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El Carro Triunfal Del Antimonio - Basilio Valentín

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El Carro Triunf al del

Antim o nio

Ba s ilio Val e n tín


PREFACIO

Yo, hermano Basilio Valentín, monje profeso de la orden de San Benito, te propongo desde
el principio amigo lector, una breve advertencia concerniente a lo que debe conocer
previamente el espagirista que busque con escrúpulos el verdadero Arte. Así el espagirista
que desee poseer de manera muy segura este Arte hermético, considere esto con mucha
profundidad y una muy alta inteligencia. En efecto, si lo que voy a exponerle fuera
menospreciado, obraría muy ciertamente en vano, porque estas cosas deben ser observadas
como sigue.

Antes de entrar más profundamente en la materia contenida en este libro, he encontrado


necesario advertir al lector, de os puntos principales que un verdadero espagirista temeroso
de Dios, debe observar exactamente y sobre los cuales debe establecer el fundamento de su
Arte, a fin de que el edificio no se agite por la furia de las tempestades. Porque yo, puesto
que soy monje, tengo eso por altamente necesario -y por otra parte eso continuará siendo
sin duda por largo tiempo muy necesario- a fin de que cuando yo y tú, ya sea Heinz o Sunz,
Hansel o Hans, seamos suprimidos de la vista de los hombres dejemos una memoria
honorable en honor de Dios, para que Su Majestad divina sea alabada y que por una
preparación adecuada nos preparemos para el viaje. Pero el estado de mi orden requiere un
espíritu del todo diferente al de otras personas seculares.

En esta consideración he encontrado cinco cosas principales que todos los verdaderos
filósofos y amantes de las ciencias deben observar.

-La primera es la invocación de la esencia divina.


-La segunda es la contemplación de la esencia de las cosas.
-La tercera es la verdadera y sincera preparación de la esencia.
-La cuarta es el método de servirse de ella.
-La quinta es la utilidad que proviene de ella.

Es preciso que un verdadero químico y verdadero alquimista considere estos cinco puntos y

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los conozca perfectamente. Porque sin éstos no puede ser perfecto y no puede adquirir
nunca la gloria de un verdadero espagírico.

Discurramos en particular estas cosas para producir una obra en general perfecta y útil a
todos.

Primer Punto, Concerniente a la Invocación del Santo Nombre de Dios

La invocación de dios se debe hacer por medio de una evocación celeste, de un corazón
puro y de una conciencia no falseada, sin orgullo ni hipocresía, ni otros vicios tales como la
soberbia, la arrogancia, las maneras mundanas, el lujo, la vanidad, la opresión del prójimo y
otras tiranías y abusos de este género. Todos estos vicios deben ser extirpados del corazón y
purificados, a fin de que si se quiere llegar al trono de la Gracia para la salud del cuerpo,
después de haber separado el grano bueno de la cizaña, sea dispuesto un templo sagrado y
decorado lo mejor posible. Porque os digo en verdad que dios no se deja engañar como
imaginan los seudo sabios y eruditos de este siglo, sino que quiere ser invocado y
reconocido como el creador de todas las cosas del mundo por un reconocimiento y una
obediencia recíprocos. Lo que es justo y razonable, porque el hombre no tiene más que lo
que ha querido darle por su bondad infinita. Le ha dado el cuerpo, la vida, el espíritu para
obrar en este mundo y el alma muy noble. Y para la conservación de esto, nos ha dado por
su gracia el verdadero y eterno Verbo divino, para alimento del alma espiritual y para su
felicidad eterna. Ha dispuesto para el mantenimiento del cuerpo todo lo que le es necesario,
el alimento, la bebida, los vestidos, los zapatos, todas las cuales dan al que le invoca con
sinceridad, humildad y de lo más profundo de él mismo, el ancianísimo Padre que ha
creado el cielo y la tierra, y todas las cosas visibles e invisibles, el firmamento, los
elementos (los planetas) y todas las demás criaturas. Porque estoy seguro que ningún
hombre impío y malvado podrá obtener la verdadera ciencia de la medicina y mucho menos
gozará del pan celeste, verdad inmutable y dulce de la eternidad.

Es por esto que siguiendo mi doctrina, es preciso primeramente que todos vuestros deseos y
vuestras esperanzas estén fundados en la voluntad del Creador, que pidáis su bendición
eterna, a fin de que vuestros principios los toméis del temor de Dios y que por su asistencia
podáis llegar al fin de la sabiduría que deseáis, porque el temor a Dios es el comienzo de la
sabiduría.

Los que tienen deseo e intención de obtener esta gracia que es la más grande del mundo
-conocer todos los bienes de las criaturas que la bondad divina ha dado para la utilidad del
hombre, y las virtudes admirables que residen en las piedras, raíces, simientes, bestias,
minerales, metales y otros semejantes-, es preciso que alejen de su espíritu todos los
pensamientos mundanos, soporten pacientemente las adversidades aguardando con
esperanza en dios, orando con humildad que les otorguen el fin de sus deseos, lo que hará
infaliblemente y de lo cual ningún hombre puede dudar y o desesperar. Porque es el Dios
de Israel, que ha librado a su pueblo de las manos del Faraón, que resuelve todo lo que se le
consulta con rectitud y buena intención. De manera que la ciencia no se puede establecer de
otro modo más que de la invocación y la asistencia divinas, lo cual no debe hacerse con

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mala intención o corazón engañoso, sino buen capitán de Cafarnaum, con una esperanza
firme y una fe constante, y como la Canaana hizo la salud de su hija. Y esto debe hacer por
amor cristiano, lo mismo que el Samaritano encontró al herido sobre el camino de Jericó y
vertió aceite y vino sobre sus heridas y le pidió que cuidase él mismo. Y cuando se invoque
la ayuda divina, es preciso tener el deseo de la caridad cristiana de comunicar después a su
prójimo lo que espera obtener por sus plegarias. Y por este medio, tendrá todo lo que desea
y un fin seguro de sus esperanzas, tanto en la salud como en las riquezas.

