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Comentario Al Apocalipsis Ricargo Garrett

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COMENTARIO AL

APOCALIPSIS (2008)
Ricardo Gárrett Boyd

Este comentario es fruto de repetidas oportunidades de


enseñar el Apocalipsis en el Seminario Teológico Bautista
Mexicano y en varias iglesias y otros grupos. El lector debe
tener una Biblia a la mano y consultar el texto del Apocalipsis y
otras citas mencionadas constantemente. La versión de la
Biblia citada en esta obra es la Nueva Versión Internacional.
Los autores modernos citados están incluidos en la
Bibliografía al final.

El Apocalipsis es un libro cerrado y misterioso para muchos


creyentes. No entienden sus cuadros fantásticos, que les
inspiran miedo. Sin embargo, el Apocalipsis ofrece un mensaje
alentador a los que entienden la verdad detrás de los
símbolos. El primer paso para alcanzar este entendimiento es

1
reconocer que el Apocalipsis está lleno de alusiones al Antiguo
Testamento. Se ha calculado que 278 de los 404 versículos
del Apocalipsis contienen una o más alusiones al Antiguo
Testamento. Algunas de las imágenes que Apocalipsis
presenta tienen el propósito de vincular su mensaje al Antiguo
Testamento, no el de presentar un factor específico del tiempo
del fin.
El vínculo del Apocalipsis con el resto del Nuevo
Testamento es aun más estrecha. El mensaje que Apocalipsis
presenta por medio de visiones simbólicas es el mismo que se
presenta en el resto del Nuevo Testamento: Dios ha enviado a
su Hijo para llamar a toda la humanidad a la reconciliación con
él. Los que responden, entablan una relación permanente con
Dios y cuentan con su protección y su dirección. Hay que
buscar bajo el simbolismo de Apocalipsis el evangelio de
Jesucristo, y no una cronología de los últimos días. Si interpre-
tamos el Apocalipsis con referencia a los dos Testamentos,
encontraremos un mensaje emocionante que nos fortalece
para enfrentar las peripecias del peregrinaje cristiano con
confianza renovada.

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3

La literatura apocalíptica

Para lectores modernos del Apocalipsis de Juan, es


necesario aprender qué es un apocalipsis, porque no existe tal
género en la literatura actual. John J. Collins formuló esta
definición de un apocalipsis: “Apocalipsis” es un tipo de
literatura de revelación con un marco narrativo, en el cual una
revelación se comunica por medio de un ser de otro mundo a
un ser humano, manifestando una realidad trascendente que
es tanto temporal, por cuanto contempla una salvación
escatológica, como espacial en cuanto se trata de otro mundo
que es sobrenatural (John J. Collins, Revista SEMEIA 14
(1979): 9). En SEMEIA 36, Adela Yarbro Collins sugiere esta
adición a la definición de Collins: ... que tiene el propósito de
interpretar circunstancias actuales y terrenales a la luz del
mundo sobrenatural y del futuro, y de influir tanto en el
entendimiento como en la conducta de la audiencia por medio
de autoridad divina. (Adela Yarbro Collins, SEMEIA 36 (1986):
7)

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4

La literatura apocalíptica se originó entre los judíos, ca.


200 a.C., tomando elementos de las Escrituras, de mitos
antiguos, y de materiales persas y helenísticas. Fue hija de la
profecía judía. La época de la literatura apocalíptica judía es
de 210 a.C. a 200 d.C. Los cristianos seguían produciendo
apocalipsis a través de la edad medieval.
El mensaje central de la literatura apocalíptica es que Dios
dirige la historia. Esta verdad se presenta a veces en la forma,
“Dios ha determinado el fin de la historia,” pero ésta parece ser
una manera de decir que controla toda la historia. Los
apocalipsis siempre se producen en un tiempo de pruebas y
persecución. Canclini nota que el tiempo actual es semejante
en este aspecto a los tiempos que produjeron los apocalipsis.
Algunas características de la literatura apocalíptica son:
a. Seudonimidad. J. Collins dice que la seudonimidad es
una característica común pero no universal de los apocalipsis.
Es posible que la razón de esta característica es la convicción
de los judíos de que la profecía había cesado. El Espíritu de
Dios, pensaban, no inspira a profetas en la actualidad. Por lo
tanto, los autores de apocalipsis tenían que escribir en nombre
de una figura prominente del pasado. Hay que considerar con

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cuidado si se trata de un engaño o de una ficción. Si la


seudonimidad es engaño, el propósito del verdadero autor es
que los lectores crean que Enoc o Abraham o Baruc escribió
su documento. Si es ficción, el autor real espera que sus
lectores entiendan que se imagina al supuesto autor dando
estas profecías. Es probable que los lectores originales
entendían la ficción de la seudonimidad.
b. Significado histórico. Los apocalipsis responden a la
situación política y social en la cual surgen. También presentan
una interpretación del curso de la historia.
c. Predicciones acerca del fin del mundo y del mal. Los
apocalipsis presentan la verdad en la forma de predicciones
acerca del pronto fin del mundo, en el cual Dios pondrá fin al
mal y establecerá su reino. El autor presenta su propia época
como la crisis escatológica.
d. Dualismo. Una característica marcada de los apocalipsis
es una cosmovisión dualista. Sus autores conciben la historia
de su tiempo como una expresión de la lucha entre Dios y sus
enemigos. Tienden a presentar su mensaje en blanco y negro:
en términos de lo que es exclusivamente bueno y lo que es
exclusivamente malo.

5
6

e. Lenguage simbólico. Las descripciones de un


apocalipsis no son literales, sino figurativas. Los animales,
números, colores, objetos, etc., tienen valor simbólico según
un sistema bien elaborado. Desafortunadamente, lo que era
claro y obvio para lectores del primer siglo puede ser oscuro y
aun desconocido hoy. En algunos casos no podemos más que
especular cuál fue el valor simbólico de cierta figura en un
apocalipsis.
f. Visiones. Los apocalipsis se presentan como una serie
de visiones que el narrador, un vidente, experimentó. Con
frecuencia dialoga con un mediador celestial, quien le explica
el significado de lo que ha visto. Algunos apocalipsis incluyen
un viaje al otro mundo, que tiene la misma función revelatoria
que las visiones.
Newport sugiere que la mejor preparación para
comprender la literatura visionaria de Apocalipsis es leer obras
semejantes, como los cuentos de Narnia por C. S. Lewis.
g. Drama. Un apocalipsis no es una exposición filosófica o
científica, sino un drama, con movimiento, impacto visual, y
contenido emocional. Newport (p. 45) sugiere que debemos
leer el Apocalipsis de Juan sin interrupción y en voz alta (esto

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requiere una hora y media). Así podemos apreciar “su impacto


sobre nosotros como un todo, como un drama poético o una
ópera.” Tal lectura también mostrará “su lenguaje arcaico y
rítmico y ... la repetición de sonidos y fórmulas” y su “riqueza
de colores, voces, símbolos y asociaciones de imágenes.”
(Newport)

El simbolismo apocalíptico

Para leer un apocalipsis, es esencial entender el sistema


extenso de símbolos que se empleaba en la literatura
apocalíptica. Por ejemplo, los números no funcionan
principalmente como indicadores aritméticos sino como
símbolos. Cuando el lector de un apocalipsis encuentra un
número, debe pensar primero en su valor simbólico. El valor
aritmético del número generalmente no forma ninguna parte
del mensaje del autor. Es probable que este principio de
interpretación es válido también para algunos números en
otras partes de la Escritura.
Una ilustración clara es Apocalipsis 1:4-5. Juan utiliza la
forma de una carta para identificarse a sí mismo y a sus
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destinatarios, y luego les desea gracia y paz. Normalmente en


las cartas cristianas, la fuente de estas bendiciones es Dios el
Padre y Jesucristo (Rom. 1:7; 1 Cor. 1:6; 2 Ped. 1:2; Judas 1;
etc.), pero en Apocalipsis 1:4-5, la gracia y la paz vienen de
tres personas. La primera es el Dios del Antiguo Testamento,
identificado con una interpretación del nombre Yahveh: aquel
que es y que era y que ha de venir; la tercera es Jesucristo.
Parece que Juan se refiere a la Trinidad, pero la otra “persona”
que menciona son los siete espíritus. ¿Creía Juan en nueve
personas de Dios? Desde luego que no. El número siete no
funciona aquí de manera matemática sino como un adjetivo
simbólico. Definiremos su sentido en el comentario sobre
Apocalipsis 1:4.
A continuación presentamos los números simbólicos que
se usan en el Apocalipsis de Juan y su significado.
Dos: El número del testimonio seguro (11:3). Este
significado se basa en un principio de la ley de Moisés: “Por el
testimonio de dos o tres testigos se decidirá un asunto” (Deut.
19:15).
Tres y medio: Este número siempre se refiere a un tiempo,
el tiempo de prueba del pueblo de Dios, en el cual Dios lo

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protege y provee sus necesidades. El simbolismo se basa en


la frase un tiempo y tiempos y medio tiempo, que en Daniel
7:25 (nota, véase Dan. 12:7; Apoc. 12:14) designa el tiempo
en que Antíoco Epífanes ocuparía y profanaría el templo de
Jerusalén en el segundo siglo a.C. Posteriormente la misma
cifra se aplicó al tiempo de la sequía en el ministerio de Elías
(Luc. 4:25). En el Apocalipsis de Juan, este símbolo aparece
en los capítulos 11, 12, y 13. Aparece en las formas un tiempo
y tiempos y medio tiempo (1+2+1/2, 12:14); cuarenta y dos
meses (31/2 x 12, 13:5); mil doscientos sesenta días (42 x 30,
11:3) y tres días y medio (11:9).
Cuatro: El mundo en que habita el hombre (4:6; cuatro
caballos en 6:1-8). Tal vez se base en los cuatro puntos
cardinales y los cuatro vientos.
Seis: La maldad y el fracaso (13:18). Se basa en el
número siguiente, siete. “Seis” es lo que busca imitar la obra
perfecta de Dios (siete) pero no lo logra, porque nadie más
que Dios puede ser Dios. Así que 6 representa lo malo, la
rebelión contra Dios y el intento de usurpar su autoridad, pero
también representa el fracaso del mal.
Siete: La perfección que resulta cuando Dios obra (1:4,

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11). No es una perfección abstracta; siempre es resultado de


la iniciativa personal de Dios. Se basa en los siete días de la
creación.
Diez: Lo completo en la dimensión humana (2:10; 20:2).
Tal vez se base en los diez dedos de un ser humano completo.
Tanto “diez” como “siete” representan plenitud, pero “diez”
pertenece a la dimensión humana, mientras “siete” dirige la
mira hacia Dios.
Doce: El pueblo de Dios (4:4; 21:12). Se basa en las 12
tribus de Israel. Jesús emplea este mismo simbolismo cuando
llama a 12 discípulos.
Algunos consideran ocho un símbolo de la
sobreabundancia que rebasa la totalidad de “siete” (17:11) o
de la resurrección (Foulkes, p. 180; véase Salguero).
También se usan los números en combinaciones. Tres
repeticiones de un número representan el grado superlativo de
la cualidad simbolizada. Este uso se basa en la manera de
formar el grado superlativo de un adjetivo en el hebreo. Este
idioma expresa el grado superlativo con tres repeticiones del
adjetivo, de manera que Santo, santo, santo en Isaías 6:3
(véase Apoc. 4:8) quiere decir “santísimo” o “lo más santo.” El

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666 (Apoc. 13:18) representa la quintaesencia de la maldad y


del fracaso.
El número mil es compuesto de tres repeticiones de diez.
Es símbolo de algo humano completo, como una multitud de
seres humanos (5:11) o un largo período de la historia (21:2).
El símbolo “diez” aparece con más frecuencia como 1,000 que
en su forma sencilla de 10.
El número 144,000 (7:4) se forma por la multiplicación de
doce por doce (pueblo de Dios), combinado con mil (lo
completo del hombre). Significa la gran multitud que Dios
redime y hace su pueblo.
Casi todos los números del Apocalipsis son puros
símbolos, sin valor matemático. Hay dos posibles excepciones:
los cinco meses en 9:5 se pueden basar en la vida normal de
la langosta y los mil seiscientos estadios (trescientos
kilómetros) en 14:20 pueden corresponder a la extensión de
Palestina de norte al sur.

Los colores también son simbólicos en la literatura


apocalíptica. Algunos colores que se encuentran en el
Apocalipsis de Juan son:

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Blanco (2:17; 6:2), símbolo de victoria, y a veces de


pureza. Vestiduras blancas (3:5) son el “uniforme” del cielo
(Marcos 9:3; 16:5); los que tienen vida celestial gozan de la
victoria y de la vida eterna.
Rojo encendido o bermejo (Apoc. 6:4) representa la
guerra.
Negro (6:5) simboliza el hambre.
Amarillento (6:8) (algunas versiones traducen verdoso o
pálido) representa la muerte.
Púrpura o escarlata (17:3, 4) es el color del lujo o de la
lujuria.
Verde (4:3) representa la vida.

Otros símbolos que se encuentran en el Apocalipsis de


Juan incluyen:
Cuerno (5:6): poder. En el idioma hebreo, la palabra que
significa “cuerno” también tiene el sentido de “poder.”
Estrella (1:20): ángel.
Una mujer (12:1; 17:3) representa una ciudad o sociedad.
Los ojos (1:14; 5:6) simbolizan conocimiento.
Una trompeta (1:10; 8:2) significa una voz sobrehumana.

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El mar (17:15) representa la maldad (Daniel 7:2). Los


hebreos nunca fueron un pueblo marítimo, y tenían miedo del
mar (Job 26:12; Sal. 74:13; 89:9). Es interesante que la
enumeración de la creación de Dios en Génesis 1 no
menciona la creación del mar o de sus aguas, aunque Dios
separa éstas con el firmamento (Gén. 1:6), y las reúne para
que aparezca la tierra seca (1:9-10). Parece que cuando se
compuso esta poesía a la acción creadora de Dios, el mar ya
era símbolo de la maldad, y el autor de Génesis 1 no quería
atribuir a Dios la creación del mal.
Es posible que Juan también maneja el mar como un
símbolo de separación (Apoc. 4:6). Fue el mar que lo
separaba de sus amados hermanos e hijitos en Asia, de
manera que para él el mar representa separación.
El arco iris (4:3) es un símbolo del pacto de Dios (Gén.
9:12-13). Por lo tanto, representa su fidelidad y su amor
misericordioso.
Algunos de estos símbolos parecen extraños hoy, y
pueden estorbar nuestro entendimiento del Apocalipsis. Sin
embargo, los primeros lectores los conocían bien, y Juan los
emplea para comunicar su mensaje con claridad, no para

13
14

esconder (véase Newport, p. 43).

Maneras de interpretar el Apocalipsis

El Apocalipsis de Juan ha sido interpretado de varias


maneras, radicalmente distintas entre sí. Swete presenta una
historia de las interpretaciones empleadas en los primeros
siglos de la iglesia. Justino, Ireneo e Hipólito esperaban un
reino terrenal y (en el caso de Ireneo) un Jerusalén terrenal.
Está probablemente fue también la manera de interpretar
Apocalipsis en Asia en las primeras décadas del siglo II. Los
padres latinos de los primeros tres siglos seguían esta
escuela. Los alejandrinos (Clemente, Orígenes) lo inter-
pretaron espiritualmente. Ticonio, al fin del cuarto siglo, inició
una nueva manera de interpretar: pasaba de un objeto
particular al hecho universal que simbolizaba, p. ej. de
Jerusalén a la iglesia. Agustín y la mayoría de los escritores de
la Edad Media siguieron a Ticonio.
Las posibles interpretaciones de la bestia de Apocalipsis
13 ilustran las diferencias de interpretación en siglos más
recientes. Algunos de los reformadores protestantes identifica-
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15

ban la bestia con el Papa de la Iglesia Católica Romana. Hay


muchos hoy que la describen como un gobernante mundial
que surgirá poco antes del regreso de Cristo. Otros dicen que
la bestia es el emperador romano Domiciano. Finalmente, hay
quienes entienden la bestia como un principio que se manifies-
ta en cada generación de la historia humana: el abuso del
poder.
Estas interpretaciones tan diferentes surgen de distintas
ideas en cuanto al contenido del Apocalipsis. La escuela
historicista busca interpretar el Apocalipsis como una historia
cronológica de la iglesia. La futurista ve en el libro una
descripción de los últimos días de este mundo antes de la
segunda venida de Cristo, y los eventos que su regreso
producirá. La preterista sostiene que Juan está describiendo, a
la luz de la soberanía de Cristo, su propia situación y la de las
iglesias a las cuales escribe. La idealista encuentra en los
símbolos del Apocalipsis fuerzas que operan continuamente
en la vida de la iglesia y del mundo, de manera que cada
símbolo puede corresponder a varias figuras o eventos en la
historia.
El análisis más común encuentra estas cuatro escuelas de

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interpretación. Es el análisis de Everett Harrison (Introducción


al Nuevo Testamento, pp. 459-61), de Morris, de Beasley-
Murray, de Canclini y de Swete. Summers presenta cinco
maneras de interpretar el Apocalipsis, añadiendo la de “fondo
histórico,” que él define como una combinación de preterista e
idealista. Newport presenta un esquema de siete maneras,
algunas semejantes a las aquí enumeradas.
A continuación, describo las cuatro escuelas de
interpretación reconocidas por muchos.
Preterista. Sostiene que Juan describe la situación actual
de las iglesias de Asia. Busca en la época de Juan los
eventos, personas, etc., simbolizados. Desde luego,
reconocen que los últimos capítulos del Apocalipsis están
describiendo la esperada consumación de la historia.
Historicista (Swete la llama “historia continua”). Interpreta el
Apocalipsis como una predicción de la historia de la iglesia.
Entiende el orden del libro como cronológico. Esta escuela de
interpretación originó con Joaquín de Fiore (quien murió en
1202). Algunos católicos de esta escuela entienden que la
cronología termina con Constantino. Los reformadores encon-
traron en el libro una profecía de la apostasía de la iglesia

16
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romana. Este método aparentemente permitiría al intérprete


identificar el momento que él vive en la cronología del
Apocalipsis y descubrir lo que va a pasar a continuación. Sin
embargo, hasta la fecha toda predicción del futuro basada en
una interpretación historicista del Apocalipsis ha resultado
equivocada, y los historicistas se han visto obligados a hacer
constantes ajustes porque el fin resulta más lejos que
esperaban.
Futurista. Interpreta todo el libro como predicción de los
últimos días de la historia. Tiende a tomar mucho más del
Apocalipsis como literal que las otras escuelas. Hay que dividir
los futuristas en dos escuelas, radicalmente diferentes entre
sí:
Los premilenialistas dispensacionalistas enseñan que
Apocalipsis 4-19 describe los siete años de la Gran
Tribulación, inmediatamente antes de la venida de Cristo para
inaugurar el milenio, su reino de mil años sobre la tierra. Se
llaman “dispensacionalistas” porque dividen la historia del
hombre en siete dispensaciones, en cada una de las cuales
Dios juzga a los hombres por criterio distinto. Francisco
Ribeira, un jesuita español, desarrolló este sistema hacia fines

17
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del siglo XVI, pero J. N. Darby le dio su forma moderna en la


primera mitad del siglo XIX. Es la interpretación dada en las
notas de la Biblia de estudio “Schofield.”
Los premilenialistas históricos reconocen más vínculo entre
el Apocalipsis y los tiempos en los cuales éste fue escrito, pero
todavía enfatizan el cumplimiento futuro de sus símbolos.
Newport dice que los elementos principales de la
interpretación premilenialista histórica son: 1) Apocalipsis tuvo
significado para los cristianos del primer siglo. 2) Tiene
implicaciones para cada generación. (3) Describe en una
perspectiva amplia los últimos días de la historia.
El término “premilenialista” se refiere a la convicción de
que Jesucristo regresará a la tierra antes de los mil años
mencionados en Apocalipsis 20:2-7. Ambas escuelas de
futuristas aplican este término a sí mismas. Los términos que
serían alternativos en este esquema son “posmilenialista” y
“amilenialista.” El “posmilenialista” cree que el milenio será una
época en la historia antes del regreso de Jesús, y el
“amilenialista” niega que haya tal período en el futuro. Son
pocos los que se aplicarían uno de los dos últimos términos a
sí mismo. Yo prefiero evitar todos estos términos en mi

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19

descripción de las maneras de interpretar el Apocalipsis,


porque parecen implicar que se debe interpretar todo el libro (y
en algunos casos toda la Biblia) en base de un solo concepto,
mencionado en la Biblia solamente en un breve pasaje (Apoc.
20:1-6). Mi observación es que más bien cada quien interpreta
el Apocalipsis en base de lo que piensa que éste presenta--
sea la situación de Juan y de sus iglesias, una cronología de
la historia, los eventos del fin, o principios--y que cuando llega
a Apocalipsis 20, lo interpreta de la misma manera que ha
aplicado a todo el libro.
Idealista o espiritual (Beasley-Murray la llama “poética”).
Encuentra en los símbolos, principios o fuerzas que operan en
toda era de la historia humana. Según Harrison, esta escuela
“evita los problemas que surgen del cumplimiento preciso ... el
ropaje apocalíptico tiene solamente la intención de describir la
lucha sempiterna entre el reino de Dios y las fuerzas del mal
desplegadas contra él.”
Muchos comentaristas prefieren no identificarse con una
escuela definida, y también es frecuente que un intérprete
combine elementos de dos o más escuelas (véase Summers).
¿Podemos aprender de varias escuelas? Harrison cita a Otto

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20

Piper: “El libro de Apocalipsis ... puede interpretarse de un


modo histórico y de un modo escatológico” (véase Ladd).
Canclini sugiere algo semejante.
Yo insisto en que el libro tiene pertinencia primero a su
propio día; no podemos aplicarlo correctamente al nuestro sin
entender primero cómo se aplicaba en aquel día. Así que la
base de mi interpretación es preterista. Sin embargo,
normalmente doy más desarrollo a la aplicación de esta inter-
pretación en la actualidad. Por lo tanto, la presente
interpretación es mayormente idealista en su contenido.

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21

Autor y fecha
Aunque la literatura apocalíptica en general es seudónima,
parece que el Apocalipsis de Juan es una excepción. En 1:9,
Juan se identifica como hermano de sus lectores y
compañero en el sufrimiento que ellos experimentan. En
22:10, Juan recibe la orden, No guardes en secreto ... este
libro, porque el tiempo está cerca; el verbo traducido
“guardar en secreto” significa literalmente “sellar.”
Normalmente al fin de un apocalipsis, hay una orden de
“sellar” el libro (Daniel 8:26; 12:4, 9), porque su mensaje es
para un tiempo lejano. Este sello aparece en función de la
seudonimidad. Explica cómo el libro pudo haber sido escrito
hace tantos siglos y publicado hasta ahora: quedaba sellado,
pero ahora se han abierto los sellos, porque en los planes de
Dios el tiempo del fin ha llegado. Apocalipsis 22:10 rompe con
esta ficción y aclara que Juan no es un seudónimo del
pasado, sino el verdadero autor de la obra. La mayoría de las
autoridades hoy están de acuerdo en que el visionario y autor
de Apocalipsis se llamaba Juan y fue un cristiano del primer
siglo d.C.
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22

¿Quién es este Juan que escribió el Apocalipsis? La


tradición del segundo siglo lo identificó como Juan el apóstol,
hijo de Zebedeo. Justino Mártir, Ireneo, el Canon de Muratori,
Clemente de Alejandría, y Tertuliano identifican al autor de
Apocalipsis como este Juan. El primero que lo dudó fue
Dionisio de Alejandría (m. 264), quien se basó en las
diferencias radicales de estilo y de gramática entre el
Apocalipsis y el Cuarto Evangelio.
A favor de la identificación del Juan del Apocalipsis como el
hijo de Zebedeo, se pueden notar ciertas semejanzas entre el
Apocalipsis y las otras obras asociadas con Juan: los títulos
Logos (Apoc. 19:13; Jn. 1:1, 14; 1 Jn. 1:1) y “Cordero” 1
aplicados a Jesús (Apoc. 5:6; 22:1 y veintisiete veces más; Jn.
1:29, 36); “agua de vida” (Apoc. 7:17; 21:6; 22:1, 17; Jn. 4:10-
15; 7:38); “el que salga vencedor” (siete veces entre Apoc. 2:7
y 3:21; 1 Jn. 2:13; 5:5); el mismo contraste absoluto entre lo
bueno y lo malo, y el énfasis en ser testigos (Apoc. 1:2; 6:9;
11:3; Jn. 1:7, 41; 1 Jn. 1:2; etc.) y en obedecer los manda-
mientos de Dios (Apoc. 1:3; 3:10; 12:17; 14:12; Jn. 14:15, 21;
15:10; 1 Jn. 2:3-4; 3:22, 24; 5:2-3; etc.). También, estas obras

1 Aunque las palabras son distintas.


22
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surgen de la misma región. El Apocalipsis se dirige a siete


iglesias alrededor de Efeso, y la tradición de la iglesia asocia
el evangelio de Juan y sus tres cartas con esta misma ciudad.
Por otro lado, la gramática del Apocalipsis (en el griego, no
reflejada en las traducciones) es muy distinta a la del
evangelio y de las cartas de Juan. De hecho, es única en el
Nuevo Testamento, llena de solecismos (expresiones que no
siguen las reglas de la gramática). Dionisio se basó en esta
diferencia radical para sostener que el autor del Evangelio no
puede ser también autor del Apocalipsis. Charles Cutter Torrey,
en un artículo publicado en Documents of the Primitive Church
(1941), opina que estos no son errores accidentales, sino que
el autor escribió así a propósito, porque los errores son de
ciertas clases bien definidas, y el autor observa en unos
pasajes las mismas reglas que viola en otros pasajes. Swete
también comenta que Juan no siempre, o tal vez nunca,
escribió así por ignorancia. Es posible que Juan pretendía
crear un sabor extranjero o semítico con estos solecismos.
En conclusión, hay evidencia interna que apoya la
identificación del vidente Juan como el autor del evangelio y
de las cartas de Juan, y también evidencia interna en contra

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24

de ella. Algunos estudiantes postulan otro Juan como autor del


Apocalipsis. Aun en el tercer siglo, Dionisio de Alejandría
afirmó que el autor del Apocalipsis fue un hermano llamado
Juan, distinto al apóstol. No es posible lograr certidumbre,
pero tampoco es necesario establecer la identidad exacta del
autor para entender el mensaje del Apocalipsis. La hipótesis
de esta interpretación es que el Juan del Apocalipsis es el
apóstol, hijo de Zebedeo.
El Apocalipsis mismo demuestra que fue escrito en un
tiempo de persecución, y específicamente en un tiempo
cuando la adoración a un emperador amenazaba a las
iglesias. Nerón (54-68 d.C.) persiguió a los cristianos, pero no
reclamaba adoración como divino. Algunos han sugerido que
el emperador del Apocalipsis fue Vespasiano (69-79),
principalmente porque él parece ser la cabeza que está
gobernando (17:10) después de cinco que cayeron. Sin
embargo, no hay evidencia que Vespasiano persiguiera a los
cristianos, ni que reclamara adoración como un dios.
Domiciano (81-96) parece ser el primer emperador que insistía
en ser reconocido como un dios, y lo hizo solamente en los
últimos años de su reino. La evidencia de que perseguiera a

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cristianos no es contundente, pero la persecución estaría de


acuerdo con la crueldad que caracterizó los últimos años de su
reino. La mejor opción para la fecha de composición de
Apocalipsis es 90-95 d.C. La tradición primitiva de la iglesia da
fuerte apoyo a esta fecha.

Propósito

Juan escribe para alentar a las iglesias de Asia Menor en


medio de la persecución. Su tema es la segunda venida de
Cristo, pero no la ve como exclusivamente futura, sino como
una realidad presente. Jesucristo, igual que Dios el Padre, es
“el que viene” (Apoc. 1:4, 7, 8; 4:8; Mat. 11:3; Luc. 7:19; Is.
35:4; 40:10; 62:11; 66:15; etc.), el que constantemente
interviene en los eventos de la historia para proteger a los que
creen en él y para castigar y llamar al arrepentimiento a los
rebeldes. Las circunstancias difíciles en que se encontraban
las iglesias no significaban que Dios estuviera lejos; precisa-
mente en medio de sus problemas él las acompaña.

25
26

BOSQUEJO DEL APOCALIPSIS

Introducción (1:1-8)

000000000. El Señor y sus mensajes a las iglesias (1:9 a


3:22)
0. La visión del Señor (1:9-20)
0. Los mensajes a las iglesias (2:1 a 3:22)
0.0 La realidad celestial (4:1 a 5:14)
0. Adoración al Creador (4:1-11)
0. Adoración al Redentor (5:1-14)
0.0 Los sellos (6:1 a 8:5)
0. Los cuatro caballos: ambición y guerra (6:1-8)
0. La persecución y el trastorno de la naturaleza (6:9-
17)
0. Dos interludios: la seguridad de los siervos de Dios
(7:1-17)
0. El último sello: otra advertencia (8:1-5)
0.0 Las trompetas (8:6 a 11:19)
0. El trastorno de la naturaleza (8:6-13)
0. La mala conciencia y la guerra (9:1-21)
26
27

0. Dos interludios: el testimonio de los siervos de Dios


(10:1 a 11:13)
0. La última trompeta: la consumación (11:14-19)
0.0 La guerra espiritual (12:1 a 14:20)
0. La victoria ganada (12:1-17)
0. Los aliados de Satanás (13:1-18)
0. La victoria consumada (14:1-20)
0.0 Las copas (15:1 a 16:21)
0. La presentación de las plagas finales (15:1-8)
0. El juicio de los adoradores de la bestia (16:1-9)
0. El juicio del reino de la bestia y de la ramera (16:10-
21)
0.0 La caída de la ramera y la victoria final (17:1 a 20:15)
0. La descripción de la ramera (17:1-18)
0. Su destrucción (18:1 a 19:4)
0. Las dos cenas finales (19:5-21)
0. Un nuevo gobierno para la tierra (20:1-6)
0. El juicio final (20:7-15)
0.0 La nueva creación (21:1 a 22:5)
0. Su venida (21:1-8)
0. Su descripción (21:9 a 22:5)

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Conclusión (22:6-21)

28
29

EXPOSICION DEL APOCALIPSIS

Introducción (Apocalipsis 1:1-8)

Introducción de un apocalipsis (1:1-3)

Revelación traduce la palabra griega apocalipsis, la


palabra que describe el género literario al cual sigue Juan en
esta obra. Juan comienza su obra con la fórmula
acostumbrada de un apocalipsis: “Apocalipsis de X,” pero en el
lugar del nombre del vidente, pone a Jesucristo. Establece
que el centro y tema de su obra no serán visiones fantásticas
ni predicciones acerca del futuro, sino el León de la tribu de
Judá, quien se convirtió en Cordero inmolado para salvar a un
pueblo innumerable y hacerlo pueblo de Dios (5:5, 6, 9). Quien
tiene un mensaje para los lectores no es un héroe del pasado,
como en otros apocalipsis, sino el Señor viviente del pasado,
presente y futuro.
Juan describe el contenido de su Apocalipsis como lo que
sin demora tiene que suceder. Esta frase y el tiempo de su

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30

cumplimiento está cerca en el versículo 3 indican que Juan


describe eventos inminentes. Sin embargo, el regreso de
Cristo no ocurrió en la generación de los lectores ni ha
occurrido en los 1,900 años que han pasado después. ¿Se
equivocó Juan? Es la tesis de esta interpretación que Juan
aplica la verdad de la segunda venida de Cristo a su propio
día y a la situación de las iglesias a las cuales escribe. Las
cosas que él describe efectivamente sucedieron sin demora,
en la vida terrenal de sus lectores. Las mismas cosas todavía
están sucediendo y sucederán al final de la historia.
Jesucristo manda esta revelación a Juan por medio de su
ángel. Los ángeles en el Apocalipsis generalmente no son
símbolos. Más bien sirven para facilitar la acción del drama y
la revelación de Dios. Son parte del “ropaje” apocalíptico; una
de las características de la literatura apocalíptica son ángeles.
Juan se identifica como uno que ha proclamado el
testimonio de Jesucristo que es palabra de Dios (2); Jesús
es el centro de toda la revelación de Dios. Juan da fiel
testimonio de todo lo que vio. Este verbo se refiere
normalmente en un apocalipsis a las visiones que se
describen, pero aquí se refiere a lo que vio como testigo ocular

30
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del ministerio terrenal de Jesús.


Apocalipsis 1:3 es la primera de siete felicitaciones (o
bienaventuranzas) en el libro (1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6;
22:7, 14). Es posible que en 1:3 Juan esté adaptando una
felicitación de Jesús, preservada en Lucas 11:28. Menciona al
que lee (singular) y a los que escuchan, porque su libro iba a
ser leído en una reunión o culto de cada una de las
congregaciones de Asia Menor.
En esta felicitación de Juan, el énfasis no cae sobre el acto
de leer o de oír, sino sobre la obediencia. Serán dichosos
solamente si hacen caso del mensaje de esta profecía. Igual
a toda la Biblia, el Apocalipsis fue escrito para modificar
nuestra actuación y relaciones, no simplemente para aumentar
nuestra información. Juan no escribía con el propósito de
satisfacer curiosidad acerca de los eventos del fin del mundo,
sino para orientar a sus lectores acerca de la manera en que
deben responder a los acontecimientos que enfrentan en su
propia generación.

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32

Introducción de una carta (1:4-6)

Juan incluye una segunda introducción, la que


corresponde a una carta. Los destinatarios son las siete
iglesias que están en la provincia de Asia. Estas son
enumerados en el versículo 11. Aquí siete es más símbolo que
cantidad. Hubo otras iglesias en esta área, como las de
Colosas (Col. 1:2) y Hierápolis (Col. 4:13). Juan escribe a la
comunidad creyente de Asia en su totalidad; con la selección
de siete congregaciones recalca que esta comunidad existe
por iniciativa de Dios el Creador.
Siguiendo la costumbre de las cartas griegas, Juan manda
un saludo a sus destinatarios. El saludo acostumbrado entre
los griegos fue jairin, “regocijarse”; los judíos se saludaban
diciendo shalom, “paz.” Los cristianos combinaban los dos
saludos en uno: gracia (jaris, semejante en sonido a jairin) y
paz. La gracia es el favor de Dios, dirigido a los que merecen
solamente su condenación. La paz es el bienestar que resulta
de la gracia en la vida del creyente. De acuerdo al sentido de
la palabra hebrea shalom, paz incluye prosperidad, salud y

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33

bienestar, pero el centro del shalom son buenas relaciones,


con Dios y con otros seres humanos.
Juan describe la fuente de la gracia y la paz con una tríada
(4b-5a). Primero, menciona a aquel que es y que era y que
ha de venir.2 Al leer este título, muchos piensan
inmediatamente en Jesucristo. Sin embargo, el tercer miembro
de la tríada (5a) es Jesucristo, y no parece lógico que Juan lo
mencionara dos veces en ella. Cuando descubrimos que el
segundo miembro es el Espíritu Santo, se vuelve claro que el
primero tiene que ser Dios el Padre. El título enfatiza la
eternidad de Dios, y es una interpretación del nombre Yahvé
(el SEÑOR o Jehovah en algunas versiones) con el cual Dios
se describe a sí mismo en el Antiguo Testamento (Ex. 3:14-15,
etc.). Dios es el que “es” eternamente, el único que existe por
su propia naturaleza y voluntad, y no porque fue creado. Es el
que da existencia a todas las demás personas y a todas las

2 La forma gramatical que Juan emplea aquí es llamativa. Emplea la


preposición apo, que se usa exclusivamente con el caso genitivo, pero expresa
su complemento en el caso nominativo, que no se usa con preposiciones. Juan
utiliza participios para decir aquel que es y que ha de venir, pero en medio
usa un verbo indicativo para expresar el que era. Es probable que usa el
nominativo para enfatizar la calidad absoluta y eterna de Dios. El segundo
verbo no es participio porque en el griego, no existe un participio pasado del
verbo eimi que Juan emplea.
33
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cosas.
En la tercera cláusula de esta descripción, Juan cambia el
verbo que usa; no dice, “y que será,” sino “y que viene” (el
participio es presente). En el contexto de las primeras dos
cláusulas, esta última expresa la existencia futura de Dios,
pero también recoge las descripciones de Dios en el Antiguo
Testamento como “el que viene” (Sal. 50:3; 96:13; Mal. 3:1;
etc.). Este verbo interpreta la tensión entre la trascendencia de
Dios y su inmanencia. Dios es trascendente; no es parte del
universo, ni limitado a una existencia dentro de él, porque no
es criatura sino Creador. Sin embargo, no está alejado de su
creación, sino que viene constantemente para establecer la
justicia y limitar la maldad. “El que viene” es una descripción
dinámica del interés y la actividad constantes del Dios
trascendente en su creación.
A la vez, el verbo “venir” trae a la mente del lector cristiano
la esperada venida de Cristo, que es el tema del Apocalipsis.
La aplicación del verbo al Padre, Dios del Antiguo Testamento,
confirma que la venida de Cristo es la intervención de Dios,
prometida en las profecías del Antiguo Testamento. En
Jesucristo, Dios viene a su creación para darse a conocer y

34
35

para juzgar a sus criaturas.


El segundo miembro de la tríada que da gracia y paz se
describe como los siete espíritus que están delante de su
trono. Antes notamos que la referencia aquí es al Espíritu
Santo (p. 2). El Espíritu se encuentra delante del trono de
Dios, para servirle. El número siete expresa la perfección del
Espíritu y su procedencia de Dios. Así que los siete espíritus
es equivalente simbólico de los títulos Espíritu Santo y Espíritu
de Dios.
En Isaías 11:2, la palabra Espíritu aparece cuatro veces,
modificada por siete genitivos. Algunos piensan que Juan
alude a estos “siete espíritus.” Por otro lado, Zacarías 4:10
habla de siete ojos del Señor, que recorren toda la tierra
(véase Zac. 3:9). Apocalipsis 5:6 indica que Juan está
pensando en este pasaje de Zacarías cuando describe así al
Espíritu Santo. También, son siete los Espíritus porque las
iglesias son siete. El Espíritu de Dios está presente con cada
una de las iglesias de Jesucristo, y cada iglesia depende del
Espíritu para su existencia y para cumplir su misión.
El tercer miembro de esta tríada es Jesucristo, el testigo
fiel (5). Los que creen en Jesús son llamados a continuar su

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testimonio (2), a ser fieles bajo la persecución como Jesús fue


fiel hasta la muerte. Fiel implica tanto lealtad personal como
veracidad. Jesucristo también es el primogénito de la
resurrección. Su resurrección, igual que su testimonio, no fue
simplemente un asunto personal, sino un modelo y promesa
para los que le siguen. Finalmente, él es el soberano de los
reyes de la tierra. Como testigo fiel, Jesús es soberano en la
iglesia; como primogénito de la resurrección, es soberano en
el mundo venidero. Jesús es soberano también sobre los
poderes terrenales que están persiguiendo la iglesia. ¿Cómo
es posible decir esto cuando las acciones de estos
gobernantes no se conforman a los principios morales que
Dios en el Antiguo Testamento y Jesús en el Nuevo enseñan, y
cuando los gobernantes están atacando a los testigos que
representan a Jesús en el mundo? El resto del Apocalipsis
presenta la respuesta que Juan recibió.
La tríada de Apocalipsis 1:4b-5a, entonces, es la que la
teología cristiana llama la Trinidad. La asociación estrecha del
Espíritu y de Jesucristo con el Dios eterno como fuente de la
gracia y la paz muestra que Juan no los consideraba meros
servidores subordinados a Dios, sino personas de igual

36
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dignidad. Aunque la doctrina de la Trinidad nunca se define


formalmente en el Nuevo Testamento, es un presupuesto de
numerosos pasajes como éste.
Después del saludo, Juan pronuncia una doxología a
Jesús (5b-6), el que nos ama y que por su sangre nos ha
librado de nuestros pecados, al que ha hecho de nosotros
un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre. Jesús
mostró su actitud de amor en el evento de la crucifixión,
rescatándonos de nuestras rebeliones contra Dios. Estas
rebeliones estaban destruyendo nuestra vida, porque nos
separaban de la relación que es el propósito de Dios para su
creación y nuestra razón de existir.
Juan describe esta relación como un reino, sacerdotes.
“Un reino” puede significar que nos colocó en el reino de Dios
como ciudadanos leales. Este es un aspecto de nuestra rela-
ción con Dios, pero Apocalipsis 2:27; 3:21; 4:4; 5:10; etc.
muestran que la descripción incluye más. El amor y el sacrifi-
cio de Jesús hacen de los que creen en él reyes, colaborando
con Dios en su gobierno. El verdadero poder real pertenece,
no al Imperio Romano, sino a los cristianos perseguidos. Para
iglesias perseguidas, esta afirmación posiblemente fue más

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sorprendente que la descripción de Jesús como el soberano


de los reyes de la tierra. Si los cristianos son reyes, ¿por qué
están sujetos a persecución y aun muerte (2:13) a manos de
las autoridades políticas? Un propósito del Apocalipsis es
contestar esta pregunta.
Estos “reyes” son también sacerdotes. El sacerdote
representa a los hombres ante Dios y a Dios ante los hombres.
En representación de los hombres, los creyentes tienen la
responsabilidad de adorar a Dios, cumpliendo la función que
Dios ha asignado a toda la raza humana. También deben
interceder ante Dios a favor de sus semejantes, pidiendo que
Dios les dé a todos una relación creciente con él.
En representación de Dios, tienen la responsabilidad de
comunicar el mensaje a sus semejantes, e invitarles a
reconocer su rebelión y aceptar el perdón y la relación que
Dios ofrece. Las actividades que ocupan a los creyentes a
través de todo el Apocalipsis son sacerdotales: adorar a Dios y
testificar a los hombres.
Al que transformó a rebeldes en reyes y sacerdotes por su
sangre, se debe toda la gloria. El merece el reconocimiento
supremo de toda la humanidad. También de él es el poder.

38
39

Cuando Juan escribió, parecía que el poder en este mundo


pertenecía a los enemigos de los seguidores de Jesús, y que
este poder amenazaba con exterminar a los que obedecían a
Jesús. Sin embargo, Dios proclama que las apariencias
engañan. Jesús es Hijo de Dios y su poder, aunque a veces
invisible, es supremo y eterno.

¡Viene! (1:7-8)

Después de las introducciones de un apocalipsis (1-3) y de


una carta (4-6), Juan expresa el tema de su obra: una venida.
Posiblemente no exprese el sujeto de viene porque quiere que
sus lectores piensen en dos posibilidades. Como cristianos,
entenderían inmediatamente que el que viene en las nubes
es Jesucristo; el tema del Apocalipsis es la segunda venida de
Jesús. Sin embargo, según 1:4 y 8 “el que viene” es Dios. La
venida de Cristo es la venida de Dios. En Cristo Dios viene,
para rescatar a su pueblo, para corregir a los que yerran, para
llamar a la fe a los que no lo conocen.
La frase viene en las nubes se deriva de Daniel 7:13; allí
aquel que viene es alguien como un hijo del Hombre, título

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40

que Jesús se aplicó a sí mismo. La venida de Jesús (tanto


primera como segunda) es el cumplimiento de esta profecía de
Daniel. Dios quiere que todo ojo vea la venida de Jesús y
responda con arrepentimiento y fe. Al final de la historia, todos
lo verán literalmente.
El Apocalipsis está lleno de lenguaje tomado del Antiguo
Testamento. Newport nota (en su comentario a 1:13) que las
visiones vienen a Juan en términos de la revelación del
Antiguo Testamento y afirma que “la mejor manera de
prepararnos para una nueva revelación de la verdad es
estudiar la revelación que Dios ya ha dado.” Sería tedioso y
casi imposible mencionar todas estas citas y alusiones en un
comentario, pero mencionaremos algunas y pedimos que el
lector recuerde que son muchos más los vínculos con el
Antiguo Testamento.
Quienes lo traspasaron y harán lamentación son
alusiones a Zacarías 12:10, y todos los pueblos parece
reflejar Zacarías 12:9. Juan aplica la profecía de Zacarías 12 a
Jesús y su esperada venida. Jesús viene a todos, aun a los
que le han rechazado y crucificado. La lamentación que
sienten al verlo es el primer paso para llegar a una relación

40
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con Dios por medio de él. Esta pena les debe estimular a
arrepentirse. El arrepentimiento, un elemento clave en el
Apocalipsis (2:5, 16, 21, 22; 3:3, 19; 9:20, 21; 16:9, 11) es el
comienzo de la fe.
Juan exclama, ¡así será! Amén. Por fe proclama que
Jesús viene, aun cuando no se perciben evidencias de ello.
El que habla en 1:8 no es Jesucristo, el testigo fiel (5)
sino el que es, y que era y que ha de venir (4). La venida de
Jesús es la intervención prometida por Dios en el Antiguo
Testamento. El versículo 8 es una compilación de títulos
aplicados a Dios en el Antiguo Testamento. Yo soy se usa
como nombre de Dios en Exodo 3:14 e Isaías 48:12. Yo soy el
Alfa y la Omega es semejante a Isaías 44:6: Yo soy el
primero y el último (véase 48:12). El Alfa y la Omega son las
letras primera y última del alfabeto griego, en el cual escribe
Juan. Probablemente Juan piensa en una frase que los
rabinos usaban para describir a Yavé: “Aleph y Tau,” las letras
primera y última del alfabeto hebreo. El Señor Dios es una
combinación que se encuentra en el Antiguo Testamento (Dan.
9:9; véase Sal. 35:23; Gén. 2:4; 15:2; etc.). Ya vimos en el
comentario al versículo 4 que el que es, y que era y que ha

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42

de venir es una interpretación del nombre Yavé o Jehová.


Finalmente el Todopoderoso traduce el griego pantokrator (“el
que gobierna todo”), que se usa en la Septuaginta para
traducir el título sabaot (1 Sam. 1:3; 2 Rey. 3:14; Sal. 24:10;
Mal. 1:6; etc.).

El Señor y sus mensajes a las iglesias


(Apocalipsis 1:9 a 3:22)

La primera visión del Apocalipsis es del Señor Jesucristo,


quien le da a Juan un mensaje para cada una de las siete
iglesias de Asia.

