías 4:10
habla de siete ojos del Señor, que recorren toda la tierra (véase Zac. 3:9). Apocalipsis
5:6 indica que Juan está pensando en este pasaje de Zacarías cuando describe así al
Espíritu Santo. También, son siete los Espíritus porque las iglesias son siete. El Espíritu
de Dios está presente con cada una de las iglesias de Jesucristo, y cada iglesia depende
del Espíritu para su existencia y para cumplir su misión.
El tercer miembro de esta tríada es Jesucristo, el testigo fiel (5). Los que creen en
Jesús son llamados a continuar su testimonio (2), a ser fieles bajo la persecución como
Jesús fue fiel hasta la muerte. Fiel implica tanto lealtad personal como veracidad.
Jesucristo también es el primogénito de la resurrección. Su resurrección, igual que su
16
testimonio, no fue simplemente un asunto personal, sino un modelo y promesa para los
que le siguen. Finalmente, él es el soberano de los reyes de la tierra. Como testigo
fiel, Jesús es soberano en la iglesia; como primogénito de la resurrección, es soberano
en el mundo venidero. Jesús es soberano también sobre los poderes terrenales que
están persiguiendo la iglesia. ¿Cómo es posible decir esto cuando las acciones de estos
gobernantes no se conforman a los principios morales que Dios en el Antiguo
Testamento y Jesús en el Nuevo enseñan, y cuando los gobernantes están atacando a
los testigos que representan a Jesús en el mundo? El resto del Apocalipsis presenta la
respuesta que Juan recibió.
Después del saludo, Juan pronuncia una doxología a Jesús (5b-6), el que nos ama y
que por su sangre nos ha librado de nuestros pecados, al que ha hecho de
nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre. Jesús mostró su actitud
de amor en el evento de la crucifixión, rescatándonos de nuestras rebeliones contra Dios.
Estas rebeliones estaban destruyendo nuestra vida, porque nos separaban de la relación
que es el propósito de Dios para su creación y nuestra razón de existir.
Juan describe esta relación como un reino, sacerdotes. “Un reino” puede significar que
nos colocó en el reino de Dios como ciudadanos leales. Este es un aspecto de nuestra
relación con Dios, pero Apocalipsis 2:27; 3:21; 4:4; 5:10; etc. muestran que la descripción
incluye más. El amor y el sacrificio de Jesús hacen de los que creen en él reyes,
colaborando con Dios en su gobierno. El verdadero poder real pertenece, no al Imperio
Romano, sino a los cristianos perseguidos. Para iglesias perseguidas, esta afirmación
posiblemente fue más sorprendente que la descripción de Jesús como el soberano de
los reyes de la tierra. Si los cristianos son reyes, ¿por qué están sujetos a persecución
y aun muerte (2:13) a manos de las autoridades políticas? Un propósito del Apocalipsis
es contestar esta pregunta.
Estos “reyes” son también sacerdotes. El sacerdote representa a los hombres ante Dios
y a Dios ante los hombres. En representación de los hombres, los creyentes tienen la
responsabilidad de adorar a Dios, cumpliendo la función que Dios ha asignado a toda la
raza humana. También deben interceder ante Dios a favor de sus semejantes, pidiendo
que Dios les dé a todos una relación creciente con él.
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¡Viene! (1:7-8)
Después de las introducciones de un apocalipsis (1-3) y de una carta (4-6), Juan expresa
el tema de su obra: una venida. Posiblemente no exprese el sujeto de viene porque
quiere que sus lectores piensen en dos posibilidades. Como cristianos, entenderían
inmediatamente que el que viene en las nubes es Jesucristo; el tema del Apocalipsis es
la segunda venida de Jesús. Sin embargo, según 1:4 y 8 “el que viene” es Dios. La venida
de Cristo es la venida de Dios. En Cristo Dios viene, para rescatar a su pueblo, para
corregir a los que yerran, para llamar a la fe a los que no lo conocen.
La frase viene en las nubes se deriva de Daniel 7:13; allí aquel que viene es alguien
como un hijo del Hombre, título que Jesús se aplicó a sí mismo. La venida de Jesús
(tanto primera como segunda) es el cumplimiento de esta profecía de Daniel. Dios quiere
que todo ojo vea la venida de Jesús y responda con arrepentimiento y fe. Al final de la
historia, todos lo verán literalmente.
El Apocalipsis está lleno de lenguaje tomado del Antiguo Testamento. Newport nota (en
su comentario a 1:13) que las visiones vienen a Juan en términos de la revelación del
Antiguo Testamento y afirma que “la mejor manera de prepararnos para una nueva
revelación de la verdad es estudiar la revelación que Dios ya ha dado.” Sería tedioso y
casi imposible mencionar todas estas citas y alusiones en un comentario, pero
mencionaremos algunas y pedimos que el lector recuerde que son muchos más los
vínculos con el Antiguo Testamento.
La lamentación que sienten al verlo es el primer paso para llegar a una relación con
Dios por medio de él. Esta pena les debe estimular a arrepentirse. El arrepentimiento, un
elemento clave en el Apocalipsis (2:5, 16, 21, 22; 3:3, 19; 9:20, 21; 16:9, 11) es el
comienzo de la fe.
Juan exclama, ¡así será! Amén. Por fe proclama que Jesús viene, aun cuando no se
perciben evidencias de ello.
El que habla en 1:8 no es Jesucristo, el testigo fiel (5) sino el que es, y que era y que
ha de venir (4). La venida de Jesús es la intervención prometida por Dios en el Antiguo
Testamento. El versículo 8 es una compilación de títulos aplicados a Dios en el Antiguo
Testamento. Yo soy se usa como nombre de Dios en Exodo 3:14 e Isaías 48:12. Yo soy
el Alfa y la Omega es semejante a Isaías 44:6: Yo soy el primero y el último (véase
48:12). El Alfa y la Omega son las letras primera y última del alfabeto griego, en el cual
escribe Juan. Probablemente Juan piensa en una frase que los rabinos usaban para
describir a Yavé: “Aleph y Tau,” las letras primera y última del alfabeto hebreo. El Señor
Dios es una combinación que se encuentra en el Antiguo Testamento (Dan. 9:9; véase
Sal. 35:23; Gén. 2:4; 15:2; etc.). Ya vimos en el comentario al versículo 4 que el que es,
y que era y que ha de venir es una interpretación del nombre Yavé o Jehová. Final-
mente el Todopoderoso traduce el griego pantokrator (“el que gobierna todo”), que se
usa en la Septuaginta para traducir el título sabaot (1 Sam. 1:3; 2 Rey. 3:14; Sal. 24:10;
Mal. 1:6; etc.).
kilómetros por 10, y dista unos 65 kilómetros de Efeso. En un día despejado, Juan podía
distinguir la costa de Asia y el puerto de Efeso desde Patmos.
Fue el día del Señor (10), o domingo, y las congregaciones de Asia se reunían para
adorar a Jesucristo y a su Padre. Juan identifica el día de su visión con la palabra que
todavía hoy se usa en el idioma griego para designar el domingo. 3 La expresión que
identifica “el día del Señor” al final de la historia (Amós 5:18; 1 Tes. 5:2; 2 Ped. 3:10) es
otra.4 Juan lamentaba que no pudiera adorar con sus amados hermanos, pero no está
tan lejos de ellos, porque está adorando al mismo Señor que ellos adoran. El Señor está
presente tanto con Juan como con ellos, y le da un mensaje para mandar a ellos.
De repente vino sobre él el Espíritu y Juan sentía la presencia del Señor de una manera
especial. Esta expresión describe una éxtasis en la cual se ven las visiones narradas en
un apocalipsis (véase 4:2; Ezeq. 3:12, 14; 37:1). En este estado elevado y
espiritualmente sensible, Juan escucha una voz fuerte. La comparación con una
trompeta indica que la voz es celestial, y enfatiza su volumen y su autoridad.
La voz manda a Juan escribir sus visiones y mandar el documento a las siete iglesias
(11). El número siete indica sobre todo que el mensaje revelado es para todas las
congregaciones de los creyentes en Jesucristo. Su mensaje podía animar a cualquier
congregación en el primer siglo, y sigue teniendo esta capacidad a través de los siglos
que pasan. El mensaje fue enviado primero a las iglesias de Asia Menor, pero su alcance
es universal.
El orden de las siete ciudades nombradas indica una ruta que el “cartero” o mensajero
que llevaba el Apocalipsis podía seguir, empezando en el puerto de Efeso, la ciudad más
cerca de Juan, viajando al norte por Esmirna hasta Pérgamo, y luego dirigiéndose al
sureste hasta llegar a Laodicea. Es posible que la intención de Juan es que, de cada
una de estas siete ciudades, se comparte su obra con iglesias vecinas.
Juan da vuelta para ver a la persona que le está hablando (12). Este está en medio de
siete candelabros de oro. En 1:20, Jesús le explica que los candelabros representan a
las iglesias. ¿Qué dice este símbolo acerca de la iglesia? El lector moderno piensa
inmediatamente en luz, y concluye que la iglesia debe dar luz al mundo (Is. 49:6). Ya en
la introducción al Apocalipsis se ha mencionado el testimonio de Jesús (1:2, 5) y de Juan
(1:3, 9); el testimonio va a ser un tema importante del Apocalipsis.
κυριακη
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κυριου
20
El número siete sugiere que este testimonio y adoración se da por el poder de Dios,
comunicado por el Espíritu que también se presenta como “siete” en Apocalipsis (véase
1:4; 4:5; 5:6). La tarea de la iglesia no se realiza por iniciativa humana ni por poder
humano, sino por la inspiración divina comunicada por el Espíritu Santo.
En medio de los candelabros está alguien “semejante al Hijo del Hombre” (13).
Lectores cristianos reconocen que Hijo del Hombre fue el título favorito de Jesús para
describirse a sí mismo. Esta expresión viene de Daniel 7:13, versículo ya aplicado a
Jesús en Apocalipsis 1:7. Jesús está en medio de las iglesias, compartiendo sus
sufrimientos y dándoles fortaleza para perseverar. Pero está presente no simplemente
como otro sufriente o como un mero simpatizante, sino como el poderoso Hijo del
Hombre, quien tiene el poder supremo y eterno (Dan. 7:14). Si sus seguidores sufren,
no es porque los poderes perseguidores sean más fuertes que Jesús.
Los detalles de esta descripción del Hijo del Hombre vienen de Daniel 7:9, la descripción
del Anciano de Días ante quien se presenta el Hijo del Hombre, y Daniel 10:5-6, la
descripción de un mensajero celestial. La túnica larga (Apoc. 1:13) significa dignidad, y
la banda de oro (Dan. 10:5) realeza. Algunos asocian la banda con el del Sumo
Sacerdote (Ex. 39:29), pero el cinturón del sacerdote no fue de oro.
del futuro. Los juicios y las decisiones de Jesús no son debilitados por un conocimiento
limitado.
Pies que parecen bronce al rojo vivo en un horno (15) simbolizan el poder y firmeza
de la figura, y su voz ... tan fuerte como el estruendo de una catarata indica la
autoridad y fuerza de sus mandamientos y sus promesas. La espada que sale de su
boca (16) enfatiza lo mismo. Es posible que los dos filos representan el poder de la
palabra de Cristo para condenar y para bendecir, o el hecho de que él juzga tanto a los
rebeldes como a su propio pueblo escogido. Por otro lado, este detalle puede tener
solamente el propósito de enfatizar la cualidad penetrante de la palabra: es como una
espada que corta entrando y también saliendo. El rostro radiante, como el sol que ciega
a quien lo contempla, también enfatiza la autoridad y el poder arrollador de esta figura.
Parece mejor identificar a los ángeles como la realidad celestial y eterna de las iglesias.
El pueblo de Dios es tanto candelabro como ángel. Vive en la tierra, y debe ser
candelabro: adorar a Dios y testificar a “los habitantes de la tierra” (6:10, etc.). A la vez,
cuando Cristo redimió a este pueblo, le dio vida eterna, existencia en el orden celestial;
allí la iglesia goza de comunión con Dios y está protegida por él. Este doble aspecto de
la vida de los creyentes está reflejado también en las dos partes de Apocalipsis 7 y en
las dos partes del templo en Apocalipsis 11:1-2. Las iglesias están en la mano de
Jesucristo (véase Juan 10:28) y él está en medio de ellas (Apoc. 1:13). Cuando testifican
y adoran, arrojando luz celestial (estrellas) sobre la tierra (candelabros), él está en
medio, dándoles el poder y la dirección. Cuando sufren persecución y pruebas, él está
en medio, sufriendo con ellas, pero también las tiene en su mano, para preservar su vida
celestial aun en medio de peligros mortales. La mención de su mano derecha, la que
utilizaba un rey para sostener el cetro, puede sugerir que las iglesias en su adoración y
testimonio son el instrumento por el cual el Rey de reyes ejerce su soberanía. Jesucristo
el Rey quiere que todos se acerquen a él voluntariamente; su instrumento es el
testimonio, no la coerción.
Ante esta visión, Juan cayó ante los pies de Jesús (17). Estar a sus pies sugiere
adoración, pero Juan enfatiza que la majestad de Jesucristo es tal que el hombre se
22
siente como muerto ante él. De la muerte que Juan merece por su rebelión, Jesús lo
resucita con el toque de su mano derecha (véase Dan. 10:8-10). Luego dice, No tengas
miedo, una exhortación común en una manifestación celestial (Mat. 17:7; 28:10; Mar.
6:50; Luc. 1:13, 30). Jesús se identifica como el Primero y el Ultimo, palabras que ya
hemos reconocido (sobre 1:8) como una descripción que Dios da de sí mismo en Isaías
44:6 y 48:12. Yo soy también sugiere la divinidad de Jesús. El que vive (18) recuerda
la descripción Dios viviente en Deuteronomio 5:26; Josué 3:10; Salmo 42:2; etc. Vivo
por los siglos de los siglos son palabras semejantes a la descripción que Juan mismo
dará de Dios en Apocalipsis 4:9, 10 y 10:6. Con estos títulos, Juan identifica al Hijo del
Hombre como Dios mismo.
Cuando Jesucristo dice que vive (18), no está hablando de la vida que se conoce en este
mundo, siempre contingente y limitada por la muerte. Él vive al otro lado de la muerte, y
su vida no tiene límites. Se extiende a toda la eternidad. Es más, otorga su victoria sobre
la muerte a otros. Tiene las llaves de la muerte y del infierno para librarlos. ¡Jesús
salió de la muerte, y dejó la puerta abierta! El infierno (literalmente Hades) siempre
aparece en el Apocalipsis junto con la muerte, y significa casi lo mismo. En el pensa-
miento griego, Hades es el lugar donde se encuentran los muertos, y Juan la añade a la
muerte para recalcar la victoria de Cristo sobre la muerte. Esta expresión también sugiere
la divinidad de Cristo, porque según los rabíes Dios tiene las llaves de la muerte y del
Hades.
Jesús repite que Juan ha de escribir sus visiones para las iglesias (19, véase 11).
Describe el contenido de estas visiones como lo que sucede ahora y lo que sucederá
después. Muchos comentarios sobre el Apocalipsis intentan dividir el libro en dos
secciones que corresponden al presente y al futuro. Casi siempre dividen el libro en 4:1,
donde la misma voz repite la frase lo que tiene que suceder después de esto. Sin
embargo, en este libro Juan aplica las verdades del futuro a la situación actual de los
creyentes, y establece cronologías solamente para romperlas y así frustrar cualquier
intento para anticipar cuándo regresará Cristo. Cada visión del Apocalipsis describe
realidades tanto futuras como presentes. Apocalipsis 1:19 es una descripción del libro
como un todo, y no una fórmula para dividirlo en dos partes.
La iglesia en Efeso es una iglesia que trabaja (2); se caracteriza por obras y por duro
trabajo. Es una iglesia que no claudica ante las pruebas y dificultades; el versículo 3
enfatiza la perseverancia que ella manifestó en la persecución. Finalmente, es una
iglesia que practica el discernimiento (2), que no acepta a todo aquel que pretende ser
apóstol; la iglesia vigila la verdad, como Jesús vigila a las iglesias. El ideal de la vida
cristiana es una vida activa en buenas obras, que muestra perseverancia, y desarrolla
bajo la dirección del Espíritu la facultad de distinguir entre enseñanzas que concuerdan
con la revelación de Dios y las que solamente tienen apariencia atractiva.
cristiano. ¿Se refiere Jesús al amor hacia él y hacia su Padre, o al amor entre seres
humanos? En realidad, es una falsa alternativa. “El que no ama a su hermano, a quien
ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto” (1 Juan 4:20). Normalmente este
enfriamiento se manifiesta primero en las relaciones humanas, porque son las visibles.
Pero el amor a Dios y el amor al prójimo siempre van en estrecha relación; un alejamiento
de Dios siempre se manifiesta en relaciones humanas dañadas o rotas, y problemas
entre seres humanos son síntoma de un problema en la relación con Dios. Podemos
observar ejemplos de este fenómeno en muchos tiempos y en muchas iglesias.
Hay que cuidar nuestro primer amor. Siempre existe la tentación de encontrar nuestra
motivación en la organización, en la controversia o en la ambición de mantener el poder
(Newport). O podemos caer en la rutina y continuar las mismas actividades, pero sin
amor o convicción. Y el más tentado es el obrero más activo en el servicio cristiano. Nos
involucramos tan intensamente en nuestras tareas eclesiásticas que ya no hay tiempo
para atender a las relaciones. Es esencial desarrollar disciplinas para ponernos ante la
presencia de Dios, como la oración constante y la lectura diaria, estudio continuo y
memorización de la Biblia. También hay que disciplinarnos para tener comunión y
comunicación con nuestros semejantes, y para restaurar las relaciones dañadas, a través
de la confrontación honesta y la confesión. Actividades religiosas y aun servicio a otras
personas no pueden ser sustitutos de las relaciones.
Jesús exhorta a su iglesia a recordar aquel primer amor y volver a él (5). Los recuerdos
de las experiencias felices del pasado son un recurso importante para orientarnos en el
presente. Se pueden recuperar el entusiasmo, amor y gozo con los cuales uno servía
antes. El Señor quiere que su iglesia los recupere, y en su misericordia le permite los
problemas y las crisis para estimular la recapacitación.
En cinco de los siete mensajes, Jesús dice, ¡Arrepiéntete! (2:5, 16, 21; 3:3, 19) Esta
exhortación falta solamente en los dos mensajes que no contienen ninguna crítica. En
este primer mensaje, se repite dos veces la necesidad del arrepentimiento (2:5) y en el
cuarto mensaje, en el centro de los siete, la falta del arrepentimiento es la crítica principal
(2:21-22). La voluntad de Cristo para su iglesia es el arrepentimiento. Este será su
llamado también al mundo incrédulo, pero primero llama a su propio pueblo al arrepenti-
miento.
El creyente nunca llega en esta vida a tal madurez que ya no necesite el arrepentimiento.
Porque sigue siendo pecador, sigue necesitando la disposición a cambiar, el perdón, y
la purificación de su voluntad y de sus acciones. Esta verdad debe afectar la manera en
que el creyente testifica. El testimonio de un creyente que practica el arrepentimiento
constante nunca será, “Sé santo como yo,” sino, “Acerquémonos juntos al Señor para
25
buscar el perdón.” Tal testimonio es más atractivo y más genuino. Hay que aprender
cómo acercarse a Dios y a los hombres como pecador, y no como un supuesto ex-
pecador.
Cristo felicita a la iglesia de Efeso por aborrecer, no a los nicolaítas, sino sus prácticas,
porque Dios aborrece al pecado, no al pecador. Juan describe la enseñanza de los
nicolaítas en los versículos 14 y 15. Se trata de una tendencia gnóstica y libertina.
El refrán, El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (7),
recuerda un refrán de Jesús en los evangelios (Mat. 11:15; Mar. 4:9; Luc. 8:8; etc.).
Recuerda al lector que hace falta el discernimiento que viene de Dios para entender los
mensajes, y que cada uno de los siete mensajes tiene aplicación a todos los creyentes.
El que salga vencedor es el creyente que se mantenga fiel a Cristo a través de todas
las pruebas y persecuciones de su peregrinaje por este mundo. La victoria del creyente
suele ser secreta, como la de Cristo. El mundo percibió solamente que Jesucristo murió
derrotado, pero su fidelidad hasta la muerte constituyó su victoria en obediencia al Padre.
De manera semejante, la victoria cristiana normalmente parece, al mundo incrédulo,
derrota.
26
El premio de esta muerte victoriosa es la vida. Aquí se presenta por medio de una alusión
a Génesis 2:9. La vida en relación con Dios, que el hombre perdió por su pecado (Gén.
3:22-24), está al alcance del creyente que persevera en dependencia de Dios y
obediencia a Dios.
La iglesia en Esmirna fue una iglesia pobre y perseguida; Jesús dice, Conozco... tu
pobreza (9). ¡Sin embargo, añade, eres rico! Los creyentes de Esmirna eran pobres
en lo material, pero su relación con Jesucristo y su lealtad a él en medio de sufrimientos
constituían riqueza espiritual. Tal vez sea más fácil ser rico en relación con Dios en medio
de la pobreza material que en medio de la riqueza material, porque ésta puede ser una
distracción y aun un sustituto de la verdadera riqueza.
La persecución de los cristianos en Esmirna venía de los judíos. Hacia 155 d.C., los
judíos de Esmirna acusarían a Policarpo, el obispo cristiano de Esmirna, de no adorar al
emperador. Policarpo fue quemado en hoguera por no confesar, “Cesar es señor.” Murió
proclamando, “Jesús es Señor.”
Juan declara que estos judíos, aunque tienen el nombre honrado que corresponde al
pueblo de Dios, en realidad no son más que una sinagoga de Satanás. No son
seguidores de Dios (véase Rom. 2:28; Gál. 3:7) sino que promueven los intereses de
Satanás cuando buscan aprovechar el poder del estado para ganar la victoria en su
argumento teológico con los creyentes en Jesús.
Es un error utilizar este versículo para afirmar que todos los judíos son seguidores de
Satanás. El propósito de Juan, quien también fue un judío, no fue justificar el antisemi-
tismo que se ha manifestado demasiadas veces en la historia cristiana. El martirio de
Policarpo, denunciado por judíos que tampoco decían “Cesar es señor,” ilustra la situa-
ción en Esmirna. Juan responde a agresión; no justifica otra agresión. La aplicación a
nosotros es que, cuandoquiera que apliquemos presión o violencia a otros por sus creen-
cias, estamos sirviendo a Satanás. La verdad de Dios se difunde por la persuasión del
Espíritu Santo y del amor, no por la imposición o la fuerza.
27
En su mensaje a Esmirna, Jesús pasa directamente del elogio (9) a la exhortación (10).
Falta por completo la crítica. También en el mensaje a Filadelfia (3:7-13), falta la crítica.
Hay dos semejanzas más entre los mensajes a estas dos iglesias. Primero, se refiere a
la sinagoga de Satanás (2:9; 3:9). Ambas iglesias sufren persecución de parte de la
sinagoga.5 Segundo, ambas iglesias se sienten débiles (2:9: tu pobreza; 3:8: tus
fuerzas son pocas). La persecución de las iglesias las hace más conscientes de su
debilidad, de manera que dependen más plenamente de Dios. También sirve para
purificarlas, de manera que su Señor no tiene que reprenderlas y llamarlas al arrepen-
timiento. Uno de los propósitos de Apocalipsis es explicar por qué Dios permite que su
iglesia sea perseguida. En los mensajes a Esmirna y Filadelfia, empezamos a descubrir
el valor de la persecución.
Dios permite esta persecución para ponerlos a prueba. Todas las dificultades de la vida
de fe son oportunidades para confiar en Dios y aprender a perseverar en su poder. Por
lo tanto, el creyente no debe tener miedo de lo que ha de sufrir. Es natural sentir temor
ante una profecía como ésta, pero este temor debe impulsarnos a acudir a Dios y pedir
su ayuda. Así el resultado final del sufrimiento será confianza en Dios. La profecía sirve
para que la iglesia de Esmirna, y nosotros los lectores posteriores de este mensaje, nos
preparemos buscando a Dios antes del momento de la crisis.
Esta exhortación termina con una asombrosa paradoja: Sé fiel hasta la muerte, y yo te
daré la corona de la vida (10). Para vivir, ¡hay que morir! Encontramos la misma
paradoja en los evangelios (Mar. 8:35 y paralelos) y en las cartas del Nuevo Testamento
(Rom. 8:13; Gál. 2:20). En el contexto de la persecución que avecina en Esmirna, esta
exhortación da la clave para enfrentar el martirio con valentía y fe: pueden aceptar la
muerte, porque vivirán. Esta seguridad ha sido el secreto de la victoria de muchos
mártires a través de la historia cristiana.
5
El único otro mensaje que menciona persecución es el que se dirige a Pérgamo (2:13), pero parece que se trata de
una persecución del pasado.
28
Jesús llama la vida una corona. Se refiere a la guirnalda que fue puesta en la cabeza
del ganador de una competencia en los juegos griegos. De la misma manera que este
vencedor recibe una corona de ramas o flores perecederas, el creyente que completa su
carrera mostrando fidelidad y confianza hasta el momento de la muerte recibirá como
galardón la vida eterna e imperecedera al lado de su Señor.
Como en el primer mensaje (2:7), el refrán de 2:11a recuerda al lector y al auditor (1:3)
que este mensaje tiene aplicación a todo el que tenga oídos para escuchar y obedecer
al Espíritu de Dios.
del éxodo, Balac, rey de Moab, contrató a Balaam, un vidente, para maldecir a Israel,
pero Dios le obligó a Balaam a bendecir, a pesar de las riquezas que Balac le ofreció
(Núm. 22-24). Inmediatamente después los israelitas tuvieron relaciones sexuales con
mujeres de Moab, quienes los invitaron a adorar a los dioses de los moabitas (Núm. 25:1-
2). Aparentemente éste fue otro intento de Balac para traer maldición sobre Israel,
siguiendo el consejo de Balaam (Núm. 31:16).
Hay tensión entre la enseñanza de Pablo acerca de comer lo sacrificado a ídolos (1 Cor.
8:1-13; 10:14-30) y la de Juan aquí. Los principios bíblicos tienen aplicaciones distintas
en situaciones distintas. Nunca es fácil vivir como creyente en un mundo que no reconoce
su Dios, y a veces es difícil determinar el camino correcto. Aun es posible que creyentes
sinceros lleguen a conclusiones distintas. Pero la fe se expresa en el esfuerzo sincero
para descubrir y seguir la voluntad de Dios. Parece que Pablo trataba la situación de una
invitación para comer en casa de un amigo incrédulo o pagano. Era muy probable que la
carne servida había sido dedicada a un dios por el carnicero, porque ésta fue la
costumbre. Pablo dice que el creyente puede comer sin hacer investigaciones. Juan, en
cambio, habla de un banquete dedicado en forma explícita a un ídolo. Participar sería
adorar públicamente al ídolo.
corregirlos. El instrumento del castigo, la espada (ver también v. 12), era prominente en
la experiencia de Balaam (Núm. 22:23, 31; 31:8).
La promesa de vida se expresa a Pérgamo en la figura del maná escondido (17). Como
el maná sostuvo la vida de Israel en el desierto, Jesucristo provee el alimento necesario
para vivir en el desierto espiritual de este mundo. La vida, en su aspecto físico y en el
espiritual, depende de Cristo. Si los creyentes se abstienen de alimentos sacrificados
a los ídolos (14) en los banquetes de la ciudad, recibirán de su Señor un alimento infini-
tamente superior. La referencia al maná es una invitación a los creyentes a recordar la
provisión inmediata y constante de Dios en el éxodo.
La piedrecita blanca (17) compara los deleites de los banquetes paganos con el premio
que ofrece Cristo. A los vencedores en los juegos griegos, se les daba una piedra blanca,
que servía como boleto de entrada al banquete de los vencedores. De manera
semejante, los creyentes que vencen por su fidelidad a Cristo, aunque no participan en
los banquetes paganos, gozarán de una celebración superior, el compañerismo con
Cristo. Juan concibe este compañerismo en términos del banquete celestial que los
judíos esperaban al final de la historia. Este banquete es un símbolo de la restauración
de la relación entre Dios y el hombre.
Sobre esta piedrecita está escrito el nombre nuevo del vencedor (véase Isa. 62:2;
65:15). En la Biblia, el nombre de una persona representa su carácter e identidad. Porque
la identidad se define en relaciones, y el pecado rechaza o distorsiona las relaciones,
tanto con Dios como entre seres humanos, el pecado distorsiona la identidad humana.
En Cristo, Dios nos da una nueva identidad. Podemos saber quiénes somos y ser
quienes somos solamente en relación con Dios, quien se pone a nuestro alcance en
Cristo.