Segundo Punto, Concerniente a la Contemplación de las Cosas

Después de la invocación de Dios, sigue la contemplación de todas las cosas. Es decir, que
es preciso considerar desde el comienzo todas las circunstancias de cada cosa en particular
en lo que concierne a su materia y forma, y principalmente conocer sus operaciones y
virtudes, como tales facultades le son comunicadas; cómo los astros cooperan, cómo los
elementos concurren y cómo son formados y engendrados de sus tres principios; incluso,
cómo todas las cosas corporales se pueden resolver en su primera materia o primera
esencia, así como ya he dicho en diversos lugares de mis escritos, a fin de que la última
materia se pueda hacer la primera, y semejantemente de la primera hacer la última.

He ahí que es preciso de considerar después de la invocación de Dios, siendo esta


consideración espiritual y celeste (también como la primera). Porque la contemplación de la
condición de las cosas penetra por el pensamiento espiritual del hombre a lo más profundo
de las esencias. Y todos los pensamientos son efectos de la especulación, de la cual hay dos
clases. Una es de cosas posibles y otra de cosas imposibles. La de cosas imposibles produce
pensamientos inútiles y superficiales que no pueden producir nada real por naturaleza y en
los cuales no se puede escoger ninguna forma de esencia, como cuando uno desea
profundizar en la eternidad del Señor, lo cual no solamente es imposible a los hombres,
sino que también es una vanidad y un pecado contra el Espíritu Santo querer alcanzar la
divinidad inconmensurable, infinita y eterna, y querer examinar los misterios
incomprensibles de sus deseos. La otra contemplación de las cosas consiste en la
posibilidad de éstas. La teoría no es otra cosa que la contemplación de las cosas visibles y
palpables y que tienen una esencia formal y temporal; cómo se puede perfeccionar o
resolver todo lo que cada cuerpo puede contener en sí o producir de útil, lo que contiene de
bueno o de malo, veneno o medicina, y cómo separar lo que es bueno de lo inútil y
contrario a la salud del hombre. Cómo es preciso hacer la anatomía de todas las cosas.
Cómo es preciso dividir, romper, rectificar antes, a fin de que se puedan separar como sea
necesario las impurezas de lo que es puro y neto. La cual separación se puede hacer por
varios tipos de manipulaciones, con numerosas vías y medios: unas son comunes a la
práctica, otras desconocidas y no vulgares, como cuando calcináis, sublimáis, reverberáis,
circuláis, pudrís, digerís, destiláis, cohibáis, y fijáis. Las cuales operaciones se hacen unas
después de otras, por grados en la práctica y se aprenden trabajando, y por medio de las
cuales se puede conocer lo que es fijo y lo que no lo es, lo que deviene blanco, negro, rojo,
azul o verde, y así el resto, en todas las operaciones donde los Artistas obran bien (según la
naturaleza) y con buena consideración. Porque las operaciones donde los maestros obran
así no pueden sino ser buenas, porque la opinión puede reposar sobre un mal fundamento y
faltar en el caso donde no alcance la vía, pero la naturaleza no se equivoca jamás cuando es

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conducida correctamente por el que opera con ella. Es por ello que si habéis fallado en
gobernar la naturaleza en la separación de sus partes, aprended mejor la teoría para hacer
mejor el fundamento de vuestro Arte y tener los principios seguros para la separación o la
resolución de las cosas, lo cual es el punto principal. Es por esto, que el segundo
fundamento de la filosofía consiste en la consideración de las cosas singulares y de las
esencias, y se le llama la consideración de la naturaleza. Porque está escrito: "Buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia", etc. , por la invocación del nombre divino, y el
resto será dado de aumento, es decir, los bienes temporales deseados por el hombre y lo que
es necesario a la subsistencia y a la conservación de la salud.

Tercer Punto, Concerniente a la Verdadera y Sincera Preparación de las


Cosas.

Después de haber entendido bien, considerado todas las cosas en particular y penetrado las
circunstancias susodichas, lo que no es nada más que la teoría, sigue el verdadero método
de prepararlas, el cual se practica por operación manual, a fin de que se operen efectos
reales, útiles y eficaces. Y por tales operaciones, adquiriréis la ciencia, los verdaderos
fundamentos y los medios de los verdaderos medicamentos.

Las operaciones manuales se hacen por una práctica continua. Y la ciencia se adquiere y
tiene su gloria por la experiencia, con tal distinción que una se conoce antes que la otra por
cierta facultad. Y la anatomía de las cosas es el verdadero juez de estas dos. Las
operaciones manuales dan a conocer cómo todas las cosas (escondidas) se pueden volver
manifiestas que notorias. La ciencia nos da la práctica y los verdaderos fundamentos para
devenir buen practicante, y no es otra cosa que la confirmación de las operaciones
manuales, cuando han procedido bien y descubierto los secretos de la naturaleza que
estaban antes escondidos. Porque así como en lo que concierne a las cosas espirituales del
alma se debe preparar el camino que lleva al Señor, así para estas cosas es preciso que un
camino sea previamente preparado y abierto, a fin de que el buen sendero sea alcanzado y
tomado para la salud temporal, sin vagar ni dar rodeos y de una manera aprovechable. Tal
es la preparación.

Cuarto Punto, Concerniente al Método de servirse de los Buenos


Medicamentos

Habiéndose hecho la preparación de las cosas por la separación de lo bueno y lo malo por
resolución, es preciso observar el método de servirse para los hombres. En lo que es preciso
primeramente tener en consideración la medida y el peso de las dosis que es preciso dar, lo
que es necesario notar y observar en sus operaciones, ver si son demasiado fuertes o
demasiado débiles, si son demasiado débiles, si son provechosas o llevan prejuicio. Lo que
un médico debe saber antes de recetarlas, si no quiere hacer abrir nuevos cementerios,
perder su alma y su reputación.

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Quinto y Último Punto, Concerniente a la Utilidad de los Buenos
Medicamentos

Después que los medicamentos han hecho su operación y son llevados a los miembros del
cuerpo para combatir la enfermedad y hacer los efectos destinados, queda finalmente
observar la utilidad o el perjuicio que tal operación habrá producido. Porque se pueden
hacer medicamentos que operen más para el mal que para el bien, y en tal caso no son
medicamentos sino venenos.

