9 Galilea
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9 Galilea
‹‹Acláranos algo. Tú hablaste de que el Templo va a ser destruído. Eso significa que el final de
todo se acerca ya. ¿Cuándo va a ser esa destrucción?. ¿Y qué señales van a preceden el fin del
mundo?››.
Pensaban que, acabándose el Templo se acabaría Israel y con él, se acabaría todo el sistema
edificado en torno a él. No habían entendido aún que lo que buscaba Jesús era reunificar y
congregar al Israel renovado en torno al Padre, al margen del Sistema, y que al llegar su Reino se
transformarían las relaciones entre los hombres haciendo una historia humana de amor, de libertad,
de justicia, y que ellos jugarían un papel fundamental en esa reconstrucción de la humanidad nueva.
Pero eso no se iba a dar sin la persecución, el sufrimiento, la muerte. Y para ayudarles a
comprender lo que iba a suceder en la historia, comenzó:
‹‹No se confundan, y pongan cada cosa en su lugar. Una cosa es lo que va a pasar con Israel
y con ustedes en relación con los jefes judíos, y otra muy distinta es el final de la historia. Ante
esto ustedes tendrán que ver la manera como actuar en el presente.
Respecto de Israel y ustedes, abran bien los ojos para que nadie los engañe. Van a venir
muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy el Mesías esperado’; y muchos van a ser
engañados.
Y va a haber mucha muerte y rumores de guerras; ustedes no se asusten ni pierdan la fe. Eso
es algo que tiene que pasar, pero aún no es el fin. Van a pelearse una nación contra otra, un reino
contra otro; habrá terremotos en muchos sitios, habrá hambres, y eso apenas será el comienzo de los
dolores del parto de la nueva humanidad.
En esas situaciones vean por ustedes mismos; porque van a sufrir muchas persecuciones. Los
entregarán a los tribunales, los van a azotar en las sinagogas, van a ser citados a juicio ante jefes y
reyes y la manera como los traten será tomado al final como testimonio contra ellos; porque ese es
el precio del anuncio de la Buena Nueva a todos los pueblos.
Cuando se los lleven y los entreguen en sus manos no se preocupen ni piensen mucho qué van
a decir en defensa del Reino; en ese momento el Espíritu Santo les inspirará lo que tengan que
decir; en realidad será El mismo, no ustedes, quien hable por su boca.
Será muy doloroso que, en ese momento, un hermano entregue a su hermano a la muerte, un
padre a su hijo; y se rebelarán los hijos contra los padres y los matarán; y todos ustedes serán
odiados por todos por causa mía; pero el que resista hasta el fin, ese será salvado.
Pero después de todo llegará la destrucción de Jerusalén. Cuando vean que ‘el profanador’
entra al lugar santo, a destruirlo y devastarlo -tú que estás leyendo, entiende a qué me refiero-,
quienes aún estén en Judea huyan a la montaña, (a Galilea); quien esté en la azotea de su casa, que
huya también y ni siquiera entre a tomar nada para llevarse, y quienes estén en el campo, que no
regresen ni a recoger su manto. ¡Ay de las mujeres que estén embarazadas entonces, o de las que
tienen hijitos recién nacidos o que estén amamantando!. Rueguen a Dios para que esa destrucción
no suceda en tiempo de invierno, porque eso haría mucho más difícil una tribulación que será la
peor que haya venido sobre Judea desde el comienzo de la creación del mundo, ni habrá otra igual.
El Señor se encargará de acortar aquellos días, porque si no, no se salvaría nadie; pero por amor a
sus elegidos él ha determinado que no sea demasiado largo aquello.
Entonces, fíjense: cuando alguien les diga: ‘Mira, aquí está el Mesías’, ‘mira allá está’, no
les crean. Porque, como les advierto, se levantarán falsos mesías y falsos profetas y harán milagros
y prodigios para engañar incluso a los elegidos de Dios, si fuera posible. Fíjense, pues y tengan los
ojos abiertos; les estoy advirtiendo todo esto antes de que suceda››.
El fin del Templo no coincidía con el fin de la historia. No es más que el comienzo. Pero
también existía la otra realidad futura: la historia humana, la individual y la colectiva, se
encaminaba a un final, cuya cercanía o lejanía ningún humano podía determinar, pero a la que
había que prepararse. Jesús usó imágenes muy conocidas para los judíos: las de la apocalíptica.
