Lectura A Isla Blanca
Lectura A Isla Blanca
Lectura A Isla Blanca
- No te preocupes, hombre – dijo calmándose-. - Dime – insistí-, ¿Por qué ninguno de tus compañeros de trabajo
quiso acompañarte?
Yo sé remar bien. Vas a ver.
- Porque es domingo. Y ellos jamás quieren pasar los domingos por
En su voz delgada había un temblor de emoción ahora y un júbilo de la tarde en el mar. En estos momentos deben estar dirigiéndose a tomar y comer a
esperanza en sus ojos pardos. alguna picantería de Villa María.
Se puso de pie.
- Iremos hasta El Ferrol – dijo -. Allí me esperarás tú con el bote, y yo -Hemos descansado bastante – dijo -. Es hora de partir.
cruzaré a nado La Bocana. Me levanté y caminé despacio, a la zaga, pensativo y temeroso siempre.
- ¿A nado? ¿Y por qué harás eso si podemos ir directamente a la isla - ¿Nunca has ido a esperarla a la salida de su colegio?
Blanca en el bote? - ¿A quién? ¿A Hercilia Lazarte?
- Es que… - carraspeó – el viejo guardián no deja acercarse a nadie a - Sí.
la isla Blanca. Ninguna embarcación, ni chica ni grande, puede hacerlo si no está - He ido varias veces. Pero no he podido abordarla porque siempre
debidamente autorizada por la capitanía. El viejo tiene escopeta. Dispara, me han está acompañada de sus amigas; y yo me azareo, hermano. Hasta ahora jamás he
dicho, sin miedo. Por eso desde El Ferrol iré a nado hasta la isla Blanca. Así no se dará podido encontrarla sola.
cuenta. Ya en la isla, ocultándome entre las peñas, buscaré a Hercilia Lazarte. Será - Pero ¿te conoce?
fácil dar con ella. - Pienso que sí. Varias veces me ha sorprendido observándola en la
calle; pero no podría asegurar si mi figura se le ha grabado o no.
Yo estaba desconcertado. Su optimismo no lograba contagiarme.
- Entonces, si no te conoce muy bien, a lo mejor al verte en la isla
- ¿Pero estás seguro de que la encontrarás allí? llamará a su padre.
- No creo. Ya verás cómo la convenzo. Ahora ayúdame a rodar el
-Completamente seguro. Ningún domingo deja pasar Hercilia Lazarte sin bote.
visitar a su padre. Y es que el único día que puede llevarle sus víveres. Dicen que el Con un poco de fuerza, el bote lamió la resaca y aligeró su peso.
día entero lo pasa allí, estudiando, bañándose o, simplemente paseando. Hasta que - Vamos, sube.
a eso de las seis de la tarde un remolcador de la capitanía la traslada de vuelta al
muelle. Tan luego salté al bote, empezó a remar dueño de un extraño furor. No
enfiló por el lado de los cerros, como dijera en un principio, sino de frente hacia la
El viento que venía del mar se traía el olor salobre de las aguas. No era
isla El Ferrol. Sólo entonces me di cuenta que, después de todo, esto era más
un viento fuerte como el que arreciaba otros días a esa misma hora. Era un viento
conveniente, ya que, si arreciaba el viento, aquí sólo había el peligro de voltearse;
moderado que generaba en el agua ondulaciones bajas y tranquilas.
pero allá el de estrellarse contra las peñas.
-Finalmente – dije -, si fuera por mí, yo no iría ni a El Ferrol, Maguiñita.
El Dorado se iba quedando lejos sin que pudiéramos saber lo que
Tengo cierto temor. Yo he navegado en pangas desde los muelles hasta donde las acontecía en su cima. Ahora yo lo veía hermoso, bañado de luz blanca por el fuerte
lanchas yacen fondeadas y, aunque es corta distancia, he sentido un miedo atroz sol. Maguiñita parecía ausente del mundo. Sus ojos miraban, pero no veían. Remaba
cuando vientos fuertes intentaban voltearlas. y remaba furiosamente sin pronunciar palabra. Su mente debía estar ocupada en la
esbelta y grácil muchacha de sus sueños, a quien yo me la imaginaba de cabellos fábricas se veían reducidas a objetos en miniatura.
cortos, semblante pálido y mirada bondadosa. Una hora más tarde, el viento cobró fuerza y encrespó la masa líquida. Las
olas se levantaban altas para derrumbarse luego, tal si cayeran a abismos
-Maguiñita -le dije de pronto, sacudiéndolo- ¿es cierto que Hercilia
insondables. El botecito se convirtió en fácil juguete de las aguas. Avanzar significaba
Lazarte suele convertirse en sirena?