Es por ello que es preciso remarcar bien este punto, y poner por escrito todo lo que se
examine en lo tocante a la utilidad y perjuicio que los medicamentos hacen a los enfermos,
a fin de que en casos semejantes se los pueda evitar. Además, para el uso y la utilidad, es
preciso notar si el mal está abierto o si posee solamente una sede interna no abierta. En
efecto, los males externos difieren de los internos, y sus remedios son diferentes. Es por
esto que conviene buscar si los metales pueden ser cuidados por remedios puramente
externos o si deben ser expulsados del interior. Porque si los males existen en el centro del
cuerpo, es preciso atraerlos o calzarlos por algún remedio interior a la circunferencia o
fuera, por lo que es preciso recetar tales medicamentos que puedan penetrar hasta el centro
de la enfermedad, disipar las causas mortificar y restaurar enseguida la salud, si se viene
hasta el centro.

Notad que todas las enfermedades externas que tienen su origen en el interior y que se
detienen en algunas partes no se deben curar por medicamentos externos, o de otro modo la
muerte es segura. Lo mismo que si alguno quisiera rechazar hacia su centro las flores de
una planta que están impelidas hacia el exterior, no solamente ningún fruto saldría de la
flor, sino que el jugo, habiendo sido rechazado contra natura hacia el centro de donde había
ascendido extrayendo su nutrición de la tierra, no sería ninguna utilidad para la planta, a
causa de este violento rechazo. Además la planta se sofocaría completamente porque la
humedad proveniente del alimento terrestre no podría rechazarse.

Es por esto que es preciso diferenciar las heridas recientes exteriores de las úlceras de los
tumores antiguos procedentes de alguna indisposición interna. Porque las heridas externas
se pueden curar por medios tópicos y exteriores, pero las úlceras tienen necesidad de
medicamentos internos para agotar el origen de tales enfermedades. No hay habilidad
alguna en curar una herida reciente hecha por alguna causa externa. Porque un simple
campesino la puede medicinar con un pedazo de tocino. Sino que el artificio consiste en
impedir los síntomas que pueden llegar y en agotar el origen de los que proceden algunas
partes internas heridas. Prestad atención todos vosotros, médicos y doctores que ejercéis la
medicina sobre esta tierra. Maestros, maestros en una y otra medicina quiero decir la
externa y la interna, reflexionad sobre vuestro título honorífico y en vuestra conciencia,
examinad si le tenéis de Dios o si no es solamente de pura forma y usurpado por ambición.
Porque hay una tan gran diferencia entre la medicina externa y la interna, tal como he
indicado, como la hay entre el cielo y la tierra. Si tenéis vuestro título de Dios, entonces el
Eterno os prestará asistencia, bendición y felicidad, salud y prosperidad y opulencia. Pero si
es recibido y concebido por Dios y solamente vistas a saciar un exceso de orgullo, entonces
caeréis de vuestra grandeza y os prepararéis vosotros mismos el fuego eterno e indecible

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del infierno. El Señor Cristo nuestro Salvador, dijo a sus queridos discípulos: "Vosotros me
llamáis señor y Maestro, y hacéis bien". Así, cualquiera que quiera llevar legítimamente su
título honorífico debe reflexionar a fin de obrar bien, es decir, de no abusar, de su título y
de no sobreestimarlo ni jactarse de más cosas de las que ha aprendido. El que quiera tener
reputación la reputación de doctor y maestro en una y otra medicina debe estar versado en
una u otra, la del exterior, a fin de que sepa la disposición interna de los cuerpos, gracias a
la anatomía, y de ahí que extirpe la enfermedad de no importa qué miembro y pueda saber
indicar la razón, la causa y la manera con que se debe afrontar el mal; y exteriormente que
pueda comprender los males abiertos y las heridas. ¡Dios mío! ¿Dónde se reconocería este
título y dónde quedaría un maestro en una y otra medicina si se hiciera pasar un examen
serio a la mayoría de los que lo llevan? Largo tiempo antes de mí y en los tiempos antiguos,
los médicos cuidaban con sus manos las enfermedades, particularmente las externas, puesto
que este oficio lo exige. Pero en nuestro siglo, alquilan criados y domésticos que ejercen la
cirugía. Y así este arte muy noble ha devenido un vil trabajo que no pueden apenas tener
vergüenza de cumplir los que no saben ni leer ni escribir. Más aún, los mismos que son
capaces de hacer salir un asno de un campo labrado son ahora maestros de medicina
externa -y los doctores médicos, sus discípulos- y ellos pueden ejercer más felizmente y
con mejor conciencia este arte, por decir libremente la verdad, que tu "médico cirujano"
ignorante que te glorificas de tus títulos adquiridos por pura ambición, pero que no eres ni
uno ni lo otro.

¿Qué clase de doctor eres tú? ¿Qué clase de médico? No te irrites por mis discursos y mi
opinión, porque estarás constreñido a reconocer tu ignorancia si te interrogo
cuidadosamente de heridas infligidas por cortaduras y picaduras; porque hay tantos juicios
en tu cerebro, como en la cabeza de una gallina pintada para los niñitos sobre un
abecedario. Os aconsejo pues a todos, eruditos, seáis de una magnífica o baja condición,
considerar en primer lugar, en virtud de la ciencia y de la conciencia que son exigida de los
doctores y de los maestros, la verdadera doctrina que consiste la preparación de las cosas, y
después el método de servirse de ellas. Entonces os arrogaréis con derecho un título
honorífico adecuado, llevaréis con confianza y eficacia socorro a los hombres, y rendiréis
gracias a vuestro Creador con un corazón puro.

En función de lo que hemos dicho, cada uno debe examinar y ver si puede usar
legítimamente su título. Porque el que desee reivindicar un título debe comprenderlo
exactamente y justificar su tenencia. No basta en efecto, decir con el vulgo: "He aquí una
gruesa mierda muy hedionda" -sin querer lastimar los oídos honorables e ignorar la causa
de su hediondez, ya que el hombre puede haber comido manjares de olor muy suave y
expulsar un excremento muy fétido. Sino que conviene saber la razón por la cual un manjar
fragante se transforma en una cosa monstruosa cuya causa es putrefacción natural. E
inversamente, ocurre lo mismo en lo que concierne a las cosas aromáticas. No se debe
considerar simplemente el olor, sino que es de un verdadero filósofo el buscar.