31
Hay mucho que encomiar en esta iglesia (19). Ha servido con amor y perseverancia. Ha
crecido en sus obras. Su ejemplo enseña a cada iglesia y a cada creyente que sus
últimas obras deben ser más abundantes que las primeras. Ladd dice que Tiatira
presenta la situación opuesta a la de Efeso. La iglesia de Efeso prueba a los apóstoles y
rechaza los falsos, pero se ha enfriado en amor. La de Tiatira abunda en amor y fe, pero
tolera a los profetas falsos.
Una mujer de la iglesia pretende ser profetisa (20). El nombre Jezabel casi ciertamente
es simbólico; no existía en ninguno de los idiomas de Asia Menor, sino que fue un nombre
fenicio. Solamente un judío o un cristiano conocería el nombre, por leerlo en 1 Reyes, y
leyendo no se lo pondría a su hija.
Jesús dice, le he dado tiempo para que se arrepienta. Tal es la finalidad de la paciencia
que Dios muestra ante el pecado (Rom. 2:4; 2 Ped. 3:9). Cuando el tiempo no produce
el arrepentimiento, Dios sigue buscándolo por medio del castigo (22). Aquí el castigo se
aplica de acuerdo a la ley de talión: pecaron en una cama, y serán castigados en una
cama. La ley de talión se encuentra en muchos contextos en la Biblia (Exo. 21:23-25;
Mat. 5:38; etc.), normalmente como un control sobre la venganza entre hombres. Pero
en el Apocalipsis se aplica al castigo de Dios, y tiene la finalidad de aclarar para el
32
Es posible que haya dos grupos de pecadores en los versículos 22-23, y dos castigos
que amenazan. Parecería que los hijos están más comprometidos con las malas
prácticas enseñadas por “Jezabel” que los que cometen adulterio con ella, porque a
aquéllos Jesús les amenaza, los heriré de muerte, mientras éstos están en peligro de
sufrir terriblemente, probablemente por enfermedad. Tal vez, como dice Ladd, Juan
distinga entre los que están luchando con la expresión correcta de su fe dentro de un
ambiente pagano (22) y los que se han entregado a la enseñanza de la falsa profetisa
(23).
Los castigos del Señor son para escarmiento de los castigados, pero también sirven para
educar a otros. En este mensaje central, Jesús recuerda a su pueblo que cada mensaje
tiene aplicación a todas las iglesias (23). Jesús quiere que todas las iglesias, al ver el
castigo de los seguidores de Jezabel en Tiatira, aprendan que él conoce los secretos
más íntimos de todos. La mente es literalmente, “los riñones,” símbolo en el Antiguo
Testamento de la vida interior (Sal. 7:9; Jer. 22:20; etc.). El Señor de las iglesias es el
Juez de todos; sus seguidores deben arrepentirse y vivir de acuerdo a su voluntad y no
como el mundo.
De los que no han caído en el engaño de Jezabel, Jesús no pide arrepentimiento sino
constancia (25). Para ellos la venida de Cristo no será castigo (véase 5), sino
reivindicación. Cristo viene, dentro de la historia y a su fin, para castigar y corregir, pero
también para rescatar y premiar.
33
La promesa al que salga vencedor en este mensaje tiene que ver con la calidad de la
vida que Jesús ofrece (26-27). El creyente perseverante compartirá la autoridad de
Jesucristo sobre las naciones. Creyentes débiles y abusados por los poderes temporales
tienen la esperanza de ejercer autoridad sobre éstos.
La promesa se expresa en palabras tomadas del Salmo 2:8-9. Este salmo describe la
autoridad que Dios da a su “ungido,” a quien dice en el versículo siete, “Tu eres mi hijo.”
Es interesante que la única vez que aparece el título Hijo de Dios en Apocalipsis es al
principio de este mensaje a Tiatira (2:18). La identificación del Hijo con los que creen en
él es tan completa que aun les comparte su propia autoridad. Podemos ejercer esta
autoridad aun en el presente, en medio de los conflictos y de la persecución, por medio
de la adoración y el testimonio. No es una autoridad para tomar venganza ni para
demandar honores, sino para servir como el Hijo sirvió y sirve.
Jesús promete también dar al vencedor la estrella de la mañana (28). Esta expresión
aparece en Números 24:17, en la profecía de Balaam, quien fue presentado en
Apocalipsis 2:14 como fuente del error que aqueja a las iglesias de Pérgamo y Tiatira.
En 22:16, Jesús dice que él mismo es la estrella de la mañana. La figura sugiere luz, con
todo el gozo y entendimiento que la luz da. La estrella de la mañana es la luz que aparece
en las tinieblas de la noche, como promesa de la plena luz que viene. Jesús es la luz que
asegura al creyente que las tinieblas de este mundo no son permanentes. El
compañerismo con él es el anticipo de la plena luz de la eternidad en comunión con Dios.
En este mensaje y en los que siguen, el recuerdo de que el mensaje es lo que el Espíritu
dice a las iglesias (plural, incluyendo todas), viene después de la promesa al que salga
vencedor (29).
Lo que Jesús conoce de esta iglesia empieza con la crítica. En cinco de los siete
mensajes, Jesús empieza con los puntos positivos. Las iglesias de Sardis y de Laodicea
son las excepciones. La iglesia en Sardis tiene la apariencia de una iglesia viva y activa,
pero en realidad está muerta. Siempre enfrentamos la tentación de continuar observando
las formas de nuestra religión sin atender a la realidad que deben representar y servir:
una relación a Dios y obediencia a él.
34
Jesús llama a la iglesia dormilona a despertarse (2). La ciudad de Sardis quedaba al lado
de un precipicio. Dos veces en su historia había caído ante enemigos que subieron allí.
La ciudad confió en la seguridad de su posición, equivocadamente. De manera
semejante, la iglesia confiaba en la seguridad de su relación con Cristo, pero no se
mantenía vigilante para sostener y fortalecer esta relación. Cristo no nos ofrece una
póliza de seguros que guardamos en un cajón del corazón para sacar en caso de
necesidad, sino una relación dinámica, que se debe vivir todos los días. La perseverancia
es un aspecto de la fe.
Como la iglesia de Efeso (2:5), la de Sardis debe recordar (3:3) lo que Dios le ha
encargado. Se debe poner activa en guardar esta encomienda y atender la relación con
Dios que le da seguridad. Como a todas las iglesias que reciben crítica de Cristo, le hace
falta arrepentirse.
Esta es la tercera vez en los mensajes a las iglesias que Jesús dice que vendrá (véase
2:5, 16).6 En los tres casos, la venida es una amenaza que se puede evitar si la iglesia
se arrepiente. En 3:11, descubriremos que Jesús también viene para guardar a los
creyentes fieles. La respuesta de cada persona al llamamiento de Cristo determina lo
que significa la venida de Cristo para ella. Jesús es “el que viene” (y Dios por medio de
él), y constantemente está viniendo para visitar su creación. Apocalipsis presenta todas
las manifestaciones de Dios y Cristo en la época de la iglesia como anticipos de la última
venida de Cristo, que pondrá fin a la historia humana.
6
Aunque la palabra griega es distinta, Jesús repite aquí la advertencia de 2:5, 16.
35
La promesa al que salga vencedor en este mensaje incluye el vestir de blanco (5).
Jesús también le promete que su nombre no será borrado del libro de la vida. Este libro
es un símbolo que se repetirá con frecuencia en el Apocalipsis. Viene del Antiguo
Testamento (Exo. 32:32, 33; Sal 69:28; Dan. 12:1), y simboliza la lista de los que son
ciudadanos del cielo por su relación con Dios. Son los que participan en la vida eterna,
la única vida genuina. La última promesa de Jesús al vencedor en este mensaje es:
reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. Es un recuerdo
del dicho de Jesús preservado en Mateo 10:32 y Lucas 12:8 (véase Mar. 8:38). El que
vence la tentación de negar su relación con Jesús en la tierra, no será negado por Jesús
en el cielo. Uno tiene la vida eterna porque Jesús lo reconoce como suyo.
La iglesia de Filadelfia recibe esta oportunidad y privilegio porque ha sido fiel a Cristo.
En medio de persecuciones y pruebas, ha obedecido y proclamado la palabra de Cristo
y no ha renegado de su nombre. Sus fuerzas son pocas, pero poca fuerza es suficiente
cuando se usa para obedecer la voluntad de Cristo y para aferrarse de su poder. El
premio de la fidelidad es una “puerta abierta,” una mayor oportunidad para testificar
(véase 1 Tim. 3:13).
En esta carta, Jesús hace una promesa a la iglesia (Apoc. 3:9-10) antes de darle una
breve exhortación (11). Igual que en 2:9, se identifican a los judíos que buscan promover
su concepto de Dios por coacción como sinagoga de Satanás. No sirven a Dios con su
violencia, sino que se oponen a su voluntad. Jesucristo promete que algunos de los
perseguidores en Filadelfia serán convertidos por el testimonio de los creyentes
pacientes. Por la disposición del Señor soberano, se postrarán delante de los pies de los
que antes perseguían (la figura viene de Is. 45:14). Esta posición sugiere adoración, pero
no a los creyentes (19:10; 22:8-9). La puerta para la evangelización (8) es también la
puerta hacia la presencia del Señor, hacia una relación con él. Los creyentes, por su
testimonio, son porteros de la sala del trono del Señor. Sus enemigos se postran ante
ellos porque reconocen al Señor al otro lado de la puerta. Así reconocen a los testigos,
no como divinos, sino como testigos autorizados del verdadero Dios. Jesús promete a la
iglesia en Filadelfia que la persecución servirá como oportunidad para un testimonio
efectivo.
incrédulos prueban a los creyentes por la persecución, pero Cristo prueba a los incrédu-
los, buscando su arrepentimiento.
Los que viven en la tierra es un término que se usa en el Apocalipsis para designar a
los incrédulos (3:10; 6:10; 8:13; 11:10; 13:8, 12, 14; 17:2, 8). Los incrédulos viven
solamente en la tierra; no tienen morada eterna con Dios. Los creyentes viven en la tierra,
pero su verdadera patria es la morada de Dios.
La promesa al que salga vencedor es, primero, que será columna del templo de mi
Dios (3:12). En la antigüedad, se colocaban columnas en los templos de los dioses con
los nombres de personas que la ciudad quería honrar. También en el Nuevo Testamento,
personas claves en una comunidad se llaman “columnas” (Gál. 2:9). Los seguidores de
Cristo eran deshonrados y perseguidos por la sociedad de Filadelfia, pero Dios les dará
el honor que su sociedad les niega. Sin embargo, el nombre que se pondrá sobre esta
columna será la de Dios, de Jesucristo, y del pueblo (ciudad) de Dios. La nueva identidad
que los creyentes reciben (2:17) es la imagen de Dios, el cumplimiento del plan original
de Dios para el hombre (Gén. 1:26-27).
La nueva Jerusalén es una figura que se desarrollará al final del Apocalipsis (21:1 a
22:5). Representa el pueblo de Dios y la relación, otorgada por Dios, que convierte a
pecadores en pueblo de Dios.
Jesús también promete que el vencedor ya no saldrá jamás del templo de Dios. En el
primer siglo, hubo varios terremotos en Filadelfia, y muchos de sus ciudadanos vivían en
tiendas fuera de la ciudad por temor a ellos. El que cree en Cristo tiene la seguridad que
vence el temor.
38
El mensaje a Laodicea es el único que no incluye ningún elogio. La iglesia tibia da asco
al Hijo de Dios (16). La ciudad de Laodicea, situada en un valle, recibía aguas termales
por acueducto. Estas se enfriaban parcialmente en su tránsito, y cuando llegaban a la
ciudad ya no estaba calientes, pero tampoco frías (15). Aun peor, contenían cal y azufre,
minerales que estimulan el vómito. Los viajeros que descendían de la sierra veían
estanques que prometían satisfacer su sed, pero si tomaban de ellos, vomitaron y
quedaron aun más deshidratados.
La iglesia de Laodicea es pobre, aunque se piensa rica (17). La que se sentía pobre era
en realidad rica (2:9). Cuando nos sentimos satisfechos espiritualmente, es difícil
acercarnos a Dios con la sinceridad y urgencia debidas. Cuando estamos concientes de
nuestra necesidad, estamos más motivados a acercarnos a la Fuente de toda verdadera
riqueza (2 Cor. 12:9-10).
Laodicea y de los amigos de Job sigue en boga. Hoy también hay quienes recomiendan
el servicio a Cristo como la mejor manera de asegurar la salud y la prosperidad material.
Cristo aconseja a su iglesia a comprar de él oro (18) para su pobreza (17), ropa para su
desnudez, y colirio para su ceguera. No es por pagarle algo o por rendirle algún servicio
que uno compra de Cristo lo que necesita (Is. 55:1). Más bien Cristo exhorta a los satisfe-
chos a darse cuenta que él es la única fuente de todo lo que les hace falta. Las figuras
que usa para describir la necesidad y su provisión se basan en las industrias de Laodicea.
Aparte de sus bancos y su industria de lana, había en Laodicea una escuela médica de
renombre, y se producía un polvo para los ojos. Había mucho oro en los bancos de
Laodicea, pero Jesús dice que lo que realmente vale viene de él. En contraste con las
telas negras de Laodicea, él ofrece ropas blancas, la relación con Dios que es la fuente
y la esencia de la vida victoriosa y eterna. El “polvo de Frigia,” producido en Laodicea,
podía curar los ojos físicos, pero Jesús ofrece visión espiritual, para ver las realidades
últimas. Los que sienten orgullo de su prosperidad material, algún día descubrirán su
vergonzosa desnudez, pero los que vienen a Cristo descubrirán que él provee la
verdadera riqueza (una relación con él), la verdadera vida y el verdadero conocimiento.
Jesús, fuente del verdadero bienestar, aun se encarga de que los satisfechos se den
cuenta de su necesidad. Los reprende y disciplina para que renuncien su tibieza (3:19).
Reprende porque ama a la iglesia tibia, aunque no la soporta (15-16). Las dificultades
que vienen en el camino cristiano no son evidencia del abandono de Dios, sino de su
amor (véase Heb. 12:4-11; Prov. 3:11-12).
La promesa al que salga vencedor en el mensaje a la iglesia que no tiene nada para
encomiar, es la más grande de las siete promesas de Apocalipsis 2-3. Se le permitirá
gozar de comunión íntima con Jesús, aun en su trono (21). Jesús compara esta
comunión con la comunión que existe entre el Padre divino y su Hijo, y esta autoridad
con la autoridad del Rey divino sobre su creación. Cuando Jesús toca la puerta, no es
un gesto de mera rutina; viene para ofrecer la vida más rica que se puede imaginar.
Sin embargo, para recibir la vida que Jesús ofrece, uno tiene que vencer, esto es,
perseverar en fidelidad a Cristo hasta la muerte (2:10). Cristo venció muriendo; sus
seguidores no pueden esperar menos. Ante esta realidad, no cabe la apatía en la vida
cristiana.
Por última vez, suena el refrán que nos recuerda que estos mensajes tienen aplicación
a todas las iglesias y a todas las épocas de la historia cristiana (22). Quien revela cómo
se aplican es el Espíritu.
La misma voz que Juan oyó en 1:10 le invita a subir y ver lo que tiene que suceder
después de esto. Esta repetición de una frase de 1:19 podría dar la clave para distinguir
la realidad presente (los mensajes a las iglesias) de los eventos del fin revelados al
profeta. Sin embargo, ya hemos notado que el Apocalipsis aplica la venida final de Jesús,
un evento futuro, a la realidad presente de las iglesias. Lo primero que sigue a esta frase
de 4:1 es una descripción de Dios sentado en su trono, una realidad que pertenece tanto
al presente como al futuro. En el Apocalipsis, Juan no revela a sus lectores las realidades
del fin del tiempo, sino que aplica lo que los lectores ya conocen de estas realidades
41
Juan nunca describe directamente al sentado en el trono (3). Juan no ve una forma
definida, sino luz y colores que sugieren gemas finas. Dios no puede ser descrito en
términos humanos. Siempre es trascendente, rodeado de misterio; entre más lo
conocemos, más conscientes estamos de que Dios supera todo nuestro conocimiento.
Es imposible hoy saber a qué gema se refieren algunas de las palabras que él emplea.
La palabra jaspe, por ejemplo, se ha identificado con gemas de color verde, blanco, rojo,
y otros. La cornalina era una piedra de color rojo o miel. Cualesquiera que sean los
colores específicos de estas gemas, expresan la majestad imponente y misteriosa de
Dios.
Alrededor del trono había un arco iris, símbolo del pacto de Dios (Gén. 9:13), en el
cual se compromete a tratar al hombre con buena voluntad. El arcoiris recuerda el pacto
de Dios con el hombre después del Diluvio. El Diluvio muestra la realidad del juicio de
Dios, un tema prominente del Apocalipsis. El arco iris representa “promesa después de
la catástrofe” (Foulkes). El color esmeralda (verde) del arco iris sugiere vida. El Dios
misterioso y temible ha establecido un pacto con el hombre, y su promesa es darle vida,
aun cuando merece juicio.
Los tronos que rodean el trono (4) sugieren el consejo celestial, asesores de Dios que
determinan con él los eventos de la historia terrenal (Job 1:6; Sal. 89:7; Jer. 23:18). La
corona de oro en sus cabezas confirma que comparten la autoridad de Dios. Sin
embargo, el número veinticuatro es un múltiplo de doce, y simboliza el pueblo de Dios.
42
Juan usa el concepto del consejo celestial para afirmar la autoridad que Dios otorga a
los creyentes. Juan describe a las iglesias pequeñas y perseguidas de Asia como corre-
gentes con Dios (1:6; 2:26-27; 3:21). Las iglesias expresan esta autoridad es como
candelabros (1:12, 13, 20); reinamos cuando adoramos a Dios y cuando testificamos. El
número puede confirmar esta tarea sacerdotal por alusión a los veinticuatro órdenes de
los sacerdotes levíticos (1 Crón. 24:7-18).
Los ancianos están vestidos de blanco (véase 3:6, 18), símbolo de su victoria sobre
las pruebas y de la vida eterna que Dios les ha otorgado. Su número puede ser doce por
dos: una combinación de los simbolismos “pueblo de Dios” (doce) y “que testifica” (dos),
pero es más probable que es doce más doce para simbolizar el pueblo de Dios antes de
Cristo (Israel) y el pueblo de Dios después de Cristo (la iglesia): en suma, todos los
creyentes.
El Espíritu Santo (véase 1:4) es representado por siete antorchas de fuego delante del
trono de Dios. Las antorchas sugieren que el Espíritu ilumina. El Espíritu también es
fuego (Mat. 3:11 par. Luc. 3:16; “apagar” el Espíritu en 1 Tes. 5:19), un símbolo de su
poder penetrante. Siete vuelve a enfatizar el origen divino del Espíritu. También recuerda
su presencia con cada una de las iglesias, encendiendo su testimonio (Hch. 2:3-4).
El mar de vidrio, como de cristal transparente (6) recuerda la bóveda como cristal en
Ezequiel 1:22, sobre el cual se encuentra un trono (Ez. 1:26). En la literatura apocalíptica,
el mar normalmente es símbolo del mal (Apoc. 12:18), pero en 4:6 apenas si cabe este
simbolismo. Aun si entendemos el mar de vidrio como el mal derrotado y domado, es
difícil entender cómo cuadre el mal en la escena de la soberanía de Dios. 7 Es mejor
entender que el aspecto cristalino y llano de este mar indica que no se trata del mal, sino
de la separación. Para Juan, en exilio en la isla de Patmos, lo que le separaba de las
iglesias fue el mar. En la visión, el mar cristalino ante el trono de Dios indica la
trascendencia de Dios, quien no es parte del mundo que nosotros habitamos, sino
7
Foulkes encuentra aquí “todo cuanto resiste ahora la voluntad de Dios; pero, en última instancia, tales cosas
contribuyen misteriosamente a dicha voluntad.”
43
totalmente separado, diferente. No está sujeto a las fuerzas de nuestra historia, sino que
las controla.
La adoración (4:6b-11)
Alrededor del trono, Juan ve cuatro seres vivientes (6b-7). Representan el reino animal:
el león, rey de los animales salvajes; el toro, animal doméstico; el águila, la más noble
de las aves, y el hombre, la humanidad. El número cuatro simboliza la naturaleza, el
mundo que Dios creó para que lo habitara el hombre. Así que en conjunto, los cuatro
representan la creación material, la naturaleza.
Cubierto de ojos es un detalle derivado de Ezequiel 10:12 (véase 1:18), donde describe
a los cuatro querubines (10:1) a los cuales Ezequiel también llama seres vivientes (1:5).
Ezequiel 1:5-10 y 10:12-14 son fuente de varios detalles de la descripción de Apocalipsis
4:6-8. Los ojos sugieren a algunos intérpretes que son seres angelicales que conocen a
fondo la creación para administrarla. Si interpretamos estos seres como representantes
de la creación y no administradores, es necesario entender los ojos como un detalle
pintoresco traído de Ezequiel, sin sentido simbólico.
Las alas y el cántico de estos animales (8) se derivan de la descripción de los serafines
en Isaías 6:2-3. El número seis no representa aquí la maldad o el fracaso. Más bien
recuerda los tres pares de alas en la visión de Isaías (6:2), que simbolizan la reverencia,
la humildad y el servicio de estas criaturas.
Los seres vivientes adoran a Dios por su santidad, su poder y su eternidad, tres
realidades que la naturaleza revela acerca de Dios (véase Rom. 1:20). El es santo:
trascendente, divino, distinto a todo lo demás que existe. Las tres repeticiones de esta
palabra indican el grado superlativo de santidad, “santísimo”; la diferencia entre el
Creador y la creación es absoluta, no relativa. Dios es el Señor Todopoderoso; no hay
límite a su autoridad ni a su capacidad. Ya hemos descubierto que la frase el que era y
que es y que ha de venir expresa la eternidad de Dios. La naturaleza testifica a su
Creador, y revela que es digno de alabanza por su trascendencia, su poder y su
eternidad.
Sin embargo, no todos los humanos reconocen en la naturaleza este testimonio de Dios
y alabanza de él. Más bien es la humanidad redimida, simbolizada en los veinticuatro
ancianos, que responde a esta adoración con un “Amén” (9-11). Se trata de los que han
acogido el perdón y la relación personal que Dios ofrece, y ha aprendido a llamarle
nuestro Dios (11). Iluminados por el Espíritu Santo, reconocen lo que el hombre en su
pecado no puede percibir, que el mundo da testimonio del Creador. Responden con
energía: abandonan sus tronos para postrarse ante Dios (10), se quitan sus coronas y
44
las arrojan ante Dios, y prorrumpen en un himno de alabanza a Dios (11). Las coronas
representan autoridad, victoria y vida eterna. Rendirlas delante de Dios es reconocer que
la autoridad viene de él y debe ejercerse solamente conforme a su voluntad, y confesar
que la victoria y la vida no son logros propios, sino dones de Dios.
Es interesante que todas las listas de las excelencias de Dios en el Apocalipsis, como
gloria, honra y acción de gracias en 4:9 y la gloria, la honra y el poder en 11,
consisten en tres o cuatro (5:13) o siete (5:12) miembros.
Repetían en 4:8 traduce un verbo en tiempo presente, pero los verbos griegos de 4:9-11
son futuros, aunque hablan de la misma realidad. Tal vez Juan cambie el tiempo
gramatical para frustrar todo intento de establecer cronologías (véase comentario sobre
4:1), e indicar al lector que no le corresponde descubrir los tiempos del designio de Dios
sino ser candelabro: adorar y testificar (véase Hch. 1:7-8).
El ángel poderoso (2) expresa el anhelo de la raza humana: abrir el rollo para que el
ser humano conozca su destino y entienda su historia. Pero ¿quién puede conocer el
futuro, o el sentido último de la existencia humana? En toda la creación (3), no hay nadie
digno de abrir el rollo, ni de examinar su contenido (4). El ser humano es criatura, y
no puede conocer o controlar el futuro por su razón o su esfuerzo propio. Aun más, el
hombre por su pecado ha perdido su vínculo con Dios, quien puede revelar la verdad
acerca del hombre. “Aparte de la persona y de la obra redentora de Cristo, la historia es
un enigma” (Newport). Juan expresa la desolación humana ante esta situación trágica:
lloraba mucho porque no se pueden conocer los designios de Dios y porque el mundo,
por causa del pecado, parece estar fuera de control.
Uno de los ancianos anuncia las buenas nuevas: “¡Deja de llorar!” Se acaban las
lágrimas de la humanidad. El León... ha vencido y puede abrir el rollo. Los títulos el
León de la tribu de Judá y la Raíz de David vienen de Génesis 49:9 e Isaías 11:1, 10,
dos profecías del vencedor ungido que había de surgir de la tribu de David. La victoria
es uno de los temas que corre por todo el Apocalipsis. El creyente que es fiel a Jesucristo
vence (2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21) porque Jesucristo, el León, ha vencido. Deja de llorar
es parte del evangelio que tenemos el privilegio de proclamar.
Juan ve lo que ha oído anunciado, pero el León resulta ser un Cordero que estaba de
pie, y parecía haber sido sacrificado (6). Venció por someterse a la muerte. En lugar
de mostrar su poder derrotando a sus enemigos, lo mostró sirviendo a los necesitados y
débiles, y aceptando las afrentas, los golpes y aun la muerte con mansedumbre y sin
represalias. Su ejemplo enseña a sus seguidores cómo responder a los ataques, y les
inspira a “ser fieles hasta la muerte” (2:10). El poder del Todopoderoso se revela en la
cruz. Cuando el creyente se siente tan indefenso como un cordero, debe recordar que
está en la mano del León. Cuando se siente fuerte, debe recordar el ejemplo del Cordero.
Los siete cuernos del Cordero representan poder (cuerno) dado por Dios (siete) y por
lo tanto perfecto. Los siete ojos representan conocimiento perfecto. Por medio del
Espíritu de Dios, el Cordero ve todo lo que sucede. ¿Cómo puede tener este hombre el
poder y el conocimiento que pertenecen solamente a Dios? ¿Cómo tener autoridad sobre
el Espíritu de Dios? Sin decirlo directamente, Juan presenta a Jesucristo como Dios. Su
posición en el centro de la escena celestial y aun en medio del trono sugiere lo mismo.
La adoración (8-12)
La adoración brota de nuevo, pero ahora está dirigida al Cordero (8). Esta adoración
viola el primer mandamiento—a menos que el Cordero sea Dios.
46
El pueblo de Dios, los creyentes en Jesucristo, participa en esta adoración por medio
de sus oraciones. Estas se comparan con incienso que sube a la presencia de Dios
con olor grato. El arpa sugiere un sonido grato; refuerza la lección de que las oraciones
son gratas a Dios.
Los ángeles secundan la alabanza terrenal (11). Juan describe el número de ellos como
cientos de millones. Es un coro que no se puede imaginar, uniendo sus voces en
adoración de Jesús, el hombre que murió despreciado y crucificado, el hombre cuyos
seguidores sufren persecución a manos del Imperio poderoso. Esta escena forma un
contraste sorprendente pero alentador con la situación de los lectores. El coro angelical
enumera siete cualidades (12) para enfatizar que a Cristo se le deben atribuir todas las
perfecciones.
La coda (5:13-14)
Estos dos versículos combinan las verdades de los capítulos cuatro y cinco. La adoración
es expresada por toda criatura, y se dirige tanto al que está sentado en el trono como
al Cordero.
Las áreas que se mencionan como morada de las criaturas (13) son cuatro, número que
simboliza el mundo que Dios creó para que lo habitara el hombre. La repetición (todos
en la creación) da énfasis a la universalidad de la adoración, y por ende a la suprema
dignidad de Dios, Padre e Hijo. Toda la creación existe para glorificar a Dios.
Sorprende la mención del mar, símbolo del mal en la literatura apocalíptica. Tal vez Juan
quiera afirmar que aun la rebelión y la persecución no frustran el plan de Dios (véase
comentarios sobre 14:11; 16:12-16). Aun los perseguidores finalmente reconocerán la
soberanía de Dios.
47
Para cerrar el cuadro de adoración (caps. 4-5), se mencionan de nuevo los cuatro seres
vivientes y los ancianos (5:14), los que comenzaron la adoración (4:8-11). Los grupos
que son prototipo y representante de todo adorador dan el Amén a la adoración, para
formar una inclusión8 con el comienzo de la adoración en el capítulo 4 y así cerrar el
cuadro de la realidad celestial.
Antes de enfrentar estas preguntas, Juan tenía que presentar la realidad celestial
(capítulos 4-5), que no se puede percibir por los sentidos terrenales, y aun parece ser
negada por muchos eventos de la historia terrenal. Es imposible entender correctamente
los eventos terrenales si no creemos en la realidad que Juan presentó en Apocalipsis 4
y 5: Dios es el Creador de todo, soberano sobre su creación; en su amor, este Dios
soberano mandó a su Hijo, quien triunfó sobre la rebelión por someterse a la muerte, y
sacó de la muerte a un pueblo restaurado a obediencia a Dios.