42
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La visión del Señor (1:9-20)

Juan empieza la descripción de su visión identificándose


con sus lectores (9). No es una figura del pasado hablando a
los fieles de los últimos tiempos, sino un contemporáneo de
sus lectores, quien participa en la misma persecución que
ellos sufren por el reino de Dios. En el sufrimiento, la fe se
expresa en la perseverancia que una relación con Jesús
hace posible. En concreto, Juan sufría exilio por su
proclamación de la palabra de Dios que es testimonio de lo
que Dios ha hecho en Jesús, el mismo testimonio que Jesús
dio cuando estaba físicamente en la tierra. El exilio de Juan se
realizaba en la isla de Patmos, una de numerosas islas
pequeñas en el Mar Egeo. Patmos mide 16 kilómetros por 10,
y dista unos 65 kilómetros de Efeso. En un día despejado,
Juan podía distinguir la costa de Asia y el puerto de Efeso
desde Patmos.
Fue el día del Señor (10), o domingo, y las congregacio-
nes de Asia se reunían para adorar a Jesucristo y a su Padre.
Juan identifica el día de su visión con la palabra que todavía

43
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hoy se usa en el idioma griego para designar el domingo. 3 La


expresión que identifica “el día del Señor” al final de la historia
(Amós 5:18; 1 Tes. 5:2; 2 Ped. 3:10) es otra. 4 Juan lamentaba
que no pudiera adorar con sus amados hermanos, pero no
está tan lejos de ellos, porque está adorando al mismo Señor
que ellos adoran. El Señor está presente tanto con Juan como
con ellos, y le da un mensaje para mandar a ellos.
De repente vino sobre él el Espíritu y Juan sentía la
presencia del Señor de una manera especial. Esta expresión
describe una éxtasis en la cual se ven las visiones narradas en
un apocalipsis (véase 4:2; Ezeq. 3:12, 14; 37:1). En este
estado elevado y espiritualmente sensible, Juan escucha una
voz fuerte. La comparación con una trompeta indica que la
voz es celestial, y enfatiza su volumen y su autoridad.
La voz manda a Juan escribir sus visiones y mandar el
documento a las siete iglesias (11). El número siete indica
sobre todo que el mensaje revelado es para todas las
congregaciones de los creyentes en Jesucristo. Su mensaje
podía animar a cualquier congregación en el primer siglo, y

3 κυριακη

4 κυριου
44
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sigue teniendo esta capacidad a través de los siglos que


pasan. El mensaje fue enviado primero a las iglesias de Asia
Menor, pero su alcance es universal.
El orden de las siete ciudades nombradas indica una ruta
que el “cartero” o mensajero que llevaba el Apocalipsis podía
seguir, empezando en el puerto de Efeso, la ciudad más cerca
de Juan, viajando al norte por Esmirna hasta Pérgamo, y
luego dirigiéndose al sureste hasta llegar a Laodicea. Es
posible que la intención de Juan es que, de cada una de estas
siete ciudades, se comparte su obra con iglesias vecinas.
Juan da vuelta para ver a la persona que le está hablando
(12). Este está en medio de siete candelabros de oro. En
1:20, Jesús le explica que los candelabros representan a las
iglesias. ¿Qué dice este símbolo acerca de la iglesia? El lector
moderno piensa inmediatamente en luz, y concluye que la
iglesia debe dar luz al mundo (Is. 49:6). Ya en la introducción
al Apocalipsis se ha mencionado el testimonio de Jesús (1:2,
5) y de Juan (1:3, 9); el testimonio va a ser un tema importante
del Apocalipsis.
El candelabro de oro también es símbolo de otra tarea de
la iglesia. En el Antiguo Testamento, el candelabro de oro es

45
46

una parte prominente del Tabernáculo (Exod. 25:31-40) y del


Templo (1 Rey. 7:49), lugares dedicados a la adoración de
Dios. El candelabro del Antiguo Testamento tenía siete luces,
el mismo número que encontramos en Apocalipsis (1:12).
El candelabro de oro es símbolo de la tarea doble de las
iglesias: adoración a Dios y testimonio ante el hombre. De
hecho, estos dos son aspectos de una sola actividad; la adora-
ción de Dios siempre debe ser testimonio ante el mundo, y el
testimonio es una adoración grata ante Dios.
El número siete sugiere que este testimonio y adoración
se da por el poder de Dios, comunicado por el Espíritu que
también se presenta como “siete” en Apocalipsis (véase 1:4;
4:5; 5:6). La tarea de la iglesia no se realiza por iniciativa
humana ni por poder humano, sino por la inspiración divina
comunicada por el Espíritu Santo.
En medio de los candelabros está alguien “semejante al
Hijo del Hombre” (13). Lectores cristianos reconocen que Hijo
del Hombre fue el título favorito de Jesús para describirse a sí
mismo. Esta expresión viene de Daniel 7:13, versículo ya
aplicado a Jesús en Apocalipsis 1:7. Jesús está en medio de
las iglesias, compartiendo sus sufrimientos y dándoles

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fortaleza para perseverar. Pero está presente no simplemente


como otro sufriente o como un mero simpatizante, sino como
el poderoso Hijo del Hombre, quien tiene el poder supremo y
eterno (Dan. 7:14). Si sus seguidores sufren, no es porque los
poderes perseguidores sean más fuertes que Jesús.
Los detalles de esta descripción del Hijo del Hombre
vienen de Daniel 7:9, la descripción del Anciano de Días ante
quien se presenta el Hijo del Hombre, y Daniel 10:5-6, la
descripción de un mensajero celestial. La túnica larga (Apoc.
1:13) significa dignidad, y la banda de oro (Dan. 10:5)
realeza. Algunos asocian la banda con el del Sumo Sacerdote
(Ex. 39:29), pero el cinturón del sacerdote no fue de oro.
La cabellera blanca (14) sugiere la dignidad y la sabiduría
de un anciano. Es posible que en este caso, aplicado a la
cabellera, el color no tiene su simbolismo normal de victoria.
Este detalle de la descripción se deriva de la del Anciano de
Días en Daniel 7:9 (nótese como la nieve). Por aplicarlo al
Hijo del Hombre, Juan sugiere de una manera indirecta la
divinidad de Jesucristo.
El símil como llama de fuego (14) viene de Daniel 7:9,
pero la aplicación a los ojos recuerda Daniel 10:6. Sugiere

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48

vista penetrante; Jesús conoce los secretos del corazón y del


futuro. Los juicios y las decisiones de Jesús no son debilitados
por un conocimiento limitado.
Pies que parecen bronce al rojo vivo en un horno (15)
simbolizan el poder y firmeza de la figura, y su voz ... tan
fuerte como el estruendo de una catarata indica la autoridad
y fuerza de sus mandamientos y sus promesas. La espada
que sale de su boca (16) enfatiza lo mismo. Es posible que
los dos filos representan el poder de la palabra de Cristo para
condenar y para bendecir, o el hecho de que él juzga tanto a
los rebeldes como a su propio pueblo escogido. Por otro lado,
este detalle puede tener solamente el propósito de enfatizar la
cualidad penetrante de la palabra: es como una espada que
corta entrando y también saliendo. El rostro radiante, como el
sol que ciega a quien lo contempla, también enfatiza la
autoridad y el poder arrollador de esta figura.
En su mano derecha Juan ve siete estrellas (16). Estas
se identifican en el versículo 20 como los ángeles de las siete
iglesias. Algunos han entendido estos ángeles como símbolo
de los pastores de las iglesias, porque “ángel” significa
mensajero. Sin embargo, el Nuevo Testamento nunca

48
49

identifica a los pastores como mensajeros de Dios. Esta


función correspondería más bien a los profetas neotesta-
mentarios. También, los mensajes de los capítulos 2 y 3 son
enviados a los ángeles, no entregados por ellos. Lo que se
dice al ángel, se dice a la iglesia.
Parece mejor identificar a los ángeles como la realidad
celestial y eterna de las iglesias. El pueblo de Dios es tanto
candelabro como ángel. Vive en la tierra, y debe ser
candelabro: adorar a Dios y testificar a “los habitantes de la
tierra” (6:10, etc.). A la vez, cuando Cristo redimió a este
pueblo, le dio vida eterna, existencia en el orden celestial; allí
la iglesia goza de comunión con Dios y está protegida por él.
Este doble aspecto de la vida de los creyentes está reflejado
también en las dos partes de Apocalipsis 7 y en las dos partes
del templo en Apocalipsis 11:1-2. Las iglesias están en la
mano de Jesucristo (véase Juan 10:28) y él está en medio de
ellas (Apoc. 1:13). Cuando testifican y adoran, arrojando luz
celestial (estrellas) sobre la tierra (candelabros), él está en
medio, dándoles el poder y la dirección. Cuando sufren
persecución y pruebas, él está en medio, sufriendo con ellas,
pero también las tiene en su mano, para preservar su vida

49
50

celestial aun en medio de peligros mortales. La mención de su


mano derecha, la que utilizaba un rey para sostener el cetro,
puede sugerir que las iglesias en su adoración y testimonio
son el instrumento por el cual el Rey de reyes ejerce su
soberanía. Jesucristo el Rey quiere que todos se acerquen a
él voluntariamente; su instrumento es el testimonio, no la
coerción.
Ante esta visión, Juan cayó ante los pies de Jesús (17).
Estar a sus pies sugiere adoración, pero Juan enfatiza que la
majestad de Jesucristo es tal que el hombre se siente como
muerto ante él. De la muerte que Juan merece por su
rebelión, Jesús lo resucita con el toque de su mano derecha
(véase Dan. 10:8-10). Luego dice, No tengas miedo, una
exhortación común en una manifestación celestial (Mat. 17:7;
28:10; Mar. 6:50; Luc. 1:13, 30). Jesús se identifica como el
Primero y el Ultimo, palabras que ya hemos reconocido
(sobre 1:8) como una descripción que Dios da de sí mismo en
Isaías 44:6 y 48:12. Yo soy también sugiere la divinidad de
Jesús. El que vive (18) recuerda la descripción Dios viviente
en Deuteronomio 5:26; Josué 3:10; Salmo 42:2; etc. Vivo por
los siglos de los siglos son palabras semejantes a la

50
51

descripción que Juan mismo dará de Dios en Apocalipsis 4:9,


10 y 10:6. Con estos títulos, Juan identifica al Hijo del Hombre
como Dios mismo.
Cuando Jesucristo dice que vive (18), no está hablando de
la vida que se conoce en este mundo, siempre contingente y
limitada por la muerte. El vive al otro lado de la muerte, y su
vida no tiene límites. Se extiende a toda la eternidad. Es más,
otorga su victoria sobre la muerte a otros. Tiene las llaves de
la muerte y del infierno para librarlos. ¡Jesús salió de la
muerte, y dejó la puerta abierta! El infierno (literalmente
Hades) siempre aparece en el Apocalipsis junto con la muerte,
y significa casi lo mismo. En el pensamiento griego, Hades es
el lugar donde se encuentran los muertos, y Juan la añade a la
muerte para recalcar la victoria de Cristo sobre la muerte. Esta
expresión también sugiere la divinidad de Cristo, porque según
los rabíes Dios tiene las llaves de la muerte y del Hades.
Jesús repite que Juan ha de escribir sus visiones para las
iglesias (19, véase 11). Describe el contenido de estas
visiones como lo que sucede ahora y lo que sucederá
después. Muchos comentarios sobre el Apocalipsis intentan
dividir el libro en dos secciones que corresponden al presente

51
52

y al futuro. Casi siempre dividen el libro en 4:1, donde la


misma voz repite la frase lo que tiene que suceder después
de esto. Sin embargo, en este libro Juan aplica las verdades
del futuro a la situación actual de los creyentes, y establece
cronologías solamente para romperlas y así frustrar cualquier
intento para anticipar cuándo regresará Cristo. Cada visión del
Apocalipsis describe realidades tanto futuras como presentes.
Apocalipsis 1:19 es una descripción del libro como un todo, y
no una fórmula para dividirlo en dos partes.

Los mensajes a las iglesias (2:1 a 3:22)

El Señor que Juan describe en 1:12-16 le encarga un


mensaje para cada una de las siete iglesias mencionadas en
1:11. Estos mensajes reflejan la situación específica en cada
congregación, pero también expresan principios que son
aplicables a todas las congregaciones de creyentes en todos
los tiempos.
Cada mensaje sigue el mismo formato:
000000000.0 Empieza con el mandato, Escribe al ángel de
la iglesia de ... El ángel de la iglesia es la iglesia en su

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realidad celestial, en comunión con Dios y gozando de su


protección (véase arriba sobre 1:16).
0. El que manda el mensaje se identifica en términos de 1:12-
20. (En el mensaje a Laodicea la descripción viene de 1:5.)
0. Comenzando con la palabra Conozco, el Señor describe
la situación de la iglesia y la exhorta en base de esta
situación. Esta sección, que es la más larga y el corazón
de cada mensaje tiene tres partes:
0. Elogio.
0. Crítica.
0. Consejo.
El orden de estos tres elementos puede variar, y pueden
estar mezclados. En el último mensaje (Laodicea), falta el
elogio; en el segundo (Esmirna) y en el sexto (Filadelfia),
falta la crítica.
0.0 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a
las iglesias. Este es el único elemento que no varía de un
mensaje a otro, salvo en su posición. Viene al final de las
últimas cuatro mensajes.
0. Una promesa dirigida al que salga vencedor. Estas siete
promesas utilizan varias figuras para prometer al creyente

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que persevere hasta el final que vivirá y participará en el


reinado de Jesucristo.

Efeso: la ortodoxia calcificada (2:1-7)

La primera descripción de Cristo (1) enfatiza su autoridad


sobre las iglesias y su poder para preservarlas (las tiene ... en
su mano derecha; véase 1:16) y su solidaridad con ellas en
sus tribulaciones (se pasea en medio de ellas; véase 1:13). El
Señor de las iglesias no está lejos, sino en comunión íntima
con ellas; conoce su situación y su necesidad.
La iglesia en Efeso es una iglesia que trabaja (2); se
caracteriza por obras y por duro trabajo. Es una iglesia que
no claudica ante las pruebas y dificultades; el versículo 3
enfatiza la perseverancia que ella manifestó en la
persecución. Finalmente, es una iglesia que practica el
discernimiento (2), que no acepta a todo aquel que pretende
ser apóstol; la iglesia vigila la verdad, como Jesús vigila a las
iglesias. El ideal de la vida cristiana es una vida activa en
buenas obras, que muestra perseverancia, y desarrolla bajo la
dirección del Espíritu la facultad de distinguir entre

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enseñanzas que concuerdan con la revelación de Dios y las


que solamente tienen apariencia atractiva.
En el versículo 4, Cristo presenta su crítica de la iglesia de
Efeso: que ha dejado su primer amor (véase Jer. 2:2). En su
celo por aborrecer la mentira (6), se ha olvidado cómo amar.
Ha perdido el calor del afecto que caracterizó el principio de su
peregrinaje cristiano. ¿Se refiere Jesús al amor hacia él y
hacia su Padre, o al amor entre seres humanos? En realidad,
es una falsa alternativa. “El que no ama a su hermano, a quien
ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto” (1 Juan
4:20). Normalmente este enfriamiento se manifiesta primero
en las relaciones humanas, porque son las visibles. Pero el
amor a Dios y el amor al prójimo siempre van en estrecha
relación; un alejamiento de Dios siempre se manifiesta en
relaciones humanas dañadas o rotas, y problemas entre seres
humanos son síntoma de un problema en la relación con Dios.
Podemos observar ejemplos de este fenómeno en muchos
tiempos y en muchas iglesias.
Hay que cuidar nuestro primer amor. Siempre existe la
tentación de encontrar nuestra motivación en la organización,
en la controversia o en la ambición de mantener el poder

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(Newport). O podemos caer en la rutina y continuar las mismas


actividades, pero sin amor o convicción. Y el más tentado es el
obrero más activo en el servicio cristiano. Nos involucramos
tan intensamente en nuestras tareas eclesiásticas que ya no
hay tiempo para atender a las relaciones. Es esencial
desarrollar disciplinas para ponernos ante la presencia de
Dios, como la oración constante y la lectura diaria, estudio
continuo y memorización de la Biblia. También hay que disci-
plinarnos para tener comunión y comunicación con nuestros
semejantes, y para restaurar las relaciones dañadas, a través
de la confrontación honesta y la confesión. Actividades
religiosas y aun servicio a otras personas no pueden ser
sustitutos de las relaciones.
Jesús exhorta a su iglesia a recordar aquel primer amor y
volver a él (5). Los recuerdos de las experiencias felices del
pasado son un recurso importante para orientarnos en el
presente. Se pueden recuperar el entusiasmo, amor y gozo
con los cuales uno servía antes. El Señor quiere que su iglesia
los recupere, y en su misericordia le permite los problemas y
las crisis para estimular la recapacitación.
En cinco de los siete mensajes, Jesús dice, ¡Arrepiéntete!

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(2:5, 16, 21; 3:3, 19) Esta exhortación falta solamente en los
dos mensajes que no contienen ninguna crítica. En este primer
mensaje, se repite dos veces la necesidad del arrepentimiento
(2:5) y en el cuarto mensaje, en el centro de los siete, la falta
del arrepentimiento es la crítica principal (2:21-22). La voluntad
de Cristo para su iglesia es el arrepentimiento. Este será su
llamado también al mundo incrédulo, pero primero llama a su
propio pueblo al arrepentimiento.
El creyente nunca llega en esta vida a tal madurez que ya
no necesite el arrepentimiento. Porque sigue siendo pecador,
sigue necesitando la disposición a cambiar, el perdón, y la
purificación de su voluntad y de sus acciones. Esta verdad
debe afectar la manera en que el creyente testifica. El
testimonio de un creyente que practica el arrepentimiento
constante nunca será, “Sé santo como yo,” sino,
“Acerquémonos juntos al Señor para buscar el perdón.” Tal
testimonio es más atractivo y más genuino. Hay que aprender
cómo acercarse a Dios y a los hombres como pecador, y no
como un supuesto ex-pecador.
Si la iglesia de Efeso no se arrepiente, su Señor amenaza,
iré y quitaré de su lugar tu candelabro (2:5). Jesucristo es el

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que viene (1:7). Su segunda venida se anticipa dentro de la


experiencia de su iglesia y del mundo. Viene para proveer lo
que su iglesia necesita, viene para sostenerla en la persecu-
sión, pero también viene para corregirla. Aquí la venida que
Jesús promete es claramente una visita para castigar, no para
premiar. Su propósito será quitar el candelabro de la iglesia de
Efeso. Esta amenaza significa que la iglesia o el creyente que
no actúa por amor, por muy ortodoxo o muy activo que sea, no
da una adoración adecuada a Dios ni un testimonio adecuado
al hombre--no es un candelabro efectivo. Si tal persona o tal
comunidad no se arrepiente, Jesús reconocerá que ya no es
su candelabro. La amenaza parece significar el fin de esta
iglesia. No podemos ser el pueblo de Jesús sin arrepentirnos.
La descripción de la situación de la iglesia de Efeso
empezó con un elogio (2-3), continuó con una crítica (4), y
llegó a su clímax con una exhortación (5). Pero después de la
amenaza, Jesús vuelve al elogio (6), felicitando a los
creyentes efesios porque aborrecen las prácticas de los
nicolaítas, las cuales yo también aborrezco. Es una iglesia
que sabe cómo aborrecer, aun cuando se le ha olvidado cómo
amar. Es correcto aborrecer lo que Dios aborrece.

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Cristo felicita a la iglesia de Efeso por aborrecer, no a los


nicolaítas, sino sus prácticas, porque Dios aborrece al
pecado, no al pecador. Juan describe la enseñanza de los
nicolaítas en los versículos 14 y 15. Se trata de una tendencia
gnóstica y libertina.
El refrán, El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu
dice a las iglesias (7), recuerda un refrán de Jesús en los
evangelios (Mat. 11:15; Mar. 4:9; Luc. 8:8; etc.). Recuerda al
lector que hace falta el discernimiento que viene de Dios para
entender los mensajes, y que cada uno de los siete mensajes
tiene aplicación a todos los creyentes.
El que salga vencedor es el creyente que se mantenga
fiel a Cristo a través de todas las pruebas y persecuciones de
su peregrinaje por este mundo. La victoria del creyente suele
ser secreta, como la de Cristo. El mundo percibió solamente
que Jesucristo murió derrotado, pero su fidelidad hasta la
muerte constituyó su victoria en obediencia al Padre. De
manera semejante, la victoria cristiana normalmente parece, al
mundo incrédulo, derrota.
El premio de esta muerte victoriosa es la vida. Aquí se
presenta por medio de una alusión a Génesis 2:9. La vida en

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relación con Dios, que el hombre perdió por su pecado (Gén.


3:22-24), está al alcance del creyente que persevera en
dependencia de Dios y obediencia a Dios.

Esmirna: la iglesia rica (2:8-11)

En este mensaje, Jesús se identifica como el Primero y el


Ultimo y como el que murió y volvió a vivir (1:17-18). Esta
última descripción puede ser una alusión a la historia de
Esmirna. La ciudad fue destruida por los griegos alrededor del
año 600 a.C. Alejandro Magno (356-333 a.C.) la fundó de
nuevo y su sucesor Lisímaco la restauró. Así que en un
sentido, Esmirna también murió y volvió a vivir.
La iglesia en Esmirna fue una iglesia pobre y perseguida;
Jesús dice, Conozco ... tu pobreza (9). ¡Sin embargo, añade,
eres rico! Los creyentes de Esmirna eran pobres en lo
material, pero su relación con Jesucristo y su lealtad a él en
medio de sufrimientos constituían riqueza espiritual. Tal vez
sea más fácil ser rico en relación con Dios en medio de la
pobreza material que en medio de la riqueza material, porque
ésta puede ser una distracción y aun un sustituto de la

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61

verdadera riqueza.
La persecución de los cristianos en Esmirna venía de los
judíos. Hacia 155 d.C., los judíos de Esmirna acusarían a
Policarpo, el obispo cristiano de Esmirna, de no adorar al
emperador. Policarpo fue quemado en hoguera por no
confesar, “Cesar es señor.” Murió proclamando, “Jesús es
Señor.”
Juan declara que estos judíos, aunque tienen el nombre
honrado que corresponde al pueblo de Dios, en realidad no
son más que una sinagoga de Satanás. No son seguidores
de Dios (véase Rom. 2:28; Gál. 3:7) sino que promueven los
intereses de Satanás cuando buscan aprovechar el poder del
estado para ganar la victoria en su argumento teológico con
los creyentes en Jesús.
Es un error utilizar este versículo para afirmar que todos
los judíos son seguidores de Satanás. El propósito de Juan,
quien también fue un judío, no fue justificar el antisemitismo
que se ha manifestado demasiadas veces en la historia
cristiana. El martirio de Policarpo, denunciado por judíos que
tampoco decían “Cesar es señor,” ilustra la situación en
Esmirna. Juan responde a agresión; no justifica otra agresión.

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La aplicación a nosotros es que, cuandoquiera que


apliquemos presión o violencia a otros por sus creencias,
estamos sirviendo a Satanás. La verdad de Dios se difunde
por la persuasión del Espíritu Santo y del amor, no por la
imposición o la fuerza.
En su mensaje a Esmirna, Jesús pasa directamente del
elogio (9) a la exhortación (10). Falta por completo la crítica.
También en el mensaje a Filadelfia (3:7-13), falta la crítica. Hay
dos semejanzas más entre los mensajes a estas dos iglesias.
Primero, se refiere a la sinagoga de Satanás (2:9; 3:9).
Ambas iglesias sufren persecución de parte de la sinagoga. 5
Segundo, ambas iglesias se sienten débiles (2:9: tu pobreza;
3:8: tus fuerzas son pocas). La persecución de las iglesias
las hace más concientes de su debilidad, de manera que
dependen más plenamente de Dios. También sirve para
purificarlas, de manera que su Señor no tiene que
reprenderlas y llamarlas al arrepentimiento. Uno de los
propósitos de Apocalipsis es explicar por qué Dios permite que
su iglesia sea perseguida. En los mensajes a Esmirna y
Filadelfia, empezamos a descubrir el valor de la persecución.

5 El único otro mensaje que menciona persecución es el que se dirige a


Pérgamo (2:13), pero parece que se trata de una persecución del pasado.
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Jesucristo dice a la iglesia de Esmirna que viene


sufrimiento (10). La persecución se va a intensificar; incluirá
encarcelamiento para algunos, instigado por el diablo. Esta
persecución durará diez días. De acuerdo al simbolismo
apocalíptico, diez representa lo completo del hombre; los
hombres incrédulos harán todo lo que puedan para destruir a
los creyentes. Sin embargo, el poder del mal es limitado por
Dios y no durará más que días. La cifra no sirve para que los
creyentes calculen cuándo vendrá el rescate; Canclini dice que
la expresión es tan indefinida como “un par de días.” Más bien
simboliza que lo peor que los hombres pueden hacer es poco
en comparación con la autoridad, el poder y el amor de Dios.
Dios permite esta persecución para ponerlos a prueba.
Todas las dificultades de la vida de fe son oportunidades para
confiar en Dios y aprender a perseverar en su poder. Por lo
tanto, el creyente no debe tener miedo de lo que ha de sufrir.
Es natural sentir temor ante una profecía como ésta, pero este
temor debe impulsarnos a acudir a Dios y pedir su ayuda. Así
el resultado final del sufrimiento será confianza en Dios. La
profecía sirve para que la iglesia de Esmirna, y nosotros los
lectores posteriores de este mensaje, nos preparemos

63
64

buscando a Dios antes del momento de la crisis.


Esta exhortación termina con una asombrosa paradoja: Sé
fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida (10).
Para vivir, ¡hay que morir! Encontramos la misma paradoja en
los evangelios (Mar. 8:35 y paralelos) y en las cartas del
Nuevo Testamento (Rom. 8:13; Gál. 2:20). En el contexto de la
persecución que avecina en Esmirna, esta exhortación da la
clave para enfrentar el martirio con valentía y fe: pueden
aceptar la muerte, porque vivirán. Esta seguridad ha sido el
secreto de la victoria de muchos mártires a través de la historia
cristiana.
Jesús llama la vida una corona. Se refiere a la guirnalda
que fue puesta en la cabeza del ganador de una competencia
en los juegos griegos. De la misma manera que este vencedor
recibe una corona de ramas o flores perecederas, el creyente
que completa su carrera mostrando fidelidad y confianza hasta
el momento de la muerte recibirá como galardón la vida eterna
e imperecedera al lado de su Señor.
Como en el primer mensaje (2:7), el refrán de 2:11a
recuerda al lector y al auditor (1:3) que este mensaje tiene
aplicación a todo el que tenga oídos para escuchar y

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65

obedecer al Espíritu de Dios.


La promesa al que salga vencedor es la misma que se
hizo en 2:7, la promesa de la vida verdadera, pero se presenta
con una figura distinta. El Señor ya indicó a la iglesia de
Esmirna que la fe puede producir muerte en este mundo (10),
pero promete que el creyente, quien es vencedor por su
fidelidad aun en el momento de la muerte, no sufrirá la muerte
segunda. Esta expresión implica una “primera muerte,” que es
el fin de la vida terrenal. La segunda es la separación de Dios,
que será el destino eterno de los que rechazan su invitación a
arrepentirse y aceptar una relación con él. Es la misma
realidad que Daniel 12:2 describe como quedar en la
vergüenza y en la confusión perpetuas; Juan 5:29 dice que
aquellos resucitarán para ser juzgados.

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Pérgamo: la iglesia demasiado aculturada (2:12-


17)

A la iglesia de Pérgamo, capital de la provincia de Asia,


Jesús se describe como el que tiene la aguda espada de dos
filos (12, véase 1:16). Aunque la autoridad política se
concentraban en Pérgamo, existe una autoridad y un poder
superior, que cuida a los creyentes.
Jesús conoce la situación difícil en que vive la iglesia de
Pérgamo, y la fidelidad que ha mostrado (2:13). La iglesia
habita donde Satanás tiene su trono. En la colina detrás de
Pérgamo se había construido una hilera de templos y altares a
varios dioses. El más prominente era el altar dedicado a Zeus,
que puede ser la fuente de esta descripción. Sin embargo, es
probable que Juan piensa también en el culto al emperador,
porque Pérgamo fue la primera ciudad de Asia en establecer
éste. La iglesia de Pérgamo servía en medio de poderosos
cultos a dioses falsos. En este ambiente mantuvo firme su
confesión del nombre de Jesús y no perdió su fe en él. Aun
siguieron fieles a pesar del martirio de un miembro de su
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congregación, Antipas. El había caído víctima del ataque de


Satanás. A este creyente, quien había pagado su lealtad con
la vida, Cristo le presta su propio título: testigo fiel (1:5).
La crítica de la iglesia de Pérgamo es que tolera a los
nicolaítas en su congregación (2:15; véase 2:6). Jesús
compara la doctrina de éstos con la de Balaam (14). En
tiempos del éxodo, Balac, rey de Moab, contrató a Balaam, un
vidente, para maldecir a Israel, pero Dios le obligó a Balaam a
bendecir, a pesar de las riquezas que Balac le ofreció (Núm.
22-24). Inmediatamente después los israelitas tuvieron relacio-
nes sexuales con mujeres de Moab, quienes los invitaron a
adorar a los dioses de los moabitas (Núm. 25:1-2).
Aparentemente éste fue otro intento de Balac para traer
maldición sobre Israel, siguiendo el consejo de Balaam (Núm.
31:16).
De manera semejante, algunos cristianos en Pérgamo
comían alimentos sacrificados a los ídolos y cometían
inmoralidades sexuales (14). Probablemente participaban en
banquetes paganos que incluían sacrificios a los dioses
paganos, o donde la carne comida había sido dedicada a un
dios. Es posible que estos banquetes eran actividades de los

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gremios (sindicatos), que eran fuertes en Pérgamo. Los nico-


laítas (15) enseñaban que Cristo ya purificó todas las carnes
(Mar. 7:19). Entonces, concluyeron, los cristianos pueden
participar en estas comidas con conciencia limpia. Los
banquetes incluían inmoralidades sexuales. Es posible que
Jesús acuse a algunos cristianos de Pérgamo de participar en
este pecado físico, pero la figura se usa en la Biblia para
infidelidad a Cristo y a Dios (Oseas 2:13, etc.). No hubo gran
distinción entre estas dos alternativas en el primer siglo,
porque con frecuencia la adoración a los dioses paganos
incluía actos sexuales. Juan condena la participación que los
nicolaítas aprobaban.
Hay tensión entre la enseñanza de Pablo acerca de comer
lo sacrificado a ídolos (1 Cor. 8:1-13; 10:14-30) y la de Juan
aquí. Los principios bíblicos tienen aplicaciones distintas en
situaciones distintas. Nunca es fácil vivir como creyente en un
mundo que no reconoce su Dios, y a veces es difícil determi-
nar el camino correcto. Aun es posible que creyentes sinceros
lleguen a conclusiones distintas. Pero la fe se expresa en el
esfuerzo sincero para descubrir y seguir la voluntad de Dios.
Parece que Pablo trataba la situación de una invitación para

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comer en casa de un amigo incrédulo o pagano. Era muy


probable que la carne servida había sido dedicada a un dios
por el carnicero, porque ésta fue la costumbre. Pablo dice que
el creyente puede comer sin hacer investigaciones. Juan, en
cambio, habla de un banquete dedicado en forma explícita a
un ídolo. Participar sería adorar públicamente al ídolo.
Se puede describir a la iglesia de Pérgamo como
“demasiado aculturada.” En la tensión entre identificarse con
el mundo para testificarle e identificarse como seguidor de
Cristo y de su Padre, los cristianos de Pérgamo se habían
inclinado demasiado hacia el mundo. La misma tensión y el
mismo peligro existen hoy.
La exhortación es la que Jesucristo dirigió a la iglesia de
Efeso: ¡arrepientete! (16) Llama a los creyentes a volver a
Cristo. Si no responden, él volverá hacia ellos en castigo. La
autoridad y el poder de Cristo se emplean para proteger a los
suyos, pero también para corregirlos. El instrumento del
castigo, la espada (ver también v. 12), era prominente en la
experiencia de Balaam (Núm. 22:23, 31; 31:8).
La promesa de vida se expresa a Pérgamo en la figura del
maná escondido (17). Como el maná sostuvo la vida de Israel

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en el desierto, Jesucristo provee el alimento necesario para


vivir en el desierto espiritual de este mundo. La vida, en su
aspecto físico y en el espiritual, depende de Cristo. Si los
creyentes se abstienen de alimentos sacrificados a los
ídolos (14) en los banquetes de la ciudad, recibirán de su
Señor un alimento infinitamente superior. La referencia al
maná es una invitación a los creyentes a recordar la provisión
inmediata y constante de Dios en el éxodo.
La descripción escondido se refiere a una leyenda judía.
Después de la destrucción de Jerusalén y del templo en 586
a.C., muchos judíos no querían aceptar que el arca del pacto,
símbolo sagrado de Dios, realmente fuera destruida. Surgió la
leyenda de que Jeremías (o un ángel) la había sacado del
templo en los últimos días de la guerra, y la había escondido.
Cuando llegara el Día del Señor, se encontraría el escondite;
entonces el arca, con la jarra de maná dentro de ella (Heb.
9:4), sería redescubierta. No hay que pensar que Juan creía
en la preservación literal del arca para entender que con esta
expresión, mira no solamente al ideal del pasado, sino también
al futuro esperado de Dios.
La piedrecita blanca (17) compara los deleites de los

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banquetes paganos con el premio que ofrece Cristo. A los


vencedores en los juegos griegos, se les daba una piedra
blanca, que servía como boleto de entrada al banquete de los
vencedores. De manera semejante, los creyentes que vencen
por su fidelidad a Cristo, aunque no participan en los
banquetes paganos, gozarán de una celebración superior, el
compañerismo con Cristo. Juan concibe este compañerismo
en términos del banquete celestial que los judíos esperaban al
final de la historia. Este banquete es un símbolo de la
restauración de la relación entre Dios y el hombre.
Sobre esta piedrecita está escrito el nombre nuevo del
vencedor (véase Isa. 62:2; 65:15). En la Biblia, el nombre de
una persona representa su carácter e identidad. Porque la
identidad se define en relaciones, y el pecado rechaza o
distorsiona las relaciones, tanto con Dios como entre seres
humanos, el pecado distorsiona la identidad humana. En
Cristo, Dios nos da una nueva identidad. Podemos saber
quiénes somos y ser quienes somos solamente en relación
con Dios, quien se pone a nuestro alcance en Cristo.

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Tiatira: la falta del arrepentimiento (2:18-29)

Una industria principal de Tiatira fue la fundición de


bronce. Con sus ojos que resplandecen como llamas de
fuego y pies que parecen bronce al rojo vivo (18), Jesús se
identifica con la ciudad.
Hay mucho que encomiar en esta iglesia (19). Ha servido
con amor y perseverancia. Ha crecido en sus obras. Su
ejemplo enseña a cada iglesia y a cada creyente que sus
últimas obras deben ser más abundantes que las primeras.
Ladd dice que Tiatira presenta la situación opuesta a la de
Efeso. La iglesia de Efeso prueba a los apóstoles y rechaza
los falsos, pero se ha enfriado en amor. La de Tiatira abunda
en amor y fe, pero tolera a los profetas falsos.
Una mujer de la iglesia pretende ser profetisa (20). El
nombre Jezabel casi ciertamente es simbólico; no existía en
ninguno de los idiomas de Asia Menor, sino que fue un nombre
fenicio. Solamente un judío o un cristiano conocería el nombre,
por leerlo en 1 Reyes, y leyendo no se lo pondría a su hija.
Como los nicolaítas (14-15), Jezabel ... enseña a los

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cristianos a cometer inmoralidades sexuales y a comer


alimentos sacrificados a los ídolos. Los gremios formaban
parte de la vida de todas las ciudades, pero fueron especial-
mente prominentes en Tiatira. Tal vez la enseñanza de esta
“profetisa” fuera que los cristianos tienen que vivir, por lo cual
tienen que trabajar. Para trabajar, hay que pertenecer a un
gremio. Así que no hay mayor inconveniente en participar en
las actividades de los gremios, aun cuando sean dedicadas a
dioses paganos e incluyan inmoralidad sexual. Jesús ya
rechazó esta manera de pensar en el mensaje a la iglesia de
Pérgamo.
Sin embargo, la mayor crítica de este mensaje no es la
participación en idolatría. El problema más grave en Tiatira es
la falta del arrepentimiento (21). El mensaje central (con tres
antes y tres más después) y más largo de los siete recalca la
necesidad central de las iglesias: el arrepentimiento. Esta
necesidad urgente no se encuentra solamente en Tiatira, ni
solamente en Asia, ni solamente en el primer siglo, sino en
todos los tiempos y en todos los lugares. Es la necesidad de
todo creyente y de toda la humanidad.
Jesus dice, le he dado tiempo para que se arrepienta.

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Tal es la finalidad de la paciencia que Dios muestra ante el


pecado (Rom. 2:4; 2 Ped. 3:9). Cuando el tiempo no produce
el arrepentimiento, Dios sigue buscándolo por medio del
castigo (22). Aquí el castigo se aplica de acuerdo a la ley de
talión: pecaron en una cama, y serán castigados en una cama.
La ley de talión se encuentra en muchos contextos en la Biblia
(Exo. 21:23-25; Mat. 5:38; etc.), normalmente como un control
sobre la venganza entre hombres. Pero en el Apocalipsis se
aplica al castigo de Dios, y tiene la finalidad de aclarar para el
pecador la causa de su desgracia. Este entendimiento facilita
el proceso de recapacitar y arrepentirse. Lo que Dios busca no
es venganza, ni ver sufrir al hombre, sino que éste se
arrepienta y acepte la relación por la cual Dios lo creó. Tan
importante es el arrepentimiento que Jesús repite que es lo
que busca (22, véase 5).
Es posible que haya dos grupos de pecadores en los
versículos 22-23, y dos castigos que amenazan. Parecería que
los hijos están más comprometidos con las malas prácticas
enseñadas por “Jezabel” que los que cometen adulterio con
ella, porque a aquéllos Jesús les amenaza, los heriré de
muerte, mientras éstos están en peligro de sufrir

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terriblemente, probablemente por enfermedad. Tal vez, como


dice Ladd, Juan distinga entre los que están luchando con la
expresión correcta de su fe dentro de un ambiente pagano
(22) y los que se han entregado a la enseñanza de la falsa
profetisa (23).
Los castigos del Señor son para escarmiento de los
castigados, pero también sirven para educar a otros. En este
mensaje central, Jesús recuerda a su pueblo que cada
mensaje tiene aplicación a todas las iglesias (23). Jesús quiere
que todas las iglesias, al ver el castigo de los seguidores de
Jezabel en Tiatira, aprendan que él conoce los secretos más
íntimos de todos. La mente es literalmente, “los riñones,”
símbolo en el Antiguo Testamento de la vida interior (Sal. 7:9;
Jer. 22:20; etc.). El Señor de las iglesias es el Juez de todos;
sus seguidores deben arrepentirse y vivir de acuerdo a su
voluntad y no como el mundo.
No todos los miembros de la iglesia en Tiatira habían
aceptado la enseñanza de Jezabel (24), aunque la toleraban
en su congregación (20). Jesús dice que no han aprendido
los mal llamados “profundos secretos de Satanás.” Está
citando una expresión de los jezabelitas, pero no está claro si

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ésta fue “profundos secretos de Satanás” o solamente


“profundos secretos.” Es posible que Jezabel enseñaba que a
los cristianos les conviene participar en los ritos paganos, para
conocer la profundidad del pecado del cual Cristo los ha
rescatado. Más probable es que Jezabel presentaba su
doctrina como “cosas profundas,” entendidas solamente por
los cristianos más maduros. Sólo los menos maduros viven por
escrúpulos innecesarios. En este caso, “de Satanás” es la
interpretación de Jesús y no parte de la frase usada por los
engañados y su maestra. ¡La “doctrina profunda” de estos
“maduros” es tan profunda que viene del infierno!
De los que no han caído en el engaño de Jezabel, Jesús
no pide arrepentimiento sino constancia (25). Para ellos la
venida de Cristo no será castigo (véase 5), sino reivindicación.
Cristo viene, dentro de la historia y a su fin, para castigar y
corregir, pero también para rescatar y premiar.
La promesa al que salga vencedor en este mensaje tiene
que ver con la calidad de la vida que Jesús ofrece (26-27). El
creyente perseverante compartirá la autoridad de Jesucristo
sobre las naciones. Creyentes débiles y abusados por los
poderes temporales tienen la esperanza de ejercer autoridad

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sobre éstos.
La promesa se expresa en palabras tomadas del Salmo
2:8-9. Este salmo describe la autoridad que Dios da a su
“ungido,” a quien dice en el versículo siete, “Tu eres mi hijo.”
Es interesante que la única vez que aparece el título Hijo de
Dios en Apocalipsis es al principio de este mensaje a Tiatira
(2:18). La identificación del Hijo con los que creen en él es tan
completa que aun les comparte su propia autoridad. Podemos
ejercer esta autoridad aun en el presente, en medio de los
conflictos y de la persecución, por medio de la adoración y el
testimonio. No es una autoridad para tomar venganza ni para
demandar honores, sino para servir como el Hijo sirvió y sirve.
Jesús promete también dar al vencedor la estrella de la
mañana (28). Esta expresión aparece en Números 24:17, en
la profecía de Balaam, quien fue presentado en Apocalipsis
2:14 como fuente del error que aqueja a las iglesias de
Pérgamo y Tiatira. En 22:16, Jesús dice que él mismo es la
estrella de la mañana. La figura sugiere luz, con todo el gozo y
entendimiento que la luz da. La estrella de la mañana es la luz
que aparece en las tinieblas de la noche, como promesa de la
plena luz que viene. Jesús es la luz que asegura al creyente

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que las tinieblas de este mundo no son permanentes. El


compañerismo con él es el anticipo de la plena luz de la
eternidad en comunión con Dios.
En este mensaje y en los que siguen, el recuerdo de que el
mensaje es lo que el Espíritu dice a las iglesias (plural,
incluyendo todas), viene después de la promesa al que salga
vencedor (29).
Sardis: la iglesia dormilona (3:1-6)

La descripción del remitente de este mensaje enfatiza su


conocimiento perfecto y cuidado perfecto de las iglesias. Los
siete espíritus de Dios se identificarán con los ojos de
Jesucristo en 5:6; y las siete estrellas representan las
iglesias, seguras en la mano de Cristo (1:16).
Lo que Jesús conoce de esta iglesia empieza con la crítica.
En cinco de los siete mensajes, Jesús empieza con los puntos
positivos. Las iglesias de Sardis y de Laodicea son las
excepciones. La iglesia en Sardis tiene la apariencia de una
iglesia viva y activa, pero en realidad está muerta. Siempre
enfrentamos la tentación de continuar observando las formas
de nuestra religión sin atender a la realidad que deben repre-

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sentar y servir: una relación a Dios y obediencia a él.


Jesús llama a la iglesia dormilona a despertarse (2). La
ciudad de Sardis quedaba al lado de un precipicio. Dos veces
en su historia había caído ante enemigos que subieron allí. La
ciudad confió en la seguridad de su posición,
equivocadamente. De manera semejante, la iglesia confiaba
en la seguridad de su relación con Cristo, pero no se mantenía
vigilante para sostener y fortalecer esta relación. Cristo no nos
ofrece una póliza de seguros que guardamos en un cajón del
corazón para sacar en caso de necesidad, sino una relación
dinámica, que se debe vivir todos los días. La perseverancia
es un aspecto de la fe.
La iglesia de Sardis no estaba totalmente muerta. Todavía
hay algo rescatable de su relación con el Señor, aunque está
por morir (2, nota). Jesús la exhorta a reforzar esto, y acabar
las obras que ha comenzado. Se deben despertar a la
realidad de que viven y actúan delante de Dios, en relación
con él y ante sus ojos.
Como la iglesia de Efeso (2:5), la de Sardis debe recordar
(3:3) lo que Dios le ha encargado. Se debe poner activa en
guardar esta encomienda y atender la relación con Dios que le

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da seguridad. Como a todas las iglesias que reciben crítica de


Cristo, le hace falta arrepentirse.
¡Se duermen mientras se acerca el ladrón! Jesús advierte
a la iglesia de las consecuencias de no despertarse a su
situación y vigilar su relación; él vendrá como un ladrón.
Jesús utilizó esta figura en una parábola para exhortar a sus
discípulos a vigilancia en espera de su regreso (Mat. 24:43;
Luc. 12:39). En 1 Tesalonicenses 5:2, 4 y 2 Pedro 3:10, la
figura se aplica al “Día del Señor.” El sentido es el mismo en
todos estos casos. La venida de Jesús no es semejante a la
del ladrón en su propósito (Juan 10:10) ni en sus resultados,
sino en lo imprevista. Uno debe vivir toda la vida en espera de
Jesús y de acuerdo a su voluntad, porque viene cuando
menos lo esperes.
Esta es la tercera vez en los mensajes a las iglesias que
Jesús dice que vendrá (véase 2:5, 16). 6 En los tres casos, la
venida es una amenaza que se puede evitar si la iglesia se
arrepiente. En 3:11, descubriremos que Jesús también viene
para guardar a los creyentes fieles. La respuesta de cada
persona al llamamiento de Cristo determina lo que significa la

6 Aunque la palabra griega es distinta, Jesús repite aquí la advertencia de


2:5, 16.
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venida de Cristo para ella. Jesús es “el que viene” (y Dios por
medio de él), y constantemente está viniendo para visitar su
creación. Apocalipsis presenta todas las manifestaciones de
Dios y Cristo en la época de la iglesia como anticipos de la
última venida de Cristo, que pondrá fin a la historia humana.
Aun en medio de la iglesia dormilona, Dios preserva un
remanente para continuar su obra. Hay unos cuantos que no
tienen solamente la forma de una relación con el Señor, sino
también su realidad (4). No se han manchado la ropa con los
valores, actitudes y prácticas del mundo, sino que son distintos
de él por su relación con Jesucristo. Ellos gozarán de
comunión con Cristo en la pureza de una relación positiva y
transformadora. Vestir de blanco indica que uno pertenece al
cielo, la morada de Dios (Mar. 9:3; 16:5; Hch. 1:10; etc.). En el
Apocalipsis, llega a ser símbolo de la vida eterna que gozan
los que se encuentran en la presencia de Dios, esto es, en
relación con él. Se desarrolla este simbolismo en el siguiente
versículo (3:5). Es probable que este símbolo participa también
del simbolismo del color blanco en general: victoria. Ropa
blanca también sugería en el primer siglo una fiesta, como la
celebración de los ganadores en los juegos griegos. Aquí en

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3:4, el contraste con ropa manchada indica que el simbolismo


de la ropa blanca incluye la pureza de vida que Cristo da a los
que creen en él. Así que la ropa blanca que Jesús promete
aquí simboliza cielo, vida, festividad, victoria, y pureza.
La promesa al que salga vencedor en este mensaje
incluye el vestir de blanco (5). Jesús también le promete que
su nombre no será borrado del libro de la vida. Este libro es
un símbolo que se repetirá con frecuencia en el Apocalipsis.
Viene del Antiguo Testamento (Exo. 32:32, 33; Sal 69:28; Dan.
12:1), y simboliza la lista de los que son ciudadanos del cielo
por su relación con Dios. Son los que participan en la vida
eterna, la única vida genuina. La última promesa de Jesús al
vencedor en este mensaje es: reconoceré su nombre
delante de mi Padre y delante de sus ángeles. Es un
recuerdo del dicho de Jesús preservado en Mateo 10:32 y
Lucas 12:8 (véase Mar. 8:38). El que vence la tentación de
negar su relación con Jesús en la tierra, no será negado por
Jesús en el cielo. Uno tiene la vida eterna porque Jesús lo
reconoce como suyo.
La palabra nombre es clave en el mensaje a Sardis;
aparece en los versículos 1, 4 y dos veces en el 5. La iglesia

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de Sardis solamente tiene “nombre” (traducido fama) de estar


viva (1). Sin embargo, hay algunos “nombres” (unos cuantos)
en la iglesia que tiene una relación con Cristo, no solamente
en nombre, sino en realidad (4). Son estos “nombres” que se
encuentran en el libro de la vida y que Jesús menciona ante el
Padre (5).

Filadelfia: la iglesia de la puerta abierta (3:7-13)

En este mensaje, Cristo se identifica como el Santo, el


Verdadero. Estos títulos no se aplican a Cristo en la visión del
capítulo 1, pero en 1:5, se llama el testigo fiel, y en 6:10 a
Dios se le describe con los mismos adjetivos (veraz traduce la
mimsa palabra traducida Verdadero en 3:7). La santidad de
Cristo—su soberanía, dignidad y pureza—se expresa en toda
la visión del primer capítulo. En 1:18, Cristo declara que tiene
las llaves, y 1:17 proclama su autoridad como el Primero y el
Ultimo. La frase llave de David viene de Isaías 22:22. Las
semejanzas de Apocalipsis 3:7 con 1:5 y 18 sugieren que
Cristo usa su autoridad para facilitar el testimonio de la iglesia
y para sacar a personas de la muerte y darles vida.