Ahora bien, para entablar discursos de nuestra inversión, es preciso remarcar que el olor de
los cuerpos debe ser observado cuidadosamente por los que son verdaderamente filósofos.
Los cuales deben buscar cuál es tal olor bueno o malo, de dónde proviene, en qué consiste
su virtud, y cómo se puede extraer su utilidad para la salud del hombre. Porque ocurre que
una basura pestilente abona la tierra, la alimenta y la fertiliza, de manera que produce frutos

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fragantes. Lo que ocurre por varias causas, pero querer describir todas en particular, tales
como la alteración, las corrupciones y generaciones admirables de la naturaleza, implicaría
hacer grandes volúmenes Pero la causa principal de tales transmutaciones y cambios de una
forma en otra es ésta, a saber, la digestión y la putrefacción, en la que el fuego y el aire
producen una madurez natural de las cosas, a fin de que el agua y de la tierra se haga un
cambio. Por lo mismo, se puede separar un bálsamo fragante del estiércol pestilente de un
campesino y recíprocamente de un bálsamo fragante hacer una materia hedionda. Me
podréis decir con razón que os aporto comparaciones groseras; es verdad lo reconozco.
Pero los que buscan la causa de las cosas no deben formalizarse, puesto que ellas nos
enseñan cómo se pueden transformar las cosas viles en cosas preciosas, y las más nobles en
viles; cómo se puede hacer para degenerar un buen medicamento en veneno y cambiar la
malignidad de un veneno en un medicamento muy útil; de una cosa dulce u agradable a la
Naturaleza producir una amarga y corrosiva; y de las corrosivas hacer buenas y útiles.

Santa Aspiración y Oración del Autor al Señor Nuestro Dios

¡Oh, Dios mío! La Naturaleza no deja siempre abierto el gabinete de sus secretos a cada
uno, porque habéis dado la vida a los hombres tan breve que no pueden llegar al final de
todos vuestros misterios naturales. Habéis hecho bien en reservaros los más grandes, a fin
de que cada uno se contente con admirarlos y daros la gloria que merecéis como el Creador
de todas las cosas. Acordadme la gracia de que pueda siempre admiraros siempre de
vuestras obras y alabaros eternamente en mi corazón; que pueda además de la salud y el
alimento corporal que vuestra bondad infinita me ha dado, obtener la del alma en vuestra
celeste morada, la cual no tengo duda alguna, puesto que en el Árbol de la Cruz habéis
derramado el verdadero Bálsamo y el Azufre del alma, para mí pobre pecador, y para todos
los demás. Es el azufre admirable, el verdadero medicamento de las almas pecadoras y
penitentes, que las cura de la muerte eterna y que da la vida feliz a los elegidos, así como la
condenación eterna a Satán y a sus adherentes.

Cuido espiritualmente de mis hermanos por mis oraciones y corporalmente por remedios
ordinarios. Es por ello que espero por ellos velarán por mí, a fin de que habitemos todos
juntos y por la eternidad en la morada de Dios todopoderoso.

Análisis de las Grandes Virtudes del Antimonio

Vengamos ahora a nuestro Antimonio.

Y antes es preciso saber que todas las cosas del mundo contienen en ellas mismas espíritus
activos y vivificantes que habitan en los cuerpos, los cuales se alimentan de ellos, se nutren,
se mantienen; los mismos elementos no están sin espíritu. Esa morada es preciso buscarla
en todos los cuerpos, sea buena o mala. Los hombres y todos los animales tienen en ellos
un espíritu activo y vivificante el cual siendo separado de sus cuerpos, no deja más que un

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cadáver. Todas las plantas contienen en ellas un espíritu de la salud humana, de otro modo
uno no podría servirse de ellas en la medicina. Los metales, semejantemente, y todos los
minerales, mantienen con ellos un espíritu imperceptible en el que residen principalmente
todas sus facultades y virtudes, en lo que pueden servir a la vida del hombre. Porque todo lo
que está despojado de esto espíritus no es más que un cuerpo muerto y no puede producir
ninguna operación vivificante.

Es por esto que es preciso concluir que hay en el antimonio un espíritu que reina. El cual
debe ejecutar todas las operaciones y virtudes que vemos salir de tal cuerpo mineral, lo que
se hace sin embargo invisiblemente, lo mismo que la calamita tiene también una virtud
escondida de atraer hacia sí el hierro, que conserva totalmente en sus espíritus, de los que
hablaremos en mi tratado sobre el imán.

Los espíritus de los cuerpos son de varias clases. Porque los hay que son visibles a los
sentidos exteriores, que tienen alguna inteligencia y un razonamiento espiritual. Los cuales,
sin embargo, se vuelven imperceptibles cuando quieren y se despojan de su cuerpo. Tales
son los espíritus de los elementos y los que habitan cerca de ellos, como los espíritus del
fuego que parecen chispas en el aire y tienen formas visibles de diversas clases. Hay otros
que son los espíritus del aire, que permanecen siempre en él. Por lo mismo hay espíritus en
el agua, que se llaman acuáticos. Finalmente los hay en la tierra, los cuales se muestran en
lugares grasos, alrededor de las minas y de las montañas. Yo los dejaría tal como son hasta
el día del juicio universal, en el cual deben recibir sus sentencias como nosotros las
nuestras. Dejo este secreto a la inescrutable y divina sabiduría del Todopoderoso.

Los otros espíritus, que no hablan y no pueden aparecer en formas visibles o perceptibles,
son los que habitan en el cuerpo de las bestias y de los hombres, de las plantas y de todas
las cosas vegetativas, así como de los minerales, los cuales no dejan de tener una virtud
activa y una naturaleza vivificante, que se manifiesta por las operaciones que ejercen, y que
hacen aparecer cuando son separados de sus cuerpos por medio del arte.

Semejantemente, el espíritu activo del antimonio manifiesta sus admirables virtudes y las
comunica a los hombres, cuando anteriormente, para ser más penetrante, se le ha extraído o
separado de su cuerpo como de una prisión, y se le ha dado la libertad de ejercer más
ampliamente sus fuerzas; a lo que sirve mucho la disposición del maestro y de la
Naturaleza. Porque es preciso que Vulcano y el químico se acomoden juntos.

El fuego separa los espíritus y el maestro forma la materia. Y lo mismo que un mariscal
herrero no se sirve más que de un fuego y una sola materia, que es el hierro, del cual forma
diversos instrumentos, de manera que de una sola materia prepara diversas formas para
diversos usos, por lo mismo se pueden formar del antimonio varias cosas útiles. El Artista
es el herrero que forma (la materia); Vulcano suministra la clave; la operación y la utilidad
proveen la preparación y la experiencia.