Cuando se rompe el sello, uno de los cuatro seres vivientes grita lo que los creyentes
perseguidos gritan, “¡Ven!” Esta petición se dirige al que viene, Dios el Padre (1:4, 8) y
su Hijo Jesucristo (1:7; 2:5; 3:11, etc.). La creación misma (los cuatro seres vivientes)
gime (véase Rom. 8:22) para la venida del Redentor a realizar su obra de restauración,
la esperada intervención de Dios quien llevará su creación a su meta.
8
Una “inclusión” es el uso del mismo elemento al principio y al fin de una sección de una obra literaria. El autor usa
la inclusión para ayudar al lector a identificar los límites de la sección. Era una técnica común en la antigüedad, cuando
los escritos no se dividían en capítulos ni en párrafos.
48
Tres jinetes más responden al mismo grito en boca de los otros tres seres vivientes (3,
5, 7), al abrirse los tres sellos siguientes. Representan la guerra (4), la escasez de
alimentos (6) y la muerte (8). Los primeros cuatro sellos, que son cuatro jinetes, son
aspectos de una sola realidad. La guerra impide la agricultura y destruye las siembras,
causando hambre. También multiplica las muertes, no solamente en batalla y por
hambre, sino también por epidemias diseminadas por el movimiento de ejércitos y, en la
antigüedad, por el aumento en número de las fieras de la tierra (8), cuando los hombres
no están presentes para controlarlas. A la luz de estas realidades, está claro que el primer
jinete representa la ambición y egoísmo que produce conflictos y guerras.
¿Por qué, cuando la creación y los creyentes claman para la intervención de Dios y el
regreso de Cristo, viene una gran calamidad? Juan describe algo que pasa en nuestras
vidas y en la historia humana. Anhelamos acercarnos más a Dios, pedimos que él nos
ayude, y viene una gran crisis. Clamamos, “¡Ven, Señor!” y vienen problemas. Pero si
perseveramos en fe, descubrimos que la crisis fue precisamente la respuesta de Dios a
nuestra petición. La crisis enfoca nuestra esperanza en Dios y nos enseña a depender
de él. Solamente en la crisis aprendemos que Dios es suficiente para tiempos difíciles.
Los cristianos de Asia, a quienes Juan dirigió esta obra, estaban pidiendo la intervención
de Dios. Cuando menos tres de las siete iglesias experimentaban persecución (2:9, 13;
3:9-10) y las siete promesas al que salga vencedor sugieren que todas las iglesias
conocían la necesidad de perseverar en tribulación. Los primeros cuatro sellos en 6:1-8
declaran a estas iglesias que los conflictos militares que el Imperio sufría son
instrumentos de Dios para lograr su propósito.
49
Para terminar nuestra consideración de Apocalipsis 6:1-8, notemos las fuentes de estas
imágenes. Estos versículos, como todas las visiones del Apocalipsis, toman imágenes
del Antiguo Testamento. La imagen de jinetes como agentes de Dios en el mundo viene
de Zacarías 1:8-11; en Zacarías 6:1-8, cuatro carros con caballos de distintos colores
recorren la tierra bajo orden de Dios.
También en Apocalipsis 6:1-8 hay semejanza a unas palabras de Jesús. Los mismos
eventos que se presentan en los seis sellos de Apocalipsis 6 se encuentran en el
“apocalipsis sinóptico” de Marcos 13, Mateo 24 y Lucas 21. El orden de Apocalipsis 6 es
especialmente cerca del orden encontrado en Lucas 21:9-12.
Algunos de los detalles de esta visión de guerra tienen trasfondo en la situación política
del Imperio Romano en el primer siglo. El arco (2) fue arma de los partos, temido némesis
de Roma. El salario de un día (6) es literalmente “un denario,” el pago promedio de un
jornalero en el Imperio; un kilo traduce una medida de grano suficiente para preparar el
pan que come una persona en un día. Dice Ladd que en tiempos normales, el denario
sería suficiente para comprar de doce a quince veces las cantidades que Juan apunta.
En el cuadro que Juan presenta, el obrero gana un sueldo suficiente para comprar trigo
para sí mismo, pero nada para su familia. Si compra un grano menos apetecible, como
la cebada, pueden comer tres miembros de la familia, pero no queda dinero para
cualquier otra necesidad. Y el día que no trabaja, no come nadie.
El olivo y la vid (6) perduran de un año a otro, y podrían dar una cosecha aun cuando los
granos no fueran sembrados por efecto de guerra. También tienen raíces más profundas
que los granos, y no serían tan afectados por la sequía. Juan pinta un juicio limitado. En
92 d.C., Domiciano decretó que algunas tierras dedicadas a la vid se sembraran con los
granos, por la falta de éstos. Su intento no tuvo éxito.
50
Las almas o vidas de los que perdieron la vida por su testimonio de Jesús se encuentran
debajo del altar, donde cae la sangre de los sacrificios. En el concepto del Antiguo
Testamento, la vida y la sangre son idénticas (Lev. 17:11, 14). El sufrimiento de los
testigos es un sacrificio agradable a Dios.
Estos mártires no entienden por qué Dios no interviene para defender a sus testigos y
vengar su muerte (10). La pregunta que hacen es la que las iglesias tenían, y
seguramente éstas escucharon la respuesta del Apocalipsis con atención. Parte de la
respuesta ya se dio en el versículo 9. El sufrimiento de los testigos por su fidelidad al
mandato de Dios es una ofrenda, como la sangre de los animales sacrificados; es parte
del plan de Dios y le es grato. El 6:11 añade que morir por el testimonio de Cristo es una
victoria y es recibir la vida eterna; estos son los simbolismos de las ropas blancas que
se dan a cada uno (véase 3:5). Dios es el que da este galardón. También dice Dios que
la muerte violenta del testigo es una oportunidad para descansar (véase Hch. 7:60,
donde murió es literalmente, “se durmió”). El testigo tiene que sufrir, pero su destino final
no es el sufrimiento, sino el descanso. La muerte del creyente no es derrota ni
desasosiego. Ni siquiera es muerte.
Las descripciones de 6:12-14 vienen del Antiguo Testamento (Ezeq. 38:19-20; Hageo
2:6-7; Joel 2:31; Is. 34:4), donde representan la intervención de Dios para reivindicar a
su pueblo y llamar a cuentas a las naciones. Son figuras que aparecen con frecuencia
en la literatura apocalíptica (véase Mar. 13:24-25; Mat. 24:29). Las montañas y las islas
(14) son lugares que proveen seguridad y escondites. Aun éstas se remueven; no hay
dónde esconderse del juicio de Dios.
Los versículos 15-17 describen la reacción de los hombres al juicio del sexto sello. Al
final de las series de trompetas (9:20-21) y de las copas (16:21) también hay una
respuesta de los hombres a la ira de Dios. La ira de Dios demanda una respuesta; Dios
juzga para que el hombre reaccione.
Las clases de personas que Juan menciona son siete (15), un número simbólico; todas
las personas a quienes Dios ha creado están sujetos a su juicio. Cinco de las categorías
representan a los privilegiados del mundo, los que tienen más oportunidad, cuando
menos a ojos humanos, para hacer bien o hacer mal a sus prójimos. Las últimas dos
categorías indican que el juicio incluirá a todos. El juicio alcanza aun a esclavos; el hecho
de haber sido explotado no garantiza la salvación. No hay víctimas ante Dios, sino
solamente seres responsables, quienes pueden aceptar la relación que Dios ofrece o la
pueden rechazar. Dios respeta su decisión.
Los habitantes de la tierra se esconden ante el juicio de Dios (véase Is. 2:19). Prefieren
cualquier calamidad a la presencia de Dios y de su Ungido (16; véase Os. 10:8; Sal. 2:5,
12). Para ellos, esta presencia es ira, porque se han rebelado contra la autoridad y contra
el amor de Dios. Este versículo recuerda la actitud de los primeros seres humanos
después de desobedecer (Gén. 3:8).
Los habitantes de la tierra ven acercarse el gran día del castigo (Apoc. 6:17), el fin del
mundo y el Juicio. Los lectores sabemos que falta solamente un sello más, y podemos
concluir que Juan está describiendo los penúltimos eventos de la historia terrenal. Sin
embargo, Juan ya nos hizo trampa en el primer sello; cuando esperábamos que narraría
la venida de Cristo, nos presentó la ambición y la guerra. Notamos aquí que los que
hablan son los que no conocen a Dios ni a su Hijo. Tal vez éste no es el fin, sino otro
anticipo del juicio de Dios que tiene el propósito de llamar a los hombres al arrepenti-
miento antes de que llegue aquel día.
La respuesta de los hombres a la ira de Dios termina con una pregunta: ¡quién podrá
mantenerse en pie! (véase Mal. 3:2). Los que preguntan no esperan una respuesta;
piensan que nadie puede. Sin embargo, el capítulo siete (especialmente 7:9) revela una
respuesta divina.
52
En Zacarías 6:5, los cuatro carros con jinetes de distintos colores se identifican con los
cuatro vientos. Es probable que Juan quiere sugerir alguna relación entre estos vientos
y los jinetes de Apocalipsis 6:1-8.
Otro ángel (2), representando la misericordia de Dios, habla a los cuatro que
representan su ira. El juicio de Dios no ha de tocar a los siervos de... Dios (3). El sello
de un rey marcaba su propiedad; los que tienen el sello de Dios pertenecen a él y gozan
de su protección (véase Ezeq. 9:4, 6). Dios no permite que su juicio les toque a los que
tienen una relación de obediencia a él.
Esta verdad está en bastante tensión con las del capítulo seis. La guerra (primeros cuatro
sellos) y las calamidades naturales (sexto sello) afectan igualmente a los creyentes y a
los que no tienen relación con Dios. Y el quinto sello describe un sufrimiento exclusivo
de los creyentes: la persecución. Hay que vivir en esta tensión. Los creyentes
experimentan la realidad del sufrimiento, pero en medio de ella son llamados a confiar
en la protección, el “sello” de Dios. Dios declara que su sufrimiento no es la expresión de
su ira, sino dolores de parto que producen gozo y adoración. Hay momentos cuando no
es fácil creer esto.
Juan escucha el número de los que fueron sellados, que es un compuesto de los
números doce y diez (4). Ciento cuarenta y cuatro (12 por 12) indica que se trata del
pueblo de Dios, en plenitud. Todas las tribus de Israel confirma esta interpretación; se
trata de todo el Israel de Dios (Gál. 6:16). Mil enfatiza que este pueblo incluye un número
inmenso, todos los que Dios elige. El número no es un límite, como si fueran 144,000 y
no más; más bien enfatiza la inmensidad del número de los protegidos y elegidos de
Dios. Aun podría sugerir que el plan de Dios incluye a toda la humanidad.
Apocalipsis 7:5-8 da una lista de las tribus que se incluyen en los 144,000. Esta lista
merece atención cuidadosa, porque no es igual a ninguna otra lista de las tribus de Israel
en la Biblia. En el Antiguo Testamento, la primera tribu normalmente es Rubén, el
53
primogénito de Jacob (Gén. 35:23; 46:8; 49:3; Ex. 1:2; Núm. 1:5, 20; 1 Crón. 2:1, etc.),
pero aquí encabeza la lista Judá (véase Núm. 2:3; 7:12; 1 Crón. 2:3), la tribu del gran
rey David y por lo tanto la tribu del Mesías (véase Gén. 49:8-10).
La otra anomalía en esta lista es que falta la tribu de Dan. Esta tribu se destaca en el
Antiguo Testamento como idólatra (Jue. 18:18-19; 1 Rey. 12:29-30; véase Gén. 49:17;
Lev. 24:11). En la literatura apocalíptica, llegó a ser asociada con la maldad y, después
de la fecha del Apocalipsis de Juan, se identificó como la tribu de donde vendría el
Anticristo. Estas malas asociaciones probablemente explican la exclusión de Dan en
Apocalipsis 7:5-8. (Curiosamente, Ezequiel 48:1 nombra a Dan primero en una lista de
las tribus del pueblo escatológico.) Para suplir la falta de Dan, Juan incluye la tribu
sacerdotal de Leví, y también da una doble representación a José, incluyéndolo a él y
también a su hijo Manasés. Las listas del Antiguo Testamento que omiten Leví, porque
esta tribu no heredó una porción de la Tierra Prometida (por ejemplo, en Josué 13-19),
nombran en lugar de José a sus dos hijos, Efraín y Manasés, completando el número de
doce tribus.
Estas dos modificaciones indican que no se trata aquí del pueblo literal de Israel (véase
2:9 y 3:9). La lista más bien representa el pueblo mesiánico de Dios, el nuevo Israel,
encabezado por la tribu del Mesías y omitiendo a los que no creen en él, sea cual fuere
su estirpe racial.
Ahora Juan ve lo que oyó (9): una multitud... delante del trono y del Cordero. Es
posible que Apocalipsis 7:1-8 presente a los creyentes en la tierra, expuestos a sus
calamidades pero sellados y protegidos por Dios, y que 7:9-17 presente a los creyentes
que ya murieron y se encuentran en el cielo. A favor de esta distinción es la frase están
saliendo de la gran tribulación en 7:14; la descripción de 7:15-17, que sugiere que ya
no están expuestos a las peripecias de la tierra; y las túnicas blancas (9), que se asocian
en Apocalipsis con los que murieron en la fe (3:5; 6:11).
En contra, se puede notar que 7:14 también identifica a esta multitud como los que han
lavado… sus túnicas en la sangre del Cordero. Este lavamiento es símbolo de aceptar
a Jesús en arrepentimiento y fe; se aplica tanto a creyentes que todavía están en la tierra
como a los que ya murieron. De manera semejante, el creyente adora a Dios y a
Jesucristo por la salvación (10), no solamente después de la muerte, sino en la vida
terrenal también. Finalmente, la descripción de 15-17 se presenta tanto en tiempo
presente (15a) como futuro (15b-17).
El pueblo de Dios (4-8) incluye gente de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas
(9); los términos son cuatro para simbolizar toda la tierra). El número 144,000 (v. 4) es
símbolo de un número que nadie podía contar (9). Ellos estaban de pie, permitidos a
pararse en presencia de Dios y de su Hijo. Aquí se presenta la respuesta inesperada a
la pregunta de los incrédulos de 6:17. Nadie puede “mantenerse en pie” ante Dios por
naturaleza ni por su propia rectitud, pero los que creen en el Cordero sacrificado son
lavados y capacitados para compañerismo íntimo con Dios.
Esta multitud está vestida de túnicas blancas en señal de la victoria que han ganado
por el sacrificio de Cristo y por su fidelidad a él; también las ramas de palma se blandían
en celebración de victoria. La ropa blanca también simboliza la vida eterna que gozan.
Los redimidos alaban a Dios y al Cordero, atribuyéndoles la salvación que han recibido
(10). La salvación que celebran es una relación personal; hace del Dios que los salva
nuestro Dios. Esta adoración recuerda la del capítulo 5. La actividad celestial es adora-
ción; el hombre fue creado para adorar eternamente a Dios. La adoración no se limita a
cultos formales; se expresa a cada momento en confianza y gratitud hacia Dios.
En la secuencia de 7:9-12, primero cantan de la salvación los seres humanos (10), y los
ángeles se unen a la alabanza después (11). Los ángeles son observadores de la
salvación, pero son los seres humanos que experimentan en su propia vida el rescate y
transformación que Dios realiza por el sacrificio del Cordero. Al hombre pecador,
Jesucristo otorga un privilegio que los ángeles del cielo no pueden gozar, aunque
anhelan contemplar estas cosas (1 Ped. 1:12).
la respuesta (14). El anciano explica que la visión presenta a los que están saliendo de
la gran tribulación. Esta tribulación es la persecución descrita en el quinto sello (5:9-
11). La muerte del testigo no es derrota, sino victoria (7:9), y no pone fin a su adoración
y su servicio a Dios y al Cordero (10, 15). Como vimos arriba, esta descripción sugiere
que la multitud de 7:9-17 son los creyentes que ya murieron, pero luego se identifican
como los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero, una
descripción que incluye a los creyentes que todavía están en la tierra. Es probable que
la tensión entre estas dos identificaciones es intencional. El servicio continuo a Dios
descrito en Apocalipsis 7:15 no es solamente una esperanza futura para el creyente, sino
también una realidad presente. Por lo tanto, la muerte de un creyente no lo separa de
sus hermanos en la fe, como tampoco pone fin a su adoración a Dios.
La colocación de esta multitud delante del trono de Dios (15) representa su perfecta
comunión con él. Se dedican continuamente (día y noche) a la adoración de Dios; para
ellos la vida misma es servicio y alabanza a Dios.
Las túnicas blancas, ramas de palma (9), y santuario (15, literalmente tienda) pueden
indicar una celebración final y triunfante de la Fiesta de Tabernáculos. Zacarías 14:16-
19 profetiza que todas las naciones… subirán año tras año a Jerusalén para celebrar
la fiesta de Tabernáculos (Enramadas). Posiblemente Juan ve el cumplimiento de esta
profecía de Zacarías en la venida de todos los pueblos a Jesús.
“Extender su tienda sobre” (15, nota) alguien es darle hospitalidad. Esta figura compara
a Dios con un jeque beduino. Entre los beduinos, la hospitalidad fue un compromiso
sagrado. El que recibe a un huésped en su tienda tiene la obligación de proveer todas
sus necesidades; aun debe poner su vida para protegerlo de sus enemigos, si es
necesario. Dios se compromete a satisfacer el hambre y la sed de los que le adoran y
sirven (16) y a protegerlos. Los recibe en su tienda, para que no sufran el calor del sol
desértico, ni ningún calor abrasador (véase Is. 4:5-6).
La imagen cambia en el versículo 17. Ahora los creyentes son como ovejas a las cuales
el mismo Cordero, quien tiene autoridad suprema en el trono, pastorea con la paciencia,
ternura y concentración características de los pastores orientales. La descripción del
Cordero como pastor es una combinación atrevida de simbolismos. En Cristo el Pastor
ha tomado la naturaleza de las ovejas (Swete). Y habiendo sido sacrificado como
Cordero, entiende cómo consolar y guiar a los que son sacrificados por su testimonio de
él. Las conducirá a fuentes de agua viva. “Agua viva” describe agua que corre, que no
está estancada, pero aquí sirve como símbolo de la vida que Jesucristo ofrece a sus
ovejas.
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Al final del 7:17, hay todavía otra imagen, la de Dios como una madre consolando a su
niño (véase Is. 25:8), “el Rey de reyes con un pañuelo celestial en la mano” (Canclini).
Cuando Dios se acerca al sufriente para mostrar compasión divina, los dolores no
solamente se alivian; se convierten en bendición.
Después del interludio (7:1-17), el Cordero rompe el último sello. Juan ha sugerido que
el contenido de éste será el fin de la historia (6:17), pero los lectores tuvimos que esperar
un capítulo para saber si es cierto. Aun ahora, cuando se abre el sello, tenemos que
seguir esperando, durante media hora de silencio (8:1). Newport llama a ésta “la
quietud en que se comunica la plena y atemorizante soberanía de Dios.”
El silencio aumenta el suspenso, pero también puede ser otro indicio de que ha llegado
el fin. 2 Esdras 6:39 menciona silencio en el contexto de la creación, y 2 Esdras 7:29-31
indica que habrá un silencio correspondiente en el tiempo de la revelación del Mesías, la
nueva creación, y el juicio. También Baruc Siriaco 3:7 lamenta sobre la inminente
destrucción de Jerusalén: “¿volverá el universo a su naturaleza (original)? ¿Regresará
el mundo al silencio que existió en el principio?” Es probable que los lectores originales
del Apocalipsis conocían la idea de que el fin de la historia incluiría un silencio que
corresponde a un silencio que marcó el tiempo de la creación.
Sin embargo, todavía no es el fin. Juan ve a siete ángeles con sendas trompetas (2).
El contenido del último sello es otra serie de siete, las trompetas. Estas, como los sellos,
representan el juicio de Dios (véase Is. 27:13; Joel 2:1; Mat. 24:31; 1 Cor. 15:52; 1 Tes.
4:16), pero igual que los sellos presentan un juicio anticipado dentro de la historia y de la
vida humana, para llamar a la humanidad al arrepentimiento. Dios nos lleva a una crisis
que parece ser final, para que recapacitemos y acudamos a él. Da abundante oportuni-
dad para el arrepentimiento, porque su propósito no es destruir a nadie (2 Pedro 3:9).
Antes de que los ángeles toquen sus trompetas, otro ángel se acerca al altar de incienso
(3). En 5:8, el incienso representa las oraciones del pueblo de Dios. Aquí en la misma
figura el incienso representa la ayuda divina que acompaña la oración (véase Rom. 8:26).
Dios mismo, por su agente el ángel, añade fuerza a la oración. Las oraciones divinamente
habilitadas suben hasta la presencia de Dios (4). Dios escucha las oraciones de sus
seguidores, aun cuando éstos parecen débiles, indefensos y perseguidos en este mundo.
Las oraciones también afectan la tierra (5), porque en respuesta a ellas Dios derrama
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su juicio sobre el mundo, para reivindicar a los testigos de Dios y llamar a sus adversarios
al arrepentimiento. La oración es uno de los modos por el cual los creyentes reinan.
Los truenos, estruendos, relámpagos y un terremoto (5) recuerdan los portentos que
salen del trono del Creador (4:5). Estas señales marcan el fin de cada serie de siete
juicios (11:19; 16:18), y confirman que las calamidades de la historia no ponen en duda
la soberanía de Dios, sino que son expresiones de ella. Dios usa las calamidades para
llamar a los seres humanos a conciencia de su rebelión y al arrepentimiento. Así
contribuyen estos eventos, que Los que no conocen la revelación de Dios pueden ver
estos eventos como evidencia que niega la soberanía de Dios o aun su existencia. La
Palabra de Dios y especialmente el Apocalipsis, revela que contribuyen más bien a lograr
su propósito de formar un pueblo en comunión con él, que viva una vida recta y que
incluya todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas (7:9).
Las primeras cuatro trompetas afectan la tierra (7), el mar (8), los ríos y los
manantiales (10), y el cielo (12). Son una unidad, como los primeros cuatro sellos. Juan
divide el mundo natural en cuatro partes, según el número que simboliza éste. Tres de
estos castigos recuerdan plagas que sufrió Egipto en el libro de Exodo: granizo (Ex. 9:13-
35), agua convertida en sangre (Ex. 7:14-24), y tinieblas (Ex. 10:21-29). La tercera
trompeta recuerda el agua amarga que los israelitas encontraron en Mara (Ex. 15:22-
25); posiblemente se base en la descripción del juicio de Dios en Jeremías 9:15 y 23:15.
Estas cuatro trompetas afectan cosas que son esenciales a la vida. Pero con la excepción
de la tercera, no se menciona que algún hombre muera. Dios busca el arrepentimiento,
no la muerte (Ezeq. 18:32).
Algunos detalles de estas catástrofes indican que las descripciones son poéticas, no
literales. Un granizo acompañado de fuego y sangre (7) no es un fenómeno natural,
aunque puede ser una descripción poética de la erupción de un volcán. Una montaña
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envuelta en llamas arrojada al mar (8) también puede sugerir un volcán. El agua no
sería literalmente sangre en este caso, aunque el reflejo del fuego le daría el color de
sangre. El ardiente monte lanzado al mar sería la causa de la destrucción de barcos (9).
No hay que insistir en una explicación literal de la poesía de Juan. El mensaje tiene que
ver con el propósito de Dios: llamar al hombre al arrepentimiento por un juicio anticipado.
Juan no describe eventos que se limiten a un solo tiempo en la historia humana.
Una estrella (10) simboliza un ángel (1:20). Es posible que en Apocalipsis 8:10-11 Juan
utilice el mito de la caída de Satanás. Algunos consideran la historia de la caída de
Satanás una enseñanza bíblica, pero la Biblia nunca enseña el origen de Satanás. Más
bien utiliza el cuento popular de esta caída cuando está hablando de otros temas (por
ejemplo en Isaías 14:3-17). El tema de Apocalipsis 8:10-11 es el juicio anticipado de
Dios al hombre rebelde, no la naturaleza u origen de Satanás. Juan afirma en términos
que sus lectores entenderían que aun los seres espirituales rebeldes y la corrupción que
éstos promueven entre la humanidad sirven el propósito de Dios, porque estimulan en el
hombre conciencia de su necesidad y de su culpa.
El águila (13) fue mal agüero en la antigüedad; se asocia con un ejército invasor en
Deuteronomio 28:49, Jeremías 48:40 y Habacuc 1:8. En Apocalipsis 8:13 también
anticipa invasions (9:3-4, 7). El águila declara que, aunque los primeros cuatro azotes
fueron duros, los tres que faltan serán peores. Como en Apocalipsis 3:10 y 6:10, los
habitantes de la tierra son los que no siguen a Jesucristo y por lo tanto no pertenecen
a la familia o reino celestial.
Dios le permite a este ángel usar la llave del pozo del abismo. En el pensamiento
hebreo, el abismo es la profundidad del mar (símbolo de la maldad) y la habitación de
los demonios. Parece que sale del abismo una humareda espesa que oscurece todo el
cielo (2), pero resulta ser una plaga de langostas (3; véase la octava plaga en Ex. 10:13-
15). Estas no son langostas naturales, porque pican como escorpiones. El alacrán es
un animal feroz, de aspecto amenazante. El único aspecto bueno del alacrán es que no
vuela, pero ¡estos invasores vuelan y también pican!
Las langostas naturales atacan las plantas, pero el enjambre que Juan ve ataca a los
hombres (4). No los pica en forma indiscriminada; Dios limita este juicio a las personas
que no llevaran en la frente el sello de Dios (véase 7:3). Hasta aquí, todas las
expresiones del juicio de Dios han afectado a cualquier persona, sin referencia a su fe
en Jesucristo. (De manera semejante, las primeras plagas en Egipto no discriminaban
entre Israel y Egipto.) El quinto sello, la persecución, se limitaba a los creyentes. Pero la
quinta trompeta es un contraste con el quinto sello. El sello de Dios, que representa una
relación con él basada en el arrepentimiento y el perdón, protege del sufrimiento
presentado en la quinta trompeta.
Esta plaga no produce la muerte de los hombres, sino cinco meses de tormento (9:5)
tan doloroso como la picadura del alacrán. Es posible que la cifra cinco meses sea uno
de dos números (véase 14:20) en el Apocalipsis que no tienen valor simbólico. La vida
de una langosta dura aproximadamente cinco meses. Es posible que Juan piense en
este dato. Otras posibilidades son que el número 5 se usa solamente para dar particu-
laridad al cuadro, como en Mat. 25:15; Luc. 12:6, 52; 14:19; 16:28; 1 Cor 14:19, o que
recuerda los 150 días que las aguas del Diluvio “prevalecieron sobre la tierra” (Gén. 7:24).
La prohibición de matar impuesta a las langostas no es un acto de misericordia, porque
el tormento de estas langostas/alacranes es peor que la muerte (Apoc. 9:6).
Hasta aquí hemos descrito este evento en los términos que Juan presenta, pero ¿qué
simboliza? Ya que las langostas suben del abismo (2), podemos concluir que Juan las
considera demonios. Pero dos consideraciones sugieren que estos demonios, a su vez,
son símbolos de otra realidad. Primero, la Biblia no enseña que los demonios ataquen
solamente a los que no tienen relación con Dios. El creyente cuenta con la protección de
Dios en medio del ataque demoniaco, pero no está exento del ataque. Segundo, todos
los azotes de los sellos y trompetas se refieren a experiencias que son parte de la vida
cotidiana y visible. Los demonios serían más bien parte del mundo invisible. Se impone,
entonces, la búsqueda del simbolismo de los demonios/langostas/escorpiones.
Es un sufrimiento que se puede describir como un anticipo del infierno (2), que afecta
solamente a los que no tienen la relación con Dios que Jesucristo ofrece (4) y que es
60
peor que la muerte (6). Ha habido muchos intentos de encontrar la realidad simbolizada,
sin lograr un consenso seguro. Se ha sugerido que representa el poder destructivo y
atormentador del pecado, una enfermedad o epidemia de origen directamente diabólico,
o la corrupción interior del imperio romano.
Tal vez la mejor sugerencia sea que se trate de los remordimientos de la conciencia. Los
que siguen a Cristo están expuestos a la persecución (6:9-11), pero tienen la conciencia
aliviada por el perdón que Jesús otorgó con su muerte. El sello de Dios (9:4) es la relación
con Dios que reemplaza la mala conciencia y da paz al perdonado. Los incrédulos, en
cambio, tienen que vivir sin alivio las consecuencias de su propia rebelión. Dios les revela
que lo que sufren es lo que ellos mismos han escogido. Esta realidad quita todo rasgo
heróico de su sufrimiento y lo revela como absurdo, el resultado de una estupidez. No
pueden decir “ni modo,” porque hubo modo de evitar los resultados de su rebelión.