Era una manera de hablar que, mediante símbolos, comunicaba una serie de verdades importantes
sobre la victoria de Dios sobre el mal. La palabra apocalipsis significa revelación. Los discípulos
querían fechas; Jesús no dirá nada sobre cómo sería el final, que es una pregunta estéril; les revelará
cómo había que vivir la historia a fin de prepararse para ese final. Y les dijo:
‹‹En aquel día, después de aquel gran sufrimiento, el sol se oscurecerá y la luna no dará su
resplandor y las estrellas irán cayendo del cielo, y los poderes celestiales serán sacudidos en sus
cimientos››. (Con esos símbolos les hablaba de algo desconocido también para él; por eso yo
siempre insistí en que no se tomaran estas frases al pie de la letra, sino tratando de leer detrás de los
símbolos, porque si no, se perdería el mensaje principal, que creo que viene en lo que siguió
diciendo Jesús):
‹‹Entonces verán al Hijo del hombre venir entre las nubes, con todo el poder y la gloria de
quien ha triunfado sobre el mal. Y entonces enviará a los ángeles a que congreguen y recojan a
quienes ha elegido del norte y del sur, del oriente y occidente, es decir, de todas las naciones,
lenguas y razas, desde el último extremo de la tierra hasta el final del cielo››.
Al decir esto Jesús ponía el acento en tres cosas muy importantes: primero, que lo definitivo
en la historia no es el triunfo del mal, sino el del bien, no el del pecado sino el de Dios, por negro
que se vea el panorama; segundo, que cuando El venga no lo hará como Juez castigador, sino que
viene para salvar; y tercero, que la salvación no es sólo para unos cuantos, como pensaban los
fariseos, ni sólo para los judíos -y tendríamos que decir que tampoco para sólo los cristianos-, sino
que juntará gente de todas las razas, lenguas y naciones, a todos los hombres de buena voluntad.
Y siguió Jesús con una comparación: ‹‹Ustedes se dan cuenta de que el verano está llegando
cuando ven que las ramas de las higueras se ponen tiernas y empiezan a brotar de ellas las hojas.
Aprendan de ese ejemplo: cuando vean suceder esto que les digo, sepan que el Reino de Dios está
cerca, ya casi tocando a su puerta. de veras les aseguro que es a ustedes a quienes les tocará, no a
otra generación. Podrían deshacerse los cielos, o desaparecer la tierra pero lo que les digo no
quedará sin cumplirse››.
Pero Jesús no era un adivino y, para corregir las falsas expectativas que tenían los discípulos,
les dijo: ‹‹Pero ustedes me preguntaron por cuándo será todo esto y cuáles las señales de que la
historia humana está por acabarse. Yo no les he respondido porque no lo sé; no lo saben tampoco
los ángeles del cielo, sino sólo el Padre. es lo mismo que la muerte: sólo sabemos que sucederá,
pero no sabemos ni el cuándo ni el cómo. Por eso esa pregunta no deben volver a hacerla jamás.
Lo que sí les puedo decir es cómo deben actuar ante esta certeza: Vivan en actitud siempre
vigilante, precisamente porque no saben cuándo será el momento. Hagan de cuenta que un hombre,
dueño de una casa, se fuera lejos y le dejara a cada uno de sus trabajadores una tarea, y al portero le
encarga que vigile. Ustedes deben estar al día, porque no saben cuándo vendrá el señor: si vendrá
por la tarde, o a media noche, o al canto del gallo o a la madrugada. ¿Qué pasaría si, regresando de
repente, los encontrara dormidos?. Así que ustedes vigilen; y eso es lo que les digo a todos:
¡Vigilen!››.
De esa manera Jesús les dejó a sus discípulos -y a todos nosotros, que lo hemos seguido para
proseguir su causa- tres lecciones: ante la conflictividad político-religiosa de la historia hay que
vivir en actitud de discernimiento de las señales que en ella encontramos para actuar; frente al
desconocimiento del momento y la certeza de su venida para llevar la historia a plenitud, vivir en
expectativa esperanzada; y frente a las tareas del presente, actitud de vigilancia permanente.
Faltaban dos días para la celebración fundamental de nuestro pueblo: la Pascua, en la que se
compartían los panes sin levadura (sin la levadura de los judíos, contra la que Jesús había advertido
a sus discípulos). Los sumos sacerdotes y los escribas no dormían, buscando cómo matar a Jesús,
pero sin encontrar la manera de hacerlo. Sólo mediante una trampa podrían hacerlo, pero ninguna
de las que le habían tendido había dado resultado.
