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El Ultimo Dia de Miguel

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EL ULTIMO DIA DE MIGUEL (*)

Manuel Cabieses Donoso


6 págs, 3190 palabras

- La cacería del MIR


- La casa de Santa Fé
- El aliento de la bestia
- Morir en octubre

Su eterno chaquetón marinero y su risa estruendosa, que contagiaba alegría, es


lo primero que recuerdo de Miguel Enríquez. El optimismo asomaba a sus ojos, a
sus gestos, comunicando esa incansable vitalidad que le animaba. Miguel reía
con todo el cuerpo, se agitaba y el torrente reventaba con una explosión de
alegría. Después descubrí que también era la forma de reír de su padre, don
Edgardo. Miguel era un dinamo, veloz de pensamiento y palabra. Sus frases se
precipitaban en ráfagas. Temible en la polémica, a veces era también -para mi
gusto- demasiado duro en la discusión con los compañeros. Abrumaba con
argumentos, citaba la historia revolucionaria mundial, especialmente la
revolución bolchevique; conocía bien a Lenin (el Pelao, como le llamaba con
familiaridad), a Trotsky y Rosa Luxemburgo, se paseaba por la revolución china,
conocía en detalle la revolución cubana y sabía mucho de historia de Chile. Por
supuesto era carrerino, admiraba a Manuel Rodríguez y se refería con mala
voluntad al "guatón O'Higgins". Dedicaba especial atención al estudio y le gustaba
discutir con gente de pensamiento diferente al suyo.

Matarlo no fue fácil para la DINA. Los sicarios de la dictadura tuvieron que
extremar sus torturas con los detenidos que habían contactado a Miguel o a sus
enlaces desde que el líder del MIR pasó a la clandestinidad. La crueldad del
capitán Miguel Krassnoff Marchenko, jefe de la Agrupación Caupolicán de la
Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA, y de su principal verdugo,
Osvaldo Romo, sin embargo, no tenía límites. El Informe Rettig señala: "La
primera prioridad de la acción represiva de la DINA durante el año 1974 fue la
desarticulación del MIR. Esta continuó siendo una prioridad durante 1975.
Durante estos dos años se produce el mayor número de víctimas fatales
atribuibles a este organismo". Creada por decreto en junio de 1974, la DINA venía
operando desde noviembre de 1973, en dependencia directa de Pinochet.
Quinientos oficiales de las FF.AA. y Carabineros dieron origen a esa estructura
secreta que más tarde contaría a miles de funcionarios, asesores e informantes a
sueldo.

Matar al secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, un


médico de 30 años que había burlado numerosas trampas y emboscadas, se
convirtió en una obsesión para la DINA. Destinó para ello a la Agrupación
Caupolicán, mientras la Agrupación Purén se dedicaba a perseguir al resto de la
Izquierda. La DINA consiguió datos para localizar el sector de Santiago donde
Miguel vivía clandestino. Era en la calle Santa Fe 725, entre Chiloé y San

El último día de Miguel Enríquez. Manuel Cabieses (Información en Archivo Chile, Web del CEME). 1
Francisco, en la comuna de San Miguel. Una casa con apariencias de nada con
dos portones metálicos que todavía conservan más de treinta impactos de balas.
El 5 de octubre de 1974 se libró allí un combate desigual, como el de La Moneda y
otros durante 17 años en que hombres y mujeres de la Izquierda chilena dieron
lecciones de honor y valentía en combate.

Miguel era uno de los dirigentes chilenos más prometedores. Tenía rasgos
indudables de genialidad política. En él "despuntaba un jefe de revolución", como
dijo Armando Hart a nombre del Partido Comunista de Cuba en el solemne
homenaje que se tributó en La Habana al revolucionario chileno. Los dirigentes
cubanos no derrochan ese calificativo porque conocen su significado. Por eso el
nombre de Miguel Enríquez lo llevan muchos comités de defensa de la revolución
(CDR) y un hospital clínico quirúrgico.

