Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Al Filo de La Realidad, Estudios Ocultistas

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 16

El Ocultismo

Este articulo procede de Al filo de la Realidad (*)

Director : Gustavo Fernandez

INTRODUCCIÓN El trabajo que ustedes se aprestan a leer es la natural decantación de


numerosos años de estudio e investigación pero, en especial, de reflexión. Pensamientos
que nacieron no sólo de la libre asociación de conceptos extraídos de centenares de
libros leídos sobre el tema, sino especialmente de la amalgama de los mismos con las
experiencias y anécdotas por mí vividas, tanto en el ámbito de la enseñanza como en el
de la investigación de campo. Y todo ello hilvanado a partir de la inflexible metodología
intelectual que me he impuesto y que, cuanto menos en mí, se manifiesta en una
revolucionaria concepción del Universo y la Realidad que así, escrita con mayúscula,
trasciende la concepción que de la realidad cotidiana tenemos para transformarse en una
lente multidimensional para comprender el Todo (el sentido esencial del Universo) en
que estamos insertos.

Como suelo decir frecuentemente, resulta hasta intelectualmente chocante para una
mayoría de contemporáneos que a principios de este siglo veintiuno alguien, en vez de
buscar la acreditación científica o académica para sus actividades en el campo de la
investigación (especialmente si ésta roza peligrosamente el limbo de lo paranormal)
acepte nominalmente volcarse hacia el 0cultismo. Precisamente, estas páginas
constituyen, si cabe, un alegato de autojustificación lo que, ciertamente, no deja de ser
un expreso reconocimiento de humana debilidad por parte del autor, puesto que si hay
algo que se supone no debe interesar en lo más mínimo a un ocultista es lo que otros
puedan pensar de él.

Pero, en fin. Este es el tenor de los tiempos, la incierta oportunidad de haber nacido a
caballo de la transición entre la Era de Piscis a la de Acuario.

Por otra parte, es absolutamente cierto que esto de dejar tranquila nuestra conciencia a
partir del momento en que gozamos del crédito universitario es apenas un modismo de
la época: en efecto, en otros tiempos, muy distintos eran los referentes de credibilidad a
que acudía el ser humano.
Así, por ejemplo, en el Medioevo los intelectuales temblaban ante la sola idea de no
contar con el respaldo eclesiástico. En otros momentos históricos (en nuestro propio
país, décadas atrás) lo importante era la opinión favorable que de lo que uno hacía
tuvieran los políticos. O los militares.

En última instancia, decir que hoy en día lo "importante" es que los científicos
respalden lo que hacemos sólo refleja la moda intelectual de la época: a veces me
pregunto qué será importante, cuál será realmente la referencia válida intelectualmente
hablando para nuestros descendientes de los próximos quinientos años. Y me respondo:
algo muy parecido a ese entronque entre misticismo, lógica y estética que hoy
denominamos Ocultismo, pues eso (y no otra cualquier burda definición de diccionario)
es la filosofía que nos ocupa.

Comencemos por aclarar que existe una contradicción -otra más- implícita en el título
de este libro: un verdadero ocultista sabe que es una perogrullada buscar fundamentos
científicos en el Ocultismo porque, precisamente, es la Ciencia la que se fundamenta en
éste. Y lo dicho, que puede sonar a herejía, es sin embargo una verdad histórica: el
método científico como tal, en tanto es una metodología aplicada analíticamente al
conocimiento de un tema determinado, y en cuanto parte de tres axiomas o premisas
básicas, es una exigencia intelectual de los antiguos sabios ocultistas.

En efecto: esos axiomas fueron exigidos por los antiguos hierofantes para el
conocimiento racional del Universo, a saber: (a) verificabilidad (que una afirmación
pueda ser cotejada por cualquier observador objetivo); (b) repetibilidad (que aplicando
un mismo método se obtengan idénticos resultados) y (c) uniformidad de criterios. Pues
ciertamente, ?qué es el Ocultismo, sino el conocimiento racional de las cosas más la
percepción mística e iluminista o, si se quiere, intuitiva, más el orden y la armonía
(estética) entre ellas?. El experimentador ocultista proponía un ensayo, una receta, una
metodología, y afirmaba que si ésta se respetaba (en elementos, circunstancias, etc.) se
obtenía invariablemente los mismos resultados: y esto es científico.

Lo científico (que en nuestra época equivale a decir lo respetable) no pasa por las
herramientas de trabajo, por el uso de sofisticada tecnología (por lo que el diccionario
entiende por "sofisticado"), por el título académico o por el guardapolvo blanco: lo
científico, lo serio, lo metodológico estriba en la actitud intelectual. No interesa si nos
valemos de contadores Geiger, electroencefalógrafos o, en su defecto, de velas,
sahumerios o símbolos. Un tema no es "científico" por sí mismo sino por las exigencias
metodológicas que satisface. La absurdidad campea también en las academias, cuando
se flexibiliza en exceso la rigurosidad de una investigación, nos autocensuramos de
evaluar una hipótesis alternativa o se priorizan las luchas internas o el "lobby" político
institucional sólo en aras de asegurar la rápida publicación de unos resultados, acceder a
una beca o sostener la respetabilidad adquirida.

Los ocultistas, en cambio, sostenían que además del trabajo de laboratorio es necesario
el crecimiento interior, espiritual, del experimentador, porque sólo del resumen de
ambas concepciones surge una visión holística del Universo. Así, el Ocultismo enseña
que hay tres maneras de comprender la Realidad: racionalmente (la ciencia),
esencialmente (la mística) y estéticamente (el arte). Cuando un maestro de obras gótico
dirigía la construcción de una catedral, como en el caso de Notre Dame o Chartres, esto
no sólo buscaba la perfección edilicia (técnica) para un fin (religioso) sino también
debía expresar artísticamente su objetivo.

Pero la esquizofrenia social del sistema nos llevó a una compartimentización, a


especializarnos en exceso; hoy se sabe cada vez más de cada vez menos, perdiendo de
vista esa contemplación totalizadora que preconiza el Esoterismo. Palabra, después de
todo, que proviene del griego "eisoteo" ("abrir una puerta") indicando que la búsqueda
de Dios está hacia adentro de cada uno de nosotros. De allí que la moderna ciencia deba
sus créditos a los primeros preceptos intelectuales de las Ciencias Ocultas. No olviden
ustedes que la Filosofía, madre epistemológica de todas las ciencias, esa Filosofía que
hoy estudiamos en las universidades, parte de planteos elaborados por sabios muertos
centenares o miles de años atrás.