Y ahora la fiesta se interponía en sus planes: si intentaran apresarlo entonces, el pueblo podía
tener una reacción violenta. Era un contratiempo para sus planes tener que aplazar su prendimiento
pero no tenían otro remedio.
Mientras, Jesús seguía moviéndose con libertad pero con astucia, con la conciencia cada vez
más clara de que se acercaba el momento de la opción definitiva. Betania, lugar de amigos, era su
refugio cada vez más necesario. Y un tal Simón, que había curado él de lepra, lo invitó a comer.
Estaban recostados a la mesa, a la usanza judía, cuando se acercó una mujer con un frasco carísimo
de perfume de nardo; un frasco de alabastro sellado; y quebró el frasco y lo derramó sobre su
cabeza , en un gesto de unción con el que tal vez ella quería significar que era el Mesías (el Ungido,
que eso significa la palabra en hebreo).
Era un gesto de exceso, de algo sobreabundante, algo que no se mide. No se usan así ese tipo
de perfumes, sino que se emplean en cantidades pequeñas. Nunca habían faltado los que espiaban a
Jesús, para criticar lo que hacía o dejaba de hacer. Ahora, en tiempo de contradicción, hubo
muchos, incluso algunos de sus discípulos, que empezaron a criticar a la mujer indignados por
aquello que consideraban despilfarro. No habían comprendido su sentido simbólico. Y empezaron
a racionalizar: ‹‹¿A qué viene ese despilfarro de perfume?. Bien se ven las intenciones de esa
mujer... Además, si Jesús dice preocuparse por los pobres, tendría que haberlo impedido; bien
podía haberse vendido por más de trescientos denarios, -casi un año de salario-, para repartir ese
dinero entre los pobres ahora, en tiempo de Pascua››.
Jesús salió a su defensa. ‹‹¡Déjenla en paz!. ¿Por qué la critican y molestan?. Ha hecho algo
bueno conmigo, cuyo sentido ustedes ni siquiera entienden. Dense cuenta de que a mí no me
tendrán siempre con ustedes, porque me van a matar. Ante eso ella ha hecho lo que ha podido:
anticiparse a embalsamar mi cuerpo para la sepultura...››.
Jesús estaba dándole un vuelco al sentido de aquella unción: no era unción de triunfo sino
anticipación de su destino. Interpretándola así la transformaba en una acción profético-simbólica,
en su intento de quitar ambigüedades a aquel momento y de disipar las ambiciones de los
discípulos.
Y siguió: ‹‹Y no pongan de pretexto a los pobres; siempre los tendrán con ustedes, y pueden
ayudarles con sus propios bienes cuando quieran. No piensen en lo que otros han de hacer para
socorrerlos; háganlo por ustedes mismos, como es su obligación. En cuanto a ella, les aseguro que
dondequiera que se proclame la Buena Nueva que he venido a anunciar se hablará de ella y de lo
que ha hecho conmigo, y no se perderá el recuerdo de su acción››.
Judas ya no podía tolerar aquello. Desde hacía tiempo su corazón se había ido apartando de
Jesús, de sus ideales; ni él ni su grupo le ofrecían garantías para sus ambiciones. Nunca nos quedó
claro qué era lo que de verdad pretendía Judas: si actuaba movido por ambiciones económicas, o
más bien por ambición de poder, o si era el único realista del grupo que veía inminente la muerte de
Jesús y buscaba protegerse, o incluso si pretendía presionar a Jesús para que, ante una amenaza
contra su vida, actuara en poder y se definiera como el Mesías que el pueblo esperaba. El caso es
que se salió de la fiesta, pretextando cualquier motivo, y se fue a buscar a los sumos sacerdotes, a
casa de Anás, a hacer tratos con ellos para entregárselo.
Ellos nunca se hubieran esperado aquello. Habían renunciado por lo pronto, muy a su pesar,
a dar muerte a Jesús durante la Pascua, por miedo a la gente. Y ahora aquél Judas, ¡uno de los
Doce!, les ofrecía entregárselo... Para asegurar aquel pacto le prometieron dar una buena suma de
dinero. El Sistema recompensa a los que lo sirven. Y él prometió buscar el momento oportuno
para entregarlo.