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Como en el caso de Esmirna, Jesús no expresa ninguna


crítica de la iglesia en Filadelfia. Con su autoridad suprema,
simbolizada en la llave de David, Jesús ha abierto delante de
ella una puerta que nadie puede cerrar (8). Esta puerta
simboliza la oportunidad de testificar y ofrecer la vida eterna a
otros. Una apertura para evangelizar aparece bajo la metáfora
de una puerta abierta en 1 Corintios 16:9; 2 Corintios 2:12 y
Colosenses 4:3 (véase Hch. 14:27).
La iglesia de Filadelfia recibe esta oportunidad y privilegio
porque ha sido fiel a Cristo. En medio de persecuciones y
pruebas, ha obedecido y proclamado la palabra de Cristo y no
ha renegado de su nombre. Sus fuerzas son pocas, pero
poca fuerza es suficiente cuando se usa para obedecer la
voluntad de Cristo y para aferrarse de su poder. El premio de
la fidelidad es una “puerta abierta,” una mayor oportunidad
para testificar (véase 1 Tim. 3:13).
En esta carta, Jesús hace una promesa a la iglesia (Apoc.
3:9-10) antes de darle una breve exhortación (11). Igual que
en 2:9, se identifican a los judíos que buscan promover su
concepto de Dios por coacción como sinagoga de Satanás.
No sirven a Dios con su violencia, sino que se oponen a su

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voluntad. Jesucristo promete que algunos de los


perseguidores en Filadelfia serán convertidos por el testimonio
de los creyentes pacientes. Por la disposición del Señor
soberano, se postrarán delante de los pies de los que antes
perseguían (la figura viene de Is. 45:14). Esta posición sugiere
adoración, pero no a los creyentes (19:10; 22:8-9). La puerta
para la evangelización (8) es también la puerta hacia la
presencia del Señor, hacia una relación con él. Los creyentes,
por su testimonio, son porteros de la sala del trono del Señor.
Sus enemigos se postran ante ellos porque reconocen al
Señor al otro lado de la puerta. Así reconocen a los testigos,
no como divinos, sino como testigos autorizados del verdadero
Dios. Jesús promete a la iglesia en Filadelfia que la
persecución servirá como oportunidad para un testimonio
efectivo.
El versículo 10 afirma una correspondencia entre la acción
de los creyentes en cuanto a Jesús y la de Jesús en cuanto a
ellos, una especie de ley de talión en sentido positivo. Porque
ellos han guardado (obedecido) la palabra de Jesús, él los
guardará (protegerá) a ellos. Mi mandato de ser constante
traduce una frase que significa literalmente “la palabra de mi

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paciencia.” La constancia que Jesús pide es la que él mostró


primero (véase 2 Tes. 3:5). Porque han sido obedientes en
medio de la prueba de la persecución, Jesús los protegerá de
la hora de tentación que vendrá sobre el mundo entero.
Los incrédulos prueban a los creyentes por la persecución,
pero Cristo prueba a los incrédulos, buscando su arrepenti-
miento.
Los que viven en la tierra es un término que se usa en el
Apocalipsis para designar a los incrédulos (3:10; 6:10; 8:13;
11:10; 13:8, 12, 14; 17:2, 8). Los incrédulos viven solamente
en la tierra; no tienen morada eterna con Dios. Los creyentes
viven en la tierra, pero su verdadera patria es la morada de
Dios.
Cristo viene pronto para proteger y socorrer a la iglesia de
Filadelfia en su tribulación (11). La venida de Cristo al final de
la historia se anticipa en sus venidas constantes dentro de la
etapa final de la historia. Aunque ninguno de los lectores
originales del Apocalipsis vivió hasta la Segunda Venida,
experimentaron su venida para estimularlos, corregirlos y
ayudarles en su peregrinaje cristiano. La esperanza de la
pronta venida de Cristo les estimula a retener la fidelidad que

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están mostrando. Así no perderán su corona--la relación con


Cristo que es galardón de la fe y fuente de vida (2:10). La
palabra corona es otro vínculo entre este mensaje y el que se
dirige a Esmirna; no aparece en los otros cinco mensajes.
La promesa al que salga vencedor es, primero, que será
columna del templo de mi Dios (3:12). En la antigüedad, se
colocaban columnas en los templos de los dioses con los
nombres de personas que la ciudad quería honrar. También en
el Nuevo Testamento, personas claves en una comunidad se
llaman “columnas” (Gál. 2:9). Los seguidores de Cristo eran
deshonrados y perseguidos por la sociedad de Filadelfia, pero
Dios les dará el honor que su sociedad les niega. Sin
embargo, el nombre que se pondrá sobre esta columna será la
de Dios, de Jesucristo, y del pueblo (ciudad) de Dios. La
nueva identidad que los creyentes reciben (2:17) es la imagen
de Dios, el cumplimiento del plan original de Dios para el
hombre (Gén. 1:26-27).
La nueva Jerusalén es una figura que se desarrollará al
final del Apocalipsis (21:1 a 22:5). Representa el pueblo de
Dios y la relación, otorgada por Dios, que convierte a
pecadores en pueblo de Dios.

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Jesús también promete que el vencedor ya no saldrá


jamás del templo de Dios. En el primer siglo, hubo varios
terremotos en Filadelfia, y muchos de sus ciudadanos vivían
en tiendas fuera de la ciudad por temor a ellos. El que cree en
Cristo tiene la seguridad que vence el temor.

Laodicea: la iglesia satisfecha (3:14-22)

En su mensaje a Laodicea, Jesús enfatiza su autoridad


como testigo y como agente de Dios en la creación y por lo
tanto en el curso de la historia. Lo que Jesucristo dice es la
verdad y él tiene autoridad para cumplirla. El Amén es una
palabra hebrea que expresa esta veracidad y fiel
cumplimiento; el testigo fiel y veraz es la interpretación que
Juan ofrece del término Amén.
El mensaje a Laodicea es el único que no incluye ningún
elogio. La iglesia tibia da asco al Hijo de Dios (16). La ciudad
de Laodicea, situada en un valle, recibía aguas termales por
acueducto. Estas se enfriaban parcialmente en su tránsito, y
cuando llegaban a la ciudad ya no estaba calientes, pero
tampoco frías (15). Aun peor, contenían cal y azufre, minerales

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que estimulan el vómito. Los viajeros que descendían de la


sierra veían estanques que prometían satisfacer su sed, pero
si tomaban de ellos, vomitaron y quedaron aun más
deshidratados.
Jesús compara a la iglesia de Laodicea con esta agua
(15). No se emociona ni se esfuerza para servir. El agua fría
sirve para refrescar, y la caliente para curar, pero la tibia
solamente da asco. La iglesia tibia, que profesa fe en el Señor
pero vive en conformidad satisfecha con su ambiente, da asco
a Dios (16). El no aguanta la apatía; debemos tener una
“tempuratura” distinta del mundo en el cual vivimos y
testificamos.
La iglesia de Laodicea es pobre, aunque se piensa rica
(17). La que se sentía pobre era en realidad rica (2:9). Cuando
nos sentimos satisfechos espiritualmente, es difícil acercarnos
a Dios con la sinceridad y urgencia debidas. Cuando estamos
concientes de nuestra necesidad, estamos más motivados a
acercarnos a la Fuente de toda verdadera riqueza (2 Cor.
12:9-10).
Jesucristo quiere que la iglesia de Laodicea se dé cuenta
de su verdadero estado. Es infeliz, miserable, pobre, ciega y

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desnuda, pero el peor aspecto de su condición es que no se


da cuenta de su necesidad; está satisfecha. Como una
persona desnutrida que ha perdido su apetito, no hace nada
para remediar su situación.
La iglesia de Laodicea confundió su condición material con
su condición espiritual. Laodicea fue una ciudad próspera,
debido a la fertilidad de la tierra alrededor de ella. Las ovejas
del área producían una lana negra muy estimada, y el buen
precio de la lana de Laodicea sostenía empresas bancarias.
Aparentemente los creyentes de Laodicea participaban en
esta prosperidad económica, y por lo tanto no sentían
necesidad de acercarse más a Dios. Los amigos de Job
cometieron el mismo error; al ver el sufrimiento económico y
físico de Job, concluyeron que tenía un problema espiritual. El
error de Laodicea y de los amigos de Job sigue en boga. Hoy
también hay quienes recomiendan el servicio a Cristo como la
mejor manera de asegurar la salud y la prosperidad material.
Cristo aconseja a su iglesia a comprar de él oro (18) para
su pobreza (17), ropa para su desnudez, y colirio para su
ceguera. No es por pagarle algo o por rendirle algún servicio
que uno compra de Cristo lo que necesita (Is. 55:1). Más bien

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Cristo exhorta a los satisfechos a darse cuenta que él es la


única fuente de todo lo que les hace falta. Las figuras que usa
para describir la necesidad y su provisión se basan en las
industrias de Laodicea. Aparte de sus bancos y su industria de
lana, había en Laodicea una escuela médica de renombre, y
se producía un polvo para los ojos. Había mucho oro en los
bancos de Laodicea, pero Jesús dice que lo que realmente
vale viene de él. En contraste con las telas negras de Laodi-
cea, él ofrece ropas blancas, la relación con Dios que es la
fuente y la esencia de la vida victoriosa y eterna. El “polvo de
Frigia,” producido en Laodicea, podía curar los ojos físicos,
pero Jesús ofrece visión espiritual, para ver las realidades
últimas. Los que sienten orgullo de su prosperidad material,
algún día descubrirán su vergonzosa desnudez, pero los que
vienen a Cristo descubrirán que él provee la verdadera riqueza
(una relación con él), la verdadera vida y el verdadero
conocimiento.
Jesús, fuente del verdadero bienestar, aun se encarga de
que los satisfechos se den cuenta de su necesidad. Los
reprende y disciplina para que renuncien su tibieza (3:19).
Reprende porque ama a la iglesia tibia, aunque no la soporta

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(15-16). Las dificultades que vienen en el camino cristiano no


son evidencia del abandono de Dios, sino de su amor (véase
Heb. 12:4-11; Prov. 3:11-12).
En la iglesia tibia y satisfecha el arrepentimiento debe
tomar la forma de ser fervoroso (Apoc. 3:19). La palabra
traducida así tiene la misma raíz que la traducida caliente en
15-16. Jesucristo castiga a su iglesia tibia para que se
emocione, que valore su relación con Cristo y con Dios. La
tranquilidad en una relación es una tragedia cuando se basa
en apatía. Es mejor tener un desacuerdo que no tener ningún
interés en las acciones o actitudes de la otra parte.
La disciplina que los laodicenses sufrirán es una expresión
de la búsqueda de ellos de parte de Jesús. El está a la puerta
de su vida (20; comp. Cant. 5:2). El Rey del universo (21) toma
el papel de un pordiosero, y toca las puertas de los seres
humanos, aparentemente buscando alimento. Pero el que
abre la puerta y recibe a Cristo, descubre que él viene no para
tomar, sino para dar una relación abundante y rica. El que
“cena” (símbolo de amistad y comunión íntimas) con Cristo
recibe mucho más que da. La iniciativa en la relación entre el
hombre y Dios siempre está del lado de Dios. Encontramos a

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Cristo porque él vino a buscarnos.


Apocalipsis 3:20 se usa mucho en el evangelismo, para
mostrar a los inconversos la actitud de Jesucristo hacia ellos.
Es significativo que su contexto original es una apelación de
Jesús a personas que ya creen. La necesidad del cristiano es
la misma necesidad que tiene el inconverso: recibir a Cristo,
permitirle acercarse a uno. Cada creyente sigue siendo un
pecador, necesitado del arrepentimiento y del perdón. Testifi-
camos a los incrédulos, no desde una posición de
superioridad, sino desde su lado. Recibiremos juntos la venida
de Jesús para perdonarnos y corregirnos.
La promesa al que salga vencedor en el mensaje a la
iglesia que no tiene nada para encomiar, es la más grande de
las siete promesas de Apocalipsis 2-3. Se le permitirá gozar de
comunión íntima con Jesús, aun en su trono (21). Jesús
compara esta comunión con la comunión que existe entre el
Padre divino y su Hijo, y esta autoridad con la autoridad del
Rey divino sobre su creación. Cuando Jesús toca la puerta, no
es un gesto de mera rutina; viene para ofrecer la vida más rica
que se puede imaginar.
Sin embargo, para recibir la vida que Jesús ofrece, uno

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tiene que vencer, esto es, perseverar en fidelidad a Cristo


hasta la muerte (2:10). Cristo venció muriendo; sus seguidores
no pueden esperar menos. Ante esta realidad, no cabe la
apatía en la vida cristiana.
Por última vez, suena el refrán que nos recuerda que estos
mensajes tienen aplicación a todas las iglesias y a todas las
épocas de la historia cristiana (22). Quien revela cómo se
aplican es el Espíritu.

La realidad celestial (Apocalipsis 4:1 a 5:14)

Aquí comienza la segunda visión del Apocalipsis. La


puerta abierta en el cielo facilita el movimiento de Juan para
recibir la siguiente visión, y se basa en Ezequiel 1:1. También
puede simbolizar el deseo de Dios de darse a conocer y entrar
en una relación con el hombre (véase 3:8).

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La misma voz que Juan oyó en 1:10 le invita a subir y ver


lo que tiene que suceder después de esto. Esta repetición
de una frase de 1:19 podría dar la clave para distinguir la
realidad presente (los mensajes a las iglesias) de los eventos
del fin revelados al profeta. Sin embargo, ya hemos notado
que el Apocalipsis aplica la venida final de Jesús, un evento
futuro, a la realidad presente de las iglesias. Lo primero que
sigue a esta frase de 4:1 es una descripción de Dios sentado
en su trono, una realidad que pertenece tanto al presente
como al futuro. En el Apocalipsis, Juan no revela a sus
lectores las realidades del fin del tiempo, sino que aplica lo
que los lectores ya conocen de estas realidades escatológicas
a su situación en el presente. La cronología de 4:1, como toda
cronología en el Apocalipsis de Juan, es establecida sola-
mente para romperla.
Un motivo común en la literatura apocalíptica es un viaje al
cielo. Los primeros lectores del Apocalipsis reconocerían este
motivo en la invitación de 4:1. Aunque algunas de las visiones
de Juan ocurren en la tierra y otras en el cielo, parece que el
cambio de escenario no afecta la interpretación de las
respectivas visiones.

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Adoración al Creador (4:2-11)

El trono de Dios (4:2-6a)

Juan recibe esta visión, como la primera (1:10), en el


estado de éxtasis provocado por el Espíritu (4:2). Lo primero
que ve es el trono de Dios. La realidad que los cristianos
perseguidos deben tener siempre presente es la soberanía de
Dios. Los eventos no se han escapado de su control. Su trono
está en el cielo, sobre toda autoridad y todo poder terrenal.
Juan nunca describe directamente al sentado en el trono
(3). Juan no ve una forma definida, sino luz y colores que
sugieren gemas finas. Dios no puede ser descrito en términos
humanos. Siempre es trascendente, rodeado de misterio;
entre más lo conocemos, más concientes estamos de que
Dios supera todo nuestro conocimiento. Es imposible hoy
saber a qué gema se refieren algunas de las palabras que él
emplea. La palabra jaspe, por ejemplo, se ha identificado con
gemas de color verde, blanco, rojo, y otros. La cornalina era
una piedra de color rojo o miel. Cualesquiera que sean los
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colores específicos de estas gemas, expresan la majestad


imponente y misteriosa de Dios.
Alrededor del trono había un arco iris, símbolo del pacto
de Dios (Gén. 9:13), en el cual se compromete a tratar al
hombre con buena voluntad. El arcoiris recuerda el pacto de
Dios con el hombre después del Diluvio. El Diluvio muestra la
realidad del juicio de Dios, un tema prominente del Apocalipsis.
El arco iris representa “promesa después de la catástrofe”
(Foulkes). El color esmeralda (verde) del arco iris sugiere vida.
El Dios misterioso y temible ha establecido un pacto con el
hombre, y su promesa es darle vida, aun cuando merece
juicio.
Los tronos que rodean el trono (4) sugieren el consejo
celestial, asesores de Dios que determinan con él los eventos
de la historia terrenal (Job 1:6; Sal. 89:7; Jer. 23:18). La
corona de oro en sus cabezas confirma que comparten la
autoridad de Dios. Sin embargo, el número venticuatro es un
múltiplo de doce, y simboliza el pueblo de Dios. Juan usa el
concepto del consejo celestial para afirmar la autoridad que
Dios otorga a los creyentes. Juan describe a las iglesias
pequeñas y perseguidas de Asia como corregentes con Dios

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(1:6; 2:26-27; 3:21). Las iglesias expresan esta autoridad es


como candelabros (1:12, 13, 20); reinamos cuando adoramos
a Dios y cuando testificamos. El número puede confirmar esta
tarea sacerdotal por allusion a los veinticuatro órdenes de los
sacerdotes levíticos (1 Crón. 24:7-18).
Los ancianos están vestidos de blanco (véase 3:6, 18),
símbolo de su victoria sobre las pruebas y de la vida eterna
que Dios les ha otorgado. Su número puede ser doce por dos:
una combinación de los simbolismos “pueblo de Dios” (doce) y
“que testifica” (dos), pero es más probable que es doce más
doce para simbolizar el pueblo de Dios antes de Cristo (Israel)
y el pueblo de Dios después de Cristo (la iglesia): en suma,
todos los creyentes.
Los relámpagos, estruendos y truenos (5) recuerdan
Exodo 19:16, y enfatizan la majestad de Dios y su control
sobre las fuerzas de la naturaleza. Estos fenómenos se
repiten al final de cada una de las series de siete (8:5; 11:19;
16:18), para recordar que los sucesos presentados en las tres
series son determinaciones del que está sentado en el trono.
El Espíritu Santo (véase 1:4) es representado por siete
antorchas de fuego delante del trono de Dios. Las antorchas

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sugieren que el Espíritu ilumina. El Espíritu también es fuego


(Mat. 3:11 par. Luc. 3:16; “apagar” el Espíritu en 1 Tes. 5:19),
un símbolo de su poder penetrante. Siete vuelve a enfatizar el
origen divino del Espíritu. También recuerda su presencia con
cada una de las iglesias, encendiendo su testimonio (Hch. 2:3-
4).
El mar de vidrio, como de cristal transparente (6)
recuerda la bóveda como cristal en Ezequiel 1:22, sobre el
cual se encuentra un trono (Ez. 1:26). En la literatura
apocalíptica, el mar normalmente es símbolo del mal (Apoc.
12:18), pero en 4:6 apenas si cabe este simbolismo. Aun si
entendemos el mar de vidrio como el mal derrotado y
domado, es difícil entender cómo cuadre el mal en la escena
de la soberanía de Dios. 7 Es mejor entender que el aspecto
cristalino y llano de este mar indica que no se trata del mal,
sino de la separación. Para Juan, en exilio en la isla de
Patmos, lo que le separaba de las iglesias fue el mar. En la
visión, el mar cristalino ante el trono de Dios indica la

7 Foulkes encuentra aquí “todo cuanto resiste ahora la voluntad de Dios;


pero, en última instancia, tales cosas contribuyen misteriosamente a dicha
voluntad.”

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trascendencia de Dios, quien no es parte del mundo que


nosotros habitamos, sino totalmente separado, diferente. No
está sujeto a las fuerzas de nuestra historia, sino que las
controla.

La adoración (4:6b-11)

Alrededor del trono, Juan ve cuatro seres vivientes (6b-


7). Representan el reino animal: el león, rey de los animales
salvajes; el toro, animal doméstico; el águila, la más noble de
las aves, y el hombre, la humanidad. El número cuatro
simboliza la naturaleza, el mundo que Dios creó para que lo
habitara el hombre. Así que en conjunto, los cuatro
representan la creación material, la naturaleza.
Cubierto de ojos es un detalle derivado de Ezequiel 10:12
(véase 1:18), donde describe a los cuatro querubines (10:1) a
los cuales Ezequiel también llama seres vivientes (1:5).
Ezequiel 1:5-10 y 10:12-14 son fuente de varios detalles de la
descripción de Apocalipsis 4:6-8. Los ojos sugieren a algunos
intérpretes que son seres angelicales que conocen a fondo la
creación para administrarla. Si interpretamos estos seres como

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representantes de la creación y no administradores, es


necesario entender los ojos como un detalle pintoresco traído
de Ezequiel, sin sentido simbólico.
Las alas y el cántico de estos animales (8) se derivan de la
descripción de los serafines en Isaías 6:2-3. El número seis no
representa aquí la maldad o el fracaso. Más bien recuerda los
tres pares de alas en la visión de Isaías (6:2), que simbolizan
la reverencia, la humildad y el servicio de estas criaturas.
Los seres vivientes adoran a Dios por su santidad, su
poder y su eternidad, tres realidades que la naturaleza revela
acerca de Dios (véase Rom. 1:20). El es santo: trascendente,
divino, distinto a todo lo demás que existe. Las tres repeti-
ciones de esta palabra indican el grado superlativo de
santidad, “santísimo”; la diferencia entre el Creador y la
creación es absoluta, no relativa. Dios es el Señor
Todopoderoso; no hay límite a su autoridad ni a su
capacidad. Ya hemos descubierto que la frase el que era y
que es y que ha de venir expresa la eternidad de Dios. La
naturaleza testifica a su Creador, y revela que es digno de
alabanza por su trascendencia, su poder y su eternidad.
Sin embargo, no todos los humanos reconocen en la

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naturaleza este testimonio de Dios y alabanza de él. Más bien


es la humanidad redimida, simbolizada en los veinticuatro
ancianos, que responde a esta adoración con un “Amén” (9-
11). Se trata de los que han acogido el perdón y la relación
personal que Dios ofrece, y ha aprendido a llamarle nuestro
Dios (11). Iluminados por el Espíritu Santo, reconocen lo que el
hombre en su pecado no puede percibir, que el mundo da
testimonio del Creador. Responden con energía: abandonan
sus tronos para postrarse ante Dios (10), se quitan sus
coronas y las arrojan ante Dios, y prorrumpen en un himno de
alabanza a Dios (11). Las coronas representan autoridad,
victoria y vida eterna. Rendirlas delante de Dios es reconocer
que la autoridad viene de él y debe ejercerse solamente
conforme a su voluntad, y confesar que la victoria y la vida no
son logros propios, sino dones de Dios.
Es interesante que todas las listas de las excelencias de
Dios en el Apocalipsis, como gloria, honra y acción de
gracias en 4:9 y la gloria, la honra y el poder en 11,
consisten en tres o cuatro (5:13) o siete (5:12) miembros.
Repitían en 4:8 traduce un verbo en tiempo presente, pero
los verbos griegos de 4:9-11 son futuros, aunque hablan de la

102
103

misma realidad. Tal vez Juan cambie el tiempo gramatical para


frustrar todo intento de establecer cronologías (véase
comentario sobre 4:1), e indicar al lector que no le
corresponde descubrir los tiempos del designio de Dios sino
ser candelabro: adorar y testificar (véase Hch. 1:7-8).

Adoración al Redentor (Apocalipsis 5:1-14)

El libro cerrado (5:1-4)

Juan observa que la figura sentada en el trono tiene en la


mano derecha un rollo sellado con siete sellos.
Normalmente se escribía solamente en un lado del rollo; la
escritura por ambos lados y los siete sellos indican que es un
escrito de mucha importancia. ¿Qué es el contenido del libro?
Puede ser la historia del mundo, controlada por Dios; el futuro
del hombre, su destino; o el juicio por Dios que es la última
palabra de esta historia y de este destino.
El ángel poderoso (2) expresa el anhelo de la raza
humana: abrir el rollo para que el ser humano conozca su
destino y entienda su historia. Pero ¿quién puede conocer el

103
104

futuro, o el sentido último de la existencia humana? En toda la


creación (3), no hay nadie digno de abrir el rollo, ni de
examinar su contenido (4). El ser humano es criatura, y no
puede conocer o controlar el futuro por su razón o su esfuerzo
propio. Aun más, el hombre por su pecado ha perdido su
vínculo con Dios, quien puede revelar la verdad acerca del
hombre. “Aparte de la persona y de la obra redentora de
Cristo, la historia es un enigma” (Newport). Juan expresa la
desolación humana ante esta situación trágica: lloraba mucho
porque no se pueden conocer los designios de Dios y porque
el mundo, por causa del pecado, parece estar fuera de control.

104
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El León/Cordero que controla la historia (5:5-7)

Uno de los ancianos anuncia la buenas nuevas: “¡Deja


de llorar!” Se acaban las lágrimas de la humanidad. El
León ... ha vencido y puede abrir el rollo. Los títulos el León
de la tribu de Judá y la Raíz de David vienen de Génesis
49:9 e Isaías 11:1, 10, dos profecías del vencedor ungido que
había de surgir de la tribu de David. La victoria es uno de los
temas que corre por todo el Apocalipsis. El creyente que es fiel
a Jesucristo vence (2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21) porque
Jesucristo, el León, ha vencido. Deja de llorar es parte del
evangelio que tenemos el privilegio de proclamar.
Juan ve lo que ha oído anunciado, pero el León resulta ser
un Cordero que estaba de pie, y parecía haber sido
sacrificado (6). Venció por someterse a la muerte. En lugar de
mostrar su poder derrotando a sus enemigos, lo mostró
sirviendo a los necesitados y débiles, y aceptando las
afrentas, los golpes y aun la muerte con mansedumbre y sin
represalias. Su ejemplo enseña a sus seguidores cómo
responder a los ataques, y les inspira a “ser fieles hasta la

105
106

muerte” (2:10). El poder del Todopoderoso se revela en la


cruz. Cuando el creyente se siente tan indefenso como un
cordero, debe recordar que está en la mano del León. Cuando
se siente fuerte, debe recordar el ejemplo del Cordero.
Aunque el Cordero ha sido sacrificado, está de pie. El
Cordero venció la muerte y resucitó. La muerte no tiene la
última palabra en el ministerio de Jesucristo, y por lo tanto
tampoco la tiene en la historia humana.
Los siete cuernos del Cordero representan poder (cuerno)
dado por Dios (siete) y por lo tanto perfecto. Los siete ojos
representan conocimiento perfecto. Por medio del Espíritu de
Dios, el Cordero ve todo lo que sucede. ¿Cómo puede tener
este hombre el poder y el conocimiento que pertenecen
solamente a Dios? ¿Cómo tener autoridad sobre el Espíritu de
Dios? Sin decirlo directamente, Juan presenta a Jesucristo
como Dios. Su posición en el centro de la escena celestial y
aun en medio del trono sugiere lo mismo.
En un acto dramático, el Cordero se acerca al trono y
recibe el rollo de la mano de Dios (7). El verbo recibió se
traduce más literalmente “ha tomado.” La acción es tan rápida
que no se ve; solamente se observa su resultado. ¿Cómo es

106
107

posible que no pide permiso ni vacila ante el trono de Dios?


Cristo toma el libro del futuro de la humanidad por derecho:
porque él es Dios. El evento histórico que Juan presenta bajo
la figura de “tomar el libro” es la venida, vida, muerte y
resurrección del Cordero, Jesús. Por estas acciones Jesús
determinó y reveló el futuro de la humanidad y de la creación
de Dios.

La adoración (8-12)

La adoración brota de nuevo, pero ahora está dirigida al


Cordero (8). Esta adoración viola el primer mandamiento—a
menos que el Cordero sea Dios.
El pueblo de Dios, los creyentes en Jesucristo, participa
en esta adoración por medio de sus oraciones. Estas se
comparan con incienso que sube a la presencia de Dios con
olor grato. El arpa sugiere un sonido grato; refuerza la lección
de que las oraciones son gratas a Dios.
La alabanza al León/Cordero se basa en la redención (9).
Por su autosacrificio, Jesús restauró nuestra relación con Dios.
Esta restauración incluye gente de toda raza, lengua, pueblo

107
108

y nación (los términos son cuatro, sugiriendo toda la tierra). El


acercamiento a Dios lleva a los seres humanos más cerca los
unos de los otros, de manera que resulta también unidad en la
humanidad. Este acto de Cristo transformó la vida humana en
servicio sacerdotal y en dignidad real (10). El cumplimiento del
designio original del Creador, de que los seres humanos
tengan relación con él y entre sí, y que tengan dominio sobre
la tierra (Gén. 1:26-28), se realiza en Cristo y en su sacrificio.
Con razón el “acto sencillo” del Cordero, su muerte y resurrec-
ción, sacudió “toda la escena celestial” (Canclini). Toda la
creación y todos los redimidos proclaman que Cristo es
digno ... de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos. El
destino de la humanidad y de toda la creación está en las
manos de Cristo.
Los ángeles secundan la alabanza terrenal (11). Juan
describe el número de ellos como cientos de millones. Es un
coro que no se puede imaginar, uniendo sus voces en
adoración de Jesús, el hombre que murió despreciado y
crucificado, el hombre cuyos seguidores sufren persecución a
manos del Imperio poderoso. Esta escena forma un contraste
sorprendente pero alentador con la situación de los lectores.

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El coro angelical enumera siete cualidades (12) para enfatizar


que a Cristo se le deben atribuir todas las perfecciones.

La coda (5:13-14)

Estos dos versículos combinan las verdades de los


capítulos cuatro y cinco. La adoración es expresada por toda
criatura, y se dirige tanto al que está sentado en el trono
como al Cordero.
Las áreas que se mencionan como morada de las criaturas
(13) son cuatro, número que simboliza el mundo que Dios creó
para que lo habitara el hombre. La repetición (todos en la
creación) da énfasis a la universalidad de la adoración, y por
ende a la suprema dignidad de Dios, Padre e Hijo. Toda la
creación existe para glorificar a Dios.
Sorprende la mención del mar, símbolo del mal en la
literatura apocalíptica. Tal vez Juan quiera afirmar que aun la
rebelión y la persecución no frustran el plan de Dios (véase
comentarios sobre 14:11; 16:12-16). Aun los perseguidores
finalmente reconocerán la soberanía de Dios.
Para cerrar el cuadro de adoración (caps. 4-5), se

109
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mencionan de nuevo los cuatro seres vivientes y los


ancianos (5:14), los que comenzaron la adoración (4:8-11).
Los grupos que son prototipo y representante de todo
adorador dan el Amén a la adoración, para formar una
inclusión8 con el comienzo de la adoración en el capítulo 4 y
así cerrar el cuadro de la realidad celestial.

Los sellos (Apocalipsis 6:1 a 8:5)

De la misma manera que los mensajes de Apocalipsis 2 y 3


surgieron de la vision de 1:9-20 (véase 1:19), esta sección no
es una nueva visión, sino la continuación de la que empezó en
4:1. Jesús abre los sellos del libro que tomó de la mano de
Dios (5:7). Ahora Juan va a tratar la cuestión que inquieta a
sus lectores: ¿Por qué permite Dios que su creación sufra
tantos trastornos? ¿Por qué permite que sus seguidores
sufran persecución?
Antes de enfrentar estas preguntas, Juan tenía que

8 Una “inclusión” es el uso del mismo elemento al principio y al fin de una


sección de una obra literaria. El autor usa la inclusión para ayudar al lector a
identificar los límites de la sección. Era una técnica común en la antigüedad,
cuando los escritos no se dividían en capítulos ni en párrafos.
110
111

presentar la realidad celestial (capítulos 4-5), que no se puede


percibir por los sentidos terrenales, y aun parece ser negada
por muchos eventos de la historia terrenal. Es imposible
entender correctamente los eventos terrenales si no creemos
en la realidad que Juan presentó en Apocalipsis 4 y 5: Dios es
el Creador de todo, soberano sobre su creación; en su amor,
este Dios soberano mandó a su Hijo, quien triunfó sobre la
rebelión por someterse a la muerte, y sacó de la muerte a un
pueblo restaurado a obediencia a Dios.

Los cuatro caballos: ambición y guerra


(Apocalipsis 6:1-8)

El Cordero, quien ha determinado el futuro del hombre


con su muerte y triunfo, rompe el primer sello (6:1),
comenzando a revelar el futuro que está en sus manos. Los
hombres, especialmente los que sufren, esperan con ansia
esta revelación. Quieren ver si el futuro explica su presente
tan frustrante.
Cuando se rompe el sello, uno de los cuatro seres
vivientes grita lo que los creyentes perseguidos gritan,
111
112

“¡Ven!” Esta petición se dirige al que viene, Dios el Padre


(1:4, 8) y su Hijo Jesucristo (1:7; 2:5; 3:11, etc.). La creación
misma (los cuatro seres vivientes) gime (véase Rom. 8:22)
para la venida del Redentor a realizar su obra de restauración,
la esperada intervención de Dios quien llevará su creación a
su meta.
Hay respuesta a este grito desesperado. Aparece un
caballo blanco, símbolo de la victoria, y la figura que lo monta
lleva una corona y avanza como vencedor y para seguir
venciendo (2). Parece ser Cristo, regresando al mundo en
triunfo para hacer efectivo su poder sobre el mal y rescatar a
los suyos. Sin embargo, este jinete está armado con un arco,
mientras el arma de Cristo normalmente es la espada que sale
de su boca (1:16; 2:16; 3:16). La duda creada por este detalle
nos estimula a seguir leyendo, para ver si grita otro de los
cuatro seres vivientes y nos aclara la identidad de este jinete.
Tres jinetes más responden al mismo grito en boca de los
otros tres seres vivientes (3, 5, 7), al abrirse los tres sellos
siguientes. Representan la guerra (4), la escasez de alimentos
(6) y la muerte (8). Los primeros cuatro sellos, que son cuatro
jinetes, son aspectos de una sola realidad. La guerra impide la

112
113

agricultura y destruye las siembras, causando hambre.


También multiplica las muertes, no solamente en batalla y por
hambre, sino también por epidemias diseminadas por el
movimiento de ejércitos y, en la antigüedad, por el aumento en
número de las fieras de la tierra (8), cuando los hombres no
están presentes para controlarlas. A la luz de estas realidades,
está claro que el primer jinete representa la ambición y
egoísmo que produce conflictos y guerras.
Los colores de los caballos simbolizan el significado de
cada uno. El blanco, especialmente un caballo blanco, es el
color de la victoria. Rojo encendido es el color de la guerra y
negro el del hambre. Amarillento es el color de un cadaver, o
posiblemente de la cara espantada.
¿Por qué, cuando la creación y los creyentes claman para
la intervención de Dios y el regreso de Cristo, viene una gran
calamidad? Juan describe algo que pasa en nuestras vidas y
en la historia humana. Anhelamos acercarnos más a Dios,
pedimos que él nos ayude, y viene una gran crisis. Clamamos,
“¡Ven, Señor!” y vienen problemas. Pero si perseveramos en
fe, descubrimos que la crisis fue precisamente la respuesta de
Dios a nuestra petición. La crisis enfoca nuestra esperanza en

113
114

Dios y nos enseña a depender de él. Solamente en la crisis


aprendemos que Dios es suficiente para tiempos difíciles.
Los cristianos de Asia, a quienes Juan dirigió esta obra,
estaban pidiendo la intervención de Dios. Cuando menos tres
de las siete iglesias experimentaban persecución (2:9, 13; 3:9-
10) y las siete promesas al que salga vencedor sugieren que
todas las iglesias conocían la necesidad de perseverar en
tribulación. Los primeros cuatro sellos en 6:1-8 declaran a
estas iglesias que los conflictos militares que el Imperio sufría
son instrumentos de Dios para lograr su propósito.
En la ambición que produce conflictos, Dios está obrando.
Su primera respuesta a la desobediencia ambiciosa es dejar
que el hombre sufra las consecuencias lógicas de su codicia.
La guerra y otros conflictos interpersonales son resultados de
las actitudes de los involucrados. Dios quiere que el hombre
reconozca que sus dificultades son resultado de su propio
pecado, para que lo abandone en arrepentimiento y acerca-
miento a Dios. Los cuatro jinetes presentan la ira de Dios
como un proceso aparentemente impersonal. Cuando esto no
logre el arrepentimiento, Dios intervendrá de manera más
directa.

114
115

Para terminar nuestra consideración de Apocalipsis 6:1-8,


notemos las fuentes de estas imágenes. Estos versículos,
como todas las visiones del Apocalipsis, toman imágenes del
Antiguo Testamento. La imagen de jinetes como agentes de
Dios en el mundo viene de Zacarías 1:8-11; en Zacarías 6:1-8,
cuatro carros con caballos de distintos colores recorren la
tierra bajo orden de Dios.
También en Apocalipsis 6:1-8 hay semejanza a unas
palabras de Jesús. Los mismos eventos que se presentan en
los seis sellos de Apocalipsis 6 se encuentran en el
“apocalipsis sinóptico” de Marcos 13, Mateo 24 y Lucas 21. El
orden de Apocalipsis 6 es especialmente cerca del orden
encontrado en Lucas 21:9-12.
Algunos de los detalles de esta visión de guerra tienen
trasfondo en la situación política del Imperio Romano en el
primer siglo. El arco (2) fue arma de los partos, temido
némesis de Roma. El salario de un día (6) es literalmente “un
denario,” el pago promedio de un jornalero en el Imperio; un
kilo traduce una medida de grano suficiente para preparar el
pan que come una persona en un día. Dice Ladd que en
tiempos normales, el denario sería suficiente para comprar de

115
116

doce a quince veces las cantidades que Juan apunta. En el


cuadro que Juan presenta, el obrero gana un sueldo suficiente
para comprar trigo para sí mismo, pero nada para su familia.
Si compra un grano menos apetecible, como la cebada,
pueden comer tres miembros de la familia, pero no queda
dinero para cualquier otra necesidad. Y el día que no trabaja,
no come nadie.
El olivo y la vid (6) perduran de un año a otro, y podrían
dar una cosecha aun cuando los granos no fueran sembrados
por efecto de guerra. También tienen raíces más profundas
que los granos, y no serían tan afectados por la sequía. Juan
pinta un juicio limitado. En 92 d.C., Domiciano decretó que
algunas tierras dedicadas a la vid se sembraran con los
granos, por la falta de éstos. Su intento no tuvo éxito.

116
117

La persecución y el trastorno de la naturaleza


(Apocalipsis 6:9-17)

El quinto sello (9-11) representa la persecución. Todos los


seres humanos sufren los males que son consecuencia de la
ambición egoísta, representados en 6:1-8 por la guerra, pero
para los que dan testimonio de la palabra de Dios, hay
también sufrimiento que otros no experimentan: la
persecución. Juan enfrenta esta realidad y la explica en parte.
Las almas o vidas de los que perdieron la vida por su
testimonio de Jesús se encuentran debajo del altar, donde
cae la sangre de los sacrificios. En el concepto del Antiguo
Testamento, la vida y la sangre son idénticas (Lev. 17:11, 14).
El sufrimiento de los testigos es un sacrificio agradable a Dios.
Estos mártires no entienden por qué Dios no interviene
para defender a sus testigos y vengar su muerte (10). La
pregunta que hacen es la que las iglesias tenían, y
seguramente éstas escucharon la respuesta del Apocalipsis
con atención. Parte de la respuesta ya se dio en el versículo 9.
El sufrimiento de los testigos por su fidelidad al mandato de
117
118

Dios es una ofrenda, como la sangre de los animales


sacrificados; es parte del plan de Dios y le es grato. El 6:11
añade que morir por el testimonio de Cristo es una victoria y
es recibir la vida eterna; estos son los simbolismos de las
ropas blancas que se dan a cada uno (véase 3:5). Dios es el
que da este galardón. También dice Dios que la muerte
violenta del testigo es una oportunidad para descansar (véase
Hch. 7:60, donde murió es literalmente, “se durmió”). El
testigo tiene que sufrir, pero su destino final no es el sufrimien-
to, sino el descanso. La muerte del creyente no es derrota ni
desasosiego. Ni siquiera es muerte.
La última explicación de la demora de Dios en traer a
justicia a los perseguidores y reivindicar a los perseguidos es
la más sorprendente: ¡hace falta que mueran más! El tiempo
del testimonio, que es el tiempo de la persecución, tiene que
ser cumplido. No se pueden apresurar los tiempos de Dios.
Esto parece ser de poco consuelo a los que ya murieron, y
menos aun para los lectores que todavía están al alcance de
los habitantes de la tierra. El Apocalipsis no escatima las
verdades duras, pero aun éstas están bajo el control de Dios.
El mensaje de la Biblia no es una clave para que nosotros

118
119

controlemos y manipulemos nuestro mundo, sino la verdad


paradójica de que Dios está controlando aun los eventos que
parecen calamidades para sus hijos y para su causa.
El sexto sello contiene calamidades en la naturaleza (6:12-
14). Cuando las consecuencias lógicas de la rebelión egoísta
del hombre (1-8) no producen el arrepentimiento que Dios
busca, él interviene más directamente. Al ver terremotos,
tormentas, erupciones de volcanes, y cosas semejantes, el
hombre tiende a pensar en Dios.
Las descripciones de 6:12-14 vienen del Antiguo
Testamento (Ezeq. 38:19-20; Hageo 2:6-7; Joel 2:31; Is. 34:4),
donde representan la intervención de Dios para reivindicar a
su pueblo y llamar a cuentas a las naciones. Son figuras que
aparecen con frecuencia en la literatura apocalíptica (véase
Mar. 13:24-25; Mat. 24:29). Las montañas y las islas (14) son
lugares que proveen seguridad y escondites. Aun éstas se
remueven; no hay dónde esconderse del juicio de Dios.
Los versículos 15-17 describen la reacción de los hombres
al juicio del sexto sello. Al final de las series de trompetas
(9:20-21) y de las copas (16:21) también hay una respuesta de
los hombres a la ira de Dios. La ira de Dios demanda una

119
120

respuesta; Dios juzga para que el hombre reaccione.


Las clases de personas que Juan menciona son siete (15),
un número simbólico; todas las personas a quienes Dios ha
creado están sujetos a su juicio. Cinco de las categorías
representan a los privilegiados del mundo, los que tienen más
oportunidad, cuando menos a ojos humanos, para hacer bien
o hacer mal a sus prójimos. Las últimas dos categorías indican
que el juicio incluirá a todos. El juicio alcanza aun a esclavos;
el hecho de haber sido explotado no garantiza la salvación. No
hay víctimas ante Dios, sino solamente seres responsables,
quienes pueden aceptar la relación que Dios ofrece o la
pueden rechazar. Dios respeta su decisión.
Los habitantes de la tierra se esconden ante el juicio de
Dios (véase Is. 2:19). Prefieren cualquier calamidad a la
presencia de Dios y de su Ungido (16; véase Os. 10:8; Sal.
2:5, 12). Para ellos, esta presencia es ira, porque se han
rebelado contra la autoridad y contra el amor de Dios. Este
versículo recuerda la actitud de los primeros seres humanos
después de desobedecer (Gén. 3:8).
Los habitantes de la tierra ven acercarse el gran día del
castigo (Apoc. 6:17), el fin del mundo y el Juicio. Los lectores

120
121

sabemos que falta solamente un sello más, y podemos


concluir que Juan está describiendo los penúltimos eventos de
la historia terrenal. Sin embargo, Juan ya nos hizo trampa en
el primer sello; cuando esperábamos que narrraría la venida
de Cristo, nos presentó la ambición y la guerra. Notamos aquí
que los que hablan son los que no conocen a Dios ni a su Hijo.
Tal vez éste no es el fin, sino otro anticipo del juicio de Dios
que tiene el propósito de llamar a los hombres al arrepenti-
miento antes de que llegue aquel día.
La respuesta de los hombres a la ira de Dios termina con
una pregunta: ¡quién podrá mantenerse en pie! (véase Mal.
3:2). Los que preguntan no esperan una respuesta; piensan
que nadie puede. Sin embargo, el capítulo siete (especial-
mente 7:9) revela una respuesta divina.

121
122

Interludio: la seguridad de los siervos de Dios


(Apocalipsis 7:1-17)

Antes del séptimo sello, hay un interludio en dos partes.


Encontraremos pausas semejantes antes de la séptima
trompeta (10:1-11:13) y la séptima copa (16:15). Juan ve que
Dios (representado por ángeles) está deteniendo su juicio. En
el Antiguo Testamento, el viento es símbolo frecuente del
juicio de Dios (p. ej. Jeremías 49:36: “Sobre Elam traeré los
cuatro vientos” y 18:17: “Como el viento del oriente, los
esparciré delante del enemigo”).
En Zacarías 6:5, los cuatro carros con jinetes de distintos
colores se identifican con los cuatro vientos. Es probable que
Juan quiere sugerir alguna relación entre estos vientos y los
jinetes de Apocalipsis 6:1-8.
Otro ángel (2), representando la misericordia de Dios,
habla a los cuatro que representan su ira. El juicio de Dios no
ha de tocar a los siervos de ... Dios (3). El sello de un rey
marcaba su propiedad; los que tienen el sello de Dios
pertenecen a él y gozan de su protección (véase Ezeq. 9:4, 6).
122
123

Dios no permite que su juicio les toque a los que tienen una
relación de obediencia a él.
Esta verdad está en bastante tensión con las del capítulo
seis. La guerra (primeros cuatro sellos) y las calamidades
naturales (sexto sello) afectan igualmente a los creyentes y a
los que no tienen relación con Dios. Y el quinto sello describe
un sufrimiento exclusivo de los creyentes: la persecución. Hay
que vivir en esta tensión. Los creyentes experimentan la
realidad del sufrimiento, pero en medio de ella son llamados a
confiar en la protección, el “sello” de Dios. Dios declara que su
sufrimiento no es la expresión de su ira, sino dolores de parto
que producen gozo y adoración. Hay momentos cuando no es
face creer esto.
Juan escucha el número de los que fueron sellados, que
es un compuesto de los números doce y diez (4). Ciento
cuarenta y cuatro (12 por 12) indica que se trata del pueblo
de Dios, en plenitud. Todas las tribus de Israel confirma esta
interpretación; se trata de todo el Israel de Dios (Gál. 6:16).
Mil enfatiza que este pueblo incluye un número inmenso,
todos los que Dios elige. El número no es un límite, como si
fueran 144,000 y no más; más bien enfatiza la inmensidad del

123
124

número de los protegidos y elegidos de Dios. Aun podría


sugerir que el plan de Dios incluye a toda la humanidad.
Apocalipsis 7:5-8 da una lista de las tribus que se incluyen
en los 144,000. Esta lista merece atención cuidadosa, porque
no es igual a ninguna otra lista de las tribus de Israel en la
Biblia. En el Antiguo Testamento, la primera tribu normalmente
es Rubén, el primogénito de Jacob (Gén. 35:23; 46:8; 49:3;
Ex. 1:2; Núm. 1:5, 20; 1 Crón. 2:1, etc.), pero aquí encabeza la
lista Judá (véase Núm. 2:3; 7:12; 1 Crón. 2:3), la tribu del gran
rey David y por lo tanto la tribu del Mesías (véase Gén. 49:8-
10).
La otra anomalía en esta lista es que falta la tribu de Dan.
Esta tribu se destaca en el Antiguo Testamento como idólatra
(Jue. 18:18-19; 1 Rey. 12:29-30; véase Gén. 49:17; Lev.
24:11). En la literatura apocalíptica, llegó a ser asociada con la
maldad y, después de la fecha del Apocalipsis de Juan, se
identificó como la tribu de donde vendría el Anticristo. Estas
malas asociaciones probablemente explican la exclusión de
Dan en Apocalipsis 7:5-8. (Curiosamente, Ezequiel 48:1
nombra a Dan primero en una lista de las tribus del pueblo
escatológico.) Para suplir la falta de Dan, Juan incluye la tribu

124
125

sacerdotal de Leví, y también da una doble representación a


José, incluyéndolo a él y también a su hijo Manasés. Las listas
del Antiguo Testamento que omiten Leví, porque esta tribu no
heredó una porción de la Tierra Prometida (por ejemplo, en
Josué 13-19), nombran en lugar de José a sus dos hijos,
Efraín y Manasés, completando el número de doce tribus.
Estas dos modificaciones indican que no se trata aquí del
pueblo literal de Israel (véase 2:9 y 3:9). La lista más bien
representa el pueblo mesiánico de Dios, el nuevo Israel,
encabezado por la tribu del Mesías y omitiendo a los que no
creen en él, sea cual fuere su estirpe racial.
Ahora Juan ve lo que oyó (9): una multitud ... delante del
trono y del Cordero. Es posible que Apocalipsis 7:1-8
presente a los creyentes en la tierra, expuestos a sus
calamidades pero sellados y protegidos por Dios, y que 7:9-17
presente a los creyentes que ya murieron y se encuentran en
el cielo. A favor de esta distinción es la frase están saliendo
de la gran tribulación en 7:14; la descripción de 7:15-17, que
sugiere que ya no están expuestos a las peripecias de la
tierra; y las túnicas blancas (9), que se asocian en Apoca-
lipsis con los que murieron en la fe (3:5; 6:11).