Cada rama del Ocultismo antecede y engloba a las ciencias contemporáneas: la


Astrología es más abarcativa que la Astronomía, no solamente por ser históricamente
anterior, sino porque mientras ésta última estudia las relaciones físicas entre los cuerpos
celestes, aquélla estudia esas relaciones físicas más el todo energético, el todo astral,
que las involucra, además de las interacciones de esos distintos planos entre sí y su
efecto macrocósmico sobre lo microcósmico, el hombre. La Alquimia se encuentra en
igual relación con la moderna Química, pues mientras ésta investiga las relaciones
físicas y químicas entre los elementos orgánicos o inorgánicos, la alquimia trabajaba en
el mismo terreno además de su relación con las transmutaciones psíquicas y espirituales
del operador. La moderna Matemática nace en la matemática pitagórica, pues mientras
en la escuela, el colegio y la universidad se nos enseñan las relaciones entre esos entes
abstractos llamados números y solamente ellas, Pitágoras estudiaba dichas relaciones así
como las de las mismas con los planetas, colores, notas musicales, partes del cuerpo
humano... porque en última instancia el Ocultismo busca el conocimiento de lo
particular para aprender (?o debería escribir "aprehender?") la esencia de lo general, lo
trascendente. En síntesis, el Todo.

Tengo además otra razón de peso para justificar a este trabajo: el brindar una óptica
quizás polémica pero no menos realista a la actividad parapsicológica. En efecto, en
todo el mundo es evidente el esfuerzo que hacen los parapsicólogos profesionales -
especialmente aquellos de profunda inserción mediática- por rotular a sus actividades de
"científicas", poniendo el grito en el cielo cada vez que se les atribuye connotaciones
esotéricas. Soy un convencido, como parapsicólogo, que nuestra disciplina no es más
que el aggiornamiento contemporáneo de contenidos y herramientas típicamente
ocultistas, ya sea este ocultismo de Oriente u Occidente. Y como creo que nada malo
hay en eso, intento depurar de nuestras filas la suspicacia y vergüenza que la ignorancia
puede generar alrededor de la filosofía esotérica y sus prácticas.

Pero como estamos dominados por el pensamiento tecnocrático, seguimos pensando que
el valor de las cosas radica en la "razón científica" que sea, o no, encontrada. Por ese
motivo es que escribí este libro.

PRIMEROS EJEMPLOS
Sólo a los efectos de demostrar que nuestros
antepasados no eran tan ingenuos y supersticiosos en la búsqueda del saber como
habitualmente se piensa, es oportuno repasar algunas anécdotas que nos reservó la
Historia.

En los libros sagrados hindúes, especialmente en los "Vedas", se describe una


"medicina" efectiva para tratar la viruela o "peste" como allí se la menciona: el paciente
enfermo de la misma debe frotar su cuerpo desnudo contra el de un animal,
preferiblemente vaca o caballo, que hubiese sufrido ésta y sobrevivido. Los
antropólogos e historiadores dicen que esto es un exponente del "pensamiento mágico"
de los antiguos hindúes, que así creían transferir la enfermedad al animal por un proceso
de magia simpática. Empero, las evidencias arqueológicas señalan que muchos
enfermos de viruela, tratados así, sobrevivían. Hoy sabemos que el método tenía
fundamentos: el animal enfermo y sobreviviente lo era a expensas de generar
anticuerpos, leucocitos blancos que se depositaban en pústulas sobre su cuerpo. Al
frotarlo, el paciente reventaba esas pústulas y los anticuerpos, por distintos conductos,
especialmente ósmosis capilar, ingresaban al torrente sanguíneo del enfermo, que así se
"vacunaba". Y la expresión no es ociosa, pues precisamente ése es el mecanismo de
nuestras modernas vacunas, llamadas así, además, porque se preparan a partir del suero
obtenido por la inoculación progresiva del virus en vacunos.

Otro ejemplo. Durante las guerras entre árabes y cristianos, algunos siglos atrás, se
empleaba un sangriento método para templar las armas. En la fragua, el hierro al rojo
vivo era introducido en el cuerpo de prisioneros cristianos para enfriarlo con su sangre,
matándolos en ese acto. Otra vez los historiadores ortodoxos nos "explican" que de esta
manera los musulmanes creían transmitir al metal las propiedades de virilidad, coraje y
resistencia del enemigo. Pero lo cierto es que en los combates, por cada alfanje o
alabarda mora que se quebraba, decenas de espadas españolas lo hacían. Durante los
siglos dieciocho y diecinueve, el sistema empleado para templar el metal consistía en
enfriarlo en grandes bateas donde previamente se habían hervido pieles de animales sin
curtir. Hoy, la metalurgia emplea el proceso llamado de "nitrogenación del acero",
mediante el cual se insufla nitrógeno en el período de enfriamiento del metal, dándole
así temple y durabilidad. Por cierto, es alto el contenido de nitrógeno en la sangre del
infeliz en cuyo cuerpo se enfriaba el acero y este nitrógeno, evaporándose al disipar el
calor, se incorporaba al metal. Método cruel, sí, pero científicamente justificable.

Durante miles de años, los textos esotéricos han descripto al mundo conformado por
cuatro elementos básicos: agua, aire, tierra y fuego. Ciertamente, los antiguos no se
referían al agua de beber, la tierra del jardín, el aire que respiramos o el fuego de la
cocina al hablar de estos elementos, sino a cuatro categorías en las cuales esa tierra del
jardín, el aire que respiramos y demás son sólo la expresión más grosera, más material,
de un primer principio sutil llamado, por caso, "tierra", que abarca, sí, ese elemento
físico, pero también implica signos zodiacales, notas musicales, colores (el verde,
sinónimo de seguridad y progreso), fecundidad... Al hablar de "agua", en el mismo
sentido, se habla de colores (azul), condiciones (adaptabilidad), etc. El "aire" implica
como color al amarillo (no porque sea de este color, sino porque es el sustento visible de
los rayos del Sol) y se le asigna la característica de "transitoriedad y mutabilidad", o sea,
"cambio". El "fuego" además de corresponder, verbigracia, al signo de Leo, corresponde
al color rojo, al concepto de "peligro", y nos acercamos entonces a una conclusión
fundamental: aunque no creamos en las leyes del Ocultismo estamos
inexorablemente sujetos a ellas. Como con la gravedad, a la que puedo desconocer,
pero si me asomo excesivamente al balcón de un quinto piso, me veré forzado a
obedecerla.

?Y porqué esa conclusión y todo este introito?. Porque noventa años atrás, alguien
inventó, para seguridad y control del tránsito, el cotidiano semáforo. Seguramente, el o
los inventores habrán tenido sus muy buenas razones para elegir sus colores
característicos y adjudicarles un valor simbólico a los mismos... pero no pudieron
escapar a esa ley universal que dice que al "rojo" se le asocia el concepto de "peligro",
al "amarillo" el "cambio" y al "verde" la "seguridad" o "avance". Ciertamente,
ustedes pueden reinventar el semáforo y otorgarle otros colores, o darle a los mismos
otro sentido... pero sólo ahora, que conocen la ley, que toman conciencia de la misma,
están en condiciones intelectuales de alterarla. Esta es otra condición del Ocultismo:
sólo se cambia, o se evita, o se combate aquello que primero se conoce. Ya que de lo
contrario, si desconocemos las opciones, ?cómo ejecutar el libre albedrío?.