Llegó la víspera de la Pascua, el primer día que se hacían los panes sin levadura, el día que se
llevaban a sacrificar los corderos. Había que hacer los preparativos, y le preguntaron: ‹‹¿Dónde
quieres que vayamos a preparar la cena de Pascua para que celebremos?››. Jesús había hablado ya
con una persona, y mandó a dos de sus discípulos para que fueran de Betania a Jerusalén a arreglar
todo, diciéndoles: ‹‹Entran a la ciudad por la puerta del Valle; en cuanto entren, nada más
subiendo, va a salir a encontrarlos un hombre con un cántaro de agua al hombro. Lo siguen, y en la
casa en que entre busquen al dueño y le preguntan dónde está la sala en la que el Maestro va a
comer la Pascua con sus discípulos. El los va a llevar al piso de arriba, a una sala grande, ya
arreglada; allí preparen lo necesario para nosotros››.
Regresar a Jerusalén era regresar al peligro; llegaban rumores del complot del Centro contra
Jesús, y de las medidas que estaban tomando desde aquel episodio del Templo, y no quería
arriesgarse tontamente. El mismo había arreglado las cosas, y les dio una contraseña en clave: sólo
los enviados y él sabrían dónde sería. Y ellos llegaron y todo sucedió como les había dicho; en esa
casa prepararon lo necesario para la Pascua, dentro de la tensión enorme que implicaba esa cierta
clandestinidad.
Ya atardecía. Desde mediodía se había iniciado el sacrificio de los corderos y ahora toda la
ciudad se iba aquietando. Comenzaba la Fiesta judía por excelencia: el recuerdo de la salida de
Egipto era el fundamento de la conciencia judía de ser pueblo de Dios, pueblo liberado. Millares
de peregrinos de todo el mundo llegaban a Jerusalén. Después de la purificación ritual venía el
sacrificio del cordero, que sólo podía ser sacrificado en el Templo y comido dentro de las murallas.
Jesús llegó junto con los Doce a la casa que le habían prestado y subió a la sala preparada, en
la que comerían juntos, como signo de amistad y de fe común en la liberación de Israel. En otros
cuartos había otras familias de peregrinos preparándose también para iniciar la celebración. Se
formaban grupos de diez al menos, dado que no podía quedar nada del cordero sacrificado para otro
día. La cena se debía alargar hasta la medianoche. Antes nadie podía salir de Jerusalén.
Ya se oían los cánticos y alabanzas a Dios: ‹‹Alabado seas tú, Yahvé, nuestro Dios, Rey del
mundo, que creaste el fruto de la vid... Alabado seas tú, Yahvé, nuestro Dios, rey del mundo, que
diste a tu pueblo Israel días festivos para el júbilo y para el recuerdo. Alabado seas tú, Yahvé, que
santificas a Israel y a los tiempos...››
¿Cómo podía ser eso?. ¿Un traidor entre ellos?. Jesús no lo iba a denunciar; pero iba
encontrando sentidos a todo aquello a la luz de las Escrituras. Aquella amarga queja del salmo 41:
‹‹Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba y que compartía mi pan, es el primero en traicionarme››.
Y les dijo: ‹‹Sí, uno que moja el pan conmigo en el plato, uno de ustedes, los Doce. Y esto me
duele, que tenga que ser uno de mis amigos el que me traicione. Yo me voy; así tenía que ser; pero
¿traicionado?. ¡Pobre de aquel que me entrega!. ¡Más le valiera no haber nacido!››.
Para acabar con todos esos malentendidos iba Jesús a realizar una doble acción profética de
tipo simbólico. Jesús quería que lo vieran como uno que se parte y se comparte para dar vida,
como aquel por cuya sangre derramada violentamente se hace la Alianza y se rehace el pueblo. En
ese símbolo se hará presente en toda su densidad lo que él ha sido.
‹‹Alabado seas tú, Señor, nuestro Dios, rey del mundo, que haces salir el pan de la tierra...››,
decía la oración ritual. Jesús, en cambio, tomó un pan de la mesa, bendijo a su Padre y comenzó a
partirlo y a repartirlo mientras les decía: ‹‹Tomen esto, mi cuerpo››. Y se lo fue pasando para que
comieran.
La sorpresa de la predicción de la traición se cortaba con la sorpresa de esta revelación. Era
como si les dijera: ‹‹Esto que pasa con el pan es lo que pasa conmigo: seré partido y repartido para
dar vida››. Como si para aclarar el sentido de su vida les dijera: ‹‹Como este pan, jamás he
buscado nada para mí; sólo he buscado dar vida. No soy el Rey que esperan, no soy blasfemo, no
estoy loco, no soy el mesías guerrero; soy esto: pan que se parte y se reparte. Este pan soy yo››.