La cacería del MIR


La precaria clandestinidad de Miguel, soportó poco más de un año. Había lanzado
la desafiante consigna "el MIR no se asila", y quiso dar el ejemplo permaneciendo
en Chile para organizar un movimiento de resistencia que concebía amplio y
unitario. Explicó: "Nos quedamos en Chile para reorganizar el movimiento de
masas, buscando la unidad de toda la Izquierda y de todos los sectores
dispuestos a combatir a la dictadura gorila, preparando una larga guerra
revolucionaria a través de la cual la dictadura será derribada, para luego
conquistar el poder para los trabajadores e instaurar un gobierno de obreros y
campesinos". Desoyó los consejos de muchos camaradas y amigos que le pedían
salir del país. Miguel era del tipo de líderes que guían con el ejemplo. No
subvaloraba, sin embargo, las tareas de apoyo en el exterior. Encomendó
organizarlas a dos miembros de la comisión política, su hermano Edgardo -
ingeniero de 34 años, detenido en Buenos Aires en abril de 1976 y desaparecido
desde Villa Grimaldi- y René Valenzuela Bejas, hoy preso en España.

La persecución al MIR fue motivo de disputa entre la DINA y el Servicio de


Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA), que dirigía el comandante Edgar Ceballos
Jones ("Comandante Cabeza"). El SIFA llegó a tener numerosos prisioneros en su
cuartel general en la Academia de Guerra Aérea (AGA). Mediante el método de
hacer desaparecer a los prisioneros y una brutalidad extrema en la tortura, la
DINA consiguió finalmente desplazar al SIFA.

El terrorismo de la DINA se hizo sentir con fuerza a partir de abril de 1974. El


recinto secreto de Londres 38, un ex local del PS, se convirtió en centro de
torturas y en primera estación del vía crucis de muchos detenidos hacia la
muerte y desaparición en Colonia Dignidad, como ocurrió con Alvaro Vallejos
Villagrán (el "Loro Matías"), estudiante de Medicina de 25 años, uno de los
primeros en ser ejecutados en la colonia alemana de Paul Schäffer.

La comisión política del MIR, sin embargo, se mantenía más o menos intacta a
comienzos del 74. La pérdida más importante había sido la de Bautista Van
Schouwen Vasey, en diciembre de 1973, capturado por una delación en el
convento de los Capuchinos de Santiago, donde se ocultaba. Van Schouwen, de
30 años, médico, era uno de los fundadores del MIR e íntimo amigo de Miguel
Enríquez, con cuya hermana, Inés, estuvo casado.

A partir de julio del 74, la DINA -ahora en posesión de abundante información y


con la colaboración de delatores- aumentó la intensidad de sus golpes. Cayeron
detenidos y desaparecieron decenas de miristas como Bárbara Uribe y Edwin Van

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Yurick, su esposo; el periodista Máximo Gedda, Martín Elgueta, Alfonso
Chanfreau, María Angélica Andreoli, Muriel Dockendorff, etc. Muchos fueron
atrapados en "puntos de contacto" que entregaban los torturados. Otros cayeron
en "ratoneras" montadas en casas de militantes detenidos. Muchos fueron
reconocidos en las calles por delatores que salían a "porotear" con los agentes de
la DINA. La represión aumentó y en septiembre del 74 la situación se hizo trágica.
Casi todos los presos del MIR eran salvajemente torturados y desaparecían para
siempre, como el arquitecto Francisco Aedo Carrasco, de 63 años, liberado desde
Chacabuco y arrestado de nuevo el 7 de septiembre, los hermanos Carlos y Aldo
Pérez Vargas (cuyos otros tres hermanos, Iván, Mireya y Dagoberto, este último
miembro de la comisión política del MIR, morirían en 1975 y 1976), Carlos
Gajardo, Vicente Palomino, Manuel Villalobos, etc. Delatores como Marcia Merino
("La Flaca Alejandra") asesoraban los interrogatorios, señalando a los torturadores
lo que debían preguntar, clasificando la información, participando en los
allanamientos o en el "poroteo". La situación alcanzó su punto álgido a fines de
ese mes y comienzos de octubre con la detención de los dirigentes Sergio Pérez
Molina y Lumi Videla Moya (cuyo cadáver terriblemente torturado por Osvaldo
Romo lanzaron al interior de la embajada de Italia el 3 de noviembre), María
Cristina López Stewart, el sacerdote Antonio Llidó, los hermanos Jorge y Juan
Andrónico Antequera, Amelia Bruhn, y una larga lista de mártires.

