Al Filo de La Realidad, Estudios Ocultistas
Al Filo de La Realidad, Estudios Ocultistas
Al Filo de La Realidad, Estudios Ocultistas
Como suelo decir frecuentemente, resulta hasta intelectualmente chocante para una
mayoría de contemporáneos que a principios de este siglo veintiuno alguien, en vez de
buscar la acreditación científica o académica para sus actividades en el campo de la
investigación (especialmente si ésta roza peligrosamente el limbo de lo paranormal)
acepte nominalmente volcarse hacia el 0cultismo. Precisamente, estas páginas
constituyen, si cabe, un alegato de autojustificación lo que, ciertamente, no deja de ser
un expreso reconocimiento de humana debilidad por parte del autor, puesto que si hay
algo que se supone no debe interesar en lo más mínimo a un ocultista es lo que otros
puedan pensar de él.
Pero, en fin. Este es el tenor de los tiempos, la incierta oportunidad de haber nacido a
caballo de la transición entre la Era de Piscis a la de Acuario.
Por otra parte, es absolutamente cierto que esto de dejar tranquila nuestra conciencia a
partir del momento en que gozamos del crédito universitario es apenas un modismo de
la época: en efecto, en otros tiempos, muy distintos eran los referentes de credibilidad a
que acudía el ser humano.
Así, por ejemplo, en el Medioevo los intelectuales temblaban ante la sola idea de no
contar con el respaldo eclesiástico. En otros momentos históricos (en nuestro propio
país, décadas atrás) lo importante era la opinión favorable que de lo que uno hacía
tuvieran los políticos. O los militares.
En última instancia, decir que hoy en día lo "importante" es que los científicos
respalden lo que hacemos sólo refleja la moda intelectual de la época: a veces me
pregunto qué será importante, cuál será realmente la referencia válida intelectualmente
hablando para nuestros descendientes de los próximos quinientos años. Y me respondo:
algo muy parecido a ese entronque entre misticismo, lógica y estética que hoy
denominamos Ocultismo, pues eso (y no otra cualquier burda definición de diccionario)
es la filosofía que nos ocupa.
Comencemos por aclarar que existe una contradicción -otra más- implícita en el título
de este libro: un verdadero ocultista sabe que es una perogrullada buscar fundamentos
científicos en el Ocultismo porque, precisamente, es la Ciencia la que se fundamenta en
éste. Y lo dicho, que puede sonar a herejía, es sin embargo una verdad histórica: el
método científico como tal, en tanto es una metodología aplicada analíticamente al
conocimiento de un tema determinado, y en cuanto parte de tres axiomas o premisas
básicas, es una exigencia intelectual de los antiguos sabios ocultistas.
En efecto: esos axiomas fueron exigidos por los antiguos hierofantes para el
conocimiento racional del Universo, a saber: (a) verificabilidad (que una afirmación
pueda ser cotejada por cualquier observador objetivo); (b) repetibilidad (que aplicando
un mismo método se obtengan idénticos resultados) y (c) uniformidad de criterios. Pues
ciertamente, ?qué es el Ocultismo, sino el conocimiento racional de las cosas más la
percepción mística e iluminista o, si se quiere, intuitiva, más el orden y la armonía
(estética) entre ellas?. El experimentador ocultista proponía un ensayo, una receta, una
metodología, y afirmaba que si ésta se respetaba (en elementos, circunstancias, etc.) se
obtenía invariablemente los mismos resultados: y esto es científico.
Lo científico (que en nuestra época equivale a decir lo respetable) no pasa por las
herramientas de trabajo, por el uso de sofisticada tecnología (por lo que el diccionario
entiende por "sofisticado"), por el título académico o por el guardapolvo blanco: lo
científico, lo serio, lo metodológico estriba en la actitud intelectual. No interesa si nos
valemos de contadores Geiger, electroencefalógrafos o, en su defecto, de velas,
sahumerios o símbolos. Un tema no es "científico" por sí mismo sino por las exigencias
metodológicas que satisface. La absurdidad campea también en las academias, cuando
se flexibiliza en exceso la rigurosidad de una investigación, nos autocensuramos de
evaluar una hipótesis alternativa o se priorizan las luchas internas o el "lobby" político
institucional sólo en aras de asegurar la rápida publicación de unos resultados, acceder a
una beca o sostener la respetabilidad adquirida.