Y permítaseme aquí hacer una digresión. Dentro del Ocultismo, y cuando discutimos
sobre "mancias" (técnicas adivinatorias) los escépticos comúnmente nos atacan con el
argumento que tal creencia es "fuertemente determinista", presupone un "futuro
inexorable" y, en consecuencia, entrega al hombre "a la resignación de no luchar por
su porvenir". Pero el razonamiento correcto es exactamente al revés: como dije, sólo
cuando soy conciente de un eventual futuro puedo elegir dar -o no- los pasos necesarios
para cambiarlo. Si lo ignoro, después de todo, ?cómo puedo estar seguro -más allá de la
autojustificación- que lo que emprendo es porque "construyo" mi futuro (desde la
ignorancia) en vez de, simplemente, obedecer las tendencias, ahora sí deterministas, a la
que ese desconocimiento previo me ha sujeto?.

Veamos otro caso.

Desde hace también miles de años, las escuelas esotéricas enseñan que en el Universo
todo lo positivo es masculino y todo lo negativo, femenino. No se enojen las damas
lectoras: lo "positivo" o "negativo" no lo es en un sentido moral, sino en polaridad,
como opuestos y complementarios. Pues bien, también enseñaban que lo positivo gira
(en el Universo todo es cíclico y se mueve en curvas cerradas) de izquierda a derecha
(dextrógiro) y lo negativo de derecha a izquierda (levógiro). Ahora: ?observaron
ustedes cómo se prenden un saco o chaqueta los hombres?. De izquierda a derecha. ?Y
las mujeres?. De derecha a izquierda. Por supuesto, el primer sastre que confeccionó un
saco para el hombre y la primera modista que hizo lo propio con uno de mujer tuvieron
seguramente sus razones, evidentemente no esotéricas, para imprimirle ese sentido...
pero no pudieron escapar a esa ley cósmica que dice que lo masculino es dextrógiro y lo
femenino, levógiro. Aquí también pueden ustedes introducir cualquier modificación y
crear vestimentas con el sentido de ojales y botones alterados, pero sólo a partir de
haber tomado consciencia de esta relación que señaláramos.

Otra perla.

Está difundida en Occidente la medicina homeopática que, aún resistida por la ciencia
tradicionalmente alopática, sabemos que es efectiva en cuadros crónicos, actuando por
máxima dilución de sus componentes, a un extremo en que la materia química
desaparece del preparado. Es esta ausencia de restos químicos lo que ha hecho que la
ciencia positivista rechazara la homeopatía, sosteniendo que si nada queda del principio
activo químico, nada puede actuar sobre el sujeto y por lo tanto su aparente "curación"
es sólo producto de la sugestión. Pero ante esto los médicos homeópatas se encogen de
hombros. Prácticos, afirman que pese a todo "algo" debe quedar, para que siga siendo
efectiva, como saben los veterinarios homeopáticos que tratando así a nuestras mascotas
jamás se les ocurriría pensar que las mismas se "sugestionan". Y seguramente, más de
un homeópata se escandalizaría de saber que no hace más que aplicar viejos preceptos
ocultistas que afirman que lo que sobrevive en el líquido o polvo suministrado es la
impronta energética, la vibración del elemento químico preexistente. Exactamente, lo
que un laboratorio oficial francés descubrió, en 1988, que ocurre con el medicamento
homeopático. Por otra parte, la frase rectora del pensamiento de esta corriente médica,
expresada como "lo semejante cura lo semejante", ?no es acaso la expresión misma de
la magia simpática?. En consecuencia, si la homeopatía funciona (y vaya si lo hace),
?porqué la Magia -entendida tal como la aplicación técnica de principios teóricos
estudiados por el Ocultismo- no ha de hacerlo?

Finalmente, remito al capítulo sobre "Leyes Universales" para comprender los


fundamentos racionales operativos de los procedimientos esotéricos. Pero valga en tanto
una reflexión, relacionada con aquello que señaláramos de las actitudes: en el fondo, la
práctica del científico, del sacerdote o del ministro religioso así como la del brujo
indígena tienen semióticas comunes. Si yo necesito lluvia, me puedo plantear tres
opciones: siembro las nubes con alguna sustancia química, yoduro de plata, por
ejemplo, o solicito una misa propiciatoria, o le pido al chamán que baile una danza de la
lluvia. Ahora bien, ?cómo categorizamos esto?. Para la mayoría de la gente, lo primero
es ciencia, lo segundo religión y lo tercero brujería o superstición lisa y llana. Pero las
diferencias son mucho más sutiles, y no pueden ser dilucidadas exclusivamente por la
semántica. Para el chamán, su baile de la lluvia, ?es estadísticamente menos efectivo
que para el técnico el yoduro de plasta?. ?Y qué ocurre con el sacerdote, que cuenta con
buenos argumentos -cuando menos teológicos- para confiar en su misa?. Su experiencia
y sus resultados hacen que su interpretación sea "científica". Y si, como ocurre
generalmente, el piloto del avión que siembra las nubes ignora por qué circunstancia
emplea esa sustancia y no otra, ?acaso su actitud es menos ingenua y crédula -es decir,
"mágica"- que la del campesino que, sin saber porqué, pide ayuda al brujo, confiando en
que sus procederes misteriosos hagan llover?. Y cuando el científico aprende en su
templo -perdón, universidad- el procedimiento indicado para cada circunstancia y lo
repite y aplica aún cuando observe situaciones en que no se cumple o evade conocer
alternativas, ?acaso esa actitud no es de aceptación mágica?.

?Y dónde queda parada nuestra confianza en un mundo académicamente predecible


cuando la experiencia, los hechos -lo único que no puede refutarse- nos enseñan que
cuando el brujo danza llueve, cuando menos con la misma frecuencia que cuando el
técnico rocía las nubes desde su avión?.

Los rituales ocultistas

Hasta aquí, he buscado hacer comprender ciertos


enfoques esenciales del Ocultismo a mis lectores, enfoque que podríamos sintetizar en
uno de los aspectos menos conocidos pero más interesantes de las sincronicidades
simbólico-energéticas en que se fundamenta la actividad y efectividad técnica de lo que,
genéricamente, se han denominado "rituales" y que significan, específicamente, el
resabio sobreviviente de una antiquísima ciencia, seguramente perteneciente a una
civilización desaparecida, ciencia ésta cuando menos que no recibiría esta
denominación por operar con instrumentos meramente materiales o transformando la
materia con la materia, sino que reconocería la existencia de planos más sutiles de
vibración, concatenados e interactuantes con la fisicidad.