Y antes de cantar el gran Hallel, pidió una copa llena de vino y, consciente del giro trágico
que iba a tomar su vida, les dijo: ‹‹Esto es mi sangre; la sangre en la que se sella para siempre la
Alianza de Dios con su pueblo; la sangre que se derrama por todos los hombres. Tómenla ustedes,
que yo ya no volveré a beber vino hasta el día aquel en que beba el vino nuevo en el reino de
Dios››. Expresaba Jesús su firme esperanza en la llegada del Padre y en su intervención en la
historia. Y al mismo tiempo les descubría el sentido de su vida: era sangre que se derramaba para
que aquella multitud dispersa y desorganizada, aquellas ovejas sin pastor, fueran pueblo, en primer
lugar, y pueblo de Dios. Y, al invitarlos a participar en su sangre, los invitaba a asociarse a su
misma causa y a asumir su mismo destino.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?. Alzaré mi copa por el triunfo
invocando al Señor; cumpliré al Señor mis votos, en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta
al Señor la muerte de sus fieles. Señor: yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava; rompiste
mi yugo, y yo te ofreceré un sacrificio de gracias, invocando tu nombre... ¡aleluya!.
Alaben al Señor todas las naciones, aclámenlo todos los pueblos: firme es su lealtad con
nosotros, su fidelidad dura por siempre, ¡aleluya!.
Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor... En el asedio clamé al
Señor, y me respondió dándome espacio. El Señor está conmigo; no temo, ¿qué podrá hacerme el
hombre?. El Señor está conmigo y me auxilia, veré la derrota de mis adversarios. Mejor es fiarse
del Señor que fiarse de los hombres... No he de morir; viviré para contar las hazañas del Señor...
Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación. La piedra que desecharon los
constructores es ahora la piedra angular: es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor: ¡a festejarlo y celebrarlo!››.
Una vez que terminaron de cantar los himnos, pasada la media noche, atravesaron la ciudad y
salieron por la Puerta Dorada, la que da al oriente, hacia el monte de los Olivos. Entre la bajada del
torrente Cedrón y la subida no era más de media hora. Para ese momento ya la luna llena
iluminaba en plenitud toda la montaña.
Pedro no estaba acostumbrado a que les hablara así. Ni ninguno de los demás. Lo decía con
tal convicción que parecía irrefutable. Pero ¿cómo podía decirlo?. ¿No los conocía?. ¿No sabía
que estaban dispuestos -al menos él- a seguirlo hasta la muerte?. ‹‹Maestro, perdóname, pero no
puedes pensar de mí eso. Más todavía: aunque todos estos se escandalizaran, yo jamás lo haría. Y
bien me conoces››.
-‹‹Por eso lo digo, Pedro: porque te conozco. Yo te aseguro que hoy, esta misma noche,
antes de que empiece a amanecer y el gallo haya cantado dos veces, tú ya me habrás negado tres
veces››.
‹‹¡Por favor, Jesús! -dijo Pedro con insistencia- ni se te ocurra volver a decir esto. ¡Aunque
tenga que morir contigo, jamás te negaría!››. Y lo mismo le juraban los demás.
Jesús no respondió nada ni añadió nada más. Iban llegando ya a un huerto de olivos, que
llamaban Getsemaní, (que quiere decir Lagar de aceite). Y les dice a sus discípulos: ‹‹Siéntense
aquí y espérenme, que voy a hacer oración››.
Les parecía extraño que, después de la celebración de la Pascua, toda ella celebrada en
ambiente comunitario de oración, Jesús todavía se retirara a solas. No sólo respetaban esa seriedad
suya en la oración sino que la envidiaban. Pero no lo imitaban.
Se iba yendo un poco más adentro del huerto, cuando se vuelve y llama a Pedro, Santiago y
Juan, y se los lleva con él. Tal vez ese fue el momento que Judas aprovechó para desaparecerse,
aprovechando la oscuridad y la situación de confusión de algunos, que aún no comprendían la
gravedad de la situación.
Apenas se habían alejado un poco, Jesús les compartió sus sentimientos: ‹‹No se imaginan la
angustia y el pavor que me da lo que puede pasar. Me da miedo que todo nuestro trabajo por el
Reino se venga abajo. Por eso mi corazón está sumergido en la tristeza, tanto que siento morir. Yo
voy a hablar con el Padre; ustedes quédense aquí y velen en oración››.