Foulkes comenta que este pozo “se alimenta de los manantiales del vicio humano; todos
contribuimos con nuestro pecado a la mala conciencia colectiva que aquí se denomina
el abismo.”
Dios permite que experimentemos este tormento mientras todavía vivimos en la tierra,
para que aquí aceptemos el modo de acabar con este tormento: reconocer nuestra culpa,
arrepentirnos y aceptar el perdón y la relación que Dios nos ofrece en Jesucristo. Este,
y no la venganza, es el propósito de Dios cuando permite el mal y la actividad de los
demonios.
Este ejército infernal está dirigido por el ángel del abismo (11). Esta descripción sugiere
la “estrella caída” que abrió el abismo (1-2), aunque también es posible que sea un ángel
que salió del abismo con su ejército. Se llama Abadón en hebreo y Apolión en griego,
palabras que significan “destructor” o “exterminador.”
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Es natural identificar este rey de los demonios o de la mala conciencia con Satanás, pero
el objeto de Juan no es enseñar algo acerca de la naturaleza o los métodos de Satanás,
sino enfatizar las consecuencias destructivas de la rebelión del hombre y de la mala
conciencia que resulta de ella. Juan hace referencia a la rebelión angelical, pero el
enfoque de su exposición en estos versículos es la rebelión humana. Declara que la
destrucción y decaimiento que observamos como una realidad universal en este mundo
es resultado de la rebelión contra Dios, de rechazar la relación que él ofrece a sus
criaturas. Nosotros somos los autores de nuestras desgracias. Dios nos da los ramalazos
de la conciencia, y aun permite la actividad de los demonios en nuestro mundo, para que
nos demos cuenta de nuestra situación desgraciada y nos abramos a la Fuente de gracia,
perdón y restauración.
Juan nos recuerda que las tres últimas trompetas son tres ayes (12). Dios permite la
intensificación de la maldad, pero solamente con el propósito de intensificar el llamado
al hombre para que se dé cuenta de su error, se arrepienta y cumpla el propósito de su
existencia: vivir en relación con Dios.
Como las primeras cuatro trompetas son una intensificación del juicio presentado en el
sexto sello (el trastorno de la naturalez), así también la sexta trompeta corresponde a los
primeros cuatro sellos, que presentaban la guerra. Al comentar que una voz sale del altar
(13), Juan quiere que sus lectores recordemos a los mártires debajo del altar (6:9-11) y
la descripción de las oraciones como incienso quemado en un altar (8:3-5). La serie de
trompetas es la respuesta de Dios a las peticiones de sus santos y mártires. Piden reivin-
dicación; los juicios de Dios muestran la justicia de los seguidores de Cristo y la injusticia
de perseguirlos. Piden que su testimonio sea eficaz; los juicios de Dios refuerzan el llama-
miento al arrepentimiento y confirman su mensaje acerca de un Dios justo que pide
cuentas. Dios tiene una hora y día y mes y año (15) determinado, para responder a los
testigos sufrientes que claman, “¿Cuándo?” (6:10). Las calamidades de la historia no se
escapan del plan de Dios; están incluidas en él.
La voz del altar manda al ángel que suelte a los cuatro ángeles (9:14). En 7:1, estos
ángeles detenían los vientos del juicio; ahora el juicio procede. Allí los cuatro ángeles
estaban puestos sobre los cuatro puntos cardinales de la tierra pero ahora se han
colocado a la orilla del gran río Eufrates, al oriente del Imperio Romano y al noreste de
Palestina. El Eufrates representa la amenaza de invasión militar. Fue la frontera del
imperio, y al oriente de él se encontraban los temidos partos, con su caballería feroz. Las
legiones romanas nunca dominaron este adversario, y tal fue la impresión que dejó sobre
el Imperio Romano que, cuando se suicidó el imperador Nerón sitiado en su palacio,
surgió una idea popular de que él se había escapado y que regresaría a la cabeza de un
ejército parto.
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Los colores de las corazas de esta caballería—rojo, azul y amarillo—son los colores del
fuego, humo y azufre (17). Estos elementos recuerdan la destrucción de Sodoma y
Gomorra (Gén. 19:24, 28), otra manifestación del juicio de Dios. La cabeza de los
caballos se compara con la de leones. Los dientes de las langostas (Apoc. 9:8) también
se comparaban con los de leones. Salguero comenta, “En la mitología oriental era
frecuente la representación de seres humanos con cabeza de león o con colas de
serpiente.”
Para los lectores del primer siglo, la mención de caballería (16) sería confirmación de
que se trata de los partos, conocidos por su poderosa caballería. Aun más clara sería la
descripción de 9:19. La caballería del primer siglo estaba armado con arcos, pero
solamente tenía capacidad para lanzar sus flechas hacia adelante. Las legiones romanas
de infantería habían aprendido que, si resistían el tremendo choque de un ataque de
caballería, la inercia del ataque llevaría a los caballos y sus jinetes más allá de la línea
de infantería, y éstos tendrían unos segundos de alivio mientras la caballaría daba vuelta
y se formaba de nuevo para reanudar el ataque con flechas. Pero cuando las legiones
encontraron a los partos, sufrieron la sorpresa de recibir flechas en sus espaldas, porque
la caballería parta tenía la capacidad de lanzar flechas también hacia atrás, de manera
que no dejaron de tirar, aun después de pasar la línea de la infantería. Juan se refiere a
este espantoso hecho cuando dice que el poder de los caballos radicaba en su boca
63
y en su cola. La caballería parta fue tan espantosa como una que montaba caballos con
serpientes por colas.
Apocalipsis 9:20-21 son versículos claves en las series de sellos y trompetas. Por
primera vez, Juan explica el propósito de estas calamidades en el plan de Dios. La causa
de ellas es la rebelión del hombre, el pecado, pero el propósito final de Dios no es castigar
el pecado sino rescatar al pecador. Dios quiere que los percances de la vida nos lleven
al arrepentimiento. Jesús ya llamó a su pueblo al arrepentimiento (caps. 2 y 3); ahora
Juan afirma que todos los seres humanos son llamados al arrepentimiento.
Una relación incorrecta con Dios, como la que se expresa en idolatría, produce malas
acciones hacia los semejantes (9:21). Juan piensa especialmente en el trato de los
idólatras hacia los que sirven al verdadero Dios: los matan (asesinatos) mezclando
veneno para obligarles a tomarlo (artes mágicas) y les despojan de sus bienes (robos),
sea por un proceso legal o simplemente por apoderarse de sus propiedades cuando
mueren o huyen. La inmoralidad sexual podría ser abuso físico de los creyentes en
Cristo, pero es probable que se refiere a la adoración de dioses falsos, que es infidelidad
al Dios verdadero, y que en el primer siglo con frecuencia involucraba la inmoralidad
física (véase Apoc. 2:14, 20).
El librito (10:1-11)
Un ángel baja del cielo (10:1). La nube no tiene valor simbólico, sino que es el
“transporte” acostumbrado entre el cielo y la tierra en los apocalipsis (véase Hechos
1:9,11). El arco iris recuerda el pacto de Dios y su fidelidad hacia los suyos. La luz que
irradia su rostro y sus piernas puede ser reflejo de la gloria de Dios, la luz de la revela-
ción de Dios que este ángel trae y representa, o símbolo de ambas realidades. En la
mano tiene un pequeño rollo (2). El simbolismo de este rollo es el mismo que se aplica
al rollo en el capítulo 5: los planes de Dios para el futuro, que determinan el destino del
hombre. En el capítulo 5, el énfasis cae en la realización del plan de Dios en la vida
terrenal de Jesucristo; aquí se enfatiza la proclamación de la voluntad de Dios en el
testimonio de los seguidores de Jesús. Por este testimonio y por la muerte y resurrección
de Cristo, el rollo está abierto. Pequeño rollo en 10:2 es la diminutiva de la palabra que
se usa en 5:1. Pensar que este rollo es pequeño porque ya se ha presentado una
porción de la revelación, y lo que queda es menos que lo que contenía el libro de 5:1,
parece demasiado literal. Probablemente se trata de una simple variación estilística.
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La colocación de los pies del ángel sobre el mar y la tierra sugiere que su mensaje es
para todo el globo. La fuerza de su voz, como la del león, y los siete truenos recalcan
la autoridad de este mensaje (3). Tiene la fuerza del trueno, dada por Dios (siete).
Cuando Juan quiere escribir el mensaje de los truenos para sus lectores, una voz que
viene de Dios lo prohíbe (4). En la historia de la interpretación del Apocalipsis, ha habido
intentos de identificar el contenido de este mensaje sellado, pero todo intento semejante
supone que podemos saber este contenido, y Juan se refiere a una verdad que no
podemos saber. Dios se revela, y revela sus propósitos, pero hay facetas de su
naturaleza y aspectos del futuro que nadie puede saber (véase Mar. 13:32; Mat. 24:36).
Debemos interpretar con humildad; no presumamos de un conocimiento completo.
En 10:5, se añade el cielo al mar y a la tierra (2). Este detalle enfatiza de nuevo que el
mensaje que sigue es universal; el juramento solemne del versículo 6 indica que es de
suma importancia. El mensaje es que el tiempo ha terminado. Tiempo aquí se refiere
a la paciencia de Dios en cumplir sus propósitos. La Biblia de Jerusalén capta el sentido
con la traducción, “¡Ya no habrá dilación!” Dios no hará esperar más a los mártires (6:11).
Cuando el séptimo ángel toque su trompeta (7), se cumplirá el propósito de Dios,
anunciado por los profetas. Este designio se llama secreto porque no se puede
descubrir por investigación o razonamiento humano; solamente se conoce porque Dios
lo ha revelado.
Se acerca el fin. Antes del séptimo sello, el fin fue anunciado, pero por los incrédulos
(6:17). Ahora el mensajero es un ángel que viene de la presencia de Dios (10:1) con un
anuncio confiable. Dios ha revelado que habrá un juicio final. El Apocalipsis no propor-
ciona datos para determinar cuándo volverá Cristo para juzgar (Mar. 13:32), sino que
proclama con claridad que habrá un día de juicio, para el cual debemos prepararnos.
Cada quien tiene la libertad y la obligación de decidir cuál va a ser su relación con Dios,
pero el tiempo para esta decisión es limitado. Hay que responder con prontitud, porque
se acerca el juicio, en el momento de la venida de Dios en Jesucristo, o en el momento
de la muerte. La proclamación cristiana debe incluir esta verdad (Apoc. 10:11).
En el versículo 8, la voz del cielo (de Dios) manda a Juan tomar el rollo del ángel que
lo trae. Cuando Juan se acerca para obedecer, el ángel le indica qué debe hacer con él:
comerlo. Ezequiel tuvo una experiencia semejante (Ezeq. 2:9-3:3).
Juan en esta visión representa a todos los creyentes. Su tarea es recibir la verdad de
Dios y proclamarla al mundo (11). “Comer el rollo” simboliza la necesidad de digerir o
asimilar el mensaje antes de predicarlo (9). Los testigos de Cristo no son encargados de
un mensaje ajeno, que se pueda entregar como si estuviera en sobre cerrado. Es
66
A pesar de la persecución, y a pesar de que se acerca el fin (7), hay que seguir
predicando (11).
Cuarenta y dos meses (2), o tres años y medio, es el tiempo tradicional de prueba y
persecución, el tiempo en que Dios protege a los suyos. El símbolo originó con el libro
de Daniel (7:25), pero se aplicó después a otros tiempos de prueba, como la sequía en
tiempos de Elías (Luc. 4:25; Stg. 5:17), período en que Elías vivió en exilio. No representa
una cantidad de tiempo, sino su calidad: un tiempo de persecución en el cual Dios
protege.
El vestido de luto (3) puede ser otro recuerdo de que el testimonio estimula persecución,
o puede relacionarse con el mensaje de juicio que predican estos testigos (véase Is.
20:3-4). Sobre todo nos recuerda que el testigo tiene que arrepentirse antes de llamar a
otros al arrepentimiento (Apoc. 2:5, etc.). La descripción de los testigos en 11:4 se deriva
de Zacarías 4, que describe al gobernador Zorobabel y al sumo sacerdote Josué. El
pueblo de Dios es regente y sacerdotal (Apoc. 1:6). Los olivos y el aceite que proveen
para los candelabros, probablemente representan la unción de Dios para este ministe-
rio, ya que el aceite de olivo también se usaba para ungir. Es el Espíritu Santo de Dios
quien da poder y autoridad al testimonio.
Según 11:5, el testigo de Cristo cuenta con una protección absoluta de Dios. La persona
que intenta hacer daño a los testigos o frustrar su proclamación del mensaje de Dios, es
destruida. El fuego que consume a sus enemigos recuerda un evento de la vida de Elías
(2 Rey. 1:9-12), aunque en 2 Reyes el fuego desciende del cielo. En Apocalipsis, el fuego
sale de la boca de los testigos porque están protegidos por la palabra de Dios que
proclaman y por su testimonio de la obra de Dios en sus vidas (véase Jer. 5:14). Elías
también fue instrumento de Dios para cerrar el cielo (6), y aunque 1 Reyes no dice
cuánto tiempo duró esta sequía (1 Rey. 17:1), ya hemos visto que la tradición judía identi-
ficó el plazo como tres años y medio (Luc. 4:25; Stg. 5:17). El que convirtió aguas en
sangre fue Moisés (Ex. 7:20), quien también azotó la tierra con toda clase de plaga.
Malaquías 4:4-6 es una profecía del regreso de Elías, en un contexto que también
68
Hay tensión entre las menciones de la persecución (2:10; 6:9-11; 11:2) y la protección
aparentemente absoluto que se describe en 11:5. Esta tensión se agudiza en 11:7: la
bestia que sube del abismo... los vencerá y los matará. ¿Protege Dios a los testigos
o no? La clave de la respuesta se da en las primeras palabras del versículo 7: cuando
hayan terminado de dar su testimonio. El creyente no tiene una garantía de que no le
pasará ningún infortunio en la vida, pero puede contar con la seguridad de que las
pruebas y aun la oposición no frustrarán el testimonio y el ministerio que Dios le ha
encargado. La misma verdad se afirma en 2 Timoteo 2:9 y Hechos 27:24; 28:30-31. Se
le puede encarcelar y aun matar al mensajero, pero el mensaje no se puede callar.
Apocalipsis 11:5-7 enseña que los creyentes cuentan con todo el poder del cielo, para
protección y para milagros, en la tarea que Dios les ha asignado. Sin embargo, en su
vida y bienestar terrenales, están sujetos a los mismos peligros que acechan a todo
hombre, y también a la persecución. La protección de Dios no es un premio, sino un
medio que Dios provee en la gran tarea de proclamar el mensaje de Cristo. Con estos
versículos, empezamos a entender qué significa el sello de Dios (Apoc. 7) y la medición
del templo mientras los incrédulos pisotean su patio (11:1-2).
La muerte de los testigos es un espectáculo público (8), como fue la de su Señor (quien
también fue ajusticiado por la autoridad de Roma). La gran ciudad donde son exhibidos
sus cadáveres se identifica con tres lugares distintos. Esta ciudad no es geográfica,
sino simbólica y espiritual; es la sede de la oposición a los propósitos de Dios. Sodoma
fue el prototipo de la sociedad que se rebela contra las normas morales de Dios; fue
destruida por su alejamiento de Dios. Egipto se opuso a los planes redentores de Dios,
69
y fue humillado y asolado por su oposición. Israel fue el pueblo que Dios redimió de
Egipto, pero llegó a ser la encarnación de la oposición a la redención, y en su capital fue
crucificado el Redentor que Dios había mandado, quien es también el Señor que los
testigos proclaman. No es la única vez en la historia humana que el instrumento de la
derrota de una manifestación de la bestia llega a ser la siguiente manifestación de la
misma. A partir de Apocalipsis 14:8 y 16:19, esta ciudad o sociedad suprahistórica, que
encarniza la resistencia organizada a Dios, se llamará Babilonia (Jer. 50-51), recordando
otra manifestación dela misma oposición.
La colocación de los cadáveres de los testigos en la plaza (8) es una medida para
deshonrarlos, de manera que es parte de la prueba y la persecución (tres... y medio, 9).
Sin embargo, en el plan de Dios resulta también una oportunidad para el testimonio. El
Apocalipsis de Juan, cuando emplea el simbolismo de tres y medio, añade al significado
de persecución y prueba, el de testimonio. Aun en su muerte, los dos testigos siguen
siendo testigos. La gente de todo pueblo, tribu, lengua y nación (véase 10:11), que
no permitirá que se les dé sepultura, por esta misma prohibición siguen viendo su
testimonio. Pero por única vez en el Apocalipsis, no se trata de tres años y medio (3),
sino de días. El sufrimiento y aun la muerte son realidades para el testigo, pero su
magnitud se compara con la del poder que Dios da a su testimonio como días se
comparan con años.
Para los habitantes de la tierra, los testigos son anti-héroes, y se celebra su muerte
(10). El mundo establece días festivos por la derrota de los testigos, porque les estaban
haciendo la vida imposible.
Sin embargo, su celebración es abreviada por otra intervención de Dios (11). Resulta
que es la intervención divina, y no la disposición humana, que determina el tiempo que
dura la persecución y humillación (9). La resurrección de los testigos se describe en
términos de Ezeq 37:10; su ascensión al cielo (12) en términos de la ascensión de Jesús
(Luc. 24:51; Hch. 1:9). Compartieron la muerte de su Señor, y ahora comparten su
resurrección y aun su ascensión (véase Rom. 8:17; 2 Tim. 2:11-12). Se presenta esta
resurrección y ascensión como visible, y así será en la consumación, pero antes de ésta
la subida de un creyente a la presencia de Dios no es visible. Es probable que Juan
afirma también la reivindicación histórica de los testigos. Con frecuencia los perseguidos
de una generación son los héroes de la siguiente (véase Lucas 11:47). Este fenómeno
histórico, como todos los otros que Juan ha incluido en su obra, puede ser instrumento
de Dios.
Con un violento terremoto (13), Dios muestra que el mensaje de los testigos es verdad.
La muerte de siete mil personas es obra de Dios, como demuestra el número siete. El
70
En la descripción del martirio de los testigos, Juan mezcla los tiempos de los verbos.
Comienza en futuro (7-8), y continúa en presente (9-10). Luego vuelve al tiempo futuro
(10b), y termina con verbos en tiempo pasado (11-13). No es fácil ordenar las acciones
de acuerdo con estos tiempos verbales. Parece que Juan los mezcla a propósito para
romper la tendencia apocalíptica de establecer tiempos fijos para los eventos que
preceden el fin. Juan está describiendo realidades que caracterizan cada generación
entre el comienzo del Reino con la venida de Jesucristo y su consumación con otra
venida de Jesucristo.
En 11:3-13, el ministerio de los testigos se presenta en dos etapas: una de poder ilimitado
y milagroso (3-6), y otra de sufrimiento, aparente derrota y muerte (7-13). Pero es
interesante que no se menciona ninguna conversión en la etapa del testimonio en poder
y gloria. Es solamente cuando los creyentes testifican en sufrimiento, seguido por un acto
de Dios, que hay vidas cambiadas (13). Solemos pensar que habría más conversiones
si tuviéramos poder para multiplicar los milagros, pero Dios nos está enseñando que es
la humillación y sufrimiento del testigo, junto a la humillación y muerte de su Maestro,
que da poder al mensaje; “mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9).
El contenido del séptimo sello fue las trompetas (8:1-2). De la misma manera, la séptima
trompeta introduce las copas, pero éstas no siguen inmediatamente, sino hasta los
capítulos 15-16. El vínculo entre la séptima trompeta y las siete copas es la frase, se
abrió en el cielo el templo (11:19; 15:5). De él saldrán los ángeles que llevan las copas
(15:6).
71
Antes, hay un gran paréntesis que forma el centro del Apocalipsis y el meollo de su
mensaje: la carrera terrenal de Jesucristo y su batalla con las fuerzas de Satanás (caps.
12-14). El anuncio de Apocalipsis 11:15 también sirve como introducción del tema del
“paréntesis,” porque el comienzo del reino de Cristo no es solamente el Juicio Final, sino
aun más su carrera terrenal, especialmente su muerte y resurrección. Estos son los
eventos simbolizados en los primeros versículos del capítulo 12.
Los ancianos tienen aquí su rol acostumbrado de adorar a Dios por los eventos que se
acaban de presentar (11:16). Esta es la única vez en el Apocalipsis que los ancianos se
mencionan sin los seres vivientes. Las palabras de su alabanza (17-18) sirven como un
comentario para explicar el sentido del evento anuciado en el versículo 15. La soberanía
de Dios fue puesta en duda por la rebelión de las naciones (18). El verbo se
enfurecieron y el sustantivo castigo tienen la misma raíz, y forman un juego de
palabras. La “furia” de Dios contesta la furia de las naciones. Juan toma esta idea de
Salmo 2:1-6 (nótese enojo en el v. 5).
A su debido tiempo, Dios interviene para juzgar a todos y reivindicar a los que han sido
fieles a él. Esta intervención comenzó con la venida de Cristo, y se completará cuando
él regrese. Así Dios asume su gran poder y reina abiertamente (17). Destruirá a los que
destruyen su creación (18), otra aplicación de la ley de talión. No se trata de venganza,
sino de cumplir su propósito de misericordia y bondad. Dios quiere proveer para sus
criaturas un ambiente perfecto; los que se oponen a este propósito tienen que ser destrui-
dos para que no frustren el plan bondadoso de Dios.
Después del canto que explica el propósito de Dios en reinar y juzgar, Juan ve el templo
de Dios en el cielo, abierto por disposición de Dios (19). Se abrió es un “pasivo divino,”
la voz pasiva utilizada para expresar una acción de Dios. Es visible el arca que se
encuentra en el lugar santísimo. El lugar santísimo fue la parte más escondida del templo
terrenal, donde nadie más que el sumo sacerdote podía entrar, y él solamente un día al
año; representaba la presencia de Dios. Ahora, por la realización del plan de Dios en
Jesucristo, está abierto a todos el acceso a la presencia de Dios (véase Mar. 15:38; Heb.
10:19-22). No se trata del acceso a un cuarto terrenal que simboliza esta presencia, sino
de acceso a la realidad celestial. Es probable que, con la mención del pacto, Juan quiere
indicar a sus lectores que esta intervención de Dios es el cumplimiento de su pacto, de
sus promesas a los que se vuelven a él.
Los fenómenos de Apocalipsis 11:19b son los mismos que marcan el fin de cada una de
las tres series que simbolizan el juicio de Dios (véase 8:5 y 16:18) y, con la excepción
del terremoto, los que observamos delante del trono de Dios (4:5).
72
La crisis (12:1-4)
En la literatura apocalíptica una mujer es símbolo de una sociedad o un pueblo (véase
Jer. 4:31). Los tres símbolos de luz (sol, luna y estrellas) identifican a esta mujer con
los candelabros de Apocalipsis 1:20, y el número doce confirma que se trata del pueblo
de Dios. Es posible que Juan mencione luminarias que se encuentran en el cielo para
recordarles a sus lectores que este pueblo tiene vida en el cielo (véase las estrellas de
1:20). El Mesías nace de esta mujer (12:5), un hecho que sugiere que ella representa el
pueblo de Israel; pero luego la persecución que ella sufre corresponde a la que sufre la
iglesia cristiana en los días de Juan. La mujer representa todo el pueblo de Dios, tanto
los creyentes bajo el Antiguo Pacto como los que creen durante el tiempo del Nuevo
Pacto.
La mujer está encinta y sufre dolores de parto (2). El sufrimiento del pueblo de Dios
produce un resultado deseable, como el dolor de dar a luz. Juan emplea un antiguo mito
para presentar una interpretación de la experiencia de la iglesia. Este mito dice que un
usurpador, condenado a muerte por un príncipe que aún no ha nacido, trama un complot
para acceder al trono matando al heredero real en su nacimiento. El príncipe es
arrebatado milagrosamente de las garras del usurpador y es escondido hasta que es
suficientemente mayor como para matar al enemigo y reclamar el reino que legalmente
le pertenece (Newport).
Este mito se aplicaba a Apolo, Marduk, Ahura Mazda, y Horus en varias culturas. Refleja
el anhelo universal de un libertador que redima a la humanidad de los poderes del mal.
Juan lo aplica a Jesús para proclamar que él cumple este anhelo.
El dragón que acecha para devorar a su hijo (4) es de rojo encendido (3), color que
simboliza su naturaleza bélica (véase 6:4). Las siete cabezas, cada uno con diadema,
simbolizan la autoridad perfecta de Dios, y los diez cuernos, el poder humano completo.
73
Aquí estas cualidades son pretensiones del dragón, y no realidad. Busca controlar a la
humanidad y sustituirle a Dios. Las siete cabezas también lo hacen difícil de matar, como
un monstruo Hidra. La historia y nuestra propia experiencia nos enseñan lo difícil que es
eliminar el mal; humanamente es imposible.
El dragón tiene una cola tan enorme que arrastró la tercera parte de las estrellas del
cielo y las arrojó sobre la tierra (4). Este detalle, aparentemente modelado sobre el
caimán, enfatiza el poder destructivo del dragón y su intención de desbaratar la autoridad
celestial de Dios. Ya que las estrellas en la apocalíptica son símbolos de ángeles, es
posible que aquí, como en 8:10-11 y 9:1, Juan piense en la historia de la caída de
Satanás. Esta historia se refleja en el Antiguo Testamento, pero no es una enseñanza
de la Biblia. Juan la utiliza aquí porque ilustra la oposición del dragon, que se identificará
como Satanás en el versículo 9, a los propósitos de Dios. Una evidencia de que Juan
está adaptando esta especulación y no confirmándola es que él añade las palabras
sobre la tierra; en el mito, Satanás y sus ángeles son arrojados al abismo. El tema de
Juan en Apocalipsis 12 no es el origen de Satanás, sino la experiencia de Jesús y de sus
seguidores.
El dragón está al pendiente del nacimiento del hijo, para devorarlo. Juan piensa en
Herodes (Mat. 2:13, 16), y probablemente Pilato, Nerón y Domiciano, también. Nosotros
podemos añadir otros casos en que este dragón se apodera de los poderes mundiales
buscando frustrar la voluntad de Dios.
Si el dragón no puede atacar al hijo, entonces la mujer está en peligro (6). Pero Dios la
proteje. Los mil doscientos sesenta días o tres años y medio es el tiempo de la prueba
y también de la protección de Dios (11:2), y el desierto es el lugar de prueba (Ex. 15:25)
y también de la protección y provisión de Dios (el maná; véase también la experiencia de
Elías en 1 Rey. 17:3-6). Los versículos 13-17 desarrollarán el tema de la prueba y la
protección de la iglesia.
74
Antes, Juan presenta una guerra en el cielo (7), desarrollo del cuadro presentado en los
versículos 4-5. Satanás quiere tomar el lugar de Cristo y de Dios en el trono; así que
ataca el cielo. En el simbolismo apocalíptico, los ejércitos de Dios son los ángeles,
dirigidos por Miguel, el arcángel guerrero. Apocalipsis 12:11 muestra que Miguel y sus
ángeles son una figura de Cristo y su pueblo. Juan utiliza términos apocalípticos para
interpretar el significado de la venida del Hijo de Dios al mundo creado, y su muerte y
resurrección. Satanás aprovechó esta oportunidad para atacar a Dios, porque no puede
atacar el trono celestial. Todas las fuerzas del mal se concentraron en el Calvario, para
destruir el heredero del trono.
Los seres creados por Dios pueden rebelarse y pelear contra él, pero no pueden
prevalecer (8); no hay ningún poder que pueda competir con el de Dios. La aparente
victoria del mal en la Cruz fue en realidad su derrota definitiva, como la Resurrección
comprueba.
Ya no hubo lugar para ellos en el cielo sugiere que Satanás y sus ángeles tenían un
lugar en el cielo antes de la misión de Jesucristo. Juan está empleando de nuevo la
historia de la caída de Satanás (véase 12:4), que presenta a Satanás como un ángel
caído. Es posible que lo es; no estaría de acuerdo con la verdad bíblica que Satanás
fuera un ser independiente de Dios. Todo lo que existe, aparte de Dios, es creación de
Dios y sujeto a él. Sin embargo, esta especulación lógica no es enseñanza bíblica.
Apocalipsis 12:8-9 presenta la expulsión de Satanás del cielo como resultado de la
victoria de Jesús en su muerte y resurrección, no como un evento que precede la
creación del hombre.
El propósito de Juan no es enseñar que Satanás fue expulsado del cielo o cuándo lo fue,
sino presentar una verdad teológica: La Cruz muestra definitivamente que la maldad no
tiene ningún lugar en el gobierno de Dios. Mucho en nuestro mundo puede poner en
duda la bondad absoluta de Dios, pero en la Cruz, Dios mismo se somete a las
consecuencias del mal y las transforma en una fuerza redentora. La cruz del Hijo de Dios
muestra de manera tajante que no hay lugar para un “lado negro” de Dios o de su
gobierno. Tal concepto no es más que un engaño de la serpiente antigua que engaña
al mundo entero.