La DINA obtuvo nuevas pistas para llegar a Miguel Enríquez: el barrio donde
vivía, una descripción de su aspecto físico y de su pareja (Carmen Castillo
Echeverría, que hacía de enlace en algunos contactos y que estaba embarazada),
una Renoleta roja que usaba Miguel (la reconocieron durante un enfrentamiento a
tiros en el sector del Estadio Nacional), etc.

La casa de Santa Fé
Desde diciembre de 1973, Miguel vivía clandestino en Santa Fe 725. Un barrio
tranquilo, de pequeña burguesía pobre y de obreros, casi todos propietarios de
sus viviendas. La mayoría -como la que ocupaba Miguel- son casas de un piso
con patio y parrón. Los vecinos se conocen por años. Entonces la mayoría eran de
Izquierda, comunistas y socialistas. Frente a la casa de Miguel vivía un viejo
obrero comunista, Leyton, "cicerone" del Museo Recabarren.

La casa de Miguel estaba entre la de un obrero cesante y la de un periodista,


Rolando Carrasco, comunista, preso en Chacabuco. Allí vivían la mujer de
Carrasco, Anita Klöpping (como actriz de teatro y radio más conocida como Anita
Mirlo) y sus hijos, Rolando, de 16 , y Valentina, de 11 años.

Miguel y su compañera, Carmen Castillo, llegaron a vivir en esa casa a fines del
73, después de la caída de Van Schouwen. Inicialmente los acompañaba otro
dirigente del partido, Humberto (Tito) Sotomayor, y su esposa. Ocasionalmente
iban a pasar unos días con ellos las pequeñas hijas de ambos, Javiera, hija de
Miguel (con Alejandra Pizarro), y Camila, hija de Carmen (y de Andrés Pascal
Allende, también miembro de la comisión política del MIR, que a su muerte
reemplazaría a Miguel en la secretaría general del MIR). El otro hijo de Miguel,
Marco Antonio (con la periodista Manuela Gumucio), estaba en Francia y apenas
tenía un año cuando mataron al líder del MIR.

Una ciudadana británica compró con fondos del MIR la casa de Santa Fe a un
dueño de camiones, padre de unas mellizas, a quien en el barrio todos miraban
con sospecha porque era opositor al gobierno de la Unidad Popular y porque
vendía mercaderías que escaseaban en el mercado.

El último día de Miguel Enríquez. Manuel Cabieses (Información en Archivo Chile, Web del CEME). 3
El aliento de la bestia
Miguel, Carmen, Sotomayor y su mujer no lo sabían pero eran objeto de
observación en el barrio.
Se siente curiosidad por los nuevos vecinos. Se preguntan quiénes son, de dónde
vienen, qué hacen, etc. Los jóvenes que viven en Santa Fe 725, parecen gente de
desahogada situación económica, se muestran afables y saludan con cortesía
pero sin intentar mayores relaciones. Todos observan... y comentan. Al dueño del
boliche de la esquina le llama la atención que los nuevos propietarios de la casa
de Santa Fe 725 dispongan de más dinero que lo común en el vecindario.
Compran mayor cantidad y artículos de más calidad. Para el almacenero es un
buen negocio pero comunica sus observaciones y el rumor circula...

Miguel y Carmen, Sotomayor y su mujer, entretanto, hacen una vida normal y


buscan establecer una relación discreta con los vecinos. Se dan cuenta que en
ese barrio hay que trabar amistad con la gente. Miguel y Carmen ayudan al
vecino cesante. Se enteran que Anita tiene a su marido preso en Chacabuco y que
trabaja como costurera para sostener el hogar. Carmen le ayuda mandándole
hacer ropa para Javiera y Camila, luego para ella o para una amiga que inventa.
Un día el joven Rolando Carrasco (hoy arquitecto, casado, dos hijos) está
duchándose, la llama se apaga pero el gas sigue fluyendo, Rolo cae desmayado,
como de costumbre ha cerrado con llave la puerta del baño. Anita lo siente caer,
intenta abrir la puerta, no puede y corre a la casa de Miguel a pedir ayuda.
Humberto Sotomayor acude, echa abajo la puerta, reanima al joven y le da
instrucciones a Anita para seguir atendiéndolo. Así ella se entera que es médico.
Desde ese día siente por sus vecinos del 725 una enorme gratitud y cariño. Ya no
le importa la cortés pero firme discreción con que ellos defienden su privacidad.