Los ocultistas, en cambio, sostenían que además del trabajo de laboratorio es necesario
el crecimiento interior, espiritual, del experimentador, porque sólo del resumen de
ambas concepciones surge una visión holística del Universo. Así, el Ocultismo enseña
que hay tres maneras de comprender la Realidad: racionalmente (la ciencia),
esencialmente (la mística) y estéticamente (el arte). Cuando un maestro de obras gótico
dirigía la construcción de una catedral, como en el caso de Notre Dame o Chartres, esto
no sólo buscaba la perfección edilicia (técnica) para un fin (religioso) sino también
debía expresar artísticamente su objetivo.
Tengo además otra razón de peso para justificar a este trabajo: el brindar una óptica
quizás polémica pero no menos realista a la actividad parapsicológica. En efecto, en
todo el mundo es evidente el esfuerzo que hacen los parapsicólogos profesionales -
especialmente aquellos de profunda inserción mediática- por rotular a sus actividades de
"científicas", poniendo el grito en el cielo cada vez que se les atribuye connotaciones
esotéricas. Soy un convencido, como parapsicólogo, que nuestra disciplina no es más
que el aggiornamiento contemporáneo de contenidos y herramientas típicamente
ocultistas, ya sea este ocultismo de Oriente u Occidente. Y como creo que nada malo
hay en eso, intento depurar de nuestras filas la suspicacia y vergüenza que la ignorancia
puede generar alrededor de la filosofía esotérica y sus prácticas.
Pero como estamos dominados por el pensamiento tecnocrático, seguimos pensando que
el valor de las cosas radica en la "razón científica" que sea, o no, encontrada. Por ese
motivo es que escribí este libro.
PRIMEROS EJEMPLOS
Sólo a los efectos de demostrar que nuestros
antepasados no eran tan ingenuos y supersticiosos en la búsqueda del saber como
habitualmente se piensa, es oportuno repasar algunas anécdotas que nos reservó la
Historia.
Otro ejemplo. Durante las guerras entre árabes y cristianos, algunos siglos atrás, se
empleaba un sangriento método para templar las armas. En la fragua, el hierro al rojo
vivo era introducido en el cuerpo de prisioneros cristianos para enfriarlo con su sangre,
matándolos en ese acto. Otra vez los historiadores ortodoxos nos "explican" que de esta
manera los musulmanes creían transmitir al metal las propiedades de virilidad, coraje y
resistencia del enemigo. Pero lo cierto es que en los combates, por cada alfanje o
alabarda mora que se quebraba, decenas de espadas españolas lo hacían. Durante los
siglos dieciocho y diecinueve, el sistema empleado para templar el metal consistía en
enfriarlo en grandes bateas donde previamente se habían hervido pieles de animales sin
curtir. Hoy, la metalurgia emplea el proceso llamado de "nitrogenación del acero",
mediante el cual se insufla nitrógeno en el período de enfriamiento del metal, dándole
así temple y durabilidad. Por cierto, es alto el contenido de nitrógeno en la sangre del
infeliz en cuyo cuerpo se enfriaba el acero y este nitrógeno, evaporándose al disipar el
calor, se incorporaba al metal. Método cruel, sí, pero científicamente justificable.