Los versículos 10-12 interpretan el cuadro simbólico de 7-9. La derrota de Satanás y del
mal significa salvación para los que siguen a Cristo y por medio de él a Dios. El poder
de Dios se revela en salvación (Rom. 1:16); cuando destruye, destruye a destructores
para rescatar a sus víctimas (11:18). El reino de Dios está confirmado por la derrota del
usurpador, y el hecho de que esta salvación y poder y reino se realizan en el ministerio,
muerte y resurrección de su Cristo confirma la autoridad de Cristo (12:10).
El gran clamor es una delcaración por el pueblo de Dios, que tiene su morada en el
cielo. Acusador es el significado de los títulos “Satanás” y “diablo.” El sacrificio de Cristo
logró el perdón de los acusados, de manera que ya no se admiten las acusaciones del
Satanás.
Apocalipsis 12:11 explica en qué consiste la derrota del mal descrita en 7-9. Los
hermanos (10) lo vencieron por el sacrificio sangriento del Cordero y por el fiel
testimonio que ellos han dado. La batalla de los versículos 7-9, como el arrebatamiento
del 5, es un símbolo del ministerio terrenal de Jesucristo. También incluye la participación
de los creyentes. La parte de ellos no es repetir el sacrificio, ni pelear con armas de
destrucción. Ni siquiera son llamados a convencer a los incrédulos; ésta es obra del
Espíritu Santo. Los creyentes simplemente deben dar testimonio al mensaje,
describiendo lo que Cristo ha hecho en sus vidas (véase 2 Cor. 5:19).
Testificar es una tarea sencilla, pero no fácil, porque les puede costar su vida. Tienen
que estar dispuestos a testificar, aunque el resultado sea la muerte. Parte del secreto
de su victoria es que en Cristo han encontrado una relación que supera la muerte, y así
pueden amarles a él, a su Padre, a sus prójimos y aun al perseguidor más que la vida
misma. Expresan este amor en un testimonio poderoso, porque están dispuestos a morir
por la verdad que proclaman. Del ejemplo del Cordero sacrificado han aprendido que la
victoria llega disfrazada de muerte (2:10).
Satanás no puede seguir acusando a los hombres en el cielo; por tanto viene a la tierra
(12:12) para engañar (9) y dañar. La victoria de Cristo y de sus seguidores da alegría a
los habitantes de los cielos, pero significa peligro para la tierra y para los que dan
testimonio a Jesús en ella, porque el diablo ha sido arrojado a ella (9). Su furor es
mayor, porque sabe que le queda poco tiempo.
Ganado. A la vez que entiende que, estando en la tierra, tiene que sufrir horribles ataques
de parte del dragón herido por su identificación con el Victorioso.
Estas son buenas noticias para los creyentes, pero incluyen una mala noticia. Si el
dragón no puede derrotar al Hijo Salvador ni a su madre, atacará al resto de sus
descendientes (17). Estos son los que obedecen los mandamientos de Dios y se
mantienen fieles al testimonio de Jesús, los creyentes. En el v. 12 vimos que la victoria
celestial que los creyentes tienen en Cristo significa tribulación terrenal. Aquí se presenta
un aspecto de esta paradoja: la seguridad absoluta de la iglesia y de su mensaje es
acompañada por persecuciones o aun muerte para el creyente individuo. Satanás ataca
a los creyentes con aun mayor vehemencia por las dos frustraciones que ha sufrido (8,
16). Juan trata con este cuadro de victoria y a la vez peligro el problema de la
persecución, presentando sus causas, sus límites, sus resultados y la seguridad de la
cual el creyente goza en medio de ella.
El dragón busca aliados para la batalla terrenal contra los creyentes. Hay un doble
simbolismo en su posición a la orilla del mar. Para los lectores originales en las siete
77
Hay que interpretar este simbolismo en dos contextos: la situación histórica de Juan y de
las iglesias a quienes se dirigió el Apocalipsis, y la realidad humana que se manifiesta
en todos los momentos de la historia. Juan piensa en el Emperador romano de su día.
El Emperador Domiciano exigía que se le llamara “Hijo de Dios” y “Señor.” Las monedas
de su reino reflejan estos títulos y otros como “Dios” y “Salvador.” Para Juan y los otros
cristianos, aplicar estos títulos a un ser humano era blasfemia.
Así que la bestia se manifiesta cuandoquiera el poder político pretende ser absoluto. Es
más, dondequiera que haya autoridad humana está presente la bestia. La bestia se
encuentra aun en el corazón de cada cristiano, porque todo creyente tiene un don que
78
Dios le ha dado para servir, y ese don se puede usar para beneficio de otros o para fines
egoístas
Con siete cabezas (1), la bestia es semejante a un monstruo Hidra, duro de matar. Si se
le quita una cabeza, tiene más. La herida fatal sanada (3) enfatiza esta cualidad. En la
historia, cada vez que es destruida una manifestación de la bestia, otra surge. Con
frecuencia, es la misma persona o grupo que “mata” la bestia quien la vuelve a encarnar.
Aun en las iglesias, se puede observar que cuando un grupo se levanta para oponerse
a una autoridad impositiva y no servicial, y logra tomar la autoridad, muchas veces
termina con la misma actitud a la cual se oponía. Hay que reconocer que la bestia está
en el corazón de cada uno de nosotros; todos estamos tentados a usar la capacidad y
autoridad que Dios nos ha encargado, sea poca o mucha, para imponernos a otros, para
manipularlos o para oprimirlos.
El mundo entero adora la bestia porque piensa que nadie puede combatirla. Es una
sumisión basada más en conveniencia que en lealtad personal: si no puedo derrotarla,
más vale que sea su aliado. También le motiva al mundo la esperanza de aprovechar el
poder. Muchos acatan al que tiene el poder porque esperan luego tomar el poder y ser a
su vez acatados. El mundo adora el poder, no el servicio.
La bestia se arroga títulos divinos (5). Juan piensa en los títulos de divinidad que el
Emperador Domiciano se atribuía, pero esta característica se encuentra en todas las
manifestaciones de la bestia. Aun cuando no se llaman a sí mismos Dios, los que buscan
79
La bestia persigue a los que no comparten sus valores egoístas (6-7). Juan vuelve al
tema—prominente en los capítulos 6, 7, 11, y 12—de la persecución de los creyentes.
Son perseguidos por su identificación con Cristo y con su Padre, Dios (véase 12:17; Juan
15:18-20). El mundo egoísta persigue a los seguidores del Cordero porque en ellos
reconoce el mismo espíritu de servicio que vieron en el Cordero. El egoísmo no puede
tolerar a los que se dedican al servicio.
La persecución es una realidad en la vida de fe; el creyente aun tendrá que sufrir la
derrota ante el mal (13:7; 11:7). Sin embargo, precisamente en la derrota, descubrirá el
poder victorioso de Dios. Tendrá la oportunidad de ver la suficiencia de Dios para toda
necesidad, y de testificar de su suficiencia y amor.
En Apocalipsis 13:6 hay un juego interesante sobre la idea de morada: los que viven en
el cielo son la morada9 de Dios sobre la tierra. Estos términos espaciales son símbolos
de relaciones. “Vivir en el cielo” significa tener una relación con Dios. Y en la tierra Dios
mora en los que tienen esta relación.10 La esencia de la realidad espiritual que Jesucristo
ofrece es una relación, y cualquier cambio de lugar (de la tierra al cielo) o de estado
(nueva naturaleza) es un resultado derivado de la relación.
Tal vez el aspecto más sorprendente de Apocalipsis 13:5-7 sea la frase se le permitió
(5, 7). Esta frase tiene la forma que se llama “pasivo divino.” (véase comentario a 11:19).
El pasivo sugiere que Dios consiente la arrogancia, la guerra y toda la autoridad de la
bestia. Aun le permite vencer a los santos. A la luz de la Biblia, no es posible pensar
que Juan creyera que Dios mandara la persecución a los que creen en él y en su Hijo, ni
que Dios recibiera placer de estos sufrimientos. Juan expresa de una manera
sorprendente, tal vez con hipérbole, la verdad de que ningún suceso y ninguna maldad
en la creación escapa del control de Dios. Juan no quiere afirmar que Dios apruebe las
acciones de la bestia, sino que las limita y las usa para lograr sus propios propósitos. Los
pasivos divinos de Apocalipsis 13:5 y 7 declaran que Satanás y la bestia dependen del
poder de Dios, y por lo tanto tienen solamente un poder limitado. Nuevamente vemos
que el mal no es creativo. No genera un poder para competir con el de Dios; solamente
puede distorsionar o imitar lo que Dios crea.
9
En el griego, morada y viven son formas de una misma raíz, que significa tienda de acampar. Juan quiere que
sus lectores recuerden la santa tienda que Dios mandó a Israel construirle (Ex. 25ss.).
10
Juan explica que la morada de Dios son los que viven en el cielo; no puso ninguna conjunción como y
después de la palabra morada.
80
La bestia es una realidad en todos los pueblos de la tierra (13:7b). Todos los que no
tienen relación con el Cordero adoran la bestia (8). En este contexto, adorar no se refiere
principalmente a actos formales de culto, sino a una orientación básica de la vida, a los
valores que determinan las acciones. A fin de cuentas, cada persona adora al dragón o
al Cordero. Su actitud hacia el poder y el servicio muestra cuál.
En el versículo 8, Juan describe la relación con Jesucristo por medio del simbolismo de
un registro de los ciudadanos de una ciudad (véase 3:5). Solamente en esta relación se
encuentra el propósito de la vida, y solamente en Cristo se preserva la vida, de manera
que este rollo se puede llamar el libro de la vida. Ya que solamente por el sacrificio de
Jesucristo podemos alcanzar esta relación con Dios, se describe también como el libro
del Cordero que fue sacrificado.
Juan dice que fue sacrificado desde la fundación del mundo. Jesús murió muchos
siglos después de la creación del mundo, pero su muerte no fue una respuesta improvi-
sada de Dios cuando le sorprendiera el pecado humano. Más bien fue parte de su
propósito eterno. Nuestra redención no comienza con nuestra búsqueda de Dios ni aun
con la Cruz. Dios tomó la iniciativa aun antes de crear el mundo, y nos creó sabiendo
que nuestra rebelión le iba a costar la muerte de su Hijo. Tal amor rebasa el
entendimiento humano.
Apocalipsis 13:9 advierte al lector que se va a presentar una verdad importante, que
requiere discernimiento espiritual, esto es, discernimiento dado por Dios, para
entenderla.
En un sentido más amplio, podemos decir que la segunda bestia (o el falso profeta, 16:13
y 19:20) representa la legitimización religiosa del poder egoísta que caracteriza la
primera bestia. Durante gran parte de la historia humana, la religión ha sido considerada
una expresión de lealtad política. El Imperio Romano a veces exigía que sus aliados o
enemigos derrotados aceptaran los dioses romanos como una expresión de fidelidad a
Roma. En siglos posteriores, reyes cristianos imponían el bautismo al sujetar a pueblos
vecinos. Aun en el presente, hay países que exigen cierta religión de todos sus
ciudadanos. En otros lugares, esta legitimación es más ideológica que religiosa, pero el
resultado es igual. Se pretende que lo que una persona cree y los valores que adopta
sean determinados por una autoridad externa, y no por una decisión personal.
La segunda bestia tiene dos cuernos como de cordero (11). No aparenta una
semejanza a la primera bestia, y no exige abiertamente ser servido. Más bien se presenta
como semejante al Cordero, manso y dispuesto a servir. Pero su “servicio” es hacer las
decisiones morales que deben corresponder a las personas “servidas,” y así imponer
sobre ellas la religión o ideología que esta bestia promueve (12). En realidad, el que
hablaba por medio de este “cordero” manso es el dragón (véase Mat. 7:15), el mismo
espíritu egoísta que pelea contra Dios en la primera bestia (Apoc. 13:2).
Como el dragón imita a Dios y la primera bestia a Cristo, la segunda imita al Espíritu
Santo. Está en presencia de la bestia (12), como el Espíritu está delante del trono de
Dios (4:5; Juan usa la misma preposición). Promueve la adoración de la bestia, como el
82
Espíritu glorifica a Jesús (Juan 16:14). Hace caer fuego del cielo (Apoc. 13:13), un acto
que recuerda el descenso del Espíritu en Pentecostés (Hch. 2:3).
La autoridad que obra en la segunda bestia es la misma que obra en la primera (Apoc.
13:12). El falso profeta la usa para promover la adoración de la primera bestia. Si la
primera bestia es el uso ilegítimo del poder para obligar a otros a servirle a uno, la
adoración de ella es la aprobación ideológica y religiosa de esta imposición.
La amenaza de matar a los que no adoran la imagen de la bestia (15) recuerda la historia
de la imagen de Nabucodonosor (Dan. 3:1-7).
Con tales señales, el falso profeta engaña a los que tienen vida solamente en la tierra,
los que no creen en el Cordero, y les insta a la idolatría de hacer una imagen de la bestia
(Apoc. 13:14). Pero aun este engaño no escapa del control de Dios, porque su capacidad
para engañar se le permitió (pasivo divino, véase comentario sobre 13:5-7). Dios limita
los intentos de engañar y aun los usa para sus propósitos, para desarrollar la
perseverancia de los suyos en medio de estos acechos (10).
La marca que el falso profeta obliga a todos a recibir (16) es una imitación del sello con
el cual Dios marca a los suyos (7:3). Se aplica a la frente, como el sello de Dios, o en la
mano derecha. Como el sello, simboliza una identificación espiritual, y no es una marca
física. La marca representa la presión económica (13:17), que se añade a la imposición
de poder (primera bestia) y el engaño ideológico (segunda bestia) para sostener y
extender la autoridad de la bestia. Dondequiera que una religión se promueva con
presiones económicas y sociales, en lugar de presentar la verdad y permitir a cada
persona decidir por su propia conciencia, la bestia está actuando.
83
Aunque la identificación del ser humano bajo el código de 666 está perdido para los
lectores modernos, podemos entender su simbolismo: seis es el número del mal, y las
tres repeticiones simbolizan el mal superlativo. La bestia es el colmo del mal; el egoísmo
y el uso de la autoridad para ser servido son la quintaesencia del mal y la fuente de todos
los males. Pero seis es también el número del fracaso. En el orden que Dios ha estableci-
do, la maldad finalmente fracasa. Esta verdad es esperanza para todos los oprimidos y
perseguidos. El reinado de la maldad puede ser largo, pero no es permanente. Su fin
será la destrucción.
Los 144,000 nos fueron presentados en 7:4. El sello que recibieron en 7:3 se identifica
aquí como el nombre del Cordero y de su Padre (14:1). Porque el nombre representa
el carácter, el sello no es una marca visible en la piel, sino semejanza ética. Los que
creen en el Cordero son transformados a su semejanza, y viven para servir. “Los
redimidos llegan a ser como el Redentor” (Newport). La marca de la bestia también es
semejanza ética; los seguidores de la bestia son los que viven para lograr que otros les
sirvan, por fuerza o por mañas.
El monte Sion originalmente fue la colina sobre la cual se situaba la ciudad de los
jebuseos (2 Sam. 5:6-9), pero el nombre se extendió al norte, al monte donde se instaló
el arca del pacto (2 Sam. 6:16-17) y posteriormente se construyó el Templo de Jerusalén
(Is. 8:18; Miq. 4:7; etc.). Así llegó a ser símbolo de la presencia de Dios con su pueblo
84
(Joel 3:16; Rom. 11:26) para protegerlo (Sal. 48:2-3). También representó al mismo
pueblo de Dios (Sof. 3:14; Heb. 12:22). En Apocalipsis 14:1, Sion no es un lugar
geográfico donde se reúnan los creyentes, sino la nueva sociedad que Jesucristo está
formando y que abarca todo el orbe. En el versículo 2, los sellados se colocan en el cielo,
y en el 3, delante del trono, símbolos de la relación con Dios que es la base de la nueva
sociedad.
Los versículos 4-5 especifican más el carácter de los soldados cantantes de Cristo. El
punto esencial es su dedicación exclusiva para Dios y el Cordero. Fueron rescatados
por el sacrificio de Jesucristo, y están dedicados exclusivamente a sus propósitos y los
de su Padre, como la ofrenda de los primeros frutos se reserva a Dios. Esta dedicación
produce obediencia absoluta a él; siguen al Cordero por dondequiera que va. Hay que
entender la descripción de ellos como vírgenes (4, nota) a la luz de esta verdad central.
Vírgenes describe su fidelidad espiritual a Dios; la fornicación que evitan es espiritual.
No se trata del celibato físico; la relación sexual se presenta en la Biblia como don de
Dios al matrimonio, y no como contaminación.
Babilonia fue el imperio que, seis siglos antes de Cristo, desterró al pueblo de Dios y
destruyó el Templo y el arca del pacto. Por lo tanto, Babilonia se convirtió en símbolo del
gran adversario de Dios dentro de la historia humana. La referencia al excitante vino de
su adulterio (8) es alusión a la descripción de Babilonia en Jeremías 51:7. Babilonia fue
instrumento de Dios para castigar a otras naciones, pero luego ella también tenía que
ser castigada (Jer. 51:8). El juicio de Dios significa la caída de todas las manifestaciones
de la sociedad rebelde que quiere ser independiente de él; tal sociedad no puede ser
permanente (véase Sal. 2). Esta verdad es parte de la única esperanza legítima que la
humanidad puede guardar, y también parte del evangelio eterno (6) que Dios le
proclama. El fracaso de nuestros intentos para independizarnos de Dios es buena
noticia—¡la mejor noticia que podemos escuchar!
86
El que se identifica con la sociedad rebelde tiene que sufrir su destino. Adorar a la bestia
y recibir su marca (9) se refieren a una calidad de vida más que a una adoración formal;
todos los que no se someten al Cordero (quien sirve a otros) son parte del reino de la
bestia (el egoísmo que quiere ser servido). En Apocalipsis, la adoración significa toda la
vida, y no solamente una parte de ella. El que adopta los valores de la bestia y de
Babilonia tendrá que participar en su destino, que es beber del vino del furor de Dios
(10), esto es, sufrir su juicio. Babilonia administra este juicio a otros (14:8), pero según
16:19 Babilonia misma tiene que beber de la copa llena del vino del furor de su ira.
Esta copa es símbolo de la caída anuciada en 14:8. La copa (10) fue un símbolo del
juicio de Dios (Sal. 75:8; Is. 51:17, 22). Cuando Jesús iba a sufrir el castigo de Dios, usó
la figura de la copa (Mar. 14:36; Mat. 26:39; Luc. 22:42; Jn. 18:11). Vino puro describe
un vino que no se ha diluido con agua. Los que se rebelan contra Dios escogen un
camino que no merece nada más que el juicio. El furor no diluido y el fuego y azufre
expresan la calamidad y desolación de una vida vivida sin relación con Dios.
Los fieles seguidores de Jesús sufrían ante el público burlón del circo, pero los
seguidores de la Bestia sufrirán ante un público más digno: en presencia de los santos
ángeles y del Cordero. Tal vez uno de los factores más dolorosos de este castigo sea
ver triunfante y reinando al Cordero a quien los castigados se opusieron. Es mejor
reconocerlo como Señor ahora mismo, y darle ya la victoria en el corazón.
El humo de ese tormento sube por los siglos de los siglos (14:11), un testimonio
eterno del justo juicio de Dios. Los que se opusieron al testimonio de Dios durante su
vida terrenal, darán testimonio involuntario de él durante toda la eternidad. Nadie puede
vivir en independencia de Dios, ni frustrar su propósito. Aun nuestra rebelión sirve los
propósitos de Dios en maneras que no nos podemos imaginar. Todo hombre tiene
relación con Dios, y todo hombre dará testimonio. Nuestra decisión solamente determina
si esta relación sea positiva o negativa.
No habrá descanso... para el que adore a la bestia. El que se rebela contra Dios nunca
puede relajarse, porque Dios siempre está acechándolo e invitándolo a dejar su rebelión
y convertirse en hijo obediente. El rebelde nunca tendrá descanso en el sentido de una
cesación de vigilancia o de actividad. Decanso también implica llegar a la meta, disfrutar
de los resultados del esfuerzo y de una tarea cumplida. Los que dedican sus vidas a
frustrar el plan de Dios, siguiendo a la bestia que todos encontramos en nuestro mundo
y en nuestros corazones, nunca gozarán de esta satisfacción.
La cosecha (14:14-20)
La figura semejante al Hijo del Hombre y sentada sobre una nube blanca es Cristo
(véase 1:17; Dan. 7:13). Algunos comentaristas objetan a esta identificación porque esta
persona recibe una orden de un ángel en el versículo 15, y Cristo no está sujeto a ningún
ángel. Es respuesta suficiente observar que el ángel del versículo 15 salió del templo,
obviamente transmitiendo una orden de Dios. El Hijo tiene que ser avisado de la hora por
el Padre (Mar. 13:32). También se objeta que Cristo sería coordinado con el ángel de
14:17, pero este ángel le sirve extendiendo y completando su obra.
Cristo viene coronado como rey (de oro) y cargando una hoz afilada (14), que usará
para cosechar. La cosecha es un símbolo del juicio en el Antiguo Testamento; es posible
que Juan esté pensando en Joel 3:13, donde se combinan como en Apocalipsis 14 las
cosechas de granos y de uvas. El otro ángel (15) anuncia que ha llegado el momento
de la siega; la historia terrenal ha llegado a su clímax, y el Hijo del Hombre ejecuta el
juicio (16).
Este cuadro repite el mensaje de Apocalipsis 14:6-13 (véase también 10:7 y 11:15-17):
el juicio de Dios es una realidad que se acerca. Se están separando los seres humanos
en base de lo que revelan en sus acciones: la lealtad a Dios o la rebelión. Este mensaje
consuela a los creyentes que sufren por su lealtad, y también les estimula a seguir dando
testimonio del juicio y de la misericordia de Dios.
88
Apocalipsis 14:17-20 repite el cuadro de los versículos 14-16, pero ahora la cosecha es
de uvas y no de granos, y el que lanza la hoz se identifica como otro ángel. No se
mencionan los elementos de Daniel 7:13: la nube y el Hijo del Hombre. Es posible
entender estos versículos como una repetición de los anteriores, para enfatizar que “Dios
ha resuelto firmemente hacer esto, y lo llevará a cabo muy pronto” (Gén. 41:32;
explicación de una repetición). Entonces las variaciones tendrían el propósito de
mantener el interés del lector.
Sin embargo, en el primer cuadro no hay nada que corresponda al lagar de la ira (19)
en el segundo. De este lagar sale sangre (20). En el primer cuadro, tampoco se
menciona el fuego (18), que en 14:10 fue símbolo del castigo. Parece mejor, entonces,
entender que los dos cuadros corresponden a dos aspectos del juicio. La cosecha de
granos (14-16) representa la reunión de los seguidores de Cristo para comunión perma-
nente con él (véase Mat. 13:13). La vendimia de uvas (17-20) representa el castigo de
los rebeldes. Puede ser esta la razón por la cual el ángel que anuncia la vendimia sale
del altar (18), y no del templo como los de los versículos 15 y 17. En 6:9-11, los mártires
debajo del altar claman por venganza. La descripción del ángel como el que tenía
autoridad sobre el fuego (18) recuerda 8:5, que menciona el mismo altar. El juicio es la
respuesta de Dios a las oraciones de los santos (8:4) y mártires (6:9).
En 14:20, Juan define la extensión de la sangre de esta gran matanza. Sube hasta los
frenos de los caballos, formando un mar de sangre que amenaza con ahogar a los
hombres. La extensión de trescientos kilómetros puede ser una referencia a la longitud
norte-sur de Palestina; en este caso es el segundo número de Apocalipsis que no es
simbólico (véase 9:5). Sin embargo, es posible que Juan vea simbolismo en el número
mil seiscientos (nota), compuesto de cuatro por cuatro (mundo) por diez por diez
(hombre). En cualquiera de los dos casos, la cifra representa toda la tierra, por números
o porque en el Antiguo Testamento hay una correspondencia a veces entre “la tierra”
prometida y “la tierra” como todo el orbe.
Fuera de la ciudad en 14:20 forma una inclusión con la referencia al monte Sion en
14:1, marcando el fin de las visiones de 14:1-20. Esta frase enfatiza el contraste entre la
sociedad de los que creen en Cristo y en Dios su Padre, y la sociedad de la rebelión,
Babilonia. El juicio significa separación entre estos dos grupos o dos estilos de vida. Los
versículos 9-13 presentaron la misma separación. También significa soledad para los
que están fuera de Sion. La rebelión contra Dios lleva a la soledad; finalmente la
sociedad rebelde se dividirá y los castigados quedarán sin sociedad o ciudad,
profundamente solos.
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¿Por qué es Cristo quien ejecuta el juicio en 14-16, pero un ángel en 17-20? Cristo viene
directamente para recoger a los suyos, pero manda a un ángel para destruir a los
rebeldes. Esta diferencia simboliza la actitud de Cristo y de Dios hacia el hombre. La
salvación expresa su voluntad y le hace feliz, pero la condenación es “su extraña obra”
(Is. 28:21). Nunca condena a un ser humano de buena gana, sino solamente por respeto
a una decisión de rechazo empedernido.
En Apocalipsis 15:1 Juan ve en el cielo otra señal. Esta frase aparece en Apocalipsis
solamente al principio (12:1, 3) y al fin (15:1) del “paréntesis” o “meollo” (Beasley-Murray)
del libro, y forma una inclusión marcando esta sección, que es central tanto por su
colocación como por su contenido.
El fuego reflejado en el mar puede ser una alusión al Mar Rojo (que también fue cruzado
por creyentes), la primera de muchas referencias al éxodo en la narrativa de las copas.
Parece ser un reflejo de la gloria de Dios, de la persecución superada o del juicio que se
90
acerca. Es posible que Juan quiere sugerir más de uno de estos sentidos. Las arpas
sirven como símbolo de la adoración.
Juan describe el himno que oyó como el himno de Moisés para recordar el canto de
Israel cuando fueron rescatados del ejército egipcio y cruzaron el Mar Rojo (Exodo 15:1-
18). En este capítulo y el siguiente, Juan hace referencias constantes a los eventos del
éxodo de Israel desde Egipto, invitando al lector a aprender los propósitos y los métodos
de Dios por medio de aquel evento. El himno de Apocalipsis 15:3-4, como el de Exodo
15, es alabanza a Dios basada en el rescate que ha realizado, pero ahora por medio del
Cordero. Es “un mosaico de reminiscencias bíblicas” (Salgado); véase especialmente
Jeremías 10:7 y Salmo 86:9.
Las obras de justicia de Dios (4) revelan su grandeza, justicia y fidelidad (3). Es el
Todopoderoso Rey de todas las naciones, quien hace cosas grandes y maravillosas.
Emplea este poder en establecer justicia, castigando a los injustos, y en cumplir con sus
promesas. Verdaderos expresa la fidelidad de Dios a sus promesas.
Apocalipsis 15:4 repite una lección de las trompetas (9:20-21). El propósito de Dios al
juzgar y desplegar su poder es convencer a los hombres a temerle y glorificar su nombre.
Quiere que todas las naciones vengan y adoren delante de él. El propósito final de Dios
no es condenar, sino llevar a todo hombre a la relación con su Creador por la cual fue
creado (véase Fil. 2:10-11). Esta lección importante del Apocalipsis se encuentra en
9:20-21, en 14:14-20, aquí y en otros pasajes después.
Después de esta introducción, Juan describe a los siete ángeles que traen las copas
(15:5-8). Se describen con mucho más detalle que los ángeles que traían las trompetas
(8:2), para enfatizar la solemnidad del juicio final. Tal vez Dios disponga la pausa para
esta descripción como una oportunidad más para el arrepentimiento. Los ángeles salen
del templo, el tabernáculo del testimonio que está en el cielo (5), la morada de Dios.
Esto significa que el Juez es Dios; el juicio no puede proceder de ningún otro. La
vestidura de los ángeles (6) puede indicar que son sacerdotes que salen para hacer un
sacrificio (Lev. 6:10; 16:4) o solamente contribuir a la solemnidad del momento.
Las copas de oro (7) se mencionan también en 5:8, donde están llenas del incienso que
simboliza las oraciones de los santos. Aquí, están llenas del furor de Dios. Pablo
presenta una combinación semejante de incienso grato y juicio en 2 Corintios 2:15-16.
El juicio es la respuesta de Dios a la petición de su pueblo que él venga para reivindicarlo
y para establecer su reino. Cuando el juicio llama al pecador al arrepentimiento, contesta
también la oración de la iglesia a favor de la evangelización.