125
126

En contra, se puede notar que 7:14 también identifica a


esta multitud como los que han lavado … sus túnicas en la
sangre del Cordero. Este lavamiento es símbolo de aceptar a
Jesús en arrepentimiento y fe; se aplica tanto a creyentes que
todavía están en la tierra como a los que ya murieron. De
manera semejante, el creyente adora a Dios y a Jesucristo por
la salvación (10), no solamente después de la muerte, sino en
la vida terrenal también. Finalmente, la descripción de 15-17
se presenta tanto en tiempo presente (15a) como futuro (15b-
17).
Parece mejor entender que Juan presenta en 7:9-17 el
contraparte celestial de la multitud en la tierra de 7:1-8. El
cuadro de 7:9-17 incluye a los creyentes que ya “vencieron”
por la muerte y se encuentran exclusivamente en la presencia
del Señor, pero no se limita a ellos. De la misma manera que
el candelabro y el ángel de cada iglesia (1:20) representan la
existencia dual de la iglesia, Juan ve a los santos en la tierra
en 7:1-8 y en el cielo en 9-17. Mientras viven expuestos a los
sufrimientos de la tierra, y necesitados de la protección de
Dios, se encuentran también participando en la adoración
celestial y gozando de la protección y de la presencia de Dios.

126
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El pueblo de Dios (4-8) incluye gente de todas las


naciones, tribus, pueblos y lenguas (9); los términos son
cuatro para simbolizar toda la tierra). El número 144,000 (v. 4)
es símbolo de un número que nadie podía contar (9). Ellos
estaban de pie, permitidos a pararse en presencia de Dios y
de su Hijo. Aquí se presenta la respuesta inesperada a la
pregunta de los incrédulos de 6:17. Nadie puede “mantenerse
en pie” ante Dios por naturaleza ni por su propia rectitud, pero
los que creen en el Cordero sacrificado son lavados y
capacitados para compañerismo íntimo con Dios.
Esta multitud está vestida de túnicas blancas en señal de
la victoria que han ganado por el sacrificio de Cristo y por su
fidelidad a él; también las ramas de palma se blandían en
celebración de victoria. La ropa blancatambién simboliza la
vida eterna que gozan.
Los redimidos alaban a Dios y al Cordero, atribuyéndoles
la salvación que han recibido (10). La salvación que celebran
es una relación personal; hace del Dios que los salva nuestro
Dios. Esta adoración recuerda la del capítulo 5. La actividad
celestial es adoración; el hombre fue creado para adorar
eternamente a Dios. La adoración no se limita a cultos

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formales; se expresa a cada momento en confianza y gratitud


hacia Dios.
Como sucede con frecuencia en el Apocalipsis (véase 4:8-
11; 5:9-12), la adoración a Dios es secundada (11-12). Los
ángeles, reunidos para ver esta escena, pronuncian el amén a
este reconocimiento de la misericordia y el perdón de Dios.
Esta atribución de dignidad a Dios contiene siete elementos
(12), como el de 5:12, que también secunda una adoración
previa.
En la secuencia de 7:9-12, primero cantan de la salvación
los seres humanos (10), y los ángeles se unen a la alabanza
después (11). Los ángeles son observadores de la salvación,
pero son los seres humanos que experimentan en su propia
vida el rescate y transformación que Dios realiza por el
sacrificio del Cordero. Al hombre pecador, Jesucristo otorga un
privilegio que los ángeles del cielo no pueden gozar, aunque
anhelan contemplar estas cosas (1 Ped. 1:12).
La pregunta de una figura celestial al vidente (13) es un
elemento común en la literatura apocalíptica (véase Zac. 4:2,
5). Juan prefiere aprender antes que especular acerca de la
respuesta (14). El anciano explica que la visión presenta a los

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que están saliendo de la gran tribulación. Esta tribulación es


la persecución descrita en el quinto sello (5:9-11). La muerte
del testigo no es derrota, sino victoria (7:9), y no pone fin a su
adoración y su servicio a Dios y al Cordero (10, 15). Como
vimos arriba, esta descripción sugiere que la multitud de 7:9-
17 son los creyentes que ya murieron, pero luego se identifi-
can como los que han lavado y blanqueado sus túnicas en
la sangre del Cordero, una descripción que incluye a los
creyentes que todavía están en la tierra. Es probable que la
tensión entre estas dos identificaciones es intencional. El
servicio continuo a Dios descrito en Apocalipsis 7:15 no es
solamente una esperanza futura para el creyente, sino
también una realidad presente. Por lo tanto, la muerte de un
creyente no lo separa de sus hermanos en la fe, como
tampoco pone fin a su adoración a Dios.
La colocación de esta multitud delante del trono de Dios
(15) representa su perfecta comunión con él. Se dedican conti-
nuamente (día y noche) a la adoración de Dios; para ellos la
vida misma es servicio y alabanza a Dios.
Las túnicas blancas, ramas de palma (9), y santuario
(15, literalmente tienda) pueden indicar una celebración final y

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triunfante de la Fiesta de Tabernáculos. Zacarías 14:16-19


profetiza que todas las naciones … subirán año tras año a
Jerusalén para celebrar la fiesta de Tabernáculos
(Enramadas). Posiblemente Juan ve el cumplimiento de esta
profecía de Zacarías en la venida de todos los pueblos a
Jesús.
“Extender su tienda sobre” (15, nota) alguien es darle
hospitalidad. Esta figura compara a Dios con un jeque
beduino. Entre los beduinos, la hospitalidad fue un
compromiso sagrado. El que recibe a un huésped en su tienda
tiene la obligación de proveer todas sus necesidades; aun
debe poner su vida para protegerlo de sus enemigos, si es
necesario. Dios se compromete a satisfacer el hambre y la
sed de los que le adoran y sirven (16) y a protegerlos. Los
recibe en su tienda, para que no sufran el calor del sol
desértico, ni ningún calor abrasador (véase Is. 4:5-6).
La imagen cambia en el versículo 17. Ahora los creyentes
son como ovejas a las cuales el mismo Cordero, quien tiene
autoridad suprema en el trono, pastorea con la paciencia,
ternura y concentración características de los pastores orienta-
les. La descripción del Cordero como pastor es una

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combinación atrevida de simbolismos. En Cristo el Pastor ha


tomado la naturaleza de las ovejas (Swete). Y habiendo sido
sacrificado como Cordero, entiende cómo consolar y guiar a
los que son sacrificados por su testimonio de él. Las conducirá
a fuentes de agua viva. “Agua viva” describe agua que corre,
que no está estancada, pero aquí sirve como símbolo de la
vida que Jesucristo ofrece a sus ovejas.
Al final del 7:17, hay todavía otra imagen, la de Dios como
una madre consolando a su niño (véase Is. 25:8), “el Rey de
reyes con un pañuelo celestial en la mano” (Canclini). Cuando
Dios se acerca al sufriente para mostrar compasión divina, los
dolores no solamente se alivian; se convierten en bendición.

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El último sello: otra oportunidad para el


arrepentimiento (Apocalipsis 8:1-5)

Después del interludio (7:1-17), el Cordero rompe el último


sello. Juan ha sugerido que el contenido de éste será el fin de
la historia (6:17), pero los lectores tuvimos que esperar un
capítulo para saber si es cierto. Aun ahora, cuando se abre el
sello, tenemos que seguir esperando, durante media hora de
silencio (8:1). Newport llama a ésta “la quietud en que se
comunica la plena y atemorizante soberanía de Dios.”
El silencio aumenta el suspenso, pero también puede ser
otro indicio de que ha llegado el fin. 2 Esdras 6:39 menciona
silencio en el contexto de la creación, y 2 Esdras 7:29-31
indica que habrá un silencio correspondiente en el tiempo de
la revelación del Mesías, la nueva creación, y el juicio.
También Baruc Siriaco 3:7 lamenta sobre la inminente
destrucción de Jerusalén: “¿volverá el universo a su
naturaleza (original)? ¿Regresará el mundo al silencio que
existió en el principio?” Es probable que los lectores originales
del Apocalipsis conocían la idea de que el fin de la historia
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incluiría un silencio que corresponde a un silencio que marcó


el tiempo de la creación.
Sin embargo, todavía no es el fin. Juan ve a siete ángeles
con sendas trompetas (2). El contenido del último sello es otra
serie de siete, las trompetas. Estas, como los sellos,
representan el juicio de Dios (véase Is. 27:13; Joel 2:1; Mat.
24:31; 1 Cor. 15:52; 1 Tes. 4:16), pero igual que los sellos
presentan un juicio anticipado dentro de la historia y de la vida
humana, para llamar a la humanidad al arrepentimiento. Dios
nos lleva a una crisis que parece ser final, para que
recapacitemos y acudamos a él. Da abundante oportunidad
para el arrepentimiento, porque su propósito no es destruir a
nadie (2 Pedro 3:9).
Antes de que los ángeles toquen sus trompetas, otro ángel
se acerca al altar de incienso (3). En 5:8, el incienso
representa las oraciones del pueblo de Dios. Aquí en la
misma figura el incienso representa la ayuda divina que
acompaña la oración (véase Rom. 8:26). Dios mismo, por su
agente el ángel, añade fuerza a la oración. Las oraciones
divinamente habilitadas suben hasta la presencia de Dios (4).
Dios escucha las oraciones de sus seguidores, aun cuando

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éstos parecen débiles, indefensos y perseguidos en este


mundo. Las oraciones también afectan la tierra (5), porque en
respuesta a ellas Dios derrama su juicio sobre el mundo, para
reivindicar a los testigos de Dios y llamar a sus adversarios al
arrepentimiento. La oración es uno de los modos por el cual
los creyentes reinan.
Los truenos, estruendos, relámpagos y un terremoto (5)
recuerdan los portentos que salen del trono del Creador (4:5).
Estas señales marcan el fin de cada serie de siete juicios
(11:19; 16:18), y confirman que las calamidades de la historia
no ponen en duda la soberanía de Dios, sino que son
expresiones de ella. Dios usa las calamidades para llamar a
los seres humanos a conciencia de su rebelión y al
arrepentimiento. Así contribuyen estos eventos, que Los que
no conocen la revelación de Dios pueden ver estos eventos
como evidencia que niega la soberanía de Dios o aun su
existencia. La Palabra de Dios y especialmente el Apocalipsis,
revela que contribuyen más bien a lograr su propósito de
formar un pueblo en comunión con él, que viva una vida recta
y que incluya todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas
(7:9).

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Las trompetas (Apocalipsis 8:6 a 11:19)

El trastorno de la naturaleza (Apocalipsis 8:6-13)

Las trompetas son una intensificación del juicio de Dios,


una llamada más urgente al arrepentimiento. Esta
intensificación es indicada por el hecho de que la proporción
afectada por el juicio es ahora la tercera parte (cada versículo
de 8:7-12); en los sellos fue la cuarta parte (6:8). También, las
calamidades de la naturaleza, una intervención más visible de
Dios, vienen al principio de la serie; en los sellos sucedieron
en el penúltimo sello, después de la guerra y la persecución.
Cuando los hombres no responden a una llamada, Dios les
llama de una manera más directa y más urgente.
Las primeras cuatro trompetas afectan la tierra (7), el mar
(8), los ríos y los manantiales (10), y el cielo (12). Son una
unidad, como los primeros cuatro sellos. Juan divide el mundo
natural en cuatro partes, según el número que simboliza éste.
Tres de estos castigos recuerdan plagas que sufrió Egipto en
el libro de Exodo: granizo (Ex. 9:13-35), agua convertida en
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sangre (Ex. 7:14-24), y tinieblas (Ex. 10:21-29). La tercera


trompeta recuerda el agua amarga que los israelitas
encontraron en Mara (Ex. 15:22-25); posiblemente se base en
la descripción del juicio de Dios en Jeremías 9:15 y 23:15.
Estas cuatro trompetas afectan cosas que son esenciales a la
vida. Pero con la excepción de la tercera, no se menciona que
algún hombre muera. Dios busca el arrepentimiento, no la
muerte (Ezeq. 18:32).
Algunos detalles de estos catástrofes indican que las
descripciones son poéticas, no literales. Un granizo
acompañado de fuego y sangre (7) no es un fenómeno
natural, aunque puede ser una descripción poética de la
erupción de un volcán. Una montaña envuelta en llamas
arrojada al mar (8) también puede sugerir un volcán. El agua
no sería literalmente sangre en este caso, aunque el reflejo
del fuego le daría el color de sangre. El ardiente monte
lanzado al mar sería la causa de la destrucción de barcos (9).
No hay que insistir en una explicación literal de la poesía de
Juan. El mensaje tiene que ver con el propósito de Dios:
llamar al hombre al arrepentimiento por un juicio anticipado.
Juan no describe eventos que se limiten a un solo tiempo en la

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historia humana.
Una estrella (10) simboliza un ángel (1:20). Es posible que
en Apocalipsis 8:10-11 Juan utilice el mito de la caída de
Satanás. Algunos consideran la historia de la caída de
Satanás una enseñanza bíblica, pero la Biblia nunca enseña el
origen de Satanás. Más bien utiliza el cuento popular de esta
caída cuando está hablando de otros temas (por ejemplo en
Isaías 14:3-17). El tema de Apocalipsis 8:10-11 es el juicio
anticipado de Dios al hombre rebelde, no la naturaleza u
origen de Satanás. Juan afirma en términos que sus lectores
entenderían que aun los seres espirituales rebeldes y la
corrupción que éstos promueven entre la humanidad sirven el
propósito de Dios, porque estimulan en el hombre conciencia
de su necesidad y de su culpa.
El versículo 12 contiene otros detalles que son poéticos y
no literales. Un asolamiento de la tercera parte del sol no
produciría oscuridad durante cuatro de los doce horas del día,
sino una disminución de la luz. Menos podría ser oscurecida la
tercera parte de la noche. Juan describe con imaginación la
táctica de Dios. Interviene en la historia humana de la manera
más llamativa, para captar la atención del hombre, al cual

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quiere llamar.
El águila (13) fue mal agüero en la antigüedad; se asocia
con un ejército invasor en Deuteronomio 28:49, Jeremías
48:40 y Habacuc 1:8. En Apocalipsis 8:13 también anticipa
invasions (9:3-4, 7). El águila declara que, aunque los
primeros cuatro azotes fueron duros, los tres que faltan serán
peores. Como en Apocalipsis 3:10 y 6:10, los habitantes de la
tierra son los que no siguen a Jesucristo y por lo tanto no
pertenecen a la familia o reino celestial.

La mala conciencia y la guerra (Apocalipsis 9:1-


21)

El contenido de la quinta trompeta es una invasión de


langostas (3) desde el abismo (1). Una estrella (que
simboliza un ángel) había caído del cielo. Como en 8:10,
parece tratarse de una alusión al mito de la caída de Satanás
(véase Is. 14:12; Luc. 10:18). No está claro si Juan quiere que
el lector identifique este ángel caído como Satanás o no. No
es necesario identificar la estrella para interpretar el cuadro.
Dios le permite a este ángel usar la llave del pozo del
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abismo. En el pensamiento hebreo, el abismo es la


profundidad del mar (símbolo de la maldad) y la habitación de
los demonios. Parece que sale del abismo una humareda
espesa que oscurece todo el cielo (2), pero resulta ser una
plaga de langostas (3; véase la octava plaga en Ex. 10:13-
15). Estas no son langostas naturales, porque pican como
escorpiones. El alacrán es un animal feroz, de aspecto
amenazante. El único aspecto bueno del alacrán es que no
vuela, pero ¡estos invasores vuelan y también pican!
Las langostas naturales atacan las plantas, pero el
enjambre que Juan ve ataca a los hombres (4). No los pica en
forma indiscriminada; Dios limita este juicio a las personas
que no llevaran en la frente el sello de Dios (véase 7:3).
Hasta aquí, todas las expresiones del juicio de Dios han
afectado a cualquier persona, sin referencia a su fe en
Jesucristo. (De manera semejante, las primeras plagas en
Egipto no discriminaban entre Israel y Egipto.) El quinto sello,
la persecución, se limitaba a los creyentes. Pero la quinta
trompeta es un contraste con el quinto sello. El sello de Dios,
que representa una relación con él basada en el
arrepentimiento y el perdón, protege del sufrimiento

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presentado en la quinta trompeta.


Esta plaga no produce la muerte de los hombres, sino
cinco meses de tormento (9:5) tan doloroso como la picadura
del alacrán. Es posible que la cifra cinco meses sea uno de
dos números (véase 14:20) en el Apocalipsis que no tienen
valor simbólico. La vida de una langosta dura
aproximadamente cinco meses. Es posible que Juan piense
en este dato. Otras posibilidades son que el número 5 se usa
solamente para dar particularidad al cuadro, como en Mat.
25:15; Luc. 12:6, 52; 14:19; 16:28; 1 Cor 14:19, o que
recuerda los 150 días que las aguas del Diluvio “prevalecieron
sobre la tierra” (Gén. 7:24). La prohibición de matar impuesta a
las langostas no es un acto de misericordia, porque el
tormento de estas langostas/alacranes es peor que la muerte
(Apoc. 9:6).
Hasta aquí hemos descrito este evento en los términos que
Juan presenta, pero ¿qué simboliza? Ya que las langostas
suben del abismo (2), podemos concluir que Juan las
considera demonios. Pero dos consideraciones sugieren que
estos demonios, a su vez, son símbolos de otra realidad.
Primero, la Biblia no enseña que los demonios ataquen

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solamente a los que no tienen relación con Dios. El creyente


cuenta con la protección de Dios en medio del ataque
demoniaco, pero no está exento del ataque. Segundo, todos
los azotes de los sellos y trompetas se refieren a experiencias
que son parte de la vida cotidiana y visible. Los demonios
serían más bien parte del mundo invisible. Se impone,
entonces, la búsqueda del simbolismo de los demonios/lan-
gostas/escorpiones.
Es un sufrimiento que se puede describir como un anticipo
del infierno (2), que afecta solamente a los que no tienen la
relación con Dios que Jesucristo ofrece (4) y que es peor que
la muerte (6). Ha habido muchos intentos de encontrar la
realidad simbolizada, sin lograr un consenso seguro. Se ha
sugerido que representa el poder destructivo y atormentador
del pecado, una enfermedad o epidemia de origen
directamente diabólico, o la corrupción interior del imperio
romano.
Tal vez la mejor sugerencia sea que se trate de los
remordimientos de la conciencia. Los que siguen a Cristo
están expuestos a la persecución (6:9-11), pero tienen la
conciencia aliviada por el perdón que Jesús otorgó con su

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muerte. El sello de Dios (9:4) es la relación con Dios que


reemplaza la mala conciencia y da paz al perdonado. Los
incrédulos, en cambio, tienen que vivir sin alivio las
consecuencias de su propia rebelión. Dios les revela que lo
que sufren es lo que ellos mismos han escogido. Esta realidad
quita todo rasgo heróico de su sufrimiento y lo revela como
absurdo, el resultado de una estupidez. No pueden decir “ni
modo,” porque hubo modo de evitar los resultados de su
rebelión. Foulkes comenta que este pozo “se alimenta de los
manantiales del vicio humano; todos contribuimos con nuestro
pecado a la mala conciencia colectiva que aquí se denomina
el abismo.”
Dios permite que experimentemos este tormento mientras
todavía vivimos en la tierra, para que aquí aceptemos el modo
de acabar con este tormento: reconocer nuestra culpa,
arrepentirnos y aceptar el perdón y la relación que Dios nos
ofrece en Jesucristo. Este, y no la venganza, es el propósito
de Dios cuando permite el mal y la actividad de los demonios.
La descripción de las langostas en Apocalipsis 9:7-10 no
parece tener valor simbólico; solamente intensifica la
impresión de ferocidad de estas langostas. Según Ladd, un

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viejo proverbio árabe dice que la langosta tiene “cabeza de


caballo, pecho de león, pies de camello, cuerpo de serpiente y
antenas como cabello de muchacha.” Los dientes de leones
(8) recuerdan Joel 1:6. Estas langostas tienen aspecto de
guerreros o de caballos de guerra. El ruido de sus alas
también es semejante al sonido de un ejército que se lanza a
la batalla (9). El versículo 10 recuerda lo más espantoso de
este enjambre: el aguijón ... para torturar a la gente durante
el tiempo establecido en el plan de Dios. Tal vez Juan diga que
su poder está en la cola porque se trata de la conciencia, que
recuerda el pasado con dolor.
Este ejército infernal está dirigido por el ángel del abismo
(11). Esta descripción sugiere la “estrella caída” que abrió el
abismo (1-2), aunque también es posible que sea un ángel
que salió del abismo con su ejército. Se llama Abadón en
hebreo y Apolión en griego, palabras que significan “destruc-
tor” o “exterminador.”
Es natural identificar este rey de los demonios o de la mala
conciencia con Satanás, pero el objeto de Juan no es enseñar
algo acerca de la naturaleza o los métodos de Satanás, sino
enfatizar las consecuencias destructivas de la rebelión del

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hombre y de la mala conciencia que resulta de ella. Juan hace


referencia a la rebelión angelical, pero el enfoque de su
exposición en estos versículos es la rebelión humana. Declara
que la destrucción y decaimiento que observamos como una
realidad universal en este mundo es resultado de la rebelión
contra Dios, de rechazar la relación que él ofrece a sus
criaturas. Nosotros somos los autores de nuestras desgracias.
Dios nos da los ramalazos de la conciencia, y aun permite la
actividad de los demonios en nuestro mundo, para que nos
demos cuenta de nuestra situación desgraciada y nos
abramos a la Fuente de gracia, perdón y restauración.
Juan nos recuerda que las tres últimas trompetas son tres
ayes (12). Dios permite la intensificación de la maldad, pero
solamente con el propósito de intensificar el llamado al hombre
para que se dé cuenta de su error, se arrepienta y cumpla el
propósito de su existencia: vivir en relación con Dios.
Como las primeras cuatro trompetas son una intensifica-
ción del juicio presentado en el sexto sello (el trastorno de la
naturalez), así también la sexta trompeta corresponde a los
primeros cuatro sellos, que presentaban la guerra. Al comentar
que una voz sale del altar (13), Juan quiere que sus lectores

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recordemos a los mártires debajo del altar (6:9-11) y la descrip-


ción de las oraciones como incienso quemado en un altar (8:3-
5). La serie de trompetas es la respuesta de Dios a las
peticiones de sus santos y mártires. Piden reivindicación; los
juicios de Dios muestran la justicia de los seguidores de Cristo
y la injusticia de perseguirlos. Piden que su testimonio sea
eficaz; los juicios de Dios refuerzan el llamamiento al
arrepentimiento y confirman su mensaje acerca de un Dios
justo que pide cuentas. Dios tiene una hora y día y mes y año
(15) determinado, para responder a los testigos sufrientes que
claman, “¿Cuándo?” (6:10). Las calamidades de la historia no
se escapan del plan de Dios; están incluidas en él.
La voz del altar manda al ángel que suelte a los cuatro
ángeles (9:14). En 7:1, estos ángeles detenían los vientos del
juicio; ahora el juicio procede. Allí los cuatro ángeles estaban
puestos sobre los cuatro puntos cardinales de la tierra pero
ahora se han colocado a la orilla del gran río Eufrates, al
oriente del Imperio Romano y al noreste de Palestina. El
Eufrates representa la amenaza de invasión militar. Fue la
frontera del imperio, y al oriente de él se encontraban los
temidos partos, con su caballería feroz. Las legiones romanas

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nunca dominaron este adversario, y tal fue la impresión que


dejó sobre el Imperio Romano que, cuando se suicidó el
imperador Nerón sitiado en su palacio, surgió una idea popular
de que él se había escapado y que regresaría a la cabeza de
un ejército parto.
En el Antiguo Testamento, también, el Eufrates es la
frontera ideal entre el pueblo de Dios y los pueblos anti-Dios
(Gén. 15:18; Deut. 1:7; 1 Rey. 4:24). Muchas de las invasiones
de Palestina vinieron de esta área. Los ejércitos de Asiria, que
conquistaron Israel, el reino del norte, vinieron del Eufrates.
Babilonia, que llevó al pueblo de Judá, el reino del sur, tenía
su capital sobre este río. La mención del Eufrates indica que el
contenido de la sexta trompeta es guerra. Como las primeras
trompetas, ésta afectará a la tercera parte de la humanidad
(15, 18), pero ahora el resultado será la muerte.
Juan recalca el número de esta caballería (16). Se repite
la palabra número; la repetición probablemente indica que
Juan quiere que sus lectores descubran un valor simbólico en
el número. Literalmente es “dos miríadas de miríadas”; una
miríada equivale a 10,000. Probablemente el simbolismo se
basa en el número diez, que simboliza lo completo del

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hombre. Una miríada de miríadas sería un ejército tan vasto


que infunde el máxime terror a la ciudadanía atacada. Dos
puede sugerir que esta invasión es testimonio de la soberanía
de Dios, pero es posible que aquí el simbolismo sea de fuerza
o poder, como en Eclesiastés 4:9-12. Es dudoso que Juan
quiera que los lectores saquen un producto por multiplicación,
pero doscientos millones sería un número más de mil veces
mayor que el poderoso ejército romano en el día de Juan. El
número, entonces, enfatiza la fuerza irresistible de este
ejército.
Los colores de las corazas de esta caballería—rojo, azul y
amarillo—son los colores del fuego, humo y azufre (17).
Estos elementos recuerdan la destrucción de Sodoma y
Gomorra (Gén. 19:24, 28), otra manifestación del juicio de
Dios. La cabeza de los caballos se compara con la de
leones. Los dientes de las langostas (Apoc. 9:8) también se
comparaban con los de leones. Salguero comenta, “En la
mitología oriental era frecuente la representación de seres
humanos con cabeza de león o con colas de serpiente.”
Para los lectores del primer siglo, la mención de caballería
(16) sería confirmación de que se trata de los partos,

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conocidos por su poderosa caballería. Aun más clara sería la


descripción de 9:19. La caballería del primer siglo estaba
armado con arcos, pero solamente tenía capacidad para
lanzar sus flechas hacia adelante. Las legiones romanas de
infantería habían aprendido que, si resistían el tremendo
choque de un ataque de caballería, la inercia del ataque
llevaría a los caballos y sus jinetes más allá de la línea de
infantería, y éstos tendrían unos segundos de alivio mientras
la caballaría daba vuelta y se formaba de nuevo para reanudar
el ataque con flechas. Pero cuando las legiones encontraron a
los partos, sufrieron la sorpresa de recibir flechas en sus
espaldas, porque la caballería parta tenía la capacidad de
lanzar flechas también hacia atrás, de manera que no dejaron
de tirar, aun después de pasar la línea de la infantería. Juan
se refiere a este espantoso hecho cuando dice que el poder
de los caballos radicaba en su boca y en su cola. La
caballería parta fue tan espantosa como una que montaba
caballos con serpientes por colas.
El contenido de la sexta trompeta, entonces, es la guerra,
y corresponde al contenido de los primeros cuatro sellos. Juan
no repite los detalles de 6:1-8, sino que incluye nuevos y aun

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más horribles detalles en 9:13-19. Mientras la descripción de


6:1-8 es básicamente realista, la de 9:13-19 es más fantástica.
Juan empieza a pensar en la guerra, no solamente como un
fenómeno de la historia humana, sino como un símbolo de la
confrontación en la cual Dios manifiestará su poder y justicia y
derrota a sus enemigos. El elemento histórico cederá
totalmente al apocalíptico en la sexta copa (16:12-16).
Apocalipsis 9:20-21 son versículos claves en las series de
sellos y trompetas. Por primera vez, Juan explica el propósito
de estas calamidades en el plan de Dios. La causa de ellas es
la rebelión del hombre, el pecado, pero el propósito final de
Dios no es castigar el pecado sino rescatar al pecador. Dios
quiere que los percances de la vida nos lleven al
arrepentimiento. Jesús ya llamó a su pueblo al arrepentimiento
(caps. 2 y 3); ahora Juan afirma que todos los seres humanos
son llamados al arrepentimiento.
Juan revela el propósito de Dios en el contexto de la
trágica verdad de que el hombre resiste al arrepentimiento.
Aun cuando su vida está amenazado, prefiere vivir en
independencia de Dios, y rehúsa humillarse y reconocer su
error. Dos veces repite Juan que no se arrepintieron (20, 21).

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El arrepentimiento es un elemento esencial y central del plan


de Dios para la humanidad. El rechazo del arrepentimiento es
un elemento trágico de la actitud humana hacia Dios. Este
rechazo se manifiesta tanto dentro de la iglesia (2:21) como
fuera de ella.
El versículo 20 dice que los hombres no se arrepintieron de
la idolatría. Combina dos análisis de la idolatría, ambas
presentes también en 1 Corintios. Los ídolos no pueden ver,
ni oír, ni caminar (Sal. 115:4-7; Dan. 5:23; 1 Cor. 8:4; 10:19;
etc.), porque son fabricados por hombres. Por otro lado, Juan
dice que adorar a dioses falsos es adorar a los demonios (1
Cor. 10:20). Juan y Pablo afirman que los dioses falsos no
tienen realidad, que son imaginados por sus adoradores. Pero
también afirman que el que los adora se identifica con las
fuerzas espirituales rebeldes. Hay tensión entre estos dos
conceptos, y no es bíblico enfatizar uno de los dos a exclusión
del otro. Esta tensión nos puede ayudar a recordar que no
conocemos como Dios conoce; en muchos casos tenemos
que aceptar lo que él nos dice sin poder entender o explicar a
fondo. La relación entre los ídolos y los demonios es uno de
estos casos. Sabemos lo suficiente para huir de la idolatría,

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pero no para sentirnos expertos sobre los demonios.


Una relación incorrecta con Dios, como la que se expresa
en idolatría, produce malas acciones hacia los semejantes
(9:21). Juan piensa especialmente en el trato de los idólatras
hacia los que sirven al verdadero Dios: los matan (asesinatos)
mezclando veneno para obligarles a tomarlo (artes mágicas) y
les despojan de sus bienes (robos), sea por un proceso legal
o simplemente por apoderarse de sus propiedades cuando
mueren o huyen. La inmoralidad sexual podría ser abuso
físico de los creyentes en Cristo, pero es probable que se
refiere a la adoración de dioses falsos, que es infidelidad al
Dios verdadero, y que en el primer siglo con frecuencia
involucraba la inmoralidad física (véase Apoc. 2:14, 20).
La enseñanza principal de 9:20-21 es que el propósito de
las calamidades humanas en el plan de Dios es llamar a toda
la humanidad al arrepentimiento. Pero ¿cómo lo van a saber?
A través del testimonio de los que tienen la Palabra de Dios.
Este testimonio es el tema de Apocalipsis 10:1 – 11:13, el
interludio entre las trompetas sexta y séptima.

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Interludio: el testimonio de los siervos de Dios


(Apocalipsis 10:1 a 11:13)

Después de la sexta trompeta, hay un interludio con dos


partes, semejante al que siguió al sexto sello (7:1-17). El
primer interludio presentó la seguridad de los creyentes y su
tarea de adoración. Este presenta el testimonio, su otra
función como candelabros (1:20).

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El librito (10:1-11)

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Un ángel baja del cielo (10:1). La nube no tiene valor


simbólico, sino que es el “transporte” acostumbrado entre el
cielo y la tierra en los apocalipsis (véase Hechos 1:9,11). El
arco iris recuerda el pacto de Dios y su fidelidad hacia los
suyos. La luz que irradia su rostro y sus piernas puede ser
reflejo de la gloria de Dios, la luz de la revelación de Dios que
este ángel trae y representa, o símbolo de ambas realidades.
En la mano tiene un pequeño rollo (2). El simbolismo de este
rollo es el mismo que se aplica al rollo en el capítulo 5: los
planes de Dios para el futuro, que determinan el destino del
hombre. En el capítulo 5, el énfasis cae en la realización del
plan de Dios en la vida terrenal de Jesucristo; aquí se enfatiza
la proclamación de la voluntad de Dios en el testimonio de los
seguidores de Jesús. Por este testimonio y por la muerte y
resurrección de Cristo, el rollo está abierto. Pequeño rollo en
10:2 es la diminutiva de la palabra que se usa en 5:1. Pensar
que este rollo es pequeño porque ya se ha presentado una
porción de la revelación, y lo que queda es menos que lo que
contenía el libro de 5:1, parece demasiado literal. Probable-
mente se trata de una simple variación estilística.
La colocación de los pies del ángel sobre el mar y la tierra

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sugiere que su mensaje es para todo el globo. La fuerza de su


voz, como la del león, y los siete truenos recalcan la
autoridad de este mensaje (3). Tiene la fuerza del trueno,
dada por Dios (siete).
Cuando Juan quiere escribir el mensaje de los truenos
para sus lectores, una voz que viene de Dios lo prohibe (4).
En la historia de la interpretación del Apocalipsis, ha habido
intentos de identificar el contenido de este mensaje sellado,
pero todo intento semejante supone que podemos saber este
contenido, y Juan se refiere a una verdad que no podemos
saber. Dios se revela, y revela sus propósitos, pero hay
facetas de su naturaleza y aspectos del futuro que nadie
puede saber (véase Mar. 13:32; Mat. 24:36). Debemos
interpretar con humildad; no presumamos de un conocimiento
completo.
En 10:5, se añade el cielo al mar y a la tierra (2). Este
detalle enfatiza de nuevo que el mensaje que sigue es
universal; el juramento solemne del versículo 6 indica que es
de suma importancia. El mensaje es que el tiempo ha
terminado. Tiempo aquí se refiere a la paciencia de Dios en
cumplir sus propósitos. La Biblia de Jerusalén capta el sentido

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con la traducción, “¡Ya no habrá dilación!” Dios no hará


esperar más a los mártires (6:11). Cuando el séptimo ángel
toque su trompeta (7), se cumplirá el propósito de Dios,
anunciado por los profetas. Este designio se llama secreto
porque no se puede descubrir por investigación o
razonamiento humano; solamente se conoce porque Dios lo
ha revelado.
Se acerca el fin. Antes del séptimo sello, el fin fue
anunciado, pero por los incrédulos (6:17). Ahora el mensajero
es un ángel que viene de la presencia de Dios (10:1) con un
anuncio confiable. Dios ha revelado que habrá un juicio final.
El Apocalipsis no proporciona datos para determinar cuándo
volverá Cristo para juzgar (Mar. 13:32), sino que proclama con
claridad que habrá un día de juicio, para el cual debemos
prepararnos. Cada quien tiene la libertad y la obligación de
decidir cuál va a ser su relación con Dios, pero el tiempo para
esta decisión es limitado. Hay que responder con prontitud,
porque se acerca el juicio, en el momento de la venida de Dios
en Jesucristo, o en el momento de la muerte. La proclamación
cristiana debe incluir esta verdad (Apoc. 10:11).
En el versículo 8, la voz del cielo (de Dios) manda a Juan

156
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tomar el rollo del ángel que lo trae. Cuando Juan se acerca


para obedecer, el ángel le indica qué debe hacer con él:
comerlo. Ezequiel tuvo una experiencia semejante (Ezeq. 2:9-
3:3).
Juan en esta visión representa a todos los creyentes. Su
tarea es recibir la verdad de Dios y proclamarla al mundo (11).
“Comer el rollo” simboliza la necesidad de digerir o asimilar el
mensaje antes de predicarlo (9). Los testigos de Cristo no son
encargados de un mensaje ajeno, que se pueda entregar
como si estuviera en sobre cerrado. Es necesario que vivamos
la verdad acerca de Jesucristo, que la proclamación sea un
testimonio personal. Antes de que digiéramos la revelación de
Dios, no es más que un “rugido” espantoso (3). El predicador o
testigo cristiano debe ser discípulo del mismo mensaje que
enseña a otros.
Se han sugerido muchas interpretaciones de la dulzura y la
amargura del mensaje (9-10). Ladd y Summers notan que es
dulce recibir una revelación de Dios, pero la realidad del juicio
es amarga. Beasley-Murray encuentra en estos sabores la
mezcla de bendiciones y ayes que Juan deberá anunciar.
Canclini dice que el mensaje de la ira divina es amargo, pero

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finalmente la dulzura de la perfecta voluntad de Dios llenará


nuestro corazón. La naturaleza simbólica y narrativa del
Apocalipsis permite que aceptemos más de una sola
interpretación de un párrafo. Sin embargo, hay que evaluarlas
y descubrir cuáles concuerdan más con el mensaje central del
Apocalipsis. A la luz de las escenas siguentes (11:1-13) que
desarrollan el tema del testimonio o la proclamación, Apoca-
lipsis 10:9-10 parece significar que es dulce testificar de Dios
(o conocerle), pero trae la amargura de la persecución. Esta
interpretación también concuerda con el contexto de Ezequiel
3:1-3. Ezequiel experimenta dulzura al recibir el mensaje de
Dios (3:3), pero en los siguientes versículos Dios le informa
que el pueblo rechazará su proclamación (7-9). Por otro lado,
Ezequiel 2:10 sugiere que la amargura son los lamentos,
gemidos y amenazas escritos en el rollo. Es válido encontrar
más de una verdad en el simbolismo de Apocalipsis y de
Ezequiel.
A pesar de la persecución, y a pesar de que se acerca el
fin (7), hay que seguir predicando (11).

Los dos testigos (11:1-13)


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La segunda parte de este interludio presenta a los dos


testigos de Dios (11:3). En 11:1-2, Juan recibe la orden de
medir el templo de Dios, pero no su atrio exterior. El acto de
medir simboliza la protección de Dios (véase Zac 2:1-5; Ez 40-
43); él protegerá lo medido, pero lo demás ha sido entregado
a las naciones paganas para que lo pisoteen. El templo
representa el pueblo de Dios (1 Cor. 3:16), y el atrio debe ser
algo relacionado con este pueblo. Este interludio desarrolla la
combinación de protección y persecución presentado en el
interludio anterior (Apoc. 7, especialmente vv. 3 y 15). El
templo representa la vida interior o espiritual del pueblo de
Dios, su relación con Dios, que está segura. El atrio es su vida
exterior, su relación con el mundo, en la cual está sujeto a la
persecución y prueba. Las naciones paganas (2) son los
incrédulos, todos los que no pertenecen al pueblo de Dios.
Dios protege a su pueblo, pero lo llama a salir al mundo con
todos sus peligros para testificar. Esta es una de las tensiones
en que se realiza la vida de fe.
Cuarenta y dos meses (2), o tres años y medio, es el
tiempo tradicional de prueba y persecución, el tiempo en que

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Dios protege a los suyos. El símbolo originó con el libro de


Daniel (7:25), pero se aplicó después a otros tiempos de
prueba, como la sequía en tiempos de Elías (Luc. 4:25; Stg.
5:17), período en que Elías vivió en exilio. No representa una
cantidad de tiempo, sino su calidad: un tiempo de persecución
en el cual Dios protege.
Para el pueblo cristiano, el tiempo de persecución es el
tiempo de testimonio (3). En todos los evangelios (Mar. 13:9-
13; Mat. 24:9-14; Luc. 21:12-17; Juan 15:18-27), se menciona
el testimonio en medio de descripciones de la persecución
(véase Hch. 28:16, 30-31; 2 Tim. 2:9). Cuando hay oposición y
violencia hacia los seguidores de Cristo, no es un tiempo para
callarse y protegerse. La voluntad de Dios es que el seguidor
perseguido responda con testimonio, proclamando la verdad
por la cual sufre. Los dos testigos representan todos los
creyentes, porque todos son llamados para ser candelabros
en el mundo delante de Dios (4, véase 1:20). Son dos,
posiblemente para enfatizar el poder de su testimonio (Ecl.
4:9-12), o mejor porque según la ley de Moisés dos es el
número de testigos necesario para dar un testimonio válido en
un proceso legal (Deut. 19:15).

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El vestido de luto (3) puede ser otro recuerdo de que el


testimonio estimula persecución, o puede relacionarse con el
mensaje de juicio que predican estos testigos (véase Is. 20:3-
4). Sobre todo nos recuerda que el testigo tiene que
arrepentirse antes de llamar a otros al arrepentimiento (Apoc.
2:5, etc.). La descripción de los testigos en 11:4 se deriva de
Zacarías 4, que describe al gobernador Zorobabel y al sumo
sacerdote Josué. El pueblo de Dios es regente y sacerdotal
(Apoc. 1:6). Los olivos y el aceite que proveen para los
candelabros, probablemente representan la unción de Dios
para este ministerio, ya que el aceite de olivo también se
usaba para ungir. Es el Espíritu Santo de Dios quien da poder
y autoridad al testimonio.
Según 11:5, el testigo de Cristo cuenta con una protección
absoluta de Dios. La persona que intenta hacer daño a los
testigos o frustrar su proclamación del mensaje de Dios, es
destruida. El fuego que consume a sus enemigos recuerda un
evento de la vida de Elías (2 Rey. 1:9-12), aunque en 2 Reyes
el fuego desciende del cielo. En Apocalipsis, el fuego sale de
la boca de los testigos porque están protegidos por la palabra
de Dios que proclaman y por su testimonio de la obra de Dios

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en sus vidas (véase Jer. 5:14). Elías también fue instrumento


de Dios para cerrar el cielo (6), y aunque 1 Reyes no dice
cuánto tiempo duró esta sequía (1 Rey. 17:1), ya hemos visto
que la tradición judía identificó el plazo como tres años y
medio (Luc. 4:25; Stg. 5:17). El que convirtió aguas en sangre
fue Moisés (Ex. 7:20), quien también azotó la tierra con toda
clase de plaga. Malaquías 4:4-6 es una profecía del regreso
de Elías, en un contexto que también recuerda a Moisés.
Algunos intérpretes toman la identificación de Apocalipsis 11:5-
6 de manera literal, y concluyen que Moisés y Elías regresarán
en los últimos días. Parece mejor entender a Moisés y Elías,
como Zorobabel y Josué en los versículos anteriores, como
símbolos. Se identifican a los testigos cristianos como Moisés
y Elías porque éstos representan la Ley y los Profetas, la
palabra escrita de Dios. El mensaje de los testigos es la
palabra de Dios.
Hay tensión entre las menciones de la persecución (2:10;
6:9-11; 11:2) y la protección aparentemente absoluto que se
describe en 11:5. Esta tensión se agudiza en 11:7: la bestia
que sube del abismo ... los vencerá y los matará. ¿Protege
Dios a los testigos o no? La clave de la respuesta se da en las

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primeras palabras del versículo 7: cuando hayan terminado


de dar su testimonio. El creyente no tiene una garantía de
que no le pasará ningún infortunio en la vida, pero puede
contar con la seguridad de que las pruebas y aun la oposición
no frustrarán el testimonio y el ministerio que Dios le ha
encargado. La misma verdad se afirma en 2 Timoteo 2:9 y
Hechos 27:24; 28:30-31. Se le puede encarcelar y aun matar
al mensajero, pero el mensaje no se puede callar. Apocalipsis
11:5-7 enseña que los creyentes cuentan con todo el poder del
cielo, para protección y para milagros, en la tarea que Dios les
ha asignado. Sin embargo, en su vida y bienestar terrenales,
están sujetos a los mismos peligros que acechan a todo
hombre, y también a la persecución. La protección de Dios no
es un premio, sino un medio que Dios provee en la gran tarea
de proclamar el mensaje de Cristo. Con estos versículos,
empezamos a entender qué significa el sello de Dios (Apoc. 7)
y la medición del templo mientras los incrédulos pisotean su
patio (11:1-2).
No hemos leído de la bestia antes de Apocalipsis 11:7,
aunque 9:11 ha mencionado el ángel del abismo. Juan toma
la expresión les hará la guerra, los vencerá de Daniel 7:21,

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donde se refiere al “cuerno más impresionante” (7:20) de la


cuarta (19) de cuatro bestias que son reinos (17). El concepto
de la bestia se desarrollará en el capítulo 13. Aquí se puede
identificar como el poder hostil a la proclamación de la palabra
de Dios; la alusión a Daniel 7 sugiere que es poder de un
gobierno, como la autoridad romana que perseguía a las
iglesias de Asia Menor y que encarcelaba a Juan en Patmos.
Tanto el poder del mal como el de la palabra de Dios son
realidades en esta época antes del Juicio.
La muerte de los testigos es un espectáculo público (8),
como fue la de su Señor (quien también fue ajusticiado por la
autoridad de Roma). La gran ciudad donde son exhibidos sus
cadáveres se identifica con tres lugares distintos. Esta ciudad
no es geográfica, sino simbólica y espiritual; es la sede de la
oposición a los propósitos de Dios. Sodoma fue el prototipo de
la sociedad que se rebela contra las normas morales de Dios;
fue destruida por su alejamiento de Dios. Egipto se opuso a
los planes redentores de Dios, y fue humillado y asolado por
su oposición. Israel fue el pueblo que Dios redimió de Egipto,
pero llegó a ser la encarnación de la oposición a la redención,
y en su capital fue crucificado el Redentor que Dios había

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mandado, quien es también el Señor que los testigos


proclaman. No es la única vez en la historia humana que el
instrumento de la derrota de una manifestación de la bestia
llega a ser la siguiente manifestación de la misma. A partir de
Apocalipsis 14:8 y 16:19, esta ciudad o sociedad
suprahistórica, que encarniza la resistencia organizada a Dios,
se llamará Babilonia (Jer. 50-51), recordando otra
manifestación dela misma oposición.
La colocación de los cadáveres de los testigos en la plaza
(8) es una medida para deshonrarlos, de manera que es parte
de la prueba y la persecución (tres ... y medio, 9). Sin
embargo, en el plan de Dios resulta también una oportunidad
para el testimonio. El Apocalipsis de Juan, cuando emplea el
simbolismo de tres y medio, añade al significado de
persecución y prueba, el de testimonio. Aun en su muerte, los
dos testigos siguen siendo testigos. La gente de todo pueblo,
tribu, lengua y nación (véase 10:11), que no permitirá que
se les dé sepultura, por esta misma prohibición siguen viendo
su testimonio. Pero por única vez en el Apocalipsis, no se trata
de tres años y medio (3), sino de días. El sufrimiento y aun la
muerte son realidades para el testigo, pero su magnitud se

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compara con la del poder que Dios da a su testimonio como


días se comparan con años.
Para los habitantes de la tierra, los testigos son anti-
héroes, y se celebra su muerte (10). El mundo establece días
festivos por la derrota de los testigos, porque les estaban
haciendo la vida imposible.
Sin embargo, su celebración es abreviada por otra
intervención de Dios (11). Resulta que es la intervención
divina, y no la disposición humana, que determina el tiempo
que dura la persecución y humillación (9). La resurrección de
los testigos se describe en términos de Ezeq 37:10; su
ascención al cielo (12) en términos de la ascención de Jesús
(Luc. 24:51; Hch. 1:9). Compartieron la muerte de su Señor, y
ahora comparten su resurrección y aun su ascención (véase
Rom. 8:17; 2 Tim. 2:11-12). Se presenta esta resurrección y
ascensión como visible, y así será en la consumación, pero
antes de ésta la subida de un creyente a la presencia de Dios
no es visible. Es probable que Juan afirma también la reivin-
dicación histórica de los testigos. Con frecuencia los
perseguidos de una generación son los héroes de la siguiente
(véase Lucas 11:47). Este fenómeno histórico, como todos los

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otros que Juan ha incluido en su obra, puede ser instrumento


de Dios.
Con un violento terremoto (13), Dios muestra que el
mensaje de los testigos es verdad. La muerte de siete mil
personas es obra de Dios, como demuestra el número siete.
El Espíritu (otro significado de la palabra traducida aliento en
v. 11) de Dios puede convencer a incrédulos de la veracidad
del testimonio aun después de la muerte del testigo. Este
convencimiento produce temor (11, 13), que puede ser el
principio de una verdadera vuelta hacia Dios; “temer a Dios”
en la Biblia significa creer. Aún más, “dar gloria a Dios” (13) es
en Apocalipsis una actividad exclusiva de creyentes (4:9, etc).
Estas frases sugieren que 11:13 presenta las conversiones de
los sobrevivientes. La voluntad de Dios es la conversión de
todos, la meta del testimonio de la iglesia.
En la descripción del martirio de los testigos, Juan mezcla
los tiempos de los verbos. Comienza en futuro (7-8), y
continúa en presente (9-10). Luego vuelve al tiempo futuro
(10b), y termina con verbos en tiempo pasado (11-13). No es
fácil ordenar las acciones de acuerdo con estos tiempos
verbales. Parece que Juan los mezcla a propósito para romper

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la tendencia apocalíptica de establecer tiempos fijos para los


eventos que preceden el fin. Juan está describiendo
realidades que caracterizan cada generación entre el
comienzo del Reino con la venida de Jesucristo y su
consumación con otra venida de Jesucristo.
En 11:3-13, el ministerio de los testigos se presenta en dos
etapas: una de poder ilimitado y milagroso (3-6), y otra de
sufrimiento, aparente derrota y muerte (7-13). Pero es
interesante que no se menciona ninguna conversión en la
etapa del testimonio en poder y gloria. Es solamente cuando
los creyentes testifican en sufrimiento, seguido por un acto de
Dios, que hay vidas cambiadas (13). Solemos pensar que
habría más conversiones si tuviéramos poder para multiplicar
los milagros, pero Dios nos está enseñando que es la
humillación y sufrimiento del testigo, junto a la humillación y
muerte de su Maestro, que da poder al mensaje; “mi poder se
perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9).