Durante miles de años, los textos esotéricos han descripto al mundo conformado por
cuatro elementos básicos: agua, aire, tierra y fuego. Ciertamente, los antiguos no se
referían al agua de beber, la tierra del jardín, el aire que respiramos o el fuego de la
cocina al hablar de estos elementos, sino a cuatro categorías en las cuales esa tierra del
jardín, el aire que respiramos y demás son sólo la expresión más grosera, más material,
de un primer principio sutil llamado, por caso, "tierra", que abarca, sí, ese elemento
físico, pero también implica signos zodiacales, notas musicales, colores (el verde,
sinónimo de seguridad y progreso), fecundidad... Al hablar de "agua", en el mismo
sentido, se habla de colores (azul), condiciones (adaptabilidad), etc. El "aire" implica
como color al amarillo (no porque sea de este color, sino porque es el sustento visible de
los rayos del Sol) y se le asigna la característica de "transitoriedad y mutabilidad", o sea,
"cambio". El "fuego" además de corresponder, verbigracia, al signo de Leo, corresponde
al color rojo, al concepto de "peligro", y nos acercamos entonces a una conclusión
fundamental: aunque no creamos en las leyes del Ocultismo estamos
inexorablemente sujetos a ellas. Como con la gravedad, a la que puedo desconocer,
pero si me asomo excesivamente al balcón de un quinto piso, me veré forzado a
obedecerla.
?Y porqué esa conclusión y todo este introito?. Porque noventa años atrás, alguien
inventó, para seguridad y control del tránsito, el cotidiano semáforo. Seguramente, el o
los inventores habrán tenido sus muy buenas razones para elegir sus colores
característicos y adjudicarles un valor simbólico a los mismos... pero no pudieron
escapar a esa ley universal que dice que al "rojo" se le asocia el concepto de "peligro",
al "amarillo" el "cambio" y al "verde" la "seguridad" o "avance". Ciertamente,
ustedes pueden reinventar el semáforo y otorgarle otros colores, o darle a los mismos
otro sentido... pero sólo ahora, que conocen la ley, que toman conciencia de la misma,
están en condiciones intelectuales de alterarla. Esta es otra condición del Ocultismo:
sólo se cambia, o se evita, o se combate aquello que primero se conoce. Ya que de lo
contrario, si desconocemos las opciones, ?cómo ejecutar el libre albedrío?.
Y permítaseme aquí hacer una digresión. Dentro del Ocultismo, y cuando discutimos
sobre "mancias" (técnicas adivinatorias) los escépticos comúnmente nos atacan con el
argumento que tal creencia es "fuertemente determinista", presupone un "futuro
inexorable" y, en consecuencia, entrega al hombre "a la resignación de no luchar por
su porvenir". Pero el razonamiento correcto es exactamente al revés: como dije, sólo
cuando soy conciente de un eventual futuro puedo elegir dar -o no- los pasos necesarios
para cambiarlo. Si lo ignoro, después de todo, ?cómo puedo estar seguro -más allá de la
autojustificación- que lo que emprendo es porque "construyo" mi futuro (desde la
ignorancia) en vez de, simplemente, obedecer las tendencias, ahora sí deterministas, a la
que ese desconocimiento previo me ha sujeto?.
Desde hace también miles de años, las escuelas esotéricas enseñan que en el Universo
todo lo positivo es masculino y todo lo negativo, femenino. No se enojen las damas
lectoras: lo "positivo" o "negativo" no lo es en un sentido moral, sino en polaridad,
como opuestos y complementarios. Pues bien, también enseñaban que lo positivo gira
(en el Universo todo es cíclico y se mueve en curvas cerradas) de izquierda a derecha
(dextrógiro) y lo negativo de derecha a izquierda (levógiro). Ahora: ?observaron
ustedes cómo se prenden un saco o chaqueta los hombres?. De izquierda a derecha. ?Y
las mujeres?. De derecha a izquierda. Por supuesto, el primer sastre que confeccionó un
saco para el hombre y la primera modista que hizo lo propio con uno de mujer tuvieron
seguramente sus razones, evidentemente no esotéricas, para imprimirle ese sentido...
pero no pudieron escapar a esa ley cósmica que dice que lo masculino es dextrógiro y lo
femenino, levógiro. Aquí también pueden ustedes introducir cualquier modificación y
crear vestimentas con el sentido de ojales y botones alterados, pero sólo a partir de
haber tomado consciencia de esta relación que señaláramos.
Otra perla.