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También es posible que Apocalipsis 15:8 aluda a otros pasajes del Antiguo Testamento,
como Jeremías 7:16; 11:14, 14:11-12 y 15:1. En estos pasajes, Dios dice a Jeremías que
la intercesión ya no será efectiva, porque el arrepentimiento del pueblo no es sincero. El
juicio tiene que llevar su curso. Especialmente llamativo es Jeremías 7:16, porque en el
mismo contexto (7:20) Dios dice, Descargaré mi enojo y mi furor sobre este lugar
(véase Apoc. 16:1). Las copas del Apocalipsis se tratan precisamente del enojo y furor
de Dios derramados.
La respuesta a esta voz son las últimas plagas, derramadas de las copas en mano de
los siete ángeles. Las primeras cuatro de estas son paralelas a las primeras cuatro
trompetas (8:7-12). Como las trompetas, se dirigen a la tierra, el mar, los ríos y las fuentes
de las aguas, y el sol (la cuarta trompeta incluye también la luna y las estrellas). Las
copas se asemejan a las trompetas en que las primeras cuatro describen trastornos de
la naturaleza y la sexta describe la guerra. (El mismo simbolismo se encontró en orden
inverso en los sellos: los primeros cuatro describieron la guerra y el sexto, trastornos de
la naturaleza.)
Pero también hay diferencias entre las trompetas y las copas. Primero, el juicio de las
copas ya no es parcial (véase 6:8; 8:7; etc.). Cada plaga afecta a toda la clase a la cual
se dirige. También se acelera el ritmo de la narrativa, ahora que se acerca el fin. La más
espantosa diferencia es que la primera y la cuarta de las copas afectan directamente a
los seres humanos. Las primeras cuatro trompetas afectaron la naturaleza y así
indirectamente a los hombres, pero la serie de las copas empieza con un castigo directo
al hombre.
92
La primera copa produce una llaga maligna y repugnante que recuerda la sexta plaga
en Egipto (Ex. 9:8-11). Aflige a toda la gente que tenía la marca de la bestia y que
adoraba su imagen. Esta marca y adoración simbolizan la manera en que la bestia
emplea la autoridad o el poder: para controlar a otros y usarlos para sus propios
propósitos (ser servido). Este uso se contrasta con la actitud del Cordero, quien dedicó
su autoridad y poder a servir a otros y liberarlos para realizar su destino (Marcos 10:45).
Cada persona tiene que usar su don de una de estas maneras; tiene que identificarse
con la bestia o con el Cordero.
Los sellos afectaron tanto a creyentes como a incrédulos. La única distinción que se hizo
fue en el quinto, la persecución, que afectó solamente a los creyentes. Igualmente en la
serie de las trompetas, todas menos la quinta cayeron sin distinción sobre los que tenían
el sello de Dios (9:4) y los que no lo tenían. En las copas, que representan el juicio final
de Dios, la distinción se aplica desde el primer miembro de la serie.
Los sellos y las trompetas no se refieren a tres épocas sucesivas de la historia. Más bien
presentan una verdad teológica: Dios busca al hombre alejado, y las dificultades y
calamidades que vienen en la vida y en la historia son anticipos del juicio de Dios
enviados para llamar al hombre al arrepentimiento. Cuando el hombre no responde, Dios
intensifica su juicio y su llamada. Para el que persiste en el camino de la rebelión y el
egoísmo, hay un fin trágico, el juicio final. Las copas representan el juicio final. Vendrá al
final de la historia humana, pero la finalidad de Dios no es juzgar sino rescatar a todos
para una relación personal con él.
La segunda y la tercera copa (Apoc. 16:3-4) son semejantes a la primera plaga en Egipto
(Ex. 7:14-21). El ángel de las aguas, tal vez el que derrame la copa, interpreta esta
manifestación del juicio (Apoc. 16:5-6). Los que sufren la segunda copa y la tercera son,
como en el caso de la primera, los que se han identificado con la bestia. Este juicio es
otra aplicación de la ley de talión (véase comentario a 2:22): tienen que beber sangre
porque derramaron la sangre de santos y de profetas (6). El juicio consiste en
abandonar al hombre al destino que él mismo crea. Se lo merecen traduce la misma
frase que ser dignas en 3:4; una antítesis solemne. Cada hombre se prepara para su
estado eterno, por la vida que vive en respuesta a la llamada de Dios al arrepentirse y
confiar en él, y por la manera en que usa las capacidades y la autoridad que Dios le ha
otorgado.
En Apocalipsis 16:7, los creyentes que dieron sus vidas en sacrificio sobre el altar de
Dios reconocen que Dios ha contestado la pregunta que hicieron en 6:10. Dios no se
olvida de su pueblo (7). La reivindicación es segura, aunque no tan pronta como
quisiéramos cuando estamos sufriendo (en Apocalipsis, ¡tardó diez capítulos en
93
aparecer!). La justicia de Dios, puesta en tela de duda por tantos eventos de la historia,
será manifiesta en el tiempo que él ha determinado.
La cuarta copa produce una intensificación del calor del sol (16:8). La gente es quemada
con su fuego. La cuarta trompeta también afectó al sol, junto con las otras luminarias
celestiales, pero produjo tinieblas (8:12), como la novena plaga en Egipto (Ex. 10:21-23).
Como en la quinta trompeta (9:6), hay un detalle que indica que la intensidad del dolor
produce acción demente: La gente se mordía la lengua (16:10). Pero aun en el dolor
que nubla su mente, maldecían a Dios en lugar de arrepentirse (11).
Es la misma reacción que se describió en el 9. Con esta repetición, Juan nos invita a
reflexionar más sobre estas dos posibles respuestas. Los sufrimientos dentro de la
historia son anticipos del castigo de Dios, adelantados para llamar a la humanidad al
arrepentimiento. Las referencias al arrepentimiento en 16:9 y 11 sugieren que el
propósito del juicio en las copas sigue siendo llamar al pecador al arrepentimiento, como
siempre ha sido antes. Pero, ¿no se ha acabado la oportunidad (15:8)? ¿No es
demasiado tarde para arrepentirse cuando comienza el Juicio Final?
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Dios siempre quiere que el hombre se arrepienta y acepta esta relación. Desde el princi-
pio, creó al hombre para una relación con él, y nunca cambia este propósito. La oportu-
nidad para el arrepentimiento se acaba, no porque Dios cambie su actitud o pierda la
paciencia, sino porque el ser humano que persiste en su rebelión llega a endurecerse
tanto que es incapaz del arrepentimiento. La puerta del infierno está cerrado con llave,
pero desde adentro. El “gran abismo” (Luc. 16:26) que separa a los rebeldes de la
presencia de Dios no es la ira divina, sino la porfía de ellos en la independencia.
Si los primeros cuatro sellos tienen el mismo contenido que la sexta trompeta y la sexta
copa: la guerra, y si tanto el sexto sello como las primeras cuatro trompetas y copas
representan calamidades en la naturaleza, entonces el quinto miembro es el centro de
cada serie. La repetición de los otros elementos en las series llama la atención del lector
al quinto, el único cuyo contenido no se repite.
Sin embargo, podemos descubrir una relación entre el quinto sello, la quinta trompeta y
la quinta copa. El quinto sello presenta la persecución, el único sufrimiento de estas tres
series que es exclusivo de los creyentes. La quinta trompeta presenta los remordimientos
de la conciencia, el primer sufrimiento de las series que es exclusivo de los incrédulos.
La quinta copa presenta el juicio del reino de la bestia (Apoc. 9:6). Este fin del reino
opresor es la calamidad final para los egoístas que sufrieron la quinta trompeta y la
confirmación de que merecen todo el tormento que su conciencia les causa, pero Para
95
el pueblo de Dios que sufrió la persecución del quinto sello, es todo lo opuesto: alivio del
sufrimiento y reivindicación.
La sexta trompeta (16:12-16), como los primeros sellos (6:1-8) y la sexta trompeta (9:13-
21), describe la guerra. En los sellos, se trató de la guerra como un fenómeno de la
historia humana. En la sexta trompeta, la guerra comenzó a mostrar dimensiones
apocalípticas (suprahistóricas). Ahora en las copas, quedó atrás la historia, y Juan
menciona una gran batalla final entre Dios y los rebeldes, con todavía más rasgos
apocalípticos. Desarrollará esta batalla en 17:14 y 19:11-21.
El río Eufrates (12) se asociaba con la guerra, tanto en la situación del Imperio Romano
del primer siglo como en la historia judía (véase comentario sobre 9:14). Dios seca las
aguas del Éufrates para que comience la invasión que él ha dispuesto. Es posible que
Juan piense en la conquista de Babilonia por el persa Ciro en 539 a.C. Herodoto narra
que Ciro desvió el curso del Éufrates que atravesaba la ciudad y la abastecía de agua.
Sus ejércitos penetraron la ciudad por el lecho seco del río y así cayó la gran Babilonia
(19).
La intención de Satanás y de sus aliados las bestias es reunir a todos los rebeldes para
un gran esfuerzo final, con el propósito de derrotar a Dios, pero es la batalla del gran
día del Dios Todopoderoso, y el Todopoderoso saldrá victorioso. Los rebeldes se
reúnen con intención de oponerse al propósito de Dios, pero descubren que se han
reunido para el juicio final. Una de las grandes frustraciones del camino de la rebelión es
que finalmente los actos de los rebeldes sirven los propósitos de Dios. Cada persona
tiene la opción de rebelarse contra Dios, pero nadie tiene la capacidad de frustrar su
plan.
Después del sexto (penúltimo) miembro de cada serie, hay un interludio que consta de
dos partes (véase Apoc 7:1-17; 10:1-11:13). Apocalipsis 16:15 es el interludio de dos
partes después de la sexta copa, pero de acuerdo al ritmo acelerado de estos eventos
96
finales, es mucho más breve. Una voz misteriosa prorrumpe en esta escena de
preparativos para la batalla. Los que creen en Jesucristo reconocen que es su voz,
anunciando su venida, la verdad central del Apocalipsis. Jesús es el que viene, la
manifestación del Dios que viene constantemente para involucrarse en la historia de su
creación, y al fin de la historia para pronunciar la palabra final sobre su creación.
La segunda parte de este breve interludio (Apoc. 16:15b) es la tercera de las siete
felicitaciones del Apocalipsis (véase 1:3). Utiliza la figura de la batalla para describir la
necesidad de estar preparado para esta venida inesperada. El que espera a Cristo debe
mantenerse despierto (véase Mar. 13:33) y “tener su ropa a la mano.” El soldado que
espera una batalla al amanecer no se quita la ropa para dormir tranquilamente en pijama,
porque no estaría preparado para la batalla, y cuando suena la trompeta no tendría
tiempo de vestirse. Entonces sufriría la vergüenza de pelear sin su ropa. Mantenerse
despierto es un símbolo de vigilancia espiritual para obedecer a Cristo y a Dios y para
acercarse a él en cada oportunidad (véase 3:2-3). Aquí la ropa representa la rectitud de
vida y disposición para obedecer que Jesús quiere encontrar en sus seguidores cuando
venga.
La narrativa de la sexta copa termina con la identificación del lugar de esta batalla
(16:16). Armagedón es la combinación de dos palabras hebreas, y quiere decir “monte
Meguido.” Meguido fue una fortaleza cananea en el extremo sur del Valle de Jezreel.
Josué lo conquisto (Jos. 12:21), y se realizaron muchas batallas allí en la antigüedad.
Una de éstas fue la batalla en que el rey Josías de Judá se opuso al avance del Faraón
Necao de Egipto, y perdió su vida (2 Rey. 23:29; se menciona el Eufrates en este versícu-
lo). Su muerte abrió la puerta a la conquista de Judá por Babilonia. En Apocalipsis,
Armagedón simboliza la batalla espiritual entre Dios y los rebeldes, que terminará con la
victoria completa de Dios. Se coloca al final de la narrativa porque su clímax vendrá al
fin de la historia, pero es una realidad que ya obra dentro de la historia.
La última de las copas afecta el aire (Apoc. 16:17). Swete considera que se trata de una
plaga más seria que las anteriores, porque afecta lo que respira el hombre. Por otro lado,
el aire puede representar el reino del dragón (Ef. 2:2). Es posible que los granizos del
versículo 21 son el efecto de esta plaga sobre el aire.
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Este terremoto divide la gran ciudad (19). Esta gran ciudad es símbolo de la resistencia
organizada a Dios, ya mencionada en 11:8. Incluye todas las ciudades de las naciones,
porque todos los seres humanos se han rebelado contra el propósito y el gobierno de
Dios, y toda la sociedad humana refleja esta rebelión. La gran ciudad también se llama
Babilonia, como en Apocalipsis 14:8 (ver comentario sobre 14:8 para los antecedentes
de esta identificación).
Con palabras solemnes Juan describe el fin de Babilonia (16:19). Primero, se partió en
tres. La rebelión contra Dios lleva finalmente a la división. La unidad no es cualidad de
la maldad, y ninguna sociedad basada en la independencia frente a Dios (que es rebe-
lión) puede perdurar. La unidad que la humanidad anhela es posible solamente en base
de la lealtad a Dios (Juan 17:20-23; Efesios 4:3-6), y la lealtad a Dios es posible
solamente en base del arrepentimiento. Nuestras iglesias en el presente muestran con
demasiada frecuencia la división que es resultado del alejamiento de Dios, pero nuestra
esperanza es que al final Dios producirá esta unidad en su pueblo.
Dios se acordó de la gran Babilonia. Dios recuerda a una persona o una sociedad para
cumplir su promesa con respecto a ella. Se acordó de su pacto con los padres de Israel,
y actuó para rescatarlo de Egipto (Ex. 2:24). Jeremías 14:10 proclama que ha llegado la
hora cuando Dios se acuerda de la iniquidad de Israel, y lo castigará como había estable-
cido en la ley. Se trata de un símbolo de la fidelidad de Dios a su propósito y del tiempo
que él ha establecido para reivindicar su justicia.
Dios no olvida, sino que muestra paciencia. Se acordó aquí significa que se ha acabado
el tiempo de espera, y ha llegado el juicio. Este juicio se describe como la copa llena del
vino del furor de su castigo (véase 14:8 y Jer. 51:7-8). Dios no castiga la rebelión de
inmediato, pero en su tiempo se acuerda y ajusta cuentas si el pecador no se arrepiente.
La historia enseña que ninguna sociedad humana es permanente; la Biblia enseña que
la razón es la rebelión contra Dios, la soberbia y la injusticia que forman parte de cada
sociedad y cultura.
En 16:20, Juan repite un detalle del sexto sello (6:14): la desaparición de los lugares que
la humanidad considera más seguros, todas las islas y las montañas. No hay
98
escondrijo donde uno pueda evitar la mirada del Juez. Algunos pensamos que nos
hemos escondido de Dios. Otros no pensamos en Dios e ilógicamente procedemos como
si Dios no pensara en nosotros. Pero cuando Dios “se acuerda,” no podemos escapar de
su presencia.
En 16:21, Juan repite un detalle de la séptima trompeta: enormes granizos (en 11:19 la
misma frase se traduce una fuerte granizada, hubo granizo mezclado con fuego en la
primera trompeta, 8:7). En el Antiguo Testamento, el granizo es símbolo de la ira divina
contra los enemigos de Israel (Ex. 9:24, quinta plaga; Jos. 10:11; Is. 28:2; Ezeq. 38:22).
Aquí Juan describe un granizo de dimensiones apocalípticas o sobrenaturales; cada bola
de granizo pesa cuarenta kilos.
Un juicio anterior había llevado a los miembros de la sociedad rebelde a dar gloria al
Dios del cielo (11:13), pero este castigo produce blasfemias. Mientras había quienes se
arrepintieran, Dios seguía advirtiendo y llamando. Pero ahora el carácter de estos
hombres está formado, y no cambia por ningún castigo o ruego. Por esto el juicio es final.
La visión (17:1-6)
Uno de los ángeles de las copas invita a Juan a ver el castigo de la gran prostituta (1).
Este versículo sirve como encabezado a toda la sección 17:1-19:5, que presenta la
descripción de la ramera (17:1-18) y su destrucción (18:1-19:5). La gran prostituta es la
misma realidad presentada en 14:8 y 16:19 como Babilonia (17:5). Las muchas aguas
(1) se identifican en el versículo 15 como pueblos, multitudes, naciones y lenguas. La
ramera está sentada en el trono de autoridad sobre estos (véase 18). Juan está
pensando en Roma (véase 9), que incluía en su imperio a muchas naciones de toda la
cuenca del Mediterráneo y hacia el norte y el oriente. Pero también describe la realidad
transhistórica (5) que está detrás de Roma: la ambición humana de formar una sociedad
invencible sin referencia a Dios. A fin de cuentas, la única manera de ser independiente
de Dios es matarlo, lo que la humanidad intentó en el Calvario. Sin embargo, el intento
99
falló, y la gran ramera que tiene poder de gobernar tiene que caer, porque no es posible
acabar con Dios.
La prostituta seduce a los reyes de la tierra con la ambición del poder, y embriaga a los
habitantes de la tierra, los hombres rebeldes (ver comentario a 3:10), con las
atracciones del placer (2). La inmoralidad, como en todo el Apocalipsis, se refiere en
primera instancia a rechazar la relación legítima con Dios para la cual el hombre fue
creado, y sustituir el egoísmo o el servicio a otros señores, como el poder, la sociedad,
la nación, una raza, etc.
Juan está de nuevo en el Espíritu, en la éxtasis en la cual se ven visiones (3; véase 1:9;
4:2). Ve a la gran ramera en un desierto. El desierto tiene varios sentidos en el Nuevo
Testamento; aquí representa la aridez de una existencia alejada de Dios, de su dirección
y de su gracia. La prostituta está montada en una bestia escarlata, la misma que se
describe en 13:1. La ramera y la bestia representan la misma rebelión contra Dios y su
voluntad; la diferencia es que ella busca lograr su propósito por medio de la seducción
del placer, mientras la bestia busca lo mismo por medio de la imposición del poder. Las
dos blasfeman, esto es, pretenden tomar el papel de Dios.
Se nota la fluidez de las imágenes apocalípticas en las posiciones relativas de estas dos.
La bestia es la cabeza del gobierno de la sociedad simbolizada en esta mujer, y por lo
tanto sobre ella. Pero en la figura, la mujer está montada sobre la bestia. Tales detalles
no forman parte del mensaje de Juan; el cuadro simplemente presenta la asociación
entre el gobernador ambicioso y la sociedad egoísta.
Apocalipsis 17:4 presenta un contraste entre el lujo que goza esta mujer y la corrupción
abominable con la cual se alimenta. El color púrpura simboliza lujo, y oro, piedras
preciosas y perlas completan el cuadro de lujo. La escarlata, que también es el color
de la bestia (3), puede simbolizar la misma magnificencia ostentosa, o puede ser símbolo
de la inmoralidad o aun de la sangre de los mártires extinguidos por la bestia y la
prostituta (véase 6). Las abominaciones y la inmundicia de sus adulterios que la
mujer está ingiriendo están en contraste con la magnificencia de su ropa y sus adornos,
y con la copa de oro que las contiene. Este contraste sugiere que el proyecto de esta
sociedad tiene que fracasar; no se puede construir una cultura brillante sobre la base de
una vida impura, una vida de jactancia, de opresión, de envilecimiento de otros y de
rebelión contra la voluntad de Dios. La misma copa que ella ha administrado a otros para
degradarlos y así controlarlos (2), la destruirá a ella (4).
Las prostitutas de Roma lucían sus nombres en sus frentes. Juan ve sobre la frente de
la gran prostituta un nombre misterioso (5). Esta descripción invita al lector a reflexionar
100
Esta mujer está borracha, pero con sangre (6). El asesinato es una de las abominaciones
que resultan de las relaciones corrompidas. Juan piensa especialmente en la
persecución de los santos, los mártires o testigos de Jesús. El testimonio a Jesús es
uno de los temas principales del Apocalipsis; aquí Juan recuerda a sus lectores que este
testimonio les puede costar la vida. El poder que impone y seduce no puede tolerar la
luz del poder que sirve; busca matar a los que lo ejercen.
La interpretación (17:7-18)
Juan queda sumamente asombrado al ver la maldad sin su engaño y su hipocresía,
que normalmente nublan nuestra vista (6). El contraste entre el lujo de la ramera y su
abominación también le abruma. El ángel que lo guiaba (1, 3) reconoce su asombro e
interpreta el misterio que ha visto (7). La mayor parte de la interpretación se aplica a la
bestia. Se vuelve a mencionar la prostituta solamente hasta el versículo 15.
La bestia antes era pero ya no es, y está a punto de subir del abismo (8). Estas
palabras recuerdan la resurrección fingida de la bestia en 13:3. En los dos pasajes la
tierra se maravilla ante este hecho. Los habitantes de la tierra (véase 3:10) pueden
tener sus nombres... escritos en el libro de la vida (véase comentario a 12:12, 17) y
ser ciudadanos del reino de Dios y del Cordero. Esta inscripción se hizo desde la
creación del mundo. El rescate y la restauración de los creyentes no dependen de la
decisión de ellos, aunque la incluyen; dependen del plan eterno y de la iniciativa de Dios,
que decidió antes de la creación del mundo sacrificar a su Hijo, el Cordero, en rescate
de los hombres (13:8).
Los que no se someten al reino del Cordero son seguidores de la bestia, expuestos a las
presiones del poder, de los falsos milagros y de la persistencia del mal. La mayoría no
tomaron una decisión de seguir a una de las manifestaciones de la bestia; más bien
escogieron el camino egoísta. Pero el dragón y la bestia ya están pisando este camino,
y van detrás de ellos, expuestos a su dirección malsana y a su destino. La bestia va
rumbo a la destrucción. Aunque su aparente resurrección impresiona el mundo, es
temporal. La maldad está derrotada, aunque sigue activa por un tiempo.
101
Juan invita al lector a ejercer sabiduría para entender el simbolismo de esta visión (9).
Las siete cabezas de la bestia (3) representan siete colinas sobre las que está
sentada esa mujer. Desde la antigüedad, Roma es conocida como la ciudad de las siete
colinas. Juan identifica a la gran prostituta como Roma, la máxima expresión de la
seducción y la opresión en su día. En Daniel 2:35 y Jeremías 51:25 (muchos detalles de
Apocalipsis 17-18 se derivan de Jeremías 51), un monte representa un gobierno que se
opone a Dios. Es posible, entonces, que las siete colinas simbolicen la pretensión de
parte de Roma, de gobernar toda la creación habitada. Solamente Dios, cuya obra
merece el símbolo de un “siete” legítima, gobierna todo.
Más difícil de entender es la interpretación de estas cabezas como siete reyes (10) o
emperadores romanos. Se ha propuesto una gran variedad de esquemas para identificar
a estos emperadores; el más convincente es el siguiente. El primer gobernante romano
que tomó el título de emperador y honores reales (ningún emperador tomó el título de
rey) fue Augusto (27 a.C.-14 d.C.). Le siguieron Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba,
Otón, y Vitelio. Es probable que Juan omite Galba, Otón y Vitelio, quienes fueron
generales proclamados emperadores por sus tropas durante el caos después de la
muerte de Nerón (54-68 d.C.). Dos de ellos murieron antes de llegar a Roma, la sede del
Imperio, y los tres duraron como emperadores menos de dos años en total (68-69). Si se
omiten estos tres, Vespasiano (69-79) sería el sexto y su hijo Tito (79-81) el séptimo.
Juan dice del séptimo que es preciso que dure poco tiempo; Tito reinó solamente dos
años. En este caso el octavo (Apoc. 17:11) es Domiciano (81-96), en cuyo reinado la
tradición cristiana coloca la composición del Apocalipsis.
El problema de esta interpretación es que Juan dice que cinco de los siete reyes han
caído, indicando que el sexto, Vespasiano, está gobernando en el momento en que
escribe. Difícilmente se puede fechar el Apocalipsis en el reino de Vespasiano, porque
no hay ninguna evidencia de la persecución de los discípulos de Jesucristo en estos
años, porque no se puede colocar el exilio de Juan en estos años, y porque la tradición
cristiana del segundo siglo da amplio apoyo a la década de los 90 d.J.C. como fecha de
esta obra.
La aseveración de que está incluido entre los siete añade otra dimensión al insulto
para Domiciano. Cuando Nerón se suicidó ante una rebelión estimulada por su gobierno
caprichoso, surgieron rumores populares de que no se había muerto, sino que se escapó
al oriente y regresaría a la cabeza de un ejército parto. Una forma de esta creencia
popular era que Nerón, por su extrema maldad, iba a regresar de la muerte. Juan
aprovecha este “decir,” aseverando que en efecto Nerón regresó, ¡en la persona de
Domiciano! Está incluido entre los siete, porque continúa las políticas malvadas de
Nerón, especialmente la persecución de cristianos. No hay que afirmar que Juan creyera
en la posibilidad de tal resurrección; simplemente aprovecha una creencia popular para
sus propósitos.
Esta creencia popular sugiere que la maldad es más poderosa que la muerte, porque
Nerón regresaría por ser demasiado malo para morir, pero Juan afirma su convicción
cristiana de que Dios es más poderoso que la maldad. La bestia que regresa en la
persona de Domiciano va rumbo a la destrucción (11). Lo mismo ha sido cierto de
todas las manifestaciones posteriores de la bestia.
Los diez cuernos de la bestia (12) son también reyes, pero todavía no han comenzado
a reinar. Juan toma esta descripción de Daniel 7:24. Tal vez Juan piense en los vasallos
y aliados de Roma. Cuando Roma se debilitó en los siglos cuatro, cinco y seis, sus
vasallos y aliados se independizaron.
Por otro lado, diez simboliza lo completo en la dimensión humana; el principio que Juan
presenta se puede aplicar a todo gobierno humano. Todo rey terrenal recibe autoridad...
junto con la bestia (Apoc. 17:12) y pone su poder y autoridad a disposición de la
bestia (13). Porque todo hombre es pecador, la bestia siempre está presente en su uso
de la autoridad. Varios gobernantes pueden ser rivales o aun enemigos, pero son unidos
por un mismo propósito, el uso egoísta de su poder y la opresión de otros. Dios, sin
embargo, pone un límite a cada manifestación de esta perversión del poder (12); toda
dinastía o gobierno humano dura solamente una hora (símbolo de un tiempo breve),
aunque se le suele considerar permanente.
En su uso egoísta del poder, los gobernantes y otros líderes, aun los eclesiásticos, se
oponen al Cordero (14). El poder impositivo y egoísta no puede aguantar la presencia
del poder servicial, y busca destruirlo. Sin embargo, el Cordero es hijo del Creador, y
por lo tanto Señor de señores y Rey de reyes. Su autoridad suprema garantiza que la
maldad, la corrupción, el egoísmo y la opresión no pueden prevalecer. El Cordero
manso, quien no se impone sino pide e invita, quien no usa su poder para dominar sino
que lo pone al servicio de otros, vencerá a los que cooperan, por su uso egoísta del
poder y de sus capacidades, con la bestia.
103
Con él vencerán los que están con él, quienes de él han aprendido cómo usar las
capacidades y la autoridad que Dios les ha dado. Dos de los términos que describen a
los seguidores del Cordero, sus llamados y sus elegidos, expresan lo que Dios ha
hecho por ellos y no lo que ellos hacen. El tercero, sus fieles, abarca su decisión, pero
solamente como respuesta a la iniciativa de Dios. Fieles podría ser mejor expresado
“creyentes”; han aceptado por fe lo que Dios hace y promete. Su fidelidad u obediencia
se basa en su confianza en los actos y las promesas de Dios. La relación que seres
humanos tienen con Dios por medio del Cordero depende de la iniciativa—la gracia y el
amor—de Dios. La parte del ser humano no es una iniciativa, en primera instancia ni una
petición; es respuesta.
Ya leímos que la rebelión contra Dios y su plan divide; no puede ser la base de la unidad
genuina y permanente (16:19). El ángel vuelve a este tema en 17:16. Los mismos aliados
le cobrarán odio a la prostituta. Causarán su ruina y la dejarán desnuda. Dios, en
una de las paradojas que caracterizan su actuación, usará a los mismos rebeldes para
ejecutar la destrucción de la sociedad rebelde (17). Los líderes egoístas finalmente se
dividirán y pelearán entre sí. “La codicia que les brindó poder, a su tiempo, llegará a
destruir ese poder.” (Newport) Aun en la rebelión, el egoísmo y la opresión, se está
cumpliendo el propósito de Dios. Uno puede oponerse a la voluntad de Dios, pero no
puede dejar de contribuir a su cumplimiento. Juan enfatiza este tema para consolar a
creyentes que están sufriendo la persecución a manos de poderes corruptos. La división
que surge del egoísmo es una provisión de Dios para limitar la extensión del mal. Esta
verdad no elimina el problema de explicar cómo puede haber maldad tan seria en la
creación de un Dios bueno, y menos elimina el sufrimiento de las víctimas de la bestia y
la ramera. Sin embargo, da consuelo y esperanza.
crear una sociedad sin referencia a Dios, el resultado son las estructuras opresivas que
Juan describe, y éstas siempre son objeto de la ira de Dios, quien destruye la opresión
para dejar lugar a las relaciones de respeto y amor que él quiere otorgar.