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La última trompeta: la consumación (11:14-19)

Con una referencia a los ayes (14), Juan marca el fin del
interludio y el regreso a la serie de trompetas. El contenido de
la séptima trompeta es el anuncio del fin de la historia humana
(15), una historia de rebelión y rivalidad contra Dios. Ahora se
realiza el plan original de Dios, un mundo sujeto a su
soberanía. Se realiza en el Ungido que Dios mandó al mundo
como Salvador, de manera que el nuevo reino es de nuestro
Señor y de su Cristo. Esta restauración es permanente: él
reinará por los siglos de los siglos.
El contenido del séptimo sello fue las trompetas (8:1-2). De
la misma manera, la séptima trompeta introduce las copas,
pero éstas no siguen inmediatamente, sino hasta los capítulos
15-16. El vínculo entre la séptima trompeta y las siete copas
es la frase, se abrió en el cielo el templo (11:19; 15:5). De él
saldrán los ángeles que llevan las copas (15:6).
Antes, hay un gran paréntesis que forma el centro del
Apocalipsis y el meollo de su mensaje: la carrera terrenal de
Jesucristo y su batalla con las fuerzas de Satanás (caps. 12-

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14). El anuncio de Apocalipsis 11:15 también sirve como


introducción del tema del “paréntesis,” porque el comienzo del
reino de Cristo no es solamente el Juicio Final, sino aun más
su carrera terrenal, especialmente su muerte y resurrección.
Estos son los eventos simbolizados en los primeros versículos
del capítulo 12.
Los ancianos tienen aquí su rol acostumbrado de adorar a
Dios por los eventos que se acaban de presentar (11:16). Esta
es la única vez en el Apocalipsis que los ancianos se
mencionan sin los seres vivientes. Las palabras de su
alabanza (17-18) sirven como un comentario para explicar el
sentido del evento anuciado en el versículo 15. La soberanía
de Dios fue puesta en duda por la rebelión de las naciones
(18). El verbo se enfurecieron y el sustantivo castigo tienen
la misma raíz, y forman un juego de palabras. La “furia” de
Dios contesta la furia de las naciones. Juan toma esta idea de
Salmo 2:1-6 (nótese enojo en el v. 5).
A su debido tiempo, Dios interviene para juzgar a todos y
reivindicar a los que han sido fieles a él. Esta intervención
comenzó con la venida de Cristo, y se completará cuando él
regrese. Así Dios asume su gran poder y reina abiertamente

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171

(17). Destruirá a los que destruyen su creación (18), otra


aplicación de la ley de talión. No se trata de venganza, sino de
cumplir su propósito de misericordia y bondad. Dios quiere
proveer para sus criaturas un ambiente perfecto; los que se
oponen a este propósito tienen que ser destruidos para que no
frustren el plan bondadoso de Dios.
Después del canto que explica el propósito de Dios en
reinar y juzgar, Juan ve el templo de Dios en el cielo, abierto
por disposición de Dios (19). Se abrió es un “pasivo divino,” la
voz pasiva utilizada para expresar una acción de Dios. Es
visible el arca que se encuentra en el lugar santísimo. El lugar
santísimo fue la parte más escondida del templo terrenal,
donde nadie más que el sumo sacerdote podía entrar, y él
solamente un día al año; representaba la presencia de Dios.
Ahora, por la realización del plan de Dios en Jesucristo, está
abierto a todos el acceso a la presencia de Dios (véase Mar.
15:38; Heb. 10:19-22). No se trata del acceso a un cuarto
terrenal que simboliza esta presencia, sino de acceso a la
realidad celestial. Es probable que, con la mención del pacto,
Juan quiere indicar a sus lectores que esta intervención de
Dios es el cumplimiento de su pacto, de sus promesas a los

171
172

que se vuelven a él.


Los fenómenos de Apocalipsis 11:19b son los mismos que
marcan el fin de cada una de las tres series que simbolizan el
juicio de Dios (véase 8:5 y 16:18) y, con la excepción del
terremoto, los que observamos delante del trono de Dios (4:5).

La guerra espiritual (Apocalipsis 12:1 a


14:20)

Los capítulos 12-14 forman un paréntesis (antes de las


copas de 15:1) que aclara que la batalla que las iglesias de
Asia Menor enfrentan no es entre una pequeña comunidad
religiosa y la gran Roma, sino parte de la batalla entre Dios y
su adversario. “El ‘paréntesis’ resulta, pues, el meollo del libro”
(Beasley-Murray).

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La victoria ganada (Apocalipsis 12:1-17)

Juan presenta otra visión. Aquí describe lo que ve como


señal (1, 3), enfatizando la naturaleza simbólica de estas
descripciones. No es un simple cuento, sino la clave para
entender la historia del mundo.

La crisis (12:1-4)

En la literatura apocalíptica una mujer es símbolo de una


sociedad o un pueblo (véase Jer. 4:31). Los tres símbolos de
luz (sol, luna y estrellas) identifican a esta mujer con los
candelabros de Apocalipsis 1:20, y el número doce confirma
que se trata del pueblo de Dios. Es posible que Juan
mencione luminarias que se encuentran en el cielo para
recordarles a sus lectores que este pueblo tiene vida en el
cielo (véase las estrellas de 1:20). El Mesías nace de esta
mujer (12:5), un hecho que sugiere que ella representa el
pueblo de Israel; pero luego la persecución que ella sufre
corresponde a la que sufre la iglesia cristiana en los días de

173
174

Juan. La mujer representa todo el pueblo de Dios, tanto los


creyentes bajo el Antiguo Pacto como los que creen durante el
tiempo del Nuevo Pacto.
La mujer está encinta y sufre dolores de parto (2). El
sufrimiento del pueblo de Dios produce un resultado deseable,
como el dolor de dar a luz. Juan emplea un antiguo mito para
presentar una interpretación de la experiencia de la iglesia.
Este mito

dice que un usurpador, condenado a muerte por un


príncipe que aún no ha nacido, trama un complot para
acceder al trono matando al heredero real en su
nacimiento. El príncipe es arrebatado milagrosamente
de las garras del usurpador y es escondido hasta que
es suficientemente mayor como para matar al enemigo
y reclamar el reino que legalmente le pertenece
(Newport).

Este mito se aplicaba a Apolo, Marduk, Ahura Mazda, y Horus


en varias culturas. Refleja el anhelo universal de un libertador
que redima a la humanidad de los poderes del mal. Juan lo

174
175

aplica a Jesús para proclamar que él cumple este anhelo.


El dragón que acecha para devorar a su hijo (4) es de
rojo encendido (3), color que simboliza su naturaleza bélica
(véase 6:4). Las siete cabezas, cada uno con diadema,
simbolizan la autoridad perfecta de Dios, y los diez cuernos,
el poder humano completo. Aquí estas cualidades son
pretensiones del dragón, y no realidad. Busca controlar a la
humanidad y sustituirle a Dios. Las siete cabezas también lo
hacen difícil de matar, como un monstruo Hidra. La historia y
nuestra propia experiencia nos enseñan lo difícil que es
eliminar el mal; humanamente es imposible.
El dragón tiene una cola tan enorme que arrastró la
tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la
tierra (4). Este detalle, aparentemente modelado sobre el
caimán, enfatiza el poder destructivo del dragón y su intención
de desbaratar la autoridad celestial de Dios. Ya que las
estrellas en la apocalíptica son símbolos de ángeles, es
posible que aquí, como en 8:10-11 y 9:1, Juan piense en la
historia de la caída de Satanás. Esta historia se refleja en el
Antiguo Testamento, pero no es una enseñanza de la Biblia.
Juan la utiliza aquí porque ilustra la oposición del dragon, que

175
176

se identificará como Satanás en el versículo 9, a los propósitos


de Dios. Una evidencia de que Juan está adaptando esta
especulación y no confirmándola es que él añade las palabras
sobre la tierra; en el mito, Satanás y sus ángeles son
arrojados al abismo. El tema de Juan en Apocalipsis 12 no es
el origen de Satanás, sino la experiencia de Jesús y de sus
seguidores.
El dragón está al pendiente del nacimiento del hijo, para
devorarlo. Juan piensa en Herodes (Mat. 2:13, 16), y
probablemente Pilato, Nerón y Domiciano, también. Nosotros
podemos añadir otros casos en que este dragón se apodera
de los poderes mundiales buscando frustrar la voluntad de
Dios.

176
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La batalla celestial (12:5-12)

El versículo 5 identifica al hijo como Jesucristo por


referencia a dos pasajes del Antiguo Testamento. La frase
gobernará a todas las naciones con puño de hierro indica
que se trata del Mesías presentado en el Salmo 2 (véase Sal.
2:8-9). La frase dio a luz un hijo varón recuerda Génesis 4:1,
e identifica a este hijo como el cumplimiento de la profecía de
Génesis 3:15. Jesús es la descendencia de la mujer, a la cual
la serpiente antigua (Apoc. 12:9) hiere, pero Jesús gana la
victoria. Apocalipsis 12:5 abarca toda la carrera de Jesucristo,
hasta que fue arrebatado de la tierra e instalado ante Dios,
que está en su trono.
Si el dragón no puede atacar al hijo, entonces la mujer
está en peligro (6). Pero Dios la proteje. Los mil doscientos
sesenta días o tres años y medio es el tiempo de la prueba y
también de la protección de Dios (11:2), y el desierto es el
lugar de prueba (Ex. 15:25) y también de la protección y
provisión de Dios (el maná; véase también la experiencia de
Elías en 1 Rey. 17:3-6). Los versículos 13-17 desarrollarán el

177
178

tema de la prueba y la protección de la iglesia.


Antes, Juan presenta una guerra en el cielo (7), desarrollo
del cuadro presentado en los versículos 4-5. Satanás quiere
tomar el lugar de Cristo y de Dios en el trono; así que ataca el
cielo. En el simbolismo apocalíptico, los ejércitos de Dios son
los ángeles, dirigidos por Miguel, el arcángel guerrero.
Apocalipsis 12:11 muestra que Miguel y sus ángeles son una
figura de Cristo y su pueblo. Juan utiliza términos apocalípticos
para interpretar el significado de la venida del Hijo de Dios al
mundo creado, y su muerte y resurrección. Satanás aprovechó
esta oportunidad para atacar a Dios, porque no puede atacar
el trono celestial. Todas las fuerzas del mal se concentraron en
el Calvario, para destruir el heredero del trono.
Los seres creados por Dios pueden rebelarse y pelear
contra él, pero no pueden prevalecer (8); no hay ningún poder
que pueda competir con el de Dios. La aparente victoria del
mal en la Cruz fue en realidad su derrota definitiva, como la
Resurrección comprueba.
Ya no hubo lugar para ellos en el cielo sugiere que
Satanás y sus ángeles tenían un lugar en el cielo antes de la
misión de Jesucristo. Juan está empleando de nuevo la

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historia de la caída de Satanás (véase 12:4), que presenta a


Satanás como un ángel caído. Es posible que lo es; no estaría
de acuerdo con la verdad bíblica que Satanás fuera un ser
independiente de Dios. Todo lo que existe, aparte de Dios, es
creación de Dios y sujeto a él. Sin embargo, esta especulación
lógica no es enseñanza bíblica. Apocalipsis 12:8-9 presenta la
expulsión de Satanás del cielo como resultado de la victoria de
Jesús en su muerte y resurrección, no como un evento que
precede la creación del hombre.
El propósito de Juan no es enseñar que Satanás fue
expulsado del cielo o cuándo lo fue, sino presentar una verdad
teológica: La Cruz muestra definitivamente que la maldad no
tiene ningún lugar en el gobierno de Dios. Mucho en nuestro
mundo puede poner en duda la bondad absoluta de Dios, pero
en la Cruz Dios mismo se somete a las consecuencias del mal
y las transforma en una fuerza redentora. La cruz del Hijo de
Dios muestra de manera tajante que no hay lugar para un
“lado negro” de Dios o de su gobierno. Tal concepto no es más
que un engaño de la serpiente antigua que engaña al
mundo entero.
En lugar de mencionar el abismo o el infierno, donde en la

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antigua historia es arrojado Satanás y sus ángeles, Juan dice


que fue arrojado a la tierra (9, véase v. 4). Allí Satanás
seguirá su guerra, ahora con poder politico y medios
ideológicos para engañar y seducir la humanidad.
Los versículos 10-12 interpretan el cuadro simbólico de 7-
9. La derrota de Satanás y del mal significa salvación para los
que siguen a Cristo y por medio de él a Dios. El poder de
Dios se revela en salvación (Rom. 1:16); cuando destruye,
destruye a destructores para rescatar a sus víctimas (11:18).
El reino de Dios está confirmado por la derrota del usurpador,
y el hecho de que esta salvación y poder y reino se realizan
en el ministerio, muerte y resurrección de su Cristo confirma
la autoridad de Cristo (12:10).
El gran clamor es una delcaración por el pueblo de Dios,
que tiene su morada en el cielo. Acusador es el significado de
los títulos “Satanás” y “diablo.” El sacrificio de Cristo logró el
perdón de los acusados, de manera que ya no se admiten las
acusaciones del Satanás.
Apocalipsis 12:11 explica en qué consiste la derrota del
mal descrita en 7-9. Los hermanos (10) lo vencieron por el
sacrificio sangriento del Cordero y por el fiel testimonio que

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ellos han dado. La batalla de los versículos 7-9, como el


arrebatamiento del 5, es un símbolo del ministerio terrenal de
Jesucristo. También incluye la participación de los creyentes.
La parte de ellos no es repetir el sacrificio, ni pelear con armas
de destrucción. Ni siquiera son llamados a convencer a los
incrédulos; ésta es obra del Espíritu Santo. Los creyentes
simplemente deben dar testimonio al mensaje, describiendo
lo que Cristo ha hecho en sus vidas (véase 2 Cor. 5:19).
Testificar es una tarea sencilla, pero no fácil, porque les
puede costar su vida. Tienen que estar dispuestos a testificar,
aunque el resultado sea la muerte. Parte del secreto de su
victoria es que en Cristo han encontrado una relación que
supera la muerte, y así pueden amarles a él, a su Padre, a sus
prójimos y aun al perseguidor más que la vida misma.
Expresan este amor en un testimonio poderoso, porque están
dispuestos a morir por la verdad que proclaman. Del ejemplo
del Cordero sacrificado han aprendido que la victoria llega
disfrazada de muerte (2:10).
Satanás no puede seguir acusando a los hombres en el
cielo; por tanto viene a la tierra (12:12) para engañar (9) y
dañar. La victoria de Cristo y de sus seguidores da alegría a

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los habitantes de los cielos, pero significa peligro para la


tierra y para los que dan testimonio a Jesús en ella, porque el
diablo ha sido arrojado a ella (9). Su furor es mayor, porque
sabe que le queda poco tiempo.
Esta es una explicación sorpresiva de la persecución y
tribulación de los creyentes. Es precisamente porque han
ganado en Cristo la batalla celestial, que sufren las
acechanzas del diablo en la tierra. El cristiano tiene dos
naturalezas, y vive tanto en el cielo como en la tierra. Como
habitante del cielo se regocija en la victoria que Cristo ha
Ganado. A la vez que entiende que, estando en la tierra, tiene
que sufrir horribles ataques de parte del dragón herido por su
identificación con el Victorioso.

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La batalla terrenal (12:13-17)

Cuando el dragón ve que no puede destruir el Hijo,


persigue a su madre (13). La persecución de la iglesia es una
expresión de la enemistad del mal hacia Jesucristo (Juan
15:18). Sin embargo, la iglesia cuenta con protección divina
(14, véase 6). En el Antiguo Testamento, las alas del águila
representan la protección de Dios (Ex. 19:4; Is. 40:31); aquí
son dadas por Dios. Se le dieron es un “pasivo divino.” Los
judíos del primer siglo evitaban pronunciar el nombre de Dios,
y una de las maneras de expresar la acción de Dios sin
pronunciar su nombre era expresar esta acción en la voz
pasiva. El desierto y un tiempo y tiempos y medio tiempo
(tres y medio) son otros símbolos de la protección de Dios,
pero también de la prueba de su pueblo.
La serpiente, como príncipe de la maldad, tiene autoridad
sobre el mar, símbolo de la maldad. Echa de su boca agua
como un río contra la iglesia (15), pero es frustrado de nuevo
en su intento de destruirla (16). Si hace falta, la misma
naturaleza ayudará al pueblo de Dios, porque Dios no

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permitirá que se destruya, ni que se apague la luz (12:1; 11:4)


de su testimonio. En el momento más negro surge una ayuda,
del lugar menos esperado. Esta narrativa simbólica expresa la
seguridad de que el pueblo de Cristo, igual que Cristo mismo,
no puede ser destruido. La iglesia persistirá hasta el regreso
de su Cabeza.
Estas son buenas noticias para los creyentes, pero
incluyen una mala noticia. Si el dragón no puede derrotar al
Hijo Salvador ni a su madre, atacará al resto de sus
descendientes (17). Estos son los que obedecen los manda-
mientos de Dios y se mantienen fieles al testimonio de
Jesus, los creyentes. En el v. 12 vimos que la victoria celestial
que los creyentes tienen en Cristo significa tribulación terrenal.
Aquí se presenta un aspecto de esta paradoja: la seguridad
absoluta de la iglesia y de su mensaje es acompañada por
persecuciones o aun muerte para el creyente individuo.
Satanás ataca a los creyentes con aun mayor vehemencia por
las dos frustraciones que ha sufrido (8, 16). Juan trata con
este cuadro de victoria y a la vez peligro el problema de la
persecución, presentando sus causas, sus límites, sus resulta-
dos y la seguridad de la cual el creyente goza en medio de

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ella.

Los aliados de Satanás (13:1-18)

El dragón busca aliados para la batalla terrenal contra los


creyentes. Hay un doble simbolismo en su posición a la orilla
del mar. Para los lectores originales en las siete ciudades
(1:11), en Asia Menor, el mar quedaba al occidente, y Roma se
encontraba más allá de él. Juan anticipa la identificación de la
Bestia del capítulo 13 como el Imperio Romano y su
Emperador. A la vez, en la literatura apocalíptica el mar es
símbolo del mal, especialmente del caos de la rebelión
humana. Satanás busca aliados entre la masa de la
humanidad que se ha rebelado contra Dios, y siempre hay
candidatos.

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La primera bestia (13:1-10)

De la humanidad rebelde sube una bestia. Es semejante


al dragón (12:3), ya que tenía diez cuernos y siete cabezas,
que simbolizan el poder humano (diez) y pretensión a
divinidad (siete). La inversión del orden de los cuernos y las
cabezas y el cambio del número de diademas recalcan el
número humano diez; esta figura, en contraste con el dragón,
es humana. El nombre blasfemo sobre cada cabeza indica
su pretensión a la divinidad; se autonombra con un título que
corresponde solamente a Dios.
Hay que interpretar este simbolismo en dos contextos: la
situación histórica de Juan y de las iglesias a quienes se
dirigió el Apocalipsis, y la realidad humana que se manifiesta
en todos los momentos de la historia. Juan piensa en el
Emperador romano de su día. El Emperador Domiciano exigía
que se le llamara “Hijo de Dios” y “Señor.” Las monedas de su
reino reflejan estos títulos y otros como “Dios” y “Salvador.”
Para Juan y los otros cristianos, aplicar estos títulos a un ser
humano era blasfemia.
Los animales mencionados en 13:2 se derivan de Daniel

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7:4-6, donde representan grandes imperios históricos. Juan


identifica el Imperio Romano como sucesor de aquellos
imperios, especialmente en su oposición al bienestar humano
y al propósito divino. El dragón es la fuerza detrás de esta
perversión del propósito divino para el gobierno. Esta
evaluación del Imperio bajo el cual vive Juan es una asevera-
ción política fuerte y peligrosa de parte de Juan.
Sin embargo, el significado de la bestia de Romanos 13 no
se limita al Emperador romano. . La bestia es el uso de la
autoridad para ser servido y no para servir. Dios usa su poder
para el bien de los que están sujetos a él, y quiere que la
autoridad humana se emplee con el mismo propósito. Pero
siempre sentimos la tentación de utilizar nuestro poder o
autoridad para imponernos sobre otros, para obligarles a
satisfacer nuestras necesidades. Ceder a esta tentación es
seguir el camino de Satanás, y convierte la autoridad que Dios
ha concedido para servir a otros en una fuerza demoniaca (2).
Así que la bestia se manifiesta cuandoquiera el poder
político pretende ser absoluto. Es más, dondequiera que haya
autoridad humana está presente la bestia. La bestia se
encuentra aun en el corazón de cada cristiano, porque todo

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creyente tiene un don que Dios le ha dado para servir, y ese


don se puede usar para beneficio de otros o para fines
egoístas
Con siete cabezas (1), la bestia es semejante a un
monstruo Hidra, duro de matar. Si se le quita una cabeza,
tiene más. La herida fatal sanada (3) enfatiza esta cualidad.
En la historia, cada vez que es destruida una manifestación de
la bestia, otra surge. Con frecuencia, es la misma persona o
grupo que “mata” la bestia quien la vuelve a encarnar. Aun en
las iglesias, se puede observar que cuando un grupo se
levanta para oponerse a una autoridad impositiva y no
servicial, y logra tomar la autoridad, muchas veces termina con
la misma actitud a la cual se oponía. Hay que reconocer que la
bestia está en el corazón de cada uno de nosotros; todos
estamos tentados a usar la capacidad y autoridad que Dios
nos ha encargado, sea poca o mucha, para imponernos a
otros, para manipularlos o para oprimirlos.
La herida sanada de la bestia es también una imitación de
la resurrección de Cristo. Las siete cabezas del dragón y de la
bestia son imitación de la autoridad de Dios; la exaltación de la
bestia en el versículo 2 es imitación de su dignidad. Ahora se

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imita la manifestación suprema de éstas en la historia humana.


Con la segunda bestia (11) o falso profeta, aun se forma una
trinidad del mal (dragón, bestia, falso profeta), en imitación de
la naturaleza trina de Dios. La pregunta al final del versículo 4
es otra imitación; la misma se hace de Dios en Exodo 15:1 y
Salmo 35:10. La maldad no es creativa; solamente puede
pervertir o imitar lo que Dios crea.
Las pretensiones y falsificaciones de la bestia impresionan
a los que no conocen ni adoran al Dios verdadero (3b). Si no
nos sometemos a la Verdad, estamos condenados a vivir
engañados por mentiras. El que no adora al Dios verdadero,
es condenado a adorar una imitación. Y toda adoración que no
se dirige al único Dios verdadero es a fin de cuentas adoración
al dragón, Satanás (4). Satanás es el prototípico adversario
de Dios, y cuandoquiera que se atribuya a una criatura la
gloria o la autoridad que corresponden a Dios, se puede decir
que Satanás es exaltado o adorado.
El mundo entero adora la bestia porque piensa que nadie
puede combatirla. Es una sumisión basada más en
conveniencia que en lealtad personal: si no puedo derrotarla,
más vale que sea su aliado. También le motiva al mundo la

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esperanza de aprovechar el poder. Muchos acatan al que tiene


el poder porque esperan luego tomar el poder y ser a su vez
acatados. El mundo adora el poder, no el servicio.
La bestia se arroga títulos divinos (5). Juan piensa en los
títulos de divinidad que el Emperador Domiciano se atribuía,
pero esta característica se encuentra en todas las
manifestaciones de la bestia. Aun cuando no se llaman a sí
mismos Dios, los que buscan ser servidos se arrogan
autoridad divina de alguna manera. En el ambiente de la
iglesia, insisten que él les ha delegado su autoridad o
pretenden poseer la verdad absoluta o haber recibido una
revelación exclusiva.
La bestia persigue a los que no comparten sus valores
egoístas (6-7). Juan vuelve al tema—prominente en los
capítulos 6, 7, 11, y 12—de la persecución de los creyentes.
Son perseguidos por su identificación con Cristo y con su
Padre, Dios (véase 12:17; Juan 15:18-20). El mundo egoísta
persigue a los seguidores del Cordero porque en ellos
reconoce el mismo espíritu de servicio que vieron en el
Cordero. El egoísmo no puede tolerar a los que se dedican al
servicio.

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La persecución es una realidad en la vida de fe; el


creyente aun tendrá que sufrir la derrota ante el mal (13:7;
11:7). Sin embargo, precisamente en la derrota, descubrirá el
poder victorioso de Dios. Tendrá la oportunidad de ver la
suficiencia de Dios para toda necesidad, y de testificar de su
suficiencia y amor.
En Apocalipsis 13:6 hay un juego interesante sobre la idea
de morada: los que viven en el cielo son la morada9 de Dios
sobre la tierra. Estos términos espaciales son símbolos de
relaciones. “Vivir en el cielo” significa tener una relación con
Dios. Y en la tierra Dios mora en los que tienen esta relación. 10
La esencia de la realidad espiritual que Jesucristo ofrece es
una relación, y cualquier cambio de lugar (de la tierra al cielo)
o de estado (nueva naturaleza) es un resultado derivado de la
relación.
Tal vez el aspecto más sorprendente de Apocalipsis 13:5-7
sea la frase se le permitió (5, 7). Esta frase tiene la forma que
se llama “pasivo divino.” (véase comentario a 11:19). El pasivo

9 En el griego, morada y viven son formas de una misma raíz, que


significa tienda de acampar. Juan quiere que sus lectores recuerden la santa
tienda que Dios mandó a Israel construirle (Ex. 25ss.).
10 Juan explica que la morada de Dios son los que viven en el cielo; no
puso ninguna conjunción como y después de la palabra morada.
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sugiere que Dios consiente la arrogancia, la guerra y toda la


autoridad de la bestia. Aun le permite vencer a los santos. A
la luz de la Biblia, no es posible pensar que Juan creyera que
Dios mandara la persecución a los que creen en él y en su
Hijo, ni que Dios recibiera placer de estos sufrimientos. Juan
expresa de una manera sorprendente, tal vez con hipérbole, la
verdad de que ningún suceso y ninguna maldad en la creación
escapa del control de Dios. Juan no quiere afirmar que Dios
apruebe las acciones de la bestia, sino que las limita y las usa
para lograr sus propios propósitos. Los pasivos divinos de
Apocalipsis 13:5 y 7 declaran que Satanás y la bestia
dependen del poder de Dios, y por lo tanto tienen solamente
un poder limitado. Nuevamente vemos que el mal no es
creativo. No genera un poder para competir con el de Dios;
solamente puede distorsionar o imitar lo que Dios crea.
La bestia es una realidad en todos los pueblos de la tierra
(13:7b). Todos los que no tienen relación con el Cordero
adoran la bestia (8). En este contexto, adorar no se refiere
principalmente a actos formales de culto, sino a una orienta-
ción básica de la vida, a los valores que determinan las
acciones. A fin de cuentas, cada persona adora al dragón o al

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Cordero. Su actitud hacia el poder y el servicio muestra cuál.


En el versículo 8, Juan describe la relación con Jesucristo
por medio del simbolismo de un registro de los ciudadanos de
una ciudad (véase 3:5). Solamente en esta relación se
encuentra el propósito de la vida, y solamente en Cristo se
preserva la vida, de manera que este rollo se puede llamar el
libro de la vida. Ya que solamente por el sacrificio de
Jesucristo podemos alcanzar esta relación con Dios, se
describe también como el libro del Cordero que fue
sacrificado.
Juan dice que fue sacrificado desde la fundación del
mundo. Jesús murió muchos siglos después de la creación
del mundo, pero su muerte no fue una respuesta improvisada
de Dios cuando le sorprendiera el pecado humano. Más bien
fue parte de su propósito eterno. Nuestra redención no
comienza con nuestra búsqueda de Dios ni aun con la Cruz.
Dios tomó la iniciativa aun antes de crear el mundo, y nos creó
sabiendo que nuestra rebelión le iba a costar la muerte de su
Hijo. Tal amor rebasa el entendimiento humano.
Apocalipsis 13:9 advierte al lector que se va a presentar
una verdad importante, que requiere discernimiento espiritual,

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194

esto es, discernimiento dado por Dios, para entenderla.


La bestia causará muchos daños a los creyentes,
incluyendo encarcelamiento y muerte (10); no se debe resistir
a esta violencia con violencia. Los fieles no han de luchar con
la fuerza de las armas, sino con el sufrimiento de la cruz
(Salgado). Juan ya dijo que el sufrimiento extremo no se
puede evitar (11:7; 13:7). Tal vez vuelve a este tema porque no
es fácil aceptar; 13:9 sugiere que la verdad del v. 10 se puede
entender solamente con la ayuda del Espíritu de Dios.
La última frase de 13:10 significa que la autenticidad de la
fe perseverante se manifiesta precisamente en la crisis de la
persecución. No podemos evitar el sufrimiento, ni siquiera por
la fe, pero por el poder de Dios podemos perseverar y
mantener una actitud pacífica de servicio. La perseverancia de
los cristianos ante semejante destino contribuye a la victoria
sobre el mal.

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La segunda bestia (13:11-18)

Juan ve otra bestia, que sube de la tierra, y es semejante


a un cordero (11). Promueve la adoración de la primera bestia
(12, 13, 15). Juan describe una realidad de su propia situación
histórica, pero hoy no sabemos lo suficiente acerca de Asia
Menor en el primer siglo para identificarla con exactitud.
Algunos han especulado que existía una comisión para
promover o exigir la adoración del Emperador, aunque ya no
hay evidencias de tal comisión. Es posible también que se
trate de una presión menos formal en la sociedad para
participar en la adoración del Emperador. De hecho fue en el
oriente del Imperio (Asia), donde se acostumbraba identificar a
los reyes como divinos, donde comenzó la divinización del
Emperador romano, y varias de las ciudades de Asia Menor
mencionadas en Apocalipsis rivalizaban para dar mayores
honores y adoración a él.
En un sentido más amplio, podemos decir que la segunda
bestia (o el falso profeta, 16:13 y 19:20) representa la
legitimización religiosa del poder egoísta que caracteriza la

195
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primera bestia. Durante gran parte de la historia humana, la


religión ha sido considerada una expresión de lealtad política.
El Imperio Romano a veces exigía que sus aliados o enemigos
derrotados aceptaran los dioses romanos como una expresión
de fidelidad a Roma. En siglos posteriores, reyes cristianos
imponían el bautismo al sujetar a pueblos vecinos. Aun en el
presente, hay países que exigen cierta religión de todos sus
ciudadanos. En otros lugares, esta legitimación es más
ideológica que religiosa, pero el resultado es igual. Se
pretende que lo que una persona cree y los valores que
adopta sean determinados por una autoridad externa, y no por
una decisión personal.
El fenómeno simbolizado en la segunda bestia se da
también en las iglesias. Cuando un líder o cualquier creyente
dice con palabras o con actitud, “Dios me ha hablado, y el
desacuerdo conmigo es rebelión contra Dios,” se está
manifestando la segunda bestia. Si la primera bestia se
impone y exige ser servido por fuerza física, la segunda hace
lo mismo por argumentos prepotentes (14).
La segunda bestia tiene dos cuernos como de cordero
(11). No aparenta una semejanza a la primera bestia, y no

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exige abiertamente ser servido. Más bien se presenta como


semejante al Cordero, manso y dispuesto a servir. Pero su
“servicio” es hacer las decisiones morales que deben corres-
ponder a las personas “servidas,” y así imponer sobre ellas la
religión o ideología que esta bestia promueve (12). En
realidad, el que hablaba por medio de este “cordero” manso
es el dragón (véase Mat. 7:15), el mismo espíritu egoísta que
pelea contra Dios en la primera bestia (Apoc. 13:2).
Como el dragón imita a Dios y la primera bestia a Cristo, la
segunda imita al Espíritu Santo. Está en presencia de la
bestia (12), como el Espíritu está delante del trono de Dios
(4:5; Juan usa la misma preposición). Promueve la adoración
de la bestia, como el Espíritu glorifica a Jesús (Juan 16:14).
Hace caer fuego del cielo (Apoc. 13:13), un acto que
recuerda el descenso del Espíritu en Pentecostés (Hch. 2:3).
La autoridad que obra en la segunda bestia es la misma
que obra en la primera (Apoc. 13:12). El falso profeta la usa
para promover la adoración de la primera bestia. Si la primera
bestia es el uso ilegítimo del poder para obligar a otros a
servirle a uno, la adoración de ella es la aprobación ideológica
y religiosa de esta imposición.

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Es posible que el número dos (11) se refiera al testimonio


de la segunda bestia a la primera, y a los supuestos milagros
de la primera, como sanarse de una herida mortal (12). El
falso profeta también realiza milagros, como hacer caer fuego
del cielo a la tierra como un rayo (13), y hacer hablar una
imagen de la primera bestia (15). Hay evidencia de que los
sacerdotes de la antigüedad producían aparentes señales
milagrosas en sus templos, por ejemplo, manipular la
electricidad para producir un “rayo.”
También se han encontrado grandes imágenes con un
hueco en el lugar de la boca y evidencia de que una tela
tapaba la boca; parece que un sacerdote se metía en este
hueco detrás de la tela para que la imagen “hablara” a los
adoradores reunidos ante la estatua.
La amenaza de matar a los que no adoran la imagen de la
bestia (15) recuerda la historia de la imagen de
Nabucodonosor (Dan. 3:1-7).
Con tales señales, el falso profeta engaña a los que tienen
vida solamente en la tierra, los que no creen en el Cordero, y
les insta a la idolatría de hacer una imagen de la bestia (Apoc.
13:14). Pero aun este engaño no escapa del control de Dios,

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199

porque su capacidad para engañar se le permitió (pasivo


divino, véase comentario sobre 13:5-7). Dios limita los intentos
de engañar y aun los usa para sus propósitos, para desarrollar
la perseverancia de los suyos en medio de estos acechos
(10).
La marca que el falso profeta obliga a todos a recibir (16)
es una imitación del sello con el cual Dios marca a los suyos
(7:3). Se aplica a la frente, como el sello de Dios, o en la
mano derecha. Como el sello, simboliza una identificación
espiritual, y no es una marca física. La marca representa la
presión económica (13:17), que se añade a la imposición de
poder (primera bestia) y el engaño ideológico (segunda bestia)
para sostener y extender la autoridad de la bestia.
Dondequiera que una religión se promueva con presiones
económicas y sociales, en lugar de presentar la verdad y
permitir a cada persona decidir por su propia conciencia, la
bestia está actuando.
En 13:18, Juan presenta el número de la bestia, que es
seiscientos sesenta y seis. La invitación a “calcular” el
número y descubrir la sabiduría indica que es un número
simbólico. En el versículo 17, se identifica como el número del

199
200

nombre de la bestia. En el griego del primer siglo, las letras


servían también como números. Cada palabra o nombre,
entonces, tenía su “número,” la suma de los valores de sus
letras. Es probable que los primeros lectores del Apocalipsis
conocían un nombre cuyo número era 666, y entendieron
inmediatamente la alusión de Juan. Sin embargo, los lectores
modernos, que tenemos solamente el número, no podemos
reconstruir el nombre, porque varios nombres pueden tener el
mismo número.
Aunque la identificación del ser humano bajo el código de
666 está perdido para los lectores modernos, podemos
entender su simbolismo: seis es el número del mal, y las tres
repeticiones simbolizan el mal superlativo. La bestia es el
colmo del mal; el egoísmo y el uso de la autoridad para ser
servido son la quintaesencia del mal y la fuente de todos los
males. Pero seis es también el número del fracaso. En el
orden que Dios ha establecido, la maldad finalmente fracasa.
Esta verdad es esperanza para todos los oprimidos y
perseguidos. El reinado de la maldad puede ser largo, pero no
es permanente. Su fin será la destrucción.

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La victoria consumada (Apocalipsis 14:1-


20)

El ejército del cordero (14:1-5)

Los que no aceptan la marca de la bestia están excluidos


de la sociedad humana (13:17), pero gozan de una comunidad
superior, la de los santos y del Cordero (14:1). Cada persona
escoge llevar la marca de la bestia o el sello de Dios; tiene que
identificarse o con el uno o con el otro.
Los 144,000 nos fueron presentados en 7:4. El sello que
recibieron en 7:3 se identifica aquí como el nombre del
Cordero y de su Padre (14:1). Porque el nombre representa
el carácter, el sello no es una marca visible en la piel, sino
semejanza ética. Los que creen en el Cordero son transforma-
dos a su semejanza, y viven para servir. “Los redimidos llegan
a ser como el Redentor” (Newport). La marca de la bestia
también es semejanza ética; los seguidores de la bestia son
los que viven para lograr que otros les sirvan, por fuerza o por

201
202

mañas.
El monte Sion originalmente fue la colina sobre la cual se
situaba la ciudad de los jebuseos (2 Sam. 5:6-9), pero el
nombre se extendió al norte, al monte donde se instaló el arca
del pacto (2 Sam. 6:16-17) y posteriormente se construyó el
Templo de Jerusalén (Is. 8:18; Miq. 4:7; etc.). Así llegó a ser
símbolo de la presencia de Dios con su pueblo (Joel 3:16;
Rom. 11:26) para protegerlo (Sal. 48:2-3). También representó
al mismo pueblo de Dios (Sof. 3:14; Heb. 12:22). En
Apocalipsis 14:1, Sion no es un lugar geográfico donde se
reunan los creyentes, sino la nueva sociedad que Jesucristo
está formando y que abarca todo el orbe. En el versículo 2, los
sellados se colocan en el cielo, y en el 3, delante del trono,
símbolos de la relación con Dios que es la base de la nueva
sociedad.
Estos creyentes no están lamentando su exclusión de la
sociedad terrenal, sino cantando alabanzas a Dios (3). El
ejército de Cristo se dedica al canto, no a la guerra; sus armas
son su testimonio, presentado en paz, y sobre todo su
adoración a Dios y a su Hijo. Su canto es fuerte como una
catarata y hermoso como arpas (2). Es un himno nuevo (3),

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203

que celebra su redención. Solamente los redimidos pueden


aprender aquel himno. Alaban a Dios por la redención que
conocen por experiencia propia; saben que él ha vencido y es
digno de alabanza. Lo alaban no solamente por las obras que
pueden observar en la naturaleza o en las vidas de otros, sino
por la transformación y rescate que han experimentado dentro
de sus corazones. Sin duda les duele la persecución y las
pruebas que sufren en la tierra, pero pueden cantar porque
han sido rescatados de la tierra y gozan de las relaciones
celestiales.
Los versículos 4-5 especifican más el carácter de los
soldados cantantes de Cristo. El punto esencial es su
dedicación exclusiva para Dios y el Cordero. Fueron
rescatados por el sacrificio de Jesucristo, y están dedicados
exclusivamente a sus propósitos y los de su Padre, como la
ofrenda de los primeros frutos se reserva a Dios. Esta
dedicación produce obediencia absoluta a él; siguen al
Cordero por dondequiera que va. Hay que entender la
descripción de ellos como vírgenes (4, nota) a la luz de esta
verdad central. Vírgenes describe su fidelidad espiritual a
Dios; la fornicación que evitan es espiritual. No se trata del

203
204

celibato físico; la relación sexual se presenta en la Biblia como


don de Dios al matrimonio, y no como contaminación.
De manera semejante la mentira (5) es principalmente a la
mentira que el Imperio quería que todos sus súbditos dijeran:
“César es Señor.” A pesar de las presiones políticas, religiosas
y económicas, los cristianos confesaban, “Jesús es Señor.”
Algunos perdieron la vida antes de permitir que aquella
mentira se hallara en su boca.
La ofrenda de los primeros frutos (4) consistía en el
primero producto de la tierra, lo más apreciado. Esta figura
sugiere el valor especial que tienen los creyentes ante Dios.
Pero los primeros frutos también significaban la promesa
divina de una cosecha abundante. Los redimidos son señal de
la promesa de Dios a toda la humanidad. El sufrimiento, el
testimonio y la adoración de los despreciados seguidores de
Cristo producirán una cosecha abundante de conversiones
entre los seguidores de la bestia.

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205

El fin de la historia (14:6-13)

205
206

Esta sección contiene anuncios angélicos, como el capítulo


10. Son verdades que Dos envía por sus mensajeros. Es
curioso que el anuncio del juicio se describa como evangelio,
buenas nuevas. Sería buena noticia para los oprimidos, pero
este mensaje se dirige específicamente a los que viven en la
tierra (6), palabras que en el Apocalipsis siempre describen a
los incrédulos, sujetos a la condenación de Dios. La explica-
ción se encuentra en los capítulos 9 y 16: la voluntad de Dios
es que su juicio no sea final, sino que estimule a los
condenados al arrepentimiento. Por tanto, el anuncio de un
anticipo del juicio dentro de la historia es buena noticia para el
que responde a la desgracia con arrepentimiento. La segunda
mitad de 14:7 confirma esta interpretación; la respuesta
correcta al juicio es adorar a Dios, el Creador. Dios anticipa su
juicio en esta vida, porque quiere que toda nación, raza,
lengua y pueblo venga a él y lo adore. Esta adoración no se
limita a cultos religiosos, sino que describe una relación con él
que abarca toda la vida y afecta todos los valores y acciones.
Es para una vida saturada de esta adoración que Dios rescata
(3) a personas del egoísmo y de la rebelión.
El juicio de Dios y la transformación de rebeldes significa la

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207

caída de la gran Babilonia (8). Como en el caso de la bestia


(11:7), Juan introduce un nombre que explicará después
(Apoc. 17). Babilonia representa la sociedad humana
organizada en base de la independencia de Dios. Dios creó al
hombre para una relación con él, y esta relación implica
relaciones de amor entre los hombres. Aun cuando el hombre
quiere independizarse de Dios y se rebela, queda en su
corazón la profunda necesidad de las relaciones, y busca
relacionarse con sus semejantes sin referencia a Dios. Su
rebelión contra Dios llega a ser la base de su sociedad. Esta
“ciudad” que se opone a los propósitos de Dios es la misma
que se presenta en 11:8 como Sodoma, Egipto y la ciudad que
crucificó a Jesús. De aquí en adelante se presenta bajo el
nombre de Babilonia.
Babilonia fue el imperio que, seis siglos antes de Cristo,
desterró al pueblo de Dios y destruyó el Templo y el arca del
pacto. Por lo tanto, Babilonia se convirtió en símbolo del gran
adversario de Dios dentro de la historia humana. La referencia
al excitante vino de su adulterio (8) es alusión a la
descripción de Babilonia en Jeremías 51:7. Babilonia fue
instrumento de Dios para castigar a otras naciones, pero luego

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ella también tenía que ser castigada (Jer. 51:8). El juicio de


Dios significa la caída de todas las manifestaciones de la
sociedad rebelde que quiere ser independiente de él; tal
sociedad no puede ser permanente (véase Sal. 2). Esta
verdad es parte de la única esperanza legítima que la
humanidad puede guardar, y también parte del evangelio
eterno (6) que Dios le proclama. El fracaso de nuestros
intentos para independizarnos de Dios es buena noticia—¡la
mejor noticia que podemos escuchar!
El que se identifica con la sociedad rebelde tiene que sufrir
su destino. Adorar a la bestia y recibir su marca (9) se refieren
a una calidad de vida más que a una adoración formal; todos
los que no se someten al Cordero (quien sirve a otros) son
parte del reino de la bestia (el egoísmo que quiere ser
servido). En Apocalipsis, la adoración significa toda la vida, y
no solamente una parte de ella. El que adopta los valores de
la bestia y de Babilonia tendrá que participar en su destino,
que es beber del vino del furor de Dios (10), esto es, sufrir su
juicio. Babilonia administra este juicio a otros (14:8), pero
según 16:19 Babilonia misma tiene que beber de la copa
llena del vino del furor de su ira. Esta copa es símbolo de la

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caída anuciada en 14:8. La copa (10) fue un símbolo del juicio


de Dios (Sal. 75:8; Is. 51:17, 22). Cuando Jesús iba a sufrir el
castigo de Dios, usó la figura de la copa (Mar. 14:36; Mat.
26:39; Luc. 22:42; Jn. 18:11). Vino puro describe un vino que
no se ha diluido con agua. Los que se rebelan contra Dios
escogen un camino que no merece nada más que el juicio. El
furor no diluido y el fuego y azufre expresan la calamidad y
desolación de una vida vivida sin relación con Dios.
Los fieles seguidores de Jesús sufrían ante el público
burlón del circo, pero los seguidores de la Bestia sufrirán ante
un público más digno: en presencia de los santos ángeles y
del Cordero. Tal vez uno de los factores más dolorosos de
este castigo sea ver triunfante y reinando al Cordero a quien
los castigados se opusieron. Es mejor reconocerlo como
Señor ahora mismo, y darle ya la victoria en el corazón.
El humo de ese tormento sube por los siglos de los
siglos (14:11), un testimonio eterno del justo juicio de Dios.
Los que se opusieron al testimonio de Dios durante su vida
terrenal, darán testimonio involuntario de él durante toda la
eternidad. Nadie puede vivir en independencia de Dios, ni
frustrar su propósito. Aun nuestra rebelión sirve los propósitos

209
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de Dios en maneras que no nos podemos imaginar. Todo


hombre tiene relación con Dios, y todo hombre dará
testimonio. Nuestra decisión solamente determina si esta
relación sea positiva o negativa.
No habrá descanso ... para el que adore a la bestia. El
que se rebela contra Dios nunca puede relajarse, porque Dios
siempre está acechándolo e invitándolo a dejar su rebelión y
convertirse en hijo obediente. El rebelde nunca tendrá
descanso en el sentido de una cesación de vigilancia o de
actividad. Decanso también implica llegar a la meta, disfrutar
de los resultados del esfuerzo y de una tarea cumplida. Los
que dedican sus vidas a frustrar el plan de Dios, siguiendo a la
bestia que todos encontramos en nuestro mundo y en
nuestros corazones, nunca gozarán de esta satisfacción.
Precisamente en el contexto del juicio de Dios se revelará
la sabiduría de la perseverancia de los santos (12) en
obediencia y confianza. Encontramos la misma afirmación en
Apocalipsis 13:10, en el contexto de la persecución inevitable
de los creyentes fieles. En el mundo, tienen que perseverar
aun en la cautividad y la muerte, y no es aparente la
conveniencia de su perseverancia. En el juicio de Dios, sin

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embargo, su perseverancia en obedecer a Dios y mantenerse


fieles a Jesús les permitirá evitar el castigo y gozar del
descanso que Dios da (14:13).
La muerte en el Señor no es calamidad, sino bendición
(13). Esta es la segunda de siete “felicitaciones” en Apocalipsis
(véase 1:3). El Espíritu explica por qué merecen felicitación:
su muerte significa descanso. Para los que viven para sí
mismos y en rebelión contra Dios, la muerte es la frustración
eterna de todos sus propósitos (11). Para los seguidores fieles
de Cristo, la muerte significa que han completado sus labores
y pueden gozar de su fruto: pues sus obras los acompañan
(13). El descanso también sirve para renovar fuerzas y así
seguir trabajando. En el estado de separación de Dios, no
habrá nada que hacer, ninguna actividad que tenga sentido ni
remota posibilidad de servir para algo. El estado eterno del
creyente será un campo de actividad productiva. Tal bendición
merece ser declarada por escrito, en el papel que Juan tenía
bajo su mano y en la vida de personas separadas por Dios del
mundo egoísta y rebelde.