Santa Exclamación del Autor sobre la Locura y Ceguera de los Humanos

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¡Oh, Dios mío! ¿Por qué el mundo está tan loco que no tiene vista, ni orejas, ni espíritu?
¿Porqué no hace diferencia entre los engañadores y charlatanes, y la verdadera ciencia que
se conoce por el uso de los medicamentos? Si tiene tan poco juicio ¿no debería abandonar
el cenagal en el que está continuamente abrevando para venir a beber las aguas vivas de la
salud en el verdadero manantial de la vida?

Quiero que todo el mundo sepa que volveré a la realidad a varios grandes momentos
ignorantes, y que al contrario, muchos pobres escolares que son rechazados y
menospreciados se volverán sabios por los efectos de mis experiencias, e incluso grandes
médicos. Porque siguiendo mi doctrina, obtendrán todo lo que anhelan y tendrán un
perpetuo recuerdo de mi memoria cuando ya esté en la tumba. Y los que, después de mi
deceso, quieran resucitar mi cuerpo para disputar conmigo, encontrarán la respuesta en mis
escritos, estando seguro de que los que de mi doctrina no olvidarán mis preceptos. Porque
harán conquista del imperio de la verdad, que es el fundamento de mis opiniones, y que
será siempre triunfante contra todos los embustes y permanecerá siempre victorioso.

Además, el lector debe ser advertido de que hay varias clases de antimonio. Porque uno es
bello, puro y tiene una propiedad del oro, porque contiene en sí mucho mercurio. El
segundo contiene mucho azufre y no se aproxima tanto a la naturaleza del oro como el
primero, que tiene varios pequeños rayos blancos y resplandecientes. Es por ello que el
primero es mejor que el otro para el uso en la medicina química, lo mismo que la carne de
pescado es menos buena para el alimento el cuerpo humano que la de otras bestias
terrestres, aunque sean todas animales; así la misma diferencia se encuentra de un
antimonio a otro.

Además se deberá advertir que hay varias personas que escriben sobre las facultades del
antimonio. Pero la mayoría de éstas no entienden las razones de sus virtudes y no han
aprendido ni encontrado jamás por qué medio se las puede reducir en acción; en tanto que
no escriben más que con opinión y para la gloria que buscan escribiendo. Y no es preciso
asombrarse si no entienden lo que desean. Porque para hablar pertinentemente del
antimonio, es necesario haber hecho varias observaciones de sus virtudes, haber soportado
gran trabajo de su preparación, y haber encontrado el verdadero espíritu en el cual reside su
virtud, a fin de que se puedan dar verdaderos documentos y tener una ciencia infalible para
conocer lo que es malo o bueno de él, lo que es veneno o medicinal. No es necesario mas
que saber hacer un buen examen del antimonio para penetrar en su esencia y encontrar por
experiencia cómo es preciso separar de él su malignidad arsenical, de la que se quejan
tantas personas, y volverla un medicamento benigno sin veneno alguno.

Muchos anatomistas hicieron búsquedas aquí y allá, y afligieron, torturaron y crucificaron


el antimonio hasta un grado que sobrepasa todo lo que se pueda humanamente decir o
imaginar. Pero han encontrado y producido de hecho, pocas cosas útiles, porque están
desviados del verdadero fin. Es por esto que no han podido alcanzar ese blanco al que
creían apuntar, porque la línea de tiro había sido ensombrecida a sus ojos por un color
negro, de tal manera que no pudieron observarlo, ni reconocerlo, ni tomarlo en
consideración.

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El antimonio se puede con razón comparar a un círculo que no tiene fin, igual que es
calificado el mercurio. Es de todos los colores del mundo, y cuando más se buscan sus
virtudes, más se pueden apreciar, supuesto que se proceda como es necesario. En fin, un
hombre no puede conocer todas sus virtudes, a causa de que su vida es demasiado corta.

Es verdad que es un veneno, e incluso un veneno de último grado. Pero también, sin
veneno, se puede decir que es el remedio de los remedios y el primer tesoro de la vida,
aplicado interiormente y tomando interiormente. Lo cual no pueden ver los que están ciegos
por la ignorancia. Este defecto les debería ser perdonado si fuera el único; pero el peor es
que no quieren ver ni aprender nada en este caso ni en otros semejantes.

El antimonio tiene en sí las cuatro extremidades y cualidades con sus propiedades. Es frío y
húmedo, cálido y seco. Se regula según las cuatro estaciones del año. Es volátil y fijo, está
libre de todo veneno. Es por esto que varios escriben diversas ficciones del antimonio
cuando hablan de sus facultades malignas. Porque no entienden lo que escriben. Es verdad
que es un mineral admirable, muy difícil de conocer bien. Se le puede llamar incluso uno de
los siete milagros del mundo, en tanto que hasta el presente no se ha encontrado a nadie, ni
incluso de mi tiempo, que haya podido conocer enteramente todo su poder, sus virtudes y
operaciones, y que haya podido penetrar totalmente en su esencia hasta el punto de
encontrar alguna novedad. Y en el caso de que se encuentre tal persona, mercería ser
llevada en un carro de triunfo, igual que antiguamente se tenía la costumbre de hacer entrar
en la ciudad de Roma a los grandes héroes que habían obtenido una gran victoria sobre los
enemigos. Pero no creo que se empleen nunca muchos obreros en hacer tal carro de triunfo
con ese motivo.

La mayoría de los hombres de hoy no buscan las facultades del antimonio con otra
intención que para adquirir alguna vanagloria o acumular riquezas mundanas, no se
preocupan de la utilidad que se puede sacar para la medicina y la salud de los hombres, la
cual debería ser la meta principal de todos los que buscan los secretos de la Naturaleza, a
fin de que el autor de ésta sea bendecido y alabado en sus propias maravillas.

Es preciso reconocer que además de la salud se puede encontrar más riqueza en el


antimonio que ni vosotros ni yo podríamos creer. Porque aunque yo haya visto, aprendido y
experimentado más las virtudes del antimonio que vosotros y vuestros semejantes que creen
saber mucho, me encuentro siempre aprendiz en la búsqueda de sus facultades.