Sobre estos planos de manifestación de la Naturaleza actuarían los Antiguos,


moldeando el Universo de acuerdo a sus deseos (cuando menos, la cotidianeidad de su
universo), de una manera más eficiente, quizás, que la que llevó a nuestros actuales
científicos a modificar nuestro mundo con las herramientas que el conocimiento
académico, exotérico (que no "esotérico") les ha brindado.

En última instancia, debemos ver que tras el ritual, con claridad yace un pensamiento
mágico, sí, pero también una racionalidad operativa. Es posible que el aspirante
contemporáneo a ocultista vea un sentido sobrenatural en las velas, pantáculos,
fragancias, pero el hecho incontrastable es que tras cada uno de estos elementos se
busca actuar sobre un específico plano de lo sensorial, aunque en este caso lo sensorio
se remite tanto a lo físico como a lo psíquico.

Las velas nos hablan de la luz, la acción sobre la vista. Las fragancias nos remiten al
olfato. Las oraciones o "mantrams" y letanías, al oído. Y la compleja pero precisa
construcción pitagórica (es decir, filosófico-matemática) estimulan lo psíquico, lo
espiritual, lo intelectual, lo intuitivo, pues hablan simbólicamente de la estrecha relación
de ese Microcosmos que es el Hombre en función del Macrocosmos en que se halla
inserto. Un Microcosmos que también estimula en el ritual su sensibilidad gustativa,
pues nada del olfato es ajeno al gusto, y la táctil, por la voluptuosidad del contacto
húmedo de la copa de cristal, el frío de la espada, la vara o, mejor, la punta de plata que
impide la condensación de la luz astral, el roce de la túnica, el calor amigable del texto
sagrado, el roce del aire contra nuestras manos al ejecutar los "mudras" o gestos de
poder, enhebrando los cinco sentidos físicos, los parafísicos y la percepción intuitiva en
una fiesta de sutiles sensaciones microcósmicas que abren el oído y el ojo a la trama
oculta del Macrocosmos, pues sólo se escucha el susurro del propio espíritu cuando
somos capaces de oír la caída del pétalo de una rosa entre una multitud...

Tal inserción es en sí misma un mecanismo de acción sobre ese medio, y los elementos
que hacen a su correspondencia sincrónica las llaves que regulan el mismo. El operador,
entonces, es un técnico de los planos sutiles, un sujeto que no responde a endebles
motivaciones místicas exacerbadas por los miedos inconscientes del ser humano ante las
circunstancias agresivas del medio, sino a precisos mecanismos cósmicos
usufructuables en su beneficio.

LEYES UNIVERSALES DEL OCULTISMO

Como es lógico suponer, el Ocultismo, como ciencia primigenia, debe apoyar su


metodología en la operatoria de leyes o principios comprobables (unánimamente por sus
dos vías de conocimiento: el raciocinio y la iluminación) y de carácter axiomático para
toda su fenomenología. Y si a estas leyes no las conociéramos, válido sería todo
esfuerzo conducente a descubrirlas, ya que ninguna catedral del pensamiento, humano o
divino, puede levantarse sin los pilares basales en que consisten tales fundamentos.

Afortunadamente, esas Leyes o Principios Fundamentales existen, y son siete -lo que,
esotéricamente expresado, no podía ser de otra manera, por aquello d4e la sacralidad de
este número- con la particularidad que debe observarse su accionar sobre el Todo físico
o espiritual que nos interpenetra; en efecto, en tanto una ley física regula, de alguna
manera, el comportamiento físico y energético, mecánico o vibratorio del Cosmos, una
ley ocultista debe por fuerza ser más abarcativa, pues en tanto lo físico es apenas una de
las facetas del Universo, una ley del calibre de las que vamos a tratar debe aplicarse en
todo lo físico, sí, pero también en todo lo psíquico, todo lo astral, todo lo espiritual, en
suma, el Todo. Veamos, entonces, de qué se tratan.

Ley del Mentalismo

Primera y fundamental. Se enuncia diciendo: "En el Todo, Todo es mental". Pero no en


el sentido de un subjetivismo kantiano dieciochesco, donde se sostenga que lo único
"real", objetivo, soy yo y que todo lo que me rodea es sólo producto de mi percepción y
mi mente, seguramente subjetivo y posiblemente irreal. No. El mentalismo ocultista
sostiene que todo lo que existe en el Universo es expresión cada vez más grosera, más
material, más densa, de un Primer Principio extremadamente sutil y elevado, que
podemos llamar Dios, Consciencia Cósmica, Brama, inmanente en el Cosmos, y que se
manifiesta en la naturaleza en distintos planos de vibración cada vez más densa, ora
como psiquis, ora como espíritu, ora como materia. Vale decir que las cosas del Cosmos
no son de naturaleza distinta entre sí, sino que esa Esencia Universal adopta en
ocasiones la característica de la energía, en otra circunstancia la de la materia, en una
tercera la del pensamiento.
Para que esto sea más entendible, imaginemos un río. Un río que nace en una cascada,
donde el agua fluye rápidamente y es cristalina, desplazándose luego por la llanura
formando meandros, donde aquella se torna lenta y turbia para morir en un pantano,
donde el agua está quieta y oscura. A primer golpe de vista, ustedes pueden dividir el
río en tres partes bien diferenciadas: aquí el agua es cristalina, más allá turbia,
finalmente negra. Pero, ?ustedes podrían decir dónde termina un tipo de agua y
comienza la otra?. No, porque en un punto cualquiera el agua es más rápida y
transparente que unos metros río abajo, pero todavía más lenta y turbia que otro tanto
río arriba... y así en progresión infinita. Es decir, la única diferencia es de grado, de
densidad, pero no de naturaleza, y en un análisis pormenorizado todos los "sectores" del
río son indistinguibles entre sí.

Lo mismo ocurre en el Cosmos. Todo es una sola cosa. Y, sugestivamente, la ciencia


moderna viene a demostrar que las antiguas afirmaciones esotéricas eran ciertas. De
Einstein para aquí, sabemos que materia y energía no son dos cosas distintas sino
esencialmente los mismos elementos comunes manifestados de distinta forma. Tengo un
pedazo de carbón y sé que es materia. Lo caliento y emite calor, es decir, energía. El
calor no surge de la nada, ya que se genera a partir de los elementos constituitivos del
carbón. Un poco de calor inicial (el fósforo) excita y libera los átomos que
coherentemente estructurados formaban la materia y, a partir de esa excitación inicial,
aquellos, cumpliendo la ley de entropía, se disipan en forma de calor. Materia y energía,
energía y materia son sólo dos caras de la misma moneda, son sólo una. Un trozo de
uranio con un peso atómico 238 chocando con otro de peso 235, genera fisión atómica.
Una explosión. Energía.

