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Libreto de La Impresión de Las Llagas.

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Escena 1

Narrador: Después de la hermosa Navidad en Greccio, Francisco predicaba de cuando en


cuando a los aldeanos de aquella comarca.

Pero llegado el día de la Pascua, Francisco decidió dar una lección a sus frailes.

Y aconteciendo que se acercaba la llegada del Ministro General, y habiendo hecho


preparativos con manteles vasos y otros utensilios de calidad con los que adornaron la mesa.
Alguien exclamó con voz trémula a la puerta:

Francisco: ¡Piedad! ¡Piedad!, Piedad pido por favor. Por amor a Dios, una limosna pido para un
pobre peregrino”

Fray León: ¡Hermanos! Abran la puerta y veamos qué sucede. ¿Quién o qué es lo que provoca
tal escándalo?

Hermano Fray: Es solo un mendigo, que pide limosna.

Francisco: (Francisco estira un recipiente)” Como en su mesa sobra comida bien aderezada
para pobres que mendigan y están obligados más que cualquier religioso a imitar la humildad
de su Salvador, déjenme que me siente en un rincón como un fraile menor”

Hermano Fray: Lo siento, ahora esperamos al Ministro Gen…

Fray León: Ehhh… Déjenlo pasar.

Hermano Fray: ¡Hermano León, está muy seguro de lo que hace! ¡Tenemos la visita de nuestro
Ministro General!

Fray León: Somos seguidores de Jesús verdad! No podemos cerrar las puertas a nadie que lo
necesite y nos lo diga. Que pase y sírvanle algo de comida y bebida.

Francisco: Gracias, solo necesito algo de comida, bebida y un lugar caliente, en donde me
pueda refugiar de este frío.

Fray León: ¡Adelante! Nuestros hermanos te servirán.

Hermano Fray: Por aquí, venga por aquí.

Narrador: Y diciendo ello, acomodaron al mendigo cerca de la fogata, mientras anunciaron la


llegada del ministro.

Hermano Fray: ¡Hermano León!, ¡Hermano León! Acaba de llegar el Ministro, y aun no aparece
Francisco.

Fray León: ¿Pero acaso no debería estar ya por aquí?

Hermano Fray: Francisco salió muy temprano, y solo dejó encargado que volvería antes que
llegase el ministro. Pero no lo hemos visto.

Fray León: Pues hagan pasar al Ministro, y manda a alguien a buscar a Francisco.

El ministro hace su entrada y los frailes piden que tome asiento. Luego le consultan si desea
empezar a servirse algo… Que han preparado muchos alimentos hechos por sí mismos y
desean que apetezca a su persona.
Narrador: En ello el Ministro reclamó la presencia de Francisco.

Ministro: ¿Cómo? ¡Todo muy bien preparado, pero sin Francisco! ¿Acaso no debía él, ser quien
me reciba? Pues, por favor mándenlo a llamar.

Fray León: ¡Siento mucho decir esto Ministro, pero no sabemos dónde se encuentra Francisco!

Ministro: ¿Cómo? Acaso no se hacen llamar ustedes hermanos de comunidad, y no saben


¿dónde se encuentra Francisco?

Francisco: Tal vez Ministro, se encuentre junto a los más pobres, brindando amor y atención
como los haría el mismo Jesús.

Ministro: ¿Quién eres tú? ¿Y por qué osas interrumpir en nuestra conversación?

Fray León: Disculpe Ministro, solo era un necesitado que imploró caridad y se lo dimos, como
cualquiera de nuestros hermanos.

Ministro: ¡Bueno!, pero pudieron atenderlo en otro sitio.

Francisco: Ministro, la caridad se brinda en todos los sitios y en cualquier momento, pues es el
mismo Jesús que lo pide, es Él mismo Jesús quien estira la mano suplicando a su corazón duro,
y permitiendo darnos una oportunidad más de ablandar el corazón. Pero no se preocupe,
También Francisco tiene tiempo para brindarle un poco de caridad que tanto la necesita.

Ministro: ¿cómo te atreves a hablarme de ese modo?

Narrador: Entonces Francisco se quitó los harapos con los que se cubría y dejó a todos en la
sala asombrados.

Fray León: Pero ¡Hermano Francisco!

Todos los demás frailes: -Francisco – ¡hermano!

Ministro: Así que eras tú Francisco. Jajajjaa, quién sino el tú.

Francisco: Hermano León hiciste bien en escuchar tu corazón, pese a la venida del Ministro.