Por tanto no envidio la fortuna de los que buscan los secretos de la Naturaleza, y que han
encontrado y descubierto en este mineral secretos admirables. Porque la Bondad divina da
sus gracias particulares a quien le place. Sin embargo, a causa de que el mundo está lleno
de ingratitud y no reconoce los beneficios de su Creador, ocurre a menudo que su justicia le
venda los ojos, a fin de que no pueda conocer las propiedades y los secretos de la
Naturaleza que se encuentran en su forma metálica.

Todos los hombres no hacen más que desear las riquezas, y cada uno dice: "Yo querría
devenir rico y opulento, como dicen los Epicúreos; supuesto que pueda adquirir bienes
corporales, encontraré en abundancia los espirituales". Todo el mundo se asemeja hoy a ese

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Rey Midas, que según la afición de los poetas no deseaba más que convertir en oro todo lo
que tocara. Es por esto que la mayoría estudian cómo encontrar los medios para
enriquecerse por el antimonio. Pero como han olvidado a su Creador en sus comentarios,
omiten las acciones de gracias que deben previamente ser rendidas, y descuidan la caridad
debida a su prójimo, tocan la boca de un caballo del cual ignoran la edad y la fuerza;
pareciéndose en ello a los que estaban presentes en las Bodas de Canaan en Galilea, cuando
nuestro divino Señor cambió el agua en vino. No podían comprender cómo se hizo ese
milagro, aunque viesen el color y gustasen la dulzura del vino. Porque nuestro Señor no
quiso descubrirles su omnipotencia, a fin de que tuviesen motivo de admirarle. Es por ello
que afirmo que incumbe a todos buscar los misterios puestos por el Creador en su creación.
Porque aunque no se pueda imaginar que alguien pueda alcanzar el conocimiento perfecto
así como los otros milagros del Salvador, sin embargo no está prohibido el buscarlos,
porque es preciso que aprenda todo esto por una labor y una reflexión muy asiduas, a fin de
no tener que quejarse de sufrir una enfermedad o la pérdida de sus riquezas y de la salud,
sino más bien a fin de que pueda alegrarse y regocijarse. Es por esto que no debe faltar el
dar gracias a su Creador por todo.

Es por ello que cualquiera que quiera devenir un verdadero anatomista en antimonio debe
en primer lugar observar la descomposición o la apertura de los cuerpos, a fin de alcanzarlo
por la vía adecuada, en su lugar y sin error. En segundo lugar debe observar el régimen del
fuego, a fin de que no aumente o disminuya demasiado, que no se hiele o sea demasiado
ardiente, porque en el fuego consiste el punto principal, a fin de que los espíritus sean
expulsados, desnudos y dejados libres para operar, y que sin embargo esta virtud activa no
arda ni perezca. En tercer lugar, debe observar el uso y una cierta medida, como he dicho
más arriba, a propósito de las cinco cosas fundamentales necesarias a los químicos, que
repito sin embargo por parábola.

En la revisión o disolución del antimonio en sus partes consiste el principal punto. Y para
servirse de él es preciso prepararle por el fuego y hacer como el carnicero que habiendo
matado un buey, le divide en sus partes y las distribuye al público para cocerla si las quiere
comer. Porque no se puede extraer la utilidad que se desea si no se las hace cocer por medio
del fuego que quita la crudeza. Y si se las come crudas, no hay dudas que nos servirán más
de veneno que de alimento, en tanto que el calor natural del estómago del hombre es
demasiado débil para digerir la crudeza de tal cuerpo. Lo mismo ocurre con el antimonio, el
cual teniendo un cuerpo muy duro y lleno de veneno, no puede ser digerido por nuestro
calor si antes no se le prepara, y como veneno aporta pronto la muerte a los hombres.

Es por esto que antes de todo es preciso preparar el veneno del antimonio y proceder de tal
manera que nunca pueda volver a y tomar su malignidad, lo mismo que el vino, una vez
cambiado el vinagre por medio de la putrefacción, no puede jamás producir el verdadero
espíritu del vino, sino que persiste como vinagre. Y al contrario, si se destila el espíritu del
vino y se separa la acuosidad (o la flema), después de que ese espíritu de vino sea exaltado,
no se convertirá jamás en vinagre, incluso aunque se le dejara cien años, y permanecerá
siempre como espíritu de vino por sí mismo. El espíritu del vinagre semejantemente no
puede ser cambiado en espíritu de vino jamás. La transformación del vino en vinagre es un
cambio admirable, puesto que se convierte en otra esencia que no era antes. Cuando se
destila el vino el espíritu sale el primero; pero cuando se destila el vinagre su flema sube la

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primera y su espíritu sube el último, como he dicho anteriormente. Es por ello que el
espíritu del vino vuelve los cuerpos fluidos y volátiles, tal como él mismo lo es; pero el
espíritu del vinagre coagula y vuelve sólidos todos los medicamentos, a fin de que puedan
extirpar las enfermedades de naturaleza coagulada. Lo que es preciso remarcar tanto más
cuidadosamente porque todo e nos esclarecerá mucho en la preparación del antimonio, el
cual contienen también su vinagre, del que se puede quitar su malignidad y volverle un
medicamento tan benigno y tan admirable que no tiene ningún veneno, sino bien lejos de
eso, porque caza y disipa o expulsa de los cuerpos toda clase de venenos.

La verdadera preparación del antimonio se hace por medio de la alquimia, al cual le divide
en sus partes y le resuelve en sus principios calcinándolo, reverberándolo y sublimándolo;
haciendo un extracto de su esencia y extrayendo de él un mercurio vivo. El cual se debe
precipitar después en un polvo vivo. Se puede también por medio del Arte, preparar de él
un aceite que tiene la virtud de disipar esas nuevas enfermedades desconocidas que los
soldados franceses nos han aportado. Este aceite se hace alcalizando el antimonio, y por
otras preparaciones que el Arte espagírico y la alquimia nos enseñan.