Trescientos años atrás, los científicos creían que el Universo estaba poblado por
distintos tipos de energías y de fuerzas. Que el calor nada tenía que ver con el
magnetismo, ni éste con la electricidad, ni aquellos con la gravedad. Pero en el siglo
XIX un físico inglés, Maxwell, descubrió que electricidad y magnetismo no son dos
cosas distintas sino dos aspectos particulares de un mismo principio que él llamó
electromagnetismo. Y esta reducción y unificación de fuerzas continuó al punto que con
el advenimiento de este siglo los físicos sostenían que sólo cuatro eran las fuerzas que
interactuaban en el Cosmos: el electromagnetismo, la gravedad, la interacción nuclear
débil y la interacción nuclear fuerte (estas dos últimas responsables de las relaciones
atómicas entre sí). Pero aparece nuevamente Einstein -cuándo no- y enuncia la teoría del
campo unificado, tan maltratada por los escritores de ciencia ficción y tan poco
comprendida por el público. Einstein teoriza que gravedad y electromagnetismo no son
dos fuerzas distintas, sino dos manifestaciones específicas y particulares de un principio
vinculado a la deformación geométrica del espacio, que a veces se presenta como
electromagnetismo y a veces como gravedad. Es decir, unifica (de allí el término) en
una sola teoría de campo ambas fuerzas, con lo que las universales quedan reducidas a
tres. Hasta que en 1985 un astrofísico inglés llamado Paul Davies afirma que aún estas
tres fuerzas son sólo aspectos de una única universal, que él denomina Superfuerza.

Finalmente, las investigaciones parapsicológicas contemporáneas han demostrado que


la mente es energía, en el sentido de fuerza. Actúa sobre la materia física (telekinesis),
altera, como veremos más adelante, la emulsión química de una película fotográfica en
condiciones ideales experimentales ("psicofotografía" o "escotofotografía"). Así que por
simple carácter transitivo concluímos que, si todas las energías son sólo una (incluso el
pensamiento), si todas las fuerzas son sólo una, y si materia y energía son la misma cosa
(recordemos que la materia es energía organizada y la energía, materia desorganizada)
... ?qué diferencia, qué distancia hay de la sutileza de la psiquis a la densidad de la
materia sino únicamente diferencias de grado, de condensación?.

Para que esto sea más entendible, imaginemos una gigantesca olla repleta de polenta
mal preparada. En algunos lugares, está grumosa; en otros, líquida. Más allá, tendrá una
consistencia media. A golpe de vista, puede decirse que allá la materia es grumosa
(sólida), aquí muy líquida y acullá intermedia, pero en definitiva todo es polenta. Así
ocurre en el Universo.

En otro sentido, esto expresaban los antiguos ocultistas cuando enseñaban que el
Cosmos se dividía en siete planos de distinta densidad, en donde las entidades -como el
ser humano- vibran en algunos de esos planos, y ciertas energías inteligentes (los
"haiöth-hakodesch") en otros, tan reales y tangibles para sí mismos como nosotros los
somos para nuestros congéneresw. Estos planos son, de mayor densidad a mayor
sutilidad, "material", "mental inferior", "mental superior", "astral", "etéreo", "búddhico"
y "átmico". Dios tiene consciencia átmica, y sus manifestaciones se desprenden "hacia
abajo", hacia la materialidad. El hombre existe en los planos material, mental inferior,
mental superior, astral y etéreo. El animal, en el material, mental inferior, astral y
etéreo. Los entes a los que ludiéramos, en el astral y mental superior, o astral y mental
inferior (las larvas astrales que estudiáramos en un viejo trabajo sobre "Autodefensa
Psíquica"), los hombres y mujeres elevados, además de los planos mencionados, en el
búddhico, etcétera.

Esta categorización de la Naturaleza es asimismo afín con el principio khabbalístico de


los sephirot. Un "sephira" ("sephirot" es plural), es una de las maneras que tiene Dios de
manifestarse en la naturaleza (una "emanación") y los diez niveles de manifestación
("Kether" o Espíritu, "Binah" o Sabiduría, "Chokmah" o Belleza, "Pechod" o
Inteligencia, "Chesed"o Bondad, "Tipheret" o Equilibrio, "Hod" o Justicia, "Nitzach" o
Valor, "Yesod" o Reflexión y "Malkuth" o Materia) señalan las diez virtudes que debe
alcanzar el hombre si quiere entrar en comunión (común unión) con Dios, mediante uno
de los treinta y dos "senderos" que comunican estos diez frutos del Arbol de la Vida, o
Arbol de la Sabiduría, como también lo llamaban los esoteristas hebreos. Dios aparece
como lo Supremo, Omnisciente, Omnipresente y Omnisapiente, llamado Ain Soph Aur
("La Corona Aurea") y sus emanaciones van descendiendo hasta irradiar Malkuth,
caracterización de lo material.

Por supuesto, un lector escéptico -si ha sobrevivido a la lectura de estas páginas hasta
aquí- puede argumentar que esta disquisición, si se quiere filosóficamente aceptable,
peca por un defecto: la indemostrabilidad de ciertos principios que aquí damos como
ciertos, por ejemplo, la existencia del llamado "mundo astral". En efecto, ?qué evidencia
podemos aducir nosotros, los ocultistas, de que lo "astral" existe?. ?Qué hablar de
"cuerpos astrales" o sucedáneos es más que un gratuito ejercicio de la imaginación?.
Puedo aportar seguramente referencias de índole vivencial, místicas o paranormales
pero, para un observador exterior al tema y objetivo, ?cómo le demostraremos
científicamente -una vez más- la existencia de lo astral?.

Es más fácil de lo que parece.