ahora un desgaste extremado de energías. Olas violentas se deshacían en la proa, y
– cierto- dijo con la mirada perdida en el horizonte, sin dejar de remar-. Y salpicaban bañándonos el rostro y mojándonos la ropa. Había que soltar por
algo más que eso quizá. Yo la he visto en las madrugadas de pesca, en las noches de momentos el remo para limpiarse los labios de la ácida salinidad de las gotas
neblina densa, desplazarse sobre las olas, bañada de una luz fosforescente. Es que ella disueltas. Un inusitado ascenso y una caída súbita como a un fondo sin plan nos cortó
acostumbra guiar a puerto a los navegantes perdidos en el mar. La luz que se
la respiración.
desprende de su cuerpo es posible verla a varias millas de distancia. Y aún más- agregó
- ¡Volvamos, Maguiñita! ¡Hay mucho viento!
volviéndose esta vez a mirarme, dejando de remar por un momento.
- ¡Aguanta! ¡Ya falta poco!
-, ¿tú no has oído decir a los pescadores que muchas veces cuando
De nuevo a cogerse para no caer. Y ahora sí a continuar abriéndole ese
empiezan a desesperar, luego de varias horas de infructuosa pesca, una sirena
surco lechoso al mar. Empezaba a gustarme cada triunfo sobre cada nueva ola. Era
bondadosa, radiante de luz, aparece súbitamente guiando los cardúmenes de
como sacarle la lengua a la muerte en su misma cara. Empero, a ratos, me sentía
anchoveta hacia los hambrientos boliches de las lanchas?
desfallecer. Parecía inminente el vuelco de nuestra frágil embarcación. Era allí
-Sí – dije-. He oído a mi padre contar esa historia en repetidas ocasiones.
cuando mis brazos se hinchaban de fortaleza y mi pecho de furor.
También he visto esa sirena representada en un mural del restaurante Lea en la
Maguiñita, a mi diestra, debería experimentar otro tanto. No había
avenida Pardo. ¿Pero tú crees en verdad que esa sirena sea Hercilia Lazarte?
tiempo para mirarlo.
No me respondió. En ese instante, trataba de enderezar el bote ladeado
De pronto, el volumen de algo así como de un cilindro de agua me
por el impacto de una ola.
impactó en el pecho con pesada fuerza derribándome de mi asiento y lanzándome
-Hercilia Lazarte no sólo será mi chica- continuó después como hablando
aparatosamente dentro del bote.
consigo mismo-. Será mi compañera en la lucha por la liberación de nuestros pueblos.
– ¡Ánimo, hermano! – gritó Maguiñita sin soltar el remo -. ¡Fíjate, ya
Ella me ayudará a desenmascarar a ese dios falso, gringo, que habita El Dorado. Con
llegamos a El Ferrol! De un saltó volví a mi puesto. Maguiñita no mentía; allí estaba,
ella impediré que se lleve en su red de oro los peces de nuestro mar.
en efecto, imponente, reverberando al sol, la ansiada isla. La batalla con las olas
¿Un dios falso, gringo, en El Dorado? No lo entendí. -Maguiñita – le dije-,
nos había hecho olvidarla.
¿Tutaykire es un dios falso? ¿Tú mismo no me dijiste que estaba allí para castigar a
Una vez que nos pegamos a El Ferrol, las olas ya no eran impetuosas. El
los pescadores?
viento, allí cerca, se movía con menos libertad.
-No. No es Tutaykire el que habita El Dorado como pensé en un comienzo-
respondió-, mis sueños me han revelado otra cosa: que se trata de un impostor. Ese
- ¡Sigue remando! – dijo Maguiñita, y se lanzó al agua llevando el
extremo libre del cabo anudado a proa. -¡Cuidado! ¡El bote se irá contra la peña! – grité
fantasma de El Dorado no es otro que el dios de los mormones, que pretende arrasar
con todas mis fuerzas; pero sólo yo pude escucharme, porque mi amigo acababa de
con nuestra fauna marina.
sumergirse. Tomando ambos remos, traté de gobernar el bote e impedí que las aguas
¿Mormones? ¿Te refieres a esos gringos que con terno, corbata y maletín
lo llevaran hacia las peñas. Un pelícano pasó volando a pocos centímetros de mi
recorren las barriadas de Chimbote buscando adeptos para su iglesia? – Exacto. Es
cabeza. Maguiñita, que lo había asustado, reía triunfalmente, ya en la isla, mientras
gringo como ellos y no broncíneo como el verdadero Tutaykire. Pero yo y Hercilia se lo
tiraba del cabo alejando el bote de la zona de peligro.
impediremos, tal como el dios de los Andes me lo ha ordenado en mis sueños. Ahora
ayúdame a remar que ya no falta mucho. - ¡BUENA SUERTE! -fue lo que le grité a Maguiñita en el momento que
Me alcanzó uno de los remos, con el que al principio sólo paleteé hasta ir se lanzaba al agua decidido a salvar a nado la distancia que separaba la isla El Ferrol
de la Blanca. Instantáneamente, un extraño presentimiento me hizo dudar de mis
adquiriendo destreza poco a poco, para luego alcanzar el mismo ritmo de mi amigo.
palabras. Temí ya no volver a verlo.