Por ejemplo, digo que lo mismo que cuando que cuando un cervecero quiere hacer la
cerveza con cebada, trigo candeal y otro trigo, es preciso que la pase por todos los grados
de preparación antes de extraer la virtud del trigo antes de apropiarla en bebida.
Primeramente, es preciso poner la cebada en el agua para hacerla ablandar, así como lo he
observado cuidadosamente, cuando era adolescente, en Bélgica y en Inglaterra, y eso no es
más que la putrefacción. Después, se la extrae del agua y se la deja gotear; se la pone en un
montón hasta que esté caliente y comience a germinar por medio del calor: he ahí una
digestión. Enseguida se extiende el montón de cebada, de trigo u otro, se hace secar al aire
o al fuego, y he ahí la reverberación o coagulación. Parejamente se hace moler el trigo que
está bien seco, lo que no es otra cosa que la calcinación. De manera que el cervecero hace
pasar por todos esos grados de preparación la materia de la que quiere extraer la esencia
para preparar la cerveza, y hace hervir todo junto con agua: y eso se puede llamar
destilación a grosso modo. El lúpulo que se añade a la cocción es la sal vegetal y un
preservativo para conservar largo tiempo la cerveza en su estado y para impedir una nueva
putrefacción. Los españoles y los italianos no saben hacer cerveza. Igualmente en la Alta
Alemania, mi patria, muy pocos saben este oficio. Después de que la cerveza está hecha, se
la deja espumar y asentarse, y se hace por la clarificación una nueva separación de las cosas
puras de las impuras, lo que se hace por el movimiento natural de los espíritus agitados que
separan la hez del cuerpo y echan afuera la espuma o la levadura, antes de lo cual la
cerveza no es buena para beber y los hombres no pueden aprovecharla a causa de que los
espíritus están mezclados con la hez que impide su operación. Lo mismo se observa en el
vino, el cual, mientras está turbio y no clarificado, no hace los efectos ordinarios de su
naturaleza. Ni el vino ni la cerveza antes de su clarificación dan un espíritu destilado tan
perfecto. Además de todas estas preparaciones, se puede hacer una nueva separación por
una sublimación vegetal, a saber, separando los espíritus del vino y de la cerveza, y por
destilación hacer una nueva bebida como el agua-de-vida, así como se puede también
extraer de las heces restantes de las dos. Haciendo lo cual se separan los espíritus
ordenadores de sus cuerpos por medio del fuego. Y los espíritus dejan su morada que tenían
en los cuerpos que tenían aún vida, pero que después de tal separación no son más que
cuerpos muertos sin alma. La exaltación de los espíritus se hace por la rectificación del

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agua-de-vida, la cual se destila hasta que sea pura y neta, sin ninguna flema ni acuosidad,
de la cual, una pinta tiene más fuerza y más actividad que veinte de las que no están
rectificadas, porque ésta penetra antes y obra más prontamente.

Ved pues, si queréis aprender alguna cosa de mis escritos y obtener las riquezas y los
verdaderos medicamentos del antimonio, y en ese caso tratad de observar bien mi
pensamiento susodicho, porque no hay ninguna letra en este ejemplo que sea superflua y
que no tenga algún significado particular para vuestra instrucción. Encontraréis varias
palabras reiteradas que parecerán repeticiones superfluas, las cuales os es preciso observar
y aprender. Porque en ellas está escondido el principal fundamento del Arte. Y nadie debe
cansarse de reflexionar varias veces sobre todo el libro. Porque aunque pagarais por cada
palabra un escudo de oro, no igualaríais su valor. Veréis que mis ejemplos, aunque
groseros, contienen grandes misterios. No quiero, sin embargo, alabar yo mismo mis
escritos, porque en la ejecución de los efectos, éstos declararán bastante sus méritos y su
valor será manifestado.

Os he allegado ejemplos de por qué las virtudes del antimonio y sus fuerzas escondidas; es
preciso buscarlas en lo más profundo de su esencia, lo cual no se comprenderá fácilmente al
comienzo. Es necesario introducirse en tal conocimiento por las cosas más notorias y
conocidas, a fin de que siendo comprendidos todos los principios pueda llegarse al fin
deseado.

El antimonio es lo mismo que un pájaro que vuela en el aire, el cual por la asistencia de los
vientos va donde quiere. El operador o Artista, se puede comparar al viento, que puede
llevar al antimonio a donde le plazca. Le puede volver rojo, amarillo, blanco, negro y como
quiera, según la disposición que su fuego le dé. Porque el antimonio contiene todos los
colores, como el mercurio. Cosa de la cual es preciso no asombrarse porque la Naturaleza
tiene dos recursos admirables, los cuales no podemos aprender ni hoy ni después.

Cuando un iletrado toma un libro, no sabe lo que ese escrito puede contener en sí e ignora
el significado de los signos que mira como una vaca a una puerta nueva. Ahora bien,
cuando este ignorante recibe de otro su inteligencia y uso, no toma esto por ciencia, sino
que es para él algo común y fácil de lo que conoce bien el negocio y el uso. Pero puede
comprender verdaderamente, hasta el punto que no le quedará nada secreto u oscuro en ese
libro, cuando él mismo haya dominado su lectura y comprensión.

El antimonio es un libro en el cual los que no saben leer son advertidos de que, si desean
aprender y conocer sus misterios y sus utilidades, comenzarán conmigo a conocer las letras
y los elementos primeros, a fin de que puedan leer ellos mismos y pasar de una clase a otra.
En lo que la experiencia nos servirá de rector para hacer juicio del examen, y dar los
premios que habrá merecido cada una según la doctrina.

No puedo pasar en silencio a los que gritan diariamente "¡Crucifige! ¡Crucifige!" contra
todos los que recetan venenos a los enfermos, que preparan venenos y que muestran cómo
servirse de ellos en la Medicina, y por medio de los cuales creen que tantas personas
mueren, como por el mercurio, el arsénico y el antimonio. Todos los que dan tales gritos y
hacen tanto ruido no son ordinariamente más que ignorantes que se dicen médicos, y que no

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saben ellos mismos qué es el veneno, lo que es venenoso o medicinal, y que no saben hacer
la separación del veneno de lo medicinal; y es lo que les incita a declamar contra los que
son sus maestros y que no saben reconocer como tales. Pero tengo mejor razón para gritar
yo mismo contra los que verdaderamente recetan los venenos antes de haberlos preparado,
en tanto que ellos no tienen su espíritu. Porque si el mercurio, el arsénico, el antimonio y
otros semejantes, permanecen en su sustancia tal como son sin estar bien preparados, son
verdaderamente venenos. Pero cuando son preparados metódicamente, toda su virulencia es
apagada y disipada, y son convertidos en medicamentos saludables, los cuales resisten
contra todos los otros venenos y los expulsan cuando se encuentran engendrados en
nuestros cuerpos. Porque un veneno bien preparado, de manera que no retenga ninguna
mala cualidad, resiste y extirpa otro veneno cuando lo encuentra. Y si no lo expulsa, tiene
al menos la virtud de prepararla y de hacerla parecidamente perder sus malas cualidades y
volverle conforme a su naturaleza, pese a que ambos fuesen venenos antes.