Apocalipsis 18:1-3 es una expansión de 14:8. El ángel que trae este mensaje viene del
cielo (véase 10:1), de la presencia de Dios y con el gran poder de Dios (18:1). La gloria
de Dios reflejada en él alumbra la tierra. Todos estos detalles enfatizan la veracidad de
este mensaje. Es un mensaje seguro porque viene de Dios, con el poder de la palabra
de Dios.
El mensaje es el mismo que leímos en 14:8: ¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia!
(véase Is. 21:9b) La segunda parte de 18:2 describe a Babilonia como un lugar desierto.
Según el pensamiento de los antiguos, los demonios, todo espíritu maligno y toda ave
impura habitaban las áreas despobladas. Juan está describiendo la desolación física de
Babilonia, más que su calidad moral. Los intentos del hombre para organizarse sin Dios
resultan en fracaso, desolación y soledad. El fracaso es seguro, porque Babilonia
promueve la rebelión contra Dios. El adulterio (3) o inmoralidad sexual en Apocalipsis
es primeramente esta rebelión: negarle a Dios el lugar que le corresponde o dar este
lugar a un ser creado. La independencia es embriagante, como vino, pero al fin atrae la
ira del amor celoso de Dios.
Los reyes se interesan en el poder político que la sociedad rebelde ofrece; solamente
en una sociedad sin Dios, puede ser absoluto un monarca. Los comerciantes son
atraídos por sus lujos, la engañosa promesa del placer supremo. Es insolente y necio
rechazar el placer de una relación con Dios para buscar mayores placeres.
Una segunda voz del cielo da un mensaje al pueblo de Dios (4): que salga de la ciudad.
Entendido literalmente, esta orden tiene la finalidad de rescatar de las plagas inminentes
a los que han aceptado la relación que Dios ofrece. Es semejante al mensaje angélico a
105
El hombre no puede construir una sociedad perfecta. Dios quiere que su pueblo viva en
medio de la sociedad rebelde, para dar testimonio a ella (para ser candelabros, Apoc.
1:13, 20). El sentido de 18:4, entonces, es moral y no literal. Dios llama a su pueblo a ser
distinto, gozando de una relación positiva con él y viviendo en obediencia a su voluntad.
Así no recibirá las plagas que resultan de la rebelión y también será un testimonio al
mundo, presentando una alternativa a la rebelión que trae destrucción.
Apocalipsis 18:4 se puede entender también como un llamado a los inconversos (véase
Os. 2:23). Es la voz de Dios, encarnada en el testimonio y también revelando el
significado de las calamidades del juicio en los corazones de rebeldes. Es un último
llamado al arrepentimiento, a que se conviertan en pueblo mío.
Apocalipsis 18:5 es una descripción figurativa de la inminencia del día de juicio. Los
pecados se presentan como un gran montón de basura, que ha crecido tanto que
alcanza el cielo, la morada de Dios, y le molesta por su hedor o porque mancha la vista
desde su “casa.” Juan recuerda la historia de la torre de Babel (Gén. 11:1-4), antecesor
de Babilonia. El hombre en su arrogancia y su supuesta independencia de Dios, se
imagina que puede construir un edificio hermoso que llegue hasta el cielo (Gén. 11:4),
pero lo único que “crea” es un montón de basura apestosa. Dios ya no está dispuesto a
tolerar este montón de pecados; de sus injusticias se ha acordado y actuará (Apoc.
18:5).
Formalmente, los versículos 6-7 son la continuación de las órdenes de 4-5, pero ejecutar
el juicio no es función del pueblo de Dios. Hay que entender que Dios ahora se dirige a
sus agentes en el juicio. De nuevo se aplica la ley de talión. Los pecadores vemos el mal,
sea fraude o violencia, robo o mentira, aun un chisme, como una oportunidad de sacar
ventaja a expensas de otro. Pero estas relaciones negativas crean un ambiente malsano,
106
Los reyes describen la gran Babilonia como ciudad poderosa (10), porque el poder es
lo que les interesa. Su adulterio (9) es principalmente la búsqueda ilegítima y egoísta
del poder. Apoyaron la autoridad de la ramera sobre la de Dios, porque esperaban
reforzar su propia autoridad por medio de ella. Apelaban al principio de orden o de
justicia, no por convicción sino por conveniencia. Usaron la autoridad, no para promover
la justicia y defender a los oprimidos, sino para disfrutar del lujo; en esto también
acataron los principios de la prostituta. Juan piensa en los reyes vasallos del Imperio
Romano, pero el principio tiene sus manifestaciones en cada siglo de la historia humana,
y en todo tipo de organización humana.
107
Como en el capítulo 13, el poder económico se une al político (18:11; véase 13:7, 17). El
duelo de los comerciantes también es egoísta: llorarán y harán duelo por ella, porque
ya no habrá quien les compre sus mercaderías. La lista de estas (12-13) refleja la
variedad de un bazar oriental. Como el bazar, no tiene mucha organización, pero en
general empieza con artículos de lujo, como oro, plata, piedras preciosas, continúa con
artículos que son más de utilidad que de lujo, como bronce y hierro, hasta llegar a
artículos de primera necesidad, como aceite, harina refinada y trigo.
Los últimos artículos son animales. El último de éstos revela la injusticia y el egoísmo
radical de este comercio. La sociedad humana está dispuesta aun a traficar en seres
humanos, lo que nadie tiene derecho de comprar y vender. Estos negocios sucios
incluyen el tráfico de esclavos, la prostitución, los gladiadores, las víctimas de las luchas
con animales en el anfiteatro, y los cristianos que Nerón empleó como antorchas en sus
jardines. En nuestro día hay que añadir el tráfico de drogas, en el cual algunos ganan la
vida o aun la fortuna por medio de la destrucción de las vidas de otros.
El lujo de las cosas materiales atrae a los comerciantes (16), pero la rapidez de su
destrucción debe enseñarles que estas cosas no son sustanciales. Porque Dios es
paciente, nos convencemos de que se ha olvidado de nuestro pecado, pero cuando “se
acuerda” (18:5), el juicio es tan rápido que asombra (una sola hora 18:10, 17a, 19). El
materialismo sigue siendo popular hoy, pero son las cosas espirituales—las relaciones—
lo que perdura.
El tercer grupo que hace duelo son los que viven del mar (18:17b). Ellos también
quedan lejos y lamentan su propia pérdida. En el primer siglo, un viaje desde el oriente
del Mediterráneo a Roma estaba lleno de peligros (véase Hechos (27); pero si tuviera
éxito, los marineros ganarían un sueldo excelente, y el capitán o el dueño de un barco
podría ganar suficiente riqueza en un solo viaje para sostenerse el resto de la vida.
Apocalipsis 18:18-19 presenta una tripulación que ha logrado sortear todos los peligros
y regresa a “Babilonia.” Dentro de unos cuantos días, venderán su cargamento y podrán
disfrutar de una vida de reposo y lujo. Pero al acercarse a la ciudad, la encuentran en
llamas. Echan polvo sobre sus cabezas (nota, v. 19) en señal de profunda angustia, y
lloran por la ciudad con cuya opulencia se enriquecieron todos los dueños de flotas
108
navieras. Lloran, no por la ciudad, sino porque no llegaron unos días antes para vender
su cargamento. Por tercera vez (10, 17) escuchamos que la desolación llegó en una sola
hora (19).
relación personal con él, pero también da vida a todos los seres humanos. El juicio y la
venganza de Dios salen a la defensa de todos los que sufren violencia. Este versículo
recuerda Mateo 23:35; se trata de la misma ciudad suprahistórica.
Adoran a Dios por tres posesiones que él ha compartido con su pueblo. El es la fuente
de la salvación, la cual logra por su poder supremo. Es merecedor de toda la gloria,
pero permite a su pueblo compartir esta gloria. Glorificando a Dios, somos exaltados.
Este canto de alabanza es motivado por el juicio de Dios sobre la famosa prostituta, la
sociedad rebelde (2; véase 14:8) y todos sus miembros (véase 14:9-10). Los juicios de
Dios son verdaderos y justos porque sirven los propósitos de verdad y justicia. Dios
otorga verdad—honestidad y autenticidad—y justicia a su creación, y eliminará los
elementos de ella que se obstinan en oponerse a estas calidades.
Dios destruye a la prostituta porque con sus adulterios corrompía la tierra. Dios no
permite que la corrupción sea permanente o absoluta, porque se preocupa por el hombre.
Esta verdad tiene una aplicación personal: venganza para sus siervos. Lo que para el
rebelde es juicio y destrucción, para el arrepentido es salvación y reivindicación. Cada
pecador elige la aplicación de esta verdad a su propia vida.
Para enfatizar la verdad e importancia de esta alabanza que interpreta el acto de Dios,
el coro de los redimidos volvieron a exclamar: “¡Aleluya!” (3) Esta palabra hebrea
quiere decir, “Alabemos a Yavé.” La ciudad de los rebeldes secunda la alabanza, pero
su testimonio es el trágico espectáculo del humo de su juicio y destrucción, que sube
por los siglos de los siglos (véase 14:11). Todo ser humano dará testimonio del poder
y de la justicia de Dios. Cada quien decide si tiene una relación positiva o una relación
negativa con Dios, y con esta decisión decide si su testimonio será voluntario o
involuntario. Pero no puede evitar el glorificar a Dios.
También se unen a esta adoración los veinticuatro ancianos y los cuatro seres
vivientes (4). Desde su primera participación en el drama del Apocalipsis (4:4, 6), los
seres vivientes y los ancianos son los adoradores prototípicos de Dios. Ponen el “Amén”
a la adoración de Dios y del Cordero en 5:14. Añaden su adoración a la proclamación de
110
Los creyentes podemos vivir con alegría y gozo porque la victoria final es de Dios. Juan
describe el momento de la consumación de esta victoria como las bodas del Cordero
(7). Las bodas de un hijo de rey son ocasión de grandes celebraciones. Juan utiliza la
figura de tal celebración para sugerir el gozo que la victoria final que Dios traerá. Los que
se han arrepentido y aceptado la relación que él ofrece participarán en esta celebración
como huéspedes de honor, aun como novia.
En esta figura Juan también incluye dos otras, comunes en la teología judía y cristiana
de su día: el matrimonio como descripción de la relación de Dios con su pueblo y el
111
Las bodas del Cordero describen la consumación de la historia, pero también presentan
una comunión que el creyente puede disfrutar en el presente, aun en medio de la
persecución. Esta comunión produce alegría y gozo para los que la experimentan, y
gloria para Dios (Apoc. 19:7). En ella, Dios revela su propósito y su naturaleza gloriosa.
Y como el cumplimiento del propósito por el cual Dios creó al hombre, la comunión
produce la más profunda satisfacción que un ser humano puede experimentar.
El novio es el Cordero. Podría ser llamado el León (5:5) o el jinete victorioso y soberano
(19:11-16), pero en 19:7 Juan escoge el título Cordero para el novio. El Cordero ha sido
sacrificado (5:6) y con este sacrificio hace posible que su novia se vista de lino fino,
limpio y resplandeciente (19:8). Aunque fuimos creados para comunión con Dios, nos
hemos rebelado contra él. No somos dignos de entrar en la presencia de Dios, mucho
menos de vivir eternamente en comunión íntima con él. Pero Jesucristo pagó con su vida
el precio que nos hace limpios de nuestra rebelión para alcanzar el destino que habíamos
rechazado. Juan presenta este amor maravilloso con el cuadro de la novia, ataviada en
vestido blanco, y a su lado el novio, con la cicatriz de su herida de muerte todavía visible.
La cicatriz hace posible que la novia se vista de blanco.
Juan explica el simbolismo del vestido: el lino fino representa las acciones justas de
los santos (8). Tiene que haber una respuesta humana a la iniciativa de Dios para salvar.
No puede haber una relación sin la decisión activa de las dos partes. En el caso de la
relación con Dios, esta respuesta humana se expresa en acciones justas. La persona
que responde de manera positiva a la inciativa salvadora de Dios muestra respeto y amor
112
en todas sus relaciones. Sin embargo, Juan dice que este vestido es concedido a la
novia. Este verbo es otro pasivo divino; describe una acción de Dios. No es posible que
un ser humano responda positivamente a Dios, ni que muestre respeto y amor en
ninguna relación, sin que Dios otorgue su poder. Beasley-Murray dice que una conducta
que revela la disposición del corazón humana pero también es dada por Dios expresa el
“delicado equilibrio entre la gracia de Dios y la respuesta humana.” En este equilibrio, la
iniciativa siempre es de Dios; otorga su gracia para que el ser humano actúe con justicia.
La cuarta felicitación del Apocalipsis (ver comentario sobre 1:3) es para los que han
sido convidados a la cena de las bodas del Cordero (19:9). Como en la parábola del
banquete o bodas (Luc. 14:15-24; Mat. 22:1-13), la invitación a asistir representa el
llamado de Dios para arrepentirse y aceptar la relación con él. Son dichosos los que
aceptan esta invitación, porque encuentran el propósito de su existencia y el sumo gozo
(véase Apoc. 19:7). Los invitados simbolizan las mismas personas que la novia.
Este cuadro, con la novia sentada como testigo de su propia boda, o donde el invitado
pasa a pararse junto al novio, es un ejemplo de la plasticidad del simbolismo apocalíptico.
Juan no presenta una alegoría estrictamente lógica. Menos escribe un ensayo científico,
en el cual cada término tiene exactamente una definición, y ninguna definición
corresponda a dos términos. Más bien escribe literatura, y aprovecha la ambigüedad de
ésta para comunicar las verdades que Dios le ha revelado y para producir una respuesta
emocional en sus lectores. En el caso particular de las bodas del Cordero, se puede
pensar que el doble simbolismo de los creyentes resulta de la combinación de la figura
del banquete con la de la relación matrimonial. De todas maneras, con dos figures en el
cuadro de la boda Juan sugiere la magnitud del privilegio que Dios está otorgando, una
magnitud que supera la lógica de una narrativa humana. Queda clara la enseñanza
principal: Dios busca una relación personal con el ser humano, y la logrará como
consumación de la historia humana.
Juan hace un intento de adorar al ángel que le está guiando (10), pero éste se lo prohibe.
Parece correcto que Juan adopta un papel en el drama del Apocalipsis para dar una
lección a sus lectores; no caería en la idolatría que describe después de la formación
que recibió desde su niñez como judío monoteísta. Declara de manera dramática que la
adoración se reserva sólo a Dios. Es posible que la intención de Juan en narrar esta
corrección es enseñar que la adoración al Imperador es incorrecta. La adoración no se
debe atribuir a ningún ser creado. Si no se les adora a los ángeles, menos a un
gobernante humano. Por otro lado, es posible que las iglesias de Asia Menor enfrentaban
un problema con la adoración de ángeles. Cuatro décadas antes de la fecha del
Apocalipsis, Pablo prohibe la adoración de ángeles en una carta escrita a Colosas (Col.
2:18), una ciudad cerca de las siete ciudades del Apocalipsis (véase Apoc. 1:11). La
113
explicación que el ángel da en Apocalipsis 19:10, que identifica a los ángeles como
consiervos de los creyentes, apoya esta segunda interpretación. Hebreos 1:14 también
asocia a los ángeles con los creyentes, aunque como sus servidores y no sus consiervos.
Después de exhortar a Juan y a los lectores a adorar a Dios, el ángel da una enseñanza
acerca de la naturaleza de la verdadera profecía (10b). El verdadero profeta es el que
testifica de Jesús, y así continúa el testimonio que Jesús dio (1:2). Tal vez las iglesias de
Asia Menor experimentaran un problema con profecías que contradijeran el mensaje
cristiano. Pablo responde a un problema de esta naturaleza en 1 Corintios 12:3. Una
profecía inspirada por Dios y por su Espíritu apuntará a Jesucristo y a la relación con
Dios que él hace posible (Juan 15:26). Este criterio sigue siendo válido hoy para evaluar
mensajes proclamados en el nombre de Dios o presentados como profecías inspiradas
por Dios. En un solo versículo (19:10) encontramos enseñanzas acerca de la adoración
y al testimonio, los dos elementos en el símbolo de los candelabros (1:12, 20).
Este jinete aparece en el cielo. Jesucristo mora en el lugar del trono de Dios y en el lugar
donde se halla lo perfecto. Este lugar está abierto al hombre porque Cristo ha venido,
viene y vendrá.
El manto del jinete está teñido en sangre (13). Juan toma esta figura de Isaías 63:1-6,
donde el Señor viene de “pisar el lagar en su ira.” Es un símbolo de su victoria total sobre
sus enemigos; tiene la ropa salpicada de la sangre de ellos hasta empaparse. Apocalipsis
19:15 confirma que Juan piensa en este pasaje; Jesucristo es el que ejecutará la ira de
Dios en el Juicio.
Sin embargo, en Apocalipsis 1:5; 5:6, 9; 7:14; 12:11, la sangre mencionada en conexión
con Cristo es su propia sangre. Se puede entender la sangre de 19:15 como la de los
enemigos de Jesucristo y de Dios, o como la de Jesús mismo. En el primer caso, el
manto teñido de sangre es un símbolo vívido de la realidad del juicio; en el segundo,
es un recuerdo de que él vence por su propia muerte, y santifica al pueblo por el sacrificio
de sí mismo. La segunda interpretación concuerda con una verdad que es prominente
en el Apocalipsis, pero la primera concuerda con la referencia a Isaías 63:1-6. El lector
no halla cuál opción escoger mientras piensa de manera abstracta. Pero cuando busca
aplicar esta verdad a su propia vida, descubre la resolución: Cada persona por su
respuesta a Cristo decide de quién es esta sangre.
Por única vez en Apocalipsis, se aplica a Jesús el título el Verbo de Dios (13). Hay tres
libros en el Nuevo Testamento que llaman a Jesús el Verbo: Juan 1:1 y 14; 1 Jn. 1:1; y
Apocalipsis 19:13. Jesucristo es el agente por el cual Dios habla y se revela, en creación,
en redención y en juicio.
Este jinete es un gran general, seguido por ejércitos numerosos (14). Del cielo puede
indicar que se refiere a huestes angelicales, pero el verbo “seguir” se aplica
constantemente en el Nuevo Testamento a creyentes humanos. Se trata de la multitud
incontable de los redimidos, presentada primero en 14:1-5. Su vestidura confirma esto,
porque es igual a la de la novia en 19:8. Los que siguen a Cristo en lealtad y dependencia
participarán en su victoria, simbolizada aquí por caballos blancos.
115
La espada que sale de la boca del jinete (15; véase 1:16) representa su poderosa
palabra (véase Ef. 6:17), pero también indica la facilidad con que Jesucristo derrota a
sus enemigos. Con solamente un soplo de su boca (véase Is. 11:4) los ha herido
mortalmente, o los ha convertido en sus seguidores, a los cuales gobernará con puño
de hierro. El lector ya ha aprendido que la palabra del juicio de Dios o de Cristo tiene el
propósito de estimular el arrepentimiento y la restauración de la relación rechazada. El
juicio es una realidad, pero no expresa la verdad final acerca de Dios ni de su propósito.
Como en el caso de la sangre (13), la respuesta de cada persona al acercamiento de
Dios en Cristo determina qué significa esta espada para ella.
La figura del puño de hierro viene de Salmo 2:9.11 Los títulos que expresan la soberanía
de este jinete se ven sobre el muslo (16), tal vez porque estén inscritos en su cinturón
o sobre su espada.
En Apocalipsis 19:17, un ángel parado sobre el sol invita a todas las aves a asistir a
la gran cena de Dios. Se refiere a aves de rapiña, porque comerán carne de los seres
humanos matados en el juicio/guerra del jinete Jesucristo. Esta cena es la alternativa a
las bodas del Cordero. Los que no asisten a un banquete estarán en el otro. Pero ¡qué
diferencia! En las bodas del Cordero, los que han aceptado la comunión con Dios en
Cristo están sentados a la mesa y gozan de los deleites del banquete que pone Dios. En
la gran cena del versículo 17, los que rechazaron la comunión con Dios estarán sobre la
mesa, y serán el plato fuerte consumido por los buitres. Los que no quieren usar su
autoridad y sus dones para servir—¡serán servidos! Cada persona tiene que asistir a uno
de las cenas; por su respuesta a Jesucristo y su uso del don y autoridad encargada a
ella, elige cuál. Las dos cenas finales de Apocalipsis 19, entonces, corresponden a las
dos ciudades o pueblos de Apocalipsis, Babilonia (16:17 a 19:4) y Jerusalén (21:1 a
22:5).
Los reyes de la tierra con sus ejércitos se congregan para la gran batalla final (19:19).
Apocalipsis 19:17-21 es la elaboración de la sexta copa (16:12-16), la gran batalla de
Armagedón. Juan describe la preparación para la batalla (19:19) pero no narra batalla
alguna. La victoria del jinete de aquel caballo es tan rápida y tan tajante que no hay
batalla. Así es la justicia de Dios. Su paciencia parece interminable, especialmente a los
11
En la traducción griega del salmo, el verbo es el mismo que Apocalipsis utiliza: guiarás.
116
que sufren injusticia o persecución, pero cuando Dios actúa, mueve con una rapidez que
deja a todos maravillados. Los rebeldes piensan que van a medir fuerzas con Dios y con
su Cristo, pero en realidad pueden actuar solamente por la paciencia de Dios. Cuando
ésta se acaba, la batalla ya se acabó antes de empezar. Esta batalla omitida es otra
manera en que Juan presenta la soberanía y poder absoluto de Dios.
La bestia con todas sus pretensiones divinas resulta ser solamente prisionera derrotada
de Dios (20). Junto con ella cae el falso profeta; la descripción de las actividades de
éste lo identifica como la segunda bestia de Apocalipsis 13:11-17. El dragón todavía no
es lanzado al lago de fuego con ellos (véase 20:2, 7, 10). Juan está presentando las
derrotas de las muchas manifestaciones del principio de la bestia a través de la historia.
Ninguna de éstas derrotas es final, porque sigue habiendo seres humanos que usan su
poder para la imposición y el egoísmo.
El lago de fuego y azufre (19:20) representa el estado final de los que siguen
empedernidos en su rebelión contra Dios. Es un cuadro vívido de sufrimiento intenso. Es
difícil saber si las llamas que Apocalipsis describe son literales, o símbolo de un
sufrimiento mucho peor, como lo son las aves que comen la carne de los rebeldes. Sea
como fuere, queda claro que la mayor calamidad que puede suceder a un ser humano
es rechazar la relación con Dios para la cual fue creado, relación que Jesucristo le ofrece.
naciones (3). Más bien los cristianos que fueron decapitados por su testimonio reinan
junto con Cristo (4). La figura de mil años viene de la escatología judía popular de aquel
tiempo. Esta incluía la idea de que la historia humana corresponde a la semana de la
creación, y durará mil años por cada día de la creación. Los últimos mil años en este
esquema serían el reino mesiánico, comenzando con la venida del Mesías.
Es interesante descubrir el origen de las figuras de Juan, pero más importante escuchar
la aplicación de su enseñanza a los primeros lectores y a los lectores modernos. Algunos
encuentran en estos versículos un período futuro en el cual Satanás será ausente de la
tierra y Jesucristo estará corporalmente presente sobre la tierra y reinará. Tal
interpretación tendría poca aplicación a los lectores del primer siglo ni a los de hoy.
El versículo 6 proporciona una clave que puede ayudarnos a entender esta porción del
mensaje de Juan a sus iglesias amadas de Asia Menor. Indica que los que participan de
la primera resurrección y reinan con Cristo (4) no estarán sujetos a la segunda muerte.
En 2:11, la segunda muerte se refiere al destino eterno de los separados de Dios. Los
que no están sujetos al poder de la segunda muerte son los que han creído en Jesucristo
y han encontrado la vida eterna en él, una experiencia que se describe como resurrección
en Juan 5:25 y 11:25 (véase Rom. 6:11; Gál. 2:20). Entonces, la primera resurrección se
refiere a la conversión, cuando el creyente resucita de la muerte que resulta del pecado.
No todos los seres humanos experimentan la primera resurrección, porque no todos
creen, pero los que tienen parte en ella llegan a ser santos por el poder de Cristo y son
dichosos porque la segunda muerte no tiene poder sobre ellos (20:6). Esta es la
quinta felicitación del Apocalipsis (véase 1:3, etc.).
Si se entiende así la primera resurrección, entonces los mil años (4) que los santos
reinan con Cristo empiezan cuando ellos lo aceptan como Señor. A partir de aquel
momento, reinan por medio de su adoración a Dios y su testimonio en el mundo, porque
estos contribuyen a la realización de los propósitos de Dios para su mundo (véase 1:8;
3:21; etc.). Tienen autoridad para juzgar (20:4) de la misma manera que Jesús juzgaba
durante su vida en la tierra: proclaman el mensaje de Dios y la respuesta de cada oyente
determina si éste tiene relación con Dios en Cristo o no (John 3:19; 12:48).
Juan describe a los que reinan como decapitados por causa del testimonio. Aun en la
persecución que sufren, son identificados con el Cordero, quien también lleva en su
garganta la cicatriz de su sacrificio. La aplicación de este cuadro no se limita a los que
murieron decapitados. Los que reinan con Cristo son todos los que son fieles a Cristo en
resistir las presiones hacia el egoísmo y la opresión (no habían adorado a la bestia) y
en testificar de la soberanía de Cristo y de su Padre (testimonio de Jesús y palabra de
Dios). Todos estos testigos están expuestos a la hostilidad del mundo, aunque la muerte
no se requiere de todos.
Los mil años, entonces, representan el tiempo de la vida cristiana. Como período de la
historia, se extiende desde la primera venida de Jesucristo, cuando él vino a ofrecer a
los seres humanos la primera resurrección, hasta su segunda venida, cuando regresa
para la “segunda resurrección” y el juicio final. Es tentador ver en los verbos pasados de
Apocalipsis 20:1-5 y los futuros de 7-8 una confirmación de que Juan veía a los mil años
como comenzando antes de que él escribiera y terminando después. Sin embargo, ya
hemos descubierto que Juan mezcla los tiempos verbales (véase 11:7-13). Aquí también
se mezclan futuros (20:7-8) y pasados (en el idioma origina las acciones de 20:9-10 se
expresan en tiempo pasado) para referirse al mismo evento.
Según 20:2, Satanás está encadenado durante este tiempo. El poder de Satanás no es
absoluto. Dios sigue siendo soberano, y siempre es más poderoso que los rebeldes. De
varias maneras Apocalipsis ha declarado que el poder del mal está subordinado al poder
de Dios (11:15; 13:5; 14:7-8; 16:10, 14; 17:14). Aquí Juan indica que sucede algo al
principio de los mil años que cambia la condición de la serpiente antigua. Como el
angel en 12:7-9, el ángel en 20:1 representa la acción de Jesucristo. Su muerte y
resurrección demostraron que no hay lugar para el mal en el carácter ni en el reinado
celestial de Dios (12:9); también cambió la situación terrenal. Satanás está encadenado
(20:2; véase Mc. 3:27 y pars.); no tiene la libertad que gozaría si Jesús no hubiera ganado
la victoria sobre la muerte y sobre el pecado. Satanás es un adversario formidable, pero
ya está mortalmente herido; su derrota es segura.
119
“Soltar” (3) puede ser otro recuerdo de que el mal “tiene nueve vidas” y surge de nuevo
cuando parece derrotado (véase las cabezas de la bestia en 13:1, 3). También es posible
que Juan quiera indicar una intensificación del mal en los últimos días antes de la
intervención final de Dios en Cristo, una idea reflejada en Mateo 24:12 y 2
Tesalonicenses 2:3-4, 8. Sea cual fuere el sentido del desencadenar, está claro que
cuantas veces el mal y el Malo se levanten de la derrota, se levantan solamente para ser
derrotados de nuevo. Cada nuevo surgir del mal es una oportunidad para presenciar la
victoria del Rey de reyes y Señor de señores (19:16) con la espada de su boca (19:21).
Gog y Magog aparecen en Ezequiel 38-39 como el adversario de Dios y del pueblo que
él ha recogido de entre las naciones (38:12). Gog sube contra el pueblo de Dios, Israel,
y cubre la tierra como una nube (38:16). En Ezequiel, Magog es una tierra, y Gog un
príncipe (38:2), pero en Apocalipsis se han fundido en un solo símbolo. Simboliza “todas
las naciones hostiles a Dios y que odian a sus seguidores” (Foulkes). Es una multitud tan
numerosa como las arenas del mar, reunida desde los cuatro ángulos de la tierra
(Apoc. 20:8).