En 1988, astrofísicos norteamericanos descubrieron un fenómeno cósmico extrañísimo:
estudiando la rotación de los cuerpos de nuestra galaxia (ese conglomerado de estrellas,
espeso en el centro y raleado en la periferia, en uno de cuyos barrios suburbanos se
encuentra nuestro Sistema Solar y que sabemos rota a gran velocidad en conjunto
alrededor de su centro), observaron que los sistemas ubicados casi en el centro de
aquella demoran el mismo tiempo en completar una rotación que los ubicados cerca de
la periferia, es decir, los que están más alejados. ?Qué tiene esto de extraño?. Mucho.
Por ejemplo, si ustedes, en una palangana llena de agua, arrojan un puñado de papelitos
y luego con un dedo comienzan a hacer girar a gran velocidad el agua, van a observar
que los papelitos próximos al centro se desplazan más rápidamente que los más
alejados, pues al ser independientes unos de otros, sus velocidades varían por el mayor
o menor tiempo que emplean para recorrer su trayecto circular. Es el caso de los
planetas de nuestro sistema solar, donde la Tierra, por ejemplo, tarda un año en
completar una órbita alrededor del Sol, mientras que Plutón, el más alejado, demora 288
años de los nuestros. Para que la periferia de un círculo o disco -que eso es la Galaxia-
rote a la misma velocidad que su centro, se necesitaría que todo el conjunto fuese
sólido; es lo que pasa con un disco compacto en un centro musical, donde el borde gira
a la misma velocidad que el centro pues es una masa homogénea, compacta. El
fenómeno deducido por los astrofísicos requeriría que todos los cuerpos de la galaxia se
encontraran "pegados" entre sí por algún tipo de lazo material para que la velocidad de
rotación nos acelere a algunos y la inercia retrase a otros. Pero los instrumentos
científicos no detectan ningún tipo de materia, que necesariamente debe existir como
aglutinante. Entonces, los astrónomos han creado la expresión "materia oscura" para
definirla (pues es "oscura", es decir, invisible a nuestros más sensibles aparatos) y
referirse así a ese pegamento cósmico. Y yo pregunto: ?qué diferencia hay,
conceptualmente, entre esta "materia oscura", una clase de materia que no es materia,
que no se comporta como la misma, que forzosamente debe existir aunque no la
detectemos, y la "materia astral" (excepto el cambio de nombres), si lo "astral" es,
precisamente, una forma de la materia distinta a las cuatro que conocemos (sólido,
líquido, gaseoso y plasma), e indetectable físicamente pero que ejerce sus efectos
sensibles sobre el mundo material que vemos y sentimos?.

Ley de Correspondencia

Tres mil doscientos años antes de Cristo, según cuentan los antiguos relatos egipcios,
finalizó el reinado de dioses y semidioses sobre la Tierra. En el valle del Alto Nilo un
rey de pastores, Menes, ascendió en ese entonces al faraonato con el título de Menes I,
El Tinita (por ser oriundo de la ciudad de Thinis).

Menes desarrolló, en su prolongado reinado, una vasta tarea de conquista y


culturalización para sacar a su pueblo de la condición pastoril y agrícola que hasta
entonces la caracterizaba. Hizo contratar especialistas en las más variadas disciplinas
provenientes de los más alejados puntos del mundo conocido y, muy especialmente,
agregó a su corte a un sabio caldeo, arquitecto, médico, astrónomo y -lógicamente para
ese entonces- mago, conocido como Toth. Hasta avanzada su ancianidad, Toth se
dedicó a volcar sus conocimientos en diversos libros, algunos perdidos para siempre,
otros conservados fragmentariamente como el llamado "Libro de Toth", compendio de
Teurgia o Alta Magia Blanca del que sólo sobrevivieron a la primera de las siete
destrucciones de la Biblioteca de Alejandría sus láminas ilustrativas, exactamente
setenta y ocho, y que conformaron al paso del tiempo la baraja del Tarot o, en egipcio,
"tarah ha' Toth" (de donde por deformación proviene el vocablo "Tarot") y la "Tábula
Esmeragdina", o "Tabla de Esmeralda", una sucesión de aforismos que guardaban
memoria del conocimiento filosófico de los contemporáneos de este Toth que, al morir,
fue elevado a la categoría de dios -apoteosis común en esos tiempos- e, incluso,
adoptado tardíamente por los griegos con el nombre de Hermes Trimegisto ("el tres
veces grande"). Precisamente, lo de "filosofía hermética" proviene de su nombre
helenizado.

El primer aforismo de la "Tabla de Esmeralda" expresaba el Principio de


Correspondencia, que enseguida explicaremos, con estas palabras: "Es verdad, muy
cierto y verdadero, que lo que es arriba es como lo que es abajo, y lo que es abajo es
como lo que es arriba, para hacer el milagro de una sola gran cosa bajo el Sol". En otros
términos, la total identificación entre lo macrocósmicamente grande y lo
microcósmicamente pequeño.

La estructura de un átomo es, microcósmicamente, como el Sistema Solar


macrocósmico que lo contiene. La parte del todo refleja el Todo. Un ser humano es 70%
agua y 30 % materia sólida y vive, casualmente, en un planeta que es 70 % agua y 30 %
materia sólida. Además, su sangre tiene exactamente la misma proporción de sal que la
del agua del planeta. El iris de una persona permite conocer el funcionamiento de todo
su organismo porque, como siempre, la parte de un Todo refleja ese Todo. Una carta
natal astrológica resume en su microcosmos, el macrocosmos de la vida y la
personalidad del sujeto al que pertenece. Las líneas de mi mano reflejan mi personalidad
y mi vida también, pues mi mano, como parte de un Todo integrado por mí y por mi
devenir, refleja el Todo. Una persona carismática y de fuerte carácter concita a su
alrededor a las personas de temperamento más débil, que imitan sus poses, su manera de
ser y tratan de vivir en función de aquél, lo que llamaríamos una conducta heliocéntrica,
donde hasta "la luz del Sol" (y recordemos que en Astrología el Sol significa la
personalidad manifestada) es "reflejada" por quienes giren a su alrededor, actuando
microcósmicamente como un sistema planetario lo hace macrocósmicamente.

En Matemáticas es conocida una curiosidad llamada serie de Fibonacci, planteada por el


sabio homónimo, donde cada número resulta de la suma de los dos anteriores. Tal el
caso de la secuencia 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 56, 90... etc. Pues bien, una figura que se
repite en la naturaleza universal es la espiral de Fibonacci, donde cada una de las espiras
(vueltas) se distancia de la anterior de acuerdo a esa progresión numérica. Esto es tan
así, que lo encontramos desde en la espiral macrocósmica de una galaxia, hasta la
microcósmica de un caracol e, incluso, si toman ustedes un repollo colorado y lo cortan
transversalmente, comprobarán que no sólo su disposición es en espiral sino que respeta
la serie de Fibonacci.

?Un experimento práctico?. Supongamos que en casa alguien se lastima, se corta, pierde
sangre en cualquier accidente hogareño. Tenga preparada una bolsita con sulfato de
cobre (unas piedritas color verde azuladas que, entre otros usos, se emplean para
clorificar piscinas de natación) y rápidamente diluyan en un vaso lleno de agua el
mismo hasta el punto de saturación, es decir, cuando por más que sigan agregando
sulfato de cobre éste no se diwulve más, o, por lo menos, cuatro o cinco cucharadas
soperas colmadas. Entonces introduzcan en él un trocito de algodón sucio de la sangre
del herido, dejándolo allí. Atención: no se trata de mojar la herida con la solución del
sulfato, ya que (a) si bien observarían efectos cicatrizantes, aquí la acción sería
comúnmente química -es el principio de las sulfamidas- y no esotérico, que es lo que
tratamos de probar, y (b) el ardor subsiguiente en la herida haría que la víctima
recordara el árbol genealógico del frustrado enfermero hasta la octava generación.