La ciudad quedaba lejos. Los muelles y las lanchas fondeadas junto a las
“Me esperarás aquí, no demoraré”, fue lo que evocó mi pensamiento
recordando lo que dijo hacía solo unos instantes cuando descansábamos sobre el de haber recorrido toda La Bocana. En todo caso, dijeron que el mar lo vararía a los
suelo blanquecino de la isla. “Trata de no demorarte amigo”, le dije a mi vez, “Me ocho días. Que habría que esperar.
aburriré esperándote”. “Date una vuelta por El Ferrol. Verás que es isla grande”, Ya no pude hablarles de Hercilia Lazarte de la hermosa muchacha de Santa
respondió. Ahora lo veía alejarse, lleno de energías, como si la enorme jornada María Reina, que solía convertirse en sirena para guiar los cardúmenes de anchoveta
desplegada no le hubiese afectado en lo mínimo. hacia las ansiosas bolicheras. Ni pude decirles tampoco que el próximo domingo, en la
Semejando una piscina, el océano lucía ahora tranquilo. Con parte posterior de la isla Blanca, sobre los arrecifes que resisten la furia de las aguas,
extraordinaria habilidad, Maguiñita braceaba entusiasmado. Lo seguí con la mirada ella encontraría a mi amigo esperándola, convertido tal vez en un joven y luminoso
por espacio de algunos minutos. En determinado momento dejó de nadar, y, delfín o en un hermoso hipocampo de oro, ansioso de lanzarse mar afuera, para
volviéndose a verme, agitó una mano repetidas veces, despidiéndose. Yo le respondí, juntos guiar a puerto a los navegantes perdidos en el océano; mientras yo, echado
rebosando de entusiasmo, poniéndome de pie. Nuevamente sus brazos fueron remos. sobre las dunas del desierto, bañado de luz de luna, seguiría con creciente entusiasmo
Y yo me tendí al duro suelo de la isla a descansar. Una pesada laxitud se apoderó de la ruta luminosa de sus cuerpos, saboreando alguna lágrima inolvidable, pero con el
mi cuerpo entonces, tuve sueño e intenté dormir. corazón reventando de alegría, porque al fin y al cabo, mi amigo se habría unido para
A lo lejos, las voces alborotadas de los patillos se fueron disipando siempre a la dulce muchacha de sus sueños.
lentamente. Y el rumor del mar fue un susurro en medio del silencio grande en el que
me fui abismando.
Dormía (no sé que tiempo), cuando un grito lejano, desgarrador, me
sacudió de pies a cabeza. De un salto me incorporé, y corrí al extremo de la isla. A
mitad de La Bocona, luchando desesperadamente con las aguas, que de pronto se
agitaron tumultuosas, horrorizado vi que Maguiñita se hundía y emergía dando
manotazos de loca desesperación. No miré más.
Como un autómata solté las amarras del bote, y me subí en él. Remé y
remé como nunca, con todas mis fuerzas.
- ¡Ya voy, Maguiñita! Mis gritos debieron ser tan fuertes que cientos
de pájaros de la isla volaron sobre mi cabeza ensombreciendo el sol. Por un instante
dejé de accionar a fin de distinguir la ruta a enfilar en línea recta. Pero esa fracción
de tiempo en la que alcé la cabeza para orientarme, fue suficiente para admitirlo de
un porrazo: ¡Maguiñita acababa de desaparecer tragado por las aguas! No
RECUERDO lo que aconteció después. Lo cierto es que al alba del día siguiente, en la
playa frente al barrio de Miramar, a pocos metros del bote, me hallaron tendido
sobre la arena, boca arriba, mirando el infinito. Me preguntaron qué había pasado, a
dónde había ido, con quién o con quiénes. Yo sólo pude decirles que en la cima de El
Dorado, envuelto en las nubes de ese cerro pedregoso, un fantasma gringo, impostor
de Tutaykire, traicioneramente, ahogó a Maguiñita, mi amigo, en circunstancias en
que yo dormía. Advertí, además, que los pescadores se cuidaran, pues el fantasma de
El Dorado intentaba llevarse en su gigantesca red de oro todos los peces del litoral.
-Este muchacho está loco – dijeron-. Algún golpe en el cerebro debe
haberlo trastornado. Llamaron a la policía. Me interrogaron. Y, a poco, una
embarcación de la capitanía partió en busca de Maguiñita. No lo encontraron, a pesar