Morir en octubre
Amanece el 5 de octubre de 1974. La DINA está sobre una pista segura para
llegar a Miguel. Otras le habían fallado. Por ejemplo, detecta que Javiera, de 5
años, hija de Miguel, vive con su tía, Ana Pizarro, y sus tres hijos. Supone -con
razón- que por esa vía existe un vínculo con Miguel. La DINA pierde la paciencia y
amenaza de muerte a Ana Pizarro y sus hijos, que se asilan en la embajada de
Francia. Pero antes Miguel manda a buscar a su hija. En una carta le dice a su ex
cuñada que quiere tener a Javiera por un tiempo porque está seguro que va a
morir.

La DINA ya sabe que Miguel vive en la zona sur de Santiago, en un cuadrante


enmarcado por Santa Rosa, Gran Avenida, Departamental y Callejón Lo Ovalle.
Los esbirros de Krasnoff, capitaneados por Osvaldo Romo que olisquea sangre,
"peinan" esa área. Llevan algunos de los presos torturados para que reconozcan
calles, ruidos, olores. Pasan algunos días en esa tarea de rastrear las huellas
todavía invisibles de Miguel. Buscan una Renoleta roja y una joven señora
embarazada. Van en tres vehículos y llevan armas largas por si acaso. Se
detienen a preguntar en almacenes y talleres, interrogan a niños y mujeres,
carteros, revisores de medidores de luz y agua, recogedores de basura, etc.

Está clareando y en la casa de Santa Fe 725, todos duermen: Miguel, Carmen,


Humberto Sotomayor y José Bordas Paz (31 años, encargado de la Fuerza
Central, rama armada del MIR).

El grupo conversó hasta tarde. Quedaron de acuerdo en que al día siguiente, 5 de


octubre, Carmen buscará una casa de emergencia. El instinto les decía que la

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seguridad del escondite se había resquebrajado, sobre todo después del
enfrentamiento a tiros en la Avenida Grecia. Miguel había hecho algunas
reuniones en la casa con compañeros que presumiblemente ahora estaban
presos. Aunque se habían observado las reglas de la clandestinidad, no se podía
descartar que alguno se hubiese dado cuenta del barrio y la calle donde los
habían llevado a ciegas. Se iban también a cumplir diez meses viviendo en la
misma casa y las normas de clandestinidad prohibían una permanencia tan larga
en un mismo lugar. Dos semanas antes, Miguel arregló el asilo en la embajada de
Italia de las pequeñas Javiera y Camila, que entraron en la misión diplomática en
la cajuela del automóvil del encargado de negocios. Por último, Miguel había
aceptado reducir el ritmo de su trabajo y replegarse a un lugar fuera de Santiago.
Una amiga de Carmen, Cecilia Jarpa, se haría cargo de comprar una parcela en
Macul. Pero Carmen la llamó el día anterior para entregarle el dinero y el tono y
forma de sus respuestas, hicieron a Miguel deducir que Cecilia Jarpa ya estaba
en manos de la DINA. Estaba claro que el cerco se estrechaba.

En la mañana del 5 de octubre Carmen Castillo salió a buscar una casa para
mudarse ese mismo día. Miguel, Sotomayor y José Bordas también salieron de
Santa Fe 725 . Acordaron volver a encontrarse en la casa a las tres de la tarde.
Sin embargo, Carmen volvió cerca de la una. Encontró a Miguel y a los otros dos
compañeros quemando papeles, con las armas a la mano y en estado de enorme
tensión. Habían detectado tres autos sospechosos que rondaban el barrio y que
habían pasado ya dos veces, lentamente, observando la casa. Están seguros que
es la DINA y que deben estar tendiendo el cerco. Rápidamente terminaron de
recoger en dos bolsos lo más importante. Cuando Miguel y Carmen salían al patio
donde estaba la Renoleta roja, se produjo el primer ataque de la DINA. Ellos se
replegaron al interior de la casa y comenzaron a responder el fuego junto con
Sotomayor y Bordas.