Fray León: Es como nos enseñaste Francisco.

Francisco: Recuerda hermano León, no es como yo lo enseñe, ¡es como Jesucristo lo haría!

Francisco: En torno a ustedes hermanos, deben aprender a ablandar aún sus corazones,
puesto que Cristo está en cada hermano necesitado, tienen que aprender a reconocerlo y
escucharlo.

Todos los demás frailes: -Francisco – ¡hermano! Lo sentimos, pensamos que solo el
Ministro era lo más importante en este momento.

Francisco: Y en cuanto a usted Ministro, no apartemos nuestra mirada de Jesús, recordemos


siempre nuestra verdadera intención, la cual es ser el mayor servidor entre todos nosotr…

Ministro: Francisco, Francisco, sé lo que debo y cómo debo de ser. Cada uno de nosotros, a
estas alturas, sabe cuál es el papel que deba desempeñar.

Francisco: Pues si cerramos nuestro corazón, ¿cómo escucharemos realmente a Jesús? A todos
nos falta aprender a reconocer a Jesucristo y entenderlo. ¡Sobre todo, yo!
Ministro: ¡Realmente dices ello Francisco, realmente te haces ver como la persona que más
necesita entender a Jesús! En verdad el santo de Asís ¿me dice ello? Quien más, sino tú para
comprender los designios de Dios.

Francisco: Hace tiempo, cuando el señor me habló me dijo: Francisco, repara mi iglesia ¿No ves
que se hunde?

-Y yo, en mi simple humanidad, pensé en solo reconstruir el recinto aquel en donde escuché a
nuestro señor. Y al acabarlo, mi corazón se sintió vacío.

Luego, pensé que se refería a todos mis hermanos, y batallé por formar una comunidad de
frailes, que siguiesen a Jesús como Él lo hizo, despojándose de todo los mundano y ofreciendo
en sacrificio su trabajo. ¡Pero al finalizarlo, aun mi corazón sigue vacío! Y el tiempo que me
queda no es mucho.

Fray León: Hermano Francisco, tu vacío es compartido como todos nosotros, pero no supongas
prematuramente que el tiempo que te resta es poco. Te necesitamos aun aquí.

Francisco: Soy humano al igual que todos ustedes, y el tiempo siempre es una desventaja
necesaria. Pero, en fin, lamento haberlo hecho esperar Ministro. Es mejor que me siente a la
mesa, si usted gusta aun compartir conmigo.

Ministro: Después de este drama, es mejor que empecemos ahora Francisco.

Narrador: Así Francisco, complació al Ministro, pero en su interior aún existía aquel vacío que
mencionaba. El de comprender el mensaje de reparar la iglesia del señor. Por ello Francisco
acostumbraba a tener momentos en soledad donde rogaba al señor poder comprender sus
palabras.
Escena 2

Fray León: Hermano Francisco, creo que todo salió como lo esperábamos, aunque seré sincero,
me quedo preocupado por tu comentario antes de la cena. Nuevamente tu salud ¿está
deteriorada? O a qué te referías cuando mencionaste “el tiempo que me queda, no es mucho”

Francisco: Al igual que tú, fray León, tengo mis limitaciones como cualquier humano y nuestro
tiempo en esta tierra no es eterno. Recuerda que pertenecemos a otra eternidad.

Pero ello no es tan importante, lo importante es hacer la voluntad de Dios y comprender lo


que el Señor quiere de ti. A ello me dedico, a comprender qué desea de mí. Pero como
tenemos nuestros corazones tan duros, no podemos comprender ello. Por eso hermano León,
es necesario orar y rogar por tal gracia al señor.

Fray León: Entiendo hermano Francisco, pero también es necesario descansar un poco, el
cuerpo lo necesita.

Francisco: Tu corazón nuca descansaría si supieras que el Señor te pide algo en concreto.

Ahora es necesario que iniciemos un viaje al Monte Alverna, para escuchar en silencio al Señor.

Fray León: Entonces visitaremos al Conde Orlando, que generosamente cedió este monte a tu
nombre.

Francisco: No mencioné que iríamos de visita, mencioné que iríamos a buscar el silencio para
aprender a escuchar a nuestro señor.

Es necesario que reúnas a Ángel Y Rufino, a Silvestre y Maseo, quizá también a Bonizzo y tú
León, partiremos pronto que el tiempo no es escaso para llegar pronto.