Está difundida en Occidente la medicina homeopática que, aún resistida por la ciencia
tradicionalmente alopática, sabemos que es efectiva en cuadros crónicos, actuando por
máxima dilución de sus componentes, a un extremo en que la materia química
desaparece del preparado. Es esta ausencia de restos químicos lo que ha hecho que la
ciencia positivista rechazara la homeopatía, sosteniendo que si nada queda del principio
activo químico, nada puede actuar sobre el sujeto y por lo tanto su aparente "curación"
es sólo producto de la sugestión. Pero ante esto los médicos homeópatas se encogen de
hombros. Prácticos, afirman que pese a todo "algo" debe quedar, para que siga siendo
efectiva, como saben los veterinarios homeopáticos que tratando así a nuestras mascotas
jamás se les ocurriría pensar que las mismas se "sugestionan". Y seguramente, más de
un homeópata se escandalizaría de saber que no hace más que aplicar viejos preceptos
ocultistas que afirman que lo que sobrevive en el líquido o polvo suministrado es la
impronta energética, la vibración del elemento químico preexistente. Exactamente, lo
que un laboratorio oficial francés descubrió, en 1988, que ocurre con el medicamento
homeopático. Por otra parte, la frase rectora del pensamiento de esta corriente médica,
expresada como "lo semejante cura lo semejante", ?no es acaso la expresión misma de
la magia simpática?. En consecuencia, si la homeopatía funciona (y vaya si lo hace),
?porqué la Magia -entendida tal como la aplicación técnica de principios teóricos
estudiados por el Ocultismo- no ha de hacerlo?
En última instancia, debemos ver que tras el ritual, con claridad yace un pensamiento
mágico, sí, pero también una racionalidad operativa. Es posible que el aspirante
contemporáneo a ocultista vea un sentido sobrenatural en las velas, pantáculos,
fragancias, pero el hecho incontrastable es que tras cada uno de estos elementos se
busca actuar sobre un específico plano de lo sensorial, aunque en este caso lo sensorio
se remite tanto a lo físico como a lo psíquico.
Las velas nos hablan de la luz, la acción sobre la vista. Las fragancias nos remiten al
olfato. Las oraciones o "mantrams" y letanías, al oído. Y la compleja pero precisa
construcción pitagórica (es decir, filosófico-matemática) estimulan lo psíquico, lo
espiritual, lo intelectual, lo intuitivo, pues hablan simbólicamente de la estrecha relación
de ese Microcosmos que es el Hombre en función del Macrocosmos en que se halla
inserto. Un Microcosmos que también estimula en el ritual su sensibilidad gustativa,
pues nada del olfato es ajeno al gusto, y la táctil, por la voluptuosidad del contacto
húmedo de la copa de cristal, el frío de la espada, la vara o, mejor, la punta de plata que
impide la condensación de la luz astral, el roce de la túnica, el calor amigable del texto
sagrado, el roce del aire contra nuestras manos al ejecutar los "mudras" o gestos de
poder, enhebrando los cinco sentidos físicos, los parafísicos y la percepción intuitiva en
una fiesta de sutiles sensaciones microcósmicas que abren el oído y el ojo a la trama
oculta del Macrocosmos, pues sólo se escucha el susurro del propio espíritu cuando
somos capaces de oír la caída del pétalo de una rosa entre una multitud...
Tal inserción es en sí misma un mecanismo de acción sobre ese medio, y los elementos
que hacen a su correspondencia sincrónica las llaves que regulan el mismo. El operador,
entonces, es un técnico de los planos sutiles, un sujeto que no responde a endebles
motivaciones místicas exacerbadas por los miedos inconscientes del ser humano ante las
circunstancias agresivas del medio, sino a precisos mecanismos cósmicos
usufructuables en su beneficio.
Afortunadamente, esas Leyes o Principios Fundamentales existen, y son siete -lo que,
esotéricamente expresado, no podía ser de otra manera, por aquello d4e la sacralidad de
este número- con la particularidad que debe observarse su accionar sobre el Todo físico
o espiritual que nos interpenetra; en efecto, en tanto una ley física regula, de alguna
manera, el comportamiento físico y energético, mecánico o vibratorio del Cosmos, una
ley ocultista debe por fuerza ser más abarcativa, pues en tanto lo físico es apenas una de
las facetas del Universo, una ley del calibre de las que vamos a tratar debe aplicarse en
todo lo físico, sí, pero también en todo lo psíquico, todo lo astral, todo lo espiritual, en
suma, el Todo. Veamos, entonces, de qué se tratan.