Observaremos entonces un hecho fascinante: sin ningún tipo de acción química en


contacto con la herida, ésta cicatrizará varias veces más rápido de lo que haría cualquier
compuesto medicinal aplicado directamente sobre aquella, actuando a distancia. Tan es
así, que aunque se pongan centenares de kilómetros entre el herido y su "muestra
testigo" sumergida en la dilución, seguirá actuando, y aún lo hará aunque el sujeto del
experimento nada sepa del mismo o no crea en él, lo que invalida la hipótesis de la
sugestión. Personalmente, además de haberlo empleado numerosas veces, cuento con el
testimonio de un odontólogo especializado en cirugía maxilofacial y otro profesional de
la salud, urólogo y cirujano, que desde hace años y por mi recomendación vienen
empleándolo con éxito en sus intervenciones quirúrgicas. Es tanto como afirmar que la
acción (química o energética, lo mismo da) sobre la muestra de sangre se copia, se
duplica en el original del cual proviene porque, obviamente, la parte del todo (la
muestra de sangre) refleja al Todo del cual fue obtenida.

Ley de Causalidad

En el Universo nada ocurre por azar, por casualidad. Cuando el ser humano no ve lógica
o razón de ser en el devenir de una serie de circunstancias, sean éstos fenómenos físicos
o problemáticas sociales o personales, atribuyendo su aparición a algún aspecto
aleatorio, sólo está reconociendo con ello su ignorancia de principios más trascendentes
y, por ello, quizás incognoscibles. En efecto, si existe una inteligencia divina, de la cual
por emanaqción de la Ley de Mentalismo la humana es apenas una ínfima parte, aunque
procedamos racionalmente (o quizás precisamente por ello), ?es lícito esperar que ese
corpúsculo pueda entender los designios de lo Trascendente, por más que sea parte
necesaria de él?. Yo no sería un yo completo, por ejemplo, si me fuera amputado un
dedo pero, ?no resultaría ridículo esperar que mi dedo, por sí mismo (o las células que
lo forman) pueda comprender qué soy yo, para qué y por qué lo uso para un
determinado fin o las razones que me llevan a amputarlo?. O como dijera el poeta: "La
casualidad es el pseudónimo de Dios cuando quiere permanecer anónimo". Todo efecto,
entonces, tiene su causa aunque ésta, hoy por hoy, nos sea incomprensible. Esto explica
el estudio, en Parapsicología y Astrología, de lo que se denomina SPA, o Signos
Precursores de Acontecimientos, el modo de "leer" los avatares de la vida para entender
su postrer significado

Ley de Vibración

En el Universo todo esta vibrando, es decir, en permanente movimiento. Décadas atrás


aún se discutía esta proposición. Se decía que un florero, por ejemplo,
independientemente del movimiento relativo que le cabe por estar sobre un planeta que
rota sobre sí mismo y se traslada en el espacio estaría, en términos absolutos, inmóvil.
Hoy sabemos que sus átomos y moléculas, empero, están oscilando y no existiendo, en
consecuencia, tal inmovilismo.

Esa esencia universal de la que habláramos en la Ley del Mentalismo, entonces,


consiste en la sucesión de vibraciones de distinto grado, afines o inarmónicas entre sí, lo
que establecería correspondencias de afinidad ("amor") o rechazo ("odio" o
"negatividad") en las inteligencias portadoras. Más aún, un aspecto secundario de esta
ley, que podríamos denominar "de ciclicidad" dice que todo se mueve circularmente en
el Universo, y cíclicamente. Lo que hoy está en la cresta de la ola, mañana estará en la
depresión de la misma. Todo retorna al lugar de origen (y, precisamente por eso, nuestro
destino ineluctable es regresar al Todo). Los electrones orbitan, los planetas giran en
órbitas elípticas y las energías y fuerzas operatorias desencadenadas en los rituales
ocultistas vuelven al punto de partida (de allí la expresión "efecto boomerang" usada en
Esoterismo para definir la consecuencia moral de nuestras acciones).

A propósito, ha proliferado en los últimos años la creencia, en ciertos ambientes


herméticos, de que existirían ciertas técnicas de "efecto campana" para protegerse del
efecto "boomerang". Esto, que justificaría los deseos de quienes no quieren preocuparse
por las consecuencias de ciertas acciones propias, ocultistas o no pero en todo caso
ciertamente negativas o amorales, es a todas luces banal. Ya que siendo estas leyes
universales, lo que es lo mismo que decir inspiradas por Dios, ?acaso algún mortal
puede ser tan pedante de suponer que cualquier técnica por él empleada puede operar
por encima de los designios divinos?.

La Ley de Vibración en general y el Principio de Ciclicidad en particular justifican la


presunción de lo que se conoce como "karma", en sus dos aceptaciones: el "universal"
(que se sucede de encarnación en encarnación) y el "mundano" (que acusa, dentro del
término de nuestra propia vida, las consecuencias ulteriores de nuestras acciones
anteriores).

Ley de Serialidad

Todos los eventos universales tienden a agruparse de acuerdo a su idéntica naturaleza.


La gente, por ejemplo, espontáneamente tiende a aglutinarse según idiosincrasias
comunes y... ?acaso ustedes no advirtieron que cuando algo en sus vidas cotidianas les
sale bien, parece tener una "seguidilla" de aciertos y, por el contrario, después de un
contratiempo parecen aglutinarse, a veces por varios días, novedades igualmente
contrariantes?. Dicho de otra manera, los eventos favorables se agrupan en conjuntos
favorables, y viceversa.

Es en este contexto que se entiende con más precisión el sentido de disciplinas como el
Tarot o la Astrología: tienden a orientar al ser humano hacia los conjuntos favorables o
bien alejarlo de los desfavorables.