Fray León: Ahora mismo querido Francisco, ahora mismo los reuniré.

Narrador: Y partieron directamente hacia el monte Alverna, al parecer el corazón de Francisco


estuvo impaciente en llegar al monte, Francisco sabía de su último encuentro con el Señor
sería en tal monte.

Hermanos Frailes: ¡Hermano Francisco! ¡Hermano Francisco! Tenga piedad de nosotros, que,
aunque parezcamos más jóvenes, el cuerpo no está del todo preparado para proseguir a su
ritmo.

Francisco: Es preciso llegar pronto. Apurémonos hermanos.

Fray León: Francisco, recuerda que el monte Alverna siempre estará allí, recuerda que el
tiempo pasa y no somos tan jóvenes.

Narrador: Entonces el Conde Orlando al enterarse de la proximidad de Francisco y sus frailes,


salió a su encuentro para ofrecerles morada.

Conde Orlando: Querido Francisco, qué grato que mis ojos puedan verte nuevamente. Espero
que puedas aceptar mi morada, además de la comida que he preparado para compartir juntos.

Hermanos Frailes: Francisco, estamos exhaustos, y hemos caminado sin parar un solo día.
¡Acepta que podamos quedarnos junto al Conde!

Fray León: Hermano Francisco, creo que todos necesitamos un poco de descanso.
Conde Orlando: Creo que todos tus hermanos frailes ya aceptaron mi invitación. ¿Qué piensas
tú, Francisco?

Francisco: Pienso que necesitamos solo del silencio de la naturaleza para empezar nuestros
ejercicios espirituales. Agradezco mucho tu ofrecimiento, pero es preciso que estemos solos en
la montaña.

Conde Orlando: Entiendo Francisco, pero de todas formas enviaré a mis emisarios para que los
provean de comida. En esta montaña salvaje, la necesitarán. Y en cuanto a la visita de mis
emisarios, indicaré que sean prudentes para que continúen con sus ejercicios espirituales.

Francisco: Agradezco mucho su generosidad Conde, y disculparme por mi prisa, pero es


necesario que suba lo más pronto a la montaña.

Hermanos, continuemos en nuestro recorrido.

Narrador: Y llegando a la cima, una planicie con un sol agobiante, muchos de sus hermanos
frailes se notaban cansados por el trayecto y por el rechazo de Francisco ante la propuesta del
Conde.

Hermanos Frailes: ¡Pero hermano Francisco, porqué rechazaste la oferta del conde!

Francisco: ¡Tomen asiento hermanos! Debo recordarles que no debemos abusar de la


generosidad del Conde, además que debemos permanecer fieles a la dama pobreza.
Recuerden a la santa providencia de nuestro señor.

En cuanto a mí, veo venir mi muerte, y nada quiero hacer sino a estar a solas para llorar ante
Dios mis pecados. Si alguien viniese, por favor recíbanlos ustedes, que yo a nadie deseo ver
sino a Fray León. Ahora inclinen sus cabezas para la bendición.

Narrador: Y Francisco se retiró junto a fray León, a un lugar rocoso apartado, donde la calma y
el silencio ofrecían el lugar perfecto para el encuentro ante el señor, y dijo a Fray León:

Francisco: ¡Hermano León! Por favor ven cuando te llame

Narrador: Luego apartándose a cierta distancia, dijo Francisco:

Francisco: ¡Hermano León! ¿Hijo mío, me oyes? Debo de buscar un lugar apartado, donde no
puedas oírme.

Fray León: No te esscuuuchooo Hermano Francisco, estás muy lejos.

Francisco: Bien, ahora acércate un poco. Es preciso que vuelvas junto al resto, porque con la
gracia de Dios, pienso vivir aquí en silencio absoluto, sin que nadie me distraiga. Solo tú
vendrás dos veces al día. Uno, para traerme un poco de pan y agua, y dos para verme a
medianoche, para recitar conmigo los maitines. Pero antes de acercarte a mí, te anunciarás
diciendo: “Domine labia mea aperies” y si yo te respondiese: “Et os meum annuntiabit laudem
tuam”, podrás acercarte a mí. Si no te contestase de tal forma, te vuelves inmediatamente
junto a los demás.
Escena 3

Narrador: Y logrando encontrar aquel lugar apartado, se arrodilló y empezó a orar y ayunar por
varios días. Llegando así el día seráfico, donde por testimonio de Fray León y que, a pesar de
las advertencias de Francisco, este estuvo espiando más de lo debido, pudiendo advertir al
principio los tormentos que recibía Francisco por parte del demonio.