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La cosecha (14:14-20)

La figura semejante al Hijo del Hombre y sentada sobre


una nube blanca es Cristo (véase 1:17; Dan. 7:13). Algunos
comentaristas objetan a esta identificación porque esta
persona recibe una orden de un ángel en el versículo 15, y
Cristo no está sujeto a ningún ángel. Es respuesta suficiente
observar que el ángel del versículo 15 salió del templo,
obviamente transmitiendo una orden de Dios. El Hijo tiene que
ser avisado de la hora por el Padre (Mar. 13:32). También se
objeta que Cristo sería coordinado con el ángel de 14:17, pero
este ángel le sirve extendiendo y completando su obra.
Cristo viene coronado como rey (de oro) y cargando una
hoz afilada (14), que usará para cosechar. La cosecha es un
símbolo del juicio en el Antiguo Testamento; es posible que
Juan esté pensando en Joel 3:13, donde se combinan como
en Apocalipsis 14 las cosechas de granos y de uvas. El otro
ángel (15) anuncia que ha llegado el momento de la siega; la
historia terrenal ha llegado a su clímax, y el Hijo del Hombre
ejecuta el juicio (16).

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Este cuadro repite el mensaje de Apocalipsis 14:6-13


(véase también 10:7 y 11:15-17): el juicio de Dios es una
realidad que se acerca. Se están separando los seres
humanos en base de lo que revelan en sus acciones: la lealtad
a Dios o la rebelión. Este mensaje consuela a los creyentes
que sufren por su lealtad, y también les estimula a seguir
dando testimonio del juicio y de la misericordia de Dios.
Apocalipsis 14:17-20 repite el cuadro de los versículos 14-
16, pero ahora la cosecha es de uvas y no de granos, y el que
lanza la hoz se identifica como otro ángel. No se mencionan
los elementos de Daniel 7:13: la nube y el Hijo del Hombre. Es
posible entender estos versículos como una repetición de los
anteriores, para enfatizar que “Dios ha resuelto firmemente
hacer esto, y lo llevará a cabo muy pronto” (Gén. 41:32;
explicación de una repetición). Entonces las variaciones
tendrían el propósito de mantener el interés del lector.
Sin embargo, en el primer cuadro no hay nada que
corresponda al lagar de la ira (19) en el segundo. De este
lagar sale sangre (20). En el primer cuadro, tampoco se
menciona el fuego (18), que en 14:10 fue símbolo del castigo.
Parece mejor, entonces, entender que los dos cuadros

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corresponden a dos aspectos del juicio. La cosecha de granos


(14-16) representa la reunión de los seguidores de Cristo para
comunión permanente con él (véase Mat. 13:13). La vendimia
de uvas (17-20) representa el castigo de los rebeldes. Puede
ser esta la razón por la cual el ángel que anuncia la vendimia
sale del altar (18), y no del templo como los de los versículos
15 y 17. En 6:9-11, los mártires debajo del altar claman por
venganza. La descripción del ángel como el que tenía
autoridad sobre el fuego (18) recuerda 8:5, que menciona el
mismo altar. El juicio es la respuesta de Dios a las oraciones
de los santos (8:4) y mártires (6:9).
En 14:20, Juan define la extensión de la sangre de esta
gran matanza. Sube hasta los frenos de los caballos,
formando un mar de sangre que amenaza con ahogar a los
hombres. La extensión de trescientos kilómetros puede ser
una referencia a la longitud norte-sur de Palestina; en este
caso es el segundo número de Apocalipsis que no es
simbólico (véase 9:5). Sin embargo, es posible que Juan vea
simbolismo en el número mil seiscientos (nota), compuesto de
cuatro por cuatro (mundo) por diez por diez (hombre). En
cualquiera de los dos casos, la cifra representa toda la tierra,

214
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por números o porque en el Antiguo Testamento hay una


correspondencia a veces entre “la tierra” prometida y “la tierra”
como todo el orbe.
Fuera de la ciudad en 14:20 forma una inclusión con la
referencia al monte Sion en 14:1, marcando el fin de las
visiones de 14:1-20. Esta frase enfatiza el contraste entre la
sociedad de los que creen en Cristo y en Dios su Padre, y la
sociedad de la rebelión, Babilonia. El juicio significa separa-
ción entre estos dos grupos o dos estilos de vida. Los
versículos 9-13 presentaron la misma separación. También
significa soledad para los que están fuera de Sion. La rebelión
contra Dios lleva a la soledad; finalmente la sociedad rebelde
se dividirá y los castigados quedarán sin sociedad o ciudad,
profundamente solos.
¿Por qué es Cristo quien ejecuta el juicio en 14-16, pero
un ángel en 17-20? Cristo viene directamente para recoger a
los suyos, pero manda a un ángel para destruir a los rebeldes.
Esta diferencia simboliza la actitud de Cristo y de Dios hacia el
hombre. La salvación expresa su voluntad y le hace feliz, pero
la condenación es “su extraña obra” (Is. 28:21). Nunca
condena a un ser humano de buena gana, sino solamente por

215
216

respeto a una decisión de rechazo empedernido.


En Apocalipsis 15:1 Juan ve en el cielo otra señal. Esta
frase aparece en Apocalipsis solamente al principio (12:1, 3) y
al fin (15:1) del “paréntesis” o “meollo” (Beasley-Murray) del
libro, y forma una inclusión marcando esta sección, que es
central tanto por su colocación como por su contenido.

216
217

Las copas (Apocalipsis 15:1 a 16:21)

El contenido del séptimo sello (8:1-5) resultó ser la serie de


trompetas, pero la séptima trompeta (11:15-19) parecía ser el
fin. Descubrimos en Apocalipsis 15:1 que todavía hay otra
serie de siete plagas, las copas (7). La repetición de 11:19a en
15:5 sugiere que las copas son el contenido de la séptima
trompeta y del tercer ay (11:14), de la misma manera que las
trompetas son el contenido del séptimo sello. Tanto los sellos
como las trompetas fueron anticipos del juicio de Dios, que
tenían el propósito de llamar a los hombres al arrepentimiento
antes del juicio final. Con la séptima trompeta, ha llegado el
juicio final, que se consumará en las plagas de las siete
copas (15:1). El juicio ahora afecta a todos (16:1, 3, 9) y no
solamente una cuarta (6:8) o tercera parte (8:7, 9, 11, 12).

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218

La presentación de las plagas finales (Apocalipsis


15:1-8)

Apocalipsis 15:1 es una especie de encabezado que


introduce la sección 15:1 – 16:21. Antes de desarrollar las
siete plagas de las copas, Juan presenta un himno que
explica el significado de ellas (2-4). Ve a los que han vencido
(véase 2:7, 11, etc.) a la bestia, parados a la orilla del mar de
vidrio (2). Han vivido vidas de obediencia a Dios y servicio al
hombre. Han resistido la cultura terrenal de egoísmo,
imposición y violencia, y Dios les ha dado la victoria. La
preposición traducida a la orilla tiene también el sentido
“sobre,” que puede ser la idea de Juan aquí. Por su imitación
obediente del carácter y de la actuación de Dios, los creyentes
han superado la rebelión que separa al ser humano de Dios,
simbolizada en este mar (véase 4:6). Han sido justificados por
el sacrificio del Cordero, y en su rectitud pueden estar de pie
en la presencia de Dios (véase 6:17).
El fuego reflejado en el mar puede ser una alusión al Mar
Rojo (que también fue cruzado por creyentes), la primera de
218
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muchas referencias al éxodo en la narrativa de las copas.


Parece ser un reflejo de la gloria de Dios, de la persecución
superada o del juicio que se acerca. Es posible que Juan
quiere sugerir más de uno de estos sentidos. Las arpas sirven
como símbolo de la adoración.
Juan describe el himno que oyó como el himno de Moisés
para recordar el canto de Israel cuando fueron rescatados del
ejército egipcio y cruzaron el Mar Rojo (Exodo 15:1-18). En
este capítulo y el siguiente, Juan hace referencias constantes
a los eventos del éxodo de Israel desde Egipto, invitando al
lector a aprender los propósitos y los métodos de Dios por
medio de aquel evento. El himno de Apocalipsis 15:3-4, como
el de Exodo 15, es alabanza a Dios basada en el rescate que
ha realizado, pero ahora por medio del Cordero. Es “un
mosaico de reminiscencias bíblicas” (Salgado); véase
especialmente Jeremías 10:7 y Salmo 86:9.
Las obras de justicia de Dios (4) revelan su grandeza,
justicia y fidelidad (3). Es el Todopoderoso Rey de todas las
naciones, quien hace cosas grandes y maravillosas. Emplea
este poder en establecer justicia, castigando a los injustos, y
en cumplir con sus promesas. Verdaderos expresa la fidelidad

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220

de Dios a sus promesas.


Apocalipsis 15:4 repite una lección de las trompetas (9:20-
21). El propósito de Dios al juzgar y desplegar su poder es
convencer a los hombres a temerle y glorificar su nombre.
Quiere que todas las naciones vengan y adoren delante de
él. El propósito final de Dios no es condenar, sino llevar a todo
hombre a la relación con su Creador por la cual fue creado
(véase Fil. 2:10-11). Esta lección importante del Apocalipsis se
encuentra en 9:20-21, en 14:14-20, aquí y en otros pasajes
después.
Después de esta introducción, Juan describe a los siete
ángeles que traen las copas (15:5-8). Se describen con
mucho más detalle que los ángeles que traían las trompetas
(8:2), para enfatizar la solemnidad del juicio final. Tal vez Dios
disponga la pausa para esta descripción como una oportuni-
dad más para el arrepentimiento. Los ángeles salen de el
templo, el tabernáculo del testimonio que está en el cielo
(5), la morada de Dios. Esto significa que el Juez es Dios; el
juicio no puede proceder de ningún otro. La vestidura de los
ángeles (6) puede indicar que son sacerdotes que salen para
hacer un sacrificio (Lev. 6:10; 16:4) o solamente contribuir a la

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solemnidad del momento.


Las copas de oro (7) se mencionan también en 5:8, donde
están llenas del incienso que simboliza las oraciones de los
santos. Aquí, están llenas del furor de Dios. Pablo presenta
una combinación semejante de incienso grato y juicio en 2
Corintios 2:15-16. El juicio es la respuesta de Dios a la petición
de su pueblo que él venga para reivindicarlo y para establecer
su reino. Cuando el juicio llama al pecador al arrepentimiento,
contesta también la oración de la iglesia a favor de la evangeli-
zación.
El versículo 8 recuerda Exodo 40:34-35 y 2 Crónicas 5:13-
14. Cuando se dedicaron el tabernáculo y el templo, éstos se
llenaron del símbolo de la presencia de Dios, y nadie podía
entrar. Ahora sucede lo mismo, en el momento del juicio.
Puede ser otra señal de la majestad y gloria de Dios (Ladd),
pero H. B. Swete encuentra un significado más específico: Los
juicios divinos son inescrutables hasta que hayan pasado;
cuando se termine la última plaga, desaparecerá el humo y se
podrá ver a Dios.
También es posible que Apocalipsis 15:8 aluda a otros
pasajes del Antiguo Testamento, como Jeremías 7:16; 11:14,

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14:11-12 y 15:1. En estos pasajes, Dios dice a Jeremías que la


intercesión ya no será efectiva, porque el arrepentimiento del
pueblo no es sincero. El juicio tiene que llevar su curso. Espe-
cialmente llamativo es Jeremías 7:16, porque en el mismo
contexto (7:20) Dios dice, Descargaré mi enojo y mi furor
sobre este lugar (véase Apoc. 16:1). Las copas del Apoca-
lipsis se tratan precisamente del enojo y furor de Dios
derramados.

El juicio de los adoradores de la bestia


(Apocalipsis 16:1-9)

Del templo lleno de la gloria de Dios, donde no se puede


entrar para pedir más aplazamiento, sale una voz que
proclama a gritos la voluntad inescrutable de Dios: que las
siete copas sean derramadas sobre la tierra (16:1). El furor
de Dios vendrá sobre un mundo rebelde.
La respuesta a esta voz son las últimas plagas,
derramadas de las copas en mano de los siete ángeles. Las
primeras cuatro de estas son paralelas a las primeras cuatro
trompetas (8:7-12). Como las trompetas, se dirigen a la tierra,
222
223

el mar, los ríos y las fuentes de las aguas, y el sol (la cuarta
trompeta incluye también la luna y las estrellas). Las copas se
asemejan a las trompetas en que las primeras cuatro
describen trastornos de la naturaleza y la sexta describe la
guerra. (El mismo simbolismo se encontró en orden inverso en
los sellos: los primeros cuatro describieron la guerra y el sexto,
trastornos de la naturaleza.)
Pero también hay diferencias entre las trompetas y las
copas. Primero, el juicio de las copas ya no es parcial (véase
6:8; 8:7; etc.). Cada plaga afecta a toda la clase a la cual se
dirige. También se acelera el ritmo de la narrativa, ahora que
se acerca el fin. La más espantosa diferencia es que la
primera y la cuarta de las copas afectan directamente a los
seres humanos. Las primeras cuatro trompetas afectaron la
naturaleza y así indirectamente a los hombres, pero la serie de
las copas empieza con un castigo directo al hombre.
La primera copa produce una llaga maligna y repugnante
que recuerda la sexta plaga en Egipto (Ex. 9:8-11). Aflige a
toda la gente que tenía la marca de la bestia y que adoraba
su imagen. Esta marca y adoración simbolizan la manera en
que la bestia emplea la autoridad o el poder: para controlar a

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otros y usarlos para sus propios propósitos (ser servido). Este


uso se contrasta con la actitud del Cordero, quien dedicó su
autoridad y poder a servir a otros y liberarlos para realizar su
destino (Marcos 10:45). Cada persona tiene que usar su don
de una de estas maneras; tiene que identificarse con la bestia
o con el Cordero.
Los sellos afectaron tanto a creyentes como a incrédulos.
La única distinción que se hizo fue en el quinto, la
persecución, que afectó solamente a los creyentes.
Igualmente en la serie de las trompetas, todas menos la quinta
cayeron sin distinción sobre los que tenían el sello de Dios
(9:4) y los que no lo tenían. En las copas, que representan el
juicio final de Dios, la distinción se aplica desde el primer
miembro de la serie.
Los sellos y las trompetas no se refieren a tres épocas
sucesivas de la historia. Más bien presentan una verdad
teológica: Dios busca al hombre alejado, y las dificultades y
calamidades que vienen en la vida y en la historia son
anticipos del juicio de Dios enviados para llamar al hombre al
arrepentimiento. Cuando el hombre no responde, Dios
intensifica su juicio y su llamada. Para el que persiste en el

224
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camino de la rebelión y el egoísmo, hay un fin trágico, el juicio


final. Las copas representan el juicio final. Vendrá al final de la
historia humana, pero la finalidad de Dios no es juzgar sino
rescatar a todos para una relación personal con él.
La segunda y la tercera copa (Apoc. 16:3-4) son
semejantes a la primera plaga en Egipto (Ex. 7:14-21). El
ángel de las aguas, tal vez el que derrame la copa, interpreta
esta manifestación del juicio (Apoc. 16:5-6). Los que sufren la
segunda copa y la tercera son, como en el caso de la primera,
los que se han identificado con la bestia. Este juicio es otra
aplicación de la ley de talión (véase comentario a 2:22): tienen
que beber sangre porque derramaron la sangre de santos y
de profetas (6). El juicio consiste en abandonar al hombre al
destino que él mismo crea. Se lo merecen traduce la misma
frase que ser dignas en 3:4; una antítesis solemne. Cada
hombre se prepara para su estado eterno, por la vida que vive
en respuesta a la llamada de Dios al arrepentirse y confiar en
él, y por la manera en que usa las capacidades y la autoridad
que Dios le ha otorgado.
En Apocalipsis 16:7, los creyentes que dieron sus vidas en
sacrificio sobre el altar de Dios reconocen que Dios ha

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contestado la pregunta que hicieron en 6:10. Dios no se olvida


de su pueblo (7). La reivindicación es segura, aunque no tan
pronta como quisiéramos cuando estamos sufriendo (en
Apocalipsis, ¡tardó diez capítulos en aparecer!). La justicia de
Dios, puesta en tela de duda por tantos eventos de la historia,
será manifiesta en el tiempo que él ha determinado.
La cuarta copa produce una intensificación del calor del
sol (16:8). La gente es quemada con su fuego. La cuarta
trompeta también afectó al sol, junto con las otras luminarias
celestiales, pero produjo tinieblas (8:12), como la novena
plaga en Egipto (Ex. 10:21-23).
En respuesta al dolor de estas terribles quemaduras, la
gente maldice a Dios (Apoc. 16:9). Por fin han reconocido
quién tiene autoridad sobre esas plagas, pero no aceptan el
propósito con el cual las permite. En lugar de arrepentirse y
darle gloria, siguen rebelándose y separándose de él. El que
no es emblandecido por el juicio y llevado al arrepentimiento,
es endurecido por él. La diferencia principal entre el cielo y el
infierno es la diferencia entre maldecir el nombre de Dios y
darle gloria. Las blasfemias de los rebeldes son una fuente de
tormentos en el infierno, causa de los padecimientos y llagas

226
227

(11) de los rebeldes. De manera correspondiente, el glorificar a


Dios es uno de los deleites principales del cielo.

El juicio del reino de la bestia y de la ramera


(Apocalipsis 16:10-21)

Las primeras cuatro copas afectaron a los seguidores de la


bestia (16:2); la quinta afecta su reino (10). Las tinieblas
recuerdan la novena plaga (Ex. 10:21-23). En la presente
época, el camino del egoísmo y del poder impositivo parece
atractivo, un ambiente de luz, pero el juicio de Dios revela su
verdadera naturaleza: es en realidad un callejón sin salida, un
ambiente de oscuridad, de muerte y destrucción. La frase
Dios del cielo (16:11) recuerda Daniel 2:44, que menciona un
reino eterno que Dios levantará para acabar con todos los
reinos de la oscuridad. Juan describe el cumplimiento de la
profecía de Daniel.
Como en la quinta trompeta (9:6), hay un detalle que indica
que la intensidad del dolor produce acción demente: La gente
se mordía la lengua (16:10). Pero aun en el dolor que nubla
su mente, maldecían a Dios en lugar de arrepentirse (11).
227
228

Es la misma reacción que se describió en el 9. Con esta


repetición, Juan nos invita a reflexionar más sobre estas dos
posibles respuestas. Los sufrimientos dentro de la historia son
anticipos del castigo de Dios, adelantados para llamar a la
humanidad al arrepentimiento. Las referencias al arrepen-
timiento en 16:9 y 11 sugieren que el propósito del juicio en las
copas sigue siendo llamar al pecador al arrepentimiento, como
siempre ha sido antes. Pero, ¿no se ha acabado la
oportunidad (15:8)? ¿No es demasiado tarde para arrepentirse
cuando comienza el Juicio Final?
Dios siempre quiere que el hombre se arrepienta y acepta
esta relación. Desde el principio, creó al hombre para una
relación con él, y nunca cambia este propósito. La oportunidad
para el arrepentimiento se acaba, no porque Dios cambie su
actitud o pierda la paciencia, sino porque el ser humano que
persiste en su rebelión llega a endurecerse tanto que es
incapaz del arrepentimiento. La puerta del infierno está
cerrado con llave, pero desde adentro. El “gran abismo” (Luc.
16:26) que separa a los rebeldes de la presencia de Dios no
es la ira divina, sino la porfía de ellos en la independencia.
Si se entienden Apocalipsis 16:9 y 11 así, hay que

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reexaminar el sentido de 15:8. No es posible decir que venga


un momento en que Dios no acepte más intercesión. Aun para
los que ya están viviendo en la separación de Dios que
llamamos el infierno, la voluntad de Dios es rescatarlos y
traerlos a él. Si no lo hace, es porque respeta la decisión de su
criatura, a pesar del sufrimiento que esta separación causa al
mismo Creador, quien lo ama infinita y eternamente. El que
más sufre los tormentos del infierno es Dios mismo.
Si examinamos el contexto de las citas de Jeremías
mencionadas arriba (Jer. 7:16; 11:14; 14:11-12; 15:1),
descubrimos cuando menos dos confirmaciones de esta
interpretación. Jeremías 7:27, once versículos después de la
primera cita, dice, Tú les dirás todas estas cosas, pero no te
escucharán. Los llamarás, pero no te reponderán. Dios no
escucha la oración porque el pueblo no escucha su palabra.
La iniciativa en el rechazo es del hombre. Jeremías 15:19,
dieciocho versículos después de la última cita, ofrece la
restauración. Aun cuando Dios ha dicho que ni la intercesión
de Moisés y Samuel sería efectiva (Jer. 15:1), ofrece una
relación restaurada consigo mismo al que se arrepienta. La
oportunidad para el arrepentimiento es limitada por la terque-

229
230

dad del hombre, pero el amor de Dios no tiene límites.


Si los primeros cuatro sellos tienen el mismo contenido que
la sexta trompeta y la sexta copa: la guerra, y si tanto el sexto
sello como las primeras cuatro trompetas y copas representan
calamidades en la naturaleza, entonces el quinto miembro es
el centro de cada serie. La repetición de los otros elementos
en las series llama la atención del lector al quinto, el único
cuyo contenido no se repite.
Sin embargo, podemos descubrir una relación entre el
quinto sello, la quinta trompeta y la quinta copa. El quinto sello
presenta la persecución, el único sufrimiento de estas tres
series que es exclusivo de los creyentes. La quinta trompeta
presenta los remordimientos de la conciencia, el primer
sufrimiento de las series que es exclusivo de los incrédulos. La
quinta copa presenta el juicio del reino de la bestia (Apoc. 9:6).
Este fin del reino opresor es la calamidad final para los
egoístas que sufrieron la quinta trompeta y la confirmación de
que merecen todo el tormento que su conciencia les causa.
pero Para el pueblo de Dios que sufrió la persecución del
quinto sello, es todo lo opuesto: alivio del sufrimiento y reivindi-
cación.

230
231

La sexta trompeta (16:12-16), como los primeros sellos


(6:1-8) y la sexta trompeta (9:13-21), describe la guerra. En los
sellos, se trató de la guerra como un fenómeno de la historia
humana. En la sexta trompeta, la guerra comenzó a mostrar
dimensiones apocalípticas (suprahistóricas). Ahora en las
copas, quedó atrás la historia, y Juan menciona una gran
batalla final entre Dios y los rebeldes, con todavía más rasgos
apocalípticos. Desarrollará esta batalla en 17:14 y 19:11-21.
El río Eufrates (12) se asociaba con la guerra, tanto en la
situación del Imperio Romano del primer siglo como en la
historia judía (véase comentario sobre 9:14). Dios seca las
aguas del Eufrates para que comience la invasión que él ha
dispuesto. Es posible que Juan piense en la conquista de
Babilonia por el persa Ciro en 539 a.C. Herodoto narra que
Ciro desvió el curso del Eufrates que atravesaba la ciudad y la
abastecía de agua. Sus ejércitos penetraron la ciudad por el
lecho seco del río y así cayó la gran Babilonia (19).
La batalla que Juan describe no es simplemente un
conflicto entre dos ejércitos humanos; toma dimensiones
espirituales. De las bocas de la “trinidad del mal,” el dragón de
Apocalipsis 12 y las dos bestias del capítulo 13, salen tres

231
232

espíritus malignos (16:13). Son espíritus de engaño y


también palabras de engaño, porque salen de la boca. De
acuerdo a las bocas de las cuales salieron, promueven el
egoísmo, la opresión, y la rebelión contra Dios. Parecen
ranas, un animal impuro (Lev. 11:10-11) y temido en la
antigüedad como instrumento de la maldad y de plagas. Una
de las plagas en Egipto era de ranas (Ex. 8:1-6). Estos espíri-
tus de demonios tiene poder para hacer señales milagrosas
(14), y convencen a los reyes del mundo a unirse contra
Dios.
La intención de Satanás y de sus aliados las bestias es
reunir a todos los rebeldes para un gran esfuerzo final, con el
propósito de derrotar a Dios, pero es la batalla del gran día
del Dios Todopoderoso, y el Todopoderoso saldrá victorioso.
Los rebeldes se reúnen con intención de oponerse al propósito
de Dios, pero descubren que se han reunido para el juicio
final. Una de las grandes frustraciones del camino de la
rebelión es que finalmente los actos de los rebeldes sirven los
propósitos de Dios. Cada persona tiene la opción de rebelarse
contra Dios, pero nadie tiene la capacidad de frustrar su plan.
Después del sexto (penúltimo) miembro de cada serie, hay

232
233

un interludio que consta de dos partes (véase Apoc 7:1-17;


10:1-11:13). Apocalipsis 16:15 es el interludio de dos partes
después de la sexta copa, pero de acuerdo al ritmo acelerado
de estos eventos finales, es mucho más breve. Una voz
misteriosa prorrumpe en esta escena de preparativos para la
batalla. Los que creen en Jesucristo reconocen que es su voz,
anunciando su venida, la verdad central del Apocalipsis. Jesús
es el que viene, la manifestación del Dios que viene
constantemente para involucrarse en la historia de su crea-
ción, y al fin de la historia para pronunciar la palabra final
sobre su creación.
Su venida es inesperada, como la de un ladrón. De la
misma manera que el ladrón no anuncia su venida, no es
posible descubrir cuándo vendrá Jesucristo para poner fin a la
época actual de rebelión y prueba (véase Mar. 13:32-33; Mat.
24:36; Luc. 17:23-24), ni cuándo prorrumpirá en cierta
situación dentro de la historia para llamar al hombre al
arrepentimiento y para establecer la justicia. Los que
encuentran en el Apocalipsis datos para determinar cuándo
Jesús regresará se olvidan de esta referencia al ladrón.
La segunda parte de este breve interludio (Apoc. 16:15b)

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234

es la tercera de las siete felicitaciones del Apocalipsis (véase


1:3). Utiliza la figura de la batalla para describir la necesidad
de estar preparado para esta venida inesperada. El que
espera a Cristo debe mantenerse despierto (véase Mar. 13:33)
y “tener su ropa a la mano.” El soldado que espera una batalla
al amanecer no se quita la ropa para dormir tranquilamente en
pijama, porque no estaría preparado para la batalla, y cuando
suena la trompeta no tendría tiempo de vestirse. Entonces
sufriría la vergüenza de pelear sin su ropa. Mantenerse
despierto es un símbolo de vigilancia espiritual para obedecer
a Cristo y a Dios y para acercarse a él en cada oportunidad
(véase 3:2-3). Aquí la ropa representa la rectitud de vida y
disposición para obedecer que Jesús quiere encontrar en sus
seguidores cuando venga.
La narrativa de la sexta copa termina con la identificación
del lugar de esta batalla (16:16). Armagedón es la
combinación de dos palabras hebreas, y quiere decir “monte
Meguido.” Meguido fue una fortaleza cananea en el extremo
sur del Valle de Jezreel. Josué lo conquisto (Jos. 12:21), y se
realizaron muchas batallas allí en la antigüedad. Una de éstas
fue la batalla en que el rey Josías de Judá se opuso al avance

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235

del Faraón Necao de Egipto, y perdió su vida (2 Rey. 23:29; se


menciona el Eufrates en este versículo). Su muerte abrió la
puerta a la conquista de Judá por Babilonia. En Apocalipsis,
Armagedón simboliza la batalla espiritual entre Dios y los
rebeldes, que terminará con la victoria completa de Dios. Se
coloca al final de la narrativa porque su climax vendrá al fin de
la historia, pero es una realidad que ya obra dentro de la
historia.
La última de las copas afecta el aire (Apoc. 16:17). Swete
considera que se trata de una plaga más seria que las
anteriores, porque afecta lo que respira el hombre. Por otro
lado, el aire puede representar el reino del dragón (Ef. 2:2). Es
posible que los granizos del versículo 21 son el efecto de esta
plaga sobre el aire.
Un vozarrón sale de la presencia de Dios y con su
autoridad proclama que el juicio de Dios se acabó. La justicia
de Dios queda manifestada y su reino establecido. Como al
final de cada serie (8:5; 11:19), ante el trono de Dios (4:5) y
sobre el Monte Sinaí (Ex. 16:16), hubo relámpagos, estruen-
dos, truenos, y un ... terremoto (Apoc. 16:18). Solamente en
esta tercera serie se describe el terremoto como violento, el

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más grande y violento que ha habido en la historia humana.


Este terremoto divide la gran ciudad (19). Esta gran
ciudad es símbolo de la resistencia organizada a Dios, ya
mencionada en 11:8. Incluye todas las ciudades de las
naciones, porque todos los seres humanos se han rebelado
contra el propósito y el gobierno de Dios, y toda la sociedad
humana refleja esta rebelión. La gran ciudad también se
llama Babilonia, como en Apocalipsis 14:8 (ver comentario
sobre 14:8 para los antecedentes de esta identificación).
Con palabras solemnes Juan describe el fin de Babilonia
(16:19). Primero, se partió en tres. La rebelión contra Dios
lleva finalmente a la división. La unidad no es cualidad de la
maldad, y ninguna sociedad basada en la independencia
frente a Dios (que es rebelión) puede perdurar. La unidad que
la humanidad anhela es posible solamente en base de la
lealtad a Dios (Juan 17:20-23; Efesios 4:3-6), y la lealtad a
Dios es posible solamente en base del arrepentimiento.
Nuestras iglesias en el presente muestran con demasiada
frecuencia la división que es resultado del alejamiento de Dios,
pero nuestra esperanza es que al final Dios producirá esta
unidad en su pueblo.

236
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Dios se acordó de la gran Babilonia. Dios recuerda a una


persona o una sociedad para cumplir su promesa con respecto
a ella. Se acordó de su pacto con los padres de Israel, y actuó
para rescatarlo de Egipto (Ex. 2:24). Jeremías 14:10 proclama
que ha llegado la hora cuando Dios se acuerda de la iniquidad
de Israel, y lo castigará como había establecido en la ley. Se
trata de un símbolo de la fidelidad de Dios a su propósito y del
tiempo que él ha establecido para reivindicar su justicia.
Dios no olvida, sino que muestra paciencia. Se acordó
aquí significa que se ha acabado el tiempo de espera, y ha
llegado el juicio. Este juicio se describe como la copa llena del
vino del furor de su castigo (véase 14:8 y Jer. 51:7-8). Dios
no castiga la rebelión de inmediato, pero en su tiempo se
acuerda y ajusta cuentas si el pecador no se arrepiente. La
historia enseña que ninguna sociedad humana es
permanente; la Biblia enseña que la razón es la rebelión
contra Dios, la soberbia y la injusticia que forman parte de
cada sociedad y cultura.
En 16:20, Juan repite un detalle del sexto sello (6:14): la
desaparición de los lugares que la humanidad considera más
seguros, todas las islas y las montañas. No hay escondrijo

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donde uno pueda evitar la mirada del Juez. Algunos pensamos


que nos hemos escondido de Dios. Otros no pensamos en
Dios e ilógicamente procedemos como si Dios no pensara en
nosotros. Pero cuando Dios “se acuerda,” no podemos
escapar de su presencia.
En 16:21, Juan repite un detalle de la séptima trompeta:
enormes granizos (en 11:19 la misma frase se traduce una
fuerte granizada, hubo granizo mezclado con fuego en la
primera trompeta, 8:7). En el Antiguo Testamento, el granizo es
símbolo de la ira divina contra los enemigos de Israel (Ex.
9:24, quinta plaga; Jos. 10:11; Is. 28:2; Ezeq. 38:22). Aquí
Juan describe un granizo de dimensiones apocalípticas o
sobrenaturales; cada bola de granizo pesa cuarenta kilos.
Un juicio anterior había llevado a los miembros de la
sociedad rebelde a dar gloria al Dios del cielo (11:13), pero
este castigo produce blasfemias. Mientras había quienes se
arrepentieran, Dios seguía adviritiendo y llamando. Pero ahora
el carácter de estos hombres está formado, y no cambia por
ningún castigo o ruego. Por esto el juicio es final.

La caída de la prostituta y la victoria final


238
239

(Apocalipsis 17:1 a 20:15)

Esta sección del Apocalipsis desarrolla las verdades


presentadas en las dos últimas copas: el poder de Dios sobre
la sociedad rebelde, simbolizada en una prostituta (séptima
copa), y el juicio final, presentada como una batalla (sexta
copa) y luego por medio de la escena de un corte de ley.

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La descripción de la ramera (Apocalipsis 17:1-18)

La visión (17:1-6)

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Uno de los ángeles de las copas invita a Juan a ver el


castigo de la gran prostituta (1). Este versículo sirve como
encabezado a toda la sección 17:1-19:5, que presenta la
descripción de la ramera (17:1-18) y su destrucción (18:1-
19:5). La gran prostituta es la misma realidad presentada en
14:8 y 16:19 como Babilonia (17:5). Las muchas aguas (1) se
identifican en el versículo 15 como pueblos, multitudes,
naciones y lenguas. La ramera está sentada en el trono de
autoridad sobre estos (véase 18). Juan está pensando en
Roma (véase 9), que incluía en su imperio a muchas naciones
de toda la cuenca del Mediterráneo y hacia el norte y el
oriente. Pero también describe la realidad transhistórica (5)
que está detrás de Roma: la ambición humana de formar una
sociedad invencible sin referencia a Dios. A fin de cuentas, la
única manera de ser independiente de Dios es matarlo, lo que
la humanidad intentó en el Calvario. Sin embargo, el intento
falló, y la gran ramera que tiene poder de gobernar tiene que
caer, porque no es posible acabar con Dios.
La prostituta seduce a los reyes de la tierra con la
ambición del poder, y embriaga a los habitantes de la tierra,
los hombres rebeldes (ver comentario a 3:10), con las

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atracciones del placer (2). La inmoralidad, como en todo el


Apocalipsis, se refiere en primer instancia a rechazar la
relación legítima con Dios para la cual el hombre fue creado, y
sustituir el egoísmo o el servicio a otros señores, como el
poder, la sociedad, la nación, una raza, etc.
Juan está de nuevo en el Espíritu, en la éxtasis en la cual
se ven visiones (3; véase 1:9; 4:2). Ve a la gran ramera en un
desierto. El desierto tiene varios sentidos en el Nuevo
Testamento; aquí representa la aridez de una existencia
alejada de Dios, de su dirección y de su gracia. La prostituta
está montada en una bestia escarlata, la misma que se
describe en 13:1. La ramera y la bestia representan la misma
rebelión contra Dios y su voluntad; la diferencia es que ella
busca lograr su propósito por medio de la seducción del
placer, mientras la bestia busca lo mismo por medio de la
imposición del poder. Las dos blasfeman, esto es, pretenden
tomar el papel de Dios.
Se nota la fluidez de las imágenes apocalípticas en las
posiciones relativas de estas dos. La bestia es la cabeza del
gobierno de la sociedad simbolizada en esta mujer, y por lo
tanto sobre ella. Pero en la figura, la mujer está montada

242
243

sobre la bestia. Tales detalles no forman parte del mensaje de


Juan; el cuadro simplemente presenta la asociación entre el
gobernador ambicioso y la sociedad egoísta.
Apocalipsis 17:4 presenta un contraste entre el lujo que
goza esta mujer y la corrupción abominable con la cual se
alimenta. El color púrpura simboliza lujo, y oro, piedras
preciosas y perlas completan el cuadro de lujo. La escarlata,
que también es el color de la bestia (3), puede simbolizar la
misma magnificencia ostentosa, o puede ser símbolo de la
inmoralidad o aun de la sangre de los mártires extinguidos por
la bestia y la prostituta (véase 6). Las abominaciones y la
inmundicia de sus adulterios que la mujer está ingiriendo
están en contraste con la magnificencia de su ropa y sus
adornos, y con la copa de oro que las contiene. Este
contraste sugiere que el proyecto de esta sociedad tiene que
fracasar; no se puede construir una cultura brillante sobre la
base de una vida impura, una vida de jactancia, de opresión,
de envilecimiento de otros y de rebelión contra la voluntad de
Dios. La misma copa que ella ha administrado a otros para
degradarlos y así controlarlos (2), la destruirá a ella (4).
Las prostitutas de Roma lucían sus nombres en sus

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frentes. Juan ve sobre la frente de la gran prostituta un


nombre misterioso (5). Esta descripción invita al lector a
reflexionar sobre el nombre y descubrir con la ayuda de Dios
su sentido espiritual. La mujer es la gran Babilonia, la
sociedad rebelde presentada en la séptima copa (16:19). Es la
madre de las prostitutas, la fuente o suma de toda sociedad
que corrompe la relación que debe tener con Dios y, como
resultado, se compone de relaciones humanas corruptas.
Aunque Juan está pensando en una manifestación específica
de este principio, la del Imperio Romano, 17:5 indica que
quiere incluir todas las manifestaciones de esta corrupción de
relaciones en toda la historia.
Esta mujer está borracha, pero con sangre (6). El
asesinato es una de las abominaciones que resultan de las
relaciones corrompidas. Juan piensa especialmente en la
persecución de los santos, los mártires o testigos de Jesús.
El testimonio a Jesús es uno de los temas principales del
Apocalipsis; aquí Juan recuerda a sus lectores que este
testimonio les puede costar la vida. El poder que impone y
seduce no puede tolerar la luz del poder que sirve; busca
matar a los que lo ejercen.

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La interpretación (17:7-18)

Juan queda sumamente asombrado al ver la maldad sin


su engaño y su hipocresía, que normalmente nublan nuestra
vista (6). El contraste entre el lujo de la ramera y su
abominación también le abruma. El ángel que lo guiaba (1, 3)
reconoce su asombro e interpreta el misterio que ha visto (7).
La mayor parte de la interpretación se aplica a la bestia. Se
vuelve a mencionar la prostituta solamente hasta el versículo
15.
La bestia antes era pero ya no es, y está a punto de
subir del abismo (8). Estas palabras recuerdan la
resurrección fingida de la bestia en 13:3. En los dos pasajes la
tierra se maravilla ante este hecho. Los habitantes de la
tierra (véase 3:10) pueden tener sus nombres ... escritos en
el libro de la vida (véase comentario a 12:12, 17) y ser
ciudadanos del reino de Dios y del Cordero. Esta inscripción
se hizo desde la creación del mundo. El rescate y la
restauración de los creyentes no dependen de la decisión de
ellos, aunque la incluyen; dependen del plan eterno y de la

245
246

iniciativa de Dios, que decidió antes de la creación del


mundo sacrificar a su Hijo, el Cordero, en rescate de los
hombres (13:8).
Los que no se someten al reino del Cordero son
seguidores de la bestia, expuestos a las presiones del poder,
de los falsos milagros y de la persistencia del mal. La mayoría
no tomaron una decisión de seguir a una de las
manifestaciones de la bestia; más bien escogieron el camino
egoísta. Pero el dragón y la bestia ya están pisando este
camino, y van detrás de ellos, expuestos a su dirección
malsana y a su destino. La bestia va rumbo a la destrucción.
Aunque su aparente resurrección impresiona el mundo, es
temporal. La maldad está derrotada, aunque sigue activa por
un tiempo.
Juan invita al lector a ejercer sabiduría para entender el
simbolismo de esta visión (9). Las siete cabezas de la bestia
(3) representan siete colinas sobre las que está sentada esa
mujer. Desde la antigüedad, Roma es conocida como la
ciudad de las siete colinas. Juan identifica a la gran prostituta
como Roma, la máxima expresión de la seducción y la
opresión en su día. En Daniel 2:35 y Jeremías 51:25 (muchos

246
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detalles de Apocalipsis 17-18 se derivan de Jeremías 51), un


monte representa un gobierno que se opone a Dios. Es
posible, entonces, que las siete colinas simbolicen la
pretensión de parte de Roma, de gobernar toda la creación
habitada. Solamente Dios, cuya obra merece el símbolo de un
“siete” legítima, gobierna todo.
Más difícil de entender es la interpretación de estas
cabezas como siete reyes (10) o emperadores romanos. Se
ha propuesto una gran variedad de esquemas para identificar
a estos emperadores; el más convincente es el siguiente. El
primer gobernante romano que tomó el título de emperador y
honores reales (ningún emperador tomó el título de rey) fue
Augusto (27 a.C.-14 d.C.). Le siguieron Tiberio, Calígula,
Claudio, Nerón, Galba, Otón, y Vitelio. Es probable que Juan
omite Galba, Otón y Vitelio, quienes fueron generales
proclamados emperadores por sus tropas durante el caos
después de la muerte de Nerón (54-68 d.C.). Dos de ellos
murieron antes de llegar a Roma, la sede del Imperio, y los
tres duraron como emperadores menos de dos años en total
(68-69). Si se omiten estos tres, Vespasiano (69-79) sería el
sexto y su hijo Tito (79-81) el séptimo. Juan dice del séptimo

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248

que es preciso que dure poco tiempo; Tito reinó solamente


dos años. En este caso el octavo (Apoc. 17:11) es Domiciano
(81-96), en cuyo reinado la tradición cristiana coloca la
composición del Apocalipsis.
El problema de esta interpretación es que Juan dice que
cinco de los siete reyes han caído, indicando que el sexto,
Vespasiano, está gobernando en el momento en que escribe.
Difícilmente se puede fechar el Apocalipsis en el reino de
Vespasiano, porque no hay ninguna evidencia de la
persecución de los discípulos de Jesucristo en estos años,
porque no se puede colocar el exilio de Juan en estos años, y
porque la tradición cristiana del segundo siglo da amplio apoyo
a la década de los 90 d.J.C. como fecha de esta obra.
Una técnica de la literatura apocalíptica es asumir un punto
de vista en el pasado, para describir el presente del autor por
medio de “profecías.” Juan no asume esta perspectiva al
principio de su obra; más bien se identifica como hermano y
compañero de los creyentes para los cuales escribe (1:9).
Aquí en 17:10, sin embargo, parece que aprovecha esta
técnica, situándose en tiempos de Vespasiano, padre de
Domiciano. Desde esta perspectiva identifica a Domiciano,

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perseguidor de él y de sus amadas iglesias, como la bestia


que es el octavo ... y va rumbo a la destrucción (17:11).
La aseveración de que está incluido entre los siete
añade otra dimensión al insulto para Domiciano. Cuando
Nerón se suicidó ante una rebelión estimulada por su gobierno
caprichoso, surgieron rumores populares de que no se había
muerto, sino que se escapó al oriente y regresaría a la cabeza
de un ejército parto. Una forma de esta creencia popular era
que Nerón, por su extrema maldad, iba a regresar de la
muerte. Juan aprovecha este “decir,” aseverando que en
efecto Nerón regresó, ¡en la persona de Domiciano! Está
incluido entre los siete, porque continúa la políticas malvadas
de Nerón, especialmente la persecución de cristianos. No hay
que afirmar que Juan creyera en la posibilidad de tal resurrec-
ción; simplemente aprovecha una creencia popular para sus
propósitos.
Esta creencia popular sugiere que la maldad es más
poderosa que la muerte, porque Nerón regresaría por ser
demasido malo para morir, pero Juan afirma su convicción
cristiana de que Dios es más poderoso que la maldad. La
bestia que regresa en la persona de Domiciano va rumbo a la

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250

destrucción (11). Lo mismo ha sido cierto de todas las


manifestaciones posteriores de la bestia.
Los diez cuernos de la bestia (12) son también reyes,
pero todavía no han comenzado a reinar. Juan toma esta
descripción de Daniel 7:24. Tal vez Juan piense en los vasallos
y aliados de Roma. Cuando Roma se debilitó en los siglos
cuatro, cinco y seis, sus vasallos y aliados se independizaron.
Por otro lado, diez simboliza lo completo en la dimensión
humana; el principio que Juan presenta se puede aplicar a
todo gobierno humano. Todo rey terrenal recibe autoridad ...
junto con la bestia (Apoc. 17:12) y pone su poder y
autoridad a disposición de la bestia (13). Porque todo
hombre es pecador, la bestia siempre está presente en su uso
de la autoridad. Varios gobernantes pueden ser rivales o aun
enemigos, pero son unidos por un mismo propósito, el uso
egoísta de su poder y la opresión de otros. Dios, sin embargo,
pone un límite a cada manifestación de esta perversión del
poder (12); toda dinastía o gobierno humano dura solamente
una hora (símbolo de un tiempo breve), aunque se le suele
considerar permanente.
En su uso egoísta del poder, los gobernantes y otros

250
251

líderes, aun los eclesiásticos, se oponen al Cordero (14). El


poder impositivo y egoísta no puede aguantar la presencia del
poder servicial, y busca destruirlo. Sin embargo, el Cordero es
hijo del Creador, y por lo tanto Señor de señores y Rey de
reyes. Su autoridad suprema garantiza que la maldad, la
corrupción, el egoísmo y la opresión no pueden prevalecer. El
Cordero manso, quien no se impone sino pide e invita, quien
no usa su poder para dominar sino que lo pone al servicio de
otros, vencerá a los que cooperan, por su uso egoísta del
poder y de sus capacidades, con la bestia.
Con él vencerán los que están con él, quienes de él han
aprendido cómo usar las capacidades y la autoridad que Dios
les ha dado. Dos de los términos que describen a los
seguidores del Cordero, sus llamados y sus elegidos,
expresan lo que Dios ha hecho por ellos y no lo que ellos
hacen. El tercero, sus fieles, abarca su decisión, pero
solamente como respuesta a la iniciativa de Dios. Fieles
podría ser mejor expresado “creyentes”; han aceptado por fe
lo que Dios hace y promete. Su fidelidad u obediencia se basa
en su confianza en los actos y las promesas de Dios. La
relación que seres humanos tienen con Dios por medio del

251
252

Cordero depende de la iniciativa—la gracia y el amor—de


Dios. La parte del ser humano no es una iniciativa, en primer
instancia ni una petición; es respuesta.
Apocalipsis 17:15 explica las aguas mencionadas en 17:1.
Representan pueblos, multitudes, naciones y lenguas.
Roma reinaba sobre uno de los imperios más extensos de la
antigüedad, y tenía la pretensión de reunir todo el mundo
civilizado bajo su hegemonía.
El versículo 15 también se debe entender de una manera
transhistórica; la ramera abarca todo el mundo habitado (son
cuatro las sinónimas empleadas) y toda época de su historia.
Siempre se sentirá en este mundo la seducción del poder, de
la comodidad, y del lujo.
Ya leímos que la rebelión contra Dios y su plan divide; no
puede ser la base de la unidad genuina y permanente (16:19).
El ángel vuelve a este tema en 17:16. Los mismos aliados le
cobrarán odio a la prostituta. Causarán su ruina y la
dejarán desnuda. Dios, en una de las paradojas que
caracterizan su actuación, usará a los mismos rebeldes para
ejecutar la destrucción de la sociedad rebelde (17). Los líderes
egoístas finalmente se dividirán y pelearán entre sí. “La codicia

252
253

que les brindó poder, a su tiempo, llegará a destruir ese


poder.” (Newport) Aun en la rebelión, el egoísmo y la opresión,
se está cumpliendo el propósito de Dios. Uno puede oponerse
a la voluntad de Dios, pero no puede dejar de contribuir a su
cumplimiento. Juan enfatiza este tema para consolar a
creyentes que están sufriendo la persecución a manos de
poderes corruptos. La división que surge del egoísmo es una
provisión de Dios para limitar la extensión del mal. Esta verdad
no elimina el problema de explicar cómo puede haber maldad
tan seria en la creación de un Dios bueno, y menos elimina el
sufrimiento de las víctimas de la bestia y la ramera. Sin
embargo, da consuelo y esperanza.
El último versículo de la descripción de la mujer (18)
confirma que se trata de Roma, aquella gran ciudad que
tiene poder de gobernar sobre los reyes de la tierra. La
aplicación de esta verdad tampoco se limita a Roma. Cada vez
que el ser humano intenta crear una sociedad sin referencia a
Dios, el resultado son las estructuras opresivas que Juan
describe, y éstas siempre son objeto de la ira de Dios, quien
destruye la opresión para dejar lugar a las relaciones de
respeto y amor que él quiere otorgar.