Quiero creer que lo que acabo de decir suscitará grandes disputas entre los doctores, los
cuales examinarán si la verdad de las cosas es posible o no. Y sus juicios serán muy
diferentes. Unos serán de la opinión de que es del todo imposible que se pueda despojar
enteramente a un veneno de todas sus malas cualidades, lo que no me asombrará nada, en
tanto que esta ciencia le es desconocida y que no entra para nada en su pensamiento la
posibilidad de aprender tal misterio. Pero habrá, sin embargo, algunos que reconocerán que
se puede, por medio del arte, cambiar una cosa mala en una buena, y defenderán mi
opinión.

¿No me reconocéis, señores médicos, que sois de esta opinión de que las enfermedades y
las causas mortificas de nuestros cuerpos, que son todas venenos, se pueden cambiar en
buen estado, y volverse propias de la salud? ¿Por qué pues no queréis confesar que la
malignidad que contienen ciertos medicamentos se puede separar de su bondad y que,
después, después tales medicamentos sean útiles y necesarios a la salud del hombre? Pero
en tanto que la experiencia y la ciencia de tal operación es aún desconocida para varios, la
mayoría no dejará de gritar: "¡es veneno! ¡es veneno!", como los judíos "¡Crucifique!
¡Crucifique!" contra nuestro Señor y Redentor Jesucristo él rechazándolo y considerándolo
como el mayor, el peor y el más maldito veneno de todos los hombres, visto que era el más
noble, el más rico y el más precioso medicamento de nuestras almas para librarlas del
pecado, de la muerte, del Diablo y del infierno. Lo cual no querían reconocer ni aprobar los
doctores y fariseos, aunque fuera verdadero y quedará confirmado por toda la eternidad; e
incluso vosotros, señores, grandes doctores y famosos personajes que persuadís a los
emperadores, reyes, príncipes y otros potentados de que es preciso guardarse bien de
servirse de tales medicamentos, a causa de que son nocivos y venenosos, deberíais
perdonarme si oso deciros o escribir cuán ridícula me parece su opinión. Pero no hablo de
ello, en tanto que no salís jamás de lo que habéis aprendido una vez y que no queréis hacer
otras observaciones que lo que habéis visto. Es así que no deberíais pedir la de otros.
Porque aunque se le haya dado tal veneno, que vosotros llamáis extremo, a alguien, e
bastaría darle con ayuda de Dios un contraveneno preparado en público que le salvaría la
vida y expulsaría al instante todo el veneno por el cual debería morir pronto.

Y aunque los doctores no puedan ni quieran comprender esta verdad y la crean imposible
no importa, sé los medios de defenderme y de mostrar las pruebas cuando se quiera,

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habiéndolas hacho delante de la gente que no puede dar testimonio de ellas. Y si me fuera
preciso disputar con tales doctores, que no saben hacer ello mismos tales preparaciones,
que es preciso encarguen a otros, estoy seguro de que en la verdadera escuela obtendría la
plaza por encima de ellos y estarían obligados en su deshonor, a ponerse debajo. Porque no
conocen los medicamentos ni lo que recetan a sus enfermos, e incluso no conocen los
colores si son blancos, negros, rojos, amarillos, grises o azules; si son calientes o fríos,
húmedos o secos. Leen solamente, y teniendo eso no desean saber más.

¡Oh, Dios mío! ¿Qué conciencia tienen estos señores? ¿Cómo tratan a sus enfermos? ¿No
encontrarán el día del juicio la Justicia, si no hay ninguna al presente para ellos? No piden
más que dinero; pero si pensaran en los deberes que son reclamados, emplearían noche y
día en descubrir los secretos de la Naturaleza. Pero los trabajos les parecen difíciles y
penosos; no se inquietan por ellos, contentándose con halagar al mundo; creen hacer bellas
curaciones engañando con grandes discursos y dejando la curación aparte. El carbón es
demasiado caro, es por eso porque lo usan muy poco, gustándoles más ahorrar el dinero que
sería necesario emplear para encontrar las maravillas de la Naturaleza. Vulcano no es uno
de sus amigos, porque no se encuentra jamás en su vecindad. Es suficiente conque los
alambiques se encuentren en casa de los boticarios, donde ellos se encuentran algunas veces
para escribir recetas, pero el sonido de los morteros que hace el muchacho de botica puede
lanzar al viento todas las recetas.

¡Oh clementísimo Dios! ¡Cambia el tiempo, pon fin a la soberbia, oponte a los árboles a fin
de que no crezcan hasta los cielos, a los gigantes, a fin de que no amontonen montañas
sobre montañas! Dad algún fin a esta vana gloria y prestad vuestra asistencia a los que
tienen confianza en vosotros, a fin de que puedan sobrepasar a los que les persiguen y
odian.

Quiero incitar a todos los compañeros que tengo en este monasterio a rezar a Dios día y
noche para que le plazca establecer el entendimiento en todos estos perseguidores, hacerles
conocer su omnipotencia en sus criaturas, e iluminarlos, de manera que comiencen a buscar
por la anatomía de las cosas las virtudes que hay escondidas en su profundidad.

Espero también que su misericordia, que ha creado todas las cosas visibles e invisibles,
concederá nuestros rezos, y si no es en mi tiempo o en el de mis hermanos, será después de
nuestra muerte. Quizás entonces se hará una penitencia a la cual Dios acordará su gracia,
para que las nubes espesas y sombras sean retiradas de los ojos de todos, que cada uno
vuelva a encontrar la vista y por una verdadera iluminación, recobre el verdadero groschen
(moneda alemana de diez centavos). ¡Que Dios lo haga! Así sea.

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