El primer cerco no fue muy efectivo. No habían llegado aún suficientes refuerzos.
En los primeros momentos Humberto Sotomayor y José Bordas lograron escapar.
A uno lo vio Anita, la vecina, saltar al patio de su casa y de ahí a la calle San
Francisco; el otro huyó en dirección a Varas Mena, una calle paralela al sur de
Santa Fe. (Sotomayor se asiló después en la embajada de Italia y José Bordas fue
emboscado por el SIFA el 5 de diciembre. Cayó herido y murió dos días después
en el hospital de la FACH, donde fue torturado).

Carmen Castillo fue herida en el interior de la casa. A ratos perdía la conciencia


mientras proseguía el tiroteo sostenido por Miguel. Recuerda haberlo oido gritar:
"Hay una mujer embarazada, respeten su vida".

El Informe Rettig dice: "La casa donde se ocultaba Miguel Enríquez, fue rodeada
por un nutrido contingente de agentes de seguridad, el que incluía una tanqueta
y un helicóptero, quienes comenzaron a disparar. Entre los ocupantes del
inmueble se encontraba una mujer embarazada que resultó herida. Miguel
Enríquez cayó en el enfrentamiento recibiendo, según el protocolo de autopsia,
diez impactos de bala que le causaron la muerte".

Anita, la vecina de Miguel, no sabe cuánto duró el tiroteo; tampoco su hijo, Rolo.
Pero les pareció eterno. En su casa estaba otro muchacho, compañero de Rolo,
ambos se encontraban en el patio cuando se inició el asalto a la casa vecina. Se
agazaparon y vieron saltar el muro al mirista que huyó hacia la calle San
Francisco. Anita y la niña, Valentina, permanecieron tiradas en el piso de la casa.
Recuerdan el ruido ensordecedor de los disparos, el helicóptero sobrevolando, los

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altavoces de Carabineros ordenando al vecindario permanecer en sus casas.
Cuando cesaron los tiros vieron en la calle Santa Fe a muchos civiles armados,
carabineros, soldados, la tanqueta y muchos vehículos. Más tarde cuando
sacaban a Carmen Castillo herida (creyeron que iba muerta) y luego el cadáver de
Miguel Enríquez.

Miguel no se rindió. Una de las diez balas le perforó el cráneo. Su cuerpo lo


encontraron en el patio donde se había parapetado para disparar, mientras
intentaba saltar a la casa trasera.

La noticia de la muerte de Miguel, que se divulgó esa noche, causó un impacto


doloroso en el pueblo. Saber que Miguel estaba en la clandestinidad, intentando
reorganizar las fuerzas, fortalecía muchas esperanzas.

La DINA lo celebró mofándose de los presos en el recinto de José Domingo


Cañas, donde había trasladado su infierno de torturas. La casa de la calle Santa
Fe 725 la ocupó la DINA durante dos meses. Algunos vecinos dicen que allí se
hacían fiestas y que los oficiales se emborrachaban y gritaban como locos. Más
tarde vivió un microbusero, pariente de un agente de la DINA, y luego volvió el
antiguo propietario, el camionero. Cada 5 de octubre, desde 1990, sus moradores
se refugian en el interior de la casa cuando un grupo de familiares y ex miristas
realizan en la calle un acto recordatorio, encienden velas, se acercan a mirar el
patio interior y tocan con emocionada reverencia las perforaciones de balas en los
portones de la casa donde Miguel vivió su último día

(*) "El último día de Miguel", fue publicado por primera vez en la revista Punto Final,
de octubre de 1997 y el autor es director de dicha publicación.
Reproducido en el libro : “Miguel Enriquez, Páginas de Historia y lucha”. CEME,
octubre 1999.
PTE

Información disponible en el sitio ARCHIVO CHILE, Web del Centro Estudios “Miguel Enríquez”, CEME:
http://www.archivo-chile.com
Si tienes documentación relacionada con este tema u otros del sitio, agradecemos la envíes para
publicarla. (Documentos, tésis, testimonios, discursos, fotos, prensa, etc.) Envía a:
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