253
254

La destrucción de la ramera (Apocalipsis 18:1 a


19:4)

La caída de la gran ciudad (18:1-8)

Juan declara qué será el fin de toda manifestación de la


sociedad rebelde. Toma mucho material del Antiguo Testa-
mento, especialmente de Jeremías 50-51, que profetiza la
destrucción de Babilonia, y Ezequiel 26:17-21, un lamento
sobre Tiro. La descripción de la destrucción del puerto de Tiro
en Ezequiel es el modelo que Juan sigue aquí , aunque la
Babilonia histórica no fue puerto. Roma tampoco es puerto,
pero mucho de su comercio se realizaba por barcos que
llegaban a puertos cercanos.
Apocalipsis 18:1-3 es una expansión de 14:8. El ángel que
trae este mensaje viene del cielo (véase 10:1), de la
presencia de Dios y con el gran poder de Dios (18:1). La
gloria de Dios reflejada en él alumbra la tierra. Todos estos
detalles enfatizan la veracidad de este mensaje. Es un

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255

mensaje seguro porque viene de Dios, con el poder de la


palabra de Dios.
El mensaje es el mismo que leímos en 14:8: ¡Ha caído, ha
caído la gran Babilonia! (véase Is. 21:9b) La segunda parte
de 18:2 describe a Babilonia como un lugar desierto. Según el
pensamiento de los antiguos, los demonios, todo espíritu
maligno y toda ave impura habitaban las áreas despobladas.
Juan está describiendo la desolación física de Babilonia, más
que su calidad moral. Los intentos del hombre para
organizarse sin Dios resultan en fracaso, desolación y
soledad. El fracaso es seguro, porque Babilonia promueve la
rebelión contra Dios. El adulterio (3) o inmoralidad sexual en
Apocalipsis es primeramente esta rebelión: negarle a Dios el
lugar que le corresponde o dar este lugar a un ser creado. La
independencia es embriagante, como vino, pero al fin atrae la
ira del amor celoso de Dios.
Los reyes se interesan en el poder político que la
sociedad rebelde ofrece; solamente en una sociedad sin Dios,
puede ser absoluto un monarca. Los comerciantes son
atraídos por sus lujos, la engañosa promesa del placer
supremo. Es insolente y necio rechazar el placer de una

255
256

relación con Dios para buscar mayores placeres.


Una segunda voz del cielo da un mensaje al pueblo de
Dios (4): que salga de la ciudad. Entendido literalmente, esta
orden tiene la finalidad de rescatar de las plagas inminentes a
los que han aceptado la relación que Dios ofrece. Es
semejante al mensaje angélico a Lot y a su familia (Gén. 19).
En la aplicación, es un llamado a ellos a ser distintos de la
sociedad en medio de la cual viven. El Nuevo Testamento
nunca sugiere que la voluntad de Dios sea que su pueblo se
retire de la sociedad humana para formar una utopía donde
viven puros creyentes. De hecho, cualquier comunidad
formada para este propósito resultaría otra manifestación de la
bestia y de la prostituta, porque si se compone de “puros
creyentes,” será una comunidad de “puros pecadores” (Mar.
2:17).
El hombre no puede construir una sociedad perfecta. Dios
quiere que su pueblo viva en medio de la sociedad rebelde,
para dar testimonio a ella (para ser candelabros, Apoc. 1:13,
20). El sentido de 18:4, entonces, es moral y no literal. Dios
llama a su pueblo a ser distinto, gozando de una relación
positiva con él y viviendo en obediencia a su voluntad. Así no

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257

recibirá las plagas que resultan de la rebelión y también será


un testimonio al mundo, presentando una alternativa a la
rebelión que trae destrucción.
Apocalipsis 18:4 se puede entender también como un
llamado a los inconversos (véase Os. 2:23). Es la voz de Dios,
encarnada en el testimonio y también revelando el significado
de las calamidades del juicio en los corazones de rebeldes. Es
un último llamado al arrepentimiento, a que se conviertan en
pueblo mío.
Apocalipsis 18:5 es una descripción figurativa de la
inminencia del día de juicio. Los pecados se presentan como
un gran montón de basura, que ha crecido tanto que alcanza
el cielo, la morada de Dios, y le molesta por su hedor o
porque mancha la vista desde su “casa.” Juan recuerda la
historia de la torre de Babel (Gén. 11:1-4), antecesor de
Babilonia. El hombre en su arrogancia y su supuesta
independencia de Dios, se imagina que puede construir un
edificio hermoso que llegue hasta el cielo (Gén. 11:4), pero lo
único que “crea” es un montón de basura apestosa. Dios ya no
está dispuesto a tolerar este montón de pecados; de sus
injusticias se ha acordado y actuará (Apoc. 18:5).

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258

La descripción no es literal; los pecados no son materiales,


y Dios no se olvida del pecado. La Biblia usa este verbo
porque parece que Dios ha dejado muchos pecados sin
castigo. La verdad es que el juicio es seguro y será tajante;
esta verdad se expresa con la figura, “Dios se acordará.” Para
la iglesia, esta verdad es tanto aliciente a la perseverancia en
santidad, como parte del mensaje que ella proclama.
Formalmente, los versículos 6-7 son la continuación de las
órdenes de 4-5, pero ejecutar el juicio no es función del pueblo
de Dios. Hay que entender que Dios ahora se dirige a sus
agentes en el juicio. De nuevo se aplica la ley de talión. Los
pecadores vemos el mal, sea fraude o violencia, robo o
mentira, aun un chisme, como una oportunidad de sacar
ventaja a expensas de otro. Pero estas relaciones negativas
crean un ambiente malsano, y a lo largo el que las aprovecha
sufre también las consecuencias. La sociedad independiente
de Dios sufrirá los males que ha cometido contra otros (6).
Tiene que beber de la misma copa que preparó para otros, y
cuando le toca sufrir las consecuencias, se han aumentado al
doble. Esta verdad es otra manifestación de la justicia y de la
ira de Dios.

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El juicio de Babilonia es un ejemplo del principio, el que a


sí mismo se enaltece será humillado (Mat. 23:12). La
medida en que se entregó a la vanagloria y al arrogante
lujo será la medida de su tormento y aflicción (Apoc. 18:7).
Juan utiliza Is. 47:7-8 para expresar la soberbia y la confianza
equivocada de esta sociedad. Los pecadores y su sociedad
buscan convencerse de que controlan su mundo como reina y
que pueden evitar las desgracias y penas de la vida. Pero
Dios le muestra que su confianza es falsa (Apoc. 18:8). Las
plagas del juicio en un solo día le sobrevendrán (véase Is.
47:9), para llamarle la atención y producir entendimiento y
arrepentimiento. Una vida de autoexaltación y de arrogante
lujo defraude; su fruto es amargo. El fuego del juicio mostrará
que el Señor Dios es más poderoso que cualquier ser
humano y su sociedad; es el Juez soberano.

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260

El duelo por la ramera (18:9-19)

Los reyes (9), los comerciantes (15) y los marineros (17)


hacen duelo por la ciudad destruida. Juan toma Ezequiel
26:16-18 como modelo de este duelo, pero su descripción es
mucho más extensa. El duelo resulta irónico, porque cada
grupo llora solamente desde lejos (10, 15, 17). En realidad,
están lamentando su propia pérdida (11, 15, 19). Aun cuando
presencian el juicio de Dios, sus pensamientos son egoístas.
No hay verdadera solidaridad en la sociedad simbolizada por
Babilonia. Lo que tienen en común es su rebelión egoísta
contra Dios, pero el egoísmo divide. El fin del camino de
rebelión y de egoísmo es una abrumadora soledad. Tal vez el
infierno sea como un viaje en el metro de una gran ciudad: hay
tanta gente que uno no puede sentarse, a veces ni moverse, y
sin embargo uno está totalmente solo.
Los reyes describen la gran Babilonia como ciudad
poderosa (10), porque el poder es lo que les interesa. Su
adulterio (9) es principalmente la búsqueda ilegítima y egoísta
del poder. Apoyaron la autoridad de la ramera sobre la de

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Dios, porque esperaban reforzar su propia autoridad por


medio de ella. Apelaban al principio de orden o de justicia, no
por convicción sino por conveniencia. Usaron la autoridad, no
para promover la justicia y defender a los oprimidos, sino para
disfrutar del lujo; en esto también acataron los principios de la
prostituta. Juan piensa en los reyes vasallos del Imperio
Romano, pero el principio tiene sus manifestaciones en cada
siglo de la historia humana, y en todo tipo de organización
humana.
Como en el capítulo 13, el poder económico se une al
político (18:11; véase 13:7, 17). El duelo de los comerciantes
también es egoísta: llorarán y harán duelo por ella, porque
ya no habrá quien les compre sus mercaderías. La lista de
éstas (12-13) refleja la variedad de un bazar oriental. Como el
bazar, no tiene mucha organización, pero en general empieza
con artículos de lujo, como oro, plata, piedras preciosas,
continúa con artículos que son más de utilidad que de lujo,
como bronce y hierro, hasta llegar a artículos de primera
necesidad, como aceite, harina refinada y trigo.
Los últimos artículos son animales. El último de éstos
revela la injusticia y el egoísmo radical de este comercio. La

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sociedad humana está dispuesta aun a traficar en seres


humanos, lo que nadie tiene derecho de comprar y vender.
Estos negocios sucios incluyen el tráfico de esclavos, la
prostitución, los gladiadores, las víctimas de las luchas con
animales en el anfiteatro, y los cristianos que Nerón empleó
como antorchas en sus jardines. En nuestro día hay que
añadir el tráfico de drogas, en el cual algunos ganan la vida o
aun la fortuna por medio la destrucción de las vidas de otros.
La promesa de una vida espléndida en la ciudad de la
rebelión no se cumplió (14). El pecado nunca da el fruto que
promete; cuando parece que el fin esperado está al punto de
lograrse, prorrumpe la muerte. Los comerciantes, como los
reyes (10), observan y lamentan la agonía de la ciudad a
distancia (15). La base de la comunidad en esta sociedad es
el interés propio; en el momento de crisis y necesidad este
mismo interés la divide.
El lujo de las cosas materiales atrae a los comerciantes
(16), pero la rapidez de su destrucción debe enseñarles que
estas cosas no son sustanciales. Porque Dios es paciente,
nos convencemos de que se ha olvidado de nuestro pecado,
pero cuando “se acuerda” (18:5), el juicio es tan rápido que

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asombra (una sola hora 18:10, 17a, 19). El materialismo


sigue siendo popular hoy, pero son las cosas espirituales—las
relaciones—lo que perdura.
El tercer grupo que hace duelo son los que viven del mar
(18:17b). Ellos también quedan lejos y lamentan su propia
pérdida. En el primer siglo, un viaje desde el oriente del
Mediterráneo a Roma estaba lleno de peligros (véase Hechos
(27); pero si tuviera éxito, los marineros ganarían un sueldo
excelente, y el capitán o el dueño de un barco podría ganar
suficiente riqueza en un solo viaje para sostenerse el resto de
la vida. Apocalipsis 18:18-19 presenta una tripulación que ha
logrado sortear todos los peligros y regresa a “Babilonia.”
Dentro de unos cuantos días, venderán su cargamento y
podrán disfrutar de una vida de reposo y lujo. Pero al
acercarse a la ciudad, la encuentran en llamas. Echan polvo
sobre sus cabezas (nota, v. 19) en señal de profunda angustia,
y lloran por la ciudad con cuya opulencia se enriquecieron
todos los dueños de flotas navieras. Lloran, no por la
ciudad, sino porque no llegaron unos días antes para vender
su cargamento. Por tercera vez (10, 17) escuchamos que la
desolación llegó en una sola hora (19).

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Alabanza al que destruye la ramera (18:20 a 19:4)

Para los que se identifican con la tierra en su rebelión y


egoísmo, la caída de la gran Babilonia es una tragedia. Frustra
sus propósitos de sacar provecho de ella y es un recuerdo de
que hay un juicio para todos los rebeldes. Para los que
participan en la vida del cielo, en cambio, esta caída es
victoria y reivindicación, la intervención de Dios a su favor (20).
Estos habitantes del cielo se llaman santos, porque viven
apartados de los valores del mundo y dedicados a los
intereses de Dios. Son apóstoles, los enviados de Dios para
testificar de su amor revelado en Jesucristo y su llamamiento
al arrepentimiento. Porque este testimonio comunica un
mensaje que viene de Dios, son profetas.
Apocalipsis 18:21-24 presenta una interpretación de la
visión de destrucción (1-19), en boca de un ángel poderoso
(21). Este ángel ilustra la caída de Babilonia arrojando una
piedra ... al mar. Parece que el juicio de Dios tarda mucho,
pero cuando finalmente llega, se ejecuta con rapidez
abrumadora (véase vv. 10, 17, 19). Dios siempre muestra

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265

paciencia sorprendente con la injusticia, pero al fin la borra


con precipitación inesperada, y el rebelde o la sociedad
rebelde, que quería establecer su propia fama por sus propios
logros, deja tanta huella como una piedra arrojada al mar. La
vida rebelde es efímera.
Los versículos 22 y 23 presentan una serie de elementos
de la vida cotidiana y de los placeres de esta vida; una ciudad
está llena de actividad y de ruidos que dan alegría y energía a
sus habitantes. El juicio de Dios significa que el bullicio de la
ciudad se convertirá en el silencio del panteón. Es una manera
gráfica de decir que la ciudad quedará abandonada. El sonido
de esta ciudad será el silencio de la soledad. La razón de este
juicio que se acerca es que los líderes de la ciudad usaron su
autoridad para engañar y degradar, no para edificar y purificar
(23b). Sus líderes eran los magnates del mundo, con la
oportunidad para gran influencia, pero usaron su influencia
para mal. La autoridad es un encargo, no un premio, y cada
líder tendrá que dar cuenta de su mayordomía. Las
hechicerías que engañan pueden ser la “adivinación” que
presenta lo que conviene a los líderes como lo mejor para sus
seguidores. También pueden representar la seducción de los

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266

vicios que producen fortunas para las personas que los


controlan.
Juan acusa a la cuidad y a sus líderes de asesinato (24).
Piensa primero en la persecución de los testigos de Jesucristo,
llamados aquí como en el versículo 20 profetas y santos.
Luego incluye el asesinato de todos los que han sido
asesinados en la tierra. Dios protege a los que se han
arrepentido de su rebelión y tienen una relación personal con
él, pero también da vida a todos los seres humanos. El juicio y
la venganza de Dios salen a la defensa de todos los que
sufren violencia. Este versículo recuerda Mateo 23:35; se trata
de la misma ciudad suprahistórica.
Apocalipsis 19:1-2 presenta la respuesta al llamado de
18:20. Los santos, apóstoles y profetas desde su morada en
el cielo glorifican a Dios por su juicio. Son una inmensa
multitud (1); Dios traerá a sí un pueblo numeroso, para vivir
en relación con él, obedecerle y adorarle. Las fuerzas de rebe-
lión parecen fuertes, pero Dios triunfará, no simplemente
destruyendo a sus adversarios, sino convirtiendo a muchos de
ellos en hijos.
Adoran a Dios por tres posesiones que él ha compartido

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con su pueblo. El es la fuente de la salvación, la cual logra


por su poder supremo. Es merecedor de toda la gloria, pero
permite a su pueblo compartir esta gloria. Glorificando a Dios,
somos exaltados. Este canto de alabanza es motivado por el
juicio de Dios sobre la famosa prostituta, la sociedad rebelde
(2; véase 14:8) y todos sus miembros (véase 14:9-10). Los
juicios de Dios son verdaderos y justos porque sirven los
propósitos de verdad y justicia. Dios otorga verdad—
honestidad y autenticidad—y justicia a su creación, y eliminará
los elementos de ella que se obstinan en oponerse a estas
calidades.
Dios destruye a la prostituta porque con sus adulterios
corrompía la tierra. Dios no permite que la corrupción sea
permanente o absoluta, porque se preocupa por el hombre.
Esta verdad tiene una aplicación personal: venganza para sus
siervos. Lo que para el rebelde es juicio y destrucción, para el
arrepentido es salvación y reivindicación. Cada pecador elige
la aplicación de esta verdad a su propia vida.
Para enfatizar la verdad e importancia de esta alabanza
que interpreta el acto de Dios, el coro de los redimidos
volvieron a exclamar: “¡Aleluya!” (3) Esta palabra hebrea

267
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quiere decir, “Alabemos a Yavé.” La ciudad de los rebeldes


secunda la alabanza, pero su testimonio es el trágico espectá-
culo del humo de su juicio y destrucción, que sube por los
siglos de los siglos (véase 14:11). Todo ser humano dará
testimonio del poder y de la justicia de Dios. Cada quien
decide si tiene una relación positiva o una relación negativa
con Dios, y con esta decisión decide si su testimonio será
voluntario o involuntario. Pero no puede evitar el glorificar a
Dios.
También se unen a esta adoración los veinticuatro
ancianos y los cuatro seres vivientes (4). Desde su primera
participación en el drama del Apocalipsis (4:4, 6), los seres
vivientes y los ancianos son los adoradores prototípicos de
Dios. Ponen el “Amén” a la adoración de Dios y del Cordero en
5:14. Añaden su adoración a la proclamación de la
consumación del Reino de Dios y de Cristo en 11:16-18. Aquí
también (19:4), su ¡Amén! ¡Aleluya! es el fin de la visión del
castigo de la gran prostituta (17:1).

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Las dos cenas finales (Apocalipsis 19:5-21)

Apocalipsis 19:5 abre una nueva sección después de que


los ancianos y los seres vivientes pronuncian el “Amén” que
cierra la visión de la caída de Babilonia. Una voz sale del
trono y manda a todos los creyentes a alabar a Dios. La voz
incluye en este llamamiento a todos. Nadie es tan pequeño
que Dios no se interese en él, ni tan grande que sea autosufi-
ciente, y no necesite a Dios. Los creyentes son siervos,
dedicados a realizar la voluntad de Dios. Sirven con ... temor
porque entienden el poder de Dios y su justicia. Tienen temor
a la ira de Dios, pero han aprendido que Dios muestra su ira
para volver al ser humano a él, y han respondido con
arrepentimiento. Los que temen honestamente a Dios
aprenden a esperar en su misericordia (Sal. 33:18), y este
temor sano sigue siendo parte de su relación con Dios,
expresada en humildad, confesión de pecado y dependencia
de Dios. Nuestra respuesta a las visiones del Apocalipsis debe
ser reverente temor hacia Dios, que no estimula angustia,
sino adoración y acercamiento a él.
En respuesta al llamamiento, una inmensa multitud (6)

269
270

prorrumpe en alabanza ensordecedora a Dios. Por cuarta vez


en este capítulo leemos la palabra hebrea tan común al fin de
los salmos: ¡Aleluya! Adoremos a Yavé, porque ha
comenzado a reinar. El es el Señor, la traducción normal de
Yavé en el Antiguo Testamento griego. Señor también expresa
la soberanía de Dios sobre todos y todo. Es el Todopoderoso,
quien puede realizar todos sus planes y proveer todo lo que
nos hace falta. Este Dios tan grande es nuestro Dios: el que
ha adoptado nuestra causa y busca una relación con nosotros,
el que quiere proveer todo para que tengamos una vida
abundante. Las pruebas y persecuciones de las iglesias de
Asia Menor habían incitado a algunos cristianos a cuestionar
el poder y la autoridad de Dios. Juan afirma que estas pruebas
no indican ninguna deficiencia en Dios.
Los creyentes podemos vivir con alegría y gozo porque la
victoria final es de Dios. Juan describe el momento de la
consumación de esta victoria como las bodas del Cordero
(7). Las bodas de un hijo de rey son ocasión de grandes
celebraciones. Juan utiliza la figura de tal celebración para
sugerir el gozo que la victoria final que Dios traerá. Los que se
han arrepentido y aceptado la relación que él ofrece

270
271

participarán en esta celebración como huéspedes de honor,


aun como novia.
En esta figura Juan también incluye dos otras, comunes en
la teología judía y cristiana de su día: el matrimonio como
descripción de la relación de Dios con su pueblo y el banquete
mesiánico. En el Antiguo Testamento la relación entre Dios e
Israel se describe con frecuencia como una relación de esposo
y esposa (Os. 2:2, 16, 19, etc.). De acuerdo a esta metáfora,
los profetas presentan la infidelidad a Dios como adulterio (Is.
1:21, etc.), una figura que encontramos en el Apocalipsis
(2:14, 20-22; 14:8; 17:2, 4). En el Nuevo Testamento, la
metáfora del matrimonio se aplica a la relación entre
Jesucristo y la iglesia (Ef. 5:23-32). Jesús se comparó a sí
mismo con un novio (Mar. 2:19-20; Mat. 25:1-10; etc.; véase
Jn. 3:29). Con la figura de las bodas del Cordero, Juan
presenta la meta y el clímax de la historia humana: una
relación intensamente personal, íntima y exclusiva entre Dios y
el hombre por medio de Jesucristo.
En el Antiguo Testamento también se encuentra la imagen
de un banquete celestial en los últimos días, que representa la
comunión perfecta de los redimidos con Dios (Is. 25:6; Sof.

271
272

1:7). El Nuevo Testamento aplica esta imagen al regreso de


Cristo y la consumación de su ministerio (Mat. 8:11; Luc.
14:15-24; etc.), de manera que se puede llamar el banquete
“mesiánico.” Como Mateo 22:1-13 (en contraste con Luc.
14:15-24), el Apocalipsis combina la imagen del banquete final
con la de las bodas.
Las bodas del Cordero describen la consumación de la
historia, pero también presentan una comunión que el
creyente puede disfrutar en el presente, aun en medio de la
persecución. Esta comunión produce alegría y gozo para los
que la experimentan, y gloria para Dios (Apoc. 19:7). En ella,
Dios revela su propósito y su naturaleza gloriosa. Y como el
cumplimiento del propósito por el cual Dios creó al hombre, la
comunión produce la más profunda satisfacción que un ser
humano puede experimentar.
El novio es el Cordero. Podría ser llamado el León (5:5) o
el jinete victorioso y soberano (19:11-16), pero en 19:7 Juan
escoge el título Cordero para el novio. El Cordero ha sido
sacrificado (5:6) y con este sacrificio hace posible que su
novia se vista de lino fino, limpio y resplandeciente (19:8).
Aunque fuimos creados para comunión con Dios, nos hemos

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rebelado contra él. No somos dignos de entrar en la presencia


de Dios, mucho menos de vivir eternamente en comunión
íntima con él. Pero Jesucristo pagó con su vida el precio que
nos hace limpios de nuestra rebelión para alcanzar el destino
que habíamos rechazado. Juan presenta este amor
maravilloso con el cuadro de la novia, ataviada en vestido
blanco, y a su lado el novio, con la cicatriz de su herida de
muerte todavía visible. La cicatriz hace posible que la novia se
vista de blanco.
Juan explica el simbolismo del vestido: el lino fino
representa las acciones justas de los santos (8). Tiene que
haber una respuesta humana a la iniciativa de Dios para
salvar. No puede haber una relación sin la decisión activa de
las dos partes. En el caso de la relación con Dios, esta
respuesta humana se expresa en acciones justas. La
persona que responde de manera positiva a la inciativa
salvadora de Dios muestra respeto y amor en todas sus
relaciones. Sin embargo, Juan dice que este vestido es
concedido a la novia. Este verbo es otro pasivo divino;
describe una acción de Dios. No es posible que un ser
humano responda positivamente a Dios, ni que muestre

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respeto y amor en ninguna relación, sin que Dios otorgue su


poder. Beasley-Murray dice que una conducta que revela la
disposición del corazón humana pero también es dada por
Dios expresa el “delicado equilibrio entre la gracia de Dios y la
respuesta humana.” En este equilibrio, la iniciativa siempre es
de Dios; otorga su gracia para que el ser humano actúe con
justicia.
La cuarta felicitación del Apocalipsis (ver comentario sobre
1:3) es para los que han sido convidados a la cena de las
bodas del Cordero (19:9). Como en la parábola del banquete
o bodas (Luc. 14:15-24; Mat. 22:1-13), la invitación a asistir
representa el llamado de Dios para arrepentirse y aceptar la
relación con él. Son dichosos los que aceptan esta invitación,
porque encuentran el propósito de su existencia y el sumo
gozo (véase Apoc. 19:7). Los invitados simbolizan las mismas
personas que la novia.
Este cuadro, con la novia sentada como testigo de su
propia boda, o donde el invitado pasa a pararse junto al novio,
es un ejemplo de la plasticidad del simbolismo apocalíptico.
Juan no presenta una alegoría estrictamente lógica. Menos
escribe un ensayo científico, en el cual cada término tiene

274
275

exactamente una definición, y ninguna definición corresponda


a dos términos. Más bien escribe literatura, y aprovecha la
ambigüedad de ésta para comunicar las verdades que Dios le
ha revelado y para producir una respuesta emocional en sus
lectores. En el caso particular de las bodas del Cordero, se
puede pensar que el doble simbolismo de los creyentes resulta
de la combinación de la figura del banquete con la de la
relación matrimonial. De todas maneras, con dos figures en el
cuadro de la boda Juan sugiere la magnitud del privilegio que
Dios está otorgando, una magnitud que supera la lógica de
una narrativa humana. Queda clara la enseñanza principal:
Dios busca una relación personal con el ser humano, y la
logrará como consumación de la historia humana.
Juan hace un intento de adorar al ángel que le está
guiando (10), pero éste se lo prohibe. Parece correcto que
Juan adopta un papel en el drama del Apocalipsis para dar
una lección a sus lectores; no caería en la idolatría que
describe después de la formación que recibió desde su niñez
como judío monoteísta. Declara de manera dramática que la
adoración se reserva sólo a Dios. Es posible que la intención
de Juan en narrar esta corrección es enseñar que la adoración

275
276

al Imperador es incorrecta. La adoración no se debe atribuir a


ningún ser creado. Si no se les adora a los ángeles, menos a
un gobernante humano. Por otro lado, es posible que las
iglesias de Asia Menor enfrentaban un problema con la adora-
ción de ángeles. Cuatro décadas antes de la fecha del
Apocalipsis, Pablo prohibe la adoración de ángeles en una
carta escrita a Colosas (Col. 2:18), una ciudad cerca de las
siete ciudades del Apocalipsis (véase Apoc. 1:11). La
explicación que el ángel da en Apocalipsis 19:10, que identi-
fica a los ángeles como consiervos de los creyentes, apoya
esta segunda interpretación. Hebreos 1:14 también asocia a
los ángeles con los creyentes, aunque como sus servidores y
no sus consiervos.
La idolatría abierta no es la única forma en que se le niega
a Dios la adoración que es su derecho. “Cuando quiera que un
cristiano da a algo o a alguien diferente de Dios el control de
su vida, ha quebrantado el primer mandamiento” (Newport).
Cuando buscamos controlar nuestra propia vida, cometemos
idolatría.
Después de exhortar a Juan y a los lectores a adorar a
Dios, el ángel da una enseñanza acerca de la naturaleza de la

276
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verdadera profecía (10b). El verdadero profeta es el que


testifica de Jesús, y así continúa el testimonio que Jesús dio
(1:2). Tal vez las iglesias de Asia Menor experimentaran un
problema con profecías que contradijeran el mensaje cristiano.
Pablo responde a un problema de esta naturaleza en 1
Corintios 12:3. Una profecía inspirada por Dios y por su
Espíritu apuntará a Jesucristo y a la relación con Dios que él
hace posible (Juan 15:26). Este criterio sigue siendo válido
hoy para evaluar mensajes proclamados en el nombre de Dios
o presentados como profecías inspiradas por Dios. En un solo
versículo (19:10) encontramos enseñanzas acerca de la
adoración y al testimonio, los dos elementos en el símbolo de
los candelabros (1:12, 20).
La siguiente visión es de Jesucristo como un jinete (19:11).
Su caballo es blanco, símbolo de la victoria y tal vez de
sabiduría. Jesús se llama Fiel en 1:5. Verdadero es un
sinónimo de Fiel; los dos adjetivos enfatizan su lealtad y
fidelidad. Los que creen en él pueden confiar en la verdad de
su testimonio, en sus promesas y en su amor. En esta visión,
Jesús viene para juzgar y hacer guerra contra los rebeldes. La
visión del jinete parece simbolizar la Segunda Venida al final

277
278

de la historia. Sin embargo, cuando recordamos que a través


de toda esta obra Juan aplica la verdad de la Segunda Venida
al presente, podemos pensar que el cuadro de 19:11-21 tiene
una aplicación presente, además de su interpretación futura.
El juicio de Jesucristo es y siempre será con justicia; por lo
tanto su guerra nunca será agresión, sino un intento de
restaurar la relación para la cual su Padre creó al hombre a
través del Hijo. La guerra que hace Jesucristo para restaurar a
los rebeldes al reino de Dios es la única guerra totalmente
justa en toda la historia humana.
Este jinete aparece en el cielo. Jesucristo mora en el lugar
del trono de Dios y en el lugar donde se halla lo perfecto. Este
lugar está abierto al hombre porque Cristo ha venido, viene y
vendrá.
Su conocimiento penetrante y su autoridad irresistible (12)
ya fueron presentados bajo el símbolo de ojos ... como
llamas de fuego en 1:14. Muchas diademas ciñen su
cabeza porque es REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES
(16). El poder de los opresores no es autónomo, porque hay
un Rey sobre todo rey humano y un Señor sobre todo señor
humano o diabólico. El versículo 12 habla de un nombre que

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279

nadie conoce, mientras el 16 declara el nombre que lleva


escrito en su manto a la altura de su muslo. Esta
combinación de nombres conocido y desconocido sugiere que
Dios se da a conocer en Cristo, y podemos conocerlo como
soberano y también como fiel amigo (16), pero nuestro
entendimiento nunca abarca la plenitud de Dios (12). Siempre
hay más que conocer de Cristo, y siempre hay misterio en
nuestra relación con él. Dios no solamente es más que yo;
también es más que mi concepto de él.
El manto del jinete está teñido en sangre (13). Juan toma
esta figura de Isaías 63:1-6, donde el Señor viene de “pisar el
lagar en su ira.” Es un símbolo de su victoria total sobre sus
enemigos; tiene la ropa salpicada de la sangre de ellos hasta
empaparse. Apocalipsis 19:15 confirma que Juan piensa en
este pasaje; Jesucristo es el que ejecutará la ira de Dios en el
Juicio.
Sin embargo, en Apocalipsis 1:5; 5:6, 9; 7:14; 12:11, la
sangre mencionada en conexión con Cristo es su propia
sangre. Se puede entender la sangre de 19:15 como la de los
enemigos de Jesucristo y de Dios, o como la de Jesús mismo.
En el primer caso, el manto teñido de sangre es un símbolo

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vívido de la realidad del juicio; en el segundo, es un recuerdo


de que él vence por su propia muerte, y santifica al pueblo por
el sacrificio de sí mismo. La segunda interpretación concuerda
con una verdad que es prominente en el Apocalipsis, pero la
primera concuerda con la referencia a Isaías 63:1-6. El lector
no halla cuál opción escoger mientras piensa de manera
abstracta. Pero cuando busca aplicar esta verdad a su propia
vida, descubre la resolución: Cada persona por su respuesta a
Cristo decide de quién es esta sangre.
Por única vez en Apocalipsis, se aplica a Jesús el título el
Verbo de Dios (13). Hay tres libros en el Nuevo Testamento
que llaman a Jesús el Verbo: Juan 1:1 y 14; 1 Jn. 1:1; y
Apocalipsis 19:13. Jesucristo es el agente por el cual Dios
habla y se revela, en creación, en redención y en juicio.
Este jinete es un gran general, seguido por ejércitos
numerosos (14). Del cielo puede indicar que se refiere a
huestes angelicales, pero el verbo “seguir” se aplica
constantemente en el Nuevo Testamento a creyentes
humanos. Se trata de la multitud incontable de los redimidos,
presentada primero en 14:1-5. Su vestidura confirma esto,
porque es igual a la de la novia en 19:8. Los que siguen a

280
281

Cristo en lealtad y dependencia participarán en su victoria,


simbolizada aquí por caballos blancos.
La espada que sale de la boca del jinete (15; véase 1:16)
representa su poderosa palabra (véase Ef. 6:17), pero también
indica la facilidad con que Jesucristo derrota a sus enemigos.
Con solamente un soplo de su boca (véase Is. 11:4) los ha
herido mortalmente, o los ha convertido en sus seguidores, a
los cuales gobernará con puño de hierro. El lector ya ha
aprendido que la palabra del juicio de Dios o de Cristo tiene el
propósito de estimular el arrepentimiento y la restauración de
la relación rechazada. El juicio es una realidad, pero no
expresa la verdad final acerca de Dios ni de su propósito.
Como en el caso de la sangre (13), la respuesta de cada
persona al acercamiento de Dios en Cristo determina qué
significa esta espada para ella.
La figura del puño de hierro viene de Salmo 2:9. 11 Los
títulos que expresan la soberanía de este jinete se ven sobre
el muslo (16), tal vez porque estén inscritos en su cinturón o
sobre su espada.
En Apocalipsis 19:17, un ángel parado sobre el sol invita

11 En la traducción griega del salmo, el verbo es el mismo que Apocalipsis


utiliza: guiarás.
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a todas las aves a asistir a la gran cena de Dios. Se refiere a


aves de rapiña, porque comerán carne de los seres humanos
matados en el juicio/guerra del jinete Jesucristo. Esta cena es
la alternativa a las bodas del Cordero. Los que no asisten a un
banquete estarán en el otro. Pero ¡qué diferencia! En las
bodas del Cordero, los que han aceptado la comunión con
Dios en Cristo están sentados a la mesa y gozan de los
deleites del banquete que pone Dios. En la gran cena del
versículo 17, los que rechazaron la comunión con Dios estarán
sobre la mesa, y serán el plato fuerte consumido por los
buitres. Los que no quieren usar su autoridad y sus dones
para servir—¡serán servidos! Cada persona tiene que asistir a
uno de las cenas; por su respuesta a Jesucristo y su uso del
don y autoridad encargada a ella, elige cuál. Las dos cenas
finales de Apocalipsis 19, entonces, corresponden a las dos
ciudades o pueblos de Apocalipsis, Babilonia (16:17 a 19:4) y
Jerusalén (21:1 a 22:5).
La descripción de la gran cena en Apocalipsis 19:17-21 se
basa en Ezequiel 39:4, 17-20. Las categorías de personas
enumeradas enfatizan que nadie escapa del juicio de Dios, ni
por ser importante ni por ser insignificante (pequeños) u

282
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oprimido (esclavos).
Los reyes de la tierra con sus ejércitos se congregan
para la gran batalla final (19:19). Apocalipsis 19:17-21 es la
elaboración de la sexta copa (16:12-16), la gran batalla de
Armagedón. Juan describe la preparación para la batalla
(19:19) pero no narra batalla alguna. La victoria del jinete de
aquel caballo es tan rápida y tan tajante que no hay batalla.
Así es la justicia de Dios. Su paciencia parece interminable,
especialmente a los que sufren injusticia o persecución, pero
cuando Dios actúa, mueve con una rapidez que deja a todos
maravillados. Los rebeldes piensan que van a medir fuerzas
con Dios y con su Cristo, pero en realidad pueden actuar
solamente por la paciencia de Dios. Cuando ésta se acaba, la
batalla ya se acabó antes de empezar. Esta batalla omitida es
otra manera en que Juan presenta la soberanía y poder
absoluto de Dios.
La bestia con todas sus pretensiones divinas resulta ser
solamente prisionera derrotada de Dios (20). Junto con ella
cae el falso profeta; la descripción de las actividades de éste
lo identifica como la segunda bestia de Apocalipsis 13:11-17.
El dragón todavía no es lanzado al lago de fuego con ellos

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284

(véase 20:2, 7, 10). Juan está presentando las derrotas de las


muchas manifestaciones del principio de la bestia a través de
la historia. Ninguna de éstas derrotas es final, porque sigue
habiendo seres humanos que usan su poder para la
imposición y el egoísmo.
El lago de fuego y azufre (19:20) representa el estado
final de los que siguen empedernidos en su rebelión contra
Dios. Es un cuadro vívido de sufrimiento intenso. Es difícil
saber si las llamas que Apocalipsis describe son literales, o
símbolo de un sufrimiento mucho peor, como lo son las aves
que comen la carne de los rebeldes. Sea como fuere, queda
claro que la mayor calamidad que puede suceder a un ser
humano es rechazar la relación con Dios para la cual fue
creado, relación que Jesucristo le ofrece.
En el cuadro de Apocalipsis 19, son solamente el líder
político y el religioso o ideológico los que son arrojados vivos
al lago de fuego (20). Los demás (21), sus seguidores,
fueron exterminados por la espada del Cordero y su carne
comida por todas las aves. El lago de fuego y las aves de
rapiña no representan destinos diferentes para dos clases de
rebeldes; Apocalipsis 20:15 enseña que todas las personas

284
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que no se hallan escritas en el libro de la vida serán arrojados


al lago de fuego. La figura de morir a espada y ser comido por
aves es otra expresión de la misma verdad: que los que
rechazan a Dios no pueden esperar más que desastre, derrota
y vergüenza. Pero nadie es condenado a este fin por un
destino impersonal; Dios viene en Jesucristo para invitar y
rogar a todos a arrepentirse y creer, y para el que cree, la
espada que salía de la boca del jinete resulta ser una palabra
de perdón y restauración.

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Un nuevo gobierno para la tierra (Apocalipsis


20:1-6)

En Apocalipsis 19:20-21, Juan presentó el destino final de


la bestia, del falso profeta y de sus seguidores. En 20:1-3 trata
la suerte del dragón o serpiente, Satanás. Es prendido y
encadenado en el abismo (3) por mil años (2). Esto sucede
por la autoridad y el poder de Dios, porque se presenta como
obra de un ángel que baja del cielo (1). Durante estos mil
años, no es Satanás quien reina sobre la tierra; él ya no puede
engañar a las naciones (3). Más bien los cristianos que fueron
decapitados por su testimonio reinan junto con Cristo (4). La
figura de mil años viene de la escatología judía popular de
aquel tiempo. Esta incluía la idea de que la historia humana
corresponde a la semana de la creación, y durará mil años por
cada día de la creación. Los últimos mil años en este esquema
serían el reino mesiánico, comenzando con la venida del
Mesías.
Es interesante descubrir el origen de las figuras de Juan,
pero más importante escuchar la aplicación de su enseñanza
286
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a los primeros lectores y a los lectores modernos. Algunos


encuentran en estos versículos un período futuro en el cual
Satanás será ausente de la tierra y Jesucristo estará
corporalmente presente sobre la tierra y reinará. Tal
interpretación tendría poca aplicación a los lectores del primer
siglo ni a los de hoy.
El versículo 6 proporciona una clave que puede ayudarnos
a entender esta porción del mensaje de Juan a sus iglesias
amadas de Asia Menor. Indica que los que participan de la
primera resurrección y reinan con Cristo (4) no estarán
sujetos a la segunda muerte. En 2:11, la segunda muerte se
refiere al destino eterno de los separados de Dios. Los que no
están sujetos al poder de la segunda muerte son los que han
creído en Jesucristo y han encontrado la vida eterna en él, una
experiencia que se describe como resurrección en Juan 5:25 y
11:25 (véase Rom. 6:11; Gál. 2:20). Entonces, la primera
resurrección se refiere a la conversión, cuando el creyente
resucita de la muerte que resulta del pecado. No todos los
seres humanos experimentan la primera resurrección, porque
no todos creen, pero los que tienen parte en ella llegan a ser
santos por el poder de Cristo y son dichosos porque la

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288

segunda muerte no tiene poder sobre ellos (20:6). Esta es


la quinta felicitación del Apocalipsis (véase 1:3, etc.).
Si la segunda muerte es la separación eterna de Dios,
entonces la “primera muerte” (un término que no aparece en
Apocalipsis) es la muerte física que pone fin a la vida terrenal.
Ningún ser humano es exento de la primera muerte; algunos
de los más fieles a Cristo lo encuentran como resultado de su
testimonio. Después de la muerte, todos tienen que
comparecer ante Dios para ser juzgado (Heb. 9:27). Daniel
12:2 dice que para este juicio, que dividirá a los cuyo nombre
se halla anotado en el libro (Dan. 12:1) de los que no lo
están, se levantarán las multitudes de los que duermen,
algunos de ellos para vivir por siempre, pero otros para
quedar en la vergüenza y en la confusión perpetuas. Todos
participan en la “segunda resurrección” (otro término que no
aparece en Apocalipsis), pero el resultado depende de su
decisión acerca de Cristo, quien ofrece la primera
resurrección (Apoc. 20:6). Todos tienen que pasar por la
“primera muerte,” pero solamente los que no experimentaron
la primera resurrección sufrirán la segunda muerte.
Volverán a vivir al final de los mil años (5) solamente para

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comparecer ante el juicio de Dios y oír la ratificación de su


deseo de separarse eternamente de Dios.
Si se entiende así la primera resurrección, entonces los mil
años (4) que los santos reinan con Cristo empiezan cuando
ellos lo aceptan como Señor. A partir de aquel momento,
reinan por medio de su adoración a Dios y su testimonio en el
mundo, porque estos contribuyen a la realización de los
propósitos de Dios para su mundo (véase 1:8; 3:21; etc.).
Tienen autoridad para juzgar (20:4) de la misma manera que
Jesús juzgaba durante su vida en la tierra: proclaman el
mensaje de Dios y la respuesta de cada oyente determina si
éste tiene relación con Dios en Cristo o no (John 3:19; 12:48).
Juan describe a los que reinan como decapitados por
causa del testimonio. Aun en la persecución que sufren, son
identificados con el Cordero, quien también lleva en su
garganta la cicatriz de su sacrificio. La aplicación de este
cuadro no se limita a los que murieron decapitados. Los que
reinan con Cristo son todos los que son fieles a Cristo en
resistir las presiones hacia el egoísmo y la opresión (no
habían adorado a la bestia) y en testificar de la soberanía de
Cristo y de su Padre (testimonio de Jesús y palabra de

289
290

Dios). Todos estos testigos están expuestos a la hostilidad del


mundo, aunque la muerte no se requiere de todos.
Los mil años, entonces, representan el tiempo de la vida
cristiana. Como período de la historia, se extiende desde la
primera venida de Jesucristo, cuando él vino a ofrecer a los
seres humanos la primera resurrección, hasta su segunda
venida, cuando regresa para la “segunda resurrección” y el
juicio final. Es tentador ver en los verbos pasados de
Apocalipsis 20:1-5 y los futuros de 7-8 una confirmación de
que Juan veía a los mil años como comenzando antes de que
él escribiera y terminando después. Sin embargo, ya hemos
descubierto que Juan mezcla los tiempos verbales (véase
11:7-13). Aquí también se mezclan futuros (20:7-8) y pasados
(en el idioma origina las acciones de 20:9-10 se expresan en
tiempo pasado) para referirse al mismo evento.
Según 20:2, Satanás está encadenado durante este
tiempo. El poder de Satanás no es absoluto. Dios sigue siendo
soberano, y siempre es más poderoso que los rebeldes. De
varias maneras Apocalipsis ha declarado que el poder del mal
está subordinado al poder de Dios (11:15; 13:5; 14:7-8; 16:10,
14; 17:14). Aquí Juan indica que sucede algo al principio de

290
291

los mil años que cambia la condición de la serpiente antigua.