Ley de Polaridad

Todo existe en pares complementarios. Al frío se opone el calor, al arriba el abajo, a la


luz la oscuridad, al bien, el mal. Pero ambos se necesitan mutuamente; si no existiera la
sombra, la luz nos sería irreconocible como tal. Si no existiera el Mal, no habría nada
meritorio en hacer el Bien. Si alguna vez no fuéramos infelices, ?cómo sabríamos
cuándo somos felices?. Es lo que expresa el símbolo del "pakua" chino, quizás más, y
erróneamente, conocido con el nombre de "yin y yang", ese círculo divido por una
sinusoide, blanco de un lado y negro del otro y con sendos pequeños círculos de iguales
colores pero invertidos en cada mitad. Fíjense ustedes, asimismo, el profundo
conocimiento psicológico encerrado en esta figura, que aquí ilustramos para mayor
comprensión de lo que vamos a explicar.
Según observara el gran psicólogo suizo Carl Gustav Jung, todo ser humano masculino,
para realizarse y ser completo como tal, debe tener algunas leves características de las
que habitualmente se atribuyen a la feminidad en su personalidad: ternura, compasión,
etc., que conforman lo que Jung denominó el "ánima" del varón. Y lo contrario
caracteriza a la mujer realizada, que a través de s

Todo existe en pares, dijimos. Y cada evento, sea material, psíquico, espiritual, tiene su
contrapartida. Es el caso de las partículas elementales, según apunta la física cuántica,
que una vez estuvieron en contacto y a partir de lo cual mantienen una extraña "ligazón"
por sobre el tiempo y el espacio. Jung llamó a esto "sincronicidad" y el físico Wolfang
Pauli las llamó "coincidencias significativas". Un acto telepático sería entonces una
sincronicidad eventual simbólica entre dos o más psiquis. Un evento telekinético, por su
parte, es un ente psicoide entre la imagen mental de un movimiento y el fenómeno
mecánico que se efectiviza en un marco material. Los antiguos filósofos medioevales
decían que no cae una aguja en el mundo de los hombres sin que tiemble una estrella, y
los sacerdotes aztecas hablaban de que cada hombre tiene su "náhual", una contraparte
animal o vegetal, de manera tal que lo que le pase a uno le sucederá al otro. Muere un
animal en el bosque y un hombre rueda víctima de un síncope. Se descompone una
mujer, y un árbol cae vencido a los pies del leñador. El universo en que vivimos (otra
vez: uni-verso) es una armonía de espíritus, una sinfonía etérea donde cada nota por sí
sola parece carecer de valor, pero todas se necesitan -ensambladas entre sí mediante
alguna Inteligencia- para que resuene la música.

Los propios sucesos que acompañaron la muerte de Jung son quizás la manifestación
poéticamente más contundente de la propia Naturaleza para demostrar a los hombres la
realidad inapelable de esta ley.

En los años postreros de su vida, el genial psicólogo se había retirado a su mansión


solariega de Klüsnacht, donde de joven había plantado un roble a cuya atención
dedicara tiempo preferencial. Bajo ese árbol se retiraba a meditar, fumando su pipa, o a
repasar originales de sus últimas obras. Era, a todas luces, el "roble de Carl". Ahora
bien, en el preciso momento en que este gran hombre fallece de un ataque cardíaco, el
15 de junio de 1961 a las tres de la tarde, un rayo se desprende del tormentoso cielo
suizo e impacta en el roble de Jung, matándolo. El rayo podría haber caído a cien
kilómetros de distancia o en cualquier otro árbol, media hora antes o dos días después.
Pero tuvo que ser en ese árbol en ese momento como para señalar con este acto teatral
que, después de todo, Jung tenía razón y su enunciación de la Ley de Sincronicidad era
un hecho.

Axiomas Secundarios

Principio del Amor: El amor es la atracción de dos o más seres para unificarse, ley de
armonía y por lo tanto de creación y conservación de la vida, es tanto como decir
reconocimiento de la Unidad en todo. En los astros se manifiesta en forma de fuerza
centrípeta, ya que todos los planetas se subordinan en unidad de su sistema planetario.
En los minerales y cuerpos químicos se presenta como afinidad: en los animales como
instintos, atracción sexual; en los vegetales como tropismos; en el hombre y la mujer
como cariño y simpatía y en grados más elevados como verdadero amor espiritual, ya
en forma de idealismo o de sacrificio.
Principio de Finalidad: La evolución tiene un sentido finalista, es decir, la consecución
de un objetivo de índole trascendental y metafísica.

Principio de Jerarquía: Todo ser o cosa está subordinado a todo aquello que es superior
en grado evolutivo y tiene poder sobre todo aquello que le es inferior en la escala de la
evolución. En el plano meramente humano de la biología social se falta frecuentemente
a esta ley (y así nos va) dándose el caso de que en las sociedades humanas no rige en la
escala evolutiva el verdaderamente superior (el más virtuoso, el más sabio) sino el que
tiene más soluciones materiales, más astucia, más influencia o más fuerza. Esto
desarmoniza la colectividad y degrada a los hombres verdaderamente dignos. Los
hombres son iguales en esencia, poco iguales en potencia y totalmente desiguales en
presencia.

Es cierto que de esta ley puede inferirse que el Ocultismo es un sistema de pensamiento
elitista, casi aristocrático, y se estaría en lo correcto (después de todo, "aristocracia" no
es el gobierno de los nobles sino, etimológicamente, "el gobierno de los mejores"). Pero
lo que no comprenden quizás muchos que se vuelcan a estos temas, es que la
superioridad del Ocultismo no significa más derechos sobre los demás (te menosprecio
porque tengo el secreto, me debés obediencia, yo sé que es lo que te conviene, etc.)
sino, en realidad, más obligaciones para con los demás. leyes podemos ser dignos de
compasión por nuestras desgracias, mas a partir de nuestra "iniciación", seremos los
únicos responsables de los problemas que enfrentamos si no somos capaces de
solucionarlos y, aún, trabajar para solucionar la ignorancia -no el problema en sí- de los
demás. "Al que tiene hambre, no le des pescado, sino...".

Principio de Armonía: La existencia de todos los seres exige una adecuada relación
entre las partes y el todo, que se manifiesta por el máximo de libertad y rendimiento en
la función de cada parte, juntamente con el máximo de ayuda mutua a favor del todo.
Por lo que podríamos enunciar que la armonía, enfocada desde el punto de vista
esotérico, es la capacidad de cada una de las partes de un conjunto de expresar su propia
naturaleza de manera proporcional al grado de correspondencia con las otras partes
antes del límite crítico del conjunto.

Principio de Adaptación: Todos los seres adaptan sus vidas al medio que los rodea para
defenderse y para aprovecharlo en su beneficio. La Ley de Adaptación es recíproca: el
medio ambiente es modificado por los seres vivos a quienes corresponde la iniciativa
del cambio. El ser modifica al medio por su actividad voluntaria, aunque sin dejar de
adaptarse a él para no perecer. Los perezosos y escépticos deberían meditar sobre este
principio, ya que siempre están a la espera de circunstancias propicias para actuar, sin
pensar en que las circunstancias deben crearlas ellos mismos.

Principio de Selección: En la lucha que para adaptarse al medio mantienen los seres,
prevalecen los más sanos, más fuertes, más inteligentes o más buenos.

(*) Al Filo de la Realidad es una revista sobre Ovnis, Parapsicología y Ciencias


Ocultas, gratuita por email.

También podría gustarte