Trescientos años atrás, los científicos creían que el Universo estaba poblado por
distintos tipos de energías y de fuerzas. Que el calor nada tenía que ver con el
magnetismo, ni éste con la electricidad, ni aquellos con la gravedad. Pero en el siglo
XIX un físico inglés, Maxwell, descubrió que electricidad y magnetismo no son dos
cosas distintas sino dos aspectos particulares de un mismo principio que él llamó
electromagnetismo. Y esta reducción y unificación de fuerzas continuó al punto que con
el advenimiento de este siglo los físicos sostenían que sólo cuatro eran las fuerzas que
interactuaban en el Cosmos: el electromagnetismo, la gravedad, la interacción nuclear
débil y la interacción nuclear fuerte (estas dos últimas responsables de las relaciones
atómicas entre sí). Pero aparece nuevamente Einstein -cuándo no- y enuncia la teoría del
campo unificado, tan maltratada por los escritores de ciencia ficción y tan poco
comprendida por el público. Einstein teoriza que gravedad y electromagnetismo no son
dos fuerzas distintas, sino dos manifestaciones específicas y particulares de un principio
vinculado a la deformación geométrica del espacio, que a veces se presenta como
electromagnetismo y a veces como gravedad. Es decir, unifica (de allí el término) en
una sola teoría de campo ambas fuerzas, con lo que las universales quedan reducidas a
tres. Hasta que en 1985 un astrofísico inglés llamado Paul Davies afirma que aún estas
tres fuerzas son sólo aspectos de una única universal, que él denomina Superfuerza.
Para que esto sea más entendible, imaginemos una gigantesca olla repleta de polenta
mal preparada. En algunos lugares, está grumosa; en otros, líquida. Más allá, tendrá una
consistencia media. A golpe de vista, puede decirse que allá la materia es grumosa
(sólida), aquí muy líquida y acullá intermedia, pero en definitiva todo es polenta. Así
ocurre en el Universo.
En otro sentido, esto expresaban los antiguos ocultistas cuando enseñaban que el
Cosmos se dividía en siete planos de distinta densidad, en donde las entidades -como el
ser humano- vibran en algunos de esos planos, y ciertas energías inteligentes (los
"haiöth-hakodesch") en otros, tan reales y tangibles para sí mismos como nosotros los
somos para nuestros congéneresw. Estos planos son, de mayor densidad a mayor
sutilidad, "material", "mental inferior", "mental superior", "astral", "etéreo", "búddhico"
y "átmico". Dios tiene consciencia átmica, y sus manifestaciones se desprenden "hacia
abajo", hacia la materialidad. El hombre existe en los planos material, mental inferior,
mental superior, astral y etéreo. El animal, en el material, mental inferior, astral y
etéreo. Los entes a los que ludiéramos, en el astral y mental superior, o astral y mental
inferior (las larvas astrales que estudiáramos en un viejo trabajo sobre "Autodefensa
Psíquica"), los hombres y mujeres elevados, además de los planos mencionados, en el
búddhico, etcétera.
Por supuesto, un lector escéptico -si ha sobrevivido a la lectura de estas páginas hasta
aquí- puede argumentar que esta disquisición, si se quiere filosóficamente aceptable,
peca por un defecto: la indemostrabilidad de ciertos principios que aquí damos como
ciertos, por ejemplo, la existencia del llamado "mundo astral". En efecto, ?qué evidencia
podemos aducir nosotros, los ocultistas, de que lo "astral" existe?. ?Qué hablar de
"cuerpos astrales" o sucedáneos es más que un gratuito ejercicio de la imaginación?.
Puedo aportar seguramente referencias de índole vivencial, místicas o paranormales
pero, para un observador exterior al tema y objetivo, ?cómo le demostraremos
científicamente -una vez más- la existencia de lo astral?.