Esta multitud rodea y amenaza al pueblo de Dios, pero éste no tiene que defenderse,
porque cae fuego del cielo para protegerlo (9; véase Ezeq. 39:6 y la batalla que falta en
Apoc. 19:19-20). La tarea de los creyentes como candelero es adorar a Dios y testificar
al mundo, no hacer guerra ni siquiera preservar su propia vida. Después de la victoria
final de Dios sobre sus adversarios, el diablo sufre el mismo castigo que la bestia y el
falso profeta: es arrojado al lago de fuego y azufre (Apoc. 20:10). La rebelión contra
Dios no lleva a la gloria e independencia que el rebelde espera, sino al sufrimiento de la
separación de Dios, sin tregua y sin fin.
En 9:13-19; 16:12-16; 19:11-21; y ahora en 20:7-10 Juan utiliza la figura de una batalla
de escala mayor que toda batalla de la historia humana. Estos pasajes son expresiones
de un mismo principio; no son cuatro distintas batallas. La rebelión contra Dios produce
horribles conflictos dentro de la humanidad, pero aun más se expresa en un intento de
derrotar y destruir a Dios. Puede ser que Juan entiende que esta oposición se intensifi-
cará a través de la historia, culminando en un clímax de oposición, superada por la autori-
dad y poder invencibles de Dios. La muerte y resurrección de Jesucristo fue un clímax
de la oposición y del poder de Dios. No está claro si Juan está describiendo aquel evento
con términos escatológicos, o si se refiere a algo que sucederá en los últimos días. El
tiempo dirá.
Dios está sentado para juzgar a todos los seres humanos, tanto los vivos como los
muertos (20:12), y nadie, ni grande ni pequeño, puede escapar del juicio. Cuando Juan
dice que el mar devolvió sus muertos (13), enfatiza esta verdad. Para el judío, el que
muere en el mar es el más lamentable, porque no es enterrado en su tierra ni cerca de
su familia. Pero el mar que frustra los últimos deseos del hombre no representa ningún
obstáculo para Dios. Al fin de todo esfuerzo humano y toda peripecia de la naturaleza,
tanto los rebeldes como los reconciliados están en la mano de Dios.
A pesar de su deseo, Dios no obligará a ningún ser humano a aceptar esta comunión.
Todo ser humano tiene que responder a Dios, pero puede decir “Sí” o “No.” En el juicio,
Dios repasa la vida de cada persona y declara cuál fue su respuesta. En la visión de
Juan, los libros en que están escritas lo que cada persona había hecho se abrieron
(12). Lo que uno hace, aun mejor que lo que dice o lo que piensa, revela su respuesta a
la oferta de Dios; por lo tanto, cada muerto es juzgado conforme a lo que estaba escrito
en los libros. El que había vivido una vida de rechazo fue arrojado al lago de fuego (15);
Dios respeta su “no,” aun cuando significa el dolor de la separación para la persona--y
para Dios.
Todos somos pecadores y nuestras acciones expresan el “no” de la rebelión contra Dios.
Sin embargo Dios nos da, por medio del Cordero, la oportunidad de arrepentirnos y
cambiar nuestro “no” a “sí.” Los nombres de los que aceptan esta oferta están inscritos
122
en el libro de la vida (12, 15). En las vidas de éstos se encuentran las acciones que
Dios y Cristo producen. Nadie es exonerado en el juicio en base de buenas obras. Más
bien el Cordero con su muerte ha inscrito los nombres de los que creen en él en el libro
de la vida (véase 3:5). Por eso el libro puede describirse como el libro del Cordero (13:8).
La escena del juicio incluye tanto los libros de las acciones como el libro de la vida,
porque el juicio se basará tanto en las acciones humanas como en la gracia divina
expresada en el sacrificio de Jesucristo. Hay tensión entre estas dos bases, pero Juan
incluye ambas en su presentación.
En el Apocalipsis de Juan, el mar también simboliza la separación (4:6; 15:2). Dios creó
a la humanidad para relaciones, y el peor mal que le puede suceder es la separación o
soledad. En Apocalipsis 21:1, Juan no describe la geografía de la morada eterna de los
creyentes, sino que declara el fin de la maldad y de la separación. Dios está creando en
Cristo un acceso totalmente abierto a sí mismo.
Esta es una de solamente tres veces que aparece Jerusalén en el Apocalipsis (véase
3:12; 21:10). En 11:8, Juan tuvo cuidado de no usar este nombre, porque lo reserva para
la sociedad ideal que Dios está produciendo por medio de Cristo y de los que creen en
él. Según su criterio, el judaísmo que tenía su sede en el Jerusalén terrenal no realizó
este ideal. Esta ciudad terrenal fue destruida en 70 d. C. Juan declara que ni el fracaso
del judaísmo ni la destrucción de la Jerusalén terrenal frustró el propósito de Dios de
crear una sociedad humana totalmente dedicada a él y gozando de armonía total entre
sus miembros. Los fracasos de los cristianos tampoco frustrarán este propósito.
El adorno de esta sociedad (21:2) es su calidad moral (19:8). La comunión con Dios
requiere y produce una conducta recta. Esta rectitud y justicia no es la meta final de Dios
para su pueblo, sino preparación para una relación con Dios, una relación tan íntima
como la de esposos.
La voz que provenía del trono explica que se trata de una relación con Dios (3). Dios
hace su morada entre los seres humanos (véase Ex. 25:8). La figura de las bodas en
19:7 y la de acampar aquí expresan la misma verdad: una relación estrecha entre Dios
y cada ser humano. Otra manera de decir lo mismo es que los creyentes sean su pueblo
y que Dios sea su Dios. El ideal expresado en 21:3b se encuentra a través de toda la
extensión del Antiguo Testamento (Ex. 6:7; Jer 31:33; Ezeq. 37:23; etc.); es una frase
clave para entender el propósito de Dios para su creación. Levítico 26:11-12 y Ezequiel
37:27 combinan las mismas ideas que Apocalipsis 21:3a y 3b, y pueden ser la fuente
que Juan utiliza.
Juan repite la imagen que usó en 7:17 para enfatizar que Dios viene para consolar a su
pueblo (21:4). El Creador se preocupa por cada lágrima de sus criaturas. Apocalipsis
21:4b explica en qué sentido el primer cielo y la primera tierra habían dejado de
existir (1). Desaparecen todas las penas y experiencias amargas de la existencia actual.
En Dios, no hay muerte ni motivo de llanto, lamento o dolor. Estas no fueron parte de
la voluntad original de Dios para su creación; más bien tienen su origen en el “no” que el
hombre ha dicho de Dios. Siguen siendo experiencias aun de los arrepentidos hoy; pero
cuando Dios se acerca para enjugar nuestras lágrimas, las convierte en bendiciones y
nos da la esperanza de un mundo en que estas cosas no existan.
Estas cosas dejan de existir porque Dios se ha dado la tarea de hacer nuevas todas las
cosas (5). La criatura puede rebelarse contra Dios, y causar el estado trágico que existe
hoy en el mundo, pero Dios no se queda con los brazos cruzados. Sigue siendo un
Creador activo, renovando su creación. A Juan le manda, Escribe, porque el anuncio de
esta renovación es digno de ser preservado por escrito. Son palabras verdaderas y
dignas de confianza; revelan la verdad acerca de la fidelidad de Dios a su propósito y
124
a sus promesas. Dios manda que este ideal se ponga por escrito porque él se
compromete a realizarlo.
El requisito para acercarse a Dios es que uno tenga necesidad. Todos los humanos la
tienen pero no todos la reconocen. Cuando uno reconoce su necesidad y se abre a Dios,
recibe todo lo que necesita gratuitamente. No nos pide que le paguemos sus favores,
sino que correspondamos a su provisión con un constante pedir, confiar y agradecer. Lo
que Dios da al sediento es agua de vida (véase Juan 4:10; 7:37-38), un símbolo de la
relación que da sentido a la vida.
La promesa es para el que salga vencedor (Apoc. 21:7). En cada mensaje de Apocalip-
sis 2 y 3, hay una promesa al vencedor, a quien permanece fiel hasta la muerte (véase
comentarios a 2:7 y 2:11). La promesa de 21:7 es una de varias semejanzas en 21:1-
22:5 a las promesas al vencedor en los capítulos 2 y 3.
Hay tensión entre la promesa gratuita (Apoc. 21:6b) y la necesidad de vencer para poseer
lo que Dios ha prometido (7a). Es la misma tensión que hay en cualquier relación íntima
genuina. Uno hace bondades a la pareja o a los amigos espontáneamente y no para
recibir un beneficio en pago. Sin embargo, hay también reciprocidad. En la relación ideal,
uno se deleita en lo que da y también en lo que recibe. Dios está obrando en Jesucristo
para producir esta relación ideal.
Apocalipsis 21:7b hace individual la promesa de 3b. La relación que Dios quiere con su
pueblo no es solamente corporativa; se extiende a cada individuo.
Hay una alternativa a este cuadro ideal. En contraste radical a la comunidad de los que
dicen “sí” a Dios, hay quienes le dicen “no,” los que componen Babilonia (8). Llas
maneras de expresar este negativo reflejan la situación de Juan y de las iglesias a las
125
cuales escribe. Los cobardes son los que tienen temor de enfrentar la oposición del
mundo y eligen seguir a la bestia (véase 13:3-4) en lugar de sufrir con Cristo. Por su
rechazo de Cristo, se pueden describir también como incrédulos, y como abominables
porque adoran (dedican sus vidas a) una perversión de la verdad. Seguir la bestia es
promover la muerte y oponerse a la verdadera vida, de manera que sus seguidores se
pueden llamar asesinos. Cometen inmoralidades sexuales en cuanto rechazan la
relación legítima y exclusiva con Dios para la cual fueron creados. El objeto de los que
practican artes mágicas es manipular la creación de Dios para beneficio propio, y ésta
es la actitud hacia la creación que resulta del egoísmo de Babilonia.
La misma deslealtad a Dios que se llama inmoralidad sexual es a la vez idolatría, porque
el que no adora a Dios es condenado a adorar alguna criatura. En el Apocalipsis, el objeto
de la adoración falsa es la bestia, y la adoración funciona como un símbolo del uso del
poder. El que usa su poder, autoridad o don para servir a otros está adorando al Cordero,
y el que lo usa para propósitos egoístas y para obligar a otros a servirle está adorando a
la bestia.
Juan vuelve a entrar en el estado de éxtasis o receptividad a visiones que describe como
estar en el Espíritu, y se encuentra sobre una montaña grande y elevada (21:10). ¿Por
qué?, si no es necesario subir a un monte para ver suspendida en la atmósfera una
ciudad de las dimensiones descritas en 21:16. No se trata de una montaña literal, sino
del monte de la revelación (véase Ezeq. 40:2). La montaña también enfatiza el contraste
con la otra mujer o ciudad, colocada según 17:3 en el desierto. La opción de Jerusalén
produce una vida elevada y noble, cerca de Dios; la opción de Babilonia produce la
soledad y la muerte del desierto.
Juan ve la ciudad santa, Jerusalén (10), la sociedad que Dios crea en base de la
comunión con él. La novia (9) representa la relación correcta con Dios, que produce
relaciones correctas dentro de la humanidad, simbolizadas por la ciudad. La comunión
con Dios transforma a los que la gozan, de manera que su vida es santa. Juan repite la
doble declaración de que esta relación es posible solamente por iniciativa de Dios: que
la ciudad bajaba del cielo procedente de Dios (véase 2).
acerque uno, este, norte, sur u oeste, encuentra amplia entrada, simbolizada en tres
puertas (13; véase Ezeq. 48:30-35). El que entra encuentra perfecta libertad para
“entrar, salir y hallar pastos” (Jn. 10:9).
El número doce, aplicado tanto a las puertas (12) como a los cimientos y los nombres
(14) enfatiza que esta ciudad simboliza el pueblo de Dios, el verdadero Israel (12). La
mención de los doce apóstoles del Cordero aclara que no se trata del Israel literal.
Efesios 2:20 presenta a los apóstoles, junto con los profetas, como fundamento de la
iglesia, la nueva humanidad.
El acto de medir (15) simboliza posesión y protección (véase Ezeq 40-42); este pueblo
pertenece a Dios y él lo protegerá. El oro enfatiza el valor que el pueblo tiene para Dios.
Los números mencionados como medidas de la ciudad y de su muralla (Apoc. 21:16-17)
sin duda son símbolos y no tienen valor aritmético. Por lo tanto, el lector debe fijarse en
las notas de la Nueva Versión Internacional, y no en las medidas del texto. Doce mil y
ciento cuarenta y cuatro (el número doce cuadrado) confirman que se trata del pueblo
de Dios. Tomadas literalmente, estas medidas corresponderían a una ciudad de 2,200
kilómetros por 2,200 kilómetros, con una altura igual. Este tamaño fantástico, superior al
de muchos países, es típico de la hipérbole apocalíptica. Alrededor de una ciudad tan
alta, un muro de sesenta y cinco metros sería risible. El versículo 17 puede referirse a la
espesura del muro, o a su altura. Pero estos números no son literales, sino símbolos del
pueblo de Dios (doce).
Las piedras son doce, el número que simboliza el pueblo de Dios. La lista recuerda la
lista de doces piedras en el pectoral del sumo sacerdote (Ex. 28:17-21).
Las puertas de la ciudad son perlas (Apoc. 21:21). En la antigüedad, la perla se aprecia-
ba más que el oro. También, es la única joya que es producida por un ser vivo. Tal vez
Juan quiera enseñar que la entrada a este pueblo es por medio de un ser vivo: Jesucristo.
Pero es igualmente posible que solamente tenga la intención de recalcar el valor y la
magnificencia de la relación con Dios que la entrada a esta ciudad representa.
Otro pasaje del cual Juan toma mucho del vocabulario de estos versículos es Isaías 60.
La descripción de Dios como la luz de Sion, reemplazando el sol y la luna, viene de Isaías
60:19-20. El versículo 3 del mismo capítulo afirma que las naciones serán guiadas por
la luz de Sion y el 5, que traerán a ella las riquezas de las naciones (véase Apoc. 21:24,
26). En la consumación de los siglos, las naciones y sus reyes entregarán sus riquezas,
tanto materiales como espirituales, al servicio de Dios y no a Babilonia (18:11-13, 19).
Las puertas siempre abiertas (25) se mencionan en Isaías 60:11.
En 21:25, Juan nota que las puertas de esta ciudad estarán abiertas todo el día. Este
detalle continúa el énfasis evangelístico. Siempre hay apertura para que cualquier ser
humano se una al pueblo de Dios por la fe. Las puertas siempre abiertas también
sugieren la paz y seguridad perfectas en que mora el pueblo de Dios. Las puertas de una
ciudad antigua se cerraban de noche para seguirdad, y de día cuando había amenaza
de ataque.
129
En la ciudad no habrá noche (véase Zac. 14:7; Is. 60:20). Como en el versículo 23, no
se trata de una descripción literal, sino del fin de la noche de separación y rebelión contra
Dios (véase Jn. 13:30). El ministerio de Jesucristo derrotó la noche, y en la consumación
su victoria será manifiesta. La noche o las tinieblas que quedan excluidas de esta ciudad
se especifican en Apocalipsis 21:27. Nunca entrará en ella nada impuro, ninguna pizca
de rebelión contra la voluntad de Dios. La relación con él será perfecta, y expresada en
obediencia perfecta. La rebelión contra Dios y la separación de él constituyen la
verdadera idolatría en este mundo; no existen en la nueva creación que Dios está
constituyendo en Jesucristo. Los farsantes o mentirosos (véase comentario a 21:8)
también quedan excluidos. Se está realizando hoy la separación entre los que viven en
el autoengaño y aquellos que tienen su nombre escrito en el libro, los que han
regresado a Dios por medio del Cordero y comparten su vida. La separación será
completa cuando el Cordero traiga el fin. La voluntad de Dios no es excluir a nadie de su
pueblo, sino separar la impureza de rebelión del rebelde para que éste quede puro e
incluido.
A través de la ciudad fluye un río (22:2) que mana del trono (22:1). Juan piensa en el
cumplimiento de Zacarías 14:8 y de la promesa de Jesús en Juan 7:38. Este río es la
restauración del ideal de Génesis 2:10 y la realización de la visión de Ezequiel 47:1-12.
El río representa el Espíritu de Dios (Juan 7:39), la presencia de Dios en su creación,
que vivifica al hombre. En la visión de Ezequiel, el río sale del umbral del templo (47:1),
pero en la visión de Juan no existe el templo (Apoc. 21:22). Tanto el templo en Ezequiel
como el trono en Apocalipsis representan a Dios, la verdadera fuente del agua de vida.
La vida consiste en las relaciones que Dios hace posible, primero con él mismo y luego
entre los que lo conocen.
La descripción que Juan pinta es amena: un río cristalino en medio de una amplia
avenida, con hileras de árboles cargados de fruta en cada lado del río (Apoc. 22:1-2). La
realidad simbolizada es aun más amena: una relación con Dios que da una vida con
sentido y gozo, una relación que se multiplica en relaciones humanas satisfacientes.
En el plan que Dios está realizando en Cristo, se restaura el árbol de la vida (2) que el
hombre ha perdido por su rebelión (Gén. 3:22-24). El número doce recuerda al lector
que la verdadera vida pertenece solamente a los arrepentidos, al pueblo de Dios. Este
número de cosechas también permite que haya siempre (cada mes) fruto sobre este
árbol. La vida abundante que Dios propone para los seres humanos es continua, sin las
interrupciones de sequedad o soledad que la humanidad sufre en la actualidad. El árbol
que Juan describe tiene cualidades maravillosas; aun sus hojas sirven para sanar (véase
Ezeq. 47:12). La relación con Dios es provechosa en todos sus aspectos; Dios provee
todo lo necesario para una vida plena.
130
Es posible que Juan también quiera sugerir a sus lectores un contraste con la higuera de
Marcos 11:13 (véase Mat. 21:19). En la nueva creación que Dios está realizando en
Cristo, nunca habrá “hojas pero no fruto,” apariencia sin realidad. Los que viven por su
relación con Cristo recibirán un carácter auténtico, sin hipocresía.
El mundo actual está bajo maldición (3) por su rebelión contra Dios (Gén. 3:14, 17). La
nueva creación que Dios está formando por su obra de redención no estará sujeta a la
maldición de la rebelión, que produce la separación, primero de Dios y luego entre sus
criaturas. Este versículo tiende a confirmar que Juan piensa en Marcos 11, que habla de
la higuera que Jesús maldijo (Mar. 11:21).
La verdadera dicha del hombre es relacionarse con Dios, y Apocalipsis 22:3b-5 describe
esta relación. El trono de Dios y del Cordero está en medio de su pueblo (3b), de
manera que éste tiene constante acceso a Dios y constantes comunicaciones de él. La
relación correcta que sostienen con Dios se puede describir como adoración; su relación
con Dios siempre es una relación entre creación y Creador, y nunca una relación de
iguales. En una vida de adoración de Dios, expresada en servicio a otros en lugar de
buscar ser servido, el ser humano descubre su verdadera identidad y su verdadera
importancia.
Apocalipsis 22:5 repite el simbolismo de 21:23. La comunión con Dios es la luz del
hombre. Esta comunión también es la forma en que los creyentes reinan. Reinarán por
los siglos de los siglos no es una promesa de la venganza, sino un efecto de la
adoración descrita en 3b. Reinamos por nuestra adoración a Dios y nuestro testimonio
(como candelabros; 1:20). Esta adoración/testimonio tiene una autoridad superior a
cualquier rey terrenal, y determina el futuro y el destino de la humanidad.
131
El ángel revelador (21:9) repite que estas palabras son verdaderas y dignas de
confianza (6, véase 21:5). El mensaje es la verdad, una clave para entender el mundo
presente y vivir en él, dada por el Señor en fidelidad a su amor y sus promesas. El quiere
que sus siervos, los creyentes, sepan las cosas que tienen que suceder sin demora.
Habla el Dios que inspira a los profetas, de manera que este mensaje es la clave de
la profecía, que permite al lector interpretar los eventos de su mundo a la luz del plan de
Dios.
Dios o Jesucristo declara, ¡Miren que vengo pronto! (7). Siempre está viniendo para
participar en la historia, llamando a todos al arrepentimiento y sosteniendo a sus
seguidores en medio de las pruebas. La penúltima de las siete felicitaciones del
Apocalipsis (véase 1:3; 22:14) recuerda al lector que el Apocalipsis es un mensaje
profético para ser obedecido, no una predicción para entretener. Por su testimonio, su
adoración a Dios, su perseverancia en lealtad a Cristo y la santidad de su vida, el lector
debe cumplir las palabras que ha leído.
En Apocalipsis 22:8-9, Juan y el ángel repiten la escena de 19:10. Esta repetición sirve
como parte del marco que recalca el contraste entre las dos mujeres (la prostituta y la
novia) que son dos ciudades (véase comentario sobre 21:9). También recalca que la
adoración se debe reservar a Dios. Confirma a los primeros lectores en su resistencia a
atribuir títulos de divinidad o actos de reverencia al Emperador de Roma. Pero si está
prohibido adorar a cualquier ser creado, más impresionante se vuelve la adoración
dirigida al Cordero en este mismo libro (1:17; 5:9, 12; véase 4:11; 5:13; 7:10, etc.). De un
modo más efectivo por ser indirecto, Juan proclama la divinidad de Jesucristo.
Los apocalipsis normalmente se presentan como libros sellados (Dan 8:26; 12:4, 9). Este
sello es parte de la seudonimidad; explica por qué el libro no fue conocido durante los
siglos entre el supuesto autor y el tiempo de los lectores. El supuesto autor selló su libro,
y en la providencia de Dios fue abierto precisamente en el tiempo del cumplimiento de
sus profecías. El Apocalipsis de Juan no fue sellado porque no es seudónimo (Apoc.
22:10: guardes en secreto es literalmente “selles”). Juan fue un contemporáneo de los
primeros lectores del libro, y les comunica un mensaje para el presente.
132
Ya que el tiempo del cumplimiento ha comenzado, Juan sugiere que es tarde para
reformar el carácter (11). El malo seguirá haciendo el mal, el vil seguirá envileciéndose,
el justo continuará practicando la justicia, y el santo seguirá santificándose. Es
sorprendente leer esto después del llamamiento al arrepentimiento tan prominente en el
Apocalipsis. En 22:17, hay una nueva invitación para que vengan y se arrepientan todos.
Juan no es fatalista en 22:11; más bien advierte a sus lectores que con cada decisión
que tomamos en la vida, estamos formando nuestro carácter, y cada día es más difícil
cambiarlo. Cuando llegue el fin, será imposible. Apocalipsis 22:11 enfatiza la urgencia de
acudir hoy en fe y arrepentimiento al poder transformador de Dios revelado en Jesucristo.
El arrepentimiento nunca será más fácil que hoy.
En la última de las siete felicitaciones del Apocalipsis (14; véase 1:3; 22:7; etc.), se
combinan tres figuras que el Apocalipsis emplea para describir el acceso a la vida que
Dios ofrece en Jesucristo. Los que lavan sus ropas (véase 7:14: en la sangre del
Cordero) son los que acuden a Jesucristo y reciben el perdón de los pecados que
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manchaban sus vidas y los separaban de Dios. Dios les otorga derecho al árbol de la
vida (véase 22:2), un símbolo de la vida permanente que Dios quiere que la humanidad
disfrute en relación íntima con él. Su relación con Dios les permite relacionarse
positivamente también con otros seres humanos, de manera que pertenecen a la ciudad
que Dios está formando (21:2). Entraron por las puertas que Cristo abrió con su venida
al mundo y con su sacrificio (véase 21:12).
Como Juan ya apuntó en 21:8 y 27, hay una alternativa a esta relación con Dios (22:15).
Uno puede escoger quedar afuera. Juan menciona algunas de las características de la
vida separada de Dios. Casi todos estos términos ya aparecieron en 21:8 o 27; el único
nuevo es perros. Los perros del primer siglo no fueron mascotas de la casa, sino que
vivían de la basura de las calles. Como en Deuteronomio 23:17-18 y Filipenses 3:2,
perros aquí describe personas impuras y maliciosas. Juan revela a qué tipo de personas
considera perros en los otros términos de Apocalipsis 22:15.
Cada una de las tres listas de los que quedan afuera (21:8, 27; 22:15) termina con los
mentirosos. Aquí se menciona a todos los que aman y practican la mentira. El camino
de la rebelión contra el Creador es, en el fondo, una vida basada en la mentira: una
mentira de autosuficiencia, una mentira acerca de la naturaleza y el propósito de la
existencia humana, una mentira acerca del tipo de mundo que Dios creó. El camino de
la obediencia se basa en la más profunda verdad, la de las relaciones de perdón y amor.
Jesús es el que revela esta verdad (16). El mensaje del Apocalipsis viene de él, y se
trata de las iglesias, de los que han reconocido en él la verdad y se han arrepentido de
sus ideas y acciones falsas. Pero Jesús no sólo da el mensaje; él también es el mensaje
(16b). Es la raíz y la descendencia de David, el Salvador que Dios había prometido (Is.
9:7; 11:1) para permitir a los hombres librarse de la esclavitud de la mentira y de la
muerte, y comenzar una vida basada en la verdad. Como raíz o retoño, Jesús mismo es
la vida nueva que Dios otorga al creyente. Como estrella de la mañana (véase 2:28),
es la esperanza por la cual vive la persona de fe.
Al oír este mensaje de vida y esperanza, los que lo creen claman, “¡Ven!” (17). Ellos
conforman la novia, la comunidad de fe, y hablan animados por el Espíritu de Dios,
quien constituye esta comunidad y le da vida. Los creyentes anhelan la rectificación que
Jesús traerá en el mundo y en sus propias vidas. Se repite en este versículo el tema que
ha dominado todo el libro: la segunda venida de Jesús (véase 1:7; 2:5; 22:20, etc.). Es
posible experimentar esta venida siglos antes de su momento histórico, porque Jesús
constantemente está anticipando su segunda venida, para llamar a todos al
arrepentimiento y para proteger a los arrepentidos y darles crecimiento.
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Apocalipsis 22:18-19 expresa la convicción de Juan, que el libro que él acaba de producir
es un mensaje de Dios, y que Dios se encargará de mantenerlo íntegro. Tal advertencia
era normal en la literatura apocalíptica. Surgió porque era costumbre que alguien que
quería escribir un apocalipsis tomara gran parte de su obra de otro apocalipsis,
modificándolo para expresar su propio mensaje y para reflejar su propia situación. Por lo
tanto, los autores apocalípticos empezaron a poner una maldición al final de sus obras
como una manera de defender los “derechos del autor.” En 22:18-19 Juan sigue el
modelo que conoce, pero también nos recuerda que la verdad de Dios no debe ser
adaptada a la conveniencia del hombre. Es lamentable que algunos han pensado que
esta maldición se aplique a las investigaciones de la crítica textual, que tienen el
propósito de acercarse a la palabra original inspirada por el Espíritu Santo.
El penúltimo versículo del Apocalipsis reitera su tema. A la petición del versículo 17,
Jesús--el que da testimonio de estas cosas (véase 1:5, 11-13)--dice ¡Sí! (20) Por
séptima vez (2:16; 3:10; 16:15; 22:7, 12, 17, 20), Jesús dice, vengo pronto. ¿Cumplió
su promesa? Si el único posible cumplimiento de esta promesa es la Segunda Venida
corporal de Jesús, que pondrá fin a la época presente y traerá el juicio final, la respuesta
tiene que ser no. El fin no llegó pronto; todos los primeros lectores del Apocalipsis
murieron sin verlo. En cambio, si Jesús está constantemente anticipando su venida, para
participar en la historia humana y promover la relación con Dios que él vino y vendrá para
establecer, los primeros lectores vieron por fe la Segunda Venida. Fueron fortalecidos
para perseverar en su fe y en su testimonio; experimentaron la reivindicación de Dios y
el poder de Jesucristo que se perfecciona en la debilidad (2 Cor. 12:9). Jesús todavía
viene pronto. El lector que ha recibido el mensaje de Juan con fe dice, ¡Amén! ¡Ven,
Señor Jesús!
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El Apocalipsis termina como una carta (véase 1:4, 5a). Todas las cartas de Pablo y la de
Hebreos cierran con un deseo de gracia (véase 1 Ped. 5:12; 2 Ped. 3:18). Juan adopta
la misma conclusión para su obra. Pide para sus lectores y para todos la gracia de
nuestro Señor Jesús. Aunque Jesús viene para declarar que el hombre se ha rebelado
contra Dios y se ha hecho merecedor del terrible castigo divino, éste es un mensaje de
gracia, porque Jesús lo declara precisamente porque quiere perdonar y rescatar a
rebeldes. De ellos constituye por su gracia la nueva Jerusalén, una sociedad de
relaciones ideales con Dios y entre seres humanos.
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Bibliografía
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Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1977.
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Publicaciones, 1989.
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Grand Rapids: Nueva Creación, 1989.
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Eerdmans Publishing Co., (reimpresión de la edición de 1909).