Demonio: ¡Francisco! ¡Francisco! ¡Porqué sufres tanto! ¿Acaso el señor no te solo te pidió que
reconstruyeses su iglesia? ¡Ya lo hiciste! Ahora eres libre de ser un humano. Vuelve con tu
padre, ellos aún se preguntan por ti. ¡Un buen hijo siempre se preocupa y obedece a sus
padres!

Francisco: El señor me dijo que “reconstruyese su iglesia” pero no se refería al lugar, eso lo
supe inmediatamente al acabar aquel templo. ¡Luego pensé que se refería a reconstruir el
corazón de todos los hermanos dispersos, pero al lograr la comunidad de frailes por decreto
del Papa, mi corazón aún seguía angustiado, incompleto! Ahora busco tranquilidad y paz en mi
interior para solicitar la gracia del entendimiento, y entiendo completamente que atándome a
este mundo nunca llegaré a ablandar mi corazón necio, por ello sé que mis padres ya no
necesitan de mí, mi camino es otro, que, aunque aún no lo sepa, no está junto a ellos. Por eso
determino que no eres el adecuado para liberar mi corazón de este mundo. ¡Aléjate!

Demonio: ¡Tú Francisco, fallaste! Él no te aceptará, te utilizó como a muchos y hoy te deja solo
y abandonado. ¿Crees que eres digno de pedirle una señal? ¡Acaso no cometiste faltas graves!
¿Acaso no te entregaste a este mundo con sus placeres? Desperdiciaste tu juventud y riqueza
que tu padre añoraba la obtuvieras ´por completo! Hoy solo reniegas de lo que
verdaderamente te perteneces! Levántate y vuelve a tus orígenes!

Francisco: No necesito volver a mi podredumbre de ser. No soy el mejor, pero busco a Dios
para cumplir su voluntad, pues en él solo, mi alma estará en paz.

Demonio: ¡No te dejaré, te recordaré cada acción de tu juventud! ¡No irás con él, no eres
perfecto! ¡Recuérdalo!

Narrador: En medio de ello, y desobedeciendo las órdenes de Francisco, Fray León se acercaba
a observar por la curiosidad inmensa que sentía ante el sufrimiento de Francisco y entonces…

Fray León: Pobre Francisco, tantas penurias las que ha de pasar. ¡Quisiera saber cómo podría
ayudarlo!

Pero, ¡qué es ese brillo!

Francisco: Señor, dos gracias te ruego que me concedas antes de morir.

La primera, que sienta yo en mi cuerpo y en mi alma, en cuanto sea posible, los dolores de tu
acerbísima pasión.

La segunda, que sienta yo en mi corazón aquel amor que te llevó a inmolarte por nosotros.

Narrador: Entonces de súbito apareció un serafín con sus seis alas resplandecientes. Dos de sus
alas, se alzaban sobre la cabeza, otras dos se extendían como para volar y las otras dos le
cubrían el cuerpo. Parose en el banco de piedra, miró a Francisco y luego desapareció.

Fray León: Francisco! Francisco! Francisco! Qué te ha sucedido?


Francisco: Porqué te acercas?

Fray León: Francisco! Acaso no lo viste?, estuvo frente a …

Francisco! Tus manos? Tu, tus pies? Francisco! Qué te ha pasado?

Francisco: Tranquilo Fray León, no hay de qué alarmarse, es lo que pedí al Señor! Ahora, es
mejor que no digas a nadie lo que viste aquí. Mejor es ser prudente.

Narrador: En cuanto a Francisco, sufrió terribles dolores a partir de ese entonces, dolores que
eran llevados con mucho amor y alegría por parte de Francisco hasta el día de su muerte,
además tales dolores fueron atendidos por Fray León, el cual, a partir de ese momento
limpiaba y cambiaba las vendas a diario, a excepción del viernes, día en el que Francisco no
dejaba que curasen las heridas por ser el día en que crucificaron a nuestro señor.

Francisco: Hermanos, nuestra verdadera vida no se enfoca solo en este mundo, no fuimos
creados solo para una vida terrenal. Por ello, nuestro meta es llegar hasta nuestro padre, y a
pesar que a nadie guste el sufrimiento, deberemos pasar tribulaciones para llegar a él como lo
hizo el mismo Jesucristo y también Francisco. No seamos cobardes a cargar con nuestra cruz.
Paz y Bien.

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