Ley de Correspondencia
Tres mil doscientos años antes de Cristo, según cuentan los antiguos relatos egipcios,
finalizó el reinado de dioses y semidioses sobre la Tierra. En el valle del Alto Nilo un
rey de pastores, Menes, ascendió en ese entonces al faraonato con el título de Menes I,
El Tinita (por ser oriundo de la ciudad de Thinis).
?Un experimento práctico?. Supongamos que en casa alguien se lastima, se corta, pierde
sangre en cualquier accidente hogareño. Tenga preparada una bolsita con sulfato de
cobre (unas piedritas color verde azuladas que, entre otros usos, se emplean para
clorificar piscinas de natación) y rápidamente diluyan en un vaso lleno de agua el
mismo hasta el punto de saturación, es decir, cuando por más que sigan agregando
sulfato de cobre éste no se diwulve más, o, por lo menos, cuatro o cinco cucharadas
soperas colmadas. Entonces introduzcan en él un trocito de algodón sucio de la sangre
del herido, dejándolo allí. Atención: no se trata de mojar la herida con la solución del
sulfato, ya que (a) si bien observarían efectos cicatrizantes, aquí la acción sería
comúnmente química -es el principio de las sulfamidas- y no esotérico, que es lo que
tratamos de probar, y (b) el ardor subsiguiente en la herida haría que la víctima
recordara el árbol genealógico del frustrado enfermero hasta la octava generación.
Ley de Causalidad
En el Universo nada ocurre por azar, por casualidad. Cuando el ser humano no ve lógica
o razón de ser en el devenir de una serie de circunstancias, sean éstos fenómenos físicos
o problemáticas sociales o personales, atribuyendo su aparición a algún aspecto
aleatorio, sólo está reconociendo con ello su ignorancia de principios más trascendentes
y, por ello, quizás incognoscibles. En efecto, si existe una inteligencia divina, de la cual
por emanaqción de la Ley de Mentalismo la humana es apenas una ínfima parte, aunque
procedamos racionalmente (o quizás precisamente por ello), ?es lícito esperar que ese
corpúsculo pueda entender los designios de lo Trascendente, por más que sea parte
necesaria de él?. Yo no sería un yo completo, por ejemplo, si me fuera amputado un
dedo pero, ?no resultaría ridículo esperar que mi dedo, por sí mismo (o las células que
lo forman) pueda comprender qué soy yo, para qué y por qué lo uso para un
determinado fin o las razones que me llevan a amputarlo?. O como dijera el poeta: "La
casualidad es el pseudónimo de Dios cuando quiere permanecer anónimo". Todo efecto,
entonces, tiene su causa aunque ésta, hoy por hoy, nos sea incomprensible. Esto explica
el estudio, en Parapsicología y Astrología, de lo que se denomina SPA, o Signos
Precursores de Acontecimientos, el modo de "leer" los avatares de la vida para entender
su postrer significado
Ley de Vibración
Ley de Serialidad
Es en este contexto que se entiende con más precisión el sentido de disciplinas como el
Tarot o la Astrología: tienden a orientar al ser humano hacia los conjuntos favorables o
bien alejarlo de los desfavorables.
Ley de Polaridad
Todo existe en pares, dijimos. Y cada evento, sea material, psíquico, espiritual, tiene su
contrapartida. Es el caso de las partículas elementales, según apunta la física cuántica,
que una vez estuvieron en contacto y a partir de lo cual mantienen una extraña "ligazón"
por sobre el tiempo y el espacio. Jung llamó a esto "sincronicidad" y el físico Wolfang
Pauli las llamó "coincidencias significativas". Un acto telepático sería entonces una
sincronicidad eventual simbólica entre dos o más psiquis. Un evento telekinético, por su
parte, es un ente psicoide entre la imagen mental de un movimiento y el fenómeno
mecánico que se efectiviza en un marco material. Los antiguos filósofos medioevales
decían que no cae una aguja en el mundo de los hombres sin que tiemble una estrella, y
los sacerdotes aztecas hablaban de que cada hombre tiene su "náhual", una contraparte
animal o vegetal, de manera tal que lo que le pase a uno le sucederá al otro. Muere un
animal en el bosque y un hombre rueda víctima de un síncope. Se descompone una
mujer, y un árbol cae vencido a los pies del leñador. El universo en que vivimos (otra
vez: uni-verso) es una armonía de espíritus, una sinfonía etérea donde cada nota por sí
sola parece carecer de valor, pero todas se necesitan -ensambladas entre sí mediante
alguna Inteligencia- para que resuene la música.