No es la angustia ante la muerte, sino ante tal muerte. Con aquella confidencia les estaba
pidiendo a gritos que estuvieran con él, que no lo dejaran solo. Comenzaba el momento de la
última tentación. su pregunta primera no es todavía ‹‹¿por qué?››, sino ‹‹¿qué toca?››. Pero es una
pregunta teñida del presentimiento de que este es ya el momento de la opción final, después de la
cual no hay ya retorno: en otras ocasiones ha sido momento de huída; ¿ahora toca huir todavía o
incluso resistir con la fuerza del pueblo?. ¿O es ya el momento de someterse ante la decisión de
violencia de los hombres?.
Lo que en ese momento él querría era que las mediaciones del Reino fueran otras, no el
silencio ante la injusticia, no el ceder siempre, no la muerte; y menos la muerte violenta, a manos
de los que pregonan otro dios. ‹‹Nadie va a creer si Tú, Padre, no intervienes en poder. Si yo
muero, ¿quién creerá en tu causa?. ¿Quién creerá que derribas del trono a los poderosos y exaltas a
los empobrecidos?. ¿Quién creerá que los pobres son bienaventurados, y que los últimos serán
primeros?. Yo no importo; eres tú quien importa. Por eso te pido que este cáliz amargo no llegue a
tu Reino››.
Y Jesús asume en ese momento que no puede ni huir siempre, ni huir para siempre; sería
desautorizar todo lo que ha creído y predicado acerca de Dios y del Reino; sería decir que no vale
tanto como para jugarse la vida por él. Ve que resistir con la fuerza confirmaría el círculo diabólico
de la violencia del más fuerte. Y comprende que la voluntad de Papá-Dios no es que lo maten, sino
que no responda con violencia ni con huída. Por eso debe morir: por la decisión homicida de los
piadosos de su tiempo.
Y decide fiarse de su Padre; acepta no saber ni el cuándo ni el cómo del Reino. El ‹‹Tú lo
puedes todo›› implica para Jesús en ese momento una confesión implícita: ‹‹Yo no puedo ya
nada››; es la experiencia humana de los límites. Y por eso concluye: ‹‹Que las cosas sean a tu
modo, no como yo quiero››.
Ha llegado al final; ya no hay retorno. Y en esa soledad humana profunda que experimenta,
busca el apoyo en sus amigos. Y viene... y los encuentra dormidos. ‹‹Simón, -le dice-, ¿estás
dormido? ¿ni una hora has podido velar?. Vigilen y hagan oración pidiendo no ceder ni tropezar
en este momento de tentación; ustedes creen que basta con haber tomado una decisión; tal vez en lo
interior de su espíritu crean estar muy dispuestos, pero la debilidad humana es mucha››.
Volvió a irse a la soledad, a orar repitiendo por segunda vez al Padre su deseo de no morir, a
compartirle su tristeza, su miedo, su soledad, y también su decisión de llegar hasta el final, a pesar
de todo. Y se encontró nuevamente con el silencio de un Dios que se le iba presentando como
mayor que lo que él mismo pensaba; que rebasaba sus propias expectativas. Los caminos de Reino
eran otros que los suyos. Y era él quien tenía que cambiar, no el Padre.
Regresó otra vez, a buscar el apoyo de la comunidad humana. El silencio del Padre ante su
oración le hacía necesitar la compañía de sus amigos. La advertencia que había hecho a sus
discípulos había caído en el vacío, en unos corazones que, por el miedo que sentían, por su falta de
fe, eran presa fácil de la tentación más fácil de evasión, la del sueño y la inconsciencia. Y
nuevamente los encontró dormidos, porque sus ojos y su corazón estaban cargados del peso de algo
que no lograban ni comprender ni podían manejar: aquella pesadez que sentían les impedía
contestarle. ¿Qué había sido de aquellas protestas, de aquellos juramentos de ir incluso a la muerte
con él?. ¿Qué podía esperar de aquel grupo?.
Toda la obra parecía desmoronársele entre las manos. Se fue nuevamente a la oración por
tercera vez. La voz de la tentación le decía que aún era tiempo; todavía era necesria su vida para la
causa del Reino; todavía podía huir. Pero si él moría, todo se acabaría, porque sus discípulos no
estaban aún preparados, y tal vez nunca lo estuvieran...
Estaban ante un callejón sin salida. Porque llegaría finalmente un momento que sería el
último, en donde tendría que enfrentar nuevamente el dilema: o huir, ya para siempre, y con eso
negar todo lo que había predicado, o enfrentarse con la violencia a la violencia, o dejarse en manos
de los pobres de este mundo y de la violencia de los hombres, para desenmascarar las fuerzas de
muerte que había tras la apariencia de respetabilidad del Centro judío, de su culto, de su Templo, de
su Dios.