Como el angel en 12:7-9, el ángel en 20:1 representa la acción
de Jesucristo. Su muerte y resurrección demostraron que no
hay lugar para el mal en el carácter ni en el reinado celestial
de Dios (12:9); también cambió la situación terrenal. Satanás
está encadenado (20:2; véase Mc. 3:27 y pars.); no tiene la
libertad que gozaría si Jesús no hubiera ganado la victoria
sobre la muerte y sobre el pecado. Satanás es un adversario
formidable, pero ya está mortalmente herido; su derrota es
segura.
En la literatura judía posterior al Antiguo Testamento, la
figura de atar y aprisionar a espíritus describe “la restricción a
que se sujeta a alguien para ciertas actividades en el mundo
en tanto se lo deja libre en otras; significa un traslado total”
(Beasley-Murray). En Apocalipsis 20:1-3, Juan aplica esta
figura a la situación del mundo en el período entre la victoria
de Jesús sobre la tumba y su regreso para poner fin a esta
época. La obra de Satanás y el poder del mal están limitados
por la victoria que Jesús ganó. Satanás todavía no ha sido
arrojado al lago de fuego (10), pero su autoridad ya está
limitada. Una de las fuerzas que limita el poder de Satanás

291
292

para engañar (3) durante la época de la iglesia es la


predicación del evangelio de Jesucristo en el poder del
Espíritu Santo (4). A los engaños se opone la verdad clara y
potente. Es voluntad de Dios que este testimonio de Jesús se
proclame a todas las naciones (3), de manera que no quede
ningún campo donde el engaño tenga libertad. Los que
proclaman este testimonio reinan (4) con Jesús.
El dragón encadenado es arrojado al abismo, el lugar
propio de los demonios y de todos los que prefieren la
separación de Dios (véase 9:2; Mat. 25:41). El término abismo
se aplica con frecuencia al estado final de los rebeldes, pero
aquí se refiere a la condición actual de Satanás, porque al
final de la historia habrá de ser soltado por algún tiempo
(20:3). De nuevo encontramos una fluidez en el uso de
términos apocalípticos como ‘abismo’ que nos advierte que
aun en la revelación vislumbramos el mundo espiritual y del
futuro de manera velada, como en un espejo nublado.
“Soltar” (3) puede ser otro recuerdo de que el mal “tiene
nueve vidas” y surge de nuevo cuando parece derrotado
(véase las cabezas de la bestia en 13:1, 3). También es
posible que Juan quiera indicar una intensificación del mal en

292
293

los últimos días antes de la intervención final de Dios en


Cristo, una idea reflejada en Mateo 24:12 y 2 Tesalonicenses
2:3-4, 8. Sea cual fuere el sentido del desencadenar, está
claro que cuantas veces el mal y el Malo se levanten de la
derrota, se levantan solamente para ser derrotados de nuevo.
Cada nuevo surgir del mal es una oportunidad para presenciar
la victoria del Rey de reyes y Señor de señores (19:16) con la
espada de su boca (19:21).

El juicio final (Apocalipsis 20:7-15)

El juicio presentado como una batalla (20:7-10)

Al final de los mil años, Satanás sale de su prisión (7)


para reanudar su obra de engañar a las naciones y batallar
293
294

contra Dios (8). Esta descripción no se debe interpretar


literalmente, porque implicaría que la obra de Cristo, que
encadenó a Satanás (2-3), es temporal. Estos versículos
enseñan que Satanás no se reforma por ver el ministerio de
Jesucristo ni el desarrollo de su reino en el tiempo de la
iglesia. Aun en vísperas de la Segunda Venida, sigue teniendo
el mismo propósito que le ha motivado a través de toda la
historia. La oposición a la soberanía y a los planes de Dios no
desaparecerá antes del fin del mundo; “el mal tiene reservas
de vitalidad casi insospechadas, y muere con gran dificultad”
(Foulkes). Apocalipsis 20:7-10 sugiere un gran último esfuerzo
de los rebeldes para derrotar a Dios y a su pueblo, la misma
verdad presentada en 16:14 y 19:19.
Gog y Magog aparecen en Ezequiel 38-39 como el
adversario de Dios y del pueblo que él ha recogido de entre
las naciones (38:12). Gog sube contra el pueblo de Dios,
Israel, y cubre la tierra como una nube (38:16). En Ezequiel,
Magog es una tierra, y Gog un príncipe (38:2), pero en
Apocalipsis se han fundido en un solo símbolo. Simboliza
“todas las naciones hostiles a Dios y que odian a sus seguido-
res” (Foulkes). Es una multitud tan numerosa como las arenas

294
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del mar, reunida desde los cuatro ángulos de la tierra (Apoc.


20:8).
Esta multitud rodea y amenaza al pueblo de Dios, pero
éste no tiene que defenderse, porque cae fuego del cielo
para protegerlo (9; véase Ezeq. 39:6 y la batalla que falta en
Apoc. 19:19-20). La tarea de los creyentes como candelero es
adorar a Dios y testificar al mundo, no hacer guerra ni siquiera
preservar su propia vida. Después de la victoria final de Dios
sobre sus adversarios, el diablo sufre el mismo castigo que la
bestia y el falso profeta: es arrojado al lago de fuego y
azufre (Apoc. 20:10). La rebelión contra Dios no lleva a la
gloria e independencia que el rebelde espera, sino al
sufrimiento de la separación de Dios, sin tregua y sin fin.
En 9:13-19; 16:12-16; 19:11-21; y ahora en 20:7-10 Juan
utiliza la figura de una batalla de escala mayor que toda
batalla de la historia humana. Estos pasajes son expresiones
de un mismo principio; no son cuatro distintas batallas. La
rebelión contra Dios produce horribles conflictos dentro de la
humanidad, pero aun más se expresa en un intento de
derrotar y destruir a Dios. Puede ser que Juan entiende que
esta oposición se intensificará a través de la historia, culmi-

295
296

nando en un clímax de oposición, superada por la autoridad y


poder invencibles de Dios. La muerte y resurrección de Jesu-
cristo fue un clímax de la oposición y del poder de Dios. No
está claro si Juan está describiendo aquel evento con términos
escatológicos, o si se refiere a algo que sucederá en los
últimos días. El tiempo dirá.
En cuanto al papel de Satanás en esta batalla a través de
la historia, Newport descubre en 20:7-10 la sugerencia de que
la función del diablo no es originar el pecado sino revelarlo y
desarrollar las posibilidades malas latentes en la gente.

El juicio presentado como proceso legal (20:11-15)

Juan vuelve a ver el trono de Dios (véase 4:2). Ahora el


trono es blanco, el color de la victoria (20:11); este soberano
ha ganado la victoria sobre todos sus adversarios. El blanco
también puede simbolizar la pureza o rectitud de su juicio. La
huida de la tierra y el cielo indica que está comenzando la
gran renovación que Dios realizará al final de esta edad
(véase 21:1); la creación rebelde será expulsada de la
presencia de Dios para dar lugar a una nueva creación.

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297

Dios está sentado para juzgar a todos los seres humanos,


tanto los vivos como los muertos (20:12), y nadie, ni grande ni
pequeño, puede escapar del juicio. Cuando Juan dice que el
mar devolvió sus muertos (13), enfatiza esta verdad. Para el
judío, el que muere en el mar es el más lamentable, porque no
es enterrado en su tierra ni cerca de su familia. Pero el mar
que frustra los últimos deseos del hombre no representa
ningún obstáculo para Dios. Al fin de todo esfuerzo humano y
toda peripecia de la naturaleza, tanto los rebeldes como los
reconciliados están en la mano de Dios.
Parece haber también simbolismo en el mar. Como la
muerte y el infierno, el mar representa las grandes fuerzas
suprahumanas que amenazan los planes de Dios. Aun estos
tres monstruos que tienen encarcelados a los muertos tendrán
que doblegarse ante la voluntad de Dios y devolver a sus
muertos. En el plan de Dios, el mal en todas sus
manifestaciones será eliminado de su creación. Los poderes
que se oponen al bienestar de sus criaturas serán juzgados y
arrojados al lago de fuego (14). Dios no quiere que el juicio
sea destrucción para ninguna persona; más bien quiere matar
la Muerte (véase 21:4) y establecer la realización perfecta de

297
298

la comunión que él quiere con la humanidad. Dios puede usar


aun la tragedia más grande de la existencia humana para
bendición.
A pesar de su deseo, Dios no obligará a ningún ser
humano a aceptar esta comunión. Todo ser humano tiene que
responder a Dios, pero puede decir “Sí” o “No.” En el juicio,
Dios repasa la vida de cada persona y declara cuál fue su
respuesta. En la visión de Juan, los libros en que están
escritas lo que cada persona había hecho se abrieron (12). Lo
que uno hace, aun mejor que lo que dice o lo que piensa,
revela su respuesta a la oferta de Dios; por lo tanto, cada
muerto es juzgado conforme a lo que estaba escrito en los
libros. El que había vivido una vida de rechazo fue arrojado al
lago de fuego (15); Dios respeta su “no,” aun cuando significa
el dolor de la separación para la persona--y para Dios.
Todos somos pecadores y nuestras acciones expresan el
“no” de la rebelión contra Dios. Sin embargo Dios nos da, por
medio del Cordero, la oportunidad de arrepentirnos y cambiar
nuestro “no” a “sí.” Los nombres de los que aceptan esta
oferta están inscritos en el libro de la vida (12, 15). En las
vidas de éstos se encuentran las acciones que Dios y Cristo

298
299

producen. Nadie es exonerado en el juicio en base de buenas


obras. Más bien el Cordero con su muerte ha inscrito los
nombres de los que creen en él en el libro de la vida (véase
3:5). Por eso el libro puede describirse como el libro del
Cordero (13:8). La escena del juicio incluye tanto los libros de
las acciones como el libro de la vida, porque el juicio se basará
tanto en las acciones humanas como en la gracia divina
expresada en el sacrificio de Jesucristo. Hay tensión entre
estas dos bases, pero Juan incluye ambas en su presentación.

299
300

La nueva creación (Apocalipsis 21:1 a


22:5)

Después de describir el juicio de Dios, Juan pasa a la


descripción de la nueva creación que Dios está formando por
medio de la obra de Cristo. Esta sección arroja cierta luz sobre
el estado eterno de los que han dicho “sí” a Dios en Jesucristo,
pero de acuerdo con el propósito de este Apocalipsis, la
primera aplicación de ella es al presente de la iglesia. Dios ya
ofrece en Cristo un anticipo de las bendiciones que los
creyentes esperan.

300
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La venida de la nueva creación (Apocalipsis 21:1-


8)

Dios renueva su creación, que ha sido contaminada por la


rebelión (véase Is. 65:17). Juan describe la creación como
cielo y tierra (1), recordando Génesis 1:1. La creación
contaminada, la primera, deja de existir, junto con el mar. En
la literatura apocalíptica, el mar generalmente simboliza el mal
(Dan. 7:2-3; Apoc. 13:8; 17:15); este simbolismo puede ser la
razón de que Génesis 1 no dice que Dios creó el mar. Otros
apocalipsis también indican que no habrá mar en la nueva
creación de Dios, enfatizando que se eliminará todo elemento
negativo.
En el Apocalipsis de Juan, el mar también simboliza la
separación (4:6; 15:2). Dios creó a la humanidad para
relaciones, y el peor mal que le puede suceder es la separa-
ción o soledad. En Apocalipsis 21:1, Juan no describe la
geografía de la morada eterna de los creyentes, sino que
declara el fin de la maldad y de la separación. Dios está
creando en Cristo un acceso totalmente abierto a sí mismo.
301
302

La ciudad santa, la nueva Jerusalén (2) es lo opuesto al


mar. Es la sociedad de los creyentes. Si el mal produce
soledad, la obediencia a Dios produce comunidad. Con las
frases bajaba del cielo y procedente de Dios, Juan declara
de manera enfática que esta comunidad es creada por Dios.
La humanidad nunca logrará por su propio esfuerzo la
comunidad y armonía que su naturaleza anhela; sus esfuerzos
solamente producen la gran prostituta, Babilonia (caps. 17-18).
La verdadera comunidad será don de Dios.
Esta es una de solamente tres veces que aparece
Jerusalén en el Apocalipsis (véase 3:12; 21:10). En 11:8, Juan
tuvo cuidado de no usar este nombre, porque lo reserva para
la sociedad ideal que Dios está produciendo por medio de
Cristo y de los que creen en él. Según su criterio, el judaísmo
que tenía su sede en el Jerusalén terrenal no realizó este
ideal. Esta ciudad terrenal fue destruida en 70 d. C. Juan
declara que ni el fracaso del judaísmo ni la destrucción de la
Jerusalén terrenal frustró el propósito de Dios de crear una
sociedad humana totalmente dedicada a él y gozando de
armonía total entre sus miembros. Los fracasos de los cristia-
nos tampoco frustrarán este propósito.

302
303

El adorno de esta sociedad (21:2) es su calidad moral


(19:8). La comunión con Dios requiere y produce una
conducta recta. Esta rectitud y justicia no es la meta final de
Dios para su pueblo, sino preparación para una relación con
Dios, una relación tan íntima como la de esposos.
La voz que provenía del trono explica que se trata de una
relación con Dios (3). Dios hace su morada entre los seres
humanos (véase Ex. 25:8). La figura de las bodas en 19:7 y la
de acampar aquí expresan la misma verdad: una relación
estrecha entre Dios y cada ser humano. Otra manera de decir
lo mismo es que los creyentes sean su pueblo y que Dios sea
su Dios. El ideal expresado en 21:3b se encuentra a través de
toda la extensión del Antiguo Testamento (Ex. 6:7; Jer 31:33;
Ezeq. 37:23; etc.); es una frase clave para entender el
propósito de Dios para su creación. Levítico 26:11-12 y
Ezequiel 37:27 combinan las mismas ideas que Apocalipsis
21:3a y 3b, y pueden ser la fuente que Juan utiliza.
Juan repite la imágen que usó en 7:17 para enfatizar que
Dios viene para consolar a su pueblo (21:4). El Creador se
preocupa por cada lágrima de sus criaturas. Apocalipsis 21:4b
explica en qué sentido el primer cielo y la primera tierra

303
304

habían dejado de existir (1). Desaparecen todas las penas y


experiencias amargas de la existencia actual. En Dios, no hay
muerte ni motivo de llanto, lamento o dolor. Estas no fueron
parte de la voluntad original de Dios para su creación; más
bien tienen su origen en el “no” que el hombre ha dicho de
Dios. Siguen siendo experiencias aun de los arrepentidos hoy;
pero cuando Dios se acerca para enjugar nuestras lágrimas,
las convierte en bendiciones y nos da la esperanza de un
mundo en que estas cosas no existan.
Estas cosas dejan de existir porque Dios se ha dado la
tarea de hacer nuevas todas las cosas (5). La criatura puede
rebelarse contra Dios, y causar el estado trágico que existe
hoy en el mundo, pero Dios no se queda con los brazos
cruzados. Sigue siendo un Creador activo, renovando su
creación. A Juan le manda, Escribe, porque el anuncio de esta
renovación es digno de ser preservado por escrito. Son
palabras verdaderas y dignas de confianza; revelan la
verdad acerca de la fidelidad de Dios a su propósito y a sus
promesas. Dios manda que este ideal se ponga por escrito
porque él se compromete a realizarlo.
El versículo 6 presenta la paradoja de la soberanía de Dios

304
305

y de la necesidad de una respuesta humana. Primero, Dios


declara hecho su propósito. El comenzó el proceso con su
palabra creadora, y él lo completará (véase 1:8). La iniciativa
siempre es de Dios y Dios siempre tiene la última palabra.
Después de esta declaración, y a pesar de que su palabra no
se puede frustrar, Dios lanza una invitación al que tenga sed.
El propósito de Dios es una relación con el ser humano, y una
relación es genuina solamente cuando las dos partes la
aceptan. Así que, a pesar de que la primera palabra es de
Dios y la última palabra es suya, el hombre es invitado a dar
su respuesta a la iniciativa e invitación de Dios. Dios es
soberano; no está sujeto a la respuesta humana, pero
tampoco obra sin tomar en cuenta esta respuesta. Es la
paradoja de toda relación; escogemos a nuestros amigos,
pero también somos atraídos a ellos.
El requisito para acercarse a Dios es que uno tenga
necesidad. Todos los humanos la tienen pero no todos la
reconocen. Cuando uno reconoce su necesidad y se abre a
Dios, recibe todo lo que necesita gratuitamente. No nos pide
que le paguemos sus favores, sino que correspondamos a su
provision con un constante pedir, confiar y agradecer. Lo que

305
306

Dios da al sediento es agua de vida (véase Juan 4:10; 7:37-


38), un símbolo de la relación que da sentido a la vida.
La promesa es para el que salga vencedor (Apoc. 21:7).
En cada mensaje de Apocalipsis 2 y 3, hay una promesa al
vencedor, a quien permanece fiel hasta la muerte (véase
comentarios a 2:7 y 2:11). La promesa de 21:7 es una de
varias semejanzas en 21:1-22:5 a las promesas al vencedor
en los capítulos 2 y 3.
Hay tensión entre la promesa gratuita (Apoc. 21:6b) y la
necesidad de vencer para poseer lo que Dios ha prometido
(7a). Es la misma tensión que hay en cualquier relación íntima
genuina. Uno hace bondades a la pareja o a los amigos
espontáneamente y no para recibir un beneficio en pago. Sin
embargo, hay también reciprocidad. En la relación ideal, uno
se deleita en lo que da y también en lo que recibe. Dios está
obrando en Jesucristo para producir esta relación ideal.
Apocalipsis 21:7b hace individual la promesa de 3b. La
relación que Dios quiere con su pueblo no es solamente
corporativa; se extiende a cada individuo.
Hay una alternativa a este cuadro ideal. En contraste
radical a la comunidad de los que dicen “sí” a Dios, hay

306
307

quienes le dicen “no,” los que componen Babilonia (8). Llas


maneras de expresar este negativo reflejan la situación de
Juan y de las iglesias a las cuales escribe. Los cobardes son
los que tienen temor de enfrentar la oposición del mundo y
eligen seguir a la bestia (véase 13:3-4) en lugar de sufrir con
Cristo. Por su rechazo de Cristo, se pueden describir también
como incrédulos, y como abominables porque adoran
(dedican sus vidas a) una perversión de la verdad. Seguir la
bestia es promover la muerte y oponerse a la verdadera vida,
de manera que sus seguidores se pueden llamar asesinos.
Cometen inmoralidades sexuales en cuanto rechazan la
relación legítima y exclusiva con Dios para la cual fueron
creados. El objeto de los que practican artes mágicas es
manipular la creación de Dios para beneficio propio, y ésta es
la actitud hacia la creación que resulta del egoísmo de
Babilonia.
La misma deslealtad a Dios que se llama inmoralidad
sexual es a la vez idolatría, porque el que no adora a Dios es
condenado a adorar alguna criatura. En el Apocalipsis, el
objeto de la adoración falsa es la bestia, y la adoración
funciona como un símbolo del uso del poder. El que usa su

307
308

poder, autoridad o don para servir a otros está adorando al


Cordero, y el que lo usa para propósitos egoístas y para
obligar a otros a servirle está adorando a la bestia.
Finalmente, los ciudadanos de Babilonia son mentirosos.
En el día de Juan, la gran mentira que el vencedor en Cristo
no pronunciaba fue “César es Señor.” Algunos fueron a la
muerte por confesar más bien “Jesús es Señor.” Hoy la gran
mentira ha tomado otras formas. Algunos dicen, “Dios no
existe.” Otros, que el hombre mismo puede controlar su
mundo y resolver sus problemas. Otros, que el dinero o la
ciencia o la cooperación humana o el esfuerzo individual o la
recitud moral es suficiente. De cualquier forma, la mentira
produce muerte. A fin de cuentas, la única alternativa a la
nueva Jerusalén, la comunidad de los que siguen al Cordero,
es el lago de fuego y azufre. El resultado de rechazar la
relación que Dios ofrece no es la feliz independencia que el
rebelde anhela, ni siquiera una vida mediocre o vacía, sino
calamidad total: la segunda y eterna muerte.

La descripción de la nueva creación (Apocalipsis 21:9 a 22:5)

308
309

Un ángel ofrece a Juan una visión de la novia, la ciudad


que veía descender del cielo en el versículo 2. La ciudad se
puede describir como novia porque en la literatura
apocalíptica, una mujer representa una ciudad o sociedad.
Pero también se puede llamar novia porque se trata de la
relación íntima y exclusiva que Dios ofrece consigo. Esta
relación es lo que constituye la sociedad santa, y es la base
de toda la red de relaciones humanas dentro de ella. Es la
esposa del Cordero (como en 19:7) porque en el Cordero,
Dios llega al hombre para entablar la relación.
La introducción y la conclusión de esta descripción son
semejantes a las que forman el marco de la descripción de la
gran ramera. En los dos casos (17:1, 3a; 21:9, 10a) un ángel
anuncia lo que va a mostrar a Juan y lo lleva o al lugar de la
revelación en el Espíritu. Al final de cada descripción, el ángel
declara que el mensaje comunicado es verdadero (19:9b;
22:6a) y Juan intenta adorar el ángel (19:10; 22:8-9). Estas
semejanzas sugieren que el lector debe considerar las dos
descripciones juntas. Una de estas ciudades es el destino de
cada ser humano. Son alternativas entre las cuales cada ser
humano tiene que escoger. Uno puede ser ciudadano de

309
310

Babilonia o ciudadano de Jerusalén, pero tiene que pertenecer


a una de las dos. Dios llama a una vida de comunión y
servicio; el hombre puede responder “sí” o “no,” pero tiene que
responder.
Juan vuelve a entrar en el estado de éxtasis o receptividad
a visiones que describe como estar en el Espíritu, y se
encuentra sobre una montaña grande y elevada (21:10).
¿Por qué?, si no es necesario subir a un monte para ver
suspendida en la atmósfera una ciudad de las dimensiones
descritas en 21:16. No se trata de una montaña literal, sino del
monte de la revelación (véase Ezeq. 40:2). La montaña
también enfatiza el contraste con la otra mujer o ciudad,
colocada según 17:3 en el desierto. La opción de Jerusalén
produce una vida elevada y noble, cerca de Dios; la opción de
Babilonia produce la soledad y la muerte del desierto.
Juan ve la ciudad santa, Jerusalén (10), la sociedad que
Dios crea en base de la comunión con él. La novia (9)
representa la relación correcta con Dios, que produce
relaciones correctas dentro de la humanidad, simbolizadas por
la ciudad. La comunión con Dios transforma a los que la
gozan, de manera que su vida es santa. Juan repite la doble

310
311

declaración de que esta relación es posible solamente por


iniciativa de Dios: que la ciudad bajaba del cielo procedente
de Dios (véase 2).
La descripción de la ciudad representa el pueblo que Dios
está creando en Cristo. El primer aspecto de este pueblo es su
semejanza a Dios. Refleja la gloria de Dios (11). El pecado
deforma la imágen de Dios en la humanidad (Rom. 3:23), pero
la nueva Jerusalén representa la restauración de esta
semejanza. El jaspe refuerza esta enseñanza, porque es la
piedra que describe el aspecto de Dios en 4:3.
El pueblo de Dios es también un pueblo protegido (12). La
muralla grande y alta simboliza la protección que Dios otorga
a su pueblo. Según 21:18, la muralla estaba hecha de jaspe;
la protección que Dios otorga es él mismo (4:3; 21:11; véase
Zac. 2:5). En una ciudad literal, las doce puertas (12)
menguarían el valor de la muralla. Pero el pueblo de Dios es a
la vez un pueblo perfectamente protegido por Dios y un pueblo
abierto para que entre cualquiera. Las puertas representan la
invitación de Dios, por medio de sus testigos, a que todos se
unan a su pueblo. De cualquier rumbo que se acerque uno,
este, norte, sur u oeste, encuentra amplia entrada,

311
312

simbolizada en tres puertas (13; véase Ezeq. 48:30-35). El


que entra encuentra perfecta libertad para “entrar, salir y hallar
pastos” (Jn. 10:9).
El número doce, aplicado tanto a las puertas (12) como a
los cimientos y los nombres (14) enfatiza que esta ciudad
simboliza el pueblo de Dios, el verdadero Israel (12). La
mención de los doce apóstoles del Cordero aclara que no se
trata del Israel literal. Efesios 2:20 presenta a los apóstoles,
junto con los profetas, como fundamento de la iglesia, la
nueva humanidad.
El acto de medir (15) simboliza posesión y protección
(véase Ezeq 40-42); este pueblo pertenece a Dios y él lo
protegerá. El oro enfatiza el valor que el pueblo tiene para
Dios. Los números mencionados como medidas de la ciudad y
de su muralla (Apoc. 21:16-17) sin duda son símbolos y no
tienen valor aritmético. Por lo tanto, el lector debe fijarse en las
notas de la Nueva Versión Internacional, y no en las medidas
del texto. Doce mil y ciento cuarenta y cuatro (el número
doce cuadrado) confirman que se trata del pueblo de Dios.
Tomadas literalmente, estas medidas corresponderían a una
ciudad de 2,200 kilómetros por 2,200 kilómetros, con una

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altura igual. Este tamaño fantástico, superior al de muchos


países, es típico de la hipérbole apocalíptica. Alrededor de una
ciudad tan alta, un muro de sesenta y cinco metros sería
risible. El versículo 17 puede referirse a la espesura del muro,
o a su altura. Pero estos números no son literales, sino
símbolos del pueblo de Dios (doce).
La forma cuadrada (16) de la ciudad es un símbolo de su
perfección. La adición de su altura convierte el cuadrángulo
en un cubo perfecto. El lugar santísimo en el templo del
Antiguo Testamento tenía la forma de un cubo (1 Reyes 6:20),
y simbolizaba la presencia de Dios. La nueva Jerusalén es la
realidad de la presencia de Dios con su pueblo. El versículo 22
expresa la misma verdad: no vi ningún templo en la ciudad.
En esta ciudad se experimenta la realidad plena de la
presencia del Señor Dios Todopoderoso y del Cordero; no
hace falta el símbolo de esta presencia (véase Juan 4:21; 2
Cor. 6:16). Las dimensiones enormes de la ciudad declaran
que hay cupo para todos en la presencia de Dios.
El material de la ciudad (18) y de la calle principal (21) es
oro puro, semejante a cristal pulido. Es dudoso que Juan
piense en un oro que literalmente se parezca al cristal; se trata

313
314

de un símbolo fantástico del valor que Dios atribuye a su


pueblo y de la pureza que le da. Para Dios, el ser humano vale
mucho más que el oro más fino. Quiere que cada humano sea
parte de su pueblo, su tesoro más precioso, y para lograrlo lo
hace tan puro como el crystal más fino. Las piedras preciosas
que adornan los cimientos de la muralla (19-20) refuerzan
esta verdad. Hay una imagen semejante en Tobías 13:17. Las
piedras son doce, el número que simboliza el pueblo de Dios.
La lista recuerda la lista de doces piedras en el pectoral del
sumo sacerdote (Ex. 28:17-21).
Las puertas de la ciudad son perlas (Apoc. 21:21). En la
antigüedad, la perla se apreciaba más que el oro. También, es
la única joya que es producida por un ser vivo. Tal vez Juan
quiera enseñar que la entrada a este pueblo es por medio de
un ser vivo: Jesucristo. Pero es igualmente posible que
solamente tenga la intención de recalcar el valor y la
magnificencia de la relación con Dios que la entrada a esta
ciudad representa.
La falta de un templo (22) enseña la verdad positiva de la
presencia inmediata de Dios. De la misma manera, la falta de
sol y luna (23) enfatiza la plena luz que ilumina el pueblo de

314
315

Dios. Dios y el Cordero son la luz de los suyos. Desde luego


esta afirmación no es literal; se refiere al entendimiento y gozo
que manan hacia la humanidad. Esta luz es la presencia de
Dios y de Jesucristo en una relación personal. Es probable
que Juan está meditando sobre Génesis 1. Como Dios iluminó
la creación al principio con su palabra poderosa, al fin
iluminará la nueva creación con su presencia plena en la
Palabra viva.
Otro pasaje del cual Juan toma mucho del vocabulario de
estos versículos es Isaías 60. La descripción de Dios como la
luz de Sion, reemplazando el sol y la luna, viene de Isaías
60:19-20. El versículo 3 del mismo capítulo afirma que las
naciones serán guiadas por la luz de Sion y el 5, que traerán
a ella las riquezas de las naciones (véase Apoc. 21:24, 26).
En la consumación de los siglos, las naciones y sus reyes
entregarán sus riquezas, tanto materiales como espirituales, al
servicio de Dios y no a Babilonia (18:11-13, 19). Las puertas
siempre abiertas (25) se mencionan en Isaías 60:11.
Es difícil concebir cómo se cumplirá la profecía de
Apocalipsis 21:24 en la consumación final, cuando los
creyentes y los rebeldes sean permanentemente separados.

315
316

Sin embargo, su aplicación al presente está clara. El pueblo


de Dios es un pueblo evangelístico (véase también Is. 49:6).
Dios lo ilumina para que sirva de luz a las naciones, los que
no conocen a Dios. (La misma palabra con frecuencia se
traduce “gentiles” en el Nuevo Testamento.) El propósito de
Dios es alcanzar a toda la humanidad (5:9; 7:9), y su
instrumento es el pueblo que está siendo iluminado por su
relación con Jesucristo.
En 21:25, Juan nota que las puertas de esta ciudad
estarán abiertas todo el día. Este detalle continúa el énfasis
evangelístico. Siempre hay apertura para que cualquier ser
humano se una al pueblo de Dios por la fe. Las puertas
siempre abiertas también sugieren la paz y seguridad
perfectas en que mora el pueblo de Dios. Las puertas de una
ciudad antigua se cerraban de noche para seguirdad, y de día
cuando había amenaza de ataque.
En la ciudad no habrá noche (véase Zac. 14:7; Is. 60:20).
Como en el versículo 23, no se trata de una descripción literal,
sino del fin de la noche de separación y rebelión contra Dios
(véase Jn. 13:30). El ministerio de Jesucristo derrotó la noche,
y en la consumación su victoria será manifiesta. La noche o

316
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las tinieblas que quedan excluidas de esta ciudad se especifi-


can en Apocalipsis 21:27. Nunca entrará en ella nada
impuro, ninguna pizca de rebelión contra la voluntad de Dios.
La relación con él será perfecta, y expresada en obediencia
perfecta. La rebelión contra Dios y la separación de él consti-
tuyen la verdadera idolatría en este mundo; no existen en la
nueva creación que Dios está constituyendo en Jesucristo.
Los farsantes o mentirosos (véase comentario a 21:8)
también quedan excluidos. Se está realizando hoy la separa-
ción entre los que viven en el autoengaño y aquellos que
tienen su nombre escrito en el libro, los que han regresado
a Dios por medio del Cordero y comparten su vida. La
separación será completa cuando el Cordero traiga el fin. La
voluntad de Dios no es excluir a nadie de su pueblo, sino
separar la impureza de rebelión del rebelde para que éste
quede puro e incluido.
A través de la ciudad fluye un río (22:2) que mana del
trono (22:1). Juan piensa en el cumplimiento de Zacarías 14:8
y de la promesa de Jesús en Juan 7:38. Este río es la
restauración del ideal de Génesis 2:10 y la realización de la
visión de Ezequiel 47:1-12. El río representa el Espíritu de

317
318

Dios (Juan 7:39), la presencia de Dios en su creación, que


vivifica al hombre. En la visión de Ezequiel, el río sale del
umbral del templo (47:1), pero en la visión de Juan no existe el
templo (Apoc. 21:22). Tanto el templo en Ezequiel como el
trono en Apocalipsis representan a Dios, la verdadera fuente
del agua de vida. La vida consiste en las relaciones que Dios
hace posible, primero con él mismo y luego entre los que lo
conocen.
La descripción que Juan pinta es amena: un río cristalino
en medio de una amplia avenida, con hileras de árboles
cargados de fruta en cada lado del río (Apoc. 22:1-2). La
realidad simbolizada es aun más amena: una relación con
Dios que da una vida con sentido y gozo, una relación que se
multiplica en relaciones humanas satisfacientes.
En el plan que Dios está realizando en Cristo, se restaura
el árbol de la vida (2) que el hombre ha perdido por su
rebelión (Gén. 3:22-24). El número doce recuerda al lector
que la verdadera vida pertenece solamente a los arrepentidos,
al pueblo de Dios. Este número de cosechas también permite
que haya siempre (cada mes) fruto sobre este árbol. La vida
abundante que Dios propone para los seres humanos es

318
319

continua, sin las interrupciones de sequedad o soledad que la


humanidad sufre en la actualidad. El árbol que Juan describe
tiene cualidades maravillosas; aun sus hojas sirven para sanar
(véase Ezeq. 47:12). La relación con Dios es provechosa en
todos sus aspectos; Dios provee todo lo necesario para una
vida plena.
Es posible que Juan también quiera sugerir a sus lectores
un contraste con la higuera de Marcos 11:13 (véase Mat.
21:19). En la nueva creación que Dios está realizando en
Cristo, nunca habrá “hojas pero no fruto,” apariencia sin
realidad. Los que viven por su relación con Cristo recibirán un
carácter auténtico, sin hipocresía.
El mundo actual está bajo maldición (3) por su rebelión
contra Dios (Gén. 3:14, 17). La nueva creación que Dios está
formando por su obra de redención no estará sujeta a la
maldición de la rebelión, que produce la separación, primero
de Dios y luego entre sus criaturas. Este versículo tiende a
confirmar que Juan piensa en Marcos 11, que habla de la
higuera que Jesús maldijo (Mar. 11:21).
La verdadera dicha del hombre es relacionarse con Dios, y
Apocalipsis 22:3b-5 describe esta relación. El trono de Dios y

319
320

del Cordero está en medio de su pueblo (3b), de manera que


éste tiene constante acceso a Dios y constantes
comunicaciones de él. La relación correcta que sostienen con
Dios se puede describir como adoración; su relación con Dios
siempre es una relación entre creación y Creador, y nunca una
relación de iguales. En una vida de adoración de Dios,
expresada en servicio a otros en lugar de buscar ser servido,
el ser humano descubre su verdadera identidad y su verdade-
ra importancia.
La identidad del ser humano se centra en la imagen de
Dios, descrita en el versículo 4 con la frase llevarán su
nombre en sus frentes. No se trata de una marca en la piel,
sino de una semejanza en naturaleza y carácter. En el plan de
Dios para su pueblo, esta semejanza se realizará a través de
la comunión íntima señalada en las palabras lo verán cara a
cara. Dios promete el cumplimiento del deseo de Moisés en
Exodo 33:18 (véase 20) y de la bienaventuranza de Mateo 5:8.
Un encuentro con Dios transforma a la persona, y el estado
eterno de los creyentes será un constante crecimiento, porque
será un encuentro continuo con Dios. La verdad de Apocalipsis
22:4 se expresa en 1 Juan 3:2b de esta forma: cuando Cristo

320
321

venga, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal


como él es.
Apocalipsis 22:5 repite el simbolismo de 21:23. La
comunión con Dios es la luz del hombre. Esta comunión
también es la forma en que los creyentes reinan. Reinarán
por los siglos de los siglos no es una promesa de la
venganza, sino un efecto de la adoración descrita en 3b.
Reinamos por nuestra adoración a Dios y nuestro testimonio
(como candelabros; 1:20). Esta adoración/testimonio tiene una
autoridad superior a cualquier rey terrenal, y determina el
futuro y el destino de la humanidad.

Conclusión (Apocalipsis 22:6-21)

La conclusión del Apocalipsis vuelve a enfatizar algunas


verdades importantes que Juan ha presentado. Beasley-
Murray encuentra tres temas en la conclusión: la autenticidad
de las visiones narradas (6, 13, 16), la inminencia de la venida
de Cristo (7a, 10, 12, 17, 20), y la necesidad de santidad en
vista de la amenazante consumación (7b, 11-12, 14-15).
El ángel revelador (21:9) repite que estas palabras son
321
322

verdaderas y dignas de confianza (6, véase 21:5). El


mensaje es la verdad, una clave para entender el mundo
presente y vivir en él, dada por el Señor en fidelidad a su
amor y sus promesas. El quiere que sus siervos, los
creyentes, sepan las cosas que tienen que suceder sin
demora. Habla el Dios que inspira a los profetas, de manera
que este mensaje es la clave de la profecía, que permite al
lector interpretar los eventos de su mundo a la luz del plan de
Dios.
Dios o Jesucristo declara, ¡Miren que vengo pronto! (7).
Siempre está viniendo para participar en la historia, llamando a
todos al arrepentimiento y sosteniendo a sus seguidores en
medio de las pruebas. La penúltima de las siete felicitaciones
del Apocalipsis (véase 1:3; 22:14) recuerda al lector que el
Apocalipsis es un mensaje profético para ser obedecido, no
una predicción para entretener. Por su testimonio, su
adoración a Dios, su perseverancia en lealtad a Cristo y la
santidad de su vida, el lector debe cumplir las palabras que
ha leído.
En Apocalipsis 22:8-9, Juan y el ángel repiten la escena de
19:10. Esta repetición sirve como parte del marco que recalca

322
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el contraste entre las dos mujeres (la prostituta y la novia) que


son dos ciudades (véase comentario sobre 21:9). También
recalca que la adoración se debe reservar a Dios. Confirma a
los primeros lectores en su resistencia a atribuir títulos de
divinidad o actos de reverencia al Emperador de Roma. Pero
si está prohibido adorar a cualquier ser creado, más
impresionante se vuelve la adoración dirigida al Cordero en
este mismo libro (1:17; 5:9, 12; véase 4:11; 5:13; 7:10, etc.).
De un modo más efectivo por ser indirecto, Juan proclama la
divinidad de Jesucristo.
Los apocalipsis normalmente se presentan como libros
sellados (Dan 8:26; 12:4, 9). Este sello es parte de la
seudonimidad; explica por qué el libro no fue conocido durante
los siglos entre el supuesto autor y el tiempo de los lectores. El
supuesto autor selló su libro, y en la providencia de Dios fue
abierto precisamente en el tiempo del cumplimiento de sus
profecías. El Apocalipsis de Juan no fue sellado porque no es
seudónimo (Apoc. 22:10: guardes en secreto es literalmente
“selles”). Juan fue un contemporáneo de los primeros lectores
del libro, y les comunica un mensaje para el presente.
Ya que el tiempo del cumplimiento ha comenzado, Juan

323
324

sugiere que es tarde para reformar el carácter (11). El malo


seguirá haciendo el mal, el vil seguirá envileciéndose, el
justo continuará practicando la justicia, y el santo seguirá
santificándose. Es sorprendente leer esto después del
llamamiento al arrepentimiento tan prominente en el
Apocalipsis. En 22:17, hay una nueva invitación para que
vengan y se arrepientan todos. Juan no es fatalista en 22:11;
más bien advierte a sus lectores que con cada decisión que
tomamos en la vida, estamos formando nuestro carácter, y
cada día es más difícil cambiarlo. Cuando llegue el fin, será
imposible. Apocalipsis 22:11 enfatiza la urgencia de acudir hoy
en fe y arrepentimiento al poder transformador de Dios
revelado en Jesucristo. El arrepentimiento nunca será más
fácil que hoy.
Es urgente responder de inmediato al llamamiento de
Jesús al arrepentimiento, porque viene pronto para juzgar
(12). Los sellos (6:1-17) y las trompetas (8:6-9:21) declaran
que Jesús anticipa su juicio en este mundo para estimular al
hombre a recapacitar y arrepentirse; anuncia la realidad del
juicio final por el mismo motivo. El traerá una recompensa
para cada ser humano, de acuerdo a lo que haya hecho. Las

324
325

acciones revelan la verdadera actitud de uno hacia Jesús y


hacia su Padre. No es suficiente profesar fe en Cristo; la
conducta de uno refleja su dependencia de él y su obediencia
a él--o su opuesto. La recompensa es una relación personal.
Para la persona que ha seguido en su rebelión contra Dios, su
destino eterno será separación de Dios, una relación de
oposición ya permanente. Para la que se arrepiente y acepta
la relación con Dios, el fin será la comunión perfeccionada con
Dios. Y el que más ha convivido con él en esta vida—en
obediencia, en su obra, en conciencia de su presencia, en
relaciones positivas humanas, etc.—más disfrutará de aquella
comunión.
Dios, Padre e Hijo, es el Alfa y la Omega, el Primero y el
Ultimo, el Principio y el Fin (13). El mundo existe porque él,
el Principio, lo creó. Una relación con Dios es posible porque
él tomó la iniciativa y buscó una relación con el ser humano, y
porque tomó una nueva iniciativa en su Hijo para ofrecer el
perdón y llamarnos al arrepentimiento.
Dios también es la Omega, el Ultimo, el Fin. Al final de la
historia y de cada vida se encuentra Dios, para llevar a buen
término su obra de creación, para pronunciar el juicio final,

325
326

para recibir a los arrepentidos en una relación permanente y


perfecta, y para despedir con dolor profundo en su corazón a
los que prefieren vivir en separación de Dios, con todas las
consecuencias que esta separación implica.
En la última de las siete felicitaciones del Apocalipsis (14;
véase 1:3; 22:7; etc.), se combinan tres figuras que el
Apocalipsis emplea para describir el acceso a la vida que Dios
ofrece en Jesucristo. Los que lavan sus ropas (véase 7:14:
en la sangre del Cordero) son los que acuden a Jesucristo y
reciben el perdón de los pecados que manchaban sus vidas y
los separaban de Dios. Dios les otorga derecho al árbol de la
vida (véase 22:2), un símbolo de la vida permanente que Dios
quiere que la humanidad disfrute en relación íntima con él. Su
relación con Dios les permite relacionarse positivamente
también con otros seres humanos, de manera que pertenecen
a la ciudad que Dios está formando (21:2). Entraron por las
puertas que Cristo abrió con su venida al mundo y con su
sacrificio (véase 21:12).
Como Juan ya apuntó en 21:8 y 27, hay una alternativa a
esta relación con Dios (22:15). Uno puede escoger quedar
afuera. Juan menciona algunas de las características de la

326
327

vida separada de Dios. Casi todos estos términos ya aparecie-


ron en 21:8 o 27; el único nuevo es perros. Los perros del
primer siglo no fueron mascotas de la casa, sino que vivían de
la basura de las calles. Como en Deuteronomio 23:17-18 y
Filipenses 3:2, perros aquí describe personas impuras y
maliciosas. Juan revela a qué tipo de personas considera
perros en los otros términos de Apocalipsis 22:15.
Cada una de las tres listas de los que quedan afuera (21:8,
27; 22:15) termina con los mentirosos. Aquí se menciona a
todos los que aman y practican la mentira. El camino de la
rebelión contra el Creador es, en el fondo, una vida basada en
la mentira: una mentira de autosuficiencia, una mentira acerca
de la naturaleza y el propósito de la existencia humana, una
mentira acerca del tipo de mundo que Dios creó. El camino de
la obediencia se basa en la más profunda verdad, la de las
relaciones de perdón y amor.
Jesús es el que revela esta verdad (16). El mensaje del
Apocalipsis viene de él, y se trata de las iglesias, de los que
han reconocido en él la verdad y se han arrepentido de sus
ideas y acciones falsas. Pero Jesús no sólo da el mensaje; él
también es el mensaje (16b). Es la raíz y la descendencia de

327
328

David, el Salvador que Dios había prometido (Is. 9:7; 11:1)


para permitir a los hombres librarse de la esclavitud de la
mentira y de la muerte, y comenzar una vida basada en la
verdad. Como raíz o retoño, Jesús mismo es la vida nueva
que Dios otorga al creyente. Como estrella de la mañana
(véase 2:28), es la esperanza por la cual vive la persona de fe.
Al oír este mensaje de vida y esperanza, los que lo creen
claman, “¡Ven!” (17). Ellos conforman la novia, la comunidad
de fe, y hablan animados por el Espíritu de Dios, quien
constituye esta comunidad y le da vida. Los creyentes anhelan
la rectificación que Jesús traerá en el mundo y en sus propias
vidas. Se repite en este versículo el tema que ha dominado
todo el libro: la segunda venida de Jesús (véase 1:7; 2:5;
22:20, etc.). Es posible experimentar esta venida siglos antes
de su momento histórico, porque Jesús constantemente está
anticipando su segunda venida, para llamar a todos al
arrepentimiento y para proteger a los arrepentidos y darles
crecimiento.
El clamor de adoración y petición se convierte en
testimonio, de manera que el que escuche puede venir a
Jesús (17b). El doble aspecto (adoración y testimonio) del

328
329

mensaje y de la tarea de los creyentes permite a Juan dar a la


petición/invitación “¡Ven!” un doble sentido. Se dirige a Jesús,
quien vendrá a juzgar al mundo y reivindicar a los que confían
en él, pero también se dirige al necesitado. Cualquiera que
tenga sed de una relación positiva, de la verdad, de un vivir
auténtico y limpio, puede “venir” a Jesucristo, integrarse por el
Espíritu al grupo de los arrepentidos y clamar con ellos,
“¡Ven!” En “el que viene” encontrará satisfacción para su sed
más profunda, el agua que es verdadera vida. Jesús ofrece
esta vida gratuitamente. Ya pagó el precio completo con su
muerte; lo único que pide es que uno quiera. Aunque el
carácter de una persona queda más permanente con cada
una de sus acciones, y aunque nadie puede cambiar su propio
carácter (11), hay esperanza en “el que viene” (17). La
persona que quiere venir a Jesús o que Jesús venga a ella
será transformada. Todos debemos “venir” a él en
arrepentimiento, porque él viene (20).
Apocalipsis 22:18-19 expresa la convicción de Juan, que el
libro que él acaba de producir es un mensaje de Dios, y que
Dios se encargará de mantenerlo íntegro. Tal advertencia era
normal en la literatura apocalíptica. Surgió porque era

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costumbre que alguien que quería escribir un apocalipsis


tomara gran parte de su obra de otro apocalipsis,
modificándolo para expresar su propio mensaje y para reflejar
su propia situación. Por lo tanto, los autores apocalípticos
empezaron a poner una maldición al final de sus obras como
una manera de defender los “derechos del autor.” En 22:18-19
Juan sigue el modelo que conoce, pero también nos recuerda
que la verdad de Dios no debe ser adaptada a la conveniencia
del hombre. Es lamentable que algunos han pensado que esta
maldición se aplique a las investigaciones de la crítica textual,
que tienen el propósito de acercarse a la palabra original
inspirada por el Espíritu Santo.
El penúltimo versículo del Apocalipsis reitera su tema. A la
petición del versículo 17, Jesús--el que da testimonio de
estas cosas (véase 1:5, 11-13)--dice ¡Sí! (20) Por séptima vez
(2:16; 3:10; 16:15; 22:7, 12, 17, 20), Jesús dice, vengo
pronto. ¿Cumplió su promesa? Si el único posible
cumplimiento de esta promesa es la Segunda Venida corporal
de Jesús, que pondrá fin a la época presente y traerá el juicio
final, la respuesta tiene que ser no. El fin no llegó pronto;
todos los primeros lectores del Apocalipsis murieron sin verlo.

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En cambio, si Jesús está constantemente anticipando su


venida, para participar en la historia humana y promover la
relación con Dios que él vino y vendrá para establecer, los
primeros lectores vieron por fe la Segunda Venida. Fueron
fortalecidos para perseverar en su fe y en su testimonio;
experimentaron la reivindicación de Dios y el poder de
Jesucristo que se perfecciona en la debilidad (2 Cor. 12:9).
Jesús todavía viene pronto. El lector que ha recibido el
mensaje de Juan con fe dice, ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
El Apocalipsis termina como una carta (véase 1:4, 5a).
Todas las cartas de Pablo y la de Hebreos cierran con un
deseo de gracia (véase 1 Ped. 5:12; 2 Ped. 3:18). Juan
adopta la misma conclusión para su obra. Pide para sus
lectores y para todos la gracia de nuestro Señor Jesús.
Aunque Jesús viene para declarar que el hombre se ha
rebelado contra Dios y se ha hecho merecedor del terrible
castigo divino, éste es un mensaje de gracia, porque Jesús lo
declara precisamente porque quiere perdonar y rescatar a
rebeldes. De ellos constituye por su gracia la nueva Jerusalén,
una sociedad de relaciones ideales con Dios y entre seres
humanos.

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