Los propios sucesos que acompañaron la muerte de Jung son quizás la manifestación
poéticamente más contundente de la propia Naturaleza para demostrar a los hombres la
realidad inapelable de esta ley.
Axiomas Secundarios
Principio del Amor: El amor es la atracción de dos o más seres para unificarse, ley de
armonía y por lo tanto de creación y conservación de la vida, es tanto como decir
reconocimiento de la Unidad en todo. En los astros se manifiesta en forma de fuerza
centrípeta, ya que todos los planetas se subordinan en unidad de su sistema planetario.
En los minerales y cuerpos químicos se presenta como afinidad: en los animales como
instintos, atracción sexual; en los vegetales como tropismos; en el hombre y la mujer
como cariño y simpatía y en grados más elevados como verdadero amor espiritual, ya
en forma de idealismo o de sacrificio.
Principio de Finalidad: La evolución tiene un sentido finalista, es decir, la consecución
de un objetivo de índole trascendental y metafísica.
Principio de Jerarquía: Todo ser o cosa está subordinado a todo aquello que es superior
en grado evolutivo y tiene poder sobre todo aquello que le es inferior en la escala de la
evolución. En el plano meramente humano de la biología social se falta frecuentemente
a esta ley (y así nos va) dándose el caso de que en las sociedades humanas no rige en la
escala evolutiva el verdaderamente superior (el más virtuoso, el más sabio) sino el que
tiene más soluciones materiales, más astucia, más influencia o más fuerza. Esto
desarmoniza la colectividad y degrada a los hombres verdaderamente dignos. Los
hombres son iguales en esencia, poco iguales en potencia y totalmente desiguales en
presencia.
Es cierto que de esta ley puede inferirse que el Ocultismo es un sistema de pensamiento
elitista, casi aristocrático, y se estaría en lo correcto (después de todo, "aristocracia" no
es el gobierno de los nobles sino, etimológicamente, "el gobierno de los mejores"). Pero
lo que no comprenden quizás muchos que se vuelcan a estos temas, es que la
superioridad del Ocultismo no significa más derechos sobre los demás (te menosprecio
porque tengo el secreto, me debés obediencia, yo sé que es lo que te conviene, etc.)
sino, en realidad, más obligaciones para con los demás. leyes podemos ser dignos de
compasión por nuestras desgracias, mas a partir de nuestra "iniciación", seremos los
únicos responsables de los problemas que enfrentamos si no somos capaces de
solucionarlos y, aún, trabajar para solucionar la ignorancia -no el problema en sí- de los
demás. "Al que tiene hambre, no le des pescado, sino...".
Principio de Armonía: La existencia de todos los seres exige una adecuada relación
entre las partes y el todo, que se manifiesta por el máximo de libertad y rendimiento en
la función de cada parte, juntamente con el máximo de ayuda mutua a favor del todo.
Por lo que podríamos enunciar que la armonía, enfocada desde el punto de vista
esotérico, es la capacidad de cada una de las partes de un conjunto de expresar su propia
naturaleza de manera proporcional al grado de correspondencia con las otras partes
antes del límite crítico del conjunto.
Principio de Adaptación: Todos los seres adaptan sus vidas al medio que los rodea para
defenderse y para aprovecharlo en su beneficio. La Ley de Adaptación es recíproca: el
medio ambiente es modificado por los seres vivos a quienes corresponde la iniciativa
del cambio. El ser modifica al medio por su actividad voluntaria, aunque sin dejar de
adaptarse a él para no perecer. Los perezosos y escépticos deberían meditar sobre este
principio, ya que siempre están a la espera de circunstancias propicias para actuar, sin
pensar en que las circunstancias deben crearlas ellos mismos.
Principio de Selección: En la lucha que para adaptarse al medio mantienen los seres,
prevalecen los más sanos, más fuertes, más inteligentes o más buenos.